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Gélida, fría, helada, cualquier sinónimo sobre la temperatura de aquella noche se quedaría corto.

El
sábado perfecto en una semana de trabajo que les daba aquel día de descanso. Los telediarios y
periódicos anunciaban que la madrugada de aquella noche el acontecimiento astrónomo del año se
daría entre las 03:00 y 04:00 a.m., y de aquella manera cientos de personas habían tomado asientos en
los mejores rincones de algunas montañas de la capital.

Pero ellas, podían contar con un espacio perfecto, una casita en la sierra, un pequeño espacio libre tras
ella en donde la comodidad y el calor de una casa les proporcionaría cobijo para calmar las bajas
temperaturas. Cinco compañeras de trabajo que veían en aquella maravilla natural, la escapada perfecta
para tomar un respiro.

-Laura, deja de hacer ruido con esas palomitas por favor, me estás poniendo histérica

L: Cruz, Cruz… Dijimos que dejaríamos las malas vibraciones en el hospital…

C: Pues lo siento, oírte masticar entorpece esa genialidad tuya hija -Se cruzo de brazos mirando a su
compañera en la parte trasera.

-Jajaja ¿Podemos tener un fin de semana tranquilo chicas? Por favor.

L: Yo estoy tranquila Esther. Es la jefa que anda tensa, aunque no me extraña, con ese marido que
tiene…

C: ¡Será posible!

Eva: Mira Laura, dame esas palomitas y cállate ya que ni comiendo dejas, criatura.

-Haya paz, chicas… Que ya hemos llegado

E: Bien. Porque a mi estas ya me están volviendo loca. -una vez se detuvo el vehículo las cuatro bajaron
para contemplar aquella casita de madera- Es preciosa Maca.

M: Gracias. -Sonrió orgullosa mientras iba hacia el maletero- Venga chicas, ayudarme.

Eran prácticamente las mejores amigas, Esther llevaba como jefa de enfermeras ya varios años, después
de haberse consolidado con su trabajo durante sus primeros años bajo el mando de su anterior jefa. Por
su parte, Cruz se había convertido en la jefa de Urgencias una vez el anterior se había jubilado,
otorgándole a ella la confianza necesaria para el trabajo.

Laura, una residente ya perfectamente amoldada al desenfreno de aquella parte del hospital, querida
por todos sus compañeros y compañera de piso de Esther, compañera de locuras junto a la médica del
SAMUR, Eva, la más joven de todas, y por lo tanto visiblemente más activa. Y por último, Maca, la última
de todos en llegar al Central, pediatra de vocación, heredera de la gran empresa de vinos Wilson, pero
lejos de ser consentida y arrogante, era compañera de sus compañeros, y amiga excepcional para cada
uno de ellos, habiéndoselos ganado desde la sinceridad que siempre demostraba.
M: Vosotras llevar las cosas a la cocina mientras yo abro puertas y ventanas.

L: ¿Te echamos una mano?

M: No, tranquila… hay pocas habitaciones será un segundo.

C: Voy contigo, cabezota, -La agarró del brazo mientras salían de la cocina- así me enseñas tu choza y me
recuerdas la mala suerte que tengo al estar casada con un hombre que piensa que la naturaleza es una
táctica más de ligue.

M: Jajajaja exagerada.

C: Ya me gustaría a mí hija…ya me gustaría.

Esther recorría la planta de abajo al completo, el pequeño salón, la chimenea de piedra... Le gustaba el
ambiente rústico y austero que se respiraba, a la par que acogedor, en aquella casa. Algo que no le
encajaba para nada en la imagen que tenía de Maca en su cabeza.

Siguió a sus compañeras hasta el piso de arriba para colocar las cosas y ayudarlas a juntar las camas, ya
que habían acordado hacerlo así para tener más espacio para dormir las tres juntas en el cuarto de
invitados.

Al cabo de unos minutos, Maca asomó la cabeza por la puerta de la habitación, apoyando una mano en
el umbral.

M: ¿Todo bien chicas?

L: Esto está genial, Maca.

M: Vale, voy a la parte de atrás a por leña para la chimenea. Si necesitáis cualquier cosa me lo decís.

Una vez se hubieron instalado, las tres volvieron a bajar al piso de abajo, donde Cruz ya había hecho
café para combatir el frío de la sierra.

Eva: Deberíamos salir e ir preparando el telescopio para esta noche.

L: Buena idea. Esther ¿Te vienes?

E: Claro.

Mientras sacaban el telescopio de la caja, Cruz se acercó a ellas dando un sorbo a una taza de café.

C: ¿Me explicas otra vez cómo es que tienes un telescopio, Eva?

L: Lo tiene para localizar a tíos… ¿potables? –preguntó a su amiga.

Eva: Potentes, Laura –rió- Y no la hagáis caso, es para mirar las estrellas.

L: Claro, porque en un ático en pleno centro de Madrid se ven muuuuuuuuuchas estrellas –añadió con
una sonrisilla.

Eva: Mira, chica, yo al menos me preocupo por rehacer mi vida.

E: Eh… bueno va, dejadlo ya –las interrumpió- Vamos fuera, montamos el trasto y ya.
Cruz sacudió la cabeza mientras se sentaba en uno de los sillones. Escuchó risas en la puerta y se giró,
viendo como Maca, que tenía los brazos llenos de troncos de leña, casi se chocaba con Eva, quien
llevaba el telescopio en brazos y no vio que la pediatra entraba al mismo tiempo.

Eva: Cuidado, doctora Fernández –bromeó.

M: Pasad, anda.

Se echó a un lado y dejó que Laura y Eva salieran. Esperó a Esther, pero esta le hizo una señal con la
cabeza para que entrara mientras mantenía la puerta abierta.

M: Gracias.

E: No hay de qué, doctora –añadió con una sonrisa antes de salir y cerrar la puerta.

Maca se quedó mirando a la puerta durante unos segundos antes de dirigirse a la chimenea y dejar los
troncos en el suelo. Se arrodilló en el suelo y se quitó los guantes.

C: ¿Hace mucho frío?

M: Bastante –sonrió mientras se frotaba las manos- Esta noche nos vamos a quedar como marmolillos,
ya verás –bromeó.

C: Bueno, al menos tenemos café –alzó la taza que mantenía entre sus manos.

Se quedaron en silencio mientras la pediatra encendía la chimenea. Podían escuchar cómo fuera sus
compañeras discutían a voces. Oían a Laura regañar a Eva y una carcajada de Esther que resonaba con
fuerza.

C: Desde luego, son como crías.

M: Sí –sonrió- Le hacen a una sentirse mayor.

C: Oye guapa, habla por ti.

M: Perdona, que aquí todas tenemos más o menos la misma edad… -la señaló con un dedo- Excepto tú.

C: Yo también te quiero –añadió seria antes de tomar otro sorbo de café.

Una vez los troncos empezaron a arder Maca se quedó absorta mirando las llamas, aún de rodillas
frente a la chimenea.

C: ¿Estás bien, Maca?

M: Perfectamente –se levantó emitiendo un sonido de esfuerzo- Voy a por unas mantas para esta
noche.

Cruz observó cómo la pediatra se marchaba escaleras arriba, así que decidió salir a reunirse con sus
compañeras, para asegurarse de que todo estaba en orden y no armaban ninguna.

Eva: ¿Cómo vas a ver nada si no quitas la tapa, Laura?


L: ¡Y yo qué sé! Creía que ya lo habías hecho.

Eva: Pues no lo he hecho porque ahora no se ve nada ¿Qué quieres ver? Si no hay estrellas.

L: Siempre hay estrellas, lo que pasa es que no se ven porque es de día –dijo con re tintín.

Cruz se acercó a ellas, quedándose de pie junto a Esther, quien tenía los brazos cruzados y reía al
escuchar las disputas de sus amigas.

C: No se las puede dejar solas.

E: Que va… Pero son muy divertidas.

Eva: Oye Cruz, ¿Y Maca no sale?

C: Ha subido un momento a buscar mantas y eso para esta noche.

L: ¿Crees que está pensando en ella?

C: No sé, Laura, supongo… Es normal –se encogió de hombros.

Esther las miró a ambas sin entender muy bien de qué iba la historia.

E: ¿En quién tiene que pensar?

Laura y Eva miraron a Cruz, esperando que ella tomara la decisión de contarle o no a Esther lo que
seguramente le pasaba a la pediatra.

C: Ángela, la ex de Maca.

E: La e... ex… -tartamudeó- La –añadió.

C: Sí, La –sonrió- Solían venir mucho aquí hasta que rompieron.

E: ¿Hace mucho?

C: Unos seis meses, pero creo que a Maca aún le cuesta –Esther la miraba con atención.

Eva se puso los guantes y se acercó a ellas dos, mientras Laura se mantenía de pie con las manos en los
bolsillos y mirando a los alrededores.

Eva: Pues yo creo que está mejor sin ella, y ya va siendo hora de que se olvide de lo que la hizo –miró a
Esther.

Cruz miró a la médica del SAMUR con seriedad, indicándole que no debía seguir hablando del tema, y así
lo hizo. Eva sonrió a sus compañeras y Esther comprendió lo que la cirujana le había transmitido con
aquella mirada fulminante.

C: Vamos para dentro, anda.

Mientras ellas intentaban preparar todo medianamente, la pediatra había entrado a la habitación en la
que dormirían Cruz y ella, dejando todo acomodado para una vez después, no tener nada más que hacer
que acostarse en su cama.
Comenzó a colocar su ropa interior de forma ordenada en el primer cajón de su mesilla, sonriendo al
encontrar varias pertenencias que no recordaba tener ahí. Sacó un mechero de una cafetería que había
a pocos kilómetros de allí, recordando la tarde que había pasado con Ángela, a base de chocolate
caliente y risas.

De repente, cuando aún mantenía aquella sonrisa, vio al final de aquel cajón una foto que por su
colocación, parecía estar guardada a propósito, temblando por creer saber de qué se trataba. La tomó
con temor y la giró frente a su rostro, encontrando lo que tanto temía.

M: Joder.

De mala gana la volvió a dejar en aquel recóndito lugar y cerró el cajón como si con aquella fuerza
pudiera asegurar que nunca más lo abriría. Al salir de su dormitorio vio la puerta entornada de la
habitación donde dormirían las chicas, vio algo por el resquicio y caminó decidida inclinándose hasta la
prenda que asomaba.

M: Con lo fácil que es ser ordenada coño…-abriendo la puerta dio un paso en falso, tropezando con algo
en su camino y casi cayendo de bruces- Mierda…-llevó la vista al suelo encontrándose con las botas de
Esther- ¿De quién si no? Si todo es de ella… -dio un giro de 180 grados sobre sus talones viendo como
aparte de las botas, también había mal colocado su abrigo, guantes y la misma bufanda que ahora
llevaba en las manos- Paciencia Maca… paciencia.

C: Ey… ¿Habla sola doctora? -entró sonriendo y mirando a su alrededor- Esta Esther…

M: ¿Siempre es así de desordenada? -preguntó malhumorada mientras colocaba más o menos todo en
su sitio.

C: Es… especial. No lo hace con maldad, solo que… -observó como su compañera seguía recogiendo
todo- Maca, en serio, estamos aquí para estar tranquilas, no te ofusques por esta tontería.

M: Ya, ya… -se sentó en una de las camas- Perdona, no sé por qué me he puesto así.

C: Vamos abajo anda -le echó el brazo por los hombros invitándola a levantarse y caminar junto a ella-
que no me fio de dejar mucho tiempo a estas tres solas.

M: Oye, he pensado que podíamos echarnos una partida al parchís. Tengo un tablero abajo.

C: ¿Parchís? ¿Tú me ves a mí con cara de jugar al parchís?

M: Perdona ¿Eh? pero el parchís puede ser muy divertido -bajó ella el primer escalón- Si apostamos,
claro.

C: Eso es otra cosa Wilson, eso es otra cosa.

M: jajajajaj

Un rato después, fuera de la casa Eva y Laura seguían en su tejemaneje de montar lo que las ayudaría
aquella a noche a disfrutar de la maravilla de la naturaleza En la cocina, Esther, Cruz y Maca
comenzaban a preparar la comida entre conversaciones centradas en temas del hospital y algún que
otro cotilleo que Esther hacía saber a sus compañeras.

C: Tanto tiempo con Teresa te está transformando Esther, no es normal que sepas tanto.
E: Es una buena mujer, sólo que como pasa tanto tiempo en ese mostrador pues… -sonreía mientras
remojaba algunas verduras.

M: Es muy cotilla y punto. -Hablaba casi por primera vez- No sé por qué le gusta tanto saber de la gente.

E: Bueno, cada persona es como es ¿no? -La miró enarcando una ceja- No tienes por qué juzgarla si no la
conoces.

M: No la estoy juzgando, sólo hablo de lo que veo, y que es más que evidente por otra parte.

Cruz, que había ido hasta el frigorífico, las miraba a una y a otra con cara de sorpresa por aquella
pequeña batalla de palabras que habían comenzado sus compañeras. Suspiró mientras bajaba un poco
la vista colocándose de nuevo en la mesa entre ambas, queriendo así poner un poco de calma.

C: Bueno y… ¿la pizza está ya? -miró de reojo al horno.

M: Le quedan un par de minutos, voy a llamar a las chicas.

La cirujana miró a Esther que seguía con la mirada fija en su tarea y viendo que ésta no salía de su
embelesamiento le dio un pequeño golpe con el codo haciéndola reaccionar.

C: ¿Qué pasa contigo?

E: ¿Qué? -se quejaba frotándose el brazo- ¿Qué he dicho?

C: Que no estés a la que salta, Esther, que te ha faltado saltar sobre ella.

E: ¿Qué yo qué? Anda Cruz, no veas donde no hay, que yo sólo he contestado a su mala leche, que por
cierto, tiene mucha.

En aquel momento los pasos de la pediatra se escucharon tras ellas, ambas se giraron y vieron como
ésta buscaba algo en uno de los cajones, la cirujana volvió a girarse y espetó con la miraba de nuevo a la
enfermera, que le hacía burla en silencio y se giraba sonriendo.

Repartidas en dos partes, permanecían sentadas cada grupo en un sillón, la enfermera había ido a parar
al doble donde Maca había comenzado a cortar una de las pizzas, y en el otro, Cruz se había colocado en
medio de Laura y Eva al tener un primer berrinche por quien cortaría aquella segunda pizza.

Eva: ¿Y a qué hora es eso de las estrellas? Porque eso es tarde ¿no?

E: Sí, entre las tres y las cuatro. Aunque según la localización puede cambiar.

Eva: Por Dios ¿A esa hora quién se levanta? con el frío que hará…

E: Pues yo. Que no todos los días hay una lluvia de estrellas, y menos poder verlas como en la montaña.
Hay que aprovechar el momento.

M: Esta ya está ¿Cómo vais con la otra? -miró a Cruz que seguía cortando la segunda- ¿Llamo a los
bomberos?

C: Menos guasa eh, que esta se resiste, coño… -clavaba el cortador frustrada.

L: ¡Si es que me tenías que dejar a mí! Lo dije antes, y no me hacéis caso, nunca me hacéis caso.
Eva: Venga, venga… Menos dramas Laura, que te llevas el Goya hija.

L: ¡Cruz! ¡Dile algo! -le recriminó mientras hacía por levantarse.

C: ¡A mí dejadme! Mira Maca, córtala tú que yo me vuelvo loca. -Se levantó caminado hacia la ventana-
¿Tabaco no hemos traído no?

E: Jajaja Cruz. Si tú dejaste de fumar…

C: Sí, pero no veo el momento de volver a empezar.

Mantuvieron una conversación agradable y amena durante la comida; parecía que la calma, gracias al
hambre, había llegado, creando un momento cómodo para todas. La pediatra observaba a sus
compañeras, que hablaban de sus temas más personales con una naturalidad que a ella le sorprendía.
Cierto era que había hecho amigos en su estancia en el Central, pero aparte de Cruz, no había
encontrado a nadie con quien exponer sus problema o emociones más personales.

En su barrido visual vio como Esther quitaba con el tenedor algunos de los condimentos de su trozo de
pizza, dejándolos en un lado del plato, cosa que la hizo cerrar los ojos un segundo preguntándose una
vez más, que más sorpresas guardaría en su personalidad.

Eva: Pufff… yo estoy llena -Se dejó caer en el sofá- No puedo más… no insistáis, no puedo más.

M: Hay helado de chocolate en el frigo. Pensé que…

Eva: ¡Voy por él! -Se levantó con énfasis.

Todas: Jajajaja

Tras un postre del disfrute de varias golosas, Cruz y Esther se ofrecieron a recoger la mesa, mientras
Maca preparaba algunas de las películas que había bajo el televisor para así poder elegirlas entre todas.

Media hora después, todas ya acomodadas, se encontraban en una trama de suspense en una de esas
súper producciones americanas donde los efectos especiales hacían saltar de los asientos en el
momento más intrigante de la película. Esther en la esquina de uno de los sofás, de nuevo junto a Maca,
ocultaba el rostro, una y otra vez con el cojín, evitando así la impresión que todas esperaban, haciendo
sonreír a la pediatra en más de una ocasión.

Eva: Pues ha estado chulísima, que guay. Menos mal que al final no acaban todos zumbaos.

L: Zumbá yo… que no sé cuantas veces me has clavado los pies. Me van a salir moratones en la pierna
por tu culpa.

Eva: Serás exagerada…

C: Chicas, no empecéis por favor.

L: Uy, cómo estás por Dios, la edad no perdona ¿eh? -Se levantó estirando los brazos- Podíamos dormir
un poco, y ya levantarnos cuando las estrellas esas.

E: Vamos a recoger esto primero anda -Se levantó cogiendo los vasos que habían en la mesa.

M: Te ayudo.
Ambas cogieron todo lo que había por la mesa y caminaron hasta la cocina, la enfermera por delante de
Maca, quien no pudo evitar dirigir su mirada al trasero de la enfermera al subir los escasos dos
escalones que daban a la cocina. Sonrió un segundo mientras iba hacia la basura para echar las latas en
ella.

Cuando elevó la vista vio un par de platos amontonados en la encimera, uno de ellos con los
desperdicios de la pizza, indudablemente los de Esther, y un ruido en la ventana la hizo mirar hacia allí,
donde un gato intentaba colarse entre el espacio abierto.

M: ¡Joder Esther! -Fue hasta la ventana para cerrarla.

E: ¿Qué? ¿Qué pasa? -Se giró asustada mirando hacia donde permanecía la pediatra.

M: ¡Que has dejado el plato con la comida! ¿Tanto te costaba tirarla joder? -Enfadada tiraba
directamente el plato dentro de la basura- No es tan difícil.

E: Lo… lo siento, no pensé que….-se excusaba algo nerviosa por la actitud de la pediatra.

M: Pues no lo sientas… y compórtate como una mujer adulta coño. -Tiraba prácticamente todo lo que
encontraba sobre la mesa- En la habitación igual, las botas en medio, la bufanda en el suelo…

E: ¿Sólo tengo defectos verdad? –Preguntó, ahora si enfadada- ¿Pues sabes qué te digo? -La pediatra se
giraba sorprendida por aquel tono de voz- Que yo tendré mis cosas, pero no soy una neurótica, ni tengo
esos arranques de borderío ¡Cosa que a ti te sobra bonita!

Dicho esto se giró enfurecida saliendo de aquella cocina, donde la pediatra ahora se sentaba en la silla
junto al fregadero arrepentida por aquella actitud que no había podido controlar, mientras escuchaba
los pasos de Esther subir a toda velocidad por la escalera, terminando en un portazo que hizo el silencio
de toda la casa.

M: ¿Ha subido muy enfadada? -Preguntó a sus compañeras que aun permanecían en silencio cada una
en su lugar.

Eva: Pues…-ponía una mueca que daba a entender a la pediatra que sí.

C: ¿Qué ha pasado?

M: Nada que…-miró un segundo hacia la escalera y se sentó al principio de esta sintiéndose culpable-
Que soy una bruta… que no sé hablar sin cagarla.

C: No será para tanto mujer, -se levantó caminado hacia ella- verás cómo se le pasa. A Esther los
enfados le duran poco, ya verás.

M: Eso da igual, le hablé fatal, y por una tontería.

L: Pues si te vas a sentir mejor sube. Tampoco creo que te asesine con unas de sus botas.

Eva: ¡Laura joder! -Casi rió por la broma y miró de nuevo a la pediatra- En serio Maca, Esther no es
rencorosa, seguro que si subes ahora te abre la puerta como si tal cosa.

M: ¿Subo? –Miró a Cruz que asentía con una sonrisa- Vale…pues nada, rezar por mí.
Mientras respiraba hondo comenzó a subir, uno a uno y despacio, los escalones que la separaban del
primer piso. Llegó hasta el pasillo de los dormitorios, y deteniéndose en la puerta donde permanecía
Esther, carraspeó todo lo flojo que pudo antes de llamar a la puerta.

M: Esther… Esther… ¿Puedo pasar? -Quedó en silencio mientras escuchaba el cuchicheo que se traían
las chicas en el salón- Esther lo siento, no debí hablarte así, perdona. -Esperó unos segundos antes de
volver a llamar- Esther, por favor… abre la puerta.

E: ¡¿Qué?! -Abrió de golpe asustando a la pediatra y tuvo que contener una sonrisa- ¿Qué quieres?

M: Lo siento.

E: Vale, lo sientes, ya puedes volver a bajar. -Intentó cerrar de nuevo la puerta pero el pie de Maca se
colocó en medio- ¿Qué quieres ahora?

M: De verdad que lo siento, hablé como una idiota y no tenía por qué hablarte así por esa tontería.

E: Vale.

M: No, vale no, ¿Me perdonas?

E: ¿Si te digo que sí te irás? -La pediatra la miró no muy conforme y bajó la vista- Está bien Maca, no
pasa nada, no me enfado, ya está.

Segundos después la pediatra volvía a bajar con las manos en los bolsillos de su pantalón, con una
lentitud clara haciendo que las chicas se incorporasen rápidamente para saber cómo había ido la tanda
de disculpas.

C: ¿Y qué? ¿Cómo se lo ha tomado?

M: Pssss…-encogió los hombros- Diréis lo que queráis… pero esta chica es de lo más rara.

Todas: Jajajaja

Bajó las escaleras con las manos en el bolsillo frontal de la sudadera que se había puesto para intentar
combatir el frío de la sierra. Bostezaba cansada, mientras se acercaba a la chimenea, aún encendida.
Rodeó el sofá y dio un respingo al ver a alguien sentado allí, Maca.

E: ¿Qué haces despierta? –Miró el reloj del vídeo- Son las dos de la mañana.

M: Si me dormía, era muy probable que no pudiera despertarme –se tapó mejor con la manta- ¿Y tú qué
haces aquí?

E: Me he despertado nerviosa y ya no podía dormirme otra vez. Y como faltaba poco pues pensé que no
pintaba nada en la cama.

La pediatra asintió de manera ausente, mirando al fuego sin prestar atención a Esther, quien seguía de
pie al otro lado, frotándose las manos, algo encogida en sí misma. Miraba a su alrededor, buscando algo
qué hacer mientras llegaba la hora de la lluvia de estrellas.

M: Hace frío ¿Eh? –preguntó para romper el hielo.

E: La verdad es que sí.


M: Anda, siéntate, que no muerdo –Esther la miró con una ceja enarcada- Venga, tonta. La manta es lo
suficientemente grande para las dos.

La enfermera se acercó con timidez, sorprendida por la amabilidad de la pediatra, quien nunca se había
mostrado excesivamente cordial con ella. Se sentó al otro lado del sofá y se tapó con el extremo de la
manta.

M: Mira que eres despegada ¿Eh? Ahí no te va a llegar el calorcito, ven, anda.

Con un gesto de su cabeza invitó a la enfermera a acercarse más a ella, dejando aún algunos
centímetros de distancia entre ellas. Esther sonrió, frotándose las manos bajo la manta.

E: Qué gustito… -dijo con una sonrisa.

Maca le dedicó una sonrisa de medio lado mientras observaba como se tapaba hasta la barbilla,
encogiéndose tanto como le era posible en aquel sofá. Devolvió de nuevo su vista a las ardientes llamas
que las resguardaban del frío, sin oír que la enfermera empezaba a hablarla.

E: Maca, ¿Me oyes?

M: ¿Eh? –la miró confundida- Sí ¿qué?

E: Estás empanada –sonrió- Te decía que no sabía que te llevabas tan bien con las chicas.

M: Bueno, no es que seamos íntimas, íntimas… -ladeó la cabeza- Digamos que más bien si tengo trato
con ellas es gracias a Cruz. Ella… Ella me ayudó durante una etapa difícil de mi vida –explicaba con
melancolía- Le debo mucho –suspiró- Y bueno, ya se sabe, las amigas de tus amigas…

Esther asintió mientras la observaba en silencio.

E: ¿Sabes? Tengo una teoría sobre los amigos.

M: ¿Ah sí? Y… ¿qué teoría es esa?

E: Que los amigos son nuestras verdaderas medias naranjas, no nuestras parejas.

La pediatra soltó una pequeña carcajada, sorprendida por aquella declaración.

E: ¿Qué? Tiene lógica… -vio como negaba con la cabeza.

M: A ver, sorpréndeme.

E: Es muy sencillo. Los amigos son mucho más compatibles que las parejas. Son los que pase lo que
pase, siempre están a tu lado, los que no te juzgan, los que siguen ahí el resto de tu vida, aunque tu
pareja te abandone. Te conocen, te apoyan..., y todo sin esperar nada a cambio.

M: Ya veo.

E: Pues por eso mismo los amigos son nuestras medias naranjas –arrugó la nariz de manera graciosa-
Aunque yo prefiero una media mandarina, son más dulces.

Maca la miró un tanto extrañada durante unos segundos, antes de romper a reír en una carcajada.

E: ¿Te ríes de mi teoría? –le preguntó fingiendo estar ofendida.


M: Desde luego, una teoría curiosa, sí –asentía con la cabeza- Media mandarina… -repitió en un susurro
antes de romper a reír de nuevo.

E: Ya está, ya no te digo nada más –refunfuñó.

M: Va, no te enfades.

E: No me enfado, estoy acostumbrada a que la gente se lo tome a pitorreo.

Esther se cruzó de brazos, mientras mordisqueaba uno de los cordones de la capucha de la sudadera,
mirando al frente, intentando encontrar aquello que había robado la atención a la pediatra, quien no
apartaba la vista de las llamas, totalmente absorta.

E: ¿Y vienes mucho por aquí? La casa está genial.

M: Gracias.

E: ¿La compraste hace mucho?

M: Fue un regalo.

E: Vaya, -dijo asombrada- pedazo de regalo –Maca asintió- ¿Quién regala casas en la sierra? –dijo
riendo.

M: -suspiró- Ya ves.

Maca cerró los ojos y se acomodó más en el sofá, intentando descansar la vista sin quedarse dormida.
Quizá ahora podría disfrutar del silencio, ya que parecía que Esther se había callado por fin.

Efectivamente pasaron unos minutos en silencio, apenas un par, cuando…

E: ¿Vas a pedir un deseo? –Maca abrió los ojos de golpe y se giró para mirarla- No me mires así.

M: No te miro de ninguna manera –dijo molesta.

E: Me has mirado como si tuviera tres cabezas. No sé, es una pregunta como otra cualquier ¿No? ¿Tú
crees en los deseos?

M: Pues no, Esther, no creo en los deseos, ni en la suerte, ni en la mala suerte, ni en el destino ni nada
de eso.

E: Pues yo sí. –Hizo una pausa- Deberías pedir un deseo –Maca la fulminó con la mirada- Por si las
moscas. –Hizo otra pausa- Yo ya sé el mío –dijo convencida.

M: ¿Ah sí? ¿Y qué vas a pedir?

E: Aaaah…. –la sonrió- Si se dice no se cumple –negó con el dedo- Son las reglas.

M: Claro, perdona, no sé cómo se me ha ocurrido –dijo con sarcasmo.

Esther miró hacia el lado, un tanto fastidiada al ver que Maca había vuelto a cerrar los ojos. Miró el
mueble que contenía la televisión, un reproductor de DVD y un vídeo cuya hora marcaba las tres menos
diez.
E: Mira, son casi las tres, Maca –dijo emocionada.

M: ¿Sí?

E: Se me ha pasado el tiempo volando –la pediatra entornó los ojos- ¿Despertamos a las otras?

M: Ya voy yo –dijo levantándose y caminando hacia la escalera. Se detuvo- ¿No irás a salir así no?

E: ¿Qué pasa? ¿Mi atuendo no es el adecuado para ver una lluvia de estrellas? –preguntó con guasa.

M: No, Esther, pero aquí estás caliente y fuera hace frío, llévate una manta.

E: Ya soy mayorcita, Maca –le dijo algo molesta.

M: Como quieras –levantó las manos- yo sólo pretendía ayudar.

Eva y Laura bajaron las escaleras corriendo al grito de “tonto el último”, mientras que Cruz y Maca las
seguían detrás con más calma. La cirujana se había envuelto ya en una manta y se disponía a salir. Por su
parte Maca vio la manta, que minutos antes había estado compartiendo con la enfermera, tirada en el
sofá.

C: ¿Vienes? –preguntó desde la puerta al ver que se había detenido.

M: Sí, ahora salgo, ves.

La pediatra se dirigió al sofá cogiendo aquella pesada manta y rodeándose con ella, sonriendo al
escuchar los gritos de Eva y Laura en el exterior, peleándose por el telescopio que habían preparado
aquella misma tarde para observar mejor las estrellas.

Cerró la puerta tras de sí, tiritando al notar el cambio de temperatura y se acercó a sus amigas. Eva y
Laura seguían en su lucha por establecer turnos, Cruz se movía ligeramente para combatir el frío y
Esther… Esther se abrazaba a sí misma y tiritaba visiblemente.

La observó durante unos segundos antes de sacudir la cabeza y acercarse a ella por detrás. Abrió sus
brazos, abriendo la manta con aquel gesto, y rodeó a la enfermera, envolviéndolas a ambas. Esther
sonrió y dirigió su vista al cielo, ignorando que su mejor amiga, Laura, las observaba algo extrañada.

Tanto Maca como Esther se mantuvieron en silencio, balanceándose ligeramente de un lado a otro para
no quedarse petrificadas. De vez en cuando, la pediatra escuchaba como los dientes de Esther
castañeaban, lo que la empujaba a abrazarla con más fuerza contra ella.

La enfermera cerró los ojos y sonrió, girándose ligeramente para ver a la pediatra.

E: Puedes decirlo ¿Eh? Seguro que te mueres de ganas.

M: ¿El qué? –preguntó intentando esconder una sonrisa.

E: Que ya me lo advertiste.

M: Esther… -la enfermera la miró expectante- Cállate y mira.

Miró al cielo, tal y como Maca la había indicado con su mentón y vio las primeras dos estrellas fugaces
iluminar el firmamento. La pediatra la observó con una leve sonrisa. Había cerrado los ojos, aún con la
cabeza dirigida al cielo, y parecía murmurar algo en voz muy baja.
“Deberías pedir un deseo… por si las moscas”, las palabras de Esther resonaban en su cabeza. Sin
embargo, no era todo tan fácil como parecía. ¿Qué podía pedir? Su trabajo le iba bien, la relación con su
familia parecía encauzarse de nuevo a pesar de haber estado un tanto distantes durante los últimos
meses y… y ya no estaba con Ángela.

Miró de nuevo a Esther, con los ojos cerrados y una sonrisa que se dibujaba en aquellos labios cerrados.
¿Cómo alguien podía poner tanta ilusión en algo que seguramente no funcionaría? Al fin y al cabo, sólo
era una lluvia de estrellas. “Quizá, si te dejas llevar…”, pensó. Cerró los ojos y tomó aire, formulando
mentalmente lo primero que se le pasó por la cabeza.

Sonrió sin poder evitar sentirse estúpida ante aquel acto tan poco característico de ella. Abrió los ojos
de nuevo y miró a Esther, quien seguía inmóvil entre sus brazos, sin hablar, pero con los ojos abiertos y
la mirada fija en el firmamento.

M: ¿Ya has pedido tu deseo? –le preguntó en un susurro.

La voz de la pediatra la sacó de su trance, obligándola a girarse para mirarla a los ojos. Al hacerlo, ambas
sintieron algo que las hizo dejar de respirar. Como si alguna fuerza invisible las obligara a mirarse
fijamente, sin mover ni un músculo, sin poder, sin querer hacerlo.

Maca observó el brillo de los ojos de Esther, resultado de la ilusión con la que estaba viviendo aquella
noche, proporcionando un magnetismo especial a su mirada. Por su parte, Esther sintió un pinchazo al
comprobar la tristeza que encontró en aquella mirada. Recordó las palabras de sus compañeras al
explicarle que parecía que no se había repuesto aún de su ruptura sentimental y entendió que, aquella
apariencia fría y distante que ella misma había calificado como borde, no era más que una coraza para
no dejar ver esa tristeza que ahora la mantenía anclada en aquel punto.

Eva: ¡Ahí van tres de golpe!

El grito de Eva las hizo dar un respingo, separándose ligeramente, desviando la mirada. Esther se giró
unos segundos, contemplando el rastro que las tres estrellas habían dejado al atravesar el cielo de
manera fulminante y sonrió, dejando escapar un pequeño suspiro.

E: Yo no aguanto más el frío –sonrió y giró sobre sus talones.

La pediatra, envuelta aún en aquella manta, sintió aquel frío del que hablaba Esther, pero no por la
gélida temperatura de aquella madrugada, sino por la ausencia de aquel cuerpo entre sus brazos. Se giró
y la miró alejarse y desaparecer por el umbral de la puerta, con los brazos cruzados y la cabeza
agachada.

C: Chicas, esto se ha acabado –dijo entre bostezos.

Eva: Espérate un ratito más a ver.

C: Eva, llevamos cinco minutos sin ver ni una más. Yo me voy que me estoy quedando periquito.

La cirujana corrió ligeramente hasta la puerta, envuelta en la misma manta con la que había salido.
Maca decidió imitar a su amiga y comenzó a caminar en dirección a la puerta, seguida por Laura, quien
se unió a la explicación de Cruz, a pesar de que Eva insistía en que se quedara un poco más.
Maca, oyó sus pasos, se giró y le ofreció una sonrisa de medio lado, esperándola para entrar en la casa.
Una vez dentro, dobló la manta y la colocó sobre el respaldo del sofá, donde siempre la dejaba. Se
dispuso a subir al piso de arriba cuando notó la mano de Laura agarrarla del brazo y tirar de ella.

L: ¿Me explicas qué ha pasado ahí fuera? –le preguntó en un susurro mientras miraba hacia las escaleras
para asegurarse de que estaban solas.

M: ¿Explicarte el qué? –preguntó sorprendida.

L: Maca -enarcó las cejas- Esther, tú… la manta. Hace unas horas casi os matáis y luego estáis ahí… -hacía
un gesto con las manos en el aire.

M: Ahí… –la animaba a seguir.

L: ¡Abrazadas joder! Ni que fueseis…

La pediatra emitió un chasquido de fastidio y se dirigió hacia las escaleras, siendo detenida de nuevo por
su compañera.

L: Maca, espera.

M: No, no tengo por qué darte explicaciones de nada, Laura. Lo que has visto ha sido… No ha sido nada,
¿Vale? –Ladeó la cabeza- Es una cabezota, se hubiera quedado helada.

L: Mira Maca, quizá eso le sirva a otra pero os he visto. Te he visto cómo la mirabas y Esther… -suspiró,
intentando elegir las palabras con cuidado- Esther no es así.

M: ¿Así cómo? –preguntó con el ceño fruncido.

L: Lesbiana, Maca.

M: Eso no es asunto mío. Si estuviera interesada en ella me importaría, pero no es el caso. No te montes
películas.

L: Mira, sólo te lo digo porque os aprecio a las dos. Esther lo acaba de dejar con Raúl, el del SAMUR, y
está dolida.

La pediatra se cruzó de brazos y suspiró, intentando entender a dónde quería ir a parar su amiga.

L: Él la engañó, Maca. Está sensible, no… no quiero que se confunda. Que la confundas –puntualizó,
colocando una mano sobre los brazos de la pediatra- No te lo tomes a mal pero estas cosas pasan
cuando más vulnerable es uno.

M: Me parece increíble que me estés diciendo esto, Laura ¿Quién te crees que soy? ¿Crees que voy por
ahí convirtiendo a tías heteros o… o…? –Resopló- Es que no sé ni qué decirte –le recriminó- Joder.

Puso las manos en jarras y sacudió la cabeza, sin creerse lo que estaba escuchando.

L: Maca no te lo tomes así, no quería decir eso, sólo que…

M: Ya, captado –movió su mano como zanjando el asunto- Pero te repito que no has visto nada. Si ni
siquiera la soporto…

La residente abrió la boca para contestarle pero la puerta se abrió de golpe, dejando entrar a una Eva
tiritando de frío y con el telescopio a cuestas.
Eva: ¿Alguien me ayuda? –Preguntó con esfuerzo- Sé que estáis ahí, os he oído, no seáis perras.

Maca sonrió y se dirigió a su amiga, cogiendo el telescopio para que entrara y se calentara junto a la
chimenea.

Eva: Brrr… -se frotaba las manos- que frío, tías.

L: Es que a quién se le ocurre.

Eva: Perdona guapa, pero tú eres la que se ha pirado con la manta y me ha dejado a la intemperie
“sierril”.

La residente emitió una carcajada, sentándose junto a ella en el sofá. Le dedicó antes una última mirada
a Maca, quien subía las escaleras sonriendo.

Maca entró en la habitación con cuidado, cerrando la puerta despacio por si la cirujana ya se había
dormido. Caminó lentamente hasta la cama de matrimonio en la que Cruz yacía ya desde hacía un rato,
y se sentó en el borde, desabrochándose los cordones de las botas.

C: ¿Ya no había más estrellas? –preguntó en voz baja.

M: Hey, creía que estarías ya dormida –la miró por encima de su hombro.

C: Te estaba esperando.

M: Vaya, parece que hoy todo el mundo tiene algo que decirme –murmuró.

Cruz frunció el ceño, gesto que pasó inadvertido por la pediatra debido a la oscuridad de la habitación,
iluminada tenuemente por la luz que apenas entraba por las dos ventanas de la pared de la derecha. Sin
embargo, la luz bañaba directamente a Maca, quien había escondido su rostro entre sus manos y
permanecía en silencio.

C: ¿Todo bien? –preguntó preocupada.

M: Claro. Estoy cansada, sólo es eso –dijo quitándole importancia.

C: Bueno, mañana conduzco yo y así te echas una cabezadita en el coche.

M: Pues ya me dirás… -se metía en la cama- Delante que no tengo sitio, o detrás con dos de esas tres
locas.

C: Anda no seas gruñona, que me recuerdas a Vilches –bromeó.

La pediatra se acomodó boca arriba en la cama, mientras que su amiga se colocaba de medio lado,
encarándola. Permanecieron así sin decirse nada un buen rato, hasta que Cruz rompió el hielo.

C: Me alegra ver que has arreglado las cosas con Esther. Es buena chica.

M: Ajá –asintió de manera ausente, con los ojos ya cerrados.

C: Sólo que…

M: Está pasando por una mala racha porque su ex, el chulo piscinas de Raúl, le ha puesto los cuernos. Sí,
ya me lo sé, Cruz ¿Tú también me vas a regañar? –le preguntó molesta.
C: ¿Se puede saber qué te pasa? ¿De qué hablas? –preguntó extrañada.

M: Nada –suspiró- olvídalo, por favor. Estoy cansada.

C: Vale, como quieras. Buenas noches, Maca.

Pero la pediatra no contestó, en un intento de evadirse por completo de todo lo acontecido aquel día.
De Esther y su contradictoria personalidad, de cómo había perdido la noción del tiempo al mirarla a los
ojos hacía apenas media hora. Y aquella sensación de calor recorriendo su cuerpo al sentirla pegada a
ella, entre sus brazos, como si estuviera protegiéndola.

Resopló, molesta consigo misma, y se giró, golpeando la almohada ligeramente mientras se colocaba de
espaldas a Cruz, que la miraba preocupada.

De medio lado, Esther miraba por aquella ventana, aquel escape visual pero a la vez por donde podía
dejar vagar aquel sentimiento que aún la hacía preguntarse entre los nervios ¿Qué había querido
abandonar tras cruzar la puerta? ¿Qué era lo que había ocurrido hacia tan solo unos minutos?

Se giró buscando luz tras la puerta, en su contrariedad, solo había oscuridad y silencio. Miró hacia su
derecha y vio como aquella cama unida a la suya aún permanecía vacía. Pensó en buscar a las chicas,
pero seguramente se encontrarían en el salón o fuera todavía.

Abrazándose a la almohada pensó en Raúl, en cómo había ido a aquella escapada queriendo olvidar los
días que había pasado llorando, queriendo dejar atrás aquella sensación de desconfianza que el final de
su relación había creado en ella. Recordaba los primeros días del médico del SAMUR en el hospital, en
cómo la trataba, cómo la hacía sentir única y especial. Pero lejos de todo aquello, había sido una más
para él, cómo bien le había demostrado con su engaño.

En un momento en que su mente se quedó en blanco, recordó el encontronazo con Maca, aquel tono en
su voz, crispado e irritado, tan diferente al que usaría luego para disculparse. Suspiró recordando cómo
sonrió al ver cómo Maca asentía a su última frase, marchándose de allí rendida. De nuevo la imagen de
Maca frente a aquella chimenea le hizo pensar en lo que las chicas le habían contando, preguntándose
ahora cuál habría sido el motivo de aquella ruptura con su novia.

Nerviosa, se levantó casi de un salto, sintiendo el frío en su piel, tomó una manta que había a pie de su
cama, y se fue despacio hasta la ventana, viendo como aquel aún despejado cielo se alzaba sobre ella.
Se sorprendió emocionada al ver la que, seguramente, sería la última estrella para ella. Se abrazó a sí
misma y miró hacia el pequeño jardín, recreando aquel momento en el que Maca la cubría con la manta,
pegando su cuerpo tras ella.

Esther bajó las escaleras bostezando, estirando los brazos por encima de la cabeza. A pesar de haber
intentando dormir un poco más, había escuchado jaleo proveniente de la planta de abajo que la había
despertado.

E: Mmh… Café –pronunció al oler el brebaje.

Se fue directamente a la cocina, donde Cruz le servía ya una taza al haberla escuchado y la dejaba frente
a una de las sillas vacías.

E: Buenos días, chicas.


L: Buenos para ti que has dormido.

Eva: Eso –dijo con desgana cogiendo una magdalena.

L: Tendrás valor… Pero si te has pasado toda la noche durmiendo.

Eva: ¿Y eso cómo lo sabes tú, lista?

L: Porque no podía dormir con tus ronquidos.

Eva: Estaba incómoda –respondió mientras quitaba el papel a la magdalena- siempre ronco cuando
estoy incómoda.

Cruz soltó una carcajada, apoyándose contra la encimera mientras tomaba su café. Se giró para mirar
por la ventana, esperando ver a Maca, la que faltaba en aquel desayuno.

L: Cruz me estás poniendo nerviosa ahí de pie ¿Por qué no te sientas?

C: Es la costumbre de tomar café en el hospital, nunca tengo tiempo para sentarme –sonrió y volvió a
mirar por la ventana.

Eva: ¿La ves? –la cirujana negó con la cabeza.

E: ¿Habláis de Maca? –preguntó Esther.

C: Debe estar por el otro lado de la casa, o cerca del río. No ha parado de dar vueltas toda la noche.

L: Como una que yo me sé.

Eva: Mira guapa, te podías haber subido a dormir con Esther si tan mal estabas.

Laura se echó para atrás al ser señalada con el papel de una de las magdalenas, el cual Eva movía frente
a sus narices de manera enérgica al hablar.

L: ¿Quieres parar con eso? –Le dio un manotazo en el brazo- ¿Cuántas llevas ya?

Eva: Dos –contestó con la boca llena- estoy en edad de crecimiento.

L: A ver si es verdad y maduramos un poquito –bromeó.

Esther empezó a reír mientras se echaba la tercera cucharada de azúcar al café. Las risas de todas se
interrumpieron al oír cómo se abría la puerta. Maca entraba con un anorak abrochado hasta arriba, el
pelo recogido en una coleta y luciendo una nariz y unas mejillas coloradas a causa del frío.

C: Dichosos los ojos –le dijo con seriedad.

M: Buenos días.

Dirigió una mirada rápida a las presentes y se marchó escaleras arriba, bajando la cremallera de su
anorak mientras subía.

Eva: ¿Y a esta qué le pasa? –preguntó, flexionando ambas rodillas en la silla.

Cruz cambió de tema enseguida, intentando distraer la atención de sus compañeras. Eva y Laura se
sumaron al nuevo tema de conversación, no así Esther, quien seguía mirando fijamente las escaleras por
las que había desaparecido la pediatra.
Maca iba de un lado a otro de la habitación, recogiendo todo y metiéndolo en la pequeña bolsa de viaje
que había llevado con ella. Quería tenerlo todo recogido para poder relajarse mientras sus compañeras
se preparaban para marcharse, siempre tardaban más. Igual que habían tardado más en levantarse, tal y
como se esperaba.

Abrió la puerta para dirigirse al baño y reculó de golpe al estar a punto de chocarse con una Esther que
atravesaba el pasillo de manera ausente, con la mirada fija en el suelo.

M: Cuidado –advirtió.

E: Ay, perdona Maca –sonrió- Estaba… bueno, despistada.

M: Ya veo, casi te arroyo.

E: Bueno, no hubiera sido para tanto.

Ambas se miraron en silencio, asintiendo levemente con la cabeza, sin estar seguras de qué decirse.

M: ¿Has dormido bien?

E: Sí, mucho. Sobre todo teniendo las dos camas para mí sola –sonrió.

M: Ya, vaya dos, Eva y Laura…

E: Sí, vaya dos –asintió- Eh... bueno voy a…

M: Sí, claro, yo voy al... al baño –señaló a la puerta al otro lado del pasillo.

Esther se echó a un lado y dejó que la pediatra se dirigiera a abrir la puerta del baño; se giró de repente.

E: Maca… -la pediatra la miró- ¿Todo bien?

M: Eh… sí, claro –mintió, apretando los labios antes de cerrar la puerta.

La enfermera permaneció ahí de pie, en mitad del pasillo, observando la puerta de madera que se
acababa de cerrar. Unos pasos subiendo por las escaleras la hicieron salir de su trance, mirando de
quién se trataba. Oía las risas de Laura y pronto la vio aparecer por el pasillo.

L: Hola ¿Qué haces aquí plantada como un pasmarote? –le preguntó dirigiéndose hasta donde estaba
ella.

E: Nada, te he oído subir.

L: Ah… ya –rodeó sus hombros con su brazo y empezaron a caminar- ¿Seguro que estás bien?

E: Sí, Laura, seguro.

L: Oye que es normal que pienses en Raúl y todo eso… Estas cosas llevan tiempo, pero tú tranquila, lo
superarás.

E: ¿Eh? –La miró extrañada- ¡Raúl! Sí, sí… claro… -añadió apurada.

L: Estás muy rara, Esthercita.


E: Anda, vamos a recoger las cosas y separar las camas, que luego la doctora Fernández se enfada –
bromeó, esperando que su amiga cambiara de tema.

Un rato después todas permanecían en el coche de la pediatra, en este viaje Cruz había decidido
conducir, ya que conocía de sobra la noche que había pasado Maca, y prefirió ser ella quien tomaba el
volante esta vez mientras su compañera se echaba en la parte de atrás a intentar dormir.

A su lado permanecía Laura, que con una bolsa de patatas disfrutaba ahora de su apetito sin
interrupciones, pues aquella breve conversación del principio ya había terminado. Las primeras
impresiones del viaje habían sido expuestas, y el cansancio había aparecido en un dulce sueño que ya
disfrutaban Eva y Esther, mientras Maca aun permanecía con los ojos abiertos mirando por la ventanilla,
mientras una música en el volumen perfecto, la hacía pensar sin ni siquiera darse cuenta.

En un momento en que su cuello necesitaba cambiar de postura suspiró apoyando la cabeza en el


respaldo. Miró al frente justo en el momento en que Laura, inconscientemente, había llevado la vista al
retrovisor buscando aquel ruido, haciendo que ambas miradas coincidiesen, quedando así unos
segundos, hasta que la pediatra decidió que era el momento perfecto para cerrar los ojos e intentar
dormir.

Justo en ese momento la enfermera parecía quejarse en sueños y movió su cuerpo buscando una
postura más cómoda, y por estar en medio, la encontró en el hombro de Maca, casi abrazándose a su
brazo, y apoyando completamente su rostro en ella, movimiento que tampoco pasó desapercibido para
Laura que seguía mirando por el espejo. Su silencio llamó la curiosidad a Cruz.

C: ¿También lo has pensado? -habló sin apartar la mirada de la carretera.

L: ¿Pensar el qué? -bajó la vista a su bolsa buscando las patatas- Yo pienso muchas cosas.

C: Ya sabes de qué te hablo Laura… Creo que las dos hemos visto lo mismo.

L: No sé de qué me hablas Cruz, sé más concreta, anda -hablaba en voz casi baja sabiendo a que se
refería su compañera.

C: No sé qué verías tu pero… me temo que esto no acabará aquí… me da que lo tendremos en la cabeza
bastante tiempo.

L: ¿Crees que…? -la residente giro su rostro para mirarla y encontró una seriedad que le hacía saber que
hablaba convencida- Pero Esther no…

C: Tú no eres Esther, y yo tampoco… Así que hablar por ella sería una estupidez. Tampoco ha pasado
nada por lo que tengamos que estar preocupadas, aunque si estuviéramos en lo cierto… -La miró unos
segundos- Yo de ti dejaría de preocuparme, lo que tenga que pasar pasará.

L: Ya, pero…

C: Pero nada Laura, sólo podemos estar ahí por si hacemos falta en algún momento, nada más…

Envuelta por las palabras de Cruz se giró lo suficiente para ver como detrás, Esther seguía en aquella
misma posición, prácticamente abrazada a Maca, haciéndola imaginar por un momento que estaban en
lo cierto, sabiendo que entonces, solo podría estar al lado de su amiga.
Ya en Madrid Cruz pasaba primero por el apartamento de Eva, que tras más de una queja por la
intromisión en su sueño, bajaba su mochila y cargaba con el telescopio haciendo reír a sus compañeras.

C: ¡Lleva cuidado anda! A ver si te vas a quedar sin tu ojo indiscreto Jajaja

Eva: ¡Mira que sois tontas eh!

Una vez entro en el portal la cirujana volvía a conducir esta vez hasta su casa, y una vez allí la pediatra
acercaría a Laura y Esther al apartamento que compartían juntas.

C: Pues nada, ya hemos vuelto a la realidad…-sacaba su macuto del maletero junto a Maca-…mañana
nos vemos.

M: Gracias por venir Cruz.

C: No seas tonta…nos vemos mañana.

M: Claro.

C: ¡Hasta luego chicas!...-las despedía una vez junto a la ventanilla-….

L: Hasta mañana.

E: ¡Hasta luego cruz!...-sacaba la mano por la puerta haciéndola sonreír.

M: Bueno pues…-subía hasta el asiento del piloto junto a Laura-…ahora vosotras.

Ya puestas en marcha Laura había apoyado su brazo en la puerta, quedando así mirando hacia el
exterior por la incomodidad del silencio que las había envuelto desde que se alejaran de casa de Cruz.
Esther se había sentado en medio de los tres asientos traseros, mirando al frente, y de vez en cuando a
la pediatra que tenía el rostro bastante serio, haciéndola saber que no le gustaba aquella situación.

E: Oye maca…-se colocó entre ambos asientos delanteros apoyada mientras hablaba con la pediatra.

M: Dime.

E: ¿Y no se te ha ocurrido poner una piscina? En verano tiene que ser un gustazo…-Laura se giraba
mirando a Esther- ¿Qué? Es una buena idea.

L: Tú tienes una obsesión por las piscinas Esther… te lo digo yo.

E: ¡Están chulas! ¿Qué pasa si me gustan? –Miró a la pediatra- ¿Tú qué dices Maca?

M: La verdad es que lo pensé… pero antes de llegar el verano las cosas no estaban muy bien que
digamos, y se me pasó por completo.

E: ¿Pero a que estaría bien ponerla? Allí tiene que dar un buen sol en verano y…

Aprovechando un semáforo en rojo la pediatra miró por el espejo la cara de la enfermera, realmente
parecía disfrutar con la idea que se le había ocurrido y no puedo evitar sonreír mientras comenzaba a
dar unos golpecitos en el volante.

M: Me parece una idea estupenda si… quizás la ponga.


E: ¡Guay! Así podríamos ir en verano y darnos un buen chapuzón.

L: Esther… te estás auto invitando… es su casa, hará lo que ella vea conveniente.

E: Pero ella quiere y…

M: Tranquila que si pongo una piscina tú serás la primera en probarla, te lo prometo.

E: Tampoco es eso Maca…-contesto avergonzada-…sólo…no sé, se me ocurrió y…

M: Me gusta la idea… -volvió a tomar velocidad-…cuando la ponga te pediré opinión, me echas una
mano ¿Vale?

E: Claro, ¡Podrías poner un tobogán! Son la risa y... -cuando se dio cuenta del entusiasmo de sus
palabras miró de nuevo por el espejo y vio como la pediatra sonreía y en cambio Laura la miraba
arqueando una ceja-…vale, vale… Esther se calla.

Frente al edificio la pediatra les ayudaba a sacar sus cosas del maletero mientras Laura echaba viajes
hacia el portal dejando algunas allí, volviendo después a por más hasta el coche.

L: Bueno pues… gracias Maca, a ver si repetimos algún día.

M: Claro…-cerró el maletero y metió las manos en los bolsillos de su pantalón viendo como Esther se
colocaba la mochila- ¿Te lo has pasado bien?

E: Si… la casa es preciosa y me encantan esas escapadas.

M: Bueno, si algún día te apetece volver solo tienes que decírmelo, será un placer dejártela.

E: No, no… por Dios, no podría no. Con lo ordenadita que eres tú… mejor no…-vio como Maca sonreía y
continuó hablando si miedo-…gracias Maca.

M: No hay de qué…-se giró para ir hasta el coche.

E: ¿Mañana trabajas? -dio un paso quedando nuevamente frente a ella.

M: Sí, tengo guardia por la noche… gracias a Dios, porque anoche apenas dormí así que aprovecharé.

E: Yo también… también tengo este turno quiero decir…-se apresuró a rectificar-…nos veremos
entonces.

L: ¡Esther! ¡Es para hoy!

E: ¡Voy leche! Bueno pues…hasta mañana.

M: Hasta mañana.

Teresa tamborileaba con las uñas sobre el mostrador, resoplando de vez en cuando. Maca, que se
encontraba al otro lado, no paraba de protestar mientras revisaba una y otra vez las hojas de todos los
informes que allí había.

T: Si no están, no están ¡Así de fácil!


M: Lo mismo se han traspapelado, Teresa, o algún listo ni ha mirado el número de historial y los ha
puesto con su informe –soltó una pequeña risa- Que no sería de extrañar con la cantidad de listos que
hay en este hospital… -añadió en un murmullo.

T: ¿Has llamado a laboratorio? Lo mismo ni los tienen aún.

M: Sí, Teresa, y Helena me ha dicho que no tiene ni idea.

T: Bueno ¡Pero deja ya los historiales, hombre! –apartó su mano de la montaña de carpetas- Que me
estás poniendo de los nervios.

M: Me van a oír, Teresa, los pedí urgentes.

-¿Qué pediste urgente? –preguntó alguien por detrás.

La pediatra se giró, viendo a una sonriente Esther que acababa de llegar.

M: Hola Esther.

E: Hola ¿Qué pasa?

M: Pues que he pedido unas pruebas urgentes de un chaval, transaminasas y pruebas cruzadas, y no sé
si es que se ha traspapelado o las enfermeras pasan de mí o qué. –dijo molesta.

E: A ver, dame el historial, yo me ocupo –dijo con seriedad.

M: Pero tú acabas de entrar, Esther, ya se lo doy a Reme que…

E: Maca, déjame a mí, en serio.

La pediatra le dio la carpeta al ver la decisión con la que la enfermera se la pedía. Enseguida empezó a
ojear el historial, con cara de concentración y el ceño fruncido.

E: Vale, ¿vas a estar por urgencias?

M: Sí, al menos un rato más.

E: Vale, ahora te lo llevo. Toma –le devolvió el historial.

Maca se mordió el labio, recordando la Esther despreocupada y desordenada con la que había convivido
aquel fin de semana y le costó relacionarla con la seriedad que había mostrado con aquel asunto. Justo
cuando la enfermera se disponía a cruzar las puertas de urgencias, Raúl se acercó a ella y la cogió del
brazo.

R: Esther, hola, ¿Podemos hablar?

E: Lo siento Raúl, tengo lío –miró a Maca.

R: Sólo será un momento tengo que dec…

E: Luego –le interrumpió.

La enfermera desapareció por las puertas de urgencias y Maca devolvió su vista al informe que tenía
entre las manos, no así Teresa, quien seguía la escena y la posterior reacción de Raúl con gran interés,
habiéndose puesto hasta las gafas.
El médico del SAMUR resopló molesto y miró a ambas.

R: Hola.

T: Hola.

Sin embargo Maca no le contestó, siguió mirando las hojas del historial como si nada, así que no vio que
el médico se marchaba.

T: Se le ve que lo está pasando mal, pobrecillo.

M: Venga ya, Teresa –dijo con hastío- Ni pobrecillo ni nada, lo que es es un imbécil.

Dicho esto se marchó por el mismo lugar por el que, minutos antes, lo había hecho la enfermera.

Tras un tira y afloja con Helena, del laboratorio, Esther encontró los resultados del paciente de Maca.
Sonriendo, aunque molesta por desorganización de sus compañeros, bajó hasta urgencias para buscar a
la pediatra.

Una vez abajo se cruzó con Laura, quien ya iba vestida de ropa de calle y rebuscaba algo afanosamente
en el bolso, de manera que no vio a la enfermera acercarse de frente.

E: Si sigues así vas a acabar con la cabeza dentro del bolso -bromeó.

L: Ay, hola ¿Empiezas ya?

E: Sí, hace un ratito, estaba haciendo unas cositas. Oye, que te he dejado lasaña en la encimera, en un
tupper que me ha traído mi madre esta mañana.

L: Me encanta tu madre –decía sonriente.

E: Bueno, pues voy a ver si veo a Maca que le tengo que dar unos resultados.

L: Pues ten cuidado que está que muerde –decía mientras seguía buscando en el bolso- No sé qué de
unos análisis que no encuentra…

La enfermera rió y le mostró la carpeta que llevaba de la mano, lo cual hizo reaccionar a la residente,
quien empezó a reírse a carcajadas.

L: De verdad, no sé donde tengo la cabeza, menudo turno –suspiró- Oye, creo que me he olvidado las
llaves de casa.

E: ¿Sí? Y luego el desastre soy yo… -se burló.

L: ¿Me dejas las tuyas?

E: Claro, vamos a la taquilla que te las doy.

Cuando se disponían a emprender el camino, escucharon la voz de Maca que llamaba a la enfermera, lo
cual las hizo girarse.

M: ¿Tienes los….? –Le tendió la carpeta antes de que pudiera terminar- Vale, gracias.

E: De nada –le dijo con una sonrisa.


Laura miró a su amiga, quien seguía con la vista a la pediatra, que se marchaba en dirección a cortinas.
Suspiró, recordando las palabras de Cruz en el coche de regreso a casa, y la cogió del brazo.

L: Vamos Esther que me quiero largar de aquí cuanto antes.

Ambas reían por una anécdota que Laura le relataba a la enfermera sobre uno de los pacientes que
había atendido junto a Héctor, un médico argentino de su misma edad. La risa de Esther se cortó al ver
que alguien llamaba a la puerta y asomaba la cabeza, y que ese alguien era Raúl.

R: Perdonad chicas, tengo que hablar contigo, Esther –dijo con seriedad una vez dentro.

Laura miró a su amiga, que suspiró pero asintió con la cabeza. Le residente le dejó un beso en la mejilla y
pasó por el lado del médico sin dirigirle una palabra, tan solo una mirada hostil que hizo que bajara la
vista.

E: A ver ¿Qué quieres? Dímelo rápido porque tengo trabajo –espetó.

R: ¿Vas a estar siempre tan a la defensiva?

E: ¿Tan a la defensiva? –Preguntó perpleja- Perdona, Raúl, no quería herir tu sensibilidad. Espera a ver si
puedo olvidarme de que me estuviste engañando y así poder hablarte mejor.

R: Vale, me lo merezco.

E: Claro que te lo mereces, la que no se lo merece soy yo –dijo con rabia- ¿Ahora qué? ¿Qué quieres?
¿Decirme que estás arrepentido y que me echas de menos?

Raúl la miró, aún cabizbajo, haciéndole entender que estaba en lo cierto.

E: Así que es eso –sonrió- Me parece increíble el morro que tienes.

R: Esther, escúchame al menos ¿No? –Puso los brazos en jarra- Por favor.

E: Di lo que tengas que decir, pero dilo ya –se cruzó de brazos.

R: Mira, sé que fui un capullo, que me porté fatal contigo pero sólo fue un desliz, sólo eso –la enfermera
desvió la mirada, dolida- De verdad que no significó nada, Esther. Yo te qui…

E: No, –le interrumpió- ni se te ocurra acabar esa frase. Es mentira, como tantas otras

El médico del SAMUR bajó la cabeza, sabiendo que no iba a conseguir nada de la enfermera, al menos
por el momento. Esther, al verlo así, suavizó el tono.

E: Mira, eres un buen tío, y quizá… con el tiempo… podamos ser amigos, pero ahora mismo no puedo ni
mirarte a la cara.

R: Lo siento Esther yo…

E: ¿Sabes lo curioso? Que no es la primera vez que me ponen los cuernos –negó con la cabeza- Debes
ser por lo menos el tercer tío que me lo hace. Pero no sé por qué, pensé que contigo sería diferente, que
realmente era especial, única… Y resultó ser mentira.

R: Eres muy especial, Esther.


E: No lo suficiente –sonrió- O quizá es que mis amigas tienen razón, quizá soy demasiado especial y tú
no eres más que un capullo.

Se dispuso a marcharse de allí pero Raúl la cogió del brazo en un último intento de retenerla con él e
intentar hacerse escuchar. Sin embargo, Esther se zafó de su mano con un gesto de su brazo y le miró
desafiante.

E: Supéralo, Raúl, yo ya lo he hecho.

Dicho eso, salió de allí y cerró la puerta tras de ella. Caminó hasta dar la vuelta al pasillo opuesto al que
sabía que saldría Raúl. Se paró y se apoyó contra la pared, cerrando los ojos y suspirando.

Maca le acababa de colocar una escayola en el brazo a un niño que hacía pucheros a pesar de que su
madre intentaba calmarle como podía.

Madre: ¿Y no le puede dar nada doctora?

M: Sí, ahora busco a una enfermera para que le de algo a David, que se está portando muy bien ¿Eh? –le
decía con cariño al niño que paraba de llorar para asentir con su cabeza- Bueno, esto ya casi está, ya
verás cómo vas a fardar en el cole con tus amigos.

Cuando colocaba la última gasa empapada en escayola, Esther entró en la sala de curas con una
pequeña bandeja de la mano.

E: Hola.

M: Hola Esther ¿Qué traes ahí?

E: Cinco miligramos de paracetamol para el niño –miró a la madre y después a la doctora- O si quieres
otra cosa…

M: No, no… Es justo lo que iba a pedir, gracias.

E: A ver –preparaba la jeringuilla- ¿Me permite? –le pidió a la madre, quien se apartó un poco para que
pasara- Vamos a ponerte esto para que no te haga pupa el brazo ¿Vale?

M: Venga David, como un campeón ¿Eh? No te vayas a quejar ahora, que ya ha pasado lo peor.

E: Así, muy bien ¿A que ni te has enterado?

El niño negó con la cabeza y Esther le dio un beso en la mejilla en señal de agradecimiento mientras se
giraba para deshacerse del material que había usado.

M: Bueno pues en principio tiene para seis semanas. Vaya a su médico de cabecera para que le quiten la
escayola. –comenzó a quitarse los guantes- Bueno David, ahora a esperar un poco a que se seque ¿Vale?
Tienes que estarte muy quieto y no saltar de más árboles –le advirtió- Id a la sala de espera, ahora os
llevo el alta.

Madre: Gracias doctora.

Una vez estuvieron solas, Maca empezó a rellenar el alta del niño, apoyada en la camilla, mientras que
Esther colocaba todo en su lugar.
M: ¿Quién te ha dicho lo del niño?

E: Me avisó Teresa de que estabas con un brazo roto –la miró- ¿Por qué? ¿Te molesta?

M: No, claro que no –la miró extrañada- Más bien me sorprende.

E: ¿Y eso por qué? –preguntó molesta.

M: Porque no pareces tú… No sé, en la Sierra tan despistada y desordenada y en el hospital eres tan…
No sé… responsable.

E: Yo es que me tomo mi trabajo en serio. Aunque lo mismo es que tú eres demasiado seca, fuera y
dentro del hospital.

Dicho esto se marchó, dejando a la pediatra totalmente perpleja ante aquel comentario. ¿Qué podía
haberle podido pasar desde que entró para que estuviera así? Pensó en la Esther sonriente que había
visto al entrar, la que había conocido aquellos días en la Sierra, y en la Esther de ahora. Seca, casi
impertinente.

M: Pues sí que estamos bien, desordenada y con personalidad múltiple –protestó.

E: Pareces hasta responsable –repetía en tono burlón al entrar en la cafetería.

Llevaba su inseparable carpeta verde con ella y la dejó caer sobre el mostrador de la cafetería mientras
se preparaba un café con cara de pocos amigos. Se le fue la vista hacia un lado al ver una bandeja con
pastas. Miró a su alrededor y vio un plato vacío, el cual usó para poner dos donuts de chocolate.

Observó todo con detenimiento, pensando en cómo iba a llevar todo eso hasta la mesa de Cruz, quien le
había hecho una señal al verla para que se sentara con ella. Tras sopesar sus opciones, cogió la carpeta y
la colocó en su axila, cogiendo la taza de café con una mano y el plato con los donuts en la otra.

Anduvo como pudo, haciendo equilibrios hasta la mesa, pues había llenado demasiado la taza, y le
agradeció a Cruz con una sonrisa que le cogiera el plato con los donuts para poder soltar el café y la
carpeta sin problemas.

C: A ver, qué te pasa –preguntó mirando de nuevo el periódico que tenía sobre la mesa.

E: ¿Por qué me tiene que pasar algo?

C: Doble ración de chocolate –la miró con una sonrisa- O te ha venido la regla o a ti te pasa algo. Y como
sé que te vino la semana pasada porque no parabas de quejarte de tu dolor de riñones, sólo queda la
otra opción.

Esther suspiró, masticando un poco el trozo de donut que había mordido para no hablar con la boca
completamente llena.

E: No es que me pase nada –masticó un poco más- es sólo que tu amiguita, la doctora doña perfecta, me
ha tocado las narices un poco.

C: ¿Maca? –Frunció el ceño sin levantar la vista del periódico- Está un poco gruñona hoy, pero con no
hacerla ni caso…

E: Ya claro, quizá tú que la conoces y seguro no te ataca constantemente. Pero a mí no me puede ni ver.
La enfermera le dio un trago su café, antes de pegarle un mordisco con ganas al donut, recogiendo con
el dedo pulgar los trozos de chocolate que cayeron sobre la mesa.

C: No le caes mal, Esther, simplemente está pasando por una mala racha.

E: Yo también, Cruz, -se tapó la boca con una mano- pero no por eso le voy jodiendo la vida a la gente.

La cirujana pasó de página y la miró tras suspirar.

C: A ver ¿Qué te ha dicho esta vez?

E: Nada, es igual –bajó la vista- si te vas a reír.

C: Que no me río… venga.

E: Pues que me ha dicho que parece mentira que en el hospital sea tan responsable y eficiente teniendo
en cuenta que soy un desastre de persona. Con otras palabras pero es lo que me ha venido a decir –se
acabó uno de los donuts, chupándose el dedo índice y el pulgar.

Cruz empezó a reírse nada más escuchar la explicación de la enfermera, quien la miraba molesta,
partiendo con los dedos un trozo del segundo donut.

E: ¿Ves? Sabía que te ibas a reír.

C: Perdona –se disculpó levantando una mano- pero es que no sé por qué te ofendes, si es verdad –la
enfermera hizo una mueca- Te lo hemos dicho todas mil veces.

E: Ya pero no es lo mismo.

C: ¿Por qué?

E: Pues porque vosotras… -suspiró- Vosotras sois vosotras y ella es una estirada y una borde que me
tiene manía.

La cirujana negó con la cabeza y devolvió su atención al periódico, pasando de página al no encontrar
nada de interés.

C: En serio, dale una oportunidad. Todavía echa de menos a Ángela, o lo que sea que le pase. De
cualquier manera, está claro que aún está afectada. Pero créeme, Maca es una buena chica cuando la
conoces.

E: Ya, y yo soy monja –murmuró.

C: Mira, puedes creerme o no –le dijo mirándola a la cara- pero conozco a Maca desde hace mucho y sé
cómo es. Es divertida, inteligente, cariñosa, amiga de sus amigos… Y a veces incluso un poco cabeza loca,
despistadilla –añadió con una sonrisa- como tú.

E: Lo dudo.

C: Como quieras, pero en serio, no se lo tengas en cuenta –acabó su botella de agua y miró el reloj,
cerrando el periódico- Yo me voy que tengo quirófano en un ratito. Luego te veo.

La enfermera suspiró, recogiendo los últimos trozos de chocolate del plato, ya vacío. Suponiendo que
Cruz tuviera razón y que Maca era todo aquello que le había dicho ¿Qué le había hecho cambiar de
aquella manera? ¿Y por qué era la única contra la que parecía arremeter?
Maca observaba una radiografía en el pasillo con una residente. Ambas compartían impresiones tras
colocarla en el magnetoscopio. La pediatra señalaba un área cerca de la clavícula mientras que la chica
que la acompañaba tomaba notas en el historial.

Esther lo observaba todo desde una distancia prudencial, jugando con un bolígrafo en sus manos. Estaba
visiblemente nerviosa, no solía “bajarse los pantalones” ante nadie, pero tenía que reconocer que había
sido un poco tosca con la pediatra.

Cuando por fin se marchó la residente, Esther se acercó a Maca, quien miraba la radiografía una vez
más.

E: Hola –saludó con timidez.

M: Hola –la miró y devolvió la vista a la radiografía- ¿Qué quieres?

E: Pues… quería disculparme por lo de antes yo…

M: No hace falta. Al fin y al cabo me dijiste lo que piensas ¿No? –apagó el magnetoscopio y cogió la
radiografía, metiéndola en un sobre- Pues entonces no tienes que disculparte.

E: Quiero hacerlo. No es que piense eso realmente, aunque bueno, no eres la más simpática
precisamente… -se mordió la lengua- No quería decir eso…

M: No, tranquila, si lo estás haciendo muy bien. Se nota que tienes experiencia disculpándote –se cruzó
de brazos en actitud desafiante.

E: Mira, da igual… Piensa lo que quieras de mí pero sé reconocer mis errores y sé que no estuvo bien lo
que te dije. Estaba ofuscada y lo pagué contigo –suspiró- Lo siento.

La pediatra la miró fijamente. Había dejado de apretar las mandíbulas pero aún lucía un semblante serio
que impresionaba a la enfermera.

M: Vale, lo sientes. Ya está.

E: ¿Ya está? –Preguntó extrañada- Todo… ¿Todo bien?

M: ¿Ya te has disculpado no? –Esther asintió- Bien, ahora si me disculpas…

Esther se echó a un lado y la dejó pasar. Como un torbellino que amenazaba con arrasar con todo lo que
se la pudiera por delante, la pediatra se dirigió a las escaleras en dirección al piso de arriba. La
enfermera suspiró, no se lo estaba poniendo nada fácil.

E: Bueno, tú ya te has disculpado, Esther –se dijo con calma- Tú has hecho lo correcto. Allá ella.

Una vez acabó su turno, Esther caminaba casi con prisa hacia el muelle, se había entretenido con un
paciente que quiso agradecerle su amabilidad a base de buenas palabras que no la dejaban avanzar en
su camino.

Sacó unos guantes de su bolso, colocándoselos pasos antes de atravesar la puerta y resguardarse así del
frío de la mañana. Mientras buscaba su móvil y continuaba con su acelerado paso escuchó la voz de
alguien pronunciar su nombre repetidas veces, haciéndola girarse y comprobar que se trataba de la
pediatra.

M: Hey, pensé que no te alcanzaba -se colocó frente a ella con una sonrisa.

E: Hola ¿Ocurre algo?

M: No, no… sólo que… había pensado que quizás… ¿Aceptarías una invitación como disculpa?

E: Maca, no hace falta de verdad, yo…

M: Por favor, un chocolatito caliente, conozco una cafetería comodísima no muy lejos de aquí, luego te
dejare en paz, lo prometo.

E: Pero es que, no tienes por qué disculparte, te dije que…

M: Esther, acéptalo ¿Sí? Por favor…

E: Está bien -suspiró, esta vez mientras se colocaba el bolso- ¿Por dónde vamos?

M: Por aquí -señalo a su izquierda y comenzó a caminar junto a la enfermera que la miraba sonriente-
¿Qué? ¿Qué pasa?

E: Tienes… tienes la nariz roja del frío -se tocó la suya propia y desvió la mirada al frente de nuevo.

Minutos después entraban en la cafetería que pretendía la pediatra, todo de un modo aparentemente
rústico. En una zona de ésta unas mesas arrinconadas con un par de sillones bastante cómodos a la
vista, evitando así las frías sillas. En el centro de la mesa una pequeña estufa que servía de pie para esta,
convirtiéndolo en un lugar bastante cálido.

M: Entonces ¿Te hace un chocolate caliente? -dejó su bolso sin llegar a sentarse.

E: ¿Tendrán churros? Porque tomar chocolate caliente así a pelo como que…

M:Jajaja lo pregunto tranquila.

E: Gracias

La enfermera la siguió con la mirada hasta la barra, vio como al llegar se apoyaba sentándose en uno de
los taburetes, segundos después una camarera bastante joven llegaba para atenderla y sorprendiéndola,
parecían conocerse bastante bien, sonrío saludando al comprobar que la chica miraba indicada por
Maca, y casi tímida cruzó sus piernas y brazos echando una vista más calmada a su alrededor.

M: Pues aquí tienes…unos churritos y el chocolate caliente. He tardado un poco porque aún es
temprano y los estaban haciendo.

E: Gracias –sonrió- Ahora me da vergüenza haberlos pedido.

M: No te preocupes, conozco a los dueños, no ha habido problema -se sentó frente a ella sacando una
pitillera- ¿Te importa que me fume uno? Es que tengo algunos que no puedo saltarme.

E: ¿Cómo el del café por la mañana?

M: Como el del café por la mañana sí -sonrió encendiéndose el cigarro- Si te molesta…

E: No, no… tranquila, no me importa.


M: Bueno pues… quería pedirte disculpas de nuevo por mi comportamiento.

E: Maca no tienes que hacerlo de verdad.

M: Mira, -echó el humo de la última calada- sé que no nos conocemos pero…

M: Mira, -echó el humo de la última calada- sé qué no nos conocemos pero… no estoy pasando por una
buena racha y no sé quizás…

E: No tienes que justificarte, ni contarme nada Maca.

M: Pero quiero hacerlo, hace un tiempo que no levanto cabeza ¿Vale? Yo… mi pareja…-titubeó unos
segundos- mi novia me engañó, me tuvo engañada prácticamente todo el tiempo que estuvimos juntas.
Y… me está costando superarlo. Yo me implico mucho en mis relaciones, creo que es necesario, y la
quería, la quería mucho, y todo el amor que le tenía... Ella me lo devolvió con mentiras.

E: Lo siento.

M: No te cuento todo esto para que me tengas lástima y así hagas la vista gorda conmigo, no es eso…-
tomó aire de nuevo- Yo no soy así ¿Sabes? No suelo tener tantas malas contestaciones, tengo mi puntito
borde sí, ¿Pero quién no? Y, no sé, estoy intentando volver a la normalidad, y tú me caes muy bien
Esther, mucho… No me gustaría cagarla contigo por culpa de todo esto.

E: No estás cagando nada Maca, yo tampoco he estado muy fina, también tengo lo mío…-la miró
suponiendo que sabía de qué se trataba- Ya sabes…lo de Raúl.

M: No sabía nada -mintió.

E: Pues sí. Estuvimos juntos un tiempo y… Y eso pues que me engañó también. Yo pensaba que no era el
típico hombre, que no era superficial o…no sé, tenía otra concepción de él. Pero me equivoqué, como
otras tantas veces…-habló con una mezcla de tristeza y enfado-…me equivoqué, y esta mañana me dijo
que se arrepentía y tal… pero no –negó con la cabeza- me ha hecho mucho daño, así que me enfadé, y
también la pagué contigo. Lo siento, tampoco puse de mi parte.

M: Parece que a día de hoy es difícil encontrar a alguien con quien mantener una relación ¿Eh?

E: Sí, pero yo sigo con la esperanza de encontrar a mi media mandarina alguna día -Hablo tímida,
recordando aquel momento y viendo como la pediatra sonreía- Suena estúpido, sí.

M: No te creas, si lo piensas suena encantador.

E: Sí, claro -se ruborizó por aquellas palabras- Es una manera de no pensar que este mundo es un asco.

M: Jajajajaja

E: ¿Y ahora de qué te ríes? -preguntó sorprendida.

M: De lo fácil que te cambia el carácter… es gracioso -sonrió de nuevo cruzando los brazos sobre la
mesa- Bueno… ¿me das un churro de esos? Tienen buena pinta.

E: Pero solo uno, que tengo hambre.


Un rato después, y tras una conversación que les hizo ver que podían llevarse bien, salieron rumbo de
nuevo a la puerta de urgencias, de donde saldrían a casa de Esther una vez Maca se había ofrecido a
llevarla y ahorrarle ir en autobús como pretendía, deteniéndose juntas después frente al portal de la
enfermera.

M: Hasta mañana entonces.

E: Hasta mañana.

La pediatra se quedó de pie, con las manos en los bolsillos, observando cómo la enfermera abría la
puerta de su portal y tras girarse una vez más para mirarla, entraba dentro.

Suspiró una vez sola, volviendo a colocarse los guantes de la moto y girándose para coger el casco. Justo
entonces, escuchó el sonido de la puerta que se abría de nuevo, se giró y vio a Esther que la miraba con
seriedad.

En apenas cuestión de segundos, la enfermera se había abalanzado sobre ella, abrazándola con firmeza.
Sorprendida, apenas pudo rodear aquel cuerpo con sus brazos antes de que se separara de ella.

E: Pensé que lo necesitabas.

M: Gracias –dijo en un susurro.

E: Ahora sí –sonrió- Hasta mañana.

El turno de noche estaba siendo la mar de relajado, un borracho que había sufrido hipotermia al dormir
a la intemperie y un par de heridos en una reyerta callejera fueron los únicos pacientes que habían
recibido hasta el momento. Aprovechando la calma, algo inusual en aquel hospital, Esther se dirigió al
gabinete para relajarse durante un rato en compañía de alguno de los médicos del servicio de urgencias.

Al entrar se encontró con Cruz, sentada delante del portátil en la mesa, y a alguien que descansaba en el
sofá de la salita. Sonrió a su amiga y cerró la puerta con cuidado, preparándose un café.

E: Hola ¿Qué tal? –preguntó en voz baja.

C: Bien, bien, descansando un poco.

La enfermera se giró e hizo un gesto con la cabeza en dirección al sillón, preguntándole a la cirujana
quién dormía allí.

C: Héctor, el pobre lleva veinticuatro horas de guardia.

E: Pobrecito –rió.

C: Sí, la verdad es que Vilches le machaca un poco –sonrió mientras su amiga se sentaba en la silla de
enfrente- Oye ¿qué tal al final ayer con Maca? Que no te he preguntado…

E: Ah, bien, bien –dijo sonriendo- Me disculpé pero no se lo tomó demasiado bien, estaba muy borde –
empezó a remover su café- pero luego me pidió perdón ella a mí y me invitó a tomar un chocolate.

C: ¿Qué Maca te invitó a chocolate? –preguntó alzando la voz.


La enfermera le hizo una señal para que bajara la voz y ambas escucharon cómo Héctor emitía leves
sonidos de queja desde el sillón. Tras asegurarse de que seguía durmiendo, Cruz volvió a hablar en
susurros.

C: Pero… me estás hablando de Maca… Maca…. ¿nuestra Maca?

E: Sí, Cruz –rió- ¿De qué otra Maca te iba a hablar?

C: No, claro… Maca –devolvió su vista a la pantalla del portátil, un tanto extrañada- Espero que no
estuviera demasiado borde.

E: No, no… para nada –sonrió- Al contrario –Cruz arqueó las cejas- Pasamos un rato muy… agradable.
Me estuvo contando cosas de… bueno, de su ex.

C: ¿Te…. te habló de Ángela? –preguntó sorprendida.

E: -asintió- Me contó que le había engañado y que desde entonces no levanta cabeza.

C: La verdad es que no, y es una pena, Maca es una tía estupenda y ahora está apagada.

La enfermera apoyó su mejilla en su mano mientras seguía removiendo el café de manera ausente,
momento en el que se hizo el silencio en el gabinete.

Por su parte, Cruz miraba atentamente la portada del ordenador, absorta más en sus propios
pensamientos que en el texto que tenía delante. Empezó a pensar en Maca, en cómo llegó una noche
que llovía a su casa, calada por el viaje en moto, y los ojos hinchados de haber llorado durante horas.

M: Me engañaba… Yo le he dado todo y me engañaba…

Le había susurrado entre sollozos. Y a partir de ese día fue testigo de cómo, poco a poco, su amiga se fue
apagando. Que su ilusión y su buen humor se habían esfumado, y que las barreras que la separaban del
resto al llegar por primera vez al hospital, sin conocer a nadie más que a ella, se habían vuelto a erigir.

Sin embargo, ahora llegaba Esther, y parecía que volvía a ver a su amiga de manera fugaz, en momentos
esporádicos. La había vuelto a ver sonreír y la noticia de que había sido agradable con la enfermera le
dio un poco de esperanza, esperanza para pensar que quizá volvía a ilusionarse por algo, por aquella
mujer, y que quizá esa ilusión le devolvería a su amiga.

E: ¿Qué te tiene tan ensimismada? –preguntó en un susurro.

C: Perdona –sonrió- estaba… estaba mirando el… -miró a la pantalla para recordar qué había estado
leyendo- el periódico, que esta mañana no lo he podido leer.

E: Es que lo ha cogido Teresa para hacer los pasatiempos y desde entonces nadie lo ha vuelto a ver.

El silencio se instaló de nuevo en aquella sala hasta que la enfermera empezó a reír.

C: ¿De qué te ríes? –preguntó sonriendo.

E: Nada que… que Maca ayer me contó, que fue al quiosco el otro día y se ve que quiosquero, pues que
la confundió con una actriz de la tele –rió- Y bueno, al final le tuvo que firmar un autógrafo y todo
porque el tío no se bajaba del burro –sacudió la cabeza- ¿No te parece gracioso?

C: Eh… sí, sí… graciosísimo, sí.


La cirujana puso cara de asombro y volvió a dirigir su mirada al portátil. Definitivamente, había
esperanza.

(NOTA: Ver escena alternativa 1)

Uno a uno se fueron despidiendo los médicos que habían estado de guardia aquella noche, firmando el
acta y saludando a Teresa que acababa de entrar a trabajar y a Esther, quien estaba apoyada en el
mostrador, con rostro apoyado en su mano y rostro cansado.

T: Desde luego hija, eres la alegría de la huerta.

E: Teresa, llevo toda la noche en pie, no me des la brasa –protestó.

T: Pues ni que fuera la primera vez… Además, que me han dicho que ha sido un turno de lo más
tranquilito así que menos cuento, guapa.

E: Ais, no me regañes, anda.

La recepcionista sacudió la cabeza y empezó a ordenar su zona de trabajo, ignorando los constantes
bostezos de la enfermera jefe.

T: Bueno ¿Y me quieres decir qué haces aún aquí? –preguntó desesperada.

E: Te lo he dicho ya, Teresa. Estoy esperando a Laura que hoy se me han olvidado a mí las llaves.

T: Si es que eres un desastre, un día vas a perder la cabeza.

La recepcionista levantó la vista al ver a dos siluetas acercarse.

T: Mira, eso sí que es una sonrisa, así da gusto.

La enfermera, aún apoyada en su mano, se giró un momento para ver de quién hablaba Teresa. Su
rostro se iluminó al ver a una Maca sonriendo ampliamente por algo que le estaba contando su
compañera de piso. Teresa miró a la joven de reojo, observando cómo se enderezaba, perdiendo esa
postura de oso perezoso que había mantenido hasta el momento.

La pediatra miró al frente y su sonrisa se tornó en una aún más tímida al ver a la enfermera, sintiéndose
observada, desvió la mirada de nuevo hacia la residente, que seguía con su relato.

L: ¿Qué haces tú aquí?

E: Pues… es que… -se mordió el labio.

L: No me digas más, se te han olvidado las llaves.

Ambas se echaron a reír mientras Laura sacaba las suyas del bolso.

L: Menudas dos, cuando no es a una es la otra. Vamos a tener que hacer un juego extra y dejarlo aquí
con Teresa.

T: Ah no, a mí líos no. Si un día os quedáis encerradas fuera, fuera os quedáis.

M: Bueno, si os quedáis en la calle siempre os podéis venir a mi casa –todas la miraron- Hay sitio de
sobra –se encogió de hombros.
La enfermera la miraba sonriendo sin decir nada. Cogió las llaves de mano de su compañera y se quedó
observándolas unos segundos.

L: ¿Te ha comido la lengua el gato?

M: Eso, Esther ¿Te han comido la lengua? –preguntó con una sonrisa.

E: Eh… -miró a Teresa apurada, quien parecía sorprendida ante aquella pregunta de la pediatra- Yo…
mejor me voy yendo ¿eh? Que mira qué hora es –sonrió apurada- Que tengáis buen turno chicas.

Todos miraron cómo la enfermera se marchaba a paso acelerado, especialmente la pediatra, quien
sonreír de manera pícara al recordar el tono rojizo que había teñido las mejillas de la enfermera.

L: Desde luego, esta está más rara… Anda, vamos.

Y tirando de la manga de la chaqueta de la pediatra, la obligó a seguirla hasta el interior de urgencias.

Maca y Laura se cambiaban en el vestuario en silencio. La anécdota de la residente había acabado ya y


ahora cada una se preparaba para empezar la jornada. La pediatra se ponía el pijama de quirófano, tras
decidir que sería más cómodo que la ropa que había decidido llevar esa mañana.

Empezó a oír unos quejidos de su compañera, por lo que cerró un poco la puerta de su taquilla y
observó que Laura se rascaba con rabia en el brazo izquierdo.

M: ¿Sarna? –preguntó con una sonrisa.

L: No tía, los bichos de la sierra. No sé cómo pero me picó algo el fin de semana y no veas.

Le enseñaba el brazo, que presentaba una roncha hinchada y roja de tanto rascarse.

M: Deja de rascarte, anda, que mira qué brazo se te está poniendo.

L: Me di cuenta al volver, dándome una ducha.

Hizo una mueca y se colocó el pijama de quirófano, al igual que su compañera, quien seguía revisando
su teléfono en silencio.

L: ¿Algún mensajito de alguien especial?

M: Ehm… De hecho estoy borrando alguno. Tengo la memoria casi llena y mejor ir haciendo sitio –dijo
de manera ausente.

L: Joder… No me digas que aún tienes… -vio cómo asentía- Maca, no te machaques, trae –le quitó el
teléfono- Esto lo arreglo yo ahora mismo.

Empezó a tocar botones del móvil y borró los mensajes que tenía guardados la pediatra.

L: Listo –le devolvió el teléfono- Ya era hora ¿Eh?

M: Cada una tenemos nuestro ritmo, Laura –se encogió de hombros.

L: Ya, pues más te vale acelerar un poquito, Maca, que ya han pasado muchos meses –se puso la bata-
Mira Esther, que el otro día mandó a freír espárragos a Raúl.
M: Ya, si me lo dijo.

La residente la miró con cara de interés. Interés por ese tono con que lo había dicho, como si fuera lo
más normal del mundo, y entonces se preguntó cuándo se lo había contado y de qué más habían
hablado.

L: Os estáis haciendo muy amiguitas Esther y tú ¿Eh? –preguntó con intención.

M: Lo normal, Laura –se encogió de hombros- Voy tirando para la reunión, te veo luego.

Apenas quedaban un par de horas para que se acabara el turno y todos andaban revolucionados.
Vilches, el director del servicio de urgencias, los había convocado a todos en rotonda para una reunión
urgente y Teresa se había encargado de ir avisando a los médicos disponibles. Poco a poco se fueron
reuniendo todos y Vilches comenzó a explicar la situación.

V: Bien, ha habido un incendio en un ático a pocas calles de aquí. Tres unidades del SAMUR han ido para
allá, aún no sabemos la situación pero nos traerán los heridos aquí, hay que estar preparados.

Los médicos escucharon las indicaciones de Vilches, empezaron a distribuir la faena y a despejar
cortinas, enviando los enfermos de levedad a la sala de observación y preparando los boxes y pasillos.

Media hora después, esperaban la llegada de los heridos en recepción. Llegaron los dos primeros,
atendidos por Aimé y Héctor y recibieron aviso de que el siguiente era un chico de quince años, del que
se ocuparían Maca y Laura.

Pocos minutos después llegó la camilla, empujada por la unidad de Raúl, mientras este relataba los
síntomas que presentaba el paciente.

-Añade un hombro dislocado.

Todos miraron más allá de la camilla, viendo cómo una enojada Eva, llena de tiznones, se acercaba a
ellos.

Eva: Y luego pregúntale al señorito cómo se lo ha hecho –protestó, mirando a Raúl.

R: No hay tiempo que perder ahora, Eva, déjalo ya.

Eva: Se te va a caer el pelo, guapo.

L: Maca, llévalo dentro, ahora voy yo.

M: Vale, vamos.

La pediatra desapareció por la puerta de urgencias con el chaval y un par de enfermeras mientras Laura
se quedaba con su amiga un momento.

L: ¿Qué pasa?

Eva: Que te lo cuente aquí Superman.

R: Mira, yo tengo trabajo, mi unidad vuelve a salir.

Eva: Ni siquiera has repuesto la ambulancia.


R: No nos hace falta.

El médico se marchó, dejando a Laura y Eva en medio de la recepción.

L: ¿De qué va?

Eva: ¿Este? Este va a su puta bola, pero se le va a caer el pelo, te lo digo yo –se frotó la mejilla con el
antebrazo- Avísame cuando acabéis con el chaval, tengo que hablar con Maca y con Vilches.

L: Claro.

En ese preciso momento Maca se asomó por la puerta.

M: ¿Laura vienes o qué, joder? –preguntó enfadada.

L: ¡Voy!

Tras estabilizar al chico y salir del box, Laura y Maca se acercaron a recepción. Allí se encontraban Eva y
Vilches, esperando a que volviera la unidad de Raúl.

V: ¿Me lo vas a contar o qué? No tengo todo el día, Eva.

Eva: El chico se ha dislocado el hombro porque Raúl ha realizado un rescate de alto riesgo.

L: Bueno pero eso ha pasado a veces ¿No?

Eva: Los bomberos no le dieron autorización para entrar, ni dejó que entraran primero e intentaran
liberar al chaval. Entró porque se quiso hacer el héroe, poniendo en peligro su vida y la del chico.

V: Este tío es gilipollas –gruñó Vilches.

Eva: Es que yo no sé qué se cree, vamos.

L: Mira, allí vienen –me encargo yo del paciente.

Laura se llevó la camilla al interior y dejó que Raúl aclarara las cosas con Eva.

R: ¿Reunión? –preguntó con pasotismo.

Eva: No te pases ni un pelo, Raúl, no quieras ir de listo… Ya lo has hecho bastante por hoy ¿No crees?

R: Mira, he hecho mi trabajo. Si no entro ese chaval se muere asfixiado.

Eva: Qué pena que no se hubiera derrumbado el techo contigo dentro. Ah no, claro, que Raúl lo sabe
todo y ya sabía que eso no iba a pasar.

Maca observaba todo a un lado, con los brazos cruzados y mirando a ambos según hablaban.

R: No tengo por qué darte explicaciones.

V: A ver si nos dejamos de gilipolleces y peleas de colegio –interrumpió con firmeza- ¿Entraste o no
entraste sin permiso de los bomberos y sacaste al chaval de manera irregular?

R: Hice lo que tenía que hacer para salvarle –respondió en actitud desafiante pero calmada.
M: Así te va.

Todos miraron a la pediatra, quien no había dicho nada hasta el momento.

R: ¿Perdona?

M: Que no puedes ir por la vida de machito, haciendo lo que te venga en gana –dio un paso al frente-
Pero claro, así es como haces las cosas ¿No? Primero piensas en ti mismo y luego, si eso, en las
consecuencias.

El médico del SAMUR levantó el mentón de manera desafiante, apretando la mandíbula. Eva sonreía un
tanto sorprendida, creyendo entender por dónde iban los tiros.

R: Mira, no sé quién te ha dado vela en este entierro pero…

M: Voy a hacer un parte, y espero que Eva también haga uno y se te va a caer el pelo. No sé quién te
crees que eres, Raúl, pero tus errores le pueden joder la vida a mucha gente. Quizá deberías pensar más
las cosas antes de comportarte como un cretino.

V: Bueno vale ya. Está todo muy claro. Maca tú haces tu parte, Eva hace el suyo y yo firmo los dos. Y tú –
le señaló con el dedo- estás suspendido hasta nuevo aviso.

R: Pero Vilches…

V: Ni Vilches ni hostias, estás suspendido. Vete a casa.

R: No pienso quedarme de brazos cruzados.

M: Si es que encima eres sordo –dijo acercándose más a el médico.

V: Maca…

Raúl se dio la media vuelta quitándose el chaleco del SAMUR de mala gana. Eva se acercó a Maca y le
puso una mano en el hombro.

Eva: ¿Estás bien, fiera? –Preguntó bromeando- Menudo genio tiene aquí la Wilson.

V: Va, ve a hacer tu parte, que ya hemos dado bastante el espectáculo.

M: Perdona Vilches no sé qué… -se intentó disculpar una vez a solas.

V: No pasa nada -la interrumpió- Entre tú y yo, -se inclinó hacia ella- a mí también me parece un cretino.

Tras comprobar que el chico seguía estable y tras informar a la familia de que estaban en su derecho de
denunciar al médico del SAMUR, Maca se había dirigido a su despacho para redactar el parte de lesiones
del chico. Llevaba ya más de media hora enfrascada en la redacción del mismo cuando llamaron a la
puerta.

M: Adelante.

Una Eva sonriente entró en el despacho y sin cerrar aún la puerta le preguntó:

Eva: ¿Puedo pasar o sigues en plan Terminator?


M: Pasa, anda –dijo con una sonrisa.

La médica cerró la puerta y se sentó en una de las sillas al otro lado de la mesa de la pediatra.

Eva: ¿Has hecho el parte?

M: En eso estaba ahora.

Eva: Bien. Yo ya he hecho el mío –dejó la carpeta sobre la mesa- y sólo falta la firma del gruñón.

M: Ahora acabo y lo repasamos ¿Vale?

Eva: Claro.

Eva se quedó en silencio, cruzó las piernas y empezó a jugar con un cubo de Rubik que tenía la pediatra
sobre la mesa.

Eva: Oye Maca…

M: Dime –le daba pie sin levantar la vista del informe.

Eva: Que creo que has estado genial antes… con Raúl. Le has puesto en su sitio.

La pediatra levantó la vista y apoyó su mentón en su mano.

M: ¿Tú crees? –Su amiga asintió- Pues yo creo que me he pasado, no tenía que haberme metido. No era
asunto mío.

Eva: Estabas defendiendo lo que creías justo. Yo no creo que te hayas pasado.

M: Ya…

Eva: Lo digo en serio –ladeó la cabeza para mirarla- Maca, sé que lo que le has dicho iba con doble
intención…

M: Por eso mismo no debí decir nada, Eva.

Eva: Bueno, alguien se lo tenía que decir. Ese tío es un imbécil, y se comporta igual en su vida privada.
Estoy hasta las narices de él, ojalá le destinen a otro hospital –decía resoplando.

M: ¿Te puedo hacer una pregunta?

Eva: Claro, dime.

M: ¿Cómo se enteró Esther de que...?

Eva: Raúl se lió con una enfermera en prácticas, Fani. Cuando se acabó su periodo de prácticas se
marchó, no sin antes explicarle lo ocurrido a Esther… Le pudo el sentimiento de culpa. Y claro, Raúl no lo
pudo negar, así que Esther le plantó en plena cafetería –rió al recordarlo- Le tiró un vaso de agua a la
cara cuando él se intentó disculpar.

M: Otra cosa le hubiera tirado yo –murmuró.

Eva: La verdad es que de menuda se libró -dejó el cubo sobre la mesa- ¿Cómo te puede relajar esto?
La pediatra apretó la mandíbula mientras seguía escribiendo, entonces se dio cuenta de que también
estaba apretando demasiado el bolígrafo. Aflojó la presión de su mano sobre el papel y acabó de
redactar el parte.

M: Esto ya está –cogió el informe de Eva- Vamos a repasarlos.

Llevaba dos horas en quirófano, Vilches la había acaparado desde que empezara el turno aquella
mañana, y Esther sólo pensaba en tomarse un café con calma. Así que se dirigió a la cafetería, una vez se
hubo cambiado.

Una sonrisa se dibujó en su rostro antes incluso de entrar en la cafetería, pues por la ventana pudo ver
cómo en una mesa se encontraban Maca, Eva y Laura charlando animadamente. Bueno, Eva parecía ser
la que charlaba, haciendo reír a Laura quien echaba la cabeza hacia atrás y se cubría la boca con una
mano, mientras que la pediatra parecía bajar la cabeza, aunque podía distinguir una pequeña sonrisa en
su rostro, lo que la hizo pensar que debían estar hablando de ella.

Nada más entrar recibió la invitación de Eva para sentarse con ellas, así que se sirvió un café antes y se
acercó a la mesa, pudiendo oír parte del relato de la médica.

Eva:... como te lo cuento, Raúl estaba rabioso, no veas que cara tenía.

M: Bueno Eva, ya.

Eva: Espérate, que no he acabado –le decía con seriedad.

M: Es que no fue para tanto, exagera –insistía.

E: ¿Qué exagera? –Preguntó al sentarse- ¿De qué habláis?

L: De la nueva heroína, la doctora Fernández –bromeó.

M: No las hagas ni caso ¿Eh? –dijo antes de beber un sorbo de su taza.

Eva: Pues no sé si te habrás enterado ya de que Raúl está suspendido…

E: Eh… No, no me había enterado.

Maca miró a la enfermera, quien había bajado la vista y removía el café de manera ausente y en ese
preciso momento quiso parar aquella conversación, pero Eva ya había empezado a relatar lo sucedido.

Eva:.. y cuando tú te fuiste con el otro herido –le decía a Laura- fue cuando Maca le puso las cosas claras
a Raúl –Esther la miró sorprendida- Deberíais haberla visto, toda chula ahí delante suyo, y el tío
estirando el cuello desafiante pero aquí la Wilson no se achantó –dobló una pierna, apoyándola en el
asiento- le dijo que era un cretino y que debería dejar de hacer lo que le diera la gana, que pensara más
en las consecuencias de sus actos ¿No, Maca? –miró a la pediatra- Con otras palabras pero básicamente
es lo que aquí la amiga le dijo, que por hacer lo que le daba la gana podía herir a otras personas.

L: Vaya, vaya… -se sorprendió Laura- Maca ha vuelto.

La pediatra sacudía la cabeza mientras Eva y Laura seguían comentando el incidente con Raúl. En un
intento por disimular la vergüenza que estaba sintiendo por momentos, desvió la mirada hacia un lado y
se encontró con la mirada fija de Esther, con un brillo en sus ojos que le otorgaban cientos de matices
que asustaron a la pediatra.
M: Chicas, dejadlo ya ¿No?

Eva: No seas modesta, Maca. Le dijiste lo que todos queríamos decirle –miró a Esther- ¿A que sí, Esther?

Maca no se quedó a escuchar la respuesta de la enfermera, retiró la silla y se levantó, saliendo de la


cafetería a paso ligero. Cruzó el umbral de la puerta y se dirigía hacia el ascensor cuando notó una mano
en su brazo.

E: Maca…

Se giró sin mirar a Esther a los ojos, sin entender muy bien aquel nerviosismo que invadió su cuerpo en
la cafetería, cuando su mirada se cruzó con la de la enfermera.

M: Dime… -susurró, al ver que no decía nada.

E: Yo… Yo no… no sé qué decir… -titubeó nerviosa- nadie antes había… me había defendido así –sonrió-
yo…

M: No fue nada, Esther –la interrumpió, aún sin mirarla- le dije lo que pensaba y no fui demasiado
profesional que digamos, lo reconozco.

E: Gracias.

La sinceridad de aquella simple palabra la hizo levantar por fin la vista y vio algo que la asustó aún más.
Esther la miraba con los ojos vidriosos y una tímida sonrisa que amenazaba con derrumbarla por
completo allí mismo. Sin avisar, como lo hiciera aquella mañana cuando la llevó a casa en su moto, la
enfermera se abalanzó sobre ella y la abrazó, aunque con más delicadeza que aquella primera vez, como
con miedo.

Y esta vez ella la rodeó también con sus brazos, cerrando los ojos y hundiendo su cabeza en su cuello,
temblando al notar cómo su corazón latía con fuerza, como no lo había hecho en mucho tiempo.

E: Gracias, Maca –le susurró.

Y tras erizarle la piel con aquellas palabras, volvió a la cafetería, dejándola sola y desarmada en aquel
pasillo.

C: Oye Maca ¿Al final tienes mañana lo de la vacunación?

M: No me lo recuerdes –suspiró- Tengo tantas ganas de pinchar a más de cien niños como de que me
den una patada en el estómago.

C: Qué exagerada –sonrió- pero si los niños son lo tuyo…

M: No tantos Cruz, no tantos.

La cirujana sonrió y se sentó frente al ordenador de rotonda, tecleando con velocidad aquello que
estaba buscando. Mientras tanto, la pediatra seguía de pie a su lado, echándole un vistazo al historial de
un paciente.

Concentrada, repasaba todas las anotaciones del pediatra del turno anterior, intentando que no se le
escapara ni el más mínimo detalle, como hacía con cada uno de los niños a los que atendía.
C: Por cierto ya me han contado lo de Raúl.

M: Eva, ¿no? –la cirujana asintió- Esto un hospital de cotillas, deberíamos cambiarle el nombre a
“Tomate Central”.

C: Va, no te pongas así.

M: No me pongo de ninguna manera Cruz pero admítelo, si no es Eva es Teresa y si no la celadora esa de
planta… -frunció el ceño, intentando recordar- Paquita.

C: Bueno pero estas cosas van como la pólvora, ya lo sabes. Aquí y en todos lados Maca, los cotilleos es
lo que tienen.

La pediatra no contestó, siguió repasando el informe con la misma seriedad que antes. Aunque una
sonrisa se dibujó en su rostro al ver pasar a Esther, que le devolvió el gesto antes de dirigirse al otro lado
de la rotonda para hablar con una enfermera.

Cruz hizo girar su silla hacia un lado, observando a su amiga de manera disimulada mientras consultaba
unos papeles que tenía sobre su rodilla.

Maca intentó centrarse de nuevo en aquel historial que tenía entre manos, pero tenía que reconocer
que ver a Esther sonreírle de aquella manera le había descolocado y le costaba recobrar la
concentración. Más aún cuando ésta volvió a acercarse, colocándose esta vez a su lado, y empezó a
rebuscar entre los papeles que había por allí.

C: Hola Esther.

E: Hola chicas –saludó con una sonrisa mientras seguía buscando sus papeles.

Por fin encontró lo que quería y tiró de la dichosa hoja con cuidado, ya que se encontraba debajo de un
pesado montón de papeles y carpetas. Viendo su esfuerzo, Maca levantó aquel montón, haciendo que
sus manos se rozaran en apenas un segundo, suficiente para que ambas compartieran un escalofrío que
las obligó a sonreír tímidamente.

E: Gracias.

Maca apretó los labios y volvió a intentar centrarse en su historial, mientras que Esther revolvía en los
bolsillos de su chaqueta, palpándose como si buscara algo. Sin más dilación, estiró la mano y cogió un
bolígrafo de los que Maca llevaba siempre en el bolsillo delantero de su bata, haciendo que la pediatra
la mirara sorprendida pero sin decir nada. Apuntó algo en aquel papel que había cogido con la ayuda de
Maca y volvió a ponerle el bolígrafo en el bolsillo, guiñándole un ojo a la pediatra antes de marcharse de
nuevo.

Cruz mordió el bolígrafo que tenía en la mano, recostándose sobre la silla y haciéndola girar de un lado a
otro, mirando fijamente a Maca, quien se giró.

M: ¿Qué? –la cirujana levantó ambas manos.

C: Yo no he dicho nada –explicó con una sonrisa.

M: De verdad, hoy estáis todas de un raro…

Cogió su carpeta y se marchó, dando más motivos aún a su amiga para volver a apelar a “doña
esperanza”.
El turno de aquel día era tranquilo y sosegado, las idas y venidas hacia la cafetería y el gabinete eran
frecuentes, y cualquier herido o paciente con malestar que hacia su paseo por el muelle era casi
atendido de inmediato por varios de los ya aburridos médicos de urgencia aquel dio.

Teresa ordenaba por segunda vez las lejas de historiales buscando la única opción para entretenerse
cuando una Esther enfrascada en el periódico hacia su aparición y se sentaba en una de las mesas que
quedaban tras el mostrador.

T: ¿Tú qué? -se bajo de la escalera quedando a su lado- ¿También aburrida?

E: No recordaba un día como este Teresa -levanto la vista del periódico- Te lo juro, he hecho inventario
en farmacia, he mandado el pedido, he hecho los turnos del mes, y ya no tengo por dónde salir ¿Tú con
qué estás?

T: Pues ordenando historiales hija, yo estoy igual. La única que se salva es Maca que tiene una revisión
escolar y viene en un rato.

E: Qué suerte, hubiera dado un brazo por ir con ella y salir de aquí. No sé qué hacer, Teresita -se apoyó
en la palma de su mano mirándola triste.

T: Oye -se sentó a su lado- ¿Has hablado con Inma?

E: ¿Lo dices por lo de la fiesta? -la recepcionista asentía- Sí, ya me ha invitado, pero no estoy muy segura
de ir.

T: Qué tontería -puso los ojos en blanco- Tú vas, te distraes un poco, y si ligas…-susurró- eso que te
llevas tonta, que tienes que espabilarte.

E: Pareces mi madre Teresa… yo no tengo ganas de eso ahora…-cogió uno de los bolígrafos y comenzó a
dibujar sobre el rostro de una de las fotos.

T: Pues todas van eh! No seas tonta y diviértete.

Eva: ¡Esther! ¡Ven corre! -la enfermera miraba hacia la puerta y salía corriendo- ¡Nos la hemos
encontrado fuera! Tiene traumatismo torácico, parece que alguien la ha dejado fuera para que la
encontrásemos

E: Vale ¡Teresa! ¡Llama a Vilches!

Cuarenta minutos después Eva y la enfermera salían de nuevo a cafetería comentando el estado de la
joven. Una vez acomodadas en una de las mesas dejaban aquel tema para comentar cosas más
agradables.

E: ¿Has visto lo muerto que esta todo hoy? Antes lo hablaba con Teresa, es algo rarísimo.

Eva: No sé chica, estarán todos sanitos y cuidándose, lo mismo…-comenzó a bajar la voz y se acercaba a
la enfermera-…igual… es que han venido unos extraterrestres y les han lavado el cerebro…haciéndolos
invencibles y…

E: ¡Eva! no seas idiota anda

Eva: Jajaja no le des vueltas mujer, un día raro, ya está…-dio un trago de su taza- Oye ¿Vas a la fiesta de
Inma?

M: ¿Qué fiesta? -llegaba tras ellas y cogiendo una de las galletas se sentaba junto a la enfermera.
Eva: Inma ¿La enfermera de pediatría? Pues se casa, y hace algo así como una fiesta de pedida con los
amigos.

M: ¡Ah! Sí, sí… me invitó esta mañana antes de irme.

E: Eso, ¿Qué tal por ahí fuera? ¿Aun hay vida?

M: ¿Cómo? -miro extrañada a sus compañeras.

Eva: Ni caso, es de lo más rencorosa ¿Qué tal tu día?

M: Pues bien, normal. He vacunado a un colegio entero así que no me ha dado tiempo a aburrirme, no
como aquí… que ya me ha dicho Teresa que os subís por las paredes.

E: Sí, yo ya no tengo nada que hacer más que esperar. Cualquiera que me vea…

M: Mujer, si quieres te vienes conmigo y me ayudas a terminar mis informes.

E: Mira…-miro a Eva sopesando la posibilidad.

M: Esther, era broma.

E: ¡Pues yo me aburro! -se dejó caer en la silla mientras la pediatra y Eva la miraban sorprendidas por
aquel arrebato- ¿Qué?

Eva: Nada, nada… -negó con la cabeza y volvió a girarse hacia la pediatra- Entonces, ¿Vas o no vas a la
fiestecilla?

M: Seh, lo mismo es interesante ¿Tú vas Esther?

E: ¿Yo? Pues claro. Que estoy en edad de merecer, lo mismo ligo y todo…-se levantó decidida- Voy a ver
si alguien me necesita.

M: ¡Si quieres podemos ver eso de mis informes!

E: Nada, ahora te buscas a otra.

Eva: Jajajajaja

M: Jajajajaja

En el mostrador Teresa seguía afanada ahora con un montón de historiales que le habían entregado de
traumatología, y aunque extraño, se había sentido aliviada al ver la altura de estos sobre el mostrador,
sabiendo que tendría con ellos para un par de horas, un par de horas que esquivaría al aburrimiento.

M: Teresa, ningún niño ¿no?

T: Que va hija, esto sigue igual de muerto, gracias a Dios Claudia me ha dado todo esto… y yo tengo para
un rato.

M: Pues que suerte…-se apoyaba sobre el mostrador observando a su compañera- ¿Tú vas a la fiesta de
Inma?
T: Eso no es para mí… no tengo edad, yo a mi casa con mi marido que apenas le veo…eso vosotras que
sois jóvenes, que por cierto, mira si puedes convencer a Esther que esta cabezota con que no tiene
ganas de ir.

M: ¿Esther? Pero si la vi hace un rato y me dijo a la primera que iba.

T: Pues qué raro…-la miró con el ceño fruncido.

El tormentoso turno acababa, los que entraban entonces eran puestos al día sobre lo especial de la
tranquilidad, y los que se marchaban, lo hacían suspirando por poder salir de aquel edificio que había
hecho que las horas pasasen con demasiada lentitud.

Esther había salido primera como alma que llevaba el diablo, queriendo sobre todo respirar el bullicio
del exterior, una vez fuera esperó a Laura y Eva y que habían ido tras ella pero con más paciencia.

L: ¿Mejor, speedy? -sonreía llegando junto a ella.

E: Es que no veas las ganas que tenia de salir uf… me sentía como en la cárcel.

L: Bueno, ¿Cómo vamos a quedar para ir a la fiesta?

Eva: ¡Eso! ¿Venís vosotras a recogerme o…?

M: Hola chicas -caminaba mientras se colocaba los guantes- ¿A qué hora iréis a casa de Inma? Lo digo
para llegar con vosotras, que si no me amuermo.

Eva: Pues de eso estábamos hablando ¿Entonces qué chicas?

E: Pasamos nosotras a por ti ¿No? Tú Maca ¿Cómo vas?

M: En mi moto supongo, a menos que haga tanto frio como para ir en coche, pero vamos no creo.

E: Inma me dijo que sobre las once ya estaría todo el mundo allí.

Eva: Vale, pues a las diez y media en mi casa… y no os retraséis que te conozco…-apunto a la enfermera.

E: ¿Yo? ¿Por qué siempre me la tengo que cargar yo?

L: Pues porque siempre eres la última Esther… y nos conocemos.

M: Pobre… dejarla que seguro que no es para tanto…-la enfermera la miro con una sonrisa de
agradecimiento-… que sois unas exageradas.

Eva: Ja, ya te tocara esperarla ya.

E: Idiotas… -se cruzaba de brazos enfadada mientras caminaba hacia el coche- Cuando acabéis ya sabéis
donde estoy.

Tras una sonora carcajada de las chicas, quedaron como habían dicho y tomaron camino hacia sus
respectivas casas. Dos horas después Laura esperaba taconeando en la puerta mientras llamaba
prácticamente a gritos a su compañera.

L: ¡Esther! ¡La última vez que te lo digo! ¡Me voy! -abría la puerta.
E: ¡Ya! ¡ya!...-salía corriendo mientras se colocaba uno de los tacones-…es que la camiseta negra no me
pegaba con la falda, y el pantalón gris no pegaba con la blanca…así que…-abrió los brazos en cruz
delante de la residente-…¿Bien?

L: Perfecta, ¡vamos!

Después de un intento de asesinato por parte de Eva hacia Esther, consiguieron salir hasta la
urbanización de la enfermera, donde más de media hora después, conseguían llegar tras más de una
vuelta perdidas.

E: Es que tenías que haber echado por la derecha como te dije.

L: Era una calle sin salida Esther… no hubiéramos encajonado.

E: No… esa era la que había tras la rotonda.

Eva: Bueno chicas ¡Ya está! Hemos llegado ¿No?...pues ale… a la caza…digooo, a la fiesta…-decidida
comenzó a caminar casi con prisa hasta la puerta.

E: Vigílala tú un rato y luego yo.

L: Sí.

La entrada estaba acomodada de tal manera que había que atravesar el jardín exterior, una serie de
decoraciones dejaba ver bastante claro lo estirada de aquella fiesta. Y de aquella manera llegaron al
porche trasero, donde la puerta al salón principal quedaba abierta y dejaba ver el número de invitados
que ya habían acudido a la cita.

E: ¿Cuánta gente no?

L: Es por parte de Félix… sé que es un niño rico y…

Eva: Pues tiene amigos bien ricos también…-miraba embobada hacia un grupo de jóvenes.

L: Eva… compórtate eh… que miedo me das.

Eva: A mi déjame a lo mío, que soy mayorcita.

E: Déjala Laura, vamos a ver a Inma que está allí, ven…-la tomo de la mano y fueron hacia la mesa donde
conversaba la enfermera- Hola.

In: ¡Ey! Pensé que no llegabais… ¿Habéis tenido problema para encontrar la casa?

L: No, no, que va, muy fácil tranquila.

In: Me alegro ¿Habéis visto a Félix? -echaba la vista por la zona pero no daba con el- Está con su
hermano por ahí, a quien sí he visto es a Maca, creo que ha ido a la cocina.

E: Voy a verla.

De aquella manera sorteó los cuerpos que había de camino a la cocina y ya en el umbral de la puerta
pudo ver cómo la pediatra preparaba algunos cubitos de hielo de espaldas a ella. Se colocó a su espalda
sigilosa queriendo que no la descubriera.
E: ¡Bu!

M: Joder -asustada tiró algunos de los cubitos sobre el fregador.

E: Jajajaja Hola -se colocó a su lado- ¿Te asusté?

M: No, no… si esto suelo hacerlo mucho…-sonrió mientras recogía lo que había tirado- ¿Hace mucho
que habéis llegado?

E: Nada, hace cinco minutos, Inma me dijo que estabas aquí.

M: Me aburría un poco y decidí entretenerme.

E: Pues ya estamos aquí, así que ¿Sales con nosotras?

M: Claro, ayúdame con esto.

La enfermera cogió un par de botellas y con Maca tras ella salieron hasta el salón, donde una vez allí
Laura se unió a ellas y en un rincón del salón bebían entre risas haciendo que la pediatra se sintiera
ahora más cómoda.

Habían pasado un par de horas, la gente menos allegada había comenzado a marcharse, dejando un
mínimo de gente más conocida. Un grupo de hombres habían salido al jardín a fumar, mientras
mayormente dentro quedaban casi todo mujeres.

En uno de los sofás estaban Inma, Esther y Maca que hablaban sobre una de las enfermeras que tan solo
unos días antes había sido despedida, aunque aquella conversación fue interrumpida por un joven
trajeado que se sentaba junto a la anfitriona.

Ch: Hola

In: ¡Luis! -se giraba al verlo para darle dos besos- Hacía rato que no te veía.

Lu: Estaba con los chicos fuera.

In: Mira, te presento. Ellas son Esther, mi jefa…

E: Hola -se incorporaba un poco para darle dos besos- Mucho gusto.

Lu: Igualmente.

In: …y ella es Maca, la pediatra del hospital.

Lu: Hola.

M: Encantada -le saludaba de igual manera.

In: ¿Sabes que Luis ha recibido un premio por su labores de integración en Sierra Leona? Ha estado con
la fundación prestando servicios durante más un año.

E: ¿Si? -preguntó sorprendida- Poder ayudar de esa manera tiene que ser genial.

Lu: La verdad es que es un trabajo duro… pero cuando ves que poco a poco entre todos se consigue algo
como lo que hemos hecho allí es muy gratificante.
M: ¿Pero has ido como médico o…?

Lu: No, no. Mi padre tiene una empresa de construcción y fuimos allí a montar hospitales de urgencia y
edificios básicos…

M: Ya -contesto no muy convencida.

Lu: ¿Queréis una copa? -se levantó.

In: Yo si me tomaría otra.

Lu: ¿Y vosotras?

E: No, gracias.

Sin darse cuenta ninguna de ellas, observaban como el joven se marchaba cerrando de nuevo la
chaqueta de su traje y la pediatra negaba con una sonrisa justo cuando Inma se giraba de nuevo hacia
Esther.

In: Ésta soltero, jefa, y es un partidazo.

E: ¿Qué? -pregunto casi asustada- Inma, ni se te ocurra hacer de celestina.

In: Pero Esther, es un chico muy agradable, es amigo de Félix desde que eran niños, y no podrás
negarme que esta buenísimo.

M: Es verdad Esther, está bueniiiiisimo…-se recostó en el sofá ocultando una sonrisa con su copa, pero
no pudiendo evitar una mirada asesina por parte de la enfermera.

Lu: Aquí estoy de nuevo -le tendió su copa a Inma y volvió a desabrocharse su chaqueta para sentarse
junto a ellas.

In: ¡Oye Maca! -habló de repente- ¿Te he enseñado la casa?

M: Pues no.

In: Vamos.

La pediatra sintió un tirón de su camisa cuando se levantaba, se giró para mirar a la enfermera y
comprobó cómo ésta le recriminaba con la mirada, sonrió antes de volverse a girar y tomó el brazo que
le tendía Inma para ir de paseo por la casa.

Habían pasado los veinticinco minutos más largos de su vida, el “Angustioso Luis” como le había
bautizado mentalmente, no paraba de hablar de sus proezas en todo tipo de aspectos profesionales,
dejándola a ella hasta el punto de haberse apoyado en su mano viendo como no había manera de tan
siquiera hacerle cambiar de conversación.

En u segundo de salvación en el que Félix e Inma pasaban por allí se levantó como si de ello dependiese
su vida y se disculpó para ir al baño, consiguiendo de aquella manera alejarse de su pesadilla particular.

Subió corriendo los escalones que la separaban del primer piso y fue hasta el baño principal, cerrando la
puerta tras de sí y apoyándose en el lavabo mientras se miraba al espejo. Suspiró aliviada por el silencio
y abrió el grifo para refrescarse un poco y encontrar fuerzas para bajar.
M: Uy perdón…-la pediatra cerraba la puerta al comprobar que la luz estaba encendida.

La enfermera que casi no había tenido tiempo a reaccionar lo hizo segundos después volviendo a abrir la
puerta para agarrar el brazo de su compañera y llevarla hasta el interior junto a ella.

M: ¡Esther!

E: ¡Tú tienes la culpa! -volvió a cerrar quedando las dos dentro- ¿Sabes lo que ese me ha hecho pasar ahí
abajo? -preguntaba furiosa.

M: Pero Esther jajajaja -daba un paso atrás- ¿Por qué estás enfadada?

E: Porque me habéis dejado sola con el engreído ese…-se sentó enfadada en el borde de la bañera-… y
hasta ahora no he podido escaparme

M: Lo siento -se sentó junto a ella- ¿Quieres que nos quedemos un rato aquí y así se olvide de ti?

E: ¿Te quedas conmigo? -pregunto poniendo voz infantil.

M: Claro tonta ¿Entonces no te ha caído bien?

E: Es un coñazo Maca, que si las inversiones de no sé donde es lo que más da, que si mi padre no sé
qué… Es lo peor.

M: A mí me da que tanta fundación, tanta fundación…, ese se dedicó a poner la pasta y quedarse a un
lado para no pillar nada.

E: A mí también… Anda que como el novio de Inma sea así va apañada de por vida.

M: Jajajaja

Más de quince minutos después, cuando ya la enfermera se encontraba con fuerzas de seguir dándole
esquinazo a su “Angustioso Luis”, salió del baño para dejar a Maca que terminase lo que había ido a
hacer allí, y justo cuando comenzaba a bajar los escalones vio como Laura subía a su encuentro.

L: Te estaba buscando.

E: ¿Qué pasa? -se puso a su altura mirándola con preocupación.

L: Eh no, no, nada… Bueno sí -sonrió nerviosa- He ligado, y Eva también… ella ya se ha ido, bueno pero
eso da igual…-hablaba rápido.

E: Laura, al grano.

L: Que me voy… bueno, nos vamos al piso, y… y eso que si puedes no ir a dormir...

E: ¿Qué? -pregunto sorprendida- ¿Cómo que…?

L: Esther, por favor, es guapísimo. Le he dicho de tomar una última copa en casa y ha dicho que sí,
Esther por favor, por favor -suplicaba- Te puedes ir a casa de Maca a ella no le importará seguro.

M: ¿El que no me va a importar? -apareció tras ellas.

L: Esther te lo cuenta ¡hasta luego! -salió veloz escaleras abajo.

E: ¡Laura!
Ambas miraban a la residente correr casi despavorida por aquella escalera, la pediatra que no sabía
nada de toda aquella escena, ahora observaba el rostro desencajado de la enfermera, prácticamente
permanecía de lado sin mediar palabra alguna.

M: Esther ¿Qué ocurre? -tomó su brazo haciéndola girar.

E: La mato, te juro que la mato -se frotaba la frente quedando apoyada en la pared- Qué morro tiene.

M: ¿Pero dónde va? No entiendo nada Esther, como no me lo expliques.

E: Joder Maca… si es que…-se sentaba aun enfadada.

M: A ver… dramática, que eres una dramática…-se colocaba junto a ella en el escalón- ¿Qué pasa? ¿Y
por qué estás así?

E: Laura ha ligado, y me ha dicho que no vaya a casa a dormir, que claramente me ha prohibido que vaya
vamos.

M: Vaya, pues bien por ella ¿no?

E: Maca, -se giró enfadada- que no puedo ir a dormir, y pretende que duerma en tu casa, las cosas no se
hacen así leche, no tengo por qué ir invadiendo la casa de nadie, y menos la tuya.

M: ¿Invadir? -frunció el ceño- ¿Pero qué tonterías dices? Tú no invades nada, yo te invito, además
oficialmente -se puso de pide- Señorita García, ¿quiere usted pasar la noche en mi casa?

E: Maca, por favor.

M: Vale, ahora en serio… No me importa Esther, además vivo sola, agradeceré la compañía de alguien
por una vez, y más si eres tú.

Cuando se hubo dado cuenta de sus palabras, un color rojizo coloreo sus mejillas, carraspeó tomando de
nuevo asiento junto a ella esperando nerviosa la posible reacción de la enfermera.

E: Me sabe fatal Maca, de verdad.

M: No seas tonta Esther, venga…

E: ¿De verdad que no te molesto? -pregunto incomoda- Porque…

M: No me molestas en absoluto, para nada vamos.

E: Vale -dijo no muy convencida- ¿Qué hora es?

M: Pasadas las dos ¿Quieres que nos vayamos? Tú madrugas mañana.

E: Sí, será lo mejor, si no mañana tendrás que echarme un cubo de agua para poder levantarme.

M: ¿Así que eres una marmotilla, uhm? -sonrió mientras comenzaban a bajar.

E: Tampoco exageres anda… que duerma la media que todo español.

M: Jajajajaja
Después de despedirse de Inma y Félix, salieron de la casa colocándose los abrigos por sentir la baja
temperatura de aquellas horas. La pediatra se detuvo frente a su moto y sacando un par de cascos le
tendió uno a la enfermera que miraba con fascinación lo que las llevaría hasta casa de la pediatra.

Maca subió primera y tomó la mano de Esther para ayudarla a acomodarse, una vez sintió que ésta
permanecía sentada y quieta, subió la visera de su casco y se giró para mirarla.

M: Abrázate, así no te moverás mucho y te dará menos frio.

E: Cla…claro…-titubeante abrió sus brazos rodeando primero su cintura, y algo cortada terminó por
pegarse a ella- Ya.

M: ¿Lista?

E: Lista.

M: Pues vamos.

Tras los veinte minutos que tardaron en llegar al centro, Esther se había acomodado de tal manera que
ni siquiera había pensando hacia donde se dirigían realmente. Pasados unos segundos en los que se
dedicó a mirar todo el juego de luces que inundaban las calles de Madrid, reconoció el camino, y
entonces recordó donde iban.

Un edificio bastante grande, y con un exterior bastante moderno se engrandecía frente a ellas. Maca
detenía la moto a un par de metros de la puerta del parking y accionaba la misma desde el mando que
llevaba en su llavero.

Segundos después subían al ascensor con una sonrisa tímida que hacía que se mantuvieran en un
silencio cómodo.

E: Este edificio es una pasada, creo que nunca me había parado a mirarlo

M: Tiene poco tiempo, la mayoría de las plantas de abajo son oficinas, los últimos pisos son los únicos
que vendieron como vivienda. A mí me gusta, es bastante tranquilo -el ascensor llegaba a su destino y la
pediatra salía primera abriendo después la puerta de su casa.

E: Y carísimo

La enfermera miraba aquel salón que se situaba frente a ella, tenía una decoración bastante sencilla a la
par que moderna, los colores que había elegido agradaban bastante a la vista y combinaban
indudablemente entre sí.

E: Me encanta -susurro mientras miraba cada detalle.

M: Gracias -sonrió- ¿Quieres ver el resto?

E: Por supuesto.

Agarró del brazo a la pediatra y mientras esta sonreía sin poder evitarlo prácticamente arrastraba de ella
mientras esta le iba enseñando cada habitación de la casa. De vuelta al salón Esther miraba de nuevo el
salón parándose esta vez en el mueble a mirar algunas fotografías.

M: He pensando que duermas tú en mi cama, y yo lo hago en el sofá.


E: De eso nada Maca, yo en el sofá y tú en tu cama, que solo faltaría eso para hacerme sentir peor.

M: A ver Esther… que este es un sofá-cama y es muy cómodo, lo compré yo para cuando tuviera visita, y
ya he dormido en él ¿Vale?

E: Pero es… ¿Cómo vas a dormir en el sofá estando en tu propia casa?

M: Pues porque quiero que tú duermas en la cama, eres mi invitada y punto, y ahora ven que te deje
algo de ropa para dormir.

E: Maca…

M: Esther no seas cabezota por favor… ven conmigo.

Sin dejar que dijese una palabra más cogió su mano y la llevó por el pasillo hasta su dormitorio. Nada
más llegar fue directa a su armario y comenzó a buscar algo que le quedase no muy grande a la
enfermera. Sacó un pantalón y una camiseta de manga larga dejándosela a los pies de la cama.

M: Ahí tienes el baño, yo voy a tomarme un vaso de leche ¿Quieres uno?

E: Sí, gracias.

Algo avergonzada por la actitud que había tomado la pediatra para convencerla, cogió la ropa
cambiándose allí mismo, entrando después en el baño.

M: Ya estoy aquí.

E: ¡Ya salgo!

E: Ya te has cambiado.

M: Sí, tenía ganas de estar cómoda. Te he traído la leche -señaló una bandeja sobre la mesilla.

E: Vale. Oye Maca, que yo he seguido pensando y… que no estoy convencida, así que…-se sentó en la
cama sobre una de sus piernas- Que te acuestes aquí conmigo.

M: ¿Cómo?

E: Claro, es tu cama, a mí no me importa para nada. Así tú estás contenta y yo también, es la mejor
solución -dio un sorbo de la taza- ¿Qué dices?

M: No sé. la cama es grande y…

E: Pues no se diga más, ¡P’adentro! -de un salto abrió retiro la colcha y se colocó a un lado de la cama.

M: ¿Siempre eres tan cabezota? -preguntó con una sonrisa mientras iba hacia el otro lado.

E: Para lo que me propongo sí… ya te irás dando cuenta, aunque tú también lo eres un rato eh, porque
vaya tela.

M: Es que ni loca permitiría que durmieras en el sofá Esther, es algo de lógica.

E: ¿Y eso por qué? -se colocó de medio lado mirándola.


M: Porque sí. Tú eres la invitada y debes dormir aquí, es lo más correcto.

E: Siempre tan correcta -sonrió mirándola.

M: Soy así, lo siento -encogió los hombros y se giró para mirarla- ¿Tienes sueño?

E: Un poquito, ¿y tú?

M: A mí me queda un rato hasta que me duerma, soy de dormir poco… no como tú.

E: Ale, ya se la cargó la Esther.

M: Jajaja Era broma.

E: No, si tienes razón.

M: Antes no era así no te creas, incluso siendo niña me sentaba en las piernas de mi padre y mientras
me leía algo, un cuento o simplemente su sección favorita del periódico, me quedaba frita
escuchándole… Me relajaba… Luego ya con el tiempo se ve que perdí esta costumbre, y ahora duermo si
tengo suerte, aunque cuando lo hago también me puedo tirar mis horas eh…-giró su rostro para mirarla
y comprobó como la enfermera permanecía con los ojos cerrados-…Esther…-susurró-… Esther ¿te has
dormido?

E: Uhm…-se movió ligeramente abrazándose a la almohada quedando muy cerca de ella.

M: Marmotilla…-con suavidad la cubrió por completo con la manta y le dio un beso en la frente- Buenas
noches.

Intentando no despertarla apagó la luz que había en la mesilla de su lado y cuando volvió a acomodarse
de nuevo en la cama, sin pensarlo, se quedó mirando hacia donde la enfermera ya dormía
plácidamente. Se quedó observándola en silencio, no dándose cuenta de que sólo por mirarla dormir
tan plácidamente, sus labios dibujaban una sonrisa de tranquilidad.

De aquella manera, y pensando en cómo poco a poco aquella mujer iba colándose en su vida, se quedó
dormida con el sonido acompasado de aquella respiración que le recordaba que no estaba tan mal
aquello de dormir acompañada.

Poco a poco sintió la necesidad de moverse y estirar el brazo que había soportado su peso casi toda la
noche. Abrió apenas los ojos y distinguió la luz que se colaba ya en su dormitorio, se frotó la cara con
una mano mientras intentaba moverse para quedar bocarriba y recordó a la enfermera.

Se giró buscándola pero aquel lado de la cama ya permanecía vacio, se apoyó en su brazo para poder
incorporarse y guiñando un ojo por toda la luz que se colocaba por la ventana, buscó el reloj de la
mesilla y vio que ya era bastante tarde para ser ella, así que se levantó y fue hasta el baño para después
dirigirse hasta la cocina. Al entrar pudo distinguir claramente el olor a café, y sonriendo observó como
este ya estaba preparado.

M: Esther…-sonrió de nuevo y vio como un pequeño papel amarillo estaba junto a su taza.

“Buenos días, entraba antes y me daba penita despertarte, creo que hoy será uno de esos días en los
que duermas ¿Eh? Te he dejado el café listo, qué menos por acogerme en tu casa… Un besito, nos
vemos en el hospital. Esther.”
En el gabinete Esther se había sentado en un rincón de sofá mientras se bebía un café calentito que le
había pedido el cuerpo hacía ya unos minutos, descalzada y cómodo escuchaba como Laura leía algún
que otro artículo de una revista que habían encontrado sobre la mesa.

L: ¡Mira! Aquí hay un test ¿lo hacemos?

E: Guay -se colocó de medio lado mirándola- ¿Cuál es el título?

L: “¿Tienes una personalidad conquistadora?” -habló con voz interesante- Esto promete.

E: Jajajaja a ver… empieza.

L: Uno… Cuando una persona te atrae físicamente ¿Cómo te comportas? A: Tímida B: Extrovertida C:
Curiosa hasta el punto de lanzarte sin pensar.

E: Mmmm…. No sé, es que es según la persona.

L: Venga Esther, son sólo cinco preguntas…

E: Si me gusta de verdad extrovertida.

L: Vale…-la marcaba con su bolígrafo- Dos, si tienes la posibilidad de crear situaciones con la persona
que te gusta ¿Cómo serían estas? A: Romántica B: Divertida o C: De las que suben la temperatura

E: Eh… ¿Esta revista cual es? -se incorporaba rápida para ver la portada pero Laura se echaba hacia
atrás- Me da a mí que te estás inventando alguna que otra respuesta Laura.

L: Jajajaja Esther, por Dios.

E: ¡A ver! -se levantaba y le arrebataba la revista-¡Ves! ¡Lo sabía!

Las carcajadas de ambas continuaron cuando se abrió la puerta, dejando paso a Maca, quien entraba
con el fonendo de la mano y con rostro serio.

L: Hombre, buenos días.

M: Hola –saludó con desgana mientras cogía su bata del perchero.

L: Vaya carilla traes ¿Te pasa algo? –La pediatra se encogió de hombros- Ya sé, no has podido dormir con
los ronquidos de Esther –soltó una carcajada.

E: ¡Oye! Que yo no ronco –le dio en la pierna a su amiga.

M: Es verdad, no ronca.

E: ¿Ves? –Le sacó la lengua a Laura- Gracias, Maca.

Sin embargo la pediatra no contestó, se giró para servirse una taza de café mientras que Laura y Esther
se miraron extrañadas.

L: Oye Maca, Esther y yo estamos haciendo el test de una revista –le enseñó la portada- ¿Te apuntas?

M: Ni hablar.

E: Déjame adivinar –empezó con una sonrisa- no crees en los test…


M: Pues no, no creo en los test.

L: Venga Maca, si es divertido ¿A que sí? –Le preguntó a Esther- Así nos reímos un poco, que seguro que
te hace falta. Ayer en la fiesta no te vi muy animada.

M: De verdad que no, Laura, nunca me verás haciendo un test de esos.

L: Qué sosa, hija.

E: Pues tú misma –se encogió de hombros- Siguiente pregunta.

L: Vaaaaaale, a ver. Tres ¿Crees que las miradas dicen mucho en una relación? A: Bastante B: Hay cosas
más importantes o C: No.

E: A, bastante…-contesto rotunda.

M: Y si es bizco ni te cuento…

La voz de la pediatra, que aunque floja, había llegado hasta las chicas, hizo que Esther resoplase lo justo
para que la pediatra se diese por aludida. Se acomodó con brusquedad en su asiento y miró a Laura casi
enfadada para que continuase.

L: Cuatro… Por casualidad te enteras de algo que le gustaría tener mucho a esa persona, pero no tienes
la confianza necesaria como para regalársela ¿Qué harías? A: Se lo regalas igualmente e intentas
acercarte con ese gesto B: Le comentas que lo has visto en alguna tienda y te ofreces a acompañarle o C:
Lo dejas pasar por alto y esperas otra ocasión.

E: Mmmm la A.

M: Y seguramente quedes como una psicópata.

El rostro de la enfermera se tensó de tal manera que Laura esperó un tiempo necesario para no hacerla
explotar. Las muecas hacían que Laura tuviera que resistirse una risa que anunciaba salir de un
momento a otro pero conociendo a su compañera, era mejor guardarse.

E: ¿Podemos seguir o…? -miró a la pediatra.

M: Sí, sí claro. Yo aquí a lo mío, perdona -tomó asiento y comenzó a leer informes.

E: Gracias.

L: Venga, la última… Cinco ¿Cuál fue el último deseo que pediste?

M: A saber, seguro que pide deseos hasta con los posos del café.

E: Bueno ya está bien ¿No? –Se giró molesta- Entiendo que no creas en estas cosas y que te parezcan
una chorrada, pero eso no te da derecho a reírte de la gente que sí nos gusta.

M: Perdona, no pretendía reírme de nadie –contestó descolocada.

E: Mira, a veces la gente no pide deseos porque crean realmente que van a suceder, ni hace estos test
creyendo que encontrarán respuestas sobre sí mismos que les solucione la vida… Simplemente los
hacen porque disfrutan, porque les ilusiona. Quizá sea ese tú problema, que no tienes ilusión por las
cosas.

La pediatra apretó la mandíbula y observó cómo Esther se levantaba y abría la puerta.


M: Quizá tengas razón –añadió en un susurro.

La enfermera la miró con una mezcla de confusión y tristeza y salió del gabinete.

L: Bueno pues yo… Mejor me voy sin poner ninguna excusa tonta y te dejo sola ¿No? –Maca sonrió
agradecida- Pues nada, me voy a ver si curro un poco.

Una vez a solas, la pediatra se apoyó sobre la mesa, escondiendo su cara entre sus manos y suspirando.
Había oído de boca de sus amigas miles de veces que tenía que olvidarse de todo, de pasar página y
volver a ser la de antes de que Ángela le partiera el corazón. Pero, por más que lo intentaba, sentía que
le faltaba algo para poder cambiar. Ilusión, quizá, como había dicho Esther.

Apoyó el mentón sobre sus manos cruzadas y miró en dirección al sillón en el que sus compañeras
habían estado sentadas minutos antes. “Deberías pedir un deseo… por si las moscas”, aquellas palabras
de Esther volvieron a resonar en su cabeza, haciéndola recordar que en aquella ocasión, fueron esas
palabras las que le hicieron mirar a aquellas estrellas fugaces con la ilusión de conseguir algo añorado.

Esther charlaba con una enfermera a un lado de uno de los pasillos, mientras hacía girar la cinta que
sostenía su identificación en uno de sus dedos. Empezaron a oír gritos no muy lejos de allí así que
corrieron hasta donde un hombre se había desplomado en el suelo, siendo zarandeado por su esposa.

E: A ver señora, déjele y échese para atrás, déjenos espacio.

Empezó a comprobar las constantes de aquel hombre cuando llegó Aimé corriendo y se arrodilló al otro
lado de aquel hombre.

E: Tiene la frecuencia muy baja, Aimé.

El médico empezó a mirarle las pupilas. Apagó la linterna y miró a la mujer del paciente mientras le
palpaba el cuello.

A: ¿Qué ha pasado?

Mujer: No lo sé, estábamos hablando y ha dicho que se mareaba y… y… se desplomó –decía nerviosa.

A: A ver ¡Una camilla por favor! –Pedía a gritos- Esther, me haces el favor de ir al gabinete y traerme su
historial, lo he dejado encima de la mesa. Se llama Pablo Ruíz Cabrero… Es paciente mío –explicó.

E: Vale, ahora vengo.

Se marchó en dirección al gabinete a toda prisa, abrió la puerta y buscó el historial. Una vez lo tuvo, algo
le llamó la atención. La revista que Laura y ella habían estado ojeando estaba abierta sobre la mesa.
Miró hacia fuera y vio que pasaba una enfermera.

E: Conchi, llévale esto al doctor Aimé, está en la doscientos uno... Es urgente.

La enfermera asintió y se marchó a toda prisa con el historial de la mano. Por su parte, Esther cerró la
puerta y se dirigió al sofá, sentándose en el apoyabrazos y cogiendo la revista. Frunció el ceño al
comprobar que, casualmente, estaba abierta por la página del test que hacía apenas media hora habían
hecho Laura y ella.

Pero lo que llamó su atención por encima de todo es que, junto a las respuestas que Laura había ido
marcando en negro, alguien había colocado cruces con un bolígrafo azul.
E: Veamos -dijo con una sonrisa.

Empezó a leer la primera pregunta en voz baja, parando sorprendida al descubrir que quien fuese que
había hecho el test, había marcado la misma respuesta que ella. Empezó a leer la segunda pregunta y
comprobó cómo, de nuevo, la misma respuesta había sido marcada. Extrañada, miró el resto de
preguntas y todas marcaban las mismas respuestas que ella.

E: Vaya… interesante, parece que tengo una media m…

Se calló de golpe al leer la respuesta a la última pregunta. Cinco “¿Cuál fue el último deseo que
pediste?”. Tragó saliva y leyó en voz alta las apenas dos líneas que había ocupado aquella respuesta
escrita en tinta negra.

E: Poder encontrar a mi media mandarina de una vez por todas.

Releyó la respuesta una y otra vez, intentando entender cómo alguien podía haber contestado aquello.
Se giró, mirando a la puerta como si allí fuera a encontrar la respuesta a sus dudas. “…encontrar a mi
media mandarina…” Volvió a repetir.

Una vez su cerebro empezó a funcionar casi con normalidad, reconoció su teoría, la misma que había
compartido con Maca aquella noche en la Sierra, al abrigo del fuego de la chimenea, bajo aquella manta
que las cubría a ambas.

E: Pero… no… Maca no… -empezó a dudar- ¿No?

Sacudió la cabeza, pensando que era imposible que la pediatra pudiera haber escrito aquello. Ella no
creía en la suerte, ni en el destino, ni en los deseos… Algo que le había demostrado una vez más al
interrumpir su test.

Su mente empezó a rebobinar lo ocurrido aquella mañana hasta detenerse en un momento específico,
en rotonda, hacía apenas unas horas, cuando cogió prestado el bolígrafo de Maca y recordó que la tinta
era negra.

E: No, pero… -rió nerviosa- No, es una coincidencia, Esther, no te pongas paranoica, puede haber sido
cualquiera. ¿No?

Pasó las yemas de sus dedos sobre aquella frase, empapándose de aquellas palabras que sabía bien que
nadie, excepto ella misma y la pediatra, conocía, habiéndose sentido demasiado ridícula para compartir
aquella idea con nadie más.

Desde que saliera del gabinete, pensaba una y otra vez en el test, en cómo había descubierto los
pensamientos de Maca, pero algo perdida por la situación, no encontraba el camino correcto a seguir.
Caminaba por rotonda cuando vio el cuerpo de Héctor apoyado en el mostrador mientras parecía
rellenar algo.

E: Héctor ¿Tienes un segundo?

H: Para vos los que querás ¿Qué pasa? -dejo el informe a un lado.

E: Eh… ¿Podemos ir a la cafetería? No quiero hablar aquí, hay mucho cotilla suelto.

H: Claro.
Colocando la mano en su espalda le daba paso a ir por delante rumbo a la cafetería. Nada más llegar el
argentino fue hasta la nevera y sacó un par de zumos y fue junto a la enfermera a la mesa que había
ocupado en una de las esquinas.

H: Pues tú dirás Esthercita.

E: Es que… a ver cómo te lo explico… Si tú supieras que le gustas a alguien... o crees saberlo… y a ti… en
cierto modo también, o… como que te despierta una curiosidad que sabes podría acabar en eso
perfectamente… ¿Qué harías?

H: ¿Te gusta alguien? ¿Uhm? -subía una y otra vez sus cejas con una sonrisa.

E: ¡Héctor!

H: Perdón, perdón…-elevaba ambas manos- ¿Qué haría yo?

E: Ajá

H: Pues… no sé, si yo lo tuviera claro haría por… por tener detalles… estar cuando creo que necesita
algo… regalarle una sonrisa cuando la necesita, y cuando no también…

E: ¿Puedes ser menos ñoño Héctor?

H: ¿Cómo menos ñoño? -preguntó con refunfuño- Vos me preguntaste qué haría…

E: Ya leche -alzó la voz y miro a ambos lados para hablar con mas intimidad- Que si directamente harías
algo o esperarías a que te dijera algo con más claridad.

H: No sé, yo lo hablaría… supongo.

E: ¿Y si no es así?

H: Pues entonces ya lo tienes claro… pero hacerme caso Esther, si lo crees, ten detalles… búscale,
¡Llamarle che! Que no se pierde nada, y el amor es lo más bonito que hay, somos jóvenes…-comenzó a
hablar mientras llevaba la vista al techo-… tenemos el derecho de buscar a alguien con quien pasar la
vida… enamorarnos… desenamorarnos… no sé… ¿No lo crees así? …-justo entonces bajaba la mirada
encontrándose solo-… perfecto… yo aquí intentando ayudar y miran como me tratan…. –miraba a su
alrededor-… perfecto Héctor… habrás quedado como un boludo, un boludo loco…-le levantó
recriminándose a sí mismo.

Mientras tanto Esther había comenzado a andar de nuevo hasta urgencias, cuando la teresa la llamaba
desde el mostrador.

E: Dime, Teresa.

T: Que vayas al gabinete, Vilches ha organizado una reunión.

E: Vale, Gracias.

Se dio media vuelta y se dispuso a marcharse cuando tuvo una idea.

E: Oye Teresa –la llamó, obligándola a girarse- Si tú supieras que… -sacudió la cabeza, arrepintiéndose-
Nada, es igual.

Teresa la miraba extrañada. Levantó sus brazos y los dejó caer a sus costados con fastidio.
T: Esta chica está fatal y a mí me va a volver loca.

Tras escuchar el último refunfuño por parte de Teresa, puso paso veloz hacia el gabinete, antes de llegar
pudo ver la puerta abierta y como Héctor entraba tras Vilches, aligeró un poco más su velocidad y llegó
tras ellos, comprobando que únicamente Cruz y Maca habían tomado asiento por ahora.

E: Hola -se sentó junto a la pediatra y frente a Cruz- ¿Ocurre algo?

C: Nada grave, tranquila.

V: ¿Dónde están los demás? -se colocaba a un extremo de la mesa mirándolos a todos.

C: Laura y Javier están en quirófano, y Aimé esta avisado pero no creo que pueda aparecer.

V: Pues nada, como esto es el pitorreo oficial luego os vais pasando las últimas noticias -cruzó los brazos
y tomó aire para continuar hablando- Esta tarde vendrá un canal de televisión a grabar un poco la
situación de urgencias.

E: ¿Y eso?

V: Ha saltado la alarma de algunos casos de maltrato de pacientes, y van a emitir un programa que…-se
giro y observo como Héctor ojeaba una revista totalmente recostado en su asiento- ¡Tú! ¡Argentino!

H: ¿Eh?

V: ¿Eh? ¿Eh? -le imitaba con sorna- ¿Aburrido? ¿O es que te has hecho marica?

H: ¡No seas boludo Vilches! Además, eso te pega más a ti…-sonrió- Esto es todo psicología, che, para
comprender mejor a las minas.

Justo en aquel instante la pediatra alzaba la vista al escuchar las risas de Cruz y la enfermera, que a su
vez, miraban a Héctor con la revista entre sus manos. Su pulso se aceleró al recordar el test que ella
misma había rellenado sin saber exactamente por qué, miró a Esther un segundo, y volvió a mirar al
argentino.

M: A ver Héctor ¿Qué lees?

E: Tranquila, -la pediatra sintió el susurro junto a su oído- tu secreto está a salvo conmigo.

Sintió como la enfermera le tendía algo bajo la mesa y echando la vista hasta su mano, vio como ahí
permanecía aquella página doblada. Carraspeó y se metió dicho folio en el bolsillo de su bata,
intentando aparentar tranquilidad.

V: Bueno, pues eso es lo que hay, ya podéis todos volver al trabajo, si lo podéis llamar así.

En aquel momento Maca sintió la necesidad de salir de allí, y esquivando el asiento de la enfermera se
despedía de sus compañeros huyendo, literalmente, de unos nervios que se habían apoderado de ella
hasta el punto de sentirse patosa.

C: ¿Y a esa qué le pasa?

E: No lo sé, hasta hace un segundo estaba bien.


C: Últimamente está de un raro…-se levantaba caminando junto a la enfermera-… luego hablaré con
ella.

E: Eso, a ver si le sacas algo…-sonrió y tomó un camino contrario al de la cirujana que se la quedó
mirando desde su lugar.

Esther se acercó al mostrador de recepción con unos papeles de la mano y un sobre enorme de color
marrón bajo el brazo.

E: Teresa, ¿has visto al paciente que había en la sala de observación?

T: ¿El carpintero del dedo roto? –La enfermera asintió- Está en la sala de espera, con su mujer.

E: Vale, gracias.

La enfermera se dirigió a la sala de espera a darle el alta y demás papeles al paciente que había perdido
de vista, dejando a Teresa a sus quehaceres.

M: Teresa ¿Ha llegado un fax para mí?

T: Pues no lo sé, míralo –se encogió de hombros.

M: Derrochando simpatía por lo que veo.

T: Es que de verdad –se giró hacia ella, aún buscando entre los papeles que tenía entre manos- que lo
queréis todo hecho. Si no fuera por mí…

M: Eso por supuesto Teresa, este hospital se caía a pedazos.

La pediatra le dirigió una fugaz mirada con una sonrisa antes de seguir buscando entre los papeles cerca
del fax.

T: ¿Qué fax estás esperando? Lo mismo lo he visto.

M: Ah, ahora te interesa ¿Eh? –comentó divertida.

T: Es por ayudar –respondió ofendida.

M: Nada interesante, unos informes que he pedido al Clínico -levantó una carpeta- Aquí están.

T: Si es que yo lo digo siempre que no miráis… Es cuestión de buscar bien.

M: Te pareces a mi madre.

T: Sí, pero sin los millones, ni la bodega, ni el marido famoso…

M: Ni una hija guapísima –añadió en tono gracioso mientras seguía mirando el fax.

La recepcionista no pudo más que sonreír antes de girarse y volver a apoyarse en el mostrador, de cara
al muelle.

E: ¿De qué te ríes? –le preguntó Esther, cruzando los brazos sobre el mostrador.
T: Nada, tonterías –miró a la enfermera- Para sonrisa la tuya, que llevas un día que… parece que te haya
tocado la lotería.

E: Pues no, sigo igual de pobre –contestó con cierta desidia.

T: ¡Ya sé! –Exclamó- Te ha salido un pretendiente. ¿A que sí?

Esther no pudo más que reírse ante el entusiasmo de Teresa, que la miraba con las manos juntas y cara
de esperanza. Miró más allá de aquella mujer, y vio que la pediatra le había dedicado una fugaz mirada
antes de volver a enfrascarse en los documentos que tenía entre manos.

E: Pues mira, puede que sí –le siguió el juego- Quizá algo de eso haya.

T: ¡Ay qué alegría! –exclamó feliz.

E: Bueno, bueno… que no lo sé seguro, Teresa. Aún no sé si tiene interés en mí…

T: Bueno, pero seguro que sí mujer, si tú eres un partidazo. Mejor chica que tú no va a encontrar
¿Verdad Maca? -La pediatra la miró sin decir nada- Y oye… Lo más importante -se inclinó sobre el
mostrador- Si… si él… pues eso… Si resulta que sí está interesado ¿Estarías interesada tú?

La enfermera sonrió y miró de nuevo por el hombro de la recepcionista, cruzando su mirada con la de
Maca, que la miraba fijamente sin decir nada.

E: Es posible, sí.

Miró a la pediatra unos segundos más antes de despedirse de Teresa y marcharse de la recepción. La
recepcionista se quedó extrañada y se giró para mirar a Maca, quien seguía inmóvil con los papeles en
las manos y mirando al frente, absorta.

T: ¿Tú la has oído? –No obtuvo respuesta- ¡Maca!

M: Pe… perdona, Teresa yo… Esto… tengo cosas que hacer.

Sin añadir nada más, la pediatra se giró, casi chocando con una enfermera que había detrás y tras
disculparse se marchó también.

T: Desde luego, mira que están raras estas chicas –sacudió la cabeza- ¿Y quién será el pretendiente de
Esther?

En la cafetería, Laura y Esther conversaban animadamente sobre la fiesta de la noche anterior.

L: Pues eso, que luego por la mañana un muermo, como todos los amigos de Félix –hizo una mueca.

E: Bueno, al menos tú te lo llevaste a casa… animadillo –ambas rieron.

L: Sí, eso sí, porque por muy guapo que fuera, lo llego a conocer sobrio… Y vamos, yo duermo con mi oso
de peluche como todas las noches.

La residente miró hacia la puerta y vio cómo Maca entraba con una carpeta debajo del brazo y se dirigía
hacia la nevera, sacando un tetrabrik de zumo, antes de acercarse a la mesa y sentarse con ellas.

L: Hombre, dichosos los ojos.


M: Perdona por lo de antes, Laura, ya sabes que no suelo escaquearme de quirófano.

L: No pasa nada, al final entró Javi conmigo.

E: ¿Te has escaqueado de quirófano? –Preguntó extrañada- ¿Y eso?

M: No sé no… no estoy muy centrada hoy –se encogió de hombros- tendré el día tonto.

Maca empezó a echarle un vistazo a la carpeta que había llevado hasta la cafetería mientras sus
compañeras seguían charlando, compartiendo detalles que no habían tenido tiempo de discutir a lo
largo del día. Tan concentrada estaba que no vio que la enfermera le estaba ofreciendo algo.

E: ¡Maca! –La pediatra dio un respingo- Que si quieres media mandarina… Está muy rica.

M: ¿Qué?

Extrañada, miró la mano de la pediatra, extendida sobre la mesa y sosteniendo media mandarina ya
pelada.

M: Eh… no, yo…

Esther sonreía al verla tartamudear, mientras que Laura la miraba extrañada sin entender muy bien qué
estaba ocurriendo. Tal era el estado de nerviosismo de la pediatra que se le cayó la carpeta de las manos
y los papeles se desperdigaron por el suelo.

M: Joder, si es que no sé qué me pasa hoy.

L: Trae que te ayudo, anda.

Laura se agachó junto a ella y la ayudó a recoger los papeles, observando cómo se la veía claramente
nerviosa.

L: Eh… -apoyó su mano en el brazo de su amiga- ¿Estás bien Maca?

E: ¿Estás nerviosa por algo? –preguntó extendiéndole varios folios que había recogido.

M: Gracias… -cogió los papeles- Mejor… mejor me voy a mi despacho a acabar con estos historiales. Está
claro que no es mi día -se levantó y se marchó de la cafetería.

L: ¿Qué le pasará?

E: A mí no me mires –respondió con una sonrisa.

Maca tecleaba con rapidez en el portátil de su despacho, donde se había refugiado hacía casi una hora
tras descubrir que Esther había leído las respuestas del test y había sido capaz de deducir que había sido
ella. Estaba molesta consigo misma por dejar un mensaje tan obvio al alcance de cualquiera.

Cuando más concentrada estaba, llamaron a la puerta con los nudillos, dando paso a alguien antes de
que pudiera contestar.

E: Hola ¿Puedo pasar?

M: Ya estás dentro –respondió algo molesta.


E: Pues sí –sonrió y cerró la puerta- Sé que seguramente no te apetece demasiado hablar conmigo
pero… -se acercó a la mesa de la pediatra-… creo que tenemos que hablar.

Maca suspiró, cerrando su portátil y apoyando los codos en la mesa, uniendo sus manos para apoyar su
mentón. Por su parte, Esther se sentó en una de las sillas, con sus manos unidas, entre sus rodillas y
mirando al suelo.

E: ¿Estás enfadada? –preguntó con timidez.

M:-suspiró- No, no estoy enfadada. Más bien estoy… descolocada, desconcertada… como lo quieras
llamar.

E: ¿Por qué?

M: Porque… ¿Qué pasa ahora, Esther?

E: No lo sé –se encogió de hombros.

Hubo un incómodo silencio entre ambas, silencio en el que Maca separó sus manos, empezando a
acariciar la superficie del portátil con uno de sus dedos. Esther, la miraba fijamente, consciente de que si
quería sacar algo en claro, debía ser directa.

E: ¿Te gusto?

M: ¿Qué? –preguntó nerviosa.

E: Es una pregunta sencilla, Maca. ¿Yo a ti te gusto?

M: Sí, Esther, me gustas –apretó los labios, agachando la cabeza- Y no sé si estoy preparada para esto.

E: ¿Para qué? –Frunció el ceño- Maca, que te guste alguien no es nada malo.

M: Lo sé, Esther, pero tú…

E: ¿Yo qué?

M: Tú no… -negó con la cabeza.

E: ¿No soy lesbiana? –Buscó su mirada- ¿Es eso?

La pediatra miró para otro lado, recostándose en su silla, la cual movía ligeramente de lado a lado.

E: Mira, no, no lo soy. Pero eso no quiere decir que no me guste estar contigo o que no me hagas sentir
cosas… -Maca la miró sorprendida- Nunca he tenido suerte en el amor, pero eso no quiere decir que no
quiera encontrar a alguien, Maca. Y lo que no pienso hacer es escandalizarme porque una mujer, muy
atractiva he de añadir, se interese por mí.

La pediatra sonrió con timidez, sintiéndose algo avergonzada por aquel comentario de Esther.

E: Yo no pienso cerrarme puertas y tampoco deberías hacerlo tú.

Maca ladeó la cabeza, asombrada ante la rotundidad con la que la enfermera le hablaba de todo aquello
que a ella le daba apuro, que le ponía nerviosa y de lo que no se atrevía a hablar.

Esther se levantó, se dirigió hacia la puerta y se giró antes de abrirla y marcharse.


E: Piénsalo… Te veo luego.

Por fin había acabado su turno y para que quedara claro, Esther se quitó su identificación de alrededor
de su cuello, al igual que su inseparable fonendo, contenta de poder irse al fin.

C: ¿Ya te vas?

E: Sí, por fin acabé –se pasó la mano por la frente- estoy cansadísima. ¿Y tú?

C: Me quedan aún un par de horas para acabar, tengo una operación de última hora.

E: ¡Uy, pues conmigo no cuentes! –Le enseñó el fonendo en su mano- Yo me voy pero ya…

C: No, tranquila –sonrió- ¿Sabes quién ha acabado también? Maca.

E: ¿Sí?

C: Sí, debe estar cambiándose ahora.

E: Oye… ¿Al final hablaste con ella? ¿Te ha contado por qué estaba así de rara?

C: Que va, hija. Maca cuando no quiere es imposible sacarle nada.

E: Bueno, quizá mañana tenga mejor humor. Ya se le pasará.

C: Eso digo yo –sonrió- Venga, te dejo que te vayas para casa.

E: Hasta mañana –se despidió sonriente.

Se mordía el labio, nerviosa, mientras caminaba por el pasillo en dirección a los vestuarios, donde
esperaba encontrar a la pediatra. Se detuvo frente a la puerta y tomó aire, dispuesta a descolocarla una
vez más.

E: Hola ¿Te vas ya?

M: Eh… sí –la miró extrañada- ¿Qué haces aquí? ¿Ha pasado algo con algún paciente o…?

E: No, no, nada de eso –sonrió- Sólo venía a decirte que me esperes en el muelle.

M: ¿Para?

E: Porque me vas a invitar a una copa, así que no tardes.

Se disponía a marcharse cuando la pediatra dio un paso hacia delante, en un amago de agarrarla del
brazo, aunque finalmente no lo hizo.

M: Perdona ¿Qué?

E: ¿Cómo pretendes conquistarme si no me invitas a salir a tomar algo? –le explicó con total
naturalidad- Así que venga, que yo en cinco minutos estoy.

Maca se quedó allí de pie, mirando a la puerta, atónita. Había levantado las cejas y parecía tener
problemas para cerrar la boca. Emitió una pequeña risa y se giró hacia su taquilla para seguir guardando
las cosas.
M: Señor, sí señor –murmuró.

La risa de Esther se vio interrumpida cuando un chico bien parecido se acercó hasta ellas con una mano
en el bolsillo del pantalón.

-Hola, estaba tomándome una copa con mi amigo y no he podido evitar fijarme en vosotras –les sonrió-
¿Me permitiríais invitaros a una copa?

M: No estoy interesada, lo siento –contestó con sequedad.

-Bueno, quizás tu amiga…

E: Su amiga está interesada en una copa, claro que sí.

-Estupendo –le tendió su mano- me llamo Jaime.

E: Encantada Jaime –estrechó su mano- Yo soy Esther y ella es Maca.

J: Un placer. Y bien ¿qué quieres tomar?

E: Ahora mismo nada, gracias –rió, desconcertando al chico- He dicho que estaba interesada en una
copa, no que quisiera tomármela ahora o contigo. Pero… -tocó su brazo con su mano- si cambio de idea,
te buscaré... Jaime.

El chico le guiñó el ojo y se marchó por donde había venido. Esther se giró parar mirar cómo se
marchaba y sonrió.

E: No está mal –dio un trago de su copa.

La pediatra la observaba contrariada, cogió su bolso e hizo ademán de levantarse, pero la mano de
Esther en su pierna la hizo detenerse.

E: ¿A dónde vas? –preguntó extrañada.

M: ¿Perdona?

E: ¿No te irás a ir ahora? Acabamos de llegar.

M: Mira, no sé qué narices tienes pensado pero no me gusta que jueguen conmigo.

El tono de reproche en su voz hizo que Esther se cuestionara la manera en la que se estaba
comportando. Sin embargo, al mismo tiempo, le hacía sentirse en control de la situación, le gustaba
saber que sí le interesaba a la pediatra y que ésta se mostraba quizá incluso celosa.

E: Mira, no sé por qué te pones así, no es como si estuviéramos saliendo ni nada por el estilo –sonrió-
Antes te dije que no me iba a cerrar puertas y eso es lo que hago, dejarlas abiertas a cualquier
posibilidad –quitó su mano de la pierna de la pediatra y agarró su copa de nuevo- Si quieres algo
conmigo, tendrás que trabajártelo como todos los demás.

Bebió un largo trago de su copa, mientras miraba fijamente a Maca, quien apretaba su mandíbula y
miraba hacia otro lado, antes de levantarse, lo cual alarmó a la enfermera.

M: Tranquila, sólo voy al baño –levantó ambas manos- Disculpa.


Una vez en el baño decidió refrescarse un poco la cara con agua. Apoyó sus manos en el lavamanos y
agachó la cabeza, intentando relajar la tensión que sentía en su cuerpo. Si bien era cierto que la actitud
de Esther la había sorprendido y había estado a punto de marcharse, le había hecho darse cuenta de
que, en parte, tenía razón.

Levantó la cabeza, mirándose en el espejo que había frente a ella. Buscó algún detalle de lo que un día
fue, en aquella mirada ojerosa, en sus facciones, más delgadas que hacía meses… Chasqueó la lengua,
cerrando los ojos con fastidio. Y entonces lo encontró… Una pequeña chispa que la hizo reaccionar y las
palabras que Cruz le había dicho tantas veces cobraban sentido al fin y le daban la fuerza para erguirse y
superar sus miedos.

C: Se ha ido Maca, y no va a volver, y sé que con ella se llevó un parte de ti, pero la recuperarás.
Aparecerá alguien que te la devolverá y no sólo eso, te dará mucho más. Pero tienes que pasar página.

Miró su mano izquierda y acarició el anillo de plata que tenía en su dedo corazón desde hacía casi un
año y que no se había quitado ni un solo día. Tomó aire y se lo quitó, dejándolo en el lavamanos.

Salió con decisión, visualizando la figura de Esther, apoyada sobre la barra y moviendo la aceituna que
aún adornaba su Martini.

M: Ya estoy.

E: Ah, hola –la saludó con una sonrisa.

M: Coge tus cosas Esther, nos vamos.

E: ¿Perdona? –miraba a la pediatra que pedía la cuenta con un gesto de su mano.

M: Si voy a intentar conquistarte lo vamos a hacer a mi manera, así que venga, nos vamos a otro sitio.

Pagó al camarero y se cruzó el bolso antes de ofrecerle su mano a la enfermera, quien la agarró sin
entender muy bien aquel cambio de actitud de la pediatra, pero que la hizo sonreír mientras la seguía
hasta el exterior del local.

Pidieron un taxi que las llevó hasta un restaurante situado a pocas manzanas de donde vivía la pediatra,
según le había explicado ésta. También le había dicho, que era un restaurante especial para ella,
aunque no le explicó por qué.

Al entrar, Maca saludó al dueño del restaurante, quien la envolvió en un fraternal abrazo antes de
presentarle a Esther y anunciarle que quería una mesa íntima en la parte de arriba. Aquello hizo que la
enfermera buscara las escaleras, que se encontraban en la parte posterior de un acogedor comedor.

M: Ven, Esther, ahora sube Germán.

La enfermera asintió y siguió a la pediatra hasta las escaleras, subiendo primero ya que le había cedido
el paso amablemente. Al llegar arriba se encontró con un comedor más reducido que el de la planta de
abajo, con cuatro mesas colocadas a bastante distancia las unas de las otras. Una gran lámpara de araña
colgaba del centro del techo, y unos hermosos candelabros adornaban cada una de las mesas para
otorgarle un aspecto más romántico.

En una de las paredes había pintado un mural que ocupaba toda la superficie, retratando un paisaje de
un campo Jerezano, como le había explicado Maca al verla observar la imagen con la boca abierta. La
condujo hasta la mesa en la que siempre se acomodaba cuando acudía allí y retiró la silla para que
Esther se sentara.

E: Gracias –sonrió ruborizada.

M: No hay de qué –se sentó en su silla, delante de ella- ¿Te gusta?

E: Me encanta, es precioso Maca. Nunca había oído hablar de este sitio.

M: No me sorprende –sonrió- Gran parte de la clientela de Germán son conocidos o bien por negocios o
bien por amistad.

Escasos minutos después, el dueño del local se acercaba a ellas con sendas cartas.

G: Y esta para usted, señorita –le ofreció a Esther, quien sonrió halagada- ¿El mismo vino de siempre?

M: Sí, por favor. ¿Tú vas a tomar vino o…?

E: Vale, pero poco –sonrió con timidez- enseguida se me sube.

G: Os dejo solas unos minutos para que decidáis.

M: Gracias Germán.

La enfermera abrió la carta y empezó a repasarla con su vista, descubriendo un detalle que le llamó la
atención.

E: Maca, debe haber un error.

M: ¿Por qué? –sonrió, sabiendo a qué se refería.

E: Que… no hay precios –contestó asombrada.

M: Ya –cerró la carta para que leyera la parte delantera.

E: Carta para acompañante.

M: Pide lo que te apetezca, Esther.

E: Pero Maca…

Sin embargo la pediatra no contestó, le ofreció una tímida sonrisa y repasó la carta para decidir qué
tomaría ella.

M: ¿Te gusta?

E: Me encanta, está riquísimo –se cubrió la boca con una mano.

M: Me alegro –sonrió complacida- Anda, prueba un poco de esto.

Cogió un poco de su plato y le tendió el tenedor a Esther, quien lo capturó entre sus labios y degustó lo
que le había ofrecido la pediatra.

E: Mmh… Dios está para morirse.


M: Jajajaja Vale.

E: ¿Qué? –preguntó.

M: Nada…

E: No me digas nada, no soporto que me digan eso. Ahora lo dices.

M: Es que… -la miró con ojos brillantes y una sonrisa sincera- eres adorable.

La enfermera apartó la mirada, consciente de que sus mejillas debían estar tiñéndose de un color rojizo
y siguió comiendo como si nada. Al contrario que Maca, que decidió parar de comer para observarla con
atención, cosa que parecía poner nerviosa a la enfermara.

E: Maca, para.

M: No estoy haciendo nada.

E: Me estás mirando.

M: ¿Y?

E: Pues que pares, que me estás poniendo nerviosa.

M: Vaaaale… -sonrió- Pero sigo pensando que eres adorable.

Esther la miró y sacudió la cabeza, no podía evitar sonreír ante los halagos de la pediatra.

Continuaron comiendo, hasta que Esther recordó que Maca había descrito aquel lugar como un sitio
muy especial para ella y no pudo evitar preguntarse por qué.

E: Oye Maca…

M: Dime.

E: Antes me has dicho que este es un sitio muy especial para ti…

M: Ajá –tomó un sorbo de vino. La miró al ver que no seguía- Ya , y quieres que te explique por qué –la
enfermera asintió- Es una historia muy aburrida, te aviso.

E: Es igual, quiero saberla.

M: Pues… Antes te he dicho también que este lugar sólo lo conocen mayormente amigos de Germán –
Esther asintió- Digamos que Germán es amigo de mi familia, que es… como un tío para mí. Él es de Jerez,
seguro que te has dado cuenta de que aún tiene un poco de acento andaluz al hablar, pero lleva muchos
años en Madrid. Mi madre y él eran novios…

E: ¿En serio? –preguntó sorprendida.

M: Como lo oyes. Estaba loquito por ella… O al menos eso me dice siempre que me ve –sonrió- El caso
es que luego llegó mi padre, mi madre se enamoró de él y bueno… El resto, como dicen, es historia.

E: Vaya, nunca me lo hubiera imaginado, pensaba que… -se detuvo- Nada, no pensaba nada.

M: Pensabas que venía aquí con Ángela…


E: Lo siento Maca no es asunto mío, no pretendía…

M: No, no pasa nada –la interrumpió- Es normal que lo pienses ¿No? Pero vamos que… para tu
información, nunca vine aquí con ella.

E: ¿No? ¿Por qué? No quiero ser indiscreta –se disculpó- sólo es que, si fue tu pareja durante meses…

M: No sé –se encogió de hombros- nunca surgió así, no… no se me ocurrió traerla –empezó a jugar con
un hilo que sobresalía de la superficie del mantel- y bueno, mejor así ¿No?

Conmovida por aquel atisbo de tristeza en los ojos de la pediatra, Esther alargó su mano, colocándola
sobre la de la pediatra, quien alzó su dedo índice, permitiendo que se enlazara con el de la enfermera.
Ambas se miraron cómplices, y sonrieron.

Separaron sus manos al ver que Germán se acercaba a ellas con dos platos de postre, ambos contenían
un flan casero con una nube de nada, ralladura de chocolate y una guinda.

G: Aquí tenéis, para las dos clientas más guapas.

M: Germán, pero si no hemos pedido postre –respondió con una sonrisa.

G: Venga, no me digas que pensabas que te iba a dejar sin tu flan.

La pediatra sonrió un tanto ruborizada al ver que Esther la miraba con ternura al ver cómo Germán
acariciaba su cabeza con su mano, de manera paternal.

G: Desde pequeña, este ha sido el postre favorito de Macarena. Siempre me lo pedía: “Flan a la
Germán”, me decía.

M: Oye ¿Por qué no te sientas con nosotras un ratito? –le dijo agarrando su mano.

G: ¡Pero qué dices! No pienso interrumpiros, niña.

E: Si no interrumpe, de verdad, nos encantaría.

G: Con una condición –levantó el dedo índice- que me llames de tú.

E: De acuerdo.

Germán sonrió y cogió una silla, sentándose al otro extremo de la mesa mientras ambas se comían el
postre y le contaban que se conocían del hospital y que recientemente habían empezado una relación
de amistad. Por su parte, Germán relató alguna que otra historia de Macarena y sus travesuras con su
hermano Jero que hicieron reír a Esther a carcajadas, contagiando a la pediatra que disfrutaba al verla
así.

Tras pasar un rato con ellas, Germán se disculpó para volver al piso de abajo y atender al resto de los
comensales, y así dejarlas un rato a solas.

E: Es un tipo fantástico.

M: Sí que lo es -sonrió con cariño.

E: Te quiere mucho, se nota.


M: Bueno, supongo que le recuerdo a mi madre. De hecho, me parezco bastante a ella de joven.

E: Yo me parezco más a mi padre, hasta en el carácter. Mi madre es un torbellino y yo soy la mar de


tranquilaza –sonrió- Bueno, ¡qué te voy a contar!

La pediatra miró su reloj y al ver que se hacía tarde, decidieron que ya era hora de marcharse. Se
despidieron de Germán, quien no permitió que pagaran ni un céntimo y emprendieron el camino hasta
casa de la enfermera.

Caminaban despacio, la una al lado de la otra, sin cruzar una palabra, pero realmente no lo necesitaban.
Aquel silencio entre ellas, lejos de ser incómodo, las reconfortaba. En un momento en el que el aire de
por la noche aumentó en velocidad, Esther se había agarrado al brazo de la pediatra, cuya única
respuesta había sido una sonrisa.

Maca la acabó convenciendo de coger su coche y llevarla hasta casa, y así lo hizo. Aparcó en doble fila,
aprovechando el escaso tráfico que había a aquellas horas, y bajó para acompañarla hasta el portal,
donde se detuvieron frente a frente.

E: Bueno, otra vez aquí –miró a su puerta.

M: Sí –sonrió.

E: Me lo he pasado muy bien esta noche, Maca.

M: Me alegro.

E: Quería… quería pedirte perdón por lo de antes, por cómo me he comportado en el bar yo… no suelo
ser así… -agachó la cabeza.

M: Eh… Mírame –la obligó a hacerlo, levantando su mentón- Todo ha ido bien ¿No? –Esther asintió-
Entonces no hay nada por lo que disculparse.

La enfermera sonrió, sacando las llaves de su bolso y mirando a Maca, quien seguía con sus manos en
los bolsillos de su abrigo.

M: Oye… ¿Qué tal voy? Ya sabes, en eso de conquistarte.

E: Pues… le diré, doctora, -añadió con una sonrisa- que no va nada mal.

M: ¿Ah no? –La enfermera negó con la cabeza- ¿Qué nota me das, a ver?

E: Mmh… -fingió pensarlo- Progresa adecuadamente -ambas rieron ante aquella respuesta.

M: Entendido –su rostro se tornó serio- Yo también me lo he pasado muy bien contigo esta noche,
Esther.

La pediatra dio un paso al frente, sacando una mano de su bolsillo y cogiendo tímidamente la mano de
Esther, la cual sentía fría. Automáticamente, el cuerpo de la enfermera se inclinó hacia delante,
acercándose más a ella y Maca se agachó ligeramente.

E: Ahora -empezó en un susurro- ¿Viene cuando me das un beso de buenas noches? –La pediatra negó
con la cabeza- ¿No?
M: No, -se acercó más a ella, susurrando también- ahora viene cuando te doy las buenas noches, y tú te
quedas pensando en cómo será besarme.

Tras pronunciar aquellas palabras le dio un beso en la mejilla y le susurró “buenas noches” muy cerca
del oído. Soltó su mano y se introdujo de nuevo en su coche, marchándose de allí mientras Esther
contemplaba, con una sonrisa, cómo se alejaba.

Mientras subía en el ascensor no podía borrar aquella sonrisa bobalicona que la hacía querer comenzar
a reír y no parar en mucho rato. Apoyada en uno de los laterales recordaba como la había dejado con las
ganas de aquel beso en el portal, y sonrió aun más sabiendo que se cobraría aquel momento. De aquella
misma manera llegó hasta la puerta de su piso y entró caminado directa hasta la cocina.

L: Ya has vuelto -la enfermera se giró para observar como su compañera permanecía apoyada en el
marco de la puerta.

E: Hola ¿Eh? Yo bien y ¿tú? -sonrió al pasar por su lado camino del salón.

L: Menos guasa ¿Dónde has estado? Te esperé para cenar.

E: Por ahí, dando una vuelta…-se sentó en el sofá y cruzó sus piernas mientras encendía el televisor.

L: ¿Sola?

E: La verdad es que no -sonrió sin ocultarse.

L: ¿Has tenido una cita? -se sentó mientras preguntaba entusiasmada- Es eso, has salido con alguien.

E: Eso es lo que tú dices, yo no he dicho nada que te haga pensar eso.

L: Esther no me vaciles ¿Con quién has salido? -le cogió una mano- ¿Le conozco?

E: ¿Has cenado bien? Yo de maravilla…-se levantó sabiendo lo mucho que enfadaría a la residente.

L: ¡Esther! ¡Ven aquí ahora mismo! ¡No huyas!

E: Jajajaja

L: Cobarde

Riendo por la reacción de Laura, la cual ya esperaba, fue hasta su habitación para dejar su móvil
cargando y acto seguido fue hasta el cuarto de baño con la intención de darse una relajante ducha y
terminar aquel día. Minutos después salía ya con el pijama puesto y un tazón de leche caliente entre sus
manos.

E: ¿Qué ves? -preguntó sentándose junto a ella.

L: Una peli que se llama “Mi compañera de piso es una cenutria”. -refunfuño cambiando de canal.

E: Jajajaja es que eres muy cotilla, Laura. Ya te enterarás, mujer. -La residente la miró- Si debes, claro.

L: ¡Serás! -le quitó la taza dejándola sobre la mesa y lanzarse después a ella- Dímelo o te torturaré.

E: No pienso decir una sola palabra.


L: Esther, no me hagas perder los papeles. -La enfermera negaba sonriendo- ¿Pedro, el celador nuevo?

E: Nop.

L: Marcos, el enfermero de planta…-la enfermera volvía a negar sonriendo- Jose, el de traumatología.

E: No lo vas a adivinar Laura.

L: ¡Que te den! -se separaba de ella sentándose de nuevo- Eres una egoísta.

E: ¿Y eso por qué?

L: Por no compartir con tu maravillosa amiga con quién has salido esta noche ¿Pero sabes qué? -se giró
para mirarla con seriedad- Lo voy a descubrir, me enteraré y entonces te arrepentirás.

E: Jajaja buenas noches Laura -se levantó y le dio un beso en la frente- Y no tardes en acostarte que
mañana madrugamos.

L: Tira, tira…-le golpeaba con la mano- No quiero saber nada de ti en un tiempo, estoy enfadada contigo.

De aquella manera la enfermera se marchó de allí, mientras la residente miraba hacia donde segundos
antes se había marchado, no pudiendo evitar ilusionarse al ver como Esther había recobrado por
completo aquella alegría que la caracterizaba.

La mañana en el Central estaba siendo bastante entretenida, tanto que eran pasadas las once y las
chicas no habían tenido un momento en el que cruzarse y relajarse en compañía. En uno de los
momentos en los que parecía tendrían una tregua y podrían parar a tomar algo en la cafetería. Laura,
Cruz y Esther pusieron rumbo hacia ella con la esperanza de tener unos minutos de relax.

L: Si es que no suelta prenda Cruz, no hay manera, yo estoy perdiendo la ilusión de querer saberlo.

C: Pero a ver, si no lo dice por algo será ¿no? -miró a la enfermera que sonreía manteniéndose al
margen- Es cosa suya no tuya.

L: Otra.

E: jajajaja.

L: Tú ríete, que ya te la devolveré ya… Aún no sabes quién soy yo.

E: Mira que eres exagerada ¡eh! -reía mirando a Cruz.

L: ¡Pero es que no lo entiendo! O bien es tan feo que te da vergüenza o esta tan bueno que solo lo
quieres para ti, cosa que vería horrorosa por tu parte, todo sea dicho, eso no se hace, no se hace.

M: ¿Qué has hecho ya? -se sentó junto a ellas.

E: ¿Yo? Nada, esta, que es una cotilla.

L: Ayer salió. Llegó de lo más contenta y no nos dice con quién ¿Tú te crees?

M: ¿Saliste? -miró a la enfermera fingiendo sorpresa- ¿Y con quién si se puede saber?

L: No suelta prenda hija… a mí ya me duele la boca de preguntar.


E: Y más que te va a doler, cuanto más preguntes mas tardaré en decirte nada.

C: Pero a ver… ni que fuera secreto de estado ¿no? ¿Qué hicisteis? ¿Fuisteis a cenar? ¿Al cine? ¿A dar un
paseo?

E: Pues fuimos a cenar… me llevó a un sitio precioso, me gustó mucho… y…

M: ¿Entonces hubo besito de despedida? ¿Uhm?

E: ¿Cómo? -pregunto descolocada.

M: No sé, parece que fue una cita maravillosa, lo cuentas con esa carilla… Así que, no sé ¿Te besó? -dio
un sorbo de su taza ocultando su sonrisa.

E: Pues no, no me besó. -contestó tensa- ¿Y eso qué más da?

M: Nada, nada, sólo preguntaba mujer, hay que ver cómo te pones ¿Eh? Al final va a tener Laura razón. -
se recostó en su asiento sin dejar de mirarla.

Mientras tanto Cruz miraba a ambas en aquella pequeña trifulca, Esther tenía el rostro aparentemente
tenso, irritado podría decir, en cambio Maca parecía disfrutar con cada palabra que salía de sus labios, y
aunque le gustaba ver a su amiga así de espabilada, no le terminaba de convencer aquella situación lo
suficiente como para no prestar atención.

L: ¿Entonces quién es? Porque yo sigo igual -refunfuñó.

E: ¡Cállate Laura!

Casi enfadada se levanto de su asiento y salió de allí casi chocando con quien se atrevía a ponerse en su
camino. Maca puso gesto de “a mí no me miréis” y tomó de nuevo su taza bajo la atenta mirada de Cruz.

L: La cosa es que sigue siendo el “señor enigma”.

C: Laura…-le riñó en voz baja.

L: ¿Qué?

C: Que te calles…

M: Las próximas cuarenta y ocho horas son cruciales para saber cómo evolucionará su hijo –explicaba
con voz calmada- pero la operación ha ido bien, no ha habido complicaciones, así que somos optimistas.

Padre: Gracias a Dios…

Madre: ¿Hay algo que podamos hacer?

M: Ahora mismo descansar. Jorge no se despertará hasta dentro de un par de horas. Si sus constantes
son normales le retiraremos la sedación.

La conversación se vio interrumpida cuando la puerta del despacho de la pediatra se abrió de repente,
dejando pasar a una Esther con cara de pocos amigos. Tanto los padres como Maca miraron hacia la
puerta. La enfermera hizo una mueca y se paró en seco.

E: Eh… Lo siento –se disculpó con cara de circunstancias.


M: Esther ¿Alguna razón en especial por la que hayas decidido irrumpir en mi despacho?

E: Eh… -miró a los padres del paciente de Maca- Disculpen, –miró a la pediatra- Maca tenemos que
hablar.

M: Bueno… -se levantó- les recomiendo que descansen, que se vayan a casa si quieren, no van a poder
estar en la UCI y como ya les he dicho despertaremos a Jorge en un par de horas.

Padre: De acuerdo doctora, aquí estaremos.

La pediatra le estrechó la mano a ambos y se volvió a sentar, observando cómo Esther cerraba la puerta
y aquella mueca de enfado regresaba a su rostro.

M: Hola –saludó burlona.

E: Ni hola ni leches ¿Me quieres explicar a qué ha venido lo de la cafetería?

M: ¿La cafetería? –Preguntaba haciéndose la tonta- No sé de qué me hablas, Esther. Yo estaba


manteniendo las apariencias, como tú.

E: Eso ha sido juego sucio.

Se acercó a la pediatra en actitud desafiante, apoyando sus manos en los reposabrazos de la silla de
cuero.

M: Ah, eso sí es juego sucio… Lo que tú hiciste ayer conmigo no. Ya veo –sonrió.

La enfermera entrecerró los ojos en un gesto de disconformidad.

M: ¿Acaso creías que no me daba cuenta de que estabas jugando conmigo? Que si un pretendiente, que
si la media mandarina… -le dio en la nariz con el bolígrafo que tenía en su mano-…dos pueden jugar a
ese juego.

E: ¿Por qué te estás comportando así?

M: Porque no paras de ponerme a prueba ¿Y sabes qué? Que no pienso seguir tu jueguecito… Tú querías
saber mis intenciones y ya las sabes. Me gustas, y quiero algo contigo… ¿Pero y las tuyas?

La enfermera se separó de ella de mala gana y se giró, alejándose de ella apenas un paso, pasándose las
manos por el pelo.

M: Hablas de no cerrarte puertas, pero a mí eso no me vale. O quieres algo conmigo o…

Esther suspiró, girándose de nuevo y acercándose a ella con seriedad.

E: ¿Quieres saber mis intenciones? –la pediatra asintió.

En cuestión de segundos, Esther se había sentado a horcajadas sobre ella, había agarrado su rostro con
ambas manos y le había plantado un beso sin que ella tuviera tiempo de reaccionar. Al cabo de unos
segundos se separaron, respirando con dificultad.

M: ¿Y esto? –preguntó en un susurro.

E: Me he pasado toda la noche pensando en cómo sería besarte… -susurró también- Me gustas, doctora
Fernández… Ahí tienes mis intenciones.
Dicho esto se levantó, y sin tan siquiera mirar a la pediatra, se marchó del despacho, sorprendiendo a
Maca, quien se quedó mirando a la puerta, sorprendida.

M: Me encanta… -susurró, acariciando sus labios con las yemas de sus dedos.

Se había pasado gran parte del turno intentando esquivar a la enfermera, evitando coincidir con ella lo
menos posible. Se decía a sí misma que aquello era una estupidez, que no era una reacción adulta, pero
lo cierto era que, cada vez que estaba con ella, se alteraba hasta el punto de no poder pensar con
claridad.

Esther tenía las cosas claras, o al menos eso parecía, y le había demostrado que el hecho de que no
hubiera estado jamás con una mujer no iba a ser un impedimento para ella. Aquella actitud tan lanzada
intimidaba a la pediatra, quien parecía permanecer en un letargo desde su última relación.

Ahora tenía que atender a un niño que Héctor, quien le había hecho la exploración inicial, había
trasladado a cortinas. Saludó a la madre, leyó el informe del médico argentino y empezó con su propio
reconocimiento.

M: Aquí pone que empezó con las cefaleas hará seis meses… Eso es mucho. ¿Por qué no lo llevó al
médico antes?

Madre: No pensé que sería nada serio… A todos nos duele la cabeza.

M: Ya pero que le duela tanto y tan a menudo a un niño de su edad no es normal.

Siguió explorando al niño, sin darse cuenta de que alguien se había acercado hasta la cortina.

E: Maca, que me ha mandado Héctor ¿Necesitas algo?

La cara de la pediatra se tornó en un gesto de sorpresa y notó cómo su serenidad empezaba a


esfumarse al ver el rostro sonriente de la enfermera.

M: Eh… sí. Voy a necesitar análisis completos y un tac.

E: Vale. Pues ahora vengo a sacarle sangre a este chavalín –le tocó un pie al niño con cariño y se fue.

Madre: ¿Un tac? ¿Eso es necesario? –preguntó asustada.

M: Es sólo para asegurarnos de que nada grave le ocurre a su hijo, se lo aseguro.

En cuestión de minutos volvió la enfermera pasando por detrás de la pediatra, que a pesar de haberse
movido para dejarle sitio para poder pasar entre las cortinas, notó cómo el cuerpo de Esther rozaba el
suyo, torturándola.

E: Muy bien, ahora te voy a pinchar, pero no te vas a enterar.

Madre: ¿Otra vez? ¿Pero no tiene ya una vía?

E: Ya pero esa vía es muy pequeñita y sólo sirve para pasarle el suero. Si intentara sacar sangre de ahí se
colapsaría –explicó con calma.

La pediatra la miraba ensimismada, perdiéndose en el relajado tono de voz que la enfermera estaba
usando para explicar la situación tanto a la madre como al niño y así mantenerlos tranquilos.
Madre: ¿Cuándo le harán las pruebas?

M: Pues… En cuanto puedan vendrá un celador y se lo llevarán. Es una prueba muy rápida, no se
preocupe –arrancó una hoja de su bloc- Esther, te dejo aquí el volante.

E: Muy bien.

Le dedicó una nueva sonrisa, alterando aún más a la pediatra, quien decidió que era buen momento
para marcharse de aquella cortina. Con suerte, no tendría que cruzarse con ella en un rato.

Sin embargo no parecía que fuese a ser fácil. Pasado un rato, decidió ir a buscar las pruebas del chico al
que había atendido en cortinas y, cuando pensaba que iba a disfrutar de la tranquilidad de subir sola en
el ascensor, algo que no acostumbraba a hacer, vio cómo el cuerpo de la enfermera se colaba entre las
puertas antes de que se cerraran por completo.

E: Uf, menos mal, pensé que no llegaba –dijo apurada- Hola –presionó uno de los botones.

M: Hola.

E: ¿Dónde estabas? Casi no te he visto.

M: Por ahí… ya sabes, trabajando.

E: Ya –se acercó a ella con una sonrisa en los labios- Y… no sé, por casualidad… No estarías evitándome
¿No?

La pediatra no contestó, simplemente observó cómo el cuerpo de la enfermera se pegaba al suyo y


como una de sus manos iba a parar a su cintura, provocando que un escalofrío la sacudiera.

E: Me tomaré ese silencio como un sí –suspiró- Vaya, no sabía que besara tan mal –bromeó.

M: No, claro que no, no es eso… Tú no…

E: Así que no beso mal. Entonces ¿Te gustó el beso? –la pediatra asintió- Me alegro.

La enfermera se inclinó hacia delante, acercando su rostro al de Maca, quien permanecía inmóvil
pegada a la pared, entrecerrando los ojos al esperar aquel contacto de sus labios. Sin embargo, en vez
de besarla, los dientes de Esther atraparon su labio inferior con cuidado, estirando ligeramente de él.

Sintiéndose provocada, buscó atrapar sus labios, pero Esther se retiró hacia atrás en el momento
preciso, impidiéndoselo.

E: No… -negó con la cabeza y una sonrisa pícara. Justo en ese momento el ascensor se detuvo- El
próximo, te lo vas a tener que ganar.

Se escuchó el pitido que indicaba que habían llegado a la planta seleccionada. Esther golpeó el trasero
de la pediatra y se marchó.

Teresa hablaba por teléfono mientras observaba cómo Laura seguía hablando tan amistosamente con
aquella mujer de mediana edad que no paraba de accionar con las manos. Sonreía al ver la cara de
apuro de la residente, que a pesar de mostrarse agradable parecía agobiada por la conversación de
aquella mujer. Por suerte Esther apareció por las puertas de urgencias, dándole un respiro a la joven.
E: Mamá ¿Qué haces aquí? Qué sorpresa…

En: Hola hija, dame dos besos.

Los labios de Encarna emitían sonidos estridentes al chocar con las mejillas de su hija una y otra vez,
avergonzando a la enfermera, que miraba a su amiga con cara de agobio.

E: Mamá, vale ya, que estoy trabajando.

En: Te estás quedando más delgada ¿Eh? No me comes nada…

E: Como lo que tengo que comer.

En: Eso son los disgustos, pero tú tranquila, que ya verás qué pronto encuentras a otro chico.

E: Mamá, no empieces… -suspiraba.

L: Bueno Encarna, ya que ha venido su hija yo me voy para dentro ¿Eh? Que tengo un montón de trabajo
pendiente.

En: Ay hija, vale –le daba otra tanda de besos- No trabajes mucho, que tú también estás muy delgada
¿Eh? –Miraba a Teresa- Estas chiquillas de ahora, todo el día obsesionadas con la dieta.

T: Bueno mujer, tampoco es para tanto. Además Esther come… -recibió una mirada fulminante de la
enfermera- bien, come… come bien.

En: Si yo no digo que no pero…

Laura se marchó tan rápido que casi se chocó con una Maca despistada, haciendo que ambas rieran
ante la situación.

M: ¿Dónde está el fuego? –preguntó extrañada.

L: Perdona –rió- Es que me he marchado corriendo, que está la madre de Esther en plan “madraza” –
exageró la palabra- y no veas… Yo que tú no salía ahí fuera. Es una señora majísima pero… pesada como
ella sola.

M: No será para tanto ¿No?

L: Sólo tienes que fijarte en la cara de agobio de Esther cuando la veas.

Al otro lado de la puerta, Esther observaba frustrada cómo su madre y Teresa debatían sobre los hábitos
de alimentación a lo largo de las últimas décadas.

E: Si eso os vais a tomar algo las dos juntitas y ya cuando tengas tiempo me dices qué haces aquí.

En: Hay hija verás...

Mientras empezaba a relatar el motivo de su visita, Maca se acercaba por detrás a Teresa, quien
escuchaba la conversación con interés.

M: ¿Ya estás cotilleando? –le susurró.

T: ¡Ay Maca! Que susto…

M: ¿Qué se cuece, Teresa? –preguntó en plan maruja.


T: Pues que se ve que las tías de Esther han venido del pueblo a ver a Encarna y ésta la intenta
convencer de que vaya a cenar a casa porque dice que quieren apoyarla por lo de Raúl.

M: Ah… ya.

T: Y bueno, sólo hay que ver la cara de Esther para ver que no le hace nada de gracia.

La pediatra se apoyó en el mostrador, escuchando el resto de la conversación.

En:…hija ¿qué te cuesta? Si sólo es una cena. Pasado mañana se van al pueblo otra vez.

E: Pero mamá, yo hoy estoy molida, mañana que libro pues ya si eso…

En: Pero es que mañana quieren ir al Escorial.

E: ¿Para qué? Si siguen con el andamio…

En: Hija ¿Qué te cuesta?

Los ojos de Esther se cruzaron con los de Maca, quien se conmovió al ver la desesperación en su rostro.

M: Oye Esther, que por mí no lo hagas ¿Eh? –Intervino- Que podemos ir al cine otro día.

E: Eh… pero… Pero Maca, si ya tienes las entradas y todo… -le siguió el juego, apurada.

M: Ya bueno, pero es tu madre… A mí no me importa ir otro día, en serio.

Encarna observó a la chica que había interrumpido la conversación con su hija.

E: No conoces a Maca ¿Verdad mamá? –Su madre negó con la cabeza- Mamá, esta es Maca, la pediatra.

M: Encantada, señora –le daba dos besos.

En: Encarna, me llamo Encarna.

M: Pues encantada, Encarna –miró a Esther- ¿Entonces qué? ¿Dejamos el cine para otro día?

En: No hija, si ya tienes las entradas compradas…

M: En serio Encarna, que no me importa. Si usted prefiere que Esther vaya a cenar a su casa esta
noche…

En: No, no –negó con la cabeza- Insisto. He sido una desconsiderada, tenía que haber avisado antes.

M: Tampoco es eso…

En: Nada, nada… -agarró del brazo a la pediatra- Vosotras dos al cine, a divertiros, que sois jóvenes.
Además, a mi hija le vendrá bien irse por ahí con una amiga –sonreía- Está un poquito apagada ¿No
crees?

M: No sé… -sonrió- Yo la veo muy bien.

La enfermera empezó a ruborizarse al sentirse el centro de atención, así que desvió el tema.

E: Eh… entonces mamá ¿Cómo lo hacemos?


En: Pues mira. Yo me llevo a mis hermanas al Escorial mañana prontito, que habrá menos gente, y por la
tarde si eso te vienes a comer y nos tomamos un cafetito todas juntas.

E: Vale, sí –sonreía contenta- Además, así duermo hasta tarde, que tengo un sueño…

En: Arreglado entonces.

Tras darle dos besos a Maca y Teresa, Encarna se agarró del brazo de su hija, quien le acompañó hasta el
muelle para coger un taxi en vez del autobús.

En: Que chica más maja esa amiga tuya ¿Eh? Y muy guapa… Seguro que se os arriman muchos chicos.
¿Tiene novio?

E: Mamá, no empieces, por favor ¡Mira un taxi! Anda ves corre que te lo quitan.

Una vez se hubo despedido y asegurado de que su madre se iba en el taxi, sana y salva, se acercó de
nuevo a recepción, con un andar arrastrado y cara de cansancio. Se dejó caer hacia delante, apoyando
su frente en la espalda de la pediatra, quien le estaba dando unos papeles a Teresa.

E: Gracias Maca, te debo una.

M: Ya me la cobraré –dijo con una sonrisa.

Movió su mano hacia atrás, dándola una palmada en el trasero a la enfermera y se marchó en dirección
a urgencias.

Esther acababa de entrar al baño y se sorprendió al ver allí a la pediatra, lavándose las manos con una
sonrisa, al verla por el espejo.

E: Hola.

M: Hola.

E: ¿Mucho lío?

M: Lo justo – se encogió de hombros mientras se secaba las manos- ¿Qué haces aquí?

E: Estamos en un baño ¿Tú qué crees? –sonrió.

M: Vale, perdona.

Se giró para dejar la toalla de nuevo en su sitio, momento que aprovechó la enfermera para acercarse a
ella y colocar sus manos en la cintura de la pediatra.

E: Oye que… Quería darte las gracias por lo de antes…

M: ¿Qué es lo de antes? –preguntó haciéndose la tonta.

E: Cuando me has salvado de cenar con mi madre y mis tías.

M: Ah, no ha sido nada –se encogió de hombros- Total, te toca comer con ellas mañana, tampoco es que
te ayudara demasiado.
E: Ya pero es que hoy no me apetecía nada cenar con ellas y que me dieran la lata con lo de Raúl y… -
suspiró- Es un marrón… mañana al menos habré dormido algo.

M: ¿Ah sí? –La enfermera asintió- Bueno pues… -colocó las manos sobre las de la enfermera, aún en su
cintura, y se acercó a ella.

E: Pues… -la invitó a seguir, acercándose a su rostro.

Justo cuando sus labios estaban a punto de rozarse, la pediatra se retiró, sorprendiendo a Esther, quien
la miró forzando una sonrisa.

M: Ahora tienes que decidir qué película me llevas a ver.

E: ¿Qué? ¿Película? Pero…

M: ¿No le hemos dicho a tu madre que nos íbamos al cine?

E: Pero Maca, era una excusa para… una mentirijilla.

M: Ah no, yo le he dicho a tu madre que nos vamos al cine… y nos vamos al cine - sonrió y tocó la punta
de la nariz de la enfermera con su dedo índice- ¿No sabes tú que mentirle a una madre es muy feo?

Se separó de ella, rodeando el cuerpo de Esther y dirigiéndose a la puerta.

M: Eso sí, pagas tú.

A la hora de la salida la pediatra esperaba en el mostrador junto a Teresa, sonreía al escuchar como la
mujer una vez más daba con su tertulia los chismes del día en el Central.

M: ¿No te aburres Teresa? Siempre con la vida de los demás en danza… No sé cómo lo haces.

T: Pues una que ya tiene años de experiencia…-la miró arrugando la nariz- ¿Y tú a quién esperas, eh?
Porque llevas más de diez minutos aquí.

M: ¿Otra vez cotilleando?

T: Ais hija, -refunfuñó haciendo reír a la pediatra- eres de lo que no hay.

M: Espero a Esther, Teresa… que me va a invitar a ir al cine.

T: ¿Te va a invitar? ¿Y eso?

M: Porque…

E: ¡Ya estoy aquí! -medio cantó llegando junto a ellas- Perdona por tardar pero es que he tenido un
problemilla con una de las enfermeras y… ¿Qué?

T: Nada hija, nada. Que llevas unas velocidades que…

M: Ganas de ir al cine -la enfermera la miró entrecerrando los ojos- ¿No?

E: Vámonos anda… Teresa, hasta mañana.


T: Anda que… hasta mañana, hasta mañana… -cogía unos historiales mientras aun las seguía con la vista-
y estas dos que iban como alma en pena hace unos días… míralas ahora, como si nada… esta juventud…

V: ¿Con quién hablas Teresa?

T: Hablo sola, Vilches, como mejor esta una de vez en cuando.

V: Desde luego… este, es un hospital de locos…

Mientras tanto las chicas que ya habían subido a la moto de la pediatra y habían tomado rumbo hacia el
centro comercial. Maca tanteando la situación, y pensando en cómo debía comportarse aquella tarde
con la enfermera, y ésta, pensando en lo mucho que le apetecía estar en aquella sala de cine junto a la
pediatra.

M: Hay una película muy buena que leí el otro día en la critica que…

E: Nooo… de eso nada, la peli la elijo yo, nada de cosas aburridas. Veremos esa -señalo el poster frente a
la puerta del cine.

M: Esther, por favor.

E: ¿Invito yo, no? Pues vemos esa, que la quería ver y así aprovecho, que tú seguro nos metes a una de
esas aburridas de mucho pensar y no.

M: ¿Pero… de verdad? ¿Estás hablando de verdad?

E: Por supuesto, además seguro que te gusta, le ha gustado a muchísima gente, no vas a ser tú la
excepción.

M: Pues que no te extrañe…

La miró con el ceño fruncido mientras cruzaba los brazos y miraba una vez más aquel poster que incluso
parecía mofarse de ella mientras la enfermera había ido hasta la taquilla a sacar las entradas.

Ya acomodada cada una en su asiento, y con la película proyectándose, la pediatra permanecía con sus
brazos cruzados y la mirada fija en la pantalla, la película no era del todo lo mala que ella creía, e
intentaba disfrutar de ella como una espectadora más.

Por su parte Esther, comía de su cuenco de palomitas, con un ojo puesto en la pediatra, y otro en la
pantalla, quizás por la costumbre que tiene la gente pensando en las cosas que suelen pasar en los
cines, ella había entrado con la idea de que iba a conseguir aquel beso, pero a diferencia de todas sus
expectativas, la pediatra no fijaba su atención en nada mas que no fuera aquella película.

E: Maca…-susurró llamando su atención, aunque sin conseguirlo- Maca…-le dio con el dedo.

M: Dime -se inclinó un poco hacia ella.

E: ¿Qué si quieres palomitas?

M: No, gracias, no suelo.

E: Vale.
De nuevo mirando la película, vio como la pediatra había cambiado su posición y ahora permanecía casi
de lado, apoyada en el apoyabrazos que había entre los asientos. Ahí vio una oportunidad clara de
acercarse a ella, y comenzó a llevar su mano lentamente hasta la suya.

M: Ais...-se movió ligeramente- Debe haber un mosquito por aquí.

E: Sí, un mosquito.

Cruzó sus piernas enfadada dejando las palomitas en el lado de su asiento, sin poder ver como en los
labios de la pediatra se dibujaba una sonrisa al verla reaccionar de aquella manera.

M: Esther…

E: ¿Qué?

M: ¿Te quedan palomitas? -susurró, aguantando su risa.

E: Toma, se me ha quitado las ganas de seguir comiendo.

M: Gracias.

Abrazó el cuenco con una sonrisa triunfante y llevo su vista de nuevo a la película, dando por finalizada
su actuación por aquel rato. Más de media hora después el grupo de gente salía en fila hasta la puerta
de salida que daba ya a la calle, unos comentando el agrado, y otros los típicos fallos que no pasan
desapercibidos que ahora le daban la excusa para la queja.

E: Que guay, me ha encantado, el final esta chulo ¿Eh? No he podido evitar llorar.

M: Ya te he visto ya.

E: ¿No te ha gustado verdad?

M: No está mal, no es gran cosa pero no está mal.

E: No es gran cosa dice…-la miro con el ceño fruncido- Pues a mí me ha gustado, y ya está.

M: Vale, vale ¿Vamos a cenar? Yo tengo hambre.

E: Vale, pero esta vez lo haremos a mi manera, e invito yo.

E: ¿Qué quieres de beber?

M: Cerveza ¿no? -caminaba tras ella- O un refresco, me da igual.

E: Tengo Fanta de naranja y cerveza…lo que quieras…-abría la nevera mientras la pediatra decidía que
tomar.

M: Fanta, venga.

E: Llévate el cuchillo y la terminas de cortar, que estos con dos vueltas de cortador de ese se piensan
que le pasan el bisturí.

M: Dame un par de platos.


E: ¿Platos? ¿Para qué quieres un plato? Es pizza Maca, la gracia esta en comérsela con la mano.

M: Pero…

E: Anda tira…-la empujaba hasta el salón- que ahora a tu edad tenga que venir yo a enseñarte a comer
pizza.

Sentadas en el suelo del salón, una caja de pizza entre ellas, música de fondo, y las risas durante la
conversación hacían de esa, una imagen de lo más natural entre ellas. Esther comía uno tras otro los
trozos de la pizza demostrando el evidente apetito que la caracterizaba.

M: No, en serio. La peli me ha gustado, sólo lo hacía para hacerte rabiar.

E: Lo sé, creo que se convertirá en deporte oficial, cada vez lo hace más gente.

M: No exageres Esther, es que… te pones muy graciosa, ¿Qué quieres que te diga? -alargó la mano hacia
el último trozo de pizza llevándoselo a la boca.

E: ¡Eh! Ese era mío -se quejó, incorporándose.

M: Aquí no hay ningún nombre escrito -daba un segundo mordisco- Está rica ¿Eh?

E: ¡Ahora verás!

Lanzándose tras arrebatarle el trozo de pizza de las manos, caía sobre ella quedando las dos tumbadas
en el suelo. La pediatra ordenaba con insistencia que cesase en sus cosquillas mientras la enfermera,
riendo por verla en tal apuro seguía con la tortura.

M: Esther… para -cogió sus manos hablándole amenazante.

E: ¿Y qué me das si paro, uhm? -sonreía aun sobre ella sin dejar de mirarla.

En el momento que ambas reaccionaron, la enfermera dejó de sonreír, la pediatra fue deshaciendo la
presión que ejercía sobre ella, y una mirada expectante se había apoderado de las dos. Esther veía ahí la
oportunidad que había esperado, y Maca, lejos de seguir aquel juego que habían comenzado, miraba
sus labios sabiendo que el deseo de volver a probarlos era aun mayor.

Despacio pero con decisión, fue inclinándose, tomando apoyo con sus manos en el suelo. Las manos de
Maca, sabedora de lo que se avecinaba, fueron hacia la cadera de la enfermera que a solo un centímetro
de ella respiraba impaciente.

Comenzó con un saludo lento, ejerciendo la presión justa, separándose apenas para volver a mirarla a
los ojos, volviendo a unirse un segundo después por una iniciativa pasional de la pediatra. Aquel beso
era otra cosa, los labios se abrían por completo ansiosos por abarcar espacio, por dejar paso libre a la
lucha de esas dos lenguas sedientas. Poco a poco el ritmo fue bajando, creando de nuevo unos besos
cortos que formaban un eco del momento anterior.

M: ¿Qué pasa?

E: Nada que… nunca creí que fuera tan fácil.

M: ¿El qué? -la miraba fijamente sin haber cambiado de postura.

E: Besar así a una mujer.


M: Esther…

E: ¿Qué?

M: Cállate.

Tras un breve intercambio de besos y caricias que fueron desde la necesidad más abrumadora hasta el
más suave de los contactos, Maca y Esther se habían sentado en el sofá. La pediatra se había sentado de
medio lado, apoyando su brazo derecho sobre el respaldo del sillón, mientras que Esther estaba sentada
normal, mirando hacia el televisor apagado. Se mantenían en silencio, sabedoras de que alguna tenía
que empezar a hablar. Tras unos instantes así, fue la pediatra la que rompió el silencio.

M: Oye Esther que… Creo que tenemos que hablar… ¿No?

E: Sí –sonrió- yo también lo creo.

M: No sé qué… ¿Qué hacemos ahora? –la enfermera la miró en silencio.

E: ¿Tú qué quieres hacer?

M: Quiero hacer las cosas bien, despacio… Tenemos todo el tiempo que queramos para ver a dónde nos
lleva esto –Esther asintió, cogiendo la otra mano de la pediatra entre las suyas- Pero no más juegos.

E: No más juegos.

Los dedos de la pediatra empezaron a jugar de manera inconsciente con los de Esther que miraba sus
manos entrelazadas. Tomó aire despacio y suspiró, atrayendo la atención de Maca, que ladeó su cabeza.

M: ¿Estás bien?

E: Sí, es sólo que, no sé –sonrió- que si me llegan a decir que a día de hoy iba a estar aquí… así…
contigo… -la miró- Con una mujer… seguramente me hubiera reído.

M: Te entiendo –dijo con tristeza- ¿Te arrepientes? Quiero decir… ¿Se te hace raro que…?

E: Maca… -acarició su mejilla- Quizá al principio, cuando empezaba a sentir cosas, sí que me pareció raro
pero ahora… -sonrió con ternura- Ahora me parece maravilloso.

La pediatra sonrió, girando la cara para besar aquella mano aún en su mejilla.

E: Esto, cómo me siento… es bueno y es verdad. Quiero estar contigo ¿Vale? No lo dudes, por favor.

M: Vale –contestó en un susurro.

Ambas se miraron con timidez, sonriendo ante aquella pequeña declaración de intenciones, formal y sin
juegos esta vez. La mano que Esther tenía en la mejilla de la pediatra resbaló por su cuello, su brazo…,
llegando a su mano y cogiéndola de nuevo, entrelazando sus dedos.

Los ojos de la pediatra repasaron el rostro calmado de Esther para seguir después aquella mano que
erizaba su piel a su paso. Miró sus dedos entrelazados con una sonrisa y alzó la vista para cruzarse con la
mirada intensa de la enfermera, quien miraba sus labios con deseo, y de nuevo sus ojos.
Se acercaron despacio, sabiendo que a partir de aquel momento no había vuelta atrás, y cuando sus
labios estaban a punto de rozarse, el ruido de unas llaves abriendo la puerta de entrada al piso las hizo
separarse de un respingo.

La pediatra se desplazó un asiento en el sillón, mordiéndose el labio inferior con fastidio.

L: Holaaaaa… Ya estoy en casa –saludó con alegría- Y menos mal, me moría de ganas, que asco de turno.
Encima Aimé ha estado super borde conmigo y me ha he… -se sorprendió al ver a la pediatra en el sofá-
Ah… hola –sonrió- Qué sorpresa.

M: Hola –saludó apoyada en el respaldo del sofá- ¿Qué traes? –dijo señalando la bolsa que llevaba de la
mano.

L: Ah un poco de helado que anoche me lo acabé –sonrió con timidez mientras se desabrochaba el
abrigo –Voy a meterlo en el congelador.

La residente se fue a la cocina, mientras que Esther y Maca se miraban con cara de circunstancias.

E: Lo siento -susurró.

M: Tranquila, ya habrá más momentos –la tranquilizó- ¿Uhm?

Tras quitarse el abrigo y dejar el bolso en su habitación, Laura apareció por el pasillo, haciéndose una
coleta.

L: ¿Habéis dejado pizza?

E: No, nos la hemos comido toda.

M: Sí, unas más que otras -miraban a la enfermera.

L: Jajaja Me imagino.

La pediatra miró su reloj y se levantó del sofá, estirándose un poco al sentirse un tanto entumecida.

M: Bueno, yo casi que me voy a ir yendo.

E: ¿Por qué? Si mañana vas de noche.

M: Ya pero mejor os dejo solas –sonrió y se dirigió al recibidor, donde había dejado su abrigo y su bolso-
Gracias por todo –le dijo a Esther que la siguió hasta la puerta.

E: Gracias a ti.

La pediatra miró en dirección al salón, comprobando que la residente no estaba allí, y aprovechó para
robarle un beso a la enfermera, quien sonreía encantada antes de cerrar la puerta.

Tras hacerse un sándwich y servirse un bol lleno de patatas fritas, Laura se sentó junto a su compañera
de piso quien miraba todos los canales de la tele por si había algo interesante.

L: ¿Y qué has hecho esta tarde? –le preguntó con la boca llena.

E: He ido al cine.
L: ¿Ah sí? ¿A quién has arrastrado contigo a ver la peli esa? –Preguntaba riendo- Vaya, me he dejado la
coca cola en la encimera.

E: Ya voy yo -dejó el mando y se levantó- He ido con Maca.

L: ¿Con Maca? –preguntó extrañada.

Estando en la cocina, la enfermera abrió la nevera y se sirvió un vaso de leche. Cogió la lata de su
compañera y se dirigió de nuevo al salón.

E: Sí, Maca. ¿Y qué?

L: No nada –cogía la lata- Gracias.

E: Pues entonces –se sentó algo seria.

L: ¿Te pasa algo?

La enfermera cogió el mando de nuevo y negó con la cabeza mientras miraba los canales de la tele.
Consciente de que su compañera seguía mirándola, se giró hacia ella y le cogió una patata frita.

E: Que no me pasa nada -insistió- estoy cansada, eso es todo.

L: Vale, vale -miró hacia la tele- ¡Deja esa película que me gusta!

Esther dejó el mando sobre el sillón y bebió un poco de su vaso de leche. Su compañera le contaba el
argumento de la película, pero para ella carecía de todo interés. Había apoyado su mejilla en su mano y
miraba a la pantalla sin prestarle atención.

Su cabeza estaba en otro sitio, se imaginaba a Maca llegando a su casa, bajándose de la moto y
quitándose el casco, sacudiendo su melena ligeramente… Sonrió al recordar sus besos de antes, cómo se
habían dejado llevar en el ese mismo salón hacía tan sólo un rato. Suspiró, sorprendiéndose a sí misma
de lo mucho que pensaba en la pediatra.

E: Oye Laura ¿Tienes el móvil de Maca?

L: ¿Eh? Sí, sí que lo tengo –alargó la mano y cogió su teléfono de encima de la mesa- Ten.

Esther empezó a mirar la agenda, apuntando el número en su propio móvil.

L: ¿Por qué no se lo pides la próxima vez que la veas?

E: Es que le tengo que comentar una cosa de… del hospital que se me ha olvidado –sonrió apurada,
devolviéndole el teléfono- Ahora vengo.

Sonriendo por solo pensar en la excusa que le había dado a Laura, caminaba hasta el cuarto de baño,
donde una vez dentro cerró la puerta sentándose en el borde de la bañera mientras tecleaba en la
opción de mensajes en su móvil y comenzaba a escribir.

“ola! Soy Esther, m di cuenta dq no tnia tu mvl y se lo he pdido a laura. M ncanto pasar la tard cntigo,
siento n habrnos podido dspdir, te cmpnsare.1bsito”

Nada más darle a enviar, sonrió nerviosa, juntó sus piernas y colocó ambas manos sobre ellas mirando el
móvil fijamente. No recordaba la última vez que se había sentido así con alguien, y se sentía realmente
feliz. Pasados unos segundos hizo que la pantalla del móvil se encendiera de nuevo para ver nerviosa el
tiempo que había pasado desde que le enviara el mensaje.

E: Joder Esther, se lo acabas de mandar, y seguro que aun no ha llegado, pareces una cría leche…

Se levantó enfadada por su impaciencia y comenzó a caminar de un lado a otro recorriendo el cuarto de
baño, intentando pensar en otra cosa mientras esperaba ansiosa. De nuevo se sentaba volviendo a
escribir otro mensaje.

“Todo bien?”

Volvió a darle a la opción de envió y, suspirando, se quedó observando la pantalla mientras continuaba
aún iluminado, preguntándose si quizás le había ocurrido algo en el camino; desechó la idea
rápidamente recriminándose de nuevo. Mientras miraba al techo dejando pasar de nuevo el tiempo su
móvil comenzó a sonar y observó la pantalla con una sonrisa, “Maca llamando”.

E: ¡Hola! -saludó canturreando.

M: Hola.

E: ¿Todo bien? Pensé que quizás había pasado algo, como no contestabas…

M: Esther…-sonrió por la actitud de la enfermera- acabo de llegar a casa y en el garaje no hay cobertura,
me han llegado tus mensajes ahora.

E: Ah, bueno perdona, yo…-se sintió algo avergonzada.

M: Acabamos de empezar ¿Y ya estás en plan novia neurótica? ¿Uhm?

E: ¡Jo! No me digas eso. Es que me apetecía mandarte un mensaje, me supo mal que te fueras así…sin
despedirnos ni nada.

M: Tranquila, por ahora será así ¿No? Es cuestión de acostumbrarse hasta que la cosa cambie, no te
preocupes, mañana me das los besos de hoy y listo. -la enfermera sonreía tras la línea.

E: Vale -contestaba de forma infantil.

M: Oye por cierto ¿A tu móvil le faltan teclas?

E: ¿Eh? -preguntó perdida- ¿Cómo le van a faltar teclas, Maca?

M: No sé, como me mandas esos mensajes en plan código secreto.

E: Jajajaja Que tonta, era abreviado Maca, los mensajes se mandan así.

M: Los mandaras tú, porque hace daño a la vista cariño, no sabes por dónde cogerlo.

E: Repite eso -pidió susurrando.

M: Que no sabes por dónde cogerlo Esther.

E: No, eso no, lo otro -sonrió mientras se levantaba y se apoyaba en la pared.

M: Que hace daño a la vista…-vacilo sabiendo lo que la enfermera pretendía.

E: ¡Maca! Lo otro.
En aquel momento la pediatra había llegado hasta su dormitorio, y sonriendo mientras tomaba asiento
en su cama cambió su tono de voz para complacerla.

M: Cariño.

E: Me gusta -se ruborizó aun sin estar frente a ella.

L: ¡Esther! ¿Te has colado, mujer?-llamó a la puerta gritando tras ella.

E: Joder -masculló enfadada- ¡Ya salgo! Pesada por Dios…Oye Maca, que te tengo que dejar ¿Vale?
Mañana hablamos.

M: Vale, sal ya anda, que te tira la puerta abajo.

E: Hasta mañana Maca, un besito.

M: Hasta mañana cariño, que duermas bien.

Feliz por haberla escuchado repetirlo, colgó su móvil y se quedó mirando la pantalla como si aun de
aquella manera la sintiera al lado todavía. Suspiró frustrada por la intromisión de su compañera y abrió
la puerta de un movimiento seco deseando encontrarla.

L: Ya ésta bien ¿Qué líos llevas ahí dentro, por Dios?

E: ¿Tú que pasa nunca te da un apretón o que, joder? -se cruzó de brazos enfadada.

L: Apretón, apretón… A saber qué hacías ahí, porque jugando al Tetris con el móvil seguro que no.

La miró por el rabillo del ojo y entró al baño dejando a la enfermera con la boca abierta por aquel
comentario mientras se giraba a contestarle.

E: ¡Pues a ver lo que tardas tú, guapa! ¡Que te cronometro!

Esther llegaba a la puerta de su madre con algo de reparo. Sabía que por mucho que había intentado
mentalizarse, no estaba preparada para enfrentarse a lo que le esperaba al otro lado de la puerta. Cogió
aire y llamó al timbre, contando mentalmente los segundos que tardaban en abrir.

-¡Esther!

Allí estaba la más joven de las tres, Dominga, o como le gustaba que le llamasen, Domi. Se tiraba sobre
ella y la llenaba de besos, tan sonoros como los de su propia madre, y la abrazaba con fuerza.

E: Hola tía.

D: Qué guapa estás –se separaba para mirarla- pero te estás quedando flacucha ¿Eh? Anda, pasa, pasa.

Esther entraba algo cohibida por el recibimiento. Se quitaba la bufanda y el bolso, y antes de poder
acabar de desabrocharse el abrigo su madre se acercaba a ella, secándose las manos con un trapo y
sonriendo ampliamente.

En: Hola hija –le daba dos besos- ¿Qué tal estás?

E: Bien, mamá –miraba alrededor, buscando a su otra tía- ¿No falta una? –preguntó sonriendo.
D: Fuencis está en el baño, hija, que está algo descompuesta. Ya sabes que le sienta fatal el cambio de
aires.

Esther asentía con reparo. Sus tías no la habían decepcionado, acababa de llegar y ya le habían sacado
los colores. Se fue a la cocina, siguiendo a su madre y a su tía, para charlar con ellas mientras acababan
de preparar la comida.

Aquella mañana hacía frío y la visita al Escorial las había destemplado, así que habían decidido hacer un
cocido madrileño bien cargadito, con su correspondiente sopa. Al cabo de unos minutos escuchaban
cómo se abría la puerta del baño y un suspiro exagerado que las hizo reír a todas.

D: ¡¿Estás bien, hermana?! –gritaba desde la cocina.

F: Sí, sí… ¿He oído la puerta? –preguntaba desde el pasillo.

Esther sonreía, a pesar de sus excentricidades, sus tías siempre habían conseguido arrancarle una
sonrisa. Así que asomó la cabeza por la cocina, viendo cómo su tía se dirigía hacia ella con los brazos
abiertos.

F: ¡Pero qué guapa está mi Esthercita!

Otra tanda de besos y abrazos que dejaron a la enfermera un tanto dolorida, además de haber pasado
momentos de pánico en el que creía haber perdido la audición debido al retumbar de aquellos besos.

F: Encarna, ¿cómo es que no le das de comer a esta moza? Mira cómo la tienes… -le acariciaba ambas
mejillas.

En: Fuencisla, que ya tiene una edad para que esté todo el día detrás de ella.

D: Eso son los disgustos.

Tanto Fuencisla como Dominga asintieron, haciendo que Esther entornara los ojos, fastidiada.

E: Ya estamos…

En: Anda, iros al salón a charlar un poquito que yo acabo con el caldo y echo los garbanzos –las echaba
con graciosos movimientos de sus manos- Vamos, vamos, fuera de mi cocina.

La enfermera permanecía sentada en una de las butacas del salón de su madre mientras oía a sus tías
cotillear sobre la traición de Raúl y la poca integridad de los hombres de hoy en día. Tenía los brazos
cruzados y asentía de vez en cuando, sin meterse demasiado en una conversación que le interesaba
bastante poco.

Por suerte su teléfono empezó a sonar, así que se disculpó y se dirigió a su antigua habitación para
contestar.

E: Hola Maca ¿Pasa algo?

M: ¿Qué va a pasar? Nada, que estaba aquí en casita, aburrida y me he dicho “Voy a ver cómo le va a mi
enfermera favorita”.

E: Gracias –sonrió agradecida- Es horrible, Maca. No dejan de hablar de Raúl y de que sólo hay hombres
honrados en los pueblos -suspiró- No veo el momento de irme.
M: Bueno, seguro que luego se olvidan del tema y no es para tanto.

E: Tú no conoces a mis tías –llamaron a la puerta- Espera, Maca.

En: Hija, ¿Qué haces aquí metida?

E: Estoy al teléfono, mamá.

Encarna se acercó hacia ella, sentándose a su lado.

En: Mira, ya sé que tus tías pueden ser un poco pesadas, pero sólo se preocupan por ti.

E: Si ya lo sé, mamá, pero es que me agobian.

En: ¿Con quién hablas?

E: Con Maca, la pediatra, la conociste ayer.

En: ¿Esa chica tan guapa? –Esther asintió sonriendo- Oye ¿Y tiene algo que hacer?

E: Pues… no sé ¿Por?

En: Dile que se venga, hay comida de sobras, y así no te aburres tanto.

E: Pero cómo le voy a decir que se venga, mamá…

En: Que sí mujer -le cogió el teléfono- Trae anda. ¿Maca?

M: Hola Encarna.

En: Hola guapa, ¿estás haciendo algo?

M: Pues… no, la verdad es que no.

En: ¿Por qué no te vienes a casa a comer con nosotras? Así le haces un poco de compañía a mi hija.
¿Qué me dices?

M: Pues… que si a usted le parece bien y Esther quiere…

En: ¡No se hable más! Ahora te dice Esther la dirección. Hasta ahora maja.

M: Adiós, adiós…

La enfermera cogió el teléfono extrañada, viendo como su madre cerraba la puerta al marcharse.

E: Vale, esto ha sido oficialmente raro –ambas rieron- ¿Entonces vienes?

M: ¿Tú quieres que vaya?

E: Me encantaría verte, sí –contestó en voz baja, como si pudieran oírla.

M: Vale, pues dime donde vive tu madre, me cambio y voy.

La enfermera le dio la dirección de su madre, despidiéndose después. Colgó el teléfono, mirando el


aparato con una tímida sonrisa que se hacía más amplia al pensar que iba a pasar la tarde con la
pediatra. La pediatra, y su madre, y sus tías…
E: Ay Dios mío, que me la espantan fijo…

Una media hora después Esther permanecía mirando el reloj prácticamente a cada segundo mientras
escuchaba a sus tías enzarzadas en una conversación donde la principal protagonista era no sé qué
entrevista que una mujer, la cual no le sonaba de nada, había dado en televisión el día anterior. Resopló
rogando que acabasen antes de que la pediatra llegase cuando sonaba el timbre de la calle.

E: ¡Ya voy yo! -alzó la voz prácticamente asustando a las tres mujeres mientras literalmente salía
despedida hacia la puerta- ¿Sí?

M: Soy Maca.

E: Bajo ahora mismo -volvió a colgar el telefonillo y volvió al salón- Voy a bajar que Maca espera en la
puerta.

En: Vale, hija -y de nuevo la veía marchar tras coger las llaves y cerrar la puerta.

D: Encarna, a tu hija hay que buscarle un buen novio ¿Eh? La veo tensa.

Mientras tanto la enfermera bajaba los dos pisos que la separaban del portal saltando los escalones
como si su vida dependiese de ello. Nada más llegar al rellano vio como la pediatra caminaba de un lado
a otro frente a la puerta.

E: Hola -salió alegre a recibirla.

M: Hola -sonrió de igual manera.

E: ¿Qué llevas ahí? -miro como sostenía una bandeja envuelta en papel.

M: Unos dulces para después de comer, así voy ganándome a la familia.

E: Que tonta -sonrió por el detalle- ¿Y lo has traído en la moto?

M: Sí claro, de hecho he venido conduciendo con los pies…

E: Que graciosa estás ¿No? -la pediatra la miraba con un gesto de modestia- Anda vamos, la comida está
casi lista.

M: ¿No me das un beso? -preguntó una vez dentro del portal.

La enfermera la miró sorprendida dibujando una sonrisa en sus labios más tarde, cogió su mano y tiró de
ella hasta un pequeño hueco hasta la escalera. Pegándose a su cintura un segundo más tarde mirándola
fijamente.

E: Hola.

Sin dar opción de que hablase, se coloco de puntillas mientras se dirigía directa a sus labios, los cuales
beso repetidas veces sin dejar de mirarla, para fundirse después en un beso más cálido y profundo
durante unos segundos. Separándose después mas convencida.

M: Ahora sí, que me debías el de ayer también -sonrió acariciando su mejilla.


E: Y yo pago mis deudas siempre -le dio un último beso rápido saliendo después de su escondite- Vamos
arriba, que si no seguro salen las tres a ver qué pasa -cogió su mano de nuevo subiendo por la escaleras-
Una cosa antes de que entres. Veas lo que veas, escuches lo que escuches, no es genético ¿Vale?

M: Jajaja Esther, no te preocupes, no puede ser tan horrible.

E: Maca…-se giró para mirarla- te lo digo en serio…

M: Vale cariño, tranquila -sonrió intentando convencerla.

Una vez en la puerta, la risa de sus dos tías llegaba hasta ellas, Esther cerró los ojos un instante y
resoplando giró la llave, recibiendo una palmada en el trasero antes de entrar.

M: Vamos campeona.

E: Veremos si luego te hace tanta gracia.

Caminando a la par, recorrieron el corto recibidor hasta llegar al salón, donde sus dos tías sentadas en el
sofá, junto a Encarna, que permanecía de pie para volver a la cocina, llevaban su vista a la puerta
mirando a las chicas.

Caminando a la par, recorrieron el corto recibidor hasta llegar al salón, donde sus dos tías sentadas en el
sofá, junto a encarna que permanecía de pie para volver a la cocina, llevaban su vista a la puerta
mirando a las chicas.

E: Bueno, ya estamos aquí -dejaba las llaves sobre la mesa.

M: Buenas tardes.

En: Hola hija -se apresuró en acercarse para saludarla- Gracias por venir.

M: Un placer. Por cierto, traje esto para el café -le tendía los dulces.

En: Mujer, no tenías que haberte molestado -la cogía agradecida- Voy a llevarlos a la nevera.

E: Ven, te presento a mis tías -caminaron hasta ellas mientras estas se incorporaban- Maca ellas son
Dominga y Fuencisla, hermanas de mi madre…titas, ella es Maca, una compañera del hospital…

M: Un placer.

D: Mucho gusto, hija -iba hasta ella para saludarla.

F: Encantada… Pero hay que ver ¿Eh? -se paraba a observarla- En la capital estáis todas hechas unas
delgaduchas.

E: Tía, por favor…-le recriminó con la mirada.

D: Vamos a ver cómo va tu madre con el cocido…-cogía a su hermana del brazo caminando hasta la
cocina.

M: Esther -la llamó en voz baja- ¿De verdad tengo que llamarla Dominga?

E: Jajajajaja -comenzaba a reír con fuerza- Ais… Jajajja.


M: Esther vale ya -observaba como la enfermera no dejaba de reír- Esther, por favor, que van a venir.

E: Si es que… jajaja Me lo has preguntado con una carita…

M: No si al final vendrán y verás la vergüenza -se tensaba cruzándose de brazos.

E: Perdona, ya paro -suspiraba recobrando el aliento- Llámala Domi, así la llamamos todos.

Hubo un silencio donde la enfermera creyó que la había hecho enfadar, y preocupada acarició su brazo,
haciendo que la pediatra la mirase y un instante después esta rompía en una carcajada similar que le
contagió a ella.

Un rato después las cinco se habían acomodado en la mesa. En un lateral de esta permanecían Maca y
Esther a su lado, frente a ellas sus dos tías, y en un lado presidiendo la mesa Encarna, junto a su hija. La
conversación sobre el trabajo de ambas había salido siendo el arranque de aquellos minutos en los que
la pediatra se comenzó a sentir tranquila y relajada.

D: Así que pediatra… Deben gustarte mucho los niños ¿no?

M: Me encantan, me divierto mucho con ellos, y bueno… no está mal intentar animarlos un poco
mientras están allí, se les hace más ameno.

F: Y… ¿tú tienes novio, Maca? -miró con curiosidad a la pediatra.

E: ¡Tía! -le llamó la atención con disgusto- No puedes ir preguntando siempre lo mismo.

M: Esther da igual, no me molesta -sonrió para tranquilizarla- No, no tengo novio, señora -miró a la
mujer respondiéndola.

F: Pues ya podíais salir a daros una vuelta juntas a ver si le buscas también uno a mi sobrina que parece
que se atasca, y que no sea como el medicucho ese.

En: Fuencis, dejemos el tema, estamos comiendo y no tenemos por qué pensar en esas cosas ¿Queréis
café?

M: Déjelo Encarna, Esther y yo quitamos la mesa -se levantó antes que ella.

En: De eso nada que tú eres la invitada.

M: Y usted ha cocinado, así que nosotras lo hacemos ¿verdad Esther? -miró a la enfermera esperando su
respuesta.

E: Claro -se levanto junto a ella comenzando a llevar cosas a la cocina.

D: Hay que ver que agradable es esta chica… educadísima y simpática.

En: Sí, sí que lo es.

D: Pues dile a tu Esther que no se despegue de ella que es muy guapa y seguro que se le arriman mucho.

En: Jajajaja Ay Domi, al final la enfadarás.


Habían recogido la mesa, ordenado medianamente la cocina, y una incómoda Encarna por seguir
sentada, había ido con ellas hasta la cocina para preparar el café. Unos minutos después salía con la
bandeja portando unas tazas mientras su hija y la pediatra llevaban los dulces para tomar.

E: Que buena pinta tienen ¿no? -estiró la mano para coger uno llevándose un golpe de su madre- ¡Au!

En: Espérate un momento, impaciente.

E: Jo mamá, yo sólo quería uno pequeñito -se quejo frotándose la mano.

En: Maca hija, sírvete anda ¿Cómo te pongo el café?

M: Solo Encarna, ahora me hecho un poquito de azúcar.

E: ¿Por qué ella sí puede y yo me tengo que esperar? -su madre alzó la vista y sin una palabra contestó a
su hija- Vale…

D: Esta niña siempre igual, de pequeña cuando había algún cumpleaños la veías correr la primera para
coger tarta.

F: Y de las que siempre repetía.

E: ¡Pero bueno! ¿Qué es esto? ¿Los trapos sucios de Esther? -preguntó incómoda.

M: Déjalas mujer, si las historias de infancia me encantan -recibió una mirada recriminatoria de la
enfermera- Sigan, que Esther apenas cuenta nada de cuando era niña.

Los minutos pasaban, mientras una Esther resignada, se apoyaba en su mano escuchando una tras otra,
todas las historias de su infancia corrían por aquel salón donde las risas de las tres mujeres y Maca, reían
sin cesar al escuchar los recuerdos de la enfermera.

M: Yo tendría que irme, entro a trabajar en menos de una hora.

En: Ais… que mal me sabe hija, podrías quedarte aquí y descansar un poquito.

M: Y a mí Encarna, pero el deber es el deber…-se levantó para comenzar a despedirse.

D: Pues nada Maca un placer haberte conocido y haber si nos volvemos a ver…

M: Seguro que sí -le dio dos besos y se dirigió hasta su hermana- Fuencis… hasta la próxima.

F: Hasta luego hija. Y no trabajes mucho.

Acompañada por Encarna y la enfermera recogió sus cosas y caminaron hasta la puerta, esperando las
chicas a que encarna volviera de la cocina después de pedirles que se esperasen.

En: Toma. Hice unas galletitas esta mañana, llévatelas y picáis esta tarde allí, que seguro que luego os
apetecen

M: Gracias por todo Encarna, -le dio dos besos tras coger las galletas- me ha encantado la comida.

En: Cada vez que quieras ya sabes dónde estamos, te vienes con mi hija y coméis aquí, como si fuera tu
casa.

M: Gracias.
E: Voy a acompañarla ¿Vale, mama?

En: Claro hija, pues nada Maca, que pases buena tarde…-le volvió a dar dos besos-…

M: Hasta luego Encarna.

Ya fuera, ambas recorrían el camino hacia la calle en silencio, pero sonrientes y tranquilas. Llegaron
hasta el coche y mientras Maca dejaba en el asiento el abrigo y lo que le había dado la madre de Esther,
la enfermera esperaba a un lado.

M: Tu familia es genial Esther, no sé de qué te quejas.

E: Claro, como te lo has pasado tan bien riéndote de mí…-puso morros mientras se cruzaba de brazos y
se apoyaba en el coche.

M: No me reía de ti tonta, si me ha encantado saber las travesuras de la Esthercita pequeña…-le hizo


una caricia en la nariz- porque ya tendré tiempo de vivir las de Esther adulta.

La enfermera sonrió haciéndose a un lado le dio paso para que entrase en el coche, una vez dentro la
pediatra bajo la ventanilla y la enfermera se apoyo en ella.

E: No trabajes mucho ¿Vale?

M: Ya veremos. Si tengo suerte y la tarde es tranquila luego te digo algo.

E: Vale…-se acerco dándole un beso en la mejilla- Hasta luego guapa.

Y despidiéndose con una sonrisa, aceleraba marchándose de allí, viendo por el retrovisor como la
enfermera permanecía allí parada hasta que la perdió de vista sin borrar nunca su sonrisa.

En casa de las chicas Eva había aparecido con un par de bolsas de la hamburguesería y una película bajo
el brazo, haciéndose con los besos de Esther por aquella maravillosa idea de darle de cenar. Minutos
más tarde sentadas en el sofá y sus estómagos llenos se concentraban en el televisor mientras se
reproducía la primera película que Eva había cogido del videoclub.

L: A mí me cae bien Meg Ryan, es mona, y se la ve simpática.

Eva: Laura, ¿puedes no hacer tu ya habitual resumen personal de cada personaje?

L: Eres de lo más borde que hay, Eva. ¿Qué más te da?

Eva: Pues porque ni a Esther ni a mí nos interesa ¿Verdad Esther? -ambas compañeras se giraban
buscando la respuesta de la enfermera- ¿Esther esta aquí?

E: ¿Eh? -las miró con una sonrisa bobalicona- ¿Qué pasa?

Eva: ¿Qué haces? -se inclinó hacia su cintura viendo como tenía el móvil entre las manos- ¿Con quién te
escribes, pillina?

E: No hago nada de eso idiota… sólo… sólo…

L: Sólo, sólo… -se burlaba- Si no sabes mentir.

E: ¡Ay dejarme!
Eva: Uy, uy, por Dios, vamos a dejarla que se enfada.

Y mientras escuchaba las consiguientes burlas de sus amigas, volvió a su móvil, mientras esperaba la
contestación de su último mensaje se dedicaba a releer los anteriores, sonriendo con tan sólo leer
“Maca” en la cabecera de estos.

Sin darse cuenta la residente la miraba por encima de su hombro, viendo como cada cierto tiempo
sonreía ampliamente, incluso se contenía la risa en otras tantas.

Eva: Oye Esther ¿Puedes por lo menos quitar la vibración? Es que parece que tenga una abeja cojonera
detrás de la oreja.

E: Si estuvierais pendientes de la película y no de lo que hago ni te enterarías.

L: Si dejases de hacer o dijeras de quien son perderían interés.

E: Muy buena pero no, seguir con vuestra película y dejarme a mí a lo mío.

De nuevo con el silencio comenzó a escribir otro cuando sintió la sed apoderarse de ella, se inclinó hacia
la mesa para coger su vaso y pudo darse cuenta como sus compañeras se inclinaban a la vez
disimuladamente queriendo leer la pantalla del móvil.

E: Cada día os parecéis más a Teresa, luego le regañáis, cotillas, que sois unas cotillas

Eva: Y tú una mala amiga, que estás ahí dale que te pego a las letritas jodiéndonos la película.

E: Ahora hazte la víctima, pero me da igual, no os pienso contar nada.

Colocándose casi de frente a ellas se colocaba un cojín entre su pecho y las piernas a modo de escudo
mientras sentía las miradas de ambas clavarse en su frente mientras escribía su último mensaje.

Una vez Eva se hubo marchado, Laura había aprovechado para ir al baño mientras Esther acababa de
fregar los platos de la cena. Cuando volvió al salón, vio que la enfermera aún estaba en la cocina, así que
se sentó de nuevo en el sillón. Miró a un lado, viendo el teléfono de la enfermera encima de la mesa y
dudó sobre si cogerlo o no.

Se mordió el labio, sabiendo que aquello estaba mal. Miró hacia la cocina, viendo cómo Esther metía
algo en la nevera y volvió a mirar hacia la mesa. Se levantó con cuidado de no meter ruido y se inclinó
sobre la mesa.

E: ¿Laura qué haces? –preguntó detrás suyo.

L: ¡Hostia que susto, Esther! –se llevó la mano al pecho.

La enfermera se agachó y cogió el teléfono.

E: ¿Estabas intentando espiar mis mensajes?

L: Eh no, claro que no…

Esther enarcó una ceja, mirándola perpleja.

L: ¿Qué te cuesta decirme quién es? –preguntó nerviosa.


E: Es privado, Laura.

L: Pues yo me entero como me llamo Laura.

La residente intentó coger el teléfono, pero la enfermera lo escondió tras su espalda, así que Laura
intentó llegar y arrebatárselo pero Esther fue más rápida y salió corriendo por el pasillo.

L: ¡Ven aquí no te escapes!

Esther saltó sobre su cama, protegiéndose tras un oso de peluche. Pero no le sirvió de mucho, ya que
Laura se sentó de rodillas y amenazaba con golpearla con un cojín en forma de corazón si no cantaba.

E: ¡Está bien, está bien! Te lo diré… Pero tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie…

L: Claro.

E: A nadie –puntualizó- Laura… Eso incluye a Eva.

L: Palabra, de verdad Esther –bajó el cojín- Ahora dime quién te tiene tan tontita –preguntó sonriente.

E: Pues -se incorporó, sentándose- seguramente te sorprendas y puede que te suene raro pero… Llevo
días que… bueno que… que estoy con…

L: ¡Mujer dilo ya! –exclamó nerviosa.

E: Estoy saliendo con Maca –dijo en voz baja.

L: ¿Perdona? Es que no te he oído bien –sonrió- Has dicho… ¿Con Maca?

La enfermera asintió, abrazando el osito más contra ella y mordiéndose el labio, esperando la reacción
de su amiga.

L: Vaya… Y ¿tú estás segura de…? Quiero decir que ella y tú… Bueno, ya sabes.

E: Laura, no te ralles, yo no lo hago ¿Vale? No quiero plantearlo así. Maca me gusta. Es guapa,
inteligente, divertida, cariñosa… y besa de miedo –añadió con una sonrisa.

L: ¿Sí? Cuenta, cuenta…

E: ¡Eso es privado! –Rió- Entonces… ¿Te parece bien?

La residente miró a su amiga fijamente, manteniéndose en silencio durante varios instantes que
empezaban a desesperar a la enfermera. De pronto, empezó a golpearla con el cojín mientras reía.

L: ¿Por qué no me lo has dicho antes so guarra? –La enfermera rió, protegiéndose de los golpes- ¿Será
posible? Soy tu compañera de piso.

Ambas reían al haber empezado una pequeña guerra de almohadas. Esther se detuvo, tosiendo por el
esfuerzo de reírse y pegar a su compañera. Sonrió y rodeó el cuello de su amiga con sus brazos.

E: Gracias Laura… Gracias por entenderlo.

L: No hay nada que entender –se separaron- Si tú estás feliz eso es lo único que me importa –levantó su
dedo índice- Eso sí, más le vale cuidarte bien o sino…

E: Tranquila, me cuida muy bien –dijo con una sonrisa.


La residente se sentó en la cama, apoyando su espalda contra la pared y con el cojín en forma de
corazón aún entre las manos.

L: Vaya, vaya… Esther y la Wilson… -Sonrió, mirando a su compañera que asentía con la cabeza- ¿Quién
me lo iba a decir? Aunque bueno… Tampoco me pilla de sorpresa ¿Eh?

E: ¿Ah no? –preguntó extrañada.

L: No –negó con la cabeza- En la Sierra ya vimos que había algo… algo raro. Bueno no raro en plan malo
sino raro en plan… fuera de lo común.

E: ¿Vimos? ¿Cómo que vimos? ¿Quiénes sois “vimos”? –preguntaba nerviosa.

L: Cruz y yo. Venga Esther, que se os notaba… raras. Había mucha tensión entre vosotras y luego pasáis
de mataros a acurrucaros bajo una mantita –decía con voz cursi.

E: ¡No nos acurrucamos! –Le dio en la pierna con su mano- No quería que me constipara, sólo eso. Fuera
hacía frío…

L: No si estaba claro que quería calentarte, sí -bromeó.

E: Eres imposible –negó con la cabeza, sonriendo- Cada día te pareces más a Eva, siempre pensando en
lo mismo –se quedaron en silencio- Oye ¿Tú crees que Cruz sabe que…?

L: No creo, Maca es muy privada con sus cosas.

Maca se encontraba totalmente estirada en el sofá de la sala de médicos, escribiendo un sms con los
dedos de una mano y sosteniendo una galleta en la otra. Se había colocado un cojín a modo de
almohada y había cruzado las piernas a la altura de los tobillos, apoyándolos sobre el apoya brazos.

La puerta del gabinete se abría, dejando paso a Cruz, que entraba con una botella de agua de la mano y
un montón de carpetas bajo el brazo. Se había recogido el pelo en una pinza y tenía cara de agobiada. Se
asomó por encima del sofá, viendo a quién pertenecían esos pies.

C: Hombre, hola –saludó alegremente.

M: Hola Cruz –le dijo con la boca llena.

C: No comas tumbada, que te vas a atragantar –se sentó en el sillón- Oye esas galletas son caseras ¿No?

M: Sí, las ha hecho la madre de Esther.

C: ¿Puedo? –preguntaba mirando al caja.

M: Claro, pero sólo una ¿Eh?

La cirujana sonrió y cogió una galleta, dándole un buen mordisco.

C: Mmh… Están de muerte.

M: Están ricas, sí.

En ese momento sonaba el teléfono de la pediatra, quien recibía un mensaje. Miró la pantalla
ilusionada, no pudiendo reprimir una sonrisa al ver de quién se trataba, a pesar de que ya lo sabía.
La cirujana abría una de las múltiples carpetas que había traído con ella, pero observaba como su
compañera se había metido la galleta en la boca para aguantarla y escribía un sms con ambas manos.

C: Hija, que afán por contestar… No sabía que eras de esas que te pasabas todo el día dándole al pulgar
–bromeó.

M: Y no lo hago… -dijo con la galleta en la boca.

Le dio a enviar y cogió su galleta de nuevo. El mismo ritual ocurrió al menos tres veces más… Recibía un
mensaje, sonreía…, enviaba un mensaje, sonreía… Y Cruz se escamaba más y más cada vez. Había
intentado disimular que intentaba mirar la pantalla del teléfono, ahora que la pediatra se había sentado.

C: ¿Me vas a contar quién es tu admiradora?

M: ¿Por qué crees que es admiradora?

C: Porque no sonreirías así por un admirador… Es más, dudo que tengas algún amigo del género
masculino.

M: Pues…

C: Del hospital no cuentan –la cortó.

La pediatra miró la pantalla de su móvil una vez más, se mordió el labio. La verdad es que se moría de
ganas de compartir aquello con su mejor amiga, había estado siempre ahí, animándola a rehacer su
vida… Qué menos que contarle que lo estaba logrando. ¿No?

M: Si te lo digo… ¿Prometes no contárselo a nadie? –preguntó, apoyando su mentón en su mano.

C: Maca… la duda ofende.

M: Es Esther –respondió con una sonrisa.

C: Pues vaya, poner esa cara por mensajes de Esther… vaya cosa –la cirujana continuó mirando su
informe, hasta que pasados unos segundos se detuvo- Espera… Esther… Pero Esther y tú… -la pediatra
asentía ligeramente- Pero ¿Qué…? ¿Cómo...? ¿Cuándo…? –La pediatra reía- ¡Cuéntamelo todo!

M: A ver, que no hay mucho que contar –colocó el móvil sobre la mesa y juntó sus manos, colocándolas
entre sus rodillas- Pues… llevamos… Días –rió- Parece mentira pero sólo llevamos días, sí –suspiró- No sé
Cruz, me encanta. Acabamos de empezar, vamos despacio… Las dos estamos en una situación
vulnerable y no queremos equivocarnos, queremos estar seguras de que hacemos esto por las razones
correctas.

C: ¿Tú estás segura?

M: Yo, sí –respondió con rotundidad- Mira, me ha costado mucho… Sé que te he dado muchos disgustos
respecto a este tema pero estoy segura, Cruz. Esther es… es…. especial. Estoy muy ilusionada, y creo que
es lo que me hacía falta.

C: Desde luego, te ha cambiado hasta la cara –sonrió- Me alegro mucho por ti, Maca. En serio –cogió su
mano- Sólo espero que Esther sea lo que estás buscando y que te corresponda como mereces.

M: En eso estamos, Cruz, en descubrirlo.


La cirujana sonrió orgullosa, viendo cómo su amiga volvía a levantar cabeza, a sonreír como antes.
Iluminada, feliz… Sólo esperaba que esta vez, no le rompieran el corazón de nuevo. Aunque tenía el
presentimiento de que todo iría bien.

Esther y Cruz reían con ganas de algo que les contaba Laura. Habían aprovechado que la primera hora
de su turno había resultado tranquila, para tomarse algo en la cafetería.

L: Y claro, Eva y yo nos miramos con una cara…

C: Normal, a mí me suelta un tío esa ordinariez y vamos…está todavía corriendo.

L: Mirad quién viene por ahí en busca de su dosis de cafeína –decía mirando a la puerta.

Cruz y Esther se giraron, saludando con la mano a Maca, que se acercó hacia ellas. Sin pensárselo, y
quizás por eso lo hizo, se agachó y le dio un beso en la cabeza a la enfermera. Viendo la mirada que Cruz
le había dirigido, rodeó la mesa para hacer lo propio con sus compañeras.

M: Ale, besos para todas –sonrió apurada- ¿Queréis algo?

Esther agachó la cabeza, interesada de nuevo en el periódico que había sobre la mesa, y Cruz y Laura
negaron con la cabeza, por lo que la pediatra se fue a la barra a prepararse un café.

L: Está de un raro…

La cirujana la miró por encima de su taza de café sin decir nada, ya que su amiga se sentaba delante
suyo segundos después.

M: ¿Qué tal la mañana?

C: Muy tranquila… Por ahora.

L: ¿Tú acabas de entrar no?

M: Sip –bebió de su café- Mmh…

C: ¿Cuántos llevas ya hoy? –preguntó, intuyendo la respuesta.

M: Es mi segundo café del día. ¿Por?

La cirujana negó con la cabeza, apoyando ambos codos en la mesa para sostener su taza. Charlaron
durante unos minutos de manera animada. Laura seguía contando sus anécdotas y Esther y Maca
miraban interesadas una noticia del periódico, sin poder evitar dirigirse alguna que otra mirada,
esperando que sus compañeras no se diesen cuenta. Al cabo de unos minutos, Esther miró su reloj,
dándose cuenta de la hora que era.

E: Uy, que tarde, si tengo quirófano con Javier –se levantó apurada- Luego os veo.

M: Espera que… que te acompaño arriba.

L: Pero si te acabas de sentar… -le dijo extrañada.

M: Ya pero tengo la tira de historiales… Sí… -apretó los labios- Nos vemos.
Y tras decir eso, apoyó su mano en la espalda de la enfermera para que caminara por delante de ella,
saliendo de la cafetería.

C: No si estas dos… -murmuró.

L: ¿Qué has dicho?

C: ¿Eh? –La miró apurada- Nada, no he dicho nada.

L: Algo has dicho…

Las dos se miraron a los ojos unos instantes, serias pero aparentemente nerviosas. La residente miró de
nuevo hacia la puerta, donde ya no había ni rastro de sus amigas y volvió a dirigir la mirada a Cruz, que
había posado un brazo sobre sus piernas cruzadas y bebía café con la otra mano.

L: Tú… ¿Tú sabes algo?

La cirujana la miró nerviosa.

C: ¿Por qué? ¿Tú sí?

L: Puede…

C: Puede que yo también…

Ambas se miraron y se rieron ante lo absurdo de la situación. Cruz dejó la taza de café sobre la mesa y se
acercó a Laura, quien se había acercado también para poder hablar en voz baja.

C: Tú primero. –La residente tomó aire.

L: Ayer hablé con Esther -Cruz asintió- Llevaba unos días de lo más rara, sabía que se estaba viendo con
alguien pero no quería decirme con quién. Y anoche, después de insistirle mucho…

C: Te dijo que era Maca.

L: ¿Cómo lo sabes?

C: Maca me lo confesó anoche.

L: La virgen… -dijo sorprendida- O sea, que lo que vimos en la Sierra… no eran imaginaciones nuestras.

C: Se ve que no.

La residente apoyó su mentón en su mano, mirando de nuevo hacia la puerta.

L: ¿Crees que les irá bien?

C: No lo sé -se encogió de hombros- Pero pase lo que pase tú y yo mutis. Esto no puede salir de aquí –le
dijo con seriedad.

L: No, claro. Oye, y que Maca no se entere que lo sé o… me mata.

La cirujana hizo un gesto con sus dedos, pasando por encima de sus labios como si cerrara una
cremallera.
L: Oye ¿Tú crees que ya han…?

C: Laura por Dios ¿eh? Que pareces a Teresita -rió.

Por su parte, Maca y Esther compartían ascensor con otros dos doctores que se habían colocado delante
de ellas, charlando animadamente, otorgándolas algo de privacidad que aprovecharon para dirigirse
miradas cómplices.

La pediatra sacó una de sus manos del bolsillo e hizo que sus dedos rozaran los de la enfermera,
haciéndola sonreír.

E: ¿Por qué no te has quedado un ratito más abajo? –preguntó en un susurro.

M: Me apetecía estar contigo… Darte los buenos días en condiciones.

E: Sí, pues…

Las dos miraron a los médicos que tenían delante, viendo que lo iban a tener difícil. Cuando llegaron a la
planta de la pediatra, los dos hombres se bajaron, provocando que ésta emitiera un chasquido de
fastidio. Miró los botones del ascensor, viendo que la enfermera no se bajaba hasta dentro de dos
plantas.

E: Maca… Tu planta.

Tan pronto se hubieron cerrado las puertas del ascensor, la pediatra se abalanzaba sobre Esther,
cogiendo su rostro entre ambas manos y dándole un beso que ganó en profundidad en cuestión de
segundos, intentando aprovechar el poco tiempo que tenían para estar solas.

M: Buenos días…

E: Buenos días –contestó con una sonrisa bobalicona.

Sonó el timbre del ascensor, habían llegado a la planta en la que la enfermera debía bajarse para
dirigirse a quirófano.

M: Su planta, señorita García.

E: Estás loca –sonrió, saliendo del ascensor- ¿Y tú?

M: Me vuelvo a bajar.

Apretó el botón de la planta correspondiente, lanzándole un beso a la enfermera antes de que se


cerraran las puertas. Al llegar abajo, vio que los dos médicos que habían bajado antes que ella seguían
parados delante del ascensor, conversando. La miraron confundidos y ella les ofreció una sonrisa.

M: Que despiste… -sonrió.

Tres horas después, Maca bajaba a urgencias por un aviso, tenía a un niño con una irritación cutánea
esperándola en la sala de curas. Al dar la vuelta al pasillo se chocó con Esther, quien caminaba a toda
prisa con una bandeja de la mano.

M: Uy, cuidado cariño –le cogió de la mano.

E: Perdona –sonrió- Tengo que irme Maca.


M: Hoy apenas te veo el pelo ¿Eh?

E: Ya –puso cara de fastidio- Pero tengo que irme…

La pediatra sonrió, viendo cómo sus manos se iban soltando a medida que se alejaba la enfermera.

Así pasaron el resto del turno, apenas se cruzaron un par de veces. El ritmo en el hospital se había
acelerado con un accidente en una obra en la que habían resultado heridos tanto obreros como
transeúntes.

Agobiada por aquella situación, Maca decidió que no estaba dispuesta a pasarse el día sin ver a la
enfermera. Miró su reloj, a ella aún le quedaba una hora de turno, no así a Esther, cuyo turno estaba a
punto de acabar.

Se dirigió a urgencias, donde la encontró charlando con una compañera en uno de los pasillos. Se
esperó, y cuando al fin estuvo a solas, se dirigió hacia ella con paso decidido.

M: Esther –la llamó, al ver que se marchaba.

E: Hola Maca, iba a cambiarme ya.

M: Lo sé.

La agarró del brazo y la llevó a un rincón más privado para poder hablar con tranquilidad.

E: ¿Pasa algo? –preguntó preocupada.

M: No, no pasa nada…

E: Apenas te he visto hoy –acarició su brazo- Lo siento, ha sido un día de locos.

M: Esther, escucha –levantó ambas manos- Esta noche cenamos en mi casa ¿Vale? Así que cuando
llegues a la tuya cógete algo de ropa para mañana, porque hoy duermes conmigo.

E: ¿Perdona? –Preguntó sorprendida, pero con una sonrisa- ¿Y este arranque?

M: Pues que eso mismo… Que no te he visto en todo el día, trabajamos juntas… Me parece absurdo. No
sé… ¿Te apetece?

E: Claro que me apetece –sonrió.

M: Bien porque no iba a aceptar un no por respuesta.

E: ¿Y si te llego a decir que no?

M: Te hubiera secuestrado –le susurró- Te recojo en cuanto salga ¿Vale?

E: Vale.

Sin importarle quien pudiera verlas, Esther se puso de puntillas y le dio un beso cerca de la comisura de
los labios, marchándose después, dejando a la pediatra apoyada en la pared, observando cómo
caminaba.

M: Vamos Maca… sólo una hora más.


Esther se ajustaba la bufanda al cuello despidiéndose de una Teresa que la miraba extrañada,
habiéndole preguntado otras veinte veces en el día de hoy por qué estaba tan contenta últimamente. Al
pasar por la sala SAMUR escuchó que la llamaban, se asomó y vio a Laura sentada con Eva y Diego.

L: ¿Te vienes a tomar algo con nosotras Esther?

E: Eh no, chicas, otro día si eso.

Eva: Esther va, no me seas rancia anda… ¿No me digas que no te apetece un chocolatito caliente… con
sus churritos… eh?

E: Es que… tengo cosas que hacer –se disculpó con una sonrisa- Lo siento. Nos vemos mañana vale.

L: Hasta luego.

Salió del hospital a paso acelerado, queriendo tener tiempo suficiente para prepararlo todo para aquella
noche. En el metro decidió no sentarse, a riesgo de acomodarse demasiado y pasarse la parada, como
ya le había pasado en más de una ocasión, demasiado pendiente de su mp3 como para darse cuenta de
dónde se encontraba.

Llegó a casa diez minutos antes que de costumbre, se quitó la ropa y se metió en la ducha, decidida a
quitarse el olor a hospital de aquel día. Media hora después, salía del baño con su albornoz y el pelo
envuelto en una toalla.

Apenas se había comido un sándwich al medio día, así que se puso unas patatas fritas en un bol y se
dirigió a su habitación, donde empezó por elegir la ropa que se iba a poner y la que se llevaría para la
mañana siguiente.

Veinte minutos después, ya se había vestido y se había secado el pelo casi por completo, pero aún no se
había decidido por qué ropa llevar. Escuchó cómo se abría la puerta del apartamento, lo que la obligó a
mirar el reloj y ver que la pediatra estaría a punto de acabar su turno, lo que le daba como mucho otros
veinte minutos de plazo.

L: ¡Ya estoy en casa! –Saludó a gritos- Te has perdido el mejor chocolate que he probado nunca.

E: ¡Luego me lo cuentas!

La residente se dirigió hacia la habitación de su compañera, despojándose de su abrigo y su bolso por el


pasillo.

L: ¿Se puede saber qué te pasa? ¿Y por qué tienes toda la ropa sobre la cama?

E: Maca va venir a buscarme cuando acabe su turno. Cenamos en su casa y me ha invitado a dormir.

L: Aaah… ya veo.

E: He dicho a dormir ¿Verdad? –se aseguró, ante el tono de voz de su amiga- Es igual… El caso es que no
sé qué ropa llevar.

L: Pues lo llevas crudo… El único pijama que tienes sin dibujos está colgado.

E: ¡¿Qué?!
Presa del pánico, Esther se dirigió al tendedero, se asomó y comprobó que el pijama aún no estaba seco
del todo.

E: ¿Y ahora qué?

L: Si quieres te dejo un pantalón de los míos.

E: ¿De verdad? Te lo agradecería mucho….

La residente la miró, apoyada en el umbral de la puerta y sin decir nada.

E: ¡Laura hoy!

L: Vale, vale…. que prisas.

De nuevo sola, Esther empezó a pensar de nuevo en qué ponerse al día siguiente.

L: Toma, te he traído el azul de rayas que sé que te gusta, y una camiseta azul oscura de manga larga
para dormir –se lo dio- He supuesto que con lo acelerada que estás no atinarías a coger algo para arriba.

E: Gracias, me salvas la vida…

Diez minutos después sonaba el telefonillo, poniendo de los nervios a la enfermera, que escogió unos
pantalones grises con bolsillos a los lados, una camiseta blanca sin mangas y un jersey negro para llevar
al día siguiente. Lo metió todo en la bolsa mientras Laura abría la puerta a la pediatra.

L: Hola…

M: Hola ¿Está Esther?

L: Si está en su cuarto, ahora sale.

Las dos se miraron sin decirse nada, propiciando una situación un poco incómoda entre ambas. Pero la
voz de la enfermera rompió el hielo.

E: ¡¿Si me llevo ropa interior negra no pensará nada raro no?! –gritó desde la habitación.

Las cejas de Maca se enarcaron de tal manera que pensó que llegarían a rozar el techo del apartamento,
mientras que una Laura apurada se dirigía al dormitorio de Esther, tras disculparse con la pediatra. Maca
echó un vistazo al apartamento, esperando a que alguna de las dos saliera de nuevo.

Jugaba con las llaves de la moto en su mano cuando escuchó la voz alterada de la enfermera.

E: ¡¿Cómo que me ha oído?!

Sin poder evitar encontrar un lado cómico a todo aquello, la pediatra sonrió, sacudiendo la cabeza ante
el nerviosismo aparente de Esther, quien apareció minutos después con un claro tono rojizo en sus
mejillas y una pequeña bolsa de viaje de la mano.

M: ¿Ya estás?

E: Sí… perdona haberte hecho esperar.

M: No pasa nada –miró la bolsa- ¿Lo tienes todo?

E: Sí –empezaba a ponerse su abrigo.


L: ¿Os vais ya? –la pediatra asintió- Bueno pues… que vaya bien esa… esa peli tan larga que vais a ver.

La pediatra miró a la enfermera, sorprendida por la excusa tan absurda que le había puesto a su
compañera, sin poder imaginarse que fue la misma residente la que se sacó aquella idea de la manga
para no poner a su amiga en un aprieto, dando a entender que no sabía nada de su relación.

Salieron al rellano, donde la pediatra llamó al ascensor, aún jugando con sus llaves y una sonrisa en la
cara.

M: Con que ropa interior negra ¿Eh?

E: Dios….

Maca echó a reír, abriendo la puerta para que una avergonzada Esther pasara delante de ella.

Llegaron a casa de la pediatra cuando eran casi las nueve de la noche. Le indicó a Esther que dejara la
ropa sobre la cama, por lo menos el pijama, y que se sintiera como en su casa. La pediatra se quitó las
botas y el jersey que llevaba, habiendo encendido la calefacción, y se paseaba por el piso en manga
corta.

E: Oye Maca ¿Qué vamos a cenar?

M: ¿Tienes hambre?

E: Un poco –sonrió- Apenas he comido nada.

M: Vale… -se acercó al sofá, cogiendo el teléfono inalámbrico- ¿Te gusta el sushi Esther?

E: ¿Sushi? –Sonrió nerviosa- No he comido en mi vida.

M: ¿No? –Se mostró sorprendida ante su respuesta- Bueno, pues lo vamos a solucionar ahora mismo.

La enfermera colocó su mano sobre la muñeca de la pediatra, haciendo que ésta bajara el teléfono un
momento.

E: ¿Y no podemos comer otra cosa? No sé, pasta, por ejemplo. Se hace en un suspiro…

M: Buen intento, pero no –la miró con los ojos entrecerrados- El otro día cenamos a tu manera ¿No?
Pues hoy me toca a mí elegir. Tú tranquila… confía en mí.

Llamó al restaurante con total familiaridad, encargando el menú de siempre pero para dos personas y
esta vez rechazó el sake como bebida para aquella velada. Una vez hubo acabado, colgó el teléfono.

M: Bien, en media hora lo traen. ¿Te importa si me ducho mientras?

E: No, claro que no…

M: Bien –se levantó y cogió el mando de la tele, dándoselo a la enfermera- Mira un poco la tele, o pon
música o… no sé. Ahí está el ordenador –señaló a un portátil cerrado- Haz lo que quieras ¿Vale? Yo
vengo enseguida.

E: Vale.
Se inclinó sobre la enfermera, sujetando su pelo con una mano para que no dificultara la tarea de
besarla con lentitud, antes de irse dirección al cuarto del baño.

Quince minutos después, la pediatra salía de la ducha y se dirigía a su habitación para cambiarse.
Decidió ponerse ropa cómoda, así que se vistió con unos pantalones de deporte, calcetines gruesos, y
una camiseta ajustada de manga corta.

Comenzó a secarse un poco el pelo con una toalla, dirigiéndose hacia el salón, donde encontró a la
enfermera haciendo zapping en la tele.

M: ¿Algo interesante?

E: Nada.

La pediatra se sentó en el apoyabrazos del sofá y empezó a frotar su pelo con la toalla mientras la
enfermera dejaba las noticias puestas.

Maca se había peinado ya cuando llamaron al timbre, el repartidor había llegado. Tras pagar y empezar
a preparar el sushi sobre la mesa del comedor se fue a la cocina, no sin antes indicar a la enfermera que
se sentara en el suelo.

Volvió con dos copas de la mano y una botella de vino rosado en la otra, dejándolas sobre la mesa abrió
la botella y llenó ambas copas, antes de sentarse en uno de los cojines, junto a la enfermera, que lo
miraba todo con cara de no estar muy convencida.

M: Cariño no pongas esa cara, que te lo vas a comer tú y no al contrario.

E: Sí bueno… no estoy yo tan segura. No sé si lo has notado pero no tengo ni idea de qué es todo esto –
rió nerviosa.

M: A ver, no pasa nada… Lo primero, los palillos. ¿Qué tal se te dan? –movió los suyos con destreza.

E: Me defiendo.

M: Bien, pues eso que tenemos ganado. A ver… empezamos con uno suave –miró las bandejas hasta
que vio el que quería, señalándolo- Coge ese.

E: ¿Este de la cosa verde dentro?

M: Sí, es un rollo california, tiene pepino dentro. Es suave.

E: A ver… -cogía el rollo con cuidado- y a la salsa esta ¿No? –la pediatra asentía.

La enfermera empezaba a masticar. Su rostro iba cambiando de una mueca a una expresión de
aceptación.

M: ¿Qué tal?

E: No está mal…

La pediatra degustaba un rollito de salmón mientras la enfermera miraba con reticencia el resto de
posibilidades.

M: Si quieres, prueba el yakitori.


E: ¿El qué?

M: Perdona –sonrió- las brochetas de pollo con salsa teriyaki y cebolla, están muy buenas.

E: Pollo y cebolla, eso sí lo conozco –bromeaba.

Siguieron hablando del sushi y de cómo era una de las comidas favoritas de la pediatra, y de cómo fue
incapaz de hacer que a Ángela le acabara gustando. Al final había cedido y había dejado de comerlo,
poco a poco, por acomodarse más a sus gustos. Aquello hizo que Esther se planteara las cosas desde
una nueva perspectiva.

E: Maca… ¿Seguimos con otro rollito?

M: ¿Te gustan los rollos? –preguntó con voz pícara.

E: No seas tonta… -reía.

M: Va, a ver ¿Cuál quieres?

E: No sé… -se encogió de hombros- a mí me parecen todos rarísimos.

La pediatra sonrió, levantándose.

E: ¿Qué haces?

M: Espera, impaciente.

Se acomodó detrás de la enfermera, haciendo que esta se reclinara un poco sobre su pecho, y cogiendo
un rollito de sushi, lo mojó en la salsa de soja y se lo ofreció.

M: Tú confía en mí ¿Vale?

Esther asintió, un poco ruborizada por el calor que iba notando en su cuerpo, pero la idea de que la
pediatra le diera de comer le gustaba, así que abrió la boca y degustó el siguiente rollo, sorprendida al
ver que no le desagradaba para nada.

Entre risas, bromas, y algún que otro amago de accidente doméstico por derrame de salsa de soja,
acabaron de cenar, quedándose sentadas aún sobre la alfombra del salón de la pediatra, quien rodeaba
la cintura de Esther con sus brazos mientras ésta tomaba un poco de vino de su copa.

E: Oye Maca, ¿cómo es que estamos bebiendo vino rosado con el sushi?

M: Esa es la pregunta que se hace todo el mundo –sonrió- Ves, la gente cree que es mejor acompañarlo
de un vino blanco, por eso de que estás comiendo pescado… Pero a menudo los vinos blancos
contrastan demasiado y te impiden degustar todos los sabores del sushi.

E: Aah… No lo sabía.

M: No pasa nada. Por eso yo prefiero un vino tinto liviano. Este por ejemplo es un Morandé Rosé, tiene
un regusto herbáceo que acompaña perfectamente al sushi.

E: Hay que ver… Lo que aprende una con una novia pija –bromeó.

La pediatra no contestó a aquel comentario, lo que hizo que la enfermera se preocupara. Se giró, con la
copa aún en su mano, para poder ver a la pediatra.
E: ¿Pasa algo? –Negó con la cabeza- ¿Entonces?

M: Has dicho novia…

E: ¿Y? –Sonrió- ¿Acaso no lo eres?

Con una pequeña sonrisa adornando su rostro, la pediatra cogió la copa de vino de la mano de la
enfermera y la puso en la mesa. Colocó ambas manos en el rostro de la enfermera, mirándola a los ojos
y acariciando sus mejillas con ternura, y atrapó sus labios con suavidad, besándola despacio.

Entre las dos recogieron las bandejas de la cena y las llevaron a la cocina. Mientras Maca fregaba las
copas, la enfermera empezó a tirar las bolsas y demás material desechable cuando se fijó en que
quedaba algo en una de las bandejas.

E: Oye Maca ¿Y esto? –le enseñó la bandeja.

M: Eso no se come… Por lo menos yo no.

E: Ya pero ¿Qué es?

La pediatra cerró el grifo y empezó a secarse las manos con un trapo.

M: Eso de color salmón es jengibre, está asqueroso –la enfermera hizo una mueca- y lo verde es wasabi.
También se le llama mostaza japonesa, es muy picante.

E: ¿Ah sí?

M: Sí, mucho. A mí personalmente no me gusta.

E: A mí me gusta el picante.

M: Créeme –dijo girándose- eso no te gustaría.

Sin escucharla, la enfermera impregnó su dedo meñique con un poco de aquella pasta verde y lo olió,
haciendo un gesto de repugnancia ante aquel aroma tan fuerte. Sin pensárselo dos veces se llevó el
dedo a la boca, arrepintiéndose enseguida. Empezó a toser y a ponerse colorada, el picor era
insoportable.

M: ¿Pero qué has hecho? –Cogió la bandeja y vio la hendidura de su dedo- Mira que te lo advertí.

Tiró la bandeja a la basura y llenó un vaso con agua del grifo.

M: Anda bebe.

La enfermera se lo acabó de un trago, haciendo esparajismos y muecas de disgusto.

E: Que asco… -dijo medio ahogada.

La pediatra no pudo evitar reírse de la cara que tenía. Sabía que lo estaba pasando mal, pero no podía
reñirla ya que ella había cometido el mismo error la primera vez que probó el sushi. Le sirvió otro vaso
de agua, y una vez se lo hubo bebido la envolvió en un tierno abrazo.

M: ¿Mejor? –le preguntó cerca de su oído.


Esther asintió, relajándose al momento al sentirse envuelta por el aroma afrutado del gel que, supuso,
había usado la pediatra. Suspiró tranquila, emitiendo un sonido que emulaba un ronquido, a modo de
broma, haciendo reír a la pediatra.

M: Anda, ve al salón, que tengo postre.

E: ¿Postre?

Los ojos de la enfermera se abrieron como platos, haciendo reír de nuevo a la pediatra.

E: Eres increíble –le dio un beso antes de marcharse.

M: ¡Y tú una golosa! –gritó desde la cocina.

CANCION: MATT NATHANSON – ALL WE ARE

Pocos minutos después, se empezaba a oír una suave melodía y la pediatra llegaba al salón con una
bandeja de profiteroles, encontrándose a Esther junto al equipo de música.

E: ¿No te importa verdad?

M: No, claro que no –dejaba la bandeja sobre la mesa.

E: Oh… profiteroles…

M: ¿Te gustan?

E: Me encantan.

Maca se sentó tras coger uno de los profiteroles y sin esperar a que la enfermera hiciera lo mismo,
empezó a emitir pequeños sonidos de placer.

Esther la miraba desde el otro lado del salón, alterada por aquellos ruidos que emitía la pediatra. Se
acercó a paso lento hasta el sillón, casi asustada por lo que pudiera pasar. Al llegar se encontró con la
amplia sonrisa de Maca que la tranquilizó.

M: Coge uno antes de que me los coma todos –se chupaba los dedos- están deliciosos.

E: Pues eso lo tengo que probar yo.

Cogió uno de los más grandes, sonriendo como una niña pequeña, y se sentó de medio lado a degustar
uno de los profiteroles, emitiendo sonidos muy parecidos a los de la pediatra.

E: Que rico… -mordió otro poco.

M: Me alegra que te gusten.

E: ¿Sabes cómo están más ricos?

M: No ¿Me lo vas a enseñar?

La enfermera se mordió el labio inferior, miró la bandeja y buscó uno bien relleno de nata, dándoselo a
la pediatra.

E: Cómete la parte de arriba.


M: ¿Sólo lo de arriba, no? –La enfermera asintió - ¿Y ahora?

E: Ahora… la nata.

Se acercó a la pediatra con gesto juguetón, y sin dejar de mirarla a los ojos, hundió su dedo en la nata,
recogiendo así una cantidad generosa y se lo acercó. Maca la miró con una ceja enarcada, mordiéndose
el labio. Tras dudar unos segundos, decidió jugar ella también.

Se inclinó hacia delante y agarrando la muñeca de la enfermera, lamió parte de la nata con la punta de
su lengua, notando como aquella mano temblaba ligeramente. Miraba los ojos de Esther, que se
oscurecían, deseosos, y atrapó el dedo por fin con sus labios, acabando con todo rastro de nata.

M: Mmh… que rico –se sentó recta de nuevo- Pues sí, están más ricos así.

Dejando a Esther sin palabras, se comió el resto del profiterol, intentando esconder su propio
nerviosismo ante aquella situación tan sensual. Por su parte, la enfermera intentaba recobrar la
normalidad, así que cogió otro profiterol, el último para ella pues empezaba a notarse ya llena, y lo
comió con normalidad.

Al hacerlo, provocó que un pequeño rastro de nata se quedara en la comisura de sus labios, hecho que
no pasó desapercibido para la pediatra.

M: Tienes…

Sin acabar la frase, se acercó a ella… Le miró a los ojos, a los labios… y al no ver ningún signo de rechazo,
se inclinó sobre ella, limpiando la nata con sus labios, invitando a la enfermera a empezar un contacto
más directo.

Y así lo hizo. Atrapó el labio inferior de la pediatra con el suyo, comenzando una serie de besos que
acabó con ambas recostadas sobre el sillón, dejando que sus labios jugaran a conocerse, al igual que sus
manos empezaban a conocer aquellos cuerpos que se movían al compás que marcaban sus bocas.

Los dedos de Esther seguían perdiéndose entre aquella melena que adornaba su hombro, respirando
con tranquilidad, empapada en el calor y el aroma del cuerpo de Maca quien, tumbada sobre ella,
dormía plácidamente.

Tras obligarse a frenar aquel intercambio de besos y caricias, se habían recostado, simplemente
disfrutando de la presencia de la otra y de la suave música que las acompañaba, emanando aún del
equipo de música.

En algún momento, la pediatra se había quedado dormida escuchando cómo Esther le relataba detalles
de una de las operaciones de aquel día. Lejos de enfadarse, la enfermera se había conmovido al ver que
Maca le mostraba aquel acto de confianza, durmiéndose en sus brazos, relajándose tanto con ella y
permitiéndola verla vulnerable.

Víctima de aquella mezcla de factores, notaba cómo ella misma empezaba a sentirse cansada. Miró el
reloj del salón y vio que eran pasadas las once, así que decidió despertar a Maca. Empezó a moverla
ligeramente.

E: Maca… Cariño… despierta… -la pediatra emitía pequeños sonidos- Venga, despierta…
Al cabo de un rato intentándolo, por fin la pediatra se estiraba sobre su cuerpo, desentumeciendo sus
músculos adormecidos.

M: ¿Qué hora es?

E: Pasadas las once. ¿Vamos a la cama?

M: Mmh… sí.

Se incorporó con pereza, frotándose los ojos mientras Esther le colocaba un poco el pelo.

E: Estás preciosa…

M: Uy sí, seguro. Encantadora vamos –sonrió- Anda, levanta.

Se turnaron para ir al baño y cambiarse. Mientras la pediatra se lavaba los dientes, Esther se había
puesto el pijama que le había prestado su amiga y viceversa. Una vez estaban listas para acostarse, la
pediatra se aseguró de que la puerta y las ventanas estuvieran bien cerradas, manías, como le había
dicho a Esther.

Al entrar en el dormitorio, se encontró a la enfermera de pie junto a la cama, con los brazos cruzados y
mirando al suelo.

M: ¿Por qué no te has metido ya? –preguntó extrañada.

E: Porque no sabía si preferías algún lado…

M: No, suelo dormir en el medio, así que elije tú –esperó a que lo hiciera para dirigirse al lado opuesto-
Bonito pijama.

E: Es de Laura.

M: ¿No tienes pijamas o qué? –preguntó metiéndose en la cama.

E: Sí, sí que tengo, claro… -sonrió- lo que pasa es que…

M: ¿Qué?

La pediatra se colocó de medio lado, apoyando su cabeza en su mano.

E: Pues que sólo tengo un pijama que no tenga dibujitos y… pues que… que estaba tendido –resopló-
Ale, ya lo sabes, ya te puedes reír.

M: ¿Por qué me iba a reír? –Preguntó toda seria- Además, ya me lo imaginaba.

E: ¿Y eso por qué? –preguntó molesta.

M: Pues porque eres adorable… y por lo tanto también lo han de ser tus pijamas

La enfermera se ruborizó, girándose para quedar cara a cara con ella.

E: ¿Por qué eres así con…?

El dedo índice de la pediatra sobre sus labios la hizo callarse.

M: No te preguntes por qué ¿Vale? Sólo disfruta del hecho de que crea que mereces que te traten así.
E: Gracias.

La mano de Maca llegó a su rostro, apartando un mechón de pelo y colocándolo detrás de su oreja,
provocándole una tímida sonrisa.

M: Ven aquí…

La enfermera se acercó más a ella, dejándose besar con ternura antes de cobijarse en el cuello de la
pediatra, quien la envolvió en sus brazos.

M: Buenas noches, Esther.

E: Buenas noches.

Tal y como lo había preparado la pediatra, el despertador sonaba estridente a las siete de la mañana, el
cual apagó en un certero movimiento de su brazo intentando que no despertara a la enfermera y así
permitirse el placer de hacerlo ella por primera vez.

Tras frotarse los ojos y abrirlos la observó de medio lado mirando hacia ella, tal y como había
permanecido toda la noche, acarició su mejilla mientras una ternura la hacía sonreír y dejar un beso en
su frente mientras comenzaba a frotar despacio su espalda.

M: Esther… cariño, ya es la hora venga -susurró cerca de su rostro no queriendo ser brusca- Esther.

E: ¿Dime? -se movió mirando esta vez hacia arriba mientras estiraba los brazos.

M: Que hay que levantarse -había llevado su mano hasta su abdomen el cual acariciaba por encima de
su camiseta- Así no vamos con prisas y desayunamos tranquilitas.

E: Vale…-volvía a cerrar los ojos haciendo sonreír a la pediatra- me levanto ahora mismo.

M: ¿Me vas a hacer rogar mucho? -la enfermera asentía aun con los ojos cerrados- Venga marmotilla, si
ya estás despierta.

E: Dame un beso.

M: Pues levántate.

E: Si no me lo das sigo durmiendo -se giró dándole la espalda volviendo a cubrirse con la manta.

M: Esther venga… que parece que no quieras ir al colegio.

E: Quiero mi beso.

Con una voz infantil que dejaba ver un refunfuño característico de la enfermera, Maca bajó de la cama
rodeando esta con los brazos cruzados hasta quedar frente a ella al otro lado, Esther al verla allí parada
se cubrió con la manta haciendo que la pediatra la volviese a destapar.

M: Te levantas juguetona tú ¿eh?

E: Sólo quiero mi beso, no creo que sea mucho pedir y menos un calvario para ti pero vamos -se sentó
en la cama cruzando sus brazos- Si no me lo quieres dar no me lo des, total, para que lo hagas de mala
gana…
Cuando su intención fue levantarse la mano de Maca la detuvo mientras se sentaba a su lado acercando
su rostro, acto que hizo que dibujara una sonrisa en sus labios, cuando aquel tierno beso iba dando su
final de un par de segundos la enfermera le rodeó el cuello con sus brazos mientras profundizaba en
aquel momento que finalmente la despertaba como quería.

E: Ahora sí…

Y dejando a Maca aún en la misma posición intentando recomponerse se levantó rumbo al cuarto de
baño, deteniéndose antes en la puerta para girarse y mirarla.

E: Maca, ve haciendo el desayuno venga, que yo me ducho rapidita y así desayunamos tranquilas…

M: Serás fresca.

E: Guapetona.

Y con una sonrisa cerró la puerta haciendo que Maca, sintiéndose feliz tan solo con aquellos diez
minutos de convivencia, sonriera mientras caminaba a la cocina escuchando de fondo algo que parecía
una canción entonada por la enfermera.

Tras desayunar y darse unas muestras de cariño que hicieron a la enfermera sentarse en el regazo de
Maca mientras le daba sus últimos trozos de su tostada. Se terminaron de vestir para ir a su turno en el
hospital.

Esther esperaba sentada en el brazo del sofá mientras veía las noticias matinales de aquel día cruzada
de brazos en silencio, girándose para mirar a la pediatra que entraba en el salón buscando las llaves de
la moto en su bolso bastante concentrada.

M: No las encuentro… juraría que las metí en el bolso anoche.

E: Mira en la cómoda de tu dormitorio que anoche me pareció verlas allí anda.

Segundos después la pediatra aparecía victoriosa moviéndolas en el aire, señal que dio pie a la
enfermera a apagar el televisor y levantarse para salir junto a ella rumbo al garaje mientras Maca se
colocaba los guantes. Justo cuando la pediatra se subía y buscaba el cuerpo de Esther la veía en un gesto
gracioso mientras se aspiraba con el brazo pegado a su rostro.

M: Jajaja ¿Se puede saber qué haces?

E: Me encanta como huelo…-repetía la acción- Así hueles tú -la pediatra sonreía- ¿Qué?

M: Eres un encanto…-estiró su brazo para coger su mano y acercarla hasta ella para acto seguido dejar
un beso en sus labios- Sube anda.

E: ¿Y esto?

M: Tú quieres tus besos y yo quiero los míos, es justo ¿no?

Quince minutos después llegaban hasta urgencias, y mientras Maca terminaba de guardas sus guantes
ella se frotaba ambas manos calentándolas directamente de su aliento esperándola para entrar.

M: Ni que hubieras conducido tú Esther, no hace tanto frío.


E: Pues yo lo tengo, que en el bicho ese no veas el aire que te entra por el cuerpo.

M: Y habla la que ha venido pegada a mí como una lapa, te faltaba meterte dentro de mi chaqueta.

E: Bien contenta lo hubiera hecho no te creas.

M: Tontita.

Y sonrientes esquivaban a las personas que atravesaban en aquel momento el muelle dirigiéndose hasta
el mostrador, donde una Teresa más que activa ya de buena mañana no se había perdido detalle de la
entrada de la pareja.

M: Buenos días, Teresa.

T: Buenos días -miraba a Esther apoyada en el mostrador- ¿Y eso que venís juntas?

E: Como entrabamos a la misma hora ha venido a recogerme, me ahorra el metro que a estas horas esta
horrible.

T: Ya ¿Y no te pilla lejos Maca? -miraba con curiosidad a la pediatra que ya firmaba en el registro de
entrada.

M: Pues no -contestaba sin mirarla.

T: ¿Qué bien no? -miraba de nuevo a la enfermera.

E: Pues sí…-la pediatra le decía la hoja y firmaba ella esta vez- Nos vamos dentro Teresa.

T: Claro.

Sin que la mujer les quitase ojo atravesaban la puerta de urgencias para ir rumbo al vestuario, mientras
conocedoras de la intención de su compañera se miraban risueñas hasta la puerta de la sala de
enfermeras.

E: Que cotillas es.

M: Sí -entraba junto a ella- Pues voy a cambiarme. ¿Me buscas luego para un café?

E: Claro…-se acerco a ella mirando antes que no hubiera nadie alrededor- Besito.

Puso los labios de forma cómica frente a la pediatra que sonriendo la besó despacio repitiendo la acción
varias veces antes de volver hasta la puerta.

M: Cámbiate rápido no cojas frío, anda -recibió un guiño de la enfermera y salió de nuevo hasta el
pasillo para empezar su turno.

Un rato después y tras atender más de un caso junto a Vilches, la enfermera decidió buscar a Maca por
la planta de pediatría bajando después hasta urgencias pero igualmente sin encontrarla. Resignada fue a
por su segunda opción, Laura, quien accedió a ir con ella y descansar un rato.

L: ¿La doctora amor está ocupada o qué?

E: ¡Laura! No la llames así. Y no, no la he encontrado, estará ocupada.


L: Así que con que esas tenemos ¿Eh? -la miró entrecerrando los ojos mientras pasaban hacia la
cafetería-Mira, ahí la tienes.

Se giraba hacia donde la residente le indicaba descubriendo como la pediatra permanecía sentada en
una de las mesas con otro doctor de pediatría, y visiblemente enfrascada en una conversación que
ocupaba toda su atención.

E: Bueno, déjala que seguro está hablando de algo importante. Vamos a aquella.

L: Como usted mande mi capitana.

Tras hacer un gesto con su mano y recibir la mirada recriminatoria de la enfermera caminaron hasta la
barra sirviéndose cada una un zumo y algo para picar caminando después hasta la mesa que ocupaba
uno de los rincones.

L: Y… ¿Qué tal la nochecita, uhm?

E: Pues normal. Cenamos, estuvimos un rato en el sofá y nos fuimos a la cama.

L: A dormir.

E: Sí, a dormir Laura, a dormir… Que no todo el mundo piensa siempre en lo mismo.

L: Hija, que poco humor tienes últimamente, eso es falta de…

E: ¡Laura!

Ya en silencio la enfermera se dedicaba a hacer pedacitos una de las palmeras de chocolate que había
cogido minutos antes, mientras sin darse cuenta había fijado la vista en la pediatra, se fijaba en sus
gestos, en sus labios al hablar, en cómo cambiaba la expresión de su rostro y finalmente sonreía.

L: Tierra llamando a Esther… Tierra llamando a Esther, ¿me recibes? -hablaba haciendo eco
directamente de su vaso.

E: Estás pesadita ¿Eh?

L: Es que te falta babear Esther por Dios, que se te ve a la legua criatura.

E: ¿Y qué? Déjame a mí con mis cosas.

L: Bueno, pues ponte el babero que la doctora amor viene hacia aquí… ¡Au!...-recibió una patada por
debajo de la mesa.

M: Hola chicas.

L: Ho… hola Maca -se frotaba la espinilla con cara de disgusto.

E: Hola sonreía mirándola- ¿Qué tal el turno?

M: Tranquilito. Estaba hablando ahora con Navarro de unos cambios que queríamos hacer
aprovechando la calma que tenia ¿Y vosotras?

L: Unas mejor que otras…

Recibió la mirada fulminante de la enfermera mientras la pediatra sin cortarse cogía una de las palmeras
de Esther y empezaba a comérsela.
M: Bueno chicas, os dejo… voy a ver si hago algo.

E: Hasta luego.

L: Hasta luego…-se giró mirando cómo se marchaba volviendo después de nuevo a la enfermera- Pues sí
que debéis ir en serio, para dejar que te quite la comida sin ladrarle…

E: Te vas a ganar otra te lo advierto -le apuntó con el dedo mientras miraba hacia donde segundos antes
se había dirigido la pediatra- Luego nos vemos.

L: Ale, ale… maltratada y utilizada me hallo.

Como ocurriera el día anterior, el turno de la enfermera acabó antes que el de la pediatra, quien decidió
quedarse un poco más para adelantar trabajo atrasado. Había estado tan distraída últimamente que se
le acumulaban los informes en el despacho.

Precisamente allí se encontraba cuando llamaron a la puerta, permitiéndola levantar la vista de la mesa.

M: Adelante.

La cabeza de Esther se asomó con una sonrisa, ya cambiada, y el abrigo de la mano.

E: ¿Se puede?

M: Claro, pasa –se levantó y se acercó a ella- ¿Te vas ya?

E: Sí ya he acabado.

M: Qué pena no poder acompañarte –decía colocando su pelo detrás de la oreja.

E: Bueno, Laura se viene conmigo, que entra de nuevo esta noche –puso sus manos en la cintura de la
pediatra.

M: Pobre –reía- La verdad es que no echo de menos la residencia.

E: Ya, ahora eres tú la que le pone turnos dobles a los residentes.

M: Seh -decía con chulería.

La enfermera sonrió, acercándose más al cuerpo de Maca, quien rodeó su cintura con sus brazos.

E: ¿Me llamas luego? Cuando tengas un ratito -miraba su mesa- Que ya veo que estás liadilla.

M: Se me ha acumulado la faena -suspiró- No sé qué será que me tiene tan entretenida por urgencias –
bromeaba.

E: Espero que no sea otra mujer… -jugaba con el fonendo de su chica- porque soy muy celosa.

M: ¿Ah sí? –preguntaba juguetona.

E: Mucho. Y… como me entere de que miras a otra…

Justo entonces tiró de ambos lados del fonendo, haciendo que la pediatra entendiera el mensaje,
haciéndola reír.
M: Tranquila, que yo sólo tengo ojos para ti.

E: Eso espero.

Se dieron un tierno beso, prolongado por ambas, que se separaban sin demasiadas ganas.

M: Descansa, cariño, te llamo luego.

E: Vale. Adiós.

M: Chao.

Esther se encontraba sentada en la mesa de la cocina, jugueteando con una servilleta de papel que
había a su lado, mientras hablaba por teléfono con Maca.

E: ¿Entonces te pasas cuando acabes el turno?

M: Que sí, pesada.

E: Es que tengo muchas ganas de verte, Maca.

M: Cariño, si nos hemos visto hace dos horas -sonreía feliz.

E: Bueno, pero te vienes ¿No?

M: Sí, pero sólo un ratito, que ya sabes que mañana tengo que levantarme pronto para ir al dentista.

E: Sí, sí… No corras mucho ¿Vale?

M: Vale, un beso guapa.

E: Un beso.

Colgó el teléfono con un suspiro, arrancando una uva del frutero que había a su derecha. En ese
momento entraba Laura con un plato y un vaso vacíos.

L: ¿Entonces viene la doctora amor? –decía en tono burlón.

E: Te he dicho mil veces que no la llames así –sonreía- Y sí, cuando acabe el turno se pasa un rato –se
metió otra uva en la boca.

L: Vale. Me voy a duchar que tengo que irme en nada. ¡Y no te las comas todas! –le gritó ya desde el
pasillo.

Cuarenta minutos después, Esther abría la puerta del piso con una sonrisa de oreja a oreja.

E: Hola –saludó cantarina.

M: Hola.

La enfermera agarró el extremo de la bufanda de la pediatra, acercándola hacia ella y dándole un beso
en los labios.

M: ¿Y Laura?
E: Está acabando de cambiarse.

M: En ese caso…

La pediatra rodeó la cintura de Esther, inclinándose para intentar darle otro beso. Sin embargo, la
enfermera se escabulló, zafándose de aquellas manos.

E: Maca… -levantó una ceja.

M: Vaaaale… Seré buena –se quitaba el abrigo.

E: ¿Quieres un cacaolat calentito? Yo me estaba calentando uno.

M: Vale, no te diré que no, me he quedado tiesa.

E: Normal, con el frío que hace y tú yendo en moto…

M: Estaría más calentita contigo detrás, bien agarradita, sí… Para qué negarlo –sonreía.

Acompañaba a Esther a la cocina, donde ésta introducía una taza con cacaolat en el microondas.

E: ¿Qué tal el resto del turno?

M: Bien, ya sabes –se encogió de hombros- Tos, mocos… Lo de siempre por estas fechas.

Minutos después, Maca y Esther se encontraban sentadas en el sofá con sendas tazas de cacaolat
caliente entre las manos, sentadas de medio lado para poder hablar cara a cara.

L: ¡Esther me voy a ir yendo! –se oyó por el pasillo.

Segundos después, Laura aparecía por el pasillo, anudándose la bufanda por encima del abrigo.

L: Uy, hola –sonrió- No te había oído.

E: Claro, con esa manía de poner la música a tope antes de irte…

L: Me ayuda a cargar las pilas –se encogió de hombros- Bueno pues yo me voy, así os dejo con la
estantería esa tuya –señalaba a la enfermera con la mano- ¿No? Venga, hasta luego chicas.

E: Hasta luego.

Una vez se hubo cerrado la puerta, la pediatra miró a Esther con una sonrisa.

M: ¿Estantería? Desde luego tienes que mejorar tus excusas…

La enfermera suspiró, dejando la taza sobre la mesa y acercándose a ella un poco más.

E: Verás Maca, es que en realidad… -suspiró- Qué difícil…

M: ¿Pasa algo? –preguntó preocupada.

E: No he sido del todo sincera en algo, Maca –la pediatra la miraba extrañada- Las excusas son de
Laura… Vamos que… que lo sabe. Que tú y yo… -señaló a ambas- Que se lo dije.

M: Aaah… Vaya –decía un tanto cortada.


E: ¿Qué te parece?

M: Pues… sinceramente, cariño, no cometas ningún crimen porque si Laura ha de ser tu coartada… te
pillan fijo –bromeó antes de tomar otro sorbo.

E: ¡Maca! –le dio en la pierna.

M: ¿Qué? –Rió- ¿Qué quieres que te diga, Esther? Si es que sus excusas son muy malas…

La enfermera la miró unos segundos, extrañada antes la actitud de la pediatra. No fue hasta segundos
más tarde que se dio cuenta de que, bromeando de aquella manera, le hacía ver que no le importaba, lo
cual le hizo suspirar tranquila.

M: Además, ya que estamos en plan confesiones… -dejó su tasa vacía sobre la mesa- Cruz también lo
sabe. Dedujo que estaba viendo a alguien y no sé, me ha ayudado mucho, Esther, siempre ha estado ahí
y pensé que se merecía saber que estoy feliz y que es por ti –añadió en un susurro.

Esther sonrió conmovida. Acarició la mejilla de la pediatra y le dio un tierno beso en los labios.

E: Pues… Si Laura lo sabe y Cruz lo sabe, y a ninguna de las dos nos molesta… Quizá, no sé, deberíamos
decírselo a los demás.

M: No veo por qué –se encogió de hombros ante la mirada extrañada de la enfermera- A ver, Esther, es
nuestra vida privada, no tenemos que ir contándoselo a nadie.

E: Ya pero… no sé… son nuestros amigos…

M: Pues ya se enterarán. ¿No?

Tras haberse sincerado, cenaron algo de pasta que Laura había dejado preparada antes de irse a
trabajar, sabiendo que la enfermera seguramente no tendría ganas de cocinar. El resto del tiempo lo
pasaron acurrucadas en el sofá, hablando de todo y de nada, hasta que la pediatra se dio cuenta de la
hora.

M: Cariño, voy a tener que ir yéndome.

E: No…. –se abrazaba con fuerza a su cuerpo- Quédate a dormir… Laura ya lo sabe, no le importará.

M: Esther, si yo me quedaría encantada, pero tengo cita con el dentista y sabes que desde aquí me pilla
muy lejos y tendría que levantarme mucho antes.

E: ¿Y? Te levantas y vas directa desde aquí y luego al hospital.

M: ¿Y se lo explicas tú a Teresa cuando me vea con la misma ropa de hoy? –Bromeaba- Va, Esther.

La enfermera suspiró, sabiendo que tenía razón. Dejó que se levantara, acompañándola hasta la puerta
y abrochándole el abrigo mientras la pediatra se anudaba la bufanda.

M: Eh… -levantó su mentón para que la mirara- No me pongas esa carita que sabes que no puedo
resistirme.

E: Me da igual, no quiero que te vayas así que pongo la cara que quiero.

La pediatra soltó una carcajada, rodeándola con sus brazos.

M: Eres un encanto –le besó la cabeza- Anda, dame un beso de buenas noches.
E: No quiero…

M: Vale.

La pediatra se inclinó sobre ella, rozando los labios de Esther sin que esta correspondiera al beso. La
beso un par de ocasiones y cuando iba a retirarse, sintió como la boca de Esther se abría, atrapando su
labio inferior, y cómo una de sus manos se posaba en su nuca, atrayéndola hacia ella.

Pronto aquel beso se profundizó, haciendo que sus cuerpos se pegaran con fuerza, abrazándose sin
querer soltarse. Finalmente, fue Esther quien aflojó el abrazo, separándose de la pediatra.

E: Dime algo cuando llegues a casa ¿Vale?

M: Vale –le dio un último beso- Buenas noches, cariño.

E: Buenas noches.

A la mañana siguiente Esther garabateaba en un folio dibujos sin sentido, mirando de vez en cuando la
silla vacía que había al otro lado de la mesa. En el gabinete, todos escuchaban, más o menos atentos, a
las explicaciones de Vilches, como en toda reunión matutina.

Por fin se abrió la puerta, dejando pasar al último miembro de la plantilla que quedaba por asistir a la
reunión. Maca entraba con cara de pocos amigos y la bata a medio poner.

V: Hombre, buenos días ¿Se nos han pegado las sábanas?

M: Tenía dentista, Vilches.

V: Vaya, creía que los pijos no teníais caries.

M: Ya ves –decía de mala gana.

Se sentó un tanto molesta, saludando a Cruz, a su lado y mirando a la enfermera quien le dedicó una
sonrisa que le hizo olvidar por unos momentos lo dolorida que tenía la boca.

V: Y bien, eso es todo –decía media hora después- Venga, a justificar vuestros sueldos.

Cuando la mayoría de médicos se hubieron marchado, Esther rodeó la mesa para acercarse a Maca,
quien se había levantado y se disponía a salir con Cruz y Javier, quienes charlaban delante de ella.

E: Hola cariño –la saludó, a pesar de la presencia de sus compañeros- ¿Cómo ha ido?

M: Al final me han tenido que empastar –dijo con dificultad.

E: Pobrecita… -le frotó la espalda- ¿Te duele mucho?

M: No, pero se me está empezando a despertar la boca, estoy un poco molesta –decía con una mueca.

E: Anda, vete a tu despacho y te llevo un analgésico ¿Vale? –la pediatra asintió, recibiendo un beso en la
mejilla- Guapa.

La pediatra miró cómo se marchaba la enfermera, antes de poner rumbo a su despacho. A medio
camino, escuchó la voz de Cruz que le llamaba, lo que le hizo girarse.
C: Oye Maca… ¿Y eso?

M: ¿El qué?

C: Pues lo de antes… lo de Esther, ahí delante.

M: No sé, Cruz, no sé qué le ves de extraño. Estamos juntas ¿No? No tenemos por qué escondernos.

C: Así que… va… va en serio.

M: Claro que sí, ya sabes que yo no me tomo mis relaciones a la ligera, Cruz.

C: No, claro, no pretendía insinuar eso…

M: Tranquila –se tocaba la mejilla- estoy un poco molesta eso es todo.

C: Pues… esto va a dar que hablar ¿Eh?

M: Que hablen –se encogió de hombros con una sonrisa- Voy a rellenar unos informes ¿Me cubres un
rato?

C: Claro, yo me encargo. Descansa anda…

Hacía ya un rato que se había encerrado en su despacho, tenía bastantes historiales atrasados y había
decidido aprovechar que ese día no se encontraba demasiado bien para ponerse al día.

Tenía una mano apoyada en la mejilla, intentando que las molestias producidas por su dentista, se
aliviaran con la presión. En eso que llamaron a la puerta, dejando paso a Esther con un vaso de plástico
lleno de agua y una pastilla en la mano.

E: Hola ¿Cómo está la enfermita?

M: No estoy enferma, Esther -la dijo sin levantar la vista.

E: Bueno, tú déjate mimar y ya está.

Rodeó la mesa, sentándose en el extremo de ésta y ofreciéndole el vaso y la pastilla.

E: Anda, toma.

La pediatra refunfuñó un poco, haciendo sonreír a la enfermera. Cogió el vaso y la pastilla y se recostó
sobre su silla, tomándose el analgésico con una mueca.

M: Que asco…

E: Pero si no se nota.

M: Pues a mí me sabe a yeso.

E: ¿Y tú cómo sabes a qué sabe el yeso? –preguntó riendo.

La pediatra emitió un chasquido de fastidio, tocándose de nuevo la mejilla y tirando el vaso vacío a la
papelera que había bajo su mesa.

E: No sabía que eras tan gruñona ¿Eh?


M: Hay muchas cosas que no sabes de mí –le dijo de manera sugerente.

E: ¿Ah sí? Y… ¿Me las vas a enseñar o…? –se inclinó hacia delante.

M: Hombre, digo yo que… mejor las vas descubriendo tú ¿No crees?

La enfermera se levantó de la mesa, inclinándose sobre la silla de la pediatra, cuando se abrió la puerta y
una enfermera entró sin llamar.

Enf: Eh… perdón, doctora –le dio unos papeles- Me dijeron que eran urgentes…

M: Gracias –cogió las hojas- La próxima vez llama, por favor.

Enf: Claro… disculpad.

E: Que cara más seria se te pone cuando estás enfadada… -dijo sonriendo- Me encanta.

M: Me encanta que te encante -miró las hojas- Oye Esther, no es por echarte pero…

E: Ya, tienes trabajo. Pues nada… Te dejo. A ver si nos vemos luego ¿eh?

M: Vale.

La enfermera la observó unos segundos. Era la primera vez que veía a la pediatra así de seria desde que
empezaran a salir y ahora, lejos de parecerle borde o distante, pensaba que era una característica
interesante de ella. Le retiró el flequillo de la frente y le dejó un beso, antes de marcharse.

En la sala del SAMUR Eva leía una revista acomodada en el sofá, mientras su equipo médico había
decidido ocupar aquel descanso en la cafetería. Durante su descanso entró una enfermera con un
informe entre las manos.

Enf: Eva, Cruz me dio esto para ti, es el informe del anciano del accidente, tienes que firmarlo.

Eva: Por supuesto… dámelo…-cogiendo el papel que le entregaba tomó apoyo en la mesa y firmar el
informe no haciendo esperar a la enfermera- toma.

Enf: ¿Te cuento algo que he visto hace un momento?

Eva: ¿Es un cotilleo? -se levantó hablando en voz baja mientras se acercaba a ella- ¿Un cotilleo bueno?

En: Bastante, sí -Eva asentía curiosa dándole pie a continuar- Esther está saliendo con alguien del
hospital.

Eva: ¿Esther? -frunció el ceño- No puede ser, me hubiera enterado.

Enf: Lo he visto con mis propios ojos.

Eva: La mato ¿Y con quién si se puede saber? ¿No será Raúl? -preguntó enfadada.

Enf: La doctora Wilson.

Eva: La doctora Wil… Emma esa es Maca ¿Cómo va estar liada con Maca? -comenzó a reír ante la cara
seria de la enfermera.
Enf: Eva las he visto, y sé lo que digo. Si no, como es tu amiga, puedes ir a preguntarle.

Dolida por no creer en su palabra la enfermera se marchaba dejándola sola, mientras Eva cruzada de
brazos sentía como su cabeza trabajaba a la velocidad de la luz, negando en silencio mientras sus ojos
poco a poco se iban abriendo aun más. En un segundo de esos pensamientos reaccionó comenzando
una carrera hasta el gabinete, chocando así con varias personas hasta que llegó a la puerta y abriéndola
sin ningún tipo de calma se topaba con Laura.

Eva: Laura… Esther… Emma me ha dicho que… liada… Esther… Wil…-respiraba nerviosa y con dificultad.

L: ¿Pero qué te pasa? -se levantó asustada- ¿Qué dices?

Eva: Esther…

L: ¿Le pasa algo a Esther? ¿Está bien?

Eva: Ven, siéntate -cogió su mano y sentándose ambas en el sofá se giró para mirarla con seriedad-
Emma, me ha dicho que Esther… está saliendo con…

L: Maca.

Eva: Con Maca sí. No me lo podía creer pero…-detuvo sus palabras incorporándose sin dejar de mirar a
su amiga- ¿Lo sabías?

L: Sí, me lo dijo Esther. -se levantó junto a ella- No puedes decir nada Eva le di mi palabra.

Ev: ¡Seréis! -se giró enfadada- ¿Qué pasa que yo no soy vuestra amiga o qué?

L: Eva esto no es una historia mía, es Esther, y ella lo ha decidido así.

Eva: Pues bien que le importa poco ir dejándose ver… ya os vale Laura, ya os vale…-se volvió a sentar
cruzando sus piernas- Qué fuerte.

L: Si te lo hubiera dicho ella tarde o temprano Eva…

Eva: No, eso no -perdió la vista en la pared- Esther con la Wilson… Quién lo iba a decir.

L: ¿Se lo vas a contar?

Eva: Por supuesto. Mi enfado se lo pienso hacer pagar, vamos si se lo digo… esto no se quedará así…

Saliendo del gabinete rumbo a cortinas, una Eva aún indignada acompañaba a Laura con su monologo
herido haciendo que su amiga la escuchase casi con miedo a decir una palabra más alta que otra
mientras aguantaba su postura de ofensa.

Eva: A ti seguro que te lo dijo la primera, como si lo viera.

L: Eva, vivimos juntas, veo cosas que tú no. Y sí, me lo dijo la primera y ¿Qué?

Eva: Pues que si me viera como su amiga me lo hubiera dicho ella, y no me enteraría por ahí por una
enfermera cotilla, eso -se cruzaba de brazos refunfuñando.

L: Mira Eva, si Esther es feliz, y quiere estar con Maca ¿Qué más da cómo te enteres tú? Nosotras
tenemos que apoyarla igual ¿no?
Eva: Sí, pero…

L: No hay pero que valga Eva, y como me entere que le dices algo por todo esto te la cargas. Lo que
menos necesita es que tú le eches algo en cara -llegaron hasta el mostrador, fue directa a los informes
mientras Eva se apoyaba frente a ella.

Eva: Yo pienso esperar a que venga ella a decírmelo, no pienso decir una palabra.

L: Haces bien ¿Ves? En eso te apoyo.

Eva: Eres una puñetera, como a ti si te lo ha dicho…

L: Y dale… ¿Podemos cambiar de tema?

Eva: Perdona ¿Eh? Que mi amiga se líe con una mujer así de repente y no me diga nada pues me duele,
Laura.

L: ¡Eva! Ya está bien, que me estás cansando, Esther sale con Maca, punto. Nada es asunto tuyo, por
Dios, pareces Teresa, coño.

R: Hola chicas.

L: Hola -contestó brevemente.

R: ¿De quién hablabais? -se colocó junto a Eva recibiendo una mirada de enfado nada amigable.

Eva: ¿Te importa? Yo creo que no.

R: Joder como están los humos. Me voy, me voy…

Eva: Ale -lo miró marcharse algo preocupada- ¿Crees que nos ha escuchado?

L: Como lo haya hecho yo me lavo las manos con Esther, eres tú la que no para de darle al asunto, que
tienes el talento para estar de tertuliana, hija, que cuerda te das tú sola.

Eva: Entre tu avasallamiento y la otra me vais a hundir.

L: ¡Será posible! Pero si eres tú, cansina que eres una cansina ¿No tienes que trabajar? Porque yo sí.

Eva: Qué manera más poco sutil de echarme -caminaba tras ella por cortinas.

L: Pero no te vas.

Eva: Oye y… ¿Tú las has visto? Quiero decir. Ahí, en plan novias…

L: Mira, o te vas ¡O te vas!

Eva: ¿Estás con la regla Laura? Te veo muy alterada ¿Eh?

L: ¡Eva!

Teresa hacía gestos exagerados con las manos en el aire mientras hablaba con Esther y Maca quienes,
por su parte, reían ante aquellos esparajismos.

M: Va pero no te pongas así, Teresa.


T: No me pongo de ninguna manera…

M: Sí, Teresa, sí –decía mientras apartaba un mechón de pelo de la cara de la enfermera.

T: Yo sólo digo que mira que tener que enterarme por terceros…

E: Lo sentimos, Teresa -colocaba una mano sobre la suya- Te prometo que la próxima noticia sobre
nuestra relación te la contaremos en exclusiva.

T: Ay ¿De verdad? –juntaba las manos emocionada.

E: De verdad de la buena –sonreía.

La pediatra se frotaba la frente mientras suspiraba.

T: ¿Qué tripa se te ha roto ahora?

M: Nada, que me parece increíble que estemos teniendo esta conversación.

Esther soltaba una carcajada, acariciando el rostro de la pediatra, quien seguía diciendo que le parecía
una conversación totalmente ridícula, mientras se apoyaba de medio lado sobre el mostrador, de
manera que no vio quién se acercaba a ellas por detrás.

-Así que es verdad... Estás con ella.

E: Raúl… ¿Qué… qué haces aquí? –la pediatra se giró.

R: Venía a arreglar unos papales de lo de la suspensión –enseñaba los papeles en cuestión.

Teresa observaba la situación, expectante. Veía el rostro tranquilo de Esther, quien hablaba con una
sonrisa en los labios. Luego estaba Maca, quien permanecía en tensión, erguida esta vez, con los brazos
cruzados, y esperando la más mínima oportunidad de saltar.

R: Entonces ¿Estás con ella?

E: Eso no es asunto tuyo.

R: Así que es verdad, eres bollera.

M: Mira listo… -saltó.

E: Maca… -la interrumpió- Déjalo, no merece la pena contestarle.

R: ¿Ah no? Vaya –cruzaba los brazos- apenas hace un mes no pensabas eso. ¿Era por eso por lo que no
querías volver conmigo?

M: Te estás pasando, Raúl –le dijo con seriedad- Mira, me importa una mierda que tu orgullo de machito
esté herido ¿Sabes? Pero creo que deberías de hablarle a Esther con un poquito más de respeto.

R: A ti nadie te ha preguntado.

Ambos se miraron cara a cara durante tensos momentos en los que tanto Teresa como Esther
observaban preocupadas en un segundo plano.

R: Me tienes harto –suspiró- Siempre metiéndote donde no te llaman… Esto, tampoco es asunto tuyo.
M: Es asunto mío cuando le hablas así a mi chica.

R: Vaya, ya veo que no has perdido el tiempo –le decía a Esther- Ya sois novias formales. Enhorabuena…
Menuda joyita –decía mirando con desprecio a la pediatra- Mejor me voy.

M: Sí, anda, vete ya, que aquí no te quiere nadie.

El médico del SAMUR la miró una vez más, señalándola con el dedo mientras alzaba las cejas.

R: Te lo advierto….

M: ¿Perdona? Me adviertes el qué, a ver listo… -decía enfadada.

E: Maca, déjalo ya, deja que se vaya.

M: Tranquila Esther, si le entiendo –la miraba con una sonrisa de medio lado- Debe de joder pensar que
una tía es capaz de darle a tu ex lo que tú no pudiste –se burló.

R: Ya nos veremos las caras.

El médico del SAMUR se marchó sin tan siquiera saludar a sus compañeros, que le llamaron desde la sala
de descanso.

En recepción, una Teresa que había aguantado la respiración hasta entonces, suspiró aliviada de que no
hubiera llegado la sangre al río y Esther, sorprendida por aquella actitud de la pediatra, la miraba sin
decir nada.

M: ¿Estás bien? –preguntó preocupada.

E: Sí… -sonreía ampliamente- mucho.

Sin previo aviso, agarró el rostro de la pediatra con sus manos y le dio un fugaz pero sonoro beso en los
labios, sorprendiendo a la pediatra, quien hizo un gesto de dolor.

M: ¡Ah, la muela Esther!

E: Lo siento cariño –decía con cara de circunstancias.

Teresa, que no se perdía detalle, se puso las gafas mientras hablaba para sí:

T: Desde luego… Estas dos van a ser de un empalagoso…

Esther se encontraba en rotonda introduciendo unos datos en el ordenador, de pie, saludando a algunas
de las compañeras que pasaban por delante de ella. En una de esas ocasiones, dos enfermeras se
acercaron a ella con cara de pocos amigos y depositaban en el mostrador un pequeño montón de
informes.

E: ¿Y esa cara, chicas? –preguntaba mientras cogía las carpetas.

Enf 1: Tu amiga la doctora Fernández, está insoportable. Lleva todo el día metida en su despacho
rellenando informes y en vez de darlos todos a la vez mira… De recaderas nos tiene.

Enf 2: Y menos mal que está en su despacho porque no veas qué genio tiene hoy.
E: Estará molesta pobre, con lo de la muela.

Enf 1: Esther, que aquí todos hemos estado malos y no nos ponemos así de bordes.

E: Bueno que no es para tanto, seguro. La habréis pillado en un mal momento… -la disculpaba de nuevo.

En esas estaban cuando se acercó Héctor hacia ellas, colocándose entre ambas enfermeras, rodeando
los hombros de ambas con cada brazo.

H: ¿De quién hablan?

Enf 2: De Maca, que está insoportable.

H: Che ¿Ustedes también lo notaron? Yo hase nada entré a consultarle una cosa de un chico y pensé que
ladraba. Parece Vilches dos.

E: Lo que pasa es que hay que saber llevarla, Héctor.

H: Sí, a un balneario a que se relaje hay que llevarla… -bromeó.

Esther negó con la cabeza, aún sin creer a sus compañeros y aprovechando que había acabado lo que
estaba haciendo decidió hacer una visita a pediatría. Pensó en entrar como si nada, con total
familiaridad, pero se mordió el labio, pensando en qué pasaría si sus compañeros tuvieran razón. Contra
todo pronóstico, antes de que pudiera llamar a la puerta, ésta se abrió de repente, provocando que la
pediatra casi colisionara con ella.

M: ¡Joder que susto, Esther! –protestó.

E: Perdona –sonrió- ¿A dónde vas?

M: Iba a buscar un café a la máquina del final del pasillo ¿Tú qué haces aquí?

E: Pues… que quería hablar contigo.

M: ¿Ah sí? –preguntó mientras empezaba a caminar.

E: Me han dicho que estás un poco ogra… -la miraba divertida- ¿Es verdad?

M: Así que eso dicen…

La enfermera sonrió mientras miraba cómo su chica sacaba introducía las monedas en la máquina y
esperaba a que el vaso se llenara antes de agacharse a por él, dando un primer sorbo.

M: Entonces qué ¿Has venido a comprobar si realmente soy una ogra?

E: No me hace falta, ya sé que no.

M: ¿Ah no? –la enfermera negó- Pues…. Creo que estás mal informada, Esther –suspiró- No soy ninguna
santa ¿Eh? Soy muy consciente de mi fama de borde y con el carácter tan difícil que tengo lo entiendo.

E: Borde, pero con encanto –puntualizó divertida- Además, que ya sé cómo solucionar tu mal humor.

M: ¿Ah sí? ¿Cómo?


E: Esta noche Laura tiene otro de sus maravillosos turnos dobles –decía agarrando la manga de la
pediatra- y no llegará hasta tarde. Y… había pensado en cenita, peli y una mantita. ¿Qué me dices?
¿Ayudaría eso con tu mal humor?

M: Pues… -su voz sonaba grave- Ayudaría, sí, creo que sí.

E: Bien, pues cuando acabemos nos vamos al burger, compramos algo y nos vamos a mi casa.

M: ¿Al Burger? –preguntó sin demasiado entusiasmo.

E: Mi sofá, mi manta… mis normas.

Dicho esto, golpeó el trasero de la pediatra con su mano y se marchó escaleras abajo, de vueltas a
urgencias.

Cuando Laura llegó a casa eran pasadas las tres. Entró con cuidado de no despertar a la enfermera,
manía que tenía a pesar de saber perfectamente que aunque un terremoto sacudiera la ciudad Esther
seguiría durmiendo. Metió las llaves en el bolso y encendió la luz del pasillo. Al hacerlo, se dio cuenta de
que había movimiento en la cocina, así que se dirigió hacia allí.

Se sorprendió al ver a la enfermera, con un forro polar sobre su pijama de Snoopy, sentada en una de las
sillas de la cocina, bebiendo de un vaso de leche.

L: Hola… -saludó sorprendida- ¿Qué haces aún despierta?

E: Me he levantado al baño y cuando he vuelto Maca había ocupado casi toda la cama, así que decidí
venir a tomarme un vaso de leche.

L: Ah, vale… -se giró con intención de marcharse pero entonces cayó en la cuenta- Espera… ¿Maca está
durmiendo aquí? ¿Y eso?

E: Pues porque hemos visto una peli y se nos ha hecho tarde y la he convencido para que se quedara.

L: Vaya… Va a resultar raro despertarme y ver a la Wilson en mi casa –sonrió- Oye, no arméis mucho
jaleo ¿Eh? Que quiero dormir… Estoy muerta.

E: Ja, ja –se levantó y dejó el vaso en el fregadero.

L: ¿Qué he dicho? –preguntó confundida.

La enfermera suspiró, acercándose a su amiga y cogiéndola de la mano.

E: ¿Vamos a tu cuarto?

L: Vale…

Se dirigieron al cuarto de la residente, quien encendió la lámpara de su mesilla y mientras se cambiaba


de ropa Esther permanecía sentada en la cama, agarrada al oso de peluche de la residente.

E: Pues eso Laura que nosotras no… No eso….

L: ¿No eso? –Preguntó entre risas- A ver, que no creo que haya que escandalizarse a estas alturas,
Esther, que no es la primera vez que tú y yo hablamos de sexo.
E: Ya pero es la primera vez que hablamos de sexo con… con una mujer…

L: Pero si es lo mismo, Esther –se ponía una camiseta de manga larga- A ver ¿Por qué te pones tan
nerviosa? –se sentaba junto a ella.

E: Pues porque sí, Laura porque… -suspiró- Me aterra la idea de estar con Maca.

La residente frunció el ceño, un tanto confundida.

L: Pero… ¿Ella te ha dicho o hecho algo que…?

E: No, no… -la cortó- Para nada. Maca se está portando genial y… de hecho ni hemos hablado de ello
pero, no sé –se encogió de hombros- Sé que algún día saldrá el tema y ¿Qué voy a decirle, Laura? ¿Qué
no sé si voy a poder?

L: Esther… -agarró su mano- No te obsesiones con el tema. Cuando estés preparada lo sabrás y seguro
que Maca no te va a presionar para nada. Seguro que te entiende mejor de lo que crees.

E: ¿Sí? ¿Tú crees?

L: Pues claro que sí, cariño. Seguro que para ella también fue difícil su primera vez con una chica ¿No? Lo
mejor es hablarlo… Seguro que luego te sientes más cómoda. Y cuando lo hagas, y os pongáis a ello… Ni
se os ocurra despertarme –bromeó.

E: Eres lo que no hay –rió.

Dejaron de reírse al escuchar la puerta de la habitación de Esther abrirse y los pasos de una Maca un
tanto aturdida que iba al baño a oscuras. Minutos después, guiada por el haz de luz que se intuía a
través de la puerta entornada de la habitación de Laura, apareció en el umbral. El pelo ligeramente
despeinado, un pijama que le iba corto y la camiseta que había llevado aquella mañana.

M: Hola… Te estaba buscando, Esther.

E: Perdona cariño, ahora voy.

La pediatra se acercó hasta la cama, bostezando medio dormida, se inclinó y le dio un beso en la mejilla
a la enfermera, quien sonrió con ternura.

M: Tranquila, hablad de vuestras cosas.

Dicho aquello volvió a medio cerrar la puerta tras de sí y se introdujo en el dormitorio de la enfermera,
quien sonreía embobada mirando hacia donde había desaparecido.

L: Anda ve…

E: Gracias –le dio un beso en la mejilla a su amiga- Buenas noches, Laura.

L: Buenas noches, tontorrona.

Aquel día ambas tenían el turno de tarde, así que cuando pasaban las diez, el cuerpo de la pediatra que
no acostumbraba a estar tantas horas sobre un colchón, se desperezaba dolorido sintiendo una mano
sobre su cadera.
Sonrió al saber donde se encontraba, se giró como bien pudo quedando de frente a la enfermera que
aun permanecía dormida, un leve pinchazo le hizo recordar por que había dormido de ese lado,
haciendo así presión sobre su muela dolorida. Se frotó el mentón con cuidado y volvió a fijar la vista en
Esther.

Sus labios permanecían mínimamente abiertos dejando pasar el aire haciendo un ruidito gracioso que la
hizo volver a sonreír, le colocó bien el flequillo que caía por su frente y despacio dejó un beso en su labio
inferior haciendo que la enfermera reaccionase tocándose el labio, sonrió de nuevo y repitió la acción en
el labio superior viendo como ahora esta se removía en su posición uniendo sus dos brazos y metiendo
las manos bajo la almohada.

M: Que dormilona es, madre.

Negando con la cabeza sin borrar su sonrisa se levantó para ir hacia el baño, después de unos cinco
minutos ya más despejada volvió a mirar a la enfermera.

M: Igual, sin moverse. No si…caería una bomba y ni se inmuta.

Fue hasta ella y dejó un beso en su frente arropándola después, se acercó hasta el armario y sacó una de
las sudaderas de la enfermera poniéndosela después por encima de su camiseta. Ya en el pasillo se
asomó a la habitación de Laura, viendo como ésta dormía abrazada a una especie de oso enorme que
casi la ocultaba a ella, suspiró y decidió ir a la cocina a preparar algo para desayunar.

Una vez allí recordó que no sabía dónde estaba nada, se rascó la cabeza mientras pensaba en buscar por
cada uno de aquellos armarios, despacio fue hasta uno, intentando no hacer ruido y no despertar a las
chicas, viendo truncado su primer intento encontrando todo tipo de sartenes y cazos.

Uno tras otro fue dando con las principales cosas, azúcar, café, un bote de nesquik, una caja con
galletas, fue dejándolo todo sobre la mesa de la cocina y fue al frigorífico. Sacó la leche y se giró
buscando la cafetera, pero no daba con ella visualmente, frunció el ceño rogando al cielo encontrarla.

Fue de nuevo al mueble donde había visto los cacharros y colocándose de puntillas miró hacia el fondo,
donde para su suerte había lo que esperaba encontrar, la típica cafetera de toda la vida, la cogió con
cuidado de que no cayese nada y fue hasta la botella de agua, pero cuando fue a desenroscarla
comprobó que esta estaba realmente apretada.

M: Joder.

Respiró hondo y cogiendo un trapo lo colocó en la parte inferior y tras disponerse a intentarlo una vez
más, apretó y haciendo fuerza escuchó un pequeño chasqueo del metal, pero con tan mala suerte de
que la parte superior que sostenía salió lanzada cayendo al suelo estrepitosamente llegando cerca del
pasillo.

M: Me cago en…-se encogió por aquel mismo estruendo deseando que aquel ruido cesase.

Caminó despacio hasta aquella “media” cafetera tendida en el suelo y permaneció en silencio esperando
algún ruido de alguna de las chicas, pero un completo silencio seguía inundando la casa.

M: A estas las desvalijan y ni se enteran… vaya tela.

Minutos después esperaba de brazos cruzados frente a su enemiga que ya se dejaba escuchar mientras
el café terminaba de subir, se giró viendo la bandeja que había preparado segundos antes, galletas, un
vaso de leche caliente con nesquick para Esther, unas tostadas, un bote de mermelada, y sólo faltaba su
café.
Una vez se hizo con todo, cogió la bandeja y despacio caminó de nuevo hacia el dormitorio, al entrar vio
como la enfermera quedaba bocabajo con los brazos bajo la almohada y ocupando prácticamente toda
la cama, dejó todo sobre la mesita y se acomodó a su lado sin hacer ruido, comenzando a acariciar su
espalda despacio.

M: Dormilona…-dejó un beso en su cuello que hizo sonreír a Esther- Te he preparado el desayuno.

E: Mmm…-se frotaba la cara con una mano mientras se giraba y sonreía- ¿Sí?

M: Ajá…-acariciaba ahora su abdomen- Te he traído leche calentita y unas galletas.

E: Dame un besito anda.

Despacio se colocó sobre ella rodeando su cuerpo con un brazo mientras con el otro le peinaba con
cariño el pelo, la miró después y dejó un beso en su nariz.

E: Pero ahí no…-le dio un pequeño golpe en el hombre.

M: ¿Ah no? ¿Y dónde quiere mi niña su beso?

E: ¿Aquí? -se señalaba los labios mientras cerraba los ojos.

M: ¿Ahí? -Esther asentía sonriendo.

Sin hacerla esperar más tiempo se fue inclinando hasta llegar a sus labios, dejando una serie de besos
cortos, profundizando después al sentir como Esther abría sus labios buscando su lengua.

E: Que rico…-se relamía el labio inferior mordiéndoselo después- ¿Dónde está mi desayuno? -se
incorporó rápidamente.

M: Jajajaja que tramposa.

Ambas sentadas en la cama disfrutaban de aquel desayuno que la pediatra había preparado, Esther
cogiendo de cuatro a cinco galletas mojándolas después en la leche y llevándoselas a la boca en un
último segundo antes de que cayeran rotas a la taza.

M: ¿Disfrutas eh? -sonrió mirándola.

E: ¿No te encanta hacer esto? Es un vicio.

M: No me gusta mucho la leche, pero de niña supongo que como todos.

E: Y oye ¿Te has apañado bien con esto? ¿Has encontrado todo lo que querías?

M: Eh…sí claro…-llevaba la taza a sus labios dando un sorbo.

E: Me alegro.

M: Por cierto cariño… recuérdame que te regale una cafetera anda -volvió a dar un sorbo mientras
intentaba no recordar la escena en la cocina.

E: ¿Y eso? -la miró confundida- ¿Algún problema con la nuestra?


M: No, no…-se acomodó en su asiento- He pensando que como aquí y luego voy a cambiarme a casa, así
luego paso a por ti con la moto y vamos al hospital -cambió de tema con disimulo mientras la miraba
esperando que no lo hubiese notado.

E: Claro… así comemos las tres tranquilas, podíamos pedir…

M: Ni se te ocurra terminar esa frase…-la cortó mirándola fijamente- Yo prepararé la comida, que tu
parece que subsistes con comida rápida, y eso es malísimo Esther.

E: ¿Y qué quieres que haga si no se me da bien cocinar? Pues yo voy a lo cómodo, como toda persona
humana con hambre.

M: Cuando tengas veinte años más y el colesterol sea tu principal problema ya me lo dirás.

E: Bueno…-dejó la bandeja a un lado para acercarse después a ella-… pero seguro que tu estarás ahí
para darme de comer sano y que no me pase ¿A que sí?

M: Eso te lo tienes que ganar -arqueo una ceja mirándola.

E: Pero seguro que al final te convenzo -le dio un pequeño beso en los labios.

M: Muy segura estás tú.

E: Es cuestión de seguridad -sonrió picara mientras le daba otro beso- ¿Cómo tienes la muela?

M: Mejor… esta mañana me molestó un poco, pero ahora apenas lo noto.

E: Bueno, por si acaso podrías tomarte el anti inflamatorio y así nos aseguramos de que no te duela
después ¿Vale?...-acarició su mejilla antes de levantarse.

M: Sí, mami…-la miraba desde su posición viendo como esta se volvió sonriendo por el comentario-
¿Esto lo recojo yo, no?

E: Claro cariño, ya que te has puesto haces la gracia entera mientras yo me ducho…-le guiñó un ojo
antes de entrar al baño.

M: ¡Aprovecha! ¡Aprovecha!

E: ¿Te he dicho lo guapa que estas hoy? -asomó la cabeza por la puerta.

M: Zalamera…

Después de ducharse, Esther se fue a su cuarto a vestirse mientras oía como Maca trasteaba en la
cocina. Iba a salir a preguntar qué hacía pero prefirió acabar de vestirse antes de hacerlo. Cuando se
dirigió a la cocina empezó a recibir un aroma un tanto familiar.

E: Maca ¿Estás cocinando? –preguntó extrañada al entrar.

M: No te importa ¿Verdad? Es que tenía hambre y ya son pasadas las doce…

E: No, no… Claro que no. ¿Qué estás haciendo?

Se acercó a la pediatra por detrás, posando ambas manos en las caderas de ésta y mirando por encima
de su hombro.
M: Pues aquí tengo macarrones –indicaba una cazuela- y aquí tengo bechamel.

E: ¿Bechamel? ¿La has hecho tú?

M: Casi… Teníais un sobre de esos para hacerla en la nevera.

E: ¿Teníamos de eso? –Preguntaba sorprendida, riendo- ¿Seguro que no estaba caducado?

M: No… Creo que no.

E: Vaya… No sabía que eras una cocinillas.

M: Y no lo soy, pero para subsistir yo sola me apaño –se encogió de hombros- Oye ¿Te importa si hecho
esas salchichas de cerdo que tenéis ahí en la nevera?

E: No, para nada… sobraron del otro día.

La enfermera abría la nevera, sacaba el plato con las salchichas y una lata de coca cola para ella. Se
apoyó en la mesa de la cocina, observando cómo la pediatra troceaba las salchichas y después se
disponía a rallar queso.

E: ¿Puedo hacer algo? Me siento la mar de inútil –sonrió.

M: Tú siéntate tranquila, anda.

Se acercó a la pediatra, dándole un beso en la mejilla que hizo sonreír a ambas.

E: Eres un sol.

Veinte minutos después ya tenía la bandeja con los macarrones y los trozos de salchicha y empezaba a
cubrirlos con la bechamel, para espolvorear el queso después y meterlo en el horno.

M: Vale, pues ahora sólo hay que esperar a que se gratine el queso y ya verás que rico.

E: Ya huelo, ya… -decía entusiasmada.

M: Así que te he sorprendido ¿Eh?

La enfermera sonrió con timidez al ver cómo su chica se acercaba a ella y rodeaba su cintura con sus
brazos, atrayéndola hacia ella.

M: ¿Te gusta que cocine para ti?

E: Me encanta -le contestó en un susurro.

El tono de voz de Esther hizo que Maca se sintiera provocada, así que se inclinó y atrapó su labio inferior
entre sus dientes, tirando con suavidad.

M: Pues espero que te guste. Y que te lo comas todo…

La enfermera se tensó ante aquel comentario, intentando encontrarle un significado no sexual a aquella
frase, pero el tono que había usado la pediatra la intimidó sin poder remediarlo. Por suerte, antes de
que se viera atrapada y sin saber qué decir, escucharon la voz de Laura por el pasillo.

L: No me digas que estás cocinando, Esther… porque huele hasta bien.


Esther se separó ligeramente de Maca y sonrió a su amiga, que entraba en pijama en la cocina.

L: Buenos días chicas.

M: Buenas tardes más bien –sonreía- ¿Tienes hambre?

L: Me comería un caballo.

M: Pues si te quieres dar una ducha… A los macarrones aún les queda un poco.

L: ¿Macarrones? –preguntaba contenta- Esther ¿Por qué no te echaste novia antes? –bromeó.

L: Mmh… Maca esto está buenísimo –decía con la boca llena.

E: Laura anda tápate la boca, rica.

L: Es que… -pinchaba más con el tenedor- están de muerte.

M: Me alegra que te guste –contestaba con timidez.

E: Oye Maca, ¿y qué era eso que echaste antes del queso?

M: Un poquito de nuez moscada.

E: ¿Tenemos nuez moscada?

La residente soltó una carcajada, atragantándose al no haber tragado del todo. Bebió un sorbo de agua y
miró a Esther.

L: A ver Esther ¿Recuerdas esa cosita de madera que gira y tiene botecitos que nos regaló tu madre? Eso
son especias…

E: Ya lo sé, idiota… -decía ofendida- Pero que nunca me he parado a mirar qué tiene.

Maca sacudía la cabeza divertida mientras Esther y Laura seguían echándose pullas sobre quién era más
despistada con las tareas de la casa. En esas estaban cuando sonó el timbre de la puerta. Extrañadas,
ambas inquilinas se miraron, hasta que por fin se levantó Esther.

Laura estiró la cabeza para ver de quién se trataba y vio que Esther hablaba con su madre en un tono de
sorpresa.

L: Hablando del rey de Roma… -susurró mientras seguía comiendo.

La pediatra escuchaba con atención mientras sonreía al ver lo apurada que parecía estar su chica
cuando su madre insistía en pasar.

En: Es que ya sabes que me gusta traeros cositas, que sino a saber qué comíais vosotras dos, siempre de
burger y esas cosas…

E: Pero mamá, que te he dicho miles de veces que no hace falta que nos hagas nada.

L: ¡No la escuche Encarna! –gritó desde el salón.


En: ¿Ves? Laura sí que es maja –se adentró en el apartamento- Hola hija…s. –se sorprendió- Maca…
Hola.

M: Hola Encarna ¿Qué tal?

En: Bien, bien… ¿Qué habéis comido?

E: Macarrones con bechamel, los ha hecho Maca –decía con una sonrisa.

En: ¿Te gusta cocinar? -miró a la pediatra.

M: Me gusta, sí… no sé hacer de todo pero me defiendo bien.

En: Así da gusto… no como estas dos que me gustaría verlas freír un huevo.

E: Mamá…-se quejaba cruzando los brazos- ¿Quieres café? ¿O has quedado con alguna de tus amigas?

L: Aún tenemos galletas de las últimas que nos trajo, podría quedarse.

En: No sé hija, no quiero interrumpiros y conmigo aquí seguro que… No quiero molestar.

M: Usted no molesta, Encarna. Además yo tendría que irme a…-buscó los ojos de la enfermera- a
comprar unas cosas antes de ir a trabajar.

E: Es verdad, me lo dijiste esta mañana si…-asentía con seriedad- Bueno, cuando llegaste para comer…-
sonrió a su madre.

L: Encarna venga conmigo a la cocina y buscamos esas galletas.

Mientras la residente tomaba el brazo de la mujer, Esther resopló mientras la pediatra la miraba con el
ceño fruncido y caminaba despacio hasta ella.

M: Si quieres le dices que fue en el desayuno, Esther…-le habló en voz baja.

E: Se me fue, leñe. No se ha dado ni cuenta.

M: Voy a por mis cosas, ve con ellas a la cocina anda, no me vea en tu dormitorio.

Después de ella salió del salón para ir hasta la cocina, Encarna se había sentado junto a Laura a tomar el
café allí mismo como la residente le había dicho, Esther tomó asiento junto a ellas empezando con
alguna galleta.

L: Le contaba a tu madre como hemos estrenado la nuez moscada.

E: Jejeje sí… ha sido toda una sorpresa.

En: Si es que si pusieras más de tu parte sabrías algo, hija… Parece mentira, con todo lo que he podido
cocinar delante de ti.

E: Ya mamá, pero hay quien nace para cocinar y quien no…

L: Y tú naciste para comer…-la enfermera giró su rostro ofendida.

M: ¡Esther! ¡No encuentro los guantes! -gritó desde el dormitorio.


E: ¡Mira a ver encima de la mesilla! -gritó de igual forma.

M: ¡Ya lo he hecho! ¿Puedes venir?

E: Ais… esta mujer, y luego la desastre y la despistada soy yo.

Aquellas palabras, a pesar de encontrarse ya fuera de la cocina, llegaron hasta los oídos de Encarna, que
extrañada, sonrió a Laura y bebió de su taza mientras las recordaba de nuevo. Mientras tanto, Esther
llegaba hasta la puerta del dormitorio y nada poner un pie en su interior sintió como la pediatra tomaba
su mano, cerraba la puerta y la pegaba contra la pared.

En: ¿Qué ha sido eso?

L: Eh… pues yo jejeje… es que la mesa es muy baja y siempre que cruzo las piernas me dio contra la
madera.

En: Pero ¿No ha sonado dentro? –preguntó extrañada, mirando hacia la puerta.

L: Que va, que va… es que es madera hueca -sonrió dando golpes sobre la mesa y rezando por que se
tragase aquella interpretación.

Dentro del dormitorio ambas se habían unido en un beso casi furioso, la pediatra había subido en brazos
a Esther mientras esta la rodeaba con sus piernas y aún apoyaba su espalda sobre la pared, segundos
después Maca se separaba de ella sonriendo.

M: Me tenía que despedir bien.

E: Tranquila, te puedes despedir así siempre que quieras.

M: Sal tu primero anda, ahora voy yo… No queremos que la señora Encarna sospeche –bromeó con una
sonrisa.

E: Si pues…-se colocaba bien la camiseta- a ver como hago yo ahora para aparentar normalidad.

Le dio un casi imperceptible golpe en la tripa y sonriendo salió de nuevo hasta la cocina, mientras la
pediatra se colocaba el bolso, contando algunos segundos antes de salir y despedirse.

Tras despedir a Maca, Esther volvió a la cocina donde Laura permanecía recostada en su asiento y
Encarna se acababa el café.

E: Bueno pues ya se ha ido. ¿Qué tal por aquí?

En: Bien, bien… Oye hija ¿Desde cuándo tenéis café hecho? Porque mira que siempre que vengo me
ofrecéis de ese de los sobrecitos.

L: De ese también tenemos –sonrió-, pero este lo ha preparado Maca esta mañana.

En: ¿Esta mañana? –miraba a su hija confundida- ¿No me habías dicho que Maca había venido a comer?

E: Eh sí, claro… Ha venido para comer… -contestó apurada- Lo que pasa es que… que… -miró a su
compañera- Laura se acaba de levantar… bueno, tuvo un turno de noche y se ha levantado tarde. Por
eso dice por la mañana…
L: Sí… Eso… -decía apurada- Es que llegué a casa tardísimo y claro… yo cuando me levanto, aunque sean
las cinco de la tarde es por la mañana.

En: Si es que… Vaya ritmo que lleváis las dos.

E: Ya ves… -miró el reloj del microondas- Oye mamá que yo me tengo que ir ya ¿Eh? Me cambio y me
marcho que si no llego tarde.

En: Ay, pues ve, que mientras friego yo esto –se levantó con su taza.

E: Que no, mamá, que no hace falta….

L: Claro que no, Encarna, ya lo friego luego yo.

En: Que no me cuesta nada –se arremangaba la blusa- Y tú vete a cambiarte, que vaya pachorra tienes.

La enfermera miró a Laura con los ojos abiertos como platos, preocupada de que su madre fuese a estar
allí cuando volviera la pediatra a buscarla. Laura le indicó con las manos que se marchara, haciendo
refunfuñar a Esther, que corría hasta su cuarto para cambiarse.

Minutos después, aún a medio cambiar, Esther aparecía por el pasillo mientras se colocaba unas
deportivas por el camino, dando pequeños saltitos a la pata coja al ponérselas sin desatar.

E: Mamá, en serio que no tienes que quedarte hasta que me vaya…. ¿O es que me vas a acompañar a la
parada del bus como cuando iba al cole? –bromeaba.

En: Tú acaba ya, tardona que eres una tardona, que yo recojo esto en un santiamén –miró a su hija- Y
desabróchate las zapatillas que las vas a estropear.

La enfermera se marchó resoplando hacia su habitación, donde empezó a buscar qué ponerse en la
parte de arriba, Miró entre sus camisetas y ninguna parecía agradarle demasiado. Así pasó varios
minutos hasta que su madre entró sin llamar, encontrándola en sujetador.

En: ¿Todavía estás así? Siempre llegando tarde…

E: Y si tú sigues entreteniéndome pues más.

En: Bueno, bueno… Que venía para decirte que yo ya me voy, que luego empieza la novela y no me la
quiero perder.

E: Si hubieras aprendido de una vez cómo se programa el vídeo…

En: Ya sabes que a mí estos cacharros modernos no… -se acercó a ella- Anda, dame dos besos hija.

E: Gracias por la comida, mamá.

En: Nada, nada… ¡Y vístete ya que llegas tarde!

E: ¡Que sí!

A unos metros, en aquella misma calle, sentada en la parada de autobús aun permanecía Encarna que
había decidido que no le apetecía recorrer el tramo hasta su casa a pie. Había sacado de su bolso una
revista del corazón que previamente compró antes de ir a visitar a su hija y permanecía prestando
atención a una de sus páginas.
El ruido de un motor la hizo levantar la vista pero aquel autobús no era el que ella esperaba así que
suspirando por los minutos que ya llevaba allí, volvió a quitar la vista de él con resignación, pero en ese
camino miró hacia el portal de su hija, y arrugando la frente, observaba como una moto se detenía a
pocos metros, y una mujer que bajaba de ella se quitó el casco dejándole ver con claridad cómo se
trataba de la pediatra. Se extrañó y la observó volver a entrar en el edificio.

Intentó recordar si en algún momento ésta había dicho que volvería, pero no, cerró la revista pensativa
y miró esta vez hacia la ventana del piso de las chicas, inconscientemente recordó de nuevo las palabras
de su hija cuando la pediatra la había llamado desde algún punto del piso, negó mínimamente y volvió a
prestar atención a la revista.

De nuevo el ruido la hacía mirar hacia la carretera, viendo como ahora sí llegaba su medio de transporte,
metió la revista en el bolso y sacó su monedero, sacando su bono de viaje, unas cinco personas habían
hecho fila tras ella, subió con cuidado de no caerse.

En: Buenas tardes.

Con: Buenas tardes, señora.

Tras saludar al conductor picó su trayecto, girándose para recorrer aquel pasillo hasta uno de los
asientos. Sin darse cuenta volvió la vista hasta el portal, sorprendiéndose de ver como ahora Maca salía
con su hija, parecía algo disgustada y acompañando unas palabras que ella no escuchaba gesticulaba
mientras la enfermera la miraba, parecía que disculpándose.

Colocó su mano en uno de los agarradores sin apartar la vista de ellas, en un momento dado Esther se
acercó hasta ella cerrándole aquella cazadora de cuero que llevaba, miró al suelo un segundo y decidió
sentarse en uno de los asientos individuales que había junto a la ventana, observando como ya en la
moto ambas adelantaban al autobús, y descubriendo en la parte trasera de aquella moto una pequeña
pegatina con distintos colores a modo de arcoíris, frunciendo el ceño e intentando recordar dónde había
visto algo así en otra ocasión sin suerte.

Entraron apuradas por el muelle. Esther caminaba deprisa para alcanzar el ritmo de la pediatra, que
caminaba a grandes zancadas.

V: Llegáis tarde –gruñó Vilches desde la recepción.

M: Lo sabemos, perdón, se nos ha hecho tarde.

V: Pues os vais antes a la camita y así no se os pegan las sábanas –señaló a la enfermera- Te espero en
quirófano en cinco minutos.

E: Joder... –miró a la pediatra- Me voy pitando entonces. Hasta luego Teresa.

T: Adiós, adiós… ¿Qué os ha pasado? Tú nunca llegas tarde…

M: Pues que he ido a recoger a Esther y no se había acabado de cambiar y… -la miró con una sonrisa-
Qué cotilla ¿No?

T: Hija, por saberlo… Encima que me intereso por ti.

A esa queja de Teresa se unió la de Eva, que se acercó a ellas al ver a la pediatra.
Eva: Eso, tú indaga, que sino estas no sueltan prenda –miró a Maca molesta- Gracias por confiar en mí,
pedazo de amiga.

La pediatra la miró extrañada, devolviéndole el bolígrafo y la hoja de acta a Teresa.

Eva: Lo tuyo con Esther… Que me he tenido que enterar por una enfermera de planta.

M: Lo siento Eva, no creímos oportuno ir contando nuestra vida privada por ahí.

Eva: Es que no es ir contándola por ahí, Maca, que soy vuestra amiga ¿No? –Se cruzó de brazos- Pero
claro volvemos a lo de siempre, a Eva sólo la llamáis cuando hay fiesta. Jiji, jaja pero luego para las cosas
importantes…

M: Lo siento –dijo algo cortada- Es todo lo que te puedo decir… Tienes razón, debimos habértelo dicho.

La médica la miró con semblante serio y descruzó los brazos, apoyándose en el mostrador.

Eva: Bueno, te perdono. Pero sólo porque luego me vas a invitar a un café y me vas a contar los detalles.

La pediatra sacudió la cabeza ante el carácter de su amiga. Se disponía a contestarla cuando vio a Raúl
aparecer por allí, con un vaso de café en la mano y un sobre de azúcar, vestido con el uniforme del
SAMUR.

Eva: ¿Ya te han levantado la suspensión?

R: Ya ves –sonrió- Los padres del niño, que no van a presentar denuncia… Al fin y al cabo le salvé la vida
–dijo con retintín.

La pediatra murmuró un “cretino” entre dientes que nadie llegó a oír, antes de coger su casco de encima
del mostrador y marcharse con fastidio de allí, empujando la puerta de urgencias con fuerza.

R: Y a esta qué le pasa ¿Tiene la regla? –preguntó en tono burlón.

Eva: De verdad tío, eres un imbécil –contestó antes de marcharse.

La plantilla se reunió en el gabinete para asistir a la reunión matutina de cada día. Haciendo gala de su
mal humor, Maca se había sentado en silencio, sin apenas levantar la vista del folio en el que
garabateaba dibujos sin sentido, intentando no pagar con el resto su estado anímico.

Poco a poco las sillas fueron ocupadas, excepto la de la derecha de la pediatra, como si todos hubieran
acordado que dejarían que Esther se sentara allí cuando entrara. Y así ocurrió, la enfermera saludó a sus
compañeros y se sentó al lado de Maca, quien la saludó desganada.

E: Cariño ¿te pasa algo?

La pediatra no contestó, negó con la cabeza y siguió a lo suyo, garabateando aún. La enfermera la miró
confusa, observando que casi todo el folio estaba cubierto de aquellos dibujos sin sentido. Miró a Cruz,
sentada frente a ellas, en busca de una respuesta, pero ésta negó con la cabeza.

E: Maca ¿Ha pasado algo?

M: No ha pasado nada, Esther.


A pesar de la seriedad con la que había contestado, su voz se mostró un tanto temblorosa, por lo que la
enfermera decidió dejar el asunto para más tarde. Además, acababa de entrar Vilches con su habitual
gesto de enfado y debían concentrarse en la reunión.

Al acabar, Maca fue una de las primeras en marcharse, lo que obligó a Esther a salir a toda prisa para
alcanzarla, colocando una mano en su espalda al llegar a su altura.

E: Eh… ¿Qué pasa Maca? ¿No me lo vas a decir?

M: Esther… de vedad… -dijo con desgana- Sólo quiero estar tranquilita ¿Vale? Luego te veo.

E: Pero Maca…

Le fue imposible seguir a su chica ya que una enfermera se acercó a ella.

Enf: Esther, te necesitan en recepción.

E: Pero… ¿Ahora? ¿No puede esperar?

Enf: Han dicho que es urgente.

Echó un último vistazo hacia las escaleras, por donde Maca había desaparecido, y se mordió el labio,
siguiendo a la enfermera de mala gana.

Llevaba una hora metida en su despacho, poniéndose al día con los informes. Sin embargo, no había
sido el deseo de adelantar trabajo lo que le había hecho refugiarse así. Acababa ya con una de las
historias cuando se abrió la puerta de su despacho, dejando paso a una Esther que resoplaba.

E: Vaya mañanita… Y acabamos de entrar.

M: ¿No podías llamar? –preguntó sin mirarla.

E: Mira Maca, conmigo no te pongas borde, que no te he hecho nada. Es más, llevo rato intentando
saber qué te pasa y tú…

M: Vale –la interrumpió- Lo siento. Sé que me he portado como una idiota.

La enfermera sonrió y se acercó hasta su mesa, sentándose en una esquina, obligando a Maca a ladear
su silla para poder verla cara a cara.

E: ¿Me vas a contar qué ha pasado para que estés así de esquiva?

M: Vas a pensar que es una tontería… -bajó la vista hasta sus manos.

E: Puede... –sonrió- No, en serio. ¿Qué pasa, Maca?

M: He visto a Raúl. Por lo visto los padres del chico no le van a denunciar y le han levantado la
suspensión.

La enfermera mantuvo la calma, comprendiendo que aquella situación afectaba más a la pediatra que a
ella misma. Se inclinó, cogiendo una de las manos de Maca entre las suyas.

E: Maca… Sé que estás molesta, y que Raúl te pone de los nervios pero… -sonrió al ver que miraba para
otro lado- Mírame… -la pediatra la hizo caso- Cariño no deberías dejar que te afectara tanto. Me engañó
a mí, no a ti –sonrió- En serio… Siempre tuve claro que pasase lo que pasase entre Raúl y yo, al final
tendría que verle cada día. Si yo soy capaz de hacerlo ¿Crees que podrás tú? ¿Eh?
La pediatra bajó la vista, mirando a sus manos entrelazadas sobre la mesa. Acarició la mano de Esther
con su pulgar y asintió con la cabeza.

M: Sí, supongo que sí –sonrió- Parezco una niña ¿No?

E: Sí, pero eres mi niña.

Acarició el rostro de la pediatra con una sonrisa, contagiándola a ésta, quien agarró su mano y tiró de
ella, rodeando su cintura con sus brazos y apoyando su cabeza sobre el abdomen de la enfermera. Por
su parte, Esther agachó la cabeza, besando el pelo de Maca, quien suspiró.

E: Tengo que volver a trabajar –susurró.

M: Nooooo… -la apretó con fuerza contra ella.

E: Jajaja Maca, venga… -la obligó a separarse- Luego nos tomamos un café ¿Vale?

M: Vaaaaaaaaale…

La enfermera se inclinó, agarrando el rostro de la pediatra entre ambas manos y dándole un suave beso
en los labios. Acarició su rostro y se marchó, no sin antes girarse una vez más para dedicarle una sonrisa
desde la puerta.

Tras la salida de Esther de su despacho continuó allí un rato más, decidiendo terminar todo aquello que
había empezado una vez se había puesto. Miró su reloj y vio que aun quedaban casi dos horas para
acabar el turno y se le antojó un café, dejó las cosas a un lado de la mesa, más o menos ordenador, y
salió de allí caminando despacio mientras metía las manos en los bolsillos de su bata.

De camino pasó por rotonda y vio a la enfermera hablar con quien supuso un familiar alterado, se apoyó
en el mostrador observándola y cuando en un segundo sus miradas se cruzaron le hizo una señal
diciéndole que la esperaba en aquel mismo lugar.

E: Uf… Cuando se ponen cabezotas -frotó su frente- ¿Dónde va usted si se puede saber? -sonrió
metiendo la mano en el bolsillo de la bata.

M: Iba a tomarme un café… te vi ahí y… -se encogió de hombros- es verte y se me olvidan las cosas, ya
ves.

E: Tontita. Te acompaño, venga.

Con una sonrisa se cogió a su brazo y fueron juntas hasta la cafetería, nada más llegar la pediatra insistió
en que tomase asiento mientras ella iba a por los cafés, y con ellos llegó hasta la mesa minutos después.

M: Y algo de picar que se que a la niña le gustan estas cosas.

E: Gracias -sonrió mirándola.

M: Quería disculparme contigo por lo de antes, me he comportado como una idiota, lo siento.

E: No tienes por qué disculparte, porque tú no te comportas como una idiota… No te sale, cariño -se
inclinó dejándole un beso en la mejilla antes de continuar- Aunque te lo propongas.
M: Sí Esther. No tuve por qué ponerme así… y por eso, he pensando que para compensarte te vienes a
cenar a casa y te preparo algo rico ¿Vale?

E: Haber empezado por ahí mujer…-puso los ojos en blanco- entonces sí, claro que intentaré
perdonarte. Estás tonta ¿eh? Pero te acepto la cena. Eso sí, me quedo a dormir que luego se hace tarde.

M: No me oirás quejarme -sonrió con la taza en los labios.

Al acabar su turno Esther permanecía junto a Teresa mientras esperaba a la pediatra, repasaba el
periódico en silencio hasta que sintió una mano sobre su espalda.

M: Hola.

T: Hola… ¿También acabas?

M: Gracias a Dios sí -tomó el acta para firmar.

T: ¿Y qué planes hay esta noche? -preguntó mirando a la enfermera.

E: Pues Maca me invita a cenar a su casa.

T: Vaya…-miró a la pediatra- Bien ¿No?

E: Igual luego incluso duermo allí, quien sabe…

M: ¿Nos vamos ya? -se dirigió con prisa a la enfermera mientras ella se giraba para comenzar a caminar-
Hasta mañana, Teresa.

T: Hasta luego chicas.

M: ¿Por qué le has dicho eso?

E: No sé ¿por?

M: Ahora estará dándole a la cabeza.

E: Que piense lo que quiera -se agarró su brazo antes de llegar a la moto.

Nada más llegar ambas se dirigieron hasta el dormitorio a dejar sus cosas, saliendo después hasta la
cocina. Mientras Maca disponía y sacaba cosas de la nevera Esther había ido hasta el cajón para sacar el
mantel y los cubiertos para arreglar todo el en comedor.

E: ¿Te ayudo?

M: De eso nada, tu al sofá, que yo hago la cena.

E: Vale -se colocó tras ella- Besito…-puso los labios frente a ella de una forma que la hizo sonreír antes
de besarla.

M: Venga para el sofá, señorita -le dio un palmada cariñosa.

Después de prepararlo todo, salió con dos platos portando la cena y una fuente con ensalada. Cenaron
mientras conversaban tranquilamente, disfrutando así de la compañía de la otra. Una vez terminaron
recogieron y tras dejar todo ordenado decidieron ver la televisión un rato en el dormitorio.
M: Y yo que apenas la enciendo…

E: Bueno, seguro que enseguida nos dormidos.

M: Y más con lo que ponen últimamente, que todo es un bodrio.

E: Voy al baño ¿O vas tú primero?

M: No, no… ve tú, mientras cierro la puerta que creo que no le he echado la llave.

Y como había dicho fue hasta la entrada, echando la llave cómo hacía a diario, entró de nuevo en el
salón comprobando que las ventanas permanecieran también cerradas, y salió de allí rumbo al
dormitorio. Al llegar vio como Esther doblaba su ropa dejándola en la silla y fue hasta el armario para
tomar su pijama, entrando después en el baño, segundos después salía al igual que la enfermera para
dejar la ropa y volver a entrar a cepillarse los dientes.

Mientras lo hacía vio entrar a la enfermera que mostraba su cepillo de dientes en lo alto con una sonrisa
y junto a ella comenzó aquel mismo ritual, mirándose después a través del espejo.

M: ¿Lo llevas en el bolso?

E: Claro, llevo un neceser pequeñito, nunca sabes dónde te hará falta…-sonrió antes de secarse con la
toalla.

M: Podías dejarlo aquí… así te quitas la preocupación.

E: Eso pensaba hacer, a ver qué te crees…-abrió el armario colocándolo junto al de la pediatra.

En silencio fueron hasta la cama colocándose bajo la colcha, Maca cogió el mando de la mesilla y
encendió el televisor junto antes de acomodarse y sentir como la enfermera se abrazaba a ella mirando
al monitor.

E: Deja eso, que parece interesante.

M: ¿Pero tú vas a ver la tele o a dormir?

E: Jejeje -se acurrucó sobre ella- Si no tardaré.

Dejó el mando a un lado y rodeó el cuerpo de la enfermera con sus brazos, acomodándose aun sabiendo
que en unos minutos tendría que moverse. Con su mano derecha comenzó a acariciar la espalda de
Esther, en un movimiento casi imperceptible, cerraba los ojos relajándose cuando la mano de la
enfermera se introdujo bajo su pijama colocándose encima de su abdomen, acto que hizo que se
removiera mínimamente en su postura.

E: Apágala Maca, tengo sueño.

M: Claro.

De nuevo con el mando apagó el televisor, dejándolo en su sitio, y al volver a su postura la enfermera de
nuevo se abrazaba a ella, imitando aquel movimiento, haciéndola estremecerse por segundos buscando
la fuerza para calmarse.

E: Buenas noches.

M: Buenas noches, cariño.


Sintiendo el calor de ese cuerpo entre sus brazos se quedó mirando hacia la ventana, suspirando
mientras su cuerpo dejaba a un lado aquellos nervios que se habían apoderado de sus músculos. Besó
su frente y cerró los ojos para disfrutar de aquella noche junto a ella.

Cruz colocaba una placa en el magnetoscopio mientras Maca, con los brazos cruzados y colocada a su
derecha, observaba la radiografía.

M: Está claro, hay que drenar el líquido de la pleura.

C: Sí y cuanto antes mejor, satura bastante mal.

M: ¿A cuánto?

C: Ochenta y cuatro por ciento.

M: Bien, pues no sé ¿Quieres que lo haga yo? Es una intervención sencilla.

C: Vale, bien porque tengo que…

Lejos de seguir escuchando la explicación de la cirujana, Maca se distrajo con la figura de Esther, quien
se encontraba a unos metros de allí, hablando con una enfermera con semblante serio.

C: …y… ¿Maca? –miró a la pediatra- ¿Me estás escuchando?

M: ¿Qué? –sacudió la cabeza- Perdona Cruz, me decías…

C: Nada importante, parece ser –miró hacia un lado viendo cómo Esther le guiñaba un ojo a la pediatra-
Vale, ya entiendo –sonrió- Se os ve muy bien.

M: Y lo estamos, Cruz.

Se miraron durante unos segundos antes de que la cirujana cogiera la placa y la metiera de nuevo en su
sobre dándoselo a la pediatra. Comenzaron a bajar por las escaleras en dirección a urgencias.

C: Bueno y cuéntame… ¿Qué hay de nuevo?

M: Pues no mucho, la verdad. Lo que has visto es lo que hay… El trabajo bien, con lío, con Esther genial…
-sonrió.

C: Entonces nada de lo que deba preocuparme ¿No?

M: No… bueno… No, no es nada.

C: Maca… -se detuvo en un rincón- ¿Pasa algo que me quieras contar?

M: No, nada. Sólo que Raúl ha vuelto al trabajo y me toca un poco las narices.

C: Ya –bajó la cabeza antes de proseguir- pero bueno Maca, eso es inevitable.

M: Ya, si lo sé. Pero bueno, ya me haré a la idea.

C: ¿Eso es todo? –insistió.


La pediatra bajó la vista, mordiéndose el labio. Sonrió al notar la mano de su amiga acariciando su brazo
y volvió a levantar la cabeza.

M: No es nada ¿Eh? No es que esté pensando en ello ni que me obsesione el tema ni nada por el estilo
pero… Esther y yo no…

C: No… -la invitó a seguir.

M: Pues eso que aún no…

En ese momento subieron dos médicos obligándolas a callarse y moverse a un lado para que pudieran
seguir subiendo por las escaleras. Una vez a solas de nuevo, Maca se inclinó hacia su amiga y susurró.

M: Aún no nos hemos acostado.

C: ¿Aún no? Vaya… Pero ¿Todo bien?

M: Sí, sí… Si nos va genial, Cruz y yo creo que, no sé, que ella quiere –se quedó pensando unos
segundos- O no, no sé.

Siguieron bajando las escaleras poco a poco, mientras Cruz miraba el gesto serio de su amiga.

M: Pero vamos que no tengo prisa, es normal ¿No? Llevamos poco y Esther acaba de salir de una
relación…

C: Con un hombre…

M: Eso… Bueno, que no pasa nada que lo que tenga que ser será.

C: Bueno, con calma y optimismo, que siempre es necesario –sonrió- Cuando esté preparada verás las
señales.

M: Supongo –sonrió al llegar a urgencias- Voy a hablar con el crío ¿Preparas tú el quirófano?

C: Claro. Luego te digo algo.

M: Venga.

La cirujana se disponía a marcharse cuando Maca la llamó, obligándola a girarse.

M: Gracias por todo.

C: Para eso están las amigas ¿No? –sonrió, antes de irse.

Laura dobló uno de los pasillos de pediatría, saludando a alguno de los niños a los que había visto ya por
el hospital. Vio a Maca salir de una habitación y se acercó a ella.

L: Maca, que me han dicho que me estabas buscando. Te he estado esperando pero como no te veía…

M: Ya, perdona, es que estaba en quirófano.

Dieron un par de pasos hasta detenerse en un rincón del pasillo para tener un poco más de privacidad.

L: ¿Algo serio?
M: No, no… Mira, necesito que me hagas un favor.

L: Claro, dime –se cruzó de brazos.

M: Verás, es que han pasado dos meses ya desde que Esther y yo empezáramos a salir…

L: Ajá –asintió.

M: Y quería hacer algo especial.

L: Vale, cuéntame a ver si te puedo ayudar.

La pediatra se mordió el labio algo nerviosa antes de relatarle su idea.

M: Verás, es que nuestros comienzos fueron un poco… digamos que fue raro.

L: ¿Cómo raro? –preguntó con una sonrisa.

M: Es muy largo de explicar pero básicamente no sé qué día contar como el inicio de nuestra relación. Si
nuestra primera cita, el primer beso o… o qué.

L Pues no sé cómo te puedo ayudar yo con eso, Maca –descruzó los brazos.

M: ¿Tú sabes por casualidad, porque lo habéis hablado o algo, cuándo cree Esther que empezamos?

L: Pues a ver déjame pensar…

La residente miró hacia un lado, colocando una mano en su cintura y otra en su mentón, en una clara
pose pensativa.

L: Creo que no. Lo siento, Esther nunca ha sido mucho de hablar de estas cosas.

M: ¿Y no tienes idea? No sé, por otras relaciones…

L: Lo siento, Maca –negó con la cabeza.

M: Ya.

La pediatra se mordió el labio mientras miraba para otro lado. Entonces, tuvo una idea.

M: Vale, necesito que me ayudes con algo, entonces –unió sus manos a modo suplicante- Necesito que,
por favor, saques el tema delante de Esther.

L: ¿Que saque el tema? ¿Pero cómo voy a hacer eso, Maca? –preguntó riendo.

M: Pues sacándolo. No sé, Laura que… Que estemos hablando y preguntes o… no sé, cualquier
comentario, lo que sea. Pero por favor, ayúdame a enterarme de qué piensa Esther, por favor.

L Vale está bien, lo intentaré… Pero no sé cómo nos lo vamos a montar.

M: Gracias, gracias, gracias.

Agarró el rostro de la residente con ambas manos y le besó en la frente a modo de agradecimiento,
haciendo que esta rompiera a reír.

L: Maca, por favor, que con lo cotillas que son aquí son capaces de irle con el cuento a Esther de que le
quiero robar a su pediatra –bromeó, haciéndolas reír a ambas.
Un caso la había tenido más de una hora absorta en el gabinete buscando información o en rotonda
frente a la pizarra junto Vilches, valorando posibilidades, encontrando al fin una salida que a ambos les
convenció. Así que tomándose un descanso fue hasta la cafetería encontrándose con Eva, Laura y su
enfermera particular sentadas en una mesa del fondo.

M: Cuanta chica guapa…-se quitó el fonendo del cuello mientras se sentaba y se lo metía en el bolsillo y
sus compañeras la saludaban.

E: Uy… Te veo cara de cansada.

M: Llevo un rato de locos con Vilches.

Eva: ¿Todo bien?

M: Sí, sí, ya está, se ha quedado él con los familiares -acarició la rodilla de la enfermera- ¿Qué tal tú?

E: Bien, apenas he tenido follón, así que he venido con ellas a tomar algo que ya empezaba a tener
hambre.

M: Para variar -sonrió mirando hacia Eva.

E: ¡Ey!

M: ¿Y de qué hablabais? -se acomodaba en la mesa mientras cogía un trozo de bizcocho del plato de la
enfermera.

L: Pues de lo de siempre, cotilleos…-miró a la pediatra y tuvo una idea- Por cierto… Héctor está de lo
más nervioso con no sé qué aniversario que tienen Gabriela y él ¿Vosotras cuando creéis que empieza
la relación?

Eva: ¿A qué te refieres?

L: ¿A si contáis cuando el primer beso, la primera cita o…?

Eva: Está claro. Cuando después de acostarte con él quieres que vuelva a repetirse.

M: Jajaja mira que eres bruta.

Eva: Perdona, es lo que hacen la mayoría de las mujeres solteras eh.

L: Eres bruta Eva, no busques excusas… ¿Y tú Esther? -miró de reojo a la pediatra centrándose después
en su compañera de piso.

E: Hombre, yo realmente cuento que tengo una relación cuando la persona en cuestión y yo hablamos y
dejamos claros los sentimientos.

L: Declaración de intenciones, vamos.

E: Exactamente.

M: Oye Esther y… ¿Cuándo hicimos eso tú y yo?

E: Pues el día concreto no me acuerdo… ¿Y tú? -se acercó a ella cariñosamente.


M: Aaahh…-miró a sus compañeras- Pues si tú no te acuerdas yo no te lo voy a decir.

L y Eva: Jajajaja

E: Venga, Maca… Dímelo anda, ¿Qué te cuesta?

M: A mí nada…-en aquel momento unos pasos llegaban tras ellas haciéndolas mirar.

V: Wilson te vienes conmigo a quirófano.

M: Venga vamos -se levanto en tan solo un segundo sorprendiendo a las chicas.

Eva: Como se escaquea la tía, con lo poco que le gusta operar…-miró a la residente y volvieron a reír.

E: Pues no le veo la gracia.

Tras la operación, algo que le había venido bien para desaparecer tras las preguntas de la enfermera, se
encontraba echada en el sofá del gabinete con el cojín ocultando su rostro con la fuerza de sus brazos.
Deseaba que su turno acabase y poder descansar, pero la voz de alguien había llegado a sus oídos
llamándola.

M: Dime, Teresa -respondió desganada.

T: Ay hija, que rancia estás hoy, por Dios.

M: Si rancia es cansada por estar ya no sé cuantas horas de pie… sí, estoy rancia. Ahora dime qué
quieres.

T: Tengo un historial que me dejaste en el mostrador, pero falta la copia del documento de alta.

M: ¿Cómo? -abrió los ojos aun más- ¿Tanta prisa te corre eso?

T: No sé tú, pero a mí me gusta tener mi trabajo listo antes de irme… y me falta ese alta Maca.

M: Dios…-se levantó frustrada lanzando el cojín contra el sofá- Ahora te doy el puñetero papel…-la
esquivó saliendo de allí.

T: Madre mía, como tiene esta el humor.

Caminaba tan deprisa por los pasillos que casi chocaba literalmente con todo aquel que se pusiera en su
camino. Entró en su despacho y cerró casi de un portazo sentándose después frente a su mesa mirando
entre los papeles que tenía colocados en el montón.

M: ¿Dónde narices estará? -en ese momento llamaron de nuevo a la puerta- Hoy no hay manera…
¡Adelante!

H: Hola Maca.

M: Hola -contestaba mirando los papeles en la mesa.

H: ¿Te pillo en mal momento? -entraba cerrando la puerta.

M: Pues… no sé qué decirte. Ahora mismo…-miraba concentrada uno de ellos-… estoy buscando algo,
pero… ¿Qué pasa?
H: Verás… tengo a un niño en cortinas, y creo que tiene los claros síntomas de una meningitis, pero
quisiera que lo miraras vos y… así evitarle la punsión lumbar…-observaba como la pediatra parecía no
prestarle atención- ¿Me escuchaste?

M: ¡Bingo! -miró a Héctor- Perdona… Sí, sí… Voy contigo…-se levanto caminado después con él hacia la
puerta- ¿Vamos?

H: Claro, pasá, pasá.

Caminaban en silencio mientras Maca leía de nuevo el nombre del paciente para estar segura de que
aquél era el alta que Teresa le había pedido, tan concentrada iba que no se dio cuenta de que Esther se
había detenido a unos metros frente a ellos.

E: Ey.

M: Hola cariño. -se detuvo sonriendo- ¿Dónde vas?

E: Dónde vais vosotros con tanta prisa, diría yo.

M: Nada que tengo que darle esto a Teresa y ver algo con Héctor.

E: Por cierto, Héctor ¿Qué tal van los nervios del aniversario?

H: ¿Perdón?

M: Eh… cariño tenemos prisa, ahora te busco ¿vale? -le dio un beso rápido y cogiendo el brazo de su
compañero casi obligándolo a caminar a su compas.

H: Che ¿A qué se refería Esthersita? ¿Qué aniversario?

M: ¿Aniversario? No ha dicho nada de eso hombre ¿Cuántas horas llevas trabajando? -tocó su frente-
Ahora descansas ¿eh?

H: Pero Maca, escuché perfectamente como…

M: Descansa, Héctor,-le cortó de nuevo- descansa.

Esther atravesó la puerta de urgencias con una sonrisa en la boca. Vio a Maca apoyada en el mostrador
de recepción, ya cambiada, y hablando con Teresa, quien se inclinaba hacia ella y la hablaba en voz baja.
Tenía que pasar de largo en ese momento, puesto que necesitaba llevarle unos papeles a un paciente,
que esperaba ya en la sala de espera.

M: Bueno Teresa, recuérdalo ¿Eh? –hablaba en susurros.

T: Que sí, que sí… Pero ya me podrías decir para qué quieres que haga eso,

M: Mañana, tú sólo hazlo. ¿Uhm?

Esther se acercó a ellas y rodeó la cintura de la pediatra con un brazo.

E: ¿Ya estás? Ahora me cambio y nos vamos.

M: Eh… Esther… que… -miró a Teresa-…ven, anda.


Cogió el brazo de Esther y la hizo seguirla hasta un lado, buscando un poco de intimidad para poder
hablar tranquilas.

E: ¿Qué pasa?

M: Nada, no pasa nada… Es que verás, cariño que… me voy a ir a casa ya ¿Vale?

E: Claro, no pasa nada, yo me cambio y…

M: Sola –la interrumpió.

E: Pero… ¿He hecho algo que…? ¿Te has enfadado? –preguntó confusa.

M: No, no, claro que no, cariño, nada de eso –frotó los brazos de Esther con sus manos- Es sólo que
estoy molida. He tenido un caso muy complicado y me ha afectado bastante.

E: Ya pero no sé, ¿no prefieres que vaya contigo y nos sentamos tranquilitas con una mantita? ¿Eh? –le
acariciaba la mejilla con dulzura.

M: De verdad… Me encantaría –sonrió- pero prefiero estar sola. ¿No te enfadas no?

Esther la miró unos segundos, apretó los labios y negó con la cabeza.

E: No, claro que no. ¿Me llamas luego? Para saber que estás bien. Me quedo más tranquila.

M: Vale, ya te digo algo si eso… Gracias por comprenderlo.

La enfermera sonrió una vez más y rodeó el cuello de su chica, envolviéndola en un cálido abrazo. Le
besó la mejilla y se separó de ella.

E: Guapa.

La pediatra sonrió y se inclinó para darle un beso en los labios. Se giró y saludó a Teresa con la mano
antes de meterse las manos en los bolsillos y marcharse cabizbaja. Esther la observaba con semblante
preocupado y una vez la perdió de vista se acercó de nuevo al mostrador.

T: Pobre, la verdad es que ha tenido un día…

E: Ya, eso me ha dicho. Pero no sé…

T: ¿Pasa algo?

E: No, nada –sacudió la cabeza- tonterías mías –sonrió- Voy a ver si acabo unas cositas y me da tiempo
de irme a casa con Laura.

Dicho eso, volvió a atravesar las puertas de urgencias.

Tras despedir a Maca había ido hasta el vestuario, desvistiéndose y vistiéndose sin ninguna clase de
prisa, ya que aquel día no tenía a la pediatra esperándola en recepción. Tras colocar todo en su taquilla
sacó el bolso y la cerró con llave metiéndola después en el bolsillo de su pantalón.

L: Uy… ¿Dónde vas con esa carilla?- se puso a su lado rodeándola por los hombros con su brazo.

E: A casa ¿Has acabado ya?


L: Sí, iba a cambiarme.

E: Te espero en la puerta vale, no me apetece mucho escuchar las preguntas de Teresa ahora.

L: ¿Estás bien?

E: Sí, sí… te espero fuera.

Sin más metió las manos en los bolsillos de su pantalón y fue casi en silencio en sus pisadas por aquel
pasillo. La residente al ver el humor que la enfermera se traía fue en dos pasos hasta el vestuario,
cambiándose a toda prisa para salir de nuevo.

L: ¡Hasta mañana Teresa!...-no puedo escuchar la contestación de ésta mientras ya había salido- Venga,
que tengo el coche aquí al lado.

E: Vale.

Durante el camino Laura sacaba infinidad de temas intentando así distraer a la enfermera, que poniendo
de su parte continuaba con la conversación intentando así despejarse. Llegaron al edificio y tras entrar
en el piso Esther fue directa a su cuarto sin mediar palabra.

L: Ahora mismo me vas a decir que pasa.

E: Nada Laura ¿Qué me va a pasar? -se colocaba ropa cómoda mientras hablaba- Estoy cansada, nada
más.

L: A mí no me engañas ¿Por qué no te has ido con Maca?

E: Estaba cansada y quería irse a casa pronto a descansar.

L: Ya…-anduvo hasta la cama sentando para mirarla- ¿Y eso no tiene nada que ver no?

E: Que no, de verdad -sintió un tirón desde su mano obligándola a sentarse también- ¿Qué pasa?

L: Que tú estás triste, y es porque Maca se ha querido ir antes.

E: ¿Y qué? Es normal ¿No? Es mi novia y me gusta estar con ella…. solo… me ha extrañado que así de
repente se quisiera ir sola, nada más.

L: Pero a ver… puedes pensar que quizás por el cansancio estaba de mal humor y no ha querido que tu
pagues por ello…

E: A mí eso me da igual, Laura.

L: Y que por lo cansada que está ha dicho “como llegaré y me iré a la cama directa pues se lo digo a mi
chica y que se vaya con Laura que es súper divertida y no se me aburre”.

E: Payasa.

L: Pero sabes que tengo razón. -la rodeó con uno de sus brazos pegándola a ella- ¿Te hace comida china,
sofá y una peli? Como en los viejos tiempos

E: Laura, hicimos eso mismo la semana pasada.

L: Bueno, tú ya me entiendes, sé que no soy Maca peeeeero…


E: Vale, pero yo elijo la peli.

L: Trato hecho.

Eran pasadas las diez y aún no había tenido noticias de Maca, hecho que hacía que Esther empezara a
impacientarse. Lejos de disfrutar de la película que ella misma había elegido, llevaba un buen rato
mirando el reloj del salón, intentando no pensar las decenas de cosas que su mente creaba para intentar
justificar aquella falta de comunicación.

Laura la miraba un tanto extrañada, pero imaginándose el por qué des su desasosiego, prefirió no decir
nada. Por fin sonó su teléfono, pero para decepción de la enfermera, se trataba de un mensaje de texto.

E: A ver… -murmuraba mientras lo abría.

“Perdona, me quedé dormida. Me ducho y a dormir. Que tengas buen día mañana, un beso”

E: Joder…

L: ¿Pasa algo?

E: Maca… Le dije que me llamara, que me quedaba más tranquila, pero al final sólo me ha mandado un
mensaje.

L: Estará cansada, Esther, no le des más vueltas.

E: Le pasa algo, Laura. No es normal.

L: ¿Seguro que no habéis discutido?

E: Segurísimo, si apenas hemos coincidido hoy. Ha estado tan ocupada…

L: Pues venga, contéstale para que se pueda ir a la cama tranquila.

E: Que mandona eres cuando quieres… -murmuró.

L: Pues sí, y venga que quiero disfrutar de la película, leche.

Haciendo caso de Laura, Esther contestó el mensaje a la pediatra, dejando el teléfono sobre la mesa, a la
vez que añadía una nueva razón por la que preocuparse. ¿Por qué no le había llamado?

E: Joder…

L: ¿Qué pasa ahora? –preguntaba frustrada, pausando la película.

E: Que encima mañana ella libra, Laura…

L: De verdad, ya… ¿Vale? Déjalo ya que estás de un pesadito… -señaló a la pantalla con el mando a
distancia- ¿Puedo o no puedo?

E: Sí, sí…. Dale.


A pesar de lo que le había costado levantarse, Maca consiguió llegar al hospital sobre las ocho y media.
Aparcó cerca de la entrada principal y, desde allí, se perdió por los pasillos hasta llegar a la zona de
urgencias. Saludó a los trabajadores que aún había en recepción del turno de noche y se fue directa
hasta los cajetines. Tal y como había quedado con Teresa, había un sobre en el suyo. Lo sacó y sonrió.

M: Bingo.

Poco después, alguien más empezaba su turno, entrando por el muelle a paso ligero. Antes que nada,
dejó sus cosas en recepción y se adentró en la zona de urgencias. Al doblar por un pasillo, se encontró
de frente con la pediatra.

M: Joder Teresa, que susto…

T: Ay, perdona. ¿Todo bien?

M: Todo perfecto, Teresa –le entregaba el sobre- Ten, muchas gracias. Te debo una.

T: No me debes nada. ¿Te vas ya?

M: Sí, ahora me iré, tengo la moto en la puerta principal.

T: Oye ¿Y cuándo me piensas contar qué estás montando?

M: Tranquila, Teresa, que ya te enterarás –miró su reloj- Bueno, que me voy.

Se inclinó sobre la mujer y le dio un beso en la mejilla.

M: Que tengas buen turno.

T: Gracias hija… -la observó marcharse- Y me deja así… con estas dudas… Pues nada, a esperar.

Poco después, una vez Teresa se había colocado en su puesto habitual tras el mostrador de recepción,
empezaron a entrar los primeros médicos que empezaban su jornada a las nueve. Claro estaba, Teresa
no perdía la oportunidad de enterarse de las conversaciones matutinas que tenían.

Entre ellos entró Esther, quien llegaba con las manos en los bolsillos del abrigo y semblante triste.
Andaba con desgana, dirigiéndose al mostrador, donde Teresa ya tenía el acta lista para que firmara y su
carpeta, como cada mañana.

T: Buenos días.

E: Hola, Teresa.

T: Uy, vaya carita… Y ese tono… A ti te pasa algo.

E: No es nada, Teresa. ¿Ha llegado ya Reme?

T: No, aún no. Pero vamos que estará al caer.

E: Vale. Cuando llegue dile que se ponga con el pedido de farmacia.

Teresa asintió con la cabeza mientras la enfermera leía su carpeta y se empezaba a desenroscar la
bufanda del cuello, desabrochándose el abrigo después.
T: ¿Te has enfadado con Maca?

E: Ja, enfadarme dice… Si apenas me habla.

T: Pues por eso te pregunto mujer… ¿Ha pasado algo?

E: Que no, Teresa.

Cogió su carpeta y se marchó. Sin embargo, entre los planes de la recepcionista para aquella mañana no
entraba el de quedarse sin saber qué ocurría entre ambas. Siguió a Esther hasta el vestuario de
enfermeras y se coló justo detrás de ella.

E: De verdad Teresa, no estoy de buen humor.

T: Seguro que hablando las cosas las ves de otra forma.

E: Creo que Maca se está cansando de mí, y eso no hay otra forma de verlo.

T: ¡No digas tonterías! ¿Cómo se va a cansar de ti?

E: No sé… De repente no quiere pasar la noche juntas, ni me llama, ni… -se encogió de hombros- ¿Qué
quieres que piense?

T: Pues que tenía un día malo, mujer. Ya sabes que Maca es muy suya y cuando algo le afecta pues se
cierra en banda. Y no hay más.

Aquella explicación no parecía convencer demasiado a Esther. Colgó su abrigo y la bufanda en el


perchero y sacó la llave de su taquilla de uno de los bolsillos. Teresa observaba cada movimiento con
ansia, deseando descubrir qué se encontraría al abrir.

Sonrió al ver la reacción de Esther. Su rostro reflejaba sorpresa, pasando poco a poco a dibujar una
amplia sonrisa.

E: Pero ¿Y esto? –se preguntó.

T: ¿Qué pasa?

La enfermera le enseñó una rosa roja enorme, presentada de manera impecable y un sobre de color azul
que ponía “Para Esther”.

T: ¡Mira! Para que te quejes de novia… -la recriminó- Se está cansando de mí, se está cansando de mí….
Ay, alma cándida…

Nerviosa, le dio la rosa a Teresa, quien enseguida la olió con los ojos cerrados, y empezó a abrir el sobre
con cuidado. Sacó una tarjeta, repasando el texto que la pediatra había escrito a mano:

“Si hubiera imaginado que hablar con las estrellas me iba a llevar hasta aquí, lo hubiera hecho hace
mucho. Gracias por darle sentido a mis días durante estos dos últimos meses, te quiero.”

E: Jo… Soy una imbécil…

Los ojos de Esther se empañaron por la emoción, riendo nerviosa al ver cómo Teresa la miraba con
expresión de ternura. Se dejó abrazar por la mujer, quien le dio la rosa y borró las lágrimas de su rostro
con los pulgares.

T: Llámala.
Esther asintió, sonriendo cuando recibió dos sonoros besos de Teresa, antes de que ésta se marchara y
la dejara sola, con su rosa, la tarjeta y aquel deseo irrefrenable de salir corriendo en busca de la pediatra
y lanzarse a sus brazos.

Ya a solas y cambiada, Esther sacó el teléfono de su bolso y se sentó en el banco del vestuario. Tomó
aire, intentando tranquilizar sus nervios mientras limpiaba el resto de sus lágrimas con su otra mano,
sonriendo al ver cómo le temblaba el pulso para marcar.

E: Venga Esther, que no es tan difícil, pareces una quinceañera –se regañaba- A ver… Maca…

Con una mano sujetaba el teléfono y con la otra buscaba el número en la agenda del terminal, tomando
aire antes de darle al botón de llamada.

Empezó a golpearse la rodilla con los dedos, impacientándose al oír los tonos de llamada. Por fin, la
pediatra contestaba.

M: Hola.

E: Hola… Te voy a matar –soltaba de sopetón.

M: ¿A mí? –Reía- ¿No te ha gustado la sorpresa?

E: No, me ha encantado…

M: ¿Entonces?

E: Pues que… no sé, que estás loca. Pero que me gusta ¿Eh?

M: Bueno es saberlo.

La enfermera dejó de hablar, escuchando un tintineo al otro lado de la línea y una puerta que se cerraba
segundos después, deduciendo que la pediatra acababa de llegar a su casa.

M: ¿Sólo me has llamado para anunciar el futuro homicidio de mi persona? –bromeó.

E: Perdona es que… -sonrió nerviosa- No sé qué decirte. Si me vieras… -sacudía la cabeza- Me falta
tartamudear.

M: Pues no tienes por qué estar nerviosa, cariño. ¿De verdad te ha gustado? No te oigo muy convencida
¿Eh?

E: Claro que sí… La rosa es preciosa, Maca y la nota…. Yo…

M: Esther… -la interrumpió, bajando el tono de voz- No tienes que decirme nada ¿Vale?

La enfermera cerró los ojos, suspirando al otro lado del teléfono.

M: Bueno, como veo que no estás muy habladora te explico lo que va a pasar ahora. Yo voy a dormir un
poco, que hoy me he levantado pronto y estoy molida. Tú no trabajes mucho, porque cuando llegues a
casa te tienes que poner guapa porque vamos a salir a cenar.

E: ¿Ah sí? ¿Y quién lo dice?


M: Pues yo, cariño. No me voy a pasar nuestro improvisado aniversario en casa. Así que ya sabes… En
cuanto acabes derechita a casa, que estaré allí a las ocho y media en punto.

E: Vale…

Estuvieron unos instantes en silencio, ninguna de las dos sabía muy bien qué decir. Por fin fue Esther
quien se decidió a seguir la conversación.

E: Oye Maca que perdona que esté tan cortada pero de verdad, que me ha encantado… -convirtió su
voz en casi un susurro- Nadie… nadie había hecho algo así por mí.

M: ¿Nadie te ha regalado jamás una rosa?

E: Nadie ha celebrado un aniversario a los dos meses de empezar, ni se ha levantado a Dios sabe qué
hora para estar aquí antes que yo y dejarme una rosa en mi taquilla… -sonrió- Que por cierto, ya me
dirás cómo narices has conseguido la llave.

M: Una, que tiene sus contactos –bromeó- Pero que vamos, que ni se te ocurra ir preguntando por ahí
porque he dado órdenes de no desvelar mi secreto.

E: Oye Maca, que me tengo que ir a trabajar, que ya entro tarde.

M: Vale, pues ya sabes… No trabajes mucho, quiero que estés fresca para esta noche.

E: Lo intentaré. Un besito, guapa.

M: Otro, adiós cariño.

Esther sonrió, sacudiendo la cabeza. ¿Loca? Quizá no, pero desde luego Maca le había dejado claro lo
mucho que la importaba mediante un sencillo gesto lleno de cariño y romanticismo.

Su sonrisa se hizo más amplia, sintiéndose protagonista de un bonito cuento de hadas, como aquellos
que inventaba de pequeña, en el que ella era una princesa y un apuesto príncipe la llevaba en un caballo
alado hasta el más maravilloso de los castillos. Y aunque no había ni caballos, ni príncipes, se sentía la
protagonista de la mejor de las historias.

Llegó a casa con los nervios en el estómago, sabía que Maca iría a recogerla en un rato y tenía que
ducharse y decidir qué ropa ponerse para aquella noche. Fue directa a la cocina y puso agua a calentar,
estaba realmente encogida en sus nervios y debía apaciguarlos, y pensó que una tila le sentaría bien.

Miró su reloj y respiró al pensar que aún tenía tiempo, perdiéndose por unos segundos en la imagen de
aquella nota de la pediatra, metió la mano en el bolso y la sacó sin titubear, deteniéndose en aquellas
palabras mientras con su pulgar acariciaba el papel. Su mente le jugó una mala pasada al preguntarle
qué pasaría aquella noche, y su cuerpo se levantó en una milésima de segundo para ir hasta el cuarto de
baño, al cual no pudo llegar ya que nada más salir el sonido del teléfono llamó su atención.

E: ¿Sí?

En: Vaya, si es mi hija… pensaba que te había pasado algo.

E: Hola mamá ¿Cómo estás? -preguntó dejándose caer en el sillón.

En: Pues bien, pero parece que a ti te importe poco, llevo días sin saber de ti.
E: Lo siento mamá, pero es que he tenido unos días bastante liados y no he tenido tiempo para casi
nada.

En: Ya…

E: De verdad mamá, que lo siento.

En: Podías venirte a cenar esta noche, he hecho un redondo al horno como a ti te gusta.

E: Me encantaría pero no puedo…-contestó lo más apenada que pudo- Una de las enfermeras me ha
llamado y tengo que cubrirla esta noche, he venido para ducharme y comer algo, pero me voy
enseguida otra vez.

En: ¿Una guardia? Vaya.

E: Sí.

En: ¿Toda la noche?

E: Pues claro, mamá -su voz salió algo cansada, miró el reloj nuevamente y vio que el tiempo se le
echaba encima- Lo siento pero tendría que arreglarme ya o llegaré tarde.

En: Claro hija… cuando tengas un rato para tu madre ya sabes dónde estoy.

E: Mamá no…-escuchó como al otro lado se había cortado la conexión, miró extrañada el teléfono y
colgó- Me ha colgado… qué fuerte.

Se levantó haciendo que aquello no trastornase su humor y sus ganas porque llegase la cena que Maca
le había anunciado.

Tras una ducha en la que se esforzó en relajarse fue envuelta por la toalla hasta su dormitorio, abriendo
de par en par el armario. Sacó varias perchas colocando la ropa después sobre la cama, probando varios
conjuntos, camisas, faldas, pantalón oscuro…

Finalmente frente al espejo se miraba de arriba abajo, le faltaba aun el toque de maquillaje, pero
principalmente se veía bien de aquella manera, y sonriente fue hasta el cajón sacando la sombra de ojos
y el brillo de labios.

Ya lista se miraba de nuevo en el espejo, no sabía dónde irían, si quizá luego se arrepentiría por la fría
noche madrileña, pero estaba totalmente convencida de que aquel, era el perfecto, un vestido palabra
de honor en negro, de talle recto con una ligera abertura en la parte trasera que dejaba algo mas que
imaginar sus piernas bajo la tela. Suspiró colocándose los pendientes y salió rumbo al salón a la
esperada llamada de Maca.

Paseaba de un lado a otro del pasillo, pensando por enésima vez si iba bien, si debía haberse puesto un
perfume distinto, u otros zapatos… Jugaba con el anillo que llevaba en el dedo corazón de la mano
derecha. Por fin sonó el interfono, haciéndola perder el equilibrio al pillarla desprevenida. Descolgó y
contestó.

E: ¿Sí?

M: Soy yo, Esther.


E: Ahora bajo.

M: No, no… Abre que subo.

E: Maca, que ya estoy, en serio, esta vez no me retraso –insistió.

M: Pero es que te traigo algo.

E: Vale… sube.

Le dio al botón de abrir y se marchó de nuevo al baño a mirarse por última vez en el espejo. Comprobó
el pintalabios, asegurándose de que el tono y la textura resultaban naturales y se colocó un poco el pelo.
Sonó el timbre de la puerta, lo que la obligó a tomar aire y caminar despacio para no perder los nervios.

Cuando abrió la puerta, se encontró a Maca apoyada en el umbral, luciendo un abrigo negro de piel que
le llegaba por las rodillas. Se había puesto unos pantalones del mismo color, ajustados pero rectos y
botas negras de tacón. Subió su mirada, comprobando que bajo el abrigo abierto se dejaba ver una
camisa blanca, mostrando un prominente escote, y lo que parecía ser un chaleco encima.

Al igual que ella, la pediatra había decidido lucir algo de maquillaje, realzando sus labios y la intensidad
de sus ojos. Sus manos, hasta entonces escondidas tras su espalda, se movieron hacia el frente,
mostrándola un enorme ramo de rosas rojas.

M: Aquí tienes las otras once –dijo con una sonrisa- Estás guapísima.

Sin darle tregua, se acercó a ella, dándole un suave beso en la mejilla, permitiendo que la enfermera se
impregnara del perfume que llevaba aquella noche.

M: Cierra la boca y ponlas en agua, anda. Y si puede ser rapidito ¿Eh? Que tengo el taxi esperando y no
se fía mucho –sonrió- me he tenido que dejar el bolso.

E: Eh sí, sí… claro…

Sonrojada y sintiéndose la mar de estúpida por su timidez, corrió a dejar las rosas sobre la encimera. Sin
perder tiempo, cogió una hoja del bloc que Laura y ella tenían sobre la nevera y le dejó una nota
pidiéndole que las metiera en agua al volver de trabajar. Cuando volvió al salón, Maca tenía extendido
su abrigo, listo para que introdujera sus brazos y pudieran irse. Al hacerlo, la pediatra le dio otro beso en
la mejilla y salió al rellano a llamar al ascensor mientras ella cerraba la puerta.

Una vez dentro, la pediatra rodeó la cintura de Esther con un brazo y le dio un beso en la sien,
sonriendo al ver el rubor en las mejillas de la enfermera, quien no había dicho demasiado desde que
llegara.

M: ¿Vas a pasarte toda la noche así o en algún momento dirás algo? –bromeó junto a su oído.

E: ¡Maca! –Le dio un cariñoso golpe en el abdomen- Dame un poco de tregua ¿Vale? Estoy nerviosa y
por mucho que me digas que no lo esté yo voy a seguir estándolo.

M: Vale, no digo nada.

Abrió la puerta del taxi, permitiendo que la enfermera entrara antes que ella y saludó al conductor,
cogiendo su bolso del asiento antes de sentarse.

M: Perdone ¿eh?
Taxista: Nada, nada… Allá ustedes… Entonces ¿las llevo donde me ha dicho antes?

M: Sí, por favor.

Taxista: Andando, pues.

El coche prosiguió su camino, momento en el que Esther miró a la pediatra, quien trasteaba con su
teléfono.

E: ¿Qué haces?

M: Ponerlo en silencio, no quiero que me fastidien la noche –sonrió.

E: ¿Y a dónde vamos? O también es un secreto…

M: Pues claro.

E: No sé ni para qué pregunto.

Durante el trayecto en taxi la enfermera guardaba silencio. Recibía una caricia cariñosa de Maca en su
mano, de vez en cuando llevaba su vista hasta la unión que formaban sus dedos, sonreía al ver como
recorría su piel despacio mientras seguía mirando al frente. Despacio, subió hasta su rostro y se quedó
observándola en silencio, y los recuerdos de aquellos primeros días en los que la afinidad no era el
principal pensamiento entre ambas llegó haciéndola sonreír nuevamente.

M: ¿De qué te ríes?

E: Nada, me acordaba de algo…-volvió a mirarla y dejó un beso en su mejilla- Estás muy guapa, no te
había dicho nada.

M: Sí, sí me lo habías dicho…-sonrió acariciando su mejilla- Con ese gesto bobalicón que has puesto.

E: ¿Que sobrada, no?

M: Seh.

E: Jajajaja

El taxi giraba tras un semáforo, la vista de la enfermera estaba puesta en el exterior, y aquel camino se
mostró frente a ella a cámara lenta. Recordaba aquella entrada, y sin apartar la mirada de la puerta
sonreía mientras Maca, a su lado, miraba su expresión en todo momento dándose por satisfecha. El
coche se detuvo y ambas bajaron después de que la pediatra pagase la carrera.

M: ¿Esa sonrisa quiere decir que….?

E: …-se giró para mirarla- No había mejor lugar que este, Maca.

Sin decir nada más, la pediatra se inclinó lentamente hasta ella dejando un suave beso en sus labios,
colocando después la mano en su cintura, invitándola a caminar hasta el interior, donde nada más
entrar Germán las esperaba en la puerta.

G: Buenas noches señoritas. -cogió primero la mano de la enfermera dando un leve beso realizando
después la misma acción con Maca- Si me acompañan hasta su mesa, por favor.
E: Claro…-sonrió mientras se giraba un segundo a mirar a la pediatra antes de caminar.

Recorrían el salón cogidas de la mano mientras Esther iba por delante siguiendo los pasos de Germán
que, como en la vez anterior, las guiaba hasta las escaleras que daban a la parte superior del
restaurante. Una vez arriba Esther detuvo su cuerpo al comprobar que aquel espacio permanecía vacío,
tan sólo con una mesa en el centro, y una mesita auxiliar al lado con una botella de champagne
esperando a ser descorchada.

E: Pero…

M: Nadie más tiene permiso para estar esta noche contigo más que yo…

Había sido un leve susurro junto a su rostro que la hizo estremecerse mientras de nuevo la mano de la
pediatra la llevaba junto a la mesa donde Germán retiraba la silla para ella.

E: Gracias.

G: En unos minutos vengo con la cena.

M: Gracias, Germán.

E: Maca… todo esto es, no sé…

M: Cariño… solamente disfruta de esta noche ¿Vale? -llevó su mano por encima de la mesa hasta la de la
enfermera- Tú y yo, nada ni nadie más… sólo nosotras.

E: No sé qué decir la verdad -recorrió con su mirada todo lo que estaba allí preparado para ella- Primero
lo de… esta mañana y ahora esto, nunca nadie…

M: Esther… mírame…-esperó a que lo hiciera para continuar- Simplemente disfruta, y si todo esto te
halaga solo un poquito ya me doy por satisfecha.

Tras los entrantes y la ensalada habían comenzado con el plato fuerte para el disfrute del paladar de la
enfermera, que mostraba en sus suspiros su agrado por la elección de Maca. Habían comenzando una
conversación fluida y divertida llena de risas, recordando momentos en el hospital y viejos rifirrafes
entre ambas.

E: Bueno… y Teresa…-hacia uso de la servilleta antes de continuar- no veas la tarde que le he dado.

M: ¿Y eso? -preguntó curiosa mientras tomaba su copa de vino.

E: He estado casi toda la tarde detrás de ella, rogándole, chantajeándola, y la tía no ha soltado prenda
de nada.

M: Jajaja no me lo creo.

E: Le ha costado eso sí, ha flaqueado en algún momento, pero como una campeona ahí aguantando,
“Esther de verdad que no puedo, di mi palabra” -imitó su voz- Jajajaja.

Mientras Esther reía recordando aquel momento en el Hospital Maca había relajado su rostro prestando
toda su atención a la enfermera, que frente a ella seguía riendo. Sintió tal relajación y bienestar al
observarla así que supo con certeza que le encantaba así, feliz, risueña, cariñosa y dicharachera a la vez,
que conseguía ser dulce y mimosa, con picardía y al segundo con esa timidez que arrancaba su sonrisa a
diario.

E: ¿Maca estás bien?

M: Sí, sí…-la miraba a los ojos mientras nuevamente cogía su mano sobre la mesa y comenzaba a
acariciarla- Es que me encanta verte así… feliz y…

E: Es que lo soy, Maca, muy feliz.

M: Pues a mí me hace feliz que tú lo seas…-sonrió mirando sus manos-… y siempre que me dejes
intentaré que sea así todos los días.

E: ¿Y me vas a montar esto todos los días? -la miró sugerente.

M: Pues si hace falta sí…-la miró siguiéndole la broma- Todos los días cenaremos así.

E: Tonta.

M: Preciosa.

Como si leyesen sus pensamientos ambas se incorporaron lo justo para llegar a los labios de la otra,
recreándose unos segundos en la calidez de aquel gesto tan normal ya entre ellas.

G: Ejem…-ambas se giraron sonrientes-… perdonarme, pero el postre se derrite.

M: Tranquilo.

E: Mmmm, postre…-se frotó las manos haciéndoles reír.

G: Es golosa la niña ¿Eh? -se dirigió a la pediatra con simpatía.

M: No lo sabes tú bien Germán, no lo sabes tú bien.

Esther esperaba fuera, en la calle, mientras la pediatra se despedía en privado de Germán, quien las
había pedido que volvieran pronto a visitarle. A los pocos minutos salió la pediatra, con su bolso ya
cruzado y frotándose las manos.

M: Qué frío… -sonrió- ¿Quieres ir a algún sitio a tomar algo?

E: Vamos a bajar un poco la cena, anda.

M: Como quieras, pero te vas a helar.

E: Pues entonces no me tengas mucho tiempo aquí de pinote –respondió juguetona.

La pediatra sonrió y comenzó a andar, metiendo las manos en los bolsillos de su abrigo, agradeciendo el
calor que las envolvía. Esther imitó su gesto, levantando además el cuello del abrigo para cubrirse la
garganta.

M: Anda que… ni un pañuelo ni nada te has traído. Ya verás, ya, la baja por neumonía.

E: No exageres.
M: ¿Quieres mis guantes?

E: Bueno –contestó con una tímida sonrisa.

La pediatra buscó en el bolso y sacó unos guantes grises bastante gordos.

M: A ver esas manos…

Esther obedeció, dejando que Maca le colocara los guantes en cada mano, haciéndola sonreír ante la
ternura de aquel gesto. Una vez hubo acabado, cogió las manos de Esther entre las suyas y se inclinó
hacia ella, dándole un suave beso en los labios que pronto se prolongó.

E: Tienes la nariz fría…

En un acto reflejo, la pediatra frotó su nariz con la de Esther, sonriendo a pocos centímetros de ella;
justo después la enfermera se puso de puntillas y besó la fría nariz de su chica.

E: Vamos, anda.

Sé cogió del brazo derecho de la pediatra, juntando su cuerpo todo lo que podía al suyo, caminando por
las más que animadas calles de Madrid. Se pararon en los escaparates iluminados de algunas tiendas,
momentos en los que la enfermera lanzó indirectas sobre lo que no le importaría recibir algún día como
regalo, haciendo reír a Maca con su descaro.

Pasado un rato, se dieron cuenta de que poco a poco, de manera inconsciente, habían llegado al barrio
de la pediatra. Se pararon en una plaza que había a pocas calles de allí, quedando frente a frente.

M: ¿Qué quieres hacer? ¿Quieres que te lleve a casa o…?

E: No lo sé. Me quedaría pero me llevé el pijama para lavarlo y…

M: Yo te dejo algo –la interrumpió en seguida- Si quieres, claro.

E: Maca yo… -bajó la cabeza.

M: Esther, me gustaría pasar esta noche contigo. No por nada… -levantó el mentón de la enfermera- Ha
sido una noche maravillosa, y pasar lo que queda de ella abrazada a ti la haría perfecta.

La enfermera sonrió apretando los labios, aún sin aguantarle la mirada a Maca, quien esperaba una
respuesta.

E: Entramos las dos de mañana…

M: Nos despertamos pronto y te llevo a casa a que te cambies –suspiró- Esther… no sé qué idea tienes
en la cabeza pero… no quiero que pienses que insisto porque espere nada.

Alargó una mano temblorosa y apartó un mechón de pelo de la cara de la enfermera, quien cerró los
ojos ante aquel contacto.

M: Sólo quiero estar contigo. Como cuando te abracé por primera vez y supe que ya no quería soltarte…

Esther levantó la vista, mirándola con ojos vidriosos y una tímida sonrisa.

M: ¿Esa carita es un sí? –preguntó esperanzada.


La enfermera asintió, dejando que su sonrisa se hiciera cada vez más grande, contagiando a una Maca
que se abalanzó sobre ella, rodeando su cintura con sus brazos y besándola una y otra vez, sonriendo.

E: ¡Maca, para que me tiras! –decía riendo.

M: No sabes lo feliz que me has hecho, Esther…

E: Estás loca…

M: Es posible… Pero te encanto.

Cogió su mano y tiró de ella, encaminándolas a ambas en dirección a su casa.

Sonrientes subían en el ascensor, Maca mirando de reojo a la enfermera mientras esta miraba al techo
haciéndose la interesante sintiendo los dedos de la pediatra buscar su mano en silencio. Las puertas se
abrían y de espaldas mientras caminaba a la puerta no soltaba las manos de Esther que la miraba
ilusionada por todo lo que aquella noche estaba resultando ser para ella.

Entraron de la misma manera hasta que ambos rostros se unieron en el beso que ambas deseaban
desde hacía rato, pegando sus cuerpos despacio, no dejando pasar el aire entre ellas.

M: Ponte cómoda, voy a por algo de beber.

E: Vale.

Mientras se separaban la enfermera dejó su mano entrelazada con la de Maca que alargaba el contacto
suavemente hasta que finalmente entró en la cocina. Esther se quitó el abrigo caminando hacia el salón,
sin poder borrar la sonrisa que se había alojado en su rostro.

M: ¡Pon música si quieres! -alzó la voz desde la cocina.

E: ¿Alguna petición?

M: Lo que tú quieras, cariño.

Frente al estante que había ocupado por la música de la pediatra ladeó su rostro leyendo los laterales de
cada carátula caminando hacia su izquierda lentamente con sus manos enlazadas bajo su espalda. Solo
había pasado los cinco primeros cuando sintió unos labios besar su cuello.

E: Hola…-se giraba para mirarla.

M: Para no mezclar mucho he pensado que mejor vino ¿no?

E: Sí, gracias -tomó su copa.

M: ¿No te decides? -la enfermera la miró extrañada- Por la música digo…-sonrió.

E: No me había fijado en cuanta música tenías… -sonrió levemente- Aunque mejor nos quedamos así.

M: Como tú quieras…-acarició su mejilla despacio- También estaríamos mejor en el sofá.

E: Tienes razón.
Ya acomodadas, Maca cogía la copa de Esther y la dejaba sobre la mesa junto a la suya, volviendo a su
posición mientras con su mano llamaba al cuerpo de la enfermera que se uniera al suyo, abrazándola
despacio contra su pecho.

M: Ha estado bien la noche ¿no?

E: Maravillosa. Nunca había pasado una como la de hoy…-se despegó apenas lo justo de ella para
mirarla a los ojos- Muchas gracias.

M: No me las des…-negaba con una sonrisa acercándose a ella- Todo lo que haga por ti es poco.

Veía el temblor en los ojos de la pediatra mientras se acercaba a su rostro, y ella sentía que su pecho iba
a explotar de un momento a otro pero necesitaba de ella, y así lo hizo. Se dejaba caer en el sofá
sintiendo el peso sobre su pecho, alcanzando aquel calor en sus labios enrojecidos por la presión, pero
aun así su mente le gritaba control, detener aquel sofoco en su cuerpo, y más aún cuando la mano de la
pediatra había ido a parar a una de sus piernas, moviéndose algo tímida mientras ascendía tocando ya la
tela de su vestido y en un segundo de razón su mente llevó sin prisa su mano hasta allí entrelazándolas
después.

M: Esther…-susurraba su nombre después de separarse de sus labios, escondiéndose en su cuello


mientras dejaba aquel reguero de besos- Esther…

Tuvo que tragar aquella saliva que abrasaba su voz. Estaba perdiendo el control, y ella lo sabía, pero algo
le decía que aun no, que no podía, y de nuevo su cuerpo se tensaba, cogiendo entonces el rostro de
Maca comenzando a besarla pausadamente, con calma, mirando sus ojos abrirse poco a poco.

La pediatra se pinzó el labio mientras apoyaba su frente en la de Esther, había vuelto a cerrar los ojos,
sabía que el mismo fuego podría salir de ellos en aquel momento, pero la señal de la enfermera había
llegado clara, el momento allí había terminado.

M: Es tarde, deberíamos acostarnos ya -dejó un beso en su frente y se levantó sin prisas caminando
hacia la puerta- ¿Vienes conmigo?

Sonrió tanto como pudo antes de ver cómo iba de nuevo hacia ella y le tendía la mano antes de apagar
la luz de aquel salón.

No sabía qué hora era, ni cuánto hacía que se habían acostado de aquella manera tan extraña. Maca se
había cambiado en el baño y una vez se hubo cepillado los dientes se había metido en la cama, sin tan
siquiera esperar a que ella saliera de hacer lo mismo.

Al meterse en la cama junto a ella, había recibido un suave beso en los labios y poco después, la
pediatra parecía haber caído en un profundo sueño. Desde entonces, había estado observándola en
silencio, sin apenas moverse por temor a despertarla.

Una vez sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, fue capaz de vislumbrar las facciones de la pediatra
casi a la perfección, en gran parte, gracias a que las tenía mentalmente grabadas. Sonrió al pensar en
todo lo que había pasado aquel día.

Ella, que había ido a trabajar apesadumbrada, con la idea de que Maca se estaba cansando de ella y
finalmente, había descubierto que nada más lejos de la verdad. Sin miedo, sorprendiéndola una vez
más, la pediatra se había abierto a ella con sinceridad, declarándole sus sentimientos con dos sencillas
palabras y un sinfín de intensas miradas. ¿Estaba realmente enamorada de ella? ¿Tan pronto?
Acababa de salir de una relación con Raúl, quien la había engañado como tantos otros y allí había estado
ella, sin permitir que cayera, abriéndole todo un mundo de posibilidades y emociones. Enseñándole lo
que una relación debía ser, lo que había imaginado siempre. Sin embargo, había algo que seguía
frenándola, que no la permitía dejarse llevar.

Repasó mentalmente todo lo que Maca le había dado y no logró encontrar una respuesta lógica. Se
sentía querida, especial, apreciada, respetada… Maca la hacía reír, soñar, la hacía sentirse protegida,
única… Entonces ¿cuál era el problema?

La pediatra se movió en sueños, emitiendo pequeños sonidos que la hicieron sonreír con ternura. Era la
primera vez que se tomaba el tiempo para observarla dormir y se sintió afortunada por tenerla allí, tan
vulnerable, como si confiara en que ella la mantendría a salvo, que no la haría daño.

Allí estaba de nuevo ese sentimiento de culpabilidad por no haber sido capaz de darle todo aquello que
seguramente la pediatra esperaba de ella. Recordó las palabras de Laura: “cuando estés preparada lo
sabrás”. ¿Significaba aquello que no lo estaba? ¿O quizá lo estaba pero no lo sabía?

“Es igual que con un hombre… Sólo hay que dejarse llevar, Esther.” Se regañó mentalmente. Realmente,
nunca había tenido problema para abrazarse a Maca, o para besarla o tocarla… Tomó aire, dejándolo
salir poco a poco, sin molestar a la pediatra, y alargó su mano, apartando un mechón de pelo que había
caído rebelde sobre su rostro.

Sus dedos continuaron resbalando por su rostro, acariciando su mejilla con cuidado, intentando no
interrumpir el sueño de su chica; bajando por su cuello, sonriendo al empezar a sentir unas ganas de
perderse en él, en ese calor que envolvía sus dedos, en sentir aquel pulso bajo sus labios.

Sonrió con timidez, sintiéndose traviesa al aprovechar aquella oportunidad. Retiró el nórdico del cuerpo
de la pediatra, destapándola hasta la cintura y observó cómo se abría el escote de aquella camiseta que
llevaba, enseñándole aquel lunar que había visto por primera vez aquella noche, asomándose por la
escotada camisa que había llevado puesta.

Recordó el atuendo de la pediatra mientras sus dedos resbalaban por su hombro, recorriendo las líneas
de sus brazos, bajando hasta su mano, apoyada en su cadera. Con su dedo índice, recorrió cada uno de
sus dedos, cerrando los ojos y recordando la delicadeza con la que aquellos dedos se aferraban a los
suyos en innumerables ocasiones a lo largo del día, o cómo acariciaban sus mejillas amorosamente.

Se movió con cuidado, acercándose un poco a la “bella durmiente”, como la había bautizado
mentalmente; paró en seco al ver cómo la pediatra parecía empezar a moverse. Resultó ser una falsa
alarma, así que apoyó su cabeza de nuevo en la almohada, observándola en silencio.

Su mano se posó de nuevo en la mejilla de la pediatra, acariciando su pronunciado pómulo con la punta
de sus dedos, bajando hasta su barbilla.

E: Maca… -susurró en un suspiro.

Sonrió, dejando que sus dedos tocaran aquellos labios que tantas veces había besado ya, siempre
queriendo más, sabiendo que aunque intentara negárselo a sí misma, se había vuelto adicta a aquel
sabor, a la dulzura con la que atrapaban a los suyos.

Se incorporó un poco, apoyándose en su codo y, asegurándose de que su pelo no rozaba a la pediatra,


colocándolo tras su oreja, se inclinó sobre ella, besando aquellos labios que había estado tocando
segundos antes. Sonrió contra ellos, notando cómo su cuerpo empezaba a relajarse, habiendo realizado
algo que le resultaba fácil, que le gustaba hacer: besarla.
Frotó su nariz con la de la pediatra, como hizo aquella misma noche, al salir de cenar, y dejó que su
mano volviera a resbalar por su cuello, posándose en la base, sobre su clavícula, mientras presionaba
sus labios contra los de la pediatra de nuevo.

Sin embargo, lejos de tranquilizarse, empezó a sentir cómo un temblor invadía su cuerpo, empezando
en su estómago y acabando en la punta de sus dedos, recorriendo su espalda… Se retiró unos
centímetros, tocando sus propios labios.

Cerró los ojos y tragó saliva, intentando calmar su corazón, que cabalgaba nervioso en su pecho,
retumbando en sus oídos. Cuando abrió los ojos, se encontró con los de Maca, que aún estando a
oscuras brillaban.

E: Maca…

M: ¿Qué hacías?

E: Na… nada… -titubeó, nerviosa.

M: Pues yo creo que sí.

La voz ronca de la pediatra la paralizó ¿La había descubierto? ¿La había sentido intentando resolver sus
propios miedos, sus inseguridades? ¿Habría notado aquellas caricias temblorosas repasando su
anatomía?

Antes de que pudiera plantearse una respuesta para ninguno de aquellos interrogantes, la mano de
Maca había atrapado su muñeca y tiraba de su brazo con suavidad, obligándola a estirarlo y posar su
mano sobre su pecho.

Cerró los ojos, notando aquella curva bajo su mano, aquel pezón expectante. Tragó saliva al oír de
nuevo aquella voz repleta de deseo.

M: Mírame… -lo hizo- Tócame, Esther… No tengas miedo.

A pesar de la explícita invitación de la pediatra, la mano de Esther se mantenía inmóvil, temblando aún
bajo la suya. Maca sonrió, acariciando con su pulgar la mano que cubría aún su pecho.

M: ¿Por qué tiemblas? No tienes que estar nerviosa, Esther… Vamos a ir a tu ritmo ¿Vale? –la enfermera
asintió.

Poco a poco, animada por la presión de la mano de la pediatra, Esther empezaba a acariciar aquel seno,
familiarizándose con su forma, moviéndose inquieta ante las mariposas que aún revoloteaban en su
estómago. La mano de la pediatra abandonó la suya, haciéndola parar en seco ante el temor de hacer
algo mal.

M: Shhh… Tranquila, mi niña.

Besó su frente con dulzura, posando una de sus manos en la cadera de la enfermera, mientras ésta
bajaba su mano por su costado, rodeando su pecho para volver a cubrirlo, con más contundencia,
apretándolo ligeramente.
Apretó sus piernas, intentando silenciar el deseo que se había disparado al saber que la enfermera
había estado tocándola mientras dormía. Suspiró, aún apoyada en aquella frente, y empezó a repartir
dulces besos por su rostro, intentando que Esther se tranquilizara.

Al fin llegó hasta sus labios, notando cómo la enfermera se empezaba a dejar llevar, a relajarse. Besos
cortos que fueron creciendo en duración, y pronto su lengua pedía paso, rozando el labio inferior de
Esther, quien entre abrió su boca, aceptando aquella invasión.

En apenas unos segundos, sus respiraciones empezaron a acelerarse, al igual que los movimientos de
Esther, que empezaban a tocar, ya no uno, sino ambos pechos de la pediatra, quien ahogaba gemidos
en la intensidad de sus besos. Apretaron sus cuerpos y una mano asustada de Esther se coló bajo la
camiseta de la pediatra, acariciando su espalda con delicadeza.

Sus uñas arañaron suavemente aquella piel en el mismo instante en el que una de las manos de Maca
llegó hasta su muslo, subiendo rápidamente hasta su cadera, imitándola, posando su mano por debajo
de la camiseta que le había prestado aquella noche.

E: Maca… -susurró entre besos-…quiero tocarte, Maca.

M: Pues hazlo, mi amor… Hazlo.

Los labios de la pediatra se perdieron en el cuello de Esther, olvidándose de que debía apaciguar sus
ganas de tomarla en ese mismo instante. Ralentizó sus estímulos, convirtiéndolos en suaves besos que
llegaron de nuevo a sus labios.

Incómoda, las hizo rodar a ambas para que Esther quedara sobre ella. La enfermera se incorporó sobre
un brazo, acariciando el mentón de la pediatra, sus labios, y uniendo sus bocas de nuevo, mientras las
manos de Maca se colaban por su espalda, abarcando cuánta superficie podían y, rindiéndose a aquellos
impulsos que había sentido durante su clandestina exploración, Esther ocultó su rostro en el cuello de la
pediatra, atacando sin piedad, otorgando un reguero de besos y mordiscos que arrancaron más de un
suspiro a la pediatra.

Sus manos empezaron a volar sin necesidad de ser guiadas, llegaron al extremo de aquella fina tela y la
subieron lentamente, mientras sus labios se posaban en el vientre de la pediatra, dejando que su nariz
rozara aquella cálida piel, invitándola a seguir. Subió lentamente, besándola, conociéndola, marcando
aquel cuerpo con su saliva, hasta que llegó al borde de la camiseta, encontrando una barrera.

M: ¿Quieres que me la quite?

La enfermera asintió con timidez, retirándose para que la pediatra se pudiera incorporar y quitarse la
camiseta. Lo hizo poco a poco, dejando que se acostumbrara a su anatomía, permitiendo que pudiera
estar segura de querer seguir.

Se quedaron mirando en aquella posición, con Esther sentada a horcajadas sobre ella. Sin decirse nada
más, Maca colocó su mano en la nuca de la enfermera, atrayéndola hacia ella y atrapó sus labios
despacio, dejando que sus bocas resbalaran sin prisa, chocando con pasión.

Se separaron un instante que aprovecharon para unir sus frentes, respirando nerviosas, sabiendo que si
seguían no habría vuelta atrás y que, a partir de ese momento, todo cambiaría. Maca miró a Esther a los
ojos, acariciando su mejilla con ternura, asegurándose de que Esther elegía lo correcto, conociendo las
consecuencias de su decisión.
Imitándola, cogió el rostro de la pediatra entre sus manos y la besó con dulzura, dejando caer su cuerpo
hacia delante para que se recostara y así reanudar su anterior actividad.

Notando la indecisión de Esther, quien parecía no saber muy bien cómo seguir, Maca se colocó sobre
ella con cuidado, evitando intimidarla, y empezó a besar su rostro con delicadeza, dirigiéndose después
a su cuello, perdiéndose cerca de su oído.

Los labios de Esther se posaron en su mejilla, mientras que sus manos se perdían en su melena,
enredándose en su cabello para apartarlo de su camino. Notó cómo el cuerpo de la enfermera
empezaba a moverse, ligeramente agitado, cuando su mano se posó de nuevo en su cadera, esta vez
por dentro del pantalón, bajándolo ligeramente para poder tocar su piel.

M: Sigues temblando… -susurró en su oído- Me encanta sentirte temblar debajo de mí.

E: Maca… -susurró entre gemidos.

Por aquel entonces, la mano de la pediatra acariciaba la parte baja de su espalda, aún perdida bajo su
ropa, y una de sus piernas se colocaba entre las suyas, permitiendo que sus cuerpos se unieran aún más,
contagiando el vaivén de sus caderas.

En cuestión de minutos sus cuerpos desnudos se mezclaron bajo el edredón, dejando que sus bocas y
sus manos exploraran sin pudor alguno, permitiendo dejar los tapujos y las inseguridades a un lado, para
otro momento, puesto que ahora estaban demasiado ocupadas intentando calmar sus ansias.

Se acariciaron con deseo, se miraron con ternura, susurrándose palabras que alentaban sus más bajos
instintos, permitiendo que aquella danza se prolongara durante interminables minutos de derrochada
lujuria en la que, primero Esther, y seguidamente Maca, explotaron en un derroche de líquida pasión
que las quemó a ambas, arañando sus gargantas con desgarrados gemidos.

Saciada al fin, el cuerpo de la pediatra se posó sobre el de Esther, sin dejar que todo su peso reposara
sobre ella, besando sus senos, su cuello, sus labios aún hinchados por la feroz batalla de sus bocas.
Dirigiéndose después a su mejilla, notando como algo salado se mezclaba con el sabor propio de la
enfermera. La miró temerosa, afirmando sus sospechas.

M: Cariño…. Estás llorando…

E: Lo siento… -dijo, rompiendo en sollozos- Lo siento mucho Maca… no… no quería llorar… yo…

M: ¿He hecho algo mal? ¿Te he hecho daño?

E: No… no… -negaba con la cabeza.

M: ¿Te arrepientes? Si es eso Esther yo…

Los dedos de la enfermera se posaban sobre los labios de la pediatra, haciéndola callar.

E: No, Maca…. No es nada de eso. Es sólo que… -tomó aire- Nunca… nunca pensé que pudiera ser así…
hacer el amor. Yo…

El rostro, hasta entonces preocupado de la pediatra, dejó ver una tímida sonrisa que fue creciendo al ver
que al igual que ella, Esther sonreía, a pesar de seguir llorando. Ocultó su rostro en el cuello de Esther y
dejó que ésta la abrazara, apretándola contra ella con fuerza.
Así permanecieron unos minutos, en silencio, recuperándose. Hasta que de los labios de Esther se
escapó un susurro.

E: Yo también te quiero…

La pediatra se incorporó en la cama, frotándose la cara con sus manos, apoyando sus codos en sus
rodillas flexionadas.

E: ¿Qué pasa? Maca… -se asustó.

M: No tenías que decirlo… Cuando escribí la nota no buscaba nada. Ni que me lo dijeras, ni acostarme
contigo yo… no soy así, Esther.

La enfermera sonrió, sintiéndose tremendamente aliviada al comprobar que no era la única con dudas,
con inseguridades y sobretodo, sonrió por comprobar el espíritu noble y gentil de Maca.

E: Maca… mírame anda... –tiró de su brazo para que se girara- No te lo he dicho porque me haya
acostado contigo, ni porque me sienta obligada… Lo he dicho porque estoy enamorada de ti, de cómo
eres, de cómo me tratas, de… de todo lo que me haces sentir –sonrió con timidez- Me ha costado pero
me he dado cuenta de que es imposible no quererte.

La pediatra sonrió, acercándose a Esther y dándole un beso en la mejilla.

E: Sólo necesitaba quitarme la venda de los ojos y admitirme a mí misma que era verdad, que estaba
enamorada y que era algo maravilloso. Que después de tantas decepciones ya sé lo que es el amor de
verdad…

Esta vez fue ella la que limpió las lágrimas del rostro de la pediatra, quien sonrió agradecida y se dejó
abrazar de nuevo. Tiró del edredón, cubriéndolas a ambas de nuevo, y se apoyó en el hombro de la
enfermera.

E: Vamos a dormir un poco, que mañana tenemos que levantarnos pronto.

La pediatra asintió, acercándose aún más a ella. Pasaron los siguientes minutos en silencio, intentando
que la adrenalina liberada les permitiera dormirse pronto, acompañadas por la tranquilidad de la noche;
tranquilidad rota por la voz de Esther.

E: Maca… No es el aniversario de Héctor ¿Verdad?

Sonrió al notar cómo el rostro de la pediatra reflejaba también una sonrisa antes de negar con la cabeza.

M: Duérmete, anda.

El despertador había sonado y el brazo de la pediatra había salido animado por su llamada. Se giró al
sentir un calor pegado a su espalda y sonrió al recordar cada segundo de la noche anterior. Sin esperar
mucho, ya que sabía que tenían que ir hasta la casa de la enfermera, comenzó a dejar un camino de
besos desde su rostro, pasando por su cuello hasta empezar a llegar a su pecho.

M: Esther… tenemos que ir a tu casa…-se incorporó quedando frente a su rostro mientras este aún
permanecía relajado-… cariño…-una pequeña sonrisa desde los labios de la enfermera la sorprendió-…
bueno, pues nada, yo me levanto y…-se giró para salir de aquella cama cuando notó como con un ligero
estirón volvió a caer.
E: ¿Dónde vas tú, eh? -se coloco a horcajadas sobre ella.

M: ¿Y esto? -la miró sorprendida- ¿Y esa timidez tuya?

E: ¿Timidez? No sé de qué me hablas.

El cuerpo de la enfermera fue dejándose caer de nuevo hasta el colchón quedando de lado mirando el
rostro de aquella mujer que la observaba sonriente sin tan siquiera parpadear.

M: ¿Cómo has dormido?

E: Como una niña… hacía mucho tiempo que no sentía mi cuerpo tan relajado.

M: Mmm…-se acercó a ella- Pues tendremos que dormir así más a menudo ¿no? -sonrió con picardía.

E: No estaría mal…-sonrió descubierta- He dormido genial.

M: …-besó sus labios y se incorporó con rapidez hasta el cuarto de baño- Tenemos que irnos o
llegaremos tarde ¿Te duchas aquí o en tu casa?

E: Mejor todo allí, dúchate mientras yo arreglo un poco esto y me visto venga.

Media hora más tarde entraban en el apartamento de la enfermera entre besos y sonrisas que parecían
no querer abandonarlas. Mientras Esther se duchaba Maca fue a la cocina a preparar café aunque
tuvieran que beberlo prácticamente de un trago.

Minutos después fue hasta el dormitorio de su chica y comprobó cómo ésta elegía la ropa del armario,
permanecía en silencio no dejando descubrir su presencia, se cruzó de brazos apoyándose en el marco
de la puerta cuando la enfermera dejó caer la toalla dejando su cuerpo descubierto mientras
comenzaba a colocarse la ropa interior recibiendo un silbido que la hizo girarse sorprendida.

E: Maca…-le riñó con cariño.

M: Si es que eso merece más bien un aullido cariño.

E: Tonta -comenzó a colocarse el sujetador mientras se giraba- ¿Te vas a quedar ahí como un
pasmarote?

M: Me voy a quedar aquí admirando la belleza que tengo como novia.

E: Maca, por favor -se giró de nuevo para coger los pantalones, mientras se los colocaba escuchó los
pasos de la pediatra hacia ella.

Y tal como había escuchado, sentía el cuerpo de Maca pegarse a su espalda, rodearla con sus brazos
mientras besaba su espalda despacio, dejando el calor de cada uno de ellos en su piel, erizándola a su
paso.

E: Llegaremos tarde.

M: ¿No te ha incomodado que te mirase verdad? -preguntó casi en un susurro.

E: No, es sólo que no estoy acostumbrada a que alguien me mire como lo haces tú.

M: Bueno…-susurró de nuevo acomodando la barbilla en su hombro aun desnudo- pero eso es porque
nadie antes te ha querido como lo hago yo…
Despacio se giró sintiendo como aquel calor desaparecía y no teniendo nada que ver con eso un
escalofrió recorría su cuerpo al ver de nuevo aquellos ojos posados en su rostro.

E: Me puedo acostumbrar fácilmente a esto ¿lo sabes?

M: Harías bien -enlazó sus dedos con los de la enfermera- Es más, pienso hacer todo lo posible para
conseguirlo.-se inclinó sin prisa atrapando sus labios pausadamente volviéndose a separar después-
Démonos prisa o Vilches nos soltará a los perros.

Vilches escuchaba las quejas de sus médicos sobre los largos turnos que se veían obligados a trabajar sin
que se les pague más, se frotaba la frente mientras Laura exponía los problemas que les afectaban. En
ese momento se abrió la puerta y Maca entró como una exhalación, poniéndose la bata, mientras Esther
entraba justo después, firmándole unos papeles a una enfermera.

V: Hombre, mirad quién ha venido… ¿Se os han pegado las sábanas?

M: Al contrario… -sonreía divertida.

V: Y encima se permiten el lujo de bromear… Pero bueno, ¿dónde están mis modales? Cruz, prepárales
un café aquí a las señoras marquesas.

M: Prefiero que me lo prepares tú, no veas el morbo que me da que un hombre me prepare café.

Lejos de molestar a Vilches, la respuesta descarada de la pediatra parecía haberle hecho gracia. Había
levantado ambas cejas, sosteniéndole la mirada hasta que se dio por vencido y miró al resto de sus
compañeros.

V: Bien ¿Alguna queja más? –Nadie dijo nada- Yo soy el primero que me quejo de las condiciones en las
que trabajamos… Pero es lo que hay. Dirección no va a contratar a más personal y desde luego no nos
van a subir los salarios. Si alguien cree que va a tener unas condiciones mejores empezando de cero en
cualquier otro hospital ahí tiene la puerta.

H: Che, Vilches, no seas así… Quisá se pueda protestar o podemos convocar una huelga.

V: Mira, argentino… Si consigues poner de acuerdo a todos los jefes de servicio de este hospital te cedo
mi puesto…

Héctor se recostó sobre su silla, abatido al saber que tenía razón.

V: Bien, a otra cosa… -empezó a mirar entre sus carpetas- Wilson, ¿vas a ir al final al congreso de la
SEIP*? Necesitan que confirme tu asistencia… Y si no vas a ir, no sé por qué no me lo has dicho hace
tiempo para que pueda avisar a alguien –la miró molesto- Si el caso es ponerme las cosas difíciles…

Esther miró a Maca con el ceño fruncido. ¿De qué congreso hablaba Vilches? Sin embargo, la pediatra
esquivó su mirada, dirigiéndose al jefe de urgencias.

M: Antes de que acabe mi turno te digo algo.

V: Más te vale –se levantó y cerró sus carpetas- Os podéis ir.

Los médicos empezaron a levantarse, murmurando entre ellos un tanto molestos por las conclusiones
que habían sacado de la reunión, viéndose atrapados en un círculo vicioso que les impedía mejorar sus
condiciones de trabajo. Esther esperó en la puerta a que Maca saliera para apoyar su mano en la
espalda de la pediatra, caminando con ella hacia rotonda.

E: Maca ¿Cómo es que no me has dicho nada de ese congreso? –preguntó extrañada.

M: Pues… Es un poco largo de explicar. ¿Nos tomamos un café y te lo cuento?

La enfermera estaba a punto de contestarle cuando Vilches apareció por detrás, dejando caer unos
informes sobre el mostrador de rotonda.

V: Ah no, ni hablar. Encima de que habéis llegado tarde no querréis poneros a vaguear… Al tajo.

* Sociedad Española de Infectología Pediátrica

En otra de las mesas de la cafetería dos mujeres se acababan de sentar portando lo que habían ido a
buscar, la mesa se llenaba con dos vasos, un brick de zumo, un plato con galletas y otro con un par de
magdalenas. Cruz comenzó a servir en ambos vasos mientras Laura ya había posado la vista en un lugar
distinto al de ellas.

L: ¿Las has visto hoy?

C: ¿A quién? -terminó de servir y miró a la residente.

L: A las amantes de Teruel…-les hizo una señal para que mirase a su izquierda.

C: Déjalas Laura…

L: Si no las cojo… -respondió sonriendo- Es sólo que las veo raras, antes hablando con Maca se cruzó
Esther y fue como si… como si…

C: Están bien Laura, es normal que anden por ahí cariñosas, ¿Acaso no recuerdas cuando tu y Javier…?

L: No es lo mismo. Estas tienen cara de otra cosa.

La cirujana se giró con disimulo mirándolas por encima de su hombro. Repasó sus movimientos durante
unos segundos viendo como la mano de Esther se posaba sobre la pierna de la pediatra sin ningún
pudor, se mandaban miradas tal y como decía Laura, distintas.

C: ¿Tú crees que…?

L: Me da que sí -se cruzó de brazos dejándolos sobre la mesa mientras se inclinaba para hablar bajando
la voz- Estas tiene cara de haber estado ahí… pim pam

C: ¡Laura!

L: Cruz… míralas, no tienen tensión, están como muy sueltas.

C: Están sueltas Laura, pero no tengo a ninguna como una remilgada que me haga pensar que eso es
raro.

L: Ya, ya pero fíjate en Esther… No me digas que en ella no se nota, tiene hasta los hombros más
relajados, y tiene las manos más largas que de costumbre, le ha tocado la pierna ya cuatro veces.

C: ¿Lo estás contando? -pregunto sorprendida.


L: Oye, que si yo estoy aquí de investigación me lo curro eh…-volvió a mirar a las chicas- Me pienso
enterar, en cuanto pille a Esther por banda la abordo, y tú le preguntas a Maca.

C: Claro… Oye Maca ¿te has acostado con Esther por casualidad? Es que Laura y yo os hemos estado
observando…-habló con ironía- Laura joder, que soy médico no reportera del tomate.

L: ¿Pero es tu amiga, no? Las amigas se cuentan cosas, y estas se ha acostado que lo sé yo. Lo noto…

C: En el ambiente…-recibió una mirada de enfado.

L: Venga Cruz, además, seguro que le viene bien contárselo a alguien, hazme caso…-le dio repetidos
golpes en la mano haciéndola sonreír.

C: No prometo nada Laura, pero lo intentaré.

L: De acuerdo, yo tengo que ir ahora a por unas pruebas, en cuanto pueda voy a por Esther y tú a por
maca, cuando tengas algo me buscas.

Se levantó tras terminar de hablar dejando a Cruz bebiendo de su taza, con disimulo observó de nuevo a
sus compañeras.

C: Que me tenga que meter yo en estos berenjenales… tiene tela.

Después de todo su entusiasmo por querer hablar con su compañera de piso, había tenido que entrar en
quirófano con Héctor, cosa que la mantuvo entretenida más tiempo del que le hubiera gustado. Tras
terminar se colocó de nuevo su bata y caminaba junto a la camilla que un celador llevaba ya hacia una
de las habitaciones de planta. Casi llegando al ascensor vio como Esther tomaba aquel mismo pasillo
pero en dirección contraria.

L: Lucas, sube tú, tengo que ir a mirar unas cosas.

Dejando el fonendo rodear su cuello de nuevo caminó deprisa sin llegar a llamar la atención intentando
alcanzar a su compañera, lo cual no tardo más que unos segundos.

L: Hey… Esther.

E: Hola Laura, tengo un poquito de prisa tengo que ir a farmacia.

L: Te acompaño pues -la enfermera sonrió un segundo acomodándose al paso de la residente- ¿Qué tal
anoche?

E: Bien, bien…

L: ¿Solo bien, bien? -la miró ladeando su rostro.

E: ¿Qué quieres que te diga?

L: No sé, dónde fuisteis, si pasó algo emocionante…

Sin decir una palabra sonrió de nuevo girando hacia el pasillo que las llevaría hasta farmacia. Laura
guardó silencio unos segundos viendo como su compañera entraba e iba directa a uno de los cajones
mientras parecía buscar algo.
L: ¿No me vas a contar nada?

E: Es que no sé por qué tengo que hacerlo, sólo porque tú seas una cotilla.

L: Va Esther -se colocó a su lado- Además, lo veo en tu cara -la enfermera se incorporaba mirándola
fijamente- Se te nota en la mirada, que vives enamorada…-canto casi susurrando haciendo que su amiga
bajase la mirada tímida.

E: Ni en mis mejores sueños lo hubiera imaginado así.

L: ¿Eso quiere decir que…?

E: Que la quiero Laura, que no me da miedo admitirlo y…

L: Me alegro mucho por ti -acarició su hombro no queriendo atosigarla.

E: Fue tan especial… como si ella hubiera podido borrar todo ¿Sabes? Las ideas, la imagen que yo tenía
de algo así, lo convirtió en un sentimiento tan distinto…-sonrió abrumada por sus palabras- Me lo hizo
ver como algo precioso, algo que sé sólo podría conseguir con ella.

L: Nunca te había oído hablar así de alguien.

E: Es que no hay nadie más como ella, nadie más me hace ver la vida como la veo a su lado, me da paz,
mucha paz… valentía Laura, me hace creer que no hay nada imposible, y que todo es fácil cuando ella…-
suspiró comenzando a emocionarse- Me he enamorado tan fácilmente de ella que… no sé, esta mañana
me dio hasta miedo.

L: Pues no tienes por qué tenerlo Esther, es algo bonito, como dices tú… precioso, y tienes que alegrarte
por ti, porque te lo mereces, y no conozco a nadie que se lo merezca más que tú.

E: Gracias.

L: Oye y…-se inclinó despacio- ¿Qué tal se porta la Wilson?

E: A ti te lo voy a decir -cerró el cajón donde había estado buscando y salió sonriendo.

Cruz se acercó a rotonda para dejar unos informes. Iba a pasar de largo cuando vio que Maca estaba
sentada frente al ordenador. Pensó en la insistencia de Laura sobre averiguar si había ocurrido algo la
noche anterior y, a pesar de que prefería esperar a que su amiga fuese a ella, era consciente de que
seguramente no lo hiciera nunca.

Así que tomó aire y se acercó al ordenador, apoyándose justo al lado de la pediatra, quien la miró y
sonrió, devolviendo su vista a la pantalla del ordenador.

C: ¿Qué tal la mañana?

M: Bien, pocos críos han entrado hoy, se ve que nadie quiere ponerse enfermo con las vacaciones a la
vuelta de la esquina –bromeaba.

C: Es normal –sonrió- Oye ¿Al final vas a ir a lo de la SEIP?

M: Pues… todo apunta a que sí.

Soltó el ratón del ordenador y cruzó sus manos sobre su regazo, meciendo la silla de un lado a otro.
C: Vaya, así que te vas los tres días a Tenerife… Chica, quien los pillara. ¿Y Esther qué dice de que te
vayas?

M: Nada, se lo ha tomado bien –se encogió de hombros- Bueno, de hecho ha sido ella la que me ha
dicho que fuera. Yo no tengo muchas ganas, no te creas –hizo una mueca- pero supongo que tiene razón
y que no le puedo cargar el marrón a otro.

La cirujana sonrió, reconociendo que a pesar de lo reticente que había sido al principio sobre la relación
de la pediatra y la enfermera, ahora veía que había sido una buena decisión.

C: Una razón de peso –sonrió- Me alegra veros tan bien… Porque se os ve muy bien.

M: Es que lo estamos –contestaba con una amplia sonrisa.

Se miraron durante unos segundos sin decir nada más. La pediatra apretó los labios, aún meciendo la
silla, y Cruz sonreía sin moverse un ápice.

M: Eh… ¿Querías algo…?

C: Eh no, no… Sólo charlar un ratillo a ver qué tal te iba todo –colocó su mano en la rodilla de la
pediatra- Pero ya veo que muy bien así que yo… me voy a currar un poquito. Chao.

La cirujana se marchó en dirección a cortinas, pasándose una mano por el pelo mientras resoplaba. Se
cruzó con Aimé, quien la miró divertido y la detuvo a medio camino.

A: ¿Y esa cara de agobio? ¿Algún paciente problemático?

C: No, no… ¡Ojalá! –Añadió agobiada- Cosas… cosas de chicas…

A: Ah bueno –levantó ambas manos- Ahí no me meto. Suerte.

Dicho esto el médico se marchó, dejando de nuevo a Cruz a solas, quien se giró para mirar a la pediatra
de nuevo, antes de que su mente volviera a pensar en Laura y en su reacción al saber que no había sido
capaz de sonsacarle nada a su amiga.

C: Gracias… La voy a necesitar –murmuró.

Se encontraron al doblar la esquina en un pasillo, hubieran chocado de no ser porque Laura había
reaccionado a tiempo y había extendido sus brazos, deteniendo en seco a Cruz.

L: Uy, casi –rió.

C: Pues sí, buenos reflejos.

L: Gracias. Oye, menos mal, te estaba buscando. ¿Has hablado con Maca?

C: Eh, sí, sí… Hemos hablado –se cruzó de brazos.

Ambas se miraron durante unos segundos, sin decir nada. Expectante, la residente abrió los brazos
expectante.

L: ¿Y bien?

C: Pues… -hizo una mueca- Lo siento, no le he podido sacar nada.


L: ¿Nada de Nada? –La cirujana negó con la cabeza- Joder… -suspiró- Bueno, es igual. Yo sí he hablado
con Esther, y digo hablado... hablado –dijo con entusiasmo- Y me ha dicho que…

C: Laura, Laura… -alzó ambas manos- Frena el carro. No sé si quiero saberlo…

L: Cruz… Es el cotilleo del mes. ¡Qué digo del mes! ¡Del año!

C: Ya sí, todo lo que tú quieras… -la cogió del brazo, llevándola a un rincón- Pero es que no me parece
bien estar hablando de nuestras amigas a sus espaldas… No sé –se encogió de hombros- Es su vida ¿No?

L: Bueno, vale… -dijo decepcionada.

Tras unos instantes en silencio, en los que ambas habían pensado que el suelo parecía mucho más
interesante, Cruz alzó la cabeza.

C: Aunque bueno, sólo un poquito ¿No? Y luego ya pues… lo que venga… las dejamos a lo suyo.

Laura sonrió contenta y se dispuso a relatar lo que la enfermera le había preguntado. La cirujana sonreía
complacida al saber que por fin se habían atrevido a dar el siguiente paso. Escuchaba con interés los
detalles que la residente le narraba, acentuados con su opinión personal sobre el tema. Tan enfrascadas
estaban en la conversación que no vieron llegar a Maca, quien había salido de la UCI y se había acercado
a ellas.

M: ¿De qué habláis con tanto secretismo? –preguntó sonriendo.

L: ¡Maca! ¡Anda! No te había visto… -dijo sorprendida- ¿De dónde sales?

M: De la UCI, de ver a un paciente –se cruzó de brazos- Venga va ¿De qué hablabais? ¿Algún cotilleo?

C: No, no, nada… -se rascó la cabeza- Una cosa de un paciente…

L: Sí… eso, nada interesante, ya sabes.

M: Ya…

Vilches se unió también al grupo, colocando los brazos en jarras y observando a las tres doctoras.

V: Vaya, y luego me vendréis con el cuento de que trabajáis muchas horas, cobráis poco y queréis
montar huelgas…

Cruz le miró sin inmutarse, sonriendo de medio lado y con los brazos aún cruzados.

C: Tú, eres un aguafiestas… Y un gruñón.

V: Y vosotras unas cotillas… A saber a quién estabais poniendo verde.

C: Anda, vente conmigo –le cogió del brazo- que tenemos que hablar de unas cosillas.

Una vez se marcharon, Laura se colocó frente a la pediatra, sonriendo con gesto inocente. Maca la miró,
devolviéndole la sonrisa, sin entender la actitud de la residente.

M: ¿Qué?

L: Nada, nada… -sonrió- Yo también me voy a…

M: Vale…
Dicho esto la residente se marchó por el pasillo, agarrándose del brazo de uno de los doctores con los
que se cruzó, charlando animadamente con él. Mientras la pediatra proseguía su camino.

La enfermera jefa miraba en los cajones de la farmacia, apuntando en una hoja lo que necesitaba incluir
en el pedido de aquella semana. Se encontraba de espaldas a la puerta, por lo que no vio cómo alguien
entraba y se colocaba tras ella. Sin embargo sí que notó una barbilla apoyándose en su hombro con
pesadez, y unos brazos que rodeaban su cintura.

M: Cariño, hola -decía con pocas ganas.

E: ¿Y ese tono? –preguntaba sonriente mientras seguía escribiendo.

M: Nada… Que es un asco de día.

Se apretó más contra el cuerpo de la enfermera, dándole una serie de cortos besos en el cuello,
provocando que Esther se encogiera divertida.

E: Maca, compórtate.

M: No puedo. Te echaba de menos… -besó su mejilla antes de susurrarle- Me vuelves loca.

La enfermera se zafó de sus manos y se giró para que quedaran cara a cara, momento en el que acarició
la mejilla de la pediatra con una sonrisa.

E: ¿Qué te pasa que estás tan mimosa?

M: Pues… -enredó su dedo índice en la camiseta de la enfermera- Que no me apetece nada irme al
congreso.

E: Maca… Otra vez… -suspiró resignada- Ya hemos hablado de esto –se giró para seguir con el pedido- Si
hubieras dado una respuesta antes ahora no estarías así. Ahora te aguantas.

La pediatra no dijo nada. Se quedó de pie detrás de ella, jugando con su fonendo con una mano,
apoyándose con la otra en uno de los carros de medicamentos. Al no recibir respuesta, Esther se giró,
encontrándose a Maca cabizbaja.

E: Maca, no te estoy riñendo ¿Vale? –La miró preocupada- Cariño… eh…

Ladeó la cabeza y fue entonces cuando descubrió que la pediatra sonreía, lo cual la hizo perder interés
por su estado, girándose de nuevo.

E: Eres una coplera de mucho cuidado.

M: Va no te enfades –intentaba abrazarla de nuevo.

E: No, ahora no quiero saber nada de ti.

M: ¿Seguro?

La voz de la pediatra en su oído la hizo estremecer, recordando decenas de imágenes de la noche


anterior en las que su chica había hecho lo mismo: usar su voz para romper sus defensas. Se mordió el
labio y, con toda la fuerza de voluntad del mundo, despegó las manos de la pediatra de sus caderas.

E: Va, Maca… que nos van a ver.


M: Que nos vean, ya no es un secreto.

E: Ya, pero no les demos razones para cuchichear ¿Vale? –Se giraba para mirarla- Anda ves, que si no...
No acabo esto nunca.

M: Vale… Luego no me vengas pidiendo atenciones, ni cariñitos ¿Eh? –la amenazaba en plan de broma-
Luego seré yo quien no quiera nada contigo.

E: ¡Ves anda!

En rotonda el movimiento se había detenido casi por arte de magia, había pasado la hora de comer con
una tranquilidad que casi hacía temblar a los miembros sanitarios de aquel hospital temiendo que en
cualquier momento se convirtiera en un ir y venir de accidentados y médicos con prisa por organizar a
sus pacientes. Sin pensar en nada de aquello se encontraba la pediatra, leyendo información sobre el
congreso al que ya había accedido tras la insistencia de Esther por que actuase en consecuencia.

E: ¿Qué hace mi pediatra favorita? -llegó tras ella acariciando su barbilla.

M: Pues leyendo este tocho gracias a ti -contestó haciendo sonreír a Esther- pero vamos, que si llegas tú
lo dejo, claro está.

Se giró en la silla sonriendo mientras colocaba la mano en la espalda de Esther que se sentaba en sus
piernas con una carpeta entre sus brazos.

E: Que tranquilo esta todo ¿Verdad?

M: Ya ves… incluso podríamos perdernos por ahí y nadie se daría cuenta -elevó repetidas veces su ceja
causando la risa de la enfermera- Pues no sé de qué te ríes lo digo completamente en serio.

E: Pues porque me encanta como eres, y es felicidad cariño -se inclinó rápidamente dejando un beso en
sus labios.

M: Y no serías más feliz si -se acercaba lentamente hasta su oído susurrándole después.

E: ¡Maca! -golpeaba su hombro- Yo tengo que seguir trabajando ¿Lo sabes? Y no puedo hacerlo si me
dices esas cosas.

Sin que la pediatra se lo esperase llegó hasta ella dando un pequeño mordisco a sus labios, dejándola
con ganas de más mientras se miraban ya en la distancia sin poder borrar la sonrisa.

Aprovechando la calma fue directa a su despacho, suspirando al ver como la pila de historiales se habían
ido acumulando por sus diversas escapadas a urgencias en busca de atención amorosa. Se sentó
dejándose caer y recostándose unos segundos miro todo aquel trabajo atrasado arrugando su frente.

M: Eres grande… pero no podrás conmigo.

Y así se puso manos a la obra, tanto que no vio como los minutos pasaban, llegando a estar así durante
un par de horas donde su vista no había ido a otro sitio que no fueran, una tras otra, todas las carpetas
que ya en otro extremo de la mesa habían caído ante su cabezonería.

E: ¿Se puede?
M: Hola -elevó el rostro con una sonrisa al escucharla- Pasa y cierra la puerta anda -cerró la carpeta y se
acomodó en su asiento- Que necesito que me relajes cariño.

Sin soltar la taza con café con la que había decidido visitar a la pediatra rodeaba la mesa llegando a ella,
sintiendo las manos en su cintura que a la vez la hacían sentarse nuevamente en su regazo. Dejó aquel
brebaje humeante sobre la mesa y se quedó observando cómo Maca colocaba los labios de forma
graciosa esperando un beso.

M: ¿Me vas a tener así mucho tiempo?

E: No sé, estaba viendo cuando aguantabas jajajaja -le colocó bien un mechón de pelo mientras la
miraba.

M: ¿Pero me lo piensas dar o qué? -preguntaba más seria- Porque ya me estoy mosqueando.

E: Claro que sí, tontita -le hizo recibir su beso y de nuevo se giraba viendo todo aquel trabajo sobre la
mesa- ¿Cómo vas?

M: Ya casi he terminado, ahora le bajaré todo esto a Teresa y me echará a los tigres.

E: Pues no te lo voy a discutir cariño, porque… tela ¿eh?

M: Ah, yo no tengo la culpa que una enfermera me entretenga por urgencias siempre que bajo.

E: Claro…-sonrió mirándola- ¿Qué vamos a hacer esta tarde?

M: Pues vamos a ir a hacer la compra para que no pases hambre en mi ausencia.

E: ¿Cómo?

M: Pues porque yo voy a ir a ese congreso siempre y cuando tú te quedes en mi casa esos días, y no hay
casi comida ya, así que… hay que hacer la compra para que mi niña no pase hambre.

E: Pero Maca…

M: Ni pero Maca ni nada, tú me ordenas a mí, yo te ordeno a ti… y quiero que estés en casa estos días

E: No puedo negarme ¿no?

M: No, y ahora…-la acercaba mas a ella- ¿Cómo hacemos para que me relajes uhm?

E: Jajajaja

El turno había acabado y Maca esperaba junto a Teresa a la enfermera que había tenido que volver
hasta el vestuario a recoger su chaqueta olvidada en la taquilla.

T: ¿Dónde vais ahora?

M: ¿Por qué? ¿Te apuntas al plan? -sonrió mientras permanecía apoyada de lado.

T: ¡Hija siempre igual! Te gusta hacérmelo pasar mal ¿eh? -se quejaba sonrojada.

M: Es que me lo pones muy fácil Teresa, y así cualquiera se resiste, que una no es de piedra mujer.
T: Lo que eres es una puñetera.

E: ¡Pero bueno! ¿Qué pasa que atacas a mi chica? -sonreía al imaginarse el motivo y recibía un beso en
la mejilla por parte de la pediatra.

T: Eso, tu dale la razón, que luego soy yo la que sufre sus chistes.

M: No sé de qué habla cariño, de verdad que yo estaba aquí tranquilita esperándote.

De nuevo el rostro de la pediatra hacia a las dos mujeres sonreír al conocer aquel lado infantil que
últimamente utilizaba en ocasiones como esa. Un resoplido de Teresa hizo por acabada aquella escena
mientras las tres salían rumbo al muelle.

E: Hasta mañana, Teresa.

T: Hasta luego hija… y cuidado con aquella que es peligrosa.

E: Que va, si en el fondo es un angelito.

M: Claro que sí.

Girándose ambas daban ya la espalda a la mujer que pudo ver como el rostro de la pediatra se volvía
para mirarla y echarle un beso.

E: Te encanta revolucionarla, Maca.

M: No, eso me gusta hacerlo contigo, a ella me gusta darle de su propia medicina.

E: jajajaja.

En la moto llegaron al piso de Maca y descansaron en el sofá antes de hacer aquello que había dicho la
pediatra. Casi sobre ella Esther acariciaba su abdomen con tranquilidad mientras ambas miraban el
televisor. Pero en un segundo la comodidad de la pediatra pasó a ser nerviosismo al ver como aquella
mano comenzaba a ascender hacia su pecho.

M: ¿Todo bien? -bajó la vista hasta su rostro sonriendo.

E: Sí, muy bien…

M: ¿Y…? -llevó sus ojos hasta aquel bulto bajo su camiseta.

E: No sé… sube sola -mordió su labio mirándola.

M: ¿Qué pasa? ¿Ahora sí quieres no? -se separó, acomodando su rostro en la palma de la mano.

E: ¿Y cuando no he querido yo si puede saberse?

M: Ah… pues bien que me has parado los pies esta tarde ¿O ya no lo recuerdas?

E: Es que eso es otra cosa Maca, estábamos en el hospital -despacio fue colocándose a horcajadas sobre
ella- Aquí es otra cosa.

M: Ya…-apretó sus labios mirando como se lo hacía pasar difícil- Pues ahora cariño tenemos que ir a
comprar -se levantó cogiéndola en brazos y dejándola nuevamente en el suelo.

E: ¿Ah, sí? -colocó sus brazos en jarra- Pues luego no voy a querer yo.
M: Eso habrá que verlo.

Había pasado por su lado, susurrando de la manera en que sabía, la hacía estremecer, se giró para verla
desaparecer por el pasillo y negó con la cabeza mientras iba a por su bolso colgado en la puerta.

Entraron cogidas de la mano en el centro comercial, la gente se arremolinaba en aquel gran pasillo
donde numerosas tiendas ocupaban un extremo. Pasaron por un local donde vendían diferentes
animales haciendo que la enfermera como una niña frente al cristal, se detuviera tirando con ella de la
pediatra, que sonreía al verla de esa forma.

Una vez dentro de la zona de comestibles, la pediatra empujaba el carro mientras Esther, delante de
ella, iba cogiendo lo imprescindible para llenar la despensa de la casa que la acogería durante los días de
ausencia de Maca.

E: Bueno, y ahora a por mi comida.

M: ¿Cómo que a por tu comida? -se detenía frente a ella- ¿Y todo esto para quién es?

E: Esto es para llenar tu cocina…-sonreía- Ahora voy a por un par de pizzas, y algún sobre de pasta que
sólo tenga que hervir.

M: Esther cariño… ¿Por qué no haces por comer bien? Todo eso es malísimo.

E: Pero es que sabes que a mí no me sale cocinar, y además, estando en tu casa no, que seguro que lo
dejo todo perdido y luego te enfadas.

M: ¿Cómo que yo me enfado? -fue hasta ella rodeándola por la cintura- Prefiero que comas como Dios
manda y pringues la cocina a que estés comiendo a base de pizzas y hamburguesas.

E: Está bien…-contesto con desgana- cocinaré.

M: Así me gusta…-dejó un beso en su mejilla- Y… ¿Dónde está la nata?

E: ¿Qué nata? -sonrió mirándola.

M: Pues la de toda la vida, la nata montada.

Sin cambiar su gesto se giró caminando con el carro por delante de ella hasta llegar a la zona frigorífica,
varias marcas se posaban ante ella, pero decidida cogió uno de ellos.

M: Este que lleva más.

E: ¿Y se puede saber para qué tanta nata? -se puso tras ella hablando por encima de su hombro.

M: Porque voy a hacer un pastel…-se giró dejando el bote dentro del carro- Un pastel contigo.

Lo había dicho de manera sugerente antes de marcharse, dejando a la enfermera allí parada, sin poder
reaccionar mientras su mente asimilaba las palabras que había recibido.

M: ¡Vamos!

E: Sí, sí…
Tras conseguir que Maca la permitiera un par de “caprichos”, dieron por finalizada la tarde de compras y
se dispusieron a hacer cola en una de las cajas. La pediatra empujaba el carro con pocas ganas, ya que
Esther le había hecho dar veinte mil vueltas por el supermercado.

E: Mira, quédate aquí, voy a ver si hay menos gente en las otras colas.

M: Esther, no me dejes sola.

E: Que vengo ahora.

M: ¿Pero qué más dará si están todas igual?

Sin embargo la enfermera se marchó igualmente, echando un vistazo a cada una de las colas, desde la
última hasta la primera. Por desgracia, todas estaban más o menos igual, y la única que estaba más
despejada era la de diez artículos máximo, así que decidió regresar junto a la pediatra, quien ya había
avanzado.

E: Anda ¿Por qué no me habías dicho que se había movido tanto esto?

M: Pues porque estaba a veinte metros y eso de ponerme a gritar pues como que no -dijo con
resignación.

E: Bueno, ya sólo nos quedan tres –dijo contenta.

La pediatra apoyó ambos brazos en el carrito, esperando con paciencia, mientras Esther echaba un
último vistazo al carro para asegurarse de que lo tenían todo.

Se giraron al escuchar revuelo tras ellas, y vieron como una mujer mayor, que llevaba un paquete de
arroz de la mano, pedía uno a uno que la dejara pasar.

-Sólo llevo esto ¿Le importa que pase? –repetía.

Por fin llegó hasta Maca y Esther y les repitió la misma pregunta.

E: Sí, claro.

M: No.

E: Maca, -la miró molesta- sólo lleva eso.

M: ¿Y a mí qué? Ya ha avanzado bastante, ha llegado hasta aquí ¿No? Pues eso…

E: No seas así, pase usted señora.

M: Que no pasa -insistía- Esther que no llevo yo aquí media hora para nada, que haga cola como todo el
mundo.

La enfermera suspiró, frustrada por su actuación. Se acercó a ella para poder susurrarle.

E: Venga, Maca, es una señora mayor… No seas así. ¿Acaso tú no haces excepciones con los pacientes en
el hospital?

M: No es lo mismo. Esta mujer no está enferma de gravedad, tiene mucho morro, que aunque grave no
es mortal.
E: Por favor ¿Sí?

La pediatra suspiró, accediendo a que Esther le permitiera pasar delante a la mujer. Agradecida, Esther
le dio un suave beso en los labios antes de dirigirse a la mujer.

E: Pase delante.

-Uy no, es igual… Deje, deje…

E: Tía petarda… -susurró indignada.

La pediatra sonrió y se inclinó sobre ella.

M: Esta lo que quiere es mirar, que lo sé yo… -miró a la mujer, que giraba la cara- Eso o dar por culo.

E: ¡Maca! –la riñó, riendo.

Mientras metían las bolsas en el maletero del coche de la pediatra Esther seguía pensando en las
palabras que la habían hecho no poder parar de imaginar la escena que Maca había dibujado solo con su
voz.

M: ¿Te pasa algo? Estás muy calladita.

E: No, no… estoy bien.

M: ¿Seguro? -colocó la mano en su mentón haciendo que la mirase.

E: Si, es sólo que…-sonrió sin poderlo evitar- Que me has dejado un poco… no sé.

M: ¿Qué he dicho?

E: Lo… lo del… con la nata…

M: Jajajajaja

E: ¡No te rías! -golpeó su hombro.

M: A ti lo que te pasa es que no ves el momento de llegar pillina -fue con rapidez hasta su cuello dando
un leve mordisco- ¿Conduzco yo? Seguro llegamos antes.

E: Jajajaja

Habían llegado entre risas y juegos, la pediatra fue la primera en darse una ducha antes de cenar
mientras la enfermera sintiéndose aun cortada por andar por allí “como Pedro por su casa” permanecía
sentada en el sofá mirando al televisor, escuchando después como los pasos de Maca llegaban hasta
ella.

M: ¿No te aburres cariño? -la enfermera encogió los hombros como respuesta- Puedes hacer otras cosas
además de ver la tele ¿Eh?

E: Ya Maca, pero me da cosa ir andando por ahí no sé.

M: Tú estás tonta -se sentó a su lado- Que te quede claro que esta casa es como si fuera tuya, puedes
hacer y deshacer lo que quieras ¿Vale?
E: Ya pero Maca…

M: No Esther, no quiero volver a escuchar que te quedas quieta en un sitio por algo así.

E: Vaaaaaale…

M: A menos claro… -comenzó a acercarse hasta ella- que ese sitio a mí me interese.

E: ¿Cómo cuál?

M: Pues… -mientras se acercaba a ella vio el rostro de Esther ir en la misma dirección pero justo frente a
ella se levantó mirándola en todo momento.

E: Luego me dices, voy a ducharme.

M: Pero serás…

E: Voy a por algo de ropa ¿Vale? Para después digo -intentaba no sonreír mientras la miraba.

M: Ya te pillaré, ya.

Mientras la enfermera era ahora quien ocupaba el baño, fue a la cocina para comenzar a preparar lo
que sería la cena de aquella noche. Prefirió algo ligerito así que preparó una buena ensalada para las dos
y algo de pan tostado para poder acompañar con un poco de fiambre. Colocó todo en el salón,
sirviéndose después un poco de vino para esperar a que Esther saliera. Minutos después giraba su rostro
al escuchar como entraba en el salón.

E: Hay que ver como engancha esa ducha… parece que no te deje salir.

M: La tengo enseñada, sí -la miró con descaró- ¿No había un pantalón más corto?

E: Es que con la temperatura que tienes puesta en la casa da gustito estar así -sonrió mientras se
acomodaba a su lado.

M: No sé si te dejaré cenar, que lo sepas.

E: ¿Me está amenazando doctora Wilson? -sonrió sentada sobre sus piernas de lado- Porque he de decir
que no me intima en absoluto.

M: ¿No? -pellizcó su labio levemente haciendo que los ojos de Esther fueran hacia ellos- ¿Ni un poquito?
-Esther negaba, aún sonriente.

E: Antes no le digo yo que no… pero después de… le he perdido un poco de respeto.

M: No sabes lo que me pone eso -fue hasta sus labios deteniéndose a escasos centímetros- Vamos a
cenar anda.

Como hiciera ella la vez anterior se separó sin continuar aquel juego de descaro que se llevaban aquella
noche. Así que entre una conversación alegre y la cena sobre la mesa, pasaron casi una hora; recogiendo
después todo y acomodándose de nuevo con lo que aun quedaba en sus copas.

Maca permanecía completamente apoyada en el sofá mirando de lado a Esther que, apoyada en el
apoyabrazos, había estirado las piernas colocándolas sobre la pediatra que acariciaba su piel casi
perdida a lo que esta decía.
E: ¿Me estás escuchando, Maca?

M: Eh… sí, sí… que no tenía que tratarla así, sí -hablaba con contundencia intentando que no se notase.

E: Pues parece que estás en cualquier sitio menos aquí.

M: Cariño ¿Y si en vez de hablar tanto te relajas un poquito? -se fue acomodando sobre ella haciendo
que en el rostro de Esther cambiara aquel gesto por una sonrisa- ¿Qué me dices?

E: ¿Y cómo tienes pensando que me relaje?

M: Mmh… pues algo podría hacer, no sé.

E: A ver qué se te ocurre.

Sin darse cuenta ladeó su rostro, dejando el camino hasta su cuello libre de cualquier obstáculo. La
pediatra sonrió y fue descendiendo hasta aquella curva que marcaba sus hombros, dando un primer
beso que sabía daba el comienzo de lo que llevaba rato imaginando. Sonrió de nuevo contra su piel al
sentir como las piernas de la enfermera rodeaban su cintura mientras sus manos se habían colocado en
su espalda acariciándola.

M: ¿Voy bien?

E: Sí, sí… muy bien cariño.

La voz había salido cortada por la respiración, haciendo saber a Maca que quería que aquella sensación
no acabase y fuera más allá. Coló su mano bajo su camiseta, recibiendo el calor de su piel en la palma,
completamente abierta sobre su estomago.

Dejando a un lado aquel cuello, que para nada pasaba a serle indiferente, bajó por su garganta, dejando
pequeños mordiscos sintiendo como la mano de Esther había ido a parar a su pelo, en señal de que
recibía gustosa aquellas muestras de cariño.

E: Maca…

M: Uhm…-habló aún sobre su piel sin levantar la vista.

E: Que… que podíamos ir al dormitorio…

M: ¿Y qué quieres hacer allí? -sonrió bajando apenas unos centímetros el cuello de su camiseta llegando
hasta la parte superior de su pecho.

Sin recibir su respuesta, comenzó a besar aquella protuberancia que dejaba ver la excitación que la
enfermera ya experimentaba con sus caricias. Lo mordió ligeramente, no queriendo molestarla, y lo
volvió a cubrir con su camiseta.

M: Me parece que en vez de relajarte vamos por otro camino ¿no? -dio un mordisco en su barbilla
contemplando como Esther permeancia con los ojos cerrados- ¿Paramos?

E: Si no quieres que me muera por combustión espontánea sí.

M: Jajajaja

E: Jo Maca…-bajó la vista avergonzada.

M: ¿Vamos a la camita y seguimos allí? -besaba su rostro despacio- ¿Quieres?


E: Sí quiero, sí.

M: Vamos…-se levantó sin dejar de sonreír y sorprendiéndola la tomó en brazos haciendo que rodeara
su cuello- Así… cerquita.

E: Cerquita.

En un leve movimiento de su cintura, hizo rozar su sexo contra su cuerpo, reaccionando de manera que
no pudo hacer otra cosa que morderse el labio impaciente.

Habían pasado horas girando y suspirando en aquella cama, habían retomado por segunda vez, como
quien dice, aquellos juegos amatorios que las mantenían aún despiertas. Esther, ahora más desenvuelta,
había decidido hacer disfrutar a la pediatra. Sobre ella, besaba su pecho mientras Maca la observaba
con detenimiento mordiendo su labio evitando así, soltar aquel aire que aun mantenía en sus pulmones.

Se deslizaba por su torso sin pudor alguno, dejando claro el lugar de sus intenciones. Cuando llegó a su
ombligo la pediatra abrió las piernas dándole espacio, llevando su antebrazo hasta sus ojos, subiendo y
bajando su pecho agitado.

Se entretuvo lo suficiente para hacer que Maca comenzara a impacientarse y moviendo su cuerpo
hiciera a la enfermera sonreír y comenzar a bajar besando su cadera con detenimiento. Un
estremecimiento recorrió la espalda de una Maca que, bastante excitada, se incorporó lo justo,
apoyándose en uno de sus brazos, mirando los movimientos de Esther, sintiendo la excitación de aquella
visión mientras la observaba en aquella posición.

M: Mmh… no pares mi amor.

Inconscientemente había llevado su mano hasta acariciar su pelo, echando su cabeza hacia atrás presa
de la tensión en sus músculos. Sintiendo como flaqueaba por segundos volvió a pegar su espalda en el
colchón, curvando su cuerpo en un pequeño escalofrió por aquellos movimientos en su clítoris.

Aferrada a las sábanas sintió como parte de Esther invadía su cuerpo, haciéndola casi retorcerse de la
excitación. Realmente estaba disfrutando, Esther estaba consiguiendo en ella mil y una sensaciones que
la llevaban al punto de la locura, y más aún cuando aquella electricidad recorrió su columna deteniendo
cualquier acción o movimiento de su cuerpo, quedando tan sólo el reflejo de la respiración llenando sus
pulmones del aire que había exhalado en aquel último gemido.

Y, satisfecha, reptaba de nuevo una Esther sonriente que se acomodaba sobre ella viendo como aún
permanecía con los ojos cerrados, humedeciendo aquellos labios casi agrietados, invitándola a ser ella
quien realmente los ayudara a volver a su estado normal, recreando un beso húmedo, uno que hacía a
Maca querer respirar y saborear a la vez.

M: Me vas a matar -respiró por fin- pero no seré yo quien se queje.

E: Si quieres sigo -atacaba su cuello sin piedad.

En un segundo sacó sus fuerzas haciéndolas girar, quedando ahora sobre ella, sintiendo como en una
caricia retiraba el pelo que a causa del sudor permanecía en su frente inmóvil.

M: No se cómo voy a aguantar dos días lejos de ti.

E: Seguro que puedes.


M: No estoy yo tan segura, me he vuelto adicta a ti…-llevó sus labios hasta su pecho-… a tu piel… a tu
olor…

E: Podría decir lo mismo.

M: ¿Sí? -elevó su rostro de nuevo para mirarla- Entonces cariño será mejor que me quede, no quiero
que sufras sin tenerme estos días.

E: Jajajaja

Se quedó en silencio, observando como aquella risa envolvía el dormitorio, sonriendo por verla de
aquella manera, reconociendo una vez más para sí como realmente estaba enamorada de aquella mujer
que la volvía loca en todos los sentidos.

M: ¿Eso es que sí?

E: Eso es que no me vas a convencer -sonrió acariciando su pecho.

M: Pues entonces que sepas que tengo que llenar mis reservas para irme y no volverme loca allí, así que
entre hoy y mañana ya puedes dejarte hacer.

E: ¿Dejarme hacer?

M: Sí, dejarte hacer todo lo que yo quiera.

En un tono para nada risueño entonces, comenzaban de nuevo aquello que parecía no querer acabar
nunca, llenarse mutuamente de la otra por todo el tiempo que tuviesen antes de que la pediatra cogiera
aquel avión.

La pediatra se frotaba la cara, sentada en el borde de la cama, envuelta en la sábana que cubría su
cuerpo desnudo. Detrás de ella, Esther se estiraba con pereza bajo la colcha, emitiendo sonidos que
demostraban que seguía medio dormida.

M: En serio, Esther, vuélvete a dormir, anda. A ti aún te quedan dos horas para entrar.

E: Estás loca si crees que voy a desperdiciar ni un minuto antes de que te vayas –decía entre bostezos-
Me voy al hospital contigo.

M: Mira que eres cabezota, cariño.

Se giraba y sonreía al ver a la enfermera totalmente estirada bajo las sábanas, con los ojos cerrados y
rostro relajado. Se inclinaba para recoger su camiseta y así cubrir un poco su desnudez, sacó su melena
atrapada por aquella prenda y sintió unos brazos que se abrazaban a su cuello.

E: No quiero que te vayas…

M: Esther, que no me voy a la guerra –rió- que me voy a Tenerife… a un congreso de lo más aburrido.

E: ¿Y qué? Es muy lejos…

M: Entonces… ¿Sigues queriendo aprovechar el tiempo juntas? –Notó cómo la enfermera asentía,
pegada a su espalda- ¡Pues a la ducha!
Sin más preámbulos, agarró las piernas de la enfermera y salió corriendo hacia el baño con ella a
cuestas, haciéndola reír por el pasillo.

Poco después de llegar al hospital, y tras tontear un rato mientras la pediatra se cambiaba de ropa, se
dirigieron a la cafetería para tomarse un café. Sin embargo, antes de que pudieran salir de urgencias,
Vilches se cruzó en su camino.

V: A ti te quería yo ver… Ya está todo listo para tu viaje.

M: Vale, pues luego lo miramos.

V: Luego no, ahora.

M: Vilches no me jodas, que acabo de llegar…

V: Y yo no he salido en toda la noche así que acabemos con esto para que yo me pueda ir a mi casita.
¿Sí? –Le dio una carpeta- En cinco minutos en mi despacho.

La pediatra resopló, mirando a Esther con fastidio, quien chasqueó la lengua.

E: Vaya rollo… -hizo una mueca- Pero bueno, ves y yo te espero ¿Vale? Eso sí, yo a las nueve tengo que
estar ya cambiada -dijo mirando su reloj.

M: Lo siento, cariño -acarició su cintura con una mano- Tómate ese cafecito, y ya hablaremos a lo largo
del día ¿Vale?

E: Vale. Un beso.

Se dieron un corto beso en los labios y se separaron, una se marchó en dirección a la cafetería y otra al
despacho del director de urgencias.

Tras servirse un zumo y cogerse un donut, la enfermera se dirigió a la mesa en la que estaban sentadas
Eva y Laura. Al verla, la residente esbozo una amplia sonrisa.

L: Vaya… La madrugadora. ¿Qué haces aquí? Tú no entras hasta dentro de una hora.

E: No, he venido a desayunar con Maca pero Vilches la ha pillado por banda y… -bostezaba- Está muy
pesado con lo del congreso.

L: Bueno, oye... Ahora que Maca se va supongo que sacarás un ratito para contarme qué tal el famoso
aniversario… -preguntaba sonriendo.

Eva: Eso, eso… Cotilleos… ¡Alimenta a las masas sedientas de noticias!

La enfermera la miró con expresión de pocos amigos mientras mordía su donut.

L: No le hagas caso, ya sabes que es así de tonta.

Eva: Bueno guapa, que una tiene su corazoncito… -protestaba- Pero bueno, cuenta ¿Qué tal fue?
¿Dónde te llevó? ¿Qué hicisteis?

E: Pero que cotillas… -negó con la cabeza- Pues no pienso contaros nada. Eso queda entre Maca y yo –le
guiñaba un ojo a Laura.
Eva: Mira que como me acabe enterando por otra enfermera cotilla… te la armo, Esther.

L: Entonces mañana duermes en casa ya ¿No?

E: No, me quedo en casa de Maca hasta que venga.

Eva: Hija que horror, que dependencia… Parecéis un matrimonio, sólo os faltan los churumbeles.

L: ¿Quieres dejar de atosigarla?

Eva: ¿Atosigarla yo? –Miró a la enfermera- Como queráis pero parecéis siamesas… Todo el día juntas, las
relaciones así tarde o temprano se desgatan.

Esther entornó los ojos, dejando ver qué pasaba de las teorías de su amiga, quien bebía café bajo la
mirada incrédula de Laura, que aún no comprendía cómo podía ser tan bruta a veces.

Mientras tanto, en el despacho de Vilches, una aburrida Maca se frotaba la frente mientras leía por
encima los papeles que Vilches le iba dando.

V:…y este es el hotel. Hay una cena el primer día, y el último, ya sabes… Todo peloteo, pero no quiero
que te las pierdas. Este año eres la única representante que mandamos del hospital y quiero que demos
buena impresión.

M: Menudo coñazo…

V: Mira, Maca… Es lo que hay. Si no te gusta no haber aceptado, así de claro.

M: Bueno, al menos no tengo que dar ninguna ponencia –suspiró- sino fijo que no llegaba a Tenerife –
Vilches la miró extrañada- Me tiraba del avión, Vilches…

V: Ya… -asintió con la cabeza con indiferencia- Como quieras.

M: ¿Hemos acabado entonces? –miró su reloj.

V: Sí, claro… Perdone por haberla hecho perder su valioso tiempo, doctora.

El sarcasmo de Vilches, lejos de herir a la pediatra, la hizo sonreír. Cogió toda la documentación, su
fonendo y se levantó, girándose antes de salir por la puerta al oír la voz de Vilches.

V: Déjame en buen lugar –le dijo señalándola con el dedo.

M: Me ofendes, Vilches.

Pasaron horas antes de que ambas coincidieran de alguna manera. Cuando una tenía un rato libre la
otra andaba demasiado ocupada o en quirófano. Aprovechando un descanso, Esther se fue al baño y
mientras se lavaba las manos escuchó cómo se abría la puerta. Sólo prestó atención al escuchar la voz
de quien había entrado.

M: Por fin coincidimos.

E: Uf, está siendo una mañana de locos –dejaba la toalla en el toallero.

M: Bueno, pero ya estamos juntas… solas… alejadas de niños con gripe ni cirujanos gruñones…
Mientras hablaba, su cuerpo se había pegado al de la enfermera y sus brazos habían rodeado su cintura,
empezando un ligero balanceo de sus cuerpos.

E: Y… ¿se te ocurre algo?

M: Muchas cosas, sí… -sonrió, antes de mirar al techo- Tengo ganas de ir a casa…

E: Lo sé... Y yo –sonrió ampliamente- Pero tenemos bastantes horas por delante…

M: Sí…

Las manos de la enfermera jugaban con la solapa de la bata de su chica, mientras ésta la miraba con
intensidad.

M: Se me ha ocurrido una idea.

E: ¿Qué?

M: Vente conmigo… Pídete unos días y vente conmigo a Tenerife.

E: Maca –rió- No…

M: ¿Por qué no? Yo no quiero estar dos días sin verte… y seguro que el congreso se me hace menos
pesado contigo. ¿Eh? Venga…

E: No puedo, Maca –negó con la cabeza- Tendría que organizar todas las guardias en lo que me queda
de turno, más todo el trabajo pendiente y tendría que ir a personal y mirar si tengo días libres y… -miró
a la pediatra, quien sonreía- No te rías, Maca que es un lío…

M: Vaya… que pena…

Los labios de la pediatra se aferraron al cuello de Esther, marcando su piel a su paso, provocando
escalofríos que sacudían a la enfermera, quien suspiró al cerrar los ojos y rendirse a aquellos besos.

E: Maca…

M: Piénsalo… Tú… yo… -sus manos se colaban bajo el uniforme, acariciando su espalda-… la playa…
bikini… Hotel con los gastos pagados y una amplia terraza… ¿Uhm? –acercó los labios a su oído-
Haciendo el amor bajo la luz de la luna, con las olas de fondo…

E: Ugh… Para, para… -se separó de ella suspirando- Maca, me estás poniendo mala –rió- y tengo mucho
trabajo pendiente.

Agarró las manos de la pediatra y las sacó de su espalda, provocando que una mueca de fastidio
apareciera en su rostro.

M: ¿Eso es un no?

E: No, cariño… Lo siento… Me encantaría pero me es imposible –negaba con la cabeza.

M: Vale pues tengo otra idea… -cogió ambas manos de la enfermera- Tú, yo y una habitación vacía en
planta…

E: Eres de lo que no hay… -rió, zafándose de sus manos- Venga, vamos a trabajar.

M: Pues yo no.
E: ¿Ah no?

M: No, yo me voy al baño ahora, ale.

Le sacó la lengua a la enfermera y se metió en el baño, haciendo que ésta se riera y cerrar la puerta tras
de sí, volviendo al trabajo.

M: ¿Me vas a echar de menos Teresa?

T: Uy sí, vamos, me moriré de la pena.

La pediatra, apoyada con ambos brazos sobre el mostrador, sonreía al ver el tono exagerado de la
recepcionista, que iba de un lado para otra guardando carpetas.

M: Pues yo a ti sí.

T: Anda sí, tú ahí en Tenerife y seguro que piensas en mí –apoyó un brazo en el mostrador- Tú te
acordarás de Esther, y a los demás que nos zurzan.

M: Hombre, es que mi niña… -sonreía.

T: Ais, su niña, su niña.

M: Pero bueno un beso sí ¿No? Un beso sí me das.

T: Ais… que lianta.

La recepcionista se quitó las gafas abriendo los brazos cuando Maca se acercó a ella, y le dio un cálido
abrazo, meciéndolas a ambas.

T: Anda, tonta, que parece que te vayas a la guerra.

M: Eso le he dicho a Esther, pero nada… Un drama esta mañana, Teresa… No veas cómo se pegaba a mí
en la cama.

T: Ah, no a mí estas cosas no me las cuentes…

La pediatra soltaba una carcajada, cogiendo la mano de aquella mujer entre las suyas y acariciándola
con cariño.

M: Ais, Teresa –le dio un beso en la mejilla.

T: ¿Cuídate eh? Y a ver qué comes por ahí… Y no te escaquees… -le decía levantando un dedo.

M: Sí, mami. Pero bueno ¿Me das ese beso o no?

La recepcionista sonreía, agarrando el rostro de la pediatra con ambas manos y llenándola de sonoros
besos que la hicieron sonreír. Justo en ese momento llegaba Esther, ya cambiada y con el casco de la
moto en una mano.

E: Uy, que me voy a poner celosa…

T: Anda, llévatela ya que está de un pesado…


E: ¿Qué le haces Maca? –preguntaba divertida.

M: Ni la mitad de lo que me gustaría –le guiñó un ojo a Teresa.

T: Anda, ves… que de verdad… -negaba con la cabeza mientras se marchaba- Que chiquilla esta.

E: Mira que te gusta chincharla –sonreía, rodeando su cintura con un brazo -¿Nos vamos ya?

M: Sí, vamos a casita, que hay que aprovechar la noche.

Habían decidido echarse una siesta después del turno, compensando así las horas de sueño que no
habían aprovechado la noche anterior. Esther, acomodaba bocabajo, tenía sus brazos bajo la almohada
mientras dormía plácidamente, a su lado Maca lo hacía de lado, apoyada en unos de sus brazos.

El silencio que las hacia relajarse hasta el punto de haber llegado a dormir se veía interrumpido por la
melodía del móvil de la enfermera, que no dándose cuenta de aquello, dejó que sonase el tiempo
necesario para que la pediatra se incorporara, buscando de donde provenía aquello.

M: Esther, cariño, es tu móvil…-comenzó a acariciar su espalda aún medio dormida.

E: ¿Qué pasa…?

M: Tu móvil, mi amor, está sonando.

E: Uf -incorporándose sobre sus brazos, acomodó el peso de su cuerpo en uno de sus codos mientras
con la otra mano alcanzaba el teléfono- ¿Sí?

En: Vaya… si estás viva, ya pensaba que te había ocurrido algo.

E: Hola a ti también mamá. ¿Cómo estás?

En: Yo bien, ¿tú dónde andas? Te he llamado a casa y nadie me coge el teléfono.

E: Claro mamá, porque no estoy allí.

En: ¿Y dónde estás si se puede saber? -la enfermera abrió los ojos impresionada por aquel berrinche de
su madre.

E: ¿Te ocurre algo mamá? Te noto algo áspera.

En: A mí no me pasa nada, además no te llamaba por esto.

E: ¿Y por qué me llamabas? -preguntó mientras suspiraba- ¿Ocurre algo?

En: Pues que tu primo Enrique va a venir a comer pasado mañana para vernos, le he dicho que no habría
problema, tú libras ¿No?

E: Eh… sí, sí…entonces pasado mañana ¿No?

En aquel momento, mientras la voz de su madre se sucedía al otro lado de la línea, sintió cómo los labios
de Maca recorrían su hombro despacio, mientras su mano dibujaba la curvatura de sus nalgas bajo el
pantalón.
Sonrió, evitando ser descubierta por algún sonido que su madre pudiera descifrar y giró su rostro viendo
como en la cara de la pediatra se dibujaba otra sonrisa mientras con una señal le indicaba que
continuase con aquella charla.

E: Está bien mamá, iré a comer.

En: Podías venir un poco antes y así entre las dos organizamos todo ¿No crees?

E: Sí, sí…

Casi hablaba dejándose llevar, sintiendo cómo su chica no estaba dispuesta a detener sus acciones,
acariciando ahora su espalda bajo la ropa.

E: Oye mamá, ¿Por qué no te llamo si eso yo luego, vale?

En: ¿Estás bien hija?

E: Sí, sí, pero bueno ya quedamos en eso, voy yo a tu casa por la mañana ¿Vale? Te dejo mamá que
tengo que ir al baño.

En: Claro hija, pues hasta luego.

E: Hasta luego mami, un beso.

Todo lo deprisa que pudo dejó el teléfono de nuevo sobre la mesilla, suspirando antes de hablar y
girarse de nuevo.

E: ¿Se puede saber qué hacías, uhm?

M: ¿Yo? Nada…

Esther escondió su rostro entre sus manos, bostezando al notarse algo atontada tras aquella siesta. Sin
embargo, la pediatra parecía estar bien despierta.

La enfermera sonrió con anticipación al notar cómo la pediatra apartaba su pelo a un lado, dejando su
hombro y su cuello despejados. Segundos después, los labios de la pediatra empezaban a recorrer su
piel, regalándole suaves besos que apenas eran una caricia.

Poco a poco fue subiendo hasta su oreja, moviendo su lengua en un punto sensible para ella,
arrancándole un gemido de placer al notar aquel estímulo recorrer todo su cuerpo. Maca sonrió,
satisfecha por la reacción de la enfermera. Posó su mano sobre la espalda de Esther y apretó,
indicándola que quería que se tumbara completamente sobre la cama.

Una vez tuvo a Esther donde quería, se sentó a horcajadas sobre ella, recogiendo su melena en una
coleta con una goma que llevaba en la muñeca aquel día. Se inclinó hacia delante, levantando la
camiseta de la enfermera con cuidado, revelando poco a poco su espalda.

Sus manos empezaron a acariciar la espalda de Esther, marcando un camino que siguieron sus labios,
presionando con pasión sobre su piel, sintiendo como aquel cuerpo bajo el suyo empezaba a moverse,
respondiendo a los estímulos. Su lengua recorrió su columna de abajo a arriba, estirando de manera
juguetona el elástico del sujetador con sus dientes, antes de desabrocharlo con sus manos.
Sin despojarla de su ropa, se tumbó sobre ella, besando aún su espalda, y colando sus manos por debajo
de Esther, acariciando sus pechos con deseo, moldeándolos a las palmas de sus manos. Suspiró con los
gemidos de su chica, y se movió con las ondulaciones de sus caderas, acompasando los movimientos
que marcaba el deseo de Esther, bajo su cuerpo.

Poco a poco, una de sus manos bajó por el abdomen de la enfermera, rozando su piel con la yema de
sus dedos, hasta hallar el botón de su pantalón, desabrochándolo en un certero golpe de muñeca, y
bajando la cremallera.

Coló su mano por aquella tela, acariciando el sexo de la enfermera por encima de su ropa interior,
notando cómo empezaba a humedecerse con cada caricia. Esther se mordía el labio, sintiendo la boca
de la pediatra en su cuello, y aquella mano torturándola. Sintió unas ganas irrefrenables de girarse y
atrapar aquella boca que la torturaba, pero prefirió dejar que continuara.

M: Cariño, levanta.

Aquel susurro la hizo colocarse de rodillas sobre la cama, permitiéndole a Maca quitarle la camiseta y el
sujetador, lanzándolos a un lado. Sus manos atraparon de nuevo aquellos pechos, al mismo tiempo que
sus dientes atrapaban un pliegue de piel de su cuello. El lánguido gemido de Esther la estimuló de tal
manera que, con sus manos, la guió hasta que quedara sentada, apoyada contra su cuerpo.

Cogió el rostro de la enfermera con una mano y la hizo girarse hasta que sus bocas, sedientas, se
unieron en un apasionado encuentro, mientras su otra mano seguía estimulando uno de sus pechos. La
respiración de Esther se entrecortaba ya y sus caderas pedían con insistencia un estímulo mayor así que
decidió que su mano acariciara de nuevo aquel vientre hasta colarse, esta vez por la ropa interior, y
acariciar aquel sexo.

M: Dios… -susurró al comprobar su humedad- Me vuelves loca, Esther…

La enfermera prefirió no hablar, no podía… Tan sólo podía apoyar su cabeza en el hombro de su novia y
cerrar los ojos, inundándose de aquel calor que recorría su cuerpo, emanando de su sexo, totalmente
cubierto por la palma de la mano de la pediatra, que lo estimulaba de manera circular.

En cuestión de minutos, ambas manos de la pediatra estimulaban su sexo, volviéndola loca. Sus manos
estimulaban sus propios pechos mientras la boca de Maca torturaba su cuello, más que sensible.
Explotó enseguida, con fuerza, notando aquella sacudida en su cuerpo en el momento en el que su
clítoris fue atrapado entre los dedos de Maca, que se deslizaban a lo largo de los pliegues más íntimos
de su sexo, estimulando los puntos exactos que la empujaban hacia aquel abismo.

Apenas había tenido un minuto para recuperar su aliento, y la pediatra la obligaba a tumbarse de nuevo,
esta voz sobre su espalda. Sonrió cansada, intentando que su corazón no se le saliera por la boca.
Levantó las caderas, permitiendo que le quitara los pantalones y la ropa interior, observando después
cómo hacía lo propio con su ropa.

M: Ábrete, cariño…

Le dijo, mientras acariciaba sus piernas, que se abrían ante ella para que, acto seguido, su boca abarcara
aquel néctar que ella misma había provocado.
Revisaba por última vez su maleta, ya en el recibidor, donde la había dejado junto a su abrigo y su bolso.
Miró que todos los documentos estuvieran en orden en la pequeña carpeta que había guardado en el
compartimento frontal y tras comprobar que todo estaba correcto, cerró todas las cremalleras.

Se levantó, resintiéndose de estar tanto tiempo de cuclillas, sonriendo al imaginarse el comentario de la


enfermera si la hubiera visto. Se dirigió al baño, se cepilló los dientes y revisó su aspecto general por
última vez. Se dirigió al dormitorio y se apoyó en el umbral de la puerta, sonriendo ante la visión que
tenía.

Esther se encontraba tumbada boca arriba, tapada hasta el pecho y parecía dormir plácidamente.
Suspiró, pensando en que no volvería a ver aquella imagen en dos días.

E: No me mires así… Me pones nerviosa –murmuró medio dormida.

M: Creía que estabas durmiendo… -se acercó a la cama, tumbándose junto a ella.

E: No iba a dormirme sabiendo que te vas. Te conozco, y seguro que te hubieras ido sin despertarme.

M: No me gusta despedirme de ti.

Escondió su cara en el cuello de la enfermera, quien rodeó su cuerpo con sus brazos.

E: Mmh… Pues no lo hagas –dijo con pereza.

M: ¿No eras tú la que insistió en que tenía que ir? –preguntó riéndose.

Le dio una serie de besos en el cuello, respirando su aroma, impregnándose de él. Y cuando intentó
incorporarse, el abrazo de Esther se lo impidió.

M: Cariño, tengo que irme –reía.

E: Noooooooo… –la abrazó también con sus piernas.

M: Esther, va… Que tengo que llegar al aeropuerto y seguro que hay mucho tráfico.

Cedió mínimamente, permitiéndole moverse lo suficiente como para mirarla cara a cara y atrapar sus
labios en un lento beso, a pesar de que sabía que la enfermera no era muy partidaria de besarla nada
más despertarse. Aquella mañana no ofreció ninguna resistencia.

M: Mmh… Voy a echar esto de menos.

E: Y yo -acariciaba el labio inferior de la pediatra con su pulgar- No te olvides de mí ¿Vale?

Maca soltó una carcajada, haciendo que Esther frunciera el ceño, descontenta por aquella reacción.

M: Perdona, perdona… -se disculpó con un beso- Es que eres adorable.

E: Déjame…

Abrazó de nuevo a Maca, quien se dejó hacer, besando su cabello antes de estrecharla una vez más con
fuerza.

M: Va, Esther, que me tengo que ir –la miró con calidez- Te quiero.

E: Y yo –le dio un beso- Llámame cuando llegues ¿Vale?


M: Vale, amor –le robó otro beso- Hasta dentro de dos días.

Esther se giró de medio lado, comprobando cómo la pediatra se giraba para mirarla una vez más desde
el umbral de la puerta. Le lanzó un beso, seguido de una sonrisa, y se marchó por el pasillo. Apenas dos
minutos después, escuchó la puerta cerrarse y el silencio inundó el piso.

Suspiró, añorándola desde el momento en el que salió de esa habitación. Miró el reloj y vio que tenía el
tiempo justo para ducharse e ir a trabajar. Si se daba prisa, tendría tiempo para desayunar en el Central.

E: Hola, Teresa.

Dejó su bolso sobre el mostrador con desaliento, de la misma manera que había saludado a la
recepcionista, que la miraba extrañada.

T: Hija, quién te ha visto y quién te ve, con la alegría con la que llegas siempre.

E: Ya pero es que hoy no tengo demasiada alegría, Teresa.

Cogió su bolso, tras firmar el acta, y se marchó al vestuario, donde se cambió con movimientos pesados,
apenas prestando atención a lo que sus compañeras le contaban mientras se vestían con más brío que
ella.

Aprovechando los diez minutos que le quedaban, se dirigió a la cafetería del hospital, fonendo en mano.
Comprobó que en una de las mesas Laura miraba su teléfono móvil y mientras que Cruz leía el periódico
y decidió acercarse con su café con leche y una magdalena con trocitos de chocolate.

E: Hola.

L: Vaya ánimo ¿Ya se ha marchado?

E: -suspiró- Sí, ha sido más duro de lo que pensé.

Cruz bajó un momento el periódico, mirando a la residente y después a la enfermera.

C: Pero sabes que vuelve en dos días ¿No? –preguntó, haciendo reír a Laura.

E: Ya pero es que todo parece como… como… no sé… Vacío, aburrido… -sacudió la cabeza- No sé ni lo
que digo.

L: Bueno… cómo está…

Miraba a la cirujana, quien sonreía antes de devolver la atención al periódico que tenía entre manos.
Aimé se acercó a la mesa con un vaso de zumo, canturreando una canción.

A: Holaaaa –saludó alegremente- ¿Hay sitio para mí entre las chicas más guapas de este hospital?

C: Qué, contento ¿No?

A: Sí, llevo un buen día –bebió de su zumo.

Se arrimó a Cruz al ver una noticia que le interesaba del periódico, leyendo por encima el artículo. Laura
seguía trasteando con su teléfono móvil y Esther… Esther removía el café con leche, habiéndose
acabado ya la magdalena.
Suspiró, rompiendo el silencio que reinaba en la mesa, provocando que Cruz y Aimé levantaran la vista
del periódico pero que Laura ni se inmutase. Miraron a Esther, que tenía su rostro apoyado en una
mano mientras seguía dándole vueltas al café, y luego se miraron entre ellos.

A: ¿Y a esta qué le pasa? –susurró.

C: Que echa de menos a su pediatra…

A: Ahhh… -alzó las cejas- Que chiquillas estas ¿Eh? Como se nota que aún son jóvenes…

C: Ya ves. Yo creo que Rodolfo se va unos días y hasta respiro tranquila –bromeó.

A: Oye, pero… Vilches y tú…

C: No sabía que fuese tan cotilla, doctor Aimé –respondió con una sonrisa.

A: Me preocupo por mis chicas –miró su reloj- Oye Esther, ¿tú no tenías a primera hora una intervención
con Héctor y Javier?

E: ¿Eh? –Le miró con cara de pánico- ¡Ostras es verdad!

Salió corriendo de la cafetería, apenas esquivando al personal que se cruzaba en su camino. Laura
sacudió la cabeza.

L: Esta niña está fatal…

C: Pues a mí me parece de lo más tierno.

Intentó abarcarlo todo: el pedido de farmacia, el inventario, la toma de medicamentos, los boxes…
Esther se mantenía ocupada como método para no pensar en Maca, en lo mucho que la echaba de
menos y lo pesada que estaba resultando su ausencia. Donde más se distraía era en quirófano,
centrándose por completo en el paciente, en reaccionar, en las órdenes de los médicos… Pero al salir,
echaba de menos no tener a alguien a quien buscar.

Paseaba por pediatría, teniendo que llevar unos informes al pediatra de guardia, suspirando por lo
patética que se sentía.

E: Venga Esther, hace dos meses ni te dabas cuenta de su existencia y ahora… -se recriminaba.

Se intentó convencer de que era un día de locos, de esos en los que la gran cantidad de trabajo las
impedía encontrarse por los pasillos, pero la verdad es que no era así. Apenas había heridos, por
primera vez los pasillos de urgencias estaban casi despejados por completo y las urgencias se habían
reducido a accidentes caseros de lo más torpes.

Caminando sin rumbo, llegó a recepción, sentándose frente al ordenador para poder descansar un poco.
Teresa, que andaba trasteando con la máquina del fax, la miró de reojo.

T: ¿Te aburres?

E: No es eso, Teresa.

T: Echas de menos a Maca.


E: Mucho –se mordió el labio- ¿No es patético? Si alguien me llega a decir que estaría así de
desesperada por no ver a alguien dos días… me hubiera reído en su cara.

T: Bueno mujer, es normal, acabáis de empezar y pasáis muchas horas juntas…

E: Ya.

T: Piensa que seguro que ella no lo está pasando mejor –colocó su mano en el hombro de la enfermera-
Con todos esos médicos, la mayoría cuarentones y aburridos a más no poder… De ponencia en
ponencia, todo el día hablando de medicina… Y echándote de menos, claro. Que Maca es muy fuerte,
pero muy sensible…

La enfermera sonrió, estando totalmente de acuerdo con aquel comentario.

E: Ais, no sé Teresa… Cuéntame algo, por favor…

T: Pues… si quieres… -miró alrededor- Tengo unos cotilleos de –señaló al techo- planta que son un
bombazo.

E: ¿Sí? –preguntó interesada.

T: Bueno, bueno…

Entusiasmada, Teresa se sentó en el borde de la mesa, explayándose al contar los últimos rumores
sobre el personal del hospital y sus relaciones personales. Y así, ambas estuvieron entretenidas un buen
rato: Teresa sin trabajar, y Esther sin pensar en Maca.

El turno había acabado sin más contratiempo que la ausencia de Maca en el hospital. Ya vestida con
ropa de calle salía hacia el muelle, despidiéndose de Teresa de espaldas con un ligero movimiento de su
mano. Ya en la calle miró a ambos lados recordando que tenía que ir al piso de la pediatra, y como si
aquello fuese como el estar con ella, sonrió mientras metía las manos en su chaqueta de camino a la
parada de metro más cercana.

Al salir del ascensor rebuscó en su bolso buscando aquel juego de llaves que había dejado para ella, y
sintiéndose algo nerviosa giró la cerradura, encontrando aquel aroma ya inconfundible para ella. Dejó el
bolso y la chaqueta a un lado y quieta en el mismo sitio no supo qué hacer en aquel momento.

E: Esther no es tan difícil ¿Qué harías entando ella? -miró al suelo por unos segundos- Pues ducharme,
pero seguramente con ella.

De camino al baño fue desnudándose escuchando solo el ruido de sus propias pisadas, y volviendo sobre
sus talones se paró frente al equipo de música. Escuchando aquel último disco que su chica había dejado
dentro del reproductor, y sintiéndose ahora menos sola en aquella casa, fue hasta la ducha.

Una vez terminó se colocó frente al espejo mientras se peinaba y vio aquel vaso con ambos cepillos,
recordando las palabras que en su día la invitaron a dejarlo allí, “Podías dejarlo aquí… así te quitas la
preocupación”.

Ya vestida fue directamente al salón, se recostó de lado en el sofá y puso el televisor. Programas del
corazón, series las cuales no había seguido en todos sus días de antena y ahora no podía seguir aunque
quisiera, apagó de nuevo frustrada y miró el móvil sobre la mesa.
E: A ver…-marcó y esperó unos segundos.

-¿Si?

E: Hola Laura, tienes el móvil apagado.

L: Ya, Esther, porque estaba durmiendo ¿Qué pasa?

E: Siento haberte despertado, ¿Te apetece dar una vuelta? ¿Tomar un café?

L: Como se nota que la doctora amor te ha dejado sola ¿Eh?

E: Laura, no la llames así anda, que no me gusta.

L: Ya, ya… es que aún estoy dormida ya sabes ¿Invitas tú?

E: Venga sí, y ya damos un vuelta y miramos algo de ropa que llevo días queriendo ir pero se me ha
pasado.

L: Claro, como ahora estás ocupada en cosas más fascinantes que comprar ropa -sonría tras el teléfono-
Ahora la quitas.

E: ¡Si te vas a pones así lo dejamos eh!

L: Que no, que no. Perdona ¿Voy a por ti o vienes tú?

E: Ven tú y mientras arreglo yo un poco el baño que lo he dejado hecho una lástima después de la
ducha.

L: ¿Y qué más da? Si estás sola.

E: Laura, no es mi casa… no puedo hacer como si me diera igual.

L: Ya te lo recordaré, que lo sepas.

E: Te espero en veinte minutos, no tardes.

Sin esperar contestación terminó aquella llamada levantándose al instante y fue hasta el baño, nada
más encender la luz vio todo como había dicho, toallas, peine, la mampara abierta… A Maca le daría
algo, dijo para sí.

E: Venga, todo a su sitio otra vez. Si me viera mi madre le daría un soponcio.

Habían pasado dos horas por el centro, tras el café que tanto había insistido la enfermera en tomar, se
sentía menos triste al echar de menos a la pediatra. Laura había accedido a acompañarla al piso y por
qué no, ver la casa de la Wilson. En el ascensor Esther sonreía nerviosa por hacer algo que a los ojos de
otra persona no sería tan importante como para ella, abrir aquella puerta como si fuera su propia casa.

E: Pues ya estamos.

L: Guau… tela con la Wilson, menuda choza -miraba sorprendida todo a su alrededor.

E: Laura, no seas tan Eva hija, que últimamente parecéis la misma.


L: Delicadita te has vuelto ¿Eh?

E: Ven, vamos a dejar esto en el dormitorio y salimos ¿Quieres algo?

L: Vale, ya que he venido me quedo un rato.

Sentada en el sofá esperaba a que la enfermera regresase de la cocina mientras ella miraba con
detenimiento todo desde su posición.

L: Lo tiene todo cuadriculado eh… o sea, no exageradamente… digo que lo tiene todo muy ordenado.

E: Comparado con nuestro piso sí, pero no es tanto cuando te acostumbras.

L: ¿Has hablado con ella?

E: Dijo que me llamaría esta noche, nada más llegar seria todo un follón y no quise que estuviera
pendiente de eso.

L: Pues ya me dices mañana como le va.

E: Claro, -dio un sorbo de su lata- de primeras se quejará por haberla hecho ir, como si lo viera, luego ya
como le encanta su trabajo vendrá encantada.

L: No sé yo ¿Eh? Con eso de que está lejos de su enfermera…-decía para hacerla sonreír.

E: Que no se hubiera ofrecido, yo no tengo la culpa.

L: No hables como si te diera igual porque te conozco, y sé que te ha costado incluso más a ti, con lo
tontita que te pones.

E: Ya -sonrió con timidez- esta mañana casi no la dejo irse.

L: ¿Y esta noche qué? ¿A dormir sola?

E: Claro… no me queda otra. Aunque no me importa tanto no creas, no es que me sienta extraña ni nada
aquí ¿Eh? Es sólo que el estar aquí lo relaciono con su presencia, y me creo que va a aparecer en algún
momento, no sé.

L: Es la primera vez, es normal. Con el tiempo te acostumbrarás.

E: Tampoco quiero acostumbrarme a que se vaya ¿Eh? -sonrió bromeando- Esta noche me costará
dormirme, pero tengo su olor así que… lo conseguiré seguro.

L: Bueno, enamorada…-golpeó su pierna con cariño- Me tengo que ir, que yo aún tengo que limpiar
nuestro piso y hacer la cena, y me lleva su tiempo.

E: Vale, dame un toque cuando estés y me quedo más tranquila.

L: Sí, mami.

Cerró la puerta con una sonrisa, girándose y quedando apoyada en ella mientras miraba hacia el
interior. Decidió no pensar más y entretenerse mientras esperaba la llamaba de la pediatra, se colocó
ropa cómoda y salió de nuevo mirando las películas, entre las que elegiría una que ver para hacer de la
espera menos lenta.
Mientras entraba en su habitación miró su reloj comprobando cómo la enfermera seguramente habría
terminado de cenar y estaría esperando que la llamase. Se dejó caer en la cama y tomó el móvil entre
sus manos buscando así más rápido el nombre de la enfermera, se lo dejó entre el hombro y la oreja y
comenzó a quitarse las botas.

E: Hola, cariño.

M: Hola, preciosa ¿Qué tal? ¿En la camita ya? -se echó de lado en la cama.

E: Iba ahora mismo, estaba recogiéndome la bandeja de la cena, ¿Tu habrás cenado verdad? -preguntó
seria.

M: Claro que sí. Ahora parece que no me pueda saltar una comida, tengo tu cara de enfado memorizada
y me da miedo.

E: Así me gusta.

M: Y a mí… a mí también me gusta…-se pinzó el labio sonriendo- Bueno, cuéntame qué tal ¿Qué has
hecho hoy a parte de echarme de menos?

E: Mmmm… echarte de menos y… -sonrió antes de continuar hablando- he dado una vuelta con Laura y
ya vine a tu casa.

M: Me encanta saber que estás allí.

E: ¿Y eso? -se sentó de nuevo en el sofá estirando las piernas y colocando los pies sobre la mesa.

M: No sé… así cuando vuelva tendrá tu olor… y…-comenzaba a ponerse sensiblona y se sentó de nuevo
en el borde de la cama- Bueno, que me encanta que estés ahí…

E: Te echo de menos…

M: Bueno, pasado mañana estoy allí cariño…ya queda menos -sonrió divertida - Tú piensa que cuando
llegue tendré que compensarte la falta.

E: Jajajaja Por cierto, buscando pelis para ver se me ha colado una detrás del mueble de la tele, y por
miedo a hacer nada más esperaré a que tú vengas ¿vale? -comenzó a morderse el dedo una ve terminó
de contar lo sucedido.

M: Esther…-suspiró su nombre- Siempre igual ¿Eh? No te puedo dejar sola.

E: Pues no te vayas, yo no tengo la culpa -refunfuñó- la carátula estaba viva y se coló detrás en busca de
emociones fuertes.

M: Jajajaja -rió con ganas- ¿Qué voy a hacer contigo eh?

E: Pues deberías saberlo -continuó con su escena.

M: Ais… mi princesita despistada…

E: Oye y… ¿Qué tal tú? ¿Qué tal la gente de allí?

M: Pues bien, normalita… Sólo he coincidido con médicos aburridos y alguna que otra como yo que
viene por obligación.
E: Ya… ¿alguna guapa? -preguntó no queriendo sonar realmente curiosa.

M: No sé, la verdad, no me he fijado mucho, no.

E: Mejor, cuanto menos te fijes más contenta estaré yo -escuchó la risa de la pediatra al otro lado de la
linera- No lo digo para que te rías ¿Eh?

M: Lo sé, por eso me río mi amor, porque me encanta que seas así.

E: Así me gusta, con las ideas claras.

M: Cariño, te voy a dejar ¿Vale? Así te echas cual larga eres en el sofá, que sé que te gusta, y yo me doy
una ducha y me acuesto que estoy molida.

E: Vale ¿Me llamarás mañana? -habló con voz infantil- Y mándame un mensaje cuando te acuestes ¿Eh?
Que no me quedo tranquila.

M: Sí…-sonrió de nuevo- Buenas noches cariño.

E: Buenas noches ¡Y pórtate bien!

Como bien había preparado la noche anterior, su móvil sonaba a la hora prevista, calculando que la
pediatra tenía una hora por detrás de la establecida en Madrid. Sonrió con los ojos casi cerrados aún y
buscó su número, marcando después y escuchando uno tras otro los tonos.

M: ¡Buenos días mi amor! ¿A qué debo tal honor?

E: Jejeje tonta, buenos días a ti también.

M: Pero si hoy tú no trabajas ¿Cómo es que no estás durmiendo?

E: Porque quería darte los buenos días -se abrazaba a la almohada con el brazo libre.

M: Si es que eres la mejor.

Aunque a Maca aún le quedaba un rato para tener que salir, había pedido el desayuno y así poder
tomarle tranquilamente en la terraza de la habitación, y junto a aquella llamada empezó su día sin duda
alguna con muy buen humor.

M: ¿Sabes dónde estoy ahora mismo?

E: Como no me digas que en tu habitación voy para allá y…

M: Jajaja que no, tonta, que estoy en la terracita, con mi desayuno, el periódico y hablando con mi
niña… con el solecito…

E: Mmh… que envidia me das.

M: No será porque no te dije que vinieras, ahora te aguantas.

E: ¿Hoy tienes mucho lío?

M: Pues no sé, ahora cuando baje me darán el itinerario, pero espero que no, y pueda dar un paseíto
por aquí, no querría irme habiendo estado sólo en el hotel.
E: Claro que no, y te das una vuelta para buscar mi regalo.

M: ¿Tu regalo? -bebió de su café sonriendo- ¿Tenía que llevarte algo?

E: ¡Ah pues no! -se sentó sin soltar la almohada- Aunque sea una tontería, una postal, pero algo sí,
Maca.

M: Bueno, ya veré -sonrió- ¿Qué tal has dormido?

E: Me costó pero una vez lo conseguí lo hice de un tirón como siempre, se me hacía raro estar aquí sin ti,
con lo grande que es esta cama.

M: Si, la verdad que te pega mucho más estar en esa cama conmigo.

E: Tonta.

M: ¿Hoy comes con tu madre no?

E: Puf… y si tengo ganas que caiga el techo encima. Y con mi primo… se va a poner pesadita seguro.

M: Bueno cariño, pero es tu madre y desde que naciste tiene el derecho de tocarte las narices todo lo
que quiera.

E: Que graciosa estás ¿no?

M: Pero eso es porque sé que mañana mismo estaré abrazadita a mi niña.

E: Qué ganas tengo de verte, Maca. Ayer se me hizo el día eterno en el hospital, sin verte por los
pasillos, sin que me busques… Hasta se reían de mí.

M: ¡Cuando vuelva verás! Reírse de mi niña… Hombre…

E: Eso…-contestó con voz infantil- Venga que te dejo que termines, voy a arreglarme un poco sin prisa y
voy donde mi madre.

M: Vale mi amor, te llamo esta tarde ¿Vale? Y me dices como ha ido todo.

E: Vale, un besito cariño.

M: Otro para ti.

E: Te quiero.

Tras colgar aprovechó que aún podía tomarse un tiempo y de nuevo se acomodó abrazándose a la
almohada. No podía evitar esa sonrisa que se alojaba en sus labios siempre que hablaban, estaba a su
lado, o simplemente pensaba en ella. Suspiró como tantas otras veces desde hacía unos meses y,
sintiéndose feliz, se levantó, decidida a poder acabar ese día de la mejor manera.

Encarna miraba las noticias sentada en el sillón, comentando de vez en cuando lo que el presentador
relataba. Por su parte, Esther se encontraba en la cocina, cogiendo los cubiertos y platos para poner la
mesa. Al final, su madre la había obligado a ir a comer a su casa, con el pretexto de que su primo, quien
tenía una reunión con un cliente de la zona, había sido invitado por Encarna para comer. Para convencer
a la enfermera, bastó con hacerle chantaje emocional, recordándole el aprecio que su primo la
profesaba y lo poco que se habían visto desde las Navidades pasadas.
Se acercó al salón y empezó a colocar los utensilios sobre la mesa, haciendo caso omiso de los
comentarios en voz alta a los que su madre la tenía tan acostumbrada. Sin embargo, una noticia llamó la
atención de la enfermera, que rodeó la mesa para colocar los cubiertos del otro lado y así poder mirar al
televisor.

“Centenares de ciudadanos y representantes de diversas asociaciones de apoyo al colectivo


homosexual de España, se han echado a la calle para manifestarse delante de la sede episcopal en
Madrid para protestar sobre las recientes declaraciones de algunos de los miembros del clérigo que
afirmaron que: la homosexualidad es una enfermedad. “

En: Desde luego… En mis tiempos esto no pasaba.

Esther dirigió una mirada a su madre. Sintió como se le formaba un nudo en la garganta al pensar que,
seguramente, si supiera que mantenía una relación con una mujer, no lo aceptaría. Tragó saliva con
dificultad, intentando que lo que escuchaba en la tele no le afectara demasiado y se disponía a
marcharse cuando la voz de su madre la hizo girarse.

En: Oye Esther ¿Esa bandera con los colorines, no es como la pegatina que tiene Maca en su moto?

Sintió cómo se cortaba su respiración, su madre le estaba haciendo una pregunta personal,
identificando la bandera del arco iris, claro símbolo homosexual, con Maca, su novia. Pero, sobre todo,
la hico pensar ¿cómo sabía su madre que la pediatra tenía dicha pegatina en su moto?

E: Eh… Pues no me he fijado, la verdad –disimuló- ¿Qué bandera?

En: Esa hija, la que lleva ese chico de la camiseta esa ajustada, la de tantos colores. ¿Es o no es? –
insistía.

E: Es que no sé si Maca tiene… ¡Y yo qué sé, mamá!

Encarna se giró en el sofá, mirando el rostro de su hija. Tenía el ceño fruncido y la boca entre abierta, la
misma expresión que, desde pequeña, había delatado las pequeñas mentiras o travesuras de su hija.

En: Hija… No me trates como si fuera tonta ¿Vale? –le dijo seria.

Esther bajó la vista, avergonzada al verse descubierta en su mentira. Avanzó despacio, con miedo a la
reacción de su madre y decidió, en ese corto espacio recorrido, que lo mejor sería ser honesta.

En: ¿Me lo vas a contar tú o prefieres que siga haciéndome la tonta?

E: Mamá yo… Estoy saliendo con una mujer… -dijo con voz temblorosa- Y la quiero… la quiero mucho.

En: ¿Tanto te avergüenzas que no puedes ni decir su nombre?

E: Maca, mamá… Estoy saliendo... con Maca.

Bajó de nuevo la vista, intentando no enfrentarse así a la mirada recriminatoria de su madre, que
apenas había parpadeado y seguía observándola con gesto severo. Al cabo de unos segundos, Encarna
se giró de nuevo, en silencio, y cambió de canal, poniendo un documental de animales.

Aquel silencio le hizo más daño a Esther que cualquiera de las barbaridades que se había imaginado
saliendo de la boca de su madre, en forma de reproche. Dio un paso más, jugando nerviosa con sus
uñas, asustada.

E: Mamá… -no obtuvo respuesta- Mamá… ¿No piensas decir nada? ¿No vamos a hablar del tema?
En: Voy a ver cómo va la lubina –se levantó, apagando la televisión.

E: Pero… mamá…

En: Ahora no, Esther. Tu primo está a punto de llegar, tengamos una comida tranquila.

E: Pero…

Encarna ya se encontraba en la cocina, dejando sola a Esther, que miraba en la dirección en la que su
madre se había marchado, preguntándose si debía sentirse aliviada por aquel silencio o si por el
contrario debía preocuparse aún más.

Durante la comida, el nivel de frustración de Esther aumentó por momentos. Daba igual las veces que
ella hablara, o que le preguntara algo a su madre, o que intentara buscar su mirada…, Encarna acababa
rehuyendo sus ojos, evitaba mirarla a la cara y eso le dolía. Sin embargo, escuchaba con total interés la
explicación de su sobrino sobre la reunión que tenía aquella tarde.

Cansada de ser ignorada, se ofreció voluntaria para recoger la mesa, mientras Enrique y su madre
seguían conversando. Una vez a solas, empezó a notar cómo sus ojos se llenaban de lágrimas que
intentaba contener. Se frotó los ojos con su antebrazo, intentando no perder la entereza y empezó a
tirar los desperdicios de los platos a la basura.

En eso estaba cuando entró su madre, a sacar las tazas para el café. Con total indiferencia, ni se dirigió a
ella. Pasó por su lado, abrió uno de los armarios y sacó las tazas de porcelana y una bandeja a juego,
colocando las tres con cuidado sobre sus respectivos platos.

Esther dejó los platos en el fregadero, colocando los cubiertos a un lado y se lavó las manos con agua
fría, arrepintiéndose enseguida de aquello. Nada… Su madre seguía sin decir una palabra.

E: Mamá… ¿Es necesario que me ignores así? No creo que lo que te haya dicho haya sido tan terrible
como para que dejes de hablarme.

En: Esther, por favor, ahora no.

E: ¿Y cuándo mamá? ¿Cuándo se vaya Enrique? ¿Mañana? ¿O quizá nunca? –preguntaba molesta.

En: Te lo dije –cogió la bandeja- tengamos la fiesta en paz.

Salió del nuevo al salón con la mejor de las sonrisas, preguntándole a su sobrino sobre sus hijas,
encantada de saber lo mucho que habían crecido mientras, su propia hija, se sentía rechazada con una
dureza que sentía innecesaria.

Una hora más después, Enrique se marchaba de casa de Encarna, despidiéndose de ambas con un
sentido abrazo y prometiendo verlas en la cena de Noche Buena, como cada año. Y el silenció reinó de
nuevo en el apartamento. Esther miraba a su madre, que limpiaba la mesa del salón con una bayeta,
ignorándola de nuevo.

E: ¿Sabes qué, mamá? Me parece perfecto que no quieras hablarme… Pero al menos escúchame.

Se acercó a la mesa, colocándose a su lado, provocando que Encarna se desplazara un paso a la


izquierda, separándola de ella para alcanzar más superficie de la mesa.
E: Sé que no es lo que esperabas oír, que nunca pensaste que tu hija pudiera ser lesbiana… pero no es
algo malo ¿Sabes? No es una tragedia… No es una enfermedad, ni me van a meter en la cárcel, ni me
voy a morir… Simplemente me he enamorado de una mujer, mamá. ¿Tan horrible es que tu hija haya
encontrado el amor?

En: Pamplinas. Tú nunca has sido así… A saber qué tonterías te ha metido esa chica en la cabeza.

E: Esa chica se llama Maca, mamá. ¿Te acuerdas? Es esa que te cayó tan bien cuando la conociste, la que
me animabas a imitar cuando viste lo educada y agradable que era… Y ahora la odias ¿por qué? ¿Por ser
lesbiana? ¿O por hacer que me enamore de ella?

En: Yo no he dicho que la odie.

E: Mírame, mamá… Mírame –Encarna la miró por fin- Soy yo… Tú hija. No he cambiado… Sigo siendo
impuntual, desordenada, irresponsable, cabezota…, se me mueren las plantas y sigo sin saber cocinar.
No he cambiado… ¿Pero sabes qué? Maca me hace querer ser mejor persona. Hace que quiera ser más
como ella, más responsable, más cuidadosa, más centrada… Todo lo que tantas veces me has rogado
que fuese. ¿Y sabes por qué? Porque la quiero, porque quiero ser lo mejor para ella, porque quiero estar
a su altura. ¿No es eso de lo que se trata el amor? ¿De ser mejor persona para poder amar a tu pareja
como se merece?

No pudo aguantar más, sus lágrimas empezaron a brotar de aquellos cansados ojos, cansados de fingir,
de retener una tensión que sentía inmerecida, injusta. Apretó los puños, intentando que su voz no se
tiñera de rabia, de frustración…

E: Yo no pedí enamorarme de ella, sucedió sin más. Y tú lo sabes, mamá… Sabes de qué te hablo. No
elegimos de quien nos enamoramos… Hombre, mujer, rico, pobre… El amor te da, y un día te levantas y
descubres que esa persona te ofrece todo aquello que has deseado –ahogó un suspiró, tragando saliva
para modular su voz- Yo sólo quiero que me quieran, mamá… Que me quieran sobre todas las cosas,
como soy, que me respeten, que me hagan sentir especial, única… Y Maca lo hace. Maca me quiere más
de lo que lo ha hecho jamás ningún hombre y tú deberías alegrarte de que haya encontrado a alguien
así… De que alguien quiera a tu hija así. Y si la única razón por la que no te alegras por mí es porque ese
alguien es una mujer…. Entonces no tenemos nada más que hablar.

Miró a su madre con el alma desnuda. Con los ojos hinchados, rojos, con aquellas mejillas húmedas, con
senderos que queman, y con aquel temblor de barbilla, el mismo que surgía cuando la reñía cuando era
cría. Encarna miró a Esther, a su hija, y sintió que algo le apretaba el pecho, pero ese algo se veía
contrarrestado por otra sensación. Algo que la impedía hablar, que la impedía que ninguna palabra
amable se escapara de sus labios.

Miró a Esther, con el abrigo ya puesto y el bolso al hombro, y vio cómo abría la puerta. De pronto algo
cambió, y comprendió que si la dejaba marchar así, corría el riesgo de perderla.

En: Hija yo…

La enfermera se giró con los ojos llenos de lágrimas y el rostro seco al fin, y con dureza, la interrumpió.

E: No, mamá… -negó con la cabeza- Ahora soy yo la que no quiere hablar.

Una vez se hubo cambiado de ropa, Esther se dejó caer sobre el sofá. Había salido de casa de su madre
con el rostro lleno de lágrimas y había dado un rodeo de camino a casa de la pediatra, deseando
despejarse, deshacerse de aquella imagen que le venía a la cabeza una y otra vez: el rostro impertérrito
de du madre, su silencio…

Miró el reloj e intuyó que, seguramente, la pediatra la llamaría pronto. Tomó aire y respiró con
tranquilidad, intentando relajarse antes de recibir su llamada, pues no quería preocuparla.

Maca había marcado el número de la enfermera mientras doblaba la ropa que había llevado aquel día
para luego guardarla con cuidado. Por fin, tras varios tonos, contestó.

E: Hola Maca.

M: Hola amor ¿Qué tal?

E: Bien, supongo… ¿Tú qué tal? ¿Qué tal el día?

M: Bueno, un poco mejor que ayer. Ya se sabe, al segundo día ya se conoce a más gente y no se hace tan
pesado –contaba, mientras guardaba la ropa- ¿Sabes qué? Hay una chica de La Paz que por lo visto
trabaja con Nieves, una compañera mía de la facultad. No tenía ni idea de que estaba en Madrid.

E: Que bien, Maca…

La pediatra frunció el ceño, sentándose a los pies de la cama con preocupación. El tono de la enfermera
parecía apagado, triste, como si estuviera intentando por todos los medios de que ella no se diera
cuenta de la situación.

M: ¿Qué tal la comida con tu madre?

E: Ah bueno pues… -se pausó unos segundos- Normal, ya sabes…

M: ¿Te ha dado mucho la lata?

E: No, no… Apenas… Como estaba mi primo pues ha estado todo el rato hablando con él –medio sonrió-
Vamos que no sé ni para qué me pidió que fuera, no pintaba nada.

M: Oye Esther ¿Estás bien? ¿Ha pasado algo?

E: Claro que estoy bien, Maca ¿Por qué iba a pasarme nada?

M: No sé, te noto rara, como apagadilla –se rascó la frente- Cuando hablamos esta mañana estabas la
mar de animada y ahora apenas dices nada… ¿Seguro que estás bien?

La línea enmudeció, confirmando las sospechas de la pediatra. Sin embargo, Esther tampoco decía nada
que pudiera explicar su estado.

M: ¿Esther?

E: No, Maca, no pasa nada… Sólo es que te echo mucho de menos.

M: Ya, y yo –dijo con pena- Pero bueno mañana por la tarde ya estoy allí ¿Eh? Y recuperamos el tiempo
perdido.

E: Vale…

Le dio una última oportunidad de contarle qué le ocurría, permaneciendo en silencio una vez más. Al
comprobar que ya era tarde y que la enfermera no iba a contarle nada, decidió acabar aquella
conversación.
M: Bueno cariño, voy a dejar que te vayas a dormir ¿Vale? Que tienes que estar descansada para cuando
te vea mañana –dijo con una sonrisa.

E: Hasta mañana, Maca, que descanses.

M: Dulces sueños, princesa…

La pediatra miró el teléfono unos instantes, mordiéndose el labio pensativa. Decidió levantarse y se
dirigió al baño, recogiendo los enseres personales que tenía por allí, ordenadamente distribuidos, y
volviendo al dormitorio, colocando sus cosas de nuevo en la maleta. Cogió su teléfono e hizo una última
llamada aquella noche.

Más de una hora en el aeropuerto, un precio bastante alto por la hora cercana al vuelo, una carrera
hasta la puerta de embarque, pero todo con el pensamiento de sorprender a Esther y querer hacer
desaparecer aquella tristeza que había escuchado en su voz. Ya en el avión, miraba por la ventanilla las
luces que poco a poco se iban alejando, y que sin prisa, la acercaban a su hogar, en ese donde la
enfermera ya la esperaba sin saberlo.

El primer taxi que vio nada más salir por la puerta del aeropuerto fue el que la debía llevar a casa, y
sentada en la parte de atrás, seguía sin poder borrar aquellos nervios comprobando como apenas
quedaban unos minutos para poder respirar su aroma.

Frente a la puerta introducía las llaves con sigilo, con ansia, y aguantando la respiración giró la
cerradura. El calor de aquellas paredes la hizo suspirar tranquila, se deshizo de su abrigo acomodándolo
en la percha de la entrada, donde había dejado su maleta apoyada a un lado. Desabotonando su camisa
caminaba despacio quitándose a la vez las botas que dejaban descubierta su presencia al chocar contra
el suelo.

Abrió despacio la puerta del dormitorio que permanecía entornada y vio como Esther dormida mirando
hacia la terraza, por donde una luna curiosa dejaba colar su luz. Sonrió y deshaciéndose de su pantalón,
retiró apenas aquella sábana blanca, observando la espalda desnuda que la llamaba a gritos. Se colocó
tras ella, acariciando primero su costado, sonriendo al ver como se erizaba a su paso.

E: Mmm…-comenzó a moverse.

La pediatra ansiosa de poder acariciarla coló su mano bajo la sabana, rozando su abdomen despacio,
viendo como si, en aquel momento Esther se giraba aun dormida pero comenzando a despertase.

M: Cariño…-susurró- Esther…

E: ¿Uhm? -abrió los ojos despacio y mostrando el asombro por verla- ¿Qué….?

M: Hola.

Sin pensárselo dos veces fue directa a sus labios, manteniendo aún la mano sobre su estómago. Esther
aunque aturdida, comenzaba a corresponder a ese beso, abriendo sus labios, dando paso a la
impaciencia de la pediatra que subía poco a poco, la temperatura de aquella habitación.

E: Maca…

M: Ssshh… Te he echado tanto de menos…


Con decisión comenzó a bajar su mano, sonriendo al comprobar que estaba completamente desnuda,
viendo que había llegado sin problema hasta poder acariciar su cadera, sintiendo como la enfermera
separaba sus piernas completamente despierta.

Aquel primer contacto hizo reaccionar su cuerpo, besando impasible el cuello de la enfermera, que
había decidido acariciar su espalda mientras respiraba excitada y sentía los dedos acariciar su sexo. Su
cuerpo se movía ya presa de su propio estado, buscando más aquel contacto que tanto necesitaba.

E: Maca…

M: Sí….sí cariño -subió de nuevo hasta sus labios- Estoy aquí mi amor…

Sentir el calor, la humedad que comenzaba a emanar de su cuerpo, la respiración entrecortada de


Esther, la sensación de compenetración, la pasión envolvía cada movimiento, cada pensamiento
convertido en acción. Excitada y queriendo abarcar mas, decidió acomodarse sobre su cuerpo,
encajando ambos sexos con precisión, creando unos segundos de silencio y miradas cómplices en la
oscuridad.

M: Te quiero, te quiero mucho -tragó saliva sin dejar de mirarla.

E: Creía que era un sueño -acariciaba de nuevo su espalda de arriba abajo- pero realmente contigo todo
es un sueño, Maca.

Creyendo que ya no tenían lugar las palabras, comenzaron un beso tierno, humilde por ambas partes,
sintiéndose abrumadas al sentir aquel pinchazo en el corazón, el que les dejaba claro que él también
tenía opinión, y les gritaba que continuasen en ese mismo camino. Sin despegar sus rostros la pediatra
comenzó el baile, friccionando sus cuerpos, dando movimientos circulares dibujando la locura, dando
camino a la pasión.

La luz tímida que comenzaba a llenar de vida la capital, entraba entre las cortinas de aquella habitación,
dibujando unas pequeñas sombras en la pared. Dos cuerpos agotados yacían sobre el colchón
completamente unidos, casi un puzle de extremidades se enredaba bajo las sábanas. Una de aquellas
respiraciones chocaba directamente contra el cuello de su compañera, haciéndole sentir ahora un leve
cosquilleo conforme sus sentidos se iban despertando.

E: Mmm…. Maca… jejeje -intentaba girarse sin molestar a la pediatra- Maca…-susurraba de nuevo- Maca
jejeje me haces cosquillas.

M: ¿Mmmm? -se abrazaba mas a ella ocultando su rostro entre su cuello y la almohada- ¿Qué pasa?

E: Que me hacías cosquillas cariño -ya bocarriba acariciaba su brazo- ¿Cómo has dormido?

M: Aún puedo seguir si me dejas.

E: Si es que… A quién se le ocurre darse ese tute de avión para venir antes.

M: Pues anoche no te quejabas -continuaba hablando con su rostro oculto- más bien…-sonrió dejando
de hablar en aquel momento.

E: ¿Mas bien qué? ¿Eh?


M: Nada cariño -por fin salía de aquel escondite, con los ojos prácticamente achinados y el pelo
revuelto, apoyando el codo en la almohada, su rostro en la palma de su mano, y con la que le quedaba
libre acariciaba el pecho de la enfermera- ¿No tienes sueño?

E: Uyyy que carita jejejej -acarició su mejilla con ternura-…estás preciosa.

M: Tú lo que quieres es que no me enfade porque no me dejas dormir.

E: ¿Yo? -fingía estar ofendida- Perdona ¿Eh? Sigue durmiendo, venga, no te molesto -en un movimiento
rápido se giro dándole la espalda.

M: ¡Pero bueno! -se lanzaba hacia ella haciéndole cosquillas y obligándola a girarse.

E: Jajaja ¡Maca! ¡Para! -cogía sus manos y le hablaba seria, recibiendo un pequeño mordisco en los
labios después- ¡Au!

M: Si es que te comía -se dejaba caer sobre ella abrazándola, acomodándose en su pecho- Aquí me voy
a volver a dormir, escuchando tu corazón.

La enfermera sonrió, mientras comenzaba a acariciarle el pelo, escuchando su respiración tranquila, y


deseando estar así para siempre. De repente recordó lo que había hecho el día anterior, y su rostro se
torno serio.

E: Cariño…-llamó su atención recibiendo un sonido casi gutural de la pediatra- Ayer hablé con mi madre.

M: ¿Por eso estabas triste anoche? ¿Porque discutiste con ella?

E: Le dije que… -carraspeó- le conté que estamos juntas…-nada mas soltar aquellas palabras la pediatra
se incorporaba para mirarla.

M: Y… ¿Qué te dijo? ¿Cómo se lo tomó? -preguntó con nerviosismo y preocupación.

E: Pues… le dije que… que no había elegido enamorarme de ti, pero tampoco he querido evitarlo, y se lo
he dejado claro, que te quiero y… y eso no va a cambiar.

M: ¿No se lo ha tomado bien, verdad?

E: Pues…-suspiró bajando la mirada- la verdad no sé en qué grado de decepción pero no me dijo palabra
al respecto.

M: Ey…-colocó la mano sobre su barbilla haciendo que la mirase- Es comprensible Esther, y respetable,
es normal que así de primeras pues… le cueste asumir algo así, pero seguro que enseguida te llama para
que habléis.

E: No lo sé Maca, parecía tan… tan decepcionada…, dolida.

M: No digas eso cariño -la abrazó acomodándose de nuevo- Es imposible que alguien sienta decepción
por ti, imposible.

E: ¿Y si nunca lo acepta?

M: No es el caso Esther, no la conozco mucho pero… estoy segura de que nunca te daría la espalda, sólo
hay que darle tiempo.
Tras un intercambio de besos y caricias, Esther se ofreció a hacer la cama y preparar el desayuno
mientras la pediatra se daba una ducha. A eso se disponía Maca cuando, al entrar al baño, se sintió
extrañamente desubicada. Miró a su alrededor, notando como si algo no estuviera bien, pero decidió no
darle importancia.

Por su parte, Esther se había colocado una sudadera sobre el pijama y hacía la cama mientras
canturreaba alegremente, olvidándose ya del mal trago que había pasado ayer con su madre. Y es que,
con Maca a su lado, todos los problemas parecían menos importantes.

M: Esther –llamó desde el baño- ¿Dónde está la toalla grande, la azul?

E: Está tendida, Maca –contestó, ahuecando la almohada.

La enfermera acabó de colocar el edredón, estirando las pocas arrugas que se habían formado en la
superficie, cuando escuchó de nuevo la voz de la pediatra.

M: No encuentro el champú, Esther.

E: No lo he sacado de la ducha…

Extrañada, se dirigió al cuarto de baño, vislumbrando a la pediatra ya metida en la ducha.

E: ¿Lo encuentras? –preguntó desde la puerta.

M: Eh… sí, sí… Es que lo habías dejado en la balda de abajo, con el gel, en vez de arriba donde lo dejo
yo…

Esther sacudió la cabeza y se dirigió hacia la cocina, donde empezó a preparar la cafetera para que la
pediatra pudiera tomarse una taza de café bien cargada, como a ella le gustaba. Sacó el pan de molde
que habían comprado el otro día, sacando unas cuantas rebanadas para preparar tostadas para ambas y
Nesquick para ella.

Minutos después, cuando ya estaba casi todo preparado, escuchó cómo se paraba el calentador,
deduciendo que la pediatra se disponía a salir de la ducha. Sonrió, retirando la cafetera del fuego y
sirviéndole una taza para cuando se sentara a la mesa.

Cuando Maca entró en la cocina, le dedicó una cálida sonrisa, acercándose a ella y dándole un suave
beso en los labios.

E: Espero que te guste la mermelada de fresa. Aunque supongo que sí, porque es la que tenías –dijo
riendo.

M: Me encanta. Como tú –dijo sentándose a la mesa- Oye ¿Y esta taza? -dijo extrañada- ¿Dónde está la
taza azul que uso siempre?

E: Ah, lavé los platos ayer, estará en el lavavajillas.

M: Y… ¿No ibas a sacar los platos? –preguntó con una sonrisa forzada.

E: Luego los saco, Maca. Es que anoche no cené y me pareció una tontería sacarlos si no iba a meter
ninguno sucio –mordió su tostada.

M: Ya pero las cosas se guardan en su sitio, Esther.

E: Bueno, lo siento, ya te he dicho que ahora lo saco…


La enfermera entornó los ojos mientras terminaba su tostada, intentando no molestarse por la
insistencia de la pediatra en sacar los platos del lavavajillas.

M: Mmh… que rico –dijo tras probar su café- Por cierto, Esther. No te lo tomes a mal pero si vas a usar el
gel y el champú… que los pongas luego en su sitio. Donde lo dejo siempre ¿Vale? –Acarició su mano- No
te riño, pero te lo agradecería…

E: Vale… -dijo con suavidad.

La pediatra sonrió, dándole un buen mordisco a su tostada mientras Esther la miraba sin decir nada.

Habían comido temprano ya que ambas entraban con turno de tarde en el hospital. Permanecían
relajadas en el sofá el tiempo que les quedaba. La enfermera con el rostro sobre el pecho de Maca la
abrazaba dejándose acariciar envuelta por la calma que solo la pediatra llegaba a proporcionarle.

M: ¡Vaya! ¡Se me había olvidado! -se incorporó sorprendiendo a la enfermera.

E: Ay, no te muevas cariño -se quejó- Con lo bien que estoy yo aquí.

M: ¿Entonces no quieres tu regalo? -la miró de reojo viendo como se separaba casi al instante.

E: Claro que quiero. Venga ves.

M: Ahora no quiero -se cruzó de brazos mirándola.

E: Pues voy yo y rebusco entre las cosas.

M: ¡No! -se levantó en un segundo- Ya voy yo cariño, que luego será peor.

E: Idiota.

M: Guapa.

Mirando hacia el pasillo, Esther permanecía echada de medio lado con una sonrisa en los labios.
Esperando impaciente que la pediatra apareciera con su regalo. La vio atravesar la puerta con las manos
en la espalda mientras la miraba con picardía.

M: Se me debe haber caído por el camino.

E: Venga ya, Maca, -se incorporó quedando de rodillas en el sofá- lo tienes ahí detrás.

M: ¡Anda! ¿Y eso como lo sabes?

E: ¿Por qué sino llevas las manos atrás? -sonrió como una niña intentando seguir el juego- Dámelo va.

M: ¿Así sin más? -la miró entrecerrando los ojos- Tú regalo y yo aquí a dos velas.

E: ¿Qué quieres, a ver?

M: Pues no sé…algo…-se sentó de nuevo a su lado- Ya me dirás entonces, tú pillas cacho y yo como una
tonta mirando.

E: Ven aquí.
Sin que lo esperase la agarró de la pechera de su camiseta atrayéndola hasta ella. Buscó sus labios en
una fracción de segundo. Un beso apasionado, donde sus bocas se abrían por completo, sus
respiraciones chocaban y ambas lenguas se enredaban sedientas por la otra.

M: Uf.

E: ¿Me das mi regalo? -sonrió sabedora de cómo la había dejado.

M: Claro, toma.

Parpadeó un par de veces sintiendo como aun le costaría unos segundos más reponerse de aquel beso y
se la quedó mirando mientras comenzaba a abrir el pequeño paquete que había tendido entre sus
manos. Sonreía al ver cómo podía llegar a ser de dulce con aquellas pequeñas cosas.

M: ¿Te echo una mano?

E: No, no, si ya está.

Sacó la lengua de medio lado mientras intentaba no romper demasiado el papel que lo envolvía, pero
finalmente lo consiguió sin más problema.

E: Maca… es preciosa.

M: ¿Te gusta? -apoyó la barbilla en su hombro mirándola.

E: Mucho.

Una caracola en distintos tonos de amarillo, que resaltaba su parte frontal con diversos picos salientes
casi dibujando varias estrellas en su forma circular hacían de aquella algo realmente diferente.

M: Es mágica ¿Sabes?

E: ¿Mágica? –sonrió, girando su rostro.

M: Sip…-asintió con rotundidad- No es la típica caracola que te pones y escuchas el mar no… esta es
diferente -se sentó bien a su lado- Si alguna vez te sueltas de mi mano y… te pierdes, ella te indicará el
camino de regreso a mi lado… te susurrará dónde tienes que ir y yo te estaré esperando.

E: Es precioso Maca…-contesto emocionada mientras le daba un beso.

M: Busqué una que dijera guapa pero no la encontré, así que tendré que seguir diciéndotelo yo.

E: Tonta.

M: ¿De verdad que te gusta?

E: Mucho… es el mejor regalo que nadie me ha hecho.

M: Me alegro.

Dejó un beso en su hombro mientras ambas miraban aquel trozo de mar entre sus manos, sonriendo sin
mirarse, encontrando en aquel, un momento más que las unía de manera especial.
Esther entró primero por el muelle, ya que la pediatra rebuscaba en una bolsa grande que llevaba
consigo. Saludaron alegremente a Teresa, quien se quitó las gafas para observar a la pediatra, por si
había habido algún cambio notorio en ella en esos dos días.

M: Toma, Teresa –le dio un pequeño paquete envuelto en papel de regalo- Para ti.

T: Pero bueno ¿Y esto? –preguntó sorprendida.

M: Es un detalle de nada.

La recepcionista empezó a quitar el celo con cuidado, sonriendo nerviosa, mirando primero a Esther,
quien le devolvió la sonrisa, y luego a Maca. Abrió la boca y los ojos, sorprendida a ver de qué se
trataba: dos pendientes hechos con conchas, con la tuerca de plata.

T: Ay, qué bonitos… -decía emocionada.

M: ¿Te gustan? Son naturales ¿Eh? Están hechos artesanalmente, con almejas de Tenerife…

La enfermera soltó una pequeña risa, mordiéndose los labios mientras miraba para otro lado,
intentando que la recepcionista no pensara mal, como ella había hecho.

T: ¡Ahora mismito me los pongo! Ais qué detalle, Maca, con lo que me gustan a mí los pendientes…

M: Me alegro, Teresa.

T: ¿Qué tal me quedan? –les preguntó, poniéndose de perfil.

E: Ideales, Teresa, te pegan mucho.

T: ¿A que sí? –Rodeaba el mostrador- Ven aquí anda –le daba dos besos a la pediatra- Pero qué maja
eres… Ya podrían aprender otras –le dio en el brazo a Esther- menuda joyita te llevas, rica.

E: Eso ya lo sé yo –decía sonriendo- Anda, vamos para adentro que sino… Aquí hasta mañana con las
almejas –decía, mordiéndose de nuevo la lengua.

Mientras caminaban por el pasillo, la pediatra sonrió, cogiendo del brazo a Esther y acercándose a ella.

M: ¿Se puede saber de qué te reías?

E: Joder Maca… almejas… -hacía un gesto con los dedos- Ya sabes…

M: Mira que eres mal pensada ¿Eh? No sabía yo eso de ti.

E: Ya, claro… Como que no tenía doble intención el regalito. No habría pendientes para elegir, no…, le
traes las almejas.

La pediatra sacudió la cabeza y se introdujo en el vestuario, mientras Esther siguió su camino para
dirigirse al de las enfermeras. Al entrar, vio a Cruz que se acababa de cambiar.

C: Hombre ¿No volvías en… -miraba su reloj- dos horas?

M: Sí, pero adelanté el vuelo y volví anoche. Es una larga historia –dijo quitándole importancia.

C: Ah bueno, pues nada. ¿Qué tal el congreso? ¿Interesante?

M: Ísimo… -bromeó, haciendo reír a su compañera- Te he traído un detallito.


C: ¿Ah sí?

M: Sí.

Sacó otro paquete de la bolsa que había llevado aquella mañana y se lo dio a la cirujana, sacando de
paso los otros dos paquetes y guardando la bolsa en taquilla.

C: A ver qué es… -decía mientras lo desenvolvía con una sonrisa- Bueno, Maca, es precioso.

M: Es una tontería… Te iba a traer unos pendientes, como a las demás, pero pensé que te haría más
ilusión esto.

La cirujana acariciaba el fular que le había regalado su amiga, en tonos azules con un fino bordado de
hilo plateado en ambos extremos. Sonrió y le dio dos besos y un corto abrazo a su amiga, antes de
guardarlo en taquilla.

C: Luego me lo pongo –sonrió- ¿Le digo a Vilches que has llegado?

M: No, por Dios, déjame tomarme un cafetito tranquila y ya se lo digo yo, anda.

C: Vale, hasta ahora entonces.

Se dirigía a la cafetería cuando vio que por delante de ella caminaba Esther, mirando absorta unos
papeles entre sus manos. Se apresuró a alcanzarla y rodeó su cintura con un brazo, dándole un rápido
beso en la mejilla.

M: Hola caracola –bromeó.

E: Mírala qué graciosa está ella hoy… ¿Qué haces aquí?

M: Me iba a tomar un café, antes de subir a ver a Vilches ¿Y tú?

E: Pues… Tenía que preguntarle una cosa a Laura… -disimuló.

M: Oye, que si vienes a comer algo que no hace falta que disimules ¿Eh? Que no te voy a decir nada -
decía divertida.

E: ¡Vale! Pues tráeme un donut, anda, que voy a darle esto a Laura.

M: Glotona…

E: ¡Guapa!

La pediatra sacudió la cabeza y se dispuso a obedecer a Esther, quien se sentaba junto a Laura y Eva en
una de las mesas del centro. Maca se unió a ellas, dejando su vaso sobre la mesa y el donut de Esther.
Acto seguido, sacó los paquetes que tenía guardados en los bolsillos y los escondió detrás de su espalda.

M: A ver chicas, ¿izquierda o derecha?

L: Mmh… Derecha.

Eva: Pues yo izquierda, entonces.

M: Tomad.
L: Anda ¿Y esto?

M: Un detallito. Habéis elegido vosotras ¿Eh? No se aceptan devoluciones.

Ambas abrieron sus regalos, descubriendo sendos pares de pendientes de plata. Eva tenía en sus manos
unos delfines de plata y Laura unos aros, también de plata, con un moderno grabado. Se miraron y,
sonriendo, se intercambiaron los pendientes.

Eva: Sí, estos son más de mi estilo –dijo sonriendo- Muy bonitos Maca, gracias.

Ambas le dieron dos besos a la pediatra, quien se dispuso a explicarles qué tal el congreso. Pocos
minutos después, Vilches hacía acto de presencia justo detrás de Maca, apoyando ambas manos en el
respaldo de la silla e inclinándose hacia ella.

V: Mira lo que ha traído el gato ¿Se puede saber qué haces aquí?

M: Hola Vilches, yo también me alegro de verte –dijo sonriendo- Pues nada, que adelanté la vuelta a
esta madrugada.

V: Ya… No habrás hecho de las tuyas…

M: Que no… Hasta te tengo listo el informe del congreso.

V: Vale, pues te acabas el café y me lo llevas al despacho.

Una vez se hubo ido, todas respiraron tranquilas, más cómodas sin la presencia del director de
Urgencias.

Eva: Desde luego, este tío es un borde… Y qué pesado, acabas de llegar.

M: Ya ves… Es que el hospital no funciona sin mí –dijo en actitud chulesca- Luego os veo.

Le dio un corto beso en los labios a Esther y se marchó a buscar el informe.

El día había dado bastante de sí, a pesar de haberse pasada parte de la jornada en el despacho de
Vilches, poniéndole al día sobre los nuevos protocolos de actuación en casos de enfermedades
infecciosas infantiles y el resto de novedades que había aprendido en el congreso.

Ya faltaba poco para que finalizaran sus turnos, así que la pediatra buscó a Esther por cortinas,
encontrándola por fin en rotonda. Cruzó los brazos sobre el mostrador y la saludó con una sonrisa.

M: Hola, reina mora. ¿Lista para irnos?

E: Casi. Tengo que acabar con estos papeles… -decía sin mirarla- Oye, que he pensado que esta noche
dormimos en mi casa ¿Qué me dices?

M: ¿Y eso? ¿No estás a gusto en casa? –preguntó extrañada.

E: No es eso, Maca. Pero llevo días sin pasarme. Tengo que hacer la colada, mirar mi correo, coger
ropa… Vamos, que Laura sabe que sigo viva porque nos vemos en el hospital –bromeó.

M: Ya. Pues yo es que había pensado en recoger el piso.

E: Maca… -la miró- Está recogido. No te he revuelto nada.


M: Pero es que llevo dos días fuera y quiero dejarlo todo en orden, limpiar el polvo y esas cosas… No te
lo tomes a mal, son manías que tengo –dijo con una sonrisa.

E: Pues lo siento, Maca, pero no puedo…

La pediatra apretó los labios mientras asentía de manera ausente con la cabeza. Miró hacia otro lado,
intentando no mostrarse molesta ni ofendida por la negativa de la enfermera, pero no pudo evitar
sentirse un tanto decepcionada por no poder pasar la noche con ella.

M: Bueno pues… Voy a hacer una última ronda por pediatría y me cambio. ¿Nos vemos mañana?

E: Claro, entramos a la misma hora…

M: ¿Te paso a recoger?

E: No, no hace falta. Además, viene Laura también a esa hora.

M: Ah vale. Pues nada, te veo mañana ¿Vale?

E: Vale…

Se dieron un tierno beso en los labios que se convirtió en dos más, cortos, pero intensos. Se dijeron
adiós una vez más y la pediatra se marchó en dirección a las escaleras, mientras Esther la observaba con
semblante triste.

A ella tampoco le hacía demasiada gracia aquella situación, se habían pasado dos días alejadas y cuando
por fin volvía la pediatra tenían que separarse. Tenía ganas de insistir, de llamarla y convencerla de que
dejara estar su piso por aquella noche, que durmiera con ella en su apartamento, pero sabía que sería
inútil.

Fastidiada, volvió a centrarse en aquellos papeles que tenía que ordenar para intentar olvidarse de otro
problema que se añadía a su ya omnipresente disgusto por el incidente con su madre.

Llegó algo cansada al piso. Nada más cruzar la puerta fue directa al sofá, entre decaída y agotada. Laura,
que se encontraba ya allí comiéndose un bocadillo con una bandeja sobre sus piernas, la miró en todo
momento hasta que quedo a su lado.

L: Vaya cara traes… ¿Estás bien?

E: Cansada… igual estoy pillando algo yo que sé…-habló con desgana.

L: ¿Y cómo es que no te has ido con Maca?

E: Llevo dos días sin aparecer por aquí… le he dicho que viniera pero quería limpiar allí.

L: Ahm.

E: ¿Y tú qué? ¿Qué te cuentas?

L: Nada… lo de siempre, al hospital y aquí, cuando no con Eva. Mi vida no es tan interesante como la
tuya chavala.

E: Ya.
L: ¿Seguro que no pasa nada, Esther? -la enfermera se encogía de hombros mientras comenzaba a jugar
con la parte inferior de la cremallera de su chaqueta- A ver… ¿Qué pasa? Va.

E: Ayer hablé con mi madre.

L: ¿Sobre qué? -frunció el ceño al imaginarse de qué se trataba.

E: Le conté que estoy saliendo con Maca…-la residente abrió los ojos impresionada- Fue extraño.

L: Se lo tomó peor de lo que pensabas…

E: Sí, pero también era como… como si lo tratase con indiferencia, como si no fuera con ella… Está
decepcionada, lo sé.

L: ¿Cómo va a estar decepcionada? Estará impresionada… tendrá que asimilarlo y cuando lo haga estará
todo genial ya lo verás, tu madre es una mujer compresiva.

E: Sí claro, es compresiva hasta que tiene que serlo con su hija…-suspiró mientras se frotaba el rostro- Y
luego Maca…

L: ¿Qué pasa con ella?

E: Que esté de un neurótico con las cosas de su casa que uf…. Primero que si saca las cosas del
lavavajillas… ¿Qué más le dará? Por una taza… y luego que si coloca el champú arriba y el gel abajo, en
fin…

L: Son costumbres, Esther… es cuestión de que te hagas con ella y pongas un poco de tu parte, que las
dos sabemos que el orden no es tu punto fuerte.

E: Si tienes razón… pero es que estoy algo susceptible con lo de mi madre, no me lo esperaba la verdad,
y tampoco me había hecho a la idea de que hablaríamos de eso, bueno… hablar, hablé yo… por que la
tía como si no fuera con ella… dolida eso sí.

L: ¿La has llamado?

E: Si no me habla, Laura.

L: Y menos que lo hará si no lo intentas… llámala anda. Le preguntas como está y tanteas.

E: ¿Tú crees?

L: Venga, tonta. Si tu madre te adora, seguro que la pillas que aun no habrá cenado así no tienes
problema.

E: Uf… a ver como sale esto…-sacó el móvil de su bolso y buscó en la agenda el número de su casa,
esperó varios tonos sin obtener resultado- No me lo coge.

L: Prueba con el móvil.

E: Peor… no sé para qué sé lo compré, nunca lo coge o directamente no lo carga y lo tiene apagado.

L: Prueeeeba anda.

E: Vale…-repitió la misma acción esperando esta vez incluso más tiempo, pero igualmente sin tener
respuesta- No quiere hablar conmigo está claro.
L: No digas eso.

E: Da igual, Laura -se levantó para ir a su habitación.

L: ¡Esther! -la observó marcharse con preocupación- Pobre…siempre tiene algo en la cabeza.

Laura miraba su reloj una vez más. En un intento de meterle prisa a Esther, se había adelantado y bajado
hasta el portal, donde esperaba impaciente a que la enfermera apareciera. Por fin se abrieron las
puertas del ascensor, dejando salir a una Esther que se apuraba por abrocharse el abrigo y cuyo bolso
colgaba del brazo de mala manera.

L: Mírate, si es que siempre tarde…

E: Es que me ha costado horrores levantarme, lo siento… He pillado el sueño casi a la hora de


levantarme.

L: Haberte venido conmigo, al menos estabas acompañada.

E: No pasa nada –forzó una sonrisa.

Empezaron a caminar calle abajo, en dirección al metro, cuando escucharon el claxon de un coche que
sonaba de manera insistente. La residente se giró, observando cómo la conductora del vehículo la
saludaba.

L: Mira, Esther, es Maca.

La enfermera se giró, viendo cómo la pediatra aparcaba en doble fila, claramente esperándolas a ellas.
Laura tiró del brazo de Esther y se dirigió hasta el coche, quitándose el bolso y abriendo la puerta de
atrás para que la enfermera se sentara delante.

M: Buenos días.

L: Buenos días Maca ¿Y este despliegue de medios?

M: Esther me dijo que entrabas a la misma hora, y me parecía feo venir con la moto y dejarte que fueses
sola.

L: Pues muchas gracias –decía mientras se ponía el cinturón.

La enfermera entró en el coche y dejó que Maca le diera un suave beso en los labios, cerrando la puerta
y desabrochándose el abrigo que tanto le había costado abrocharse, antes de ponerse también el
cinturón. La pediatra miró a Laura un tanto extrañada, y ésta se limitó a encogerse de hombros.

M: Bueno, pues vamos para allá.

Miró por el retrovisor y en cuanto tuvo un hueco cambió de carril para girar en la siguiente calle, rumbo
al Central. Llevaban ya cinco minutos en el coche y ninguna había dicho nada. Esther miraba por la
ventanilla de manera ausente, sin tan siquiera mirar a Maca ni una vez. Por su parte, Laura intentaba no
sentirse demasiado incómoda, mirando con interés cada detalle del interior del coche, como no había
tenido ocasión de hacer cuando fueron a la Sierra.
Maca frenó en un semáforo, dejando caer las manos sobre sus piernas y mirando por la ventana. Esther
seguía sin moverse, y Laura tampoco decía nada. Las miró a ambas, primero a la residente y luego a su
chica.

M: ¿Pongo la radio? –preguntó.

L: Vale, sí.

M: ¿Esther? –No obtuvo respuesta- Cariño… que si pongo la radio.

E: ¿Eh?

La enfermera la miró por fin, girándose sorprendida al haber notado aquella mano en su brazo.

M: Que si quieres que ponga la radio…

E: Bueno…

M: ¿Estás bien? –preguntó preocupada.

Esther apretó los labios intentando sonreír, y volvió a dirigir su mirada hacia la ventanilla, dando por
finalizada aquella escueta conversación.

Al llegar al aparcamiento del hospital, la pediatra se giró un segundo para mirar a Laura, quien entendió
que quería estar a solas con Esther, así que asintió ligeramente y se desabrochó el cinturón.

L: Bueno, yo voy tirando…

Salió del coche y dejó que Maca se quitara el cinturón, apagara el motor y se colocara de medio lado
para mirar a la enfermera.

M: Esther ¿Me quieres contar qué te pasa? ¿Estás enfadada conmigo?

E: Anoche llamé a mi madre… -la miró por fin- Primero la llamé al fijo y después al móvil y no… no me lo
cogió, Maca, me odia… Es que lo sé…

Sin poder contenerse, a pesar de que había bajado la cabeza y cubierto sus ojos con una de sus manos,
las lágrimas empezaron a resbalar con rapidez por sus mejillas. La pediatra se acercó tanto como pudo,
dejando que Esther apoyara la frente en su hombro mientras acariciaba su cabello, abrazándola contra
ella.

M: Shh…. No llores mi niña. No llores… va…

E: La he perdido, Maca…

M: Eso no lo sabes –agarró su rostro con sus manos- Mírame, eso no lo sabes. Está disgustada, es
normal ¿Vale? Es normal que le haya impactado la noticia, créeme mis padres no se lo tomaron mucho
mejor. Pero es tu madre, Esther, sobre todas las cosas es tu madre y te quiere.

E: No quiere ni hablar conmigo.

M: Dale tiempo -acariciaba sus mejillas con sus pulgares, mientras la hablaba con dulzura- Esther, ya
verás cómo tarde o temprano te buscará y hablaréis con calma de esto. Y hasta que eso pase no estás
sola ¿Vale? Me tienes a mí, que te quiero más que a nada, y a Laura… Y a Cruz, y a Eva… Pero sobretodo,
yo no me voy a separar de ti ni un segundo ¿Vale?

La enfermera asintió, sollozando más tranquila. Se frotó los ojos con una mano, mientras Maca miraba
en la guantera con esfuerzo y sacaba un paquete de pañuelos, ofreciéndoselo a Esther, quien sacó uno
mientras recibía un beso en su frente que la hizo sonreír.

E: Debo estar hecha un asco –bromeó.

M: Estás preciosa.

E: Sí, mira…

M: Esther, para mí eres preciosa, siempre… Y no dejas de serlo por llorar.

E: Gracias Maca… por todo.

M: No me las des, no he hecho nada.

E: Más de lo que crees…

La pediatra sonrió, besando con suavidad las mejillas de su chica antes de besar sus labios de igual
manera, prolongando el contacto, intentando reconfortar a la enfermera. Una vez estuvo más calmada,
ambas salieron del coche y caminaron, abrazadas por la cintura, hacia la entrada de Urgencias.

Se separaron al entrar por el muelle, sabiendo que a Teresa aún le costaba un poco según qué muestras
de afecto entre ambas y, de igual manera, no querían causar ningún tipo de polémica con los enfermos;
querían guardar las formas.

T: Buenos días… -saludó, clavando su mirada en la enfermera- Uy, vaya cara me traes.

E: Gracias, Teresa, así da gusto venir a trabajar –bromeó con desgana.

T: Bueno, que no lo decía con mala intención…

E: Perdóname, estoy gruñona.

La pediatra, que hasta entonces la miraba con atención, pasó a mirar a la recepcionista al notar cómo
aquellos ojos, aumentado por las gruesas gafas que solía llevar, se clavaban en ella.

M: A mí no me mires, que yo no he hecho nada.

Esther sonreía, dándole el acta a la pediatra para que firmara ella también.

E: ¿Mucho lío?

T: No, por ahora tranquilito… Tú tienes a niños esperando.

M: Niños… En plural… -decía, poco entusiasta.

T: Sí, hija sí.

M: Madre mía, ni un café le dejan tomarse a una –sonreía, inclinándose sobre su chica- Dame un beso,
anda, para motivarme.
E: Maca, nuestra jornada ha empezado hace… -miró su reloj- tres minutos exactamente, sé más
profesional.

M: Pero… ¿Entonces hay beso?

E: No, no hay beso –sonreía divertida- Te veo luego, Teresa.

La pediatra se giró, aún apoyada en el mostrador de recepción, observando cómo la enfermera se


marchaba a cambiarse. Se mordió el labio y miró a la recepcionista.

M: ¿Has visto cómo me trata?

T: Y bien que hace, rica, a ver si te has creído que esto es Jauja.

M: ¿Y si me lo das tú, Teresita?

Juntó sus labios, como si fuera a darle un beso a la recepcionista quien soltó una risotada, algo
escandalizada, y la apartó de ella con aspavientos.

T: Quita, quita…

M: Bueno, me voy para dentro, a donde la aprecien más a una –bromeó antes de irse.

En la cafetería Esther permanecía ojeando el periódico mientras Teresa le explicaba con pelos y señales
el “numerito” como ella decía, que le había montando un familiar minutos antes. Ella asentía habiendo
escuchado prácticamente lo mismo en todo el tiempo que llevaba relatando.

E: Oye Teresa, ¿y Maca? ¿Sabes cómo va?

T: Eso… vaya caso que me haces, yo aquí toda apurada –daba un trago de su café algo enfadada

E: No es eso Teresa -sonrió dando un pequeño golpe en su pierna- Es que hace rato que no sé de ella.

T: Andaba con Vilches por uno de sus niños... mírala, por ahí viene.

M: Uff -llegó casi con prisa- hola chicas, un café rapidito que el gruñón no me deja más.

E: ¿Mucho trabajo? -preguntó mientras le servía el café.

M: No mucho, pero tenemos algo complicado entre manos, y sabes que entre los dos parece que
hacemos bien las cosas -sonrió sentándose a su lado- ¿Vosotras qué tal?

T: Pues yo estaba contando que…

E: ¿Sabes qué? -alzó la voz por encima de Teresa no queriendo que ocupase aquel poco espacio de
tiempo en escuchar de nuevo su historia- Antes una paciente me ha regalado dos entradas para el cine,
se las dieron en el periódico y podemos canjearla por la que queramos.

M: ¿Ah sí? Pues está bien eso, podíamos ir este fin de semana, ¿has mirado qué ponen?

E: Eso estaba mirando, pero mejor lo decidimos las dos que luego seguro pones pegas a lo que yo diga.

T: Bueno, como me ignoráis me voy a mi mostrador a trabajar, que allí incluso me hacen más caso.
M: No seas tonta Teresa, claro que te hacemos caso.

T: Da igual, -cerraba su bata con aires de enfado y se cruzaba de brazos- ahí os quedáis.

M: ¿Cómo está no? -sonrió a la enfermera que negaba al mismo tiempo.

E: Lleva no sé el tiempo contándome lo mismo, no he querido que te de la tabarra con lo mismo, y


menos cuando apenas te he visto hoy…-se apoyó sobre la mesa mirándola- ¿Me has echado de menos?

M: Claro, yo siempre te echo de menos ¿Estás más animada? -acarició su mano por encima de la mesa.

E: Sí, trabajar me distrae, y prefiero no comerme mucho la cabeza.

M: Vale, cariño. Voy a ir a ver al gruñón que luego me riñe -se levantó pero la mano de la enfermera la
retuvo a su lado haciendo que quedase casi agachada hacia ella.

E: ¿Y no me das un beso?

M: Ah… ahora si quieres ¿no? -sonreía de medio lado.

E: ¿Cómo no voy a querer?

M: Pues antes bien que me has dejado sin beso, y encima pidiéndotelo -se defendió sin borrar la sonrisa.

E: Maca, no seas así, ha sido una broma.

M: Ahora soy yo la que bromea y te deja sin beso, porque cariño… estamos en horario de trabajo,
tenemos que ser más responsables…-entrecerró los ojos recordándole sus mismas palabras.

E: ¿Sí? -arqueo una ceja levantándose hasta ponerse a su altura- pues que sepas que eres una
rencorosa y ahora soy yo la que se enfada… a ver quién busca a quién.

M: Esther…-fue tras ella viendo cómo salía con rapidez de la cafetería- ¡Esther!

E: ¡No! -caminaba más deprisa perdiéndose tras la puerta.

T: ¿Y esta?

M: Nada Teresa, que me quiere tanto que no sabe qué hacer y se enfada ella misma -sonrió antes de
marcharse también.

T: Anda que… estas dos tienen una tontería encima que cualquiera las comprende.

El día en urgencias parecía seguir calmado, a excepción de Javier y Maca. Al primero le había surgido
una operación de urgencia, sumándose a otra que ya tenía programada para aquel día, y la pediatra
seguía trabajando con Vilches en un caso extraño.

Cuando Teresa hubo acabado su largo descanso, volvió a su puesto de trabajo, encontrándose con una
sorpresa: Encarna se había presentado ante ella, con semblante serio y preguntando por su hija.

La casualidad había querido que justo en ese momento, Aimé le pidiera un favor a Teresita que la había
impedido acompañarla así que, tras recibir las indicaciones de la recepcionista, la madre de Esther se
introdujo en urgencias, un tanto perdida por tanto movimiento.
Cuando más perdida se encontraba, giró por uno de los pasillos, presenciando algo que la hizo pararse
en seco: a metros de distancia, su hija caminaba mirando unos papeles. Tragó saliva, agarrando con más
fuerza el asa de su bolso, que mantenía pegado a su cuerpo, como si así se sintiera más protegida.

Se disponía a acercarse cuando, de repente, Maca apareció por otro pasillo, haciendo a la enfermera
parar en seco. Miró a un lado y a otro, encontrando cobijo en un hueco, para evitar ser descubierta; al
menos hasta decidir qué hacer. Se llevó la mano al cuello, agarrando entre sus dedos una de sus muchas
medallas y, tras mirar al techo y suspirar, dirigió la vista a la pareja.

E: Hola -habló sin mucha alegría.

M: ¿Todavía estás enfadada por lo de antes? -mantenía sus manos ocultas tras ella- Ha sido una
bromita, cariño. Además tú hiciste lo mismo conmigo

E: No es eso Maca… -elevó su rostro con una pequeña sonrisa- Además, siento lo de antes, ha sido una
rabieta tonta, creo que he hecho el ridículo más que otra cosa -se pasó la mano por el pelo cruzándose
de brazos después.

M: Tú nunca haces el ridículo. Me ha encantado ver cómo te ibas con ese enfado tan adorable y…-se
acercó hasta su oído- moviendo el cuerpo de esa manera me has hecho imaginarme muchas cosas, que
lo sepas.

E: Jajaja que tonta eres.

M: Te he traído una cosa para ver si se te pasaba el enfado pero si dices que no estás…

E: Uy sí -la cortó- estoy enfadada cariño, y tienes que compensarme -sonrió mirándola.

M: Toma -mostró su mano sacándola de donde había permanecido sosteniendo una pequeña flor
blanca.

E: Es preciosa.

M: No es gran cosa, pero la he tenido que cortar de un ramo que vi por pediatría y me he jugado el
cuello, te lo aseguro -sonrió mirándola algo nerviosa.

E: Es preciosa cariño… me encanta –elevó el rostro emocionada- Gracias.

M: ¿Te puedo dar un beso?

No podía mirar, se giró al ver cómo las dos mujeres se fundían en aquel beso, tan ajenas a su presencia.
Si la explicación de Esther le había dejado dudas, habían sido despejadas en aquel gesto, tan común
para la pareja, pero tan nuevo para Encarna.

Se llevó una mano a su mejilla, sonrojada por aquella imagen que, a pesar de haber cerrado los ojos,
seguía viendo. Se giró, dando la espalda a su hija y se planteó marcharse, sobrepasada por las
circunstancias. Había ido con la intención de hablar con Esther, de intentar entenderla, como madre se
lo debía…, pero aquello la había cogido por sorpresa.

Se giró una vez más, observando a su hija, ya a solas, desde la lejanía, y cuando parecía estar dispuesta a
marcharse, su mirada se cruzó con la de la enfermera, quien se acababa de girar en ese preciso
momento.

E: ¿Mamá…? –preguntó sorprendida, en apenas un susurro.


Tragó saliva y, aún paralizada, observó cómo su hija se acercaba poco a poco.

Evitaban mirarse, ambas habían fijado su vista en sus manos, nerviosas… La enfermera había decido
hablar en el gabinete, donde podrían sentarse a hablar y, al mismo tiempo, mantener las distancias,
separadas por aquella mesa.

Encarna seguía agarrada a su bolso, mientras que Esther jugaba con sus propias manos, frotándolas de
vez en cuando. Finalmente se miraron, entendiendo que tanto la una como la otra estaban igual de
nerviosas, provocando una pequeña carcajada que se escapó de ambas a la vez. Se rieron, intentando
liberar algo de aquella tensión acumulada, hasta que de aquella carcajada sólo quedó un tenue eco que
las dejaba de nuevo en silencio.

E: ¿Quién empieza? ¿Tú o yo? –preguntó nerviosa.

Encarna la miró, encogiéndose de hombros y negando con la cabeza.

En: No lo sé. Es la primera vez que, como madre, no sé qué es lo que tengo que decirte. No lo sé, hija.

E: Ya… -bajó la mirada, decepcionada- Pues creo que yo te lo he dicho todo ya. Estoy con Maca, ya lo has
visto… -sonrió nerviosa- Y la quiero.

Fijó su vista en su madre, con fuerzas renovadas tras aquella afirmación, y vio la tristeza en aquel rostro
que siempre la había mirado con amor. Esperó unos instantes, dándole tiempo para reaccionar y, por
fin, Encarna decidió hablar.

En: Es muy distinto oírlo que… que verlo. Cuando venía para aquí había pensado que, que podíamos
tomarnos un café, hablar de lo del otro día… No sé… No sé qué había pensado pero desde luego no era
esto… Eso… Lo que he visto, lo que tenía en mente –bajó la voz- Ha sido un golpe.

La enfermera tragó saliva, creyendo saber por dónde iba su madre.

En: No te negaré que me ha chocado mucho, que me ha dado reparo veros así, no lo haré –decía con
firmeza- Mira, Esther, yo sé que no te lo estoy poniendo fácil y que seguramente para ti ha sido tan
difícil contármelo como para mí oírlo, pero ahora mismo no… -cogió aire- Eres mi hija, y te quiero más
que a mi vida…, y como cualquier madre quiero que seas feliz.

E: Maca me hace feliz, mamá.

En: Lo sé… Por más que me pese lo he visto. He visto cómo te mira y cómo es capaz de cambiar tu cara,
hija. No te voy a engañar, ni te voy a decir que eso lo hace todo más fácil y que me parece bien que
estés con una mujer. Sin embargo… Sí que es cierto que es un alivio haber visto que te trata bien.
Porque… ¿Te trata bien, no? –preguntó nerviosa.

E: Como a una princesa, mamá –contestó con una amplia sonrisa- Me trata como nadie me ha tratado
nunca. Me escucha, me comprende, me hace reír, me deja llorar cuando lo necesito, comprende mis
humores, los respeta, deja que me enfade, que reniegue… Y me quiere mucho. Y lo siento mucho,
mamá, pero eso no puede ser malo.

Encarna bajó de nuevo la vista, soltando por una vez su bolso y colocándolo sobre la mesa. Se levantó y
se acercó hacia su hija, apoyando una mano en la mesa y acariciando el flequillo rebelde de la
enfermera.
En: Eso es lo importante, hija, que te quiera como eres y que te respete como mujer y como pareja. Si
hace eso, yo no puedo pedirle más –la miró con una sonrisa llena de cariño- Me va a costar
acostumbrarme a la idea, y ya te digo que no va a ser nada fácil ¿Eh? –le advirtió, levantando una mano-
Pero lo voy a intentar… Porque si a ti te merece la pena pasar por todo lo que tendrás que pasar por
estar con una mujer, a mí me merece la pena aprender a respetarlo.

E: Mamá…

Sin poder contener las lágrimas, Esther se abrazó a la cintura de su madre, apoyando su cabeza sobre su
vientre y dejando que aquellos brazos la rodearan, como tantas veces lo había hecho a lo largo de su
vida. Encarna, emocionada de igual manera, acariciaba la cabeza de su hija.

En: Siento haber sido tan dura contigo.

E: No… Lo entiendo. Necesitabas tiempo.

En: Mírame –cogió su rostro entre sus manos- Ante todo, soy tu madre, y aunque no me haya hecho aún
a la idea de todo esto… Quiero que cuentes conmigo ¿Entendido? No me dejes de lado porque me
cueste. – La enfermera asintió con la cabeza- Anda, deja de llorar, que te pones muy fea, hija.

La enfermera rió ante aquel comentario tan habitual en su madre, consiguiendo aquello mismo,
arrancarle una sonrisa. Se abrazó de nuevo a aquel cuerpo y se dejó mecer con suavidad, cerrando los
ojos. Pensó en Maca, en su sonrisa, en cómo se alegraría al oír la noticia, y en su estómago se instaló
una sensación de paz, de calidez, tan parecida a la que el estar así con su madre le proporcionaba, y
sonrió. Todo iba a ir bien.

A unos metros del mostrador Maca daba las últimas indicaciones a la madre de un niño que acaba de
atender, cuando vio como Encarna salía de la puerta de urgencias y se dirigía hasta la calle. Extrañada,
escuchó cómo la mujer se despedía con su bebé en brazos y en un impulso salió veloz intentando dar
alcance a la madre de la enfermera.

M: ¡Encarna! -corrió hasta ella viendo como esta se giraba.

En: Hola Maca.

M: Hola. Quería… quería hablar con usted.

En: ¿Ocurre algo?

M: Verá… yo… sé cómo reaccionó cuando su hija le dijo que teníamos una relación. Puedo comprender
que le cueste asimilarlo, yo misma he sufrido eso con mi familia, pero lo único que me gustaría es que…
Que pensase en lo mucho que su hija la quiere, a ella le duele muchísimo que usted no la apoye, la he
visto llorar por creer que la ha decepcionado…-suspiró aguantando el nudo que amenazaba con no dejar
salir su voz- Su hija la quiere más que a nada en este mundo… y yo la quiero a ella más que a mi vida, y
sólo quiero verla feliz, y no lo será si usted no la apoya… Yo comprenderé que usted no me acepte a mí…
le guardaré igualmente el respeto que se merece, pero no le dé la espalda a su hija, la necesita.

Sintiendo cómo lo que antes le impedía casi hablar podría llegar a cortar su respiración, antes de que las
lágrimas recorrieran sus mejillas las arrastró con su mano, viendo como Encarna la miraba fijamente sin
decir aun una sola palabra, apretó las mandíbulas un segundo y tomó aire para decir las últimas palabras
que su aliento permitía.
M: Yo sólo quiero hacer feliz a su hija, conseguir que sonría cuando está triste, abrazarla cuando se crea
sola, animarla y hacerla sentir una mujer única, única para mí… Sólo quiero hacer de su vida la que un
día soñó…

En: ¿Has acabado ya? -suspiró y vio como el rostro de la pediatra se tensaba por segundos- Me creo que
quieras a mi hija y sé que ella te quiere a ti. No te voy a mentir, yo no quería esto para ella, no por nada
sino porque es una de esas cosas que una madre no piensa hasta que sucede. Pero he visto sus ojos, y
veo los tuyos… no soy quién para elegir por ella, ella te quiere a ti y mientras tú la quieras a ella, la
cuides y la hagas feliz a mí me vale. Y supongo que con el tiempo me… me acostumbraré a esto…-
mostró una media sonrisa mientras con sinceridad acarició su brazo- Sólo te pido que no le hagas daño.

M: Nunca se lo haría Encarna…

En: Bueno pues… ahora ve con ella, y cuídala.

M: Gracias.

En: No las merezco hija -se acercó a ella y dándole un beso en la mejilla volvió a sonreír- Y ahora me voy
que tengo hora en la peluquería y ya se me hace tarde.

M: Está bien, pero que no la dejen más guapa no vaya a ser que tenga que ir por ahí defendiéndola ¿Eh?

En: Jajajaja anda… ve a trabajar no te vayan a llamar la atención.

M: Hasta luego, Encarna.

En: Hasta luego, hija.

Sin moverse de allí observó cómo cruzaba la calle y unos segundos después la perdía de vista al girar y
tomar otra dirección. Sonrió y, girándose, comenzó a caminar hacia el hospital.

Nada más cruzar el muelle vio como Esther salía del mostrador y se dirigía hasta ella.

E: ¿Dónde estabas? Te estaba buscando.

M: Nada tuve… tuve que salir un momento -le acarició el pelo con cariño- ¿Sabes qué?

E: ¿Qué? -sonrió mientras curiosa se acercaba hasta ella.

M: Pues… -inclinándose se colocó junto a su oído-… que te quiero.

E: ¿Y esto? ¿Qué has hecho a ver? -se cruzó de brazos intentando no sonreír.

M: Anda tonta, vamos para dentro que hoy no me trabajas nada de nada -la rodeó por la cintura con su
brazo caminando hacia urgencias.

E: Yo también te quiero, tonta.

Y con aquel susurro la adelantó, sonriéndole mientras la dejaba allí parada con aquella expresión en su
rostro que sólo ella conseguía provocar, haciéndola pensar nuevamente lo afortunada que era por
tenerla a su lado.

Desde aquella charla con Encarna, parecía que nada podía empañar su felicidad. En el hospital, cada vez
eran más comunes las muestras de afecto entre ambas, que no escondían su relación. Fuera del trabajo,
seguían a caballo entre la casa de la pediatra y el apartamento que Esther compartía con Laura, y eso a
veces les pasaba factura.

Una noche de pasión prolongada hasta altas horas de la madrugada, había provocado que se
despertaran más tarde de la cuenta. Turnándose en la ducha, la enfermera entró primero y poco
después lo hizo Maca.

Cuando la pediatra volvió a la habitación envuelta en una toalla, apartó la ropa que Esther se había
quitado y había dejado por encima de la cama, claramente buscando algo. Por su parte, la enfermera
había entrado en el baño para cepillarse los dientes antes de ponerse la camiseta que llevaría aquella
mañana.

M: Juraría que estaba aquí… -murmuró mientras buscaba- ¡Esther! ¿Has visto unas braguitas negras que
había puesto en la cama?

E: ¿Eran tuyas? –Preguntó asomándose desde el baño- Me las he puesto yo.

M: Esther… Pensaba ponérmelas hoy.

E: Lo siento, Maca, es que no tengo nada limpio, excepto esa camiseta.

La pediatra mascullaba entre dientes, molesta por la libertad que se había tomado su chica. Abrió el
cajón de la ropa interior y buscó un conjunto de nuevo, poniéndoselo con la toalla aún rodeando su
cuerpo; así la encontró Esther al entrar de nuevo en el dormitorio.

M: Te dije anoche que pusiéramos una lavadora.

E: Bueno, esta tarde llevamos la ropa sucia a mi casa y la hacemos allí. Y ya pues te quedas a dormir –se
puso la camiseta- Mañana ya vemos.

M: Y dale con lo de tu casa… -decía frustrada- ¿Qué pasa? ¿No te gusta mi detergente o qué?

E: No es eso, Maca –explicaba- pero me sabe mal poner una lavadora aquí para mi ropa.

M: Yo también tengo cosas que lavar ¿Eh?

E: Ya, pero no es lo mismo –se levantó de la cama tras ponerse las botas- Anda que llegamos tarde.

La pediatra se dirigía al armario para sacar una camisa, protestando al tropezarse con la camiseta que la
enfermera había utilizado para dormir la noche anterior. La cogió y la lanzó a la cama de mala gana.

M: Ya que no pones la lavadora podrías poner toda la ropa en el mismo sitio.

E: Maca… que no llegamos –insistió, saliendo de la habitación.

M: No llegamos, no llegamos… -murmuró para sí misma- Si no tuviera que recoger lo que vas dejando
por el medio…

Se abrochó la camisa como pudo, poniéndose unos zapatos al mismo tiempo y protestando aún por
aquel ritmo acelerado al que se veía obligada a moverse. Cogió una cazadora negra, apagó la luz del
dormitorio y se fue al salón, donde la enfermera la esperaba ya con los cascos de la mano y su bolso
cruzado.

E: ¿Lo llevas todo?


M: No lo sé, Esther, no me ha dado tiempo a mirar el bolso… -decía de mala gana, cogiendo el casco que
le tendía su chica.

E: Bueno, tampoco hace falta que te pongas así ¿Eh? Que nos hemos dormido las dos… No sólo yo.

La pediatra cerró los ojos y suspiró, dándole un rápido beso en los labios antes de cerrar la puerta con
llave.

M: Tienes razón, cariño, perdona.

E: No pasa nada –abrió la puerta del ascensor para que pasara- Vamos, tardona.

La pediatra sonrió, recibiendo una cariñosa palmada en el trasero y apretó el botón que las llevaría al
aparcamiento.

En rotonda la pediatra rellenaba un informe que tenía que entregar en rayos, cuando una caricia en su
espalda le hizo girarse buscando a la dueña de aquella mano, que se había terminado posando en su
cintura, haciéndola sonreír.

M: Hola, cariño.

E: ¿Cómo vas? Hace un rato que no sé nada de ti.

M: Pues ahora mismo tengo unos minutos para ti si me das tiempo a terminar esto.

E: Vale ¿Te espero en la cafetería?

M: Ahora mismo voy -giró su rostro sonriéndole antes de que se marchara.

Después de entregarlo, fue retenida unos minutos por otro médico de pediatría mientras ella intentaba
por todos los medios escaquearse, asintiendo una y otra vez sin interés, sabiendo que Esther la
esperaba. Una vez libre, prácticamente corrió por urgencias hasta llegar a la cafetería, donde la
enfermera removía una y otra vez su café.

M: Perdona cariño, me han liado viniendo hacia aquí.

E: No pasa nada, te he servido ya el café… y he cogido unas galletas.

M: Gracias, estoy muerta de hambre -cogió una de ellas del plato- ¿Cómo llevas el turno?

E: Yo tranquilo… aunque ahora tengo operación con Cruz, y será para rato.

M: Bueno, pero tú eres la mejor y seguro todo va bien -dio un sorbo de su café- Por cierto, ¿esta noche
al final qué?

E: Ya lo hemos hablado, a mi casa… que últimamente no paro por allí.

M: Perdona pero no hemos hablado nada, porque esta mañana sólo he escuchado gruñidos.

E: ¿Gruñidos? -frunció el ceño- Pues yo creo que la qué gruñía eras tú.

M: Bueno, lo que sea… creo que sería mejor ir a mi casa.

E: ¿Y eso por qué?


M: Por qué en tu casa está Laura… y no es lo mismo, ella tiene su espacio y no me gusta invadir tu casa,
no vives sola.

E: Eso es una tontería y una excusa malísima -dejó el vaso mirándola fijamente.

M: No es ninguna excusa, si lo pensases sin obcecarte me darías la razón.

E: Obcecarte…-imitó la voz de la pediatra con un claro tono de burla- Está bien ¿Quieres ir a tu casa?
Vamos a tu casa, que ya ves tú, en un sitio o en otro, dará igual.

M: Pues no dará tan igual cuando estamos teniendo esta conversación de besugos.

E: Hay que ver ¿Eh? -sonrió levantándose y acercándose a ella para sentarse en sus piernas- Eres tú muy
cascarrabias.

M: ¿Yo cascarrabias? -preguntó sorprendida- Pues lo estás arreglando.

E: No te enfades tú, cariño mío -cogió su cara con ambas manos dándole repetidos besos de forma
cariñosa- Vamos a tu casa y ponemos la lavadora allí ¿Vale?

M: Si lo haces para darme la razón como a los locos no.

E: No hago eso, pero a mí estando contigo me da igual el lugar -habló con una voz cariñosa que no hizo
otra cosa que hacer reaccionar a la pediatra que sonrió abrazándola por la cintura.

M: ¿Te he dicho hoy que te quiero?

E: No… aún no y ya me estaba mosqueando que lo sepas -sonrió dándole en la nariz.

M: Pues te quiero -susurró acercándose a su rostro para dejar un rápido beso antes de levantarse.

E: Y yo a ti. Bueno, voy al tajo que Cruz ya andará buscándome.

M: Hasta ahora, cariño.

La enfermera le guiñaba un ojo antes de cruzar definitivamente la puerta y suspirando bebió su café de
un trago antes de volver ella también al trabajo.

(NOTA: Ver escena alternativa 2)

Tras una última conversación antes de acabar el turno, la pediatra había vuelto a sacar el tema de dónde
pasarían esa noche. De nuevo una suma de dimes y diretes con los argumentos de cada una, pero la
persuasión, y poder de convicción de Maca hizo que en pocos minutos la enfermera se viera
accediendo.

De esa manera habían ido a parar a casa de la pediatra. Mientras el ascensor no llegaba a la planta
ambas reían por lo fogosa de la entrada al parking, y posterior pillada de uno de los vecinos mientras
entraba en su coche.

En la cocina, Maca bebía un poco de agua mientras Esther sacaba la ropa del cesto junto a la lavadora.

E: ¿Sabes que podrías hacer?

M: ¿Qué?
E: Darte un buen baño, yo dejo esto listo y me pongo a preparar la cena. ¿Qué te parece? –Se giró para
ir hasta ella- ¿Te apetece?

M: Eh… lo del baño sí, pero que tú prepares la cena no se ¿Eh? –La tomó por la cintura pegándola a ella-
¿Qué pedirás? ¿Chino o mejicano?

E: Mira que eres tonta –se separó y fue hasta el frigorífico- Si no concino es porque no me apetece, cosa
que no quita para que esta noche quiera mimarte un poco.

M: Vale, perdona. Entonces ¿Qué piensas preparar?

E: Ah… sorpresa del chef –sonrió- Voy a al baño y dejo llenando la bañera mientras vas al dormitorio.

En la habitación, la pediatra se desvestía mientras escuchaba a Esther de fondo canturreando, sonreía


sin poder evitarlo sólo por el hecho de imaginársela. Ya desnuda, se puso una bata más bien corta y,
anudándola, fue hasta el baño, encontrándose con Esther sentada en el borde de la bañera con la mano
en el agua.

M: ¿Cómo está?

E: Perfecta, me está dando envidia y lo mismo te digo de cambiar papales.

M: Jejeje –se acercó hasta ella una vez estaba de pie para abrazarla- Ahí cabemos las dos, no hay
problema.

E: De eso nada, que entonces no sería un baño relajante.

M: ¿Ah no? –se separó- Pues yo estoy segura de que quedarías de lo más relajadita.

E: Anda, entra, que al final me convences.

M: Si en el fondo lo estás deseando.

De espaldas a ella aflojó el nudo y dejó caer la bata por su espalda hasta llegar al suelo. Esther, parada
en la puerta, se quedó mirándola entrar y suspirando se giró no queriendo sucumbir.

E: ¡Me voy que eres una torturadora!

M: Jajaja

Mientras llegaba hasta la cocina se mordía el labio imaginándose cómo estaría el cuerpo de la pediatra
bajo el agua. Negó una vez más y se colocó el delantal colocando los brazos en jarra después.

E: A ver Esther, ¿por dónde empezamos?

Esther peleaba por limpiarse las manos bajo el grifo. Había oído el ruido en el baño y sabía que la
pediatra saldría pronto. Cerró el grifo como pudo y se secó las manos, apurándose a retirar una de las
sartenes del quemador.

Por su parte, la pediatra recogía el baño con calma. Había envuelto su pelo en una toalla y se había
cubierto de nuevo con aquella fina bata. Abrió la puerta del baño y caminó hasta el dormitorio, donde
empezó a buscar algo cómodo para ponerse.
Una vez cambiada salió de su habitación y, guiada por el aroma proveniente de la cocina, empezó a
caminar mientras frotaba su aún húmedo pelo con la toalla.

M: ¡Qué bien huele! –exclamó.

E: ¡No vengas! –gritó desde la cocina- Aún no he acabado.

M: Sólo quiero ver qué estás haciendo…

La enfermera asomó la cabeza por la puerta de la cocina y sonrió, negando con su dedo índice antes de
volver a desaparecer. Encogiéndose de hombros, la pediatra decidió aprovechar el tiempo que quedaba
para secarse el pelo.

Minutos después, por fin estaba todo listo. La enfermera sonrió mientras apagaba la vitro cerámica y
cubría las sartenes usadas para que no perdieran calor. Empezó a poner la mesa justo en el momento en
el que la pediatra salía del baño, con el pelo ya seco y recogido en una coleta.

M: ¿Ya puedo venir?

E: Sí, siéntate anda –le retiró la silla- Ahora traigo los platos.

La pediatra extendió la servilleta sobre su pierna y sonrió al ver cómo segundos después Esther aparecía
con dos platos, uno en cada mano.

E: Salteado de verduras a la plancha con gambas y filetes de merluza rebozados –colocó ambos platos
en la mesa y se sentó- Espero no haberme pasado con la sal o con el aceite o…

M: Esther, tranquila… -sonrió con cariño- Seguro que está perfecto.

E: No sé… Anda, prueba a ver.

La pediatra se llevó un poco de pescado y berenjena a la boca y masticó, sonriendo a su chica que la
miraba expectante.

M: Está rico.

E: Me alegro –se dispuso a comer cuando se dio cuenta de algo- ¡Ay, me he olvidado el agua!

M: Tranquila, ya voy yo.

Se levantó, dejando la servilleta sobre la mesa, y se dirigió a la cocina. Al entrar, se detuvo en seco al
comprobar el estado en el que la enfermera la había dejado. Las sartenes llenas de aceite seguían sobre
la vitro cerámica, que mostraba claras manchas del aceite que había saltado. La encimera estaba
cubierta por restos de harina y huevo, que parecían reproducirse en el suelo.

Se frotó la frente, cerrando los ojos e intentando no montar una escena. Después de todo, su chica se
había ofrecido a hacer la cena para que ella pudiera relajarse. Así que tomó aire y sacó la botella de agua
de la nevera, dirigiéndose de nuevo al salón, visiblemente más seria de lo que se había marchado.

E: Vaya cara, ¿pasa algo? –No obtuvo respuesta- Maca… -insistió.

M: ¿Qué, perdona? –Vio como la enfermera enarcaba sus cejas- Ah no, nada, tranquila.

Llenó ambos vasos con agua y cogió el tenedor, sonriendo a la enfermera una vez más.
M: He de decir que me has sorprendido… Estaba todo rico –decía, apoyando su brazo en el respaldo de
la silla.

E: Bueno, tampoco era un plato difícil ¿Eh? Todo hay que decirlo –sonrió- Voy al baño.

Satisfecha porque su cena hubiera agradado a la pediatra, salió del baño, estirando los brazos por
encima de su cabeza.

E: Oye, que podíamos ponernos a ver una peli o algo ¿No?

Al llegar al salón se sorprendió al ver que estaba sola. Sonrió y se acercó a la cocina, suponiendo que la
encontraría allí. Sin embargo, no pensó que se la encontraría de aquella manera. Se había puesto unos
guantes de goma y frotaba con fuerza una de las sartenes.

E: Oye Maca, ¿por qué no dejas eso y nos vamos a ver la tele un ratito? –preguntó al acercarse.

M: Ya, y esto se limpia solo.

E: Luego lo limpio, pero vamos a relajarnos –cogió su brazo- anda.

M: Mira Esther, si fuese cualquier otra cosa no te diría que no pero toda esta grasa se quedará pegada si
no la limpio ahora. Y no digamos del huevo y el aceite en la vitro cerámica ¿Sabes que se podría haber
rallado la superficie? –preguntaba molesta- Pero claro, no, ya lo limpiará luego la señora… Como a
Esther todo le da igual, todo se puede posponer…

La enfermera la miró con estupefacción, sin saber muy bien qué decir. Poco a poco, aquella expresión de
sorpresa se tornó en una seriedad extrema que la obligó a fruncir el ceño.

E: Bueno perdona ¿Eh? Yo sólo quería tener un detalle conmigo, para que tú pudieras descansar por una
vez en lugar de hacerlo todo tú. Pero vamos, que ya veo que mejor que ni lo intente, para ti todo lo hago
mal.

M: Esther, espera.

Pero la enfermera ya se había marchado. “Joder”, masculló entre dientes. Soltó la sartén y el estropajo y
se apoyó sobre el fregadero, agachando la cabeza y pensando sobre si debía ir tras ella o dejarla sola. Se
mordió el labio mirando hacia el salón, donde la enfermera había encendido la televisión, y volvió a
dirigir la mirada a aquella masa compacta y grasienta que cubría el fondo de la sartén. Chasqueó la
lengua y siguió frotando.

Minutos después, se acercó con cautela al sofá, sentándose junto a la enfermera, que tenía sus piernas a
un lado y había apoyado su codo en el apoyabrazos del sofá, recostando así su rostro en su mano.

M: ¿Qué ves? –preguntó con suavidad.

E: No sé, un reality de esos… Unos famosos en una isla desierta, creo.

M: Ah así… Teresa me hablaba de eso el otro día -añadió.

La miró unos segundos, observando el perfil serio de la enfermera y maldiciéndose por haber sido tan
bruta minutos antes, contestándole como lo había hecho.

M: Oye Esther… que… que siento lo de antes, que he sido una imbécil. No debería haberte hablado así,
tienes razón, encima que haces tú la cena… Perdóname.
La enfermera cerró los ojos unos segundos, intentando que la tensión abandonara su rostro, antes de
girarse hacia ella.

E: ¿Siempre va a ser así? ¿Siempre te vas a poner hecha una furia porque ponga el champú donde no es
o me despiste con algo?

M: No… No mi amor, claro que no –posó su mano en una de las piernas de la enfermera- Soy un poco
maniática, ya lo sabes. Pero no volverá a pasar, no volveré a contestarte así, lo siento.

La enfermera devolvió la vista al televisor, permaneciendo en la misma postura durante unos minutos
más. Por su parte, la pediatra jugaba con un hilo de su pantalón, comprendiendo que su novia se había
enfadado con ella y con razón.

Sin embargo, sin esperárselo, la enfermera cambió de posición, tumbándose en el sofá y apoyando su
cabeza en el regazo de Maca, quien sonrió y se dispuso a acariciar su cabello rizado. Y, aunque
permanecieran en silencio el resto de la velada, sabían que todo iría bien, mientras siguieran envueltas
por la paz que les otorgaba la tranquila presencia de la otra.

Después de ver un rato la televisión apagaron las luces y tras comprobar que todo estaba bien cerrado,
la pediatra puso rumbo al dormitorio donde un momento antes Esther había ido directamente. La
encontró cambiándose a un lado de la cama y fue hasta el armario para coger su pijama mientras ella
iba antes al baño.

Ya lista volvió a la habitación donde Esther apagaba la luz de su mesilla y se colocaba mirando al techo
mientras programaba la alarma en su móvil.

M: Ya he puesto yo el despertador.

E: Ya, estoy poniendo esta cinco minutos después por si acaso.

M: Está bien –sonrió metiéndose en la cama- ¿Quieres algo antes de que apague la luz?

E: No, gracias.

M: Vale.

Cuando vio que la enfermera dejaba el móvil de nuevo sobre la mesilla y se quedaba de medio lado
hacia ella apagó la luz y se volvió a girar para rodearla por la cintura y quedar frente a ella. Había
colocado la mano sobre la suya y la acariciaba con uno de sus dedos mientras distinguía su mirada
perfectamente en la oscuridad.

Lentamente se inclinó hacia ella para dejar un leve beso en sus labios, el cual Esther respondió de la
misma manera. Sin separarse apenas se miraron unos segundos hasta que de nuevo Maca iba hacia ella
girando su rostro y quedando parcialmente sobre ella intensificaba aquel beso.

El sonido de sus labios chocando era lo único que rompía aquel silencio mientras su respiración se
agitaba y comenzaba a necesitar más de aquel cuerpo. Lentamente introdujo la mano por debajo de su
camiseta a la vez que se separaba de sus labios y comenzaba a pasearse por su cuello.

E: Maca…

M: Mi amor –daba un pequeño mordisco antes de volver a su rostro.


E: Estoy cansada –junto a aquellas palabras separaba su rostro evitando aquel beso- lo siento.

M: No pasa nada, tranquila –acarició su mejilla antes de dejar un beso en su frente y volver a su sitio.

E: Buenas noches.

M: Buenas noches, cariño.

El cuerpo de la enfermera se giraba dándole la espalda y supuso que el enfado de la cena persistía.
Suspiró maldiciéndose de nuevo y, aunque dudando, se acercó a ella quedando prácticamente a su
espalda.

En aquella postura permaneció en silencio, dudando. Necesitaba abrazarse a ella, pero temía que ésta la
rechazase, o simplemente se dejase hacer sin buscar también su cuerpo. Cerró los ojos frustrada a la vez
que se colocaba de nuevo bocarriba.

Esther, que aún permanecía despierta, escuchaba cada movimiento y respiración de su chica tras ella, y
sabiendo perfectamente lo que quería al igual que ella, llevó su mano hacia atrás para tomar la suya a la
vez que la pediatra terminaba de acomodarse y se abrazaba a su cintura.

M: Te quiero.

E: Y yo a ti –con sus manos entrelazadas las llevaba hasta sus labios dejando un beso en ella.

El timbre sonó de manera insistente despertando a la inquilina que, con cara de pocos amigos, se dirigió
hacia la puerta, rascándose la cabeza. Se asomó por la mirilla de la puerta y resopló al ver de quién se
trataba, fingiendo la mejor de sus sonrisas ante aquella temprana visita abrió la puerta.

En: Buenos días Laura hija.

L: Hola Encarna ¿Qué hace aquí tan temprano?

En: Pues que venía dándome un paseo y me he dicho “voy a llevarlas unas albóndigas que les gusta
mucho”.

L: Pues muchas gracias –aceptó el recipiente sonriente.

En: ¿Mi hija? ¿Está aún durmiendo? Como si lo viese…

L: Es que… no… Esther no está en casa, no –apoyó la cabeza en la puerta- La verdad es que no, no ha
dormido en casa.

En: Ah… ya… -tragó saliva- Que ha dormido con... con Maca.

La residente asintió, un tanto apenada al ver la reacción de la madre de su compañera de piso. Se giró,
haciendo un esfuerzo por ver el reloj del salón.

L: Falta poco para que empiece el turno. ¿Quiere pasar y llamarla? Seguro que la pilla por el hospital o
de camino.

En: No hija, no quiero molestar.

L: No es molestia.
Tras haber aceptado la invitación de la amiga de su hija, pasó al interior del piso y se sentó en el salón,
recibiendo el teléfono de manos de la residente, quien se marchó a la cocina a guardar la comida. Llamó
al teléfono móvil de la enfermera, consiguiendo que ésta descolgara al cuarto tono.

En: ¿Esther? Soy tu madre… Hija pues que me he pasado esta mañana a traeros a Laurita y a ti unas
albóndigas, pero ya me ha dicho que no estabas… No, todo bien sí… Oye que… que no te veo apenas.
¿Por qué no te vienes a cenar esta noche? ¿O… tienes planes? –Preguntó, insegura- Perfecto –decía
emocionada- ¿Qué quieres que te haga de cena? –Sonrió- Vale, y una fuente enorme de patatas fritas.
Venga, un beso hija, adiós, adiós.

La residente se acercó a ella sonriendo y cogió el teléfono que le ofrecía.

L: Así que esta noche me secuestra a Esther…

En: Sí, se viene a casa a cenar -explicaba contenta.

L: Pues nada, al final soy yo la que va a tener que pedirle que se pase por casa algún día porque no la
veo el pelo –calló en lo que había dicho, borrando la sonrisa de su rostro- Bueno que… trabaja mucho y
eso…

En: No pasa nada, Laurita, si ya sé que pasa mucho tiempo con ella. Lo normal ¿No? –Decía, algo
decepcionada- Bueno hija, yo me voy a ir yendo que tengo aún que ir a comprar.

L: Vale, muchas gracias por las albóndigas, Encarna.

En: De nada… -la miró con una sonrisa- Oye ¿Sabes qué? Que estas son para ti –le cogió de la mano con
cariño, dándole una palmadita- Así que te las llevas para el hospital y te las calientas para comer ¿Vale?

L: Vale.

Despidió a la mujer con una sonrisa y cerró la puerta, suspirando al ver que, a pesar de haber perdido
unos minutos de sueño, ya era hora de que se preparara para ir al hospital.

Esther colgó el teléfono y volvió a introducirse en la cafetería, donde Teresa y Maca la esperaban
charlando de manera distendida. La pediatra la miró fijamente, sosteniendo su taza de café en el aire
mientras se sentaba de nuevo a su lado, apoyando la mano en su pierna.

M: ¿Qué?

E: Mi madre, que… dice que no me ve nunca y que quiere que vaya a cenar –sonrió ampliamente- Me va
a hacer mi plato favorito.

T: Ais, que bien. Y lo que me alegro, que mira que con lo bien que te llevas con tu madre y ahora que
estabais así, asá -miraba a la pediatra, que bajaba la vista- Bueno, ya me entiendes.

E: Pues sí, la verdad es que ha sido una sorpresa. Pero bueno, eso es buena señal ¿No? –Miraba a Maca-
Eso quiere decir que… que quiere que la cosa funcione, que va a hacer un esfuerzo. ¿Verdad?

T: Claro, que sí, mujer -le cogía de la mano, sonriente.

M: Y… ¿Te ha dicho algo de mí? ¿Estoy invitada?

E: No me ha dicho nada.
M: Ya… -dejaba la taza sobre la mesa- Bueno no pasa nada, es normal.

E: Maca… Yo, te diría que vinieras pero entiéndelo, mi madre está haciendo un esfuerzo por aceptar
todo esto y no creo que… Es muy pronto, no creo que esté preparada para vernos juntas aún.

La pediatra forzó una sonrisa, a pesar de entender la explicación de la enfermera no podía sentirse
dolida por aquel rechazo.

M: No, si lo entiendo, tranquila. Disfruta, habla con tu madre… Que vea que su hija no ha cambiado por
ser lesbiana.

T: Bueno… lesbiana, lesbiana… No eres ¿No? –preguntó.

E: Teresa…-sacudió la cabeza con una sonrisa.

M: Bueno pero a casa vienes ¿No? Después de cenar con tu madre y eso.

E: Pues… Maca… es que me pilla más cerca mi casa y… Lo entiendes ¿No?

M: Claro, no pasa nada. Tampoco tenemos que pasar juntas cada noche ¿No? –Se levantó- Me
disculpáis, tengo que irme ya.

Esther observó cómo se marchaba la pediatra, cabizbaja y con las manos en los bolsillos de su bata
blanca.

T: No se lo ha tomado muy bien ¿No?

La enfermera la miró seria, haciendo una mueca antes de beber un sorbo de su zumo de naranja.

Cruz acababa de explorar la mano a un hombre de avanzada edad que se encontraba en una de las
cortinas. Esther, junto a ella, apuntaba lo que la doctora le iba diciendo.

C: ¿Y dices que no ha habido mejoría?

E: No, de hecho creo que está peor –miraba el historial- Aquí pone que se han empezado a atrofiar los
dedos de la mano derecha.

C: ¿Después de pasarle el PG2?

E: Sí, Cruz.

La doctora miró esta vez los dedos de la mano derecha y se quedó pensativa un instante, mirando a un
lado mientras se mordía el labio.

C: Bien, avisa a Peláez de la unidad del dolor para que baje a revisar al paciente y que estudie un posible
bloqueo simpático con bupivacaína.

E: De acuerdo –decía con una sonrisa- Pues voy a avisarle ahora mismo –tocaba la mano del enfermo- Ya
verá como se pone bien.

La cirujana la miró alejarse con alegría mientras ella se quitaba los guantes y se acercaba al mostrador
de rotonda, donde Maca rellenaba unos papeles con la mano agarrándose el mentón.

C: Hay que ver, qué ilusionada se la ve con la cena con su madre, eso es muy buena noticia.
M: Sí, mucho -dijo sin ganas.

Cruz la miró unos instantes, frunciendo el ceño al ver la poca atención que le prestaba su amiga.

C: A ti te pasa algo, y me lo vas a contar ahora mismo –dijo contundente, quitándole el bolígrafo.

M: No me pasa nada, Cruz.

C: Ya, y yo soy la Madre Teresa. Suelta ¿Qué ha pasado?

M: Pues nada. Anoche Esther y yo tuvimos una pequeña discusión. Más bien yo me puse en plan
neurótica obsesiva y le hablé de manera que no tenía que hacerlo.

C: Ya… Te lo dije, que aceptaras como era, Maca. Esther es despistadilla pero no lo hace a propósito.
Seguro que poco a poco se acostumbra a ordenar más las cosas.

M: Ya… ya… -suspiró- El caso es que no sé, se pasó toda la noche sin apenas hablarme y hoy mírala, está
tan ilusionada con lo de su madre y yo… Soy incapaz de decirle que no me hace ninguna gracia que ni
me haya mencionado al hablar con ella.

C: Estás tonta. Maca es normal, es normal –añadía de nuevo- Su madre está acostumbrándose a la idea
de que su hija está con otra mujer y no es fácil. Acuérdate de lo que les costó a tus padres, dale tiempo.

M: ¿A quién? ¿A Esther o a Encarna?

C: Desde luego… Tonta rematada –sacudió la cabeza y le dio el bolígrafo- Si crees que Esther se
avergüenza de ti ante su madre es que tienes un problema, pero no con ella, sino de confianza. Hazte un
favor… No dejes que tus inseguridades se interpongan en lo que tenéis, que es muy bonito.

M: Gracias Cruz.

La cirujana le acarició la mejilla con una sonrisa.

C: Tontita.

Cuando terminó su turno y salió hasta su coche se quedó pensativa a mitad de camino, una idea había
asaltado su mente en tan solo un segundo y, sonriendo, volvió a caminar esta vez con más decisión
hasta el vehículo.

Mientras esperaba a que el semáforo se pusiera en verde escuchaba la radio y golpeaba levemente el
volante, giró su rostro hacia la ventanilla viendo un restaurante donde ya había encargado otras veces la
cena junto a Esther y, al escuchar cómo tras ella el claxon de un coche la invitaba a seguir su camino,
puso el intermitente a la izquierda para cambiar su rumbo momentáneamente.

Portando la bolsa salió de nuevo y con el mando abrió las puertas del coche para luego introducirse y
dejar aquello en el asiento del copiloto. Minutos después esperaba a que le abrieran la puerta mientras
movía las llaves en su mano.

L: ¡Vaya! ¿Pero qué haces tú aquí?

M: Yo también me alegro de verte Laura, ¿Qué tal todo? -preguntó parpadeando varias veces de una
forma cómica.
L: Jajaja Pasa, anda. Perdona, pero es que ¿Sabes que Esther cena con su madre, verdad?

M: Claro que lo sé, por eso estoy aquí -dejó la bolsa sobre la mesa mientras se quitaba la chaqueta- He
traído cena para las dos, espero no hayas hecho nada aún.

L: Pues no -fue hasta la mesa- que bien huele, que despliegue jejeje.

M: ¿Vas poniendo la mesa y dejo mis cosas en el dormitorio de Esther?

L: Claro que sí.

Mientras la residente colocaba todo para que ambas cenasen la pediatra fue hasta el dormitorio de su
chica para dejar tanto su bolso como la chaqueta. Nada más cruzar la puerta vio el desorden que Esther
era capaz de organizar. Varias prendas de ropa sobre la cama, varios de los peluches que adornaban su
cama permanecían en el suelo como si los hubieran lanzado deliberadamente.

Suspiró, y dejando sus cosas en el pechero, cogió todo lo que permanecía sobre el colchón y abrió el
armario para colocarlo, cosa que la hizo cerrar los ojos un segundo al ver como la ropa de la enfermera
estaba colocada de manera desordenada.

M: Esta mujer acabará conmigo, ¿Cómo puede vivir así?

Dejó de nuevo todo sobre la cama y se dispuso a hacer lo posible por que aquellas montañas de ropa no
cayesen al dar ella un paso en falso. Minutos después, cerró el armario y su vista fue hasta el rincón de
éste con la pared, las zapatillas de estar por casa, las deportivas y un par más, hacían una pequeña torre.

M: Mira… no pienso tocar nada más, que tenga esto como quiera.

Resopló varias veces mientas salía de allí cerrando la puerta tras de sí y fue de nuevo hasta el salón
donde Laura ya la esperaba con la mesa puesta.

L: Pensé que tenía que ir a rescatarte

M: Es que…-suspiró- Da igual ¿Has metido el helado en el congelador?

L: Sí.

M: Lo vi y seguro que luego a Esther le apetece.

L: ¿Sabe que vienes? ¿O eres una sorpresa? -sonrió mientras pinchaba ya del recipiente de la ensalada.

M: Me dijo que después de cenar con su madre le pillaba más cerca venir aquí… y aquí me tienes -se
encogió de hombros.

L: Seguro que le gusta la idea de que estés aquí.

M: Eso espero, porque sino ya me dirás tú.

L: No quiero ser cotilla pero…

M: Lo vas a ser –sonrió.

L: ¿Con Encarna bien? ¿Por qué no has ido?

M: Bueno… ella no me ha invitado y Esther creyó que lo mejor no era agobiarla con el tema, y supongo
que tiene razón, todo a su tiempo.
L: Verás como enseguida se acostumbra, es una buena mujer… solo hay que saber llevarla.

Encarna sacaba las patatas de la freidora y las colocaba en una fuente con cuidado de colocarlas de
manera homogénea sobre la superficie. Apagó el electrodoméstico y comprobó que todo estaba listo.
Sacó un refresco de la nevera, que había comprado especialmente para su hija, y lo colocó en la mesa,
donde sabía se sentaría al llegar.

Poco después, sonaba el timbre, lo que la obligó a limpiarse las manos en el mandil que llevaba y
dirigirse hasta la puerta para abrir a su hija, quien la saludaba con una enorme sonrisa y dos besos.

En: ¿Cuántas veces te he dicho que uses las llaves que te di?

E: Mamá, sabes que no me parece bien eso de irrumpir en tu casa. Sólo para emergencias… -le
recordaba.

En: Ais, anda vete a lavarte las manos y siéntate que se enfría.

E: ¿Me has hecho lo que te he pedido? –preguntaba por el pasillo.

En: Claro que sí, pollo en gabardina, como a ti te gusta, y una fuente de patatas fritas.

Tras lavarse las manos, se acercó a su madre y le dio un efusivo beso en la mejilla antes de sentarse a su
lado y servirlas a ambas.

En: Bueno, cuéntame ¿Qué es de tu vida? ¿Por dónde andas? ¿Mucho trabajo?

E: Mamá –reía- frena, anda –se metía una patata en la boca- He estado muy liada en el hospital, estoy
en cuadro con las enfermeras. A ver si pronto funciona lo de la clonación –bromeó, cogiendo más
patatas.

En: Hija, come despacio, que nadie se las va a llevar.

E: Lo siento –sonrió con timidez- Es que están tan ricas… Ni a Laura ni a mí nos salen tan buenas.

En: Eso es porque compráis de esas congeladas ¡Como todo! No os alimentáis bien.

E: Mamá…

La enfermera continuó comiendo mientras su madre la ponía al día sobre sus primos y demás familia
que se sentían abandonados al no verla acudir a ninguna de las reuniones familiares, poniendo como
excusa el trabajo.

En: …y ya sé que me vas a decir que estás muy liada pero es que no te vemos el pelo.

E: Es que no tengo tiempo, no tengo tiempo –repetía agobiada- Si no paro, mamá, voy de casa al trabajo
y del trabajo a casa. Bueno y a casa de Maca, claro.

En: Claro, por eso nunca estás cuando llamo o cuando voy. Como esta mañana.

La enfermera la observó con tristeza. Su madre parecía reacia a hablar de su relación con la pediatra y
ella no sabía si era buena idea mencionarla. Por otro lado, Maca era una parte importante de su vida y
no iba a ignorar ese hecho delante de su madre.

En: Y bueno ¿Sabes a quién me encontré el otro día? –preguntó de repente.


E: ¿A quién?

En: A Sergio. ¿Te acuerdas de él?

E: ¿Sergio? –preguntó, intentando hacer memoria.

En: Sí, Sergio, el hijo de la panadera, el que estaba estudiando telecomunicación o algo de eso… ¿Te
acuerdas? Estaba loquito por ti.

E: ¡Ah, Sergio! –Exclamó recordando al fin- Ya ¿Y?

En: Pues nada, que se ve que ha acabado la carrera, que es muy complicada, y está sin novia.

La enfermera dejó los cubiertos a ambos lados del plato y cogió su vaso, bebiendo un sorbo de aquel
refresco. Miró a Encarna, que seguía cortando el pollo en trozos pequeños, como había hecho desde
que la enfermera tenía uso de razón y, al sentirse observada, levantó la vista.

En: ¿Qué?

E: Que sé lo que insinúas y… mamá, -empezó a decir con voz suave- sé que no te hace demasiada gracia
pero ya tengo pareja.

En: Yo sólo digo que… Bueno, es una opción más a considerar ¿No?

E: Mamá, quiero a Maca ¿Vale? No tengo que considerar ninguna otra opción.

En: Ya… ¿Y dónde está hoy? Porque tengo entendido que últimamente no os separáis…

E: Pues estará en su casa, mamá ¿Dónde va a estar?

En: Yo sólo digo que…

E: Mamá… Dejemos el tema –dijo con seriedad- Está claro que a ti no te apetece hablar de Maca y a mí
menos que intentes hacerme dejar de quererla o lo que sea que estés haciendo así que por favor, deja
de inmiscuirte en mi vida privada.

En: Bien… Voy a por más agua.

La enfermera miró al frente, perdiendo su mirada en el fondo del salón, mientras su madre se marchaba
con la jarra vacía de agua hasta la cocina. Cerró los ojos unos instantes, intentando calmarse. Era
consciente de que a su madre le costaría asimilar su relación con la pediatra pero se esperaba un
mínimo de respeto.

En la cocina, Encarna tardaba deliberadamente en llenar la jarra con el agua que había sacado de la
nevera, mezclándola con agua del grifo para que no estuviera tan fría; su rostro reflejaba su tristeza. A
pesar de saber que su hija parecía feliz, y de que seguramente no cambiaría de idea, guardaba la
esperanza de que quizá aquella relación fuese pasajera y en un futuro, Esther formara la familia que
siempre había imaginado para su hija.

Cuando llegó al salón, fingió su mejor sonrisa y se sentó de nuevo junto a su hija, llenando su vaso de
agua y colocando su servilleta de nuevo en su regazo para seguir comiendo; minutos después, la
enfermera rompió el silencio.
E: Oye mamá… Sé que es difícil y que llevará tiempo pero quería pedirte que respetaras mi decisión.
Quiero estar con Maca, y el que eso sea así no cambia quien soy ni cómo soy. Así que, si no eres capaz
de alegrarte por mí, al menos haz un esfuerzo para que no tenga que ver tu rostro de decepción cada
vez que la nombro –la miró a los ojos- Sólo te pido eso.

En: No estoy decepcionada.

Se miraron unos segundos, antes de volver a fijarse cada una en sus platos, ya casi vacíos, volviendo a
sucumbir al incómodo silencio entre madre e hija.

En: Por cierto, he visto en las noticias que en no sé qué hospital había huelga de los ATS ¿Eso os afecta a
vosotros?

E: En principio no, mamá, pero tenemos que reunirnos los del sindicato y decidir si esas mismas
reivindicaciones podrían aplicarse a nuestra situación. Verás...

Y, animada por hablar por fin de algo que no suponía un aumento de tensión entre ambas, la enfermera
empezó a relatarle a su madre la situación de su colectivo en el Central.

Empezó a desabrocharse el abrigo en el ascensor y cuando abrió la puerta del piso ya se había deshecho
del bolso. Entró suspirando de manera exagerada, mientras cerraba la puerta y se quitaba la prenda en
cuestión.

E: Vaya nochecita, Laura…

La residente, que se encontraba sentada en el sofá, se giró hacia ella, colocándose de rodillas para que
la viera bien.

L: Eh, eh… Quieta. Antes de que te quites todo y lo dejes por ahí… Tenemos invitados así que a tu cuarto
como una niña buena.

E: ¿Visita? ¿Nosotras? –Se encaminó por el pasillo- No me digas que has vuelto a invitar a alguno de esos
tíos tan aburridos de planta porque te juro que al último estaba a punto de…

Con sus cosas de la mano, incluyendo los zapatos que se había quitado por el pasillo, se había adentrado
en su cuarto, comprobando como un bolso y una chaqueta de sobras conocidos reposaban en el
perchero.

Tiró sus cosas sobre la cama y se giró, en el preciso instante en que se abría la puerta del baño,
comprobando cómo la pediatra salía de éste y miraba hacia el interior del dormitorio, sonriendo.

E: Maca…

La sonrisa de la enfermera creció en cuestión de segundos, lo que tardó en acercarse a la pediatra y


rodear su cuello con sus brazos, atrapando sus labios en un efusivo beso que tomó por sorpresa a su
chica quien, poco a poco, fue relajándose y rodeó su cintura.

E: ¿Qué haces aquí?

M: Sorpresa… -le dijo en un susurro, antes de besar su frente.

La enfermera se relajó entre sus brazos, apoyando su frente en el hombro de la pediatra con un
lánguido suspiro.
E: No sabes lo que me alegro de que estés aquí… -se abrazó fuerte a ella- Te necesito a mi lado, Maca.

M: Pues aquí me tienes –le besó el cabello- Anda, ponte el pijama y vente al salón con nosotras, así nos
cuentas qué tal la cena ¿Vale?

La enfermera asintió con una media sonrisa, aliviada de tenerla allí con ella.

M: Anda, ve, que tengo otra sorpresa para ti.

E: ¿Ah sí? –Preguntó sonriendo más ampliamente- ¿De qué se trata, gamberra?

M: Ah…. Sorpresa.

Con un gracioso movimiento de su cabeza, la pediatra se marchó, dirigiéndose a la cocina mientras


Esther se cambiaba de ropa en el dormitorio.

Cuando la enfermera asomó por el salón, Laura se levantó para sentarse en el sillón individual, dejando
espacio para que sus compañeras se sentaran en el sofá con tranquilidad. Al poco de sentarse, la
pediatra aparecía por la cocina con un bol de helado de chocolate que le ofreció a la enfermera antes de
rodear el sofá y sentarse a su lado.

E: Gracias Maca… -cogía el bol con una sonrisa-…justo lo que necesitaba.

L: A ver, exagerada, qué ha pasado con tu madre que has entrado que parecía que vinieras del via crucis
o algo.

E: Pues al principio bien… Me ha preguntado por el trabajo y eso y parecía que todo iba bien –miraba el
bol entre sus manos- Pero luego cambió a que mis tías no saben nada de mí, que si no voy a las
reuniones familiares…

L: Lo de siempre con tu madre, vamos.

E: Sí. Pero no sólo eso… -miró a Maca, quien acariciaba su espalda mientras hablaba- Luego se puso a
decirme que había visto a un conocido que según ella andaba detrás de mí pero que no me lo decía por
nada.

M: Esther… -susurró, apoyándola.

E: Así que le dije que estaba contigo –miró a la pediatra de nuevo- y que no se metiera en mi vida
privada, que… que te quería y que si no lo aceptaba al menos que lo respetara.

L: ¡Bien por ti, Esther! –la animó- Si a tu madre no la frenas los pies ya sabes cómo se pone… Ha hecho lo
mismo con cada novio que has tenido.

E: Excepto con Raúl, el yerno ejemplar.

L: A Raúl ni le conocía, sólo de foto.

M: Suficiente. Guapo, médico…, y hombre, perfecto para Encarna.

E: Pues me da igual lo que le parezca perfecto o no.


La pediatra sonrió orgullosa, sintiendo cómo todas sus dudas se disipaban al oír cómo la enfermera
había defendido su relación ante su madre. Se inclinó hacia ella y le besó en la sien, rodeando su cintura
con un brazo.

M: Anda come, que se te está derritiendo y no me he dado yo prisa para que te lo comas así –bromeó.

La enfermera sonrió con timidez y empezó a comer el helado, disfrutando de la compañía de su


compañera de piso y de su chica, sus dos apoyos.

L: ¿Vemos un poco la tele? ¿Os parece?

E: Creo que en el cuatro dan una peli buena –decía con la boca llena.

M: Esther, cariño… -la reprendía.

E: Perdón –sonreía, tapándose la boca con la mano.

La película había resultado ser una comedia romántica de las que tanto le gustaban a Esther y Laura. La
pediatra, que al principio no parecía entusiasmada con la elección, había acabado disfrutando de la
trama, a pesar de que Hugh Grant era uno de los protagonistas y siempre le había dado algo de rabia.

E: Va Maca, que sale Sandra Bullock… Y esa sí que te gusta, que lo sé yo.

Le había dicho Esther con una sonrisa, convenciéndola de cambiar la expresión de su rostro al empezar
la película.

Durante la duración del film, la pediatra había comprobado cómo la enfermera cabeceaba en diversas
ocasiones, acurrucada junto a ella, bajo aquel brazo protector que la rodeaba, y decidió que al finalizar
era buen momento para irse a la cama.

M: Bueno, ya son casi las doce, Esther y tú eres la que entra antes que las demás… Deberías irte a la
cama.

E: Mmh… si te vienes conmigo –decía con pereza.

M: Claro, a ver si te crees que me he venido aquí yo hoy para cenar con Laura –bromeaba.

L: Oye, que yo estoy de muy buen ver ¿Eh? –contestó, fingiendo sentirse ofendida.

M: Nadie ha dicho lo contrario.

E: Bueno, bueno –se levantó molesta- Desfilando y delante de mí, que yo te vea.

El tono autoritario de la enfermera hizo reír a Maca, que le dio las buenas noches a Laura y se dirigió a la
habitación de la enfermera. Allí había dejado una muda para dormir la última vez que estuvo en el
apartamento, así que simplemente tenía que cambiarse. Mientras lo hacía, la enfermera se preparaba
en el baño.

Acto seguido, fue Laura quien se introdujo en el baño mientras Maca ayudaba a Esther a recogerlo todo
y a cerrar puertas y ventanas antes de acostarse. De hecho, había insistido en lavar ella los pocos platos
usados aquella noche, recordándole a la enfermera lo poco que le gustaba levantarse y ver platos sucios
en el fregadero.
Decidiendo que mejor dejarla con sus manías, Esther le dio un beso en la mejilla y se dirigió a su
habitación, metiéndose en la cama mientras la pediatra acababa de fregar. En el pasillo se cruzó con
Laura, quien le dejaba vía libre, y acordaban ir a trabajar juntas en el coche de Maca, ya que empezaban
turno a la misma hora.

Una vez acabó de prepararse en el baño y de asegurarse que lo dejaba todo ordenado, apagó la luz y se
introdujo en el cuarto de la enfermera, cerrando la puerta con cuidado y caminando hasta la cama.
Abrió el nórdico y apoyó una rodilla antes de meterse por completo en la cama junto a su chica.

La enfermera esperaba mirando al techo que la pediatra tomase posición y así acoplarse a ella como le
gustaba dormir, pero Maca se colocaba de medio lado interfiriendo así en sus planes mientras la miraba
con una media sonrisa.

E: ¿Qué?

M: Nada -se pinzó el labio.

E: Pues colócate venga, que me quiero acomodar yo.

M: Oye ¿Y por qué no? Aprovechamos que estamos así de pegaditas y…-con sutileza comenzó a acariciar
su barriga por encima de la camiseta.

E: No, Maca, aquí no.

M: ¿Por qué aquí no? -metió la mano por debajo de la camiseta- Es tu casa ¿no?

E: Pues por eso -sentía la mano de la pediatra avanzar- porque está Laura y nos puede escuchar.

M: Eso es una tontería, no nos va a escuchar, además si lo hace ¿Qué importa? Ni que fueranos unas
crías -llegó hasta su pecho- Y no me digas que no te apetece.

E: Maca…-con rapidez la hizo quitar su mano de donde permanecía- Venga.

M: Esther venga…-en un movimiento rápido se colocó sobre ella- No me seas remilgada -la miró
rogando- Por fa…

E: Que no Maca -colocaba la mano en su hombro queriendo que volviese a su lugar.

M: Esther va…-no dándose por vencida, se recostó sobre ella colocando el rostro sobre su pecho- No nos
tiene por que oír nadie si no quieres.

Con las ideas claras de que quería que aquello ocurriese, la pediatra se acopló de manera que una de las
piernas de la enfermera permaneciese entre las suyas. Sin cambiar su postura, elevó su rostro para
mirarla a la vez que comenzaba a balancearse, friccionando su sexo contra la pierna de Esther que, algo
cortada, seguía sin poner de su parte.

Maca no dejaba de mirarla mientras una y otra vez movía su cuerpo sobre ella notando como empezaba
a humedecerse.

Las manos de Esther habían llegado a parar a la cadera de la pediatra que, sobre ella, parecía no querer
parar aquello y su propia respiración comenzaba a cortarse por verla así. Podía diferenciar como sus
ojos brillaban y se mordía el labio a apenas unos centímetros de su rostro.
M: Lo estás deseando, Esther, y si sigues tensándote no haces otra cosa que ponérmelo mejor a mí…-
susurró excitada, sin detenerse.

A la enfermera cada vez se le hacía más difícil no actuar, mientras otra parte de ella recordaba como
Laura estaba a pocos metros de ellas.

M: ¿Quieres ver como estoy ya? ¿Eh?

Su voz jadeante hizo saber a Esther que aquello ya no tenía solución posible, y sintió como la pediatra
tomaba su mano y la guiaba hasta su pantalón, sorteándolo con habilidad hasta llevarlo a su sexo, que
húmedo daba clara señal del estado de su chica.

Aquella sensación fue la que acabó con su cordura y no pudo más que lanzarse a los labios que,
entreabiertos, buscaban el aire. Sus dedos comenzaron a moverse rápidos por el sexo de la pediatra que
por la descarga que recorrió su espalda no pudo hacer otra cosa que cerrar los ojos un instante,
momento que Esther aprovechó para morder su labio.

La situación, ya insostenible, hizo reaccionar a Esther que, sacando su mano, agarró la cintura del
pantalón y el borde de las braguitas de la pediatra, bajando ambas prendas todo lo rápido que pudo
mientras Maca atacaba su cuello sin ningún pudor, marcando con sus dientes la piel deseada.

Desprendiéndose finalmente de su propia ropa, Esther rápidamente hizo encajar sus sexos, gesto que
tomó la pediatra como iniciativa para que continuase lo que había empezado ella antes sola.

La humedad de ambas chocaba, sus caderas se movían con dureza queriendo incrementar la presión
que se ejercía sobre ellos. Esther, envuelta en locura del momento, llevó sus manos hasta el trasero de
esta pegándola mas a ella si cabía, recibiendo un leve gemido de satisfacción por parte de la pediatra
que la miraba sin pudor alguno.

E: Maca… ¡Dios!

La voz elevada de la enfermera hizo reaccionar a la pediatra que, llevando su mano con rapidez hasta
sus labios, la hizo callar.

M: Ssshhh…

Mordiendo su labio inferior sonrió mientras Esther cerraba los ojos y dejaba que aquella voz ahogada no
saliese, sintiendo como necesitaba apretar sus parpados al llegar al orgasmo, al igual que una Maca
exhausta se dejaba caer uniendo sus frentes, respirando juntas aquel mismo aire que se escapaba de sus
pulmones.

La alarma de su teléfono comenzó a sonar haciéndola reaccionar. Se giró aún con los ojos cerrados y
estiró el brazo hasta llegar con su mano a la mesita y así poder coger el móvil y apagarlo. Suspiró antes
de abrir los ojos e incorporarse para quedar unos segundos sentada al borde del colchón.

Frotándose los ojos recordó haber escuchado ruido en la habitación antes de que la enfermera se
marchase, y cómo la había besado sin querer despertarla.

Apoyó la mejilla sobre la palma de su mano, dejando de nuevo el móvil y vio como un papel permanecía
doblado con su nombre escrito, sonrió y lo desplegó para comenzar a leer…
Buenos días cariño, aunque te he visto remolonear mientras me vestía he preferido no despertarte y que
aprovechases el tiempo para dormir por mí jejeje he dejado la cafetera encendida, así que tendrás el
café listo. Nos vemos en el hospital, un beso, te quiero.

La volvió a dejar sobre la mesita con una sonrisa y se levantó para ir hasta el baño, pero su camino se
interrumpió al ver como el pijama de la enfermera permanecía en el suelo a los pies de la cama, negó
con la cabeza mientras se agachaba a recogerlo y lo dobló para ponerlo sobre la silla antes de salir.
Cuando cruzó la puerta vio a Laura salir de su dormitorio.

M: Buenos días, señorita.

L: Mmm buenos días -se desperezó haciéndola sonreír- Qué sueño…

M: Voy a empezar a pensar que esta casa tiene algo, sois demasiado dormilonas las dos.

L: No me compares con la marmota de la otra, que yo me levanto sin problema.

M: Jejeje

L: ¿Te duchas tu primero o lo hago yo?

M: Pues si eso hazlo tú y mientras hago yo la cama y recojo un poco, que parece que haya pasado un
huracán por el dormitorio, un huracán que mide uno sesenta.

L: Jajaja -rió por el comentario- así es Esther.

M: Así es Esther…-suspiró- Venga, cuando acabes entro yo y nos vamos

Sin más fue de nuevo hasta la habitación y quitó la colcha para sacudir las sabanas, segundos después
estiraba todo de manera que no quedase ninguna arruga y la colocaba de nuevo mullendo un poco la
almohada.

Se giró y cogió los peluches que la noche anterior había dejado en un rincón colocándolos de forma que
permaneciesen sobre el cojín mirando hacia la puerta. Lo miró todo antes de colocar el pijama a los pies
de la cama y recoger del suelo la ropa interior de la enfermera.

M: No tiene arreglo esta mujer, siempre igual

Entre rezo y rezo colocó su ropa y así tenerla lista para después de su ducha. Cuando escuchó la puerta
del baño abrirse la cogió y caminó hasta allí. Minutos después salía ya lista mientras secaba aun su pelo
con una toalla.

L: El café está listo, Esther ha dejado la cafetera encendida

M: Si, me ha dejado una nota para decírmelo.

L: ¿Puedes ir al salón y traer su vaso? Seguro que lo ha dejado en la mesa.

M: ¿Lo hace siempre?

L: Es su firma, sí. Se lo toma tranquila y cuando quiere darse cuenta ve que se le hace tarde y sale
corriendo.
Toalla en mano fue hasta el salón y, como bien había dicho la residente, un vaso con los restos de su
leche con nesquik permanecía sobre la mesa a la espera de que alguien lo quitase de allí. Se mordió el
labio y cogiéndolo pudo comprobar como la leche había dejado un cerco pegajoso sobre el cristal.

M: ¡Pues yo soy tú y lo dejo ahí hasta que crie pelo! Mira lo que te digo -lo dejó de mala gana en el
fregadero- Que siempre hay que estar detrás de ella…

L: No te enfades va, es cuestión de acostumbrarse. A mí al principio me ponía de los nervios.

M: Es que joder, parece que lo hace a adrede.

L: Es tontería que te pongas así Maca -se levantó para ir hacia la nevera- lo hace sin mala intención, es
así de despistada -cogía un cartón de leche y al notar su peso lo movió ligeramente para que la pediatra
escuchase las dos gotas que había en su interior- Igual que dejar los cartones de leche con apenas dos
dedos en la nevera.

M: Pues acaba con mi paciencia Laura, de verdad te lo digo.

L: Venga, termínate el café y salimos, que se nos echa la hora encima -pasó por su lado frotando su
espalda antes de ir hasta su habitación

Tras salir del coche de la pediatra, ambas se encaminaron hacia la puerta del hospital. La pediatra con el
bolso de la mano, mirando su teléfono móvil, y la residente con las manos en los bolsillos de su abrigo.

L: Ya verás ahora al entrar, a Teresa le da un pasmo –bromeó.

M: ¿Tú crees?

L: Y tanto -rió- Créeme, la conoceré yo…

La pediatra guardó su teléfono en el bolso y se lo colocó sobre su hombro, esquivando a compañeros


que salían del turno anterior, retrasándose ligeramente por detrás de Laura, apoyando una mano en su
espalda como acto reflejo.

Nada más entrar por la puerta del muelle, la residente le dio un leve golpe en el brazo en señal de “ya
verás ahora”, haciendo que ambas sonrieran de manera cómplice mientras se acercaban al mostrador
de recepción. Allí, una Teresa ocupada en leer el periódico de aquella mañana, levantaba la vista y las
miraba con expresión de sorpresa. Se quitó las gafas lentamente, dejando que colgaran sobre su pecho
gracias al anclaje de su largo cordón y fijaba su vista en ellas.

L: ¿Qué te dije? –le preguntó en un susurro- Buenos días, Teresa.

T: Hola.

M: Hola.

La residente firmó el acta mientras la recepcionista las observaba de cerca.

T: ¿Venís juntas?

L: Sí, ¿por?

T: No, nada…
M: Déjalo Laura, nos ha descubierto, es inútil disimular ya –rodeó la cintura de la residente con un brazo
y la atrajo hacia ella- Nos has pillado, Teresa, Laura y yo hemos dormido bajo el mismo techo.

L: ¡Maca! –Reía- Ay por Dios, a ver lo que se va a pensar. Teresa, ni caso.

M: ¿Es verdad o no? –Laura negaba con la cabeza- Por cierto ¿Esther está por aquí?

T: Andaba por farmacia creo.

M: Bien –dejaba el acta a un lado y se marchaba.

La residente salía tras ella y la cogía del brazo para llamar su atención.

L: Oye, Maca, que a ver qué vas a decirle…

M: Le voy a dar los buenos días ¿Puedo, no?

L: Sí, sí… Claro. Pero ya sabes a lo que me refiero… Es una tontería discutir por eso, Maca.

M: Y yo no voy a discutir con ella, simplemente le voy a pedir que haga algunas cosas de manera
diferente, de manera ordenada ¿Mhm? –Apretó los labios- Luego te veo.

Dejando a Laura con gesto preocupado, se marchó a buscar a la enfermera sin tan siquiera cambiarse
antes para empezar la jornada de trabajo. Siguiendo el consejo de Teresa, se acercó a la zona de
farmacia, encontrando a Esther cerca de allí, colgando un papel en un corcho.

M: ¿Sabe usted si anda por aquí la enfermera más guapa de Madrid? –susurró junto a su oído.

E: ¿Sólo de Madrid? Pues no sé, tendría que pensar quién hay por aquí –habló sin girarse pero
sonriendo- ¿Es para algo urgente?

M: Pues sí, tengo que darle los buenos días –se apoyó en la pared de lado para mirarla.

E: Venga conmigo que creo saber dónde encontrarla.

Sin decir nada más comenzó a caminar seguida por la pediatra. Recorrieron aquel pasillo girando
segundos después por otro que llevaba claramente hasta la sala de enfermeras. Una vez dentro, Esther
esperaba junto a la puerta esperando que ella también la cruzase para cerrarla.

E: Buenos días –se colgó de su cuello comenzando a besarla.

M: Hola –sonrió-

E: ¿Qué tal? ¿Leíste mi nota?

M: Eh… -se separó con calma- Sí, verás, quería comentarte una cosa.

E: Claro, dime –la siguió hasta uno de los bancos sentándose frente a ella.

M: Esta mañana me he levantado y tu pijama estaba de mala manera en el suelo, la ropa interior otro
tanto de lo mismo…

E: Ya, es que cuando me di cuenta ya se me había echado la hora encima.


M: Pues tienes que ser más ordenada, Esther. Dejas todo por medio, no recoges ni el vaso del desayuno
¿Qué te cuesta dejarlo en el fregadero?

E: Ya –cruzó sus brazos y bajó la vista conteniendo lo que saldría de sus labios.

M: Sólo te lo digo para que tengas un poco más de cuidado ¿Lo entiendes, verdad?

E: Está bien –la miró de nuevo.

M: Y no estoy enfadada ni echándote la bronca ¿eh? No lo digo de malas, sólo quiero que te tengas un
poquito más de cuidado.

E: Claro –sonrió mientras apretaba su mandíbula, algo que Maca no llegó a percibir- Tengo que ir a
mandar el pedido, luego nos vemos ¿Vale?

M: Vale.

Elevó la vista para seguirla hasta la puerta, no le había dado un beso, y aunque había sonreído, sabía
que se marchaba enfadada. Suspiró pero se levantó aun con aquel mal humor con el que había salido
del apartamento de la enfermera.

Minutos después, Esther llegaba al gabinete encontrando allí a sus dos amigas, Laura leía una revista
mientras Eva a su lado comía de una bolsa de patatas.

Eva: Vaya cara que traemos eh

E: No te haces una mínima idea, así que os aviso –se sentó de mala gana en uno de los sillones.

L: ¿Ha pasado algo? ¿Has discutido con alguien? –preguntó con miedo por saber cómo había llegado
Maca esa mañana.

E: ¡Es que no tenía que haberme callado! –se levantó tan rápidamente que ambas retrocedieron
asustadas al verla.

Eva: Quieta fiera… -dijo con tono burlesco, mientras la enfermera se paseaba de un lado para otro.

E: No, no me estoy quieta porque no puedo estar quieta, estoy de los nervios. Enfadada, sí, enfadada.

Eva: ¿Pero qué ha pasado para que estés así?

E: “Tienes que ser más considerada, Esther” –imitaba a la pediatra- “Es difícil convivir con alguien así,
Esther” Será petarda…

Eva: ¿Pero de quién hablas?

L: De Maca, Eva, habla de Maca –contestaba con seriedad.

E: Encima va y me dice que no está enfadada, que no me está echando la bronca ¡Nada más faltaría!
¿Quién se cree que es? ¿Mi madre?

L: Así que te lo ha dicho al final…

La enfermera miró a su amiga extrañada. Dio un paso hacia delante e hizo un gesto con la mano para
señalarla.
E: ¿Qué… qué sabes?

L: Es que… Pues… -miraba a sus amigas- Vamos que Maca estaba un poco sensible con el tema ese de
dejar las cosas por el medio. Ya sabes…

E: Ah… vale… -la miraba incrédula- Así que discute mi “manía” con mi compañera de piso antes que
conmigo… Increíble…

La enfermera se giró, alejándose unos pasos de sus amigas mientras se pasaba una mano por el pelo,
apoyando la otra en su cadera. Colocó su mano contra sus labios, en actitud pensativa, dándoles la
espalda aún a sus compañeras.

L: Bueno Esther que si te ha dicho que no estaba enfadada es bueno ¿No? Eso quiere decir que no te lo
estaba echando en cara…

Eva: Eso es verdad, podría haberse puesto en plan histérico y eso. Yo una vez tuve un novio obsesionado
con la limpieza y se ponía…

La mirada fulminante de la residente la hizo callarse en seco, comprendiendo que no estaba aportando
nada a la conversación, sino que echaba más leña al fuego.

L: Va Esther, no tienes por qué ponerte así… Maca te quiere, y acepta como eres… Sólo que le molesta lo
desordenada que eres y, Esther, admite que desordenada eres un rato –decía con una sonrisa.

E: Eso lo sé, Laura, pero… -se giró de repente- Joder, es que tampoco creo que haga falta ponerse así
¿No? No todo el mundo es miss perfecta, como ella.

Eva: Pues claro que no… Seguro que ella tiene sus defectos y manías. Le habrá pillado el día tonto, ya
verás cómo no pasa nada. Pero no te pongas así.

E: ¿Así cómo Eva? ¿Cómo quieres que me ponga? Joder…

L: Esther, va, tranquilízate.

La enfermera expulsó aire por la nariz, chasqueando la lengua para mostrar su disconformidad ante la
situación.

E: Mira, me voy a trabajar y así no le doy vueltas a esto -dijo con una mueca.

L: Pero oye, tranquila…

La enfermera asintió sin hacerle mucho caso y cerró la puerta del gabinete con fuerza.

La pediatra, con un brazo apoyado en el mostrador de rotonda, hablaba con Cruz, quien permanecía
sentada en la silla, mirándola con las piernas cruzadas y las manos juntas, escuchando cómo su amiga le
relataba algo, gesticulando con una de sus manos.

M:…pues eso, que tiene que ser más ordenada y respetar un poco más a los demás, sólo eso. Pero por lo
visto no se lo ha tomado nada bien –se mordió el labio- No me lo ha dicho, pero lo sé…

C: Bueno, Maca, pues habla con ella si ves que…


La cirujana interrumpió su frase, elevando el mentón para indicarle a la pediatra que se girara, viendo
así a Esther que se acercaba y se detenía junto a ellas, mirándolas extrañada al ver que paraban de
hablar.

E: Perdonad, sólo será un minuto –miró a la pediatra- Tienes que firmarme estas pruebas, sino no me las
hacen.

M: Joder, sí que se ponen estrictos ahora los de rayos.

E: Pues sí, dice que en urgencias los médicos os escaqueáis mucho y ya tienen bastante lista de espera
como para hacer pruebas no urgentes.

M: Me están tocando las narices los de rayos… -decía de mala gana mientras cogía los papeles.

La enfermera la miraba mientras se humedecía los labios. Miró a Cruz, que balanceaba la silla
ligeramente sin decir nada, y de nuevo miraba a la pediatra.

E: ¿No me dices nada? –preguntó en voz baja.

La pediatra levantó la vista de los papeles para mirarla y sonrió.

M: Sí, que estás muy guapa.

Acarició su barbilla con la mano que sujetaba el bolígrafo y acabó de firmar.

M: Toma, ya está. Gracias, cariño.

Se guardó el bolígrafo en el bolsillo y observó, con el ceño fruncido, cómo la enfermera se alejaba con
cara de pocos amigos, casi arrastrando sus pies con total desgana.

M: ¿Ves? No me lo dice... pero algo le pasa. -Miró a su amiga, que sacudía la cabeza ligeramente- ¿Qué?

C: Pues que está muy claro, Maca. Ella esperaba una disculpa por lo de esta mañana y tú le sales con que
si está muy guapa. Pues normal, normal que se mosquee… La chica está decepcionada.

M: ¿Decep…? Pero ¿perdón por qué? Si yo no he hecho nada, Cruz. No le eché la bronca… -la miraba
perpleja- Lo único que hice fue pues… eso, decirle que tenga un poco más de cuidado y que no sea tan
desordenada.

C: Ya, Maca, pero que tu pareja, que es quien te acepta y quien te quiere tal y como eres, te eche en
cara algo que haces mal pues… Duele.

M: Ah, o sea que la culpa es mía. Ella es un desastre y la culpa es mía por decirle algo -cruzó los brazos-
Muy bien sí…

C: A ver, yo no he dicho eso –aclaró, gesticulando con las manos- Sólo he dicho que es normal que le
siente mal.

M: Pues si no puedo hablar con mi pareja de algo con total normalidad tenemos un problema, Cruz.

C: No, el problema es que tú te estás tomando esto muy en serio y sólo es un pequeño defecto que
tiene la chica, eh… Y que lo sabemos y lo aceptamos todas, Maca. Tú ya sabías que Esther es un poco
desastre…

M: Vamos, que sí que es culpa mía. Tiene narices la cosa…


C: No te pongas a la defensiva, Maca yo no…

M: Mira Cruz –la interrumpió, elevando una mano- Me ha quedado claro ¿Vale? Déjame…

C: ¡Te estás poniendo a la defensiva!

Pero la única respuesta que obtuvo de su amiga, que ya se alejaba de allí, fue un movimiento de brazo
que le indicaba, sin girarse, que la dejara tranquila.

Cruz y Eva conversaban en recepción, revisando ambas unos papeles que habían extendido sobre el
mostrador. La médica del SAMUR hablaba mientras la cirujana revisaba lo escrito con un bolígrafo,
tomando alguna nota al margen.

Eva: Y estos dos enfermos no te sabría decir porque los ha traído la unidad de Raúl.

C: Pues tendría que hablar con él…

Eva: Pues ya se ha ido. Acabó el turno hará diez minutos, no veas cómo se escaquea, y después los
marrones me los como yo. Informes sin acabar, partes sin firmar…

C: Desde luego… que bien está Esther sin él, de verdad.

Eva: Hablando del rey de Roma…

La cirujana se giró hasta la puerta, sonriendo a una Esther que se acercaba a ellas para firmar el acta y
poder marcharse del hospital.

Eva: ¿Te vas ya? Qué suerte…

E: Pues sí, y menos mal, que menudo diíta…

Eva: Oye al final, con Maca ¿Qué?

E: Pues… -las miró a ambas- Bien, bien… Todo, todo bien –mintió.

La cirujana frunció el ceño y se irguió, aún apoyada en el mostrador y con el bolígrafo entre sus manos.

C: ¿Se ha disculpado? –La enfermera la miró apretando los labios- Ya… Bueno, Maca lo que tiene es que
es un poquito orgullosa, pero ten paciencia. Si no se disculpa no es porque seguramente necesite un
toquecito ¿Eh? Para que vea que necesita hacerlo.

E: No hace falta que la justifiques, Cruz. Si ella no cree que deba disculparse pues que no lo haga. Lo que
no voy a hacer es ir detrás de ella para que lo haga.

Eva: Di que sí… Que se desenfade sola, que tampoco tiene por qué ponerse así por una tontería.

C: Bueno Eva, en todo caso eso es cosa de Maca ¿No? Ella decidirá si es una tontería o no.

Eva: A ver, Cruz… -abría los brazos indignada- ¿Quién se pilla un rebote de campeonato por un vaso mal
puesto?

La enfermera las miró a ambas con semblante serio, frunció el ceño y resopló.
E: Hola… Sigo aquí. ¿Os importaría no discutir de mi vida privada? –miraba a Eva- O al menos esperar a
que me vaya para que no me entere.

C: Perdona, Esther.

Eva: Sí, perdona… -miró a la cirujana- ¿Ves? A mí no me cuesta disculparme cuando toca.

C: Eva… Por favor, vale de echar leña al fuego… -gesticulaba con una mano- Además, nosotras no
estamos aquí para defender ni juzgar a nadie.

E: Me voy a casa…

La enfermera se marchó a paso ligero, cerrando por completo la cremallera del anorak que llevaba aquel
día y metiendo ambas manos en los bolsillos, dejando atrás a sus compañeras, que la miraban
preocupadas.

Ya en la calle había recordado como la noche anterior había quedado con Maca en que ese día
dormirían en casa de la pediatra, dudó unos instantes antes de pasar por la entrada del metro y
maldiciendo para sí continuó su camino hasta la parada de autobús.

Nada más entrar por la puerta dejó su chaqueta y el bolso en la entrada y fue directa al baño. Un par de
minutos después salía colocándose en jarras en medio del pasillo pensando en qué hacer.

Ya duchada y con ropa cómoda se había sentado en el sofá después de prepararse un sándwich y coger
un refresco de la nevera. Miraba el televisor con interés cuando su móvil sonó y tuvo que levantarse
hasta su bolso para cogerlo.

E: Dime, Laura –se sentaba de nuevo en el sofá.

L: Hola Esther, que te llamaba para preguntarte si hoy dormiréis en casa, es que le he dicho a Eva que se
venga a cenar.

E: Eh… no, estoy en casa de Maca ya, anoche quedamos en eso y no sé, pensé en irme a casa pero sería
liar más la cosa y no tengo mucha gana de volver a discutir la verdad.

L: Ah pues mejor sí, que la pobre está hecha polvo… acabo de estar con ella.

E: ¿Cómo que hecha polvo? –Preguntó preocupada- ¿Qué ha pasado?

L: Que se le ha muerto un niño, y ha sido una pena la verdad, andaba como loca intentando saber que
pasaba pero ha sido demasiado tarde.

E: Joder, estará fatal.

L: Pues sí, ahora mismo estábamos Cruz y yo con ella en el gabinete intentando animarla, la hemos
mandado a casa, enseguida estará allí.

E: Vale Laura, gracias por decírmelo.

L: Oye que… si ves que está mal o algo llámame eh, que en diez minutos nos plantamos allí y hacemos lo
que sea por animarla.

E: Gracias.
L: Venga, un beso.

E: Hasta luego.

Pellizcándose el labio con una mano finalizó la llamada dejando el móvil sobre la mesa. Se levantó
nerviosa caminando hasta la puerta del comedor, retrocediendo después, imaginándose como estaría su
chica por la pérdida de aquel niño.

De nuevo se sentó pero esta vez en el brazo del sofá y poniendo ambas manos sobre sus rodillas pensó
en llamarla.

E: Contesta Maca –se levantaba nerviosa al no recibir contestación.

Tras varios minutos en los que no conseguía nada con sus llamadas dejó de nuevo el teléfono sobre la
mesa levantándose para recoger todo aquello que había sacado antes de recibir la llamada de su
compañera de piso.

Estaba aún en la cocina cuando escuchó la puerta del piso abrirse y prácticamente corrió hacia allí
encontrándose a la pediatra de espalda colgando su cazadora en el perchero de la entrada.

E: Maca, cariño ¿Cómo estás? Te he estado llamando.

La pediatra se giró, mostrando una postura rígida y un semblante serio. Al ver la preocupación de la
enfermera se acercó hasta ella y le dio un suave beso en la frente, agarrando su barbilla con ternura.

M: ¿Te lo han dicho? –preguntó seria.

E: Sí, Laura me ha llamado para saber si íbamos a dormir en casa y… Pero bueno, ¿tú estás bien?
¿Quieres algo? Maca… Lo que sea…

M: Estaré bien, Esther, no es el primer niño que se me muere.

Apretó los labios a modo de sonrisa forzada y se dirigió a la cocina. Abrió uno de los armarios para coger
un vaso de cristal y lo llenó de agua, bebiendo despacio, apoyada en el grifo mientras una Esther
confundida la miraba desde la puerta de la cocina.

E: ¿Quieres que te prepare un baño? ¿Tienes hambre?

Desde su posición pudo ver cómo la pediatra apretaba la mandíbula, cerrando los ojos después. Tiró el
resto del contenido del vaso por el fregadero y lo dejó sobre la encimera, saliendo de la cocina de medio
lado, para no rozarse con Esther.

Ésta se dejó caer en el sofá, frustrada por no saber qué hacer para ayudar a la pediatra, que claramente
se estaba cerrando en banda, no haciéndola partícipe de su dolor y malestar. Al cabo de unos minutos la
vio volver ya cambiada y se dirigió directamente hasta el ordenador portátil que tenía colocado sobre
una mesa. Desenchufó el cable del módem y se sentó en el sillón, a escasos pasos de la enfermera.

E: ¿Qué vas a hacer? –preguntó con timidez.

M: Quiero mirar una cosa.

E: ¿Sobre qué? ¿El niño? –La pediatra asintió- Maca ahora da lo mismo…
Tras varios intentos fracasados por conseguir que la conexión inalámbrica funcionase, la pediatra cerró
el portátil de mala gana, recostándose en el sillón mientras se frotaba la frente con una mano.

E: ¿Por qué no lo miras desde el módem?

M: Esa silla es incomodísima… -le hablaba sin dejar de mirar al frente- El niño tenía estenosis pulmonar.
Confirmamos el diagnóstico demasiado tarde porque el idiota de Cortés, de cardio, no podía bajar a
urgencias. Entró en crisis… Los riñones empezaron a fallar, el corazón se paró… No nos dio tiempo de
empezar el tratamiento percutáneo.

Esther sintió cómo su corazón se encogía, presionando su pecho hasta que aquella incómoda sensación
se instaló en su garganta. Miró a la pediatra, impertérrita, con los ojos vidriosos y los puños cerrados.
Sin pensárselo dos veces se levantó para sentarse en el apoya brazos del sillón que ocupaba Maca.

Rodeó los hombros de ésta con su brazo y le dio un tierno beso en el pelo, notando cómo sus propias
lágrimas empezaban a brotar. En ese momento, en el que se esforzó por tomar aire, la pediatra rompió
a llorar, girándose, buscando cobijo en el cuerpo de Esther que frotaba su espalda con cariño.

E: No ha sido culpa tuya, Maca, no te tortures…

Pero la pediatra no dijo nada, siguió llorando en silencio, notando cómo las lágrimas empañaban sus
ojos y pintaban sus mejillas de aquel dolor salado.

Después de unos segundos en aquel abrazo Esther había conseguido llevarla hasta el sofá, aunque
reacia al principio, la pediatra consintió recostarse en sus piernas mientras dejaba que la enfermera
acariciase su pelo en un intento de consolarla.

E: ¿Quiere que te prepare algo? ¿Un poco de leche? –habló de manera cariñosa inclinándose hacia ella.

M: No es necesario –se incorporó sentándose sin llegar a tocarla- Voy a prepararme algo de cena y me
voy a la cama.

E: Como quieras.

Desde el sofá la vio marcharse rumbo a la cocina, flexionó una de sus piernas y se abrazó a ella mientras
apoyaba el mentón en la rodilla. La escuchaba trastear hasta que minutos después apareció con una
bandeja y algo para picar.

Mantenía el silencio que inundaba la casa casi por completo, el leve volumen del televisor dejaba ver la
vida entre esas cuatro paredes y ella empezaba a sentirse peor por no poder hacer nada.

E: He recogido la ropa, ya estaba seca.

M: Vale.

E: La tuya la he colocado en el sillón del dormitorio, supongo que la has visto.

M: Sí, también la he colocado en su sitio.

Después de aquel comentario se sintió de nuevo atacada por lo mismo que aquella mañana en el
hospital, así que de aquella manera suspiró y se cruzó de brazos mirando de nuevo al frente.
Los minutos pasaban y la conversación no existía entre ellas, por un lado Maca dándole vueltas y más
vueltas a la pérdida de aquel niño, mientras Esther la miraba cada minuto de reojo esperando una
reacción por su parte, sabía que demasiada atención la agobiaría, pero creía que aquella distancia entre
ellas sólo empeoraba la situación.

M: Me voy a la cama ¿vienes? –la miró desde la puerta.

E: Voy.

Se levantó sin prisa y apagó la luz del comedor escuchando ya a Maca en la habitación. Miró que la
cerradura estuviera bien echada y fue hasta donde aún permanecía encendida la única luz de la casa.

E: ¿Mañana entramos a la misma hora no?

M: Sí, ya he puesto el despertador.

E: Bien.

Cada una se sentó en un lado de la cama, se descalzaron, levantaron el edredón, y se introdujeron bajo
él. Esther se quedó mirando al techo, pensativa, casi segura de que aquella noche no dormiría
prácticamente nada, Maca de lado, mirando el perfil de la enfermera frente a ella.

E: Oye Maca, sobre lo de esta mañana…

M: Esther… -la interrumpió en un susurro.

E: ¿Qué?

M: Abrázame…

Sintiendo como la pediatra buscaba el calor de su cuerpo, se giró lo justo para poder abrazarla. Suspiró
al notar su rostro ocultarse en su cuello y comenzó a acariciar su espalda, despacio, con cariño. Y,
finalmente, de nuevo aquel llanto se colaba en su corazón, la estrechó más entre sus brazos, sabiendo
que en aquel momento las palabras no valían de nada, sólo aquel abrazo, aquel silencio, calmarían aquel
momento de fragilidad.

El despertador había sonado, la voz de la pediatra después le había hecho saber que se levantaba. Se
giró dando la espalda a la puerta y, mirando hacia la ventana, se volvía a quedar dormida sin darse
cuenta. Minutos después Maca salía de la ducha y Esther seguía durmiendo.

M: Joder, Esther venga que llegamos tarde.

E: Mmh –se giró sin estar despierta del todo- ¿Qué?

M: Que te levantes, ahora tendremos que ir corriendo, como si lo viera.

E: Cálmate anda –contestó sentándose en el borde de la cama- Me ducho en cinco minutos.

M: A ver si es verdad.

Ya con la ropa en sus manos, escuchó desde la puerta aquel comentario que no hacía otra cosa sino
dejar claro que aquel día la pediatra seguía de mal humor. La miró unos segundos y finalmente se giró
para ir hasta la ducha.
Mientras el agua caía por su cuerpo no podía evitar pensar en la noche que había pasado. Habían
permanecido abrazadas gran parte del tiempo, la pediatra había conseguido dormirse, pero ella siguió
en aquel estado hasta altas horas de la madrugada.

Dos golpes en la puerta la hicieron dejar sus pensamientos a un lado y cortando la salida del agua, ya
enfadada, salió enrollando la toalla a su cuerpo.

Vestida y terminando de secarse el pelo con una toalla salió rápida hasta el dormitorio para terminar de
ponerse el calzado.

M: ¿Cinco minutos, no? –apareció junto a ella.

E: Ya estoy Maca, no te preocupes.

M: Ya llegamos tarde Esther, no es que yo me preocupe o deje de preocuparme.

E: ¿Vas a estar así todo el día?

M: ¿Así cómo?

E: Atacándome Maca, porque no haces otra cosa últimamente.

Dicho aquello salió dejándola sola, llegó hasta la cocina y sirviéndose un poco de zumo lo bebió con
rapidez y se fue hasta la puerta para coger su bolso y su chaqueta. Quedándose en la puerta esperando
que la pediatra apareciese de nuevo.

M: Coge el casco, iremos en la moto.

No contestó, fue hasta donde estaba su casco y lo cogió saliendo tras ella para que pudiera echar el
cerrojo a la puerta.

Nada más llegar al parking la pediatra subió a la moto y sin esperar a que la enfermera quedase a su
espalda como siempre, encendió el motor, gesto que no paso desapercibido para Esther, que dudó unos
segundos en subir.

Durante el trayecto prefirió no rodear su cintura, y aprovechando la pequeña maleta a su espalda fue
prácticamente apoyada en ella, hasta que en un momento dado la pediatra aceleró y no tuvo más
remedio.

M: Quince minutos tarde, genial.

E: Me ha quedado claro Maca, no hace falta que lo repitas hasta la entrada –llegaban junto a Teresa-
Buenos días.

T: Buenos días pareja –observaba como en silencio Maca firmaba el acta.

M: Me voy para dentro.

T: ¿Y a esta qué le ha picado? –susurró inclinándose hacia la enfermera.

E: Tiene otro mal día, esperemos que eso de no hay dos sin tres no vaya con ella.

Dejó el bolígrafo de mala manera y también se marchó ante la mirada de asombro de una Teresa que
volvió a colocarse las gafas despacio.

T: Pues nada, hoy toca día movidito con estas, a ver cómo termina.
Cruz se abanicó con unos papeles mientras seguía pasando hojas de un libro de medicina. Se había
refugiado en el gabinete para intentar escapar del mal humor de Vilches, quien no tenía más que
contestaciones desagradables para todos, exagerando su ya conocido lado borde.

Se giró hacia la puerta cuando ésta se abrió y respiró tranquila al ver que se trataba de Maca. La
pediatra se dirigió directamente a la mesa, dejó caer un montón de historiales con desgana y se dispuso
a prepararse un café.

M: Hola –saludó.

C: Hola ¿También te estás escondiendo del ogro?

M: Está insoportable, y no estoy yo hoy para que me toquen las narices… precisamente –rodeó la mesa
y se sentó frente a su amiga.

C: Buenooo… Como está el patio –la miró unos segundos antes de volver a lo suyo- ¿Hablaste con
Esther?

M: No, no hablé con Esther –abrió uno de los historiales mientras bebía un sorbo de café.

C: Yo no digo nada pero…

M: Pues si no dices nada, no lo digas –la interrumpió.

C: Estás un poco tensa ¿No? –La miró extrañada- ¿Estás aún disgustada por lo del niño?

La pediatra no contestó, siguió mirando sus informes, dando a entender que no quería hablar del tema
en ese momento.

C: Pues yo estoy amargada, chica. Estoy harta del gruñón de Vilches, del hospital, de todo… Me
apetece… no sé, salir por ahí. ¿Tú no?

M: No, no me apetece salir por ahí.

C: Pues te vendría bien distraerte –no obtuvo respuesta- ¿Por qué no hacemos una fiesta? Noche de
chicas. Podríamos hacerlo en tu casa. Hace tiempo que no hacemos una cenita así todas ¿No?

Su compañera levantó la vista al fin, escurriéndose un poco en la silla hasta que sus piernas quedaron
cómodamente estiradas bajo la mesa. Cruzó los brazos y la miró pensativa unos instantes.

M: ¿Comida mejicana?

C: Picante…

M: Tequila… -dijo con expresión lujuriosa.

C: ¿Esta noche?

M: Si las chicas pueden, por mí sí.

La cirujana sonrió satisfecha, pensando en cómo iba a poder relajarse por una noche y desconectar de
todo lo negativo en su vida y, con suerte, su amiga haría lo mismo. Se levantó y empezó a cerrar los
libros y carpetas que había abierto al llegar.

C: ¿Las aviso yo?


M: Por favor…

C: Pues yo me encargo.

La cirujana entró en la sala SAMUR y sonrió al ver a su amiga sentada con Diego, el conductor de la
ambulancia, sentados en el sofá, descansando.

C: Eva… Tengo una propuesta para ti –miró a Diego- Hola.

Eva: Uy propuesta… ¿Es indecente? –preguntó con intención.

C: Mmh otro día si eso –rió- Te propongo cenita… sólo chicas, en casa de Maca.

Eva: ¿Cuándo?

C: Esta noche ¿Puedes?

Eva: Déjame que consulte mi agenda… -fingió pensárselo un poco- Sí, sí que puedo.

C: Genial.

Justo entonces entró Laura, acercándose a sus amigas y sentándose en el apoyabrazos del sofá, junto a
Eva, que rodeó su cintura con un brazo.

Eva: Cruz nos invita esta noche a una cenita en casa de Maca.

L: Ah, genial, porque yo esta noche no tenía nada que hacer…

C: ¿Y Esther?

L: Estaba en no sé qué reunión con los del sindicato… Tenía para largo.

C: Bueno, ahora la busco y le digo –se dirigió a la puerta- Entonces… Cena mejicana en casa de Maca,
nada de rajarse porque necesito esta cena –recalcó, juntando sus manos- Luego os decimos a qué hora.

Media hora después, la cirujana se había cruzado con Esther por fin y le había explicado el plan para
aquella noche. Extrañada porque no hubiera sido la misma Maca quien le informara de aquello, se
dispuso a buscar a la pediatra, a quien encontró apoyada en el mostrador de consultas externas de
pediatría, mientras alguien consultaba el ordenador por ella.

E: Hola, sí que estabas lejos, con razón no te encontraba.

M: Hola, Esther. ¿Ocurre algo? –preguntó sorprendida al verla allí.

E: No, que tenía un ratito y te quería comentar que Cruz me ha dicho lo de esta noche.

M: Ah vale ¿Puedes venir?

E: Sí, claro que puedo… Oye que… que había pensado que si quieres, que podría ir antes a tu casa, y te
ayudo con todo…

Rec: Lo siento doctora Fernández, pero la doctora Casals no puede adelantar la cita, tiene todo cubierto
hasta febrero –interrumpió la recepcionista.
M: ¿Le has dicho que es urgente? –La recepcionista asintió- Vale, pues nada, gracias.

Se giró y encontró a la enfermera de pie, justo detrás de ella.

M: Bueno, dime.

E: Que… que si quieres que vaya y te ayude ¿Eh? –Le acarició el brazo- Con lo de la fiesta y eso.

M: Ah, sí… Haz lo que quieras, Esther.

Empezó a caminar hacia el ascensor, girándose una vez más para mirar a la enfermera, inmóvil en la
recepción.

M: ¿Vienes a urgencias o tienes algo más que hacer aquí?

E: Eh… sí, pero ya si eso voy por la escalera… -explicó, señalando al otro lado del pasillo- Así ando un
poco.

M: Vale.

Y dicho eso, la pediatra se introdujo en el ascensor, desapareciendo tras las puertas de acero.

Su turno se acababa y no había vuelto a ver a Maca desde aquel encuentro en pediatría. Mientras se
cruzaba el bolso a un hombro pensó en ir a buscarla y ver si esta vez, encontraba una respuesta más
clara por su parte.

Caminaba por urgencias cuando un celador que entraba con una silla hizo que las puertas se abrieran lo
suficiente para verla apoyada en el mostrador frente a Teresa, aceleró su paso y en apenas unos
segundos se encontraba a su lado.

E: Hola

M: Hola –se giró- ¿Acabas ya?

E: Sí, por eso te buscaba ¿Me voy entonces antes para tu casa y te hecho una mano o…?

M: Como quieras, te lo he dicho antes, además he contratado un cáterin que llevaran todo, así que no
hay prácticamente nada que hacer, puedo apañármelas sola.

E: ¿Qué has llamado a un cáterin? –Colocó los brazos en jarra sorprendida- Pero… ¿Por qué? Si
podíamos haberlo hecho nosotras.

M: ¿Cómo que por qué? Pues porque sí.

E: No era algo necesario Maca, podíamos habernos apañado las dos y no tener que gastar dinero en algo
así.

M: Bueno, pero es mi fiesta y mi casa, así que lo decido yo ¿No? –se cruzó de brazos en un claro estado
de enfado.

E: Está bien, pues como no te hago falta para nada iré después con las demás, así no te molesto –se giró
comenzando a caminar hasta la puerta.

M: Esther espera –dio varios pasos con rapidez alcanzándola- Esther, no quería hablarte así, perdóname.
E: No, no, tranquila, si no pasa nada –mostró una sonrisa forzada- Así me da tiempo a ducharme
tranquila y tú arreglas todo sin prisa.

M: Puedes venir antes si quieres, de verdad.

E: Venga, ve a trabajar que aun te queda un rato.

Sonrió de nuevo como bien pudo y girándose dejó a Maca en aquella misma posición viéndola marchar.

En el piso de las chicas, Laura iba de un lado a otro después de haber salido de la ducha. Esther
permanecía sentada en el sofá cambiando de canal continuamente, no encontrando nada que le
agradase lo más mínimo.

L: ¿Esther a ti qué te queda? –preguntó desde su habitación.

E: Yo estoy ya ¿Eva debería estar ya aquí no?

L: Me acaba de dar un toque, estará a punto de llegar.

Como bien había dicho la residente, cinco minutos después el timbre sonaba avisando de la llegada de la
médica del SAMUR, que decidió esperar abajo a que sus compañeras bajasen para emprender el camino
hasta casa de la pediatra.

Cruz fue la primera en llegar, trayendo consigo unos cuantos cd’s de música para ambientar la cena.
Preparó el equipo de música y ayudó a la pediatra a colocar todo en la mesa del salón. Retiraron los
sofás y llenaron el suelo de cojines para que pudieran comer cómodamente sentadas en el suelo.

C: Oye, yo les dije a las ocho y media… supuse que llegarían más tarde.

M: Pues perfecto, porque si es por Esther fijo que se retrasan.

C: Pues sí, porque además son casi las nueve ya… Menos cuarto son.

M: Bueno, pues ya está todo listo. Tengo suficiente tequila para un regimiento, y vino.

C: Bien… -en ese momento sonó el timbre- Mira, ya están aquí.

Abrió la puerta a sus amigas, que la saludaron efusivamente con besos y abrazos.

C: Ya era hora, guapas, os dije a y media.

L: ¡Ha sido Eva que es una tardona!

Eva: Es que se me complicó el final del turno y… -las miró a todas- ¡Qué narices! Si siempre llegamos
tarde por culpa de Esther, es injusto que por un día os cebéis conmigo.

Todas rieron, entrando en el apartamento de la pediatra que las saludaba con sendos besos. Al
acercarse a la enfermera la sonrió con ternura, posando su mano en la cintura de ésta y dándole un
suave beso.

M: Estás muy guapa.

E: Gracias, tú también.
M: ¡Dejad las cosas por ahí que está todo listo!

Eva: Bueno, bueno… -se frotó las manos- Qué despliegue…

L: Es que las pijas se lucen en las fiestas ¿No lo sabías? –bromeaba la residente.

C: Bueno, sentaros, que ya traigo yo la bebida. ¿Vino, agua o…?

L y Eva: ¡Tequila! –gritaron entre risas, interrumpiendo a la cirujana.

La pediatra reía al ver a sus amigas tan animadas y al ver que Cruz se ocupaba de la bebida, tomó
asiento a un extremo de la mesa, justo en frente de la enfermera que conversaba con Laura mientras
Eva cogía un nacho sin esperar a nadie y lo introducía en un bol con guacamole.

L: Oye Evita, frénate un poco guapa, que aún no estamos todas.

Eva: No me amargues, no me amargues…. –contestó, haciendo reír a todas.

C: Bueno pues aquí está el tequila –enseñó dos botellas- Bebed con moderación, chicas, que esto sube
que da gusto.

M: Bueno, a ver, que os veo muy emocionadas y acabáis de llegar –decía sonriendo- Tenemos tacos con
queso y solos, tres tipos de salsa: guacamole y de chili picante. Tacos de pollo y ternera, quesadillas de
cebolla, -señalaba los platos- enchilada de pollo… ¿Me dejo algo?

Eva: ¿Y de postre?

M: Pues me han traído crepes y tarta de queso.

Eva: Bueno, bueno, ahora sí que empezamos ¿No?

C: Espera, espera –llenaba los vasos de chupitos- Un brindis primero ¡Por nosotras!

Todas: ¡Por nosotras!

Todas bebieron el chupito de tequila, poniendo distintas muecas al notar el alcohol bajando por su
garganta. Todas excepto Eva, quien soltó un grito a la mexicana que hizo que todas rompieran a reír.

Pocos restos de cena quedaban sobre la mesa, las risas, chistes y demás toques de humor habían hecho
de aquella cena la mejor de las reuniones entre chicas desde hacía tiempo.

Los vasos de chupito no aguantaban más de un par de segundos vacíos cuando Eva, siendo ya casi
anfitriona, volvía a llenarlos para una nueva ronda. Las lágrimas por las carcajadas corrían por sus
mejillas sin remedio cuando ésta se levantaba de nuevo haciendo que todas las mirasen.

Ev: Una cosa… que… no me cuadra mucho esto ahora que lo pienso –se giró hacia la enfermera- Levanta
el culo y cámbiame el sitio.

E: ¿Qué?

Ev: ¡Que te pongas al lado de tu novia leche! –La tomó del hombro levantándola- Que estáis muy lejos.

E: Eva por favor –se sentó de mala gana.

M: ¿Qué pasa? –Se acercó a ella- ¿Que no quieres estar a mi lado, uhm?
E: Estáis las dos borrachas.

M: Que va.

Cogiéndola de la cintura con la mano derecha tiró de ella acercándola aun más a su lado, acto que hizo
que Eva silbase y aplaudiese haciendo reír a sus compañeras.

M: No me has dado un beso desde hace ya un rato.

E: Venga Maca, no hagamos un numerito –con cuidado la despegó de ella.

Ev: Uy uy que me parece que Esther se hace la dura jajaja.

L: ¡Tú lo que tenías que hacer era no beber más!

Ev: Pero bueno… ¡Pero déjame a mí, hoooombre! Venga, otra ronda chicas.

C: Yo no puedo beber mas, si lo hago puede que me de algo… conozco mi tope.

Sin contribuir a aquella conversación, la pareja seguía por un lado con Maca acercándose a Esther y ésta
aguantando como bien podía el estado de su chica.

M: Esta noche vamos a dormir poco eh –la miró con un gesto provocativo.

E: Como sigas así me da que vas a dormir hasta la hora de comer.

M: Venga Esther –la rodeó con uno de sus brazos mientras la otra mano se acercaba hasta su rostro.

E: Dame el vaso Maca.

M: No –justo cuando quiso alejarlo de ella ambas manos chocaban y el liquido que aun quedaba en el
vaso caía sobre la enfermera.

E: ¡Joder! ¿Ya estás a gusto? ¿Eh?

M: Cariño, para una vez que no eres tú la que mancha algo podrías perdonarme.

E: ¡Ya lo dijo!

C: Eh… voy a empezar a llevar cosas a la cocina –se levantó comenzaron a recoger la mesa.

L: Sí, te echamos una mano –agarrando a Eva de su camisa la hizo levantar como bien pudo para que
fuera con ellas y dejar a solas a la pareja.

Cruz dejó los dos platos vacíos sobre la encimera, mientras Laura tiraba de la muñeca de Eva para
alejarla de la puerta de la cocina, desde donde espiaba a la pareja.

C: No sé yo cómo van a acabar estas –empezó, en un susurro.

L: Muy buena pinta no tiene.

Eva: ¡Que nos hemos dejado el tequila fuera!

C: ¡Shh…! Cállate, Eva.


Laura le tapó la boca, quedándose las tres calladas y sin moverse en la cocina. Miró a la cirujana con cara
de circunstancia hasta que el ruido de un portazo las hizo dar un respingo. Soltó a su compañera y se
asomaron al salón, viendo que la pediatra estaba aún sentada en el suelo y ni rastro de la enfermera.

L: Joder…

La residente salió al salón y cogió sus cosas y las de la enfermera, que con las prisas había olvidado en el
sofá. Miró a sus compañeras y sonrió apurada.

L: Voy con ella ¿Vale? Gracias por todo, chicas, ha estado genial.

Eva miró a Cruz y Maca e imitó a la residente, girándose al llegar a la puerta, agarrada a ella.

Eva: Es que me han traído ellas… -las saludó con la mano- Chao chicas.

La cirujana cerró la puerta que se había dejado abierta Eva y se dirigió al salón, despacio. Se apoyó en el
respaldo del sofá, que seguía apartado a un lado y observó cómo la pediatra volvía a servirse otro
chupito de tequila sin inmutarse.

C: ¿No crees que ya has bebido bastante?

M: No eres mi madre, Cruz. Ya tengo una y no se preocupa por mí precisamente…

C: Estás bebida, y mañana te vas a dar cuenta de todo lo que ha pasado hoy y te vas a arrepentir.

M: Siéntate, aquí conmigo… -golpeó un cojín a su lado- Ven a mi vera, anda… Ven.

La cirujana se acercó con paso lento. Al llegar a la altura de la pediatra se agachó, frotando su espalda
con cariño y le arrebató la botella de tequila de la mano.

C: Ya es suficiente. Lo que vas a hacer es que vas a ir al baño, te vas a refrescar un poco y te vas a ir a la
cama.

M: No, no, no, no, no…

C: Sí, venga, yo recojo esto -tiró del brazo de la pediatra, obligándola por fin a levantarse- Venga, Maca.

Mientras tanto, en el coche de Laura, Eva dormía a pierna suelta en el asiento trasero del vehículo,
mientras que Esther miraba por la ventanilla sin mediar palabra. La residente miraba a su amiga de vez
en cuando, preocupada por lo que había pasado en los instantes durante los que estuvieron a solas la
pediatra y ella.

L: ¿Quieres que hablemos? –no obtuvo respuesta- Bueno… pues no hablamos. He pensado que se
quede Eva a dormir, en el sofá o algo ¿Te parece?

La enfermera apartó la vista de la ventanilla unos instantes y le ofreció una media sonrisa que la
residente interpretó como una respuesta positiva.

L: Vale, pues vamos para casita.

Dejando a un lado la terrible noche que había pasado, decidió tener la mente centrada en el trabajo. De
aquella manera entraba por la puerta de urgencias dándose cuenta que a la misma vez Cruz se colocaba
a su derecha caminando también hacia el mostrador.
C: Buenos días.

E: Hola –firmó con rapidez- Hola Teresa, me voy que tengo que tengo muchas cosas que hacer.

T: Claro –se quitó las gafas dejándolas colgando desde su cuello y se dispuso a mirar a Cruz- Vaya cara
que me tenéis ¿Qué tal la cena de anoche?

C: Inolvidable Teresa –firmaba en el acta- la palabra es inolvidable.

Caminando sin dejar de mirarla se comenzó a alejar camino a su despacho. Mientras no llegaba pensó
en que aquella había sido una clara intención de no hablar con ella por parte de Esther, pero dispuesta a
poner de su parte para intentar arreglar la situación entre sus amigas se propuso conseguirlo.

E: Toma, esto tienes que llevarlo a psiquiatría y lo demás cuando bajes en admisión ¿Vale? Y rápido por
favor, que llevan tiempo pidiéndolo.

Enf: Claro.

E: Gracias.

Se giró de nuevo hasta el mostrador, donde intentaba ordenar una serie de informes y pedidos que se
habían caído minutos antes.

C: Esther ¿Tienes un momento?

E: Hola Cruz, la verdad es que me pillas en mal momento, si me perdones –cogió todo colocándolo
después entre sus brazos y se dispuso a marcharse.

C: ¡Espera un segundo! –Fue hasta ella de nuevo- Me gustaría hablar contigo, como amiga… Por favor.

E: Te busco cuando tenga un momento ¿Te vale?

C: Gracias.

Con una sonrisa de agradecimiento la miró unos segundos antes de volverse a marchar, y pensar en
cómo podía tratar el tema sin que se sintiera atacada por su parte.

Y como le había dicho, casi una hora después caminaba hacia la cafetería, donde Teresa le había dicho
que la esperaba desde hacía unos minutos.

E: Hola –llegó hasta el pequeño mostrador- Perdona, me entretuvieron.

C: Tranquila, ¿Quieres algo?

E: No gracias, tengo el estomago algo revuelto hoy ¿De qué querías hablar?

C: No quiero que pienses que soy ninguna entrometida ni nada por el estilo, solo me gustaría saber qué
pasó anoche para que te fueras así.

E: Eso que te lo cuente tu amiga –contestó dolida- Yo no tengo por qué decir nada respecto a eso.

C: Mi amiga –recalcó- está desde el momento en el que se la pasó la borrachera llorando, diciendo que
se siente como una mierda, que se arrepiente de lo que fuera que hizo y volver a llorar, créeme que
nunca la había visto así.
E: Me da igual Cruz, no me importa lo que diga hoy, realmente no me interesa, lo siento –bajó la mirada
manteniendo su postura de manera firme.

C: Esther, todas las parejas discuten, pasan por momentos difíciles, y ella se siente fatal por como actuó
anoche

E: Mira Cruz, no tienes que ser recadera de nadie, si quiere decirme algo me busque y lo haga a la cara.

M: Esa es mi intención.

Sorprendidas por aquella voz se giraron a la vez, los ojos de Esther pararon justo en aquel rostro, sus
ojos ocultos por unas grandes gafas de sol, y ambas manos en los bolsillos de su cazadora, creando en
general una imagen bastante decaída de la pediatra.

C: Yo os dejo.

La pediatra sonrió a Cruz, quien posó su mano sobre su brazo brevemente antes de salir de la cafetería.
Se sentó en la silla que había quedado vacía, quitándose las gafas y colocándolas sobre la mesa. Por su
parte, Esther miraba la servilleta que destrozaba entre sus dedos.

M: ¿Cómo estás?

E: Un poco cansada -la miró- Tienes mal aspecto.

M: Ya, estoy hecha una mierda. Pero te aseguro que no es ni la mitad de lo mal que me siento. Esther
anoche me pasé con la bebida y lo que te dije…

E: …

M: ¿No me vas a decir nada?

E: No sé qué quieres que te diga, Maca. Durante días he tenido que aguantar tu mal humor, tus
desplantes, tus indirectas… Vale, estabas afectada por lo del niño, sí… Pero soy tu pareja ¿No? Merezco
respeto.

M: Lo sé Esther, yo…

E: No, déjalo. Ya es un poco tarde.

Sintió cómo se le formaba un nudo en la garganta al decir esas palabras, que la oprimía aún más al
pensar en las que pronunciaría a continuación.

E: Creo que necesito estar sola.

M: De acuerdo, me voy y mañana hablamos con más calma, si quieres.

E: No lo entiendes –negó con la cabeza, para mirarla después- Quiero que lo dejemos, por un tiempo.

M:…

E: Sé que no es lo que tú quieres, Maca, y no estoy rompiendo contigo. Te quiero, pero así no puedo
seguir no… no me siento respetada. Lo siento.
Se levantó de la silla y se dirigió a la salida, frenando las lágrimas con una mano. La pediatra salió tras
ella corriendo hasta alcanzarla por el pasillo y cuando se dispuso a llamarla, alguien se interpuso en su
camino.

V: Vaya, vaya… A quién tenemos aquí. Te creía metida en la camita, con un caldito…

M: Vilches tengo que ir a…

V: Al único sitio al que vas a ir es a currar, cagando leches.

M: Vilches de verdad que ahora no ¿Vale? ¿Por qué no te buscas a algún otro para descargar tu mala
leche? ¿Eh? Pero a mí me dejas en paz…

V: A ver si te enteras de que el jefe de urgencias soy yo y tú hoy tenías turno. ¿No estabas tan malita?
Haberte quedado en casa… Pero ahora te vas a quedar y vas a trabajar lo que te quede de turno.

M: Pero…

V: ¡Ahora!

La pediatra apretó la mandíbula con rabia y llamó al botón del ascensor, dándole la espalda a su jefe,
que la miró sacudiendo la cabeza.

V: Y haz algo con esas ojeras, con Cruz resacosa ya tengo bastante.

Todo lo ocurrido en tan solo aquellos minutos había provocado una montaña de miedo y desesperación
en la mente de la pediatra, que aún con las órdenes de Vilches había ido sin dudarlo hasta uno de los
servicios sintiendo como rompería a llorar de nuevo en cualquier instante.

Se apoyó en uno de los lavabos y se quedó varios segundos contemplando su reflejo, su rostro pálido,
las ojeras que el jefe de urgencias había mencionado.

Los ojos le ardían, la cabeza estaba a punto de estallarle, pero no podía cesar en su llanto. Puso ambas
manos en su frente mientras una y otra vez no podía evitar recordar las palabras de la enfermera: “Creo
que necesito estar sola, Quiero que lo dejemos… por un tiempo”.

Cogió las gafas que permanecían sobre su pelo y las lanzó todo lo lejos que pudo en un intento de pagar
su enfado con algo justo cuando la puerta se abría haciendo que se girase mostrando su rostro
compungido.

C: Maca… -abrió los ojos sorprendida- ¿Pero qué haces aquí?

M: Cruz –solo pudo susurrar su nombre antes de comenzar de nuevo a llorar.

C: Hey venga –corrió hasta ella- no llores, Maca.

M: La he cagado, lo he destrozado todo.

C: Ssshhh –la mecía despacio- no pienses eso, verás como todo se arregla.

M: ¿Cómo se le puede hacer daño a la persona que más quieres, Cruz? ¿Cómo?

C: Maca mírame –cogió su rostro con fuerza- Confío en ti, te conozco, y estoy segura de que sea lo que
sea que pasó, no lo hiciste con esa intención.
M: Aún así le he fallado Cruz, le he hecho el daño que un día le prometí que no haría.

C: Ven, vamos a levantarnos de aquí y nos vamos a mi despacho, allí nadie nos molestará –fue hasta las
gafas de sol- Póntelas, nadie tiene por qué verte así.

M: Gracias.

Respiró hondo antes de salir por la puerta siguiendo a su amiga. Recorrieron el pasillo a paso tranquilo
hasta el ascensor, en él se encontraron con algunos de sus compañeros y guardaron todo el silencio
posible hasta la planta en la que ellas bajarían.

Una vez cruzaron la puerta del despacho la pediatra fue directa al sofá, dejando claro su estado de
decaimiento a la vez que ocultaba su rostro con ambas manos.

C: ¿Qué te ha dicho? –se sentó junto a ella.

M: Que necesita tiempo –elevó su rostro con tristeza- lejos de mí

C: No te preocupes, Maca –acarició su pelo con cariño- quizá sea lo mejor, que ella esté tranquila, y que
en unos días podáis hablar como personas civilizadas y arreglar esto.

M: La he decepcionado –unió sus manos mirando al suelo- la persona que menos tenía que hacerlo, y la
he decepcionado.

C: Mira –cogió una de sus manos y la mantuvo entre las suyas- lo que tienes que hacer ahora es
serenarte, estás muy nerviosa, y bajar un rato a urgencias y distraerte con el trabajo, dejar de pensar
por un rato.

M: No voy a poder hacerlo viendo como seguro me esquiva y evita tener que estar en el mismo sitio que
yo.

C: Mírame –coloco la mano en su barbilla- Esther te quiere con locura, hasta un ciego lo vería, así que
dale ese tiempo que pide, sin alejarte de ella, no digo eso… pero respeta su decisión y espérala.

M: ¿Y si no….? –su barbilla comenzó a temblar haciendo que no pudiese terminar la pregunta.

C: No pienses en eso, dale su espacio y que decida, estoy segura de que muy pronto todo esto quedará
en un mal recuerdo.

M: Gracias, Cruz –se dejó caer en su hombro-

C: No me las des, y ahora cambia esa cara y vamos al trabajo, sino hoy tendremos un divorcio seguro en
urgencias.

M: Antes casi le mando a la mierda, no sé cómo le aguantas cuando está así.

C: ¿Quién te ha dicho que lo hago? –Sonrió- Venga vamos.

Haciendo caso a Cruz, había bajado a urgencias hacía una media hora, por suerte había un niño en la
sala de curas que había acudido con sus padres. Tenía ocho años y problemas respiratorios que habían
intentado mejorar con oxígeno.
Caminaba con decisión hasta que se detuvo al comprobar que, en la sala, la enfermera presente era
Esther. Agachó ligeramente la cabeza, intentando no mirarla y se dirigió a los padres, estrechándoles la
mano.

M: Hola, soy la doctora Fernández.

P: Yo soy Paco y ella es Julia.

M: Bien… -miró el parte- Así que su hijo ha sufrido una crisis respiratoria jugando en el parque ¿No?

J: Sí, doctora, estaba corriendo y de repente empezó a ahogarse.

P: Notamos un pitido extraño al respirar así que nos vinimos enseguida.

Miró a la enfermera, quien medía el pulso arterial en la muñeca del niño.

E: Tiene la frecuencia cardíaca y la tensión altas, y hay pitos.

M: Bien. Quiero espirometría y PBD –pidió sin tan siquiera mirarla- ¿Saben si es alérgico a algún
medicamento? En el historial no pone nada.

J: Creo que no tolera bien la aspirina… Es lo único que se me ocurre.

E: Podría ser el ácido acetil salicílico…

M: Podría, sí… -dijo casi en un susurro- Vamos a tratarle con antileukotrienos –miró a los padres- Es un
bronco dilatador de acción corta para abrirle los bronquios y acabar con los síntomas. No es dañino para
el niño, no tiene corticoides. Después le haremos unas pruebas para ver su capacidad respiratoria pero
es probable que se trate de asma.

P: ¿Está segura?

M: No lo estaré hasta que no hagamos las pruebas pero todo parece indicar que sí. ¿Hay algún
antecedente familiar de problemas respiratorios?

J: Mi tío es asmático.

M: Bien –apuntó el dato- Estén tranquilos, enseguida vendrán a hacerle las pruebas.

Salió de la sala de curas delante de Esther, permitiéndole girarse y quedar frente a ella, una vez fuera.

M: ¿Podemos hablar? –le preguntó con suavidad- Esther no creo que tomarnos un tiempo sea lo mejor.

E: Maca… -suspiró- Estoy trabajando ¿Vale? No me hagas esto más difícil.

M: Mírame al menos… Mírame y dime que no quieres estar conmigo.

La enfermera suspiró de nuevo, retirándose el pelo de la cara antes de elevar la vista y mirar a la
pediatra a los ojos.

E: Ahora te mando a otra enfermera, no puedo trabajar contigo ahora.

M: Pero Esther…

E: No –elevó sus manos- Maca, de verdad…


Se retiró, dando un par de pasos hacia atrás hasta que se giró y se marchó por el pasillo opuesto,
mientras Maca la observaba con los ojos vidriosos y la mandíbula apretada. Miró de nuevo hacia el
interior de la sala, sonriendo a los padres del niño, y golpeó su carpeta varias veces, como intentando
recordar dónde debía ir a continuación.

(NOTA: Ver escena alternativa 3)

Nada más llegar a casa, había esquivado las preguntas de Laura y Eva, quien seguía allí desde que la
llevaran a casa la noche anterior. Les había indicado que no quería hablar de Maca, ni que la
mencionaran aquella noche, y se dirigió al baño.

Abrió el grifo del agua caliente y esperó a que alcanzara la temperatura indicada para introducirse. Cerró
los ojos al notar el vapor invadir sus pulmones, relajándose al instante, como si pudiera sentir cada uno
de sus poros abrirse a aquella burbuja que debía aislarla de todo, de sus pensamientos, de sus
circunstancias, de Maca.

En otro céntrico apartamento de Madrid, Maca se dejaba caer en el sofá, recostando la cabeza hacia
atrás y cerrando los ojos, intentando que el incesante martilleo de su cabeza desapareciera de una vez
por todas. Tomó impulso y se dirigió al baño.

El agua golpeaba sus cervicales con decisión, mientras sus brazos mantenían su cabello en alto,
intentando recibir todo aquel calor en sus tensos músculos. Dejó caer su melena, girándose para que el
agua resbalara por su rostro, confundiéndose así con las lágrimas que habían empezado a brotar de sus
ojos.

Esther se dio la vuelta, dejando que el agua resbalase por su espalda, eliminando los restos de champú
de su melena, naturalmente rizada. Sin poder evitarlo, decenas de escenas como aquella, compartidas
con la pediatra, se agolparon en su mente, aturdiéndola más que el calor de aquel espacio.

Apretó los ojos con fuerza, frotándose la cara con ambas manos, intentando no pensar en esas manos
que, de estar allí presente, acariciarían su cuerpo con sensualidad, amoldándose a cada curva de su
mojada anatomía.

Su rostro se congeló, inexpresivo, como si entre aquellas imágenes de compenetración y felicidad entre
ambas, se hubiera colado algún momento particularmente doloroso, recordándole que por ahora no
volvería a vivir ningún momento íntimo con la pediatra porque, de la manera en la que se había
comportado, sólo le había dejado la opción de huir.

Durante un instante, se dejó vencer por el dolor, teniendo que apoyar sus manos en la mampara de la
ducha para no caer, pero entonces abrió los ojos, como si hubiera entendido qué era lo que tenía que
hacer a partir de ese momento.

Echó la cabeza hacia atrás, recibiendo de nuevo el agua en su cara y sonrió. Había decidido luchar,
demostrarle a Esther que no era como los demás, que no iba a decepcionarla. Y si al final perdía la
batalla lo aceptaría, porque habría luchado hasta el final.

Se irguió del todo, cogiendo el bote de champú y enjabonando su cabello con agilidad, masajeando las
zonas más sensibles de la cabeza, sintiendo cómo desaparecía cierta presión que la venía torturando
desde que se despertara y, como si sus ideas se aclararan con aquellos movimientos de sus dedos,
decidió cuál sería su próximo paso.

M: Voy a luchar por ti, Esther, ya verás… Todo volverá a ser como antes.
Se dejó resbalar por la pared, sintiendo cómo su piel se abrasaba al rozarse de manera brusca con los
azulejos, de igual manera que sus ojos ardían, rebosados de lágrimas. Lágrimas que se mezclaban con el
agua que salpicaba su frágil anatomía.

Y rompió a llorar con fuerza, dolida, traicionada… Como si hubiera sido expulsada del más tranquilo de
los paraísos, devuelta a una tierra que le recordaba que Maca le había roto el corazón después de
enmendarlo, y que aquellas promesas compartidas en suspiros, se evaporaban, como el agua de la
ducha.

Y mientras una veía el final de aquel día como el comienzo de una nueva etapa, una etapa llena de
esperanza que iniciaba una batalla, una reconquista…, la otra se quebraba, presa del dolor y la
impotencia de ver cómo su vida se desmoronaba.

Llevaba más de diez minutos sentada en su moto con la mirada perdida. Cuando aparcó frente a la
puerta de urgencias miró su reloj y vio como había llegado media hora antes. “Hoy vienes sola Maca” se
dijo.

Miraba como sus compañeros entraban uno tras otro y no podía evitar buscarla con la mirada, aún
sabiendo que a ella aun le quedaba más de una hora para hacerlo. “Seguramente aún duerma.” Sonrió
de manera triste antes de sacar las llaves del contacto y bajarse.

A un paso que no podía ni recibir el nombre de paseo, cruzaba el muelle viendo cómo al final Teresa se
bajaba las gafas observándola con una mueca que hizo saber que seguramente ya se había enterado.

M: Buenos días Teresa.

T: Hola hija –acarició la mano la mano que no tenia ocupada en firmar- ¿Cómo estás?

M: Las noticias vuelan eh –mostró una media sonrisa.

T: ¿Quieres hablar? ¿Desahogarte? ¿Has desayunado? Seguro que no, tienes mala cara.

M: Tranquila Teresa, pero te lo agradezco. Voy a… voy a mi despacho ¿Vale? Si alguien me necesita me
avisas.

T: Claro.

Recorría el pasillo con la mirada perdida. Saludó a alguno de sus compañeros que se cruzaron con ella
en el camino e intentó mostrarse como de costumbre. Sin girarse se detuvo frente a la puerta de la sala
de enfermeras, en el mismo instante en que una de ellas salía y entonces llevó su mirada al interior a la
vez que ésta la saludaba, contestó de manera educada y tras esperar a que se marchase, entró en la
sala.

Recorrió la estancia con la mirada hasta fijarse en su taquilla. Despacio comenzó a caminar hacia allí,
deteniéndose unos segundos antes de abrirla y mirar su interior.

Su neceser, una flor ya seca que le había regalado hacía ya varios días, su pijama azul perfectamente
colgado en su percha…

M: ¿Qué te cuesta dejarlo así? –señalaba hacia el interior una vez lo había colocado-
E: Sí cariño, de verdad que a partir de ahora lo dejaré siempre así –rodeó con sus brazos su cintura
pegándose a ella.

Sonrió recordando el momento, y metió la mano en el bolsillo de su chaqueta, sacándola después


cerrada, abriéndola poco a poco hasta ver aquella cajita de color azul donde había metido parte de su
esperanza.

La dejó con cuidado en uno de los estantes y antes de cerrar de nuevo la taquilla vio una foto de ambas
de meses atrás, sonrientes y abrazadas, como añoraba tenerla.

Cerró no queriendo pasar más tiempo en aquel lugar y de nuevo, pero con paso decidido comenzó a ir
hasta su despacho.

Llevaba casi una hora sentada frente a su mesa cuando recibió una llamada de Teresa diciendo que la
necesitaba en urgencias, se levantó sin esperar un segundo y se colocó su bata y el fonendo alrededor
de cuello antes de salir.

M: ¿Me llamabas? –llegó hasta el mostrador.

T: Sí, tienes en la sala de espera a una niña con su abuela, acaban de llegar.

M: Gracias –dio un pequeño golpecito antes de girarse y sentir como se tropezaba con alguien- Perdón.

E: Tranquila –se hizo a un lado para llegar donde pretendía- Hola, Teresa.

T: Hola –miró a ambas.

M: Aún queda para que empieces el turno ¿no? –preguntó con cautela mientras se acercaba.

E: Sí, pero llevo bastante despierta y aquí hay mucho por hacer –la miró evitando hacerlo fijamente.

M: ¿Has desayunado? ¿Nos tomamos un café?

E: Gracias pero ya tomé algo casa, si me perdonas… voy a cambiarme.

M: Claro –metió ambas manos en los bolsillos de su bata mientras la miraba marchar.

T: Paciencia hija, paciencia.

Mientras tanto Esther caminaba a paso ligero hacia su taquilla. Entró observando como nadie más se
encontraba allí y respiró por fin. Cerró los ojos dando el primer paso y se quitó el bolso mientras abría la
taquilla.

Dejaba la chaqueta a un lado para coger el pijama cuando vio algo que llamó su atención. Estiró el brazo
cogiendo aquella pequeña caja.

Se había sentado en el banco que había tras ella, sin atreverse aún a abrirla mientras la contemplaba
sabiendo que la había dejado ella aquella misma mañana. Miró una vez más a la puerta asegurándose
de que no entraba nadie antes de abrirla.
Una fina cadena de plata, colgando de ella una pequeña estrella brillante que no pudo evitar acariciar
mientras intentaba no dejar que las lágrimas agolpadas en sus ojos cayesen. En aquel mismo espacio un
papel doblado se dejó ver ante ella, con las manos temblorosas comenzó a desplegarlo para leer.

“Una estrella fugaz me entregó una noche lo más preciado en mi vida… ¿Podrá esta devolvermelo?”

Cubrió su boca con una mano, ahogando un pequeño quejido de emoción tras leer aquellas palabras.
Deseaba tanto correr en su búsqueda y que sus brazos la rodearan en una promesa de no volver a
soltarla. Pero entonces abrió los ojos, deshaciéndose de aquellas lágrimas que acabaron por rodar por
sus mejillas.

Ahora no podía ceder, por primera vez era ella quien había decidido cuál sería el punto de inflexión en
su vida y debía acarrear con las consecuencias, ser fuerte…, se lo debía a sí misma. Escuchando las risas
de sus compañeras, se limpió la cara rápidamente con la mano y se introdujo la cajita en el bolsillo,
cerrando su taquilla para abandonar la sala después, saludando fugazmente a sus subordinadas.

Una vez hubo salido fue con una dirección firme en sus pasos. Esquivaba a quien pasaba frente a ella,
subió al ascensor y pulsó la planta sin dudar. Antes de haber llegado ya podía ver la puerta de su
despacho, por donde salía justo entonces una de las enfermeras de pediatría y dejaba la puerta sin
cerrar del todo. Suspiró hondo y tocó un par de veces antes de asomar la cabeza y pasar.

E: ¿Se puede?

M: ¡Esther! Claro, pasa –se levantó por la impresión de verla allí- ¿Ocurre algo?

E: Eh… no, bueno… vengo a devolverte esto, no puedo aceptarlo, lo siento –negaba con la cabeza
mientras extendía el brazo con la caja en la mano dejándola frente a ella.

M: Esther… es un regalo, no me lo puedes devolver, tíralo… regálalo, como prefieras, pero no lo voy a
coger, es tuyo –cruzándose de brazos se apoyó en el borde de la mesa algo decaída.

E: No lo puedo aceptar Maca, ¿Es que no lo entiendes?

M: ¿Por qué? –Elevó su rostro mirándola con seriedad- ¿Lo hubieras cogido hace tres días? –la
enfermera no respondía- Porque yo te quiero igual que entonces, no ha cambiado nada Esther. Por mí
no, lo siento.

E: Yo no he dicho que mis sentimientos hayan cambiado, creo que eso quedó claro… pero no puedes
hacer esto ahora.

M: Pues no pienso cogerlo, es tuyo y tú harás lo que quieras con él.

Mantuvo la mirada fija en ella unos segundos en los que el silencio llenó el lugar, haciéndola temer por
otra posible negativa de la enfermera que seguía con la mirada en el suelo. Finalmente volvió a meter la
cajita en uno de los bolsillos de su pijama.

M: Gracias.

E: Me voy, mi hora ya ha pasado y seguro que están buscándome por urgencias –se giró para marcharse
pero la voz de la pediatra la detenía antes de llegar a la puerta.

M: Espera un momento, quería pedirte un favor.


E: ¿Cuál?

M: En un rato tengo una operación con Cruz, es algo delicada… sabes que no me gusta hacerlo y… te
pediría que… si por favor puedes entrar conmigo.

E: No puedo Maca, tengo mil cosas que hacer, además tendréis otra enfermera sin problema.

M: Esther por favor –dio un par de pasos hasta ella- tú mejor que nadie sabes lo poco que me gusta, y
contigo al lado me tranquilizo.

E: Maca –bajó la mirada un instante- de verdad que no puedo.

M: Te lo pido por favor –suplicó con la mirada- Si no lo necesitase no te lo pediría, además eres la mejor
y hacemos un buen equipo.

La enfermera le sostuvo la mirada durante unos segundos en los que su mente pensaba a la velocidad
de la luz, aquel rostro frente a ella volvía a desbancarla de nuevo, como en tantas otras ocasiones, así
que no pudo más que suspirar y asentir en silencio haciendo que en los labios de la pediatra se dibujase
una sonrisa de satisfacción.

M: Gracias Esther, de verdad, no sabes lo que significa para mí.

E: Cuando estéis listas dímelo y voy con vosotras.

M: Está bien.

Cuando la enfermera ya recorría el pasillo de vuelta no puedo evitar salir y contemplarla los segundos
que le fueron posibles antes de que entrara en el ascensor, momento en que sus miradas volvieron a
cruzarse, creando de nuevo la inestabilidad en Esther, y la ilusión en los ojos de una Maca que cerraba la
puerta creyendo que no todo estaba perdido.

Esther se secaba las manos de espaldas a la pediatra, que la observaba por el espejo de la zona aséptica.
Justo cuando entraba Cruz para lavarse, una enfermera vestía a Esther adecuadamente para entrar en
quirófano, dejando a las médicas solas.

C: ¿Todo bien? –preguntó mientras frotaba el jabón en sus manos.

M: Bien, bien… pues no –negaba con la cabeza- Pero bueno, poco a poco.

C: Ese es el espíritu.

Llevaban ya una hora de intervención sin ningún tipo de contratiempo, la pediatra asistía a Cruz,
clampando las arterias pertinentes y cauterizando los vasos sangrantes, mientras Esther estaba atenta
en todo momento al instrumental.

C: La verdad es que es una intervención sencilla, delicada eso sí, pero no sé para qué me necesitas.

M: Ya te he dicho que he dormido poco –miraba a la enfermera- Me fío más si tú estás presente.

C: Bueno, pues a ver si nos cuidamos ¿Eh? –las miraba a las dos- Todas.

M: Cruz, está sangrando por algún sitio.

C: Mierda… por hablar –empezó a revisar la laparotomía- No encuentro el sangrado, Maca mira tú.
M: Si dejo de aspirar se encharca –decía alarmada.

C: Joder ya lo veo, pero no llego. Esther, coge el mosquito e intenta cerrar el vaso.

E: ¿Yo? –preguntó sorprendida.

M: Puedes hacerlo, Esther.

La enfermera elevó la vista, provocando que sus ojos se cruzaran con los de la pediatra, que la miraba
por encima de su mascarilla, otorgándole confianza. Cogió el electro bisturí y procedió a la cauterización
del vaso sangrante, deteniendo la hemorragia.

C: Perfecto. En nada cirujana jefa… -bromeó con una sonrisa.

M: Es que Esther tiene muy buenas manos.

El tono de la pediatra desconcentró a la enfermera, que sintió cómo las pinzas se le escurrían de la
mano, cayendo al suelo en un despiste e infectando la gasa con yodo.

E: ¡Mierda! –protestó.

C: No pasa nada, déjalo –miró a la auxiliar de quirófano- Marisa, gasas yodadas. Venga Esther, ha sido un
fallo, le puede pasar a cualquiera.

A ella no… Ella no fallaba en quirófano, era la razón por la que se había ganado una reputación como
una de las mejores y por eso siempre era requerida en intervenciones importantes. Sabía muy bien cuál
había sido el origen del fallo.

Aquellos ojos clavados en ella, esa mirada que podía sentir aún estando concentrada en la operación,
esa voz que había alterado su pulso, y ese medio susurro que había doblegado su estabilidad,

Se quitó la mascarilla con un rápido movimiento de muñeca y se deshizo del mandil con rabia, tirándolo
a la basura mientras miraba a la pediatra a través del espejo.

E: Nunca, jamás vuelvas a hacerme eso ¿Entendido?

M: ¿Hacerte el qué, Esther? –preguntó extrañada.

E: Sabes perfectamente de qué estoy hablando. Mira, Maca, quizá para ti todo esto es un juego pero
para mí no ¿Vale? Quizá no haya tomado la mejor decisión de mi vida pero es algo que tengo que
descubrir aún, yo sola… Y siento si te he hecho daño, pero tú también me lo has hecho a mí y no pienso
permitir que esto afecte a mi trabajo.

M: Esther, creo que estás sacando las cosas de quicio –contestó, girándose.

E: No, Maca, no. Tu comentario ahí dentro ha estado fuera de lugar –protestaba, señalando al
quirófano- ¿No te das cuenta de que podría haber pasado algo?

M: Pues entonces haz mejor tu trabajo, Esther. Yo no pretendía ponerte nerviosa y la verdad, creo que
es injusto que me hables así por una reacción tuya.
E: Claro, se me olvidaba que nunca te responsabilizas del daño que tus comentarios le puedan hacer a
los demás… -sonrió con sarcasmo- Mira, déjalo, pero no vuelves a hacer que cometa un error en mi
trabajo. Por favor, te lo pido… No mezcles nuestros problemas personales con lo profesional.

Miró a Cruz fugazmente, que salía del quirófano, y se marchó sin tan siquiera desinfectarse
adecuadamente. La cirujana miró a su amiga y se colocó junto a ella para lavarse los brazos.

La pediatra, una vez se acabó de secar, se giró para tirarlas toallas desechables y miró el espejo. El
reflejo de su amiga le mostraba una cara con expresión amable.

C: ¿No te lo va a poner fácil eh?

M: No, nada fácil –suspiró- Pero bueno, yo no me voy a dar por vencida, Cruz, voy a luchar por ella.

C: Maca, No sé… Tú la has visto está rabiosa, y creo que es normal –cerró el grifo y se dispuso a secarse-
Quizás deberías darle tiempo, no atosigarla tanto.

M: No la atosigo, Cruz. ¡Si apenas nos vemos! Me evita a toda costa y ni siquiera trabajando juntas me
dirige la palabra más de lo estrictamente necesario… -se apoyó en el lavamanos, cruzándose de brazos
junto a su amiga- La he cagado pero bien.

C: No, Maca, no…

M: Sí, Cruz… -asintió de manera ausente- ¿Sabes que esta mañana le he regalado un colgante? –la miró
con los labios apretados- Y ha venido a devolvérmelo. No lo quería.

C: A eso me refiero, Maca, la atosigas. Dale espacio.

M: Claro, espacio, espacio…. ¿Para qué? ¿Para que decida que está mejor sin mí y me deje?

C: Sé que estás asustada –apoyó sus manos en el brazo de la pediatra- pero estás siendo infantil. Esther
te quiere, y eso no habrá cambiado por una discusión. ¿Vale? Así que sé paciente y verás como todo va
como tiene que ir.

M: Paciente, paciente… -decía exasperada.

C: Cuando te pones así eres igual que Vilches.

M: Cruz, no me jodas –reía.

C: Así te quiero ver –sonrió con ternura- Anda, vamos a ver qué se cuece por urgencias sin nosotras.

En el mostrador de urgencias Teresa afinaba el oído ya que Laura se había colocado a su lado para
llamar por el teléfono. Repasaba las páginas de una revista del corazón cuando la escuchó comenzar a
hablar.

L: Hola, ¿estás muy liada?... Es que hemos pensado en salir al jardín para comer algo, que hace buen día
y así nos da un poco el sol –se apoyaba de lado mientras continuaba escuchando- Sí… bueno no sé,
ahora se lo tengo que preguntar… venga vale, sí, en media hora… chao

T: ¿Coméis fuera? –preguntó nada más verla colgar.

L: Teresa por Dios, lo tuyo es crónico ¿Eh? ¿Has visto a Esther? –cambió de tema.
T: No, la verdad es que hace un rato que… ¡Mira! Por ahí viene.

L: Bien –rodeo el mostrador llegando hasta ella- Esther.

E: ¿Sí? –se giraba hacia su compañera.

L: Que vamos a comer al jardín del hospital ¿Te apuntas? Hace buen día para tomar un poco de solecito.

E: No sé Laura, ahora mismo es que no puedo, aún me queda un rato.

L: Nosotras hemos quedado en media hora, inténtalo ¿No? Eva ha ido al bar de aquí al lado y ha cogido
varios bocadillos de jamón.

E: Bueno, yo lo intento pero no creo que pueda en media hora, si acaso llegaré más tarde ¿Vale?

L: Venga sí –acarició su brazo con cariño- te esperamos.

El tiempo pasaba demasiado deprisa, iba de un lugar a otro entregando informes, recogiendo muestras,
preguntando en laboratorio… Miró su reloj en dos ocasiones, hasta que en una tercera, vio que pasaban
diez minutos desde que seguramente las chicas se habían ido y decidió dejar lo poco que le quedaba
para después.

Eva: Por Dios -casi gemía- este hombre hace unos bocadillos de muerte, parece mentira que sea pan con
jamón y poco más.

L: Tú es que eres una glotona de cuidado, con tal de masticar eres feliz.

Eva: ¿Y? –abrió los ojos por completo mientras dejaba de comer por un segundo.

M: Jajaja di que sí Eva, que todos los vicios de este mundo fueran ese…

Eva: ¿Ves? Alguien que lo comprende.

L: Pues Esther ya está tardando, igual ni viene.

M: ¿Le has dicho que venía yo? –la miró esperando su respuesta con interés.

L: La verdad es que no, pero ni lo he pensando –se quedó callada unos segundos- No creo que…

E: Hola –miró con seriedad a la residente nada más llegar.

L: ¡Ey! Ya pensábamos que no venias –se levantó- el pan aún está caliente.

E: Da igual Laura, creo que aquí sobro, mejor me voy a la cafetería, igual aún alcanzo a Teresa que
estaba allí –intento girarse pero la mano de Laura la detuvo.

L: Esther, espera.

M: Tranquila –también se levantaba mientras sacudía su pantalón- ya me voy yo, que soy la que estorba
aquí.

L: ¡Maca! –viendo que esta no parecía volver se giró para mirar a la enfermera.

E: Es que ya os vale joder.

Eva: ¡A mí no me mires que estoy tan tranquilamente comiendo!


E: No me gustan nada las encerronas Laura, y no tenias por qué haberlo hecho.

L: ¿Perdona? Esto no ha sido ninguna encerrona Esther, Maca también es mi compañera y esto sólo es
eso… una comida entre amigas y compañeras, y deberías ser un poco más amable con ella, que no sigáis
juntas no quiere decir que no podáis llevaros bien como dos personas adultas.

Aún de pie, no pudo contradecir las palabras de la residente, sólo callar y admitir en silencio que quizá
se había equivocado. Suspiró y dejó la mirada perdida un tiempo en el que las chicas habían decidido
seguir comiendo dejando a un lado aquel momento entre la pareja.

E: Teresa, aquí te dejo el pedido de farmacia, revisado por Vilches ya, y he enviado a la impresora las
guardias de esta semana, hay cambios ¿Vale?

T: Vale guapa. Ah, por cierto, espera –dejó una carpeta sobre el mostrador- Esto lo ha dejado Maca para
ti, dijo que era urgente.

Sin más se dio la media vuelta, dejando que la enfermera ojeara la carpeta a solas. Nada más verla
emitió un chasquido.

De manera deliberada, asomaba una fotografía de ambas patinando, era de hacía apenas unas semanas.
La sacó y vio cómo se caía una pequeña nota:

“Cuando te enseñaba a patinar siempre te ayudé a levantarte. Deja que me ponga en pie otra vez y que
arregle esto. Te quiero.”

Estrujó la nota hasta convertirla en una bola de papel que dejó en el mostrador y se metió la foto en el
bolsillo de su chaqueta, dirigiéndose de nuevo a urgencias. En rotonda encontró a la pediatra hablando
con Cruz, quien rellenaba unos papeles al otro lado del mostrador.

Se acercó con decisión y sacó la foto del bolsillo, dejándola caer sobre el mostrador con desgana, al igual
que la carpeta.

E: En un futuro procura no hacer estas estupideces. Te lo repito, estamos trabajando y no pienso tolerar
esto.

M: La vi en mi taquilla y pensé que te gustaría tenerla, sólo eso. Sabía que no la aceptarías de mi mano…
E: No –la interrumpió- y desde luego así tampoco –se giró, dispuesta a marcharse, pero volvió a girarse-
A ver si te entra en la cabeza, Maca, te he pedido tiempo, necesito estar sola, pensar. Y ni tus notitas, ni
tus regalos van a arreglar nada. Ahora no. ¿Entendido?

La pediatra tragó saliva con dificultad y asintió con la cabeza, observando cómo se alejaba la enfermera
tras obtener aquel gesto. Cruz, que no entendía la actitud de su compañera fue tras ella y la agarró del
brazo.

C: ¿Se puede saber qué haces?

E: ¿A ti qué te parece que hago? Dejarle las cosas claras.

C: Maca no es tonta, Esther, sabe lo que le has pedido pero sólo quiere intentar demostrarte que está
arrepentida.

E: Un poco tarde para preocuparse de mis sentimientos ¿No crees? –Sonrió- Pero claro tú tienes que
defenderla, es tu amiga…

C: No estoy defendiendo a nadie, Esther, pero esto no va bien. ¿No te das cuenta? ¿Cómo vais a trabajar
juntas si ni siquiera podéis estar en la misma habitación sin reprocharos nada?

E: Pues entonces no lo haremos… -la cirujana la miró extrañada- Me voy a tomar unos días libres,
necesito espacio, no puedo seguir encontrándome con Maca cada vez que doblo una esquina.

C: ¿Tú estás segura de esto? Esther, Maca se lo puede tomar muy mal…

E: Es un riesgo que he de correr ¿No? –La miró fugazmente, cabizbaja observando aquella foto- Si me
disculpas, tengo cosas que arreglar antes de irme.

Aun quedaba para que su turno acabase, pero un momento tranquilo en el que parecía que nadie la
reclamaba y necesitaba pensar alejada de todo, decidió salir hasta el muelle de urgencias unos minutos
donde esperaba poder estar tranquila.

L: Toma Teresa, para que lo archives –le dejaba el informe sobre la mesa.

T: Así me gusta, que enseguidita los tengáis me los deis, que luego llego por la mañana y hay un montón
que me gustaría lanzar al aire.

L: Jajaja la cosa es quejarse.

T: Sí, sí –movió sus manos de manera exagerada.

L: Parece que no hay jaleo ¿no? –se apoyó en el mostrador.

T: Y gracias… que ha habido un momento en el que me quería tirar de los pelos… puedes aprovechar y
salir como ha hecho Maca.

L: ¿Maca?

T: Sí, lleva ahí fuera un rato.


Metió las manos en los bolsillos de su bata y comenzó a caminar hasta el exterior. Nada más salir miró a
ambos lados y pudo ver como la pediatra permanecía sentada en un bordillo fumando, despacio fue
hacia allí hasta quedar a su lado.

L: Pensaba que habías dejado de fumar –se sentó junto a ella.

M: Y lo había dejado, a Esther no le hacía demasiado gracia –sonrió con tristeza- Pero hoy lo necesitaba.

L: ¿Estás bien? –La pediatra se encogía de hombros- No te preocupes Maca, de verdad. Esther te quiere,
eso es indudable, solo necesita tiempo para poder pensar y darse cuenta de que todo esto no lleva a
ninguna parte.

M: ¿Te ha dicho que se va unos días?

L: ¿Cómo que se va? –preguntó extrañada.

M: Sí, le ha dicho a Cruz que se iba a tomar unos días, para tener espacio y no tener que encontrarse
conmigo continuamente.

L: No lo sabía.

M: Pues así estoy –suspiró- intentando arreglar esto, recibiendo sus constantes negativas y ahora
sabiendo que no quiere ni estar a mi lado.

L: No lo pienses de esa manera, quizá sea lo mejor… que esté unos días ella sola, que piense y vuelva
con la idea clara de querer estar a tu lado.

M: Yo empiezo a dudar eso –dejó caer el cigarro al suelo para después pisarlo- Voy a trabajar un rato,
por cierto… ¿No tendrás un chicle o algo, verdad?

L: Pues vas a tener suerte -metió la mano en uno de sus bolsillos tendiéndole después un caramelo-
Mentolado.

M: Gracias, ahora te veo.

Sin levantarse la observó marcharse y entrar de nuevo a urgencias, se cruzó de brazos y pensó en lo que
le había contado respecto a las intenciones de la enfermera, comenzando a no entender nada de todo
aquello.

Cuando abrió la puerta de su apartamento se sorprendió de la poca luz que había. Tan sólo una lámpara
permanecía encendida en el salón y podía ver cómo la luz de la habitación de Esther iluminaba el pasillo
de manera tenue.

L: Ya estoy en casa -saludó de camino- ¿Cómo te ha…?

Se detuvo al ver cómo la enfermera se apuraba en sacar ropa de uno de sus cajones y la metía en una
bolsa de viaje colocada sobre su cama. Se acabó de desabrochar la chaqueta y pasó al interior de la
habitación, sentándose en el borde de la cama.

L: ¿Te vas? ¿Así sin más?


E: No es así sin más, Laura. Necesito pensar, estar sola…

L: ¿Y por eso huyes? Esther así no vas a solucionar nada. Maca está desesperada, fue ella quien me dijo
que te ibas y no sabe qué va a pasar, está perdida.

E: Mira estoy harta –la miró con rabia- Harta de que todas me digáis lo mal que está Maca, lo
arrepentida que está Maca y lo mucho que llora. ¿Y yo qué? ¿Eh? –Su voz comenzó a quebrarse- Te
recuerdo que yo también lloro, que yo también estoy perdida… ¿Alguien se preocupa por mí? No. Para
vosotras sólo soy la mala de Esther ¡La injusta de Esther que da de lado a Maca!

Se giró, dirigiéndose al armario y escogiendo un par de prendas más que dobló con cuidado antes de
meterlas en la bolsa. La residente la observaba sin moverse de su sitio, si torcía la cabeza podía ver
cómo las lágrimas asomaban por los ojos de la enfermera, que no levantaba la cabeza.

L: Tienes razón, quizá hemos sido un poco injustas y quizá no tendríamos que haber intentado
intervenir. Pero entiéndelo, Esther, sois nuestras amigas y queremos veros bien, juntas… Sólo
pretendíamos ayudar.

E: Ya lo sé, Laura -susurró.

L: ¿Por qué no te lo piensas? ¿Eh? Cenamos tranquilitas y hablamos y si mañana sigues queriendo irte…

E: Está decidido –negó con la cabeza- Me voy con mi madre, sé que ella no me preguntará por Maca. Así
podré tomar una decisión.

L: ¿Tan difícil es perdonarla?

E: Laura, de verdad… -la miró cansada- No tienes ni idea de lo complicado que es todo. Creéis que todo
es tan fácil como perdonarla y olvidarnos pero no es así…

L: Porque tú te empeñas en ponerlo difícil.

E: ¡No, Laura, no! Las cosas no son siempre blanco o negro –protestó- ¿Qué crees? ¿Qué no me gustaría
poder perdonarla? ¿Qué no quisiera que las cosas volvieran a ser como antes? ¿Eh? Porque es lo que
más quiero… -añadió, casi sollozando- Pero no puedo, Laura… No es tan fácil.

L: Pues explícamelo ¿No? Explícamelo… -insistió- Dime qué pasó aquella noche para que dos personas
que se quieren tanto como vosotras no puedan volver a mirarse a la cara sin odiarse.

La enfermera miró para un lado, cerrando los ojos en un intento de frenar sus lágrimas por fin.

L: Soy tu amiga ¿No? Pues explícamelo…

E: ¿Recuerdas que Maca había bebido bastante? –La residente asintió con la cabeza- Bien, cuando
vosotras os fuisteis a la cocina y nos dejasteis a solas…

La enfermera intentaba secarse el tequila de la camiseta con una servilleta sin demasiado éxito. Por su
parte, la pediatra reía mientras se acercaba a su cuello, dejando algún beso de manera errante.

M: Ven aquí cariño, ya te seco yo…

Aquel aliento tan lleno de alcohol y el enfado que tenía la hizo apartarla de su cuerpo.

E: Maca, por favor, estate quieta. Estás borracha y me estás avergonzando delante de nuestras amigas.
M: Pero ahora no están… Anda, deja que te seque yo.

Su mano agarró la camiseta de la enfermera y la elevó sin pudor para intentar colarse debajo. Enfadada,
Esther agarró su muñeca y la obligó a retirarla, empujando a la pediatra que no hacía más que reír y
pedirla que no se resistiera.

En el forcejeo, la manga de la enfermera acabó manchada de guacamole, al haberse introducido sin


querer en uno de los boles que aún quedaban sobre la mesa.

E: Joder, Maca… Mira lo que me haces hacer, estoy hecha un asco.

M: Jajaja Cariño…. Es que eres un desastre ¿Eh? -Sonrió de manera exagerada, acercándose hacia ella-
No me digas más, ¿por eso te dejaron todos tus novios?

Tras decir aquellas palabras se retiró de nuevo hacia atrás, riéndose como si no hubiera pasado nada,
pero no lo hizo así Esther, que la miraba incrédula. Sus ojos brillaban, inundándose de lágrimas y su
mandíbula se apretaba con rabia.

Fue entonces cuando la pediatra dejó de reírse, al ver el rostro de dolor de la enfermera que, sin
pensárselo dos veces, le dio un tortazo, antes de levantarse y salir de allí dando un portazo.

L: Esther, no tenía ni idea…

La residente, que ya se había quitado la chaqueta mientras su compañera de piso le relataba lo sucedido
aquella noche, se levantó, rodeando la cama para arrodillarse frente a ella.

E: De todas las personas que conozco… De todas a las que he querido, confiaba en ella más que en nadie
para que no me hiciera daño.

Laura la miró con ternura, apartando el pelo de su cara mientras la veía llorar con tanta rabia. Se sentó a
su lado y la rodeó con un brazo, atrayéndola hacia ella.

L: Ya, cariño, ya… -le besó el cabello- Lo siento, ojalá pudiera explicarte por qué lo dijo pero… -suspiró-
Estaba borracha Esther, sé que te dolió pero no lo pensaba.

E: No, si es verdad Laura, soy un puto desastre y ella me lo ha dejado claro siempre ¿Recuerdas? –la
miró con los ojos rojos- Pero bueno ahora ya… da igual.

Se secó las lágrimas y se levantó de la cama, cerrando la bolsa y dirigiéndose al salón, donde tenía su
abrigo y bolso preparados. La residente la siguió de cerca y antes de que se fuera la abrazó con fuerza,
pidiéndola que pensara bien las cosas y que hiciera caso a su corazón.

En: Pues eso Conchita, que te acerques al puesto ese… tienen una verdura baratísima, y es la mejor
desde hace tiempo.

C: Esta misma tarde me acerco con mi nieta.

En: Ya me dirás que tal, yo voy a subir ya que tengo que sacar la ropa de la lavadora y planchar un rato.

C: Hasta luego Encarna –se despedían en la puerta del edificio.


Portando una bolsa, salió del ascensor con las llaves ya en la mano. Giró la cerradura y cerró con
cuidado nada más entrar, dejando después las llaves en el pequeño mueble que había colocado en el
recibidor.

Una vez entró en la cocina dejó el contenido de la bolsa sobre la encimera y anudándola, ya vacía, la
dejó en uno de los cajones de abajo, se dio la vuelta y fue a coger el delantal colgado junto a la ventana,
se lo colocó y anudó a la cintura para salir de nuevo y encender el televisor.

En: ¡La virgen del camino seco! –gritó al ver un cuerpo en el sofá.

E: Hola mamá –se giró para saludarla.

En: Pero Esther por dios… que casi me da un infarto –se llevó la mano al pecho- ¿Pero qué haces aquí?

E: Llegué y no estabas, he usado las llaves.

Desde su posición hizo un barrido con la mirada a su alrededor, junto al sofá reconoció el macuto de su
hija, los zapatos en el suelo, y sus piernas flexionadas sobre el sofá mientras aun permanecía con la
chaqueta puesta.

En: ¿Pero estás bien? ¿Ocurre algo? –fue hasta su lado.

E: Estoy bien mamá, tengo unos días libres en el hospital y he preferido estar aquí contigo, espero que
no te importe.

En: ¿Pero cómo me va a importar hija? –La abrazó con cariño- Te voy a hacer una buena cena y vemos
juntas la televisión ¿quieres?

E: Prefiero tomar algo ligero y acostarme mamá, he tenido un día largo.

En: Como quieras hija.

Y como había dicho, minutos después decidió darse una buena ducha, encontrar por un momento la
tranquilidad aquel día, aunque inevitablemente los pensamientos y la imagen de Maca no se alejaban
de su mente.

Con un vaso de leche se fue al que aún era su dormitorio, y se sentó de espaldas al cabecero, abrazando
sus propias piernas no pudiendo contener su llanto al saberse sola, recordando cada una de las palabras
que habían destrozado una vez más su ilusión, su estado de continua felicidad junto a Maca, sintiéndose
otra vez la mujer desdichada que hacia un tiempo había desaparecido.

En la azotea del hospital una mirada recorría aquel cielo oscuro que apenas se dejaba contemplar en su
verdadera belleza, la luz de aquella gran ciudad ocultaba las estrellas que Maca buscaba desde hacia
varios minutos mientras de nuevo se fumaba un cigarro buscando un momento de soledad.

Había decidido no ir a casa, doblando así su turno, creyendo que mantener su mente distraída el mayor
número de horas sería lo mejor, y así evitar pensar una y otra vez, en como la equivocación más grande
de su vida podía tirar por la borda el tiempo que más feliz había logrado ser junto a la enfermera.

Abrió los ojos con desgana, intentando acostumbrarse a la luz que entraba por la ventana de aquel
cuarto. Miró hacia la puerta, frotándose los ojos con una mano y resopló al ver a su madre con una
bandeja.
En: Hija es que son más de las once y como no te levantabas… Te he traído nesquik con galletas, para
que te las migues, como te gusta.

E: Mamá no tengo hambre -se incorporó, apoyándose en el cabecero- Te lo agradezco pero no creo que
me entre nada.

La mujer suspiró, dejando la bandeja sobre el escritorio que la enfermera aún conservaba de sus
tiempos de estudiante y se dirigió a la cama, sentándose en el borde.

En: Anda, hazle un sitio a tu anciana madre.

E: Mamá, por Dios –rió- Ni eres anciana ni te falta sitio.

En: Uy que no, si te contara lo que me duele esta rodilla… -se frotaba.

La enfermera sonreía, dejándose llevar por la alegría que siempre desbordaba su madre, sintiéndose
celosa de no haber heredado aquella capacidad de sonreír incluso en los peores momentos.

En: ¿Me vas a contar qué te pasa? –Preguntó, interrumpiendo sus pensamientos- Porque tú dirás lo que
quieras, pero si no pasara nada no estarías aquí.

La enfermera bajó la vista, acariciando el bordado de sus sábanas entre sus dedos, eludiendo contestar.
Su madre, que la observaba preocupada, retiró un mechón de pelo de su cara, emitiendo un suspiro.

En: ¿Te has pelado con Maca? –Su hija la miró sorprendida- No hace falta ser muy lista para adivinarlo…
Te has pasado toda la noche llorando. Que os creéis que las madres no nos enteramos de nada pero lo
oímos todo, nos hacemos las tontas eso sí, cuando no sabemos cómo ayudaros, pero eso no quiere decir
que no nos preocupemos o no nos demos cuenta de las cosas.

E: Ya…

En: ¿No me lo quieres contar?

E: ¿Qué más te da? –la miró con tristeza.

En: Mira hija, sé que no te he apoyado demasiado desde que me dijiste lo tuyo con Maca, pero eso no
quiere decir que no quiera verte feliz. Y si es con Maca -miró a otro lado- Bueno, que lo sea… Y si no lo
eres, quiero que me lo cuentes.

La enfermera la miró conmovida y se abrazó a aquel cuerpo que tantas veces le había consolado,
dejándose inundar por la paz y calidez que sólo el abrazo de una madre puede otorgar. Lloró durante lo
que se le antojó una eternidad, hasta que por fin pudo articular palabra.

E: Se ha estropeado todo y veo difícil que las cosas vuelvan a ser como eran.

En: ¿Quién lo ha estropeado? ¿Tú o ella?

E: Las dos. Si hubiera sido sólo ella quizá lo hubiera podido soportar pero, no sé… No estuve a la altura,
mamá.

Encarna la obligó a mirarla, levantando su mentó con una mano y sonriéndola con ternura.

En: ¿Te lo ha dicho ella? –Su hija negó- Todos tenemos nuestros defectos, unos mejores, otros peores…
Y sobrellevarlos es tan difícil a veces como rectificarlos.
E: Ya pero, nos hemos hecho daño, mamá.

En: Todos hacemos daño a los que queremos, aunque no queramos hacérselo. ¿Ha sido vuestra primera
pelea? –La enfermera asintió- ¿Y qué haces aquí en vez de arreglar las cosas? Cariño, ¿tú la quieres?

E: Más que a nada, mamá.

En: Y sé que ella a ti también, hija –Esther sonrió- Pues entonces ya está lo más difícil, que os queráis las
dos por igual. Una vez logrado eso, solucionar los problemas de pareja es la parte más fácil.

E: ¿Pero cómo lo dejo atrás, mama?

En: No tienes por qué hacerlo. Si se olvida el dolor se olvida la herida, y es posible cometer el mismo
error. Simplemente pregúntate si merece la pena estar así por algo que tiene solución.

Le dio un beso en la cabeza y cogió la bandeja del desayuno y se dirigió a la puerta, no sin antes sugerirle
que se diera una ducha antes de comer, haciendo reír de nuevo a la enfermera que, de nuevo a solas, se
dejó caer sobre el colchón, abrazando su almohada, pensativa.

Cruz entraba en la cafetería aún con ropa de calle, acabada de llegar al hospital. Se quitó las gafas y se
dirigió a la mesa en la que Laura y Maca se tomaban un café.

C: Buenas –saludó.

L: Hola Cruz –miró detrás de ella- ¿Y el gruñón?

C: El gruñón está en casa, que me tiene harta -se quitó el bolso y se sentó- Ya se traerá él su coche. ¿Qué
tal el turno anoche, Maca?

M: Tranquilo, sin mucha novedad –dejó su taza sobre la mesa- Bueno, yo me voy a ir yendo.

C: ¿No te quedas? Hasta que me tome yo uno…

M: No, estoy cansada. Que tengáis buen turno, chicas.

Ambas observaron cómo la pediatra se colocaba las gafas de sol sobre el pelo y se marchaba de la
cafetería, con el casco en ristra y paso ligero.

L: Hay que hacer algo, Cruz…

C: Hay que juntarlas, como sea pero juntarlas.

L: ¿Juntarlas? ¿Así sin más?

C: Sí, así sin más –se encogió de hombros- ¿Qué se quieren gritar? Que se griten ¿Que se quieren matar?
Pues que se maten… Pero si no hablan esto no va a acabar nunca.

La residente apoyó su barbilla en su mano, tamborileando con los dedos en sus labios, pensativa,
mientras la cirujana se servía el azúcar.

L: Oye, pues creo que yo sé cómo hacerlo ¿Eh?


Después de un rato en el que no pudo ponerse con lo que se le había ocurrido, se escabulló como pudo
hasta el vestuario y sacando su bolso cogió después su móvil, se sentó en uno de los sillones y buscó el
número de la pediatra.

M: ¿Sí?

L: Hola Maca ¿te pillo en mal momento? ¿Estabas durmiendo?

M: Echada si, durmiendo no –contestó de manera serena- ¿Ocurre algo?

L: Verás, es que había se me ha olvidado comentártelo antes… y como a ti se te dan bien esos trastos…

M: Al grano Laura.

L: Que se me ha muerto el ordenador ¿Y que si podías echarle un vistazo? Puedes venirte a casa esta
tarde y lo vemos.

M: ¿Esta tarde?

L: Si puedes claro, te lo agradecería la verdad, si lo llevo a algún sitio seguro que cobran un ojo de la
cara.

M: Está bien, ¿Te viene bien sobre las siete? Así descanso un poco.

L: Sí, sí, sin problema, ¿te espero a las siete?

M: Venga, hasta luego Laura.

L: Hasta luego.

Sin esperar un segundo volvió a marcar y esperó mirándose un pequeño hijo que salía del bajo de su
pantalón hasta que alguien respondiese al otro lado de la línea.

L: Hola… Sí, es que necesitaría que vinieras, esta mañana he encontrado una humedad en el cuarto de
baño y quisiera que le echases tú un vistazo y ya vemos que hacer… Sí, a esa hora estaré en casa, venga
gracias, hasta luego.

A las seis y media ya estaba lista para ir hasta el apartamento de las chicas, así que sin importarle el
llegar antes se puso en camino, esta vez con el coche, ya que aun estaba algo cansada por el poco
tiempo que había podido dormir una vez hubo llegado a casa.

A pocos metros para girar y llegar hasta el edificio se detuvo en un semáforo en rojo, apoyando una
mano en el volante y otra sujetando su mentón mientras miraba por la ventanilla.

Se quedó aquel tiempo pensando nuevamente en Esther, en volver a entrar en su casa, no verla a ella
sonreír en la entrada. El sonido de un claxon la hizo despertar y volver a pisar el acelerador hasta girar a
la derecha y ver como había un espacio para poder aparcar sin problema.

Cinco minutos después subía en el ascensor encontrando la puerta abierta mientras Laura la esperaba
en el umbral.

M: Hola.

L: Hola –sonrió haciéndose a un lado- ¿me esperas en el salón mientras termino de hacer una cosa?
M: ¿Vas a salir? –observó cómo iba vestida.

L: Eh… no, me apetecía no estar hecha un andrajo jejeje. Pasa al salón, que ahora mismo salgo.

M: Claro.

Sentada en el sofá escuchaba el ruido de la residente desde su dormitorio, miró a su alrededor,


encontrándolo todo como la última que estuvo allí, aunque no por el mismo motivo.

M: ¡Oye Laura! ¿Cuándo te has comprado tú un ordenador? –alzó la voz desde el salón.

L: Eh… pues el otro día que… -sonó el timbre en aquel instante- Espera un segundo.

Abrió la puerta y le dio dos besos a la persona al otro lado, haciéndose a un lado para dejarla pasar.

L: ¿Te dejaste las llaves o qué? –preguntó sonriendo.

La pediatra, que se había levantado a mirar por la ventana mientras tanto, se giró al oír a Laura
acercarse con su visita, sorprendiéndose al ver de quién se trataba.

M: Esther…

La enfermera miró a la pediatra con los ojos abiertos y después a su compañera de piso, quien había
cogido su abrigo y el bolso y las miraba con expresión seria.

L: No me miréis así. Vais a sentaros ya hablar como personas civilizadas.

M: Esto es una encerrona, Laura, las cosas no se hacen así, joder –protestó molesta.

E: ¿Tan difícil te es estar en la misma habitación que yo? –preguntó con lástima.

La pediatra apretó los labios, sentándose en el sofá como muestra de que estaba dispuesta a pasar por
aquello. Laura sonrió levemente y se acercó a la enfermera, dándole un beso en la mejilla.

L: Es lo mejor, lo necesitáis -su amiga asintió- Suerte.

Laura cerró la puerta tras de sí dejándolas a solas, a pesar de que ambas seguían sin mirarse. La pediatra
miraba al suelo con los brazos apoyados sobre sus rodillas mientras Esther aún en la puerta del salón,
comenzaba a caminar hacia uno de los sillones.

La miró unos segundos en los que suspiró creyendo que lo mejor sería romper aquel silencio de una
manera neutral.

E: ¿Cómo estás?

M: ¿Cómo crees que puedo estar? –Giró su rostro para mirarla- Porque bien no, te lo aseguro.

E: Sólo me preocupaba por ti, no lo pongas más difícil de lo que ya es… No hace que falta que contestes
así –la miró con la misma dureza con la que había recibido sus palabras- Creo que podemos intentar
hablar como dos personas adultas ¿No crees?

M: Si de verdad estuvieras preocupada por, mí o por las dos me da igual, no estarías haciendo esto –
apretó la mandíbula.
E: ¿Quieres ir de víctima, eh? ¿Ponerte a la defensiva? –alzó la voz a la vez que se inclinaba hacia ella-
Porque te aseguro que si empezamos así creo que ganaría yo ¿No crees?

M: Esther yo… -ocultó su rostro al ver que de nuevo estaba creando una discusión.

E: Porque te recuerdo que fuiste tú la que me humilló, la que ha estado día sí y día también
recordándome lo mal que lo hago todo.

M: Esther ya... -se levantó con rapidez haciendo que detuviera sus palabras- Lo siento, sólo quiero
arreglar todo esto y conseguir que lo que ocurrió se borrase solo… Pero no puedo.

Quedó de espaldas a la enfermera, mirando por la ventana de aquel salón, tal y como había hecho
cuando llegó Esther, quién ahora la miraba sin pudor, repasando su cuerpo, su postura tensa mientras la
pediatra metía las manos en los bolsillos de sus pantalones.

M: He cometido muchos errores en mi vida, Esther, y puedo asegurarte que como este ninguno. Te
prometí algo que por lo visto no fui capaz de cumplir… -agachó la cabeza- Pero créeme que me duele
más que a ti…

Notó cómo su barbilla empezaba a temblar e intentó controlar las lágrimas que amenazaban con brotar
de un momento a otro. Se giró, más calmada, y miró a la enfermera a los ojos.

M: Porque cuando estaba en casa sola, pensando en ti... No pensaba en tu desorden, ni en tus manías,
ni en cómo me haces llegar siempre corriendo a los sitios –sonrió con tristeza- Lo único que podía
pensar es que te había fallado, que no había estado a la altura de lo que te había prometido que… Sólo
pensar en el daño que te he hecho se me encoge algo aquí… -se llevó una mano al pecho, apretando los
labios- No puedo hacer nada más que pedir que me perdones, Esther. Lo siento.

Aquellas últimas palabras, expulsadas en casi un susurro, fueron el detonante para la enfermera, que
cubrió su rostro con sus manos y exhaló, apoyando sus codos en sus piernas. La pediatra, que la miraba
con preocupación, rodeó el salón a paso lento, intentando no molestarla, y se sentó en el sofá,
quedando frente a ella. Entonces fue cuando la enfermera descubrió su rostro, juntando las manos y
suspirando, como reagrupándose para poder hablar.

E: ¿Sabes lo curioso de todo, Maca? Que yo sabía que no estaba a tu altura… Que era imperfecta, que
tenía miles de defectos que te acabarían atacando los nervios, y no me equivoqué. Y no sé si estoy más
enfadada por lo que me dijiste o por haber sido sincera y decirme lo que te molestaba de mí o… -miró
hacia otro lado- O el hecho de que no fuera capaz de cambiar para ser mejor para ti.

M: No… -negó con la cabeza- No tenías que cambiar nada, nunca… Te quiero como eres, Esther.

E: No, sí que tengo que cambiar.

La enfermera se recostó en el sillón, apartándose el pelo de la cara con una mano; se cruzó de piernas y
empezó a jugar con un anillo que tenía en su mano derecha.

E: Al principio creí que necesitaba tiempo para perdonarte, pero luego me di cuenta de que ya te había
perdonado… -seguía mirando aquel anillo mientras hablaba- Me he dado cuenta de que necesitaba
tiempo para aprender que no puedo basar mis relaciones en lo que espero de los demás. Yo esperaba
que no me hicieras daño, que me querrías tal y como soy y no es así….

M: Esther, sí es así... –la interrumpió.


E: Maca… Déjame acabar –la miró con ternura- No puedo pretender que me quieras sin esforzarme en
mejorar aquello que podría hacer mejor por ti, para ti… De eso se trata ¿No? De dar y recibir de manera
equitativa… Y tú me has dado mucho, Maca…

M: Estás empezando a hablar como si esto no tuviera remedio.

E: Nada más lejos de la verdad.

Se hizo el silencio de nuevo, silencio que cada una aprovechó a su manera. La pediatra intentó serenarse
mientras que Esther tragó saliva, intentando deshacerse de ese nudo en la garganta. Más relajada, dejó
escapar una pequeña sonrisa, mirando a la pediatra.

E: Te prometo que seré menos desastre –le dijo con una medio sonrisa.

Maca levantó la vista, mirando a la enfermera con ojos brillantes, ojos de esperanza, y una pequeña
sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios.

M: Supongo que yo podría intentar ser menos neurótica.

E: ¿Perdona? –La miró con una ceja enarcada- O sea, que yo te digo que cambiaré algo y tú sólo me
ofreces intentarlo. Ya veo… -sonrió, haciéndola ver que bromeaba.

M: Bueno, lo mío es de nacimiento, Esther, lleva su tiempo.

E: Anda ¡Y lo mío!

Ambas sonrieron al unísono, con timidez. Y como si hubiera obtenido un permiso para acercarse a ella,
la pediatra se levantó del sofá y se acercó al sillón donde descansaba la enfermera, que observaba cada
uno de sus movimientos.

M: ¿Puedo besarte?

E: Por favor…

La sonrisa de ambas creció en cuestión de segundos, para volver a desaparecer a medida que sus rostros
se acercaban. La mano de Esther alcanzó la mejilla de la pediatra, rozándola con el dorso de sus dedos,
provocando que se escapara un pequeño suspiro de aquella boca que atrapó a la suya con suavidad
pero de forma decidida.

Sus labios resbalaron con extrema lentitud, sin separarse ni un instante, y como si aquello fuese una
señal para dar rienda suelta a sus emociones, empezaron a brotar lágrimas de los ojos de ambas,
humedeciendo sus sonrojadas mejillas.

Poco a poco, la pediatra buscó un hueco para su cuerpo en aquel sillón, acomodándose sobre la
enfermera, y agarrando su cara entre sus manos, la besó con más ímpetu, profundizando aquel beso
que sellaba su amor de manera incorruptible, albergando una nueva promesa de amor y respeto que
volvía a unir sus sueños, sus esperanzas, sus vidas… y que reencontraba aquellos corazones que nunca
dejaron de llamarse a gritos.

Llevaba veinte minutos haciendo el mismo recorrido, de su cama al armario, del armario a su cama,
varios conjuntos, camisa con pantalón, falda, vestidos… Miraba todo desde una distancia prudencial
imaginando el resultado final y rápidamente emitía un chasquido con la lengua y volvía al armario.
En uno de sus silencios, mientras observaba una nueva combinación, la puerta de la casa se abrió pero
ella no cambió su postura ni su gesto, permaneciendo así de una manera seria cuando la enfermera
entraba al dormitorio buscándola.

E: ¿Pero qué haces cariño? –sonrió al verla.

M: A ver qué opinas –fue con rapidez hasta la cama quitando algunas prendas- ¿Este con pantalón o el
otro con falda?

E: ¿Se puede saber para qué? –sonrió aun mas quedando a su lado mientras acariciaba su espalda.

M: ¿Para qué va a ser Esther? Para la cena con tu familia –giró su rostro para mirarla y al no recibir
respuesta extendió su brazo señalando la cama y con un claro gesto de desesperación.

E: Jajajaja –comenzó a reír sin separarse de su lado- pero Maca…

M: Eso, ríete –se cruzó de brazos- yo aquí pensando cómo ir mejor para que se lleven una buena
impresión y tú te lo tomas a guasa.

E: No es eso –le dejó un rápido beso en la mejilla para volver a mirar a la cama- Yo es que te veo guapa
con todo Maca, con eso tú no tienes problema, todo lo que te pongas te quedará bien.

Mientras terminaba de hablar fue rodeando la cama para sentarse en el sillón que había bajo la ventana.
Se comenzó a quitar el calzado mientras Maca aun la miraba nada convencida.

M: Pues vaya ayuda cariño.

E: Además, vas a impresionar a todo el mundo sólo con entrar por la puerta –sonrió mientras se quitaba
la camiseta- No estés nerviosa, anda.

M: ¿Qué no esté nerviosa? –Subió la ceja incrédula- ¡Ja!

E: De verdad que cualquiera que te conozca y te vea… –negó con la cabeza sin borrar su sonrisa
acercándose de nuevo e ella.

M: ¿Tú que vas a llevar?

Por aquella nueva pregunta la enfermera soltó otra carcajada mientras salía del dormitorio hacia la
cocina. Maca desde su posición sonrió al escucharla mientras se pellizcaba el labio inferior y devolvía su
vista a la ropa sobre la cama.

Minutos después llegaba hasta el salón encontrándola en el sofá sentada de lado con el móvil en las
manos.

E: ¿Qué has elegido al final? –preguntó con la vista fija en la pantalla.

M: No te lo pienso decir, haberme ayudado –la enfermera sonreía sin mirarla aún- ¿Qué haces?

E: Borrar mensajes, tengo el buzón de entrada lleno y esta mañana ya me ha dado el aviso, pero la
mayoría son tuyos y apenas he borrado cinco –dejó el móvil en la mesa y se giró para mirarla- Y vaya
caso me has hecho desde que he llegado, así da gusto.

M: Ven aquí tonta –alargó el brazo rodeando su cuerpo para atraerla hasta ella- ¿Está cansada mi reina?

E: Uhm… un poquito –se pegó a su pecho abrazándola.


M: Pues si quieres puedo llenar la bañera, encender una velas, meternos las dos y… darte un masajito
¿Quieres?

E: Sí, así también te tranquilizas tú –se separó para mirarla aguantando la risa.

M: Eres mala ¿Eh? –entrecerró los ojos mirándola mientras asentía.

E: Jajajaja

La pediatra se colocaba el abrigo al salir del coche y se sacudía la falda con una mano, mientras la
enfermera empezaba a caminar hacia el portal de su madre, a apenas dos calles de allí.

M: ¿Seguro que voy bien?

E: Que sí, cariño, que vas muy bien. Además, seguro que eres la más arregladita, en mi casa somos todos
muy campechanos, Maca.

M: Genial –se detuvo en mitad de la carretera- ¿Y me lo dices ahora? Van a pensar que soy una pija…

E: Cariño, camina, que va a venir un coche y vamos a tener un disgusto. Venga, deja de darle vueltas.
Además, que si te ves muy arreglada el año que viene te pones vaqueros y listo.

M: ¿El año que viene? ¿Me piensas invitar? –preguntaba con una sonrisa juguetona.

E: Claro que sí, el que viene, y todos los demás.

Hacía un amago de besarla pero seguía caminando, ya que habían aparcado en la única calle de los
alrededores donde habían encontrado un hueco para el coche. Cuando estaban a punto de alcanzar el
portal de Encarna, a apenas un cruce de distancia, a ambas empezó a sonarles el teléfono. Sonrieron por
la casualidad y contestaron.

M: ¿Sí? Hola Cruz… Feliz Navidad a ti también, aunque bueno es mañana… Sí, bien, bien… Claro…

E: Hola Laura, ¡Feliz Navidad! Muy bien… Oye no os paséis ¿Eh? Que ya sabes que cuando se juntan Eva
con tu padre… Sí… Que tiemblen los bodegueros jajaja ¿Hace frío en Valladolid no? Estábamos a punto
de entrar… ¿Maca? –La miraba con una sonrisa- De los nervios.

M: Dile que no gruña, que le oigo desde aquí, sí… -hizo una señal a la enfermera para que cruzaran aún
estando en rojo- Sí… Me alegro mucho, de verdad… En casa de la suegra, sí –rió- No, no… ¿Nerviosa yo?
¿Bromeas? Si me van a adorar… Pues claro que sí…

Ambas se miraron con una sonrisa, escuchando a sus interlocutores mientras caminaban hasta el portal
de la madre de la enfermera, parándose justo en la puerta.

E y M: Quiere hablar contigo.

Ambas rompieron a reír en una sonora carcajada al hablar a la vez y se intercambiaron los teléfonos
móviles para que cada una pudiera saludar a su compañera.

M: Hola Laura ¿Qué tal? Sí la oigo, sí…. ¿Qué? Jajajaja Dile que yo también sí… No, no voy a guardarle
langostinos… Jajajaja Que loca está… Claro….
E: Así que María correteando por ahí… Entonces ¿Todo bien con Vilches? Me alegro –sonrió a la
pediatra, quien juntó sus labios como mandándole un beso- Claro… Mañana hablamos…

M: ¿En noche vieja? No, no tenemos planes, lo que tenemos es una guardia como un piano Jajajaja ¿En
serio? Oye pues es cuestión de hablarlo ¿No? Venga… Sí, de tu parte, un beso… Adiós, adiós.

E: Adiós guapa, ¡y Feliz Navidad!

Se intercambiaron de nuevo los teléfonos, sonriendo al recordar la conversación que habían mantenido
cada una con sus respectivas compañeras. La pediatra miró hacia arriba, como revisando que el número
del portal fuera el adecuado. Cruzó sus brazos y sonrió nerviosa.

E: Deja de temblar, Maca, que mi familia aún no se ha comido a nadie… Aún –bromeó con una sonrisa.

M: Si no estoy nerviosa, es que hace frío.

E: Si es que… Con esa faldita… -la miró de arriba debajo de manera lasciva- Ya tengo ganas de llegar a
casa para quitártela.

M: ¿Quieres llamar ya y dejarte de falditas? –decía sonriendo.

E: Qué rancia eres cuando quieres, cariño –contestó, pulsando el botón del interfono.

Encarna acababa de poner los cubiertos sobre la mesa mientras observaba como Maca se sentaba en el
sofá con las primas pequeñas de Esther, jugando con la casa de muñecas que le habían regalado sus tíos.
Las niñas reían con las ocurrencias de la pediatra, quien fingía morderles el cuello a ambas, haciéndolas
reír aún más.

Esther se acercó a la mesa con las servilletas, mirando en la dirección en la que miraba su madre.

E: ¿Qué miras? –preguntó sabiendo la respuesta.

En: Estaba mirando a Maca con tus primas. Están encantadas –decía sonriente.

Esther miraba a su madre un tanto emocionada, colocándole bien el cuello de la blusa que llevaba.
Encarna la miró apretando los labios, sabiendo que, a pesar de los reparos que tenía sobre aquella
relación, y los prejuicios que había podido mostrar al principio al tratarse de una mujer, su hija estaba en
buenas manos.

En: Esther… ¿Tú eres feliz?

E: Mucho, mamá –sonrió emocionada- Más que nunca.

Encarna acarició la mejilla de su hija, apretando los labios.

En: Hija… Me encanta tu novia.

Esther sonrió, incapaz de aguantar las lágrimas, y se abrazó a su madre, quien la apretaba contra ella
con fuerza. Al cabo de unos instantes se separaban y Encarna limpiaba el rostro a su hija, que sonreía
feliz.

En: No llores, hija, con lo guapa que estás… Anda, ve con ella, ya acabo yo de poner la mesa.
Esther asintió con la cabeza, dándole un beso a su madre en la mejilla antes de acercarse al sillón, donde
Maca seguía jugando con las niñas. Se sentó en el apoyabrazos y rodeó el hombro de la pediatra con su
brazo.

La pediatra se giró para mirarla, con una sonrisa enorme que emocionó aún más a Esther, haciendo que
se sintiera la mujer más afortunada del mundo aquella noche. Esa sonrisa que le dedicaba tan sólo a
ella, cada día, haciéndola sentir única, especial, como siempre había soñado sentirse.

La sonrió y, a pesar de estar rodeada de todos sus familiares, atrapó los labios de la pediatra en un
tierno beso, acariciando su mejilla con cariño.

M: ¿Pasa algo? –preguntó al separarse.

E: Nada… Que te quiero.

FIN

EPILOGO
Se abrazó a sí misma, intentando que el frío de aquella noche no se calara en sus huesos, perturbando
aquella paz que rodeaba a su silueta, perdida en la oscuridad de aquel escenario. Dio un paso hacia
delante, corto, con cautela, intentando que su cuerpo no se precipitara a aquel vacío que se presentaba
ante ella.

Cerró los ojos, empapando sus pulmones de aquel olor húmedo, de ese aroma a pino y flores silvestres y
suspiró, viendo cómo su cálido aliento se tornaba en vaho al chocar con la fría atmósfera. Su mente se
perdió entre la arboleda que se presentaba frente a ella, trasportándola al pasado, haciéndola repasar
en cuestión de décimas de segundo los cambios que su vida había experimentado.

Y cuando más concentrada estaba en aquel instante, escudriñando en sus recuerdos, una voz la sacó de
su trance, casi sobresaltándola: “Cariño, no te acerques tanto al borde, apenas se ve”. Sonrió, girándose
para comprobar cómo Maca se acercaba hasta ella, frotándose las manos.

E: Lo siento, no me he podido resistir –le dedicó una sonrisa traviesa- Tengo unas ganas de que pongan
el tobogán… -decía ilusionada.

M: Esther, acaban de poner el suelo, no te impacientes.

Rodeó la cintura de la enfermera con sus brazos, observando junto a ella el enorme agujero que, tras
una semana de obras, iba tomando la forma de una piscina. Se apretó con más fuerza a aquel cuerpo
que se relajaba entre sus brazos, apoyando su barbilla en el cabello de la enfermera.

M: Parece mentira que hace un año estuviéramos aquí, sin apenas hablarnos…

E: Es cierto –levantó la vista hasta el cielo- Las estrellas lo cambiaron todo.

M: Tú lo cambiaste todo –añadió en un susurro.


La enfermera se giró para poder mirarla a la cara. Sonrió con ternura, perdiéndose en el brillo de
aquellos ojos marrones repletos de amor por ella y acercó su rostro, hasta que sus labios se fundieron
en un beso; un momento mágico que fue interrumpido.

-¿Se puede saber qué hacéis ahí? Venga tortolitas que os lo vais a perder. ¡Vamos!

Ambas sonrieron, viendo cómo su Eva, se acercaba al pequeño claro en el que Laura y Cruz trasteaban
con el enorme telescopio que, como hicieran un año atrás, habían montado para la ocasión: una lluvia
de estrellas.

M: Luego me vas a recordar porqué no vinimos solas.

E: Anda, tonta -miró a sus amigas- ¡Cariño, una carrera! –dio un golpe cariñoso en su trasero y comenzó
a correr.

Maca sonreía embobada mientras aquel cuerpo avanzaba en aquella improvisada carrera. Sin borrar la
expresión de felicidad de su rostro, metió ambas manos en los bolsillos de su pantalón intentando así
combatir el frío de aquella noche.

Bajó la vista al suelo mientras caminaba con calma, la misma que había invadido su vida de estabilidad
hacía ya un año. Casi 365 días en los que había aprendido, disfrutado, luchado… Pero, sobre todo, vivido
de una manera especial.

Escuchó su nombre varias veces en la distancia y elevó su rostro buscando aquellas voces. Esther
sonreía, ya sentada en la tumbona mientras golpeaba la tela indicando que debía sentarse entre sus
piernas, y aquel simple gesto la hizo engrandecer, sentirse más afortunada que ninguna de esas estrellas
en el cielo, sólo por poder ser la que recibía aquella sonrisa y esa mirada cada día.

E: Venga que seguro que empieza enseguida.

Al ver que la pediatra tomaba asiento, ella se colocó justo pegada al respaldo esperando que se echase
sobre ella.

Eva: ¡Primen para mirar!

L: ¡De eso nada! ¡Que siempre eres la primera!

Cruz, que había subido la cremallera de su anorak hasta arriba, las pedía que dejaran de comportarse
como crías, mientras Maca y Esther reían al contemplar la escena y en un segundo en el que los ojos de
Cruz se cruzaron con los de su amiga se sonrieron con ternura.

Eva: ¡Ya veo la primera! –anunció Eva.

L: Venga chicas que esto empieza ya.

C: ¿Habéis pensado ya un deseo? –preguntó con una sonrisa.

M: Eso son tonterías, Cruz.

La pediatra se giró, mirando con complicidad a Esther, quien la abrazó con más fuerza contra ella,
sonriendo con cariño antes de que ambas dirigieran la mirada al firmamento, donde las primeras
estrellas empezaron a quemar el cielo.
Y como hicieran hace un año, ocultas tras la incertidumbre y el escepticismo de sus creadoras, dos
estrellas brillaron con intensidad indicando que aquella noche, de nuevo, dos personas habían pedido el
mismo deseo.

Desear, soñar, esperar sentimientos que queremos que existan en la vida de algunas personas, que sean
reales.

En un día cualquiera que sucumbe, como todos los demás, a una pesada rutina, puede dar paso a ese
momento en el que, sin esperarlo, en un determinado segundo, todo cambia. Quizás por azar, o quizás
en una partida que juega el destino con nuestras vidas, ocurre. Se crea la conexión entre dos espacios
que habían crecido por separado, creando entonces uno aún mayor donde poder crear el que, hasta
entonces, había sido un mundo de sueños.

Se pueden cerrar los ojos deseando con todas nuestras fuerzas que aquello que anhelamos, ese deseo,
se haga realidad. Podemos aferrarnos a la mínima posibilidad ante nosotros y esperar que algo cambie,
esperar sentados a que el destino y el tiempo hagan su trabajo, pero todo, al fin y al cabo, nace de un
deseo oculto en el corazón de quien sueña, de quien espera, de quien no siente miedo por mirar al cielo
y pedirlo a viva voz. Porque los deseos se cumplen, solo debemos esperarlos con la convicción de que si
lo hemos conseguido y este llega, es porque nuestra estrella no viajaba sola.

AdRi_HC
La.u.ra

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