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LUTERO:
CAMINO HACIA
LA REFORMA
Muchos han creído que la fe cristiana es una cosa
sencilla y fácil, y hasta han llegado a contarla entre
las virtudes. Esto es porque no la han experimentado
de veras, ni han probado la gran fuerza que hay en
la fe.
Martín Lutero
Pocos personajes en la historia del cristianismo han
sido discutidos tanto o tan acaloradamente como
Martín Lutero. Para unos, Lutero es el ogro que
destruyó la unidad de la iglesia, la bestia salvaje que
holló la viña del Señor, un monje renegado que se
dedicó a destruir las bases de la vida monástica.
Para otros, es el gran héroe que hizo que una vez
más se predicara el evangelio puro, el campeón de
la fe bíblica, el reformador de una iglesia corrompida.
En los últimos años, debido en parte al nuevo espíritu
de comprensión entre los cristianos, los estudios de
Lutero han sido mucho más equilibrados, y tanto
católicos como protestantes se han visto obligados a
corregir opiniones formadas, no por la investigación
histórica, sino por el fragor de la polémica.
Hoy son pocos los que dudan de la sinceridad de
Lutero, y hay muchos católicos que afirman que la
protesta del monje agustino estaba más que
justificada, y que en muchos puntos tenía razón.
Al mismo tiempo, son pocos los historiadores
protestantes que siguen viendo en Lutero al héroe
sobrehumano que reformó el cristianismo por sí solo,
y cuyos pecados y errores fueron de menor
importancia
Al estudiar su vida, y el ambiente en que ésta se
desarrolló, Lutero aparece como un hombre a la vez
tosco y erudito, parte de cuyo impacto se debió a que
supo dar a su erudición un giro y una aplicación
populares.
Era indudablemente sincero hasta el
apasionamiento, y frecuentemente vulgar en sus
expresiones. Su fe era profunda, y nada le importaba
tanto como ella. Cuando se convencía de que Dios
quería que tomara cierto camino, lo seguía hasta sus
consecuencias últimas, y no como quien, puesta la
mano sobre el arado, mira atrás.
Su uso del lenguaje, tanto latino como alemán, era
magistral, aunque cuando un punto le parecía ser de
suma importancia lo hacía recalcar mediante la
exageración.
Una vez convencido de la verdad de su causa,
estaba dispuesto a enfrentarse a los más poderosos
señores de su tiempo. Pero esa misma profundidad
de convicción, ese apasionamiento, esa tendencia
hacia la exageración, lo llevaron a tomar posturas
que después él o sus seguidores tuvieron que
deplorar.
Por otra parte, el impacto de Lutero se debió en
buena medida a circunstancias que estaban fuera
del alcance de su mano, y de las cuales él mismo
frecuentemente no se percataba.
La invención de la imprenta hizo que sus obras
pudieran difundirse de un modo que hubiera sido
imposible unas pocas décadas antes.
El creciente nacionalismo alemán, del que él mismo
era hasta cierto punto partícipe, le prestó un apoyo
inesperado, pero valiosísimo.
Los humanistas, que soñaban con una reforma
según la concebía Erasmo, aunque frecuentemente
no podían aceptar lo que les parecían ser las
exageraciones y la tosquedad del monje alemán,
tampoco estaban dispuestos a que se le aplastara
sin ser escuchado, como había sucedido el siglo
anterior con Juan Huss.
Las circunstancias políticas al comienzo de la
Reforma fueron uno de los factores que impidieron
que Lutero fuera condenado inmediatamente, y
cuando por fin las autoridades eclesiásticas y
políticas se vieron libres para actuar, era demasiado
tarde para acallar la protesta.
Al estudiar la vida y obra de Lutero, una cosa resulta
clara, y es que la tan ansiada reforma se produjo, no
porque Lutero u otra persona alguna se lo
propusiera, sino porque llegó en el momento
oportuno, y porque en ese momento el Reformador,
y muchos otros junto a él, estuvieron dispuestos a
cumplir su responsabilidad histórica.
La peregrinación espiritual