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“Moshé habló a los jefes de las tribus de los hijos Israel, diciendo: ‘Esto es lo
que Hashem ordenó: Si un hombre expresa un voto a Hashem o un
juramento para obligarse a cumplir una prohibición, no profanará su palabra;
conforme a lo que dijo, hará’” (Bamidbar 30:2-3).
Si bien es cierto que en general uno debe cuidar el habla y mantener la pureza, el
versículo señala que si uno no cumple con su palabra, la palabra se profana. Por
supuesto que uno no debería utilizar el habla para pláticas banales y mucho
menos para palabras prohibidas como chismes, ofensas u obscenidades, pero es
específicamente cuando uno no cumple lo que promete que la palabra se
vuelve julín. Si, por el contrario, la usa adecuadamente y cumple sus promesas, la
santifica.
Hay individuos que poseen enorme poder en su palabra, a grado tal que muchos
los buscan para pedirles bendiciones que, con frecuencia, se cumplen. Por eso
encontramos largas filas de personas que piden una berajá a algún tzadik, ya sea
para mejorar su situación económica o para curarse de alguna enfermedad o
buscar algún shiduj. Muchas de esas personas acuden porque sus bendiciones se
cumplen y por lo tanto van a pedir alguna bendición. ¿De qué depende que las
bendiciones de esas personas se cumplan? ¿Por qué sus bendiciones sí dan
frutos, mientras que las de otras personas no tanto?
Este versículo nos dice que también el hecho de cumplir la palabra es lo que hace
que su palabra sea sagrada y, al contrario, cuando uno falla su palabra, su hable
se profana. El Séfer Jasidim señala que cuando una persona cumple lo que dice,
lo que dice se cumple. Por eso las bendiciones de los tzadikim se cumplen:
cuando ellos cumplen lo que dicen, Hashem hace que lo que ellos dicen se
cumpla.