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La persona y la familia

GABRIEL VILALLONGA, 10 MARZO 1999

En las entrevistas a las grandes figuras del deporte, de la empresa, del espectáculo, es
frecuente escuchar: "A mí nadie me ha regalado nada en la vida. Mi éxito es fruto de mi trabajo y
de mi esfuerzo". Hay en el ambiente una cierta tendencia a pensar que recibir gratuitamente es
indigno. Y así, continúa creciendo el mito del self-made man, del hombre hecho a sí mismo, de la
autorrealización, de la originalidad inagotable del individuo.

Alejándose de este punto de vista, el filósofo italiano Rocco Buttiglione nos recuerda en un
libro recientemente traducido que los valores que dan más consistencia a nuestra vida han sido
recibidos en la familia. Uno puede luego madurar esos valores, o disiparlos, pero la mayor parte de
la sustancia del éxito individual está hecha de material recibido. De entre todos esos valores
recibidos, hay uno fundamental, que es la experiencia de ser "persona". Saberse persona es ser
consciente de que uno ha nacido de una comunión y de que se realizará exclusivamente en
comunión con otros. Pero ¿qué "otros" son estos?: ¿pueden ser cualesquiera "otros"?

Según el filósofo italiano, sólo ese entorno que llamamos familia es apto para mostrarnos lo
que somos. Cierto, no todos los núcleos que hoy llamamos familiares consiguen proporcionar al
individuo la vivencia de "ser persona", el capital inicial para conformar y mantener una vida llena
de sentido. Pero si algunos no lo hacen es porque no llegan a responder a su misión originaria, y
por lo tanto, no llegan a ser verdaderamente una familia. Precisamente por eso es urgente explicar
cómo debe organizarse un entorno de convivencia para que llegue a ser familia.

La familia confiere al individuo su condición y su conciencia de persona básicamente en tres


momentos: nacimiento, matrimonio y muerte. En el nacimiento y en la infancia la persona
experimenta su dependencia absoluta del adulto que le cuida. A partir de ahí, puede aprender que
su vida es puro don, que su entrada en el mundo ha sido posible porque otros le han hecho un
"hueco". Pero la psicología del niño sólo descubre la gratuidad que le da origen si durante el
proceso de formación de su conciencia observa la dinámica del don en la vida de quienes le
cuidan. De lo contrario, su sensibilidad para el don se bloquea, y termina planteándose la vida
como lucha de contrarios y equilibrio de intereses. Piensa que el hombre honorable es el que
triunfa como fruto de su esfuerzo y de su astucia (imagen griega del héroe).

La atracción por una persona del otro sexo y el deseo de llegar a la unidad con ella nos pone de
nuevo ante la experiencia de la propia insuficiencia, y nos da una nueva oportunidad para
descubrir que el sentido de la existencia procede de una donación gratuita. Esta nueva experiencia
del don nos empuja a la generosidad y nos introduce en una dinámica de comunión. Comunión
que inicialmente puede reclamar expresiones prevalentemente corporales, pero que, ante la
evidente limitación de lo biológico, busca afirmar su valor en un encuentro que es también
espiritual. En la crisis de un matrimonio, según Buttiglione, hay que rastrear la inestabilidad de un
ser que no ha sabido vivir con suficiente profundidad el tránsito de la donación corporal a la
espiritual, perdiendo con ello la dimensión de totalidad de la gratuidad que da sentido a la
existencia.

La tercera oportunidad que la vida nos ofrece para comprender el carácter gratuito de nuestro
ser personal es la muerte, principalmente la muerte de alguien muy cercano: un padre, un marido,
un hijo. La nostalgia y la ausencia nos ayudan a comprender que nuestra vida tenía sentido en la
medida en que era vivida en la intimidad de otra persona. Con la muerte de alguien querido se
tambalea la jerarquía de significados que daba sentido a la realidad. De ahí que cueste tiempo
volver a rehacer esa jerarquía y que su total recuperación sólo sea posible si la experiencia de la
muerte nos lleva a Dios.

Rocco Buttiglione explica también en su libro cómo el trabajo humano se orienta a garantizar
las condiciones que permiten una existencia personal, y cómo ésta se concreta en el interior de la
familia. En definitiva, trata de explicar el papel que tiene la familia en las dimensiones más
importantes de la vida del hombre, y en ese sentido, se puede decir que desarrolla una auténtica
filosofía de la familia.

Una de las sorpresas más gratificantes del ensayo es que no es un planteamiento puramente
abstracto, sino que trata de integrar resultados empíricos y teorías procedentes de la psicología y
de la sociología. Buttiglione (Puglia, 1948) es discípulo de Augusto del Noce; conoce bien a Freud y
a los neomarxistas heterodoxos de Frankfurt (Horkheimer, Adorno, Marcuse); pero, sobre todo, es
experto en el pensamiento de los personalistas cristianos Luigi Giussani y Karol Wojtyla; sobre éste
último tiene un magnífico ensayo titulado El pensamiento de Karol Wojtyla (1982).

Gabriel Vilallonga

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