Está en la página 1de 20

CAPÍTULO II

CAMPESINOS Y PROPIEDAD

¿DE QUÉ CAMPESINOS HABLAMOS?

En los años treinta, dos tercios de la población colombiana era campesina.


La pequeña explotación familiar alimentaba a los colombianos y generaba
. sustanciales ingresos en el comercio internacional. Según el Diccionario de
autoridades (1726-1739), campesino es "lo que es propio del campo o lo que
anda siempre en el campo, y gusta mucho de él, y como tal está criado con
robustez y groseramente". Allí es citado el jesuita Alonso de Ovalle (1601-
1651), quien afirmó en su Historial del Reino de Chile: "Hasta que llegaron los
españoles a la América, no se habían visto jamás en ella vacas, caballos, ni
conejos, así mismo, caseros como campesinos". Quizás por esto, durante el
período colonial los indígenas no fueron llamados campesinos. En el siglo
XIX, empero, en muchos lugares del país fue costumbre llamar "indios" a los
campesinos. Habrá que esperar a la segunda mitad del siglo xx para que el
adjetivo campesino se generalice. En nuestros años treinta éste se empleaba
in¡;iistintamente con peón, labrador, labriego, agricultor, colono, trabajador,
aparcero, mediero, y sus variaciones en el habla local y coloquial.
En 1821, en los balbuceos de la igualdad democrática, la ley de extinción
del "tributo" propuso llamar indígenas a los "indios": "Los indígenas de Co-
lombia, llamados indios en el Código español ( ... ) quedan en todo iguales a
los demás ciudadanos y se regirán por las mismas leyes" (Codificación Nacio-
nal, vol. 1, 1924, p. 116). Más de cien años después, en la exposición de moti-
vos del proyecto de ley de reforma del régimen de tierras de 1933, el ministro
de Industrias Francisco José Chaux, esclarecido y progresista Miembro de la
élite payanesa, apuntó:

las masas indígenas constituyen el factor trabajo, no sólo por razón de sus activi-
dades tradicionales, sino también por su vinculación biológica a la tierra. De tal
manera que tienen un doble valor económico y social, que multiplica en esa pro-
porción la gravedad de los conflictos en que puedan incurrir. El indio americano,
que fue recogido por la acción colonizadora en el principio de formación de
nuestra nacionalidad, pertenecía y pertenece virtualmente a la estructura geo-

51

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
52 CAMPESINOS Y PROPIEDAD

gráfica y climatérica del suelo en que subsistieron sus antepasados, e invierte en


él la totalidad de sus facultades humanas (Martínez, 1939, pp. 47-8).

Chaux no supo si clasificar al "indio" como clase económica o describirlo


racial y, añadamos, racistamente l . La ambigüedad fue la regla. Armando
Solano, destacado publicista y político de la izquierda liberal, abundó en los
estereotipos en boga y no dudó en calificar al campesino boyacense, al que
también llamó "indio" o "indiecito", de pesimista, fatalista, "melancólico" y
de "temperamento suicida". Añadió:

Como consecuencia del amor a la tierra, todos los actos y contratos con ella rela-
cionados son verdaderos ritos que cumple el boyacense, cualquiera que sea su
condición, con una inquietud secreta, con un invencible estupor. El campesino
cuida mejor su traje, se baña con más esmero los pies para entrar a la notaría
que a la Iglesia. Tal vez hasta se encuentre alguno que se limpie las uñas cuando
debe firmar a ruego una escl"Ítura (Solano, 1973, pp. 25, 31 Y 61).

En este libro empleamos el término campesino conforme a definiciones


corrientes en las ciencias sociales que surgieron después de la Segunda Gue-
rra Mundial y florecieron en la década de los sesenta. Quizás la taxonomía
biológica (familia, género y especie) nos ayude a ilustrarlo.
1. En cuanto a "familia", los campesinos son conjuntos de pequeños pro-
ductores agrarios que trabajan la tielTa con la ayuda de herramientas senci-
llas, producen alimentos y otros bienes para su propio sustento, y comercia-
lizan los excedentes o los destinan eventualmente al cumplimiento de
obligaciones con los detentadores del poder económico y polític0 2. Los cam-
pesinos, se ha dicho, producen para comer y comen para producir. Retenga-
mos estos elementos:
a. El predio familiar.
b. El sistema de agricultura de subsistencia y de base técnica tradicio-
nal que implica en01Tne esfuerzo humano.
c. El vecindario o vereda con su cultura y obligaciones morales.
d. En la estructura social nacional constituyen "la clase más baja" de la
escala, aspecto que resalta· entre más urbanizada e industrializada
sea la sociedad.

I En un estudio sobre la población de Atánquez, en la Sierra Nevada de Santa Marta, el an-


tropólogo Gerardo Reichel Domatoff sugirió que, quizás, la mayorfa de poblaciones y aún de
ciudades colombianas pasaron en algún momento de su historia por una dinámica de trasfor-
mación de castas coloniales en clases económicas y clases sociales. Ver Reichel·Domatoff
(1956).
2 Ver Shanin (1973, pp. 63-80); Galeski (1972, pp. 54-75); Marner (1970, pp. 3-15). Para una
crítica de la noción de "explotación", implícita en la definición, ver, George Dalton (1974, pp.
553-561 ).

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
CAMPESINOS 'r' PROPIEDAD 53

e. Aunque la propiedad del predio y el carácter familiar del trabajo son


sustanciales, es posible incluir en el análisis gmpos como los colonos
en posesión, los arrendatarios y los jornaleros o peones sin tierra, así
como a las comunidades indígenas hispanizadas.
Conviene aclarar que los instrumentos de labranza de la agricultura de
subsistencia eran los del siglo XVI. Con base en el Censo Agropecuario de
1960, un autor calificó el sistema agrícola colombiano de "ineficiente y de-
gradante"; de "despilfarro de esfuerzo humano". El 65% de las explotaciones
agropecuarias se trabajaban exclusivamente con fuerza humana y en los de-
partamentos del Caribe esas proporciones estaban por encima del 85%
(Smith, 1967, pp. 409-420). Sin embargo, la resistencia a introducir innova-
ciones técnicas (como la guadaña o la combinada para reemplazar la hoz en
la siega de trigo y cebada) tenía bases "racionales"3.
La "situación de la clase más baja" quiere decj¡~ por lo demás, que los
campesinos no viven en la autarquía económica; que son un parte de la so-
ciedad colombiana e intercambian bienes constantemente.
2. Desde una perspectiva de historia comparada, Eric Hobsbawm propu-
so considerar un continuo entre dos "géneros" de campesinado con base en
la propiedad. El comunitario de la Rusia Central de mediados del XIX y el
individualista francés en el marco de las instituciones y leyes burguesas de la
Revolución (Hobsbawm, 1973, p.4). Puesta la Amélica Latina de los años
treinta en un continuo semejante, es claro que en los países de fuerte tradi-
ción indígena pesaba el campesinado comunitario mientras que en Colom-
bia, con salvedad del régimen de propiedad de los resguardos indígenas del
Cauca y el sur del Tolima, dominaba el minifundista, el pequeño y mediano
propietalio, individualista y "pequeño-burgués"; dominaban los campesinos
de código civil, aunque crecían sustratos de campesinos sin tierra y las co-
rrientes migratorias de los que colonizaban para hacerse propietarios4 . Estos
perfiles ya se advertían en el siglo xvnr y se desarrollaron plenamente en el
XIX Y el xx (Salazm~ 2009, pp. 66-115; Ospina, 1955, pp. 69, 73, 284 Y 450).
3. Dentro del género individualista tenemos cinco "especies" principales
de campesinos colombianos, en un p;¡h. 'iuhn1yf'mO'i, dI' .,1Ia concentración de
tielTa:
a. Una masa considerable de pequeños propietarios estratificados, ins-
critos o no en las oficinas de registro de la propiedad y en los catas-
tros. En el caso de los caficultores, estos emprendían el camino del
"capitalismo campesino", estimulados por los dirigentes de la FNC.
b. Los pequeños propietarios que, para alcanzar la subsistencia familiar
y mantener su predio, se veían forzados a jornalear parte del año.

3 Ver, Orlando Fals Borda ( 1959b, pp. 18).


4 Ver una síntesis del asunto en Marco Palacios (2008b, pp. 53-77 ).

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
54 CAMPESINOS Y PROPIEDAD

c. Los arrendatarios y subarrendatarios de las haciendas que, en el caso


de las de café, también estaban fuertemente estratificados.
d. Los colonos que se asentaban pacíficamente en los baldíos como po-
seedores, es decir, como propietarios provisionales en el lenguaje de
algunos abogados.
e. Los jornaleros dedicados primordialmente a faenas del campo.
Según cultura, localidad o vecindario, afiliación partidista, familia y
otros rasgos identitarios, cada "especie" tenía su especificidad; debe mencio-
narse que la última ofrece características complejas, como es el caso de los
corteros de los grandes ingenios de caña de azúcar.
Valga aclarar que así la tierra y la cosecha "estén en el mercado", para el
campesino libre, sedimentado en varias generaciones, la propiedad familiar
más que un medio de producción es algo que entraña honor, seguro de vida,
discernimiento de territorialidad y pertenecía cultural. Un "tradicionalismo"
campesino que merece ser investigado en sus propios términos. Quien dice
campesino, dice familia campesina y designa no sólo una nomenclatura de
parentesco en presente, sino el linaje. Aquí no entra la modernidad a la We-
ber que comienza con la separación de familia y empresa. La primera, fuen-
te de las reglas morales del compartir y cuidar que se deben entre sí todos los
miembros a lo largo de la vida; la segunda, orientada a la ganancia (honesta)
y al interés individual, calculado, propio de socios mercantiles.
Bourdieu, por ejemplo, estudió este tema en su natal provincia del Béar-
ne; en particular, "ese enigma social que es el celibato de los primogénitos en
una sociedad conocida por su apego furibundo al derecho de primogenitura"S,
recaiga éste en varones o mujeres. Con base en la paradoja de que son los
primogénitos quienes permanecen solteros, Bourdieu encontró mecanismos
sutiles que permiten explicar el equilibrio entre la continuidad del linaje y la
conservación del patrimonio familiar. La investigación de paradojas de este
tipo podría abrir nuevas avenidas teóricas y metodológicas para profundizar
el estudio del campesinado en Colombia en la doble dimensión de la "situa-
ción objetiva" o "de clase", que nada tiene que ver con "el campesino como
objeto del análisis científico", y de la subjetividad específica que Bourdieu
denominó habitus (Bourdieu, 2004a, pp. 15-76).
Aunque este pequeño patrimonialismo de las familias campesinas no
aparezca incompatible con la incorporación de la técnica agronómica mo-
derna, sí determina el conjunto de conductas o pautas que hacen "tradicio-
nal" la vida campesina y difícil vislumbrar el "fin del campesinado". Quizás
en este punto resida una clave para entender por qué "el salto a propietario",
implícito o explícito en las leyes agrarias de 1936 y 1961 que pretendieron

5 Ver Pierre Bourdieu (2004a, p. 129); este libl"O, publicado p6slumamente, recoge sus artículos
sobre la familia campesina, publicados en 1962, 1972 Y 1989 en Eludes Rurales y Les tempes mo-
dernes. Ver lambién Bourdieu (2004b, pp. 579-99).

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
CAMPESINOS Y PROPIEDAD 55

fabricarlos en serie, no "modernizaron" al campesinado. Esta fue al menos


una conclusión de Fals Borda sobre "el paso del peonazgo a la propiedad" en
Saudo en el período 1950-1964. Interesado en determinar si la conversión a
propietario aumentaba la eficiencia en el uso de la tierra encontró que no y
que, por el contrario, afianzaba "pautas tradicionales" (Fals Borda, 1967,
pp.165-74).
Los estudios latinoamericanos que vieron luz en los años treinta y cua-
renta subsumieron o aplastaron a los campesinos en los engranajes de las
instituciones agrarias de origen colonial. De ahí surgió el tópico del nefasto
binomio "feudalidad"-gamonalismo en la célebre fórmula de José Carlos Ma-
riátegui. Para más referencias, podemos citar los análisis de Frank Tan-
nenbaum sobre la concentración agraria en el México porfiriano y el cambio
en el México revolucionario, o los de Silvio Zavala o José María Ots Capde-
qui sobre el papel del derecho y las instituciones indianas y sus efectos de
largo plazo. Así, por ejemplo, los temas de las afinidades y diferencias de co-
munidades indígenas y comunidades campesinas mestizas quedaron oblite-
rados. Comunitarios o individualistas, los campesinos fueron condenados a
vivir en las penumbras y miserias de la gran propiedad. La divulgación de
estas propuestas moldeó las visiones y actitudes de los intelectuales, perio-
distas y políticos colombianos que confluyeron en un movimiento campesi-
nista para popularizar la tenencia de la tierra, distribuyéndola selectivamen-
te en los sitios de conflicto recurrente y exacerbado.
Al momento cubano de la Guerra Fría, destacados sociólogos e historia-
dores sometieron la cuestión agraria a nueva crítica y revisión. Un muestra-
rio representativo se aprecia en el cúmulo de trabajos e investigaciones reco-
gidos en tres obras editadas por Oscar Delgado, Enrique Florescano y
Kenneth Duncan e Ian Rutledge, publicadas de 1965 a 1977 6 . Allí se ponen
de presente los avances de la metodología y descripción empírica de los sis-
temas de tenencia de la tierra y del latifundio latinoamericano; de los regí-
menes laborales y de sus tipos principales. Igualmente se resalta su intrinca-
da formación histórica. Aunque en estos estudios los campesinos y
trabajadores rurales se asomaron con algo de vida propia, a la postre ocupa-
ron un lugar secundario y pasivo en la estructura de haciendas y plantacio-
nes. Esto se refleja en la historiografía colombiana, menos prolija y rica que
la mexicana o la centroandina, en la que descuellan los trabajos de Juan A.
Villamarín, Germán Colmenares y Hermes Tovar. Valga resaltar, entonces, la
excepcionalidad de la investigación de Orlando Fals Borda quien se dedicó
con brío e inventiva a estudiar la formación y desarrollo del campesinado
como un sujeto con vida propia en la historia (Fals Borda, 1957; 1955).

6 Ver Delgado (ed). (I965); Florescano (coord.) (1975); Duncan y Rutledge (cds.) (1977).

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
56 CAMPESINOS Y PROPIEDAD

Los "ESTUDIOS CAMPESINOS"

Con el trasfondo de la guelTa de Vietnam, de resonancias guerrilleras y ejér-


citos campesinos, la producción académica de las ciencias sociales registró
nuevos enfoques entre los cuales se destacan los concernientes al nexo de
"rebelión o revuelta agraria" y "revolución social." La Guerra Fría contribu-
yó, sin duda, al auge de los "estudios campesinos" que encontraron nuevos
foros académicos como Études Rurales, que empezó a publicarse en París en
1961 y, especialmente, Tlze Joumal of Peasant Studies, JPS, en Londres, 1973 7.
En 1978, CLACSO patrocinó en Bogotá la publicación de Estudios Rurales La-
tinoamericanos que lamentablemente terminó en 1985. Si bien los especialis-
tas colombianos no se percataron de algunos debates y referencias de los
"estudios campesinos", conviene citarlos en tanto enriquecen las perspecti-
vas desde las cuales se plantean preguntas sobre el cambio agrario y la polí-
tica 8 .
Un hito en los "estudios campesinos" fue el descubrimiento de la obra de
Chayanoven Estados Unidos y Europa (Chayanov, 1966). Ésta abrió el cam-
po y aparecieron nuevas perspectivas analíticas y de metodología empírica
sobre la microeconomía "autoexplotadora" de los campesinos y la movilidad
cíclica, ascendente y descendente, conforme a la relación productores/con-
sumidores a lo largo de la trayectoria de cada empresa familiar. Los enfo-
ques del economista ruso llevaron a replantear en el "tercer mundo" esos
viejos debates que al final del zarismo hicieron enfrentar a marxistas y popu-
listas rusos en tomo al papel de los campesinos en el desan-ollo capitalista9 ;
debates que recogían los hilos conductores que habían enfrentado a Marx y
Proudhon 1o . El encuentro con Chayanov apuntaló un neopopulismo o esen-
cialismo campesinista, la "lógica interna de la agricultura campesina", la
teoría que transforma los campesinos en clase en sí, independientemente de
las épocas históricas y de los "modos de producción". Dado el peso de los
campesinados en la producción mundial de alimentos, el asunto no pierde
intensidad; por el contrario, la gana frente a la alternativa neoclásica del pe-
queño productor guiado por la conducta del buscador innato del "beneficio
máximo". Un saludable balance de esta contienda de concepciones fue pro-

7 Una síntesis autOlTenexiva de la trayectoria del lPS se encuentra en Bemstein y Bryes,


(2001, pp. 1-56).
8 El desinterés de los investigadores colombianos por estos temas quedó bien registrado en
el balance bibliográfico de Bejarano (1983, pp. 251-304).
q La contraposición de escuelas es notable. Ver, por ejemplo, una visión leninista en Cook y

Binford (1986, pp. 1-31); de muy útil consulta es la sección "Peasant Social Worlds" del proyecto
ERA (Expedence Rich Anthropology) en, http://anthropology.ac.ukJ
10 Ver los agudos comentarios de Roben Schnerb a raíz de la recdíción de la Miseria de la Fi-
losofía de Marx (París, 1950), en "Marx contre Proudhon" (1950, pp. 484-490).

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
CAMPES¡,,<as y PROPIEDAD 57

puesto por Nola Reinhardt en su espléndida monografía de Dagua (Valle del


Cauca) con base en una investigación en la década de los ochenta cuando,
recordemos, se profetizaba la desaparición del campesinado, incapaz de sos-
tener la competencia con las grandes unidades ll .
En el amplio espectro de los estudios campesinos se destacaron los tra-
bajos del antropólogo Eric Wolf, los sociólogos Teodor Shanin y Hamza Ala-
vi y el historiador Eric Hobsbawm. Los dos últimos autores abordaron crea-
tivamente el tema escurridizo de los campesinos y la política; Alavi descartó
la idea de una pasividad inherente a los campesinos (subrayada por Marx en
sus estudios de la estructura social francesa y en los de Fals sobre el fatalis-
mo de los saucitas andinos) y subrayó la necesidad de estudiar las rebeliones
campesinas vinculándolas a toda la organización social, conforme a conoci-
dos conceptos de Mao Zedong sobre los estratos campesinos. Los estudios
de Hobsbawm sobre las formas arcaicas incrustadas en muchos movimien-
tos sociales modernos y los mecanismos trasmisores de la politización y mo-
vilización de los campesinos en el siglo xx tuvieron amplio eco en América
Latina y el sur de Europa, en particular la sugerente figura del "bandido so-
cial" y, en menor grado, la propensión de los colonos a politizarse l2 .
Los trabajadores asalariados del campo quedaban un poco de lado en las
concepciones de Wolf y Shanin. El primer autor enfocó el triángulo campesi-
nos-Estada-mercado y, de paso, propuso superar las categorías pioneras for-
muladas por Robel1. Redfield sobre los campesinos como parte de las "socie-
dades folk" y su "cultura folk". Posteriormente, el mismo Redfield encontró
que estos no eran "sociedades primitivas"; que eran estructuralmente autó-
nomas (en cuanto a demografía, economía, organización jerárquica interna
y cultura) y que, a pesar de tener una vida propia reducida al marco local,
eran parte de una sociedad más amplia (Redfield, 1956b). Aunque aconsejó
hacer una "ciencia comparada" de esa sociedad local campesina, ésta pare-
cía demasiado estática e inadecuada frente a la tríada propuesta por Wolf
que, por supuesto, le serviría para ilustrar el curso de "las guelTas campesi-
nas del siglo xx" (Wolf, 1966; 1972). De su lado, Shanin sostuvo que las rebe-
liones agrmias rusas de 1905-1907 hahl<1n sido llll modelo revolucionario
que se reprodujo en México y China (1910 y 1911 respectivamente), países
de "capitalismo dependiente", y que, por lo demás, habJÍan llevado al mismo
Lenin a replantear su teoría del nexo entre revolución y dcsan'Ollo capitalista
en Rusia (Shanin, 1985; 1986).

11 Nola Rcinhardt (1988). El trabajo empieza con una presentación de las escuelas que com-
petían por "la cuestión campesina".
12 Ver AJavi (1965, pp. 241-77; 1973, pp. 23-62); I10bsbawm (1968); Hobsbawm (1967, pp. 43-

65) versión en español en Pensamiento Crílico, n° 24, enero de 1<:169. Una comprensiva crítica
bibliográfica del tema se encuentra en Gilbert (1990, pp. 7-53) Y para Colombia, Sánchez Meer-
tens (1987, pp. 151-70).

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
58 CAMPESINOS Y PROPIEDAD

Subyacía, pues, el tema de la revolución. Los trabajos de Shanin sobre el


campesinado ruso, antes y después de la Revolución bolchevique, y los de
Wolf, que aparte de Rusia incluían México, China, Vietnam, Argelia y Cuba,
entroncaron con la corriente de "las revoluciones comparadas" o de "la mo-
dernización comparada" cuyo maestro fue Barrington Moore. Su tesis de los
tres caminos al Estado moderno, en Asia, Europa y Estados Unidos marcó
nuevas pautas de análisis. Según Moore, para encontrar la clave de la gran
transformación moderna había que entender cómo fue la destrucción-trans-
formación de las clases terratenientes precapitalistas. Concluyó que en In-
glaterra y los Estados Unidos (como resultado de la guerra civil) la burguesía
victoriosa pudo consolidar la democracia liberal. En Alemania y Japón, por
el contrario, el triunfo de una coalición estatal "reaccionaria desde arriba"
produjo los fascismos, yen Rusia y China había ganado una revolución cam-
pesina desde abajo que terminó en la formación del régimen comunista
(Moore, 1966). Esta pluralidad de caminos contrastaba con las teorías del
camino único al mundo moderno como el de "la expansión de la participa-
ción política" de Samuel Huntington, o el "take-off' de las "etapas" ineludi-
bles del desarrollo económico y la "modernización" de W. W. Rostow, profe-
sor del MTT y asesor de seguridad del presidente Kennedy. El tema de la
revolución y sus modelos alimentaría importantes controversias posteriores.
Una de las más conocidas se produjo en tomo a la tesis de Theda Skocpol,
discípula de Moore, según la cual la Revolución francesa, así como las revolu-
ciones de Rusia y China, eran históricas en el sentido de irrepetibles, passé 13 .
¿Qué pertinencia podrían tener las tesis de Moore en América Latina? La
cuestión fue atendida por un grupo de historiadores latinoamericanistas que
concluyó, primero, que en estas latitudes del hemisferio occidental los terra-
tenientes no habían sido tan poderosos como los de Moore (en Social Origins
of Democracy and Diclatorship) y, segundo, que tampoco tuvieron posibilida-
des de entablar alianzas firmes con el Estado, relativamente débil, y menos
aún en la época de democratización electoral e industrialización. Enfocando
el caso colombiano, Frank Safford señaló varios factores particulares que li-
mitaban severamente las tesis de Moore:
a. El acentuado regionalismo.
b. Las barreras para unificar el mercado interno.
c. La debilidad endémica del Estado.
d. La división de la clase dirigente, manifiesta en la propensión autono-
mista de la clase política en relación con las clases económicas domi-
nantes (Safford, 1995).

I3Yer Skocpol (1984); ver lambién Skocpol (ed.) (1998) que recoge esclilos sobre el impaclo
de la obra de Barlington Moore en la historiografía y las ciencias sociales conlemporáneas.

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
CA'v1PESINOS y PROPIEDAD 59

SOBRE LAS MOVILIZACIONES

Este panorama de conceptos y contextos del problema campesino nos per-


mite precisar el significado de las movilizaciones en el momento político y
cultural que proyectaba la Guerra de Vietnam en Estados Unidos y que, na-
turalmente, tenía reverberaciones en los debates académicos de todo el mun-
do. Wolf recomendó hacerse

nuevas preguntas sobre el papel del campesinado, los campesinos en política, los
lazos de los campesinos con el Estado, el liderazgo campesino, su predisposición
o su renuencia a entrar en una rebelión y la participación campesina en una re-
volución (Wolf. 1975, pp. 385-386)14.

Los movimientos campesinos que nos conciernen habían entrado a la


arena política antes del triunfo de "las guerras campesinas del siglo xx". El
caso cundinamarqués ofrece dos diferencias sustanciales en relación con to-
das ellas: a) A pesar de la nacionalización de la política colombiana, las mo-
vilizaciones de los años treinta, limitadas en cantidad de participantes y cu-
brimiento geográfico, no rompieron los patrones usuales de localización, de
suerte que, por ejemplo, ningún dirigente de origen campesino alcanzó algo
parecido a liderazgo o proyección nacional. b) Los campesinos del Tequen-
dama y Sumapaz no se movilizaron por miedo al acoso capitalista o a las
instituciones nacionales del Estado, no condujeron a una gran rebelión agra-
ria, ni dieron base a una revolución social ni política. La "revolución" que
buscaban arrendatarios y colonos estaba orientada por los valores del pro-
pietario individualista, arraigados desde el siglo XV1l1; más que destruir el
cerco capitalista aspiraban ganar el apoyo del Estado nacional para saltar a
propietarios. De igual manera, se movilizaron pacíficamente y quisieron ac-
.. tuar dentro de la ley.
Muchos de estos elementos del conflicto agrario quedaron sepultados en
los trabajos de investigación e interpretación de los años sesenta y setenta,
inmersos en las polémicas y divisiones de la izquierda revolucionaria en tor-
no al "papel del imperialismo y las clases sociales en la revolución colombia-
na" y al de la "burguesía nacional" que habría sido el motor social de la "re-
volución en marcha" y su Ley de Tierras l5 .
Gonzalo Sánchez, uno de los pioneros marxistas de los estudios de los
movimientos agrarios de esa época, dejó constancia:

14 Una revision critica sintética de las principales tesis de la época se encuentra en Redclift
(1975, pp. 135-44).
1, Por ejemplo, Posada (1969, p. 90) y Bejarano (1977, pp. 365-86).

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
60 CAMPESINOS Y PROPIEDAD

Si hemos perdido hoy la perspectiva de las dimensiones de aquellos conflictos,


ello se debe a la ideología "industrialista" que ha caracterizado la investigación
histórica desde comienzos de la década del 60, por el arán, sobre todo, de expli-
car el surgimiento de los movimientos populistas del continente (Sánchez, 1977,
p.67)16.

Aunque puede haber razón en el argumento, Sánchez no tuvo en cuenta


que las grandes masas de pequeños cultivadores y jornaleros de casi todas
las regiones y comarcas del país fueron indiferentes a las movilizaciones
agrarias de los años treinta. Esa pasividad, pese a los intentos de dirigentes
como Erasmo Valencia de crear una organización nacional, ayuda a com-
prender otro aspecto de esa "pérdida de perspectiva" y exige una explicación
que aún no se ha formulado (Sánchez, 1984, p. 174). Bien vale recordar aquí
la diferencia establecida por Marx entre el "campesino revolucionario" que
"con su propia energía y unido a las ciudades quiere derribar el viejo orden"
y "el campesino conservador" que

no pugna por salir de su condición social de vida, la parcela, sino que, por el con-
trario, quiere consolidarla ( ... ) sombríamente retraído en este viejo orden, quiere
verse salvado y preferido, en unión de su parcela, ( ... ) No representa la ilustra-
ción, sino la superstición del campesino, no su juicio, sino su prejuicio, no su
porvenir, sino su pasado (Marx, 1961)17.

Si en los años treinta la abrumadora mayoría de campesinos colombia-


nos estaban del lado "conservador", ¿en dónde encontrar al "campesino re-
volucionario"? La pregunta no podía ser neutra o inocente en los mios sesen-
ta y setenta. Los principales autores tomaron prudente distancia de las
versiones del pcc y de los "trostskistas". Sánchez propuso "ciclos en la larga
tradición de la lucha organizada por la tierra, como Cundinamarca y Toli-
ma" (Sánchez, 1977, p. 63). Nunca sustentó esta idea de ciclos pero en los
enfoques de las "luchas por la tierra" quedó rondando la suposición de que
fueron rebeliones agrarias. Veamos.
Las rebeliones agrarias son levantamientos masivos y armados del cam-
pesinado en un ajuste de cuentas con los detentadores del poder, cualesquie-
ra que sean estos. Tal fenómeno no ha ocurrido en Colombia, salvo quizás el
movimiento comunero del Socorro de 1781 que, a pesar de su carácter mul-
ti clasista y mu1tiétnico, pareció contener algunos elementos de la definición
Aguilera (1985); McFarlane (1984, pp. 17-54; 1995, pp. 313-338). La violen-
cia material o simbólica, real o meramente potencial, es decir, la amenaza

lb Dc esa ideología industrialista no hacían parte otros estudios pionet-os como los de PietTC

Gilhodcs (1971) o Gaitán (1976) que habían precedido el de Sánchez.


17 Ver también Riquelme (1980, pp. 58-72).

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
CAMPESINOS Y PROPIEDAD 6\

creíble de emplearla, es consustancial a las rebeliones agrarias, sean milena-


ristas o modernas, organizadas ompuestamente "espontáneas" como las
universales jacqueries, intermitentes, que fueron características en Perú y
Bolivia de fines de la Colonia a mediados del siglo xx. En los casos de nues-
tro estudio, la violencia fue la excepción, no la regla, y se aplicó fundamen-
talmente como represión a los campesinosl 8 .
Otro aspecto que diferenció las movilizaciones colombianas de las gue-
rras campesinas del siglo xx, que Wolf presenta como elementos inextrica-
bles de los movimientos anticoloniales de liberación nacional en Asia y Áfri-
ca, fue que en el país, como en Hispanoamérica, la liberación nacional se
había alcanzado por las armas alrededor de 1820. Por eso la ideología nacio-
nalista colombiana pudo ser construida y apropiada por las élites indepen-
dentistas que pusieron el imaginario político a gravitar en una bipolaridad
perdurable (rojos-azules, Liberales-Conservadores), que penetró el mapa so-
cial y mental a lo largo y ancho del país durante más de siglo y medio. La
realidad objetiva de este imaginario bipolar, omnipresente en la cultura polí-
tica, neutralizó la eficacia movilizadora de la "liberación nacional", concepto
elaborado a partir del "neocolonialismo" y de la estructura económica y so-
cial en "la época del imperiali$mo". Mas aun, ¿cómo crear un "sentimiento
nacional" cuando no hay discriminación de tipo étnico-nacional en la religión,
la lengua, la histOlia, la alimentación, el vestuario, la organización de la fami-
lia? En últimas, cuando no son extranjeros el ejército, las clases propietarias,
la burocracia administrativa. La división de clases o la regionalista puede,
eventualmente, crear identidades y emociones políticas, que, sin embargo,
nunca serán equivalentes al "sentimiento nacional".
Basados en los estudios pioneros, los conflictos agrarios de Cundinamar-
ca y el oriente del Tolima fueron investigados de nuevo en la década de los
ochenta l9 . Los autores se mantuvieron al margen de COlTientes en boga que
aplicaban al mundo rural la categoría de "economía moral" que E. P. Thomp-
son había elaborado veinte años atrás, para dar cuenta de la formación de la
clase trabajadora en la Inglaterra de 1780 a 1830 (Thompson, 1963).
En efecto, según los "estudios campe<;ino<;", Ia<; rebeliones agrarias sue-
len ocurrir por el avance del mercado, la comercialización de la agricultura
(de la tierra y su producción), y la consiguiente presión económica de los te-

,. La violencia contra los colonos, particularmente asesinatos, ruerOll objeto de constante de-
nuncia en Claridad; por ejemplo, nO 1\3,5 de junio de \933; el n° 118,2\ de julio de 1932 inrorma
que un grupo de 35 colonos del Sumapaz fueron atacados por la Gl/ardia de CLIIldinamarca; in-
cluye un Memorial de Jorge Eliécer Gaitán sobre este asunto. En el n° \38, 10 de mayo de 1935
denuncia "Bárbara persecución contra colonos de Colombia (Huila)", p.1; n° 149, 17 mayo 1936,
acusación las atrocidades de la Cía Cafetera de Cunday por evicciones con Guardias del Tolima.
19 Ver Palacios (1979b; 1981); Jimenez (1985; \989, pp. 185-219); González y Marulanda
(1990); Marulanda (\991); Fajardo (1993; 1994, pp. 42-59); ver también Vega (2004, pp. 9-47)
que subraya el predominio de la gran propiedad a lo largo y ancho del país.

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
62 CAMPESINOS Y PROPIEDAD

rratenientes y de las élites políticas modernizadoras que controlan el Estado


y amenazan los modos tradicionales de vida campesina, sus valores, su segu-
ridad y la reciprocidad. En suma, dichos estudios sostienen que, bajo condi-
ciones de acelerada formación estatal-nacional y desarrollo capitalista, los
campesinos se rebelan si sienten que sus "derechos de subsistencia" corren
peligr0 20 . Estas tesis son cuestionadas por James C. Scott quien, a partir de
sus investigaciones y detalladas encuestas etnográficas de la aldea tradicio-
nal del sudeste de Asia (Malasia), sostuvo que los valores de "solidaridad y
reciprocidad" orientan la defensa campesina de sus opresores e integran for-
mas de vida cotidiana, rutinas, que van a la par de la búsqueda de la subsis-
tencia material. De este modo, las rebeliones son fenómenos raros; antes de
rebelarse o de entrar en la acción colectiva, más costosa a medida que pasa
el tiempo, los campesinos recurren a formas permanentes de "resistencia co-
tidiana" y emplean las "armas del débil". Bajo un conformismo aparente
subyace, por ejemplo, el robo en pequeño; el poner en ridículo y burlarse
sutilmente de las autoridades; ejercer pequeñas revanchas frente a los terra-
tenientes, sus familiares y allegados más cercanos (Scott, 1976; 1958).
Es cierto que debiéramos investigar las "resistencias" cotidianas, esas
prácticas "conformistas" de los campesinos que, con eficacia, evaden las nor-
mas de las relaciones jerárquicas del mundo rural, incluidas, asimismo, las
relaciones de género en el seno de la familia campesina. Al respecto recorde-
mos que las reglamentaciones de trabajo en las haciendas cafeteras permi-
tían que las mujeres de los arrendatarios y subarrendatarios tuviesen amplio
margen en la gestión de la economía doméstica. Muchas lo aprovecharon
subiendo a los perímetros montañosos a producir clandestinamente carbón
de leña, cigarrillos y licores de contraband021 •
Con la resistencia podía venir la sumisión. Así, surgen nuevos campos de
investigación como el señalado por Michel Jimenez a partir de "un modelo
patriarcal", de toda una "ideología de género" impuesta por los hacendados
a los arrendatarios hombres en las haciendas de Viotá. En esta configura-
ción, las mujeres de los arrendatarios aparecían ante estos como dominadas
por una "sexualidad demoniaca" facilitando, de paso, que colaboraran con
sus amos en la "depredación sexual de sus mujeres", de suerte que "al empe-
ñar sus mujeres a los hacendados y los administradores, estos hombres pue-
den haber esperado ganarse favores o privilegios" (Jimenez, 1990, p. 71).

20 De una amplfsima literatura, el principal expositor de esta tesis es Eric Wolf (1972); el
principal contradictor es, quizás, Mancur Olson (1979).
21 Ver los reportes sobre incidentes violentos por la misma causa, "Contrabando de aguar-
diente" en las haciendas El Chocho, Subia y los Olivos, publicados en El Espectador, 22 de man:o
de 1919 que sugieren el paternalismo de los hacendados del suroeste de Cundinamarca, que pro-
curaron defender los campesinos ante las autoIidades. Un aspecto más comprehensivo que in-
cluye detalles del contrabando de aguardiente, los procedimientos empleados para erradicarlo
en la zona caretera y la represión, ver Forero (1937, p. 58).

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
CAMPESI""OS y PROPIEDAD 63

Con todo y la importancia de investigar y analizar estos mecanismos de


sumisión social, en este punto nos interesa subrayar el aspecto contrario:
que los campesinos del Tequendama y el Sumapaz se organizaron para la
acción social y política, con el fin de mejorar sus condiciones de trabajo y de
alcanzar la titulación de la tierra. Al hacerlo, enfrentaron coaliciones locales
de terratenientes, alcaldes y policías que buscaron reprimirlos en nombre de
la ley y del orden social. Esos campesinos no conformaban una masa homo-
génea. Por sus condiciones sociales y sus aspiraciones, arrendatarios, colo-
nos y peones o jornaleros sin tierra, a más de distinguirse entre sí, formaban
estratos grupales en los que el liderazgo quedaba casi siempre en manos de
"campesinos ricos"22. La estratificación agraria encerraba la brecha entre lo
urbano y lo rural, que desde la misma Conquista española separó los regíme-
nes de propiedad de los solares urbanos y las tierras agrícolas. Desde enton-
ces, en los núcleos urbanos se centralizaron las funciones administrativas,
religiosas, militares y comerciales, sujetas al régimen legal que produjo el en-
tramado regular de calles y manzanas en tomo a una plaza cuadricular, el
centro dominante de "la ciudad en damero". A partir de esos núcleos se jerar-
quizó el territorio de la monarquía. Como regla, a mayor distancia de un da-
mero, más difícil era "ordenar" los territorios y fijar linderos entre predios.
De entonces al presente, los núcleos urbanos o cascos municipales han
desempeñado el papel de centros (semi rurales) de poder y autoridad. Gra-
cias a este principio, en los municipios colombianos -aun en los más rura-
les, entre el casco, "pueblo" o cabecera municipal y las veredas y aldeas cam-
pesinas-, los grados de separación terminan cuajando dos comunidades
cercanas y recíprocamente dependientes pero, moral y socialmente alejadas:
los campesinos están "abajo" y los pueblerinos "arriba". Los cascos son, a fin
de cuentas, asiento del gobierno civil y eclesiástico, de las redes de servicios
y del conjunto de inversiones públicas y nodos del comercio. Al estar someti-
da la población a la lógica de estos engranajes municipales, las haciendas
veían limitados sus márgenes de acción, puesto que los cascos buscaban
consolidar la autonomía en el juego político-electoral y los campesinos in-
tuían su conveniencia. Es decir que la territorialidad era un arma potencial
de las fuerzas políticas que buscaban el contJ'ollocal, pese a que los hacen-
dados fuesen los señores de la tierra. Aquí, pues, parece abrirse una fisura
potencial entre el latifundio y el gamonalismo.

22 De Durkheim a Parsons, los sociólogos sostienen que la estratificación puede verificarse


objetivamente al medir la distancia en términos de riqueza e ingreso, pem que también se refie-
re a la percepción y autopercepción del lugar que cada cual ocupa en una escala de los "senti-
mientos morales"; quién es "superior" y quién es "inferior".

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
64 CAMPESINOS Y PROPIEDAD

SOBRE "EL REBELDE RACIONAL"

Ahora, si bien pudo existir una galaxia de acciones de resistencia cotidiana,


los campesinos del Tequendama y la comarca de Fusagasugá parecieron pro-
seguir estrategias individualistas, aunque politizadas y organizadas, propias
de un "campesino racional". Dicho de otro modo, esos campesinados res-
pondieron más a los dictados de la "economía política"; les parecieron más
verosímiles las versiones iusracionalistas que les ofrecieron Liberales y Co-
munistas sobre la ley del Estado "superior" a la "costumbre". Así, pues, se
aceleró la "modernización" de la mentalidad campesina. Veamos.
J. La movilidad de la mano de obra entraba en el cálculo de hacendados
y campesinos. Las haciendas de café no eran aldeas tradicionales asiáticas;
no estaban "cerradas" sino "abiertas"; necesitaban mano de obra móvil para
las cosechas y, no obstante la necesidad de arraigar "brazos", es decir, fami-
lias arrendatarias, los grandes propietarios dudaron de su conveniencia en el
largo plazo. Además, los hacendados no tenían poder fáctico ni legal de in-
movilizar a los arrendatarios. De su lado, los campesinos conocían detalla-
damente los intríngulis del trabajo migratorio. Los que periódicamente baja-
ban de tierra fría a cosechar café requerían el jornal como un complemento
de su ingreso campesino y, para los jornaleros sin tierra, éste representaba el
único medio de vida. Los arrendatarios podían ser sus patrones.
2. La clase política percibió y tuvo en cuenta los intereses, identidades y
sentimientos de solidaridad de los grupos campesinos estratificados, así
como sus conflictos internos. Si bien los límites de las movilizaciones depen-
dían también del tipo de relaciones consuetudinarias de los terratenientes
(ausentistas en el café) y los campesinos, así como de las relaciones fluctuan-
tes de los diferentes estratos campesinos entre sí, cada cual buscaba indivi-
dualmente su provecho y ventaja. Esto en cuanto a los arrendatarios de las
haciendas, porque los colonos enfrentaban primero las autoridades locales
en la medida en que fueran instrumento de los terratenientes que buscaban
expulsarlos. Por eso los colonos estaban más urgidos del apoyo de los inter-
mediarios políticos.
3. Aunque la Colombia de los años treinta experimentaba los dolores del
parto capitalista y los traumas de la consolidación del Estado nacional, los
campesinos -manifiestamente descontentos con el orden de las haciendas y
con el desorden de las concesiones de baldíos, subrayado por el mismo Go-
bierno Nacional- se movilizaron en la coyuntura adecuada para acceder a
la propiedad de la tierra. No se movilizaron en defensa de una amenazada Ce
idealizada) "comunidad moral", sino que lucharon denodadamente para in- 1

gresar, por decisión propia y como ciudadanos iguales, a la compleja "socie-

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
CAMPESINOS Y PROPIEDAD 65

dad" nacional 23 • Manifestaron una voluntad inconmovible de sentar plaza en


la nación de ciudadanos y alcanzar las ventajas del sistema de pequeños cafi-
cultores que, a partir de 1932, la Federación Nacional de Cafeteros de Co-
lombia, FNC, ofrecía como paradigma de democracia social. A este "cálculo
racional" subyacía la creencia heredada de que la propiedad familiar de la
tierra encarnaba el "sentimiento de justicia natural", como se puso de pre-
sente en un debate en la Cámara de Representantes del 25 de octubre de
1932:

[sobre] este delicado problema entre hacendados y colonos ( ... ) no se puede de-
cir que haya un problema comunista., puesto que toda vez que el campesino re-
clama el dominio de la pequeña parcela que arrebató a la selva en lucha constan-
te y tesonera, lo hace por un sentimiento de justicia muy natural, y desde ese
momento se aparta abiertamente de las doctrinas comunistas y pregona el indi-
vidualismo (Anales de la Cámara de Representantes, 11 de noviembre de 1932, p.
768).

EL CONCEPTO DE MENTALIDAD PROPIETARIA

Al decir de Paolo Grossi, propiedad y propietario son simultáneamente con-


ceptos jurídicos abstractos, categorías de filosofía política; formas institucio-
nalizadas de la organización social y, también, meras ideologías. En este sen-
tido forman capas yuxtapuestas y dan consistencia a una gruesa costra que
viene a ser la mentalidad propietaria correspondiente a cada época histórica
(Grossi, 1992, pp. 57-66). Estas capas se nos presentan separadas, de suerte
que en las oficinas de los altos magistrados, jurisconsultos y abogados y en
las aulas universitarias, propiedad y propietario se transforman en una al-
quimia de conceptos puros, objeto de técnica, hermenéutica y síntesis cientí-
fica. En las tribunas de los estadistas y políticos suelen recibir el halo del
gran propósito ético o piedra filosofal de una civilización.
Con base en estos planteamientos del historiador italiano del derecho
podemos dar un paso adelante y constatar que, mientras la tierra es una
cosa, un bien corpóreo, la propil!dad es una palabra, un concepto, un dere-
cho del que deriva una cadena de derechos, algunos completamente incorpó-
reos. Claro está que la posesión mateJ"ial es el primer derecho y el más inme-
diato.
Como cosa, la tierra tiene forma, espacialidad; puede localizarse y tiene
linderos que cada propietario (la familia) debe cuidar y, eventualmente, de-

23 En esta dirccción resulta pCl1incntc la obra de Popkin (1979), poco ap,·eciada cn los me-
dios latinoamericanos quizás por su "individualismo mctodológico".

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
66 CAMPESINOS Y PROPIEDAD

fender. El propietario tiene vecinos (otras familias) y su predio hace parte de


un vecindario, un terruño, es decir, de una red cultural de intercambios so-
ciales y económicos que definen la patria chica. A diferencia de la represen-
tación unitaria del espacio que hace el Estado, abstracta, cartográfica, even-
tualmente científica (de suerte que puede tener aplicaciones en el frente
económico, militar, fiscal, político, electoral), la representación del espacio
que se hace el propietario, en particular el campesino, es directa, sensorial,
afectiva. Del mismo modo se figura la patria chica. Sus representaciones es-
tán ligadas a las estaciones de la vida y a la muerte; a la reproducción fami-
liar y del vecindario. La precisión de los linderos, de los predios y del terru-
ño, es existencial; punto de honor y prestigio. Esta precisión se pierde en las
situaciones fluidas de colonización, cuando es razonable esperar mayores
grados de conflicto y tasas más altas de masculinidad, al menos en las prime-
ras fases del asentamiento.
Lo fundamental en el largo plazo es, sin embargo, que la distribución del
poder político y social en las sociedades de base agraria queda supeditada a
dos factores principales: la titularidad de la propiedad de la tierra, sea fácti-
ca o jurídica, y el rendimiento económico de las unidades.
Ahora bien, el concepto de la propiedad de la naturaleza (tierra, subsue-
lo yaguas) no puede limitarse al reino de la ley y la jurisprudencia porque
abarca nociones de justicia, derechos y crecimiento económico, que son di-
námicas y controversiales como los "derechos naturales", el utilitarismo de
la "función social de la propiedad" o el postulado de que "la propiedad es un
robo" de Proudhon. Aparecen así ideologías que establecen los límites mora-
les y el sentido político de las reglas mediante las cuales el Estado asigna y
dispone los derechos de propiedad 24 . Pero quizás en las charlas de los cam-
pesinos colombianos alrededor de sus fogones, palabras tales como "propie-
dad" y "trabajo" se entiendan dentro del universo de creencias trasmitidas de
una generación a otra; quizás, la relación entrañable de la familia y su parce-
la aparezca como un elemento del orden natural, del orden de la Creación.
En otra dimensión está, por supuesto, la tradición analítica de la econo-
mía clásica, en la cual "naturaleza, trabajo y capital" son conceptos medula-
res: "los factores de producción". Siguiendo a John Locke, (1632-1704) los
economistas ingleses y Marx concibieron el trabajo como elemento central,
fuente primordial del capital, del invento y diseño de las herramientas, de las
técnicas de mejoramiento de la tierra que abaten los rendimientos decre-
cientes, el efecto del aumento de la población y aumentan la productividad.
En este campo, la escuela de la nueva economía institucional hace un
aporte fundamental al subrayar el papel del Estado en el aseguramiento de
los derechos de propiedad que, al bajar los costos de transacción, mejora la

24 Ver Getzler (1996, pp. 639-669); para una concepción de la propiedad pdvada como dere-
cho, ver Waldron (1985, pp. 317, 321-3).

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
CAMPESINOS Y PROPIEDAD 67

eficiencia del mercado y facilita el aumento de la productividad y de los nive-


les de vida de la población en general (North y Thomas, 1973, pp. 150-1;
North, 1990). El postulado debe ser comprobado a la luz de una historia
agraria más rigurosa 25 . En mis trabajos del café, por ejemplo, mostré que en
esos masivos y prolongados procesos colonizadores, como la "colonización
antioqueña", los grupos campesinos con libre acceso a la tierra aseguraron
fácticamente sus derechos de propiedad de la tierra. Aquí podemos estar
frente a la posesión en el sentido del ce o, quizás, debamos apelar al concep-
to de "propiedad extralegal" desarrollado en el proyecto de pluralismo jurídi-
co en la Universidad de los Andes aplicado a Bogotá, urbe que desde media-
dos del siglo pasado crece en una proporción considerable gracias a
dinámicas clandestinas, a la ilegalidad y la "piratería". El concepto remite a
la creación y desarrollo de un "ordenamiento jurídico no oficial" en las rela-
ciones sociales y estatales de propiedad de la ciudad, que conjuntan lo ilegal
y lo legaF6.
No hay investigaciones de este género que alumbren la historia de la
apropiación de tierra y posterior legalización de la propiedad en las zonas de
colonización después de c. 1840. Podemos suponer que los campesinos, sin
cuyo esfuerzo no se hubiera formado el "cordón cafetero de Occidente", ase-
guraron sus derechos cuando menos en las mismas condiciones que los lati-
fundios respaldados en la "posesión inscrita"27. De este modo, la comunidad
rural protege los derechos de propiedad campesina antes que las burocracias
administrativas del Estado, principio acentuado por la afición de los campe-
sinos por lo fáctico y por sus atTaigadas creencias en la justicia distributiva.
Esto pudo ocurrir, claro está, antes de La Violencia.
Según mis propios cálculos que, hasta donde sé, se sostienen, en las ad-
judicaciones de baldíos en Antioquia y Caldas (1827-1931), sólo el 3.3% de la
tierra se transfirió a la pequeña propiedad. Tal cifTa, irreal, irrisoria, señala
25 Sobre la necesidad de ampliar y hacer más flexible este postulado neo institucional, ver
Getzler (1996). Encontré muy iluminador el artículo de Congost (2003, pp. 73-106).
26Ver, por ejemplo, Bonilla (2006, pp. 207-233); Rico (2009).
27 La "posesión inscrita", originada en el derecho patrimonial de Jusliniano y contenida en
las Siete Pal-lidas, daba garantía de publicidad a las lra!>ferencias de los bienes inmuebles. An-
drés Bello argumentó fuertemente a favor de consagrar la inscripción como "la única forma de
tradición de todo derecho real ( ... ) y así se va caminando aceleradamente a una época en que
il1scri.pciól1, posesiól7 y propi.edad, serán términos idénticos". Reitera Bello que la inscripción
"pone a la vista de todos el estado de las fortunas teITitorialcs". Ver, "Exposición de motivos"
(1855) en Obras Completas de Andrés Bello (1954, pp. 9-11). La institución fue adoptada en los
respectivos códigos chileno y colombiano. Según el art. 2.637 del ce: "El registro o inscripción
de los instmmentos públicos tiene principalmente los siguientes objetos: 10 Servil- de medio de
tradición de dominio de los bienes raíces y de otros derechos reales constituidos en ellos. ( ... )"
que debe verse en concordancia con los art. 756, 759, 785, Y 2652. Estos artículos se referían a
las condiciones de título insclito, reglamentadas, además de la citada Ley de 1821, por las leyes
56 de 1905 y 84 de 1927. De unos años para acá la Corte Constitucional, y otros tribunales, la
consideran "institución obsoleta".

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
68 CAMPESINOS Y PROPIEDAD

sencillamente que la mayoría de pequeños y medianos propietarios no pidió


título de adjudicación y, por tanto, no registró su propiedad, quizás porque
no percibió inseguridad de sus derechos, al menos en ese período (Palacios,
1979b, pp. 255-6). Tampoco sabemos qué impacto tuvo en esta situación la
difusión del crédito bancario rural a partir de la década de 1930.

MORAL y DERECHO

Las influencias de un cierto igualitarismo agratio que postuló Murillo Toro a


mediados del siglo XIX y la posterior divulgación de la obra de economía po-
lítica de John Stuart Mill, principalmente a cargo de Aníbal Galindo, se ma-
nifiestan en los estilos de argumentación de los Liberales de los años treinta.
Fue el caso de Alejandro López, Jorge Eliécer Gaitán y Carlos Lleras Restre-
po, cuando trataron de establecer los límites de legitimidad del derecho de
propiedad de la tierra.
Según Mill,

Cuando se habla del 'carácter sagrado' de la propiedad debería recordarse siempre


que no puede atlibuirse ese carácter en el mismo grado a la propiedad de la tierra.
La tierra no la creó el hombre. Es la herencia original de la especie entera. Cuando
la propiedad privada de la tierra no es útil, es injusta (Mili, 1943, p. 251).

De este modo,

Cuando en un país y hablando en términos generales, el propietario de la lielTa


deja de ser el que la mejora, la economía política no puede defender la propiedad,
tal como se halla establecida. En ninguna teoría sana de la propiedad pl-ivada se
proyectó que la propiedad de la tielTa fuera una sinecura para su dueño (p. 249).

También se siente la inOuencia de Mili Uunto con otros autores, especial-


mente franceses) en 1(1 llprecitlCión ra\'omhle de algunos tipos de aparcería.
En cierto desacuerdo con Adam Smith, Mili contrastó el bienestar privado y
público de los aparceros (como los lombardos) con la miseria de los cottíers
irlandeses, sometidos al capricho de los terratenientes 28 . En cuanto a la pro-
pensión minifundista de la propiedad parcelaria, anotó:

Pero aun cuando la propiedad campesina va acompañada de un exceso de habitan-


tes, este mal no va necesariamente ligado a la desventaja adicional de una excesiva
subdivisión de la tierra (p. 308).

28 Ver Mili (1943). Sobre la propiedad de la tierra. pp. 251-3: sobl"e la pequeña propiedad, pp.
256-91: sobre la apareceda , pp. 308-13.

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
CAMPE.SINOS y PROPIEDAD 69

Sobre este asunto volveremos po~teriormente.


De su lado, la Iglesia Católica, con una base doctrinal antigua, defendía
la propiedad privada como una "necesidad de la sociedad humana" y como
un "derecho natural inviolable". Con Tomás de Aquino aceptaba que antes
del ius gentiun pudo haber prevalecido una comunidad universal sobre toda
propiedad. Las encíclicas sociales Rerum Novarul11. Sobre la condición de las
clases trabajadoras (León XIII, 1891) Y Quadragesimo Anno. Sobre la recons-
trucción del orden social (Pi o XI, 1931) condenaron, naturalmente, por "in-
justo y pernicioso" el intento socialista y comunista de abolir la propiedad
privada, derecho que Dios dio a cada hombre y que "debe permanecer invio-
lado". Conforme a la tradición católica, teológica y filosófica, contenían un
fuerte núcleo de moralidad. Este elemento fue excluido por Hobbes con su
noción de que el origen y fundamento de la propiedad es la ley positiva. En
esto le siguieron los racionalistas liberales, hasta el neopositivismo jurídico
de Kelsen, pasando por el utilitarismo de Bentham y el solidarismo de Di-
guit. No citamos el marxismo porque en los conceptos de justicia de Marx y
Engels hay un sólido sustrato de moralidad: la propiedad privada divide la
humanidad y coloca clase contra clase; tal división encuentra su máxima ex-
presión histórica en la explotación del capitalista al proletario moderno. En
últimas, en el capitalismo el hombre no domina la producción sino que la
producción domina al hombre, lo aliena. Esta condena moral al capitalismo
no sale a la superficie gracias, entre otros elementos, a la crítica radical al
moralismo cristiano y burgués (Monsieur Proudhon incluido) que Marx y
Engcls emprendieron desde la perspectiva materialista de la dialéctica del
modo de producción (fuerzas productivas y relaciones sociales de produc-
ción) (Gilbert, 1982, pp. 328-346; Husami, 1978, pp. 27-64).
La conexión de la "sana moral cristiana" y la técnica civilística sería uno
de los aportes más importantes de una nueva generación jurista encabezada
por Eduardo Zuleta Ángel. En 1936, el año del álgido debate de la Ley 200, éste
publicó un breve y sustancioso repaso del debate de los tratadistas de lengua
francesa que impugnaban la idea de que el ee fuese "una especie de evange-
lio jurídico que se bastaba así solo y en el cual dehían encontrarse las solu-
ciones requeridas para todos los problemas y conflictos imaginables" (Zule-
ta, 1936, p. 4)29. Dicha impugnación iba a la base misma, a la idea de una
nueva moralidad secular emancipada de la moral cristiana, según el canon
de la Ilustración ,0. Debajo de la supuesta "lógica ceiTada y Jigurosa", "geomé-
trica", los exégetas del Code exhibían el más "desenfrenado subjetivismo".
Más que "ciencia exacta", "revelación perfecta del derecho", habían transfor-
mado el derecho civil en

29 Ver los comentarios de López (2004, p. 265 v pp. 290-99).


10 Sobre el asunto ver un enfoque ,"eciente en Domenech (1989).

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
70 CAMPESINOS Y PROPIEDAD

el instrumento de ese aberrante individualismo liberal tan severamente condena-


do por la Iglesia, que lo califica, por boca de uno de sus más ilustres pontífices,
corno fuente emponzoñada en donde nacieron todos los errores de las ciencia
económica que entregó a los hombres al libre juego de la concurrencia para que
de la lucha consiguiente surgiera la prepotencia económica, inmoderada, violen-
ta, y despótica, cruel e implacable contra la cual la Iglesia proclama las más ele-
vadas normas de justicia social y de caridad cristiana (p. 4).

Zuleta invita a un rápido recorrido pedagógico (Josserand, Saleilles, Ri-


pert, Esmein, Colin y Capitant, Le Fur) que de paso le sirvió para subrayar
las discrepancias que mantenían esos maestros revisionistas en torno a la
categoría "derecho natural". Pero su interés era demostrar que todos ellos,
con Fran¡;:ois Gény a la cabeza, habían transformado el derecho en una
"ciencia más social y más humana, a la vez; más práctica y más realista y
sobre todo más moral", tomando la vía de la "libre investigación científica"
(p. 5). En lo que respecta a la propiedad, citó a Colin y Capitant que, confor-
me a la doctrina tradicional de la Iglesia,

se esfuerzan por definir la naturaleza íntima de los deberes que gravan sobre la
propiedad y concretar los límites que las necesidades de la convivencia social
trazan al mismo derecho de propiedad y al uso o ejercicio del mismo (p. 7).

La moral cristiana, concluyó, "es en concepto de la mayor parte de los


juristas franceses y belgas de la hora presente, el más alto factor de progreso
del derecho objetivo" (p. 7).

En un plano práctico, como verernos, los Conservadores y la Iglesia con-


venían en que la pequeña propiedad campesina, aparte de expresar valores
cristianos, pavimentaba el camino a la concordia social y a la paz, y era mo-
ralmente más próxima al cristianismo.

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.

También podría gustarte