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LIMA - PERÚ
Foto de la Portada: la famosa piedra de los doce ángulos, de Hatunrumiyoc,
Cuzco.
TABLA DE CONTENIDO
LA CULTURA CHAVIN
CUPISNIQUE
LA CULTURA PARACAS
LA CULTURA VICÚS
LA CULTURA CAJAMARCA
LA CULTURA SALINAR
LA CULTURA NAZCA
EL SEÑOR DE SIPÁN
LA CULTURA RECUAY
LA CULTURA LIMA
LA CULTURA HUARPA
LA CULTURA TIAHUANACO
LA CULTURA WARI
EL IMPERIO TIAHUANACO-WARI
LA CULTURA LAMBAYEQUE
EL SEÑOR DE SICÁN
LA CULTURA CHIMU
LA FORTALEZA DE PARAMONGA
LA CULTURA CHINCHA
LOS PINCHUDOS
LA CULTURA CHANCAY
LOS HUANCAS
LOS CHANCAS
LA CULTURA INCAICA
EL RELATO HISTORICO
EL REINO DEL CUZCO Y EL IMPERIO DEL TAHUANTINSUYO
LOS INCAS Y LAS DINASTIAS QUE GOBERNARON EL TAHUANTINSUYO
NOTICIA BREVE SOBRE EL GOBIERNO DE LOS INCAS LEGENDARIOS
EL GOBIERNO DEL INCA PACHACUTEC (1,438 - 1,471)
EL GOBIERNO DEL INCA TUPAC YUPANQUI (1,471-1,493)
EL GOBIERNO DEL INCA HUAYNA CAPAC (1,493-1,525)
LA GUERRA CIVIL ENTRE HUASCAR Y ATAHUALPA (1,525-1,533)
OTROS ASPECTOS DE LA CULTURA INCAICA
LA ORGANIZACION ECONOMICA
LA ORGANIZACIÓN POLITICA
LA ORGANIZACION SOCIAL
POLITICA DE INTEGRACION Y UNIDAD IMPERIAL
LA EDUCACION
LOS CONCEPTOS RELIGIOSOS Y LA MORAL
LAS ARTES Y LAS ARTESANIAS
MACHU PICCHU
EPILOGO
BIBLIOGRAFIA
SUMARIO
CAPACIDAD CREADORA DEL HOMBRE
La realidad natural determina el que los usos y costumbres de los hombres no sean
siempre iguales. La naturaleza es un factor condicionante en el desarrollo de su cultura.
La casa de un esquimal es diferente a la de un árabe, porque distintos son los recursos y
las condiciones climáticas de los lugares donde habitan. Haciendo uso de su inteligencia,
el hombre construye sus casas de acuerdo a la naturaleza y a sus necesidades. Esto es
evidente pero no lo es todo. Hay sociedades que habitando un mismo ambiente, crean y
desarrollan normas de comportamiento cultural que las hacen distintas y a veces hasta
opuestas. Las razones no dependen en estos casos de la naturaleza, sino de las múltiples y
a menudo desconcertantes motivaciones de la conducta humana.
Como decíamos líneas arriba, los primeros pobladores fueron nómades que
recorrían las fragosidades de nuestra geografía en busca de alimentos. Carentes de toda
organización social y política, no tenían otra motivación que no fuera la recolección de
frutos y plantas silvestres y la práctica incipiente de la caza y la pesca. Albergándose en
las cuevas que encontraban a su paso, enfrentándose unos a otros por la posesión
transitoria del territorio que depredaban, es probable que a lo largo de milenios no tu-
vieran otras preocupaciones que las que impone el instinto. Muy lenta debió ser la
evolución y enriquecimiento de su lenguaje. Igualmente escasos debieron ser los
elementos culturales de estos primeros habitantes de lo que hoy es el territorio del Perú:
apenas armas defensivas y ofensivas trabajadas en piedras y maderas punzantes; algunos
cestos y redes manufacturados con cortezas; uno que otro instrumento de caza; y —tal
vez— el conocimiento del fuego. De ahí en adelante debía crear íntegramente su cultura.
¿De dónde llegó este hombre creador de cultura? Nada se sabe a ciencia cierta. Hay,
sin embargo, teorías que tratan de explicar su origen. Una de ellas es la del paleontólogo
argentino Florentino Ameghino, que en 1884 afirmó que la especie humana era originaria
de América, en la que habría aparecido durante la era terciaria para luego emigrar hacia
los otros continentes. Estudios posteriores demostraron que los elementos de juicio en los
que se había basado Ameghino para formular su teoría eran falsos.
La teoría que cuenta con mayores adeptos en los medios científicos mas
acreditados, es la expuesta por el antropólogo norteamericano Alex Hrdlicka, que postula
la creencia de que los primeros pobladores de América fueron hombres asiáticos que
atravesaron lo que hoy es el estrecho de Behring a fines de la última glaciación. En
aquella remota época, el estrecho debió ser un paso de tierra firme como consecuencia del
descenso de nivel de las aguas oceánicas. Como hemos dicho, esta teoría cuenta con
numerosos adeptos; no olvidemos que Asia y América están a sólo 90 Kms.
Otros investigadores creen que los caminos seguidos fueron las Islas Aleutianas,
que como puentes insulares unen la península Kamtchatka con Alaska. Otra teoría
igualmente atendible es la que plantea la posibilidad de que los primeros pobladores del
Nuevo Mundo, hayan sido pescadores arrastrados por la poderosa corriente marina de
Kuro-Shiwo, que pegada alas costas corre desde Formosa y Japón hacia el Canadá y los
Estados Unidos.
Los melanesios y sobre todo los polinesios son excelentes navegantes que desde
tiempo inmemorial cruzan los mares de Oceanía, en canoas con balancín sumamente
veloces. Se supone que debieron llegar a América siguiendo el curso de la Contra
Corriente Ecuatorial.
VISION ESQUEMATICA DE LAS CULTURAS PRE-HISPANICAS
"Horizonte" es el término con el que los arqueólogos nominan a una cierta etapa
histórica en la que una sociedad impone a otras su cultura, extendiéndose por una vasta
zona geográfica y determinando un comportamiento cultural mas o menos homogéneo
entre sus habitantes. En el caso del Perú —o, mas específicamente, de los Andes centrales
sudamericanos— los horizontes son tres: Primer Horizonte u Horizonte Temprano, en el
que una cultura esencialmente religiosa como la Chavín va a ser el primer intento de
cohesión social y política en todo el área andina; Segundo Horizonte u Horizonte Medio,
en el que el Imperio Wari va a ser el instrumento difusor de los patrones culturales
creados por Tiahuanaco; y Tercer Horizonte u Horizonte Tardío, en el que una cultura con
vocación imperial como la Incaica, va a integrar o influir a casi todas las culturas de la
América del Sur.
La Cultura Mochica (100 d. C. - 800 d. C.) Estado guerrero gobernado por una
aristocracia vinculada a la casta sacerdotal. Perfeccionamiento del estado como sujeto de
derecho público. Aparece el tributo como signo de dependencia política. Formación de
cortes nobiliarias. Presencia de la esclavitud. Probable aparición de la propiedad privada.
Economía estatal preponderante. Impresionantes logros en arquitectura religiosa.
Desarrollo de una cerámica realista sin parangón en América.
OCTAVA ETAPA. Tercer Horizonte Cultural.- Los Incas van a integrar o influir
sobre casi todas las culturas de la América del Sur.
Los arqueólogos han empezado en estos años a recoger los testimonios del largo y
lento proceso a través del cual los cazadores y recolectores primitivos, llegaron al estado
de la alta cultura. Son testimonios dispersos en el tiempo y el espacio, que no cubren
todos nuestros vacíos de información, pero que reconstruyen laboriosamente la vida de
aquella primera sociedad pre-agrícola y pre-cerámica, asentada en el territorio de lo que
hoy es el' Perú, entre los años 20,000 a. C. y los 8,000 a.C.
Restos del hombre de Lauricocha, los más antiguos del Perú, 8,000 a. de C.
Hace diez mil años, los cazadores y recolectores de frutos que vagaban por el
territorio del Perú, descubrieron la agricultura a orillas del río Santa. El arqueólogo
Thomas Lynch de la Universidad de Cornell, Estados Unidos, encontró en 1969, en la
cueva de Guitarreros, en Ancash, frijoles cultivados que sometidos a la prueba del
carbono 14, arrojaron una antigüedad de casi diez mil años. Por esa misma época se
descubría la agricultura en Mesopotamia, Palestina, Egipto, China y México, sin que,
como es obvio, hubiera habido intercambio de conocimientos entre estos centros
aurorales de la cultura humana. A los hallazgos del norteamericana Lynch, debemos
añadir los del arqueólogo francés Federico Engel, que en las alturas de Chilca, al sur de
Lima, encontró camotes cultivados que también tienen una antigüedad probada de diez
mil años.
En su lento avance por los caminos de la cultura, los horticultores incipientes que
hace ocho mil años, merodeaban por los alrededores de la península de Paracas,
aprendieron a construir albergues transitorios a las orillas del mar. Dedicados
alternativamente a la pesca, a la caza y a la agricultura incipiente, poco a poco
incrementaron sus plantas de cultivo y, por esos remotos años, cosechaban fríjoles,
pallares, zapallos, calabazas y camotes. Habían también descubierto la música y un
rudimentario arte textil.
Mientras esto sucedía en la costa, los cazadores y horticultores incipientes que
poblaban las escarpadas tierras de Jayhuamachay, en Ayacucho, aprendían a domesticar
auquénidos y a aprovechar sus carnes y lanas. De agrícola incipiente, hace siete mil años,
el hombre se había convertido también en pastor.
CARAL
Para este periodo Caral ya había logrado una eficiente agricultura y pesca, sobresaliendo el
procesamiento del algodón, elaborando ropa y sobretodo redes para una eficiente extracción del
pescado.
Caral se ubicó en la margen derecha del río Supe. Este río es de régimen irregular, como casi
todos ríos de la costa. No es posible que la agricultura del valle haya sido la única y principal
actividad económica de sus pobladores puesto que la arquitectura monumental y sus islotes de
viviendas indican una gran población permanente. El gran trabajo físico utilizado en la
construcción de los edificios monumentales y su permanente modificación se sustentó con
actividades extractivas como la pesca y la utilización de los excedentes de otros valles, tal vez los
de Pativilca y Fortaleza, aledaños a Supe. Su ubicación estratégica, entre la costa y la sierra, le
permitió el intercambio de productos con pueblos ubicados entre los valles costeños de Santa
(Ancash) y Chancay (Lima) o Chillón, y por el este con los ubicados en el Callejón de Huaylas y
la cuenca del Marañón por el este.
Hay que anotar que el valle de Supe contiene a lo largo del río varios asentamientos
poblacionales con una extensión variada, algunos más grande que Caral y otras con menos de
una hectárea.
Años después Frédéric Engel (1987) condujo las primeras exploraciones en el lugar, y
luego Carlos Williams levantó el catastro arqueológico del valle de Supe. Desde entonces
diversos estudiosos han hecho comentarios sobre Chupacigarro, como por ejemplo Peter
Kaulicke (1994). Pero es Ruth Shady quien, desde 1996, conduce investigaciones sistemáticas
en el lugar, optando por denominarlo Caral. Prefiere nombrar así a este sitio, en atención a que
este es el nombre del pueblo más cercano ya que Chupacigarro sólo calificaría a un sector,
conformado por sólo cuatro complejos, del enorme conglomerado arquitectónico.
Caral se extiende por ambas márgenes del valle de Supe, provincia de Barranca, distante
22 kilómetros del mar y a unos 100 msnm. Lo conforman diversos conjuntos en los que se
aprecian innumerables montículos, restos de edificaciones varias y plazas circulares excavadas
en el suelo, que alcanzan hasta 80 m de diámetro. A las construcciones piramidales se ascendía
mediante graderías, como la excavada inicialmente por Engel. Las huacas que reporta Kosok
siguen en pie. Caral «cubre un área aproximada de 50 ha, está conformada por 32 conjuntos
arquitectónicos de diversa magnitud y función»: pirámides, templos, sectores residenciales,
anfiteatro, almacenes, altares y calles, como indica Ruth Shady (1997). En cuanto a la población
que habría estado allí albergada, Shady estima que serían entre mil y tres mil individuos. Esta
cifra puede ser lógica en relación a las edificaciones descubiertas, pero resulta exigua para un
centro administrativo y de culto de esta envergadura, por lo que habría que suponer que la
población debió en su mayoría morar dispersa, en frágiles viviendas, cercana a sus campos de
cultivo.
Shady ha puesto al descubierto flautas de hueso y estatuas de barro crudo, patrones que
son propios de la presente etapa de acuerdo a hallazgos del tipo realizados, por ejemplo, en El
Áspero y en Las Haldas.
Los inicios de Caral eran calculados en unos 3500 años, pero al presente se calcula que
alcanzan los 5000 años, como sostiene Shady (1997). La ocupación del sitio se habría extendido
por más de dos milenios, hasta alrededor del año 1500 a. C. La antigüedad dada a Caral estaría
por lo tanto en concordancia con la de otros centros administrativos y de culto costeños. Por lo
mismo es lógico suponer que tanto los monumentos como los sectores de viviendas y el material
arqueológico pertenecen a diversas fases de la historia del sitio.
Shady menciona que Caral incluía depósitos para almacenar excedentes de la producción.
Su función debió ser el conservar víveres para casos de emergencia, cuando la costa soportaba
los estragos derivados del fenómeno de El Niño. Los testimonios de sacrificios humanos
reportados por Shady deben interpretarse como tributos ofrecidos a los poderes sobrenaturales,
que se suponía regían sobre los fenómenos atmosféricos. Como en otros centros arqueológicos
tempranos, Caral ostenta altares con fogones provistos de ductos de ventilación.
SECHÍN
El templo posee más de 350 esculturas realizadas en piedra y escenifican tal vez, batallas
míticas de los héroes civilizadores de esta cultura. Las distintas composiciones
representan personajes con vestidos ceremoniales que marchan formando dos columnas a
los lados opuestos de la entrada principal del templo. Distintas partes del cuerpo humano
fueron esculpidas así como figurines que miden entre los 4 metros y los 85 centímetros.
La mayoría de cabezas muestran los ojos cerrados, por lo que se ha interpretado como una
matanza ritual asociada a mitos civilizatorios. De igual manera las cabezas cortadas han
sido interpretadas como la representación de un mito de creación asociado con el culto al
maíz, pues las cabezas, según algunos investigadores, están ligadas a elementos mágicos
de orden agrícola.
Se cree que sus habitantes hablaron el sec, y que su producción agrícola fue insuficiente
(debido al poco caudal de los ríos cercanos), por lo que tuvieron vinculados con
poblaciones ubicadas en los valles de Nepeña y Santa (ambos ubicados en Ancash).
Sucesivamente debió Sechín sufrir la influencia de Chavín, del Gran Chimú y finalmente de los
Incas. Durante la Conquista española, se había perdido el recuerdo de aquel pueblo, e inclusive
el testimonio material de su cultura. Hacia 1879, Antonio Raimondi anotó que “un monumento
importante es el llamado Castillo”; pero no aportó el menor apunte descriptivo de tal “castillo”,
y quizá se limitó a recoger una tradición. Por su parte, Ernst Middendorf describió, en la región,
el llamado “templo de Moxeque”, y en las vecindades de Casma, sólo mencionó “muchos restos
de muros antiguos”. A su vez, Julio C. Tello observó en el puerto de Casma una singular piedra
grabada; fue conducido a Sechín Alto por un guía que le mencionó una “huaca del indio bravo”
en atención a un monolito que tenía grabado el perfil de un guerrero cuya cabeza aparecía coro-
nada por tres haces de cabellos flotando al viento; inició el reconocimiento (1-VII-1937) para
establecer su importancia histórica, y pronto le fue posible identificar un templo megalítico. Su
descubrimiento abrió una amplia perspectiva, pues “el hallazgo de un edificio ciclópeo construi-
do con piedra y barro, y revestido totalmente con estelas de granito ostentando diversas figuras
simbólicas y mitológicas, que son partes de un sistema relacionado con el cómputo del tiempo
en el área andina sudamericana, plantea una interrogación en el arduo problema de apreciación
de la antigüedad peruana”. Allí efectuó otros trabajos Arturo Jiménez Borja (1971), quien pudo
revelar las estructuras de dos edificios, La excavación del monumento prosiguió en 1980 con los
auspicios de la fundación Volkswagenwerk ofrecidos a un proyecto de largo alcance elaborado
por la Pontificia Universidad Católica del Perú, que permitió descubrir nuevas muestras de
piedras con graficaciones entre los escombros. Los estudios emprendidos en los últimos
decenios del siglo XX conducen a situar el monumento de Sechín como anterior en varios siglos
a Chavín de Huántar. Mientras que la hipótesis de Jiménez Borja —a la que se unen los demás
estudiosos interesados en el tema—, interpreta el cuadro conformado por las piedras graficadas
en los muros exteriores de Sechín como el de la conmemoración de una cruenta batalla, el
arqueólogo Federico Kauffmann Doig, a continuación de su análisis iconográfico de Sechín
(1979), sostiene que habría sido un centro de sacrificios humanos “ofrendados por una élite de
sacerdotes-jerarcas para lograr de las fuerzas naturales los alimentos requeridos por un grupo
humano con tasa demográfica creciente y con problemas en la producción de los alimentos (en
razón del acelerado crecimiento demográfico al que están expuestos quienes cifran su sustento
en la actividad agraria y enfrentaban al mismo tiempo los problemas derivados de una
limitación extrema de tierras cultivables, así como desastres de gran magnitud que incidían en la
producción de los cultivos acarreados por el fenómeno de El Niño)”
EL PROBLEMA DE LA ORIGINALIDAD CULTURAL
Julio C. Tello
Dicho esto, ¿cómo explicar la similitud de creencias religiosas entre pueblos tan
distantes? La única explicación razonable es el origen común de los pueblos americanos,
que en el más remoto pasado debieron asumir como patrimonio común un cierto número
de creencias, supersticiones y fenómenos mágico-religiosos que posteriormente dieron
lugar a sus mitologías y a sus dioses.
LA CULTURA CHAVIN
Chavín es la primera gran cultura desarrollada en lo que hoy es el centro y norte del
Perú. Empezó 1,300 años antes de Cristo, en los alrededores de lo que fue su centro
religioso más importante: los templos de Chavín de Huántar, en Ancash, y desapareció,
sin que sepamos por qué, trescientos años antes del comienzo de nuestra era. Tres factores
parecen coincidir con los inicios de este primer gran horizonte cultural pan-peruano:
La cultura Cupisnique fue descubierta hacia 1933 por Rafael Larco Hoyle. El
principal asentamiento de los Cupisnique se encuentra en la actual hacienda Sausal,
ubicada, al este de Ascope, Trujillo. Por asociación, y en base a la técnica empleada en su
cerámica, se le relacionó tempranamente con Chavín de Huantar y se le denominó la
variante costeña de esta cultura o como chavinoide. Tras estudiar la secuencia cronológica
de esta cultura se pudo definir con exactitud que Cupisnique fue un desarrollo cultural
propio de la zona y con características bien definidas.
KUNTUR WASI
Kuntur Wasi esta ubicado en la cuenca del río Jequetepeque, a 50 kms. al sur de
Pacopampa (Ancash) y se desarrolló a partir de los 1,100 a.C. hasta los 50 a.C.. El centro
ceremonial Kuntur Wasi fue construido sobre el cerro La Copa, y al parecer sufrió
modificaciones en sus cuatro terrazas pues se trató de nivelarlo. Su monumentalidad y
compleja arquitectura indican una ocupación territorial desde el formativo temprano. Fue
emparentado con Chavín debido al parecido que guarda con este complejo y también por
las litoesculturas que ambas culturas poseen, sin embargo investigaciones recientes a
cargo del arqueólogo japonés Yoshio Onuki demuestran que la ocupación de este sitio es
de mayor antigüedad. La misión japonesa, que trabajó durante varios años esta zona,
logró analizar varios contextos funerarios y encontró asociado a ellos varias piezas de
orfebrería entre las que se incluyen collares, coronas, orejeras, pectorales repujados y
pequeñas cabezas trofeo, todas ellas de oro (1997).
Las evidencias arqueológicas indican lazos comunes con Chavín (galería de las
ofrendas), no solo por las piezas de oro parecidas, sino también por la utilización del
mismo tipo de vasijas encontradas en ambos sitios.
Onuki pudo realizar una secuencia estilística que permite establecer 5 periodos
culturales para este complejo arquitectónico, durante las cuales se modificó el templo:
Ídolo (1100-700 a.C.); Kuntur Wasi (700-450 a.C.); Copa (450-250 a.C.) y Sotera (250-
50 a.C.) En la última fue clausurado y los habitantes se mudaron al templo de Cerro
Blanco. Esta secuencia permitió encontrar parentescos no solo con Chavín, sino también
con Cupisnique en la costa norte y también con Layzon (Cajamarca).
GARAGAY
Ubicada en la margen norte del río Rimac (Lima), Garagay posee una antigüedad de
1,400 a.C. y se cree tuvo su ocaso hacia el 200 a.C.. La monumentalidad de Garagay
indica que estuvo bajo el poder político de una elite con dominio sobre varias de las
aldeas cercanas a este complejo arquitectónico. Se compone de 5 edificios de gran tamaño
que forman una U y una plaza circular en el centro del complejo, típica arquitectura para
este periodo en la costa central y norte.
En una de las paredes del edificio secundario se encontraron varios frisos de colores
con representaciones humanas y felínicas. El personaje principal de estas decoraciones
esta asociado a un molusco o crustáceo. También ha sido relacionado con una araña,
animal recurrente en la iconografía Cupisnique.
Las tumbas descubiertas por Tello eran de tipo diferente. Estudios ampliatorios
demostraron que correspondían a períodos de tiempo igualmente distintos. A las más anti-
guas las llamó del Período Cavernas, por haber sido encontradas en cavernas funerarias
incrustadas a cinco metros de profundidad en el arenal. Las cavernas tenían, forma de
copa invertida, y algunas contenían hasta cincuenta fardos funerarios. Las tumbas más
recientes (500 a.C.), eran pequeñas ciudadelas enterradas en el desierto, en las que
corredores estrechos y tortuosos daban acceso a un laberinto de pequeñas cámaras
mortuorias, en las que se encontraban los fardos funerarios. Tello llamó a este conjunto de
tumbas con el nombre de Paracas Necrópolis.
Manto Paracas
Entre los años 250 a.C. y 380 d.C, se desarrolló en la meseta del Collao, a 3700
msnm, una sociedad compleja: la cultura Pucará. Aunque su centro estuvo en el distrito de
Pucará, provincia de Lampa, Puno, al noroeste del Lago Titicaca, se extendió 500 km al
oeste del lago hasta el valle del Cuzco, por el norte, y hasta pocos kilómetros al sur de
Tiahuanaco, por el sur. Hasta la costa se halló evidencia de la cultura en Moquegua y
Azapa (norte chileno), aunque hay evidencias de su presencia en la región de Iquique y
hasta en la desembocadura del río Loa.
Las ruinas de Pucará son los “grandes edificios arruinados y desbaratados” que vio
el cronista Cieza en el siglo XVI. Con una extensión aproximada de seis kilómetros
cuadrados, constituyó el primer asentamiento propiamente urbano del altiplano lacustre, a
la vez en un gran centro ceremonial y administrativo, como una especie de capital de un
gran reino andino con varios centros de menor tamaño y aldeas dispersas por toda la
cuenca norte del Titicaca. La cultura Pukara o Pucará fue identificada por Luis E.
Valcárcel en 1925 y reconocido por Tello como un estilo anterior a Tiahuanaco.
Pucará representa el dominio pleno del hombre sobre el medio ambiente. Con los
complejos conocimientos que adquirieron sobre la hidráulica pudieron practicar, mediante
la técnica de los “camellones”1, una agricultura intensiva en terrenos inundables a orillas
del lago Titicaca, cultivando productos propios de la altura: papa, olluco, cañihua, etc.
Asimismo, la ganadería estuvo basada en crianza de los auquénidos: llama y alpaca, que
satisfacían sus necesidades de alimento y vestido. Se cree que domesticaron la alpaca para
obtención de lanas seleccionadas, hipótesis en parte confirmada por la presencia de
cantidad de animales adultos en las excavaciones. Convirtieron esta cría de auquénidos en
la base de su economía. Intercambiaron charqui y lana por tejidos y ceramios en la ruta
del Trapecio Andino (Apurímac, Huancavelica, Ayacucho). También adquirieron pescado
fresco de los pueblos de la costa del Pacífico.
Pero no solo controlaron todos los recursos naturales disponibles, sino que además
colonizaron zonas más alejadas para aprovechar otros recursos. Es a partir de esta cultura
en que los pobladores del altiplano comenzaron a controlar directamente pisos ecológicos
1
Los camellones, también conocidos como Waru waru, son un tipo de disposición del suelo en la llanura
circundante al lago Titicaca, donde existen extensas zonas que son periódicamente inundadas a causa de
las variaciones estacionales normales del nivel de las aguas del lago. Consiste básicamente, en crear áreas
de terreno cultivables más elevadas utilizando los suelos vecinos, los que estarán así, siempre con agua,
pudiéndose cultivar la parte elevada, que estará siempre por encima del nivel del agua.
diversos estableciendo colonias permanentes en el valle interandino del Cuzco y de
Moquegua en la vertiente occidental de los Andes, estrategia de desarrollo posteriormente
consolidada y potenciada por los Tiahuanaco.
Pucará, el núcleo urbano principal de esta cultura, estaba constituido por una serie
de elementos constructivos característicos:
a) Una densa área donde se ubicaban pequeñas casas rústicas de planta circular
elaboradas de piedras unidas con mortero de barro. La densidad de estas casas reflejan
una ocupación permanente y compacta.
Kalassaya
El tercer tipo de asentamiento son aquellos cuyos restos materiales reflejan poca
concentración poblacional y ausencia de arquitectura monumental. Se trata de pequeñas
aldeas ubicadas en lugares estratégicos en relación a fuentes de agua, de materia prima y
recursos agrícolas y pastoriles
Las primeras informaciones sobre la cultura Vicús, “descubierta” por los huaqueros,
la proporcionó el investigador peruano Ramiro Matos en 1963. Por los restos encontrados
consistentes en piezas de cerámica, instrumentos musicales (tambores, trompetas), armas
(porras, petos, hachas), se ha podido fecharla entre los años 500 a.C y 800 d.C.
Esta cultura ocupó los territorios del alto Piura (desde Tambo Grande hasta Salitral)
hasta llegar al río Macará y quizá hasta la sierra sur ecuatoriana. Su centro principal lo
encontramos en el Cerro Vicús (50 km. al este de Piura), incluyendo los complejos de
Yecalá, Loma Negra y Tamarindo.
Tomando en cuenta que en Vicús no se encuentra un solo estilo sino una mezcla y
coexistencia en la que hay varios componentes culturales (Moche, Virú), sus asociaciones
y secuencias no están muy claros. Las tipologías alfareras y funerarias que presentamos a
continuación son las más usadas, mas no las definitivas.
Sus entierros fueron subdivididos en 10 tipos por Matos, siendo el más común el
que tiene forma de bota o L, alcanzando algunos hasta 14 metros de profundidad. Son de
forma cilíndrica o cuadrangular. Los cadáveres no aparecen completos, encontrándose
dientes y restos de color marrón, sugiriendo que los muertos fueron cremados.
Cerámica Vicús.
Orfebrería: Venus de Frias
Su máxima deidad fue Atagujo, el creador del mundo, siguiéndole Catequill, el dios
del rayo, representado como un personaje con una honda en cada mano con las que
producía rayos, truenos y relámpagpos, pero también lluvias. Por lo tanto se asocia al
culto del agua. Catequill tuvo adoratorio y oráculo en Porcón. Los cajamarcas hablaron el
culli, lengua de la que se conservan 62 palabras y que se habló también en Huamachuco.
Fueron buenos tejedores, lograron progresos en metalistería y desarrollaron un estilo de
cerámica muy particular y sofisticado.
Los períodos de esta Cultura serían: Torrecitas (500 años antes de Cristo), de
cerámica incisa con grabados y pintura post-cocción, que pertenece a un estilo muy
particular, quizá pre-Chavín, relacionado más bien con Kotosh, aunque con notables
diferencias.; Cajamarca I (200 años antes de Cristo), que evidencia el contexto de una
cerámica muy original, de pasta blanca sobre caolín que representa, sin duda, la más fina
textura de toda América precolombina. Cajamarca II (100 años después de Cristo); y
Cajamarca III (que llegó al año 800 de nuestra era), momento en el que alcanza su
apogeo en la cerámica la decoración cursiva clásica y cursiva floral. Ya por entonces el
valle de Cajamarca se convierte en un centro al que llegan los más variados estilos que se
producían en el Perú (tal vez producto de una invasión tiahuanacoide o una influencia
cultural wari).
Las ventanillas de Otuzco.- Los restos arqueológicos conocidos como "Las Ventanillas
de Otuzco" denominados así por encontrarse en el Centro Poblado del mismo nombre;
pertenece al distrito de Baños del Inca. El lugar dista aproximadamente unos 8 kilómetros
al norte de la ciudad de Cajamarca, teniendo una altitud de 2,850 m.s.n.m, el paisaje
presenta de bosques de eucaliptos que conjugan con el verdor de la zona ganadera. Los
restos arqueológicos muestran haber sido realizados en los promontorios rocosos;
teniendo estas concavidades de formas rectangulares y otras casi cuadradas, permiten
conocer que fueron elaboradas por el procedimiento del tallado de la superficie rocosa de
origen volcánico. Estas concavidades inicialmente fueron diseñadas en hilera
consecutivas y en forma horizontal, teniendo una función premeditada dentro de la
concepción y estructura social de los Cajamarca. Hace algunos años la arqueóloga Vivian
Araujo, en una limpieza del lugar registró en el frontis principal la presencia de un
entierro perteneciente a un niño de aproximadamente 12 años de edad, el cual estaba
colocado en posición fetal sin presentar evidencias metálicas ni cerámicas. Las
observaciones y estudios realizados permiten conocer un poco más de quienes lo
elaboraron y cual fue su función, así tenemos que el lugar fue anteriormente visitado y
descrito por el Dr. Julio C. Tello en 1937, luego Reichlen en 1947 lo registra y
posteriormente el Arq. Rogger Ravines, lo incluye en el inventario de Monumentos
Arqueológicos de Cajamarca. El Arq. Carlos Farfán en 1993 las identifica para el Período
Medio de la Cultura Cajamarca, e igualmente reporta otras muy semejantes como las de
Bambamarca, que superan en cantidad de cámaras mortuorias conservándose aún por el
agreste del terreno. Los diversos reportes de esta zona nos manifiesta que este tipo de
evidencias se presentan profusamente con características singulares sea en dimensiones y
decoración entre ellas tenemos los que el INC Cajamarca registra como: Las ventanillas
de Combayo, de Cerro Concejo, Tolón, Chacapampa, Jangalá, Bellavista, San Marcos. El
estado de preservación actual de estas y otras evidencias muestran desprendimientos de
particulas litícas por efecto de meteorización y por la cual va perdiendo lentamente su
forma inicial.
Ventanillas de Otuzco
Estos recintos mortuorios manifiestan la amplia ocupación de la cultura Cajamarca,
actualmente es admirable observar el paisaje y el contorno rocoso en las cuales fueron
elaboradas. Este así como otros lugares requieren del apoyo del Estado y la cooperación
Internacional para futuros proyectos de investigación y su futura puesta en valor al
turismo.
La Cultura Cajamarca, como ya lo hicimos ver, se extinguió alrededor del año 800
—a raíz de la conquista Wari— para luego rebrotar con personalidad muy distinta en el
Intermedio Tardío al frente del Cuismanco, señor de Cajamarca y Huamachuco.
LA CULTURA SALINAR
Salinar se ubica dentro de una tradición más amplia que los investigadores han
llamado Blanco sobre Rojo, y que corresponde a un tipo de alfarería cocida en ambientes
saturados de oxígeno (lo que da colores rojos y naranjas) y pintada con arcilla crema antes
de introducirla al horno. Los pueblos que utilizaron este tipo de cerámica se asentaron en
las antiguas zonas de Chavín de Huántar, Kunturhuasi y Layzón (Cajamarca).
También hay un factor ambiental -una sequía posiblemente- que habría causado
problemas en la producción agrícola. Esto provocó el traslado de poblaciones dispersas,
su conglomeración en centros y la construcción de fortificaciones destinadas a defender
las pocas tierras cultivables.
Cerro Arena, ubicado al sur del Río Moche, es el sitio conocido más grande de los
Salinar, cubre 2 km² y se compone de cientos de estructuras domésticas diseminadas,
rodeadas de construcciones de función administrativa y religiosa. La arquitectura pasa de
lo monumental a lo doméstico, siendo pocos los centros ceremoniales de gran
envergadura. Se utilizó en su construcción adobes moldeados a mano y piedras unidos
con argamasa de arcilla. Las viviendas fueron generalmente de planta cuadrangular con
muros bajos.
La cerámica Salinar forma parte del ya mencionado estilo Blanco sobre Rojo,
incorporando nuevas formas, como el gollete con figura y asa puente, junto a otras que
provienen de Cupisnique. La pintura crema sobre rojo no deja de lado la presencia de
decoración incisa ni de figuras modeladas que se inician con Cupisnique y que
alcanzarían su máximo esplendor con Moche.
LA CULTURA GALLINAZO O VIRÚ
Descubierta por el estudioso Rafael Larco Hoyle en la década del treinta, la cultura
Gallinazo o Virú es ubicada como una sociedad con elementos urbanos previa a Moche y
posterior a Salinar. Últimas investigaciones afirman que Gallinazo tendió a concentrarse
en las parte medias del valle de Virú, desarrollando sistemas de regadío que le permitió
fortalecerse y expandirse a través de algunos valles, combinando jerarquía e unificación,
poder político centralizado, alcanzando un posible nivel de desarrollo de jefatura o
señorío. Inclusive se ha encontrado que había jerarquía de asentamientos por valle. Otros
prefieren reconocer que de su organización social se sabe muy poco, y que sólo se puede
afirmar que hubo cohesión política sólo dentro de los límites de un valle y cierta
organización social, pero, como se ve en las costumbres funerarias, no hubo grandes
diferenciaciones
Bennett ha dividido a Gallinazo en tres fases, siendo las fases Temprana y Media en
las que se ubicaron en las partes bajas de los valles; mientras la fase Gallinazo Tardío es
en la que, bajo influencia Moche y Recuay, se asentaron en las partes más altas, lo cual
implica nuevos conceptos de irrigación y de defensa con la utilización de fortificaciones.
Esta cultura presenta sus asentamientos más grandes en la margen norte del río
Virú, donde encontramos por lo menos 5 edificios piramidales sobre unos 2 Km. de
longitud. Su estilo urbanístico es irregular y aglutinado, con pequeños recintos y edificios
semiaislados que tal vez pertenecieron a personas de alto rango. Sobre el tipo de
viviendas, tenían una plataforma y una pared, con dos postes en el frente para sostener un
techo, organizadas bajo un patrón irregular alrededor de patios o plazas. Su trazo es
ortogonal de diseño tipo panal con acceso de corredores.
Líneas de Nazca
Los nazcas desarrollaron una impresionante tecnología hidráulica, cuyos restos aún
se conservan. La construcción de canales de regadío, de pozos y drenajes, y de re-
servorios, dio como resultado el que las cosechas fueran abundantes y seguras con el
consiguiente aumento de la población. Es un hecho arqueológicamente comprobable que
durante la vigencia histórica de esta cultura, las aldeas se convierten en ciudades, que, por
ser el centro del poder, retuvieron la mayor parte de la riqueza. Los trabajos hidráulicos
de los nazcas evidencian también una preocupación por indagar la marcha y los cambios
del tiempo. Entre Palpa y Nazca nos han dejado un enjambre de líneas y dibujos
gigantescos, que, en la opinión de muchos estudiosos entre los que destaca la germana
María Reiche, serían el calendario astronómico más grande del mundo.
Sin hipérbole de ninguna clase podemos afirmar que los nazcas fueron los mejores
pintores ceramistas del continente. Sobre la pulida superficie de sus huacos, dejaron el
testimonio de su mitología —incomprensible aun para nosotros— y de su habilidad
incomparable en el trazo del dibujo y en el tratamiento del color. Pueden distinguirse dos
épocas distintas en la evolución de la cerámica nazquense. En la primera, el tema es
expuesto a la manera naturalista, sin elementos que lo desfiguren. En el artista hay una
ostensible vocación pictórica por describir la realidad tal como ella es, y los frutos,
plantas, peces y animales aparecen tal como ellos son en la realidad. En la segunda época,
hay una marcada tendencia por dar al tema un contenido simbólico de evidente filiación
mágico-religiosa. El ceramista pinta monstruos que nos acercan a un mundo demoníaco y
cruel, que no podemos entender. Para terminar, añadamos que utilizaron hasta once
colores distintos; sorprende, sin embargo, la ausencia del verde y el azul.
Ceramio Nazca
LA CULTURA MOCHE O MOCHICA
En la costa norte de nuestro país, en los hermosos y fértiles valles ubicados entre los
ríos Jequetepeque y Nepeña, en los primeros años de la era cristiana, se desarrolló una de
las más asombrosas culturas del Perú y el mundo: la mochica, llamada así por haber sido
Moche su principal centro ceremonial religioso. En 1899, Max Uhle inició el estudio
sistematizado de sus restos, comenzando por establecer su verdadera secuencia
cronológica, anterior a Tiahuanaco. La llamó Proto-Chimú por estimar que lo mochica era
sólo el antecedente de lo chimú. Posteriormente, los trabajos de Rafael Larco Hoyle han
contribuido notoriamente a desentrañar los estilos, las secuencias y las relaciones
existentes entre Moche y otras culturas conexas como Cupisnique, Gallinazo, Salinar y
Chimú.
Ceramio pictórico moche con iconografía que representa una importante escena de ofrecimiento de la
sangre de los prisioneros al Señor de los moche.
Huacas del Sol y de la Luna. La Huaca del Sol es una gran pirámide de 228 por 136 m de base y
41 m de altura, compuesta de cinco grandes terrazas a las que se accedía mediante una rampa de 90 m de
longitud. Cerca de ella se instala la Huaca de la Luna, una gran plataforma aterrazada y acondicionada
con espaciosas habitaciones y patios. Son los palacios y los templos de los señores Moche, cuyas paredes
sostuvieron murales pintados con escenas diversas de seres antropomorfos, divinidades, cacerías,
danzantes, armados y en guerra, entre otras escenas denominadas complejas.
Mural policromado descubierto en la década de 1990 en la Huaca de la Luna por Santiago Uceda y
Ricardo Morales (Proyecto Huacas de Moche), que representa a Aia Paec, una de las divinidades más
activas del panteón moche. Los motivos están modelados en barro y policromados con colores rojo,
amarillo y negro.
2
Estos "caballitos de totora" serían el más lejano antecedente de las balsas del Lago Titicaca, adonde
habrían sido transculturadas por orden del Inca Pachacútec.
utilizaron cincuenta millones de adobes. Otro templo igualmente notable es el de
Pañamarca.
La diligente actividad de los artistas mochicas nos permite conocer su concepto del
universo y de la vida con una aproximación en verdad asombrosa. Sus ceramios son una
fuente de documentación etnográfica tan importante, que el arqueólogo Hans Horkheimer
no vacila en llamarlos un “diccionario ilustrado”. Añadamos que nada hay que no haya
sido representado en sus ceramios con un verismo evocador y sugerente. Sus mitos, reyes,
costumbres, guerras, fiestas religiosas o populares, creencias, conocimientos,
enfermedades, todo, absolutamente todo, ha merecido la atención de estos cultores
precolombinos del realismo. Incluso cuando desbordando los limites de lo tangible, ingre-
san al mundo de lo maravilloso, lo hacen respetando los cánones del más puro realismo.
La "danza de esqueletos", la "rebelión de los artefactos" y "el amor entre carcanchas" no
nos parecen absurdos ni incongruentes; son, por el contrario, representaciones de un
mundo en el que lo visible y lo invisible son imaginados como partes confluentes de una
misma realidad. Terminemos diciendo que los ceramios mochicas son pictóricos o
escultóricos, y que por lo general están pintados en crema marfil y rojo indio. Entre los
escultóricos son notables sus Huaco-retratos, en los que el artista ha sabido plasmar las
motivaciones psíquicas de sus personajes.
El hallazgo de las Tumbas Reales de Sipán en 1987 por un grupo de arqueólogos entre los
cuales destacan Walter Alva, Susana Meneses y Luis Chero, es quizá uno de los más
importantes que se han realizado en la historia de la arqueología peruana. La cantidad de
información recabada de su contexto intacto, así como la impactante fastuosidad de sus ofrendas
hacen del Señor de Sipán uno de los descubrimientos más valiosos e interesantes para cualquier
interesado en el pasado prehispánico.
Tumbas de Sipán
La historia del hallazgo del Señor de Sipán se inicia hacia 1987, cuando se hizo notorio
que diversos objetos prehispánicos de oro provenientes de las tumbas de Huaca Rajada se
comercializaban clandestinamente en Chiclayo. En marzo de ese año, la policía irrumpió en el
lugar interceptando a los huaqueros y logró recuperar algunos objetos áureos. Otros habían sido
enviados a Lima para su venta clandestina. Un buen número de objetos fueron adquiridos por
coleccionistas de Lima y el extranjero, como se comprobó por una importante remesa incautada
en un aeropuerto canadiense. Los primeros análisis indicaban sin lugar a dudas que habían sido
extraídos del sepulcro de un importante dignatario mochica.
A pocos días, en abril de 1987, Walter Alva y Susana Alva emprendieron excavaciones
ampliatorias en la tumba profanada y encontraron objetos que los buscadores clandestinos de
tesoros arqueológicos no habían logrado retirar por falta de tiempo o de pericia. Uno de estos
objetos era un bastón de cobre con una edificación Mochica en miniatura coronando el extremo
superior.
Al ampliar las excavaciones hacia lugares adyacentes y contando con la valiosa participa-
ción de Luis Chero, Walter Alva logró identificar todo un almacén de ofrendas regias con
centenares de piezas de cerámica escultórica antropomorfa de alto valor simbólico y artístico
acompañando la tumba de un difunto de alto rango.
Fue luego de hallar los restos de un individuo momificado que tenía amputados los pies
—sindicado como «guardián» de la tumba—, que W. Alva y Chero tropezaron con los tabiques
y vigas de algarrobo del techo del sepulcro. Luego, identificaron la «tapa carbonizada de un
sarcófago de madera», es decir el ataúd en el que reposaban los restos óseos del conspicuo
personaje de Sipán, y las joyas áureas y el ajuar emblemáticos con los que había sido sepultado.
El Señor de Sipán tenía 1,65 m de estatura y habría fallecido entre los 30 o 40 años, de
acuerdo a lo calculado por el antropólogo físico John Verano. A juzgar por el tipo de decoración
impreso en las joyas, emblemáticas, y por las ofrendas de cerámica, no había duda que su vida
habría transcurrido en tiempos de la cultura Mochica, allá por el siglo III ó IV de la era cristiana.
Por la distribución de los elementos óseos se constató que el ilustre personaje había sido
sepultado a la manera Moche, en posición extendida. Sus restos yacían en un cajón de madera
pintado todo de rojo. Este féretro regio estaba enmarcado por otras cuatro cajas mortuorias
sencillas, elaboradas con cañas. A ambos costados del personaje, siempre de acuerdo a los
informes de Walter Alva, fueron halladas las osamentas de dos varones, mientras que a sus pies
y en la cabecera, yacían dos mujeres jóvenes. Uno de los acompañantes, había sido sepultado
con un perro. Por debajo de ambos, fueron desenterrados los restos de sendas llamas
sacrificadas. Los cuatro acompañantes del ilustre difunto habían sido sepultados de tal forma
que estén próximas las cabezas de los dos varones y las dos mujeres.
La cámara mortuoria en la que estaba colocado el ataúd principal y yacían los restos de
los cuatro acompañantes, estaba constituida por muros de adobe; iba techada con maderos.
Hornacinas laterales servían para almacenar las ofrendas consistentes en objetos de cerámica.
La caja mortuoria que guardaba los restos y reliquias del Señor de Sipán, se distinguía de
los cuatro ataúdes restantes por su carácter monumental y por estar hecho no de cañas sino con
tablones de madera. Por añadidura, el atavío y suntuosidad de este personaje era de mayor valor
y magnitud que el de los otros sepulcros.
El ajuar funerario del Señor de Sipán era deslumbrante. Sus vestimentas estaban reca-
madas con pequeñas láminas de oro circulares y cuadradas, símbolos del agua, y en otros casos
con labores de chaquira, de especial valor mágico por su origen marino. Pero los objetos de
mayor relevancia eran las joyas de oro, de plata, de cobre y de cobre dorado que portaba el
ilustre difunto, de altísimo valor simbólico por tratarse de auténticos emblemas elaborados
artísticamente. Rodeaban el cadáver conchas marinas bivalbas del género Spondylus,
representativas del culto al agua.
Huaca Rajada. Alberga aún futuros hallazgos análogos al del Señor de Sipán, puesto que formaba parte
de un sector escogido especialmente para sepultar jerarcas.
Como parte sui generis de la indumentaria fúnebre, debe considerarse que un conjunto de
objetos, todos de oro, cubrían la cara del difunto: mentonera, mascarilla nasal, réplicas de ojos
que los recubrían y varias narigueras.
El personaje portaba collares y una corona metálica completada con adorno plumario;
también otros objetos simbólicos, tales como un objeto en forma de pirámide con decoración
labrada y en cuyos lados aparecía repujada una escena de sacrificios humanos. Su cuerpo
reposaba sobre una joya de grandes proporciones, al parecer un enorme tocado en forma de
media luna. En ambos ambientes de la tumba estaban emplazados otros objetos, como vinchas o
coronas y grandes réplicas de maní. Adicionalmente conchas bivalvas de Spondylus estaban
distribuidas a los pies del personaje y los dos ambientes de la cámara mortuoria.
Pero las joyas más fastuosas eran las orejeras del Señor de Sipán. Tres pares
acompañaban al difunto, todas de oro con incrustaciones de lapislázuli y motivos iconográficos
diferentes. En el primer par de orejeras aparece emplazado un personaje con elementos ana-
tómicos movibles. Walter Alva sugiere que la figura humana representada podría retratar al
difunto en vida. Esta flanqueado por dos sujetos de menor tamaño. El segundo par muestra la
figura de un ave marina; y en el tercer par destaca la figura de un venado.
Hay una notable cantidad de objetos asociados, trabajados en metal precioso, de una
asombrosa riqueza iconográfica. Reparemos en el que presenta una figura de expresión
aterradora, que consideramos podría ser una versión sui generis de Ai-apaec. Es calificada como
«deidad felínica», pero es claramente el retrato de un ser antropomorfo dotado de atributos de
ave como lo son los ojos alados. Sobre su cabeza se extiende el arco iris, en forma de serpiente
bicéfala ornada con el símbolo cresta de ola, como puede apreciarse en fotografías publicadas
por Walter Alva (1994).
Entre los objetos extraídos por los huaqueros y que pudieron ser rescatados figuran tam-
bién algunas piezas singulares. Por ejemplo representaciones de rostros de felino perfectamente
circulares y convexos, martillados en láminas de oro; los ojos muestran una oquedad, debido a
que originalmente presentaban un objeto que lo cubría; la boca por su parte, presenta los labios
replegados que exteriorizan una dentadura de felino. Estos rostros parecen personificar la luna
llena, simbolizada por la faz de un felino hembra.
Demás está insistir en que más allá de su condición artística todos los objetos asociados al
Señor de Sipán encierran un valor simbólico. Las conchas marinas del género Spondylus por
ejemplo, aluden a la fecundidad de la tierra por la acción del agua, elemento del que provienen;
las cápsulas de maní de oro podrían ser interpretadas como emblemas alusivos a la fertilidad si
se toma en cuenta que su forma recuerda crestas de ola enganchadas y las oquedades que los
salpican gotas de agua; los brazos extendidos en alto, por cuanto simbolizan alas que cobijan al
individuo retratado en el centro de este emblema, también con los brazos levantados; las
simbólicas hachas o «protectores coxales», que deben apreciarse como emblemáticas colas
ornitomorfas, complementarias de la efigie de Ai-apaec con alas y cola partida que algunos
estudiosos consideran representaría a un individuo-araña; las viseras o protuberancias
exageradas de las cejas que parecen evocar emblemáticamente la ceja de un búho; y las órbitas
de los ojos pronunciadas exageradamente en alusión a tos ojos circulares de las aves.
En 1988 Walter Alva amplió sus excavaciones en Sipán hacia el sureste de la plataforma
funeraria principal e identificó apenas distante 15 metros del Señor de Sipán lo que dio en
llamar la «Segunda Tumba». Los primeros indicios aparecían en julio de ese año: un guardián
con los pies amputados —signo de permanencia perpetua al lado de su señor— resguardando el
sueño eterno de un personaje de jerarquía, ataviado ricamente y rodeado de su séquito.
Ampliando sus excavaciones por el sector sur de Sipán, Walter Alva halló ofrendas de
cerámica, que resultaron ser los primeros indicios de una tercera tumba regia. Albergaba los
restos de lo que llamó El Viejo Señor de Sipán, cuya vida habría transcurrido unos doscientos
años antes que la del otro Señor de Sipán, esto es, en los albores de Moche. El Viejo Señor de
Sipán había sido sepultado sin acompañantes. Su tumba carecía de cámara funeraria y los restos
del jerarca sólo aparecían colocados en una mortaja de fibra vegetal. Sin embargo, como anota
su descubridor, « la cantidad y variedad de ornamentos, tocados y elementos iconográficos son
tan complejos y suntuosos como los del otro personaje ».
Si tomamos como cierta esta teoría, la cultura Recuay habría existido entre el año 0
y el 600 d.C., y su extensión geográfica sería hacia el norte hasta la provincia de Pallasca,
al oeste hasta la zona de Aija pasando por el Callejón de Huaylas, hacia el este puede
haber llegado hasta la zona del Marañón. Es muy posible que hayan podido convivir con
población bajo dominio mochica en las partes altas del valle de Moche, Chao, Virú y
Santa.
Las tumbas de Recuay son consideradas las más elaboradas de los Andes. Están
compuestas por galerías subterráneas de entre 7 y 20 metros de largo, con entradas en
forma de pozo. También se realizaron entierros directos en el suelo y en bloques
monolíticos.
Finalmente, los Recuay tienen un trabajo lítico muy importante. Han trabajado la
piedra en alto y bajo relieve representando escenas o cabezas clavas. Las principales
representaciones son de felinos, serpientes, cabezas trofeos, cabezas humanas, o caras.
Curiosamente en sus esculturas de hombres siempre los vemos sentados y llevando una
maza, un escudo o cabeza trofeo. Las mujeres siempre con trenzas largas y con capucha o
manto. La función de esta escultura aun no ha sido esclarecida.
LA CULTURA LIMA
La cultura Lima (100 - 600 d.C.) se extendió a través de los valles de Chancay y
Lurín, siendo coetánea de Moche, Nazca, Recuay y Huarpa. Se conoce a esta cultura por
su estilo cerámico y sus construcciones monumentales. Los sitios principales de esta
cultura los encontramos en Ancón —lugar intensamente poblado donde la población se
dedicó a la pesca y al cultivo al margen del sur del río Chillón—, Ventanilla (Playa
Grande o Santa Rosa) y el bajo Chillón.
Cerro Culebra, uno de los centros más conocidos del Chillón, está ubicado en la
margen norte del río Chillón, a 3 km del mar. Cuenta con un edificio de forma trapezoidal
y una zona doméstica en sus alrededores construidas con quincha (cañas y barro) y cantos
rodados. Este sitio destaca por sus pinturas murales de peces entrelazados. Las últimas
investigaciones han encontrado tres superposiciones en el edificio, el cual se trataría de un
palacio.
Huaca Pucllana
Huaca Pucllana .- Alrededor del año 500 d.C. la zona de Miraflores era dominada
por un imponente Centro Ceremonial Administrativo que hoy conocemos como Huaca
Pucllana. Este sitio abarcaba una extensión mayor a las 15 hectáreas, llegando
posiblemente, muy cerca de la Bajada Balta, en donde en 1925 Alfred Kroeber,
antropólogo norteamericano, encontrara un cementerio de la época, que se relacionaría
con los constructores del asentamiento.
Patterson en 1964 dividió la cerámica Lima en nueves estilos, los siete primeros
corresponden al estilo interlocking y las dos últimas al Maranga. La fase Lima 1 se
caracterizó por producir cántaros grandes y platos, con decoración en blanco y negro o
bruñida. La fase Lima 2 se encuentran ollas con cuello recto y platos, y a las primeras se
les aplica un engobe blanco o rojo sobre la superficie. En la fase Lima 3 predominan los
vasos de lados rectos, cántaros grandes, platos, etc. En la fase Lima 4 aparece un nuevo
tipo de olla con borde plano, con decoración pintada. Para la fase Lima 5 se presentan
principalmente los platos de lados curvos, ollas con borde plano y cántaros mamiformes,
y el motivo recurrente es la serpiente entrelazada (interlocking). En la fase Lima 6
predominan cántaros grandes.
La fase Lima 7 tiene ollas con cuello curvo y cántaros con cuello expandido, entre
otros, con decoración de triángulos y serpientes entrelazadas pintadas. En la fase Lima 8
se repiten formas anteriores, con decoración de triángulos, bandas anchas de colores y
líneas blancas delgadas pintadas. La fase Lima 9 repite formas anteriores y se encuentra la
culebra entrelazada en la decoración.
Los entierros de la cultura Lima son a la vez singulares y suntuosos. Los primeros
por la curiosa posición del sujeto dentro de la tumba. Éstos eran envueltos en telas,
amarrados en camillas hechas con troncos o cañas. Finalmente, el sujeto era enterrado
boca abajo (para la etapa interlocking) con la camilla sobre la espalda, como ocurrió en
Maranga, Playa Grande y otros sitios; o arriba (para la época Maranga).
Los segundos entierros fueron encontrados en Playa Grande en 1952. Los cuerpos
tenían collares de piedras semipreciosas, loros de colorido plumaje y cerámica fina.
Luego, en 1993 en Cerro Culebra fueron encontrados contextos funerarios con mazorcas
de maíz morado, collares de spondylus y atados de caña.
3
Hoy, todo hace pensar que el colapso de Tiahuanaco se consumó hacia el año 1000 de nuestra era,
motivado por un cambio radical del clima, una disminución en las precipitaciones anuales que debió
comenzar alrededor del año 700 y terminar aproximadamente tres siglos más tarde. También se
produjeron modificaciones importantes en los niveles del lago Titicaca. Este cambio hizo perder la
eficiencia a los campos elevados (camellones) y no permitió el mantenimiento de la economía que había
llevado al florecimiento de esta cultura.
área andina: el culto de Viracocha, un dios superior a todos los otros dioses por ser el
creador del Universo, concepto que por esos años comenzó a desarrollarse en el área
andina y que habría de influir en el arte lítico, la arquitectura y la cerámica.
Vista general del Templete o templo semisubterráneo de Tiahuanaco, al este de Kalasasaya. Se pueden
ver al fondo los tres monolitos esculpidos hincados, entre ellos el célebre monolito Bennett.
Escasas son las muestras que conocemos de su arte textil. El tiempo y los
depredadores han contribuido a ello. Fueron en cambio excelentes metalúrgicos. Es
mérito de esta cultura haber descubierto el bronce. También son notables los trabajos de
sus alfareros que modelando cuidadosamente la arcilla dieron forma a sus famosos vasos
ceremoniales o keros. Los dibujos que decoran los vasos, son, por lo general, rostros
humanos rectangulares con ojos redondos que, por las lágrimas que derraman, recuerdan
al dios antropomorfo de la Portada del Sol.
Imagen que se ve en la Portada del Sol de Tiahuanaco y que representa a una deidad conocida como el
“Dios de las varas” o el “Dios de los báculos” y cuyos antecedentes se pueden remontar a la estela
Raimondi de Chavín, pasando por otras representaciones de la cultura Pucara y Conchopata. Debió ser la
deidad principal de una religión estatal que se difundió desde el Altiplano hacia la ceja de selva boliviana,
el Perú y Chile. Se lo identifica comúnmente con el dios que los incas llamaban Viracocha.
A comienzos del siglo quinto de nuestra era, el señorío de los Huarpas, enclavado
en las abruptas tierras ayacuchanas, iba a cumplir un papel relevante y significativo en el
proceso de integración y unificación de las culturas andinas. Hasta ese entonces, solo el
estado teocrático de Chavin había identificado religiosamente a las sociedades andinas,
pero cuando este proceso de integración se resquebrajó por contingencias que aún no
estamos en condiciones de esclarecer, en todo el antiguo territorio chavín empezaron a
constituirse estados regionales autónomos, como Nazca, Moche, Recuay, Lima, Pucara,
Cajamarca, Tiahuanaco, y otros, que, centurias más tarde, van a desarrollar fuerzas
sociales y económicas antagónicas. Es en estas circunstancias que surge el señorío
independiente de los Huarpas, construido trabajosamente alrededor de Ñahuinpuquio, su
ciudad principal, y situado en una zona fronteriza en la que chocaban los intereses de los
Nazcas y los Tiahuanacos.
Wari fue una sociedad de clases dirigida por la nobleza guerrera aliada a una casta
sacerdotal imbuida de fe religiosa. El aumento de la población y la necesidad de nuevas
tierras de cultivo, debieron ser las razones que impulsaron a los ejércitos wari para que, a
mediados del siglo noveno, expandieran violentamente sus fronteras hasta Lambayeque y
Cajamarca por el norte y Camaná y Sicuani por el sur, conformando un poderoso estado
imperial en el que la ciudad de Wari va a ser el centro hegemónico al que le deben tributo
todos los estados regionales incluidos dentro de su área
EL IMPERIO TIAHUANACO-WARI
No hay duda de que sus estados actuaron con sabiduría. No arriesgaban ningún
dominio territorial. Sus países estaban íntegros y sus naciones se enriquecerían por el
intercambio cultural; y se tornaban más poderosos para ampliar su hegemonía hacia otras
partes que, en peores situaciones que las suyas, eran víctimas de las inclemencias del
clima y estaban a la espera de sus famosos salvadores. Por lo tanto, la pacífica expansión
estaba asegurada.
El nacimiento de un poderoso reino bipolar.- La unificación dio lugar al imperio
Tiahuanaco-Wari, de Estado bipolar, con gobierno compartido entre los reyes de la
Meseta del Collao y de las Pampas de la Quinua.
Estaba librado a los ingresos en productos que cada Estado podía captar, de acuerdo
con lo que ofrecía, comercializaba y recogía por medio de la tributación de bienes. Todo
lo demás era cuestión de la idiosincrasia de cada pueblo, de cada cultura.
A esas ciudades iban los funcionarios de los reyes a ponerse en contacto con los
administradores locales (curacas y sacerdotes) para entregarles las disposiciones estatales
y recoger los tributos en bienes para los señores de Wari y Tiahuanaco.
Complejo wari de Wilcawaín, ubicado en el Callejón de Huaylas, muy cerca de Huaraz.
También estaba bien claro que en las disposiciones para gobiernos regionales y
locales se instruía a éstos a velar por la seguridad, las buenas costumbres, la justicia y el
bienestar sus poblados.
Esta materia prima habría servido de foco de atención para una artesanía textil de
primera calidad. Los tapices que ofrecía esa cultura tenían representaciones de dioses,
cabezas humanas, cóndores, pumas, etc.
El intercambio de éstos y otros productos con los alimentos que venían de otros
sitios fue el sostén de los habitantes de la ciudad de Wari. Los excedentes eran
trasladados de inmediato hacia Tiahuanaco por los administradores y portadores, para
sostén de su clase gobernante (la nobleza tiahuanaquense).
Vasija wari con figura de personaje principal portando un báculo en cada mano.
Los vencedores destruyen la gran ciudad de Wari.- Wari, por otra parte, no pudo
enfrentar con éxito a sus enemigos porque su autonomía regional no le había permitido
enlazar con facilidad la pronta ayuda militar de la otra administración imperial. En esos
momentos, uno y otro se manejaron solos, y fue Wari quien pagó las peores
consecuencias, ya que sería totalmente ocupada y salvajemente devastada.
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Vasija gigante con la representación del mismo dios de los
báculos o las varas que aparece en la Portada del Sol de
Tiahuanaco.
LA CULTURA LAMBAYEQUE
Los Lambayeque se desarrollaron entre el 700 d.C. y 1350 d.C. en la costa norte,
teniendo como centro primero la zona de Batán Grande (900 - 1000 d.C.) y luego 10
kilómetros hacia el suroeste, hasta Túcume (1100 - 1350 d.C.) y sus límites por el norte
hasta Piura y por el sur al valle de Chicama. Sus orígenes se remontan al fin de la cultura
Moche, pasando por las influencias de los Wari y de los Cajamarca, de tal manera que se
originó un nuevo estilo cerámico e iconográfico.
En vista que el principal centro de la cultura Lambayeque fue Batán Grande, y zona
antiguamente conocida como SICÁN, SIGNÁN o SHINÁN en el extinto idioma moche,
se ha propuesto rebautizar como SICÁN a esta cultura.
Los artefactos de la tumba exhumada por Shimada en la Huaca del Loro suman
cerca de un centenar. Están constituidos por objetos ceremoniales trabajados mediante
láminas de oro, por piezas de bronce y por adornos de chaquira; también por conchas de
alto valor simbólico y destinadas al culto. Las reliquias extraídas de esta tumba pesaban
más de una tonelada, en total 1,200 kilos. Tres cuartas partes de este tesoro correspondían
a objetos elaborados en oro, plata y bronce: coronas, sonajas, tocados, etc. También se
encontró cerámica, negra o clara, pintada de anaranjado o crema; algunas piezas parecen
tener acabado metálico.
La pieza aúrea más suntuosa estaba conformada por un conjunto integrado por una
máscara y una enorme tiara pertenecientes al ilustre difunto. La máscara retrata un rostro
humano saturado de atributos ornitomorfos, a los que se suman orejas de prosapia
felinomórfica. La tiara o vincha monumental la conforma la cabeza de un felino, más un
enorme atuendo plumario elaborado con metal.
Al desintegrarse el estado wari, en los mismos valles en que vivieran los mochicas,
empezó a forjarse la cultura chimú. Como sabemos, una cultura resume todos los
esfuerzos creativos, tecnológicos e intelectuales, explícitos o implícitos, de los pueblos
que la crean. En el caso de la cultura chimú, ésta se forjó con los antecedentes culturales
heredados de Cupisnique, Salinar, Chavín, Vícus, Mochica y Wari-tiahuanaco. Sus
comienzos se sitúan en el siglo doce de nuestra era, cuando un personaje mitológico lla-
mado Tacaynamo, llegado por los caminos del mar en "balsa de palos", fundó el Reino
del Gran Chimú. Inicios legendarios y brumosos sobre los que se asienta uno de los
imperios más importantes de la América pre-colombina, y que, merced al valor militar y
sagacidad política de sus once mandatarios, extendió sus fronteras desde Tumbes por el
norte hasta Paramonga por el sur, ocupando toda la costa norte del Perú. Su último
soberano fue Minchancaman, quien, después de defender heroicamente cada uno de sus
valles, terminó rindiéndose ante el empuje victorioso del Inca Pachacútec, quien en 1460
aproximadamente lo sometió a la dominación del Imperio de los Incas.
Por los años en que Tacaynamo edificaba su señorío, mas al norte, en los valles que
riegan los ríos La Leche, Lambayeque, Etén y Saña, un personaje igualmente legendario y
mítico llamado Naimlap, fundaba la ciudad de Llampallec en homenaje al dios de ese
nombre, instituyéndola en capital de su reino y sede de una corte nobiliaria y suntuosa. A
su muerte, la nobleza lo enterró en su propio palacio y, comprometida bajo una conjura de
engaño, propaló el mito de la inmortalidad de Naimlap que hastiado de la vida terrena se
había elevado alas inmensidades del cielo. Convertido en un dios, Naimlap sería
recordado siempre con alas. Doce reyes lo sucedieron en el mando de Llampallec. El
último fue Fempellec, hombre débil y sensual que, seducido por una mujer diabólica,
descuidó de tal modo la prosperidad y grandeza del reino, que terminó siendo sojuzgado
por el Gran Chimú, sus poderosos vecinos del Sur. Al cerrar este párrafo, nos parece justo
remarcar la importancia de la cultura Lambayeque, no siempre divulgada, y a la que los
chimú deben buena parte de su tecnología productiva y de su riqueza simbólica.
El Gran Chimú fue una confederación integrada por numerosos señoríos mas o
menos autónomos, que se extendían por todos los valles y quebradas que conformaban el
reino. Cada uno de estos señoríos estaba dirigido por un reyezuelo llamado Alaec que
dependía directamente del Chimo-Cápac que residía en Chan-Chan, y al que pagaban un
cuantioso tributo anual. En el punto mas alto de la estructura social estaban pues el
Chimo-Cápaq y los reyezuelos subalternos (los Alaec) que controlaban el poder político,
económico y social de todo el país. Dependiendo de ellos, y en un segundo lugar, estaban
la nobleza guerrera, verdadero sustento del poder, y la influyente casta sacerdotal, que
además era la depositaria del saber. En el tercer lugar se ubicaban los hombres libres de
los centros urbanos, dedicados por lo general al ejercicio de las artesanías y del comercio,
y que eran llamados Pixllca. En una cuarta posición estaban los campesinos, agrupados
bajo la conducción de un Paraeng. También integraban esta posición los pescadores y los
soldados. En el último sitio de la escala social, sufriendo el peso de una estructura
arbitraria y despótica, estaban los Yana, nombre con el que conocían a los esclavos.
Chanchán
La capital del Imperio Chimú fue la extraordinaria ciudad de Chanchán, que por los
restos que se conservan debemos considerarla como la ciudad pre-hispánica mas grande
de América. En los momentos de su mayor esplendor, a comienzos del siglo XV,
albergaba a mas de cien mil habitantes, se extendía por 18 kms. cuadrados y estaba di-
vidida en diez barrios separados por murallones de mas de seis metros de altura. Por citar
uno, digamos que el conjunto Tschudi tiene un área de 480 metros por 455 metros y que
está circundado por un muro de nueve metros de alto. A pesar de los daños ocasionados,
aún hoy es posible apreciar en todo Chanchán la magnificencia de sus calles, paseos,
plazas, jardines, templos, palacios, reservorios, cárceles y cementerios. Muchos de sus
muros están cubiertos con hermosos frisos en los que el trazado, geométrico de las líneas
forma un conjunto armonioso con altorrelieves de zorros, aves y peces.
Entre todas las culturas antiguas del Perú, los chimú fueron quienes alcanzaron un
mas alto nivel en el delicado y hermoso arte de la Plumaria. Ya el cronista Miguel Cabe-
llo Valboa contaba en 1586, en su "Miscelánea Antártica" que él mítico Naimlap había
recompensado a Llapchiluli con el señorío de Jayanca, sólo por ser un creador inimitable
en el hermoso arte de la Plumaria, tan estrechamente ligado al boato de las cortes
nobiliarias prehispánicas. Entre las muchas cosas que sorprendieron a los españoles
cuando tomaron la ciudad del Cuzco, fue encontrar depósitos colmados con plumas
multicolores. No debió ser de otro modo, ya que no sólo la nobleza requería de ellas; en
mayor o menor proporción todos los habitantes del Perú antiguo hicieron uso de las
plumas como parte imprescindible del vestuario. Los tocados, las pecheras e incluso los
vestidos eran engalanados con hermosas plumas multicolores provenientes
principalmente de nuestras salvas amazónicas. Las plumas, además, tenían un valor ritual
que no podemos dejar de mencionar. En toda ceremonia religiosa, las mas hermosas y
difíciles de conseguir eran ofrendadas a los dioses, arrojándolas al fuego.
Las plumas, el oro y las piedras preciosas utilizadas tan profusamente por los
artesanos chimú, no se encuentran dentro de los límites de su territorio y es necesario ir a
buscarlas a regiones tan distantes como las orillas del Río Marañón. Sirva esta acotación
para recalcar cómo el comercio era una actividad ejercida sistemáticamente y desde
antaño por las viejas culturas peruanas.
Sin llegar a las alturas de sus antecesores mochicas, los chimú fueron excelentes
alfareros que representaron frutos, animales y seres humanos en sus ceramios de color
preferentemente negro. También utilizaron el rojo. Según Rafael Larco Hoyle es
precisamente la cerámica la que demuestra "cómo nace la cultura chimú, Se trata de la
fusión de los elementos de las culturas mochica, wari y lambayeque." Igual opinión
sustentaron antes y después arqueólogos como Uhle, Kroeber, Bennett y Kauffmann.
LA FORTALEZA DE PARAMONGA
Sitio arqueológico, 190 km. al N de Lima, y sólo a 3 de Pativilca. Posición
dominante tiene allí una mole escalonada, a la cual se vinculan 8 edificios similares
mediante una extensa muralla de unos 60 km. de longitud. Miguel de Estete, el primer
español que lo visitó, pudo ver en todo su esplendor "una casa fuerte, con cinco cercas o
adarves ciegos, y pintada de muchas labores por de dentro y por de fuera, con sus
portadas muy bien labradas, con dos tigres a la puerta principal". Cieza de León vio que
sus "moradas y aposentos eran muy galanos, y tienen por las paredes pintados muchos
animales fieros y pájaros". Se creyó que hasta allí se había extendido el límite del Gran
Chimú y que esa construcción amurallada debía contener las incursiones de los chinchas;
pero también se afirma que la hizo construir Túpac Inca Yupanqui, después de haber
incorporado al imperio los pueblos del norte.
También Federico Kauffmann Doig considera que Paramonga fue un lugar de culto,
pero agrega que éste estuvo dirigido a la Mamacocha4, y observa que la configuración del
monumento, como es el caso de otros testimonios arquitectónicos del Perú antiguo, tuvo
carácter iconográfico y que en el caso específico de Paramonga, su arquitectura era la
figura de una llama mítica en actitud de clamar a la Mamacocha por agua. La técnica
aplicada a su construcción, con la característica portada de doble jamba, la pintura de las
paredes con los típicos rojos y ocres de la época imperial, y aun la misma ubicación del
edificio, parecen demostrar que sus constructores fueron los incas. (Enciclopedia
Ilustrada del Perú, Alberto Tauro del Pino, Pag. 1947-48).
4
Mamacocha: la madre mar.
Paramonga. Dibujo de una vista aérea del complejo.
PACATNAMU
Antigua ciudad del reino Chimú, situada en la margen derecha del río Jequetepeque,
provincia de Pacasmayo, departamento de La Libertad. Floreció entre los siglos II y XIV,
y entre sus ruinas destacan numerosas pirámides truncadas, de base rectangular, en cuyo
lado norte se halla una escalinata. La mayor se eleva a 20 metros de alto, y en su base
mide cada lado 60 metros de longitud. Cieza de León lo visitó en 1548 y anota que “todo
está ya derribado”; sus calles y sus construcciones se fueron deformando por la constante
invasión de las arenas eólicas.
LA CULTURA CHINCHA
Inclusive se cree que la expansión del quechua en los Andes provino de estos
5
Mita: sistema de trabajo por turnos.
mercaderes, pues investigadores han comprobado que fue desde Ecuador que este idioma
se dispersó por los Andes por medio de los Incas.
Cerámica Chincha.
Las piezas de cerámica están muy bien elaboradas, generalmente en arcilla roja,
dura y pulimentada, decoradas con motivos geométricos inspirados en el arte textil, así
como figuras antropomorfas, pájaros y peces estilizados. Los colores empleados son el
negro, blanco, gris, crema o diversas tonalidades de rojo. Esta cerámica denota cierta
influencia wari pero al mismo tiempo expresa originalidad como lo demuestran las jarras
de cuerpo globular y cuello largo unidos por una asa intermedia; los recipientes a modo
de toneles, dispuestos horizontalmente, con una pequeña vertedera entre dos asas, todo en
la parte superior; y los platos de bordes altos y vasijas de orillas bajas.
En cuanto a la metalurgia, tanto el oro como plata y una aleación de cobre con oro
y plata fue extensamente utilizada, sobre todo para la elaboración de vasos retrato, que
son una demostración de la avanzada técnica de los Chincha, pues utilizaban una sola
lámina de metal y le daban la forma deseada sin soldaduras ni uniones metálicas.
LA CULTURA CHACHAPOYAS
Los Chachapoyas se desarrollaron entre los 700 y 1500 d.C., en una zona extensa
que incluía desde la confluencia de los ríos Marañón y Urubamba hasta la cuenca del
Abiseo, siendo su centro la cuenca del Utcubamba, un área entre dos y tres mil metros de
altitud. Esta zona, si bien está comprendida dentro de los Andes, tiene una frondosa
vegetación tropical. Según Kauffmann Doig, su desarrollo se debió a consecuencia del
desplazamiento de los pobladores andinos que buscaban ampliar su frontera agrícola.
Una de las costumbres más saltantes de esta cultura, es que dentro de sus usos
funerarios utilizaron el sarcófago o el mausoleo. En el primero de los casos tenemos el
lugar de Carajía7, donde suntuosas tumbas fueron colocadas en sarcófagos de arcilla,
palos y piedras, y emplazadas en grutas excavadas en lo alto de precipicios. En algunos
casos, los entierros más complejos contaban con una falsa cabeza colocada en la parte
superior similar a máscaras mortuorias del Horizonte Medio.
Sarcófagos de Carajía.
7
Los sarcófagos de Carajía eran conocidos únicamente por los pobladores de la vecindad, hasta que en
1984 el arqueólogo Federico Kauffmann Doig los contempló a distancia. Al año siguiente logró escalarlos
los 24 metros de pared rocosa vertical, a fin de abordar la gruta que cobija los sarcófagos y someterlos a
una primera inspección. La expedición Antisuyo/86 permitió, finalmente, su estudio integral.
En cuanto a los mausoleos, se trataban de una especie de pequeñas viviendas de un
metro de alto ubicadas en acantilados, con techo a dos aguas. En su interior se ubicaron
nichos donde se depositaban los cuerpos junto a numerosas ofrendas como redes, collares,
plumas, vasijas e instrumentos musicales. Entre los muchos mausoleos Chachapoyas
descubiertos se debe mencionar al de Los Pinchudos, cerca al Gran Pajatén. Al parecer
esta costumbre funeraria se inspiraría en las chullpas de los Wari y de los Tiahuanaco.
Uno de los vestigios más importantes que han dejado los Chachapoyas es la
majestuosidad de sus fortalezas, las cuales sorprenden por su tamaño, diseño e
iconografía. Son dos los principales centros conocidos, ambos insertos en medios de la
espesa vegetación: El Gran Pajatén y Kuélap.
Fortaleza de Kuelap.
LOS PINCHUDOS
Los Pinchudos conforman uno de los grupos de mausoleos preincaicos que se ubican
cerca a las ruinas de Pajatén. Su singularidad estriba en que a uno de ellos van asociadas tallas
antropomorfas de madera.
El sitio de Los Pinchudos está ubicado en territorio de los Chachapoyas, en un área que
hoy pertenece a la provincia Manuel Cáceres del departamento de San Martín.
Trajinábamos por el departamento de San Martín cuando de pronto y a poca distancia de
las célebres ruinas de Pajatén, reconocidas como pertenecientes a la cultura preinca de
Chachapoyas, nos detuvimos para contemplar absortos un verdadero milagro: estatuas de
madera que pendían de un mausoleo perdido en medio de la selva.
Era ciertamente difícil explicarse el hecho de que estos "ídolos" hubieran podido resistir
por siglos las inclemencias producidas por una humedad extrema como la que reina en los
bosques amazónicos del flanco oriental de la Cordillera andina. No obstante las centurias
transcurridas, éstos seguían intactos y emplazados en su ubicación original. Los factores que
concurrieron para que este milagro arqueológico se gestase, sólo podían ser explicados con
detenidos análisis posteriores.
Las tallas retratan a individuos masculinos desnudos, que cuelgan de sendas perchas
presentes en la pared exterior de uno de los mausoleos. Por el hecho de exhibir genitales
abultados, nuestros macheteros y cargadores los bautizaron de pinchudos; epíteto del que nos
hemos servido al divulgar la presencia de estos singulares testimonios del pasado ancestral
peruano.
Las estatuas permanecían inéditas y totalmente ignoradas por los propios arqueólogos,
cuando en julio de 1980 las abordó la Expedición Antisuyo/80 conducida por Federico
Kauffmann Doig y organizada por el Instituto de Arqueología Amazónica (Lima) y el Centro
Studi Ricerche Ligabue (Venecia). Nuestro guía patacino, Manuelasho, conocía el sitio. Pocos
años antes, en 1976, lo había visitado en compañía de Santos Escobedo, al incursionar en la
zona en busca de "tesoros" ocultos estimulados por el hallazgo de Pajatén producido en 1963.
World Monuments Watch ha incluido el sitio de Los Pinchudos entre los 101 más
afectados de los 2,000 monumentos del mundo que presentan extrema precariedad. Urge, por lo
tanto, realizar obras de conservación y consolidación, profesionales desde luego, a fin de evitar
el inminente colapso de estas frágiles reliquias del pasado peruano.
La primera expedición de reconocimiento al Pajatén, ejecutada por Pedro Rojas Ponce
(1965), no menciona la existencia de Los Pinchudos. Tampoco la expedición arqueológica a
aquel sitio, en 1966, que contó con la presencia del arqueólogo Duccio Bonavia. El referido
estudioso rechazó más bien, con profundo escepticismo, los rumores que corrían entre peones
patacinos sobre la presencia de “necróplis” en un lugar cercano a Pajatén (Bonavia 1968). En
1973 el arqueólogo Jaime Deza Rivasplata (1975-76) recibió vagos informes acerca de los
mausoleos que nos ocupan, mientras exploraba sitios ubicados en las inmediaciones de La Playa
situados a una jornada de Pajatén; no realizó un reconocimiento ocular de los mausoleos.
Unos 10 km antes del lugar bautizado como Vilcabamba, al pie de las ruinas Pajatén, se
yergue el farallón donde se encuentran los mausoleos de Los Pinchudos. Éstos se ubican a 2,600
m de altitud, en una cavidad presente de un peñón situado en la margen derecha del río
Montecristo. Las coordenadas establecidas por Víctor Pimentel (1969) para Pajatén,
corresponden grosso modo también al grupo de mausoleos de Los Pinchudos: 77° 18' LW 1' LS.
Los Pinchudos: sus tallas antropomorfas. Solamente uno de los mausoleos del sitio de
Los Pinchudos va exornado con figuras antropomorfas talladas en madera. Las estatuas cuelgan
de sendas perchas distribuidas, de modo equidistante, alrededor del hemicírculo que contornea
la pared exterior del pucullo.
La percha y la estatua fueron talladas partiendo de un mismo tablón. Están unidas por
sendas argollas; por lo mismo, conforman una unidad. El separarlas significa, por lo tanto, tener
que cortar una de las dos argollas que sirven de unión a la percha y a la vez a la estatua.
Las figuras antropomorfas fueron originalmente seis. Una de éstas, como quedó anotado,
fue sustraída subrepticiamente para lo cual la argolla de la percha que sostenía la estatua fue
macheteada.
Las tallas alcanzan en promedio unos 0,60 m de alto. Representan a varones desnudos.
Fue los genitales abultados lo que motivó que nuestros trocheros los calificaran de pinchudos.
Brazos y manos aparecen reposando sobre el pecho. Las piernas van ligeramente flexionadas;
posición que se repite en representaciones antropomorfas retratadas en tejidos costeños y que
consideramos estaba destinada a aludir a las patas traseras de los felinos. Todos los individuos
portan grandes orejeras circulares y un gran tocado, lo que les confiere rango. El tocado tiene la
apariencia de un penacho que va sujeto con una banda ceñida alrededor de la cabeza; en tal
forma que a la altura de la frente ésta exhibe un nudo, siempre y cuando no se trate de un broche
simbólico. El arreglo descrito recuerda el que exhibe el apu, esculpido en un monolito
monumental presente en Tinyash (Kauffmann Doig, 1993).
Como sucede en algunos casos con las estatuas de madera Chimú, las de Los Pinchudos
fueron embadurnadas con una delgada capa de arcilla de tono claro; esto, a juzgar por los
residuos que advertimos en la espalda protegida por la pared del pucullo. Consideramos que el
estuco en referencia debió proteger por algunos siglos la madera de la intemperie. Las tallas de
madera descritas, que recuerdan las Chimú, no son ciertamente únicas. Las hay también en otros
sitios Chachapoyas, como el de la Laguna de las Momias o de los Cóndores; pero éstas no
ostentan el alto grado en cuanto a su ejecución como las tallas de Los Pinchudos (Kauffmann
Doig 1984, 1997).
Debe subrayarse el hecho de que estas estatuas fueron halladas en el lugar donde fueron
emplazadas hace medio milenio y no fuera de su contexto como las tallas de madera halladas en
Costa y Sierra (Iriarte 1977), con excepción de las descubiertas en Chan Chan por Kent Day
(Moseley 1993). Las estatuas de Los Pinchudos no debieron ser conocidas por los misioneros de
los siglos XVI y XVII, que las hubieran reducido a cenizas para con ello aligerar la extirpación
del pensamiento mágico-religioso ancestral.
En realidad fueron varios los factores que contribuyeron a que las tallas de madera de los
Pinchudos resistieran el embate de los siglos: el haber estado protegidas de la lluvia por el techo
de la gruta; el no haber permanecido expuestas a la humedad que concentra la vegetación del
entorno debido a que ésta no prospera sobre la roca desnuda; el haber estado embadurnadas con
una capa arcillosa; el que la madera hubiera sido seleccionada por su dureza y su resistencia a la
obra de termitas; y naturalmente a la circunstancia de que durante más de medio milenio fueran
ignoradas por el hombre.
LA CULTURA CHANCAY
Los textiles Chancay son especialmente peculiares por las imágenes presentes en
los lienzos. Los personajes, animales y símbolos son hechos con trazos simples y sin
mayor elaboración, y dan la impresión de pertenecer más a una escuela de arte moderno
que a la cosmovisión de una cultura prehispánica. Temas como las olas del mar y una
serpiente bicéfala son recurrentes y presentan temas como la dualidad y el cosmos. Los
colores son terrosos y los contornos de colores más oscuros, marrones o negros.
PACHACAMAC
Las referencias ofrecidas por otros cronistas dejan entrever que el nombre primigenio de
la divinidad-oráculo y del sitio de Pachacámac era Irma, Ichmay o Ichimay de acuerdo a Alberto
Bueno. Sobre el particular el cronista Fernando Santillán (1562) informa que la guaca reveló a
Topa Inga «que su nombre era Pachacama» por lo que en adelante «se le mudó el nombre del
dicho valle de Irma y le quedó Pachacama».
El autor de los comentarios aquí expuestos propone que las denominaciones Irma e
Ichmay derivan acaso de Víchama o Víchma, nombre de un personaje mítico relacionado con
Pachacámac y del que hacen referencia los mitos de Huarochirí popularizados por Francisco de
Avila.
PACHACAMAC EN 1533
Luego de ocupar «unos aposentos grandes que están en una parte del dicho pueblo»,
optaron por dirigirse a la cima del Templo del Sol en compañía de una comitiva de nativos de
rango. Los simbólicos guardianes del templo que les impedían seguir fueron convencidos por
los intrusos de su misión y les abrieron el paso.
Los preceptos obligaban a los que escalaban el templo a reverenciar al ídolo-oráculo que
allí se encontraba, abstenerse de ingerir condimentos y de trato sexual durante 20 días tan sólo
para «entrar al primer patio de la mezquita», y para alcanzar el «patio de arriba» se requería de
todo un año.
Sin embargo, estos preceptos fueron ignorados y burlados por los españoles, quienes no
tardaron en alcanzar la cima donde los nativos imploraban al «dios que les dé maíz y buenos
temporales». Llegados a la cúspide fueron recibidos por el «obispo cubierta la cabeza y
sentado», según palabras de Hernando Pizarro. Miguel de Estete, testigo ocular de la toma de
posesión de Pachacámac, refiere que durante el recorrido debióse atravesar por «muchas puertas
hasta llegar a la cumbre de la mezquita» y que «era cercada de seis o cuatro cercas ciegas a
manera de caracol».
EL ÍDOLO DE PACHACAMAC
No obstante que los naturales alegaban que la imagen de madera presente en la cima del
Templo del Sol era de «Pachacama que los sanaba de sus enfermedades», Hernando Pizarro
ordenó que fuera destrozada públicamente. La venganza de Pachacámac esperada por los
nativos, y que habría de sobrevenir como castigo a los actos de sacrilegio cometidos por los
invasores, nunca se produjo.
Estete describe la imagen del «ídolo» principal que hallaron los españoles en Pachacámac
como la de «un madero hincado en la tierra con una figura de hombre hecha en la cabeza de él,
mal tallada y mal formada». Esta caracterización podría, en términos generales, extenderse a la
vara de 2,35 m de largo y tallada en su sector superior con dos personajes sobrenaturales
relacionados al culto del sustento, ubicada en 1938 por Alberto Giesecke durante las obras
arqueológicas que ejecutó en el lugar. Pero la talla Giesecke, que en la actualidad exhibe el
museo de Pachacámac, es sólo una de las varias imágenes del dios Pachacámac si nos atenemos
a la información de Miguel de Estete, que refiere: «por todas las calles de este pueblo, y las
puertas principales (...) tienen muchos idolos de palo, y los adoran (...).» Por otra parte, como
comentan los cronistas, la talla confiscada por los españoles en 1533 fue destrozada en el acto.
La vara tallada hallada por Giesecke, a juzgar por sus figuras y modo de representarlas,
corresponde a la época Tiahuanaco-Wari, al igual probablemente que el ídolo de madera hallado
en 1533 por los españoles, de acuerdo con la descripción general que de él poseemos. Con todo,
es importante señalar que ambos ídolos fueron localizados en el Templo del Sol, levantado por
los incas.
Lo dicho permite conjeturar que el ídolo de Pachacámac pudo ser en el fondo una
representación más de la ancestral divinidad masculina universalmente venerada en el antiguo
Perú con diversos nombres, y que en el Incario terminó por ser simbolizada por el Sol: el dios
de la lluvia andino que, a través del agua, fertilizaba a la Pachamama o madre tierra para
ofrendar al mundo el sustento y con ello la existencia. Visto de este modo es posible vislumbrar
la posibilidad de una identidad del «dios» solar con el encarnado por la antigua imagen
Tiahuanaco-Wari que representaba a Pachacámac.
Las ruinas de Pachacámac, situadas a 120 m sobre el nivel marino (cúspide del Templo
del Sol), se ubican sobre la margen derecha del río Lurín, a menos de 30 km al sur de Lima y no
lejos de las orillas del mar. Se levantan en medio de un paisaje desértico, del que destacan sólo
de modo tenue debido a que el material de construcción fue fundamentalmente barro y a que el
color rojo que iluminaba sus paredes ha desaparecido casi por completo con el correr del
tiempo.
Las fuentes históricas antiguas señalan que este lado del Templo del Sol, que mira al mar,
era el más suntuoso. Esto permite inferir que este monumento estaba vinculado al culto de lo
que se tenía como fuente primigenia del agua: la mamacocha o mar.
Un mito transmitido por Santillán (1562) indica que la construcción del Templo del Sol
fue emprendida a raíz de haber pronunciado el futuro «Topa Inca» en el vientre materno las
siguientes palabras: «aquel Hacedor de la tierra está en (...) Irma», nombre primigenio del
santuario de Pachacámac. Notificado de esto por la madre, ya adulto Tupac Inca Yupanqui se
dirigió a Pachacámac donde la «guaca le dijo (...) que allí en Irma le edifiquen una casa». Se
trata así de un caso más de elección mágica de una «meca», acatando los mandatos de un
oráculo en el presente caso, al igual como debió de suceder con la elección del sitio donde se
construyó Chavín, el Cuzco y acaso otros centros de religión y poder del antiguo Perú.
Aparte del referido testimonio histórico-mítico, el origen incaico del Templo del Sol se
evidencia por el empleo de un tipo de adobe grande y, especialmente, por la presencia de vanos
y hornacinas de corte trapezoidal. De esta manera queda comprobado sin lugar a
cuestionamientos que el Templo del Sol de Pachacámac fue construido en tiempos del Incario,
durante la segunda mitad del siglo xv.
El cronista Miguel de Estete afirma que los españoles tuvieron que pasar por «muchas
puertas hasta llegar a la cumbre de la mezquita». La explanada, en la cima, estaba coronada por
recintos. Uno de éstos, pequeño y con una puerta profusamente ornamentada, albergaba la
versión más conspicua del ídolo de Pachacámac, emplazado paradójicamente en una estructura
incaica que supuestamente fue levantada en honor a la divinidad solar. Los restos de
edificaciones que todavía se conservan en la cúspide del Templo del Sol no pueden
corresponder a aquella cámara donde se encontraba la imagen de la divinidad, puesto que son
construcciones relativamente amplias y por cuanto Hernando Pizarro «mandó deshacer aquella
bóveda», según indica Estete en su escrito de 1534.
Este edificio era calificado por Uhle como Templo de la Luna y por Tello como
Mamaconas.
Por las descripciones antiguas se desprende que era morada de aclla(s) o mujeres
escogidas para el culto y concubinas del soberano, es decir un auténtico acllahuasi. En efecto, al
rememorar Hernando Pizarro sus experiencias de 1533 en Pachacámac afirma que en «este
cercado están las casas de las mujeres que dicen ser mujeres del diablo, y aquí están los silos,
donde están guardados los depósitos de oro. Aquí no entra nadie donde estas mujeres están».
En los muros donde se utilizaron piedras simplemente canteadas, las paredes han sido
enlucidas. Los llamados «baños» fueron reservorios de agua alimentados por una red de canales
subterráneos. Su emplazamiento en el santuario de la Pachamama hace creer que pudieron
cumplir fines rituales.
Taurichumpi (Plano: 4)
Las «nunciaturas» se ubican en el espacio situado entre el sector este de la Plaza de los
Peregrinos (Plano: 7) y Taurichumpi (Plano: 4), y se yerguen por encima de una explanada. En
su mayor parte presentan un estado ruinoso.
El nombre de «nunciatura», dado aquí a las construcciones que nos ocupan, se basa en
informes de Antonio de la Calancha publicados en 1639. De las referencias acotadas por este
cronista se infiere que en Pachacámac fueron construidas algo así como sedes diplomático-
religiosas, por las diversas iones que veneraban a Pachacámac; corresponden éstas al grupo de
construcciones que Uhle calificaba de «palacios».
Las nunciaturas están constituidas por pirámides con rampas, por graderías, caminos
epimurales (senderos que se deslizaban por encima de los muros permitiendo un transitar
directo), plazoletas, recintos y depósitos. El material de construcción fue también aquí de
piedras canteadas en las bases, y de adobe en los sectores superiores; las paredes iban enlucidas.
El edificio JB (Jiménez Borja) o Pirámide con Rampa I, sometido entre 1968 y 1969 a
obras de limpieza y de consolidación por Arturo Jiménez Borja y Alberto Bueno, da una clara
idea de las características arquitectónicas que presentan las «nunciaturas». Una segunda
construcción de este tipo (Pirámide con Rampa II) fue intervenida en 1982 por el arqueólogo
Ponciano Paredes con la supervisión de Arturo Jiménez Borja.
Se estima que las «nunciaturas» fueron levantadas entre 1200 y 1450 d.C., esto es antes
de la presencia incaica en Pachacámac, y que a la llegada de los españoles se encontraban en
una etapa de abandono.
El adobe predomina en el sector superior. Tanto las paredes de adobe como las de piedra
fueron enlucidas como se estilaba en general en Pachacámac. En los tiempos de Tello esta
estructura era considerada de factura incaica. Sin embargo, por el estilo de las pinturas murales
este templo corresponde a tradiciones artísticas anteriores, acaso a los tiempos Tiahuanaco-
Wari, y habría sido renovado posteriormente. Desprendimientos perceptibles en las terrazas
revelan diversas capas de pintura. La más profunda corresponde a un enlucido con pasta roja,
que debió ser el color con el que inicialmente estuvo pintado el Templo de Pachacámac.
La Plaza de los Peregrinos, que se extiende unos 300 m, estuvo amurallada e incluía un
asiento o trono. Originalmente debió de estar techada con una cubierta liviana, acaso de totora.
Todavía en la actualidad se observan los fundamentos de antiguas columnas, cuadradas,
alineadas en dos filas paralelas que debieron sostener la cobertura. Éstas recorren por el centro y
los lados la gran cancha que sirvió de albergue. También se presentan los restos de una tercera
columnata, en el sector de la cancha que mira al Templo del Sol. Ésta no posee pareja, por lo
que uno de los lados del techo debió reposar aquí sobre el muro que corre paralelo a la citada
columnata.
Hacia el año 1000 d.C. el gran reino Tiahuanaco se desintegró “permitiendo que en
adelante surgieran, en su reemplazo, otros reinos menores, rivales entre sí, establecidos
alrededor del Lago Titicaca”, entre los cuales cabe mencionar a los Lupaca, Pacajes,
Collas, Omasuyos, Canas, Canchis, Collaguas y Ubinas. La lengua común entre todos
ellos fue el aymara o haque-aru y perduraron hasta el año de 1500 de nuestra Era.
Según los cronistas españoles del siglo XVI, los lupaca constituyeron el señorío
más importante del altiplano del Titicaca, Ocupaban la margen sur del lago, entre Puno y
el río Desaguadero y, además de los siete poblados: Chucuito. Acora, Ilave, Juli, Pomata,
Yunguyo y Zepita, que tenían a Chucuito como capital, los historiadores les reconocen
algunas colonias” en las vertientes occidentales del Pacífico”8. El rey de los lupaca se
llamaba Cari y residía en Chucuito.
Los pacajes se habían instalado en torno al río Desaguadero y tenían por capital a
Caquiavirí. En relación a los lupaca se deduce que estaban menos organizados pero que,
de algún modo u otro, contribuían a mantener el estado de guerra en que se encontraban
los reinos aymaras que poblaron la meseta antes que los incas.
Las ciudades aymaras eran pequeñas y sólo servían como residencia de los jefes
reinantes, de sus cortesanos y sirvientes. La población habitaba mayoritariamente en el
campo, De las ciudades no quedan ya vestigios. Sin embargo, es posible apreciar las
chullpas o “torres sepulcrales” ‘en donde eran enterrados los muertos en gran acto
ceremonial.
La región alcanzó particular importancia al ser una de las primeras conocidas por los
españoles y, por ello, hay información escrita cercana a la muerte de Atahualpa. Los Huancas se
dividían en Hanan Huanca y Lurin Huanca y se informa que se añadió un tercer ámbito: Jauja (o
Sausa).
Se ubicaron en la parte media del valle de Mantaro, que va desde Jauja hasta las
cabeceras de Huancavelica. Se dice que su incorporación al Tahuantinsuyo se efectuó entre los
tiempos que los cronistas atribuyeron a los Incas Pachacútec o Túpac Inca.
Tenían sus poblados en las partes altas, medias y bajas de los valles, así como en las
entradas a la selva central y todos presentaban construcciones que han sido descritas como
fortificaciones.
Los arqueólogos han definido los estilos cerámicos correspondientes a este período
huanca con los nombres de usupuquio y huacrapuquio.
Tiempo después de la llegada de Pizarro, desde la década de 1540, los curacas de Jauja
elaboraron documentos para buscar el reconocimiento de lo que habían “entregado” a los
españoles y, lo que éstos habían rancheado o robado en el tiempo de la conquista.
Allí hubo un primer problema en la relación entre andinos y españoles: cuando los prime-
ros entraban en relación con otro grupo, entregaban presentes valiosos o simbólicos (regalos
rituales) para iniciar una relación de reciprocidad. Los españoles, desde el tiempo de Colón,
entregaban baratijas a los americanos y pensaban que eran trocadas, con ventaja, por piezas de
oro, comida etc. Igual debieron comportarse los Huancas que entregaron gente, oro y plata, ropa
de cumbi labrada y de alto valor simbólico, comida, etc. Como no recibieron nada en
reciprocidad, pues los españoles pronto entendieron estas entregas como “naturales”
obligaciones tributarias de los conquistados, iniciaron trámites (probanzas) para recuperar sus
bienes u obtener “privilegios” a cambio.
En las probanzas, el peticionario debía demostrar al rey que le había servido; por ello, las
probanzas de los curacas insistían en haber servido a la Corona desde los primeros días de
Pizarro en el Perú. (Gran Historia del Perú – El COMERCIO)
LOS CHANCAS
Los chancas geográficamente se ubicaron en una región que comprendía desde las
montañas de Huanta hasta la margen izquierda del río Apurímac, incluyendo toda la
cuenca del río Pampas en la moderna provincia de Andahuaylas, departamento de
Apurímac, que constituye su núcleo tradicional. Sus orígenes se remontan hacia el siglo
XIII; ellos mismos se consideraban salidos de la laguna de Choclococha, para luego
asentarse en lo que hoy es Andahuaylas, desplazando a los grupos quechuas oriundos. Sus
fundadores míticos serían Uscovilca y Ancovilca, que posteriormente se convirtieron en
huacas. Sin embargo, el sabio Tello encontró elementos como plumas de colores, lanzas
de madera de chonta y afición por poseer cabezas trofeo que indicarían una procedencia
selvática. Sea como fuera, surgen en el momento de retirada de los Wari, en el que las
ciudades son dejadas por villorrios, los cuales se ubican en zonas altas de cerros y donde
la topografía del terreno lo permitía. Es muy difícil identificar su organización política y
los principales centros de esta cultura, pues su estilo cerámico tiende a confundirse con el
Inca inicial y otros estilos locales.
Tal vez los chancas fueron los vencedores de los waris y el hecho de considerarse
entonces muy poderosos, los impulsó a sitiar y a atacar al Cuzco, donde gobernaba
entonces el inca Wiracocha. Con tal fin eligieron dos cinches (caudillos) llamados el uno
Astoyguaraca y el otro Tomayguaraca, para que los acaudillasen en su empresa. Eran,
pues, estos Chancas y sus caudillos, soberbios e insolentes, y cargando las momias de sus
epónimos Uscovilca y Ancovilca, marcharon hacia el Cuzco al cual sitiaron por varios
días, atemorizando toda la comarca.
EL RELATO HISTORICO
A mediados del siglo doce, hombres quechuas que provenían de las. inmediaciones
del Lago Titicaca, empezaron a descender por el valle del río Vilcanota en busca de un
territorio propicio donde establecerse. Enfrentándose a los antiguos ocupantes de la tierra,
en continuas y prolongadas guerras, fueron haciéndose de un señorío, y en el sitio en el
que confluyen los ríos Huatanay y Vilcanota, fundaron una ciudad a la que llamaron
Cuzco, ciudad que habiendo comenzado por ser el centro de un pequeño señorío,
devendría luego en capital del Imperio de los Incas. Los conductores de estas huestes
victoriosas fueron dos personajes míticos de los que apenas si sabemos sus nombres:
Manco Cápac y Mama Ocllo. Ellos son los fundadores de nuestra patria antigua.
Fuera por la falta de una escritura que perennizara con objetividad histórica los
hechos primigenios, o por la necesidad que tienen los pueblos antiguos de explicar sus
orígenes mediante mitos en los que lo mágico-religioso se confunde con lo real, lo cierto
es que cuando los españoles indagaban sobre los inicios del Imperio, los incas contaban
dos leyendas que transcribimos a continuación.
Manco Cápac reunió a los hombres y les enseñó los oficios propios del varón, como
cultivar la tierra, construir acequias, fabricar tacllas y hacer calzado. Mama Ocllo, por su
parte, enseñó a las mujeres a hilar y tejer el algodón y la lana, coser vestidos con que
protegerse de las inclemencias naturales y todos los demás servicios de casa. "En suma,
ninguna cosa de las que pertenecen a la vida humana dejaron nuestros príncipes de
enseñar a sus primeros vasallos, haciéndose el Inca maestro de los varones y la Coya
Reina maestra de las mujeres. Estos fueron nuestros primeros Incas y reyes, que vinieron
en los primeros siglos del mundo, de los cuales descienden los demás reyes que hemos
tenido y de estos mismos descendemos nosotros" (Versión recogida por el insigne Inca
Garcilaso de la Vega, primer gran escritor del Perú y América).
La Leyenda de los Hermanos Ayar cuenta que al término del diluvio universal, que
arruinó los campos y empobreció la tierra, salieron de una de las tres oquedades que hay
en el cerro Tampu-Tocco, en Pacaritambo, cuatro hombres y cuatro mujeres en busca de
tierras fértiles donde establecerse. Eran hermanos y esposos y se llamaban Ayar Manco,
Ayar Cachi, Ayar Uchu y Ayar Auca los varones, y Mama Ocllo, Mama Coro, Mama
Rahua y Mama Huaco las mujeres.
Durante años se abrieron paso hacia el Norte. La tierra apetecida les parecía lejana.
Lo que conseguían era tan poco, que la ambición y el egoísmo echaron raíces en sus
pechos. Un día, pretextando el olvido de unos vasos sagrados, enviaron a Ayer Cachi a
buscarlos a Tampu-Tocco. Al ingresar a la caverna, un servidor de los hermanos que lo
había seguido furtivamente, le obstruyó la salida con grandes piedras y lo sepultó vivo. La
impotencia y desesperación de Ayer Cachi fueron tan grandes, que temblaron los cerros y
cundió el espanto por la inmensidad de la tierra. No obstante el miedo y el
arrepentimiento que les oprimía los corazones los hermanos Ayar prosiguieron su marcha.
Años mas tarde, en el cerro Huanacauri encontraron un templo en el que se rendía culto a
un dios extraño. La soledad del recinto parece que impulsó a Ayer Uchu a ser irreverente,
y dando un salto se posó sobre las espaldas del ídolo que, enfurecido, lo convirtió en
piedra. Confundidos y llenos de temor, los dos hermanos restantes abandonaron
presurosos el santuario y continuaron su camino hacia el valle del Cuzco, al que
finalmente llegaron después de sufrir muchas penurias y dificultades. En el sitio llamado
Huaynapata, Ayar Manco hundió una vara ceremonial que no pudieron luego sacarla.
Entusiasmados por el presagio, subieron a Colcampata para admirar el valle del Cuzco en
toda su grandeza y hermosura. La tierra les pareció buena. Lleno de gozo, Ayer Auca voló
hacia un promontorio vecino, gracias a unas alas que le brotaron en ese instante; y, por un
designio misterioso, quedó igualmente convertido en piedra. Grave y consternado, Ayar
Manco descendió al centro del valle acompañado de sus hermanas y fundó la ciudad del
Cuzco. Ayer Manco se llamó en adelante Manco Cápac y fue el primer gobernante del
Reino del Cuzco.
Desde la fundación mítica y legendaria de la ciudad del Cuzco hasta el gobierno del
Inca Pachacútec, los mandatarios cuzqueños ejercieron su soberanía sólo sobre los valles
y montañas adyacentes a la ciudad sagrada. Expandir su poder político no les fue fácil. A
lo largo de doscientos años tuvieron que hacer la guerra casi de continuo para que el
modesto Señorío inicial se convirtiera en un Reino. Fuera por la fuerza de la guerra o por
la razón de las alianzas políticas, el Cuzco se convirtió —al término de esos años— en el
centro de una Confederación regional en la que el Inca ejercía la supremacía. Las
fronteras de la Confederación llegaron por el norte a los comienzos del valle del
Urubamba; por el este a las cumbres occidentales del valle del Vilcanota, que ocuparon en
toda su longitud; por el sureste a los territorios en que ejercían su soberanía los Canas y
los Canchas; por el sur a los límites del reino de los Chumbivilcas y por el oeste a las
orillas del río Apurímac, al otro lado del cual se levantaba el también poderoso reino de
los Chancas.
Es a partir del inca Pachacútec, el noveno mandatario, que el Reino del Cuzco
trasciende estas fronteras y se expande notablemente, convirtiéndose en un Imperio. El
Inca será a partir de ese entonces un soberano con poder absoluto, no sólo sobre los
curacas y reyezuelos de los valles adyacentes al Cuzco, sino sobre todos los Reyes y
Curacas de las grandes culturas que existían en el antiguo Perú. El Inca será durante el
período imperial un Rey de Reyes, al que le rinden homenaje y le pagan tributo los reinos
y señoríos que, por citar a algunos, se nombran a continuación: Cañaris, Pastos, Caraques,
Huancavilcas, Purunas, Talanes, Chachapoyas, Huancapampas, Cajamarcas, Chachas,
Huamachucos, Huaylas, Conchucos, Chimús, Huancas, Chancays, Yauyos, Chinchas,
Puquinas, Chancas, Nazcas, Rucanas Vilcas Chumbivilcas, Collaguas, Condesuyos,
Canas, Canchis, Coyas, Lupacas; Omasuyos, Chichas, Diaguitas, Charcas, Puelches y
Mapuches. Señoríos o reinos que se diferenciaban no sólo por los mitos y valores que re-
gían sus culturas, sino por las lenguas o dialectos que hablaban. Hay cronistas españoles
que llegan a decir que el Inca, el Solo Señor del Tahuantinsuyo, ejercía soberanía sobre
más de doscientas naciones distintas, que en conjunto constituyeron el más grande
imperio de la América prehispánica, con una extensión de tres millones quinientos mil ki-
lómetros cuadrados.
Los Incas fueron trece y pertenecieron a dos dinastías. La primera en gobernar fue
la de Hurín Cuzco, o Cuzco Bajo, llamada así porque los mandatarios vivían en la parte
baja de la ciudad. A ella pertenecieron los cinco primeros Incas: Manco Cápac, el
fundador mítico y legendario del Reino del Cuzco Sinchi Roca, Lloque Yupanqui, Mayta
Cápac y Cápac Yupanqui. La segunda dinastía fue la de Hanan Cuzco, o Cuzco Alto
llamada así porque los gobernantes residían en la parte alta de la ciudad. A esta dinastía
pertenecen los últimos ocho incas, los tres primeros legendarios: Inca Roca, Yahuar
Huacac y Huiracocha; y los cinco últimos históricos: Pachacútec (1,438-1471), Túpac
Yupanqui (1471-1,493), Huayna Cápac (1,493-1,525), Huáscar (1,525-1,532) y
Atahualpa (1,532-1,533), durante cuyo reinado el Imperio del Tahuantinsuyo fue
sometido a la dominación de España9.
9
Es al investigador norteamericano John H. Rowe a quien debemos la cronología aproximada de los
Incas históricos.
NOTICIA BREVE SOBRE EL GOBIERNO DE LOS INCAS LEGENDARIOS
Inca Roca es el primer soberano de la dinastía de los Hanan Cuzco, que, como se ha
dicho, se llamaban así por habitar en la parte alta de la ciudad. Aprovechándose de la
inestabilidad política producida por el cambio de dinastía, los Chancas invadieron el
territorio de la Confederación y marcharon sobre el Cuzco. Inca Roca con la ayuda de los
Canas y Canchis se enfrentó a los Chancas y los hizo morder el polvo de la derrota.
Yahuar Huacac, su hijo, es un personaje igualmente legendario. Se dice que fue raptado
cuando niño con el propósito de asesinarlo, y que lloró sangre ante sus captores que
amedrentados lo abandonaron en unas punas, de donde regresó al palacio imperial. Al as-
cender al trono consolidó las conquistas de sus antecesores y se aprestaba a conquistar los
reinos collas del altiplano, cuándo fué asesinado. El desconcierto fue tan grande que se
produjo un vacío de poder al mas alto nivel. El cronista Cieza cuenta que por decisión de
los Hanan Cuzco, el príncipe Huiracocha fue nominado Inca. Lo que no sabemos es si era
o no hijo de Yahuar Huacac. Lo cierto es que Huiracocha continuó la obra de sus
antecesores. Engrandeció la ciudad sagrada y mejoró la calidad y abundancia de los
sembríos. Estableció alianzas militares en el Collao y consolidó la unidad política de la
Confederación que presidía y que integraban 200 curacas tributarios. Se disponía a
renunciar en favor del príncipe heredero Urco, cuando se produjo un nuevo ataque de los
Chancas que contaban con un impresionante ejército. Vacilantes y temerosos, Huiracocha
y Urco se refugiaron en Calca. Es en estas circunstancias de desamparo que surge la
figura extraordinaria y relevante del príncipe Inca Yupanqui, hijo de Huiracocha, que
permanece en el Cuzco y se enfrenta valerosamente a los invasores. A pesar de la
inferioridad numérica de su ejército, el príncipe cuzqueño vence en dos batallas
memorables a los aguerridos chancas que huyen despavoridos. El príncipe victorioso
regresa a la ciudad imperial y es ungido soberano por la voluntad de las panacas reales y
del pueblo, asumiendo el trono con el nombre de Inca Pachacútec.
EL GOBIERNO DEL INCA PACHACUTEC (1,438 - 1,471)
Ungido por la voluntad del pueblo como soberano del Imperio, Pachacútec
comenzó sus campañas militares rindiendo a sangre y fuego a los poderosos chancas, que,
pertrechados en sus reductos apurimenses y ayacuchanos, eran un peligro latente para la
pujante nación cuzqueña. Y mientras personalmente consolidaba su poder político sobre
las tierras anexadas, por orden suya, su hermano, el general Cápac Yupanqui, descendió a
la costa del Pacífico y puso bajo el dominio del Incario, al gran Curaca de Chincha y a los
pequeños reyezuelos que ejercían jurisdicción en Pachacámac, Rímac y Chancay. El
imperio se engrandecía por el valor de sus guerreros y era indispensable regresar al Cuzco
para establecer la administración que conviniese a tan vastos territorios. Son los años en
que integra y unifica mediante un solo sistema a pueblos tan disímiles como los quechuas,
los chancas y los yungas de la costa. Más tarde volverá a los menesteres de la guerra, y en
dos sangrientas campañas militares conquistará toda la meseta del Collao, y los territorios
de Charcas y Chichas, vecinos al Tucumán. No satisfecho, de vuelta en el Cuzco, vuelve a
ordenar al general Cápac Yupanqui que marche sobre el Chinchaysuyo y lo ponga bajo la
dependencia del Tahuantinsuyo, palabra que por esos años debió utilizarse por primera
vez para designar al Imperio que forjaba con sus manos. Los Huancas que se
enseñoreaban en la sierra central, son abatidos por los ejércitos incásicos, que inconteni-
bles avanzan luego sobre Cajamarca que resiste por un tiempo para más tarde someterse.
Por último, el imperio del Gran Chimú, que se extendía por toda la costa norte, se rinde
ante el ímpetu incontenible de los quechuas. En treinta años de continua lucha militar,
Pachacútec había creado un Imperio, uniendo bajo la égida de un solo estado a los
numerosos pueblos que habitaban en lo que hoy son las repúblicas del Perú y Bolivia.
Aún antes de la muerte de su padre, Túpac Yupanqui dio muestras del valor y
audacia que habrían de caracterizar luego su reinado. Muy joven fue enviado por su pa-
dre, al mando de un poderoso ejército, para debelar la insurrección de los Chachapoyas.
Con determinación y arrojo aplastó a los rebeldes en Piajajalca. Regresó al Cuzco por los
caminos de la costa no sin antes poner sitio a Chan-Chan que se había insurreccionado y
reafirmar la posesión cuzqueña sobre el Gran Chimú. Dos años permaneció Túpac
Yupanqui al lado de su padre. Ganado por su espíritu aventurero y conquistador marchó
nuevamente sobre el norte y después de reducir Ayabaca se enfrentó a los nunca antes
sojuzgados Cañaris. La guerra debió ser larga y cruenta. Desbordados y vencidos en
Latacunga, los cañaris formaron parte del cortejo que siguió al ejército imperial en su
ingreso victorioso a Tumibamba. Entusiasmado por el éxito de su campaña, Túpac
Yupanqui continuó su avance arrollador sobre las serranías del norte y habiendo llegado a
un paraje qué le pareció adecuado para los fines de integración imperial, que propugnaba
su padre, fundó la ciudad de Quito a la que pobló con mitimaes quechuas traídos del
Cuzco. Consciente de que su retaguardia estaba en posesión de naciones hostiles, bajó
hacia la costa y sojuzgó a los Huancavilcas, que eran señores en el Golfo de Guayaquil.
La experiencia debió ser fascinante y aleccionadora para los ejércitos cuzqueños, que,
obligados por las necesidades de la guerra, construyeron una armada de centenares de
grandes balsas para combatir y derrotar a los enardecidos Huancavilcas en los
numerosísimos meandros del Golfo de Guayaquil.
Seis años después regresó Túpac Yupanqui al Cuzco. Las fiestas que se celebraron
en su honor fueron las más fastuosas de las ave tuvo memoria el imperio. El anciano
Pachacútec falleció meses más tarde.
10
Miguel Cabello de Valboa, "Miscelánea Antártica", Edición de la U.N.M.S.M., Lima, 1951, págs. 322 y
323.
Proclamado Inca, Túpac Yupanqui no permaneció mucho tiempo en la capital.
Después de una fallida expedición al Antisuyo, tuvo que levantar un poderoso ejército
para debelar una insurrección general de los Collas. En cuatro batallas memora" derrotó a
los insurgentes, a cuyos caudillos castigó ejemplarmente. Sus pieles fueron convertidas en
tambores de guerra. Pacificaba el país cuando los calchaquíes del Tucumán le solicitaron
humildemente que los aceptara como súbditos del imperio. Agradeció el gesto y seguido
de su ejército, bajó hacia el Tucumán y tomó posesión del reino. Impulsado luego por su
ánimo conquistador, cruzó la cordillera y tras una guerra breve y sangrienta incorporó a
Guasco, Coquimbo y Mapocho al Tahuantinsuyo. Gracias al valor indesmayable de su
espíritu, las fronteras de la patria antigua habían llegado a las orillas del río Maule.
Aclamado por los pueblos, Túpac Yupanqui retornó victorioso al Cuzco para
desligarse un tanto de la actividad militar y asumir sus responsabilidades como hombre de
estado. Ennumeremos lo más significativo de su obra. Túpac Yupanqui es el creador de
los registros demográficos en el Perú. Por orden suya, se empadronó a toda la población
del imperio, dividiendo a las familias en grupos de diez familias, lo que constituía una
chunca; diez chuncas formaban una pachaca; diez pachacas integraban una huaranca; y
diez huarancas completaban un huno, o sea diez mil familias. Estos registros eran de vital
importancia para la recaudación de los tributos y para el desarrollo de un plan de gobierno
integral y justo. A este Inca excepcional se deben también los Gobernadores Visitadores
que, anualmente, fiscalizaban la obra de gobierno de los funcionarios subalternos.
Añadamos que para descentralizar las funciones, administrativas instituyó dos
Gobernadores Generales que dependían directamente del Inca: uno en Jauja y otro en
Tiahuanaco; que a él se debe la existencia de los michos o recaudadores secundarios del
tributo. Que edificó Acllahuasis ó Casas de las Vírgenes del Sol, y que por último
continuó la construcción de la fortaleza de Sacsahuamán. Murió siendo joven.
LA ORGANIZACION ECONOMICA
El Inca Pachacútec impuso una reforma agraria que dividió las 'marcas'; o tierras
sobre las que los ayllus ejercían el. derecho de posesión y uso, en tres grandes sectores:
las tierras del primero fueron asignadas al Inca (el estado), las del segundo al culto solar
(la iglesia), y las del tercer sector, que era de mayor extensión, al ayllu o comunidad que a
su vez la dividía en tantos topos o medios topos como hombres y mujeres hubiera en
condición de trabajar. Los hombres recibían un topo y las mujeres medio topo; no se
conoce con exactitud la extensión del topo. El producto agrícola y ganadero de este sector
era de total usufructo de la comunidad que no sólo lo utilizaba para satisfacer las necesi-
dades de quienes participaban activamente en el proceso económico, sino también para
atender de modo preferente a quienes como los ancianos, inválidos, enfermos y niños no
estaban en condiciones de aportar su esfuerzo a la comunidad. En el Tahuantinsuyo no
había mendigos ni personas abandonadas a su propio destino. Las tierras de los otros dos
sectores, es decir las tierras del Inca y del Sol, eran trabajadas en comunidad por el ayllu a
la que estaban adscritas, y sus frutos eran de exclusiva propiedad y disposición del estado
y de la iglesia. Cualquier apropiación de un bien público era un delito grave que se
castigaba con la pena de muerte. Los curacas tenían especial cuidado en depositarlos en
las “colcas”, o almacenes del estado, y en dar cuenta pormenorizada de todos ellos al
Tucuyricoc, cuando visitaba el ayllu. Esta responsabilidad del curaca se extendía también
al cobro de los tributos que demandaba una vez al año a cada “Purec" o jefe de familia de
su ayllu. En el Incario todos pagaban tributos para sostener al estado.
El Tahuantinsuyo Camachic —o Consejo Imperial— disponía de un riguroso
registro demográfico de todo el país. Los funcionarios responsables eran los quipu-cama-
yos, que llevaban las estadísticas de los suyos y huamanis, en “quipus” o sistemas de
numeración y memoria, que proporcionaban información inmediata sobre la realidad
demográfica, económica y tributaría de todas las regiones del imperio. La población
estaba registrada mediante un sistema decimal. Así cada 10 familias constituían una
chunca, con un jefe que era el chunca-camayoc. Diez chuncas formaban una pachaca, con
un jefe que era el pachaca-camayoc. Diez pachacas integraban una huaranca con-un jefe
que era el huaranca-camayoc. Diez huarancas se agrupaban en un Huno con un jefe que
era el Huno-Camayoc. Un número no determinado de Hunos, integraban un Suyo, cuyo
responsable era el Suyuyo Apo que era uno de los cuatro altos funcionarios que,
dependiendo directamente del Inca, formaban el Tahuantinsuyo Camachic.
Todo el vasto territorio del Tahuantinsuyo estuvo cruzado por una vasta y compleja
red de caminos que integraban y unificaban al imperio. Desde el Cuzco partían cuatro
caminos que unían a la capital imperial con los cuatro suyos. Cada camino, a su vez, se
ramificaba en cuantas vías fuera necesario, para que no hubiera un solo lugar de
importancia que no estuviera unido al centro administrativo del país. Se estima que los
caminos incaicos tuvieron una extensión de más de doce mil kilómetros de longitud.
Cerremos el acápite haciendo mención a los chasquis, que eran los mensajeros de que
disponía el estado para el servicio de comunicaciones.
El trabajo era obligatorio. El ocio era un delito contra la comunidad que era
severamente sancionado. El trabajo de los ayllus era de tres tipos: el ayni, o trabajo de la
comunidad para su propio e inmediato beneficio; la minca o trabajo del ayllu en beneficio
de las tierras y rebaños del Inca y del Sol; y la mita, o trabajo de la comunidad en la
ejecución de las obras públicas.
Andenería Incaica.
LA ORGANIZACIÓN POLITICA
El Inca, o “Señor de las cuatro partes del Mundo”, era el gobernante supremo é
indiscutible del Imperio. El pueblo lo consideraba un ser semi-divino encargado por su
padre el Sol de realizar el bien entre los hombres. Su gobierno era teocrático y absoluto;
teocrático por estar basado en el principio de que el poder político del Inca era una
consecuencia lógica de su naturaleza semi-divina, y absoluto porque el Inca ejercía todas
las funciones del gobierno sin limitación ni responsabilidad alguna. Su voluntad y palabra
eran la ley suprema del imperio.
En el ejercicio del poder, el Inca contaba con las instituciones jerarquizadas del
estado. En el más alto nivel estaba el Tahuantinsuyo Camachic, o consejo imperial que
era un cuerpo deliberante que asesoraba al Inca y que contribuía poderosamente en la
concepción de las leyes y en la formulación del plan de gobierno. El Tahuantinsuyo
Camachic lo integraban los gobernadores de los cuatro suyos y funcionarios de menor
rango especializados en tecnologías y asuntos regionales.
El imperio estaba dividido en cuatro suyos o regiones, cada una de las cuales
correspondía a uno de los cuatro puntos cardinales. Estas regiones eran el Chinchaysuyo
(Norte), el Antisuyo (Este), el Collasuyo (Sur) y el Contisuyo (Oeste). El Cuzco era una
ciudad sagrada para todos los habitantes del Tahuantinsuyo y estaba ubicada en el centro
de esta demarcación política. Cada suyo estaba gobernado por un Suyuyo Apo,
funcionario del más alto nivel que dependía del Inca y que era un especialista en los
asuntos generales de su región. El Suyuyo Apo tenía como responsabilidad primordial el
cumplir con la política de integración y unificación propugnada por el estado, respetando
hasta donde era factible las características regionales, y ejecutar el plan de gobierno
dispuesto por el Inca y el Tahuantinsuyo Camachic para la región sobre la que ejercía el
mando, El Suyuyo Apo era pues un funcionario ejecutivo que cumplía con la política del
estado; política que podemos definir como integracionista, centralista y promocional.
Los huamanis comprendían una cantidad no determinada de ayllus, que eran la base
celular sobre la que reposaba la estructura social y política del Incario. Cada ayllu estaba
gobernado por un curaca, que era el funcionario encargado de velar por el cumplimiento
de las leyes y de la política del estado y de resolver, en primera instancia, los problemas
de orden administrativo y judicial del ayllu. Una de sus obligaciones más importantes era
recolectar los tributos del propio ayllu para entregarlos a su vez al Tucuyricoc. Era ley del
estado que cada purec, o jefe de familia, entregara al curaca, una vez al año, tributos en
especies que se guardaban en colcas o depósitos estatales, hasta que los recolectaba el
Tucuyricoc.
No está demás añadir que todos los funcionarios del estado pertenecían a la
nobleza.
LA ORGANIZACION SOCIAL
El Incanato era una sociedad de clases a la cabeza de las cuales estaba el inca y la
familia imperial, seguido por la nobleza. En la base de esta estructura social estaban los
hatun-runas, o pueblo llano.
En un estado teocrático, en el que el Inca era un símbolo de la relación que
mantenían los hombres con la divinidad, nada más natural que la realeza estuviera en la
cúspide de una estructura social clasista, que tenía su origen precisamente en el mito de
Manco Cápac y Mama Ocllo. Los mitos—como sabemos—son la memoria colectiva de
los pueblos antiguos, en la que los hechos reales ocurridos en un pasado remoto, se
confunden a lo largo del tiempo con lo mágico y lo poético. Las fuerzas sociales y
políticas generadas por el mito del Lago Titicaca, habían dado lugar a una sociedad de
clases en la que la nobleza guerrera y el sacerdocio ejercían el poder.
Ateniéndonos a las versiones recogidas por los cronistas españoles, sobre el Inca y
la familia imperial, podemos afirmar que eran considerados como encarnaciones vivas de
los dioses, hacia los cuales el pueblo guardaba una actitud reverente y afectuosa. El Inca y
la familia imperial vivían aislados de la multitud, en palacios finamente edificados, y en
medio de una magnificencia y esplendor verdaderamente divinos. Cubiertos por las
mejores joyas de oro y piedras preciosas, que fabricaban los orfebres chimú, y por los
vestidos de vicuña más hermosos que podían tejer y bordar las vírgenes del sol, tenían a
su servicio ocho mil personas dedicadas exclusivamente a satisfacer las necesidades
terrenas de los augustos mandatarios. Cuando salían de palacio, lo hacían en literas de oro
macizo, cubiertas con doseles de los que brotaban plumas multicolores de pájaros
exóticos. La litera imperial era conducida por privilegio especial por indios lucanas, e iba
precedida por el Ulancha que era una especie de pendón fabricado con tejidos de lana y
algodón y bordados con signos ideográficos, y por el Sunturpaucar, que era otro símbolo
real, que consistía en una especie de gran penacho del que surgían plumas y flores
multicolores. Detrás de la litera, marchaban los portadores de las armas personales del
soberano. Resguardándolo, lo acompañaban tropas especiales cubiertas con patenas y
tocados de oro y plata, que causaron el asombro y el desconcierto de los conquistadores
españoles.
Para terminar esta parte, digamos que los “mallquis” acompañadas de sus
respectivas panacas, concurrían a todas las ceremonias políticas y religiosas que se
celebraban en la capital imperial; y que—en estas ocasiones—recibían el homenaje
agradecido y emocionado de un pueblo que las consideraba "vivas".
En una posición inferior al Inca y a la familia imperial, estaba la nobleza que podía
ser de sangre o de privilegio. La nobleza de sangre estaba integrada por los miembros de
las panacas reales y, en situación ligeramente inferior, por los descendientes de los ayllus
quechuas que, bajo la conducción de Manco Cápac y Mama Ocllo, fundaron el antiguo
señorío del Cuzco. Los miembros de esta nobleza estaban exentos del pago de tributos,
podían viajar en litera (lo que en el antiguo Perú parece haber sido un privilegio), vestir
tejidos muy finos, ejercer la poligamia señorial y deformarse las orejas. Mas no se piense
que formaban una corte disoluta y sensual. Nada más ajeno al carácter austero y sobrio
del hombre incásico. Los integrantes de la nobleza eran educados para servir de ejemplo
al pueblo en el cumplimiento de la responsabilidad social. Cómo ya se ha dicho al hablar
de las panacas, de su seno salían los más destacados funcionarios, amautas, sacerdotes y
militares con que contaba el estado.
Los mitimaes eran quechuas no descendientes de los ayllus fundadores del señorío
del Cuzco, que, por disposición del Inca, eran trasladados a las provincias conquistadas
con la finalidad de enseñar el idioma y la cultura quechua, y propender—por ese modo—
a la pacificación e integración del país. A cambio de ello, los mitimaes gozaban de
exoneraciones tributarias y de ciertos privilegios en la distribución de las tierras y la
repartición de las cosechas. Después de cierto tiempo podían volver a su pacarina, o lugar
de origen. Los mitimaes dependían de los Tucuyricoc.
Los yanaconas eran personas desarraigadas de sus ayllus y destinadas de por vida al
servicio del Inca, de la iglesia y de algunos miembros de la nobleza. Estaban exentos del
pago del impuesto y de los trabajos comunales.
Los Hatun-Runas era la gente común que poblaba las ciudades, aldeas y campos
del Tahuantinsuyo. Campesinos, pescadores artesanos y soldados que con su trabajo
paciente y abnegado forjaban la riqueza del estado, bajo la dirección responsable de la
nobleza. El estado era una gigantesca organización de comunidades campesinas, a las que
pertenecían todos los pobladores del país. En el antiguo Perú, el hombre era parte
integrante y fundamental del ayllu, o comunidad en la que había nacido, y en la que
transcurría su vida de trabajo hasta que moría. A cambio de este deber comunitario y del
servicio militar, el ayllu y el estado le proporcionaban una educación llana y elemental y
los servicios sociales propios de un sistema comunitario. El hombre no se sentía solo ni
desamparado.
Desde que la concibiera el Inca Pachacútec, la unidad e integración del país fue una
preocupación permanente y prioritaria de los gobernantes cuzqueños, que para lograrla
establecieron una política basada en el cumplimiento de cuatro objetivos. El primero era
conseguir el reconocimiento general, por todos los reinos y señoríos que formaban el
Tahuantinsuyo, de que había una sola autoridad, un Solo Señor, el Inca, del que
dependían todos los demás. En el cumplimiento de este objetivo, los Incas fueron su-
mamente hábiles pues no sólo se valieron del poderío incontrastable de su ejercito, sino
que a menudo recurrieron a la habilidad de sus diplomáticos para lograr anexiones sin
derramamiento de sangre. El segundo objetivo fue establecer la obligatoriedad del
runa-sima, o quechua, como lengua general del Imperio. Sabia política en un país
multinacional en el que se hablaban cuando menos cinco idiomas y un sinnúmero
impresionante de dialectos. Los idiomas que se hablaron fueron los siguientes: en la sierra
el quechua y el aimara; y en la costa el mochica, el yunga y el puquina. El tercer objetivo
fue imponer al Sol como deidad suprema del Imperio. Los Incas consintieron a tos dioses
regionales cuyos cultos no fueron prohibidos pero exigieron el reconocimiento del Sol
como deidad superior pues estimaban que sólo podía haber unidad nacional ahí donde
existía una cierta unidad de conciencias. El cuarto objetivo fue la obligatoriedad que tenía
todo habitante de integrar el ayllu del que era originario. Tan cierto era esto que podía
afirmarse que el imperio era la suma de los ayllus que poblaban el país. El ayllu era la
base celular de la estructura social. Agrupaba a todas las familias que teniendo un mismo
origen, trabajaban y vivían en comunidad bajo la autoridad de un solo curaca. Esta
medida tenía como fin ejercer un riguroso control demográfico y tributario y, sobre todo,
mantener el orden interno de poblaciones recién incorporadas al Tahuantinsuyo.
LA EDUCACION
Las acllas, o mujeres escogidas, recibían una educación especial en los acllahuasis
que existían en las principales ciudades del país. Las acllas eran vírgenes destinadas a los
servicios religiosos y a la confección de los más finos y delicados tejidos de los que se
proveían el Inca y la nobleza. Eran escogidas entre niñas de pequeña edad, que destacaran
por su belleza y por la limpieza de su piel. No todas provenían de la nobleza, pero sí
estaban obligadas a llevar vida monacal bajo el cuidado de las mamaconas. En ciertas
circunstancias, el Inca las dispensaba del voto de castidad y las entregaba como esposas
de los más altos dignatarios del imperio. El principal acllahuasi funcionó en lo que hoy es
el Monasterio de Santa Catalina en el Cuzco.
Los habitantes del Tahuantinsuyo creían que Huiracocha había creado al mundo, al
hombre y a todo cuanto existe por un acto de generosidad. Su culto era anterior al
advenimiento de los Incas como nación y como estado; su origen hay que ubicarlo entre
las religiones tiahuanacoides, en las que Huiracocha—el dios supremo—era representado
con formas humanas. Siglos más tarde va a ser un dios incorporal, que estaba en todas
partes y en ninguna. Así lo veneraban los incas, que en su honor levantaron un templo
gigantesco en Cacha, en las cercanías del Cuzco.
El Sol, o Inti, era el dios tutelar de los primeros ayllus quechuas que se
posesionaron del valle del Cuzco y fundaron su propio Señorío. Los Incas creían que
Huiracocha era el creador del universo pero también tenían la convicción de que después
de la creación había sobrevenido un caos lleno de oscuridad y confusión, del que los
había sacado el Sol. Por eso lo honraban como a un dios ordenador al que le debían la luz,
el calor, las cosechas y la vida misma. A estas creencias hay que añadir el hecho de que
fuera su dios tutelar, razón por la que lo impusieron como deidad suprema en todas las
provincias del imperio. En su homenaje levantaron numerosos templos, siendo el
principal el Coricancha, actual templo de Santo Domingo en el Cuzco.
Otras deidades importantes fueron la Luna (Quilla), esposa del sol y madre de los
incas, el Rayo (Illapa), el Arco Iris (Cochi), y la propia tierra o pachamama o ma-
mapacha, a la que le tributaron reverente homenaje. Hábiles políticos, los incas toleraron
a los numerosos dioses regionales y locales vigentes en el imperio ala vez que imponían a
sus propios dioses, mitos y leyendas.
Los hombres del antiguo Perú tuvieron además una concepción del universo, que
vamos a exponer aún cuando sea en breves líneas. Para ellos el mundo no era infinito.
Estaba dividido en tres partes: uno superior o cielo al que llamaban Hanan Pacha, en el
que habitaban los dioses y al que llegaban las almas de los muertos, después de un largo y
fatigante viaje en el que habían sido asediadas por el Supay, o diablo para encontrar una
paz y quietud interminables; uno intermedio llamado Hurin Pacha, o tierra, en el que
moraban los seres sujetos a la inevitable ley de la muerte, como hombres, animales,
plantas y espíritus terrestres; y uno inferior, subterráneo, llamado Ucu Pacha que era el
mundo de los gérmenes, es decir el mundo de lo que debía nacer. Estos tres mundos se
comunicaban entre sí gracias al Inca y a las pacarinas. El Inca, en su condición
semi-divina de Hijo del Sol, era el intermediario entre el cielo y la tierra, y las pacarinas
eran las oquedades a través de las cuales surgían a la vida los gérmenes que yacían en el
mundo subterráneo. Pacarina podía ser cualquier cueva, lago, o manantial, que, teniendo
forma hueca, fuera el camino entre lo que debía nacer y lo que ya vivía.
Los Incas desarrollaron una tabla de valores que normaba rígida y obligatoriamente
la conducta moral de los habitantes del Tahuantinsuyo. Pueblo sobrio y austero, le
bastaban tres sentencias: Ama llulla, ama sua y ama quella, que significan no mientas, no
robes, no seas ocioso, para no desviarse en el cumplimiento de los deberes morales y
sociales que tenían con la comunidad y consigo mismo.
LA ARQUITECTURA
Los Incas heredaron una tradición que en Cerro Paloma y en Cotosh había
levantado los más antiguos monumentos arquitectónicos de América. Consecuentes con
este imperativo de la cultura, la arquitectura fue el arte en el que más sobresalieron.
Utilizando principalmente la piedra, crearon grandes complejos arquitectónicos en los que
aún es posible admirar la limpia sencillez del trazo, el equilibrio de los volúmenes y la
pétrea solidez de las edificaciones. En toda la extensión del Tahuantinsuyo, dejaron
numerosas muestras de su habilidad constructora, pero para los fines de este ensayo
limitémonos a señalar los ejemplos más notables en arquitectura religiosa, militar y
urbana.
A pesar de la incuria y del tiempo, nada hay que nos conmueva mas que los restos
de Machupicchu. Enclavada en, el pico de una montaña y sobre abismos que dan vértigo,
Machupicchu es el máximo exponente de arquitectura urbana antigua que existe en el
mundo. Toda una ciudad con sus calles, plazas, albergues palacios, templos y depósitos,
conservada relativamente bien por haber permanecido ajena a la voracidad de los
depredadores. Los españoles jamás tuvieron noticia de su existencia y durante casi cua-
trocientos años permaneció olvidada en medio de una naturaleza tropical incomparable.
En 1911 la descubrió el norteamericano Hiram Bingham.
Machu Picchu, una de las 7 maravillas del mundo.
LA TEXTILERIA
El carácter estrictamente clasista de la sociedad incaica, establecía diferencias
sustanciales en el uso y calidad del vestido. El hatun-runa vestía trajes simples y burdos,
confeccionados con un tejido llamado de abasca, hecho de lana de llama y alpaca. El Inca
y la nobleza vestían trajes confeccionados con el tejido llamado de cumbi, en exclusiva
lana de vicuña, en el que los elementos decorativos y el color realzaban la fineza y
suavidad del tejido. También practicaron el arte de la plumaria. A pesar de las diferencias
clasistas en el vestido, cabe señalar que los habitantes del Tahuantinsuyo fueron los
mejores vestidos del Nuevo Mundo, ya que no sólo hicieron uso del algodón sino que
fueron los únicos que domesticaron y aprovecharon la lana de los auquénidos.
LA PINTURA
Por las informaciones que recogieron los cronistas españoles, sabemos que los Incas
propugnaron el desarrollo de un arte pictórico al servicio de los intereses del estado; y que
en el Puquin Cancha, situado en las cercanías del Cuzco, guardaban unos tablones
pintados con los sucesos históricos más importantes del imperio. Estos tablones
lamentablemente se han perdido, como tantas otras cosas de valor que produjeron los
incas, y mal haríamos en enjuiciar aquello sobre lo que no hay información objetiva. El
Padre José de Acosta que los vio dice que eran "toscos". Nos quedan, sin embargo, las
pictografías a color con que decoraban sus hermosos keros. Los keros eran vasos
ceremoniales, labrados en madera, y pintados con escenas agrícolas, militares y
cortesanas, en las que los personajes parecen estar bajo la protección del sol y de la luna.
En estos dibujos hay que destacar el contraste y la belleza del color; no así el trato dado al
dibujo lineal en el que hay falta de perspectiva v movimiento.
LA CERAMICA
La cerámica cuzqueña se caracterizó por la sobriedad y austeridad con que trató el
color y los elementos decorativos. Simples trazos geométricos pintados en negro, naranja,
rojo y blanco bastan a esta cultura para crear espacios llenos de belleza y armonía. No
obstante existen piezas en las que los motivos son escenas de la vida campestre, pájaros,
plantas e insectos. Una creación original de la cerámica cuzqueña es el aríbalo, enorme
cántaro de forma cónica que servía para transportar y almacenar líquidos. Esta cerámica si
bien no superó los valores cromáticos a los que llegaron los nazcas ni el sentido plástico y
escultórico que distinguió a los mochicas, tuvo en cambio una difusión pan-andina que
perduró hasta fines del siglo dieciséis.
LA MUSICA
A lo largo de milenios, en el antiguo Perú se desarrolló un arte musical que aún
llega hasta nosotros, cierto que deformado por la influencia hispánica, para suscitar
nuestra admiración. La música precolombina fue pentafónica, es decir de cinco notas: re,
fa, sol, la y do, pero suficientes para crear una música lírica llena de intimidad y ternura,
que expresaba a cabalidad los sentimientos del individuo, y una música guerrera, vibrante
y clamorosa, que por lo general trasuntaba el regocijo y alegría popular por las victorias
del ejército imperial. Los Incas descubrieron y perfeccionaron instrumentos musicales de
viento y percusión, pero no de cuerda. Entre los instrumentos de viento cabe mencionar
las flautas, quenas y antaras, y entre los de percusión una gran variedad de tambores.
LA DANZA
Pueblo esencialmente colectivista no conoció la danza como expresión de un
sentimiento individual. Todos sus bailes fueron una manifestación del espíritu
comunitario, tras el que se congregaba el ayllu para expresar su regocijo o su tristeza.
Estas danzas corales —ya que se bailaban cantando— tenían un raigambre
mágico-religioso, que aun perdura en el folklore de estos días. Estas danzas eran
guerreras, pastoriles, agrícolas, religiosas y de regocijo o populares.
LA POESIA
El sentimiento amoroso dio lugar a una poesía lírica de la que hay testimonios en
las crónicas y en las investigaciones etnológicas. No cabe tampoco duda de que existió
una vigorosa poesía pastoril y campesina. Sin embargo, la más importante fue la épica en
la que el pueblo quechua trató de exaltar y conservar el recuerdo de su mitología y de los
grandes hechos colectivos. Existió también la poesía dramática, de la que sería su mejor
prueba el famoso Ollantay.
MACHU PICCHU
1. El descubrimiento
Hiram Bingham tenía como objetivo ubicar Vilcabamba, la legendaria capital de los
descendientes de los gobernantes incas, que ofrecieron resistencia a los invasores españoles
desde 1536 hasta 1572. Al transitar Bingham por el Cañón del Urubamba, comenta que en el
desolado sitio de Mandarobamba el campesino Melchor Arteaga le informó sobre la presencia de
ruinas de importancia en lo alto de los cerros, al pie de Machu Picchu. Bingham instó a Arteaga a
que lo guiara al lugar y lo consiguió a cambio de una recompensa. Luego de ascender por una
empinada ladera cubierta por tupida vegetación, tropezó con niños de las dos familias de
pastores que residían junto a las ruinas, quienes lo condujeron hasta el sitio, donde se ocultaban
las construcciones detrás del manto verde del monte tropical. Mientras las inspeccionaba atónito,
Bingham anotaba en su diario "Would anyone believe what I have found...?)" (¿Podrán creerme
lo que aquí he encontrado...?).
Más de 30 años antes sin embargo, en 1875, el ilustrado viajero Charles Wiener tuvo
noticias de Machu Picchu, que trató de alcanzar infructuosamente. También en el Cuzco
circulaban rumores sobre la existencia de una "ciudad perdida" situada en el cerro de Machu
Picchu, que llegaron a oídos de Bingham. Incluso habría sido visitada por Agustín Lizárraga y
otros campesinos lugareños.
Con todo, es indiscutible que Bingham fue el primero en visitar Machu Picchu premunido
de interés científico, y que nadie podrá regatearle el haber sido él quien hizo mundialmente
célebre el monumento arqueológico más preciado del Perú.
Sus excavaciones, no muy ortodoxas, en diversos lugares de Machu Picchu, le permitieron
reunir 555 cerámicos, cerca de 220 objetos de bronce, cobre y plata, y otros de piedra. Los
cerámicos rescatados en Machu Picchu constituyen ejemplos artísticos primorosos. Lo mismo
debe decirse de los objetos de metal: brazaletes, tupus, orejeras, cuchillos, hachas. Por el
material arqueológico identificado por Bingham en Machu Picchu, se desprende elocuentemente
que las ruinas se remontan al Incario; además de quedar esto atestiguado por las características
de su arquitectura, similares a las construcciones del Cuzco. De esta manera, se deduce que
Machu Picchu fue levantado a fines del siglo XV o sea en tiempos del Incario Histórico. Acaso
parte de las construcciones sean posteriores, tal vez hasta de data colonial temprana.
De las 135 osamentas halladas, 109 resultaron ser de mujeres y sólo 22 de varones (4 de
niños). Esta constatación llevó a conjurar que los pobladores de Machu Picchu fueron sobre todo
mujeres, acaso Acllas o escogidas dedicadas al culto.
Las ruinas de Machu Picchu están situadas a 2400 m de altitud. A lo largo, se extienden
por 800 m. Comprenden dos grandes sectores: la Zona Agraria y la Zona Urbana.
Terrazas de cultivo o andenes forman la Zona Agraria. Estos están constituidos por
grandes y pequeños escalones, emplazados en las laderas de los cerros. Hay terrazas muy
pequeñas que acaso no tuvieron función agrícola, y otras que sólo son plataformas sobre las que
se levantan construcciones. Las terrazas agrícolas alcanzan hasta más de 4 m de alto. Piedras
embutidas en los muros permitían escalar las plataformas de un nivel a otro.
La Zona Urbana está formada por dos grandes conjuntos arquitectónicos, con sus calles,
graderías que totalizan 3 000 peldaños, un sistema sofisticado de canales proveedores de agua,
plazuelas, vestíbulos y construcciones mayores y menores. Los dos conjuntos arquitectónicos de
la Zona Urbana, se levantan en dirección este y oeste, respectivamente, de la Plaza Central de
Machu Picchu.
Las construcciones de Machu Picchu son básicamente de planta rectangular y de un piso.
Recintos levantados con sólo tres paredes son frecuentes. Se les denomina masmas o
huayranas. Las portadas y ventanas son trapezoidales, al típico estilo Inca. También lo son las
hornacinas, donde eran emplazados ídolos u otros objetos. El techo, construido de troncos que
se cubrían con paja (ichu), era de una y de dos caídas, según el tipo estructural. Clavos líticos
dispuestos estratégicamente permitían sujetarlo con firmeza a la construcción. Los bloques eran
partidos utilizando técnicas típicas a la arquitectura inca. Las piedras eran pulidas por abrasión,
probablemente utilizando arena humedecida.
Los muros muestran un grado desigual de acabado. No sólo un edificio difiere del otro en
cuanto a su factura, hasta en un mismo muro son visibles diferencias técnicas y grados de
perfección. Es preciso remarcar que algunas paredes fueron enlucidas con barro.
Un verdadero alarde de perfeccionismo presenta la pared central del Templo Principal.
Aquí se aprecia cómo las piedras primorosamente cortadas y pulidas, encajan unas con otras, a
modo del más complicado y sutil rompecabezas.
Las rocas y grutas rocosas eran esculpidas con formas de contenido mágico. En algunos
casos, estas esculturas en la roca terminan por constituir parte de una obra arquitectónica; tal es
el caso de El Torreón.
Machu Picchu aparece rodeada de precipicios y murallas que hacen difícil su acceso, y
convierten el monumento en "ciudad fortificada". Manuel Chávez Ballón encuentra que su
planificación es similar al Cuzco. Para Fernando Cabieses, en Machu Picchu se expresa la
concepción inca de los tres "mundos", con altares dedicados específicamente a los ámbitos de
hanan (arriba), hurin (abajo) y cay (de "acá"). Por su parte, Víctor Angles advierte que su plano
pareciera evocar la figura de un ave con las alas extendidas.
Al concluir estas páginas, nos parece indispensable reiterar algunos conceptos que
como ideas medulares han guiado la redacción de este trabajo.
Primero: La cultura desarrollada por los diversos pueblos y naciones que —desde
época inmemorial hasta 1,533— han poblado lo que hoy es el territorio del Perú, es el re-
sultado de la creatividad milenaria del hombre peruano.
Segundo: Esta labor tiene el mérito relevante de haberse efectuado sin contacto con
el mundo exterior. Consideramos como altamente improbable la posibilidad de que cen-
tros exógenos hayan determinado la evolución de esta cultura. Reiteramos nuestro criterio
de que el Perú es uno de los pocos centros originarios de alta cultura que existen en el
mundo.
Tercero: Todas las sociedades andinas pre-hispánicas han contribuido a crear esta
cultura sin distingos ni exclusión alguna.
Cuarto: Algunos de los elementos desarrollados por las culturas pre-incaicas deben
ser resaltados por la importancia que han tenido en el desenvolvimiento cultural no sólo
del Perú sino de toda la América del Sur. Estos elementos son los siguientes:
a) Hace diez mil años, los cazadores y recolectores primitivos que recorrían nuestra
geografía, descubrieron a orillas del río Santa la agricultura, iniciando un proceso de
hallazgos tecnológicos que les permitiría arribar siglos mas tarde al estado de la alta
cultura. Uno de estos hallazgos es el descubrimiento y generalización del uso de la papa,
que sin lugar a dudas es uno de los grandes aportes del Perú a la cultura mundial.
e) La cultura Paracas puede recabar el mérito de haber urdido uno de los más
delicados y hermosos textiles que haya concebido el hombre.
f) Nuestra cerámica tuvo un desarrollo tardío, pero en el siglo cuarto de nuestra era
los artífices nazcas eran los mejores pintores ceramistas pre-hispánicos. Por esos años, los
mochicas —como antes Vicús y Recuay— hacían de la cerámica un pretexto para
modelar esculturas del más hermoso y puro realismo. Y, por último,
g) Las joyas en oro, plata y piedras preciosas confeccionadas por los orfebres
chimú, demuestran una habilidad artística y una tecnología sin parangón en la América
precolombina. Y
Horticultores y Pastores
CARAL
SECHÍN
LA CULTURA CHAVIN
CUPISNIQUE
LA CULTURA PARACAS
LA CULTURA PUCARÁ
LA CULTURA VICÚS
LA CULTURA CAJAMARCA
LA CULTURA SALINAR
LA CULTURA NAZCA
LA CULTURA MOCHICA
El Señor de Sipán
LA CULTURA RECUAY
LA CULTURA LIMA
LA CULTURA HUARPA
LA CULTURA TIAHUANACO
LA CULTURA WARI
LA CULTURA LAMBAYEQUE
El Señor de Sicán
LA CULTURA CHIMU
La fortaleza de Paramonga
LA CULTURA CHINCHA
LA CULTURA CHACHAPOYAS
LOS PINCHUDOS
LA CULTURA CHANCAY
LOS HUANCAS
LOS CHANCAS
LA CULTURA INCAICA
EL RELATO HISTORICO
LA ORGANIZACION ECONOMICA
LA ORGANIZACIÓN POLITICA
LA ORGANIZACION SOCIAL
LA EDUCACION
LOS CONCEPTOS RELIGIOSOS Y LA MORAL
LA ARQUITECTURA
LA TEXTILERIA
LA PINTURA
LA CERAMICA
LA MUSICA
LA DANZA
LA POESIA
MACHU PICCHU
EPILOGO
BIBLIOGRAFIA