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Los indios quechuas de las faldas del sur


Notas iniciales para un trabajo de observación y
comprobación

POU

A l f r e d o Jáuregui Rosquellas,
De las sociedades geográficas de Sacre y La Paz

I.

1 . — L a literatura histórico-etnogiíifica referente a


Bolivia es y a bastante copiosa y está repleta de intere-
santes datos, que lian contribuido eficazmente a excla-
recer el problema de la población primitiva del Conti-
nente surainericano. El indio de la planicie interandina
lia sido descrito y analizado en su Inrlole, tendencias,
religión, lenguáje y costumbres, lo mismo «pie el pobla-
dor de la fecunda región flbvial del noroeste y que el
gnu ranino de las extensas vegas que se dilatan hacia el
P a r a g u a y ; pero es bien poco lo que se lia escrito a pro-
pósito del habitante de las faldas, llanuras y pequeños
valles formados en las vertientes orientales de la cordi-
llera interior, entre los 1 8 y los 20 g r a d o s de latitud.
E s t a gran masa de población aborigen, pertene-
ciente en lo absoluto a la familia quechua, presenta ca-
racteres bien singulares y tiene rasgos propios dignos
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de paciente estudio y de observación cuidadosa, sobre


todo si se t r a t a de los grupos que pueblan él territorio
de la zona media, dependiente otrora de la nación
Charca, que tan sobresaliente rol tuvo en épocas inme-
diatamente anteriores y posteriores a la organización
del TahuuiitW'Suyn.
¿De dónde proceden estos Indios y cuál su verda-
dera situación y condición en el Continente, en esos pe-
ríodos remotísimos que se pierden en lo más neblinoso
de la prehistoria? Punto es éste muy obscuro todavía,y
aunque se ha divagado largo y tendido Sobre él dando
libertad a la imaginación y amontonando argumentos
de todo género, la verdad histórica no está, establecida.
Por las huellas que Se encuentran en distintos
puntos del territorio, y lo mismo en las partes llanas
que en las accidentadas por montañas, el suelo ameri-
cano debe habe*1 sido recorrido por hombres de una su-
perior cultura: si autóctonos, desaparecidos completa-
mente por los trastornos sísmicos, si inmigrantes, con-
cluidos por el trascurso del tiempo y quiíás, cotno dice
el serio historiador Cobo ipor no haber traído mujeres
consigo». ¿Vinieron por el norte? ¿Por el mediodía?
¿Eran los gigantes de que se ocupan algunos cronistas?,
¿I']rati los hombres blancos y barbudo» de que hacen men-
ción otros? Ello es que entre el período délos «hombres
de cultura superior» que habitaron momentánea mente el
centro del Continente y el período incásico Iniciado por
Manco ICjapac, media un buen número de siglos, tanto
más difíciles de ser estudiados cuanto que no existe de-
rrotero, tradición ni cosa alguna que proyecte un míni-
mo rayo de luz.
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2.—Conquistadas las tribus del sur en forma pací-,
fica, según lo relata Garcilaso de la Vega, e incorpora-
das al imperio, desarrolláronse vigorosamente gracias,
a las benéfica? condiciones del medio físico. La benig-,
nidad del clima y la fertilidad del suelo por una parte y,
las previsoras y discretas leyes del nuevo estado políti-
co y social por otra, obraron en el carácter, la organi-
zación, la moralidad y cultura de estos indios, entrega-
dos h a s t a poco antes a l a r á s despreciable abyección,
y despertaron sus naturales tendencias a la paz, el or-
den y el trabajo. Fué así y con el favor de estos recur-
sos que el IncaTupac-Yupanqui pudo formarunaimpor-
tante provincia de población homogénea en la lengua,
r a z a v costumbres, estrechándolos vínculos coexisten-
tes entre los charcas, que desde tiempo a t r á s habían
ejercido eldominio dé la zona, y los yamparas, oronco-
tas, palcas, torneas, caillomas, taraphucué y chayan-
tas. El caserío principal:. Chuqni-chaca, subre cuyas
ruinas se fundara más tarde da ciudad castellana de
La-Plata, fué elegido por el misino Tupac Yupanqui
para residencia del Cacique. En esa ocasión y como ho-
menaje recordatorio de este suceso, los charcas elevaron
el fuerte del Churu-kjeHa para defenderse contra los chi-
riguanáes de la familia, de los guaraninos, y realizaron
grandes tiestas en honor de su ídolo protector contra
los rayos, en el adoratorio del Tanga-tanga.
A la sombra de los privilegios y libertades concedi-
das por el Inca como consecuencia de la forma en que
los charcas recibieron al «enviado del Sol», y dentro de
sunuevaorganizaci0n.se desenvolvieron grándemente
estas tribus actiVas y laboriosas, que aun sé agitan en
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los ricos valles y fecundos vegas del S. E. de Cocha-


bamba, del 0. de Chuquisnca y del N. E. de Potosí,
• durante los 150 años trascurridos dichosamente, hasta
el día fatal en que se efectuara la sangrienta conquista
de la Capital de los charcas por Gonzalo Pizarro.
3.—Obedeciendo el mandato de su hermano Fran-
cisco y cediendo a sus propios ambiciosos impulsos, em-
prendió Gonzalo Pizarro el viaje al sur, partiendo del
Cuzco en abril de 1538, y en una frfa y nebulosa tarde
del mes de junio llegó, acompañado de sus capitanes y
de 130 soldados, a l a s alturas de Chiri-púquio, desde
donde pudieron contemplar, a menos de un kilómetrode
distancia, el extenso caserío de Chuqui-fiháca, cubierto
de aromosa vegetación y circundado por cristalinos
riachos, junto a los que se agitaban, preparando su de-
fensa, los charcas, resueltos a afrontarse «a los mons-
truos de metal que arrojaban raj'os».
Dada la señal de ataque, Pizarro y los suyos des-
cendieron de la colina y espada en mano y lanza en ris-
tre trataron de pasar el escaso Quirpin-cliaca, pero la
lluvia de piedras fué tal y tan irresistible la acometida
de los indios, capitaneados por el Cacique Titn, que los
castellanos hubieron de volver grupas tenazmente per-
seguidos por los defensores del caserío. En la altura,
que es llana y libre de obstáculos, hasta donde había
avanzado Titu sin fijarse en las consecuencias, trocá-
ronse los papeles y Pizarro, seguro de su ven ta ja, ordenó
cargar con gran ímpetu e hizo una terrible matanza que
puso en fuga a los indios, obligándolos a tornar a sus
parapetos, pero con mucha pérdida de gente. Enarde-
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cidos con el triunfo los españoles entraron en Clmqiii-


chacn y continuaron el feroz degüello, hasta que el viejo
Cacique Titn tuvo que brindarse en sacrificio por los de-
más, capitulando con el vencedor y obteniendo su per-
dón para los sobrevivientes.
Noticiado de esta nueva conquista Francisco Pi-
zarro dió a su hermano Gonzalo el repartimiento de
]jos Clin re,m, con la encomienda de todos los indios que
contenía, y ordenó la fundación de una ciudad sobre las
ruinas de la ensangrentada Clivqui-chaca. Cuando Gon-
zalo Pizarro volvió del Cuzco, y a Pedro Anzures había
hecho la fundación y organizado el Cabildo, que se ocu-
paba en ejecutar las primeras construcciones.
Gonzalo Pizarro inició con suma crueldad su go-
bierno, que debía ser perfeccionado por su lugartenien-
te Diego de Rojas, mientrns su ausencia en el país del
Amazonas; pero los indios no tardaron en rebelarse en
número de 8,000 v poner en c e r c ó l a flamante ciudad,
que salvó por los recursos que el Marqués envió desde el
Cuzco.
Las consecuencias de esta rebelión fueron tremen-
das para los indios,que empezaron entonces su calvario.

4.—El ambicioso Emperador Don Carlos Quinto,


que a sus locas pretensiones de grandeza reunía fino
tacto político y gran prudencia, quiso prevenir los atro-
pellos de los conquistadores, cuya índole conocía, y de-
fender los intereses de la Corona. P a r a el efecto acordó
nombrar un magistrado que asesorase al Gobernador
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vigilando todo lo relativo a encomiendas y al trata-


miento de los indios, y que en caso de muerte de Bizarro
lo substituyese conla plenitud de las facultades. El nom-
bramiento recayó en Don Cristóbal Vaca de Castro, que
llegó al Nuevo Mundo cuando el Marqués había muerto
asesinado por los nlmagristas, contra quienes abrió
campaña, derrotándolos y persiguiéndolos hasta cap-
turar a Almagro el Mozo, que fué ejecutado en el Cuzco.
Durante este primer período de guerras civiles, los
indios, sobre todo los de la provincia meridional de
Charcas, se mantuvieron tranquilóse indiferentes, con-
vencidos de la inutilidad de sus sacrificios en favor de
la libertad; pero cuando Y a c a de Castro, en ejecución de
los órdenes recibidas trató de mejorar su lastimosa si-
tuación, enormes masas y comunidades íntegras se le
plegaron y sirvieron, en la confianza d«¡ que habían en-
contrado un protector. Mas, tampoco tuvo duración este
estado de cosas, primero aporque el magistrado se dejó
arrastrar por los prejuicios de la inferioridad de los
americanos, y segundo, porque las Nuevas Leves pro-
dujeron nuevos disturbios.
5.—El inmortal obispo de Chiapa, F r a y Bartolo-
mé de las Casas, que desde los tiempos de Colón venía
observando las extorciones y atropellos de que eran
víctimas los indios, había hecho frecuentes reclamos y
enviado «memoriales de piedad» a la Corte, para que
aliviase el infeliz estado de los americanos, pero sus pa-
labras no fueron escuchadas hasta que se constituyó en
la península como abogado de los escla vos rojos, y tal
fué la relación que hizo, tan sinceras sus lágrimas de mi-
sericordia y tan insinuantes sus súplicas que, por sobre
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toda otra influencia contraria e interesada, el Empera-


dor dictó las Ordenanzas de Valladolid encaminadas
principalmente a proteger a los indios y sus propieda-
des, privando de sus encomiendas a los conquistadores.
Lástima fué (pie tan bella obra recayese en perjuicio
de los escla vos uegroñ.
Para que la cédula real tuviese completa eficacia,
se nombró un Virrey munido de amplios poderes, y fué
con os' >s antecedentes que se encaminó al Perfi Don
Blasco Núñez de Vela, acompañado de los que debían
forma i' la primera Audiencia en Lima.
Tan prudentes y justificadas medidas fueron un
golpe mortal sobre los traficantes en liombres y enco-
menderos que pululaban de Méjico a- Potosí;pero ningu-
no se sintió más herido que Gonzalo Pizarro, dueño de
la mayor y más productiva encomienda del Perú y el
más all ivo Señor de las tierras conquistadas.
El Virrey, anheloso de hacer efectivas cuanto antes
las instrucciones de la Corte, hizo adelantar agentes que
notificasen a los favorecidos el objeto principal de su
misión, y tan buena maña se dieron éstos, que cuando
Vela entró en tierras del Perú y a los indios eran sus
aliados y estaban aprestándose para ayudarle, aunque
temerosos de un nuevo desengaño. Mas, como también
Gonzalo Pizarro se anotició de la comisión que traía el
Virrey y en ello le iban sus intereses, se aprestó a la re-
sistencia alzando bandera contra el Emperador «que
pretendía desnojarlos de lo que habían ganad'o a costa
de tanto esfuerzo, privación y sacrificio».
L a r g a y porfiada fué la contienda. Corrió la san-
gre del castellano mezclada con la. del indio, que de-
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fendía la causa del Emperador que dictara tan humani-
tarias leyes», y los actos de heroísmo,se alternaban con
los de la más refinada crueldad, Pero la suerte de las
armas favoreció a Pizarro, y con la muerte del Virrey
en Añaqnito, la situación de los indios, muy especial-
mente la de los encomendados al, vencedor, empeoró
horriblemente.
• 6.—Probádamente no podían gran cosa los capi-
tanes contra los audaces y ensimismados conquistado-
res, que estaban fortalecidos por la unión y enriquecidos
con las encomiendas. L a fuerza se estrellaría contra
otra fuerza superior, sin beneficio alguno y con grandí-
simo perjuicio de la autoridad real. Era, pues, necesario
acudir a otro expediente, quizás menos franco, pero eso
sí más eficaz: la intriga astuta. Y como para practi-
carla se requería hombre práctico y de luces, se nombró
«Pacificador de los reinos del Períi» a Don Pedro de la.
Gasea, sacerdote que a, la inflexibilidad de carácter y
temperamento disimulado, reunía sutil suspicacia y cla-
ra inteligencia.
Constituido en el Nuevo Mundo el Pacificador pu
so en obra sus artes, y con tranquila apariencia, hacien-
do concesiones mañosas y ofertas vagas, consiguió
atraer a su partido, que era el del Emperador, a los me-
jores lugartenientes de Pizarro, hasta dar fel golpe maes-
tro y tan certero, que el ostentoso y engreído Gober-
nador y Justicia Mayor del Perú vió desaparecer todas
sus ventajas, perdió sus amigos, sus satélites y final-
mente perdió la vida en la fortaleza de Saxahuaman,
dejando al terrible Pacificador heredero de la magnífica
Corte que había organizado e instalado en Lima, con
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enorme fausto que pesaba sobre los infelices indios de


su encomienda de Charcas, duramente castigados por el
Emperador y por las Nuevas Leyes.
Empero, La Gasea no pudo librarse de la presión
de los encomenderos y, no obstante las órdenes recibi-
das, emprendió la reorganización de las tierras conquis-
tadas,conforme con las viciosas prácticas iniciales, l'ero
en ese momento llegaron nuevos mandatos reformato-
rios del sistema de encomiendas, aboliendo completa-
mente el servicio personal de los indios. Cumplir esta
disposición significaba empezar nueva guerra civil. L a
Gasea optó por dejarla en suspenso; pero abandonó el
• Perú.
7.—Don Antonio de Mendoza, más hábil y más
humano que el sacerdote La Gasea puso en ejecución las
disposiciones que por tres veces había dictado la Coro-
na en favor de los americanos, mas, su prematura muer-
t e dejó inconcluso tan meritorio esfuerzo. L a Audien-
cia tuvo que verse otra vez frente a un rebelde: Girón,
que alzó bandera en sostenimiento de 1a, esclavitud de
los indios, haciendo nueve meses de sangrienta campa-
ña, que concluyó con el triunfo de la Audiencia y la cau-
sa de la humanidad. Hernández de Girón fué decapita-
do en el Cuzco y con él vieron los indios desaparecer al
último de sus perseguidores a mérito de conquista.

8.—Organizado definitivamente el Virreinato y


puesto en camino de desarrollo por el sobresaliente po-
lítico y administrador Don Andrés Hurtado de Mendo-
- o n -

za Marqués de Cañete, los indios entraron en un plan de


vida nincho más ventajoso que el establecido por los
conquistadores. El auxilio de los buenos catequistas y
el favor de las leyes protectoras que a menudo se remi-
tían a la colonia, hicieron olvidar algo las matanzas y
depredaciones de los primeros tiempos, estableciendo
relaciones de amistad y pequeño comercio entre españo-
les y americanos. En cambio, una nube tempestuosa y
cargada de amenazas.empezó a dibujarse en el horizon-
te, sembrando el terror entre los quechuas de las faldas
del sur: los trabajos mineros se intensificaban y se im-
ponía aumentar el servicio personal de los indios.
9.—Los yacimientos argentíferos de Porco, que tan-
to metal blanco dieron a los Incas, eran activamente
explotados por los conquistadores, que aplicaron a ellos
cuatro fuertes encomiendas de la región comprendida
entre el río de Tutnusla y el Pilcomayu, no quedando
encomiendas libres para los casos sobrevinientes. Y en-
tonces ocurrió el descubrimiento casual de las imponde-
rables riquezas de Potosí, respetado fanáticamente por
los vasallos del Inca.
Centeno, Villarroel y otros afortunados vecinos
de La-Plata, noticiados del suceso y con las perspecti-
vas de enormes ganancias, no vacilaron en correr, a
gran costo, las diligencias precisas para el laboreo de
esas minas, y consiguieron, además, que se hiciese el re-
partimiento de brazos «tomando los indios de mayor
proximidad». Fué, pues, necesario acudir a las enco-
miendas libres, sin distinción, por tratarse de las minas
del Rey;mas,como los trabajos de Porco tenían y a muchos
iniles de americanos sujetos, tocó el turno a los charcas,
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ehnyant.ns, caillomas y torocas, que fueron inscritos en


el braceo de Potosí. Y como al descubrimiento de las
riquezas de Potosí siguieron nuevos encuentros de mi-
nas va antes trabajadas por los subditos del Tahuantin-
suyu o descubiertas recién, gracias a la increíble activi-
dad de los españoles agijoneados por la sed de oro, es el
caso -que faltaron brazos y creció la necesidad de
hombres, llegando a ser cotizados los individuos v dis-
tanciados entre sí los explotadores, por competencias
de mayor disposición o sea de mayor beneficio.
10.—Cuando llegó al Perú Don Francisco de Tole-
do, con la recomendación de revisar el cumplimiento de
todo lo establecido respecto de él, las órdenes, reales
cédulas y mandatos referentes a los indios estaban
en el más completo olvido por los encomendoros,
que no vacilaban en ponerse frente a la ley cuando le»
iba en ello su ganancia.
L a primera obra del sabio y discreto legislador,
justamente llamado Solón peruano, fué declarar en sus-
penso todo lo que hasta entonces habían autorizado
las audiencias, presidencias y capitanías, iniciando un
nuevo sistema de gobierno y ordenando mil procedi-
mientos para el mejor desarrollo y enriquecimiento
del país. El príncipe reinante, rígido siempre y aus-
tero, impenetrable y duro cuando se trataba de que-
mar hereges o desposeer a los súbditos del Portugal,
mostróse benigno con los indios y convino con Toledo
en todo lo que contribuyese a hacer efectivas las disposi-
ciones testamentarias déla reina Isabel I de Castilla,que
hasta su postrer momento se había ocupado en hacer
recomendaciones favorables a los americanos.
11.—Entretanto apretaban las exigencias de la
guerra con los Países Bajos, Inglaterra y Portugal, y
había que allegar grandes recursos en granos y dinero,
para sostenerla. Entonces se aumentaron los tributos
en la rica colonia y se acordó el servicio de la mita, para
el laboreo de las minas reales. Este flajelo espantoso,
que a g o t ó la población de ciertos distritos y que cons-
tituye un baldón inolvidable para el gobierno del Virrey
Toledo, fué establecido en bastante buenas condiciones,
muy semejantes al «servicio de las minas del Inca»; pero
los encargados de ejecutarlo le revistieron de formas
tan bárbaramente crueles y odiosas, que la resistencia
que despertó condujo muchos centenares de hombres al
delito y muchos millares a la muerte.
Los charcas de las faldas del sur, no obstante del
yanacónazgo allí implantado con estrictez, tuvieron su
contribución a la mita, y tres de las nueve puntas que
se alternaban, correspondieron a las reducciones de
Toroca, ('ailloma, Palca y Mojotoro.
Concurrente a la mejor organización de la mita y
como recurso necesario para su más completo verifica-
tivo, fué la obra de reunir a los indios en grupos más
o menos numerosos, obligándolos a la vida social y
formando aldeas, caseríos y aun pequeñas villas parro-
quiales, dirigidas por un Curaca y un religioso. En estos
organismos, al mismo tiempo que se estimulaba el ins-
tinto de sociabilidad con todas sus ventajas y conse-
cuencias, se facilitaba el doctrinamiento por los conver-
sores y se hacía fácil el reclutaje para la mita.
Tampoco perdió de vista el astuto Virrey la liomo-
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geneidad de población que, a la larga, resultaría de este


agrupamiento de tribus y naciones, que antes estaban
totalmente dispersas y aisladas y sin ningún vínculo,
desde que la conquista rompiera el del cidto común y
voluntario vasallaje del tiempo incásico.
Y fué así: se unificó mucho la población por la
mezcla de sus elementos, y el trato constante y la co-
municación cuotidiana establecieron la solidaridad; pe-
ro el conocimiento de los ágenos dolores, algunas recla-
maciones y muchas quejas generalizaron el pensamien-
to e hicieron colectiva la protesta, despertando los sen-
timientos (le libertad y aclarando los mirajes de una
existencia mejor. Entonces se produjeron aquí y allí actos
de justa rebeldía, que fueron los primero»chispazos de
la libertad de las colonias, y a que no de la reacción de
la raza.
12.—Circunstancia que contribuía a hacer más pe-
sada la situación de los naturales fué, en el Alto Perú,
el doble aspecto que tomaron las encomiendas: uno ac-
tivo, en virtud del cual se repartían los indios para to-
da suerte de faenas duras: minas, campos, acarreos, etc,
pudiéndoseles imponer el más pujante esfuerzo e ilimita-
da fatiga corporal, ni más ni menos que a las bestias.
En este sentido eran repar tidos los indios y no les que-
daba más que obedecer.
El segundo aspecto de la encomienda recaía sobre
los salarios y el ahorro, y g r a v a b a indistintamente a
hombres y mujeres de toda edad.
Los mineros se quejaban contra los encomenderos,
(pie amparaban a los yanaconas que labraban los cam-
pos; éstos impugnaban a aquéllos por las deficiencias
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ene] producto; los doctrineros clamaban c o n t r a l a mita,


que alejaba de sus feligresías una buena porción de du-
cados, y los corregidores protestaban c o n t r a todos por
que hacían fluctuar el tributo creándoles responsabili-
dades y disminuyendo sus ganancias. Ello es que en to-
dos los casos el encomendero g a n a b a y el indio perdía,
recayendo sobre él palos y patadas, amen del recargo en
sus obligaciones.
Y a La (Jasca había introducido fundamentales re-
formas en orden a encomiendas, y son célebres sus co-
municaciones y sus actos de vigilancia, acompañado y
aconsejado por el Arzobispo L o a i z a y por el Provincial
de Dominicos Fr. T o m á s de San Martín. El Virrey Hur-
t a d o de Mendoza mejoró aun más la suerte de los in-
dios, y Toledo dictó ordenanzas severas contra los que
los tratasen mal y fuera de la ley; pero apesar de todo,
las injusticias y hostilidades de que eran objeto toma-
ban cada día caracteres más graves, que no escapaban
al conocimiento del Rey de España, sin que fuera bas-
tante su poder para evitarlas. Y sucedía, singularmente,
que cuanto más recomendaba el monarca benevolencia
con los naturales, más acrecía la rapacidad, crueldad y
codicia de los empleados de la Corte en el Nuevo Mundo.

1 3 . — L a Ileal Audiencia de Charcas, interesada so-


bre todo en mantener el orden en los territorios de su
jurisdicción y anhelosa de encontrar ocasiones para po-
nerse al frente de los agentes del Rey, cosa que constitu-
y ó su característica, ejercía una a c t i v a vigilancia sobre
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los indígenos protegiéndolos de los atropellos d é l o s


corregidores, doctrineros, visitadores y alcaldes, y se-
gún lo ordenaban reiteradas cédulas reales «cada tres
años debía un Oidor realizar una giro, de inspección por
su distrito, para indagar sobre la conducta de los em-
pleados de la Corona y remediarlos malos tratamien-
tos que se imponían a los indios». Desde este punto de
vista, los indios quechuas de las faldas del sur, como
próximos ¡il asiento del tribunal, no tenían grandes ma-
les que lamentar y quizás si su situación era envidiable
respecto de los de otras regiones, entregadas al despo-
tismo de los oficiales españoles y los mestizos, entonces
como ahora, los peores verdugos de sus inferiores.
Empero, la misma Audiencia de Charcas 110 se li-
bró del mal de codicia, y tuvo larguezas imperdonables
para con los encomenderos que debió haber castigado
con severidad implacable.
14.—Cumplida su misión legislativa, digna del
aplauso de la historia, y asesinado Tupac-Amaru des-
pués de la inicua condenación del discreto legislador a
quien tan fieramente reprochó su acción el Rey Don Fe-
lipe II, volvió Toledo a la península, dejando la colonia
peruana en camino de progreso, con un plan bien esta-
blecido, pero con la población originaria en manos de
explotadores sin conciencia.
Con todo, el tratamiento dado a los indios no era
igual en todas partes, aunque fuera igual el móvil de la
conducta de los españoles, y lo que determinó esa dife-
rencia fué la índole délos naturales. Los que formaban
las reducciones de las faldas del sur, por su carácter
suave, alegre y menos reconcentrado, se captaron fácil-
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monte la piedad y hasta cierto punto la consideración


de los encomenderos, obteniendo algunas ventajas en
cuanto a los servicios personales, es decir que fueron
considerados como vasallos; pero no por su inferiori-
dad, cual lo decían los Capitanes aventureros y lo esta-
blecieron los Papas de aventura. Con este antecedente
se puede explicar también el intenso mestizaje que s^
produjo en esas regiones, donde el indio es actualmente
poblador sólo de la campiña y fugaz transeúnte en la
ciudad. ¡
En 1111 sentido general, con más estrictez en unos
distritos y más evangelismo en otros, las condiciones
del indio, creadas por la política colonial, eran las si-
guientes:
Eran obligados a cristianizarse y abandonar to-
das sus prácticas hechicerescas y antiguos cultos.
Debían aceptar la fusión de las razas, pero en las
condiciones impuestas por el español y conforme con las
licencias otorgadas por las autoridades, siempre que se
tratare de personas de valía.
Debían concentrarse en reducciones y someterse al
Corregidor, Doctrinero y Cacique, quienes eran respon-
sables del cumplimiento de las demás obligaciones. Fue-
ra de estas autoridades, los reducidos nombraban
anualmente su Curaca, que se entendía con el régimen in-
terior y calificación de servicios.
Debían permanecer en sus reducciones constante-
mente sin que les fuera dado cambiar de domicilio ni re-
sidencia con ningún pretexto.
Estaban prohibidos de comprar licores de fabri-
cación española, del país o de importación extranjera.
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No podían efectuar ningún contrato real ni perso-


nal sin el permiso de la autoridad peninsular, que sólo
podía consentirlo cuando era favorable al indio, consi-
derado como menor de edad.
Los caciques del antiguo régimen mantenían su
autoridad controladora de la de los blancos, y podían
presentarseal Presidente de laAudiencia y a u n a l Virrey,
sin hacer antesala, cosa a que estaban obligados hasta
los más encopetados encomenderos con título. Esta
permisión fué más tarde extensiva a todos los indios.
Estaban facultados para concurrir a la enseñanza
del castellano, encomendada al Doctrinero o su sacris-
tán, los que no podían desempeñar e-sos cargos si no
habían probado sus conocimientos del quechua, en la
Capital del Virreinato.
Gozaban también los indios de ciertos privilegios
acordados en la península a los rústicos «en at'nción a
su simplicidad, menor malicia e imperfecto conoci-
miento».
L a esclavitud estaba prohibida y el trabajo regla-
mentado.
Finalmente, y esto es lo principal, el sombrío tri-
bunal del Santo Oficio de quemar prójimos no tenía ac-
ción ni jurisdicción alguna sobre los indios.
En tratándose de la mita, cien veces comentada
por los historiadores y muchas ocasiones falseada en
sus verdaderos alcances y sistema, los caciques hacían
por riguroso turno la designación de braceros y se les
pagaba salarios, viajes y mantenimientos, pudiendodes-
pués volver a sus pago?, libres del yanaconazgo. El nú-
mero de mitayos era el equivalente a la séptima parte
- 10 7 -

del total de hombres libres y útiles de cada reducción y


daba, para Potosí, de 1 3 a 14 mil braceros, dentro del
límite territorial adjudicado a los trabajos de ese asien-
to de minas reales.
14.—Y todo esto lo consignaban reiteradas cédulas
reales, ordenanzas, decretos, provisiones y preven-
ciones del Rey y el Consejo de Indias, y los Virreyes y
Audiencias lo publicaban a son de trompa y clarín, al
mismo tiempo que lo repetían los doctrineros y visita-
dores religiosos; pero no era ejecutado más que en par-
te, en muy pequeña parte, por los agentes inferiores, que
en cada concesión hecha a los indios creían encontrar
una ofensa a su orgullo malandrín de europeos; y no se
cumplía porque eso habría importado poner coto a las
especulaciones de la impía avaricia de los aventureros
que servían en las últimas reparticiones de la adminis-
tración. Por otra parte, y hay que decirlo bien alto, no
todos los Virreyes eran como Don Andrés Hurtado de
Mendoza, Don Gaspar de Zúniga, Don Francisco de
líorja Príncipe de Esquilache, Don Melchor de Navarra
y Rocafull, y menos como Don José Manso de Velasco,
Conde de Superunda, que sintió hasta el fondo de su al-
ma el horror de los atentados, desfalleciendo en sus ini-
ciativas ante las terribles amenazas de trastornos polí-
ticos y venganzas que se le hicieron entrever. A la par
de estos, no todos los arzobispos fueron como Fr. Do-
mingo de Santo Tomás, Fr. T o m á s de San Martín, Don
Cristóbal de Castilla y Zamora y Don José Antonio de
San Alberto; ni los doctrineros se inspiraron siempre en
L a s Casas, Loaiza y Molina, y por el contrario, fueron
frecuentes las luchas de virreyes y prelados por acusa-
104 —
ciones recíprocas referentes al tratamiento dado a los
indios. Es notorio, así mismo, cuan enorme es el núme-
ro de expedientes y procesos que en los archivos de Es-
paña y América se guardan, conteniendo quejas contra
lós corregidores y loé alcaldes.
Resulta, pues, que las buenas intenciones de la Co-
rona y las protectoras leyes dictadas en favor de los
naturales no se cumplían, siendo lamentable la situa-
ción de los mismos que el Rey y Consejo de Indias que-
rían proteger.'

1 5 . — L a s numerosas reducciones, establecidas


i con
población charca, en un territorio de veinte leguas a la
redonda de La-Plata, estaban, hasta cierto punto, mejor
que las demás, aun que las otras del distrito de la
Real Audiencia, y para éllo había una razón: la vecin-
dad de las tribus guaraninas.
L a Plata fué desde el momento de su fundación un
importante centro de señorío, cultura y riqueza. L a Au-
diencia Real, la Presidencia, el Arzobispado, la Univer-
sidad Real y la buena nobleza que allí habían hecho su
asiento y residencia le daban predicamento en todo el
Virreinato y fuera de él, consagrándola como ciudad
de primera clase y, por lo mismo, acreedora a las ma-
yores consideraciones. Siendo así, era necesario conser-
varla y protegerla de las posibles incursiones de las trh
bus bárbaras que rodeaban su inmediato territorio por
tres lados: al norte los chunchd.s y guarayos, al 'oeste
los chiriguanos, de la gran familia de los guaraninos, y
- 10 7 -

al su reste los valientes y feroces tobas y matacos, que


y a otras veces habían realizado avances sangrientos
hasta puntos próximos a la ciudad* Junto a este peli-
gro se presentaba el riesgo de que las tribus quechuas
más orientales se contaminaran con el ejemplo de rebeldía
de los pobladores de allende el Pilcomavu y produjeran
un alzamiento en masa, lo que habría tenido consecuen*-
cias de alta trascendencia.
Reflexionando sobre estos puntos, los magnates
de L a Plata, es decir los Oidores, el Presidente, el Prela-
do, los doctores del Claustro y media docena de Títulos
de Castilla resolvieron:
Que se solicitasen numerosas milicias para defen-
sa de la ciudad.
Que los indígenas de las reducciones de cinco le-
guas al contorno fuesen disciplinados por los oficiales
reales con ayuda y vigilancia de los doctrineros y «pues-
tos en condición de usar armas de fuego contra ios bár-
baros».
Que los mismos indígenas quedaban autorizados
para transitar por la ciudad, durante el día,y aun para
realizar pequeñas compra-ventas, sin más obligación
que la alcabala simple.
Que los indígenas de las reducciones de cinco le-
guas al contorno y veinte hacia el este quedaban prohi-
bidos de entrar en relación o aparcería, comprar, ven-
der y dar hospitalidad a los bárbaros chiriguanos,
«enemigos de Dios y del Rey».
Que los doctrineros y corregidores hicieran más
activa la enseñanza del idioma español, para que los in-
14
- 10G -

dios se pusieran más al corriente de todas las cosas de la


metrópoli y «conocieran con certeza las buenas inten-
ciones del Rey nuestro señor».
Que la noble disminución de obligaciones que se
habían acordado a los indios encomendados del territo-
rio ya antes dicho, sería compensada con el tributo de
•caballeros gentiles lanzas», señalado en un total de
48,000 pesos, distribuidos entre las reducciones que no
practicaban la disciplina, que eran:
Machachaqui y Sachaca 29,000
Chuquieota y Totora 11,000
Aullagas 8,000
Este mismo tributo que y a había existido en tiem-
pos atrás y que fué suspendido con motivo de haberse
declarado feudos reales las encomiendas vacantes, daba
4(5,000 pesos en el Cuzco y 20,000 en La Paz. En uno
y ot*ro distrito fué suprimido definitivamente.
Otras muchas cosas más resolvió el acuerdo de
magnates, todas tendentes a sujetar bondadosamente
al indio y aislarlo de la influencia de los vecinos del
oriente, y bastante se consiguió con la medida, pues desde
entonces mejoró la suerte,estado y situación de los que-
chuas de las faldas del sur. Su amistad con el chirigua-
no fué cortada y su amistad con el español más estre-
cha.; pero nada fué suficiente a hacer menos amada la
libertad, que cuanto más de cerca la veía mayormente
necesaria la encontraba.
De estas organizaciones militares de entonces y
que sólo existieron en el distrito racial de los charcas, que-
daban restos muchos años después, y el Arzobispo Mojó
- 10 7 -

lince referencia a la magnífica impresión que le produjo


«ver organizados a los cuatro mil indios d é l a parro-
quia de San Sebastián y los dos mil de San Lázaro, que
como soldados del Rey obedecían a sus capitanes, los
respectivos párrocos».

16.—Todos los esfuerzos realizados por la Corona


y sus fieles agentes resultaron inútiles cuando se trató
de matar en el americano el sentimiento de atnor al ter-
ruño. Doscientos ochenta años soportó el y u g o de los
europeos y, y a amparado por las leyes o y a atormenta-
do en virtud de ellas, obedeció, pagó los tributos y sir-
vió en las encomiendas, repartido a voluntad de sus se-
ñores; pero el instinto de libertad, adormecido durante
los sombríos años de vasallaje no necesitaba más que
un pequeño roce para inflamarse y erguirse altivo e irre-
ductible. dispuesto a sacrificarlo todo por disfrutar el
señorío de su vida, y de sus acciones.
Y fué así: Cuando en 1 5 5 3 se alzó en La P l a t a
contra el Rey, Don Sebastián de Castilla y Gomera, fue-
ron los indios de Y a m p a r a y Ta ra-phucu los primeros en
adherirse a la causa del fugaz y desgraciado caudillo.
Cuando la sublevación de los Catari, en 3 778, mo-
vimiento bastante fuerte y trascendental, que puso en
agitación a todo el Virreinato y aun a las provincias
extremas, fueron los indios quechuas de las faldas del sur,
en Sacara, ('hayanta, Pocoata, Caillonia y Palca los
que más préstamente se organizaron y abrieron cam-
paña; y fué ahí mismo donde tuvo eco más simpático y
- 10 7 -

decidido la gran sublevación de Tupac-Amaru, en Tinta,


que costó tantos miles de víctimas a ambos partidos.
17.—Con estos antecedentes que dejaban conocer
el estado moral de los indios y la disposición de su es-
píritu, es que se confió en ellos cuando se preparaban las
revueltas libertarias de 1809, que encabezadas por los
criollos, sostenidas por los Oidores y propagadas por
los doctores de la Universidad, contaron con los recur-
sos del mestizaje jr con las fuerzas indígenas organiza-
das en las próximas reducciones, que bien penetradas
del fin que se perseguía y bien convenidas en el disimulo
que había de ser elemento de triunfo, gritaban con to-
das sus fuerzas mientras atacaban a los realistas. ¡Aba-
jo los carlotinosl ¡Viva la libertad! ¡Mueran los cha-
petones!!!

18.—La lucha sostenida en el Alto Perú por la


independencia de tan rica y próspera colonia revistió
caracteres sangrientos, tocándole al indio lo más pesa-
do de las cargas y lo más ligero de las recompensas.
En 1809 empezó la contienda y el indígena se puso
en armas a órdenes del criollo, y durante los quinceaños
de incesante batallar no dió un momento de reposo al
rliuzo y a la honda con que atormentaba a las tropas
del Uev. En esta epopeya gloriosa los indios quechuas
de las faldas del sur tuvieron parte activa y principal,
tanto por su situación peculiar dentro de la economía
social del país, cuanto por la visión de vida o muerte
que entreveían al fin de la contienda. Ahí están para
demostrarlo los batallones de indios que cubrieron los
- 10 7 -

caminos de la frontera durante los siete meses que L a


Plata estuvo en armas contra el Rey; ahí están los au-
xilios de víveres y servicios de transporte y vigilancia
prestados a los ejércitos argentinos; ahí están las tre-
mendas montoneras del famoso guerrillero Don Manuel
Asencio Padilla que, acompañado por su esposa Doña
Juana, sembró el terror en los tercios de Cádiz; ahí
están las crónicas de las incesantes persecuciones y hos-
tilidades a las tropas de Peznela, L a Serna y Olañeta;
ahí están finalmente los puentes destruidos, los caminos
cortados, las eras incendiadas y los campamentos asal-
tados por las tropas indias del caballerezco Lanza, flor
de caudilos;del hábil estratega Esteban Arce que con sus
invencibles nuicanoros obtuvo señalado triunfo en los
campos de Aroma; y aun parece oirse el pavoroso es-
truendo de las galgas gigantescas que en las faldas del
sur lanzaban los indígenas sobre los regimientos espa-
ñoles, aplastando hombres por centenares y obligándo-
los a la desesperada fuga por millares.

19.—Durante la República, y gracias a las ampa-


radoras iniciales leyes dictadas por el General Bolívar y
porel Gran Mariscal Sucre, la situación d é l o s indios
fué muy distinta. Suprimidos los tributos y concedidas
las garantías de vida, tránsito, propiedad, trabajo, fa-
milia y libertad, pasó a ser poco menos que un ciudada-
no para la ley, en su aspecto político, ni más ni menos
que un ciudadano para la ley, en su aspecto civil, y poco
más que un ciudadano como factor de producción.
- 110 -

Las leyes y reglamentos votados en favor de la


raza indígena son innumerables y las tesis y discursos
que contienen su apología formarían una copiosa bi-
blioteca. Tero con todo, más lia sido el ruido que la efi-
cacia, pues que sigue soportando algunas cargas, im-
puestas por la costumbre y 110 corregidas por la ley, que
le humillan y degradan. Cierto que el indio délas faldas
del sur 110 se fleta ni da en alquiler; cierto que es dueño
del fruto de su trabajo y libre para, cambiar de ocupa-
ción y patrón, lo mismo quede domicilio; cierto que
puede comerciar libremente y disponer1 de su i v i d a y d e
su propiedad; pero existen algunas obligaciones que, li-
geras y fáciles para el colonodeun hombre de conciencia,
resultan aplastantes y crueles para el colono del mesti-
zo, eterno y bárbaro enemigo y opresor del indio, a
quien supone neciamente so inferior.
Durante la República se han cometido también
atropellos y despojos violentos contra el indio comuna-
rio y propietario consolidado de su fundo. Pero los go-
biernos legales, lejos de acciones semejantes dignas sólo
de los mestizos que más de una vez asaltaron el poder,
los han protegido contra los abusivos perpetuadores de
las prácticas coloniales, y lian sostenido iniciativas ten-
dentes a elevar su condición de paria, a mejorar su si-
tuación económica, su manera de vivir y su cultura en
general. V cabe repetir aquí lo dicho al tratarse de la
polít ica española para con el indio. «La acción ampa-
radora de las leyes, la benevolencia delosfuncionariosde
alta gerarquía, la acción protectora de algunos dignos
curas de almas y los sentimientos de piedad de los pro-
pietarios que ven en el indio nn hombre, es contrariada
- 10 7 -
y destruida por los agentes subalternos de la adminis-
tración, los sacerdotes en que el Evangelio no ha hecho
huellas, la manga de aventureros que a título de con-
tratistas, empresarios e industriales usan de éllos en sus
empresas misteriosas, y sobre todo los propietarios es-
peculadores, que se sienten dueños de sus indios y los
tratan bastante peor que a las bestias de acarreo.

II.

20.—Desde un punto de vista craneológico, antro-


pológico más bien, pueden atribuirse al indio quechua
de las faldas del sur los mismos caracteres encontrados
en los indios costeros del mediodía del Perú, y los que
describen al aborigen de «los campos hondulados que
se extienden al S. E. de L a Rioja, hacia Córdoba de la
Argentina», con algunas modificaciones constatadas
por estudios serios realizados bastantes años atrás y
sin tener en cuenta las mediciones efectuadas a gran
costo y mucha bulla poco tiempo ha, las que no han de-
jado ningún resultado, ni siquiera teórico.
Queda en limpio, que el indio de las faldas del sur
tiene dominánteinente estatura elevada que fluctúa en-
tre 105 y 1 7 5 centímetros, con una capacidad toráxica
proporcionada y capaz de sostener un máximo esfuerzo
Físico. El total de la contextura óseo-muscular es nor-
mal y no presenta síntoma alguno de tendencia a la de-
generación.
Su cráneo ofrece los caracteres comunes a la raza
que puebla el Continente y que ha ido diferenciándose a
través del tiempo y en virtud del medio, y son sus ras-
- 10 7 -

gos salientes: la cara amplia y el frontal algo fugado


hacia atrás, alterando la regularidad de la bóveda, que
resulta levemente achatada. Las órbitas afectan obli-
cuidad y los arcos zigomáticos son cortos, prominentes
y dirigidos hacia abajo. L a apófisis nasal es ancha y
el maxilar inferior fuerte y pronunciado en su descenso.
L a s elevaciones frontales forman, con los parietales,
eminencias a los lados, como en los tipos de franca bra-
quicefalia. L a curbatura de la pared posterior es ligera
y cae insensiblemente hasta el agujero occipital. El diá-
metro recto de la glabela al punto medio del occipital
escomo 1 a 1 , 3 respecto del transverso. L a extensión del
ángulo facial es variable de 75 a 80grados, con modifica-
ciones favorables en los habitantes délas zonas más ba-
jas. L a capacidad craneana, /que da cifras muy disper-
sas, arroja en promedio sobre 37 piezas examinadas,
1,300 cc en hombres y 1,230 cc en mujeres.
La forma total es maciza y bastante caracterizai-
da: espalda ancha y fuerte, pecho voluminoso, extremi-
dades cortas con relación al busto, articulaciones abul-
tadas y pies y manos pequeñas.
L a cara es ancha y la nariz prominente y aguile-
ña, la boca grande y los dientes recios y persistentes.
El color es bruno-rojizo y el cabello negro, grueso y
muy abundante, pero la barba es escasa.
Sus facciones no le asemejan absolutamente a la
raza brasilense-guax*anina y tiene, más bien, puntos de
contacto con la de los aztecas, pero más seria, reflexiva
y triste. El conjunto es, en fin, regular, proporcionado
y simpático, y si se toma en cuenta su agilidad, fuerza
y resistencia, su energía incontrastable y su inteligencia
- 10 7 -

y facilidad para asimilar 3» ti ptvnder lo que se le enseña, en-


tonces se lamenta más que no se haya hecho un esfuerzo
sincero por favorecer su adelanto e impulsar su cultura.
21.—Vigoroso en extremo para las influencias del
cambio de medio, de alimentación y de costumbres, so-
porta cualquier trasplante; pero no disimula su índole
conservadora, que en él es instinto, tradición 3' conve-
niencia.. Su carácter bondadoso y accidentes comedi-
dos, mientras no sospeche al enemigo, previenen en su
favor, y cuando está entregado a su tarea de cultivar
el suelo o cuando viaja en compañía de sus parientes o
vecinos para entrar a la ciudad, su charla es entusiasta,
aguza BU ingenio y es frecuente escucharle dichos pican-
tes o interpretaciones maliciosas, que festeja él mismo
con ruidosas carcajadas.
Su fortaleza pulmonar y la resistencia de sus mlís-
culos es admirada cuando se piensa en el servicio de
postillonaje a que estaba obligado,3' aun lo está en cier-
tas regiones de la República: con una carga de veinte
kilos a la espalda y tirando del cabestro a una o más
muías redomonas debía correr, junto a la cabalgadura
del viajero y al paso de élla, las diez o más leguas que
hay entre una posta a la siguiente.
La suspicacia e inteligencia superior del indio de
las faldas del sur se pone bien de manifiesto en la ten-
dencia imitadora y habilidad de reproducción que mues-
tra, cuando se propone llevar a cabo una obra que se le
encomienda y déla que se le h a d a d o modelo o plan: subs-
titu3?e los métodos, cambia los materiales y altera el or-
lo
- 10 7 -
den, pero hace lo que se propuso, con tenacidad envi-
diable y con alto espíritu de ahorró.
22.—Tocante a su moralidad, hay en él mucho que
elogiar. Desde luego, los hábitos, y las ideas que los di-
rigen refrenándolos o acentuándolos, necesitan del con-
curso de la voluntad, los buenos principios educativos
y el espíritu de la crítica, y sin éllos difícilmente se ob-
tendrá elementos de moralidad, ni siquiera rudimenta-
ria. En este orden ¿qué factores contribuyen a originar,
sostener y perfeccionar la del indio? Ninguno, pues vi-
ve lejos de los centros de población o depende de patro-
nes que 110 tienen más interés que el de llenar las trojes
con el esfuerzo del colono. L a deficiente enseñanza de
los párrocos, no siempre confirmada por el ejemplo,y la
pésima influencia moral de las autoridades civiles, son
otros tantos enemigos de la virtud del indio, y 110 obs-
tante de esto y sto lamentable aislamiento y carencia de
exitaciones elevadoras, no es un delincuente, ni siquiera
un frecuente culpable, y no hay tradición de crímenes
colectivos, alzamientos contra la justicia, la, autoridad,
o los propietarios, ni cuadrillas de bandalaje, y las cár-
celes 110 encierran indios en mayor cantidad que mes-
tizos.

28.—En el orden familiar es admirable la conducta


délos indios,extraños a toda influencia que ponga a t a j o
al desborde del instinto y carentes de toda disciplina
moralizadora.
En las aldeas, comunidades y caseríos reina la más
completa libertad y el más fomentador abandono para
- 10 7 -

todo lo que trasciende a formación de hábitos y correc-


ción de costumbres, pero no por eso la familia del indio
está, menos organizada, ni el marido defiende menos a
la mujer y a los hijos. L a situación de la mujer soltera
no es la misma: la /¡imilla no goza de nitígfin privilegio,
ni es acreedora a respetos, cual lo es la casada. Contribu-
ye muy principalmente en este sentido, la forma material
déla vivienda, la promiscuidad del rancho, la labor cbti-
j u n t a y las costumbres tradicionales. Empero,el adulte-
rio y el incesto son delitos desconocidos pbr el indio dé
estas zonas, que en puntos fundamentales de moral,
lleva quince y raya al mestizo.
Ladrón no es tampoco, pero ratero sí. Carece de
tantas cosas, su menaje es tan pobre y tan escasos SUs
recursos, que tiene que sucumbir a laafibión,lanécesidad
y la, tentación de apoderarse de Ib qtle le interésa, y si
puedfe, sin ser visto, apoderarse de uh pañuelo, un plato,
una prenda de cania, comida, fósforos u otros objetos
menudos, lo hace prestamente y con grán habilidad; pe-
ro un cofre, un valor apreciable o uri objeto qué 110 lé es
inmediatamente útil, es mirado con déSdéti y ctiidddoStt-
inente conservado. Ségáramente dé cien procesos por
robo con fractura, unohabráén que fighre el itidio cómo
autor principal; pero de cien prbceSoS por abi¡íéátb, no-
venta y nuéve téridrári al iudib comb á etcusddb y cbfi
justicia: tiene una invencible tetldéndih a apodérárse del
ganado ageno, sin respétar, erl éste caSo, ni al amigo,
ni al pariente, n i a l compadre, que es uiáS que todos
para él.
El ambr al alcahbl no es vicib dél ifidib,y si se évi-
taran los estímulos del culto, el santóy la fíestn, sus
- 10 7 -

borracheras con chicha solamente, no pasarían de seis


por año.
En religión el indio está* mal: no ha dejado del to-
do sus antiguas creencias, ni prescinde de los mitos he-
chicerescos de tiempos y a idos,y ha tomado sólo la par-
te mítica de la nueva enseñanza, quedando como un fa-
nático de ayer y un fanático de hoy. i Su religión es el
culto externo y bullicioso. En su cielo se confunden y
entrechocan genios, espíritus, santos y demonios, y el
mismo valor tienen los asperjes del cura que los proce-
dimientos funambulescos del brujo, el agua bendita y
las hojas de coca en manos del jampiri.
Todo esto pone bien de manifiesto y confirma la
bondad de carácter del indio quechua del sur, que pri-
vado del concurso protector de la ley, sin el freno de
una moral bien comprendida y vista, sin la labor de
moralización de sus dirigentes civiles, administrativos
y espirituales, y dejado completamente a sus instintos,
no incurre en actos de vandalaje, incendio, exterminio y
robo, cual podía suceder con masas humanas de tan in-
ferior grado de cultura.
2-i.—Consecuencias de su insociabilidad racial in-
tensificada por la dolorosa tradición de dos siglos de
rudo vasallaje, es la apariencia huraña, desconfiada y
recelosa que presenta el indio unte el viajero que asoma
a sus pagos, y mayormente si viste uniforme militar,
otrora agente de despotismo y pillajes sin nombre. Sa-
luda serio, contesta a todas las preguntas que se le diri-
gen, ofrece alimentos y brinda hospitalidad, pero sin
apartar la vista del suelo, mientras observa socarrona
e hipócritamente a huesped, que puede ser un enemigo
- 10 7 -

disimulado. Si predomina el temor, el indio huye de-


jando la casa y cuanto hay en élla, y nada le hace vol-
ver hasta la partida del visitante; si prima la confianza,
el indio tórnase decidor, ríe sin motivo, extrema sus
atenciones y cede en todo lo que se le exija, manifestan-
do así su adhesión al blanco, contra quien jamás levan-
t a armas ni pe rebela, aunque sea maltratado. Y e s
rasgo muy interesante de su psicología, la presteza y
exactitud con que distingue al caballero, que el llama
Weraccoche, del mestizo, sea que lleve traje civil, militar
o eclesiástico. Su rencor hacia el segundo es eterno y....
justo.
25.—Un puñado de hojas de coca y un vaso de chi-
cha son los mejores obsequios que se le pueden hacer
cuando se le encuentra en el camino. Bebe la chicha con
recogimiento, después de verter la ofrenda a la Pacha-
mama, y la coca, que mastica mientras anda y trabaja,
es también planta sagrada, partícipe de sus cultos tra-
dicionales y prácticas hechicerescas. Esta planta ma-
ravillosa, cuyo jugo si no lo alimenta en cambio lo for-
tifica, activa su vitalidad, lo sostiene en el esfuerzo y con
las apariencias de la hartura le deja satisfecho, es para
él objeto de veneración que en muchas ocasiones de su
Vida juega un papel de alta importancia.
En el rancho es triste, su conversación lenta y
suave y sus accidentes parcos. Parece que es entonces
que reflexiona sobre su situación y protesta contra su
naturaleza. Lo mismo cuando viaja solo en pos de sus
borricos, cargados con grano o combustible, y en el mis-
mo paso, sin experimentar sed ni cansancio, trepa a las
cumbres y desciende a las vegas para g a n a r leguas y
- 10 7 -

leguas por el estrecho sendero que serpea en la falda de


la montaña, entonces, en esta vía solitaria y desespe-
rante va pensativo, quizás acongojado ante lo reducido
del círculo de su vida y la inmensidad de lo que ignora;
entonces es su amigo, su cam&rada y su consueld el
charango, el dulce charango de limitadísimos sones, en
que el indio produce stacatos monótonos, arpegios de
simplicidad bárbara y aires sencillos pero cadenciosos,
empajiados en melancolías inexplicables e incomprendi-
das. Si en estos parajes encuentra al viajero blanco,
salúdalo con atención: el consabido Dios-huan, tataí, y
luego con fisonomía confiada y sonriente larga su recla-
mo: cigarritu con vidahuay, señor, retirándose satisfecho
con el obsequio en la mano. Si el viajero que pasa por
su rancho o lo encuentra en el camino le solicita un ser-
vicio. aunque no deje entrever compensación ninguna,
el indio no vacila en ejecutarlo, por más que se trate de
correr muchas leguas; pero si el pedido es hqeho en tér-
minos duros o no es blanco quien lo solicita, entonces
el indio se finge distraído, se agacha, mira en distintas
direcciones y lentamente se va

20.—Corno elemento de trabajo y factor de rique-


za, el indio quechua de las faldas del sur, en los distri-
tos de Cochabamba Chuquisaca, del occidente y Potosí
tiene una importancia indiscutible. En sus manos está
la producción agrícola y la guarda de los ganados, que
a millares pastan en los llanos siempre verdes de los
territorios subtropicales del N. y E. del Pilcomayu. El
alimenta a la población de esas regiones, privadas de
- 10 7 -

vías fáciles de comerció, y puede en un momento dado


decidir sobre la suerte del país. El limpia el terreno, lo
prepara para las siembras humedeciéndolo con el sudor
de su rostro y arroja la simiente, que ha de transfor-
marse en dorado fruto. El cosecha los granos y los re-
parte, marchando extensiones enormes junto al paciente
borrico y la airosa llama. El distribuye en los campos,
aldeas y caseríos, junto con el pan, la alegría, dando al
patrón que le gobierna, la vida y la riqueza.
¿Dónde labor más benéfica? ¿Dónde tarea más
noble y más digna de socorro, protección, ayuda e im-
pulso? Y merced a ella, si el desvío administrativo de
tiempos idos 110 hubiera permitido y estimulado la ab-
sorción de todas nuestras energías y capitales por la
industria minera, merced a élla, a la labor del indio
agricultor, favorecida por el Estado mediante las vías
de comunicación y la introducción de máquinas, y coo-
perada por el capital y el esfuerzo inteligente, se habría
enriquecido el país, capaz entonces de emanciparse de
los exigentes proveedores que le circundan.
27.—Quizás por ventura, en algunas zonas de esa
región no existe la minería y el indio puede, sin inter-
rupciones, dedicarse al trabajo agrícola, cada vez más
extensivo por su sólo esfuerzo, favorecido por tierras
feraces que compensan su labor con máxima largueza
En lo alto de las faldas, a 3,000 metros, cosecha el trigo,
la cebada, la qninua y la p a t a t a de calidades varias y
condición superior; más abajo, a 2,500 mts., en el decli-
ve de pintorescas serranías, las maderas de combusti-
ble, el maíz ópimo en sus múltiples usos, la alfalfa y las
frutas variadas de pulpa azucarada y fragante; en los
- 10 7 -

bajíos, a 2,000 mts., la caña de azúcar, el arroz, el algo-


dón, el tabaco y las maderas de inapreciable mérito in-
dustrial, y finalmente en el fondo de las cañadas y valles
(pie a menos de 1,500 mts. de altura corren h a s t a en-
contrarse con las p l a y a s del Azero y del Pilaya, delGua-
pay y el Pilconmyu,la fronda impenetrable g u a r d a pro-
ductos magníficos, que el indio cultiva allí en amigable
solidaridad con las tribus guaramnas que tocan en sus
linderos.
2 S . — L a mujer quechua es también laboriosa y co-
opera al bienestar de la familia con un alto espíritu de
moralidad. Ella cocina, lava, cuida la casa, amaman-
ta a los hijos, hila, teje, y en los períodos de siembra y
cosecha tiene su papel principal, a y u d a d a por los yokja-
llas v 1'/¡millas, como se dice en quechua a los hijos de
los indios, que y a están en edad de poder ejecutar algu-
nos t r a b a j o s .
En muy pocos ranchos falta el telar, de forma pri-
mitiva, donde la mujer teje los ponchos y mantas (pliu-
//«s)que sirven de vestido y abrigo a toda la familia., y la
preparación del hilo (ckaitu) la hace al caminaren viaje y
en todos sus momentos de reposo, duran telos que hace
girar constantemente la rueca (phuscká).
En muchas regiones de Potosí, de Tara-phucu y
hacia las punas de Sacaca, San P e d r o y P o c o a t a usan aún
las mujeres el precioso traje primitivo de almilla, llijlla y
cin turón (chumpi), todo tejido en el lugar, con lujo de figu-
ras y colores en el bordado. En otras zonas, este vesti-
do lia sido transformado por la influencia del faldellín
de chula y el jubón, que se fabrican con telas importadas.
2!).—La manera de cultivar el suelo no ha variado
- 10 7 -
gran cosa desde los tiempos coloniales: la misma rutina,
la misma fe en Dios y la misma dependencia del cielo;
siempre el yugo al tez tu z de los bueyes, siempre la reja
manual desgarrando el suelo con enorme desgaste de
fuerzas del indígena, que camina detrás de la yunta ar-
mado de una pica, alentando a las bestias con gritos y
pinchazos. Y la roturación, siembra, recojo y trilla, y
el venteo y el lavado y el ensaque y la venta, por fin,
como en aquellos tiempos de repartimien tos y encomien-
das, en que el jmtrón, el cura y el alcalde presidían la
faena con exorcismos previos y libaciones postreras.
Como en aquellos tiempos, pero quizás con des-
ventaja para el colono, él resulta, en último término,
responsable del mal año (que para cierta clase de pro-
pietarios nunca es bueno), de la helada, de la falta de
lluvias o del exceso de humedad. El es quien pierde pro-
ductos y capital, porque cualquier pretexto es bastante
para resolver un aumento de arriendos y el consiguiente
recargo de obligaciones.
30.—En los fundos y estancias pertenecientes a ca-
pitalistas de cierta cultura moral y dignos antecedentes,
la suerte del indio es muy distinta de la de aquéllos que
se encuentran en coloniaje de elementos socialmente in-
feriores o de extranjeros de bajo nivel moral. Ante los
primeros preséntase siempre como un inapreciable culti-
vador del suelo y capaz de los mayores esfuerzos y sa-
crificios, no perdiendo oportunidad para probarle su
adhesión incondicional. Ante los segundos el indio es
otra cosa: el patrón mestizo es el más acabado tipo del
verdugo, y el extranjero de pacotilla, que resulta depro-
10
- 10 7 -

pietario de un fundo, t r a t a al americano como a bestia,


tontamente influido por el decir de algunos subios que
aseguran que tía raza americana es inferior a la más in-
ferior de las de Europa».
El indígena, que es vivo, astuto y tiene una envi-
diable perspicacia para lo que le conviene, conoce pron-
to al patrón y adapta su inteligencia a la situación que
se impone.
Con todo, los discursos y artículos encaminados a
probar que ayer el indio era mucho más infeliz que hoy,
y que el español fué su tirano, no debían dejar de reco-
nocer que si hubo ayer españoles de mala, índole,encomen-
deros crueles, militares bárbaros y doctrineros especu-
ladores, por la clase de población colonizadora de los
primeros años, esas plantas deja ron retoños de mesti-
zaje (pie resultaron perfeccionados, y que hoy persisten
en ejemplares (pie 110 tienen por dónde les resbale la mal-
dición justiciera del aborigen.

'51.—Para los trabajos mineros, el indio de las fal-


das del sur es elemento irreemplazable por su resisten-
cia. frugalidad y habilidad en los quehaceres de extrac-
ción y elaboración de metales. Minero desde los tiem-
pos del Inca, minero durante la Colonia., minero duran-
te los noventa y tres años (pie llevamos de vida republi-
cana, y minero desde que tiene fuerzas para levantar
una piqueta hasta (pie éstas le abandonan, no tiene
otro miraje ni otra perspectiva. La vida triste yangus-
tiosa del subterráneo lia ensombrecido su alma, y cuan-
do sale del seno de la argentífera montaña y contempla
- 10 7 -

la pampa dilatada y bañada en sol, experimenta la nos-


talgia de la sombra: el aire demasiado puro fatiga sus
pulmones y, ansia entonces la hora de su punta, para
volver á penetrar a la hvimeda galería y seguir luchan-
do por ganar el pan que prolongue una vida que es
muerte.
32.—Ilarto se ha dicho y escrito sobre los padeci-
mientos del indio mitayo de ayer, pero mucho se ha ca-
llado sobre la situación del indio minero de hoy, que es
nada envidiable, por cualquier lado que se la mire, y tan
dura y sufrida en veces, que sólo será más infeliz el mi-
serable picador de g o m a elástica, nllá en medio de la lu-
juriosa selva del Bajo Beni, cuyas hondas tornadizas y
rugientes tantas vidas han truncado en homenaje al
oro negro, de culto tan sangriento que parece un mito.
Al indio minero 110 se le conduce y a al trabajo por
orden de la autoridad, ni es repartido y esclavizado en
virtud de la ley; pero la necesidad, las promesas, el con-
trato, después las deudas, la p a g a semanal, el crédito y
la ficha son, sobre poco más o menos, conservaciones
de la peor parte de lo de ayer, con apariencias de liber-
tad, sin garantía alguna, sin ley protectora, cual antes
hubo, y sin intervención de la autoridad vigilante, a fuer
de consagración de libertad también.
Por eso será que existe tan marcada diferencia en-
tre el aspecto triste y meditativo del indígena de las zo-
nas altas que occidentan el meridiano 65 al S. del grado
20, y el risueño, franco y decidor aborigen que habita
los contrafuertes orientales de esa misma línea, corrien-
do al N. hacia las frondas magníficas del Chiinoré, y al
S. hacia las vegas espléndidas del Camblaya. Y es que
- 10 7 -

aquél vive en las entrañas de la tierra horadando la


m o n t a ñ a en pos del metal precioso, sin luz, sin aire y sin
esperanza alguna, mientras que éste t r a b a j a al soplo
del viento, al a m o r de la fronda y a la caricia del sol,
con la alegría en el alma y la esperanza en el corazón.

3 8 . — L a habitación del indio quechua es, en las


faldas del sur, pobre y sencilla, a d a p t a d a a sus costum-
bres, necesidades y aspiraciones: dos o tres cuartuchos
de adobe, tapialera o piedra ligeramente cortada, con
techo de b a r r o y p a j a sobre palos entrecruzados, que
sirven de sostén y también hacen veces de perchas, col-
gadores y caballetes para aparejos y lazos. Los poyos,
los huecos murales y las puertas estrechas son en él
prácticas y estilos de construcción que vienen de muy le-
jos y que han de ir más allá todavía. P o r delante de
los ranchos hay siempre un pequeño cercado que es co-
cina, recibidor, hospedería y gallinero: ahí reside la fami-
lia, ahí ofrece asiento, nmtti y chicha a los parientes y
compadres que le visitan, y ahí permite descansar y re-
frescarse al viajero que de buen g r a d o se lo solicita.
En la parte trasera de los ranchos, que siempre
están dispuestos de manera que quede por delante de
todas las puertas el patio cercado, existe otro pequeño
espacio con cerco más firme y una sóla entrada de tran-
quera. Este es el corral donde encierra el indio sus ama-
das bestias: vacas y bueyes, cerdos, borricos y cabras,
si es habitante del valle, bueyes, ovejas y borricos, si es
de puna. En este último caso posée, indefectiblemente,
una o dos docenas de llamas, que, mientras no están en
— 125 -
servicio de trasporte, quedan pastando a la vera de los
caminos, o pircadas en alguna próxima rinconada.
Los conejos (cuyes) que el indio quechua estima
en alto grado por haber sido otrora destinados a los
sacrificios en honor de Viracocha, viven en su rancho,
duermen junto a él y comen de su misma mano.
En contorno de la casa están las tierras de labor,
las chacras, de propiedad, arriendo o coloniaje, que cul-
tiva el indio ayudado por su mujer e hijos: son cuadros
bien regulares, con diversos cultivos separados entre sí
por angostas acequias de rústica hechura, a cuyos bor-
des y asombrando la grama y las matas de helecho, se
balancean espantajos y figurones destinados a auyen-
tar la colosal y bulliciosa pajarada que a t a c a los sem-
bríos y destruye las sementeras.
Y ahí, en este rancho pequeño y obscuro, donde
no permite entrar a nadie tanto por tradición como por
desconfianza, en este cubil lleno de insectos, depósito de
víveres y de arreos de labranza, vive el indio en íntimo
consorcio con los suyos, en la más pacífica de las indi-
ferencias y la más lamentable de las promiscuidades.
34.—Su afición por las plantas es manifiesta, y si
en la región frondosa construye su casa en medio de ár-
boles distintos y siempre rodeada de enramadas y jar-
dines, en la zona media planta amorosamente siquiera
cuatro molles, algunos duraznos y manzanos y los no-
pales de tradición. El molle «auyenta los malos genios»
dice, y el nopal «no deja entrar las enfermedades». En
las zonas frías de los Lípez, los Chicas, al E. de la cordi-
llera de «Los Frailes» y proximidades del Cercado de
Potosí, donde sólo hay thola y yareta, rodea su casa
- 10 7 -

de matas y arbustos, que cubre de poja en periodos


fríos, con el mismo entusiasmo con que se protejen las
plantas de mayoY estimación.
Esta instintiva inclinación, ancestral en el indio,
a los plantas, ha desarrollado en él una notable habili-
dad para el cultivo de la tierra y como arboricultor o
floricultor, habilidad que a menudo está destruida por
su espíritu de conservación, que lo adhiere fuertemente
a las rutinas.
35.—Cuanto más alejado de los centros de pobla-
ción o estancias y fundos se encuentra el indio, más es-
casos son sus recursos de comodidad y vida, más esqui-
vo su carácter y más miserable su existencia. La falta
de comunicación con sus semejantes, las sombras que
envuelven su inteligencia, sus limitadas perspectivas y
anhelos, hacen de él poco ménos que un sér nulo
y que cada vez marcha más rápidamente a la bes-
tialización. L a soledad, la chicha y el fanatismo reli-
gioso, estimulado como elemento de utilidad, son sus
peores enemigos.
¡Cuán distinta, es la condición de vida del indígena,
cotmmario, arrendero o colono, de las zonas favoreci-
das por el clima, y cuando su residencia está próxima a
los centros de población y administración, o cuando
tiene la suerte de depender de un propietario que no lo
especnla, que lo defiende del Corregidor y del Cura, que
lo cree hombre y que se preocupa de su moralidad y de
su educación!!
- 10 7 -

36.—El mennje casero del indio es muy limitado y


se divide en tres grupos de objetos, cuya variedad,
abundancia y finura depende de la región en que habi-
t a y de su dependencia colonial. Estos tres grupos de
objetos son: los que sirven para vivir, los que sirven pa-
ra trabajar y los que sirven para el culto.
En el primer grupo entran las ollas en que cocina
la lagva y el iniitti, los sacos de harina, papa menuda,
maíz y trigo, que constituyen su alimento principal; la
cama formada por unos tres pellejos de cordero y dos
phaIIus, y el telar primitivo en qne la mujer prepara la
ropa para la familia.
En el segundo grupo entran el harado, los yugos,
el pinche, los aparejos, los lazos y los sacos de semilla,
que tiene siempre acumulados en una esquina de su
cuarto de dormir.
En el tercer grupo entran los grandes cántaros
para «la chicha de la fiesta», dos o tres sacos de muckr)
para el mismo fin, y las gallinas y los cuyes, qne sólo se
sacrifican los días de la fiesta, no ya como ofrenda, sino
para el convite. A esta misma sección podían agregar-
se las ropas nuevas, la montera plateada, las hojotas
con hillas y los ponchos polícromos, que tínicamente
se usan para entrare n la ciudad o asistir a las festivida-
des religiosas.
37.—Por lo general, la vida del indio, con peque-
ñas diferencias de situación, es triste y solitaria, como
es triste y solitario el rancho, semioculto en la encaña-
da, en el fondo de la g a r g a n t a y en medio del monte ru-
moroso, o desafiando la inclemencia de los temporales
- 10 7 -

en la cima de una montaña, como nido de condor que


se pone sobre el precipicio y lo desafía.
Su alimento es una escudilla {cima) deludía y
otra de matti;é\ agua la recoje de alguna fuente que ru-
morea en el fondo de la cañada, y su lumbre consiste en
la hoguera en que calienta la cena y reconforta sus
miembros fatigados por la ruda labor del día.
Al atardecer, la hora triste y misteriosa, que es
para él la única de descanso, se sienta a la puerta del
rancho, rodeado de su familia y medita, y contempla el
infinito azul de los cielos: la mujer atiza el fuego y él to-
ca el charango,ese inseparable compañero desús inmen-
sas, incomprensibles e incomprendidas nostalgias.

38.—El traje de los indios quechuas varía bien po-


co en los distintos grupos que aun subsisten pegados a
sus tradiciones, y en verdad que este traje secular tiene
mucho de pintoresco y mucho más de práctico. L a
almillatosca y fuerte en los que ocupan la montaña, es
de ckvyu cuidadosamente tejido de lana doble en los de
la zona media, y está substituida por la camisa de tela
extranjera en los vallunos y los colonos de fundos pró-
ximos a las ciudades y villas. L a chaqueta de los días
festivos, es bastante parecida en todos, pero los de las
proximidades de Sucre no la llevan puesta sino colgada
del hombro izquierdo, cual si fuera una prenda de sim-
ple adorno. El pantalón, casi siempre de bayeta de la
tierra, grueso, fuerte y duradero, varía sólo en el ancho
y en la forma del corte, pero siempre es corto y cerrado
- 129 -

hasta el extremo. El poncho es igual en todos, simboli-


zándose en la extensión del fleco y la mayor viveza de
los colores, la importancia del indio propietario que
entra a hacer compras o cuneurre a las fiesta s religiosas.
39.—El indígena d e T a r a phucu, v a s t a y riquísima
región del S. E. se diferencia más que otros en el traje,
la trenza del cabello y la montera en forma de Borgoña
truncada, mezcla singular de almete y capelina, cual la
usaron los soldados de la conquista. El gorro de lana,
que usan los indios de la puna, es desconocido en las
faldas, donde se acostumbra el sombrero alón de lana
abatanada, sobre la melena, cortada en recto. El terno
de las fiestas, obscuro, bordado de lentejuelas, el panta-
lón muy ceñido y sólo a la rodilla, 1a. faja roja a la cin-
tura, la montera tachonada de monedas de plata, y las
altas hojot&s llenas de colgandijos, hacen de éste eterno
luchador y vencedor de los Chunchos, el más acabado
tipo del tributario incaico.
L o mismo que en esta zona y que en los valles del
Cachimayu, en la región de Potosí el uso de la montera
es muy común en hombres y mujeres. Estas la llevan
alona, de plegarse, y bordado con lentejuelas sobre sus
bandas de colores. Con el jubón bordado, de gran esco-
te y mangas anchísimas pasa lo mismo: es general en
su uso y cuanto más se marcha hacia el S. se va encon-
trando, desde este punto de vista, má,s honda y más (ir-
me la huella española. Ya en Cinti, hasta el idioma que-
chua desaparece, y el peón viticultor de esos expléndidos
valles es la reproducción más perfecta del tipo an-

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- 10 7 -

daluz, así vivaz y charlatán, así aventurero y valiente,


así vehemente y tornadizo, así fuerte, audaz y temera-
rio, y así también amigo del jaleo y del sol, con libertad.
40.—Complementos del vestido del indio, que varían
en la forma, pero que ninguno deja de llevar cuando v a
al trabajo y mucho más si emprende una caminata, son
la cclnwpa, la honda y el charango o kjena, elementos
de primera necesidad en él: alimento, defensa y distrac-
ción, que concurren a hacerlo firme, confiado y alegre.
Como armas, el indio quechua del sur y muy espe-
cialmente el perteneciente a la familia charca, no tiene
más que la honda, que teje él misino y para cuyo uso es
diestrísiino. Los guerrilleros de la independencia le die-
ron el chuzo y el garrote; pero 110 tardóen abandonarlos
pasada la guerra de los quince años.

41 .—El indio de las faldas del sur habla en idioma


quechua, la rica y florida lengua del Antiguo Perú, ligé-
ramente modificada en algunos puntos y embellecida en
otros con modismos y regionalismos más o menos sig-
nificativos, resultantes de las necesidades, del uso y las
imposiciones de la magnificencia del medio físico.
Y 110 puede ser de otro modo. Son tan múltiples
los aspectos del paisaje, tan espléndidamente variadas
la flora y fauna de esas regiones, tan cambiante el clima
y tan hermoso el cielo, que obligado el habitantedeéllas
a manifestar sus pensamientos y sus emociones, ha mul-
tiplicado los términos de su lenguaje graduándolos,
adaptándolos y dándoles toda la elasticidad conducen-
te a dar en la frase la fiel imagen de los movimientos de
sn espíritu.
Este antiguo y vigoroso idioma, tan dulce y sua-
ve como extenso, lia sido estudiado con la mayor dedi-
cación y conciencia por filólogos de justa reputación
mundial, y está hoy bien conocido, analizado y descrito
en centenares de obras magistrales, desde los primeros
tiempos de la conquista española hasta el presente.
El quechua hablado por los charras fué el mismo
que llevaron al sur los conquistadores incásicos (pie in-
vadieron esas regiones con Tupac-Yupanqui, razón por
la que se ligaron con vínculo estrecho los pueblos prin-
cipales de los dos organismos quechuas de mayor im-
portancia en el Taliuantin-suyu; pero con el trascurso
del tiempo y los roces con otros pueblos, el idioma ha
perdido algo de su primitiva pureza. Empero, el quechua
deCliuquisaca y el que se habla, en la zona oriental de la
cordillera de «Los Frailes», en Potosí, son idénticos y
apenas si hay insignificantes diferencias en el acento y
en los modismos de la puna, que dejan advertir mayor
armonía en la pronunciación de los que habitan las zo-
nas bajas. El quechua de Cochabamba tampoco difiere
fundamentalmente de otras partes, pero se nota la exis-
tencia de muchos giros extraños a la índole del idioma,
resultantes sin duda del contagio de pueblos vecinos, y
de la necesidad de comprender otras lenguas: se le dis-
tingue por la marcada nasalidad de ciertas expresiones,
que no han llegado a quitarle la máxima dulzura
con que se habla allí el flexible, rico y florjdo idioma
de los Incas.
Estableciendo la comparación del quechua habla-
- 10 7 -

do en los faldas del sur y el que se usa en la población


nativa de cuatro quintas partes del Ferú, se vería que
en la región de los < barcas se tiene el mismo eco, dicción
y manera de decir que en el Cuzco y en el departamento
de Junín, el quechua de Potosí es el mismoqueelde Aya-
cuchu, y el acento y giros deCochabamba y el N. de Chu-
quisaca son los mismos que en Ancach.
El in'dio que habita muy próximo a las ciudades
ha perdido naturalmente la pureza de su idioma y lo ha
adulterado con el español, cuyo aprendizaje le es de todo
punto necesario. Lo propio sucede con el quechua que,
en sus relaciones particulares, habla, el bajo pueblo de
las faldas del sur: es y a incomprensible y enrevesado
por los modismos y españolismos, como es incompren-
sible y enrevesado su español.
4-2.—Durante los doscientos noventa años de vida
colonial del Perú y los setenta primeros de la era repu-
blicana, el idioma quechua mereció detenidos, serios e
inteligentes estudios, que acabaron por dejar completa-
mente conocida su índole y contextura. La unifor-
midad con que se han presentado conclusiones acerca
de él, por filólogos de verdad, historiadores y etnógra-
fos de justa fama, hacen inútiles nuevas disquisiciones
sobre un tema umversalmente consagrado, cual es la
antigüedad, importancia y riqueza del idioma quechua.
Las diferencias de pronunciación y de giro, los vo-
cablos nuevos, y la aparente confusión que quienes no
lo conocen creen encontrar en él, resulta de la numerosa
población que lo habla, del vasto territorio en que ella ha-
bita y de la multitud de pueblos que, desde Quito hasta
- 10 7 -
el Tucumán han hecho constantes agregaciones al léxi-
co. Empero, las innumerables gramáticas existentes
consignan reglas pjpy parejas y y a consolidadas.

43.—Y 110 son gramáticas, diccionarios, vocabu-


larios y libros de oración lo único que existe en esta len-
gua, sino que su literatura ha tenido cierto desarrollo
en diversos géneros: la tradición, el cuento,la epopeya y
el drama han surgido con éxito y han recibido el estí-
mulo necesario para adquirir nuevos bríos. L o propio
puede decirse de la música, característica de esos gru-
pos étnicos, y del verso.
44.—La forma lírica es la favorita para la expre-
sión poética del idioma quechua, cuyas fáciles y dulces
inflexiones se prestan a la armonización, resultando de
allí esas composiciones tan expresivas y dolientes, tan
apasionadas y místicamente amorosas, que condensan
el sentimiento de un hombre, todo eí pensamiento de
un pueblo y, quizás, reflejan el espíritu de una raza.
L a s formas principales en que se manifiesta el li-
rismo musical del quechua son el yarahni (canción amo-
rosa), el huayñu (canción muy triste, en que se pintan
decepciones y angustias motivadas por desencantos de
familia, de patria o de fe), el haylli (canción guerrera y
religiosa), el hayataqui ^canto funeral), y en todas
éllas hay notable emoción artística, que se explica tan-
to más sincera, cuando se examina el tejido, y la cerámi-
ca del poblador de los valles dej r que, en Í09 colores,
en las formas y en la combinación de las líneas, sab^
- 10 7 -

imprimir un reflejo de las ingenuas abstracciones de su


espíritu, perdido en un mar de sombras.
4").—El baile es un ejercicio de que gustan mucho
los indios quechuas de las faldas, y no pierden la opor-
tunidad para entregarse a él. Sus reuniones son alegres
y bulliciosas, pero degeneran siempre en desenfrenada
orgía: danzan, gritan y jalean en torno de la ramada
(cclmjlln) donde se asila, con sus predilectos, el que «pasa
la fiesta» o hace la invitación. A cierta hora, después
del primer momento de alegre arrebato, se forma la
rueda, y es entonces que se puede estudiar el espíritu y
tendencias de estos buenos pobladores d é l a montaña,
tan mal juzgados por quienes no los conocen: calla el
tamboril, callan los disonantes sicuris, y el charango
acompaña las coplas que, sucesivamente, van cantan-
do los que forman la rueda, alternándose hombres y
mujeres, haciéndose cargos y amenazas, dirigiéndose re-
proches, frases amorosas, solicitudes o reconvenciones,
siempre en un aire igual y triste, al mismo tiempo que
todos, cogidos de la mano, danzan el monótono zapa-
teado.

46.—En orden científico, el empirismo de los indios


es harto interesante:
La hora, las estaciones, las lunaciones y los fenó-
menos meteorológicos les son bien conocidos y los pre-
dicen con exactitud que pasma: cualquier picacho de
la sierra les sirve de inti-huatana, reloj de sol, que diría-
mos, y la más leve nubecilla les auxilia para anunciar
lluvia, viento, helada o tempestad.
L a preparación de la lana para sus mantas, pon-
chos y bolsas para la coca (cchuspa,), así como la elabo-
- 10 7 -
ración de los tintes, les son familiares y no hay rancho
donde no se teja, tifia, fabrique adornos para el cinturón
(champí) o para la montera. Si en la zona se usa som-
brero en lugar de montera, ese sombrero es fabricado
por el indio, tan diestro para ello como para hacer sus
hojotns (sandalias).
47.—Pero lo más interesante es, de firme, el jam-
pirí, clásico personaje que al mismo tiempo practica
como médico, adivino, hechicero y sacerdote de los cul-
tos antiguos. El conoce todas las yerbas medicinales y
sabe aplicarlas oportunamente; él hace y deshace matri-
monios, él encuentra los objetos perdidos, él sorprende
las cosas misteriosas que espantan a los ingenuos, él es,
en fin, el consejero, consultor y definidor en todos los
casos de trascendencia que ocurren en la comarca.
Los curas de almas tratan de estirpar esta singu-
lar idolatría; pero no siempre, pocas veces más bien,
poseen los recursos de cultura, inteligencia y moralidad
que se requieren para destruir hábitos y creencias secu-
lares, y substituirlas con otras que respondan a la épo-
ca, a la verdad de las cosas y a la lucidez de los tiem-
pos.

48.—Como nota final, referente a los indios que-


chuas de las faldas del sur, se puede apuntar el siguien-
te dato:
De los tres departamentos en los que la base de la po-
blación originaria pertenece a esta raza, Potosí es el
que cuenta con mayor número de indios, luego Cocha-
bamba, después Chuquisaca, y en último término Santa
Cruz, que sólo puede contar algunos centenares de
indios en la región occidental del Valle Grande.
- 10 7 -

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