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DESCUBRIMIENTO DE LAS MINAS DE SANTA BARBARA – HUANCAVELICA.

El año de 1563, gobernando el licenciado Castro, unos indios de la


provincia de Angaraes, de que era encomendero Amador de Cabrera, vecino de
la ciudad de Huamanga, natural de la ciudad de Cuencua, en España, de la
ilustrísima casa de los Marqués de Moya y señor de las villa de Atalaya y de la
Carbonera, Descubrieron a Don Gonzalo Ñahuincopa, cacique del pueblo de
Chachas, que hoy está repoblado a poca distancia del antiguo con el nombre de
Coria o Acoria, el memorable cerro de Guancavelica, que en la lengua de los
naturales quiere decir monte nieto. Cuando se descubrió tenía este cerro un
socavolillo trabajado del tiempo de los incas, que hacía sacar de ella el llimpi o
bermellón para colores y embijarse. Y en este estado se la dio el dicho don
Gonzalo de Cabrera el cual la registró en dicha ciudad (Huamanga) el 1º de enero
de 1564.
Conforme a la relación. Fue Don Gonzalo Ñahuincopa quién descubrió a
Amador de Cabrera la ubicación precisa del Cerro de Santa Bárbara y sus minas.
Sin embargo en otra, de cantos de Andrade de 1586 que figura también en las
relaciones geográficas de Jiménez de la Espada, se dice que el descubridor
indígena fue “el cacique principal de dicho repartimiento (Angaraes) Don Juan
Tumsuvilca”, de todos modos, la versión más generalizada de este hecho
histórico da por verdadero el nombre del primero, y así figura en casi la totalidad
de los textos consultados al respecto.
En cuanto a la fecha del descubrimiento de lo que pasado el tiempo vendría
a constituir “La gema más preciada que tiene vuestra majestad en su corona”
como la llegaron a denominar con justicia, está probado el 1º de noviembre de
1563 lo que movió al descubridor de la mina a ponerle por el nombre en acta del
denuncio correspondiente. “Mina Descubridora o de Todos los Santos” y no como
ha señalado Montesinos, en 1566, llamando a confusión a muchos.
El 1º de enero de 1564, Amador de Cabrera presentó el denuncio de Ley
ante el Alcalde ordinario de Huamanga, Don Lope de Barrientos, tomando como
punto de partida del pedimento la cumbre del cerro del cual se dijo: “Está el cerro
de Huancavillca situado en unas punas áridas, despobladas y frías, a veinte
leguas de Huamanga, hoy Ayacucho – tiene más de una legua de subida, y su
base dos leguas de rodeo. Hay en él muchas quebradas y algunos descansos a
manera de llano, y antiguos socavones grandísimos que se trasladan sus laderas,
obra de los Incas; puede andarse la mayor parte a caballo, y en la corona y
remate de él hace una mesa, en donde Amador de Cabrera halló su mina
descubridora, con mucha peñolería levantada encima de la tierra.
Pasados apenas unos 20 días del registro en cuestión, mucha gente
asentada en los términos de Huamanga se apresuró a ir a la zona para tratar de
obtener una concesión con la esperanza de llenarse los bolsillos, “y tras el
descubrimiento de cabrera, vino el de otras minas inmediatas al cerro de
Huancavillca, como fueron la del Chaccllatacana, veinte días después, por
Antonio Rodríguez Cabezudo; las de la Trinidad, al siguiente año, por Alonso
Hernández; después, las llamadas “Los Lavaderos”, que eran las antiguas de los
Incas, por Francisco de Argumedo; y por último, las nombradas del Cerro de
Plomo (posiblemente las conocidas en esos tiempos como “Yana Mina”), por José
Ruiz de Escobar. Hecho muy digno de nota, en cuento demuestra que no era
absoluta la repugnancia y oposición de los naturales al laboreo de las minas, es
que la india doña Isabel Hasto tuvo desde el principio arrendada y trabajaba, por
su cuenta y con sus indios, buena parte de una de las de Huancavillca; y no debió
de ir mal, sino muy bien, toda vez que casó sus dos hijas con dos Españoles,
Pedro Jerónimo de Cárdenas y Juan Navarro”, uniéndose ella misma en segundo
matrimonio con Luis Dávalos de Ayala algunos años más tarde.
Un indígena, Don Fernando Huamán, fue quién descubrió en otro cerro,
ubicado a un tiro de ballesta de la “Descubridora o Todos los Santos” y
denominado de “Chacclatacana”, la poderosa formación metalogénica que
Antonio Rodríguez Cabezudo registró a su nombre, siendo rodeado por las
concesiones de Juan Racionero, Luis Díaz y Juan García de la Vega, y comenzó,
para la región y para el Virreinato peruano, una era de Leyenda y prosperidad
insólitas. Refiriéndose a las previsiones adoptadas por Toledo para la explotación
de la mina. Whitaker dice lo siguiente, “Estas medidas no sólo dieron un gran
impulso al crecimiento de Huancavelica e incremento de las rentas reales
provenientes de minas, las cuales se elevaron de 10 mil pesos a 400 mil por año,
sino que también, trajo una inusitada prosperidad en Potosí y en todo el Perú. La
llave de toda esta prosperidad, fue la producción del Mercurio en Huancavelica, y
en este sentido pudo escribir un contemporáneo: Este cerro de azogue ha sido la
vida de este Perú, porque si no se hubiera descubierto, fuera el más pobre y el
más costoso del mundo. Con los azogues ha revivido, porque toda la plata que en
Potosí y en Porco se saca es por azogue y con azogue”, lo que es más
contundentemente confirmado por Pierre de Vilar, distinguido catedrático de la
Sorbona, cuando dice, “Las minas de Mercurio de Huancavelica no eran un
complemento, sino la condición misma de Potosí y la riqueza peninsular, ya que
aunque en España tenían mercurio, el envío de éste al Perú era toda una
aventura: había que atravesar dos océanos y un istmo.
Adicionalmente, y cerca de la importancia de las minas de Huancavelica –
Santa Bárbara durante la colonia, no podemos dejar de mencionar lo que expresa
Lohman Villena al respecto, - “En resolución. Velasco llegaba bien aleccionado
sobre el valor de los yacimientos de Huancavelica, cuya importancia era a su
juicio superior a los de la plata, pues por éstos, sin el magistral producido por
aquéllos, poca utilidad ofrecían”, - ni tampoco las palabras de Cosme Bueno en
sus Relaciones Geográficas. “Ésta Villa, nombrada en otro tiempo Villa rica de
Oropesa, es un lugar de los más considerables del Perú, por hallarse en ella la
mina de azogue que es el alma de todos los minerales del Reino”.
La legislación se había orientado casi exclusivamente a la minería del oro y
la plata, y tuvo que ser ésta al que se usó en el inicio de las explotaciones
mercuríferas de Huancavelica. Según dichas providencias, el descubridor tenía la
primera opción para ubicar una mina, debiendo dejar una concesión para el Rey
entre ésta y la que denominaban la “Salteada” y cumpliendo al pie de la letra lo
estipulado por los reglamentos correspondientes. De Cabrera hizo pedimentos
adicionales para su mujer y aún para su suegro.

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