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El sol todavía no ha salido.

Es
el último domingo de octubre
y estamos a varios grados
bajo cero. El parabrisas de la
furgoneta está cubierto de
hielo; pero los manchegos se
preparan para una fiesta muy
esperada, después de días de
intenso trabajo. Amy Randall
viaja a La Mancha para
ayudar a recoger
la especia más cara del
mundo.

He llegado a La Mancha para asistir al tradicional concurso de


laMonda de la Rosa del Azafrán, que se celebra, el último domingo
de octubre, en la gran plaza de Consuegra.

La plaza está tan llena de gente que apenas se puede pasar. Los
jóvenes van vestidos con trajes típicos; un grupo de danzas
interpreta los bailes regionales y en unos puestos improvisados se
puedendegustar los sabrosos quesos manchegos.

Las mesas para el concurso están preparadas. Sobre los manteles


blancos hay montones de flores malva, lasrosas del azafrán, que
guardan en su interior unos valiosos estigmas.

Estos diminutos estigmas son los verdaderos protagonistas de la


fiesta, porque con ellos se hace el azafrán, la especia más cara del
mundo, que se usa tradicionalmente en la cocina española para dar
sabor y el color amarillo a platos típicos como la paella. El uso de
esta especia es muy antiguo. Se han encontrado restos de azafrán
en las momias egipcias; Homero lo menciona en sus escritos y los
romanos crearon con él unafrodisíaco.

El mismo día del


concurso, la familia de
José Moya, que me ha
invitado a asistir a las
fiestas, se levanta antes de

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