Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Cuando nació Jesús se acercó a Belén un lobo que no estaba a gusto con lo
que era, porque no era feliz haciendo daño a los demás. Enterado del
nacimiento de Jesús, llamó a la puerta de la cueva de Belén. Salió José y le
preguntó, ¿qué quieres? El lobo contestó: quiero ver al Niño Jesús, pues sé
que cuando lo vea me convertiré en cordero y ya no haré daño a nadie jamás.
San José entró a consultar a la Virgen María. Y volvió enseguida para decir
al lobo que pasara. Ciertamente, el lobo, al ver al Niño Jesús, se convirtió en
cordero. Había allí un testigo, uno de los pastores que se había quedado
viendo al Niño. Y cuando el lobo se convirtió en cordero, dijo a José y a
María: ya está, ahora tenemos para comer cordero. Lo mataremos. Pero
María y José le respondieron: no puedes convertirte tú ahora en lobo,
acércate a Jesús con sinceridad de corazón, deja que cambie tu corazón, verás
como siempre tendrás ganas de dar vida a todos. La palabra matar jamás
estará en tu corazón, la palabra guerra no la conocerás, pues siempre hablarás
de paz. Vida y paz, amor y justicia, libertad y generosidad, será lo que
abunde en ti y en todos los que te rodean si es que te acercas a Jesús
__________________
Los reyes magos apenas salían del pesebre de Belén, donde habían
ofrecido al niño Dios oro, incienso y mirra; se fueron por otro camino al
regresar a su país, como lo había pedido el Angel. Entonces se
presentaron tres personas... Extraños, solos sin cortejo, no había parecer
en ellos, ni hermosura: enfermos, fatigados, cubiertos de tanto barro y
polvo que nadie podía decir de qué raza y país eran.
El primero tenía harapos, parecía sediento y hambriento, la mirada
cansada por las privaciones.
El segundo caminaba torcido, trayendo cadenas pesadas en sus pies y en
sus brazos. Llevaba en su cuerpo heridas profundas y marcas de su
cárcel.
El último tenía el un cabello largo y sucio, ojos desfallecidos, buscando
alivio.
Los vecinos del pesebre habían visto varios visitantes, pero estos les
asustaban. En verdad, cada uno se sentía pobre y miserable, pero estos
extranjeros mucho más.¡¡Nos dan miedo!!...¡¡Que no entren y se
presenten al niño!! No!! Hay que impedir eso!!... Y se postraron delante
de la puerta como para protegerla. Además. No llevaban consigo ningún
regalo. Tal vez querían mendigar o quien sabe, robar!!! Todos habían
oído hablar del oro, y se sabe que el oro atrae ladrones...¡¡Cuidado!!
-¡¡Callad!! Cada hombre puede presentarse delante del niño, sea pobre o
rico, necesitado o magnífico, feo o hermoso, digno de confianza o de mala
apariencia. El niño no pertenece a nadie en particular, ni siquiera a sus
padres. Dejen entrar a estos viajeros... Entonces abrieron un camino
estrecho. José les acogió y dejó la puerta abierta. Todos empujaban uno
al otro para ver lo que habría de suceder. Unos se dijeron: pues, nosotros
tampoco somos brillantes...
Los tres necesitados estaban inmóviles, callados delante del niño Dios. Y
de verdad, nadie podía decir cuál de los cuatro era más pobre: el niño
acostado en la paja del pesebre o los tres contemplándolo. El
hambriento, el prisionero o el extraviado, todos vivían en la misma
pobreza.
Luego José se dirigió hacia un lugar donde había colocado los regalos
ricos de los reyes magos. La gente afuera empezó a murmurar de
indignación: ...No va a hacerlo! No tiene derecho! El oro, el perfume y el
bálsamo pertenecen al niño!...
La gente y José estaban atónitos. Sólo el niño estaba tranquilo, con sus
ojitos abiertos, mirando a todos, a sus padres, los mendigos y la gente.
José quiso proteger al niño, echar fuera los mendigos y sus malditos
regalos. La gente gritaba. Pero no pudieron hacer nada. El abrigo, las
cadenas, el terror estaban como pegados al niño Dios. Y Jesús estaba
tranquilo y atento, con los ojos mirando a los pobres y sus regalos.
Sabían entonces que en las manos de ese niño se puede colocar todo: la
pobreza, los sufrimientos, la tristeza por estar lejos de Dios.