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Las princesitas y las hadas conforman dos de los grupos minoritarios y marginales de la

sociedad terrestre, pues ésta no sólo nos ignora, como si fuésemos invisibles, sino que,
además, se empeña en negar nuestra existencia y calificarnos de locas, por cuanto nos
diferenciamos de aquella mayoría “normal”, es decir, de quienes vegetan cada día sin
ilusión ni creatividad, de quienes duermen de día y se afligen de noche, en vez de soñar, de
quienes viven de modo previsible y controlable, de quienes se someten al sistema sin
percatarse de su borreguísimo.
Finalmente, no queda otro remedio que pasar desapercibidas y reunirnos en la
clandestinidad, hasta que llegue el soñado día en que la fantasía se vuelva a considerar
algo más que un juego pueril.
Por otro lado, habrá que avanzar hacia un conocimiento más profundo de nuestra esencia,
una vez que seamos admitidas como seres de este universo, para romper una serie de
tópicos y leyendas urbanas que corren de boca en boca, de blog en blog, sobre nosotras.
No hay nada más alejado de la realidad que la imagen de niñita dulce y frágil, preocupada
por la corona y la varita, en busca de un príncipe azul.
Nuestra búsqueda va mucho más allá de los cuerpos y los instintos. Pero, ¿a quién se le
ocurre que los seres especiales se dedican a cazar maridos, con un baúl de ropa
perfectamente conjuntada, un cabello perfecto, una anoréxica cintura de avispa, busto
artificialmente abultado y un par de estiramientos de pellejo para agradarles?

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