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EL MAMÍFERO PARLANTE Elíseo Verón


dirigida por Eliseo Verdn

Fragmentos
E líseo v e r ó n Espacios mentales.
Efectos de agenda 2 de un tejido
D o m in iq u e W o lton Sobrevivir a Internet
Conversaciones con Olivier Jay

E l ís e o v e r ó n Efectos de agenda
J ean M ouchon Política y medios
Los poderes bajo influencia

E lís e o v e r ó n Esto no es un libro


Pao lo F ab br i El giro semiótico
I sa a c J o se p h Erving Goffman y la
microsociología
M u n iz S o d r é Reinventando la cultura
La comunicación y sus productos

Ó s c a r T r av e sa Cuerpos de papel
Figuraciones del cuerpo en la prensa

E l ís e o V e r ó n y Telenovela
L u c r e c ia E sc u d er o Ficción popular y mutaciones
. C h a u v e l ( c o m p s .) culturales

D a n ie l D ayan En busca del público


M arc A ugé Hacia una antropología i
de los mundos contemporáneos
G e r a r d D e l e d a l le Leer a Peirce hoy
P a o l o F ab b r i Tácticas de los signos

C o l e c c ió n : E l M a m íf e r o P a r l a n t e
Primera edición, abril del 2004, Barcelona

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en cualquier otro idioma.
s " FRAGMENTOS
DE UN TEJIDO

Elíseo Verón

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índice

Presentación .................................................................................. 9

P r im e r a p a r t e
Una cierta idea del sentido

1. El «doble vínculo» como situación patógena


universal (1 9 7 1 )...................................................................... 13
2. Pertinencia [ideológica] del «código» (1974) .......................... 27
3. Diccionario de lugares no comunes (1 9 7 9 )............................ 39
4. Posmodernidad y teorías del lenguaje: el fin de los
funcionalismos (1985) ........................................................... 61

S eg u n d a p a rte
La producción de la discursividad lingüística

5. Ideología y comunicación de masas: sobre la constitución


del discurso burgués en la prensa semanal (1975)................ 71
6. Folies-Bergére (1977) ............. 111
7. El espacio de la sospecha (1 9 8 2 )............................... 125

T e r c e r a p a rte
Enunciación: de la producción al reconocimiento

8. Cuando leer es hacer: la enunciación en la prensa gráfica


(1984) ...................................................................................... 171
9. Prensa gráfica y teoría de los discursos sociales: producción,
recepción, regulación (1988) .................................................. 193

7
10. El discurso publicitario o los misterios de la recepción
(1994) ...................................................................................... 213
11. Los medios en recepción: desafíos de la complejidad (1991) . . 221

Fuentes .......................................................................................... 231

8
Presentación

Se reúnen aquí trabajos escritos entre 1971 y 1994.


La primera parte está compuesta de lo que fueron cuatro «pausas»
teóricas, la primera de las cuales es inmediatamente posterior al libro
Comunicación y neurosis, publicado en 1970. Este agrupamiento me ha
servido a mí (y tal vez le pueda servir al lector) para identificar algunos
de los problemas que persisten (tal vez debería decir que insisten) y que
fueron apareciendo a lo largo del tiempo transcurrido entre la investi­
gación de los trastornos neuróticos como estrategias comunicacionales
y los estudios subsiguientes focalizados en el funcionamiento de los me­
dios, que sigue siendo hoy el centro de mis preocupaciones.
La segunda parte reúne análisis del discurso lingüístico-gráfico. Se
trata de trabajos escritos en francés, que estaban dispersos en revistas
y antologías diversas. Este tipo de materiales ha sido la sustancia de
muchos de mis cursos y seminarios, porque les atribuyo un interés téc­
nico en la difícil y conflictiva relación metodológica entre lingüística y
análisis del discurso.
En la tercera parte, la problemática centrada en la producción del
discurso de los medios va dibujando, poco a poco, a través de la teoría de
la enunciación, el lugar de una teoría de la recepción, que en los últimos
quince o veinte años se ha convertido en el eje de la investigación sobre
los medios.
Ahora bien, el interés por los procesos de la recepción implica un
retorno a la cuestión de los actores: reconstruir gramáticas de reco­
nocimiento supone trabajar sobre la palabra individual, que fue la
materia de aquel primer proyecto sobre las neurosis. La trayectoria
tiene pues, en lo que a mí respecta, algo de circular. Espero que sea
una espiral, es decir que entre tanto haya habido un cambio de nivel
(dado que no me atrevo a hablar de un progreso). Es lo que indica la
lógica de las redes: cuando el punto de partida es, en un momento
posterior, punto de llegada, ya no es el mismo punto; el retorno no es
nunca un regreso.
Curiosamente, mientras preparaba este libro tuve la sensación con­
fusa de que los años de trabajo sobre el discurso de los medios me esta­
ban «diciendo» muchas cosas sobre los actores individuales. Espero que
esta sensación sea algo más que una expresión de deseos, es decir, algo
más que una proyección alucinatoria.
En aquella primera investigación, el análisis de las entrevistas a los
pacientes neuróticos nos había abierto cuatro espacios conceptuales di­
ferentes : (1) el de la «visión del mundo» del paciente, su grilla cogniti-
va y afectiva de percepción de la «realidad»; (2) el de la situación fami­
liar que ha instalado en él una respuesta adaptativa extendida al resto
de su contexto de vida; (3) el de su palabra en el aquí-y-ahora de la en­
trevista, interpretable como una manera de pilotear la situación y por
lo tanto de administrar su relación con la institución médica, (4) por úl­
timo, el espacio donde la estrategia en acto que es la neurosis, se difrac­
ta en una diversidad de respuestas en recepción. Los espacios (1) y (2)
eran, al menos en teoría, reconstruibles a partir del análisis de nuestro
«corpus» (3); el espacio (1) corresponde aproximadamente al territorio
de lo que denominé después las gramáticas de producción; el espacio
(2), a las condiciones de producción. La relación entre (3) y (4) plantea­
ba ya el problema de la articulación entre producción y reconocimiento.
En aquel momento, yo no tenía siquiera conciencia de la complejidad
del problema.
En el nivel microscópico de los intercambios interpersonales, donde
se sitúan los trastornos neuróticos, el concepto de estrategia reenvía a
estructuras vinculares de lazos sociales, es decir, a colectivos que ope­
ran como interpretantes. Tratar de articular los niveles microscópicos y
macroscópicos del funcionamiento social no es, como lo dice la fórmula
clásica, relacionar «el individuo» con «la sociedad». En todos los niveles
encontramos configuraciones estratégicas que no pueden ser reducidas
a la racionalidad instrumental de los actores. Esta conclusión es funda­
mental para quien se interesa en las estrategias identificables en los
discursos mediáticos, y particularmente en los colectivos que ellas im­
plican.
Que estos textos, dispersos a lo largo de tres décadas, valgan como
balance antes de un nuevo viaje.

Buenos Aires, noviembre de 2003

10
P r im e r a parte

Una cierta idea


del sentido
1
El «doble vínculo» como situación
patógena universal*

En este texto, nuestra intención es proponer modelos propios de la gé­


nesis de los tres tipos de neurosis (es decir, la histeria, las fobias y las
obsesiones-compulsionespCreemos que este enfoque, basado en la con­
cepción de contextos de aprendizaje específicos y en una observación clí­
nica, puede aplicarse igualmente al estudio de otros desórdenes funcio­
nales. Aquí se le asigna una posición central al valor general de los
fenómenos de doble vínculo, pues consideramos que son más importan­
tes de lo que se creía hasta ahora.

Hace algunos meses, uno de nosotros [Carlos E. Sluzki] comen­


zaba el tratamiento psicoterapéutico de un estudiante que tenía
problemas de aprendizaje: a pesar de sus buenas intenciones, no po­
día concentrar sus esfuerzos desde el momento mismo en que se
sentaba ante un texto de estudio. Sin embargo, era un lector ávido
que sólo experimentaba este bloqueo durante la lectura de los libros
escolares. Mientras permanecía durante horas sentado ante los li­
bros su espíritu erraba, por más que él tratara en vano de concen­
trarse en la lectura. Nadie lo obliga a seguir estudios, pero cabe
aclarar que la familia atribuye gran importancia a la educación y
que ambos padres son profesionales universitarios.
Se trata pues de un sujeto que desea estudiar pero no lo logra.
Durante una de las sesiones, menciona que también tiene proble­
mas para cepillarse los dientes. Sabe que debería cepillarlos, pero
utiliza todo tipo de subterfugios para no hacerlo. Simplemente evi­
ta cepillarlos, pero no sabe por.qué. Pospone el momento de hacerlo
hasta el instante en que debe salir y entonces se dice que ya no tie-

* Este trabajo ha sido escrito en colaboración con Carlos E. Sluzki.

13
ne tiempo. Se da cuenta de que su conducta es una argucia que él
mismo califica de irracional. Relata que, cuando era niño, tenía las
encías irritables y que, aunque sus padres insistían en la necesidad
y la importancia de tener los dientes limpios, él evitaba cepillárse­
los cada vez que podía. También comenta que los padres, para dar
importancia a sus consejos tanto sobre el cepillado de los dientes co­
mo sobre otras actividades, argumentaban que hacer todas esas ac­
ciones por propia iniciativa sería la prueba evidente de que es un
«adulto», vale decir, una persona independiente. Ya desde pequeño,
el paciente recurría a ciertas astucias, tales como mojar el cepillo o
cambiar de lugar el dentífrico, para hacer creer que ya se había la­
vado los dientes y comprobaba, sorprendido, que de ese modo podía
engañar a los adultos. Confiesa que para él era una experiencia fas­
cinante darse cuenta de que su argucia surtía efecto.
Si comparamos este recuerdo con el problema que tiene el joven
ahora para cepillarse los dientes, advertimos que los dos problemas
son estructuralmente idénticos, con la diferencia de que ahora la con­
minación es interna. Además, puede verse que ambos fenómenos son
estructuralmente idénticos a la dificultad que le hace recurrir a la te­
rapia, es decir, su problema de estudio. En estas dos situaciones ac­
tuales, es decir, el problema trivial del cepillado de dientes y el proble­
ma bastante inquietante vinculado con sus estudios, los mandatos
vienen del interior del sujeto mismo, pero este los trata como si proce­
dieran de una autoridad exterior a la cual no puede burlar directa­
mente, pero sí engañar. Este engaño se logra partiendo de una espe­
cie de premisa: «Quisiera hacerlo, pero no lo consigo», con lo cual no
puede ser acusado de negarse a cumplir la orden y, por otra parte,
tampoco tiene necesidad de acatarla. ¿Cuáles eran pues los mensajes
originales emitidos por los padres cuando le enseñaban a cepillarse
los dientes? En primer lugar: «Debes cepillarte los dientes» y luego:
«Desear cepillarse los dientes es una actitud adulta», es decir, una ac­
titud adulta y loable. Con todo, estos dos mensajes conducen a una
paradoja: «Haz lo que te pedimos, pero por propia iniciativa», lo cual
podría llevar a: «Si no nos obedeces nos disgustaremos contigo, pero si
nos obedeces simplemente porque te lo decimos, también nos enfada­
remos porque deberías ser independiente» (es decir, deberías, desear
hacer lo que debes hacer por propia iniciativa).
Este mandato crea una situación insostenible, pues exige con­
fundir una fuente externa con una íuente interna. Pero, por otro la­
do, es también el modelo más general de intemalización de las re­
glas sociales. De todos modos su validez universal no le quita en
modo alguna su naturaleza paradójica. ¿Cómo se puede desbaratar

14
esta paradoja? ¿Quizá teniendo únicamente en cuenta su aspecto
externo?
En este aspecto, la infancia del paciente se regía por otra regla:
toda oposición a los padres era considerada como un acto agresivo
que les producía contrariedad y podía generar una falta de afecto.
En este paciente, la conminación explícita: «Debes tenemos en
cuenta» aparecía reforzada por la tendencia a dar una significación
negativa a todo acto de rebelión. De modo que no había salida posi­
ble: tener en cuenta lo que dicen los padres es bueno porque respon­
de a su demanda de obediencia, pero también es malo porque va en
contra de la demanda que ellos mismos le hacen de que sea inde­
pendiente; mientras que no tener en cuenta lo que le dicen que ha­
ga es bueno porque implica independencia y la independencia es
buena en sí misma, pero viola el mandato de ser obediente. Y final­
mente, la conminación: «Debes hacer tal cosa por propia iniciativa»,
junto con las demás órdenes conduce a la intemalización no sólo de
la fuente de estos mandatos sino también de todo el conjunto de los
vínculos inherentes a esta paradoja. Querer cepillarse los dientes,
pero «no tener tiempo para hacerlo» y querer estudiar pero «ser in­
capaz de hacerlo» llegan a ser ahora los únicos medios legítimos de
escapar de este callejón sin salida: tener en cuenta lo que se le dice
y no tenerlo en cuenta, es decir, satisfacer las dos premisas de la
obediencia y la independencia.

Todo hace pensar que este ejemplo debe de haberse repetido a través
de las experiencias de aprendizaje precoces del paciente y que eso lo lle­
vó a considerar que una serie de situaciones estaban determinadas por
los mismos mandatos contradictorios y, que por lo tanto, formaban parte
de la clase de situaciones paradójicas producidas por su medio familiar.
¿Cuáles son los elementos esenciales de este fenómeno? Se desta­
can: una estructura de relaciones con las personas cercanas; la necesi­
dad de comprender correctamente (dada la importancia del conflicto de­
pendencia-independencia); la imposibilidad de abandonar el terreno
(dada la dependencia inherente a la infancia); la imposibilidad de pedir
explicaciones (debida a la naturaleza de círculo vicioso de la paradoja
implicada y tal vez al rótulo de «sublevación» atribuido a toda demanda
de información), y finalmente un mensaje que contiene una orden refe­
rente a una acción concreta y una segunda orden referente a la clase de
estas acciones, que contradice la primera. Pero, lo que acabamos de pre­
sentar aquí no es otra cosa que una lista de los elementos esenciales
que constituyen un doble vínculo, el elemento central de la teoría inte-
raccional de la esquizofrenia. (Bateson et al., 1956: 251-264),

15
Siguiendo este modelo teórico, haremos una breve presentación de
un conjunto de hipótesis surgidas de un estudio empírico sistemático de
modos de discurso de pacientes neuróticos. Este enfoque conduce a la
tesis de que el modelo del doble vínculo funda una teoría universal de
la patogenia, más allá de la esquizofrenia.

Pensamos que la neurosis es «una técnica (o un sistema de técnicas)


para manipular la información transmitida en situaciones interperso-
' nales». (Verón y Sluzki, 1970). Esto significa que la neurosis transforma
las informaciones según un conjunto de reglas de codificación, es decir,
«según un conjunto de normas para atribuir una significación a los ob­
jetos del “mundo real” (que comprenden al sujeto mismo y sus conduc­
tas) y, al mismo tiempo, normas que definen las relaciones entre estas
significaciones» (Verón y Sluzki, op. cit,). Además, creemos que la com­
prensión de las reglas de la interacción, que nos enseñan ciertas cosas
respecto de la «percepción del mundo» del sujeto, nos permitirá también
sacar conclusiones en cuanto a los contextos de aprendizaje que produ­
jeron inicialmente tales reglas.
Al desarrollar estas hipótesis genéticas que pueden considerarse co­
mo un intento de formular una teoría interaccíonal de las neurosis, nos
basamos en los postulados de Konald Fairbain (1952) relativos al desa­
rrollo mental del niño. Según este autor, el niño pasa por tres estadios
evolutivos: a) la dependencia infantil caracterizada por la falta relativa
de diferenciación entre el sí mismo y el no sí mismo y por una prepon­
derancia de la incorporación o de la «toma» de objetos»; b) la transición
y e ) la dependencia madura, caracterizada por «las relaciones entre dos
seres independientes completamente diferenciados» y por un predomi­
nio del «dar» en las relaciones afectivas.
El estadio de transición introduce el dilema principal de todo desarro­
llo mental: dependencia o independencia. Abandonar la seguridad de las
estrechas relaciones de objeto para lanzarse a la inevitable incertidum-
bre de la independencia forma parte integrante del proceso de socializa­
ción. Los padres tienden a estimular la pulsión hacia la independencia y
a neutralizar las necesidades de dependencia. Este proceso es complejo,
puesto que deberán repetirle a su hijo, casi diariamente y evitando toda
superposición de fronteras, cuáles son las esferas respectivas de la depen­
dencia (la acción es mala fuera de una estructura de sumisión), de la in­
dependencia (la acción basada en la sumisión es mala) y de una tercera
esfera «experimental» (que podría llamarse el terreno de la «experiencia
controlada de independencia»). Para los padres será más difícil definir

16
operativamente estas esferas si ellos mismos tienen dificultades en un te­
rreno específico. Finalmente, el denominador de estas dificultades mayo­
res o menores reside en el estilo de la personalidad de los padres, quienes
traen consigo ciertos modos de socialización más probables que otros.
Así es como el conflicto universal entre la dependencia y la indepen­
dencia adquiere su especificidad en cada caso; sea cual fuere el modelo
de aprendizaje que predomine en una familia dada, será el que determi­
ne la naturaleza de la adaptación del niño.
En las primeras etapas del proceso de aprendizaje, la búsqueda de
respuestas «correctas» lleva al niño a hacer una categorización de las
conductas, es decir a crear un sistema de codificación rudimentario de
lo que está bien y lo que está mal, de lo que es eficaz y lo que ño lo es.
Esta codificación evolucionará y se extenderá hasta que las respuestas
demuestren ser las que mejor se adaptan a la situación y a las capaci­
dades de vida del interesado, y finalmente llegará a ser la base de su
comprensión del mundo global.
Veremos que nuestro modelo toma en consideración un rasgo esen­
cial de todo proceso de aprendizaje, es decir, el hecho de que, en toda si­
tuación concreta en la que se produce el aprendizaje, existe también
una transmisión de reglas implícitas en el aprendizaje mismo. Nos re­
ferimos aquí al fenómeno de adquirir una predisposición (un conjunto
de aprendizajes), o al fenómeno de lo que Bateson denomina deuteroa-
prendizaje, esto es, aprender a aprender (Bateson, 1942). La predisposi­
ción fu e un término utilizado al principio en la psicología experimental
del aprendizaje y que se refiere al resultado de la exposición repetida de
un sujeto a una situación dada, de suerte que sus pruebas y errores dis­
minuyen considerablemente a medida que se expone nuevamente a si­
tuaciones del mismo tipo. Esto es lo que Bateson llama deuteroaprendi-
zaje: incluye dos niveles diferentes de procesamiento de la información,
uno para la información relativa al contenido de la situación particular
y el otro, en un nivel lógico superior, que corresponde a la información
relativa al tipo de tarea o de situación.
Una vez que una predisposición se ha establecido, el experimenta­
dor cambia la naturaleza de la situación de aprendizaje de modo tal que
esta contradiga la predisposición. Para retomar la terminología de Ba­
teson, se trata de la «neurosis experimental» producida por las expe­
riencias pavlovianas. Si estos dos niveles de aprendizaje separados
-uno relativo al contenido y otro relativo al modelo o a la estructura
responsable de la predisposición- no existieran, la contradicción parti­
cular que da lugar a la neurosis experimental tampoco existiría.
Conviene insistir en que el «aprender a aprender» es de un nivel ló­
gico superior al «aprendizaje» y, en consecuencia, se sitúa en el nivel de
los metalenguajes correspondientes a las estructuras o a las clases de
situaciones de mensajes de una especie dada.
Cuando aplicamos esta noción a lo que dijimos anteriormente, sur­
ge que el aprendizaje propio del período transitorio puede no sólo verse
afectado por conflictos en el nivel del contenido (es decir, el problema de
base inherente al dilema dependencia-independencia), sino también
por un conflicto en el nivel superior siguiente (el deuteroaprendizaje).
Esto significa que la manera en que los padres definan la situación de
aprendizaje puede provocar contradicciones y divergencias. Estas deri­
van probablemente de conflictos propios de los padres y se manifiestan
en su relación con el niño. La presencia simultánea de ambas fuentes de
conflicto -una universal, procedente del dilema dependencia-indepen­
dencia (en todas sus múltiples variaciones) y la otra potencial y especí­
fica de cada caso, la de los conflictos parentales- organiza la interacción
que se da en el proceso de aprendizaje de cada persona. El modo en que
tales conflictos se traduzcan finalmente en ejemplos específicos de inte­
racción -es decir, la estabilidad y la capacidad de difusión de los mensa­
jes-estructuras contradictorios y del tipo de respuestas preferidas, su
ajuste en los procesos del desarrollo, etc - dará lugar, a la larga, a for­
mas específicas de neurosis (concebidas como estereotipos de comporta­
miento). En otras palabras, la contradicción contenida en las situacio­
nes de aprendizaje originales hará que el niño responda de la manera
que le parezca más eficaz y lo llevará a elaborar finalmente una serie de
reglas para hacer frente al mundo exterior. Una vez que haya estableci­
do tales reglas, «reconocerá» cada vez, en las situaciones nuevas, la es­
tructura familiar de la contradicción contenida en sus experiencias de
aprendizaje previas y, finalmente, provocará en los demás conductas
que refuercen y «justifiquen» su propia conducta interpersonal (Bate-
son, 1951: cap. 8).
Es conveniente aplicar ahora estas consideraciones, presentadas
hasta aquí de manera abstracta. Resumiremos seguidamente cómo tra­
tamos de definir las contradicciones inherentes a las experiencias de
aprendizaje específicas que a la larga engendran respectivamente com­
portamientos histéricos, fóbicos y obsesivo-compulsivos.

La histeria

Los histéricos muestran una orientación positiva hacia los objetos


externos, pero su autoevaluación es negativa. Según Fairbain, para
el histérico el objeto aceptado o «buen» objeto es externo, mientras
que el objeto rechazado o «malo» es interno. Su conducta exhibicio­

18
nista y seductora está en relación con estas dos visiones pues, por un la­
do, sirve para atraer los objetos exteriores, pero, por el otro, supone una
falta de conciencia y una especie de ceguera selectivas por parte del his­
térico sobre su propia seducción. Si, como consecuencia de esa actitud, el
objeto externo se siente atraído hacia él, lo rechazará porque el objeto en­
tra en contacto con esos aspectos que el histérico evalúa negativamente.
Pero ese rechazo será necesariamente temporario porque hace que el otro
deje de sentirse atraído, lo cual equivale a renunciar al objeto amado. Es­
ta contradicción creará inevitablemente una conducta de «sí, pero no» que
tiene tendencia a repetirse indefinidamente. El histérico concibe su rol
como pasivo, es decir, que sufre las consecuencias de las acciones de los
otros. Los demás actúan y él reacciona interiormente. En cuanto a quién
controla a quién, podría decirse que el histérico dirige sus estados íntimos
de forma tal de inducir en el otro acciones específicas.
¿Cuáles son las experiencias de aprendizaje precoces que llevan a es­
ta actitud? Se puede pensar que la naturaleza de ese contexto de apren­
dizaje se caracteriza por castigar al sujeto cada vez que su conducta tien­
de activamente a adquirir resultados, y a recompensarlo cuando asume
los estados internos correctos en respuesta a la acción parental.
De ese modo, la actividad se asocia al castigo y la pasividad a la re­
compensa. Este es un «contexto pavloviano clásico» según lo definió Ba­
teson (1942): toda información concerniente a lo que se supone que el
sujeto debe hacer queda excluida de la secuencia de los acontecimientos
que forman la situación de aprendizaje. Pero, al mismo tiempo, el suje­
to está incluido en la secuencia hasta el punto que no se espera que
reaccione activamente y con la intención de modificar la situación, sino
a través de una auto-modificación. Es sabido que todo medio pedagógi­
co demanda ciertas formas de conducta. En la situación interpersonal
que examinamos aquí, los padres metacomunican a su hijo qué tipo de
conducta esperan de él, pero esas expectativas implícitas estarán en
conflicto con las «reglas del juego» que son explícitas. La única manera
válida de no violar las reglas explícitas, y responder al mismo tiempo
adecuadamente a las demandas implícitas -cuya violación conlleva la
amenaza de frustración y castigo-, es a través de un consentimiento in­
directo a esas demandas en la estructura de las reglas explícitas. Esto
equivale a manipular progresivamente sus estados internos de manera
tal de adaptarse a la situación que se presenta. Por ejemplo, un niño
que cuando trata de llamar la atención de sus padres, oye que le dicen:
«No nos molestes», pero que cuando tiene un arranque de cólera la ob­
tiene inmediatamente. Así se establece que los padres sólo están aten­
tos a las conductas que no demandan explícitamente su atención y vice­
versa.

19
Podemos resumir los mensajes contradictorios y paradójicos res­
ponsables de la aparición de la histeria con la siguiente fórmula: «Toma
iniciativas, pero no olvides que está prohibido tomar iniciativas.»

Los fóbicos

Para el paciente fóbico el problema básico es poder distinguir las si­


tuaciones peligrosas de las inofensivas, porque para él el mundo es
siempre potencialmente peligroso. Según Fairbain, en el caso de la
, fobia los objetos deseados, al igual que los rechazados, están fuera del
sujeto.
¿Qué modelo de aprendizaje puede tomarse en consideración para
explicar la conducta fóbica? En apariencia, sería una situación de
aprendizaje que alentaría al paciente hacia la independencia. Pero
puesto que los padres piensan que el mundo está lleno de peligros, el
metamensaje que transmiten a su hijo es el siguiente: «El mundo es
muy peligroso». Así el niño será castigado si se arriesga y será recom­
pensado si evita hacerlo.
El contexto de aprendizaje explícito del fóbico parece por un lado ser
idéntico a la concepción de Bateson de la «recompensa instrumental»,
que define las conductas que debe adoptar activamente el interesado
para ser recompensado: la situación de aprendizaje reconoce y alienta
la independencia del sujeto. Implícitamente, sin embargo, esa situación
metacomunica que se trata de un contexto de «abstención instrumen­
tal». La presencia simultánea de los dos mandatos es incongruente: la
incitación explícita a la independencia contradice la regla implícita de
evitar los peligros exagerados, puesto que, por definición parental, el
mundo de la independencia es peligroso. No hay pues ningún otro me­
dio de salir de esta disyuntiva que obrar independientemente sólo en
terrenos que los padres han definido como inofensivos o, dicho de otro
modo, actuar con una independencia ficticia.
Todas las interacciones del fóbico pueden entenderse como el resul­
tado de este proceso de aprendizaje. Cuando interactúa con otros, la ac­
tivación inmediata de su conducta de abstención es un mecanismo que
le sirve a la vez para juzgar la seguridad de su entorno y para definir la
relación con la persona con la que se encuentra a través del metamen­
saje: «No soy una persona adulta, necesito protección». Esta actitud es
tan contradictoria como la orden paradójica que la produjo, aquella
emitida por los padres: «Sé independiente, dependiendo de mí.»

20
Los obsesivos

Los pacientes que sufren obsesiones y compulsiones presentan otra ima­


gen. Dan un valor positivo a algunas de sus acciones y un valor negativo
a otras. Esto coincide con el postulado de Fairbain, según el cual en tales
pacientes el objeto aceptado y el objeto rechazado son internos. Han inte­
riorizado a la vez el peligro de actuar y los medios de controlar ese peli­
gro. Uno de los rasgos típicos de la técnica de los obsesivos es adoptar sus
propias conductas «aceptables» para controlar o neutralizar las «repren­
sibles» o las «malas». La consecuencia de ello es que las conductas acep­
tables pierden su significación, puesto que ya no tienen un objetivo pro­
pio, salvo tomar el lugar de las acciones inaceptables: estar ocupado
repitiendo una acción aceptable impide la aparición de acciones inacepta­
bles y este mecanismo llega a convertirse en la base de los ritos obsesivo-
compulsivos. «La obligación de hacer lo correcto -o de no hacer lo que es­
tá mal- camufla la prohibición de hacer lo malo. Esta prohibición no se
reconoce porque reconocerla engendraría ansiedad y porque toda prohibi­
ción implica por definición la posibilidad de hacer aquello que está prohi­
bido» (Verón y Sluzki, 1970) La necesidad arrolladora de evitar hacer las
cosas mal se equilibra mediante la convicción de que pensar en hacer al­
go equivale a haberlo hecho. La aparición de ideas o de conductas que de­
mandan un rechazo desencadena el rito de destruir el equilibrio para po­
der restablecerlo luego. Este proceso es complicado por cuanto el «mal»
puede contaminar ciertas acciones consideradas hasta entonces neutras
e incluso buenas y finalmente exige una reestructuración de los ritos.
Procuremos identificar el contexto de aprendizaje que puede llevar
a la génesis de las neurosis obsesivo-compulsivas. Se espera que el niño
alcance la independencia siguiendo la regla de que para evitar el casti­
go debe aprender a «hacer lo que está bien». Someterse a esta regla se
considera justo, pero no hay ninguna recompensa instrumental ligada
a esa acción. Si el niño hace algo que está «mal», o no hace «lo que está
bien», se lo castiga. Por otro lado, si se porta bien, no recibe ninguna re­
compensa, sólo se considera que cumplió con su deber. Esta situación se
conoce como de «abstención instrumental»; en ella al estímulo condicio­
nado le sigue una experiencia desagradable -por ejemplo, una descar­
ga. eléctrica- salvo que el sujeto responda mediante cierta acción. Así el
sujeto aprende cómo situar sus propias acciones en la secuencia de
acontecimientos a fin de evitar el castigo. Por lo tanto, la recompensa
consiste en evitar el castigo.
Si bien en un primer nivel los padres alientan al niño a asumir sus
deberes como forma de «independencia», también le comunican que él
es intrínsecamente malo (por ejemplo: «Por supuesto, ¿qué otra cosa po-

21
día esperarse de ti?»). Así, la conducta independiente se define como
buena y se estimula al niño a comportarse en consecuencia, sin dejar de
calificarlo como malo, capaz sólo de hacer cosas malas, lo cual crea una
situación insostenible. Probablemente este callejón sin salida provenga
de la exigencia prematura de ciertas demandas. Si los padres hacen de­
mandas que exceden las capacidades reales del niño, él está seguro de
fracasar. Si los padres atribuyen entonces estos fracasos a la ineptitud
del niño, antes que a su inmadurez, finalmente él mismo concebirá su
fracaso como un «mal» que merece un castigo. Otro hecho importante es
que los padres expresen sus órdenes y sus castigos en términos abstrae-
<tos, tales como «Lo que hay que hacer», con lo cual se definen a sí mis­
mos como meros intermediarios entre el niño y las reglas. Esto hace que
el niño termine por atribuir una naturaleza impersonal a estos manda­
tos (Weakland, 1960).
Puesto que la adquisición de la independencia demanda que el niño
ejerza su propia iniciativa y puesto que toda acción espontánea ha sido
definida como necesariamente mala, la aparición del mal se convierte
en una amenaza constante. Este conflicto puede resumirse mediante la
siguiente fórmula paradójica: «Sé independiente, aunque, por supuesto,
eres incapaz de lograrlo».

Nuestras fórmulas de órdenes paradójicas son construcciones teóri­


cas. En las situaciones de la vida real, las reglas contradictorias se
transmiten de diferentes maneras, a través de diferentes modos de co­
municación, en situaciones diferentes y a través de diferentes personas,
todo lo cual da lugar a un vasto repertorio de contextos de aprendizaje.
Estos mensajes mutuamente incompatibles, que corresponden a
distintos niveles lógicos, pueden transmitirse: a) al mismo tiempo, a
través el mismo modo de comunicación (verbal, paralingüístico, no ver­
bal o contextual) o a través de diferentes modos de comunicación; b) a
través de la misma persona o de más de una persona separadamente
(Weakland, 1960); c) en el marco de un contexto de aprendizaje dado o
como fenómeno de interferencia entre contextos de aprendizaje, y d) si­
multánea o sucesivamente.
Las paradojas también pueden clasificarse según el elemento del
contexto general del aprendizaje inicial; por ejemplo a) los dos mensa­
jes se refieren al interesado (que es lo que ocurre en el caso de las para­
dojas inherentes a las tres formas de neurosis mencionadas anterior­
mente); b) los dos mensajes se refieren a quien los emite (por ejemplo,
toda afirmación del tipo: «Sólo soy feliz cuando sufro»); c) la estructura

22
de referencia y la fuente del mensaje están vinculadas entre sí, aunque
sean incompatibles (como ocurre con la paradoja del mentiroso, es decir,
la afirmación de Epiménides, el cretense: «Todos los cretenses son men­
tirosos»).1
La conducta típica de un individuo es pues el resultado de los dife­
rentes contextos de aprendizaje que ha internalizado. Es válido pensar
que existen contextos principales y contextos secundarios (o paradojas
producidas por ellos), del mismo modo que también lo es hablar de ras­
gos de conducta predominantes y rasgos accesorios.
Si las reglas de codificación impuestas por el proceso de socializa­
ción condicionan al sujeto a tener cierta «visión del mundo», ello impli­
ca también que el neurótico afronta constantemente los conflictos crea­
dos por la naturaleza paradójica de la situación original. Para él, la
situación reaparece cada vez que se reactiva el dilema dependencia-in-
dependencia en una de sus numerosas variaciones y entonces recurre
nuevamente a las reglas paradójicas para resolver el conflicto, es decir,
a la conducta neurótica. El carácter crónico de este ejemplo sugiere una
especie de fortalecimiento circular, es decir, un feedback positivo. La pa­
radoja tiene en consecuencia un aspecto a la vez «histórico» y «presen­
te»; por ello la perturbación neurótica tiende a autoperpetuarse.
Hay numerosas variantes que obstaculizan el proceso de socializa­
ción, tales como los rasgos de personalidad de base del sujeto o la inten­
sidad de las conductas instintivas, pero también existen factores que
ejercen influencias específicas en el contexto de aprendizaje y que pue­
den determinar la intensidad, la persistencia y la gravedad de un cua­
dro clínico dado o que determinan cuál será el cuadro clínico que apare­
cerá. Estos factores son: 1) la aparición simultánea o sucesiva de los
principales contextos de aprendizaje, 2) la precocidad de la aparición de
mandatos paradójicos, 3) la intensidad y naturaleza de numerosas ex­
periencias correctoras eventuales que nacen en la familia o que proce­
den del ambiente extrafamiliar.
Lo que sigue es un resumen de las características comunes a todos
los modelos de aprendizaje antes mencionados. Ante todo, se trata de
mensajes contradictorios dados simultáneamente y que corresponden a
niveles lógicos diferentes (uno contiene una orden y otro contiene una
orden o una información que contradice la primera, pero que se refiere
a la misma clase de la que forma parte la primera). Esto ocurre en un
contexto -la familia- del que uno no puede escapar y en el que el hecho

1. Como introducción al problema de las paradojas en la comunicación hu­


mana, véase R Watzlawick, J. H. Beavin y Jackson, D. D., Une logique de la corrí'
munication, París, Seuil, 1972.

23
de discriminar correctamente las significaciones es esencial para el su­
jeto. Finalmente, el ejemplo se repite después de un tiempo puesto que
es el contexto de una cantidad de experiencias de aprendizaje diferen­
tes y por ello predispone al sujeto a esperar esa clase de experiencia,
aun cuando en el nuevo caso ya no existan los elementos esenciales de
la situación original. Estas características son idénticas a lo que mu­
chos autores definen como los elementos esenciales de una situación de
doble vínculo (véanse Bateson et al., 1956; Sluzki et al., 1967:494-504).

Basándonos en las consideraciones generales presentadas hasta


aquí, ahora podemos sugerir que la teoría del doble vínculo no es espe­
cífica de la etiología de la esquizofrenia, sino que, antes bien, define una
situación patógena universal, toda patología de naturaleza psicológica
-y, por lo tanto, interaccional- deberá tener entre sus antecedentes un
contexto de aprendizaje correspondiente a las premisas postuladas por
el grupo de Palo Alto en 1956.
La hipótesis según la cual las situaciones de doble vínculo pueden
estar implicadas no sólo en la patogenia de la esquizofrenia sino tam­
bién en otras formas de psicopatología fue propuesta por Ferreira
(1960: 359-367), quien describía los dobles vínculos en la conducta de­
lictiva, y por Watzlawick (1969), quien sugería la existencia de cone­
xiones específicas entre ciertos cuadros clínicos y las esferas particu­
lares del funcionamiento humano en las cuales se produce el doble
vínculo.
Recordemos que íueron Bateson, Jackson, Haley y Weakland quie­
nes, en 1956, propusieron la teoría del doble vínculo como un modo de
explicar la etiología de la esquizofrenia (Bateson et al., 1956). El veloz
entusiasmo con que el mundo de la psiquiatría aceptó dicho concepto en
aquel momento ha sido reemplazado desde entonces por una polémica
continua, que ha llevado a reconocer la innegable brecha existente en­
tre la teoría y los hechos que la sustentan o simplemente a determinar
que es muy poco lo que se ha hecho hasta el presente para confirmar y
desarrollar la formulación inicial. Creemos que este estancamiento se
debe principalmente a la falta de metodología en el análisis de los dis­
cursos de los pacientes, en la reconstrucción conceptual de los contextos
de aprendizaje implicados y en la validación de todas las hipótesis su­
geridas hasta el momento.
Aquí proponemos que la teoría del doble vínculo tiene una exten­
sión mucho más vasta de lo que se ha sugerido anteriormente. Pensa­
mos además que el primer paso hacia la validación de este modelo con­
ceptual consistiría en reconstruir el contexto de aprendizaje específico
que es la base de cada una de las imágenes clínicas y establecer un pa-

24
ralelo riguroso entre la paradoja inicial y la patología que se sigue de
ella. En este estadio, el enfoque descripto en este capítulo con respecto
a ciertas formas de neurosis podría aplicarse más ampliamente en el
sentido de que deben encontrarse etapas intermedias entre la teoría del
doble vínculo (que según los términos del propio Bateson es más bien
* una epistemología) y cada cuadro clínico. La segunda etapa consistiría
en emplear los conceptos desarrollados aplicándolos a las producciones
verbales de los pacientes y, finalmente, verificándolos a través de estu­
dios longitudinales. Nos parece que la falta de verificaciones longitudi­
nales no se debe tanto a la dificultad práctica de tales estudios como a
la falta de vínculos intermedios entre la teoría y su empleo práctico.
Por el momento, la formulación de hipótesis específicas acerca de la
génesis de la esquizofrenia supera nuestra posibilidades. Probablemen­
te debamos dirigir nuestros esfuerzos de investigación a una recons­
trucción de las metarreglas, es decir de las reglas que rigen la relación
entre los modelos de aprendizaje que quizá sean el resultado de la in­
consistencia constante del contexto de aprendizaje atribuible a los pa­
dres. Es muy posible que tales inconsistencias, idénticas a las de la me-
tacomunicación errática de las relaciones parentales, lleven al niño a
internalizar la regla: «No hay reglas claras de interpretación de la rea­
lidad». En consecuencia, el niño tenderá a atribuirle a una situación
significaciones que estarán en conflicto con la situación misma. Así, una
conducta «absurda» puede parecerle la única forma «aceptable» de aca­
tar todo mandato que de un modo u otro le comunique: «Aprende a vivir
según nuestras expectativas, pero independientemente de lo que poda­
mos decirte» o, en otras palabras: «No confies en tus sentidos y aprende
a ver el mundo tal como es».
(1971)

Referencias bibliográficas
Bateson, G., Jackson, D. D., Haley, J. y Weakland, J. H. 1956. Toward a
theory of schizophrenia, Behau. Sci. 1: 251-264.
Bateson, G. 1942. Social planning and the concept of «deutero leaming,
en L. Bryson, (comp.), Science, Philosophy and Religión, segundo
simposio. Nueva York, Harper & Row.
Bateson, G. 1951. Conventions of communication: where validity de-
pends on belief, en J. Ruesch, y G. Bateson, Communication, the So­
cial Matrix o f Psychiatry. Nueva York, W. W. Norton.
Ferreira, A. 1960. The double bind and delinquent behavior, Arch. Gen.
Psychiat., 3: 359-367.

25
Sluzki, C. E., Beavin, J., Tamopolski, A. y Verón, E., 1967. Transactional
disqualification, Arch. Gen. Psychiat, 6: 494-504.
Verón, E. y Sluzki, C. E. 1970. Comunicación y neurosis. Buenos Aires,
Editorial del Instituto.
Fairbain, W. R. D. 1952. An Object-Relations Theory o f the Personality.
Nueva York, Basic Books.
Watzlawick, P. 1969. Patterns of psychotic communication, en P. Doucet
y C. Laurin, (comps.), Problems of Psychosis. Amsterdam, Excerpta
Medical Foundation.
Weakland, J. H. 1960. The double-bind hypothesis of schizophrenia and
three party interaction en D. D. Jackson, (comp.), The Etiology of
Schizophrenia, Nueva York, Basic Books.

26
2
Pertinencia [ideológica]
del «código»

En lingüística, semiótica y otras disciplinas que se ocupan de sistemas


significantes es posible distinguir al menos cinco empleos clásicos del tér­
mino «código»:
(1) A menudo, una especie de analogía imprecisa hace que la palabra
código se emplee como sinónimo de «lengua».
(2) En el contexto más preciso de la teoría de la información, el térmi­
no código designa el conjunto de transformaciones que permiten pasar de
un sistema de signos a otro (en el diccionario francés Petit Robert, la cuar­
ta acepción de la palabra code define: diccionario de los equivalentes en­
tre dos lenguajes).
(3) En numerosos casos, código parece ser, sencillamente, un sinóni­
mo de «conjunto de obligaciones», conjunto que define la naturaleza sig­
nificante de un sistema dado, lingüístico o de otra índole,
(4) En ciertas teorías lingüísticas de inspiración saussureana, y tam­
bién en la «primera semiología»,1un código se concibe frecuentemente co­
mo el repertorio de unidades (signos) de que disponen los usuarios de un
sistema significante para «comunicar».
(5) Por último, se puede emplear el término código para hacer alusión
al aspecto «social» de un sistema significante, en el cual «código» es el
nombre que se le da a un conjunto de normas institucionalizadas sobre
las que se basa el funcionamiento de un sistema.
Naturalmente no es raro que en un mismo texto se apele a varios de
estos usos y hasta a todos ellos. En el presente capítulo me propongo su­

1. Sobre ciertas observaciones referentes a la «primera semiología», véase


mi artículo Remarques sur l’idéologie comme production de sens, Sociologie et
Sociétés, 5 (2), noviembre de 1973, Montréal.

27
gerir que, cuando se trata de ciencias dedicadas al estudio de los siste­
mas significantes complejos y muy particularmente de la semiótica, no
habría que conservar ninguna de estas cinco acepciones del término
«código».
Hay otros empleos de la palabra, menos clásicos, como por ejemplo
el que le da Lévi-Strauss cuando analiza la estructura de los mitos o el
que le atribuye Barthes en su estudio sobre Sarrasine. Por el momento,
dejaré de lado esos empleos «especiales» del término asociados al análi­
sis de textos.

Se ha dicho con frecuencia que la lengua es un código. Este empleo


de la palabra «código» puede contener únicamente una analogía sin
consecuencias. En efecto, desde el punto de vista estrictamente lin­
güístico, no se advierte qué ventaja tiene reemplazar «lengua» por «có­
digo». En mi opinión, los lingüistas mismos no hacen ningún progreso
diciendo que su objeto de estudio (la lengua) es un código. Ahora bien,
esta sinonimia a menudo aparece asociada a proyectos translingüísti-
cos: la lengua es un «código», entre otros códigos. Detrás de la analogía
hay pues una intención comparativa, el propósito de incluir la lingüís­
tica en el campo, mucho más amplio, de una ciencia general de los sis­
temas significantes. Es cierto que este empleo ha sido uno de los indi­
cadores de tal apertura semiológica; sólo que, así, la comparación de
otros sistemas significantes con la lengua se hace demasiado fácil y la
sinonimia lengua = código constituye habitualmente el síntoma de
una translingüística fundada en bases demasiado débiles y hasta
complacientes. La asimilación de lengua y código tiende a borrar, an­
tes que a aclarar, las semejanzas y las diferencias entre sistemas sig­
nificantes; tranquiliza a la semiología en un momento en que conven­
dría más enumerar los problemas no resueltos, en lugar de poner
todos los sistemas de producción de sentido en una misma bolsa que
lleva el rótulo de «códigos». Desde este punto de vista, hay que recono­
cer que el optimismo de Jakobson, referente a la fecundidad de un
acercamiento entre lingüística y teoría de la comunicación (reflejado
en un artículo en el que insistía precisamente en la equivalencia en­
tre lengua y código) no ha sido justificado en absoluto por la ulterior
evolución de la lingüística (Jakobson, 1963: 87-99).
En la medida en que uno procura superar el empleo puramente
metafórico, habitualmente tiende a emplear o bien la acepción (3) o
bien la acepción (4). La cuestión decisiva es pues indagar las conse­
cuencias teóricas de otros empleos, más precisos, de la noción de có­
digo.

28
En el citado artículo, Jakobson opta primero por el uso (2), más es­
pecíficamente la definición de Colin Cherry. Según este último,

El término código tiene un uso estrictamente técnico que es el que


adoptaremos aquí. Los mensajes pueden codificarse cuando ya han sido ex­
presados mediante signos (por ejemplo, las letras del alfabeto inglés); de
modo que un código es una transformación acordada, habitualmente ele­
mento por elemento, y reversible, mediante la cual es posible convertir
mensajes de un conjunto de signos a otro. El código Morse, el semáforo y el
código de señas de los sordomudos representan ejemplos típicos. Por lo tan­
to, en nuestra terminología hacemos una clara distinción entre la lengua,
que se desarrolla orgánicamente a lo largo de prolongados períodos de tiem­
po, y los códigos que se inventan con un propósito específico y se atienen a
reglas explícitas. (Cherry, 1957: 7f

En otras palabras, un código (así definido) supone la existencia de la


lengua; los mensajes lingüísticos, concebidos como conjuntos de unida­
des discretas, se transforman en otro sistema de signos en virtud de
una serie de reglas que pueden aplicarse, o bien en el nivel de la llama­
da «segunda articulación», es decir en un nivel «anterior» al sentido (co­
mo es el caso del código Morse), o bien en el nivel del sentido, pero en
ese caso, sobre la base de un desglose convencional que poco más o me­
nos hace corresponder, por ejemplo, la luz roja del semáforo a la orden
«deténgase» y la luz verde a la orden «avance». Tanto en un caso como
en el otro, un código, lejos de ser algo semejante a una lengua natural,
es un conjunto artificial de reglas de transformación que no nos da nin­
guna información sobre las propiedades de los sistemas significantes
complejos. Las relaciones entre la representación escrita de una lengua
natural y el código Morse pueden designarse correctamente como una
«codificación», al igual que las equivalencias entre ciertos fragmentos
lingüísticos (que a su vez se corresponden con ciertas conductas) y los
estados del semáforo o las posiciones de las banderas en las señales ma­
nuales de los marinos (Prieto, 1966:88 ss.). Pero las propiedades semio-
lógicas de estos códigos son radicalmente diferentes de las que poseen
las lenguas naturales (cuya existencia suponen) y también de las de

2. Quizá sea interesante señalar que en la segunda edición de su libro (de


1966) Cherry introdujo una pequeña corrección a su texto para remarcar aun
más claramente la naturaleza secundaria de los códigos. En lugar del texto que
acabamos de citar («Los mensajes pueden codificarse cuando ya han sido expre­
sado mediante signos...») en la segunda edición se lee: «Los mensajes pueden co­
dificarse después de haber sido expresados mediante signos...». La itálica es del
autor (2a edición, The MIT Press, p. 8).

29
otros sistemas complejos (por ejemplo, el cine), pues esos sistemas
complejos distan mucho de admitir las condiciones de reversibilidad y
el carácter biunívoco que define las transformaciones de tipo «códico».
Por supuesto, tales transformaciones pueden aplicarse a esos sistemas
complejos mediante reglas convencionales y por razones utilitarias, pero
el modelo contenido en una «codificación» de ese estilo nunca podría ser
un buen modelo de la naturaleza ni del funcionamiento de los sistemas
complejos mismos^)
No obstante, Jakobson emplea el concepto de «código» para referir­
se a mecanismos propios de las lenguas naturales. Y afirma: «un con­
junto tal de posibilidades ya previstas y preparadas implica la existen­
cia de un código y la teoría de la comunicación concibe ese código como
una transformación convenida, habitualmente término por término, y
además reversible, mediante la cual un conjunto dado de unidades de
información se convierte en una secuencia de fonemas y viceversa». Ja­
kobson agrega: «El código hace concordar el significante con el signifi­
cado y el significado con el significante» (op. cit.: 90). Es decir, en otra
terminología, la noción de código sería aplicable a las relaciones entre el
componente semántico y el componente fonológico y hasta podría servir
para comprender los vínculos entre estructura profunda y estructura
de superficie. Ahora bien, si nos atenemos a la definición de Cherry, re­
sulta evidente que las relaciones entre componente semántico y compo­
nente fonológico (en los términos de la teoría chomskyana denominada
«estándar»), lo mismo que las relaciones entre la superficie y las estruc­
turas subyacentes (en otros modelos generativos) son mucho más com­
plejas que las transformaciones definidas por la teoría de la informa­
ción para la constitución de un código artificial. Uno podría llamar a
esas relaciones, si prefiere, por supuesto, un «código», pero entonces el
uso indica claramente que el término designa cualquier tipo de trans­
formaciones y operaciones.

Si damos tal empleo al término, estamos en realidad ante una va­


riante de la acepción (3), según la cual la palabra código designa simple­
mente cualquier «sistema de obligaciones». La generalidad de la noción
nos hunde pues en la trivialidad.

Las acepciones (4) y (5) son sin duda decisivas en el seno de la lin­
güística y de la semiología. Según la acepción (4), el concepto de código
se asocia inevitablemente a la idea de una colección preexistente de uni­
dades que uno combina en los mensajes (véase Jakobson: «conjunto de

30
posibilidades ya previstas y preparadas»). Habitualmente estas unida­
des se conciben según el modelo saussureano del «signo». De ahí la equi­
valencia que ya mencionamos: lengua = código que procede a su vez de
una homología más amplia: lengua/palabra = código/mensaje. En este
uso el término código pierde su connotación «relacional», es decir, ya no
designa un conjunto de transformaciones entre dos sistemas sino que
llega a constituir, de algún modo, el nombre del «aspecto lengua» de un
sistema significante.
Primero hay que tener en cuenta el hecho de que allí aparecen dos
ideas que no necesariamente van siempre juntas. Una corresponde al
carácter «preexistente» que se le atribuye al sistema respecto de los
actos concretos que tal sistema rige: cada acto de palabra supone la
existencia de la lengua. La otra idea se refiere a la manera de repre­
sentarse la naturaleza del sistema preexistente, de las «posibilidades
previstas y preparadas», entendidas como repertorio de unidades sig­
nificantes que uno puede combinar en los mensajes. Si uno dice, por
ejemplo, que todo acto de lenguaje (toda «performance») corresponde a
una «competencia» lingüística, expresa la primera idea sin implicar
por ello que la actividad lingüística sea una actividad combinatoria.
Lo esencial de esta perspectiva es pues concebir el código como colec­
ción de signos.
Esta concepción reaparece con frecuencia en la lingüística estructu-
ralista y también en la «primera semiología». A veces se manifiesta en
estado casi puro, como ocurre en el caso de Prieto (Prieto, 1966, loe. cit.)
Según la terminología de este autor, un código es un «sistema de se­
mas». Los semas son las unidades compuestas por un significante y un
significado. De modo que un código es un sistema de relaciones entre
dos «universos del discurso»: el campo semántico (por el lado del signi­
ficante, «el plano del indicante») y el campo noético (por el lado del sig­
nificado, «el plano de lo indicado»). Significante, significado, sema son
entidades abstractas, clases de acontecimientos. Las entidades concre­
tas que forman parte de esas clases son las señales y el mensaje. El
campo semántico de un código es el conjunto de señales que pertenecen
a ese código. El campo noético es el conjunto de todos los mensajes que
admiten las señales pertenecientes al código. La emisión de una señal
en una situación dada (un «acto sémico») produce pues un doble desglo­
se: del lado del campo semántico, la señal representa o «hace realidad»
una clase, su significante, es decir, el conjunto de señales pertenecien­
t e s ^ código y capaces de suministrar la misma indicación significati-
va(Elcomplemento de esta clase está compuesto por todos los otros sig­
nos del código cuya emisión daría una indicación diferente. Del lado del
campo noético, «la señal de un acto sémico indica al receptor que el

31
mensaje que el emisor intenta transmitirle corresponde a su significa­
do y no pertenece al complemento de su significado» (Prieto, 1966: 37-
38).3 Para decirlo de otro modo, el campo noético se divide a su vez en
una clase (la clase compuesta por todos los mensajes que admite la se­
ñal que se ha producido) y su complemento (compuesto por los mensa­
jes que admiten las demás señales pertenecientes al código y que no ad­
mite la señal en cuestión). Con ayuda de las circunstancias, el receptor
consigue identificar el mensaje que el emisor «quiso transmitirle»: deci­
mos entonces que se trata de un acto sémico «logrado».
Si bien el autor propone una tipología de códigos según las propie­
dades diferenciales correspondientes a lo que él llama los «mecanismos
de economía», la noción genérica de código, así caracterizada, le parece
igualmente válida tanto para los semáforos como para las lenguas na­
turales.
En Prieto se advierten así claramente los elementos esenciales de la
configuración ideológica que sustentan este empleo del término «código»:
a) El sistema significante concebido como «repertorio».
b) En consecuencia, postulación de un paralelismo entre el orden
del significante y el orden del significado.4
c) Concepción subjetivista-instrumentalista del sujeto enuncia-
dor: el vínculo entre este último y el repertorio «disponible» se
establece en la forma de una «intención de comunicar».
d) En consecuencia, una concepción- empobrecida de la actividad
del sujeto enunciador: este no hace más que escoger entre uni­
dades ya listas y combinar las unidades elegidas a fin de emitir
un mensaje.
Si esta perspectiva se tomara seriamente, la semiología estaría con­
denada a estudiar únicamente el código Morse y los semáforos. En efec­
to, sólo los «sistemas artificiales» de que habla Cherry pueden admitir
semejante descripción. La naturaleza secundaria de estos «códigos»,
siempre parasitarios respecto del lenguaje propiamente dicho, explica
una de las hipótesis de base de la concepción instrumentalista: la exis­
tencia previa de un contenido «que uno quiere comunicar». Ese conteni­
do que es objeto de un propósito intencional anterior a todo acto produc­
tivo del emisor no puede tener otra forma que no sea lingüística. Lo cual
puede resultar evidente y tal vez trivial si hablamos del código Morse,

3. Obsérvece que en la obra de Prieto, y a diferencia de otros usos del térmi­


no, «mensaje» designa el contenido transmitido en un «acto sémico».
4. Naturalmente, es habitual que en este sentido se introduzcan ciertas re­
servas pues el paralelismo nunca es completo. Véase cómo emplea Prieto la teo­
ría lógica de los conjuntos en Messages et signaux, capítulo 6,

32
pero que nos hace caer en una situación curiosamente circular si trata­
mos de aplicar ese modelo al lenguaje mismo.
Por otra parte, esos «sistemas artificiales» son sólo un fragmento de
la esfera translingüística. En efecto, el modelo «códico» puede aplicarse
únicamente a sistemas significantes secundarios, fuertemente digitali­
zados. Además, los sistemas cuya materia significante excluye la regla
de la discontinuidad también quedan fuera de ese campo: es el caso de
la música donde no existe un orden del significado. En otras palabras:
los sistemas translingüísticos que pueden tener verdadero interés para
la semiología no son «códigos».5
Ahora bien, esta concepción «códica» no es una invención arbitraria
de ciertos lingüistas o semiólogos. Por el contrario, refleja o reproduce,
en el nivel de la teoría lingüística, una conciencia social bien determi­
nada sobre la actividad del lenguaje; deriva de un conjunto preciso de
operaciones ideológicas. El núcleo de esas operaciones consiste en con­
cebir los sistemas significantes complejos (aquellos que, para retomar
la expresión de Cherry, «se desarrollan orgánicamente» en el seno de lo
social) como si fueran sistemas artificiales. El mecanismo ideológico de
base es pues una proyección sobre los sistemas complejos de un modelo
tecnológico-instrumental, según el cual los lenguajes son máquinas
transparentes cuyo funcionamiento se basa en las necesidades comuni-
cacionales de los usuarios.
En cuanto al signo ideológico, no caben dudas: el funcionalismo es
siempre reaccionario, en la esfera lingüística como en cualquier otro
campo. Entiéndase bien, no sólo es reaccionario, sino también y sobre
todo inadecuado como representación de su objeto. Pero el carácter ina­
decuado de la ideología no se reduce nunca a una ilusión; en este caso,
como en todos los demás, la ideología se articula con ciertos aspectos de
su objeto, se adhiere a cierto nivel de la práctica del lenguaje. Tratemos
pues de ver más precisamente cómo se aplica el modelo del código a las
lenguas naturales.
Para poder constituir un repertorio, necesitamos contar con «unida­
des». Estas unidades se conciben o bien como elemento del orden del
significante, o bien como unidades que incluyen un término del orden
del significante y un término del orden del significado. En suma, sólo
pueden ser unidades de superficie. De ahí el problema crucial del des­
glose (hipótesis del paralelismo forma/contenido, prueba de conmuta­
ción, etcétera).

5. Véase un esquema de reglas de inversión de las materias significantes en


mi artículo Pour une sémiologie des opérations translinguistiques, Versus. Qua-
derni di studi semiotici, 4, pp. 8-100,1973.

33
Sobre esta base y cuando se trata del sentido, el desglose puede ha­
cerse en dos niveles: ya en el nivel léxico, ya en el nivel de una unidad
definida por criterios llamados «sintácticos». La manipulación del léxi­
co en superficie conduce necesariamente a un análisis en el plano de los
«rasgos», es decir de una semántica de diccionario, según la cual los ele­
mentos léxicos de la superficie son «amalgamas» de factores semánti­
cos. La «primera semiología» ofrece una multiplicidad de ejemplos de
análisis de esta índole. Por otra parte, la unidad funcional de manifes­
tación del sentido es siempre cierto modelo canónico del enunciado, de
naturaleza «sintáctica».
En relación con los supuestos que subtienden los esquemas de
enunciado mínimo, ciertos modelos que intentan ser translingüísticos
han obrado como «reveladores» de su naturaleza ideológica, poniendo
de manifiesto que sus raíces están en la práctica social. Es lo que ocu­
rre cuando estos modelos se emplean para representar las relaciones
profundas, como por ejemplo, el «modelo actancial» de Greimas. El mo­
delo se calcó sobre el enunciado mínimo de superficie y se proyectó so­
bre la estructura profunda como un intento de dar cuenta de los fenó­
menos transfrásicos. Perdiendo así su aspecto exterior sintáctico o
gramatical, el modelo manifiesta su origen en el esquema del acto so­
cial elemental. Actantes, funciones, aspectos, calificaciones, modalida­
des son, en el fondo, categorías gramaticales «metaforizadas», pero en
ese nivel más «abstracto» se reconocen más fácilmente las categorías
de la conciencia social espontánea: el actor (el agente), sus propiedades
(sus acciones y sus pasiones), la situación en la que se encuentra, el
modo de su acción como expresión del vínculo entre él mismo y su si­
tuación de a ccióij^
En Prieto, la relación entre el modelo del enunciado mínimo como
instrumento para el desglose de la superficie lingüística y el esquema
del acto social elemental aparece, no ya con la forma de una transferen­
cia metafórica, sino de manera explícita: esa relación se expresa direc­
tamente en su teoría de los «actos sémicos». Si la orden «Déme el lápiz»,
al igual que el disco que indica «contramano» son para él unidades, lo
son sencillamente porque se refieren a una «unidad» que es externa,
respectivamente, al código lingüístico y al código de señales de tránsito,
a saber, la unidad socialmente funcional de las conductas asociadas a la
emisión de esas señales. El mecanismo por el cual la conciencia social
engendra la unidad funcional de las conductas (que no es otra cosa que
el producto del trabajo de la ideología en el nivel de la práctica) se toma
aquí como fundamento de la teoría semiológica.
Esto no quiere decir que la semántica de Greimas y la «noología» de
Prieto sean, como teoría semióticas, comparables o equivalentes. Cada

34
una expresa aspectos diferentes de la configuración ideológica que esta­
mos tratando aquí. El procedimiento elegido por Prieto muestra princi­
palmente la dimensión instrumental de esta configuración. Es por ello
que su noción de «acto sémico» es, por así decirlo, la imagen de la relación
de determinación entre la estructura (ideológica) de la acción social y la
teoría lingüística. En Greimas esa relación de determinación aparece con
la forma de una transferencia, extremadamente compleja, de la primera
a la segunda, transferencia «legible» en su modelo actancial.
Estoy, en suma, afirmando dos cosas:
1) que esa transferencia siempre es legible (más o menos fácilmente)
en toda teoría lingüística fundada en un modelo de enunciado mínimo;
2) que en el nivel ideológico profundo, hay complementariedad entre
a) la concepción instrumental del lenguaje, b) el desglose de la superfi­
cie lingüística mediante un modelo de enunciado mínimo y c) la semán­
tica «de diccionario».
Para justificar estas hipótesis, hay que referirse al modelo del suje­
to enunciador; me limitaré aquí a sugerir la posibilidad de tal demos­
tración. De lo dicho anteriormente se sigue que la concepción «códica»
supone una distinción clara entre sintaxis y semántica. En efecto, el
universo de rasgos «amalgamados» en las unidades léxicas de superfi­
cie constituye el campo de los estudios semánticos, en tanto que el mo­
delo del enunciado mínimo corresponde a la sintaxis. Según la concep­
ción «códica», la actividad del sujeto enunciador consiste, como ya
dijimos, en seleccionar y combinar (véase al respecto Jakobson): el suje­
to enunciador selecciona unidades entre aquellas que componen el re­
pertorio (he aquí la semántica) y las combina para producir mensajes
(he aquí la sintaxis). En otras palabras: el sujeto enunciador; que forma
parte del núcleo ideológico de la concepción instrumental es semántica­
mente pasivo y sintácticamente activo. El aspecto semántico de su acti­
vidad se reduce a elegir entre contenidos «preexistentes»; la parte ope­
rativa de su actividad es de naturaleza puramente combinatoria y es
independiente del sentido.

Es fácil advertir cómo todos esos elementos componen un cuadro


ideológico coherente. Al permanecer en la superficie, la lingüística está
condenada a ser una ciencia meramente descriptiva. Toda incursión «en
profundidad» se hace mediante la proyección de modelos funcionales de
superficie. La identificación en la superficie de una unidad funcional (el
enunciado) permite reducir lo social del mensaje a la decantación pasi­
va de las sustancias léxicas (véase Hjelmslev: la ideología concierne a la
«sustancia del contenido»). La actividad del sujeto enunciador no es
más que una combinatoria que se sustenta en leyes formales indepen­

35
dientes de la significación. En suma: toda huella del trabajo social de
producción de sentido ha sido borrada.
Ahora bien, el vínculo de este trabajo productivo es el discurso, el or­
den de lo textual. La aparición de este objeto nuevo y casi desconocido,
el discurso, es el resultado del desarrollo de la lingüística de los últimos
veinte años. No es casual que tal desarrollo tenga ciertas consecuencias
que se dan todas simultáneamente (lo cual muestra a contrario la cohe­
rencia de la ideología que se está suprimiendo): a) la destrucción del lí­
mite sintaxis/semántica, b) la descomposición del modelo del enuncia­
do, c) la destrucción de la antigua hipótesis del paralelismo
forma/contenido, a partir de la distinción superficie/estructura profun­
da, d) el esbozo de un modelo operativo del sujeto enunciador cuya acti­
vidad semántica de engendramiento de lo discursivo va mucho más allá
de la selección y la combinación.
Evidentemente, estos cambios no se producen sin contradicción y
naturalmente se han llevado a cabo sobre la base de otras ideologías
(véase la teoría transformación al «clásica» todavía fundada en un
modelo del enunciado y en la distinción sintaxis/semántica; el papel
del tema chomskyano de la «creatividad», etc.).6 En todo caso, me pa­
rece que estos cambios anuncian, aún de manera oscura e implícita,
el comienzo del fin de toda ideología «códica» aplicada al lenguaje y,
de manera más general, a los sistemas complejos de producción de
sentido.
Con todo lo que acabamos de decir es fácil comprender qué implica­
ciones puede tener el uso (5) del término código. La concepción instru­
mental es inseparable de la hipótesis según la cual el «código» es una
especie de bien común del cual participan todos los usuarios de un sis­
tema de «signos». Lo importante, como dice Prieto, es que el emisor y el
receptor estén de acuerdo en cuanto a la identidad del significante y el
significado del sema. El «código» llega así a ser el nombre que se le da
al consenso social que hace posible la comunicación. Por ese camino, el
funcionalismo semiológico se junta alegremente con el funcionalismo
sociológico. Porque a fin de cuentas, un código no es más que un conjun­
to de normas institucionalizadas. Sobre la base de esta equivalencia có­
digo = norma, la teoría semiológica se manifiesta como el instrumento
ideal para describir la intersubjetividad, lo mismo que el poder, el dine­
ro y otros: todos ellos son «códigos».

6. Para un panorama de esos desarrollos en la óptica de este artículo, véa


E. Verón, Linguistique et sociologie: vers une «logique naturelle des mondes so-
ciaux», Communications 20, pp. 246-278,1973.

36
Así se cierra el círculo histórico de la ideología; después de pasar un
tiempo entre los lingüistas y los semióticos contemporáneos, el funcio­
nalismo vuelve a sus orígenes: la teoría burguesa de la sociedad.
(1974)

Referencias bibliográficas
Cherry, C., 1957. On Human Communication, Science Editions Inc.
Jakobson, R, 1963. Linguistique et théorie de la communication, en
Essais de Linguistique générale. París, Editions de Minuit.
Prieto, J. L. 1966. Messages et signaux. París, Presses Universitaires de
France.

Nota de lectura
(2000)
En la nota (5) de este artículo, el original francés dice: «Voir un schéma
de régles d’investissement des matiéres signifiantes dans mon arti-
cle...». El traductor Alberto Luis Bixio es<h*ibe en castellano: «Véase un
esquema de reglas de inversión de las materias significantes en mi artí­
culo. ..». No hay otra manera de traducir con exactitud ese fragmento de
frase. Y si comparamos ambos fragmentos, el francés y el castellano, nos
encontramos ante un magnífico ejemplo de las complejidades ideológicas
de la noción de código, entendida en su acepción (2). Mi interpretante se­
rá aquí el célebre diccionario Larousse español/francés. Pocos años des­
pués de este artículo, intenté otra aproximación al diccionario como
«manual de ideología» (véase el cap. 6 de este libro, «Folies-Bergére»).
En su significación literal, el verbo investir en francés tiene dos
acepciones: investir, conferir («una dignidad»); invertir, colocar, em­
plear («colocar fondos»). La segunda, más corriente en el lenguaje coti­
diano, es la propiamente económica: invertir (en la bolsa), colocar (ac­
ciones). La familia de estas formas mantiene en francés la «mezcla»
entre los conceptos, en castellano, de ‘investir’ e ‘invertir’: investisseur
es el inversionista, investiture es investidura, toma de posesión. El
francés investissement (término que usé en mi texto) contiene ambas
acepciones: inversión (en sentido económico) y conferimiento de digni­
dad. Bixio no podía traducir el francés ‘investissement’ como ‘investi­
miento’ porque este término no existe en español (sin embargo, yo debo
de haberlo usado alguna vez). El castellano separa las dos acepciones:
la económica es ‘invertir’, ‘inversión’, la que remite al conferimiento de
una dignidad es ‘investir’, ‘investidura’. ‘Investimiento’ (que el español

37
no permite) sería la acción de conferir dignidad, mientras que la única
forma disponible, ‘investidura’, es la dignidad conferida y no la acción
de conferirla. Aquí la «codificación» entre el castellano y el francés es
turbulenta, compleja, imperfecta, no hay «buena» traducción posible
(queda siempre la posibilidad de una paráfrasis). La situación se com­
plica aun más porque la forma francesa invertir no tiene absolutamen­
te nada que ver con el sentido económico, sino que es, sólo y claramen­
te, intervertir (»invertir los roles») dar vuelta, poner al revés.
Ambas lenguas, cada una por su lado, son sintomáticas. Porque estos
deslizamientos semánticos entre el mundo del poder (de la dignidad) y el
mundo económico ¿serán puro azar del diccionario? Si yo pudiera decir,
en español, «las reglas de investimiento de las materias significantes»
[por el sentido] me quedaría tranquilo. Pero estaría diciendo también que
el significado confiere dignidad al significante, que un investissement es
una investiture, que hay una relación entre el sentido, la dignidad, y el pon
der. ¿Por qué habrá sido que Saussure llamó valor a la dimensión más im­
portante de su modelo del signo? Roland Barthes, en la Lección Inaugu­
ral de su cátedra del Collége de France, pronunciada en 1977, explicó por
qué a su manera «la lengua, como ejecución de todo lenguaje, no es ni
reaccionaria ni progresista; es, simplemente, fascista; porque el fascismo
no es impedir decir, es obligar a decir». Este vínculo consustancial entre
la lengua y el poder pasa por la ejecución (por la performance, dice Bart­
hes): «Desde el instante en que es proferida, aunque sólo fuera en la más
profunda intimidad del sujeto, la lengua entra al servicio de un poder».
Pero si se trata de la ejecución, el poder no es una dimensión de la lengua
sino del habla, la cuestión del poder, podría decirse en una terminología
más «moderna», es una cuestión pragmática. La provocación consistente
en calificar a la lengua de «fascista», que indignó a muchos, tiene en mi
opinión un origen claro, explicitado por el propio Barthes dos párrafos an­
tes: «El lenguaje es una legislación, la lengua es su código». En este sen­
tido se define la pertinencia de la perspectiva que intenté dibujar en el ar­
tículo: la lengua no es un código. Si lo fuera, la posición de Barthes sería
ineludible. La lengua no es fascista porque no es un código. Convendría
agregar: una ideología tampoco es un código. Conclusión: el fascismo no
es una ideología, el nazismo tampoco. Son algo mucho más siniestro.
Qué importa. Las discrepancias se esfuman cuando se trata de un
autor capaz de proponer definiciones tan exactas y abrumadoras como
esta: «Yo llamo discurso de poder a todo discurso que engendra la falta,
y por lo tanto la culpabilidad, de quien lo recibe». Magnífica frase que
formaría parte de ese capítulo que la pragmática contemporánea no su­
po (o no quiso) construir, el más importante: el capítulo del poder perlo-
cutorio de los actos de habla.

38
3
Diccionario de lugares
no comunes*

Diccionario: s. m. 1 Colección de palabras dispuestas según


un orden convenido.
Le Petit Robert

Indicaciones para su uso

Este es mi diccionario. Es la lista de ciertas palabra que empleo para


ocuparme de los discursos sociales y por lo tanto de lo ideológico y del
poder de los discursos. En su conjunto, esta lista quiere sugerir la po­
sibilidad de una teoría de la producción social del sentido. Probable­
mente debí llamarla «léxico», antes que «diccionario» (puesto que se­
gún la misma fuente que cito al principio, el diccionario francés Le
Petit Robert, léxico es la «colección de palabras empleadas por un au­
tor...»), pero no pude resistir a la tentación de evocar el «Diccionario
de los lugares comunes» o, como decía Flaubert, el «Catálogo de las
ideas distinguidas». Y cuando se trata de la ideología y del poder, las
ideas distinguidas abundan.
Entiéndase bien: aquí como en cualquier otra parte, las ausencias
dicen tanto como las presencias.
El concepto de diccionario no implica necesariamente la noción de
un orden alfabético, sino solamente la de un orden convenido. Me pare­

* En 1979, la revista Connexions solicitó a varios autores su punto


de vista personal sobre el tema «Poder de los discursos». Yo decidí ha­
cerlo bajo la forma de un léxico, evocando el Dictionnaire des idées reques
de Flaubert. En este contexto, «idées regues» puede traducirse también
como «prejuicios».

39
ció que el orden alfabético, en este caso particular, no era conveniente.
De modo que dispuse los artículos en un orden que va desde los concep­
tos que me parecen más esenciales, hasta los términos que designan
problemas de metodología y plantean cuestiones más técnicas. El con­
junto de la lista puede entonces dividirse en cuatro grupos de términos.
El primero comprende dos subgrupos:
Producción IReconocimiento (Condiciones de, Gramáticas de)
Circulación
Estos dos primeros temas abarcan, de manera muy sucinta, lo esen­
cial del esquema del sentido, entendido como perteneciente a un siste­
ma productivo. El segundo grupo, que incluye los términos:
Ideología
Ideológico
Poder
plantea, como puede apreciarse, el núcleo de la problemática socio­
lógica que nos interesa.
En el tercer grupo se incluyen los temas:
Discursos (Análisis de los) y
Lingüístico (Análisis)
Mediante el análisis de estos dos términos procuro plantear el pro­
blema, esencial en mi opinión, de las fronteras entre la evolución de la
lingüística y el estudio de los discursos sociales.
El cuarto grupo está dedicado a las principales nociones referentes
a problemas de metodología:
Operación
Desfase
Interdiscursividad
Lectura(s)
Texto
Semiosis
Finalmente, un residuo que señala la posición del sujeto.
Verón (Eliseo)
En este apartado propongo una breve lista de trabajos que le permi^
ten al lector ver cómo y por qué decidí adoptar este marco conceptual.

Producción/Reconocimiento
(Condiciones de, Gramáticas de)

Producción/Reconocimiento son los dos polos del sistema productivo de


sentido. Llamamos circulación al proceso de desfase entre ambos, des­
fase que puede adquirir formas muy diferentes según el tipo de produc-

40
ción significante considerada (V. Circulación). El analista del discurso
puede interesarse ya sea por las condiciones de generación de un dis­
curso o un tipo de discurso, ya sea por las lecturas de que ha sido obje­
to el discurso, es decir por sus efectos. Decimos entonces que se intere­
sa en el primer caso por la gramática de producción y en el segundo por
una (o varias) gramáticas de reconocimiento. Por supuesto, puede inte­
resarse por ambas, es decir, interesarse en realidad por un proceso de
circulación.
Una gramática de producción o de reconocimiento tiene la forma de
un conjunto complejo de reglas que describen operaciones (V. Opera­
ción). Estas operaciones son las que permiten definir ya sea las restric­
ciones de generación, ya sea los resultados (en otra producción discursi­
va) bajo la forma de una cierta lectura. En otras palabras, una
gramática es siempre el modelo de un proceso de producción discursiva.
Puesto que el punto de partida del análisis son inevitablemente los con­
juntos significantes dados (es decir, el sentido incorporado en discursos
observados), el movimiento del análisis consiste en reconstituir el pro­
ceso de producción partiendo del «producto», radica en pasar del texto
(inerte) a la dinámica de su producción.
La operación metodológica que consiste en constituir un corpus da­
do de discursos permite automáticamente distinguir el corpus mismo
de todos los demás elementos que deben incluirse en el análisis pero
que no están «en» el corpus. Tales elementos, que podemos designar co­
mo extradiscursivos, constituyen las condiciones o bien de la produc­
ción, o bien del reconocimiento. Esas condiciones contienen siempre
otros discursos, pero estos últimos no forman parte del corpus, funcio­
nan en realidad como condiciones de producción o de reconocimiento.
Entre las condiciones, por supuesto, está también todo aquello que el
analista considerará, por hipótesis, como elementos que desempeñan
un papel determinante para explicar las propiedades de los discursos
analizados: esos elementos varían según el tipo de investigación y se­
gún la naturaleza de la producción significante abordada. Tratándose
de la problemática de lo ideológico y del poder, esos elementos tendrán
que ver con las dimensiones fundamentales (económica, política y so­
cial) del funcionamiento de la sociedad en el interior de la cual se pro­
dujeron tales discursos (V. Ideológico). Ahora bien, no basta con postu­
lar tales condiciones; hay que mostrar que efectivamente lo son. Para
que algo sea considerado como condición de producción de un discurso o
de un tipo de discurso, es necesario que haya dejado huellas en el discur­
so. Dicho de otro modo, es necesario mostrar que si los valores de las va­
riables postuladas como condiciones de producción cambian, el discurso
también cambia.

41
En relación con un texto o con un conjunto de textos sometidos al
análisis discursivo, una gramática (sea de producción o de reconoci­
miento) nunca es exhaustiva. Puesto que todo texto es un objeto hetero­
géneo y constituye el lugar de encuentro de una multiplicidad de siste­
mas de determinación diferentes (V. Texto), es posible construir tantas
gramáticas como maneras haya de abordar el texto. La cual equivale a
decir que no se puede hablar sencillamente de gramática textual. Aquí,
nos interesan la de lo ideológico y la del poder. Pero hay otras. Si lo ideo­
lógico, si el poder, atraviesan el discurso, esto no quiere decir, sin embar­
go, que en un discurso sólo haya componentes ideológicos y de poder.

Circulacic

Si se elige como estrategia teórica la que consiste en afirmar que los fe­
nómenos de sentido, para ser comprendidos, exigen definir el modelo de
un sistema productivo, es decir, que los discursos son productos cuyo en­
gendramiento y cuyos efectos es necesario estudiar, el concepto de cir­
culación designa entonces el tejido intermediario de ese sistema. Pero si
bien el aspecto producción de los discursos y el aspecto efectos (V. Pro­
ducción/Reconocimiento) suponen lecturas de un discurso o de un con­
junto de discursos (V. Lectura(s)), no ocurre lo mismo con el aspecto cir­
culación: este último no implica un tipo de lectura. Porqu^ la
circulación, en lo que concierne al análisis de los discursos, sólo puede
materializarse, precisamente, en la forma de una diferencia entre la
producción y los efectos de los discursos. En otras palabras, una super­
ficie discursiva está compuesta por marcas (V. Lingüístico, Análisis).
Esas marcas pueden interpretarse como huellas de las operaciones de
engendramiento (V. Operaciones) o como huellas que definen el sistema
de referencias de las lecturas posibles de ese discurso en reconocimien­
to. Hablando con propiedad, no hay huellas de la circulación: esta se de-
finé como el desfase, que surge enun momento dado, entregas condicio­
nes de producción del discurso y las lecturas en la recepción.!
Las condiciones de la circulación son extremadamente variables, se­
gún el tipo de soporte material-tecnológico del discurso (intercambios
orales en la conversación, en comparación con los discursos de los me­
dios masivos, por ejemplo) y también según la dimensión temporal que
se tome en consideración, pues esta puede concebirse como un conti-
nuum que va desde el estudio sincrónico a la diacronía del tiempo de la
historia. En el primer caso, las condiciones de la circulación dependen
de las condiciones de funcionamiento de la sociedad en un momento da­
do (por ejemplo, pueden estudiarse las relaciones-desfases entre las

42
condiciones de producción del discurso audiovisual de la televisión y las
gramáticas de lectura en recepción, en un contexto social determinado).
En el segundo caso, la circulación de los discursos llega a ser una di­
mensión propiamente histórica, que remite a la historia social de los
discursos (el análisis, por ejemplo, de las diferentes gramáticas de reco­
nocimiento que le fueron aplicadas a El Capital de Marx durante los úl­
timos cien años, gramáticas que remiten a las transformaciones experi­
mentadas por las condiciones económicas, sociales y políticas de su
lectura).
Si bien el concepto de circulación es aparentemente el más «evanes­
cente» (la circulación no deja huellas en el discurso), es, al propio tiem­
po, la que le confiere su dinámica al modelo: designa la manera en que
se transforma en el tiempo el trabajo social de inversión^ de sentido.

Ideología(s)

En las ciencias sociales, el principal problema que se plantea al tratar


de utilizar las nociones de la teoría es que esas nociones tienen vida
propia, por así decirlo, en el seno del funcionamiento sociap’Uno procu­
ra delimitar el empleo de ciertos conceptos dentro de un marco teórico,
pero esos conceptos existen también fuera de tal marco, es decir, en el
seno de las prácticas sociales. A menudo el mismo término forma parte,
por un lado, del objeto estudiado, y por otro del discurso (sociológico)
que se propone describir ese objeto. Es el caso, típico, de la noción de
«ideología». Si nos declaramos interesados en constituir una «teoría de
las ideologías», estamos empleando un término que, en otro nivel, forma
parte del objeto que nos interesa. Pues el funcionamiento de las ideolo­
gías no es ajeno a su denominación. Fascismo, estalinismo, peronismo,
socialismo, derecha, izquierda: otras tantas categorías que agrupan
conjuntos heterogéneos de fenómenos de significación y que sirven, a
los actores sociales mismos, como principios de inteligibilidad para com­
prender ciertos procesos sociales, para comprender sus propias conduc­
tas y las de los demás!.
¿Cómo tomar distancia del uso «social», precientífico, de esta no­
ción? El corte con el empleo «espontáneo» o «ingenuo» de ese término
debe hacerse, precisamente, en virtud de la diferencia entre la noción
de «ideología» y la de «ideológico». (V. Ideológico). No se trata pues de re­
nunciar al término ideología (lo cual, por otra parte, sería imposible).
Antes bien, se trata de reservarle un empleo descriptivo y no teórico:

6Véase «Nota de lectura» del capítulo 2 de este libro.

43
«ideología» designaría así una formulación histórica en el sentido de la
designación del diccionario: «Sistema de ideas, filosofía del mundo y de
la vida»; «Conjunto de ideas, de creencias y de doctrinas propias de una
época, de una sociedad o de una clase» {Le Petit Robert). Caracterización
que, dicho sea de paso, no muestra ninguna diferencia con la de Althus-
ser (1965: 238): «...sistema de representaciones (imágenes, mitos, ideas o
conceptos, según el caso) dotado de una existencia y de un rol histórico en
el seno de una sociedad dada» (lo cual muestra claramente que este autor
no logró tomar distancia del empleo «ingenuo» del concepto). Se advierte
pues que no se trata de un concepto teórico sino que abarca componentes
de lo más diversos: doctrinas, ideas, actitudes, imágenes, conceptos... Y
esa es, precisamente, su función: poner orden en la percepción de los ac­
tores sociales, respecto de una diversidad de cosas que tienen que ver con
el sentido. Si uno le atribuye una condición puramente descriptiva, pre-
teórica, el empleo del término no parece peligroso: quien estudia los dis­
cursos sociales, como cualquier otro miembro de la sociedad, tiene que
vérselas también él, con las «ideologías». Solamente desde el punto de vis­
ta teórico hay que tener presente que la existencia social, histórica, de es­
tos objetos no es ajena al hecho (también social e histórico) de reconocer­
los como tales y, en consecuencia, de nombrarlos.
Por ello es aconsejable no olvidar tampoco el plural de ese término:
dentro de una sociedad (al menos en el seno de nuestras sociedades in­
dustriales) siempre hay muchos de tales objetos. Lo que nos ocupa no es
la Ideología, sino las ideologías. Hablar de la Ideología es confundir el
empleo «espontáneo» y la utilización teórica. Es mejor indicar el paso al
nivel teórico mediante un cambio del término: ese es el papel que le ca­
be al concepto de ideológico.

Ideológico

Como concepto que pretende ser teórico, lo «ideológico» designa pues no


un objeto, ni un conjunto reconocible de «cosas» (se las llame ideas, re­
presentaciones, opiniones o doctrinas), sino una dimensión de análisis
del funcionamiento social. Estamos ante lo ideológico cada vez que una
producción significante (sean cuales fueren su soporte y las materias
significantes enjuego) se aborda en sus relaciones con los mecanismos
de base del funcionamiento social entendidos como restricciones al en­
gendramiento del sentido. Dicho de otro modo, ideológico es el nombre
del sistema de relaciones entre un discurso y sus condiciones (sociales)
de producción. El análisis ideológico es el estudio de las huellas que las
condiciones de producción de un discurso han dejado en la superficie

44
discursiva. Así como la noción de «ideología(s)» se sitúa habitualmente
en él nivel de los productos (ideas, representaciones, opiniones, etc.), el
concepto de «ideológico» corresponde al nivel de las gramáticas de su
producción (V. Producción/Reconocimiento).
Este punto de vista implica una variedad de consecuencias. Veamos
las más importantes.
Por el hecho de ser una dimensión, la que concierne a la relación de
la incorporación de sentido con los mecanismos de base del funciona­
miento social entendidos como condiciones de producción del sentido, lo
ideológico está en todas partes. Puede manifestarse en cualquier nivel
de la «comunicación social», como suele decirse (interpersonal, institu­
cional, mediática, etc.). Puede incorporarse en cualquier materia signi­
ficante (la conducta, el lenguaje, la imagen, los objetos). Lo ideológico no
es pues algo del orden de la «superestructura»: es una dimensión que
atraviesa toda la sociedad. Lo cual no equivale a decir que todo sentido
producido en la sociedad sea ideológico: afirmar que lo ideológico está
en todas partes no es lo mismo que decir que todo es ideológico. En una
sociedad y en lo que se refiere al sentido, se producen muchas otras co­
sas además de lo ideológico.
Lo ideológico no tiene nada que ver con la problemática de lo verda­
dero y lo falso, ni tampoco con nociones tales como ocultación, falsa con­
ciencia o deformación de lo «real». En nuestras sociedades no existen
discursos que se produzcan fuera de ciertas condiciones económicas, so­
ciales, políticas e institucionales determinadas. Ahora bien, no es posi­
ble calificar lo ideológico como correspondiente al orden de lo falso, el
enmascaramiento o la alienación, salvo que uno considere que pronun­
cia un discurso absoluto, un discurso que sería la reproducción exacta
de lo real. Semejante discurso, libre de toda restricción que pudiera
marcarlo en su etapa de producción, nunca ha existido. Y sin embargo,
en este terreno, los juicios negativos son siempre posibles: se hacen so-
bre una ideología y a partir de otra.
El discurso «absoluto» existe pues (y es importante señalarlo) como
efecto discursivo. Es decir: aunque todo discurso esté sometido a determi­
nadas condiciones de producción, hay algunos que se presentan como si
no lo estuvieran: es fácil advertir que, en realidad, el efecto de sentido de
ese discurso de lo Verdadero no es otra cosa que el efecto de poder (de
creencia) de un discurso (V. Poder) (lo que Barthes llamaba, hace ya mu­
cho tiempo, el «efecto de naturalización» al hablar del mito). Para califi­
car a otro discurso de intrínsecamente falso, deformante o alienante, es
necesario que uno tenga el discurso de la Religión (que a veces puede lla­
marse Marxismo o Teoría). Dicho esto, es menester destacar que esta pro­
blemática (que afecta esencialmente a la antigua cuestión ciencia/ ideolo­

45
gía) es sólo un pequeñísimo fragmento del universo de lo ideológico: es
una problemática que concierne al discurso lingüístico escrito, que su­
puestamente representa una realidad exterior. Si lo ideológico puede in­
corporarse en cualquier materia significante, si concierne tanto al len­
guaje como a la imagen o al cuerpo, su esfera es pues mucho más amplia
que la que define la cuestión del discurso escrito en función referencial.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de los «mecanismos de base
del funcionamiento social»? Al abordar esta cuestión, es necesario recu­
rrir a referencias históricas, pues la naturaleza de esos mecanismos va­
riará según el tipo de sociedad de que se trate. En la medida en que el in­
terés se concentre en los discursos sociales que se dan en el seno de las
sociedades capitalistas industriales, esos mecanismos corresponden
esencialmente al modo de producción, a la estructuración social (estruc­
tura y lucha de clases) y al orden de lo político (estructura y funciona­
miento del Estado). El análisis ideológico de la producción social de sen­
tido no es otra cosa que la busca de las huellas que invariablemente dejan
esos niveles del funcionamiento social en los discursos sociales. Ello no im­
plica que todo lo que se pueda «encontrar» en los discursos remita a esos
niveles fundamentales de la sociedad: por eso aparte de la lectura ideoló­
gica, un discurso permite muchas otras lecturas (V. Lecturais)).
Podría creerse que la. distinción entre, por un lado, esos niveles fun­
damentales del funcionamiento social y, por el otro, los discursos socia­
les reintroduce esa otra distinción, clásica, entre infraestructura y su­
perestructura. Pero no es así. Ante todo, la distinción entre un conjunto
significante (discursos sociales) y sus condiciones de producción es de
orden metodológico-epistemológico: no implica concebir la sociedad mis­
ma como dividida en «instancias». Cada vez que analizamos concreta­
mente discursos sociales, la distinción se produce en virtud de la si­
guiente pregunta: ¿En qué medida el sentido que se ha invertido en
esos discursos remite a condiciones determinadas de engendramiento
que conciernen a los mecanismos de base del funcionamiento social? Pe­
ro por eso mismo la distinción es completamente relativa, porque en las
condiciones de producción de cualquier conjunto significante, también
hay discursos, hay sentido. La distinción no separa pues una infraes­
tructura que sería ajena al sentido y una superestructura que estaría
hecha de sentidos. La destrucción de esta oposición clásica se impone
además por el principio según el cual lo ideológico puede incorporarse
en cualquier materia significante. Supongamos que analizamos un sis­
tema significante gestual, asociado a la experiencia de clase: estamos
ante un sentido incorporado en la materia significante del cuerpo. El
cuerpo, ¿corresponde al orden de la infraestructura o al de la superes­
tructura? La pregunta es absurda.

46
¿En qué nivel del discurso hay qué buscar lo ideológico? Es eviden­
te que no puede responderse de manera global a semejante pregunta:
las condiciones de inversión de sentido no son las mismas en las dife­
rentes materias significantes ni en los diferentes tipos de discurso. Sin
embargo, si uno permanece en la esfera del lenguaje, la respuesta pue­
de sorprender: lo ideológico debe buscarse en todas partes. Porque que
lo ideológico, como el sentido en general, se produce como desfase, como
diferencia interdiscursiva (V. Desfase). Y en una situación productiva
determinada, esas disparidades pueden tener que ver con operaciones
que algunos llamarían «sintácticas», así como con modos de organiza­
ción «semántica» (V. Lingüístico, análisis). Una ideología puede, siem­
pre de manera fragmentaria, manifestarse en el plano de los «conteni­
dos» de un discurso. Pero en la medida en que lo ideológico tiene la
jerarquía de una gramática de producción de discursos, nunca podría
definirse en el nivel de los «contenidos».

Poder

En análisis de los discursos, el término «poder» designa el sistema de


relaciones entre un discurso y sus condiciones (sociales) de reconoci­
miento. El concepto de «poder» se refiere pues a la problemática de los
efectos de sentido de los discursos. Como se advierte, lo mismo que lo
ideológico, la noción de «poder» define una dimensión de todo discurso,
de toda producción de sentido que circula en una sociedad. En conse­
cuencia, no debe confundirse la problemática del poder con la problemá­
tica de lo político: esta última concierne a un tipo de discurso, caracteri­
zado por su relación específica con un funcionamiento social particular,
el de la red institucional del Estado. En otras palabras, la cuestión del
discurso político es un capítulo dentro de la cuestión, mucho más vasta,
del poder de los discursos.
Evidentemente, «poder» e «ideológico» son dos problemáticas estre­
chamente ligadas entre sí: el poder de un discurso no es ajeno a los me­
canismos significantes que resultan de las operaciones discursivas que
a su vez derivan de las condiciones ideológicas de producción. Dicho es­
to, aclaremos que los dos problemas no son el mismo y es menester cui­
darse de una especie de monismo teórico, muy de moda, fundado en a)
una confusión entre la cuestión ideológica y la cuestión del poder y b) la
hipótesis según la cual el poder funciona, siempre y en todas partes, con
una misma y única gramática. En cambio es interesante estudiar cómo
y por qué un mismo discurso no tiene el mismo poder ni produce los
mismos efectos en contextos sociales diferentes, y también cómo y por
qué el poder adquiere modalidades diferentes en niveles diferentes del
funcionamiento social.
Como ya dijimos, toda producción discursiva puede abordarse como
un fenómeno de reconocimiento y una gramática de reconocimiento só­
lo puede «materializarse» en la forma de una producción de sentido.
¿Cómo se materializa pues el poder de un discurso y cómo podemos es­
tudiarlo? El poder sólo puede estudiarse a través de sus efectos; esto, no
por ser una trivialidad es menos importante: los efectos de una produc­
ción de sentido siempre son una producción de sentido. La naturaleza
concreta de una y otra puede no ser la misma: el efecto de una palabra
bien puede ser una conducta no verbal. Pero el principio merece desta­
carse: en el sentido amplio del concepto de «discurso» (V. Discursos, aná­
lisis de los), el poder de un discurso puede estudiarse únicamente en otro
discurso que es su «efecto».

Discurro» (Análisis de lo sP )

Ante todo hay que subrayar que en su sentido amplio la noción de «dis­
curso» designa, no únicamente la materia lingüística, sino todo conjun­
to significante considerado como tal (es decir, considerado como lugar
investido de sentido), sean cuales fueren las materias significantes en
juego (el lenguaje propiamente dicho, el cuerpo, la imagen, etcétera).
En segundo lugar, hay que destacar que la expresión se emplea en
plural: «análisis de los discursos», con lo cual se busca señalar una dife­
rencia respecto de aquellos que hablan de «el análisis deZ discurso», con­
cibiendo así El Discurso como una especie de homólogo de La Lengua,
del cual podría hacerse una teoría general «fuera de contexto». Lo que
se produce, lo que circula y lo que engendra efectos en el seno de una so­
ciedad constituyen siempre discursos (ciertamente, se trata de tipos de
discursos cuyas clases habrá que identificar y cuya economía de funcio­
namiento habrá que describir).
En tercer lúgar, el término discurso destaca cierto enfoque de los fe­
nómenos de sentido. Por ello «discurso» y «texto» no son sinónimos.
«Texto» es una expresión equivalente a «conjunto significante»: con ese
término se designa un «paquete» de materias significantes (lingüísticas
o de otra índole), independientemente de la manera de abordar su aná­
lisis (V. Texto). «Análisis discursivo» implica ya cierto número de postu­
lados que hacen que el texto no «se aborde» de cualquier modo. Los si­
guientes son los más importantes de tales postulados; sin son válidos en
el caso de la materia significante lingüística, lo serán a fortiori en el ca­
so de otras materias:

48
1.Ya sea en relación con las reglas de su producción, ya sea en rela­
ción con las reglas de su reconocimiento, las huellas que se encuentran
en la superficie de un discurso corresponden a operaciones que no pue­
den reducirse a la suma de las propiedades de las unidades-enunciados
que componen el discurso.
2. En consecuencia, poner en una secuencia discursiva las operacio­
nes que han de describirse (V. Operaciones) partiendo de las huellas de­
jadas en la superficie, implica relaciones «a distancia» que no pueden
representarse mediante un modelo canónico del enunciado ni tampoco
mediante listas de relaciones entre pares de enunciados. Dicho de otro
modo, el discurso tiene un espesor témporo-espacial que le es propio.
3. De ello se sigue que una «misma» marca, identificada en dos pun­
tos diferentes de la secuencia operativa de un texto, puede ser la huella
de dos operaciones subyacentes distintas, en virtud, precisamente, de
su ubicación en la secuencia.
4. En el caso de ciertos soportes (como el del discurso de los medios
masivos escritos, por ejemplo) la distribución en el espacio es tan impor­
tante como la ubicación dentro de la secuencia. Existe una organización
significante del espacio del discurso. Esta idea de la ubicación en el es­
pacio y en el tiempo del discurso remite a una problemática a la vez ex­
tremadamente importante y poco estudiada: la de la materialidad del
sentido incorporado. Un discurso no es en definitiva otra cosa que una
ubicación del sentido en el espacio y en el tiempo.
5. El análisis discursivo trabaja sobre las disparidades intertextua­
les, se interesa esencialmente por las diferencias entre discursos (V.
Desfase). Este se origina en las propiedades de todo conjunto textual (V.
Texto). Desde el punto de vista de una teoría de la producción social de
sentido, un texto no puede analizarse «en sí mismo», sino únicamente
en relación con las invariantes del sistema productivo de sentido. Aho­
ra bien, para mostrar que ciertas propiedades de una economía discur­
siva están realmente asociadas a invariantes productivas determina­
das (ya sea en la etapa de producción, ya sea en la de reconocimiento) es
necesario que, en condiciones diferentes, los discursos producidos sean
también diferentes. Por ello el procedimiento comparativo es el princi­
pio básico del análisis de los discursos.

Lingüístico (Análisis)

Es evidente que en el momento actual hay tantas maneras de trazar la


frontera entre análisis de los discursos en una lengua natural y análi­
sis lingüístico como existen enfoques lingüísticos diferentes. Para mu­

49
chos lingüistas, la lingüística no puede ir más allá de los límites de la
proposición (sea cual fuere la manera de definir los componentes de es­
ta última). En efecto, cen frecuencia la lingüística trabaja con fragmen­
tos de discurso, pero en la mayor parte de los casos considerará esos
fragmentos independientemente de toda situación de circulación de ta­
les discursos e independientemente de los contextos discursivos en los
que podrían situarse dichos fragmentos (es decir, independientemente
de los tipos posibles de discurso). Además representará esos fragmentos
como compuestos por proposiciones elementales que mantienen entre sí
relaciones de subordinación o de coordinación. En consecuencia, en la
mayor parte de los casos lo que preside la clasificación de los componen­
tes y lo que permite al lingüista enmarcar la descripción de su funcio­
namiento es, de todos modos, un modelo canónico de la proposición.
El análisis de los discursos se interesa principalmente por la ubica­
ción del sentido en el espacio y el tiempo (V. Discursos, análisis de los).
En consecuencia, las operaciones que procura identificar y describir no
pueden reducirse a componentes de unidades-preposiciones. Esto esta­
blece ya una diferencia importante entre análisis lingüístico y análisis
de los discursos, al menos respecto de ciertos enfoques lingüísticos.
Ahora bien, es cierto que nada le impide al lingüista interesarse por
las descripciones de operaciones transfrásicas (que por lo demás es lo
que está ocurriendo cada vez con mayor frecuencia en el momento ac­
tual). Tampoco hay nada que impida comenzar a interrogarse sobre
funcionamientos que plantean el problema de los tipos de discurso (a
partir de las investigaciones pioneras de Benveniste, por ejemplo).
¿Quedaría abolida así la distinción entre análisis lingüístico y análisis
de los discursos? Aparentemente aún subsiste una diferencia. Porque la
tendencia fundamental del lingüista es la de trabajar sobre marcas (sea
cual fuere el alcance de las operaciones a las cuales remiten tales mar­
cas), sin interpretarlas como huellas de las restricciones de origen so­
cial que sufrió la producción. Si el lingüista se interesa en el análisis de
un texto más allá del estudio de los elementos que componen las unida-
des-enunciados, lo hará en la medida en que ese texto representa la ac­
tividad de lenguaje propia de una lengua, por ejemplo, el francés. Tra­
tar los índices localizados en la superficie discursiva como marcas y no
como huellas implica que uno busca propiedades que permitan definir
cierta operación, sea cual fuere el tipo de discurso en el que aparezca es­
ta operación (es decir, independientemente del contexto discursivo). En
análisis de los discursos, en la medida en que lo que interesa es el con­
junto de una economía discursiva dada que permite definir un tipo dé
funcionamiento asociado a condiciones productivas determinadas, el
resultado bien puede ser una descripción según la cual «la misma» ope­

50
ración (o más bien una operación que sería la misma a los ojos de un lin­
güista) contribuye de dos maneras diferentes -en dos tipos de contexto
diferentes- al efecto de sentido global del discurso.
Respecto de la mayoría de los estudios lingüísticos, se puede decir que
las operaciones que interesan al lingüista, por un lado, y al analista de los
discursos, por el otro, no siempre son las mismas. Pueden a veces coinci­
dir, en la medida en que el lingüista se interese por las operaciones pro­
piamente discursivas, es decir, en que vaya más allá de los límites de la
unidad «frase» estudiada fuera de contexto. Aun en el caso de que ambos
tipos de análisis coincidan parcialmente, el lingüista, a diferencia del
analista de los discursos, no remitirá esas operaciones a las condiciones
sociales de producción (o de lectura) del texto; antes bien, las considerará
como invariantes que remiten a la gramática de una lengua dada.
Por otra parte, la antigua trilogía sintaxis/semántica/pragmática
ciertamente no sirve para trazar una frontera entre análisis lingüístico y
análisis de los discursos. Ante todo, porque esa distinción está siendo abo­
lida por la práctica misma de la lingüística. Luego, porque en la medida
en que el análisis de los discursos se interesa por los desfases interdiscur­
sivos que resultan de diferencias sistemáticas en las condiciones produc­
tivas de los discursos, esas disparidades pueden manifestarse en cual­
quier nivel de funcionamiento del lenguaje. De modo que lo que podría
ayudamos a delimitar el dominio del análisis de los discursos no es pues
la frontera problemática entre sintaxis y semántica, ni la que separa la
semántica de la pragmática.

Operación

Cuando se analizan los discursos se describen operaciones. (Este prin­


cipio nos aproxima a cierta lingüística; véanse los trabajos de Antoine
Culioli.) Una superficie textual está compuesta por marcas. Esas mar­
cas pueden interpretarse como las huellas de operaciones discursivas
subyacentes que remiten a las condiciones de producción del discurso y
cuya economía de conjunto definió el marco de las lecturas posibles, el
marco délos efectos de sentido de ese discurso. De modo que las opera­
ciones mismas no son visibles en la supérficie textual: deben recons­
truirse (o postularse) partiendo de las marcas de la superficie.
El modelo de una operación está compuesto por tres elementos: un
operador, un operando y la relación entre ambos, sea xRy. Sobre la base
de ese modelo mínimo, se impone hacer ciertas observaciones:
1. El punto de partida de la descripción es siempre la identificación
de una marca interpretada como operador. O, para decirlo de otro mo­

51
do: la primera condición de la descripción de una operación es identifi­
car un operador en la superficie.
2. Una marca situada en un sitio determinado de una superficie tex­
tual (es decir, la aparición de una marca) puede asociarse a varias ope­
raciones al mismo tiempo.
Veamos como ejemplo un título tomado de la prensa semanal de in­
formación:
Veinte años después
Esta expresión, considerada en su conjunto como un operador, apa­
rece implicada en no menos de tres operaciones diferentes: a) flechaje
«hacia adelante», a cargo del conjunto del título, hacia el texto que sigue;
se trata de la función metalingüística, propia de todo título; b) flechaje
«hacia atrás», a cargo de la marca después: se trata de un fenómeno ana­
fórico que remite a un texto anterior (que, por lo demás, en este caso no
existe); c) «efecto de reconocimiento»: el conjunto del título remite por
evocación al título de la novela de Dumas (véase Verón, 1975 y 1976b)
3. El operando puede estar ausente del texto que se analiza: puede
identificarse como marca en otro texto, o bien corresponder sencilla­
mente al orden del imaginario social. En el ejemplo que acabamos de ci­
tar, el operando de la anáfora está ausente; el operando del efecto de re­
conocimiento, también. El único presente en el texto es el conjunto del
artículo que sigue al título, operando del flechaje «hacia ^delante» me-
talingüístico. Destaquemos que la presencia o la ausencia del operando
es una propiedad extremadamente importante de una operación.
4. La misma marca situada en un sitio determinado de una superfi­
cie textual puede funcionar simultáneamente como operador de una
operación y como operando de otra. Un título, por ejemplo, puede ser
operando respecto de un subtítulo que lo precede y operador respecto
del texto que sigue.
5. En análisis de los discursos, los términos que componen las rela­
ciones pueden alcanzar cualquier nivel de complejidad (un artículo de­
finido o un pronombre personal, tanto como una expresión completa
que funcione como título o todo el texto de un artículo periodístico).
6. En consecuencia, un término de una relación puede ser, a su vez,
en otro nivel de análisis, una relación. En otras palabras, es útil darse
la posibilidad de describir metaoperaciones.
7. La misma clase de operaciones (por ejemplo, flechaje anafórico
«hacia atrás» sobre un operando ausente) puede estar a cargo de dife­
rentes marcas de la superficie (es decir, a cargo de operadores diferen­
tes). La indicación hacia atrás, por ejemplo, puede estar a cargo de una
marca temporal (como en el ejemplo citado) o bien de una marca de
enunciación de tipo deíctico:

52
Medio Oriente
¿Y ahora qué?
o bien por un artículo definido:
La prueba alemana
etcétera.
8. El mismo tipo de marca, en contextos discursivos diferentes, puede
hacerse cargo de operaciones diferentes (puede ser operador de operacio­
nes diferentes). El artículo definido, por ejemplo, que a menudo es el ope­
rador de una relación anafórica en los títulos periodísticos informativos
(que anuncian una «noticia»), no produce anáfora cuando se trata de una
expresión genérica que sirve de título, por ejemplo, para un editorial:

La toma de rehenes como método

9. Para quienes trabajan con discursos sociales, compuestos en la


mayor parte de los casos por varias materias significantes (discurso es­
crito e imagen, por ejemplo) es importante recordar que un operador
bien puede incluirse en una marca no lingüística. (Imágenes, por su­
puesto, pero también elemento de distribución en el espacio: dimensio­
nes diferenciales de los caracteres, espacio entre los textos, etcétera.)
Teniendo en cuenta que un texto puede estar sometido a una plura­
lidad de lecturas, ¿qué operaciones describir? Sólo la búsqueda de dis­
paridades interdiscursivas puede guiarnos. Se trata de describir, en un
conjunto discursivo, todas las operaciones que definen una diferencia
sistemática y regular con otro conjunto discursivo, considerando como
hipótesis que ambos están sometidos a condiciones productivas diferen­
tes. Diferencias sistemáticas: se trata, pues, no de describir operaciones
aisladas, sino de tomar en consideración el conjunto del funcionamien­
to de úna economía discursiva en lo que la diferencia de otra. Diferen­
cia regular: se trata, pues, no de describir operaciones identificables en
tal o cual texto particular, sino de llegar a constituir tipos de discurso,
caracterizados por un funcionamiento relativamente constante en el se­
no de una sociedad y de un período histórico determinados.

Desfase

La noción de desfase designa el principio mismo de estructuración in­


terna de un corpus de textos. Es indisociable de la regla de base del mé­
todo, la de la comparación entre tipos de textos.
Un corpus está constituido por grupos de textos. Cada uno de esos
grupos debe ser homogéneo desde el punto de vista de las condiciones

53
extratextuales (sea en producción, sea en reconocimiento): los textos
que lo componen han sido elegidos, precisamente, en función de esa ho­
mogeneidad postulada. Por hipótesis, los textos que componen cada
grupo deben manifestar, en relación con las dimensiones de análisis que
fueron definidas como pertinentes, un desfase cero. Es decir, en lo que se
refiere a esas dimensiones, deben ser equivalentes. Entre los grupos, en
cambio, debe manifestarse un desfase sistemático, que hace visibles las
huellas de sus condiciones diferenciadas de producción o de reconoci­
miento. Esto es lo que debe verificar toda investigación de un corpus. Si
no se manifiesta lo dicho anteriormente, si los desfases entre los grupos
de textos sometidos a condiciones postuladas como diferentes no son ni
más netos ni más sistemáticos que los desfases que se advierten entre
los textos que componen cada grupo, eso significa que las hipótesis ini­
ciales sobre las relaciones entre los textos y sus condiciones de produc­
ción no son correctas.
Todo análisis de los discursos es, en última instancia, un análisis de
diferencias, de desfases interdiscursivos (la identidad se define como el
grado cero de desfase). Al poner de manifiesto los desfases, se hacen vi­
sibles las huellas dejadas por las condiciones (de producción o de reco­
nocimiento) en los textos (o, si se prefiere, las marcas se transforman en
huellas). Es por ello que, cada vez que un discurso nos interesa, tene­
mos que encontrar otro que, por diferencia, constituya el «revelador» de
las propiedades pertinentes del primero.

Interdiscursividad

Si el método de constitución de los corpus se funda en la identificación


de desfases pertinentes (V. Desfase), ello se debe a que la estructuración
de los discursos es siempre un fenómeno interdiscursivo. Si el análisis
de los discursos es un análisis de diferencias, ello se debe a que los dis­
cursos sociales siempre se producen (y se reciben) en el interior de una
red, extremadamente compleja, de interdeterminaciones. Esta noción
de relaciones interdiscursivas es esencial en todos los niveles del fun­
cionamiento del sistema productivo del sentido. Tanto entre las condi­
ciones de producción como entre las de reconocimiento de un discurso,
hay otros discursos. En realidad, puede decirse que todo discurso produ­
cido constituye un fenómeno de reconocimiento de los discursos que for­
man parte de sus condiciones de producción. Del mismo modo, una gra­
mática de reconocimiento sólo existe en la forma de discursos
producidos, partiendo de los cuales se puede intentar reconstituir esta
gramática. La producción y el reconocimiento, como «polos» del sistema

54
productivo implican pues la existencia de redes de relaciones interdis­
cursivas. En cuanto a la circulación, se define como una relación inter­
discursiva: el desfase entre producción y reconocimiento. La interdis-
cursividad debe reconocerse así como una de las condiciones
fundamentales de funcionamiento de los discursos sociales. Ella justifi­
ca, por otra parte, la estrategia metodológica.

Lee

El analista de discursos sólo puede hacer lecturas de esos discursos.


Dicho de otro modo: el analista de discursos siempre está situado, por
definición, en el reconocimiento. En realidad, el discurso analizado (o,
si se prefiere, el «discurso-objeto») es una condición de producción del
discurso producido por el analista. Desde el punto de vista teórico, la
posición del analista, del «observador», no coincide con la del «consu­
midor» de los discursos: uno y otro no hacen exactamente la misma
lectura. La lectura del analista sufre la mediación de su método y de
los instrumentos que aplica a las superficies discursivas. Esta media­
ción afecta el discurso analizado en su poder, hay un fenómeno de po-
der-creencia que es propio del «consumo» y que el analista destruye.
Ahora bien, cuando el analista se propone construir una gramática de
reconocimiento de un discurso o de un tipo de discurso, aunque su pro­
pia lectura no coincide con la del «consumidor», su objeto es reconsti­
tuir esta última.
Por otro lado, puesto que un texto es el lugar de convergencia de una
multiplicidad de sistemas de determinaciones (V. Texto), siempre admi­
te una pluralidad de lecturas. Puede hacerse de un texto una lectura
ideológica, psicológica, psicoanalítica, lingüística, documental de sus
contenidos manifiestos... La lista sería muy larga. Todo depende de la
teoría que el analista utilice para enmarcar sus operaciones de manipu­
lación de la superficie textual en cuestión.
Situado siempre en reconocimiento, el observador puede proponer­
se reconstituir la gramática de producción de un texto o de un conjunto
de textos: no hay en ello ninguna contradicción. Sencillamente, leer un
texto en relación con su gramática de producción o leerlo en relación
con su (o sus) gramática(s) de reconocimiento no es lo mismo. El obser­
vador tendrá que vérselas, por ejemplo, en un caso y en el otro, con re­
des interdiscursivas diferentes. Es decir, relacionará el texto que anali­
za con otros textos, pero esos textos no serán los mismos en uno y otro
caso.

55
Texto

Así como el concepto de ideológico se hace cargo de la ruptura en relación


con la noción preteórica de ideología (V. Ideología, Ideológico), el concepto
de discurso se considera aquí teórico, por oposición a la noción puramen­
te descriptiva de «texto». Texto designa así, para nosotros, en el plano em­
pírico, esos objetos concretos que extraemos del flujo de circulación de
sentido y que tomamos como punto de partida para producir el concepto
de discurso. En consecuencia, un texto es un objeto heterogéneo, suscep­
tible de múltiples lecturas, situado en el entrecruzamiento de una plura­
lidad de «causalidades» diferentes, es decir, lugar de manifestaciones de
una pluralidad de órdenes de determinación. El mismo texto puede pues
abordarse como fragmento en el que se manifiesta la actividad del len­
guaje propia del francés; como reflejo del sujeto (en el sentido del indivi­
duo identificable, histórico, el «autor») que la produjo; como lugar de lo
ideológico y del poder respecto de la sociedad; como objeto que contiene
unidades identificables de información que es posible sistematizar me­
diante un análisis documental; como espacio en el que se pueden adver­
tir huellas del inconsciente, es decir, como espacio de manifestación de la
actividad simbólica; como movimiento en el contexto de una estrategia
interpersonal. Todos estos análisis son posibles como también muchos
otros y en el momento actual no hay medios teóricos suficientemente po­
derosos para integrarlos en un marco que tuviera la pretensión de decir*
lo todo sobre un texto. O quizás esa condición plural del texto es irreduc­
tible y tal vez defina algo esencial que tendría que ver con la naturaleza
necesariamente fragmentada, múltiple, sobredeterminada de la produc­
ción de sentido en el seno de una sociedad compleja.

Semiosis

Este término, tomado de Peirce, designa para nosotros la red interdis­


cursiva de la producción social de sentido. En otra parte (véase Verón,
1977b) tratamos de mostrar, siguiendo a Peirce, que la semiosis es ter­
naria, social, infinita, histórica. Su naturaleza ternaria es un aspecto
decisivo del modelo de la semiosis, en comparación con los modelos de
dos términos que dominaron toda la historia de la lingüística contempo­
ránea desde Saussure en adelante. Nosotros propusimos una primera
aproximación entre las teorías de Frege y de Peirce y la problemática
del análisis de los discursos, según el siguiente esquema (véase Verón,
1977b):

56
Frege Peirce Objeto i discurso
Sinn Interpretante Operaciones
Zeichen Signo Discurso
Bedeutung Objeto Representaciones

Tratemos ahora de representarnos la red de la semiosis respecto de


un conjunto discursivo dado, sometido al análisis. Todo análisis de dis­
cursos implica cierto dispositivo que es, si se me permite la expresión,
un fragmento de tejido semiótico «arrancado» al flujo de la producción
social de sentido. En el siguiente esquema, A es el conjunto discursivo
de partida, el corpus que analizamos en un momento dado.

Se advierte claramente que la naturaleza ternaria del modelo de la


semiosis se traduce en la creación de una red interdiscursiva: en el aná­
lisis de un conjunto discursivo dado intervienen no menos de tres con­
juntos: siendo A el conjunto de partida, tenemos, por un lado, los discur­
sos que forman parte de las condiciones de producción A (conjunto C) y,
por el otro, los discursos que definen el proceso del reconocimiento de A

57
(conjunto B). Esta red está siempre enjuego, aun cuando por supuesto,
no siempre es posible abarcarla por entero en un proyecto de análisis
determinado. En cambio, en el transcurso del análisis inevitablemente
el analista tiende a postular el funcionamiento de operaciones que no
están atestiguadas en los textos en los cuales trabaja (por ejemplo, las
nociones de «actualidad» o de «acontecimiento» en el caso del discurso
de la prensa de información: nociones que hay que postular aunque no
se las produzca cada vez en un texto periodístico). Es por ello que siem­
pre se postulan hipótesis sobre sistemas de representaciones. Al no estar
atestiguadas por operadores en la superficie textual (V. Operaciones)
las representaciones tienen una condición particular (indicada en el es­
quema mediante relaciones en línea discontinua) y no forman parte, es­
trictamente hablando, de las gramáticas. Sea como fuere, las hipótesis
sobre las representaciones siempre deben justificarse mediante el aná­
lisis de operaciones. Al ser los sujetos los mediadores entre condiciones
productivas y proceso productivo, se postula pues que ellos son los so­
portes de las representaciones.
(1979)

Verón (Elíseo)

Sobre la teoría y el análisis de los discursos sociales presentados aquí,


véanse, entre otros artículos, los siguientes:
1971. Ideology and social sciences: a communicational aproach, Semió­
tica 3(1), pp. 59-76.
1973á. Pour une sémiologie des opérations translinguistiques, Versus
Quaderni di studi semiotici, 4, pp. 81-100.
1973b, «Linguistique et sociologie: vers une «logique naturelle des mon­
des sociaux», Communications, 20, pp. 246-278.
1973c, (en colaboración con S. Fisher). Baranne est une créme, Commu­
nications, 20, pp. 160-181.
1973d. Remarques sur l’idéologique comme production de sens, Sociolo­
gie et Sociétés, 5 (2), pp. 45-70.
1975. Idéologie et Communications de masse: sur la constitution du dis-
cours bourgeois dans la presse hebdomadaire, en Idéologies, littéra-
ture et société enAmérique Latine, Bruselas, Éditions de l’Universi-
té de Bruxelles, pp. 187-226.
1976. Corps significant, en Sexualité et pouvoir (colección dirigida por
A. Verdiglione). París, Payot.
1977a. Récit télévisuel et imaginaire social, Actas del 29QPremio Italia.
1977b. La semiosis sociale. Documento de trabajo, núm. 64a Universitá
di Urbino.

58
1978a. Semiosis de l’idéologique et du pouvoir, Communications, 28, pp.
7-20.
1978b. Le Hibou, Communications, 28, pp. 69-126.

Referencias bibliográficas

Althusser, L. 1965. Pour Marx. París, Maspero.

59
4
Posmodernidad y teorías
del lenguaje:
el fin de los funcionalismos

El horizonte funcionalista

En este capítulo hablaré de uno de los componentes esenciales de la mo­


dernidad y, en particular, de los efectos que ejerce en la esfera de las cien­
cias del lenguaje y de las ciencias de la significación: el funcionalismo.
El problema que plantea supera ampliamente la cuestión del len­
guaje. El funcionalismo fue la primera forma que adoptó la cientificidad
en las ciencias humanas a lo largo del siglo xx, su «núcleo duro», podría
decirse, retomando la expresión de Lakatos (1970). Desde este punto de
vista, su papel histórico ha sido fundamental: gracias al funcionalismo
se consolidaron la sociología, la antropología, la lingüística, el psicoaná­
lisis y la psicología.
¿Qué es el funcionalismo? La respuesta a esta pregunta evidente­
mente varía, en sus detalles, según el terreno científico en relación con
el cual se la plantee. En un plano general, nos vemos reducidos a res­
ponder mediante una trivialidad, a saber, que el funcionalismo consis­
te en el privilegio atribuido a la función sobre la estructura o, si se pre­
fiere, consiste en suponer, respecto de un fenómeno dado, que la
cuestión de saber «para qué sirve» es una cuestión esencial, cuya res­
puesta nos permite luego comprender el cómo y el por qué. A través de
sus múltiples versiones y según sea el actor o el sistema la unidad de
análisis, el «núcleo duro» del funcionalismo consiste en el predominio
de la pregunta: «¿Para qué sirve?» (¿en qué contribuye a...? ¿qué papel
desempeña en...?) sobre todas las demás preguntas. En otras palabras,
ese núcleo duro se funda en la figura de la relación entre un medio y un
resultado.

61
Lo que caracteriza al funcionalismo es el hecho de que esos dos tér­
minos (el medio y el resultado) se contaminan recíprocamente en el mo­
mento mismo en que uno los identifica. En efecto, considerando que se
presenta como teoría científica, el funcionalismo hace una lectura cau­
sal del vínculo entre ambos términos, pero el principio de causalidad se
aplica allí dos veces y la segunda vez el sentido de la relación se invier­
te. En un primer momento, la conducta estudiada (el medio) se catego-
riza como causa y el resultado como efecto. En una segunda etapa el
resultado, concebido como meta de la conducta, aparece consecuente­
mente como la causa (anticipada) que explica la conducta como efecto.
Podría objetarse que, mientras la termodinámica clásica nos hablaba de
la energía como de la «capacidad de suministrar trabajo», adoptabá un
lenguaje que, por su forma instrumental, correspondía al funcionalis­
mo. Pero en ese caso y en la medida en que se aplica rigurosamente el
principio de causalidad a procesos lineales, esos giros «funcionalistas» no
pasan de ser «una manera de hablar» sin otras consecuencias. En las
ciencias humanas, el funcionalismo pervierte el principio de causalidad:
podría decirse que es una manera antropomórfica de modelizar sistemas
de causalidad no lineales. Y si en las ciencias humanas le debemos una
primera formulación de la cientificidad, allí está la biología para recor­
damos que esta última sólo pudo adquirirse definitivamente cuando el
pensamiento instrumental fue expulsado del terreno de la teoría.
A comienzos del siglo xx el funcionalismo fue, de algún modo, el «comi­
té de bienvenida» de las ciencias sociales, preformadas por el positivismo
durante el siglo anterior. Para evocar un solo ejemplo de ese paso del hori­
zonte positivista al horizonte funcionalista digamos que esta distancia es
la que separa una teoría psicoanalítica expresada en metáforas eléctricas
e hidráulicas, de un psicoanálisis concebido como teoría adaptativa.
En lingüística, se hará del Curso de lingüística general una lectura
«comunicacional»: se pasa así de una idea de la lengua como institución so­
cial que impone sus reglas a un sujeto parlante que no puede cambiarla en
nada, a un visión de la lengua entendida como «herramienta de comunica­
ción», al servicio de las «intenciones» de los locutores. Si bien cierta «prag­
mática de los actos de lenguaje», que se ha puesto de moda desde hace al­
gunos años, no constituye más que la última apariencia adoptada por el
funcionalismo en lingüística, este último ya está enteramente constituido
en la obra de los fonólogos de Praga. Lo mismo que la «teoría de la acción
social» (una de las formas más logradas del funcionalismo en sociología),
la teoría lingüística se formula partiendo del punto de vista del actor, es
decir, del sujeto parlante: «La única realidad que conoce la lengua es la de
la persona hablante, con su manera de ver las cosas y de conducirse ante
ellas en el momento del discurso» (Karcevskij, 1964: 209).

62
Cada vez que un hombre le dice algo a otro, realiza un acto de palabra.
El acto de palabra es siempre concreto; tiene lugar en un sitio determinado
y en un momento determinado. Supone: una persona determinada que ha­
bla (el «sujeto parlante»), una persona determinada a la cual se le habla (un
«oyente») y un estado de cosas determinado al cual se refiere este acto de
palabra. [...] Pero el acto de palabra supone algo más: para que la persona
a quien se le habla comprenda a quien le habla, es necesario que ambos po­
sean el mismo lenguaje. (Troubetzkoy, 1957:1)

Como vemos, este texto de Troubetzkoy prefigura el célebre esque­


ma de las «funciones» del lenguaje de Román Jakobson. Precisamente
este último fue quien mejor resumió la importancia del modelo funcio-
nal-instrumental consagrado por el grupo de Praga. Según Jakobson, lo
que confiere su significación histórica a este grupo es el acontecimiento
de que sus esfuerzos «proceden de una perspectiva universalmente re­
conocida del lenguaje como herramienta de comunicación [...]. Así es co­
mo la exigencia elemental de analizar todos los aspectos instrumenta­
les del lenguaje desde el punto de vista de las tareas que cumplen
surgió como una innovación audaz» (Jakobson, 1964: 482-483).
¿Para qué sirve el lenguaje? Para comunicar. Si bien en 1927 esta
era una «innovación audaz», está claro que hoy ya no lo es. Como tam­
bién resulta claro que no es casual que esa perspectiva haya marcado
toda la reflexión sobre el lenguaje durante el mismo período que, abier­
to por la consolidación de las «democracias de masa», la consagración de
la teoría de la «opinión pública» y la aceleración de la evolución tecnoló­
gica de los medios con la difusión de la radio, culmina en esta imagen de
la sociedad postindustrial como «sociedad de comunicación».

La ruptura chomskyana

Pero en el seno mismo de la modernidad y profundamente marcado por


esta en su impulso cartesiano y racionalista, ha adquirido forma un
nuevo enfoque que anuncia el comienzo del fin de las ideologías funcio-
nalistas: la lingüística generativa-transformacional, inaugurada por la
obra de Noam Chomsky. Instalándose al principio de una manera, por
así decirlo, silenciosa, esta ruptura se hizo abiertamente manifiesta du­
rante la polémica entre Noam Chomsky y los «teóricos de la intención
de comunicación», defensores de la «teoría de los actos de lenguaje».1

1. En relación con esta polémica, véanse P. F. Strawson, Signification et vé-


rité en Etudes de logique et de linguistique, París, Seuil, 1977; N. Chomsky, Ré~
flexions sur le langage, París, Maspero, 1977, capítulo 2.

63
La lingüística no tiene ninguna necesidad de las ciencias sociales: el
fundamento del lenguaje debe buscarse en el cerebro. Dicho de otro mo­
do, si la lingüística tiene una «ciencia fundadora», esa ciencia es la bio­
logía. De ahí la hipótesis del innatismo para explicar las estructuras
fundamentales de la «gramática universal», que Chomsky define como
«el sistema de principios, de condiciones y de reglas que son elemen­
tos o propiedades de todas las lenguas humanas, no sólo por acciden­
te, sino por necesidad biológica y no lógica, naturalmente» (Chomsky,
1977: 40). A la lingüística la modelización funcionalista no le sirve de
nada.

Hay por cierto diferencias importantes entre el desarrollo del lenguaje,


la construcción del espacio perceptivo, el desarrollo de los órganos del em­
brión y otros procesos de desarrollo físico y cognitivo. Pero [...] los procesos
son análogos en muchos aspectos. En ninguno de esos casos se plantean
problemas de «elección», de «razón» o de «objetivo» cuando se procura expli­
car el desarrollo de las estructuras en cuestión en un individuo. [...] La na­
turaleza de las estructuras que se instalan está predeterminada en gran
medida por la organización, biológicamente dada, del pensamiento.
(Chomsky, op. cit: 91).

De modo que hay que desprenderse de la concepción instrumental.

Es necesario hacer una distinción entre el sentido literal de la expre­


sión lingüística producida por el locutor L y lo que L quería decir al pronun­
ciar esta expresión [...]. La primera noción es la que debe explicar la teoría
lingüística; la segunda no tiene que ver especialmente con el lenguaje; vale
tanto como preguntar, en el mismo sentido de «querer decir», qué quiso de­
cir L al dar un portazo. (Ibid: 95)

El problema central es el que plantea el concepto de regla conven­


cional: los pragmáticos de los actos de lenguaje pretenden que la lengua
es un conjunto de reglas convencionales (véase Searle, 1972). La noción
de «regla convencional» es inseparable de la aceptación (y de la posibi­
lidad de rechazo) de la regla por parte del actor social. Ahora bien, las
«reglas» constitutivas de la lengua son convenciones inviolables.

Una vez que ha adquirido la lengua, el individuo puede (en principio)


elegir servirse o no de ella, del mismo modo que puede elegir fiarse o no de
sus propios juicios referentes a la posición de los objetos en el espacio. No
puede optar por hacer que las frases digan algo diferente de lo que signifi­
can, así como no puede optar por distribuir los objetos en el espacio de un
modo diferente del que están (Chomsky, 1977: 90). No hay razón para acep­
tar las reglas del lenguaje: el pensamiento, situado en ciertas condiciones ob­

64
jetivas, las elabora, del mismo modo en que los órganos del cuerpo se desarro­
llan de manera predeterminada en las condiciones apropiadas. (I b í d 95)

Sabemos la indignación general que provocó la posición de


Chomsky, tanto en la esfera de la lingüística como en la de las ciencias
sociales. No obstante, tal postura merece toda la gratitud de los especia­
listas de lo «social»: la teoría chomskyana marca, en el terreno de la re­
flexión sobre el sentido, el comienzo del fin del predominio de la racio­
nalidad instrumental de la modernidad, esa racionalidad fundada en la
transparencia y la armonía preestablecidas entre el objeto (en este ca­
so, la «frase») y la función (en este caso, el «empleo» de la frase). La pos­
tura de Chomsky permite sobre todo plantear el problema capital del
observador del sentido y renunciar a construir la teoría del sentido par­
tiendo desde el punto de vista del locutor y de sus «intenciones». Porque el
objeto del lingüista, como el de cualquier científico, es un objeto construi­
do. Es una ilusión (alimentada por todos los enfoques pragmáticos y fun­
dada en un malentendido epistemológico) creer que la «frase» que analiza
el lingüista es el mismo «objeto» que utiliza la gente cuando habla.

La indeterminación del sentido

Cuando hablan, las personas no producen «frases»: discurren. Al dejar el


objeto «lengua» (y su teoría, la gramática) en las buenas manos del lin­
güista, la teoría del sentido retoma sus derechos en la esfera de la discur-
sividad (social, por definición). Si no podemos esperar encontrar el dis­
curso «más allá» de la frase, puesto que esta no es algo «dado» sino un
objeto construido; si, en consecuencia, una teoría de la discursividad so­
cial no puede concebirse como prolongación «pragmática» de la lingüísti­
ca, corresponde a la teoría de los discursos construir, a su vez, su propio
objeto. Lo cual plantea inmediatamente la cuestión del observador.
Liberado del funcionalismo, el estudio de la producción discursiva
ya no tiene el soporte del sujeto parlante: el sujeto ya no es la «fuente»
del sentido, sino más bien un punto de paso en la circulación del senti­
do, una posta en el interior de la red de las prácticas discursivas. La
unidad de análisis mínima no puede ser otra que la de la interdiscursi-
vidad, es decir, la del intercambio. La discursividad social queda «ate­
nazada» entre dos polos: el de la producción y el del reconocimiento de
los discursos (véase Verón, 1978:7-20). En esta escala de observación se
hace visible una propiedad fundamental de la circulación del sentido:
está aquejada de indeterminación. Lo cual significa que entre la pro­
ducción del sentido y su reconocimiento, entre el engendramiento de un

65
discurso y sus «efectos», no hay causalidad lineal. Un discurso nunca
produce un efecto y sólo uno; dibuja, por el contrario, un campo de efec­
tos posibles. El observador que se sitúa solamente del lado de la produc­
ción para abordar los discursos que analiza, se encuentra en una situa­
ción comparable a la del observador de los sistemas caracterizados
como «alejados del equilibrio»: este último puede predecir la clase de
configuraciones que pueden aparecer más allá del «punto crítico», pero
es incapaz de determinar a priori la configuración única, singular, que
se producirá. La teoría de los discursos sociales entra así de plano en la
posmodernidad, por el nivel de pertinencia de los objetos que analiza:
los procesos de la discursividad social entendidos como sistemas com­
plejos (véase Prigogine y Stengers, 1979).
La historia de la semiología o semiótica ilustra bien la evolución de
la problemática: la primera semiología, la de la década de 1960, se pro­
clamaba inmanentista. Encerrada en sus corpus, no se interesaba ni
por la producción ni por el reconocimiento. La semiología de segunda
generación, la de la década de 1970, desplazó el acento hacia la produc­
ción: se trataba entonces de las reglas de engendramiento, de «genotex-
to» en oposición al «fenotexto» y de producción textual. La semiótica de
la década de 1980 deberá integrar en su marco conceptual una teoría
del reconocimiento, una teoría de los efectos de sentido, o no será nada.
Ahora bien, del reconocimiento sabemos muy poco y la teoría que le
corresponde, en virtud del desfase necesario entre la producción y el re­
conocimiento, no puede deducirse de una teoría del engendramiento
discursivo. En realidad, en tanto no se conceptualice el reconocimiento,
la teoría de la producción continúa siendo incompleta, porque toda pro­
ducción discursiva es un reconocimiento de otros discursos.
Hoy resulta más fácil comprender la naturaleza del obstáculo que
representa el funcionalismo: al formular la teoría del lenguaje partien­
do del «punto de vista del locutor», la indeterminación constitutiva del
sentido permanece invisible. Para el sujeto parlante, en efecto, la figura
del lenguaje como un instrumento de comunicación es una ilusión in­
soslayable: para él, la lengua es transparente, puesto que él «sabe» lo
que quiere decir cuando habla. Y se comprende mejor también el predo­
minio de la pregunta central de todo funcionalismo: «¿Para qué sirve el
lenguaje?». Esta es una pregunta de productor.
Al mismo tiempo se advierte claramente hasta qué punto la ideolo­
gía del funcionalismo y sus consecuencias sobrepasan ampliamente las
cuestiones técnicas de lingüística o de análisis de los discursos: las in­
numerables cosas que se dicen sobre las «nuevas tecnologías de comu­
nicación» y sobre la «sociedad de comunicación» son declaraciones de
productores. El supuesto según el cual un discurso sobre el conjunto de

66
la circulación del sentido debe hacerse desde el punto de vista del actor
y de sus intenciones alimenta aquí las mismas ilusiones.
Nadie (o casi nadie) se preocupa por ir a ver qué ocurre del lado del
reconocimiento. Y sobre todo no lo hacen aquellos que se colocan en la
posición de críticos de la sociedad postindustrial y que nos explican el
fin del sentido y el advenimiento del simulacro: estos son discursos de
productores... invertidos. Unos y otros nos pintan el cuadro de una so­
ciedad unidimensional.
Y sin embargo, la teoría de los discursos sociales conduce a una
perspectiva que contradice a la vez a los tecnócratas de la sociedad me­
diatizada y a sus detractores. Porque si el desfase entre la producción y
el reconocimiento es constitutivo de la circulación del sentido, si el ca­
rácter no lineal es una propiedad de esta última como sistema comple­
jo, la indeterminación relativa es un principio válido en todos los nive­
les de la «comunicación»: si el desfase existe ya en el seno de cualquier
intercambio de palabras entre dos interlocutores, existe también en el
interior de todos los procesos tecnológicos de «comunicación». Ahora
bien, es extremadamente probable que cuanto más complejo sea el so­
porte del discurso (al hacer intervenir materias significantes heterogé­
neas y simultáneas) tanto más se acreciente la distancia entre produc­
ción y reconocimiento.
Antes que reforzar la uniformidad social, la mediatización acelera­
da de las sociedades industriales nos conduce, muy probablemente, ha­
cia funcionamientos significantes cada vez más complejos. En todo ca­
so, no sabremos cuál es la buena hipótesis hasta tanto no nos decidamos
a ir a mirar, como Alicia, del otro lado del espejo.
(1985)

Referencias bibliográficas

Lakatos, I. y Musgrave, A. (comps.). 1970. Criticism and the growth of


knowledge. Cambridge University Press.
Karcevskij, S. 1964. Sur la phonologie de la phrase, en J. Vachek
(comp.), A Prague School reader in linguistics. Bloomington, India­
na University Press.
Troubetzkoy, R. S. 1957. Principes de phonologie. París, Klincksieck.
Jakobson, R. 1964. Efforts towards a means-ends model of language in
interwar continental linguistics, en J. Vachek (comp.), op. cit.
Searle, J. R. 1972. Les actes de langage. París, Hermann. [Actos de ha­
bla., Barcelona, Planeta-De Agostini, 1994.]
Verón, E. 1978. Sémiosis de l’idéologique et du pouvoir, Communica­
tions,, 28. París, Seuil.

67
Prigogine, I. y Stengers, I. 1979. La nouvelle alliance. París, Gallimard.
[La nueva alianza: metaformosis de la ciencia. Madrid, Alianza,
2004.]

68
Segunda parte

La producción de la
discursividad lingüística
5
Ideología y comunicación de masas:
sobre la constitución del discurso
burgués en la prensa semanal

Seguidamente, examinaremos textos extraídos de medios de comunica­


ción masiva, a fin de establecer una primera identificación de operaciones
de naturaleza discursiva.1Tal identificación sólo puede proceder por dife­
rencia: se trata pues de comparar sistemáticamente textos producidos en
ocasión de un «mismo» acontecimiento «real», pero que obedecen a res­
tricciones definidas por procesos de producción diferentes. Ese «aconteci­
miento real» ocupa para nosotros el lugar de una constante desconocida
cuya manifestación estudiaremos a través de la semantización discursi­
va. La hipótesis de base supone que el acontecimiento real, que es el te-}
ma del que hablan tales discursos, constituye una suerte de invariante re- (
ferencial que nos permite atribuir las diferencias identificables en el nivel j
textual a diferencias en el proceso de semantización (es decir, a distintas ¡
operaciones discursivas de naturaleza semántica), diferencias que a su
vez expresan variaciones sistemáticas en los procesos de producción de
los textos que comparamos.
Un discurso o un conjunto de discursos (en su condición de unidades
textuales concretas, producidas en el seno de lo social) no constituye un
objeto homogéneo: esta noción de «discurso» no es un concepto teórico,
sino puramente descriptivo. En consecuencia, desde este punto de vis-
u
1. Una primera indagación sob^e el problema del estudio de las operaciones
discursivas en el análisis de textos, se encontrará en «Baranne est une créme»;
una presentación del marco teórico en el cual se sitúa este capítulo aparece en
Elíseo Verón, Linguistique et sociologie: vers une “logique naturelle des mondes
sociaux”. Estos dos textos se publicaron en Communications, 20, 1973, París,
Seuil.

71
ta, un discurso no tiene unidad propia, pues todo discurso es el lugar de ducción de los textos que analizaremos. Es decir, se trata de textos que
manifestación de una multiplicidad de sistemas de restricciones, una r supuestamente «hablan de lo mismo». Este primer criterio puede pare­
red de interferencias.2La unidad posible de un análisis dado será pues cer demasiado vago. Aunque sea indiscutiblemente intuitivo, en la
el resultado de criterios exteriores a los textos estudiados y esto es así, i práctica de la investigación no parece, sin embargo, plantear problemas
sobre todo, en dos niveles: a) el relativo a los criterios que presiden la insolubles. En realidad, los acontecimientos sociales se insertan de ma-
selección de los textos, b) el relativo a la finalidad de la «lectura». La no­ | ñera regular en los medios de comunicación masiva y en períodos tem-
ción de ideología opera precisamente en estos dos niveles a la vez; es la | porales fijos. De modo que basta con elegir un acontecimiento «impor-
que nos permite dar fundamento a la constitución del corpus de textos, j tante» (esta importancia se define también intuitivamente y se basa en
en términos de comparabilidad y de diferencias sistemáticas; también | hipótesis relativas a su pertinencia ideológica) para encontrar referen-
es el concepto que nos puede guiar para que identifiquemos lo que nos l cías a él en todos los medios correspondientes a un período determina­
interesa dentro del corpus. Como puede verse, no se trata aquí de pro­ do. Como aquí abordaremos un «mismo acontecimiento», las diferencias
poner un análisis «completo» o «exhaustivo» de los textos que componen textuales se atribuirán a diferencias en el proceso de semantización que
el corpus. Semejante tarea constituiría, no solamente una meta iluso­ | caracteriza, precisamente, a cada medio.
ria, en el estado actual de nuestros conocimientos sobre el funciona­ i b) En segundo lugar, no es posible elegir cualquier medio y ello se
mientos de los fenómenos discursivos y de nuestros instrumentos de debe a razones vinculadas, a su vez, a las condiciones de producción. El
análisis, sino además un trabajo definido sobre la base de una concep­ conjunto de los medios de una sociedad particular es un sistema de una
ción errada de la naturaleza de lo discursivo. Al mismo tiempo, la fun­ enorme complejidad cuyas articulaciones nunca fueron estudiadas en
ción que cumple el concepto de ideología, en relación con el análisis de detalle. En el presente capítulo nos hemos limitado a la prensa gráfica,
textos, su selección y su lectura, se vuelve clara: suministra un princi­ lo cual es ya una primera restricción importante. Aun en el seno de la
pio de homogeneidad. En este nivel metodológico, lo ideológjgo_es pues prensa gráfica, nos encontramos ante un universo extremadamente ar­
una relación entre lo textual y lo extratextual, relación que adquiere la ticulado. De modo que debemos contar con cierto número de criterios
forma de hipótesis que vinculan ciertos aspectos de los textos con sus para establecer el carácter comparable de los textos que constituirán
condiciones de producción. nuestro corpus. Creemos que tales criterios deben referirse a la periodi­
cidad, que a su vez determina (parcialmente) géneros que, habitual­
mente, asumen funciones predominantes. La combinación de estos tres
Sobre las condiciones de producción criterios (periodicidad, género y función predominante) nos permite ya
identificar un objeto un poco más preciso: los semanarios de informa­
El conjunto de fenómenos a los que habitualmente se alude cuando se ción. En ciertos casos, la nomenclatura social misma traduce bastante
habla dé las «condiciones de producción» es extremadamente complejo í bien esta combinación: newsweekly magazine, en los Estados Unidos;
y me parece evidente que la noción misma exige mayores precisiones. h. revista semanal de noticias, en muchos países de habla hispana. Como
Trataremos de hacerlo, no en general o desde un punto de vista pura­ puede verse, en este nivel puramente descriptivo trabajamos en el cora-
mente teórico, sino en relación con la investigación específica que abor­ i zón mismo de la mitología social, en la medida en que lo único que hace­
da este trabajo, puesto que la conceptualización de las condiciones de mos es seguir las huellas de una identificación socialmente instituciona-
producción siempre adquiere la forma de un conjunto de decisiones me­ [: lizada. Probablemente los resultados de la investigación nos indiquen
todológicas. | que es necesario quebrar esos sistemas sociales de clasificación (en reía­
a) Ante todo, es importante señalar que lo que hemos llamado inva­ la ción con lo que es ideológicamente pertinente). Este es un problema que
riante referencial constituye en realidad una de las condiciones de pro- I aquí dejaremos abierto por completo.
¿ Es importante destacar que lo que permite hacer esta primera iden­
2. Posteriormente introduje un criterio terminológico más claro, llamando tificación es el conjunto de los tres criterios: hay semanarios que no son
«texto» al objeto empírico «sin unidad propia» y reservando la noción de «discur­ L «de información» (ciertas revistas femeninas, deportivas, etc.); la fun-
so» para el nivel teórico. Véase el «Diccionario de lugares no comunes» (cap. 3 de | ción «informativa» (categoría social típica: «la actualidad») puede ejer-
este libro). | cerse, dentro de ciertos límites, a través de diferentes periodicidades

72 73
(diarios, semanarios y hasta publicaciones mensuales). Por otra parte,
la función nunca es exclusiva: se trata, antes bien, de una función pre­
dominante que no impide que existan otras funciones secundarias (las
revistas semanales de información también pueden contener, por ejem­
plo, «notas especiales» cuyo tema no esté específicamente ligado a algún
acontecimiento de la «actualidad» de la semana).
c) En una primera etapa, parece pues prudente desarrollar el análi­
sis comparativo dentro de un mismo género. Esto es importante porque
los géneros se codeterminan, unos suponen la existencia de los otros, lo
cual constituye otro aspecto de las condiciones de producción. El ejem­
plo más evidente es la relación entre los semanarios y los diarios: los
primeros suponen, en la mayor parte de los casos, que su lectores ya
han leído los segundos. No se trata pues de dirigirse a un lector que ig­
nore lo que ocurrió durante la semana, sino de proponerle elementos
más generales, criterios de interpretación, por así decirlo, referentes a
los acontecimientos que ya le narró la prensa cotidiana. Los semanarios
constituyen por ello una especie de «metalenguaje», cuyo referente es,
no tanto el evento mismo (la «noticia») sino la actualidad entendida co­
mo discurso producido por los diarios. En mi opinión, esta característi­
ca de los semanarios los hace particularmente estratégicos para el estu­
dio de las ideologías. Lo cual en modo alguno equivale a decir que los
semanarios sean «más ideológicos» que los diarios, sólo significa que
probablemente (considerando su nivel de discurso) los semanarios nos
permitan identificar más fácilmente las operaciones ideológicas. La na­
turaleza estratégica de los semanarios corresponde, pues, más a nues­
tra ignorancia y a la pobreza de los instrumentos con que contamos hoy,
que a sus propiedades intrínsecas en comparación con otros géneros ta­
les como los diarios.
d) Esta mercancía que se llama un «semanario de información», tal
como llega a las manos de cada consumidor, es, desde el punto de vista
de su naturaleza significante, un objeto de una extraordinaria comple­
jidad. En la medida en que vamos a trabajar con textos extraídos de se­
manarios, es decir, con textos que sólo son un fragmento del «paquete»
constituido por los elementos significantes que componen el conjunto de
cada «número», ese contexto debe considerarse como un componente
más de las condiciones de producción de nuestros textos. En otras pala­
bras, ciertas propiedades de esos textos están indudablemente determi­
nadas por el hecho de estar insertas en el contexto del semanario toma­
do en su totalidad. Tal criterio no debe sorprender porque traduce un
aspecto importante de la técnica de elaboración de los semanarios; en
efecto, un artículo dado se construye teniendo en cuenta que va a in­
cluirse en un lugar determinado dentro del número. En el nivel «cons-

74
cíente» ese tipo de restricción adopta la forma de normas concernientes
a la extensión del artículo, a su posición relativa en el interior de una
sección, a la clase de título que llevará, a su «tono», etc. Las decisiones
globales referentes a la estructura del número en su conjunto a menu­
do se toman antes de que se redacte cada nota particular; esas decisio­
nes afectan a su vez otras decisiones, como por ejemplo, la elección del
redactor que se hará cargo de un tema determinado. O bien, lo cual ocu­
rre con gran frecuencia, un evento que se produjo cuando la estructura
del número ya estaba determinada en sus grandes lincamientos obliga
a reorganizar el contenido a último momento. Los cambios que resultan
conducen, en la mayor parte de los casos, a hacer considerables modifi­
caciones del material que ya se había preparado. Es evidente que esta­
mos aquí ante un campo relativamente autónomo de investigación, a
saber, el de los procedimientos técnicos que constituyen la «elaboración»
de un medio de masas entendido como «paquete textual», campo que no
ha sido aún explorado de manera sistemática. La observación más im­
portante que debemos hacer, desde el punto de vista metodológico, es la
siguiente: un conocimiento detallado de los mecanismos técnicos de ela­
boración es un elemento indispensable para comprender acabadamen­
te lo que se halle luego en la superficie del texto. En el marco del pre­
sente análisis bastará con subrayar que esos procedimientos siempre
forman parte de las condiciones de producción y que esta es una reali­
dad que no debe pasarse por alto.
e) Esta última observación es tanto más importante por cuanto los
procedimientos técnicos con frecuencia están determinados por un mo­
delo relativamente estructurado, el de las articulaciones internas del
semanario, organizado en secciones y subsecciones más o menos fijas
que producen una primera disposición del material para el lector y sin
duda contribuyen, de manera significativa, a producir el «efecto de sen­
tido» de cada texto. Es evidente que se trata de verdaderos «sistemas de
clasificación» de lo real social; la naturaleza de la articulación interna
de los semanarios de información merecería una investigación en sí
misma. Por lo demás, esta organización interna es muy estable y gene­
ralizada en sus grandes líneas, en relación con cada tipo de público; si
tomamos un semanario de información de Chile, por ejemplo, cuya cir­
culación corresponde a la pequeña y gran burguesía, veremos que, en
cuanto a su articulación interna, se parece más a L’Express que a otro
semanario chileno dirigido a las clases populares. Aunque no podemos
desarrollar aquí detalladamente este aspecto, las observaciones que
acabamos de hacer quizá sean suficientes para justificar la inclusión de
la estructura global de cada tipo de semanario entre las condiciones de
producción de los textos específicos que nos proponemos analizar.

75
f) El ejemplo que acabamos de evocar nos introduce ya en una d
mensión extremadamente importante de las condiciones de producción,
la que resulta del consumo diferencial de los semanarios. Si los criterios
de periodicidad, función y género nos permitieron una primera identifi­
cación destinada a situar nuestro objeto dentro del sistema de los me­
dios masivos de comunicación -pues nos suministran un principio de
comparabilidad de los textos-, el consumo diferencial nos permitirá es­
tablecer el eje principal de las variaciones sistemáticas dentro de un
corpus. En efecto, el consumo diferencial corresponde netamente, en
primer lugar, a fronteras de clase. En segundo lugar, es muy estable y
concierne no sólo a medios específicos (un semanario determinado) sino
también a conjuntos de medios que constituyen verdaderos «universos
de lectura» relativamente cerrados.3
Probablemente sea útil insistir en que la articulación de clase es un
criterio externo pertinente en el nivel de los receptores y no en el nivel
de los emisores. En efecto, puede decirse que, desde un punto de vista
puramente «objetivo», los productores de todos los semanarios pertene­
cen a la clase dominante (al igual que la enorme mayoría de los grandes
medios de circulación masiva). Esta observación es, seguramente, una
trivialidad, pero sin embargo es importante, particularmente en el mo­
mento de sacar conclusiones; sean cuales fueren las diferencias signifi­
cativas que puedan hallarse, queda muy claro que sólo corresponderán
a variaciones que se dan en el interior de un conjunto de discursos pro­
ducidos por la clase dominante, aunque precisamente puede resultar
interesante distinguir, en ese universo, diversos tipos de textos cuya di­
ferencia estriba en el hecho de que se dirigen a sectores diferentes de la
estructura de clases. En resumidas cuentas, lo que haremos será com­
parar, por un lado, textos dirigidos a la clase obrera y consumidos por

3. El «cierre» de ese «universo de lectura» significa que, si uno sabe qué di


rio lee un individuo determinado, puede predecir, con una probabilidad muy ele­
vada, qué tipo de semanario consume. Es decir que la lectura de cierto tipo de
diario está asociada a la lectura de cierto tipo de semanario, de cierta publica­
ción deportiva, etc. La cantidad de lectores cuyo conjunto de lecturas oscila en­
tre el universo «popular» y el universo «burgués» de los medios masivos de co­
municación es escaso. Una experiencia interesante, a pesar de su simplicidad,
consiste en pedirles a personas pertenecientes a la pequeña o la gran burguesía
que enumeren, por ejemplo, semanarios que se publican en el país. Con gran
frecuencia ocurre que esas personas ni siquiera pueden nombrar los semana­
rios «populares», pues sencillamente ignoran su existencia. Lo cual muestra
hasta qué punto su percepción está focalizada en el universo de lectura de su
propia clase, cuando se acercan a un quiosco y echan una mirada a las publica­
ciones que allí se exhiben.

76
ella y, por el otro, textos dirigidos a la pequeña y a la gran burguesía y
consumidos por ellas. Si los resultados ofrecen algún interés, podemos
sacar conclusiones acerca de la ideología burguesa, pero no tendremos
el menor fundamento para hablar, partiendo de ese tipo de investiga­
ción, de la ideología de la clase obrera misma: es poco probable que esta
última se exprese en los semanarios de gran circulación que están diri­
gidos a ella y que están «objetivamente» controlados por sectores de la
clase dominante.
Dicho esto, agreguemos que los adjetivos que acabamos de emplear
(«externo» y «objetivo») al hablar de los criterios de identificación de los
productores de textos, tienen para nosotros un sentido muy preciso: tam­
poco queremos afirmar que las variaciones que podamos hallar no tienen
nada que ver con la clase obrera. Supongamos que los medios de comuni­
cación masiva ejerzan una influencia notable en los grupos que los consu­
men (cosa que, a decir verdad, aún falta probar); si así fuera, sería muy ¡
posible que la difusión masiva y constante de cierto tipo de mensaje afee- j
tara el desarrollo y los cambios de la ideología obrera misma. En todo ca-i
so, se trataría de una hipótesis empírica que sólo podría probarse apor­
tando otros datos. Sea como fuere, los criterios externos utilizados para
constituir el corpus introducen la variable «clase social», desde un punto
de vista objetivo: pertenencia de clase de los productores (remitentes) de
los textos (aquí la variable tiene un único valor: los productores pertene­
cen a sectores de la burguesía) y pertenencia de clase de los lectores (des­
tinatarios) de los textos (en este nivel, la variable tiene dos valores: clase
obrera, por un lado; pequeña y gran burguesía, por el otro). Precisamente
falta ver si esas variaciones «objetivas» están asociadas a variaciones de
la ideología transmitida o contenida en los textos, sin perjuicio de inter­
pretarlas, en caso de que existan, a la luz de la estructuración global del
sistema de clases sociales y en relación con los procesos de producción y
de difusión de ideología a través de los medios.
g) Lo dicho hasta ahora nos permite introducir un último comenta­
rio referente a la teoría marxista de las ideologías. Nos negamos a adop­
tar la hipótesis, repetida con gran frecuencia, según la cual «la ideolo­
gía dominante es la ideología de la clase dominante». Ciertamente
semejante afirmación admite múltiples interpretaciones. Si dejamos de
lado los contextos en los cuales tal afirmación parece no ser más que
una mera tautología, esta hipótesis a menudo corresponde, en nuestra
opinión, a una concepción a la vez monolítica y funcionalista de la rela­
ción entre ideología y clase dominante. Si se trata de un principio teóri­
co, me parece que no corresponde a una lectura adecuada de los análi­
sis de Marx referentes a las ideologías; en cambio, si la consideramos
como hipótesis empírica concerniente a ciertas propiedades específicas

77
del universo cultural dentro de una sociedad capitalista, se hace difícil
comprender cómo podría uno explicar la complejidad de este universo
sobre la base de una hipótesis tan simplista e imprecisa; en todo caso,
sería necesario obtener los medios de ponerla a prueba, cosa que no pa­
rece interesar mucho a quienes la repiten.
Las observaciones que hicimos en cuanto a las condiciones de pro­
ducción, presentadas como principios de método, muestran bien que
atribuimos gran importancia al estudio de las variaciones ideológicas
que se producen dentro del universo de textos objetivamente asociado a
sectores de la clase dominante, pero cuya organización nos es hasta
ahora prácticamente desconocida.
Resumamos en pocas palabras los criterios externos necesarios pa­
ra constituir el corpus. Compararemos textos extraídos de un mismo
«género» de publicaciones de comunicación masiva (semanarios de in­
formación) que fueron seleccionados en relación con un referente cons­
tante (hablan del mismo acontecimiento), pero que se dirigen a públicos
diferente en cuanto a su pertenencia de clase, es decir que se trata de
textos cuyos lectores pertenecen a clases diferentes.
Agreguemos dos observaciones más sobre el problema de las condi­
ciones de producción. Estas suscitan cuestiones extremadamente com­
plejas que no podemos desarrollar en detalle en este capítulo, dedicado
principalmente al análisis de textos.
h) Los criterios de clase que acabamos de señalar nos permiten
tablecer una agrupación sincrónica de los textos, atendiendo a los datos
existentes relativos a la circulación de los semanarios. Pero es cierto
que nuestros textos también están históricamente situados: como vere­
mos luego, nuestro análisis permite individualizar las operaciones que
caracterizan la producción de un tipo particular de discurso. Esta pro­
ducción tuvo lugar en la Argentina (y en otros países de América latina)
durante la década de 1960. Posiblemente algunas de esas operaciones
sean típicas del género estudiado, más allá de estos límites temporales
y tal vez más allá también de estas fronteras: tal vez caractericen a es­
te género en el nivel internacional. De todas maneras, no contamos con
datos que permitan verificar se este es o no el caso. Como se ve, nues­
tros resultados no tienen vocación de universalidad: la localización his­
tórica también forma parte de las condiciones de producción y aun
cuando abordemos propiedades del texto, algunas de las cuales proba­
blemente sean muy generales (como quizá sea el caso), no podemos ha­
cer una extrapolación sin establecer otras comparaciones y sin desarro­
llar otros análisis que aún no existen. En consecuencia y más allá de
cierto número de hipótesis teóricas muy abstractas, no creemos que sea
posible tener un acceso inmediato a lo que sería «la ideología en gene­

78
ral». Por lo demás, en el momento actual, semejante grado de universa­
lidad sólo podría llevarnos a producir trivialidades sin interés, como las
que habitualmente rodean las fórmulas sobre la «ideología dominante»
a las que ya hice referencia.
i) El principio de localización histórica es en sí mismo demasiado in­
determinado: uno no puede conformarse con una referencia general a la
historia que se reduciría a una trivialidad sin consecuencias. Este prin­
cipio exige justamente una elaboración más precisa de los conceptos re­
ferente a la estructura de clases en relación con los textos. Es evidente
que no podemos contentarnos con la distinción genérica entre clase
obrera y clase burguesa; debemos dar un paso más e introducir conside­
raciones más detalladas acerca de la evolución de la lucha de clases; por
consiguiente, también acerca de los principales caracteres de la coyun­
tura política, esto es, acerca de las alianzas de clases. Este tipo de aná­
lisis debe apoyarse a su vez en la determinación del proceso de desarro­
llo del modo de producción económica, como horizonte global de la
descripción histórica.

Lo que acabamos de decir corresponde a la conceptualización de las


condiciones de producción de los textos. Esta conceptualización es indis­
pensable para definir una lectura ideológica posible de ellos. Por lo tan­
to, a nuestro entender, queda claro que un «análisis de texto» orientado
al estudio de lo ideológico dentro del discurso debe enmarcarse en un
conjunto de hipótesis externas que autoricen la constitución del corpus
y la identificación de las operaciones pertinentes que allí aparecen. Lo
cual significa -una vez más- que lo ideológico en el discurso no consis­
te en propiedades inmanentes a los textos, sino en un sistema de rela­
ciones entre el texto, por un lado, y su producción, su circulación y su
consumo, por el otro. Dicho esto, quizá sea conveniente subrayar que
ese sistema de relaciones pasa siempre por el texto. En otras palabras,
el texto es precisamente el lugar donde ese sistema se constituye como
producción discursiva de sentido. No se trata pues de «agregar» a una
descripción ya elaborada ele las operaciones discursivas, una masa de
informaciones externas destinada a permitimos «interpretar» lo que
podamos hallar en el corpus. Ninguna consideración externa forma par­
te de la descripción de las condiciones de producción si no es pertinente
en relación con el texto mismo. Las condiciones de producción sólo me­
recen llamarse así en la medida en que hayan dejado huellas en el dis­
curso. Diremos pues, en este sentido, que el texto mismo no es otra cosa
que el lugar de conformación de sus determinaciones.

79
El corpus
En 1967 presenté un análisis textual de un corpus compuesto por los
textos, aparecidos en dos semanarios argentinos, relativos a un atenta­
do político que tuvo particular resonancia: en la noche del 13 al 14 de
mayo de 1966, Rosendo García, líder peronista del sindicato de los me­
talúrgicos, fue asesinado.4
Los resultados de ese trabajo fueron publicados en 1969 (Verón,
1969). En aquella época me había interesado por las posibilidades de
analizar ideológicamente textos de los medios masivos de comunicación
y, más específicamente, en la semantización que hacían estos últimos de
los eventos de violencia política. Me parecía entonces que, considerando
la carencia existente tanto en la teoría como en los métodos de manipu­
lación de los textos, era importante estudiar la semantización de un
acontecimiento cuyo impacto social fuera lo suficientemente intenso pa­
ra estimular, con una fuerza particular, la instauración de mecanismos
ideológicos en la producción de lo textual. Por lo demás, esta hipótesis
me parece válida aún hoy. No se trata de afirmar que hay textos «más
ideológicos» que otros: es posible y hasta probable que un artículo sobre
sucesos deportivos encierre tanta carga ideológica como una nota sobre
la actualidad política. Se trata más bien de buscar las condiciones favo­
rables para encarar la descripción de un universo de operaciones se­
mánticas del que no sabemos casi nada.
El lunes 30 de junio de 1969, Augusto Vandor, el líder más impor­
tante del sindicato de los metalúrgicos y tal vez de todo el movimiento
peronista, caía víctima, también él, de un atentado. Hasta en el nivel
más manifiesto, había relación entre ambos atentados: Rosendo García
había sido un estrecho colaborador de Augusto Vandor.
El siguiente análisis se concentrará principalmente en textos refe­
rentes a la muerte de Vandor. He querido pues constituir un segundo
corpus con textos producidos tres años después de los primeros y que
tratan de un acontecimiento de la misma naturaleza. La agrupación
dentro del corpus coincide en gran medida con la que yo había estable­
cido en ocasión del primer análisis, salvo que, en lo que se refiere a los
medios de comunicación masiva cuya difusión se sitúa en el nivel de la
pequeña y la gran burguesía, esta vez analizaré varios semanarios, en
lugar de uno solo como había decidido hacer en el primer estudio. En
cuanto a los textos cuyo consumo predominante corresponde a las cla­

4. Trabajo presentado en el Coloquio sobre «Teoría de la comunicación y m


delos lingüísticos en las ciencias sociales», Instituto Torcuato Di Telia, Buenos
Aires, 1967.
ses populares, elegí el mismo semanario que ya había analizado en el
caso de Rosendo García y que, por lo demás, era la única revista sema­
nal de gran circulación dirigida a ese público. A fin de constituir el cor-
pus, tomé el primer número de cada semanario aparecido después del
atentado; la distancia temporal respecto del acontecimiento no es por lo
tanto la misma, puesto que las diversas revistas aparecen en distintos
días de la semana.
A medida que avance el análisis, iré incluyendo otros textos, seleccio­
nados de una muestra establecida al azar de cada semanario, durante un
largo período (1964-1971). Este procedimiento nos permitirá hacer una
primera evaluación, aunque provisoria, del grado de generalidad de cier­
tas operaciones identificadas en el corpus de base (es decir, el constituido
por los textos que tratan la muerte de Vandor) y tal vez nos permita ade­
más modificar la descripción inicial de tales operaciones.
Por razones de espacio, los textos que examinaremos son sólo una
parte del corpus correspondiente al caso Vandor. En realidad trabajare­
mos casi exclusivamente con los títulos. Procuraré describir ciertas ope­
raciones incluidas en esos textos que me parecen particularmente im­
portantes y generales para distinguir dos tipos de discursos de los
semanarios.
Las revistas semanales de las que fueron extraídos los textos apare­
cen detalladas en el cuadro 1, agrupadas según su circulación de clase

Cuadro 1

Semanarios de consumo predominante en Semanarios de consumo «popular»


las capas medias y de la gran burguesía (clase obrera)

Primera Plana (Pp) Así (A)


Panorama (Pa)
Análisis (An)
Confirmado (C)
Gente (G)*

* El semanario Gente se encuentra a medio camino entre Así y las revistas se­
manales de la columna de la izquierda: circula (con una tirada mucho más ele­
vada que estas últimas, que se aproxima a las cifras de circulación del semana­
rio «popular») en la clase media y la clase media baja y también, parcialmente,
en las capas superiores de la clase obrera. De modo que, objetivamente, es un
producto intermedio. Lo tomaremos como texto de «transición» entre los dos tér­
minos, más alejados entre sí, de nuestra comparación principal.
Nota bene: todos los textos referentes al caso Vandor se publicaron entre el 3 y
el 10 de julio de 1969. \

81
predominante. En principio, nos atendremos a las diferencias entre Así,
por un lado, y todos los demás semanarios de la columna de la izquier­
da, por el otro. Según mi hipótesis, allí es donde se sitúa la diferencia­
ción asociada a variaciones sistemáticas de las operaciones ideológicas.
Entre paréntesis se indica el signo que emplearé de aquí en adelante
para identificar las revistas.
Una última convención facilitará nuestra exposición. Para referir­
nos en general a la principal fragmentación entre los semanarios (los de
la columna de la izquierda y el de la columna de la derecha), en adelan­
te hablaremos respectivamente, de los semanarios «burgueses» (B) y
del semanario «popular» (P). Aclaremos que se trata únicamente de una
elipsis: tanto el último como los primeros son semanarios «burgueses»
en lo que se refiere a sus productores: de modo que la calificación tiene
que ver exclusivamente con su circulación.

Encuadre del acontecimiento: anáfora e identificación

La naturaleza de los «títulos» en su condición de fenómenos discursivos


no ha sido estudiada de manera sistemática. Creo que un título tiene al
menos dos dimensiones fundamentales. En primer lugar, una dimen­
sión metalingüística: en efecto, se trata siempre del título de un discur­
so que se presenta después de él; en este sentido un título califica a es­
te último, lo nombra. Además, todo título tiene una dimensión
referencial: como el discurso del cual es el nombre, habla también de
«algo». La manera particular en que estas dos dimensiones se combinan
en un título constituye lo que llamamos el encuadre del discurso (que en
el discurso «de información» siempre es, simultáneamente, el encuadre
del acontecimiento en cuestión).
Esta caracterización de la relación título/texto es puramente formal
o, si se quiere, «definicional». Ahora bien, en nuestro análisis del caso
García, tuvimos la ocasión de comprobar un vínculo más preciso entre
el título y el texto: en general, ciertas propiedades del texto ya estaban
presentes en los títulos. Esta correspondencia se confirmó ampliamen­
te en nuestras investigaciones ulteriores. Al menos en las revistas se­
manales, una de las funciones principales de la operación de encuadre
parece ser anticipar ciertas propiedades del discurso así enmarcado; el
título parece contener «en embrión» el tratamiento de la información
que se manifestará luego más detalladamente en el texto. Lo importan­
te aquí es que esta correspondencia entre el encuadre del texto y el tex­
to mismo se refiere, no al nivel del contenido manifiesto de los títulos y
de los textos, sino a las operaciones semánticas subyacentes en el con­

82
junto del discurso. Ahora bien, el encuadre es muy diferente en los se­
manarios B y P; de ahí el interés estratégico del estudio de los títulos.
Volveremos luego a este aspecto.
La correspondencia que acabo de mencionar puede asociarse a fac­
tores bien conocidos de recepción: una proporción bastante elevada de
lectores de la prensa gráfica sólo recorre los títulos y dedica una aten­
ción superficial y fragmentaria al texto mismo. Consciente o inconscien­
temente, los productores parecen concentrar en la operación de encua­
dre ciertos aspectos críticos del proceso de producción del texto.
Dada la importancia particular del acontecimiento en que se cen­
tra nuestro corpus, todas las revistas semanales hicieron una prime­
ra referencia en tapa. Está claro que, en este caso, el encuadre opera
no sólo en relación con los textos que hablarán del evento en cuestión
en el interior del número, sino también en relación con el conjunto del
número: en la tapa, el encuadre da el tono del «universo semántico de
la semana».

Cuadro 2. Títulos de tapa

B P

(1) ARGENTINA: LA HORA (6) EL ASESINATO DE


DEL MIEDO (Pp) AUGUSTO VANDOR (A)

(2) SINDICATOS: ENTRE


ONGANÍA Y PERÓN (C)

(3) CRIMEN POLÍTICO:


¿Y AHORA QUÉ? (Pa)

(4) Sin soluciones políticas


CRIMEN Y REPRESIÓN (Ara)

(5) a) EL MOMENTO DRAMÁTICO


QUE VIVE EL PAÍS
b) LA MUERTE DE VANDOR
c) LOS ATENTADOS TERRORISTAS (G)

Haré dos observaciones sobre el conjunto de los títulos que acabo de


presentar en el cuadro 2. Ante todo, se advierte claramente que es im­
posible encontrar en este conjunto un sólo título que sea un enunciado
«normal». En todos los casos se trata de frases «incompletas» que se pa­

83
recen a lo que en las discusiones alrededor de la teoría de la referen­
cia se llamaron «descripciones». Sólo en un caso (5a) hay un verbo en
modo personal, pero la frase misma es incompleta. Sería errado que­
rer «normalizar» estos textos transformando las frases en «enuncia­
dos mínimos», «aceptables» desde el punto de vista gramatical.5 Es
evidente que los tituleros (nombre que a veces reciben en los medios
de comunicación las personas especializadas en la redacción de títu­
los) no escriben de una manera muy correcta. Estas estructuras, des-
criptas por comparación con un modelo teórico del enunciado, consti­
tuyen una de las propiedades esenciales de lo que en la prensa gráfica
se denomina «título».
En segundo lugar, debemos recordar la observación hecha anterior­
mente respecto de la naturaleza metalingüística de los semanarios: en­
tre los títulos mencionados, los que hacen referencia directa al aconte­
cimiento en cuestión dan por supuesto que hay un hombre llamado
Vandor y que ese hombre murió.6 Comparemos (5b) y (6) con los títulos
de dos diarios que informan el mismo suceso:

Asesinaron a balazos al dirigente gremial Vandor (La Nación)


El dirigente gremial Augusto Vandor fue muerto a tiros en un atentado que
epilogó con una bomba (La Razón)

El mayor grado de presuposición de los títulos de las revistas sema­


nales respecto de los de los diarios parece ser una característica gene­
ral de los semanarios; de modo que no tendremos eñ cuenta este aspec­
to. En cambio, nos interesa el tipo de relación entre el título y el
acontecimiento que supuestamente describe tal título. Ahora bien, co­
mo veremos seguidamente, esa relación no puede reducirse al fenóme­
no de la presuposición propiamente dicho, puesto que concierne a la teo­
ría de la referencia en su conjunto. Naturalmente, no se trata de
comparar el título con el acontecimiento mismo, ya que este es para no­
sotros una constante desconocida. Apuntamos más bien a comparar los
títulos entre sí y también cada título con el evento tal como este apare­
ce descripto en el texto encuadrado por dicho título.

5. Puede hallarse un análisis más detallado del problema del empleo de mo­
delos del enunciado «mínimo» en S. Fisher y E. Verón, «Baranne est une créme»,
loe. cit.
6. Sobre el concepto de presuposición, véase principalmente O. Ducrot, Dire
et ne pas dire, París, Hermann, 1972. En el número de Communications mencio­
nado en la nota 1 se incluye una bibliografía sobre la presuposición y la teoría
de la referencia. [Decir y no decir, Barcelona, Anagrama, 1982.3

84
El hecho de que los fenómenos que nos interesan vayan más allá de
la teoría de la presuposición lingüística, tal como fue expuesta reciente­
mente por Ducrot, se debe además a lo que dijimos acerca de la «anor­
malidad» de estos fragmentos de texto que constituyen los títulos. En
efecto, teniendo en cuenta que no estamos analizando enunciados y que
no queremos «normalizar» nuestro material, difícilmente podamos apli­
car los criterios sintácticos propuestos por Ducrot, a saber, las transfor­
maciones interrogativa y negativa (Ducrot, 1972, op. cit.; 1966: 37-53;
1970: 21-52).
El cuadro 2 contiene cierto número de diferencias entre los semana­
rios del tipo B y P que van mucho más allá del corpus; seguidamente
procuraremos describirlas.
Como primera aproximación, podemos decir que los títulos (1) y
(4) son mucho más «indeterminados» que el título (6) y también que
el conjunto (5a, b, c).7 El personaje central del suceso aparece nom­
brado en (5b) y en (6), mientras que los demás títulos muestran una
propiedad notable: si sólo contáramos con esos textos, nos sería impo-

Cuadro 3

Tipo B TipoP

(7) EL PAÍS (12) La tragedia cordobesa


Las fronteras de la (A, 10-6-69)
paciencia (Pp, 13-9-66) (13) Verdades y mentiras de la
(8) EL PAÍS catástrofe de River (A, 6-7-68)
Vuelo nocturno (Pp, 3-11-70) (14) El calvario de un líder obrero
(9) El juego sucio (Pp, 13-6-72) (A, 17-6-69)
(10) LA ARGENTINA (15) Cocaína
Gobierno: la estrategia Importante detención en
de la aproximación Salta8
indirecta (Pp, 1-6-71)
(11) LA NACIÓN
Octubre no parece
generoso (C, 30-9-65)

7. En la portada del semanario Gente, en efecto, se presentaba un conjunto


muy articulado compuesto por un título y dos subtítulos. Aquí los tratamos co­
mo una unidad y volveremos a referirnos a ella.
8. En el caso del título (15) se trata de un semanario muy semejante a Así
cuya publicación fue luego interrumpida. Su nombre era Ocurrió.

85
sible saber a qué acontecimiento específico se refieren. Formulare­
mos la hipótesis de que (5b) y (6), por un lado, y (1) a (4), por el otro,
remiten a operaciones de encuadre diferentes, cuya naturaleza debe­
mos determinar. Al recorrer una muestra tomada al azar de las revis­
tas semanales en cuestión, es fácil comprobar que esta diferencia es
constante y sistemática entre los tipos B y P. En el cuadro 3 se mues­
tran algunos ejemplos adicionales de títulos extraídos de tapas y
también de secciones internas (las mayúsculas corresponden a los tí­
tulos de sección).
El carácter general de esta diferencia nos muestra que vale la pe­
na hacer un análisis más detallado. La misma característica ya apa­
recía en el corpus referente a la muerte de Rosendo García. En efec­
to, estos habían sido los dos primeros títulos de los dos tipos de
semanarios:

Tipo B Tipo P

(16) LA NACIÓN (17) ASESINATO POLÍTICO


Los primeros disparos Seis peronistas asesinados
(C, 19-5-66) a balazos (A, 24-5-66)

Estos ejemplos adicionales muestran claramente que la especifici­


dad relativa a los títulos del tipo P no debe atribuirse necesariamente a
la presencia de un nombre propio: aun cuando no aparezca ningún nom­
bre propio, la identificación de un acontecimiento determinado conti­
núa siendo más precisa que en los casos del tipo B. En suma: podemos
imaginar la mayor parte de los títulos del tipo B aplicados a otros acon­
tecimientos, muy diferentes de aquel con el que los encontramos asocia­
dos. En cambio, sería mucho más limitada la aplicación de los títulos
del tipo P a otros sucesos.
De modo que el problema que se plantea aquí es el siguiente: ¿Cómo
dar una forma más precisa a esta intuición inicial de una diferencia
pertinente? Aparentemente, se impone una primera conclusión: la di­
mensión referencial es muy marcada en los títulos del tipo P, en tanto
que en los del tipo B la dimensión metalingüística parece predominar
sobre la dimensión referencial.
En los títulos de los semanarios populares siempre hay indicaciones
que permiten identificar el acontecimiento singular, que pueden ser un
nombre propio o, a veces, operadores situacionales. En la mayor parte
de los casos, se trata de expresiones de referencia única con identifica­

re
ción.9 De todos modos, es evidente que en los títulos del tipo B no apa­
rece una identificación de un acontecimiento singular (característica
que expresamos intuitivamente diciendo que en realidad podrían apli­
carse a eventos completamente diferentes). Y, en la medida en que no
designan ningún suceso singular, la función metalingüística de tales tí­
tulos es predominante: son los nombres de los discursos que presentan.
Diremos pues que los títulos de las revistas semanales burguesas con­
tienen denominaciones.
Tratemos de precisar esto un poco más. Los títulos del tipo P contie­
nen una operación que sitúa el evento en cuestión en una clase, pero el
conjunto del título logra justamente producir la identificación de un
miembro singular de esta clase. Se nombra una clase: la de los asesina­
tos (6), la de las tragedias (12), la de las catástrofes (13), la de los calva­
rios (14), la de las detenciones importantes (15), pero hay un elemento
especificador que produce la identificación: Augusto Vandor (6), cordo­
besa (12), River (13), Salta (15), seis peronistas (17). Las denominacio­
nes contenidas en los títulos del tipo B corresponden, en cambio, a con­
juntos de acontecimientos o procesos indeterminados, lo cual justifica
que se hable de la hora del miedo en el país o de un juego sucio o de una
estrategia indirecta por parte del gobierno; de todo lo que hace que oc­
tubre no sea un mes propicio, etc. En el interior de estos conjuntos, el
acontecimiento específico se sitúa como uno más en medio de otros
acontecimientos que justifican la denominación.
No obstante, lo que acabamos de decir plantea otro problema: ¿Có­
mo podría producirse esa ubicación del acontecimiento en cuestión en
una clase (no definida) que contiene otros miembros, si no hay identifi­
cación? En otras palabras: nuestra interpretación parece implicar que
también en los títulos del tipo B hay una operación de clasificación;
ahora bien, si el título logra clasificar el evento, debe de haber en algu­
na parte un flechaje sobre un elemento semántico que permite la deter­
minación (esto es, la identificación) de lo que debe ser clasificado.10¿Có­

9, El concepto de expresiones de referencia única (uniquely referring expres-


sions) está asociado a una larga discusión de la teoría de la referencia que gira
alrededor de los fenómenos analizados al comienzo por Russell y por Frege con
el nombre de «descripciones». Sobre este problema véase sobre todo P. F. Straw-
son, On referring, M in d , 59, pp. 320-344,1950. [Sobre el referir, en Valdez Villa-
nueva, L. (comp.) La Búsqueda del Significado, Madrid, Tecnos, 1995.]
10. Las nociones de flechaje y de recorrido fueron tomadas de los trabajos de
Antoine Culioli. Véase principalmente La formalisation en linguistique, Ca-
hiers p ou r Vanalyse, 9, pp. 10-117,1968. De modo más general, el conjunto de la
inspiración «lingüística» del presente capítulo debe mucho al enfoque de Culio­
li que apunta a constituir una semántica operatoria. Quiero agradecerle aquí

87
mo establecer pues, en los títulos B, la relación entre la denominación
(general, que abarca acontecimientos no identificados) y el aconteci­
miento específico del que se trata principalmente?
Volvamos al cuadro 2 para ver las diferentes maneras posibles de
producir discursivamente esa relación. Como ya dijimos, en el caso de
los semanarios populares hay una identificación o, si se prefiere, se lle­
ga a una clase unimembre: en efecto, hay un solo «asesinato de Augus­
to Vandor» (6). En el conjunto (5) hallamos una operación que se locali­
za ya en otro nivel, pero que continúa siendo explícita: se enumeran allí
dos. acontecimientos (la muerte de Vandor, los atentados terroristas)
que «componen» «el momento dramático que atraviesa el país» o que
justifican esta denominación. (La diferencia de nivel lógico entre 5a por
un lado, y 5b y c por otro, es decir, que b y c son una especificación de a,
está marcada por medio de elementos paralingüísticos: 5a es un título
blanco y más grande que 5b y c; estos dos últimos aparecen con letras
del mismo tamaño y rojas.) En el otro polo, encontramos «la hora del
miedo» (que, en principio parecería comparable a «momento dramáti­
co»): tampoco hay en el título la menor indicación sobre los aconteci­
mientos a los cuales se referiría esta denominación. En suma: en (6) en­
contramos el análogo de flechaje; en (5), una clase (la clase constituida
por los acontecimientos que transforman la situación del país en un
«momento dramático»), con el recorrido de los dos miembros de la clase;
en (1) sólo hallamos la denominación.
Retomemos ahora nuestra pregunta: en los títulos de los semana­
rios burgueses ¿cómo se establece la relación entre el evento específico
(la muerte de Vandor) y la denominación genérica?
Así como hablamos de referencia única con identificación, al exami­
nar los semanarios populares, en el caso de los títulos de los semanarios
burgueses hablaremos de referencia anafórica. Con ello queremos indi­
car que el vínculo entre la denominación y el acontecimiento se estable­
ce aquí por contextualidad o copresencia (pues en el título no hay nin­
gún identificador): esta relación se produce gracias a los otros elementos
discursivos a los que remite el título (es decir, el título remite a alguna
otra cosa que también está presente en el discurso del semanario). Esa
«otra cosa» puede ser, o bien el texto mismo del artículo (cuando se tra­
ta de un título interno), o bien la imagen de la tapa (como ocurre en el
caso de los títulos reproducidos en el cuadro 2). Es evidente que atribui­
mos a los títulos (o, si se prefiere, que incluimos en la definición misma

mi deuda, a pesar del empleo, quizá demasiado metafórico, al que sometí sus
conceptos.

88
de lo que es un «título») la propiedad de contener una operación análo­
ga a la descripta en el nivel puramente lingüístico como un flechaje ha­
cia adelante, por consiguiente, como un fenómeno anafórico, pero en es­
te caso, de naturaleza discursiva y no intrafrásica (puesto que en el
fondo se trata de un conector).
En los títulos del cuadro 2, el segundo término de la relación anafó­
rica es, en efecto, la imagen de tapa.Todos los semanarios considerados
reprodujeron en tapa una fotografía de Augusto Vandor. En tres casos
(Pp, C y An) esa fotografía aparece acompañada por una leyenda con el
nombre completo dei muerto. Está claro pues que en los semanarios del
tipo B, el título remite a la imagen y que esta (con epígrafe o sin él) se
hace cargo de la operación de identificación. En los casos (5) y (6), en
cambio, el flechaje hacia adelante contenido en el título produce una re­
dundancia, puesto que el peso identificador de la imagen sólo refuerza
una identificación ya manifestada en el material lingüístico del título.
Ahora bien, la naturaleza de las relaciones lenguaje/imagen depen­
de de las propiedades respectivas que, en cada caso, se puedan descu­
brir en una y otra materia significante. Si tomamos los dos casos que
parecen más distantes entre sí (1 y 6), comprobamos que el material fo­
tográfico es rigurosamente el mismo: en efecto, los semanarios Pp y A
reprodujeron en su tapa la misma fotografía: el rostro de Vandor en el
ataúd. Tratemos pues de explorar la diferencia en lo concerniente a la
relación lenguaje/imagen, debida a la diferencia lingüística entre los tí­
tulos que ya hemos descripto.
¿Qué consecuencias puede tener en el nivel del «efecto de sentido»
una relación anafórica texto/imagen (sostén de una operación de identi­
ficación) en el caso de Pp, y una relación de redundancia, en el caso de
A? A mi entender, se impone una conclusión. En el primer caso, la natu­
raleza anafórica del vínculo permite establecer entre el texto y la ima­
gen una relación discursiva que consiste en «mostrar» la imagen como
una prueba de la legitimidad de la denominación, digamos: realmente
es la hora del miedo en la Argentina; fíjese: este hombre, Augusto Van­
dor, ha sido asesinado. En el caso del semanario popular, en cambio, es­
te vínculo discursivo está vedado por la naturaleza redundante de la re­
lación texto/imagen. En el último caso, esa relación no tiene ningún
carácter argumentativo, simplemente refuerza la operación de referen­
cia única con identificación ya contenida en el título; como si dijera:
Vandor fue asesinado; he aquí su imagen.
Llegados a este punto, considero indispensable hacer una observa­
ción metodológica. La pertinencia del análisis se establece atendiendo
no sólo a las diferencias entre la columna de la izquierda y la columna
de la derecha, sino también a las similitudes dentro de cada columna.

89
Por ejemplo, no sería difícil aplicar a nuestros textos los principios del
análisis retórico y aparentemente algunas de las diferencias entre títu­
los de los dos tipos se ubican en este nivel. Es posible identificar ciertas
figuras, sobre todo en la columna de la izquierda. Y, sin embargo, esos
procedimientos retóricos no son constantes en los títulos del tipo B: si
bien (9) puede ser el resultado de operaciones metafóricas, por ejemplo,
es radicalmente diferente, desde el punto de vista retórico, del título (2).
En cambio, la descripción que hicimos de las operaciones referenciales
en el encuadre satisface la doble condición que define nuestro criterio
de pertinencia.

La construcción de la temporalidad social

Hasta aquí hemos procurado describir una primera diferencia entre


los semanarios burgueses y los semanarios populares. Esa diferencia
tiene que ver con la presentación global que hace la revista semanal en
la tapa y el lugar que ocupa, dentro de esta presentación, el aconteci­
miento «dominante», es decir, el evento tomado como «tema» de tapa.
Pero la idea misma de un evento dominante plantea un problema: ¿Es
dominante en relación con qué? ¿Cómo se constituye su dominación?
Dicho de otro modo: ¿cómo se constituye el vínculo entre este suceso y
los otros sucesos de que habla la revista semanal? Nos parece que par­
tiendo de este tipo de preguntas es posible sacar conclusiones de alcan­
ce más general. La diferencia en lo concerniente a la operación referen­
cial contenida en el encuadre de tapa (que, por supuesto, sólo
describimos parcialmente) debe de estar sin duda asociada a su vez a
otras operaciones.
En primer lugar, como ya dijimos, los títulos de los semanarios del
tipo B son denominaciones de clases de acontecimientos no identifica­
dos. La naturaleza misma de esa relación es pues producir una «apertu­
ra»: el acontecimiento principal aparece identificado (a través de la
imagen) como una primera legitimación de la denominación, pero hay
otros acontecimientos que pertenecen también a la clase constituida por
el título, a los cuales este último, por su naturaleza misma, se refiere sin
identificarlos. En la medida en que la denominación produce una clase
compuesta por varios sucesos de los cuales se ha identificado uno solo
(el evento «principal», mediante el flechaje fotográfico) este procedi­
miento tiene dos consecuencias extremadamente importantes en el ni­
vel del «efecto de sentido»; a) hay una pluralidad de acontecimientos
que justifican la denominación y b) «he aquí el acontecimiento princi­
pal». La operación compleja (denominación sin identificación + referen­

90
cia anafórica de un evento) produce a la vez una pluralidad de aconte­
cimientos y un orden referido a la importancia relativa de los aconteci­
mientos dentro del conjunto.
La situación es totalmente diferente cuando se trata de los semana­
rios del tipo P. En este caso el título, en la medida en que contiene la
operación (referencia única + identificación) se refiere a un aconteci­
miento. Podría decirse, en cambio, que hay un orden, pues el hecho mis­
mo de elegir cierto evento y ponerlo en la portada implica una atribu­
ción de importancia relativa. Pero precisamente no se ha hecho de
ningún modo referencia a los «otros acontecimientos», en relación con
los cuales este evento tendría prioridad; no hay una denominación que
los englobe, aun sin identificarlos: no se ha establecido ninguna rela­
ción entre el acontecimiento «principal» y otros acontecimientos que
uno puede suponer que se encontrarán en el semanario.

Ahora es pertinente hacer ciertas consideraciones sobre el conjunto


de cada semanario. En efecto, las revistas semanales burguesas tienen
una estructura interna relativamente fija, articulada en secciones y
subsecciones. En la mayor parte de los casos, la portada anticipa la pri­
mera nota de la sección dedicada a las actualidades locales (nacionales)
y también en la mayor parte de los casos, el título de esta sección repi­
te el de la portada (o el título principal de la portada, porque a menudo
en esta hay además títulos secundarios, procedimiento también muy
empleado en Francia). En cambio, el semanario popular que forma par­
te de nuestro corpus no tiene secciones internas fijas.11Al mismo tiem­
po, cuando se aborda un tema juzgado de gran importancia (como ocu­
rre con el atentado contra Vandor), ese acontecimiento tiende a
«invadir» la totalidad del semanario: de 32 páginas (incluida la de la
portada), el material referente a la muerte de Vandor ocupa 23, es decir,
más de dos tercios del número. Este tipo de estructuración nunca se da
en los semanarios burgueses en los cuales un evento (sea cual fuere su
importancia) jamás llega a destruir la articulación interna constituida
por una veintena de secciones. Ya mencionamos esta diferencia en oca­
sión del análisis del corpus del caso García (Verón, 1969).
Queda pues claro que la operación referencial de portada se comple­
menta perfectamente con la estructura del conjunto de cada tipo de se­
manario. En el tipo B, la denominación sin identificación constituye la
calificación metalingüística de un discurso que se desarrolla dentro del
molde de una articulación bastante compleja y constante; en ese molde,

11. Según mis propios sondeos, se trata de una característica bastante di­
fundida en un número considerable de países y con variaciones de grado.
un acontecimiento dado ocupa cada semana el lugar de «interés máxi­
mo», pero la operación lingüística de la portada no lo identifica; lo sugie­
re la imagen, como una especie de muestra de una clase más amplia, de­
finida justamente como el referente de la denominación. En el tipo P, la
portada incluye una identificación que se refuerza con la imagen, como
«ilustración» que no va más allá de la identificación singular. Si hay otros
eventos de los que se habla en el semanario (y ciertamente los hay), estos
no están vinculados de ningún modo al acontecimiento principal; no exis­
te una denominación que los reúna en una unidad de sentido. La falta de
estructura interna (de secciones) del semanario popular, produce, por así
decirlo, una especie de procedimiento inconizante: cuanto más importan­
te es el evento, tantas más páginas se le dedican.
Se podría llegar a decir que, mientras la semana burguesa está, a la
vez, articulada y unificada, la semana popular está atomizada y es «in-
flable» (lo cual implica también, por supuesto, que se la puede llenar con
gases de diferentes densidades). Esta última puede concentrarse por
completo (o casi) en un único evento. En consecuencia, también es menos
diversificada. Sea como fuere, no debemos apresurarnos demasiado: es­
pero mostrar además que el estudio de los textos de las notas mismas
permite, por un lado, confirmar ciertas características anticipadas por el
encuadre de los títulos, pero también enriquecer el análisis (y corregir­
lo). La articulación de los semanarios burgueses no es una articulación
cualquiera; la atomización de los semanarios populares tiene lugar en
un nivel muy específico en relación con el evento en cuestión. Bastará
con decir que aquí estamos abordando aspectos extremadamente impor­
tantes del proceso de producción de sentido en los medios de comunica­
ción masiva, a saber, la construcción de la temporalidad social. El «tra­
bajo» de esta construcción opera en todos los niveles de las materias
significantes que constituyen el medio de prensa y consiste en ofrecer los
principios que permiten identificar los acontecimientos, situar unos en
relación con los otros y explicarlos. Tal construcción se manifiesta en la
forma de una «lógica natural» que subyace en la disposición de la mate­
ria lingüística y no lingüística. Los instrumentos con que contamos para
describir esta lógica son aún muy precarios, considerando sobre todo que
las diferencias pertinentes tienen que ver con las operaciones discursi­
vas y no con los elementos léxicos definidos en superficie.
Seguidamente me limitaré a dar dos ejemplos que ilustran el géne­
ro de problemas que se plantean en el estudio de esta «lógica». Se trata
de ejemplos aislados, pero que tienen una significación particular res­
pecto de nuestra estratificación de clases. El primero me permitirá in­
troducir la cuestión de los conectores discursivos; el segundo, el proble­
ma de las operaciones intertextuales. Por medio de ambos ejemplos,
espero poder avanzar un poco más en la descripción ya iniciada de los
dos tipos de semanarios.

Dos puntos, varias operaciones

En el fragmento de corpus reproducido en el cuadro 2 pudimos compro­


bar, en tres ocasiones, el empleo de los dos puntos (:) a saber, en los títu­
los (1), (2) y (3). Los dos puntos reaparecen en el título (10) del cuadro 3.
En cambio, no los encontramos ni una sola vez en los títulos del sema­
nario popular. Ahora bien, esta distribución no se debe en modo alguno
al azar: una exploración de la muestra prueba que se trata de un proce­
dimiento muy frecuente en los semanarios burgueses y casi inexistente
en los semanarios populares. Habiendo hecho esta comprobación en un
momento dado de la investigación, me pregunté a qué podía deberse.
Traté de ver si ese detalle, aparentemente insignificante, podía tener
alguna importancia. Y llegué a la conclusión de que las operaciones se­
mánticas que, en los semanarios burgueses, están a cargo de los dos
puntos tienen cierta relación con propiedades muy generales de esas re­
vistas.
Es fácil comprobar que los dos puntos pueden ser la huella, en su­
perficie, de operaciones por completo diferentes. Sin pretender caracte­
rizar todas estas operaciones, es sin embargo útil distinguir algunas de
ellas.
Ante todo señalemos que los dos puntos aparecen en el título que yo
le he puesto al presente capítulo: «Ideología y comunicación de masas (:)
sobre la constitución del discurso burgués en la prensa semanal». Pare­
ce evidente que quise, por una parte, caracterizar cierto campo de fenó­
menos, para identificar luego un aspecto o un problema específico den­
tro de ese campo. Hay una operación lógica que se parece a la relación
género! diferencia específica, algo que, por lo demás, es aproximada­
mente equivalente a la relación título de sección!subtituló, en los me­
dios de comunicación en general. Podemos reforzar esta interpretación
mediante dos observaciones: es verdad que, en cierto momento de la
evolución del lenguaje de los semanarios, se utilizaron los dos puntos
como procedimiento sistemático después de todos los títulos de las sub-
secciones internas. Por ejemplo: Empresas: cuarenta años después;
Universidad: la federación o la muerte; Ensayos: todo se vuelve ideolo­
gía; Fútbol: como antes, más que antes, etc. (Pp, 27-5-69). Tal parece ser
el caso del título (2) (Sindicatos: entre Onganía y Perón) y también del
título (10) (Gobierno: la estrategia de la aproximación indirecta). Por
otra parte (segunda observación) se pueden agregar los dos puntos en
todos los casos en los que hay relación entre título y subtítulo, sin pro­
vocar grandes modificaciones. Por ejemplo:

(7) EL PAÍS
Las fronteras de la paciencia

(7’) EL PAÍS:
Las fronteras de la paciencia

(15) Cocaína
Importante detención en Salta

(15’) Cocaína:
Importante detención en Salta

Igualmente, se podrían eliminar los dos puntos del título de mi artícu­


lo y disponer las dos partes en la forma habitual de la relación título/sub­
título. En todos esos casos, los dos puntos parecen hacerse cargo de una re­
lación conjunto/subconjunto o género/diferencia específica, relación que
también puede producirse mediante otros procedimientos, por ejemplo, el
orden y la diferencia de tamaño de las letras, en el caso del dispositivo tí­
tulo/subtítulo. El empleo de los dos puntos señala pues aquí la diferencia
de nivel entre el conjunto y el subconjunto (a veces de manera redundan­
te, como ocurre cuando se utilizan al mismo tiempo la disposición título-
/subtítulo y los dos puntos), puesto que esta relación contiene un operador
de pertenecía (X) del subconjunto al conjunto, del miembro a la clase.
Mi hipótesis es que este primer uso es el más «clásico» y el menos inte­
resante. Hasta diría que los medios de comunicación masiva, partiendo de
este procedimiento general y muy conocido, llegan a constituir operaciones
enteramente diferentes con el empleo de los dos puntos** al «simular» que
los utilizan de este modo, producen operaciones de una naturaleza por com­
pleto diferente. El simple hecho de emplear los dos puntos dentro de un
mismo títiilo en portada marca ya una diferencia respecto del orden jerár­
quico título/subtítulo, puesto que en ese caso ya no se trata, salvo por ana­
logía, de ese género de orden. En realidad, y si nos atenemos por el momen­
to a nuestro corpus inicial, los títulos (1) y (3) ya nos plantean un problema:

(1) Argentina: la hora del miedo


(3) Crimen político: ¿y ahora qué?

En efecto, no queda claro en absoluto que «la hora del miedo» esté
en una relación de pertenencia (en el sentido definido antes) con «Ar­
gentina»; en todo caso, se trata, evidentemente, de una interpretación
un poco forzada. Podría parafrasearse (1) en la forma:

(1’) La hora del miedo en la Argentina

lo cual muestra claramente que la operación que toman a su cargo


los dos puntos en (1) implica un elemento localizador, es decir que se la
puede representar como una forma aspectual.
La dificultad para aplicar la interpretación «clásica» de los dos puntos
se hace todavía más visible en (3), donde el vínculo entre el antes y el des­
pués de los dos puntos no puede reducirse a una relación de pertenencia.
El título (2) es particularmente interesante. Con la apariencia de
una relación género/diferencia específica (debido al hecho que «sindica­
tos» es un título de sección), los dos puntos constituyen una suerte de
marca de un elemento verbal ausente. En efecto,

(2) Sindicatos: entre Onganía y Perón

puede muy bien parafrasearse como:

(20 Los sindicatos [¿están atrapados?! entre Onganía y Perón


[¿se hallan acorralados?]

Hay casos en que los dos puntos, lejos de traducir una relación de per­
tenencia (lo que supone que los términos asociados por medio de los dos
puntos se encuentran en niveles lógicos diferentes) son simplemente la se­
ñal de una operación de identidad o de equivalencia. Tomemos un ejemplo:

(18) Catecismo holandés: la piedra del escándalo (Pp, 27-6-69)

Parecería que (18) bien puede parafrasearse como:

(18’) El catecismo holandés es la piedra del escándalo


donde se traduce el funcionamiento de los dos puntos como relación
de equivalencia: «El catecismo holandés = la piedra del escándalo».

Consideremos ahora el título siguiente:

(19) Psicología: ¿Dónde estás, salud? (Pp, 27-6-69)

Extremando el análisis podría decirse que (19) constituye un víncu­


lo que podría interpretarse como diálogo, es decir, uno podría llegar a

95
pensar que la psicología misma plantea la pregunta, que la psicología
misma habla. Vemos entonces que, de pronto, el empleo de los dos puntos
en los títulos se asemeja al procedimiento empleado en la redacción de
obras de teatro, en las cuales las palabras de cada personaje están prece­
didas por el nombre de este y los dos puntos. Los dos puntos parecen
transformarse en (19) en los dos puntos de la cita, del «discurso directo».
Aquí estamos ante otro empleo muy clásico de los dos puntos, es de­
cir, como marca dialógica, como presentación de las palabras de al­
guien. Y así llegamos al problema de la enunciación. Me parece eviden­
te que los dos puntos, en su condición de conector interdiscursivo,
, dependen por completo de una teoría de la enunciación. Esto puede re­
sultar claro cuando sirven para separar dos niveles de discurso, como
ocurre en el caso de la cita, pero en realidad esto es así en todas las si­
tuaciones en que se usan los dos puntos. En el tema que nos concierne,
podemos decir que la teoría que necesitamos para explicar de una ma­
nera satisfactoria la diferencia ente los dos tipos de semanarios (B y P)
consiste, en última instancia, en responder a esta pregunta: ¿Quién ha­
bla en los semanarios? Lógicamente no podemos hacerlo, dentro de los
límites de este capítulo, pero los dos puntos, como huella que deja en la
superficie un conjunto extremadamente complejo de operaciones inter­
discursivas, tal vez nos permitan comenzar a dar algunos pasos en la
dirección de una respuesta.
Ante todo, digamos que el problema de la cita es crucial en los me­
dios de comunicación: una de las funciones constantes del discurso me-
k diático, entendido como información social, es precisamente recoger las
palabras de otros. Como vemos, aquí entramos una vez más en el uni­
verso ideológico de las representaciones sociales: el «periodista», la «in­
formación», la «actualidad», los medios de comunicación masiva como
lugar de «descripción objetiva» de los acontecimientos sociales, etc. Aho­
ra bien, la manera en que el productor del discurso de prensa en su con­
junto se sitúe, por un lado, en relación con el lector y, por el otro, en re­
lación con los otros (las «figuras sociales») que «cita», constituye una de
las dimensiones críticas que permiten diferenciar los semanarios popu­
lares de los semanarios burgueses. Aunque no podamos justificar aquí
esta afirmación, hay que tener en cuenta que todas las diferencias de
que hablamos hasta el momento, en última instancia, remiten a siste­
mas diferentes de modulación del discurso de prensa y, por lo tanto, a
una teoría del enunciador y de las huellas que deja en el discurso.
Volvamos ahora a los dos puntos. Ya hemos señalado que se trata de
una huella compleja, que puede hacerse cargo de operaciones muy dife­
rentes. En primer lugar, el hecho de que los semanarios populares casi
no los utilicen en los títulos es ya una indicación muy significativa: en

96
realidad, el discurso de las revistas semanales populares se hace cargo
de las citas de una manera extremadamente precisa: a) casi nunca en
los títulos mismos. Cuando el título encierra una cita, esta aparece ne­
tamente marcada, la mayoría de las veces entre comillas. Este recurso
en cambio es poco frecuente en los títulos de los semanarios burgueses;
b) En el texto de las notas, a menudo aparecen citas en discurso direc­
to, ya sea entre comillas, ya sea en caracteres más destacados, ya sea
(con la mayor frecuencia) en la forma clásica utilizada en las novelas
para marcar el diálogo: las palabras de los personajes en párrafo apar­
te, precedidas de la marca («_»).12 El entorno discursivo de estas citas
está constituido por el discurso del semanario mismo, un discurso li­
neal, cronológico, descriptivo.
En los semanarios burgueses, la relación enunciador/enunciación/cita
es mucho más ambigua, lo cual significa (en un nivel por completo in­
tuitivo) que en esos semanarios nunca se sabe muy bien quién habla en
un momento dado. Por otra parte, las revistas semanales del tipo B em­
plean habitualmente el discurso indirecto.Tomaremos sólo un ejemplo
que corresponde precisamente al empleo de los dos puntos. Se trata de
textos utilizados como epígrafes de las imágenes.
Una observación preliminar. Hay una diferencia cuantitativa que es
ya muy importante: los semanarios P son publicaciones «fotográficas»,
los semanarios B utilizan mucho menos la imagen. Además, el encuadre
(y aquí utilizamos el término en el sentido técnico que se le da en la fo­
tografía y el cine) es radicalmente diferente en un caso y en otro: en el
90% de los casos, los semanarios burgueses reproducen fotografías de
primer plano o medio cuerpo y hasta de primerísimo plano. En otras pa­
labras, la mayor parte de las imágenes de las revistas semanales bur­
guesas son rostros. En los semanarios populares, el encuadre va desde
el plano de conjunto al plano medio.13
En los semanarios populares, los epígrafes tienen con la imagen
una relación comparable a la que ya señalamos en la relación título/i­
magen de tapa: redundancia en el nivel de la identificación. Dicho de

12. Esta marca aparece, sin embargo, en el fragmento del texto reproducido
luego y que corresponde al semanario burgués, lo cual demuestra hasta que
punto hay que ser precavido al hacer generalizaciones. En este sentido, es nece­
sario puntualizar dos observaciones: a) esta marca se emplea en los semanarios
burgueses para señalar el paso al discurso directo, pero no se trata de un proce­
dimiento frecuente; b) cuando se la utiliza en los semanarios burgueses, no es
para delimitar mejor las fronteras entre el enunciador, la enunciación y la cita,
como ocurre en los semanarios populares, sino por el contrario, para asumir el
modelo literario de la ficción. Volveremos sobre este punto.
13. Sobre esta nomenclatura, véase, por ejemplo, Wynn, (1964), pp. 216-217.

\ 97
otro modo, el epígrafe sólo describe en palabras lo que ya se puede ver
en la imagen, «respalda» a esta última en el plano de las identificacio­
nes: nombres de los personajes, momento en que fue tomada la fotogra­
fía, etc. Los epígrafes de los semanarios burgueses son por completo di­
ferentes y aquí es donde desempeñan su papel los dos puntos.
Para ilustrar la diferencia, tomaremos primeramente un ejemplo de
nuestro corpus del caso Vandor.

Semanario popular
Fotografía: Plano de conjunto en la calle, ante una casa.
Se ven unas veinte personas, entre ellas algunos policías. Los des­
trozos en la casa son evidentes. Sobre la calzada se ven trozos de made­
ra y de paredes.
Epígrafe: «Efectivos de la policía, reunidos ante la puerta de la sede
sindical, organizan la guardia del local. Numerosos curiosos observan
la escena».(20)

Semanario burgués
Fotografía: Plano de medio cuerpo de un hombre con sobretodo que
camina. Hay otras personas delante y detrás de él. En el fondo pueden
verse flores.
Epígrafe: «Imaz entra al velorio: no».(21)

Se advierte la naturaleza particular de este último epígrafe, donde


podemos reconocer una de las maneras más frecuentes de comentar las
imágenes en los semanarios burgueses. El m&del* parecer ser el de la
cita: hay un identificador, el nombre propio (en este caso particular, era
el del ministro del Interior) y luego los dos puntos. ¿Quién es el enun­
ciador del «no»? Veamos ahora otros ejemplos, más «puros» en cuanto
que delante de los dos puntos sólo aparece el nombre propio (la imagen
es siempre el plano de medio cuerpo de una persona):

(22) Presidente Novello: comunicación (Pp, 14-3-67)

(23) Khider: lógica de la violencia (.Pp, 14-3-67)

(24) Juracy Magalhaes: puente y cambio (Pa, 8-7-69)

(25) Molinari: las heridas (Pp, 27-5-69)

El cénjunto de estes ejemplos basta para dar una idea del espacio de
juego que construye el semanario para mantener en la ambivalencia la

98
relación compleja enunciador/enunciación/cita. La combinatoria [foto
(rostro) + nombre propio + dos puntos] da la fuerte impresión de que es­
tos últimos se emplean como un modo de introducir una cita. Sin em­
bargo, no hay citas en el sentido propio del término.
Para aclarar cada caso, nos remitiremos al texto de la nota a la que
corresponden la imagen y su epígrafe, para verificar la relación que es­
tablecen los dos puntos. En el caso (21), son otros personajes quienes le
dicen «no» al ministro del Interior; en realidad, se le negó la entrada al
velorio. En (22), se trata del presidente de una asociación musical y el
término «comunicación» fue tomado de sus propias palabras, citadas en
el texto; se trata pues de un caso muy próximo al discurso directo. En
(23) el semanario mismo evalúa la posición de Khider en el marco de la
política argelina. La expresión (»lógica de la violencia») no forma parte
en absoluto de las palabras del personaje en cuestión. En el texto co­
rrespondiente a (24) Juracy Magalhaes no ha dicho nada que sea repro­
ducido en el texto; se trata del resumen de la apreciación sobre el papel
que desempeña Magalhaes en la política brasileña, hecha por un deter­
minado grupo. Por último, en (25), la conexión establecida por los dos
puntos entre el nombre y las «heridas» tiene que ver con un episodio
histórico en el cual participaron ciertos personajes (que aparecen en
otras fotografías), y la persona nombrada fue herida durante los acon­
tecimientos de que se habla en la nota.
Quedan claras pues la extraordinaria flexibilidad de este procedi­
miento y la variedad de operaciones que pueden señalar los dos puntos
en superficie (en realidad, hay muchas otras variantes). Lo decisivo es
que el semanario burgués pasa de una operación a otra y todas son in­
dicadas con la misma marca (a veces, en la misma página). De modo que
la sola lectura del epígrafe de la fotografía o del título no permite saber,
en cada caso, de qué operación se trata. Además, a veces, el texto mismo
de la nota no basta para identificar la operación: en última instancia,
esta permanece pues intrínsecamente indeterminada. En otro trabajo
espero mostrar que el empleo de los conectores en el texto de las notas
de los semanarios burgueses reproduce perfectamente esta oscilación
que se da dentro de un campo de operaciones muy diferentes unas de
otras y a veces hasta contradictorias, pero que sin embargo aparecen to­
das marcadas en superficie por un mismo conector. Esta oscilación en el
nivel de los conectores discursivos de superficie está por entero ausen­
te de las revistas semanales populares.
Una última observación: este mismo espacio operatorio que hemos
descripto parcialmente, constituido por un conjunto heterogéneo de
operaciones, puede construirse con otras marcas de superficie, diferen­
tes de los dos puntos. Ya hemos señalado que, respecto del modelo «clá­

99
sico» de la relación género/diferencia específica, era posible obtener el
mismo efecto jugando con el vínculo título/subtítulo, sin necesidad de
emplear los dos puntos. Ahora bien, esta última marca (título/subtítulo)
puede muy bien hacerse cargo del conjunto de operaciones que acaba­
mos de describir respecto de los dos puntos, lo que, por lo demás, pare­
ce ser el caso de los semanarios de actualidad franceses.

Las operaciones intertextuales:


a propósito de un efecto de reconocimiento

En ocasión de nuestro primer análisis sobre el caso Rosendo García, pres­


tamos quizá demasiada atención a las diferencias léxicas, por ejemplo, al
empleo de lo que llamamos el «operador terrorismo» en los semanarios
burgueses (Verón, 1969). Luego pudimos comprobar que esa palabra, en
su condición de unidad léxica, puede también aparecer en un tipo de se­
manario como en el otro. Y así como encontramos en el encuadre del se-
manario popular la expresión «asesinato político» para clasificar el aten­
tado contra Rosendo García (véase supra el título 17), hallamos ahora la
expresión «crimen político» del lado de los semanarios burgueses y esta
diferencia no parece llevamos muy lejos. Es pues evidente que las ten­
dencias diferenciales que pueden establecerse en el nivel léxico no consti­
tuyen un fenómeno pertinente para nuestro análisis. Las diferencias es­
tadísticas en el plano del vocabulario nos parecen (al menos en lo que se
refiere al discurso de la prensa) bastante inestables y cambiantes. En
cambio, en el nivel de las operaciones que actúan sobre el material léxico
se pueden hallar diferencias muy estables y sistemáticas entre los dos ti­
pos de semanarios y sobre un período de tiempo bastante prolongado.
Ahora bien, estas operaciones, como ya dijimos, corresponden en últi­
ma instancia a una teoría de la enunciación que aún no ha sido elabora­
da. El problema es tanto más complejo por cuanto el enunciador cuyo mo­
delo nos interesa no es un productor de enunciados sino un productor de
discursos, En otras palabras, estas operaciones son siempre discursivas.
La operación de encuadre del discurso, de la que hablamos en los
apartados anteriores, es discursiva no sólo porque emplea operadores
como los dos puntos y establece relaciones anafóricas, y por consiguien­
te relaciones interfrásicas, sino también en el sentido de que la consti­
tución de las relaciones enunciador/enunciación/cita es un proceso tem­
poral que supone la lectura. La constitución de esas relaciones, iniciada
en el título, se transforma progresivamente, a través de los vínculos tí­
tulo-texto, texto-imagen, imagen-epígrafe y también, naturalmente, a
lo largo del texto mismo. Queda pues claro que los elementos que remi­

100
ten a múltiples contenidos de la materia significante forman parte de la
«trama» a través de la cual s^producen discursivamente las relaciones
enunciador/enunciación/cita!(jbdo esto muestra claramente hasta qué
punto el análisis de los fenómenos anafóricos es un aspecto esencial de
la modalización del discurso por parte del enunciador. El hecho de que
la modalización sea un proceso temporal que finalmente remite al pro­
ceso de recepción del texto, a la lectura, es de extrema importancia; con
todo, por el momento no contamos con ningún instrumento de análisis
que nos permita dar cuenta de ese proceso.
Hemos procurado describir, dentro de la operación de encuadre, di­
ferencias entre los dos tipos de semanarios asociadas a la constitución
discursiva del enunciador y de sus relaciones con su propia enunciación
y con los discursos de los otros: referencia anafórica sin identificación
en un caso, referencia con identificación en el otro; presencia y ausen­
cia, respectivamente, del conector (:) en superficie, conector que remite
a operaciones muy diferentes cuyo empleo sistemático y simultáneo en
los semanarios burgueses tiende precisamente a «desdibujar» los lími­
tes enunciador/enunciación/cita. Al ser discursivas, estas diferencias en
el encuadre deben analizarse a su vez a la luz de las propiedades del
texto así enmarcado. Por supuesto, no podemos desarrollar aquí un
análisis detallado del texto de las notas. Sin embargo, es útil señalar, en
un nivel puramente intuitivo, una diferencia importante relativa al mo­
do en que el enunciador se hace cargo de la narración. En el cuadro 4 se
reproducen dos fragmentos (ISs primeros párrafos del texto de las notas
del semanario popular y de uno de los semanarios burgueses (Pp) que
forman parte del corpus sobre el caso Vandor.
Es fácil comprobar que el discurso del semanario popular es en reali­
dad muy semejante al de los diarios: la descripción es un «informe» sobre
los hechos; el enunciador, al definirse como «periodista» (al igual que en
muchos discursos que corresponden a la categoría social de «la informa­
ción») nunca supera los límites establecidos por la tarea (de la que existe
una representación social) que consiste en ir al lugar de los acontecimien­
tos, observar, interrogar a los testigos, hacer un balance. Por lo demás,
también resulta claro que, en el texto del semanario burgués, se puede
comprobar hasta qué punto el enunciador toma el lugar típico del nove­
lista y construye una narración a partir de un enfoque que, aparentemen­
te, no parecería aceptable fuera de la ficción literaria: asistimos al suceso
«desde adentro», por así decirlo; se nos relatan los últimos instantes del
drama y hasta lo que vio el personaje principal poco antes de morir. En el
semanario burgués, el periodista, en su condición de mediador social se
borra, en tanto que en el semanario popular se lo tematiza de manera
permanente y desde el comienzo mismo de la narración.

101
Cuadro 4

Tipo B Tipo P

(26) -Hola, Vandor, ¿qué dice? (27) Faltaba poco para la hora del
-Hola, Cafierito. almuerzo. De pronto, los teléfonos
-Lo ando buscando a Miguel Gaz- de las redacciones se agitaron. So­
zera. ¿Está por ahí? naron sin solución de continuidad.
-No, aquí no. «Señor, hablo del barrio de Parque
-¿Cómo se prepara para mañana, Patricios, he escuchado una tre­
Vandor? Todo saldrá bien, ¿no? menda explosión ¿qué ha ocurri­
-¿Usted cree, Cafierito? do?» Después, a modo de violento
Eran los once y media pasadas, aperitivo la pregunta que conmo­
el lunes 30 de junio. A. V. colgó el cionó al país, «¿Es cierto que ha
teléfono luego de este breve diálo­ muerto Augusto Vandor?» Veinte
go con el economista Antonio Ca­ minutos después de producido el
ñero, uno de sus allegados. [...] acontecimiento, decenas de perio­
-Che, voy a ver qué cornos pasa. distas y muchos policías y bombe­
Sólo alcanzó a ver a dos intrusos ros se hallaban frente al edificio
que dispararon contra él; Vandor de la Unión Obrera Metalúrgica,
quedó tendido en el pasillo [...]. ubicado en la calle Rioja 1945.

En los dos tipos de semanarios se advierten dos maneras diferen­


tes de remitirse a otros discursos sociales tomados, si puede decirse
así, como «modelos»: en B, el relato literario; en P, el discurso infor­
mativo producido típicamente por otros medios, como los diarios o los
noticiarios de televisión. Lo cual hace comprensible que, en el primer
caso, encontremos ciertas operaciones de enunciación que caracteri­
zan precisamente el texto de ficción, mientras que en el segundo ha­
llamos la tematización explícita de la institución de los medios de co­
municación masiva en general y de los periodistas en particular,
como mediadores entre los sucesos y los consumidores de la informa­
ción. Es decir, para dar cuenta de ciertas propiedades de estos textos
es necesario remitirlos a otros textos. Los discursos sociales se code-
terminan.14

14. Nos introducimos aquí en una problemática que supera ampliamente


los límites de este capítulo y a la cual tenemos la intención de referirnos en otra
parte. En todo caso, no pretendemos analizar aquí los textos reproducidos en el
cuadro4, sino solamente dar la oportunidad al lector de tener una impresión in­
tuitiva de su naturaleza.

102
Procuraré precisar un poco más esta última observación, cuyas con­
secuencias metodológicas me parecen muy importantes. Para hacerlo,
retomaré la cuestión del encuadre de los títulos.
En efecto, hay un procedimiento de construcción de los títulos que
es típico de los semanarios burgueses y que hasta el momento no encon­
tramos en los semanarios populares. El cuadro 5 reproduce cierta can­
tidad de títulos extraídos de semanarios del tipo B. También incluimos
algunos de Le Nouvel Observateur.
El procedimiento está muy claro. El título se construye sobre la ba­
se de una denominación preexistente, ya conocida dentro de cierto «es­
pacio cultural». De modo que lo que encontramos es uno de los procedi­
mientos de producción de las denominaciones sin identificaicón que ya
mencionamos antes. La repetición de una denominación preexistente
puede ser literal, como en (30) y (35): se reproduce, sin ningún cambio,
el título de una famosa serie de la televisión (30) o el de un filme italia­
no (35). En este caso, el efecto se reduce pues al juego de aplicar esta de­
nominación a un objeto que en principio le es ajeno (por ejemplo, el Par­
lamento). No obstante, las más de las veces, la repetición de la
denominación, ya constituida y reconocible en la cultura, implica pe­
queñas alteraciones. La operación intertextual puede permanecer den­
tro de los límites de un mismo campo semántico: el cine (32), la política
(33),15 o bien puede implicar una transferencia entre campos semánti­
cos heterogéneos: del cine a la política (37), del teatro a la política (34),
de la música a la actualidad cultural (29) (se trataba de una exposición
de máquinas de escritorio), de la literatura al cine (38), etc. Hay que
destacar que, a veces, se trata de una transferencia extremadamente
sutil o, en otras palabras, que su «comprensión» supone que el lector
movilice una cultura muy rica, que «despierte» recuerdos muy precisos.
Tal es el caso del ejemplo (31): la denominación original es literaria
(una novela titulada El incendio y las vísperas). Se ha reemplazado
pues la palabra «incendio» por «proyecto». Pero hay que saber que el
«proyecto» tiene que ver con la construcción de un edificio (el del Jockey
Club) que fue incendiado por los partidarios de Perón en la década de
1950.

15. El título (33) contiene una referencia directa a una expresión famosa
durante el gobierno peronista («Mañana es San Perón») para referirse al 17 de
octubre, que en aquella época era una fiesta nacional. En el título, la expresión
se transfiere (irónicamente) al Partido Radical y a su líder principal, Ricardo
B albín, feroz antiperonista.

103
\
Cuadro 5. Ejemplos de títulos internos (tipo B)

(28) Protesta a la italiana (An, 15-6-71)

(29) La consagración de la máquina (An, 6-5-


69)

(30) Parlamento
La caldera del diablo {Pp, 27-4-65)

(31) Jockey Club


El proyecto y las vísperas (Pp, 27-4-65)

(32) Cine
El director que quería vivir (Pp, 30-11-65)

(33) Radicales
Mañana es San Balbín (Pp, 30-11-65)

(34) Israel
¿Quién le teme a Ben Gurion? (C, 30-9-65)

(35) Universidad
Los niños nos miran (Pp, 3-11-70)

(36) Juegos Olímpicos


El viejo y la nieve (N. Obs, 31-1-72)

(37) Dictadura
La bella y las bestias (N. Obs, 10-7-72)

(38) Cine
Rojo y negro (N. O b s 1-11-71)

(39) Televisión
La muerte color de rosa (N. Obs., 4-10-71)

¿Qué significación tiene tal procedimiento en el contexto de los se­


manarios burgueses (y, sobre todo, en comparación con su completa au­
sencia en los semanarios populares)? En el transcurso de la investiga­
ción el modo como se formule este tipo de hipótesis es decisivo. Porque

104
la descripción literal en el nivel de la superficie discursiva no nos ase­
gura haber identificado el efecto de sentido dentro de un discurso. Si
nos limitamos a describir cierto procedimiento en sus detalles específi­
cos, su eventual desaparición ulterior del tipo de discurso que uno está
analizando plantearía un problema: el discurso ¿cambió? (teniendo en
cuenta además que el que nos ocupa no es el único procedimiento utili­
zado para construir los títulos de los semanarios B). Evidentemente, se
trata del bien conocido problema del nivel de la descripción y de las po­
sibilidades de generalización. Si logramos formular hipótesis sobre el
efecto de sentido en un nivel más profundo y, por consiguiente, identifi­
car constantes subyacentes, podremos pues reconocer el mismo efecto de
sentido detrás de operaciones diferentes en superficie. El procedimiento
que estamos examinando, por ejemplo, actualmente se emplea cada vez
menos. En realidad, hubo (al menos en la Argentina) un período en el
que su empleo estuvo al borde de la saturación (la época «clásica» de
constitución del discurso del tipo B, alrededor de 1966); por lo tanto fue
necesario apelar a otros mecanismos de construcción de los títulos. Lo
cual no quiere decir que se haya abandonado cierto efecto de sentido: se
puede considerar la posibilidad de que hoy se obtenga el mismo efecto
mediante otras operaciones.
Hay que reconocer que esta referencia a un efecto de sentido que co­
rresponde a operaciones semánticas profundas es extremadamente im­
preciso. Con todo, me parece crucial resistir a la tentación de abandonar
este género de enfoque por el simple hecho de que en el momento actual
no podamos hablar claramente de él, puesto que las consecuencias meto­
dológicas, en el plano de la estrategia de la investigación, son decisivas.
Vuelvo por un instante a la posibilidad de un análisis retórico, del que ya
hablé. Ante títulos como los del cuadro 5, uno podría considerar útil em­
barcarse en una descripción «poética» o «retórica», identificando las figu­
ras, los tropos, contenidos en ellos. Ahora bien, en mi opinión, un enfoque
«literario» del discurso de prensa nos llevaría por caminos equivocados.
Por una parte, porque una vez identificados los procedimientos emplea­
dos, estaríamos todavía en el punto de partida en cuanto a las razones de
su presencia en el discurso que es el objeto de análisis. Por otra parte, por­
que, naturalmente, hay una gran diversidad de procedimientos que apa­
recen en los títulos de los semanarios y parece difícil que determinados
usos específicos estén en relación con nuestro eje de pertinencia, es decir
con la fragmentación de clase en el nivel del consumo.
En cuanto a la operación intertextual ilustrada por los títulos del
cuadro 5, me parece que se imponen algunas observaciones que sólo tie­
nen el valor de hipótesis de trabajo, en el seno de un tipo de investiga­
ción que apenas está en sus comienzos. (

105
a) Ante todo, esos títulos son reconocibles por ser denominaciones
que contienen huellas de otras denominaciones preexistentes. Lo cual
nos autoriza a hablar de una operación intertextual.
b) La repetición de la denominación preexistente puede hacerse con
o sin alteraciones. En el primer caso, las transformaciones nunca supe­
ran cierto umbral que permite identificar la denominación original.
c) A menudo se hace visible cierta «motivación» en el nivel de la sus­
tancia semántica que puede adquirir diversos valores (ironía, juego de
palabras, sarcasmo, etc.). Al mismo tiempo, hay una clara relación con
el contenido del texto cuya denominación transformada constituye el tí­
tulo. Haciendo esa salvedad, este aspecto «literario» me parece relativa­
mente improcedente para captar la constancia del procedimiento. Uno
podría extenderse en una descripción (le los aspectos «motivados» de los
títulos: evidentemente (37) es peyorativo respecto de los militares (bra­
sileños) de los que hablaba la nota; (30) es claramente irónico en su re­
ferencia al Parlamento, etc. En todo caso, en ese nivel, cada título es di­
ferente de todos los demás. En ciertas ocasiones, por el contrario, esa
motivación no resulta visible, lo que significa que el procedimiento mis­
mo, en ese nivel de superficie, se reduce a un efecto literario puramente
formal que se debe al simple vínculo establecido entre las dos denomina­
ciones (una denominación «original» ya conocida y una denominación
transformada).
d) La condición del conocimiento previo de la denominación original
nos acerca, en cambio, a un aspecto decisivo: se trata de un efecto de
sentido que podríamos llamar déjá lu. El título es por sí mismo un lla­
mado a los recuerdos culturales del lector, su funcionamiento estriba en
la hipótesis de un saber que comparten el productor y el consumidor del
texto. Sobre esta base, el título llega a encerrar la novedad (la «actuali­
dad») en el molde de un efecto de reconocimiento. La presentación de un
suceso que es, por definición, nuevo dentro del tiempo histórico de que
se trata (la semana, aun cuando no sea necesariamente desconocido, co­
mo ya lo hicimos notar a propósito de la naturaleza «metalingüística»
de los semanarios) se hace de modo tal que asocia la novedad a un efec­
to de evocación. Este efecto de evocación o de reconocimiento correspon­
de pues a un universo cultural en relación con el cual el título instaura
una «complicidad» entre productor y lector.
e) El efecto de reconocimiento que, en mi opinión, constituye uno
de los aspectos esenciales de todo efecto ideológico, consigue pues pro­
ducir un resultado doble: de inclusión o participación en ese universo
cultural (la «complicidad») y de exclusión de aquellos que no poseen el
conocimiento previo necesario para poder identificar la denominación
original.

106
f) Sin embargo, sería muy fácil reducir lo esencial de esta operación
al hecho que acabamos de señalar, es decir al conocimiento efectiva­
mente necesario para la identificación (lo cual nos llevaría a hacer cier­
tas consideraciones sobre el «nivel de educación» del lector). Este aspec­
to objetivo me parece relativamente secundario. Porque llevada al
extremo, la operación de la que hablamos llega a superar sus propias
condiciones: una vez establecida como procedimiento sistemático en el
interior de este tipo de discurso, es decir, una vez que se logró inculcar
cierto aprendizaje en el lector (y, por consiguiente, el hábito de una «ex­
pectativa») ya ni siquiera es necesario que exista, efectivamente, una de­
nominación original de la que el título constituye una transformación.
El título «tiene la apariencia» de ser una transformación de «de algo ya
conocido», aun cuando en realidad no lo sea. Con todo, el efecto de reco­
nocimiento queda asegurado. Como bien se ve, el resultado es paradóji­
co: como lector me digo: «Debe de haber una película, un libro o algo, que
yo he olvidado, de donde sacaron el título». A partir del aprendizaje, el
trabajo ideológico de una identificación que satisface a cierta cultura ya
puede hacerse solo, sobre la base de un reconocimiento por entero ima­
ginario.
g) Por otra parte, ese proceso intertextual que remite a una denomi­
nación anterior corresponde, en mi opinión, a mecanismos muy impor­
tantes de unificación ideológica: son elementos intertextuales que cons­
tituyen la red cognitiva de cierto espacio cultural. Evidentemente,
tocamos aquí un aspecto central de las operaciones discursivas, el de los
elementos intertextuales que producen una cultura de clase como uni­
verso relativamente cerrado y a la vez relativamente integrado.
Dicho esto, queda claro asimismo que distamos mucho de poder des­
cribir esas redes con un mínimo de precisión. Pues no basta con mostrar
que tal dimensión existe y que está vinculada a efectos ideológicos: so­
bre todo habrá que comenzar a explorar la naturaleza específica de las
relaciones así instauradas, más allá de su «función» general. En conse-ú'
cuencia, el trabajo por hacer es al menos doble: por un lado, hay que de-|
terminar las operaciones subyacentes partiendo de las huellas que de-1
jan en la superficie (ya que la huella es, en el caso particular que
discutimos, un sistema de reenvíos entre superficies discursivas), pero,
por otro lado, hay que establecer el vínculo entre las operaciones subya­
centes y las relaciones semánticas primitivas (preconstruidas) que ta­
les operaciones suponen. Lo cual equivale a decir que, si hay un efecto
de reconocimiento dentro del discurso de los semanarios burgueses que
analizamos, no se trata del reconocimiento de cualquier cosa, sino, muy
probablemente, de un reconocimiento relativo a «paquetes» de relacio­
nes semánticas profundas que será necesario postular.
El análisis que acabamos de presentar sólo abordó un fragmento del
corpus: hemos trabajado con el encuadre del discurso y con algunos pro­
cedimientos epigráficos utilizados para comentar las imágenes. Los
fragmentos de texto reproducidos sólo apuntaban a transmitir una in­
tuición global destinada a enriquecer el estudio, hecho aquí con un po­
co más de detalle, de las operaciones de encuadre. Aun en este plano ex­
tremadamente parcial, hemos esbozado -pasando de nuestro corpus a
una muestra más amplia- un comienzo de descripción general de dos ti-
/pos de semanarios: porunlado, referencia sin identificación en los títu­
los, apoyada en una anáfora relativa a la imagen; relación argumenta­
tiva texto/ imagen; estructuración muy articulada del tiempo semanal;
constitución de campos operatorios que permiten una oscilación entre
operaciones muy heterogéneas, pero señaladas en la superficie por una
misma huella; construcción de algunas de las denominaciones sin iden­
tificación mediante una operación intertextual que produce un efecto
de reconocimiento. Por otro lado, referencia identificatoria; relación de
doble referencia (redundancia) en el vínculo texto/imagen; tiempo se­
manal poco articulado y atomizado, sin un orden de jerarquía entre los
acontecimientos; ausencia de campos operatorios y de denominaciones
que produzcan efectos de reconocimiento (como los que pudimos identi­
ficar en el otro tipo de revista). Estos comienzos de descripción distan
mucho todavía de constituir conjuntos orgánicos de resultados que nos
permitan sacar conclusiones sistemáticas. Sobre todo, he querido ilus­
trar una estrategia de investigación sobre la relación discurso/ideolo­
gía, estrategia que corresponde a su vez a cierta teoría sobre la relación
lingüística/sociología (Verón, 1973).
Para terminar, quisiera señalar un aspecto que mencioné al comien­
zo y que me propongo desarrollar luego. Se trata del papel que les co­
rresponde a las consideraciones extratextuales referentes al contexto
económico y político en el que han sido producidos los textos estudiados.
En efecto si, en el largoplazo, tenemos oportunidad de construir un mo­
delo general del sistema de diferencias entre los semanarios B y P, se
tratará de un modelo asociado a una situación histórica precisa, que
manifiesta dos aspectos. Por una parte, ciertas propiedades del discur­
so de tipo B son, por así decirlo, «internacionales»: caracterizan a este
tipo de semanario en muchos países y ante todo en los países «centra­
les». Según mi hipótesis, estamos aquí ante un tipo de discurso que
acompaña la evolución de las clases burguesas a partir de cierto nivel
del desarrollo industrial. Por otra parte, en la década de 1960, comenzó
a constituirse en América latina un discurso burgués, comparable en

108
parte al de los países centrales, pero que al mismo tipo posee «inflexio­
nes» particulares, en la medida en se produce en un contexto económico
y político radicalmente diferente. La aparición, en los países dependien­
tes, de este tipo de discurso coincide con el momento en que la burgue­
sía industrial local se adapta a las nuevas condiciones de la dominación
imperialista en la región: el paso a la industrialización obligada y por lo
tanto a la internacionalización del mercado interno. De modo que la que
nos interesa no es cualquier burguesía -la que se habla a sí misma y le
habla a la clase obrera en la prensa semanal- y por esa razón que ele­
gimos un período preciso, 1960-1970. Se trata de una burguesía que, en
el momento mismo en que procura instaurar esa doble relación (consi­
go misma y con la clase explotada) ha perdido ya toda esperanza de
orientar el desarrollo económico y, a través de él, el aparato político, una
burguesía cuyo mito mismo (evocado en varias oportunidades en mu­
chos proyectos políticos), en la década de 1960 está ya en pleno proceso
de disolución.
(1975)

Referencias bibliográficas

Ducrot, O. 1966. La description sémantique des énoncés frangais et la


notion de présupposition, L’Homme, 8(1).
. 1970. «Peu» et «un peu», Cahiers de lexicologie, 16 (1).
Verón, E. 1969. Ideología y comunicación de masas: la semantización de
la violencia política, en E. Verón (comp.), Lenguaje y comunicación
social. Buenos Aires, Nueva Visión.
Verón, E. 1973. Linguistique et sociologie: vers une «logique naturelle
des mondes sociaux», Communications 20. París, Seuil.
Wynn, Michel. 1964. Le cinéma et ses techniques, París, Editions Tech-
niques Européennes.

109
6
Folies-Bergére

El discurso del diccionario es interesante en varios aspectos, pues da


forma, como suele decirse, a un «estado de la lengua». Pero, este estado
de la lengua, que se expresa en el diccionario de una manera fragmen­
tada, es decir, léxica, constituye al mismo tiempo la manifestación con­
junta de una pluralidad de tiempos históricos diferentes: probablemen­
te más que cualquier otro discurso, el del diccionario exige un enfoque
«arqueológico». En él podrían identificarse las aproximaciones, las di­
gresiones, las prohibiciones que conformaron la historia de las condicio­
nes de empleo de las «palabras». Porque sería ingenuo creer que esta
red léxica que se pone de manifiesto en el discurso del diccionario obe­
dece sencillamente a las leyes de la «lengua», concebida como institu­
ción cerrada y autónoma. Por el contrario: el diccionario está hecho del
mismo tejido que todos los demás discursos sociales que atraviesan el
espacio social y el tiempo histórico, el tejido de lo ideológico. Es más: es­
te último tal vez se manifiesta en el diccionario aun más claramente
que en otros discursos.
Tratemos pues de ir más allá de la intención instrumental del dic­
cionario, que siempre logra darle un carácter inocente, a fin de leer en
él el trabajo social que, por debajo de las «palabras», construye la «rea­
lidad» de las cosas. En este caso, el de la locura.
El «estilo» de un discurso (dicho de otro modo, el conjunto de «ama­
neramientos» que define socialmente su género y fundamenta así la
percepción de su legitimidad) debe presentársenos como el primer nivel
donde puede captarse este trabajo de lo ideológico, puesto que allí se
manifiesta como el aspecto evidente de un modo de funcionamiento. En
el diccionario nos encontramos, ante todo, con ese metalenguaje curio­
so de las abreviaturas, destinado a ordenar, hacer derivar, oponer, re­
mitir, clasificar, distinguir, subordinar, comparar, una especie de arma­
zón fundamental de su discurso: V.,vulg., loe. adv., por anton., por ext.,

111
fig., despect., a n t, sin., fig., fam., p oét ., etc. Máquina semántica conside­
rable, que merecería sin duda en sí misma un estudio más profundo, es­
ta armazón muestra cómo opera el trabajo de construcción del tejido se­
mántico que sostiene la actividad del lenguaje. Cada uno de estos
signos remite a un conjunto de operaciones que definen el «mapa» de los
recorridos «normalizados» del tejido léxico; deslizamientos, detenciones,
bifurcaciones, barreras. Mediante ese alarde de tecnicismo que lo ase­
meja al esoterismo de los códigos cifrados, este metalenguaje revela su
parentesco con todos los discursos legislantes : con la apariencia de un
conjunto de operaciones que pretenden mostrar una actividad de des­
cripción, lo que hace es decretar la ley de las palabras. No es mi inten­
ción desarrollar aquí un análisis de este funcionamiento. De todos mo­
dos, quisiera señalar algunas marcas presentes en este metalenguaje y
darles la jerarquía de síntomas (en el sentido más inmediato y más pru­
dente del término, al menos por el momento, es decir, como elementos
que remiten a operaciones que existen fuera del discurso en el cual apa­
recen tales marcas).
Precisamente, lo que origina estas notas es un síntoma de esta índo­
le. Fui a ver en el diccionario Robert (Grand) lo que allí se decía de la
palabra folie (locura). Al final del largo artículo dedicado a esta palabra,
se lee:
ANT. - Equilibrio* salud* Buen sentido, juicio, razón, cordura. Me­
lancolía, tristeza.

Me interesó el uso que allí se hacía de los signos de puntuación, co­


ma y punto. Lo menos que puede decirse del punto (.) es que marca una
detención semántica o, si se quiere, que establece una distancia , por
otra parte muy difícil de medir^Ahora bien, en ese breve fragmento al­
go del empleo del punto (dos ocasiones) me chocó. Tuve la impresión de
que la distancia definida por el segundo punto (el que separa «cordura»
de «melancolía») era mucho mayor que la marcada por el primero. A
grandes rasgos, las dos apariciones del punto designaban, dentro del
campo semántico, antónimos de «locura», tres zonas que, por lo demás,
son fácilmente identificables, en relación con las articulaciones del con­
junto del artículo dedicado a esta palabra. La primera zona, compuesta
por dos términos («equilibrio» y «salud») remiten al sentido ne 1, es de­
cir, la locura entendida como «perturbación mental». La connotación
médica está pues muy clara en la palabra «salud», mientras que «equi­
librio» se corresponde con otra expresión asociada a ese sentido nfl 1:
«desequilibrio (mental)». La segunda zona incluye cuatro términos:
«buen sentido», «juicio», «razón», «cordura». Esta zona cubre, por antoni-
mia, todos los demás sentidos enumerados en el artículo de Robert (2 a

112
5), salvo precisamente el último (6). Este es el que primero me dio la im­
presión de ser un síntoma y a él remitía la última zona antinómica:
«melancolía», «tristeza». Precisamente este último sentido de la palabra
«locura» se refiere a «alegría». Y así se presenta el sexto sentido en el
Robert:

//6aAlegría viva, un poco extravagante. V. fantasía (cit. 39), alegría',


y también retozón, alocado. Cantar (cit. 20) al amor y a la locura. Se re­
presenta a la locura con los rasgos de una «mujer alegre con un cetro y
cascabeles» (.Littré.) - Por ext. Acción o palabra alegre, despreocupada,
libertina... Decir, hacer mil locuras.
[...]
- Especial, y antic. Escrito gracioso, caricatura, broma.
- Danza, obra musical. Les folies d’Espagne: antigua danza españo­
la. Les folies frangaises de Couperin.

Este sentido nc 6 me pareció claramente separado, apartado, del


conjunto de los demás sentidos de la palabra «locura»: ninguna deriva­
ción que lo explique. La presencia del término «extravagante» (que en el
Robert intervenía en dos de los otros sentidos, el 3 y el 4) no me parecía
un vínculo suficiente y además pude verificar fácilmente que no era ne­
cesario. He aquí, en efecto, cómo presenta el Grand Larousse este senti­
do ns 6 del Robert:
8. Antic. Acción, palabra de alegría muy viva, muy libre, un poco ex­
cesiva: Decir locuras. Hacer mil locuras.
El posible «exceso» no era pues necesariamente extravagante. Esto
confirmaba a mis ojos el aislamiento relativo de ese sentido nfl 6 del Ro­
bert. El mismo aislamiento que surgía de la enumeración de los antóni­
mos: en mi opinión, todos los demás términos (equilibrio, salud, buen
sentido, juicio, razón, cordura) podían reunirse en un mismo conjunto
de relaciones. En cambio, me pareció evidente que «melancolía» y «tris­
teza» no pertenecían a ese conjunto. Y, sin embargo, son palabras que in­
dudablemente están en relación con dicho conjunto, por cuanto esos tér­
minos remiten, por antonimia, a la misma palabra a la que remiten los
términos que componen el conjunto en cuestión. Y esto es lo que, para
mí, «planteaba un problema». Este problema podía expresarse de varias
maneras diferentes. Por ejemplo, ¿cómo explicar que el concepto de «lo­
cura» remita a algo alegre? Inversamente, ¿cómo interpretar la declara­
ción implícita, en este nivel léxico, según la cual la salud, el buen senti­
do, la cordura, la razón y el equilibrio, son de algún modo tristes'?
Esta declaración inscripta, por así decirlo, en el reverso de un pe­
queño fragmento del tejido léxico, me pareció un síntoma: la normali­

113
dad es triste. Al tratar de examinar más atentamente la cuestión, creí
percibir toda la verdad de la locura: las puntas de esta idea surgían,
aquí y allá, a través del discurso del diccionario, pues esta verdad apa­
recía, como en todas partes, sometida al rechazo, a la condensación y al
desplazamiento.

Recurrí a tres fuentes: el (Grand) Robert, el (Grand) Larousse y el


Larousse ilustrado en tres volúmenes. Por más que esta muestra pueda
parecer arbitraria e incompleta (y lo admito de buena gana), lo que de
ella se desprende merece ya estos comentarios e incluso continuar am­
pliando la indagación. El cuadro adjunto resume lo esencial de las tres
fuentes. Llegado el caso, agregaré otros fragmentos no reproducidos en
él. Aquí ordené los sentidos de la palabra «locura» en diez clases que,
salvo algunas excepciones, se registran en las tres fuentes, aun cuando
alguna de estas ofrezca su propia clasificación, levemente diferentes de
las otras dos.

Robert Larousse Larousse ilustrado

// 1° Perturbación mental; 1. Locura Estado del que está loco;


desorden, extravío del es­ 1. Perturbación mental gra­ alienación del espíritu:
píritu. V. Alienación*, Deli­ ve que abarca todos los de­ Mostrar signos de locura.
rio, Demencia, Desequili­ sórdenes patológicos del es­ El término «locura», que
brio (mental); Loco. Rem. píritu [...1 Acceso de locura. agrupa todos los desórde­
Locura «término general y Simular locura. Especial. nes mentales, es demasia­
muy vago» (Lalande) ha de­ Con un calificativo o un do general y ya no se lo em­
saparecido del vocabulario complemento, designa una plea en absoluto en el
científico, salvo «cuando un forma particular de pertur­ lenguaje médico si no es
calificativo, asociado a él, bación mental: Locura cir­ con un calificativo: locura
precisa y limita su signifi­ cular o de doble forma [...].// circular, locura puerperal,
cación a un grupo de hechos Locura (manía) de grande­ etc. (V. Neurosis, Psicosis,
clínicos» (A. Porot, Manual za. [...] Persecución, etcétera).
de Psiquiatría, P.U.F.). Véa­
se infra. V. Enfermedad
(mental), Neurosis, Psico­
sis, Vesania (antic.); y tam­
bién Manía, Fobia, Zoantro-
pía, etc. ■
—Acceso de locura,
ataque de locura (véase, At-
tendre, cit. 114). Su com­
portamiento denota locura.
Simular locura; locura si­
mulada. Se decía que el elé­
boro curaba la locura. Lo-

114
cura incurable. Fam. Tiene
vena de loco. V. Chifladura,
locura leve, locura furiosa
(v. Frenesí, Furor). Las di­
vagaciones, las alucinacio­
nes de la locura.

H 2° Carácter de quien esca­ 2. Carácter del que escapa


pa al control de la razón. V. al control de la razón, del
Irracional. La locura de las . buen sentido. [...]
pasiones, de la imagina­
ción...
(...)
Absol. Lo irracional [...] Es­
pecial. V. Imaginación, ins­
piración.
-Teolog. Crist. La locura, el
escándalo de la Cruz.

ii 3° Por exager. Falta de jui­ 5. Acción, conducta, pala­ Acción o palabra extrava­
cio; ausencia de razón. V. bra, completamente irracio­ gante, carente de razón: Es
Sinrazón, extravagancia, nal o que puede parecerlo. una locura querer hacer so­
insania (...) Es una locura [...] Es una locum (seguido lo el ascenso a la montaña.
querer..: es tonto, absurdo... del infinit.), no tiene nin­
[...]. V. Ceguera, Inconscien­ gún sentido, es irrazonable,
cia. [...] absurdo... [...]
// 4° Idea, palabra, acción
irrazonable, extravagante.
V. Absurdo, Rareza, Extra­
vagancia. Esta- idea es una
locura.

4o Especial. Tiene la locura // 4. Por extens. (de pasión Inclinación excesiva, de­
de, una de sus locuras es. V. violenta) gusto excesivo, de­ sordenada; manía, pasión:
Capricho, capricho, fanta­ sordenado o exclusivo por Tener locura por las anti­
sía, excentricidad, manía, algo: Tener la locura de los güedades.
chifladura cuadros. [...]

4o - Locuras de juventud V. 6. Desvío de la conducta: Desvío de la conducta: Lo­


Cabezonada, Desvío (de la Hacer locuras. Locuras de curas de juventud.
conducta). juventud. {...]

// 5° Pasión violenta, irracio­ 3. Pasión violenta, incontro­


nal y, por extens., la pasión lable. [...]
opuesta a la razón. V. Amor,
Pasión [...]

4° - Especial. Hacer locuras // 7. Gasto exorbitante: Ha­ Gasto irracional, excesivo:


con el cuerpo, hablando de bría hecho cualquier locura Hacer locuras por una
una mujer que se libra a to­ por obtenerlo (Monther- amante.
do tipo de desórdenes. lant).
(ACAD.)

115
Especialm. Gasto excesivo.
V. Gasto, Disipación. Usted
ha cometido una locura,
una verdadera locura, al í
hacernos este regalo.
«El bueno de La Baudraye,
a quien se le atribuía haber
hecho una locura, financie­
ramente hablando, hizo
pues un excelente negocio
casándose con su mujer.»
Balzac, Cousine Bette,
Oeuv.,T. VI, 451.

4Q- Por extens. (en los s. xvii 2. Locura [...] s. f. (var. dia- Casa de recreo o de diver­
y xvm) Rica casa de recreo: lect. de feuillée (V. esta pa­ sión, situada en las afueras
«Hay muchas casas que el labra); 1690, Furetiere, en del París de antaño.
público ha bautizado con el el sentido 1; sentido 2, Acto, declaración de una
nombre de Folie (locura), 1878, Larousse). 1. Nombre alegría viva, divertida,
cuando alguien ha hecho un dado, sobre todo en el s. aunque un poco excesiva.
gasto mayor del que podía xvm a una casa de recreo si­
permitirse o cuando ha tuada en las afueras de Pa­
construido de manera extra­ rís y destinada, en general,
vagante» (Furetiere) [...} a citas galantes: [...] 2.
- Actualmente se llama fo­ Nombre dado a ciertos tea­
lies (locuras) a ciertos tea­ tros: Folies-Bergére.
tros, music-halls. Antic. Acción, palabra de
Alegría viva, un poco extra­ una alegría muy viva, muy
vagante [...] libre, un poco excesiva. [..,]

5a Despect. V, celo, excita­ folies s. f. pl. (1907, Larousse) folies s. f. pl. Nombre que se
ción. Petra en celo (en folie). Nombre que se le da común­ da comúnmente al celo* de
mente al celo en la perra. la perra.

Algunas observaciones sobre el cuadro.


Ante todo señalemos lo que podríamos llamar el núcleo del campo
semántico que nos ocupa: el sentido nQ1 del Robert, que también apare­
ce en primer lugar en los otros dos casos. Se trata de la locura entendi­
da como perturbación mental. El Robert y el Larousse ilustrado hacen la
salvedad de que se trata de un término «muy impreciso» y que, en con­
secuencia, «ha desaparecido del vocabulario científico», detalle que el
Larousse pasa por alto.
Un subnúcleo, obtenido por abstracción, a partir de la noción de es­
tado de locura, es decir, la cualidad de lo que escapa al control de la ra­
zón, aparece en el Robert (sentido nü2) y el Larousse, pero no fue teni­
da en cuenta por el Larousse ilustrado. De ello se desprende otra
diferencia: el Robert hace derivar, por exageración, la noción de falta de

116
juicio o ausencia de razón (sentido n23, bastante difícil de distinguir del
sentido nfl 2) y ejemplifica esta acepción con expresiones del tipo: «es
una locura (seguido de infinitivo)...», expresiones que las otras dos fuen­
tes emplean para ilustrar acciones o palabras irrazonables o extrava­
gantes (lo cual, para el Robert, es un sentido na 4, diferente).
El sentido de «locura» como manía o capricho, que para el Robert es
un caso especial del sentido n2 4, aparece en el Larousse como resulta­
do, por extensión, del sentido «pasión violenta». En cambio, para el Ro­
bert este último es un sentido nfl 5, diferente.
El sentido de «locura» como «gasto excesivo» es en el Robert un caso
especial del sentido na 4, mientras que en el Larousse aparece como un
sentido autónomo (es decir, no derivado de la noción que hace interve­
nir las conductas o las palabras).
Es fácil comprobar que el sentido de «locura» que primero me llamó
la atención («alegría viva») en ninguno de los tres casos se hace derivar
de algún otro sentido. En las tres fuentes se presenta como un sentido
separado.
Y hay otras dos diferencias. El sentido de «locuras», en plural, como
«el celo en la perra», se presenta en los dos Larousse como una acepción
perfectamente diferenciada de los demás sentidos: en ambos casos, el
término aparece fuera del cuerpo del texto dedicado al término «locu­
ra». En el Robert, en cambio, se presenta como connotación despectiva,
a partir del sentido n2 5, es decir, «pasión violenta».
Finalmente, en lo que se refiere al sentido de «locura» (folie) como
«rica casa de recreo», el Robert y el Larousse lo explican de dos maneras
diferentes, Para el Robert, este sentido se obtiene por extensión del sen­
tido «gasto excesivo». Se diría pues que el nombre de «Folies» (locuras)
se aplica a esas casas como consecuencias de que estas se exhibían co­
mo resultado de un gasto «extravagante». El Larousse señala una eti­
mología por completo diferente. Primero, para este diccionario, ese sen­
tido no pertenece al campo semántico de «Locura», entendida como
perturbación mental, ni de otros sentidos asociados. El Larousse pre­
senta, en efecto, dos entradas: «1. Locura» y «2. Locura». El sentido «ca­
sa de recreo» es el primero de esta segunda entrada y hay otro para de­
signar precisamente el nombre aplicado a ciertos teatros, como el
«Folies-Bergére». Además, el Larousse presenta el término que designa
una casa de recreo como derivado de la palabra feuillée (enramada) y,
por lo tanto, como una palabra por completo diferente de «1. Locura».

Como puede verse, cuando se trata de la aplicación de ciertas reglas


de superficie relativas al ordenamiento del material léxico, los dicciona­
rios no siempre están de acuerdo. Y hasta llegan a situar un mismo sen­

117
tido en posiciones netamente diferentes. Y, sin embargo, como veremos
luego, obedecen a las mismas leyes y hasta son complementarios, cuan­
do la cuestión tiene que ver con las condiciones ideológicas de su engen­
dramiento como discurso.

Observemos el asunto con más detenimiento.


En primer lugar, el funcionamiento de lo que he llamado el núcleo:
«locura» entendida como «perturbación mental» y sus derivaciones. He
parece que este núcleo se halla sometido a una economía cualitativa, so­
bre la cual se inserta una economía cuantitativa destinada a producir
las derivaciones.
En el núcleo, encontramos el corazón mismo del mecanismo social
de represión-estigmatiz ación-reclusión cuya historia trazó brillante­
mente Michel Foucault. El núcleo está constituido en primer término
según un modelo cualitativo: la distancia entre el «normal» y el «loco» es
infranqueable. La locura es un estado que define la condición misma del
sujeto en cuanto sujeto. (Digamos al pasar que, desde el punto de vista
de la economía del lenguaje, la duda respecto del carácter «demasiado
vago» y «general» del término es inadmisible: la existencia de especies
de locura la confirma como género). Con esto se establece un modelo
cuantitativo, capaz de legitimar los empleos derivados. Condición pre­
via, expresada sobre todo en el Robert definir la locura como cualidad,
como «carácter de quien escapa al control de la razón», lo cual permite
atribuirle ciertas cosas (ideas, palabras, conductas), sin suponer un jui­
cio global respecto del sujeto (ese juicio global es el que funda el funciona­
miento cualitativo, es decir, la designación de alguien como «loco»). Ha­
biéndose establecido esta cualidad, pueden hacerse derivar otros
sentidos. Por exageración, para atribuirle a la locura conductas, ideas, pa­
labras que no lo son stricto sensu («Es una locura...»). Por extensión, como
en el caso de la locura entendida como pasión, opuesta a la razón. Despec­
tivamente, como, según el Robert, en el caso del «celo de la perra».
A través de este modelo cuantitativo que, aplicado al modelo cuali­
tativo, produce derivaciones, el valor asociado al término puede cam­
biar de signo. La locura como estado sólo puede evaluarse de manera
negativa: enfermedad, perturbación, desorden, alienación. En los em­
pleos obtenidos por derivación, el valor negativo puede o bien atenuar­
se sensiblemente («Usted ha cometido una locura al hacernos este rega­
lo»), o bien transformarse en lo contrario, es decir, hacerse positivo: la
locura como pasión puede llegar a lo sublime; la locura como lo irracional
puede remitir a la imaginación o la inspiración. «Sabiduría infinita y lo­

118
cura de la religión», dijo Pascal: todos sabemos muy bien que, en relación
con los locos, este tipo de expresión no es más que un juego de palabras.
Ahora bien, en el funcionamiento de este núcleo no hay ni una hue­
lla, ni una sombra, de esas verdades sobre la locura que la cultura occi­
dental aprendió dolorosamente a partir del psicoanálisis. Este discurso
del diccionario, ¿es pues inocente? ¿Describe sencillamente las reglas
formales que determinan la organización de la materia léxica, materia
que se ofrecería así al trabajo de todas las teorías posibles sobre la locu­
ra, pero respecto de las cuales el diccionario se mantendría al margen,
limitándose a explicamos cómo se emplean las palabras?
Y, sin embargo, en el discurso del diccionario hay algo que puede
identificarse como síntoma. Resulta así que tal discurso sólo tiene la
inocencia de lo reprimido.
Ciertamente, la sexualidad y el funcionamiento capitalista, el deseo
del sujeto y la represión social, en suma, el núcleo de la locura, no apa­
recía en el núcleo léxico del diccionario. Aquel núcleo fue evacuado de
este. A la sexualidad sólo se hace referencia una vez en el núcleo (senti­
do nfi 1, únicamente en el Robert) y precisamente en relación con una es­
pecie de locura: «Locura erótica (antic.V. Erotomanta, erotismo, perver­
sión (sexual)». Lo cual indica claramente que la sexualidad no le
concierne al género. Pero aparecen algunos fragmentos de la verdad,
desplazados hacia las zonas exteriores del tejido léxico.
Ante todo, en relación con el sentido na6 del Robert, el de la locura
entendida como «alegría viva», ese sentido que reconocimos como neta­
mente separado de todos los demás. Este síntoma es particularmente
notable, pues la noción de «alegría viva, un poco extravagante», aparen­
temente no tiene ninguna relación con la sexualidad. El discurso del
diccionario mismo, en efecto, no manifiesta ninguna asociación de tal
índole. Pero la cuestión asoma en las citas. En otras palabras, si bien la
locura entendida como alegría viva hace alarde en sí misma de su ino­
cencia, no se podría decir que la elección de los ejemplos que ilustran es­
te empleo se deba al azar:

«Ella m e dice m il locuras sobre los placeres que usted tiene».


Sev., 4 3 8 (en Littré)

«M e encontré a solas con m i am ante; dijim os m il locuras, pero, desgraciada­


m ente, no hicimos nada».
R ic h e le t (en Littré)

Poco importa que este tipo de lapsus corresponda al Robert o al Lit­


tré. Obsérvese que, en el interior del lapsus, lo reprimido persiste: por­

119
que se dijeron mil locuras, pero no se hicieron. En todo caso, está claro
que en esta locura alegre, se trata de sexualidad, se trata de placer.
Y eso no es todo porque en las citas ga parle. Observemos los «senti­
dos especiales», que fueron cuidadosamente ubicados en apartados par­
ticulares. Leo en el Robert:

Hacer una locura, locuras. V. TONTERÍA, SANDEZ [...] Locuras de


juventud. V.CABEZONADA, DESVÍO (de la conducta), CALAVERADA,
TRAVESURA, INCONVENIENCIA [...]

Pero, nuevamente, es el ejemplo de empleo lo que nos da la clave.


Hay dos y son los siguientes:

«si se dice que la mayor de todas las locuras es casarse, no veo nada más
conveniente que cometer esta locura, en la estación donde nos volvemos
más cuerdos».
Mol., Mar. for., 1 (Véase también AMORÍO, cit. 1)

«Hay una cantidad de tonterías que el hombre sólo hace por pereza y una
cantidad de locuras que la mujer hace por ociosidad».
Hugo, de ma vie, Tas de pierres, VI.

Lo que hay que destacar, sobre todo, es que estas citas acompañan
justamente sentidos de la palabra «locura» que están muy lejos del nú­
cleo y que, según la explicación que da el diccionario mismo, no provo­
can en absoluto asociaciones con la sexualidad.
Observemos ahora el texto inmediatamente posterior al fragmento
que acabamos de citar (siempre en el Robert):

-Especial. Hacer locuras con el cuerpo, al hablar de una mujer que


se libra a todo tipo de desórdenes (ACAD).
-Especial. Gasto excesivo. V. GASTO, DISIPACIÓN. Usted ha come­
tido una locura, una verdadera locura, al hacernos este regalo.

Podríamos extendernos largamente sobre lo que se esboza en estos


ejemplos. Me limitaré a señalar: 1) la asociación de «locura» (ya «sexua-
lizada») con la mujer antes que con el hombre; 2) la figura retórica reto­
mada por el discurso del diccionario (pues no se trata de una cita): «to­
do tipo de desórdenes», cuando precisamente se trata de uno solo.
También habría mucho que decir en relación con este empleo del cuan-
tificador («todo») que abarca así un conjunto de una clase para llegar a
incluir lo que no se puede nombrar, y 3) el paso inmediato de la objeti­

120
vación del cuerpo («hacer locuras con el cuerpo») al sentido económico
de locura como «gasto excesivo».
Este último sentido merece que nos detengamos un instante, por­
que aquí se nos está hablando de dinero. La locura, ¿tendrá alguna re­
lación con lo económico? Insistencia del discurso: aquí encontramos la
misma estructura que aparecía en el caso del término locura entendido
como «alegría viva». En sí mismo, el sentido no parece contener ningún
vínculo específico con la sexualidad. El ejemplo propuesto por el diccio­
nario es de una absoluta inocencia: Usted ha cometido una locura, una
verdadera locura, al hacernos este regalo. Ahora bien, la contigüidad en­
tre estos dos sentidos que se presentan como diferentes, como disyun-
tos, separados por la marca metalingüística (Especial.) repetida, trai­
ciona el vínculo que los subtiende: el mismo modelo preside la
regulación del dinero y la regulación de la sexualidad. Bastaría evocar
figuras literarias ya establecidas como: «Vendía su cuerpo». Pero ni si­
quiera es necesario: una vez más, la cita habla por sí misma. He aquí la
que, en el Robert, acompaña el sentido de «locura» como gasto excesivo:

«El bueno de La Baudraye, a quien se le atribuía haber hecho una locura, fi­
nancieramente hablando, hizo pues un excelente negocio casándose con su
mujer».
B a l z ., Muse du département, Oeuv. t. IV, p. 57.

Y el ejemplo, flagrante, que presenta el Larousse para ilustrar este


mismo sentido:

Hacer locuras por una amante.

Como vemos, lo que se descubre condensado detrás del rito monóto­


no de los ejemplos del «buen empleo» de las palabras es el conjunto lo­
cura-economía-sexualidad.
Y esto no es todo. Ahora llegamos a la cuestión de la acepción de fo­
lie (locura) como «casa de recreo». El Robert da precisamente este senti­
do de «locura» como derivado, por extensión, del sentido económico del
que acabamos de hablar. La cita de Furetiere subraya esta interpreta­
ción (véase el cuadro) al igual que el texto dado como ejemplo de uso:

«El lujo que en otras épocas desplegaban los señores en sus pequeñas
casas, atestiguado por tantos restos magníficos de esas folies que tan bien
justificaban su nombre».
Balz., Cousine Bette, Oeuv. t. VI, p. 451.

121
Conforme ya lo hemos señalado, a pesar de que evoca a la misma
autoridad (Furetiere), el Larousse da una versión muy distinta: este
empleo sería el resultado de una variación del término feuillée (enra­
mada). Ahora bien, precisamente en el Larousse, es decir donde se sepa­
ró cuidadosamente este sentido del núcleo de «locura» (si la interpreta­
ción del Larousse es correcta, se trataría simplemente de otra palabra),
aparece la verdad de la que el Robert no decía absolutamente nada:

«casa de recreo situada en las afueras de París y destinada, en gene­


ral, a citas galantes [...]».

Dejo aquí una lectura sintomática que podría prolongarse mucho


más allá de estos comentarios. (Por ejemplo, respecto de ese sentido,
despectivo en el Robert, bien separado del núcleo en los dos Larousse,
relativo al celo de la perra...).1

En la calle Richer de París se construyó en el año 1867 un teatro


de variedades. Se llamaba: Café du sommier élastique. Como se ve, se
trataba más bien de estar acostado. Aquello no funcionó. Después que
un tal Sari lo comprara y transformara, un grupo de intelectuales tra­
tó de recuperarlo para la cultura, como se suele decir, con el horrible
nombre de Concert de Paris. Pero, retornando al género frívolo que ha­
bía sido su inspiración original, el teatro fue bautizado con el nombre,
que luego se hizo célebre, de Folies-Bergére. Volvamos a consultar el
diccionario:

Berger, bergére [pastor] (bergier en el siglo x i i , del lat. pop. berbica-


nius; cías, berbex, vervex. V. Brevis //1. el que cuida de las ovejas.

Bergére. s. f. (de berger, xviil). Sillón ancho y profundo cuyo asien­


to está provisto de un cojín. Las bergéres son asientos de bordes pla­
nos y brazos no ahuecados; bergére en gondole: con el respaldo redon­
deado. Bergére en confessionnal: provista de apoya cabeza. Una
bergére Louis XV.

1. Aquí se plantea el problema de saber cuáles son los aspectos específicos


propios del francés, en el síndrome que hemos evocado. El comportamiento de
la familia mad, madness en inglés, por ejemplo, parece ser muy diferente del de
folie.

122
Esto es lo que dice el Robert. En cuanto al Larousse'.

Bergére s.f. [...] 2. Sillón amplio con el respaldo relleno, propicio pa­
ra las conversaciones íntimas...

Teniendo en cuenta el antecedente del «colchón elástico», me inclino


a pensar que aquella bergére no era precisamente la que cuida los cor­
deros. Para decirlo de otro modo, al tratarse de una bergére útil para
sentarse, es posible leer otro lapsus, esta vez expresado en un registro
bien diferente de aquel del diccionario, y tal vez con la brutalidad pro­
pia de la cultura llamada «popular»: en resumidas cuentas, la locura re­
mite a una historia de nalgas.
Lo cual no debe impedirnos recordar la moraleja que también encie­
rra la alusión al célebre teatro que responde a ese nombre: si nuestra
sociedad industrial intenta hacernos creer, a través del poder del dine­
ro, que el sexo, puesto en la categoría de mercancía disfrazada de espec­
táculo, es algo alegre, declara su saber en el seno mismo de la ignoran­
cia supuestamente inocente del diccionario. En tales condiciones, la
normalidad es ciertamente algo muy triste.
(1977)

Referencias bibliográficas

Robert, Dictionnaire alphabetique et analogique de la langue frangaise.


París, Société du Nouveau Littré, 6 volúmenes.
Grand Larousse de la langue frangaise. París, Librairie Larousse, 6 vo­
lúmenes.
Larousse trois volumes en couleurs. París, Librairie Larousse.
El espacio de la sospecha

Superficies discursivas: producción y reconocimiento

El análisis de los discursos se sitúa en las distancias interdiscursivas;


cuando se trata de abordar conjuntos textuales, el objetivo es la identi­
ficación de las economías discursivas: la especificidad de una economía
discursiva sólo puede expresarse como diferencia de funcionamiento en
relación con otras economías. El análisis de los discursos es pues, siem­
pre y necesariamente, intertextual.
Damos al análisis de las superficies discursivas una forma operato­
ria. Una superficie discursiva es una red de relaciones representadas
por marcas. La descripción trata esas marcas como huellas de operacio­
nes discursivas. Los testimonios de las huellas pueden ser:

a) marcas lingüísticas, es decir, unidades que serían pertinentes


en un análisis puramente lingüístico;
b) unidades más amplias, compuestas por «paquetes» de lo que, pa­
ra un lingüista, serían marcas;
c) unidades significantes no homogéneas que contienen a la vez
marcas lingüísticas y marcas no lingüísticas (por ejemplo, en el
discurso de la prensa, una imagen y el texto que la acompaña,
considerados como una unidad).

El análisis de los discursos puede situarse en dos posiciones que no


deben confundirse: o bien en producción, o bien en reconocimiento, con
respecto a un conjunto discursivo dado. El análisis de los aspectos ideo­
lógicos de un discurso es el análisis del sistema de relaciones entre el
discurso y sus condiciones de producción (se sitúa pues en producción)
en tanto que el análisis del poder de un discurso concierne a las relacio­
nes de este con sus «efectos» (se sitúa en reconocimiento). Insistimos en
destacar que, cuando se aborda un discurso o un conjunto de discursos
dado, su producción y su reconocimiento constituyen dos problemáticas
vinculadas entre sí pero diferentes y que partiendo de la gramática de
producción de un discurso no se puede inferir o deducir directamente su
(o sus) gramática(s) de reconocimiento.
Si se decide analizar un corpus, un conjunto de textos, y si la des­
cripción consiste en identificar las huellas de operaciones discursivas,
¿cómo se puede distinguir la producción del reconocimiento?, ¿cómo se
puede diferenciar lo que corresponde a cada una de esas dos «posicio­
nes» del análisis? Evidentemente, los criterios no se encuentran en las
superficies discursivas mismas: ante un corpus discursivo dado, lo que
permite definir cada una de esas dos posiciones es el conjunto del dispo­
sitivo del análisis. Puesto que un discurso no puede analizarse en sí
mismo, ya que analizar un discurso supone definir previamente un ni­
vel de pertinencia del análisis y como, en consecuencia, el análisis siem­
pre coloca el discurso en relación con alguna otra cosa diferente del dis­
curso mismo, queda claro que, respecto de un discurso dado, esa «otra
cosa» no será la misma en producción que en reconocimiento.
Tomemos un ejemplo que tuve la ocasión de desarrollar en otra par­
te (Verón, 1988). Entre las condiciones productivas de un discurso siem­
pre hay otros discursos: este principio, que es válido en general, resulta
tal vez particularmente evidente en el caso del discurso llamado «cien­
tífico», que es el producto de prácticas institucionalizadas de producción
de conocimientos. A fin de comprender un poco mejor las condiciones en
que surgió la lingüística contemporánea, analicé un fragmento de las
condiciones discursivas de producción del Curso de lingüística general
de Ferdinand de Saussure: dicho análisis consistió en estudiar las rela­
ciones entre ese texto y los escritos de Auguste Comte. Para estudiar los
efectos de ese texto hace falta sin embargo relacionarlo con otros textos
(los comienzos del funcionalismo fonológico, los primeros escritos del es-
tructuralismo, etc.). Para analizar el mismo texto (en este caso, el Cur­
so) hay que ponerlo en relación con discursos diferentes cuando se lo
examina en producción y cuando se lo examina en reconocimiento: uno
percibe entonces que sus «efectos» (que sólo pueden manifestarse en la
forma de otra producción discursiva) produjeron una sola de las lectu­
ras posibles definidas por sus propiedades discursivas, tales como se las
puede identificar en producción. Analizado en producción, un discurso
señala un campo de efectos posibles y no un efecto necesario e inevita­
ble: esta es otra manera de enunciar el principio según el cual el efecto
no puede inferirse directamente del análisis en producción; es otra ma­
nera de recordar que la gramática de producción y las gramáticas de re­
conocimiento nunca son idénticas.

126
I

Seguidamente, me propongo plantear algunos problemas que sur­


gen cuando uno se interesa en describir una dimensión fundamental
del funcionamiento discursivo: la ubicación en el espacio.
Nunca se insistirá lo suficiente sobre el hecho de que todo ejemplo
destinado a ilustrar un método, manipulado necesariamente de mane­
ra aislada, es en parte engañoso. En todo caso, las pocas superficies dis­
cursivas que presentaré y los comentarios que las acompañan no deben
entenderse como la exposición de una investigación, sino como un pro­
cedimiento (un poco artificial, sin duda) destinado a precisar un enfo­
que. Respecto de estas superficies discursivas, me situaré en produc­
ción, aun cuando, dado su carácter de ejemplos, las condiciones de
producción mismas permanezcan enteramente implícitas; podría decir­
se que, más bien que presentarlas, las supondremos.

Una primera unidad y su «revelador»

Si el análisis de los discursos es comparativo, si trabaja relacionando


entre sí superficies discursivas, ello se debe a que, considerando una
«unidad» discursiva cualquiera de manera aislada, resulta imposible
saber cuáles son las huellas que es pertinente identificar para llegar a
la descripción operatoria de cierta economía discursiva. Al hablar de
unidad, me refiero aquí a un fragmento discursivo cualquiera que ha si­
do, podríamos decir, «propuesto» como unidad por obra de la organiza­
ción material de los discursos sociales (una página, una tapa, un artícu­
lo, un libro, un programa de televisión, un título, etcétera).
Tomemos como ejemplo una unidad relativamente simple por el
número de sus elementos: la tapa de la revista semanal Le Nouvel Ob-
servateur del 10 al 16 de enero de 1977 (fig. 1). Es evidente que esta
unidad contiene cierto número de elementos: el nombre de la publica­
ción, dos títulos del mismo color, uno más grande y el otro más peque­
ño, y una fotografía. Por la sola copresencia en la portada, esos elemen­
tos se relacionan entre sí. Por otra parte, esos elementos tienen
también relaciones con elementos discursivos que no están presentes
en la portada: el nombre de la publicación se halla en relación metalin-
güística con el conjunto del número y esta relación probablemente no
sea la misma que la que mantienen los dos títulos y la imagen con el
resto de la revista.
Ahora bien, ¿qué relaciones describir, cómo describirlas y por qué?
¿Hace falta hacer un análisis de los «contenidos semánticos» de la ima­
gen? ¿Hay que preguntarse por qué la imagen está en blanco y negro y
los títulos en color? ¿Es necesario estudiar la especificidad de la cons-

127
tracción del título principal en relación con variantes como, por ejemplo,
«Príncipes y bribones» o «Historia de príncipes y bribones»? La lista de las
preguntas de esta índole que es posible formular respecto de cualquier
fragmento de discurso (y es fácil imaginar fragmentos mucho más com­
plejos que el de nuestro ejemplo) puede prolongarse indefinidamente. No
faltará quien diga: la lista se acortará rápidamente según el punto de vis­
ta, según el tipo de lectura que se quiera hacer. Es verdad, pero, si bien es­
te criterio es necesario, no resulta suficiente. Supongamos que nos guía
un interés por los aspectos ideológicos del discurso. Como dije antes, en
los discursos no hay un nivel, un «lugar» privilegiado, para la manifesta­
ción de lo ideológico. En mi opinión, toda hipótesis a priori responde a un
prejuicio teórico que, en el estado actual de nuestro conocimiento, sería
perjudicial para la investigación. Fuera de ciertas concepciones dudosas
del funcionamiento significante (por ejemplo, la que podría incitarnos a
buscar lo ideológico en la «sustancia del contenido»), no hay ningún prin­
cipio teórico que nos autorice a dejar de lado a priori tal o cual aspecto y
a prestar atención, en cambio, a tal otro. Y sin embargo, como ya lo hemos
dicho, no se puede describir todo.
Únicamente explorando en forma sistemática corpus constituidos
según criterios explícitos e investigando la organización de las dispari­
dades interdiscursivas que se manifiestan en ellos, podemos estar en
condiciones no sólo de responder a las preguntas que se formulen, sino,
ante todo, en condiciones de saber cuáles son las preguntas a las que
hay que responder.
Junto a la unidad que acabamos de considerar abordaremos otra,
cuyas condiciones productivas se postulan como diferentes de las de la
primera y que nos servirá como «revelador»: me refiero a las disparida­
des interdiscursivas sistemáticas que hacen visibles las propiedades
que es necesario examinar. Para satisfacer las necesidades de la discu­
sión metodológica, me limitaré aquí a enfocar el caso de dos tipos de dis­
cursos de prensa socialmente visualizados como «expresiones» de dos
ideologías muy diferentes y hasta opuestas. No evocaremos directa­
mente las variaciones sistemáticas en las condiciones de producción de
estos dos tipos de publicación (diferentes articulaciones con los grupos
que controlan la prensa y, por lo tanto, a través de ellos, con la estructu­
ra de los grupos de interés y con la estructura de los partidos políticos;
diferentes tipos de vínculos con el aparato del Estado y, por consiguien­
te, con el poder, etcétera).
Nuestro «revelador» es una portada del semanario Minute corres­
pondiente aproximadamente al mismo período (fig. 2).
El hecho de relacionar estas dos superficies textuales -una portada
de Le Nouvel Observateur [NOl y una portada de Minute- nos permite

128
ya elaborar una lista de problemas que pueden constituir el punto de
partida de una investigación. En lo que sigue comentaré algunos de
esos problemas. Identificar un problema a partir de la comparación de
dos superficies textuales implica ya iniciar una descripción.
Como se verá en seguida, no podemos limitarnos al análisis de esas
dos unidades: la condición mínima para que la descripción avance es po­
der remitirse, partiendo de cada uno de los problemas planteados, a
otras superficies textuales del mismo tipo; dicho de otro modo, es tener
acceso a una cantidad de números de los dos semanarios.
Si comparamos nuestras dos unidades de partida, podemos com­
probar inmediatamente dos cosas: ausencia de imagen en M, presen­
cia de imagen en NO, homogeneidad relativa de NO (presentación de
un solo tema), heterogeneidad de M (presentación simultánea de va­
rios temas). Si comparáramos varios números de los dos semanarios
podríamos confirmar que hay una gran probabilidad de que esas dos
diferencias constituyan disparidades-invariantes. Observemos esto
más detenidamente.
1) En NO, el empleo de imágenes en la tapa es una regla sistemáti­
ca (salvo raras excepciones, digamos, uno o dos números por año; volve­
remos sobre este punto). En la mayor parte de los casos, hay una ima­
gen en la portada; dado que, habitualmente, la portada evoca un solo
tema de la actualidad, los títulos están relacionados con la imagen pre­
sentada: hay pues relaciones imagen/texto que será necesario explorar.
En M la regla es la ausencia de imagen. En contadas excepciones (ten­
dremos ocasión de analizar un ejemplo) una imagen acompaña a uno de
los temas evocados en la portada: dado que M presenta siempre una
pluralidad de temas, en las escasas ocasiones en las que presenta ade­
más una imagen, esta aparacerá asociada a uno de los títulos y no a los
demás. De modo que ya podemos anticipar que aun cuando estemos an­
te una de las excepciones de uno u otro semanario, la combinatoria glo­
bal de la tapa, de NO es muy diferente de la de M.
Estas observaciones nos llevarán a cambiar de nivel en nuestra pro­
blemática. En el caso de NO, se tratará no de analizar las propiedades
semánticas de tal o cual imagen particular (que son, por supuesto, muy
diferentes en los detalles de un número a otro), sino de plantear interro­
gantes más generales del tipo a) función de la imagen en el discurso de
la prensa de información (a fin de tratar de evaluar tanto su empleo co­
mo su ausencia); b) modalidades de empleo de las imágenes en los se­
manarios «modernos» (en realidad, desde ese punto de vista, en Fran­
cia, NO, L’Express y Le Point son bastante parecidos; lo cual plantea
otro problema, pues se considera que esos semanarios «expresan» ideo­
logías políticas diferentes).

129
2) Hemos expresado la segunda disparidad como una oposición en­
tre la heterogeneidad semántica de M y la homogeneidad de NO. La ex­
ploración de otras superficies textuales lo confirma. En la portada, M
habla de muchas cosas a la vez; en cambio, los semanarios «modernos»
en general (y no solamente en Francia), semanarios que en otra parte
llamé «burgueses» (véase Verón, 1972: 45-70; 1975: 187-226; 1978: 69-
124), construyen sus portadas alrededor de un único tema. Eventual­
mente, puede evocarse un segundo tema en portada y, en la mayor par­
te de los casos, aparece destacado mediante una banda transversal
situada en un ángulo superior o inferior, según el caso. Podemos decir
entonces que en la portada, los semanarios «burgueses» producen una
fuerte unificación semántica del tiempo de la actualidad: tal problema,
tal acontecimiento es el elemento central de presentación de su discur­
so. Por su parte, M exhibe una notable diversidad (aun cuando, en el in­
terior de esa diversidad, pueda señalarse un dominio relativo de un te­
ma en relación con los demás).
Como vemos, las dos disparidades están estrechamente vinculadas
entre sí: NO es heterogéneo desde el punto de vista significante (hay
texto y hay imagen) y homogéneo desde el punto de vista temático; M es
homogéneo desde el punto de vista de la materia significante (hay sólo
texto), pero heterogéneo desde el punto de vista temático. En los pocos
casos en los que M incluye una imagen, ese hecho no altera en absoluto
su heterogeneidad: la imagen estará en relación con uno solo de los gru­
pos de títulos presentados en la portada. En cambio en NO, el tema y la
imagen están vinculados, lo cual refuerza la unidad del conjunto de la
portada.
Dos observaciones más acerca de estas primeras comprobaciones:
a) Las dos modalidades se encuentran con frecuencia en la prensa
de diversos países. En el caso de los semanarios burgueses, ya lo hemos
dicho: en el mundo entero, estas publicaciones se parecen mucho entre
sí en cuanto a la organización de sus tapas. La modalidad ilustrada por
M reaparece en numerosos casos que responden al menos a las dos di­
ferencias que señalamos hasta ahora. Un ejemplo es el de la fig. 3: se
trata de un semanario político de extrema derecha publicado en la Ar­
gentina en 1975.
b) Es verdad que la doble disparidad de la que hablamos, tal como
se manifiesta en NO y en M, también responde a diferencias que se re­
lacionan con una «sociología del gusto»: el contraste entre NO y M remi­
te sin duda a diferencias de «esteticismo» de los sectores de clase que
consumen respectivamente uno u otro semanario (véase Bourdieu y
Saint Martin, 1976: 5-80). Esta problemática, ¿debe tenerse en cuenta
en un análisis de lo ideológico?
Volvamos a nuestras dos superficies de partida. La homogeneidad
del NO estriba, en primera instancia, en el hecho de que el material tex­
tual de la portada remite a un único tema y aparece acompañado por
una imagen que también evoca el mismo tema (el caso Broglie). ¿Cuál
es la naturaleza de la relación entre el texto y la imagen? Aclaremos
una vez más que esta pregunta no puede hacerse únicamente en rela­
ción con la portada de NO que tomamos como punto de partida; el aná­
lisis de esta última debe hacerse a la luz de los procedimientos regula­
res empleados por NO para construir sus tapas. Al mismo tiempo, el
análisis examinará aquello que, en esos procedimientos, establece una
diferencia en relación con M. De modo que el objetivo que siempre
orienta la lectura de cada fragmento de un corpus es identificar las dis­
paridades-invariantes. Si volvimos a nuestras dos unidades iniciales,
sólo ha sido para volver a alejamos de ellas.

Imágenes de prensa

En análisis del discurso, cuando se trata de examinar composiciones


texto/imagen, nunca puede analizarse la imagen en sí misma, pues es­
ta es inseparable de los elementos lingüísticos que la acompañan, que
la comentan. Algunas de las invariantes que caracterizan la construc­
ción de las portadas de NO tienen que ver con la composición texto/ima­
gen. Esas invariantes, a su vez, sólo pueden captarse correctamente
mediante la comparación con un tipo más «clásico» de tratamiento de
las imágenes, tipo que, precisamente, desde hace algunos años está
siendo transformado radicalmente por un discurso más «moderno» de la
información. Ese modelo más clásico es el que podemos denominar la
imagen de prensa testimonial (modelo en el cual se destacaba el sema­
nario Life, por ejemplo).
La imagen de prensa testimonial tiene la jerarquía semiótica de
verdadero fragmento de lo real, su valor estriba por completo en la sin­
gularidad irreductible, única, de lo que logra mostrar: el momento justo
en que el automóvil sale de la pista, el instante del encuentro histórico
entre X e Y, la primera foto tomada al rehén después de que fuera libe­
rado, etc. Haber estado allí, haber logrado mostrar eso; he aquí lo esen­
cial. Evidentemente, ese modelo está históricamente vinculado con la
constitución del imaginario social tejido alrededor de la figura del pe­
riodista (el peligro de su oficio, la habilidad necesaria y, sobre todo, su
rol de go-between, de mediador entre la actualidad y el «público»), que
fue tomando forma a lo largo de la historia de los medios de comuni­
cación masiva modernos y que las dos guerras mundiales contribuye­

131
ron a cristalizar. En otro plano, la imagen de prensa testimonial está
estrechamente asociada a un discurso informativo que construye su
realidad (la «actualidad») como entidad netamente separada del dis­
curso mismo: lo real de la actualidad está allá, el discurso de la pren­
sa está acá; todo el valor social (y moral) de los medios consiste preci­
samente en establecer el puente, en producir la mediación que les
permite a ellos, a la gente de prensa, hablarnos a nosotros, el público,
de esa realidad. En consecuencia, la imagen testimonial es absoluta­
mente coherente con la deontología clásica de la información: los he­
chos son una cosa, las opiniones y las interpretaciones de los medios
son otra y la objetividad se mide por el mantenimiento escrupuloso de
la frontera entre unos y otras. Así como lo esencial de la ideología clá­
sica de la información se resume en la consigna «haber estado allí» pa­
ra poder contárnoslo (paradigma en el imaginario social: el periodista
en el frente de guerra), la imagen testimonial encuentra su función y
su sentido en algo que es mucho más que una simple «garantía de lo
real»: es como si, gracias a ella, también nosotros (el público) hubiéra­
mos estado allí.
Ahora bien, desde hace unos veinte o treinta años (según los paí­
ses) ese modelo clásico está siendo desconstruido completamente, de
manera lenta pero inexorable, en el seno del discurso de la información
y en los lugares mismos donde ese discurso era dominante. Ciertos as­
pectos de esa transformación son más visibles en la prensa gráfica
(particularmente en los semanarios «modernos»), otros ya se perfilan
en las informaciones de la televisión. (Probablemente la aparición de
la televisión haya ejercido su influencia en este proceso, pues el discur­
so televisual, por más que al comienzo haya seguido, en lo que a infor­
mación se refiere, el modelo clásico cristalizado desde mucho tiempo
atrás en la prensa gráfica, tal vez contenía, en potencia, ciertos ele­
mentos de dicha transformación.) Esta última, por supuesto, no puede
situarse ni «a la derecha» ni «a la izquierda»: atraviesa las ideologías
(corresponde al orden de lo ideológico, antes que al orden de las ideolo­
gías). Se trata de una transformación que, en mi opinión, responde a
cambios estructurales que resultan de la instauración de las llamadas
sociedades postindustriales. En este sentido, hasta diría que el discur­
so de la información sencillamente está encontrando su verdadera co­
rrespondencia con los modos de funcionamiento de las sociedades in­
dustriales, pero esto sin duda nos alejaría demasiado de nuestras dos
imágenes de partida. Sea como fuere, en las modalidades de construc­
ción de las portadas de NO y más específicamente en las modalidades
de tratamiento de la imagen, hallamos un pequeño fragmento de ese
proceso de transformación.

132
\

Sin pretender hacer una lista exhaustiva, podemos enumerar segui­


damente los principales modos de organización de las tapas de NO:
(1) Llamaré fondo semántico al procedimiento que probablemente
aparece con más frecuencia. La imagen ocupa la totalidad del espacio de
la portada. Ha perdido todo su peso referencial: simplemente debe evo­
car, de una manera u otra, el campo semántico designado por el texto
que la acompaña. Esta evocación se produce, por regla general, median­
te una asociación que moviliza un elemento tomado del reservorio de los
estereotipos visuales de la cultura: el maletín del ejecutivo (fig. 4); el
maestro y los alumnos en el caso de la escuela (fig. 5); la bandera de Cór­
cega para ilustrar el problema corso (fig. 6); una escena de violencia si el
tema es la violencia (fig. 7). En este caso, siempre es necesario apelar a
este estereotipo cultural de lo icónico, lo cual a menudo lleva a la reite­
ración: el equipamiento de protección contra las radiaciones para evocar
la energía nuclear y sus peligros (figs. 8 y 9).
Este procedimiento tiene algo de especular y a. la vez de circular. Es­
pecular, porque se muestra aquello de lo que se habla: en los casos lími­
te se muestra un franco para hablar del franco (fig. 10). El texto remite
a la imagen y esta al texto, en un equilibrio semántico cerradoÜ^pircular,
porque, en la medida en que la naturaleza testimonial de la imagen se
ha borrado por completo, en la medida en que la imagen se transforma
en una especie de visualización de un concepto y no en el testimonio de
un acontecimiento singular, la posible imprecisión de ciertas imágenes
queda automáticamente anulada: uno nunca se preguntará si cierta
mujer es argelina (fig. 11) o si esos soldados son efectivamente portu­
gueses (fig. 12): lo son por definición, a partir del momento en que cier­
to tema aparece asociado a cierta imagen [por razones técnicas la fig. 12
no ha podido ser incluida aquí].
La noción de fondo semántico se justifica por ese carácter abstracto
de las imágenes, extraídas con mayor o menor precisión del repertorio
de las fantasías icónicas de los medios de comunicación masiva, en el lí­
mite de lo decorativo. Es por ello que el texto puede inscribirse sobre la
imagen. Por esa misma razón nos parece que los casos decorativos pu­
ros no corresponden a otra modalidad, sino que son, por el contrario, el
caso límite de este procedimiento del fondo semántico. Sólo queda un
fondo y el vínculo semántico con el texto permanece claramente esta­
blecido: líneas que se encuentran en el infinito para evocar el futuro
(fig. 13); una imagen fotográfica que muestra, simplemente, a una mul­
titud de personas; según el encuadre efectuado por el texto, esas perso­
nas serán, por definición, los electores en general: la imagen misma está
tratada en el límite del dibujo (fig. 14).

133
(2) Una segunda modalidad de construcción de las tapas de NO se
basa en el empleo de una especie de retórica visual de los personajes.
Como ocurre con frecuencia, el discurso informativo de los semanarios
retoma aquí una materia que existe fuera de él (en los anuncios políti­
cos, por ejemplo) para trabajarla a su manera. Para cada «personalidad
pública» los medios construyen un conjunto de rasgos que, en virtud de
esa construcción, se convierten en índices de reconocimiento del perso­
naje, de su imagen. el plano del material visual, cada medio dispone
de un repertorio de «situaciones» para cada personaje, a fin de hacerlo
«actuar» según la interpretación que el medio quiere dar de una coyun­
tura relacionada con él. En consecuencia y a pesar del componente ne­
cesariamente identificador asociado a la representación visual de un
«personaje público», la imagen pierde, una vez más, su valor referencial:
no se trata de la persona X en relación con tal o cual acontecimiento sin­
gular o en tal o cual circunstancia específica. Por eso podemos hablar de
una verdadera retórica de los personajes: en el contexto de este procedi­
miento, se trata de Mitterrand, de Giscard o de Marchais (si podemos
decirlo así y aun corriendo el riesgo de caer en una paradoja) en gene­
ral, como actores de la política francesa. Por supuesto, en cada ocasión,
el texto fijará el sentido exacto de la variación correspondiente. Giscard
estará a veces preocupado (fig. 17); seguro de sí mismo en L’Express (fig.
15); dubitativo (fig. 22). En NO, Mitterrand aparecerá la mayor parte de
las veces como resuelto y haciendo-frente-a-sus-enemigos (fig. 16).
Cuando hay más de un personaje se construye una relación política (fig.
17).
Ahora bien, el problema que plantean los procedimientos retóricos
es que siempre están en superficie: las «figuras» llegan a ser fácilmente
explícitas en la gramática de reconocimiento y, por eso mismo, el efecto
de sentido puede alterarse hasta transformarse, a veces, en su contra­
rio. Un medio de salir de esta tendencia de toda retórica a desgastarse
consiste en hacer visible el código; la manipulación queda, de algún mo­
do, declarada. Es el caso del dibujo (fig. 18).
(3) En tercer lugar, están las metáforas visuales, o bien fotográficas
(fig. 19), poco frecuentes en NO, o bien gráficas (fig. 20). Aquí estamos
ante el caso más alejado posible del empleo clásico de las imágenes en
la prensa informativa. Por intermedio de una retórica que siempre de­
be ser muy simple y muy explícita en la construcción de sus figuras, la
relación especular entre texto e imagen se vuelve así total.
(4) Hay casos, menos frecuentes, en los que la ubicación espacial de
las imágenes obedece a un modelo icónico en relación con la situación
evocada por el título. De tal modo, varias imágenes separadas y bien
distanciadas unas de otras, situadas en los cuatro ángulos de la tapa, se

134
\

hacen eco del «cada cual juega su juego» del texto (fig. 21); por el contra­
rio, la imagen de Giscard literalmente «sitiada» por los cuatro persona­
jes, materializa los límites de la acción del presidente (fig. 22). Como
vemos, el juego de iconos se basa aquí en reglas metonímicas (proximi­
dad/distancia; espacio de maniobra/límites): el repertorio de estas figu­
ras es, evidentemente, pobre.
(5) Finalmente, hay casos en los las imágenes parecen estar menos
alejadas del modelo testimonial clásico: representan un acontecimiento
singular. Que este modelo se sitúa, por eso mismo, en el extremo opuesto
de lo que llamé el fondo semántico surge claramente de las diferencias
sistemáticas de tratamiento: son imágenes que obedecen a un encuadre
riguroso. En cada caso operan más bien como «ventanas» (¿pequeñas
aperturas a lo «real» de los acontecimientos?) y el resto permanece sepa­
rado de la imagen, sobre un fondo neutro (figs. 23,24 y 25). Por lo demás,
el texto no designa el acontecimiento singular mismo: presenta una si­
tuación que se abre después del acontecimiento. De modo que se va explí­
citamente más allá del acontecimiento. Volveremos sobre este punto.
Como vemos, de las cinco modalidades sólo esta última atestigua lo que
queda del modelo clásico de la foto testimonial: casi nada. En el conjunto,
la imagen -ya sea metaforizada o sometida a una retórica de los persona­
jes, ya sea estetizada como fondo u organizada en el espacio discursivo pa­
ra dar lugar a la iconización de una idea- se ha vuelto conceptual.
Este rodeo nos ha permitido especificar lo que habíamos llamado la
homogeneidad de nuestra superficie NO de partida, por contraste con
la pluralidad manifiesta de M. La ausencia de imagen en este último
caso y la presencia de imagen en el primero no contradicen en modo al­
guno esta oposición; por el contrario, la confirman: como acabamos de
ver, las modalidades de tratamiento de la imagen de NO tienden siem­
pre a reforzar la unidad global de la portada. Si consideramos además
el modo en que se relacionan texto e imagen, observamos que estamos
ante una unidad semántica muy fuerte, debida principalmente al hecho
de que el carácter fáctico de la imagen ha sido neutralizado casi por
completo.
Nuestra portada de partida (fig. 1) corresponde manifiestamente a
la modalidad (5): la imagen es circunstancial en relación con un hecho
singular, el asesinato de Jean de Broglie. Como en los demás ejemplos
de esta modalidad, la imagen también aparece tratada en «ventana».
Pero siempre conviene ir más allá de una simple ubicación taxonómica.
Volveremos a examinar esta tapa en su conjunto una vez que hayamos
indagado el material textual de M y de NO. A fin de completar estas
consideraciones sobre el tratamientos de las imágenes, quizá no sea
ocioso hacer algunas observaciones metodológicas.

135
El recorrido que hicimos de las portadas de NO estuvo destinado a
precisar la oposición inicial homogeneidad/heterogeneidad. Dado que
en las portadas de M no aparecen imágenes, no hace falta que avance­
mos más en este sentido. Pero si quisiéramos identificar disparidades-
invariantes entre dos medios de portada ilustrada, probablemente nos
veríamos obligados a especificar con más detalles las operaciones en
juego. Demos algunos ejemplos. En la mayor parte de los casos, lo que
funciona como operador es la copresencia de una imagen y de un texto,
pues índica la existencia de una relación, pero la naturaleza de esa re­
lación no puede establecerse sino como vinculación entre las propieda­
des de las unidades (el texto, por un lado, la imagen por el otro) que, por
la mera coexistencia, quedan asociadas entre sí. Estamos pues ante un
tipo de funcionamiento que puede compararse con ciertos empleos de
los dos puntos, tales como los describió Eric Fouquier: cuando los dos
puntos pueden parafrasearse mediante un conector de la lengua, tienen
la «característica de señalar la existencia de una relación R entre dos
enunciaciones distintas P y Q [...]; aparte de esta pura indicación de
existencia de R, los dos puntos no manifiestan nada sobre el valor se­
mántico de esta conexión que por ello mismo depende en gran medida
del contexto formado por las dos proposiciones que los encierran» (Fou­
quier, 1977). Volveremos sobre el tema, pues este problema plantea la
cuestión de los operadores correspondientes a la puesta en espacio dis­
cursiva.
Volvamos por un instante a nuestras cinco modalidades de cons­
trucción de las portadas de NO relativas a esas operaciones efectuadas
a través de la copresencia. Las tres primeras modalidades parecen im­
plicar relaciones de equivalencia, aunque esta no siempre se establezca
de la misma manera. En la modalidad (1), que nosotros llamamos fondo
semántico, expresamos ya la idea de equivalencia al hablar de «relación
especular» y de «circularidad». Habría que agregar que a) la relación
parece orientada: va del texto a la imagen, pues el texto es lo que defi­
ne la pertinencia semántica del fondo que funciona entonces por «reso­
nancia», con lo cual, podríamos decir, «remite» visualmente al tema evo­
cado por el texto y b) que no es el texto en su conjunto lo que efectúa
esta «definición», sino solamente una parte del texto, un operador des­
tinado, no a instaurar la equivalencia misma (el operador de la equiva­
lencia es más bien el conjunto de las propiedades de ambas unidades
que se complementan), sino a definir su alcance. Por ejemplo, en la fig.
7, el operador es «violencia», pues los personajes representados en la
imagen no son los franceses que respondieron a la encuesta (»Cómo juz­
gan los franceses su sociedad»), sino que son aquellos que practican la
violencia; en los casos 8 y 9, «átomo» y «nuclear» funcionan respectiva­

136
mente como operadores que fijan el alcance, pues no se pretende que la
imagen 8 represente a un irresponsable, ni que la imagen 9 identifique
a un técnico de Super-Phénix en particular, sino que ambas represen­
tan la energía nuclear en general.
En la modalidad (2), la correspondencia texto/imagen tiene por lo
menos dos niveles:
a) una equivalencia entre el nombre propio del texto y la imagen en­
tendida como operador de identificación y b) una equivalencia, retórica,
entre la expresión de la imagen y los elementos textuales que la fijan
(duda, crispación, confianza, etcétera).
En la modalidad (3) parecería que la equivalencia se establece de ma­
nera más global: la metáfora visual es equiparable a la metáfora textual.
La modalidad (4) plantea de manera más directa el problema de la
puesta en espacio discursiva, dado que la disposición de las imágenes es
lo que engendra la equivalencia icónica con la idea del texto. En el pró­
ximo apartado, abordaremos más directamente este problema.
La modalidad (5), por último, excluye la equivalencia. Puesto que, en
efecto, la imagen tratada en «ventana» es circunstancial y que el texto no
anuncia el acontecimiento singular mismo, sino algo posterior («des­
pués...»), los dos elementos no se presentan como equivalentes. Volvere­
mos a tratar en detalle las relaciones texto/imagen cuando esta última es
circunstancial, en el caso de nuestra portada de partida (fig. 1),

Operaciones discursivas y disposición en el espacio


En estudios anteriores procuré determinar el funcionamiento de cierto
tipo de semanario de información que llamé «burgués», comparándolo
con otro modelo que llamé «popular» y que es típico de ciertos países de
América latina (Verón, 1972: 45-70; 1975: 187-226; 1978: 69-124). Re­
cordaré brevemente algunas propiedades que tienen que ver con el en­
cuadre discursivo de los semanarios «burgueses», a fin de mostrar cómo
se sitúa NO en cuanto a esas propiedades.1
En los semanarios «populares» de información, los títulos tienen
una doble característica: anuncian un acontecimiento singular (son in­
formativos) y contienen operadores de identificación del acontecimien­
to. En cambio, en los semanarios «burgueses», los títulos, por regla ge­
neral, no son informativos y no contienen operadores de identificación

1. Llamo «encuadre discursivo» a todo lo que rodea el texto propiamente di­


cho de una nota de prensa: título, subtítulo, volánta, copete (eventualmente),
denominaciones de sección o de subsecciones, imágenes.

137
de los acontecimientos singulares. En ciertos casos (menos frecuentes),
pueden identificar en el título un acontecimiento singular, pero lo pre­
sentan como ya conocido por el lector.
Llamamos pues «informativo» un título que satisface dos criterios:
1) anuncia un acontecimiento singular;
2) identifica el acontecimiento mediante un operador (nombre
propio, nombre de un lugar, etcétera).
Un buen ejemplo de nuestro corpus de Minute: Un complot para de­
rribar a Chirac
Un título «no informativo» también puede ser de dos tipos:
1) Circunstancial, es decir, que designa un acontecimiento singu­
lar, pero no lo anuncia: lo presenta como ya conocido por el lector;
2) No circunstancial, es decir, que presenta una situación antes
que un acontecimiento, situación cuya existencia se supone que el lec­
tor ya conoce.
La distinción entre un título que anuncia algo y un título que pre­
senta aquello de lo que se habla como ya conocido por el lector se consi­
dera generalmente como un empleo diferencial de las marcas de deter­
minación: la construcción del título con determinantes llamados
«definidos», en la medida en que estos contienen un operador anafórico,
lleva a presentar aquello de lo que habla el título como ya conocido por
el lector. Al reemplazar la determinación indefinida del ejemplo ante­
rior por un determinante definido, pasamos de un título «informativo»
a un título «no informativo» (en este caso particular, del tipo circunstan­
cial, pues hay un operador de identificación, a saber, el nombre propio)

El complot para derribar a Chirac

Este título supone que el lector ya sabe que hay un complot contra
Chirac.
Es fácil comprobar que ninguno de los títulos de la tapa de NO que
hemos dado como ejemplo satisface los dos criterios que debe cumplir
un título informativo. En la mayoría de los casos se trata de encuadres
situacionales, buena parte de los cuales contiene determinaciones defi­
nidas: «Los príncipes y los bribones»; «Los ejecutivos al mejor postor»,
«La nueva batalla de la escuela libre», «Los conflictos de la libertad», et­
cétera. Señalemos que, para excluir el carácter informativo, el encuadre
situacional no siempre tiene necesariamente que marcar en superficie
una determinación definida. En el caso 7, por ejemplo («Violencia: cómo
juzgan los franceses su sociedad»), «Violencia» = «La violencia» y no
«una violencia», pues el título no remite a un hecho singular de violen­
cia, sino a la situación de violencia en general. Algunos títulos de NO

138
adoptan la forma de la interrogación («¿Hay que quemar Super-Phé-
nix?», «¿Se puede esperar hasta marzo de 1978?»), lo cual los aleja toda­
vía más del modelo de tipo informativo. En cuanto a las tres portadas
cuya imagen es circunstancial y que contienen, en los tres casos, opera­
dores textuales de identificación (casos 23,24 y 25: «Marchais», «Robert
Fabre», «Malville»), ya hemos señalado el empleo sistemático del adver­
bio temporal «después»: el título no anuncia el acontecimiento singular,
pues la construcción con el adverbio temporal indica precisamente que
el acontecimiento mismo ya es conocido por el lector. En realidad, estos
títulos tematizan la situación que se abre después del acontecimiento.
Por último, no es casual que el único título del corpus de NO que podría
considerarse informativo, se refiera a un acontecimiento producido por
el semanario mismo: declaraciones de Mitterrand tomadas por Le Nou-
vel Observateur en exclusividad: «Exclusivo: Mitterrand le responde a
Giscard». La preocupación por subrayar el carácter exclusivo de esas
declaraciones (que implica, por definición, la imposibilidad de recurrir
a otra fuente de información que no sea el semanario mismo), llevó a
NO a utilizar excepcionalmente la modalidad informativa.
La construcción de los títulos de las portadas de NO responde pues
a reglas que ya describimos en el caso de los semanarios «burgueses» en
español. Habría que agregar que, en comparación con sus colegas L’Ex-
press y Le Point, la tendencia a excluir los encuadres informativos es
más marcada en NO. En la única portada de L’Express que elegimos pa­
ra ilustrar la retórica de los personajes, los dos títulos son informativos;
«Una nueva pista en el Caso Broglie» y «Giscard hace frente>v
Vayamos ahora a la otra superficie de nuestro pequeño corpus de
partida. ¿Qué ocurre en M? (fig. 2). En esta portada hay un elemento
que responde a la modalidad informativa, el sobretítulo del tema prin­
cipal: «Más revelaciones sobre el príncipe mercader». Aunque este títu­
lo, considerado de manera aislada, presupone que el lector conoce la
identidad del “príncipe mercader” (consideración que, por lo demás, se­
ría por completo artificial, puesto que el título grande que sigue especi­
fica inmediatamente esta identidad), es verdad que se anuncian las re­
velaciones en cuestión: ese título implica que el lector no sabe que hay
nuevas revelaciones. Ampliemos un poco más nuestro corpus con las
figs. 26 y 27. Aquí se confirma la presencia habitual en M de encuadres
informativos: «Una nueva vejación», «La secretaria-fiera aterrorizaba
al primer ministro socialista», «Provocación en la televisión/Un sabo­
teador de la liturgia para predicar la Cuaresma». Otros, en cambio, no
lo son: «El dinero secreto de los partidos», «La mayoría de Chirac». Con
respecto a la temática, M es heterogéneo; también lo es en cuanto a las
modalidades empleadas para construir los títulos: M combina libre­

139
mente el modelo informativo y el modelo no informativo. En consecuen­
cia, esta distinción, que nos había permitido formular una disparidad-
invariante entre el discurso «popular» y el discurso «burgués» en los se­
manarios de información, aquí no es pertinente. Limitarse a decir que
el encuadre discursivo de NO no es informativo, en tanto que el de M
puede serlo en ciertos casos y no serlo en otros (o bien, considerando el
conjunto de la portada de M, decir que contiene las dos modalidades) no
parece una solución satisfactoria.
De modo que nos hace falta examinar más detalladamente el mate­
rial textual en cada caso, más allá de la oposición (demasiado vaga, sin
duda, en sí misma) entre homogeneidad y heterogeneidad. En nuestro
corpus de M (figs. 2, 26 y 27) se advierte claramente que la pluralidad
de temas parece obedecer a reglas de construcción bastante sistemáti­
cas.
En cuanto a M, se imponen tres comprobaciones:
1) no hay un solo título que presente un tema; para cada tema, hay
siempre, por lo menos, dos títulos, a veces tres e incluso más;
2) la diferencia entre los títulos relativos al mismo tema aparece
marcada a la vez por diferencias de dimensión, de tipografía y
de color;
3) otra serie de elementos gráficos subraya el hecho de que los tí­
tulos relativos a un mismo tema están asociados entre sí: o bien
los títulos que remiten al mismo tema aparecen sobre un fondo
común, o bien se presentan rodeados por una línea que los encie­
rra dentro de un mismo espacio, o bien el título más pequeño es­
tá contenido dentro de una flecha que señala hacia el segundo
título. Estamos pues ante agrupaciones de títulos cuya estructu­
ra deberemos analizar.
La organización discursiva que encontramos en estas portadas de M
responde así a un doble movimiento: a) diferenciación entre las unidades
que componen un mismo grupo o paquete de títulos; las variaciones de
dimensiones, de tipografía, de color, de disposición espacial señalan ne­
tamente la división; b) copresencia de esas unidades que forman, preci­
samente, un grupo. ¿Cómo se pueden describir estos dos aspectos com­
plementarios? Hemos evocado este problema en el apartado anterior: la
sola copresencia de dos unidades en un mismo espacio discursivo engen­
dra una relación entre ambas, pero el dispositivo de ubicación en el es­
pacio no contiene marcas explícitas que definan la naturaleza de la rela­
ción así instaurada. En nuestro caso, la división establecida por los
elementos gráficos de la diagramación, dentro de cada grupo de títulos,
señala la existencia de varios «niveles» diferentes, a veces hasta cuatro
(como ocurre en el caso del grupo de títulos sobre el caso Broglie).

140
Seguidamente enumeraremos las relaciones entre pares de elemen­
tos que aparecen en el corpus (es decir con la forma xRy) aun cuando to­
davía no podamos decir cuál es la naturaleza de las R. Será necesario
identificar las «x» y las «y» respetando las articulaciones de la diagra-
mación, tal como estas aparecen marcadas en superficie. A fin de cons­
truir este repertorio, formulamos dos criterios:
1) Una variación en la dimensión relativa de los títulos indica una
jerarquía. Es importante tener en cuenta la indicación de esta
variación en la construcción de las relación. Situaremos conven­
cionalmente el título más grande en la posición de primer ele­
mento de la relación (es decir, en posición «x»). En los casos en
que la jerarquía es dudosa en cuanto a la dimensión relativa de
los caracteres, pondremos el título más largo en posición «x» y
marcaremos esa relación con el signo (°).
2) La copresencia entre dos títulos opera siempre por contigüidad.
En otras palabras, dos títulos que, formando parte del mismo
grupo, aparecen separados por un tercero, no tienen una rela­
ción directa entre sí sino una relación indirecta que se establece
mediante el título interpuesto entre ambos. En nuestra primera
portada de M (fig. 2), por ejemplo, la unidad «el Caso Broglie» no
estará directamente ligada a las unidades del cuarto nivel (por
ejemplo, «Las altas conexiones del policía corrupto»); lo estará
por intermediación del título «Cada vez más turbio», lo cual nos
obligará, para explicitar esta relación, a reconstituir la unidad
compuesta: «El Caso Broglie» + «Cada vez más turbio» = «El ca­
so Broglie (es) cada vez más turbio».
La aplicación de estos dos criterios nos permite confeccionar sin
ninguna dificultad la lista de relaciones entre pares de títulos de las
portadas de M: el cuadro 1 presenta ese repertorio.

141
Cuadro 1. Material textual de las portadas de Minute: pares de relaciones

X Y

(1) a EL CASO BROGLIE Más revelaciones sobre le príncipe


mercader
b EL CASO BROGLIE Cada vez más turbio
c, d, e EL CASO BROGLIE El absurdo móvil de «La Reine
(ES) CADA VEZ MÁS TURBIO Pédauque»
Donde se habla de tráfico de armas
Las altas conexiones del policía co­
rrupto

(2) LA MUERTE DE AMAURY Preguntas

(3) a, b EL DINERO SECRETO ¿De dónde viene? ¿Adonde va?


DE LOS PARTIDOS

(4) a, b LA MAYORÍA DE CHIRAC Nuestros reporteros en los bastido­


res de la reunión
Las preguntas que se hacen en la
derecha

(5) LAS «ESTRELLAS Una nueva vejación


AMARILLAS» DEL FISCO

(6) UN SABOTEADOR DE LA Provocación en la televisión


LITURGIA PARA PREDICAR
LA CUARESMA

(7) a, b, c UN COMPLOT PARA Las intimidades de la operación


DERRIBAR A CHIRAC «atentado»
Sondeos bien ajustados
«En política no se hiere: ¡se mata!»

(8) LA SECRETARIA-FIERA La alegre comadre de Downing


ATERRORIZABA AL PRIMER Street
MINISTRO SOCIALISTA

En cambio, si queremos aplicar esos mismos criterios al material


textual del otro grupo de tapas (NO, una portada de L’Express y una de
VEspresso), el procedimiento se manifiesta inmediatamente mucho
más «artificial». Enumeremos las razones:
1) De veintitrés portadas, debemos descartar ocho: en ellas, el te­
ma principal aparece presentado mediante una sola unidad-tí­

142
tulo (figs. 4, 5, 6, 8, 16, 17, 20 y 22). Algunas de esas portadas
contienen dos títulos, pero no forman un grupo, pues cada título
remite a un tema diferente.
2) De las quince portadas restantes, hay cuatro en las cuales la je­
rarquía entre las dos unidades es relativamente ambigua: figs.
9,13,14 y 21. Podemos situar como X el título más largo y mar­
car el par con el signo (°). En realidad, en el caso de estas cinco
portadas uno puede preguntarse si pertenecen verdaderamente
al tipo de portada con dos unidades-títulos o más bien al de una
sola unidad.
Si tomamos este grupo de portadas, la identificación de las relaciones
da como resultado el cuadro 2. Ahora bien, basta comparar este último
cuadro con el primero para advertir que el orden definido por nuestros
dos criterios para situar «x» e «y», orden que no parece plantear proble­
mas en el caso de las portadas de M, da un resultado netamente «artifi­
cial» cuando examinamos las portadas del tipo de NO\ en muchos pares
nos parece intuitivamente que el orden inverso sería más «natural».

Cuadro 2. Material textual de las portadas de Le Nouvel Observateur: pares de


relaciones

X Y

{1) LOS PRÍNCIPES Y LOS El caso Broglie


BRIBONES

(7) VIOLENCIA: Cómo juzgan los franceses su socie­


dad

(9) ¿HAY QUE QUEMAR Energía nuclear (°)


SUPER-PHÉNIX?

(10) LOS QUE JUEGAN CON Los escándalos de la especulación


EL FRANCO...

(11) SER MUJER EN ARGELIA Después del rapto de Dalila


Maschino cometido por su hermano

(12) LOS CONFLICTOS DE Portugal año 1


LA LIBERTAD

(13) CÓMO VEN LOS Encuesta: (°)


FRANCESES 1978 ■

143
X Y

(14) LOS VERDADEROS Elecciones: O


VENCEDORES

(15) EMPLEO: Exclusivo:


EL PLAN GISCARD

(18) MITTERRAND LE Exclusivo:


RESPONDE A GISCARD

(19) ITALIA SE HUNDE: ¿CÓMO Crisis económica, crisis política


SALVARLA?

(21) CADA CUAL JUEGA SU Elecciones: (°)


JUEGO

(23) LAS INTIMIDADES DE LA Después de la proeza de Robert


NEGOCIACIÓN Fabre

(24) a LO QUE PIENSAN LOS Energía nuclear


FRANCESES
b ENERGÍA NUCLEAR: LO Después de Malville
QUE PIENSAN LOS
FRANCESES
DESPUÉS DE MALVILLE Sondeo
c ENERGÍA NUCLEAR: LO
QUE PIENSAN LOS
FRANCESES

(25) DESPUÉS DE LA Comunistas:


CONFESIÓN DE
MARCHAIS...

¿Cómo transformar esta «intuición» en algo más sistemático? Trata­


remos de ver cómo se comportan nuestros dos repertorios mediante una
especie de prueba indirecta: la introducción de los dos puntos entre las
unidades de cada par,
¿Por qué los dos puntos? Porque, como ya dijimos, la problemática
que plantea la copresencia de ciertas unidades en un mismo espacio
discursivo y la que surge por el empleo de los dos puntos son compara­
bles: en ambos casos lo que tenemos son marcas que indican la existen­
cia de una relación entre las unidades, pero que no nos informan acer­
ca del contenido semántico de la relación (Fouquier, 1977). El paralelo

144
está aquí tanto más justificado por cuanto en varias de las relaciones
identificadas en el grupo de NO (cuadro 2) aparecen realmente los dos
puntos.
Hay que destacar que la aplicación de este test no supone que la ar­
ticulación espacial entre dos unidades, por un lado, y los dos puntos, por
el otro, sean procedimientos discursivos intercambiables o equivalentes
en todas las relaciones. Lo que procuramos establecer es si la introduc­
ción sistemática de la marca (:) en reemplazo de la articulación espacial
provoca o no comportamientos diferentes en cada uno de nuestros re­
pertorios.
Dado que, para elaborar estos repertorios, atribuimos a cada título
la posición «X» o la posición «Y» precisamente aplicando, por así decirlo,
un criterio «ciego», es decir, siguiendo la marca espacial de la dimensión
relativa («el título más grande es el más importante y por lo tanto ocu­
pará el lugar del primer término de la relación»), el objeto esencial del
test será observar el comportamiento de cada par de títulos en los dos
sentidos de la lectura (X:Y e Y:X).
En el caso de M> el test es concluyente: todas las relaciones identifica­
das (cuadro 1) admiten la marca (:), sea cual fuere el orden de los térmi­
nos. Por supuesto, esto no implica emitir ningún juicio previo sobre el con­
tenido semántico de cada relación: posiblemente ese contenido cambie
cuando se cambie el orden de lectura. Volveremos sobre este punto.
Por un lado, la aplicación de este doble test a las relaciones de NO
presenta dificultades interesantes, en particular, por supuesto, en el or­
den según el cual se construyó el cuadro 2, o sea, en el orden X:Y. Co­
mencemos pues por este.
En cierto número de casos, la presencia de otras marcas nos impide
introducir los dos puntos, al menos sin modificar el texto más allá de los
dos criterios que nos fijamos. La forma interrogativa parece incompati­
ble con los dos puntos (casos 9 y 21). La suspensión que implica el uso
de los puntos suspensivos (...) (casos 10 y 25) ¿no establece acaso una
distancia con el elemento siguiente que también es incompatible con los
tipos de vínculos -ya sea de coordinación, ya sea de predicación- que es­
tablecen los dos puntos? Sea como fuere, si dejamos de lado los puntos
suspensivos, en un caso podríamos aplicar los dos puntos:

(NO 100 Los que juegan con el franco: los escándalos de la especulación
pero en el otro caso, esa marca produciría una forma difícil de inter­
pretar:
(NO 25’) Después de la confesión de Marchais: comunistas (?)
En otros casos aparece una dificultad semejante:
(NO 13’) Cómo ven los franceses 1978: encuesta (?)

145
(NO 21’) Los verdaderos vencedores: elecciones (?)
(NO 24’) Cada cual juega su juego: elecciones (?)
(NO 26a’) Lo que piensan los franceses: energía nuclear (?)
(NO 24c’) Energía nuclear. Lo que piensan los franceses:
sondeo (?)2

Hay que destacar que tres de estos seis casos un poco extraños (13,14
y 21) son casos en los que la jerarquía entre los dos títulos es ambigua.
Evidentemente, si invertimos el orden de los términos, las seis relaciones
son perfectamente interpretables. La razón de esta «resistencia» a la in­
versión parece bastante clara. En tres relaciones (14,21 y 24a) se recono­
ce, en el orden (Y:X) el empleo que Fouquier llamó «encuadre» o «relación
locativa»3: la unidad que precede a los dos puntos cumple la función de
«marco» genérico de lo que se anunciará en la unidad que aparece des­
pués de la marca (:). El caso 25 admite, o bien una lectura de tipo «locati­
vo» o bien una lectura de tipo «interpelativo»4 (por lo demás, la tapa en
cuestión juega probablemente con esta ambigüedad). Los casos 13 y 24c
pueden interpretarse como relaciones locativas, pero también hay un in­
grediente de tipo metalingüístico: (sondeo:) = («este es un sondeo») (en­
cuesta:) = (»esta es una encuesta»). En estos dos últimos grupos de títu­
los, me parece que la dificultad para invertir los términos es menor. Pero,
en todos los casos, la presentación del término más general en primer lu­
gar (o de lo interpelado, en el caso 27) parece más «natural».
En otros tres casos, se manifiesta un nuevo tipo de dificultad:

(NO I D Ser mujer en Argelia: después del rapto de Dalila Maschi-


no cometido por su hermano (?)
(NO 23') Las intimidades de la negociación: después de la proeza de
Robert Fabre (?)
(NO 25 b’) Energía nuclear. Lo que piensan los franceses: después
de Malville (?)

2. Entre «Energía nuclear» y «Lo que piensan los franceses» hay dos puntos.
Ponemos un punto (.) para «neutralizar» esta articulación a fin de poder estu­
diar la otra relación, la que se establece entre «Lo que piensan los franceses» y
«sondeo».
3. P es el marco lógico espacial, temporal o discursivo en el cual se define el
otro término del sintagma que es Q. La relación se establece entre un término
genérico y una o varias diferencias específicas, se construye sobre una diferen­
cia de nivel entre P y Q (Fouquier, 1977:106). Preferiría conservar la expresión
relación locativa para indicar este tipo de relación, antes que «encuadre» a fin
de que no haya confusión con lo que llamo el «encuadre discursivo».
4. Sobre la relación de tipo «interpelación», véase Fouquier (1977).

146
La dificultad procede aquí de un aspecto del funcionamiento de los
dos puntos que Fouquier determinó muy bien: los dos puntos constitu­
yen un modo de relacionar dos enunciaciones distintas y marcan una
especie de dislocación, en el nivel enunciativo, entre las dos unidades
(Fouquier, 1977). Ahora bien, la marca después va en sentido contrario:
la unidad introducida por el adverbio temporal aparece como comple­
mento circunstancial de la unidad que precede a los dos puntos. Por
ello, si en lugar de los dos puntos, uno conecta los dos títulos con una co­
ma, obtiene una única frase completamente normal:

(11”) Ser mujer en Argelia, después del rapto de Dalila Maschino co­
metido por su hermano.
(23”) Las intimidades de la negociación, después de la proeza de Ro­
bert Fabre.
(24b”) Energía nuclear. Lo que piensan los franceses, después de
Malville.
Nos quedan cinco portadas (1, 7,12,15 y 18). En una de ellas no te­
nemos necesidad de introducir los dos puntos, porque ya están allí:
(7) Violencia: cómo juzgan los franceses su sociedad

El caso 12 admite los dos puntos sin ninguna dificultad:

(12’) Los conflictos de la libertad: Portugal año 1

Finalmente, en los tres casos que quedan, la introducción de los dos


puntos parece aceptable, aun cuando el orden inverso quizá fuera más
natural:

(D Los príncipes y los bribones: el caso Broglie


(15’) Empleo. El plan Giscard: exclusivo
(18’) Mitterrand le responde a Giscard: exclusivo.

Si aplicamos ahora el test de los dos puntos en el corpus de NO, in-


virtiendo el orden de los términos de la relación (Y:X) comprobamos que
en todos los casos, menos en uno, pueden introducirse los dos puntos (en
realidad ya están presentes en siete portadas). El caso 7 es el único que
en el orden Y:X establece una relación locativa invertida.
Resumamos los resultados de nuestro test. En M, pueden introdu­
cirse dos puntos entre los términos de todas las relaciones entre pares
de títulos, sea cual fuere el orden de los términos. En el caso de NO, el
orden (Y:X) permite introducir los dos puntos sin dificultad en todos los
casos con excepción de uno; en cambio en el orden (X:Y), de las diecisie­

147
te relaciones establecidas, sólo cuatro permiten introducir los dos pun­
tos (1,7,12 y 18) y hasta dentro de esos cuatro casos, hay dos (1 y 20) en
los cuales el orden (Y:X) sería más natural.
Se impone una conclusión que da una forma concreta a nuestra «in­
tuición» de partida. En NO, cuando en la portada hay dos títulos sobre
el mismo tema, la relación entre ambos está orientada. Según esta
orientación, el título más grande (que nosotros, aplicando los mismos
criterios que en el caso de M, situamos en posición X en el cuadro) es el se-
gundo término de la relación. En realidad, el criterio de disposición en el
espacio que aparece asociado a esta orientación es muy sencillo: un térmi­
no X es sobretítulo, un término Y es título. Esta distribución puede ser in­
dependiente de la dimensión relativa de uno y de otro, lo cual explica el
caso 7, que están tan orientado como los otros, pero en el cual el sobretí­
tulo, excepcionalmente, aparece en caracteres mayores que los del título.
Si tenemos en cuenta esta orientación: /sobretítulo = título/, en todos los
casos podemos introducir los dos puntos entre las unidades.
En las portadas de M, en cambio, las relaciones entre pares de títu­
los no están orientadas. Cada par de títulos admite la introducción de
los dos puntos, sea cual fuere el orden de los términos. Consecuente­
mente, en M la disposición en el espacio determina una segregación de
títulos, pero no le marca una orientación a la relación entre pares de
unidades.
El test de los dos puntos nos ofreció la prueba de que, cuanto el te­
ma central de una portada de NO se presenta mediante dos títulos, la
relación entre ellos está orientada. Si nos interrogamos ahora acerca
del contenido de las relaciones así establecidas, deberemos tener en
cuenta esta orientación. Trataremos al mismo tiempo de sintetizar lo
que sabemos sobre NO.
Las portadas de NO están construidas alrededor de un solo tema
central; ese tema se presenta o bien mediante un título único (las ocho
portadas que descartamos al hacer el repertorio de las relaciones xRy),
o bien mediante una composición orientada: sobretítulo —>título. En la
mayor parte de los casos, esta combinatoria puede interpretarse como
una relación «locativa».5 Teniendo en cuenta la orientación de la rela­
ción, esta descripción es válida en el caso de los pares 7,9,13,14,15,18,
19, 21, 24a y 25 del cuadro 2. En otras palabras: en la gran mayoría de
los casos, NO presenta en su portada un título único que puede estar o

5. Lo esencial de la relación locativa es el carácter genérico del primer tér­


mino. Cuando este, por ejemplo, contiene operadores de identificación de un
acontecimiento singular, la relación no puede definirse como locativa en el sen­
tido de Fouquier.

148
no encuadrado por un sobretítulo. Esta formulación subraya una vez
más la homogeneidad característica de NO. Aun cuando haya una di­
ferenciación entre dos subunidades (sobretítulo/título) la articula­
ción es muy fuerte: la relación está orientada, pues el sobretítulo no
es más que una expresión genérica que define el marco conceptual
del título principal.
Seis relaciones quedan excluidas, por razones diversas, de esta des­
cripción. Observémoslas más atentamente. Tres de ellas confirman la hi­
pótesis sobre la homogeneidad constructiva de NO: son los tres ejemplos
en los que el subtítulo comienza con el adverbio temporal «después» (11,
23 y 24b). Ya hemos mostrado que, en este caso, la estructura sobretítulo/
título se obtuvo por dislocación de una frase única: se descompone la fra­
se introduciendo el complemento circunstancial como sobretítulo. La re­
lación entre las dos unidades puede asimilarse precisamente a la que
Fouquier llama «circunstancial», en el caso de los dos puntos (Fouquier,
1977:107). Para nosotros, no se trata de una relación «locativa», pues el
sobretítulo no es, hablando con propiedad, una expresión genérica; con­
tiene operadores de identificación de un acontecimiento singular («el rap­
to de Dalila Maschino», «la proeza de Robert Fabre», «Malville»).
Esto también es válido en otras dos relaciones en las que el sobretí­
tulo contiene también operadores de identificación («Broglie», «Portu­
gal»), Pero allí reconocemos fácilmente lo que Fouquier llama la «rela­
ción predicativa» en la que R puede reemplazarse por es. En estos dos
casos, la copresencia de las dos unidades (ya sea mediante la estructu­
ra sobretítulo/ título, ya sea mediante los dos puntos) da por resultado
una identificación no asertiva de las dos unidades:

(1) El caso Broglie: Los príncipes y los bribones


(10 «El caso Broglie es (¿la historia de? ¿una historia de?) príncipes y
bribones»
(12) Portugal año 1: los conflictos de la libertad
(120 «Portugal año 1 es los conflictos de la libertad»
Nos queda un solo caso que, por lo demás, resulta difícil de inter­
pretar:
(10) Los escándalos de la especulación: los que juegan con el franco...

No podemos considerarlo como un simple caso de relación locativa,


porque sería difícil decir cuál de los dos términos es genérico y cuál pro­
duce una especificación: el título se limita a retomar la idea expresada
en el sobretítulo, es decir, la de la «especulación». Además, como ya lo se­
ñalamos, respecto de los dos puntos, la relación es reversible, un rasgo
que asemeja este único caso a las relaciones del tipo de M.

149
Ha llegado el momento de indagar las relaciones entre las unida-
de s'títulos de las portadas de M. El test de los dos puntos nos mostró
que esas relaciones no están orientadas, de modo que podemos esperar,
a priori, no encontrar en M esa relación que es sumamente frecuente en
NO, a saber, la relación locativa: subrayamos, en efecto, la resistencia
de esta relación a la inversión.
Tomemos la primera portada de M (fig. 2), en la que encontramos la
agrupación más compleja de títulos, que incluye cuatro niveles. El nú­
cleo de esa agrupación es el título grande «El caso Broglie» que mantie­
ne relaciones hacia arriba y hacia abajo:

(M la) El caso Broglie —>más revelaciones sobre el príncipe mercader


(M Ib) El caso Broglie -> cada vez más turbio

Podría decirse que, de todos modos, estas relaciones tienen algo del
orden del «encuadre», de la relación locativa, en la medida en que x de­
signa un tema (El caso Broglie) e y dice algo, informa sobre algo relati­
vo a ese tema. No obstante, dado que ninguno de los dos términos es
una expresión genérica propiamente dicha, esas relaciones se distin­
guen de la relación locativa por el hecho de admitir la inversión:

(M la’) Más revelaciones sobre el príncipe mercader El caso Broglie


(M Ib’) Cada vez más turbio El caso Broglie

En (la) la inversión hace surgir un elemento semejante a una justi­


ficación (Fouquier, 1977) en relación con el hecho de hablar del Caso
Broglie. (la) podría parafrasearse del modo siguiente: «El caso Broglie
no ha terminado: más revelaciones, etc.» y (la ’) como: «Más revelacio­
nes, etc...: entonces ¡el caso Broglie es un verdadero escándalo! En cuan­
to a (Ib), ya interpretamos esa relación como del tipo predicativo en la
que se pueden unir ambos términos con la palabra es. Este recurso pa­
rece aceptable en los dos sentidos de la lectura. Agreguemos solamente
dos observaciones. Primero, la relación (Ib) puede expresarse de varias
maneras; por ejemplo:

«¡El caso Broglie es cada vez más turbio!»


«¿El caso Broglie? \Es cada vez más turbio!»

La última variante subraya un elemento importante de este tipo de


disposición espacial: el título grande «presenta», «recuerda», un tema; el
subtítulo, como tomando cierta distancia respecto del tema presentado,
lo juzga. Volveremos sobre este punto.

150
Segundo, conviene destacar que en este caso la inversión parece re­
forzar aun más la identidad establecida con la palabra es. (Ib’) puede
leerse, en efecto, como:
«Si hay algo que se vuelve cada vez más turbio, es el Caso Broglie»
Si consideramos las dos relaciones juntas, vemos que surge una ne­
ta estructura inferencial:

«El Caso Broglie = (es) cada vez más turbio —>(pues, en efecto) (hay)
más revelaciones sobre el príncipe mercader»
«(Hay) más revelaciones sobre el príncipe mercader (por lo tanto)
el Caso Broglie = (es) cada vez más turbio»
La misma estructura articula el núcleo de la agrupación con el cuar­
to nivel:
«El caso Broglie —>(es) cada vez más turbio (pues, en efecto) (está)
el absurdo «móvil de la “Reine Pédauque”»
(pues, en efecto) se vuelve a hablar de tráfico de armas
—>(pues, en efecto) un policía corrupto tiene altas conexiones

La organización espacial subraya esta articulación; los tres títulos


del cuarto nivel, de dimensiones comparables, están dispuestos hori­
zontalmente: tres razones del mismo tipo que justifican la afirmación
según la cual el Caso Broglie es cada vez más turbio.
El conjunto de relaciones que componen esta agrupación resulta ser
una verdadera red argumentativa:

Más revelaciones sobre el


príncipe mercader

conclusión justificación

de modo EL CASO BROGLIE


que
es ‘es’ reforzado

cada vez más turbio

pues por lo tanto

El absurdo móvil de la Donde se vuelve a Las altas conexiones


«Reine Pédauque» hablar de tráfico de del policía corrupto
armas

151
El tema central de las otras dos tapas (figs. 26 y 27) parece tratado
de una manera análoga, aunque simplificada: hay, respectivamente,
tres y cuatro unidades-títulos para cada tema, pero sólo dos niveles. El
nivel «inferior» aparece tratado según el mismo principio que acabamos
de ver: varias unidades se presentan como situadas en un mismo plano,
de modo tal que su enumeración hace las veces dqfundamento de lo que
se dice en el título grande. En la tapa 29, la estructura del grupo tam­
bién es de tipo inferencial:

UN COMPLOT PARA DERRIBAR A CHIRAC

pues por lo tanto

Las intimidades de la Sondeos bien ajustados «En política no se hie^


operación «atentado» re: ¡se mata!»

Como podemos advertirlo, estamos aquí ante una verdadera visua-


lización de una operación de inferencia; se invita al lector a recorrer los
elementos que lo conducirán inevitablemente a la conclusión anuncia­
da por el título grande: hay una operación «atentado» en marcha; exis­
ten sondeos que fueron bien ajustados; alguien dijo: «En política no se
hiere: ¡se mata!»; entonces es evidente que hay un complot para derribar
a Chirac. Inversamente, si se parte del anuncio del complot, el recorri­
do de los elementos del segundo nivel aportará los índices que prueban
la existencia de ese complot.

El grupo principal de la tapa 28 muestra la misma disposición, pero


la relación entre los dos niveles no puede interpretarse como inferencial:

LA MAYORÍA DE CHIRAC

A
?

Nuestros reporteros Las preguntas que se hacen


en los bastidores de la reunión en la derecha

A primera vista, parecería que hay un encuadre: el título mayor


anuncia el tema respecto del cual las otras dos unidades aportan espe-
cificacion.es. Sin embargo, tampoco en este caso podemos reducir ese
vínculo a una relación locativa: el título principal no es una expresión
genérica y la relación admite la inversión. Ahora bien, precisamente la
inversión es lo que revela una dimensión interesante:

Nuestros reporteros
en los bastidores de la reunión
LA MAYORÍA
Las preguntas que DE CHIRAC
se hacen en la derecha

Es evidente que las unidades del segundo nivel califican la expre­


sión «La mayoría de Chirac», enuncian haciendo referencia a «La mayo­
ría de Chirac» (este es el ingrediente «locativo» de la relación), a que la
derecha se hace preguntas, que hay que escurrirse entre bambalinas
para comprender mejor; en suma, que «La mayoría de Chirac» tiene as­
pectos ocultos.
En los tres temas centrales de estas tres portadas podemos identifi­
car una especie de núcleo que representaríamos de la manera siguiente:

Siendo X un título grande que enuncia («El Caso Broglie») o anun­


cia («Un complot para derribar a Chirac») un tema, pasamos a un se­
gundo nivel que implica un recorrido por ciertos elementos, recorrido
que nos devuelve al punto de partida. La segregación espacial de las
unidades-títulos tiene el objeto de crear la distancia que hará posible ese
«movimiento». Generalmente, las etapas de ese movimiento están arti­
culadas por una red de conectores argumentativos: pues, de modo que,
justificación, conclusión. El paso de x al otro nivel (o a otros, pues esos
«segundos» niveles pueden multiplicarse ramificándose hacia arriba y
hacia abajo, como ocurre en el grupo relativo al caso Broglie) lleva siem­
pre desde cierta «superficie» (presentada por x) a lo que hay detrás: «re-

153
'1

velaciones», «móviles absurdos», «altas conexiones de un policía corrup­


to», «entre bastidores», «tráfico de armas», etcétera.
Las demás agrupaciones presentes en cada portada parecen respon­
der a ese mismo modelo, aunque reducido a su mínima expresión: dos
niveles, un solo elemento por nivel. El vínculo entre las dos unidades es
o bien de tipo argumentativo:

Una nueva vejación pues Las «estrellas amarillas»


del fisco
por lo tanto

Provocación en la pues Un saboteador de la liturgia


^
televisión -------- para predicar la Cuaresma
por lo tanto

La alegre comadre justificación La secretaria-fiera


de Downing Street aterrorizaba al primer
conclusión ministro socialista

o bien de ese tipo de «seudoencuadre» que describimos anteriormente y


que hace que, al pasar por el segundo nivel, se altere el sentido del ni­
vel de partida:

La muerte de Amaury --------- Preguntas

El dinero secreto de los partidos ^ ^ De dónde viene, adonde va

Destaquemos, en este último caso el comienzo de lo que puede llegar


a ser un recorrido’, de dónde viené/adónde va/quién lo controla/etc. Ob­
tendríamos así una estructura idéntica a la que describimos en las
agrupaciones más complejas. En efecto, en cada ocasión uno puede ima­
ginar una expansión del segundo término que dé lugar a la enumera­
ción justificadora del título principal: uno podría enumerar «preguntas»
acerca de la muerte de Amaury; podría describir diversas actitudes de
la secretaria-fiera: controlaba sus llamadas telefónicas, supervisaba su
cuenta bancaria, etc.; sumando al caso del saboteador de la liturgia al­
gunas otras anomalías, se podría hablar de subversión en la televisión,
etc. Postulamos pues que todas las agrupaciones de unidades-títulos de
las portadas de M obedecen a un mismo modelo; las agrupaciones más
complejas pueden obtenerse por expansión del modelo mínimo:

154
Nuestra agrupación de partida (»E1 Caso Broglie») aparece así como
una composición del modelo mínimo y el modelo «de recorrido explicitado»:

yi y3

Volvamos a la dimensión comparativa. Con los elementos reunidos a


lo largo de nuestra descripción, ya podemos interrogamos acerca de la
disparidad decisiva que hay entre NO y M y podemos comprender mejor
cuáles son las cuestiones que están en juego en esa diferencia: en ambos
semanarios no sólo se construyen dos «realidades» diferentes, sino que
además se aplican dos métodos diferentes para que el lector pueda encon­
trar su lugar en el interior de esa realidad que se le propone.

M y la desconfianza

Las portadas del tipo de NO están fuertemente unificadas: una sola


unidad textual, que no contiene articulaciones enunciativas internas,
presenta un tema. La imagen acompaña: responde como un eco, sin al­
terar la armonía semántica del conjunto. Cuando hay una articulación

155
textual, entre dos unidades-títulos distintas, habitualmente una de las
unidades se limita a dar la localización genérica donde se inscribe el te­
ma de la otra unidad. En consecuencia, no hay ningún contraste entre las
funciones respectivas de cada unidad: la mayor generalidad de uno “re­
clama” la especificación aportada por la otra. Nadie argumenta.
En M, la portada se construye sobre la base de un desdoblamiento
repetido: en una misma portada se habla de varios temas diferentes y
cada tema se organiza alrededor de una dislocación entre dos niveles.
Hay todo un sistema de marcas gráficas que contribuye a destacar la
segregación entre las unidades de cada nivel: la dimensión, la tipogra­
fía, el color, la diagramación. Esta distancia entre las unidades-títulos
está reforzada por la reversibilidad de las relaciones que se instauran
entre ellas: cada agrupación de títulos permite iniciar la lectura en
cualquiera parte.
La producción de ese desdoblamiento, el engendramiento de esa dis­
tancia, es la condición necesaria para poner en marcha un movimiento
discursivo bien determinado. Este movimiento consiste en hacer que esta
distancia sea la distancia de una sospecha, en definir ese desdoblamien­
to como el espacio de una desconfianza. Lo que anuncia una unidad lle­
ga a ser así la manifestación de la «cara oculta» de lo que dice la otra: si
una de las unidades enuncia, la otra denuncia; o más bien: una enuncia
o anuncia, a fin de que la otra denuncie. Ahora se comprende por qué el
desdoblamiento es la estructura básica: fundamenta el movimiento mis­
mo de la denuncia: El caso Broglie/es turbio; La mayoría de Chirac/sus
entretelones; La muerte de Amaury/suscita interrogantes. A menudo, es­
ta estructura de base aparece rodeada de una articulación arguméntate
va. Entendámonos: no se trata de aportar pruebas. La denuncia no se
prueba: basta con reunir los indicios que, evidentemente, la justifican.
Los «pues», los «por lo tanto», las justificaciones y las conclusiones (se
han diseminado algunas en cada tapa) no hacen más que situar, en las
distancias discursivas producidas por la fuerte segregación de las unida­
des, algunos deslizamientos que convergen, que apuntan a la evidencia
en que se basa la economía del conjunto: cada tema de la actualidad, ca­
da acontecimiento del que probablemente el lector haya oído hablar (¿El
caso Broglie? ¿La mayoría de Chirac? ¿La muerte de Amaury?) tiene sus
cosas ocultas, y esas cosas, yo sé lo que le digo, no son algo agradable de
ver; echémosles una mirada juntos...
¿Quién sabe lo que dice? El enunciador Minute, por supuesto. El es­
pacio creado por el desdoblamiento es precisamente el espacio donde el
enunciador del discurso despliega sus evaluaciones, expone sus prue­
bas, anuncia sus conclusiones: enunciador-denunciante. Puede presen­
tarse, sin dificultad, de manera explícita: «Nuestros reporteros entre los

156
bastidores...». O, como en este otro ejemplo, tomado del último número
(el último en el momento en que escribo este texto):

Los comunistas fuera de la ley


EL CASO DE LOS FONDOS SECRETOS DEL PARTIDO
«Minute» exige una comisión investigadora

Esta irrupción explícita del enunciador-periodista queda excluida


de una economía discursiva del tipo de NO. Yo había señalado ya, res­
pecto de los semanarios «burgueses» de información, la supresión siste­
mática de las marcas del enunciador. Esta supresión del enunciador no
puede separarse del hecho de que el discurso «burgués» de la informa­
ción, en la prensa gráfica, procura producir un «efecto de familiaridad»
o de «complicidad», no declarada, entre el productor y el lector, median­
te una especie de absorción de los acontecimiento de la actualidad por
modelos culturales «ya conocidos». Lejos de marcar los temas de actua­
lidad -como lo hace M- desde el punto de vista de una oposición entre
la apariencia y la sucia realidad, entre lo visible y lo que está detrás, en­
tre lo que se presenta en el escenario y lo que pasa entre bambalinas, el
discurso del tipo de NO opera un paso prácticamente inmediato entre la
actualidad y el modelo cultural, funcionando como paradigma de inteli­
gibilidad, de legibilidad. El caso Broglie es una historia de príncipes y
bribones: las cartas están sobre la mesa, lo hemos comprendido todo. Ni
siquiera hay que recorrer la distancia entre el hecho de actualidad y el
modelo literario que se hace cargo de él. Y la imagen de nuestra porta­
da de partida, que creíamos «circunstancial», también queda inmedia­
tamente absorbida. Así es como el texto que corresponde a nuestra por­
tada 1, desde el comienzo mismo comenta «esta trama de relaciones en
la que los magnates de las finanzas y los barones de los negocios inmo­
biliarios se codean con los contratantes de asesinos a sueldo, los provee­
dores de burdeles y los traficantes de droga, en la que los príncipes ha­
cen buenas migas con los bribones hasta que terminan siendo una
silueta dibujada con tiza en la acera». Todo se denuncia en la construc­
ción de la portada: la mediación (visual) entre el Caso Broglie y Los
príncipes y los bribones sólo puede ser una metáfora literaria sobre el
destino.
Si lo esencial del encuadre discursivo de Minute consiste en produ­
cir un desdoblamiento de los títulos dedicados a un tema x, que le per­
mite anunciar:

157
X

es
turbio

o dicho de otro modo: «X? -¡Desconfíe!», también este semanario hará


nacer cierta complicidad. Si para Minute sus lectores no son en absolu­
to ingenuos, de vez en cuando el enunciador dará a la desconfianza el
carácter de preconstruida. Una manera relativamente sencilla de ha­
cerlo es presentar ya el tema x con una fuerte carga evaluativa. Podrán
darse entonces, según los casos, dos modalidades: a) el tema se presen­
ta o se anuncia en un modo, por así decirlo, «descriptivo» (por ejemplo,
«La mayoría de Chirac»); esta presentación será «calificada» por la otra
unidad, la que descubre las «intimidades», y b) el tema se presenta ya
de una manera negativa o irrisoria: «Un saboteador de la liturgia para
predicar la Cuaresma»; «La alegre comadre de Downing Street», «Las
“estrellas amarillas” del fisco». La segunda unidad, la de la denuncia,
opera sobre un tema ya devaluado. La tarea que le corresponde a esta
última unidad es pues dar otra vuelta de tuerca:

X, usted lo sabe,
es turbio

y bien, es todavía
más turbio de
lo que usted se imaginaba

Sea cual fuere el punto de «entrada» del lector, la máquina signifi­


cante de Minute está preparada: el lector recorrerá la distancia que se­
para un acontecimiento de su cara oculta, un tema de actualidad de sus
entretelones, una enunciación de su denuncia. En esta distancia, el lec­
tor encuentra su parte de lucidez: la que consiste en persuadirse de lo
que él ya sabía, es decir, que vivimos en un mundo podrido. Por ello es
indispensable el desdoblamiento: el tema x debe ser evocado primero,
de un modo u otro, a fin de que esa evocación constituya la materia de
la denuncia. No cabe duda que esta lectura de lo real es una verdadera
espacialización de una estructura paranoica: sea cual fuere el tema, Mi­
nute está allí para decimos: «Preste atención, no es lo que parece» (véa-

158
se Lacan, 1966: 429). Cada agrupación de títulos pone en marcha una o
varias «imputaciones de nocividad»: desposeimiento (violación del se­
creto), profanación (violación de la intimidad), persecución (espionaje e
intimidación), prestigio (difamación y atentado al honor) (ibid.: 110-
111). Esta estructura es, por supuesto, compulsiva: no les ahorra sus
dardos ni a los temas ni a los personajes que le son ideológicamente afi­
nes (como en el caso de Chirac). Todo se somete a esta ley discursiva que
consiste en engendrar una distancia para instalar en ella la sospecha.
¿Cuál es el vínculo profundo que une la estructura del desdobla­
miento con la economía discursiva de la extrema derecha? Este ejerci­
cio de descripción desemboca así, como corresponde, en nuevos interro­
gantes.
(1982)

Referencias bibliográficas

Bourdieu, P. y Saint Martin, M. de. 1976. Anatomie du goüt, Actes de la


Recherche en Sciences sociales 2 (5 ).
Fouquier, E. 1977. Les deuxpoints:prédication et coordination. Mémoi-
re de l’École des Hautes Etudes en Sciences Sociales. París.
Lacan, Écrits, J. 1966. París, Seuil.
Verón, E. 1972. Remarques sur Tidéologique comme production de sens,
Sociologie et sociétés, 5 (2), Montreal.
. 1 9 7 5 . Id é o lo g ie e t C o m m u n ic a tio n s d e m a s s e : s u r la c o n s titu tio n
du discours bourgeois dans la presse hebdomadaire, en Idéologies,
littérature et société enAmérique latine. Editions de l’Université de
Bruxelles.
. 1978. Le Hibou, Communications, 28.
. 1988. Fondations, en La sémiosis sociale. Fragments d’une théorie
de la discursivité. París, Presses Universitaires de Vincennes.

159
Figuras

ÍÁMORT
D'AMAURY
Oes questions i

De plus
PP\...
en plus lonche
L'absurde 1 Oii
Oúron
Ton B leshautes
mobile de
«loiiilede i reparle
reparle 8 refations
«H - « . b 8de. Irirfkt
. . . •S —
du i—
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----
ilO*
I p é d o u q u e " | d'armes | >/nmtfákmntí
corrompa
ifnTirrrrT~ini:ffawtTifafrl*M
M
*M
*a*a9e”egiJM
I,IIM
iai"i*11****<*fl^

Figura 1 Figura 2

Figura 3 Figura 4

LOS
AUTENTICOS
TBAlOOflES

ROMPANT000
¿que
LOÜIG£?
AL
DESCUBIERTO
1

Figura 5 Figura 6

Figura 7 Figura 8

162
163
165
166
¡p m A B A T T fíE

c h i m o
l e s P e s i a n * d a 'T o p á r o f io n
c a « e - r e i n 3 /' i>D e* « itid a r je s
(lie n u iu s té x « " I n p o f f t i q » ,
oti n s b le s io p u s t s u í i i o !" ,

SA SECRfTAIRE-TICRESSE
flR R O R IS A IT LE "P R EM IIR " SOCiAUSTE

Figura 25 Figura 26

Figura 27

|l j ñus réjafírters dtms


11 íes ec-?ílís?es tí«
| fsísáyrííliksríeESt • Les
| quesfions qu'on se
I pose dans la dróite
||PS!EMS*»«aS.S,M«'MSSEV»M'
T ercera parte

Enunciación: de la producción
al reconocimiento
8
Cuando leer es hacer:
la enunciación en el discurso
de la prensa gráfica

Procuraré esbozar aquí los contornos de lo que me parece ser un nuevo te­
rritorio de la semiología: el del sentido en recepción o, si se prefiere, el de
los «efectos de sentido». La «primera semiología» (la de la década de 1960)
puede caracterizarse como inmanentista: se trataba de definir un «cor-
pus» y de atenerse a él a fin de describir el funcionamiento connotativo
del sentido; ante los enfoques psicologiz antes o sociologizantes, era nece­
sario valorizar el mensaje mismo.1 La «semiología de segunda genera­
ción» (la de la década de 1970), al tratar de superar un punto de vista un
poco estático y taxonómico, comenzó a hablar de producción de sentido
por influencia (difusa) de las «gramáticas generativas»: partiendo de los
textos, se trataba de reconstituir el proceso de su engendramiento.2Suge­
riré que la semiología de la década de 1980 debe ser una semiología capaz
de integrar en su teoría los «efectos de sentido» o no será nadá. Sólo así
abarcará el conjunto de su esfera: el proceso que va desde la producción
de sentido hasta el «consumo» de sentido, donde el mensaje es un punto
de pasaje que sostiene la circulación social de las significaciones.
El problema no es sencillo, pues un mensaje nunca produce un efec­
to de manera automática. Todo discurso bosqueja un campo de efectos

1. Como lo había hecho Barthes, por ejemplo, en A propos de deux ouvrages


de Claude Lévi-Strauss: sociologie et sociologique, Information sur les sciences
sociales I (4), diciembre de 1962; L’imagination du signe, Arguments 27-28,
1963, texto retomado en sus Essais Critiques.
2. Una obra clave en el paso a la semiótica de «segunda generación» fue el
libro de Julia Kristeva, Recherches pour une sémanalyse, París, Seuil, 1965. [En
Obra Completa, Madrid, Fundamentos, 1999.]

171
de sentido y no un efecto y sólo uno. El paso de la producción a la recep­
ción (aunque prefiero llamar a esta última «reconocimiento») es comple­
jo: no hay una causalidad lineal en el universo del sentido. Al mismo
tiempo, un discurso dado no produce cualquier efecto. La cuestión de los
efectos es, por consiguiente, insoslayable.
En esta semiología de «tercera generación» se plantea una proble­
mática destinada a aportar una contribución capital: la relativa al fun­
cionamiento de la enunciación.

La enunciación
Conviene no separar el concepto de «enunciación» del par de términos
enunciado/enunciación. El orden del enunciado es el orden de lo que se
dice (de manera aproximativa, podría afirmarse que el enunciado es del
orden del «contenido»3); la enunciación, en cambio, corresponde no al or­
den de lo que se dice, sino al decir y sus modalidades, a las maneras de
decir. Si comparamos dos frases: «Pedro está enfermo» y «Yo creo que
Pedro está enfermo», se puede decir que lo que se enuncia es idéntico en
ambos casos: el estado de salud predicado de Pedro. Si estas dos frases
son diferentes, no lo son en el plano del enunciado, sino en el plano de
la enunciación: en la primera, el locutor afirma que Pedro está enfermo
(podemos decir: el enunciador presenta la enfermedad de Pedro como
una evidencia objetiva); en la segunda frase, el locutor califica lo que di­
ce como una creencia y se atribuye esta última.
Lo que varía de una frase a otra, no es lo dicho, sino la relación
del locutor con lo que dice, las modalidades de su decir. Los pronom­
bres personales son, típicamente, elementos lingüísticos que se si­
túan en el plano de la enunciación y no en el plano del enunciado. Así
es como «yo» resulta una expresión «vacía»: podríamos decir que no se
«llena» hasta el momento mismo en que se la utiliza, pues por sí sola
no designa más que a la persona que la emplea en un momento dado.
Es por ello que los lingüistas tienen la costumbre de asociar los ele­
mentos de la enunciación a las situaciones de habla: como «yo», «us­
ted», «aquí», «ahora», «ayer», etc., los elementos referentes a la enun­
ciación estarían íntimamente vinculados a lo que se llama,
precisamente, la «situación de enunciación». Ahora bien, el inconve­
niente de dar una definición situacional de la enunciación es que tal
definición sigue demasiado asociada al funcionamiento de la palabra,

3. De una manera aproximativa, pues el par enunciación/enunciado no


coincide con el par forma/contenido.

172
es decir, a lo oral. En el caso de la prensa gráfica, por ejemplo, no hay,
hablando con propiedad, una situación de enunciación que abarque a
la vez al locutor y a un «alocutario». Sin embargo, como veremos lue­
go, la distinción entre enunciado y enunciación es perfectamente
aplicable al discurso de la prensa gráfica; y hasta es fundamental pa­
ra comprender el funcionamiento de esta última. En consecuencia,
nos limitaremos aquí a interpretar la oposición enunciado/enuncia­
ción como reflejo de la distinción entre lo que se dice y las modalida­
des del decir.
En un discurso, sea cual fuere su naturaleza, las modalidades del
decir construyen, dan forma, a lo que llamamos el dispositivo de enun­
ciación. Este dispositivo incluye:
1. La imagen del que habla: llamamos a esta imagen «el enuncia­
dor». Aquí, el término «imagen» es metafórico. Se trata del lugar
(o los lugares) que se atribuye a sí mismo quien habla. Esta ima­
gen contiene pues la relación del que habla con lo que dice.
2. La imagen de aquel a quien se dirige el discurso: el destinatario. El
productor del discurso no solamente construye su lugar o sus luga­
res en lo que dice; al hacerlo, también define a su destinatario.
3. La relación entre el enunciador y el destinatario que se propone
en el discurso y a través del discursoA\
Hay pues que distinguir bien, por un lacfo al emisor «real» del enun­
ciador, y por otro lado, al receptor «real» del destinatario. Enunciador y
destinatario son entidades discursivas. Esta doble distinción es funda­
mental: un mismo emisor podrá, en discursos diferentes, construir
enunciadores diferentes, según, por ejemplo, el target al que se apunta;
al mismo tiempo, construirá a su destinatario de una manera diferente
en cada ocasión.
Todo soporte de prensa contiene su dispositivo de enunciación: este
último puede ser coherente o incoherente, estable o inestable, puede es­
tar cabalmente adaptado a su público de lectores o adaptado sólo en
cierto grado. En el caso de la prensa gráfica, llamaremos a este disposi­
tivo de enunciación el contrato de lectura.

La enunciación y el «contenido»

Estudiar el dispositivo de enunciación, es decir, el contrato de lectura


¿implica dejar de lado el «contenido», desinteresarse del nivel del enun­
ciado? Ciertamente no. Si la distinción entre enunciación y enunciado
es importante, lo es porque un mismo contenido (lo indicamos respecto
de la enfermedad de Pedro) puede enmarcarse mediante modalidades

173
de enunciación muy diferentes.4 Lo que el enunciador dice, las cosas de
las que se supone que habla, constituyen una dimensión importante del
contrato de lectura. Pero está claro que cuando se presta atención al
dispositivo de enunciación, ya no se analiza el enunciado de la misma
manera en que lo hace, por ejemplo, el análisis de contenido.
El hecho de que un mismo contenido, un mismo dominio temático,
pueda estar a cargo de dispositivos de enunciación muy diferentes ad­
quiere un interés particular en el caso que nos ocupa, el de la prensa grá­
fica. En relación con los problemas de posicionamiento de los soportes de
prensa, muy a menudo tenemos que vérnoslas con universos de compe­
tencia muy cerrados, en los que varias revistas, muy semejantes entre sí
desde el punto de vista temático, se dividen un lectorado relativamente
homogéneo en cuanto a su perfil sociodemográfico. El caso de las revis­
tas femeninas mensuales denominadas «de gama alta» son un buen
ejemplo. Ahora bien, en este tipo de casos, revistas que cubren aproxima­
damente los mismos temas, es decir, difícilmente distinguibles en cuan­
to a su contenido, pueden resultar muy diferentes unas de otras en el
plano del contrato de lectura. De modo que el estudio de este último es lo
que puede permitir captar exactamente la especificidad de un soporte y
valorizar esta especificidad en relación con sus competidoras.
Otro ejemplo es el de los sectores nuevos, más o menos especializa­
dos. Vemos florecer una multiplicidad de nuevos soportes que procuran
constituir su colectivo de lectores alrededor de un centro de interés (in­
formática, juegos electrónicos, vídeo, etc.). Evidentemente, de tales re­
vistas sólo sobrevivirán aquellas que logren construir un contrato de
lectura adaptado al terreno en cuestión: el éxito (o el fracaso) no pasa
por lo que se dice (el contenido), sino por las modalidades de decir el
contenido.
Con frecuencia, el estancamiento o la baja de lectores resulta de
una alteración progresiva e imperceptible del contrato, o bien de la in­
troducción de modificaciones de redacción que engendran una incohe­
rencia en el contrato. Lo que crea el vínculo entre el soporte y su lector
es el contrato de lectura.
Como puede verse, la semiología de la enunciación, aplicada a la
identificación y al análisis detallado del contrato de lectura de los so­
portes de prensa, suministra informaciones específicas que no se pue­
den obtener por ningún otro método existente. Cuando se trata precisa­
mente de clasificar soportes de prensa cuyo lectorado tiene una
composición casi idéntica, la manipulación de los datos sociodemográfi-
cos alcanza un techo que no puede superar. Los métodos del tipo «estilo

4. Por supuesto, el caso inverso también puede ser interesante.

174
de vida» proponen categorías de análisis que no tienen ninguna especi­
ficidad en lo que a la prensa se refiere: no hay ningún pasaje preciso en­
tre tal o cual categoría de estilo de vida y una recomendación de estra­
tegia redaccional o una argumentación convincente para atraer a los
anunciantes; ese paso es siempre de naturaleza intuitiva. En cuanto al
análisis de contenido clásico, su capacidad de descripción sólo alcanza
un aspecto del contrato de lectura: las variaciones temáticas que se dan
dentro del contenido del soporte. Estas variaciones.no son desdeñables,
pero las más de las veces distan mucho de ser la dimensión más impor­
tante. En cambio, en cuanto al funcionamiento de la enunciación, esta
es una dimensión que escapa, por definición, al análisis de contenido,
puesto que la enunciación no corresponde al orden del contenido.
De modo que, en este terreno, la semiología tiene una importante
contribución que hacer, y que le es exclusiva.

Variaciones enunciativas

En la portada de un soporte de prensa, el enunciador puede hacer mu­


chas cosas (fig. 1) o muy pocas (fig. 2); puede interpelar al destinatario
a través de la mirada del o de la modelo (fig. 1) o, por el contrario, man­
tener al destinatario «a distancia», es decir, proponerle un lugar de es­
pectador que mira a un personaje que no le devuelve la mirada (fig. 2).
Para un soporte de prensa, las modalidades de enunciación de la porta­
da son un factor esencial de la construcción del contrato: la portada
puede mostrar, de manera a la vez condensada y precisa, la naturaleza
del contrato o bien ser más o menos incoherente con respecto a este úl­
timo.
Veamos una portada de Marie France (fig. 3). En ella toma su lugar
un cierto enunciador. Ante todo, ese enunciador clasifica: los artículos
anunciados están claramente enmarcados por renglones explícitos:
«Moda», «Medicina», «Artes». En segundo lugar, jerarquiza', mediante la
tipografía y el color, destaca un tema como más importante que los de­
más: «Especial Tejidos». En tercer lugar, cuantifica: «10 pantalones»,
«10 botas», «20 modelos con explicaciones». En cuarto lugar, formula
preguntas: «Parto: ¿cuál es el mejor método?», «¿Se puede vivir del pro­
pio talento?». En quinto lugar, como puede verse, esas preguntas tienen
una forma impersonal, reforzada por el «se» del título: «Se hacen H. L.
M. con edificios antiguos». Por último, y en sexto lugar, se presenta una
imagen que es soporte de moda y uno de los títulos remite a la moda: el
texto y la imagen están pues articulados entre sí y en el interior de la
revista, en los artículos anunciados, reaparecen los temas de moda re­

175
presentados por la modelo de portada. La configuración de todos esos
elementos anuncia un enunciador pedagógico que preordena para el
lector el universo del discurso; que va a guiarlo, que va a contestar sus
preguntas, a explicarle, en suma a informarlo, manteniendo sin embar­
go con él una distancia objetiva.
Comparemos esa portada con otra, ahora de Marie Claire (fig. 4). En
este caso no hay ninguna clasificación; todos los títulos se presentan en
una lista compacta, y por su tamaño tienen todos una importancia com­
parable. Como en el caso anterior, la imagen de la modelo es soporte de
moda, pero un solo texto podría articularse con ella: «30 vestimentas
anti-frío». Si la imagen se hace cargo de la moda, el enunciador Marie
Claire habla de muchas otras cosas: las relaciones amorosas, la sexua­
lidad, el robo en la calle. La imagen y los textos están aquí mucho más
disociados, montados en cierto modo en paralelo y nos encontramos
además ante un enunciador que deja a la lectora la libertad de decidir
la importancia relativa de los temas tratados. Hay distancia, como en el
caso anterior (pues no aparece ninguna interpelación, ningún «noso­
tras», ningún «usted» que establezca un vínculo con la destinataria) pe­
ro es una distancia sin pedagogía.
Al examinar una portada de Cosmopolitan (fig. 1) entramos en un
universo completamente diferente. Ante todo, se transmite comparativa­
mente una impresión de mayor desorden: mucho texto, distribuido en
unidades complejas, cada una de ellas con dos niveles. Hasta podríamos
decir que el enunciador exhibe un cierto desorden: el vínculo con la lecto­
ra no se construye precisamente sobre la pedagogía de la clasificación. En
el interior de esta combinatoria, el enunciador dialoga con la destinata­
ria, y hasta pone en escena la palabra de esta última: «¿Por qué ellos
siempre me dejan?». «Gano, luego existo», dice la lectora en el título prin­
cipal, y el subtítulo completa: «La verdadera liberación son nuestros sala­
rios», donde el nuestros construye un colectivo que incluye a la vez al
enunciador y al destinatario. Se instaura así un juego de lenguaje que ex­
presa la complicidad entre ambos. Este marco de complicidad (en las an­
típodas de la distancia didáctica) le permite a Cosmopolitan transmitir
valores implícitos, dar consejos, impulsar cierta liberalización de las cos­
tumbres. En este caso, la imagen de portada se construye de una manera
muy diferente de la empleada en Marie France y Marie Claire: no es un
soporte de moda. En efecto, lo que la modelo lleva puesto prácticamente
no se ve y además no tiene ninguna importancia: esta figura de mujer es
una suerte de «logotipo» abstracto. La imagen tiene aquí la función de
materializar un modo de vida: «Vivir al estilo Cosmopolitan» (nombre de
una rúbrica permanente de la revista), modo de vida que se transmite
mediante la complicidad que establecen los títulos.

176
Orden, intensa articulación entre los elementos, posición de enun­
ciación pedagógica (.Marie France); presentación en paralelo de dos dis­
cursos que no se tocan: la distancia «objetiva» del testimonio y del re­
portaje, por un lado; la moda, refinada y silenciosa, por el otro CMarie
Claire)', complicidad alrededor de un estilo de vida del que la revista es,
de algún modo, la «marca» (Cosmopolitan). Tres revistas femeninas,
tres modalidades diferentes de anunciar un contrato en la portada.
Evidentemente, la presencia o la ausencia de una posición de enun­
ciación pedagógica no es sólo una cuestión de lenguaje; tiene que ver
además con los modos de tratamiento de la imagen. Otro sector clásico
de la prensa gráfica, el de las revistas de decoración, ofrece múltiples
ejemplos de variaciones enunciativas en la imagen. Por un lado, reen­
contramos la estrategia pedagógica, cuando todos los elementos del tra­
tamiento fotográfico -los cromatismos, la nitidez homogénea de los ob­
jetos, la uniformidad de la iluminación, las señales de ocupación del
lugar (por ejemplo, una chimenea encendida)- están allí para significar
que el enunciador tiene una voluntad informativa (fig. 5). El destinata­
rio es definido como alguien motivado por una intención apropiativa y
práctica; el hecho de que el destinatario evalúe cada elemento, con mi­
ras a una posible utilización, es la cuestión esencial. Por otro lado, en los
productos de nivel más alto del sector, encontramos imágenes que ocul­
tan tanto como muestran una decoración. En este caso (fig. 6), la mane­
ra de mostrar es tan importante, si no más importante, que aquello que
se muestra: la imagen invita al destinatario a tomar la distancia del es­
pectador, a adoptar un punto de vista estético y, por lo tanto, a anular
toda motivación apropiativa. La diferencia es muy importante y tiene
múltiples consecuencias en todos los niveles de funcionamiento del dis­
curso de la prensa gráfica. Porque la posición de enunciación pedagógica
define al enunciador y al destinatario como desiguales: el primero mues­
tra, explica, aconseja; el segundo mira, comprende, saca provecho. La po­
sición de enunciación «distanciada» y no pedagógica induce cierta sime­
tría entre el enunciador y el destinatario: el primero, al exhibir una
manera de ver las cosas (fig. 7), invita al destinatario a adoptar el mismo
punto de vista o al menos a apreciar la manera de mostrar tanto como lo
que se muestra. Por esta razón esa enunciación «distanciada» termina
por proponer un juego al destinatario, un juego en el que el enunciador y
el destinatario se sitúan en el marco de una complicidad creada por el he­
cho de que comparten ciertos valores culturales. Queda claro pues que
esas variaciones en la enunciación están asociadas a los «niveles de ga­
ma» de los soportes.
En el universo de la prensa de actualidad, la voluntad de transpa­
rencia (o, por el contrario, de relativa opacidad) del enunciador se tra­

177
duce en modalidades de escritura muy diferentes. Tomemos un ejemplo.
Uno de los principales problemas que debe resolver la prensa semanal
de actualidad es el de decidir por dónde pasa la frontera entre lo que se
va a presentar como ya conocido por el lector y aquello que se lleva a
proporcionar como información (es decir, lo que se presentará como no
conocido por el destinatario). No siempre es sencillo trazar este límite y
los semanarios de actualidad pueden clasificarse según el modo de «do­
sificar» los elementos informativos y los elementos no informativos.
Consideremos estos dos títulos:
(1) Líbano: la negociación fracasó.
(2) El fracaso libanés.
El título (1) es informativo; el título (2) no lo es. El título (1) presen­
ta el fracaso como una información que se le proporciona al destinata­
rio, es decir, ese título supone que el destinatario sabe que en el Líbano
se está desarrollando una negociación, pero no sabe que esa negociación
acaba de fracasar. Ninguno de los elementos del título 2 es informativo
en relación con el acontecimiento: lo que anuncia no es que haya fraca­
sado la negociación en el Líbano, sino que el enunciador va a hablar de
ese fracaso, cuya existencia se da como conocida por el destinatario.
Un soporte como París Match, por ejemplo, es informativo en todos
los niveles de organización de su texto (título de portada/título del artí­
culo en el interior de la revísta/volanta/epígrafe de la fotografía/texto
del artículo). En cada uno de esos niveles, se da al destinatario una in­
formación que se supone que no tiene. Al avanzar desde el título hacia
el artículo, el lector progresa en la información, pero en cada etapa ob­
tiene parte de ella; si se detiene en medio de la marcha, ya sabe algo del
evento en cuestión, París Match permite así varios niveles de lectura.
En los semanarios llamados «news», en cambio, todos los elementos
que enmarcan el texto de los artículos (títulos y volantas) son opacos, no
informativos: sólo tienen la función de incitar al lector a leer el artícu­
lo. Si el lector se limita a recorrer los títulos, no obtiene información so­
bre los acontecimientos; lo que encuentra es un juego de lenguaje que
sirve para construir la complicidad entre el enunciador y el destinata­
rio, mediante el empleo de elementos que remiten permanentemente a
objetos culturales que se supone que uno y otro conocen. Cada título es
una «clave» cuya descodificación funciona como «prueba» de pertenen­
cia a un universo cultural compartido:

Troyat: «Destruir, dice él»


Vacaciones de los franceses: el azar y la necesidad
Restos y susurros

178
Esta maniobra enunciativa fundamental, que consiste en atribuir
cierto saber al destinatario (al construirlo como más o menos «informa­
do», más o menos «cultivado», más o menos capaz de identificar alusio­
nes, etc.) determina la «transparencia» o la «opacidad» relativa del dis­
curso. Que un discurso sea comparativamente opaco significa que
privilegia la enunciación por encima del enunciado, que exhibe sus mo­
dalidades de decir más que lo que dice.

De la producción al reconocimiento

Posición didáctica o no didáctica, transparencia u opacidad, distancia o


diálogo, objetividad o complicidad, valores compartidos en el nivel de lo
dicho o en el plano de las modalidades del decir, fuerte articulación de
los niveles o discursos presentados «en paralelo», grado y tipo de saber
atribuidos al lector: a través de las decisiones tomadas respecto de es­
tas dimensiones (que, por supuesto, admiten diferencias de grado) y de
muchas otras, se construye el contrato de lectura; hay un enunciador
que le propone a un destinatario ocupar un lugar.
El análisis semiológico tiehe p®r «fejet# identificar y describir todas
las operaciones que, en el discurso del soporte, determinan la posición
de enunciador y, en consecuencia, la del destinatario.
En este sentido, conviene hacer tres observaciones: B;
-Ante todo, el análisis nunca trabaja con un solo soporte: se sÉúa en
un universo de competencia dado, dentro del cual procura identificar
qué es lo que establece la diferencia entre los soportes, lo que contribuye
a definir la especificidad de cada soporte dentro del universo elegido.
En otras palabras, el análisis siempre es comparativo.
-E n segundo lugar, las operaciones que se toman en consideración
deben ser regulares, esto es, deben constituir invariantes, modalidades
de discurso que se repiten y que, en consecuencia, dan cierta estabilidad
a la relación soporte/lector.
-En tercer lugar, si bien en un primer momento el análisis consiste
en identificar y describir de manera precisa cada operación enunciati­
va, luego procura establecer las relaciones que se dan entre las opera­
ciones: una propiedad discursiva aislada no determina nunca un con­
trato; este último es el resultado de una configuración de elementos.
Dicho de otro modo, el análisis debe delimitar la lógica de conjunto de
cada soporte incluyendo, por supuesto, sus eventuales incoherencias y
contradicciones.
Un análisis del dispositivo de enunciación es lo que yo llamo un
análisis en producción; pero el contrato se consuma, más o menos aca-

m
badamente, en el momento de la lectura: en reconocimiento.5 De modo
que es necesario indagar, entre los lectores del universo de competencia
estudiado, qué ocurre con los contratos propuestos por los soportes que
forman parte de este universo, cuál es la eficacia relativa de cada con­
trato, sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Este es el objeto de la fa­
se de trabajo de campo que siempre debe completar el análisis semioló-
gico. En consecuencia, al estudiar cada soporte, es necesario trabajar
con sus lectores y sus no lectore^ansea mediante entrevistas semidiri-
gidas, ya sea en grupos proyectiv^s^ana vez que el análisis semiológico
nos ha permitido determinar las dimensiones fundamentales de cada
contrato, lo que queda por hacer es testearlas. Partiendo de materiales
extraídos de los soportes estudiados se prepara una serie de ejercicios
proyectivos que inducen a los lectores y a los no lectores a pronunciar-
se acerca de los diversos elementos que ilustran cada aspecto del con­
trato de lectura: portadas, fragmentos de artículos, ejemplos de diagra-
mación, variaciones en la articulación imagen/texto, variaciones en la
organización de los elementos del encuadre (títulos/subtítulos/volan-
tas), etcétera.
No insistiré sobre este aspecto, que se refiere a métodos de trabajo
de campo bien conocidos. Me limitaré a subrayar que, desde mi punto de
vista, el test del contrato de lectura forma parte de la estrategia de con­
junto de un procedimiento con vocación semiológica: en un enfoque se­
miológico completo, el análisis del corpus mismo queda «apresado» en­
tre la problemática de la producción y la problemática de la recepción.
Ahora bien, en la etapa dedicada a precisar el modo de funcionamiento
de un contrato entre lectores y no lectores, no se trata de realizar un
análisis más o menos estandarizado de un material proyectivo obtenido
mediante entrevistas o en reuniones de grupo; la interpretación de los
datos del terreno está enteramente guiada por los resultados del análi­
sis semiológico. Sólo a la luz de este último adquiere su verdadera sig­
nificación el material referente a lo que los lectores y no lectores espe­
ran, a sus intereses, a sus rechazos, a los elementos del imaginario que
expresan.
Sin el análisis semiológico del contrato de lectura, un estudi# desti­
nado a reunir datos sobre un lectorado difícilmente pueda escapar a la
banalización: en un sector determinado de la población, los consumido­
res de la prensa no tienen intereses, expectativas, motivaciones o nece­
sidades en general. Todos estos elementos están estructurados, organi­
zados, «trabajados» en permanencia por los discursos mediáticos a los

5. Sobre la distinción entre producción y reconocimiento, véase mi artículo


«Semiosis de Tideologie et du pouvoir», Communications 28, pp. 7-20,1978.

180
que los consumidores son más o menos fieles. Como en muchas otras es­
feras, el análisis semiológico sirve en este caso para hacer justicia a la
especificidad del objeto estudiado; un soporte de prensa es, por cierto,
un «producto», pero no es un producto como los demás.
El concepto de contrato de lectura implica que el discurso de un so­
porte de prensa es un espacio imaginario en el que se le proponen al lec­
tor múltiples recorridos; es, de algún modo, un paisaje en el cual el lec­
tor puede elegir su camino con mayor o menor libertad, con zonas en las
que corre el riesgo de perderse o que, por el contrario, están perfecta­
mente señalizadas. Este paisaje puede ser más o menos llano, estar más
o menos contrastado. A lo largo de su trayecto, el lector encuentra per­
sonajes diversos que le proponen actividades diversas y con los cuales
siente más o menos ganas de entablar una relación, según la imagen
que le transmiten, la manera en' que lo tratan, la distancia o la intimi- <*/
dad que le proponen. Un discurso es un espacio habitado, rebosante de
actores, de escenarios, de objetos, y leer es «poner en movimiento» ese
universo, aceptando o rechazando, yendo más bien a la derecha o más
bien a la izquierda, dedicando más o menos esfuerzo, escuchando con
un oído o con los dos. Leer es hacer; de modo que hay que terminar con
el enfoque tradicional que se limita a caracterizar al lector «objetiva­
mente», es decir,pasivamente, en términos de nivel socioeconómico o de
estilo de vida, sin plantearse nunca la cuestión de saber qué hace (o qué
no hace) cuando lee: si llegamos a responder a esta pregunta compren­
deremos mejor las razones por las cuales cada uno lee lo que lee.y

El «en juego» semiótico

De esta problemática se desprende, en mi opinión, un cierto punto de


vista en relación con las cuestiones planteadas por Éric Fouquier
(1983). El estudio de los efectos ¿forma o no parte del campo de la se­
miología? Que mi respuesta sea resueltamente afirmativa no debe sor­
prender. Si bien en el marco de la «primera semiología» era posible du-

6. Mi fórmula «leer es hacer» recuerda, naturalmente, a la empleada para


traducir al francés el título de la obra de [Cómo hacer cosas con palabras, Bar­
celona, Paidós, 1998.1 J. L. Austin: Quand dire c’est faire (Cuando decir es ha­
cer), París, Seuil, 1970. Más allá de este paralelo, aun falta saber cómo se defi­
ne el hacer implicado en la actividad lingüística, aspecto que no puedo
desarrollar en el marco de este capítulo. Me limitaré a subrayar que, en la obra
de Austin y en los trabajos inspirados por ella, el concepto de «hacer» no deja de
plantear serios problemas teóricos.

181
dar, para la «semiología de tercera generación» ya no lo es. Por cierto,
para esta última el verdadero objeto no es el mensaje mismo (sea cual
fuere la manera de conceptualizarlo, como un conjunto de signos o como
un discurso) sino el proceso de producción /reconocimiento del sentido,
sentido para el cual el mensaje no es más que el punto de pasaje.
Cuando se trabaja en la etapa del reconocimiento, uno debe abordar
dos conjuntos discursivos: un corpus cuyas propiedades se analizan y
un conjunto constituido por los discursos de los receptores (en este ca­
so, lectores y no lectores de determinados soportes de prensa). Definiré
pues la cuestión de los efectos como la de las relaciones sistemáticas en­
tre estos dos conjuntos: permanezco en la esfera de la semiótica porque
sólo trabajo con relaciones interdiscursivas. En realidad, no veo clara­
mente qué podría ser «el efecto de sentido» de un discurso, desde el pun­
to de vista semiótico, sino otro discurso en el cual se manifiesta, se re­
fleja, se inscribe, el efecto del primero. Así es como, en el caso del estudio
del contrato de lectura, por un lado selecciono un corpus de soportes de
prensa que me permite trabajar en la etapa de producción a fin de re­
constituir la gramática de producción de cada uno de los soportes y por
el otro, procuro reconstituir, a partir del discurso de los receptores, las
gramáticas de reconocimiento que siempre son varias, puesto que un
dispositivo de enunciación dado nunca produce un solo efecto, sino
siempre varios, según los receptores.
En consecuencia, no estoy dispuesto a dejar la cuestión de los efec­
tos en manos de otros (psicólogos, sociólogos, psicoanalistas, etc.). Es
cierto que, en esta perspectiva, el semiólogo se encuentra en una posi­
ción difícil: por un lado, dice que un mensaje nunca produce un solo
efecto, que siempre son posibles numerosos efectos, y, por el otro, asegu­
ra que un mensaje nunca produce cualquier efecto. Creo que, cierta­
mente, si uno afirma ambas cosas a la vez, se halla en una situación
muy incómoda en lo que a causalidad se refiere.
Considero que hay que tratar de preservar esta ambigüedad y per­
manecer en una posición que consiste en decir que ningún efecto de sen­
tido es automático, que ningún efecto de sentido corresponde al orden
de una relación lineal causa/efecto, pero que al mismo tiempo hay efec­
to de sentido y que ese efecto tiene alguna relación con las propiedades
del mensaje.
¿Por qué hay que intentar permanecer en esta posición incómoda?
Porque si el semiólogo «deja el tema de los efectos en manos de otros»,
esto implica una ruptura extraña de la realidad. En efecto, ¿hay una
causalidad significante? Yo creo que sí. En ese caso, habría un especia­
lista de las causas (el semiólogo) incapaz de interrogarse sobre los efec­
tos y especialistas en los efectos (los otros) que no sabrían nada sobre

182
las causas. Esta situación, esta extraña distribución de competencias,
desemboca en lo que Roland Barthes denunció hace tiempo: quienes se
ocupan de los efectos de los mensajes sin interrogarse acerca de la na­
turaleza de las causas están inevitablemente condenados a naturalizar
el signo.
(1984)

Referencias bibliográficas

Fouquier, É. 1983. Les effets du sémiologue. Notions opératoires pour


une sémiotique del effets düs aux mass-médias, Sémiotique II. Pa­
rís, Institut de Recherches et d’Études Publicitaires (IREP).

183
Figuras

Figura 1

185
i
i
Figura 2
Figura 3
Figura 4
189
190
9
Prensa gráfica y teoría de los
discursos sociales: producción,
recepción, regulación

En el contexto de nuestras sociedades postindustriales mediatizadas,1


la prensa gráfica representa un ámbito por completo excepcional para
el análisis del discurso, un campo propicio para comprobar sus hipóte­
sis teóricas y poner a prueba sus instrumentos de descripción: es, por
un lado, una especie de laboratorio para el estudio de las transformacio­
nes socioculturales de los grupos sociales y de las relaciones entre estas
transformaciones y la evolución y entrelazamiento de los géneros dis­
cursivos; por otro lado, implica una red de producción de discursos cuya
complejidad requiere apelar a un marco conceptual de múltiples nive­
les, capaz de abordar tal complejidad.
El objetivo de este capítulo es dar una primera visión de conjunto de
ese marco conceptual, recordando al mismo tiempo ciertos problemas
que se plantean cuando se aborda la esfera de la prensa gráfica desde el
punto de vista de una teoría de la discursividad social.
Algunas observaciones, a manera de preámbulo.
Ante todo, una teoría de los discursos sociales no trata la prensa
gráfica como un lugar (entre otros) de manifestación de las leyes del
lenguaje, sino que la aborda como uno de los terrenos en los cuales se
perfilan, con una forma dominante específica -la de la materialidad de
la escritura2- , los objetos que le son propios: los discursos. En otras pa­

1. Véase respecto de la mediatización mi artículo Le séjour et ses doubles: ar-


chitectures du petit écran, Temps Libre, 11, pp. 67-68,1984 (reproducido como cap.
1 del libro El cuerpo de las imágenes. Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2001).
2. Sin olvidar que, en lo que llamamos la prensa gráfica o escrita, no hay só­
lo escritura. Deberíamos hablar tal vez de discurso impreso: escritura, imagen,
diagramación.

193
labras, en relación con la prensa gráfica es necesario progresar en la
teorización de los objetos discursivos.
En segundo lugar, no creo que se llegue a una teoría de lo discursi­
vo por prolongación y/o reorganización de un enfoque lingüístico (sea de
la índole que fuere). La prensa gráfica es precisamente un buen terreno
para practicar, en mi opinión, la única estrategia posible, la que consis­
te en abordar lo complejo como tal, en su propio nivel, sin caer en la ilu­
sión de suponer que, partiendo de lo simple, por composición y con pa­
ciencia, se puede llegar a lo complejo.
En tercer lugar, si se parte de objetos complejos los macrofunciona-
mientos discursivos sobredeterminan los microfuncionamientos lin­
güísticos. Por ello, aquí son fundamentales ciertos macroconceptos. Pre­
cisamente, en el nivel de los macroconceptos es posible captar la
influencia que ejercen las condiciones productivas en el discurso y, por
lo tanto, el arraigo de estos últimos en la sociedad y en la evolución his­
tórica.
Los lugares de manifestación de estos macrofuncionamientos dis­
cursivos son, en nuestras sociedades industriales, los medios. El térmi­
no «medios», designa para mí no solamente un dispositivo tecnológico
particular (por ejemplo, la producción de imágenes y de sonidos sobre
un soporte magnético) sino la conjunción de un soporte y de un sistema
de prácticas de utilización (producción/reconocimiento). El vídeo do­
méstico, que termina siendo el registro de escenas de la vida familiar, y
la televisión destinada al gran público no se diferencian por la natura­
leza del dispositivo tecnológico, aunque por cierto no se trata en uno y
otro caso del mismo «medio». Los diferentes procedimientos que condu­
cen a un texto escrito impreso no son más que dispositivos técnicos. La
prensa gráfica para el gran público es un medio; el equipo ordenador
personal-impresora, que hizo entrar lo escrito impreso en el universo de
los usos individualizados, probablemente esté creando otro medio, com­
pletamente nuevo. Los medios son pues para mí un concepto sociológi­
co y no tecnológico.

El análisis en producción: tipos, géneros, estrategias

Llamo «sistema productivo» a la articulación entre la producción y el re­


conocimiento de los discursos producidos.3En el plano de los macrofun­
cionamientos y para un análisis «en producción», distinguiremos tres

3. Respecto de la distinción entre producción y reconocimiento, véase Verón,


1979:125-142; 1983: 21-31, y también Verón, 1988.

194
nociones: «tipo», «género» y «estrategia». Se trata de un enfoque esen­
cialmente empírico, pues la falta de criterios teóricos elaborados hace
que por el momento las fronteras entre estos macroconceptos estén un
poco desdibujadas. A falta de una tipología del discurso teóricamente
constituida, estamos obligados a partir de ciertos niveles -y, en el inte­
rior de cada nivel, de ciertos desgloses- que aparecen en el seno mismo
del sistema productivo de los discursos mediáticos.4 En las considera­
ciones siguientes, sólo tomo en cuenta el caso de las sociedades indus­
triales y postindustriales de régimen democrático.

1. Tipos

En lo que se refiere a la noción de «tipo» de discurso, me parece esencial


asociarla, por un lado, a estructuras institucionales complejas que cons­
tituyen sus soportes organizacionales y, por el otro, a relaciones sociales
cristalizadas de ofertas/expectativas que son los correlatos de estas es­
tructuras institucionales. Por supuesto, estas estructuras instituciona­
les y estas configuraciones de ofertas/expectativas, no pueden tratarse
simplemente como datos sociológicos «objetivos»; unas y otras son inse­
parables de los sistemas de representaciones qué, en producción, es­
tructuran el imaginario donde se construyen las figuras de los emisores
y de los receptores de los discursos.
Resulta difícil, por ejemplo, definir el discurso político como tipo, sin
conceptualizar su anclaje en el sistema de los partidos y en el aparato
del Estado por un lado, y sin teorizar las modalidades a través de las
cuales ese tipo de discurso construye las figuras de sus receptores, por
otro^ En la definición del tipo intervienen hipótesis que tienen la pre­
tensión de captar la especificidad del tipo, es decir, su diferencia en re­
lación con otros tipos. En el caso del discurso político, una hipótesis de
esta índole consiste en postular la construcción, en cierto nivel, de un
destinatario genérico ciudadano nacional (asociado al colectivo «na­
ción»), que participa en ciertas prácticas relacionadas con el sistema po­
lítico (y que, por lo tanto, tiene ciertas expectativas respecto de su fun­

4. Encontramos una utilización algo diferente de los conceptos de «tipo»,


«género» y «estrategia» en Patrick Charaudeau, Langage et discours, París, Ha-
chette Université, 1983, en particular en las pp. 87 ss. Charaudeau denomina
«géneros discursivos» a lo que tiendo a designar como «tipo» de discurso (publi­
citario, político, etc.). En cambio, su concepto de «estrategia» parece correspon­
der aproximadamente al mismo nivel de análisis que el mío, sólo que yo no le
atribuyo ninguna connotación de «intencionalidad» ni de «conciencia».

195
cionamiento), y, en otro nivel, de tres subespecies de destinatarios: el
prodestinatario, al que se apunta a través de mecanismos de fortaleci­
miento de la creencia compartida, el paradestinatario, blanco de meca­
nismos del orden de la persuasión, y el antidestinatario, blanco de las fi­
guras de lo polémico.5
También parece difícil definir como tipo el discurso de la información
(ese discurso cuyo objeto es la actualidad) sin conceptualizar, por un lado,
su articulación con la red tecnológica de los medios y con los sistemas de
normas que rigen la profesión de periodista y, por otro, sus modalidades
de construcción de un único destinatario genérico, el ciudadano habitan­
te (asociado al colectivo «país», pero motivado por el colectivo «mundo»),
comprometido en rutinas diversas de apropiación del espacio-tiempo de
lo cotidiano. Si bien el destinatario genérico ciudadano-habitante está
próximo, en algunos aspectos, al prodestinatario, el discurso de la infor­
mación es ajeno al paradestinatario y al antidestinatario.
Igualmente parece difícil definir como tipo el discurso publicitario sin
conceptualizar, por un lado, sus relaciones complejas con el mercado eco­
nómico de los bienes de consumo, con la red institucional de la comunica­
ción comercial y con la red de los medios, en los cuales obtiene su légiti-
midad y, por el otro sus modalidades de construcción de toda una galería
de paradestinatarios entendidos como consumidores potenciales.
Y lo mismo podría decirse dé otros tipos de discursos.

2. Géneros

La noción de «género» está fatalmente marcada, desde el comienzo, por


la problemática literaria, lo cual no facilita la tarea. En esta óptica, he­
redera del análisis literario, un género se caracterizará necesariamen­
te por cierta disposición de la materia lingüística (por no decir de la es­
critura, pues un mismo género puede aparecer en forma escrita en la
prensa y en forma oral en la radio). A falta de una denominación mejor,
identificaré este uso como el de los géneros-L. «Entrevista», «reportaje»,
«investigación», «alocución», «mesa redonda», «debate» y muchas otras
expresiones designan, de manera más o menos confusa, los géneros-L.
Por supuesto, este nivel de análisis se cruza con el de la identifica­
ción de tipos: un mismo tipo de discurso puede reconocerse en la forma
de diversos géneros-L: la «entrevista», la «alocución», el «debate», en el

5. Sobre la distinción entre pro, para y antidestinatario, véase mi artículo:


La palabra adversativa. Notas sobre la enunciación política, en El discurso y la
construcción del sentido en la política. Buenos Aires, Hachette, 1987.

196
caso del discurso político, por ejemplo. Inversamente, por supuesto, un
mismo género puede aparecer en diferentes tipos de discurso.
Pero aun debemos agregar un segundo concepto de género que nos
permite designar y clasificar lo que corresponde denominar productos.
Hablemos entonces aquí de géneros-P. Desde este punto de vista, pode­
mos decir, por ejemplo, que expresiones tales como «periódico de infor­
mación», «revista femenina mensual de temas generales» y «news» de­
signan géneros de la prensa gráfica dirigidos al gran público, así como
los «magacines de divulgación científica», los «programas de juegos», los
«programas de variedades» y la «telenovela» designan géneros de tele­
visión destinados al gran público.
Los géneros-P mantienen una relación mucho más estrecha con los
tipos de discursos que los géneros-L. En realidad, es probable que esta
noción de géneros-P en el fondo no sea más que una manera (probable­
mente desprolija y provisoria) de conceptualizar subespecies dentro de
un tipo, entidades discursivas que no pueden, en consecuencia (a dife­
rencia de los géneros-L) aparecer en varios tipos al mismo tiempo.
El hecho de reunir, en este caso, la noción de producto con la de gé­
nero no es, por supuesto, fortuito. Porque los géneros-P están directa­
mente ligados a los fenómenos de competencia que se producen en el in­
terior del universo de los medios: una «zona de competencia directa» no
es otra cosa que un enfrentamiento de cierta cantidad de productos dis­
cursivos que pertenecen a un mismo género-P. En la caracterización de
un género-P intervienen generalmente ciertos elementos invariables
de «contenido», es decir, la apropiación de un conjunto relativamente es­
table de campos semánticos.
Un representante de un género-P determinado (por ejemplo, un títu­
lo de la prensa gráfica perteneciente al género-P, «revista femenina de in­
terés general») está compuesto por una pluralidad de unidades discursi­
vas que con la mayor frecuencia representan muchos géneros-L. Los
géneros-L «atraviesan» a la vez los tipos de discurso y los géneros-P.

3. Estrategias

Las estrategias discursivas pueden definirse, en este contexto, como va­


riaciones atestiguadas en el interior de un mismo tipo de discurso o de
un mismo género-P. Si no menciono aquí los géneros-L, ello se debe a
que, en la óptica del análisis de los discursos sociales mediatizados, las
variaciones que se dan en el interior de un mismo género-L no son re-
ductibles (ni explicables) en el marco del género-L en cuestión: están so-
bredeterminadas por el tipo de discurso y por el género-P en el cual es-

197
’l

tá contenido el género L. El hecho de interesarse solamente en los géne­


ros-L, en sus variaciones a través de los tipos y de los géneros-P, indica
un enfoque que no es el de una teoría de los discursos sociales.
Las variaciones estratégicas a las que nos referimos aquí remiten
directamente a los fenómenos de competencia interdiscursiva propios
del campo de la discursividad entendido como mercado de producción de
discursos. Como vemos, la noción de estrategia debe permitirnos discer­
nir, en un sector dado de la red de los medios, las variaciones provoca­
das por la competencia entre varios representantes de mismo gene-’
ro-P. La prensa gráfica suministra ejemplos muy claros de este tipo dé
situación y constituye en consecuencia un terreno privilegiado para el
estudio de las variaciones estratégicas.
i

Las condiciones de producción


de los discursos de la prensa

Permaneceremos dentro de los límites de la esfera que nos interesa, la de


la prensa gráfica destinada al «gran público», lo cual, entre paréntesis, es
ya una simplificación. En efecto, hay muchas propiedades del discurso de
la prensa gráfica que sólo pueden explicarse en virtud del funcionamien­
to del conjunto de lá red mediática de nuestras sociedades. Es evidente
que, desde que existe la televisión, la prensa gráfica cambió y que aún es­
tá cambiando como consecuencia de la progresiva difusión de los servicios
telemáticos instalados en los hogares de los particulares. Sin embargo, no
abordaremos aquí este aspecto del problema.
La prensa gráfica para el gran público ya tiene una larga historia
como sector de la producción cultural sometido a las leyes de la compe­
tencia. Por lo tanto es importante precisar en qué condiciones opera el
mercado de la prensa destinada al gran público, cuál es el dispositivo
por el cual un título periodístico dado (que en adelante llamaremos
«discurso de referencia») se constituye cpmo mercancía definida por su
valor (en el sentido económico del término),)
Este dispositivo contiene no menos de tres niveles fundamentales.
El primer nivel es el de la producción de su lectorado. Las condicio­
nes de producción corresponden aquí al conjunto de características que
permiten definir el lectorado al que apunta el título de referencia. Pre­
cisamente aquí son pertinentes, primero, la noción de tipo de discurso y
luego, las de género-P y género-L. Está claro que esas características
del lectorado no pueden reducirse a las variables que definen Catego­
rías Socioprofesionales (lo que habitualmente se denomina CSP). Antes
bien, se trata de características socioprofesionales tal como las interpre-

1.98
tan y las expresan, en términos de expectativas de discurso, los produc­
tores del título de referencia (en relación con los tipos, los géneros-L y los
géneros-P). La producción del lectorado sólo se hace a través de las per­
cepciones-representaciones que los actores sociales implicados en la
producción del título de referencia, entendido como producto, tienen de
los sectores sociales, de los targets a los que apuntan.
Pero la producción de este lectorado se hace en una situación de
competencia. El segundo nivel es el del posicionamiento del título en re­
lación con los títulos de la competencia, tal como los perciben los actores
sociales implicados en la producción del título de referencia. La consti­
tución de un lectorado supone la estructuración, en el discurso del títu­
lo, de un vínculo propuesto al receptor presentado en la forma de lo que
en otra parte denominé un contrato de lectura (véase Verón, 1984: 33-
56; 1985: 203-230). Aquí las condiciones de lectura tienen que ver con
otros discursos que pertenecen al mismo género-P, copresentes en el
sector al que pertenece el título. El contrato de lectura corresponde al
orden de la estrategia y, en situación de competencia, las estrategias de
los títulos se interdeterminan.
Una vez que se ha producido un lectorado, hay que valorizarlo (me­
diante un metadiscurso que es una representación particular del dis­
curso del título) a fin de venderlo como colectivo de consumidores poten­
ciales ante las diversas categorías de anunciantes. En este caso, las
condiciones de producción adquieren la forma de un conjunto de restric­
ciones que derivan, una vez más, no sólo de las interpretaciones de las
características «objetivas» de la población que constituye el lectorado
del título, sino también de la percepción que ios propios anunciantes
tienen del título de referencia y de sus competidores, en función de su
propia lectura y, a menudo, en función también de las imágenes de los
títulos que circulan en el medio publicitario.6

La cuestión de las estrategias enunciativas

El universo de la prensa gráfica destinada al gran público puede conce­


birse como una configuración extremadamente compleja de «zonas de

6. Si bien los tres niveles que acabo de mencionar se cuentan entre los. más
importantes, no son los únicos, A veces es fundamental la relación cón los !mé-
dios profesionales y la construcción entre ellos de una imagen del título. Un
buen ejemplo es el de los lazos entre los títulos de la prensa femenina «dé temas
generales» y el medio profesional de los «creadores de la moda»; estos víncúlos
pueden afectar la estrategia discursiva de los títulos. JB >

199
competencia directa». Cada zona de competencia directa está compues­
ta por una pluralidad de representantes de un mismo género-P que se
enfrentan en el interior del proceso de producción-reproducción de sus
lectorados. Por supuesto, estas zonas no son estancas, se superponen
parcialmente y ciertos títulos tienen posicionamientos que se ubican en las
fronteras entre varias de ellas. Algunas de esas «zonas» están en de­
cadencia (en cuanto a difusión y ventas), otras experimentan un cre­
cimiento acelerado y otras permanecen en una meseta. Regularmente
aparecen nuevos géneros-P que constituyen el embrión de nuevas zo­
nas.
Los títulos que compiten dentro de una zona están muy próximos
unos de otros en un momento dado, si se los compara en el plano del gé-
nero-P al que pertenecen: tanto desde el punto de vista de los campos
semánticos abordados -lo cual se traduce en «grillas» comparables de
desglose de lo «real» a que se refieren- como también de los géneros-L
dominantes. Para tomar un caso sumamente conocido, el de las revistas
mensuales femeninas llamadas «de interés general», todos los títulos
que pertenecen a esta categoría se organizan alrededor de tres grandes
campos semánticos: la moda, la belleza y la cocina..Además de presen­
tar esa regularidad temática global, en cada uno de los campos y por ra­
zones que tienen que ver con el ritmo estacional del mercado del consu­
mo y con prácticas colectivas asociadas al tiempo libre, estas revistas
hablan de las mismas cosas en el mismo momento del año: la ropa inte­
rior, el bronceado, las colecciones, el regreso a la escuela, la dieta, los re­
galos para las fiestas y muchos otros temas reaparecen cada año en el
mismo período. Dentro de una «zona», la oferta presentaren el plano de
los grandes ejes temáticos, una considerable homogeneidad.7
En tales condiciones* ¿cómo puede cada uno de los títulos construir
su especificidad, definir lo que lo singulariza en relación con sus compe­
tidores? Esta singularización es, por supuesto, esencial para la valori­
zación del título ante los anunciantes: la singularidad es lo que permi­
te justificar, a los ojos de los inversores publicitarios, el hecho de
anunciar en esa publicación antes que en su competidora.
En un universo de discurso en el que, desde el punto de vista del
contenido, la oferta es más o menos la misma, el único medio que tiene
cada título de construir su «personalidad» es una estrategia enunciati­
va propia, es decir, construyendo cierto vínculo con sus lectores. Por
ello, en la prensa gráfica, cada zona de competencia directa es un ver­

7. El grado de homogeneidad temática es elevado pero variable. Dar priori­


dad a ciertos temas puede formar parte del contrato de lectura de un título por
oposición a otro perteneciente al mismo género-P.

200
dadero laboratorio para el estudio de fenómenos enunciativos; allí uno
encuentra una multiplicidad de estrategias enunciativas que «traba­
jan» de diversas maneras una misma «materia» semántica: en el ámbi­
to de las revistas femeninas, la distancia no pedagógica se distingue
pues de la distancia pedagógica y ambas se oponen a las estrategias de
complicidad; en el terreno de las revistas de decoración, la transparen­
cia del modelo se opone a la opacidad estetizante de un enunciador legi­
timado por la singularidad de su mirada; en los semanarios de informa­
ción, el borramiento de un enunciador-testigo de la inmediatez de lo
real se distingue del enunciador-narrador que organiza la actualidad
mediante operadores Acciónales, etcétera.8
El principal problema que plantea el análisis de los discursos en pro­
ducción, tal como aparece en el marco de una teoría de los discursos so­
ciales, es el siguiente: encontrarse ante una superficie discursiva dada
que se va a analizar implica encontrarse ante un objeto multidetermina-
do cuyas propiedades resultan del entrecruzamiento de una pluralidad
de niveles de determinación diferentes. Tratemos de precisar este punto.
Para nosotros, el análisis de los discursos consiste en la identifica­
ción, dentro de la superficie discursiva, de las huellas que remiten a las
condiciones de producción de los discursos. Estas huellas son el soporte
de operaciones que uno debe reconstituir, operaciones que toman la for­
ma de reglas de engendramiento de estos discursos. Yo llamo gramáti­
ca de producción a un conjunto de este tipo de reglas que definen las
condiciones restrictivas del engendramiento de un tipo o de un género-
P. Ahora bien, en la superficie discursiva, todas las huellas están, por
así decirlo, en un mismo nivel: ¿cómo distinguir lo que corresponde al ti­
po de lo que corresponde al soporte tecnológico, al género-P, a la estra­
tegia? En la respuesta a esta pregunta se pone en juego toda la perti­
nencia del análisis.

Los fenómenos de regulación

El sistema productivo de la prensa gráfica está sometido a fenómenos


de regulación muy complejos. Considerándolos en conjunto como una
configuración de «zonas de competencia directa» en permanente evo­
lución, podemos decir que se trata de un sistema en equilibrio inesta­
ble y que regularmente aparecen turbulencias aquí y allá. Tratemos,

8. Pueden hallarse descripciones de estrategias discursivas de la prensa es­


crita inspiradas en este tipo de estudios de Verón (1978:69-124; 1981 y cap. 8 de
este libro). Véase también Fisher y Verón, 1986.

201
en primer término de enumerar las fuentes de evolución y de eventuales
turbulencias.
1. Las condiciones de producción mismas pueden contener im­
portantes contradicciones internas. La estrategia discursiva
que aparentemente correspondería mejor a la valorización del
título ante los anunciantes, puede no ser compatible con la
que aparentemente satisface más a los lectores del título y
que por lo tanto parece la más apropiada para la producción-
reproducción del lectorado. Los «compromisos» entre estas dos
instancias pueden dar por resultado modalidades discursivas
cuyo efecto sería una disminución de la publicidad (con las
consecuencias que ello tiene para la estabilidad financiera de
la publicación) o bien una reducción del lectorado o bien am­
bas cosas.
2. Un título de la prensa destinada al gran público está inserto
en una zona de competencia directa sumamente estructura­
da: las más de las veces, varios representantes de un mismo
género-P se disputan un mismo target. Estas determinaciones
interdiscursivas conforman un sistema caracterizado por un
equilibrio precario: basta con que uno de los títulos presentes
modifique de manera notable su estrategia o que aparezca un
nuevo título en la zona de competencia en cuestión, para que
se altere el conjunto de los posicion amiento s dentro de dicha
zona.
3. En Un sector dado de la prensa, tanto la oferta como la deman­
da evolucionan de manera permanente. Tanto los discursos pro­
ducidos como las expectativas están en constante cambio. Un
ejemplo sencillo: la permanente llegada de adolescentes al mer­
cado potencial de lectoras de las revistas femeninas; en el otro
extremo de la pirámide de edades, el envejecimiento permanen­
te de los lectorados.9
4. Puesto que nos hemos situado en el universo de la prensa para
el gran público (y, por lo tanto, de gran circulación) estamos re­
firiéndonos a lectorados que pueden variar entre, digamos, cin­
co mil y tres millones de lectores. Estos lectorados son pues ne­
cesariamente heterogéneos. La evolución sociocultural de un
sector relativamente pequeño dentro de ellos puede traducirse
en un desequilibrio del contrato de lectura y, por lo tanto, en una
pérdida de lectores.

9. Puede decirse que en el caso de la prensa dirigida al gran público, los re-''
sultados de los estudios de marketing pierden validez después de un año.

202
Esta lista de factores no es, por supuesto, exhaustiva.10 Pero tal vez
baste para comprender que estamos ante fenómenos de regulación que
se sitúan en varios niveles. Por un lado, en el interior mismo de las con­
diciones de producción: tanto entre los productores de los diferentes tí­
tulos que compiten entre sí como entre los productores y los anuncian­
tes. Por otro lado, entre la producción y el reconocimiento, pues toda
alteración de las propiedades discursivas de un título puede modificar
la composición y la importancia de su lectorado y toda modificación en
el nivel del lectorado puede desequilibrar el título.
Como tales, estos fenómenos de regulación presentan, por decirlo
así, un punto visible: el comportamiento compra/no compra. Un sistema
productivo de discursos mediáticos organizado como un mercado engen­
dra automáticamente un principio de clasificación de la población se­
gún las conductas de compra/no compra de las diferentes mercancías
discursivas propuestas. Es por ello que el sistema productivo se «refuer­
za» mediante una compleja maquinaria de producción de información
acerca de los lectores, información destinada a manejar de la mejor ma­
nera posible los «estados» del sistema. Información cuantitativa, sobre
todo, pero también cualitativa que permite conocer el sexo, la edad, la
situación de la familia, la cantidad de niños, el lugar de residencia, el
conjunto de prácticas de consumo de la persona, sus intereses, sus ex­
pectativas satisfechas y no satisfechas, las imágenes vagas o precisas
asociadas a cada título, su «estilo de vida», sus opiniones que lo sitúan
dentro de tal o cual corriente sociocultural, etcétera.
Por supuesto, los «efectos» de las conductas (compra/no compra) son
los únicos que interesan a los productores: en el caso del material redac-
cional del título y de sus competidores, los efectos que se traducen en
variaciones en los comportamientos de compra y de lectura; en el caso
de la publicidad, cuyo soporte son las publicaciones, los efectos que tie­
nen que ver con el impacto y la memorización de los avisos publicita­
rios. Interpretados por los productores de los discursos de la prensa a
partir de los múltiples datos disponibles, esos efectos forman parte de
las condiciones de producción de estos discursos: los productores pueden
tener que modificar la estrategia discursiva del título en función de las
interpretaciones.
De modo que, dentro del sistema productivo de la prensa gráfica en­
contramos que en el nivel de las condiciones de producción opera una
verdadera teoría de la recepción, que resulta de la voluntad, por parte

10'. También existe una fuente de fenómenos de regulación de la que hemos


prometido no hablar: las relaciones complejas que se dan en el interior de la red
mediática entre la prensa y los demás soportes (radio, televisión, etcétera).

203
de los productores, de controlar el conjunto de los fenómenos de regula­
ción.

Comportamiento de compra y sentido en recepción

Está claro que el comportamiento de compra, al expresar una preferencia,


es un «efecto» localizado en recepción, Pero también está claro que ese
comportamiento nada nos dice sobre los efectos del sentido de los discur­
sos que son los objetos de las preferencias así manifestadas. La preferen­
cia opera en un campo de oferta determinado (la «zona de competencia di­
recta»); es, por lo tanto, el resultado de una elección, más o menos
consciente, más o menos explícita, más o menos reflexionada, pero ente­
ramente opaca en cuanto a los mecanismos significantes que la fundan.
Los múltiples datos relativos a los lectorados, interpretados por los
productores en sus esfuerzos por controlar los fenómenos de regulación
que atraviesan el sistema productivo de la prensa, ¿están en condicio­
nes de eliminar esta opacidad?
Ante todo, debemos destacar que esta «teoría de la recepción» de la
que acabamos de hablar, se funda hasta hoy esencialmente en el análi­
sis y la interpretación de datos cuantitativos de encuesta. Estos datos
corresponden a dos tipos de información: la que describe las propieda­
des «objetivas» del lector (edad, situación de la familia, equipamiento
del hogar que habita, prácticas de consumo, ingresos mensuales, etc.) y
las relacionadas con elementos «subjetivos» (actitudes, opiniones, ex­
pectativas, intereses, etc.). Los únicos datos que tienen que ver directa­
mente con las conductas son, por supuesto, los que miden las ventas de
las publicaciones. Todos los demás cuantifícan declaraciones de las per­
sonas interrogadas.
Evidentemente, en el interior del universo de la prensa gráfica, hay
correlaciones fuertes entre ciertas configuraciones de estas variables y
ciertas preferencias expresadas por los comportamientos de compra.
Los productores de los discursos de prensa operan precisamente sobre
tales correlaciones y su evolución en el tiempo y se apoyan en ellas pa­
ra tomar sus decisiones más importantes. Aun cuando en ese nivel los
datos que se manipulan y que se interpretan son opacos en relación con
la producción de sentido en recepción, el único criterio para juzgar tales
decisiones es su eficacia.
Ahora bien, precisamente estos datos de encuesta resultan ser me­
nos útiles donde la competencia es más intensa: en las «zonas de com­
petencia directa», es decir, donde muchos títulos pertenecientes a un
mismo género-P se disputan cierto lectorado. En una situación de este

204
tipo, como ya dijimos, lo decisivo son las estrategias enunciativas, pues
son ellas las que construyen la especificidad de la publicación. Empero,
los datos cuantitativos de encuestas no proporcionan ninguna indica­
ción que permita tomar la menor decisión sobre las estrategias enun­
ciativas, en la medida que los lectorados respectivos de los títulos pre­
sentes son muy semejantes entre sí, tanto en sus características
«objetivas» como en las «subjetivas».
Desde hace ya mucho tiempo, los productores de los títulos de la
prensa gráfica apelan, además de a los datos proporcionados por las en­
cuestas, a estudios llamados cualitativos. Estos estudios, inspirados en
su mayor parte por la psicología social de las motivaciones, consisten
generalmente en la articulación entre, un «trabajo de campo» (entrevis­
tas semidirigidas a grupos de lectores y no lectores de tales o cuales tí­
tulos) y un análisis del contenido de los títulos en cuestión. Lo cual
quiere decir que, paradójicamente, el enfoque dominante en la investi­
gación aplicada al discurso de la prensa es el que se refiere al nivel me­
nos pertinente -el del contenido- para comprender la dinámica existen­
te en el interior de una zona de competencia directa.
Agreguemos enseguida que esta dinámica nó es, por cierto, la única
que interviene en los fenómenos de regulación, aun cuándo sea, en mi
opinión y en relación con la prensa escrita en su conjunto, dominante.
(_Sj>peso relativo varía según los sectores de la prensa y, en particular,
según la situación de competencia que caracterice a cada sector. En el
sector de la prensa periódica nacional de información, por ejemplo, la
elección entre Le Figaro y Le Monde se explica más fácilmente (y, muy
probablemente, en lo esencial) atendiendo a las posiciones «ideológicas»
de uno y otro, sin necesidad de hacer consideraciones sobre las estrate­
gias enunciativas. La elección entre Libération y Le Monde, en cambio,
está más intensamente determinada por elementos que corresponden a
las estrategias enunciativas. Si un grupo de prensa decidiera lanzar, a
la derecha, un periódico destinado a competir directamente con Le Fí­
garo, las preguntas decisivas relativas a su posicionamiento tendrían
que ver principalmente con las estrategias enunciativas.
¿Cómo estudiar los «efectos de sentido» producidos por el dispositi­
vo enunciativo de los discursos?

Hacia una teoría del reconocimiento


del discurso de la prensa

En el pasado, he insistido mucho en la solución de continuidad entre el


análisis en producción y el análisis en reconocimiento de los discursos

205
sociales (Verón, 1979: 125-142). Para expresar esta solución de conti­
nuidad, cuya consecuencia principal es que el análisis de un discurso en
producción no nos permite inferir sus «efectos», opté por hablar de des­
fase entre la producción y el reconocimiento. Esta noción de desfase hoy
me parece inapropiada, en particular cuando se trata del sistema pro­
ductivo de los discursos de la prensa y, de manera más general, de los
medios.
La noción de desfase se justificaba en relación con el tipo de pro­
blema con el que debía vérmelas entonces: se originó en la formula­
ción de un modelo relativo a la aparición de las disciplinas científicas
en la historia, desde el punto de vista de los funcionamientos discur­
sivos, modelo aplicado al caso particular de la lingüística saussurea-
na. Intentaba yo abordar así un proceso diacrónico, procurando des­
cribir la distancia histórica entre las condiciones de producción del
Curso de lingüística general, que remitían a la «matriz positivista» del si­
glo xix, y sus condiciones de reconocimiento a comienzos del siglo xx,
cuya «estructura de recepción» fundamental fue la de una concepción
instrumental-comunicacional del lenguaje, totalmente ajena al positi­
vismo. Por entonces, trataba de mostrar que ese desfase era precisa­
mente lo que permitía comprender el surgimiento de la lingüística co­
mo ciencia (Verón, 1988).
Está claro que el estudio del reconocimiento no se plantea de la
misma manera cuando uno se interesa en los procesos históricos que
se dan dentro de una misma práctica de producción discursiva (en es­
te caso, la organizada alrededor del saber sobre el lenguaje) y cuando
uno adopta (como lo hice aquí respecto de la prensa) un punto de vis­
ta sincrónico, destinado a comprender, en un momento dado, el funcio­
namiento de un sistema productivo de discursos. Me parece que las
transformaciones históricas de un texto identificado y singular con­
ducen con toda naturalidad a preguntarse acerca de la multiplicidad
de sus lecturas y acerca del desfase que pone de manifiesto la compa­
ración entre tales lecturas en momentos diferentes de la historia.
Además, este problema de la «lectura» se plantea en términos comple­
tamente particulares, cuando se trata de la discursividad científica,
caracterizada por un trabajo específico de re¿orna intertextual: estos
casos de retoma son los que justifican plenamente la fórmula que con­
siste en decir que el reconocimiento de un discurso «X» está «conteni­
do» en un discurso «Y» cuyas condiciones de producción incluyen, en­
tre otros factores, un «trabajo» sobre «X». El ámbito de la esfera
literaria, que dio lugar a las teorías de la recepción, plantea el mismo
tipo de problema (Jauss, 1978).

206
X. El análisis sincrónico

En un enfoque sincrónico referente a un «sistema productivo» que tiene


todas las características de un mercado de consumo de «bienes cultura­
les», como se suele decir (en este caso, los discursos de la prensa gráfi­
ca), las cosas se plantean de un modo muy diferente. Ante todo, estamos
ante fenómenos de reconocimiento que, por supuesto, no son ni del or­
den de la retoma intertextual productiva, ni del orden de un consumo
dominado por el imaginario de la «creación», como ocurre en el caso de
la literatura, sino que implican, por el contrario, un horizonte de expec­
tativas de los consumos del orden de la repetición. El lector «fiel» a un
título de prensa lo es porque sabe precisamente de antemano qué tipo
de discurso va a encontrar en él. Al mismo tiempo, en el caso de la pren­
sa, en relación con un discurso «X» cuyo reconocimiento nos interesa, no
disponemos de un discurso «Y» de estatuto comparable del que podamos
decir que «contiene» el reconocimiento de «X».
Ya lo dijimos: el único indicador del reconocimiento de que dispone­
mos, contenido en el sistema productivo mismo, es la preferencia, expre­
sada por las conductas de compra (o de no compra). Ahora bien, esta
preferencia es una primera referencia de gran valor. Cuando trabaja­
mos dentro de una «zona de competencia directa», las elecciones expre­
sadas por estas preferencias remiten a variaciones en las estrategias
enunciativas: tenemos así una asociación fuerte entre conductas (men­
surables) y propiedades discursivas específicas. El análisis en produc­
ción, encargado de identificar las invariantes discursivas asociadas a
cada título, define así el marco dentro del cual vamos a interrogarnos
sobre el reconocimiento. Orientados por esta asociación fuerte entre
comportamiento de compra y propiedades discursivas, podemos hacer­
les producir un discurso a nuestros lectores y a los no lectores (en situa­
ciones de entrevistas, por ejemplo). Por supuesto, no es en absoluto
sorprendente que una preferencia por una estrategia enunciativa de­
terminada en un sector de competencia dado de la prensa esté fuerte­
mente asociada a otras invariantes identificables en los discursos de los
sujetos que expresan tal preferencia. Se trata de una situación compa­
rable a una -banal- que se verifica en cualquier sector del mercado de
gran consumo: las distintas elecciones entre las marcas existentes en
un sector dado de productos se asocian por lo general a imaginarios
muy contrastados. Así es como el discurso de la publicidad administra
las representaciones sociales y se articula a su evolución.
Es evidente que los discursos producidos por los lectores tienen una
condición absolutamente particular. Ante todo, a diferencia de los fenó­
menos de retoma interdiscursiva, los discursos reunidos entre los lecto­

207
res de la prensa no mantienen una relación reguladora inmediata con
los discursos cuyos «efectos» se están estudiando. Los fenómenos de re­
toma interdiscursiva que nos permiten estudiar el reconocimiento den­
tro de una práctica discursiva dada (científica, política, literaria, etc.)
son del orden de la regulación endógena, dentro del sistema productivo
de la ciencia. Las declaraciones de los lectores que recogemos con fines
«científicos» para estudiar los mecanismos del reconocimiento forman
parte de una regulación exógena, salvo cuando los productores de los
discursos toman en cuenta nuestros resultados al adoptar decisiones es­
tratégicas.11
Al examinar los discursos de los lectores y buscar en ellos invarian­
tes (ya se trate de invariantes enunciativas o de «contenido»; en general
las dos categorías son pertinentes), destruimos con nuestro análisis las
relaciones «metalingüísticas» que tal discurso pudiera tener con los dis­
cursos dé la prensa en cuestión; ese carácter metalingüístico no es en
modo alguno decisivo: con frecuencia, los elementos más interesantes
para reconstituir ciertas reglas de «lectura» de los títulos cuyo reconoci­
miento estudiamos, se encuentran en declaraciones que nada tienen
que ver con las publicaciones en cuestión.
Lo que acabamos de decir se comprende fácilmente: los factores que
pueden permitirnos explicar la preferencia por un título antes que por
otro dependen de representaciones sociales que tienen los lectores y que
superan ampliamente las propiedades discursivas de esos títulos, como
las podemos describir en producción, en el sentido de que se trata de
factores imposibles dé prever (o de deducir) a partir de un análisis en
producción.
Aquí se expresa claramente la autonomía erttre un análisis en pro­
ducción y un análisis en reconocimiento. Porque estas representaciones
sociales de los lectores que «enmarcan» la lectura derivan de ciertas ca­
racterísticas del lector, por ejemplo, su capital cultural. Así es como una
estrategia enunciativa dada (por ejemplo, la pedagogía distanciada por
contraste con la complicidad identificadora) no tendrá el mismo sentido
para dos sujetos que posean capitales culturales diferentes. Otro ele­
mento importante de las condiciones de reconocimiento es la evaluación
que hace el sujeto del género-P en cuestión y de los títulos que lo repre­
sentan. Mientras que la lectura de ciertos géneros-P (y de ciertos títu­
los) posee un valor-signo que equivale a inscribir el acto de compra en
una estrategia más amplia de distinción social por parte del sujeto,

11. Lo cual, por cierto, puede ocurrir a partir del momento en que el análi­
sis de las estrategias enunciativas se introduce en el medio profesional intere­
sado en la investigación aplicada dentro de la esfera de la prensa.

208
otros títulos, por el contrario, están socialmente descalificados (aun pa­
ra quienes los leen: el fenómeno de lectura «a escondidas»). Como ve­
mos, estos factores son totalmente exteriores a todo análisis en produc­
ción. Las reglas de una gramática de reconocimiento expresan pues una
especie de encuentro entre propiedades discursivas que son invariantes
que remiten a condiciones de producción determinadas y una modali­
dad de lectura que remite a condiciones de reconocimiento determina­
das. Si la circulación discursiva no es lineal, es precisamente porque un
discurso mediático dado, difundido en la sociedad en un momento deter­
minado, provocará una multiplicidad de estos «encuentros».
En el marco sincrónico en el que nos hemos situado nosotros, dado
que el acto de lectura mismo es inabordable, el estudio del reconoci­
mientos es más bien un estudio del lector que de la lectura, basado en el
análisis del discurso del lector. A través de este último, podemos llegar
a reconstruir las operaciones cognitivas y evaluativas que remiten a re­
presentaciones sociales de las que el sujeto es el «soporte».
Por supuesto, en este punto es donde una teoría del reconocimiento
puede articularse fácilmente con una «sociología del gusto», a la mane­
ra de Bourdieu (1979). Las condiciones de reconocimiento tienen que
ver pues con las variables «objetivas», a partir de las cuales podemos
identificar las categorías de lectores. Pero una misma configuración de
estas variables «objetivas» se asocia con frecuencia a muchas gramáti­
cas de reconocimiento. No podemos echar mano, desgraciadamente, de
un enfoque determinista que postule una causalidad lineal. Cierto «de-
terminismo mecanicista» que se desprende de los análisis de Bourdieu
-y que a veces se le ha reprochado- es, en mi opinión, el resultado de la
metodología sobre la que se funda lo esencial de su obra: la encuesta so­
ciológica. Cuando se trata de la circulación de «objetos culturales», esta
última es incapaz de captar las variaciones de sentido en recepción.
Se comprenderá por qué, en el plano de las técnicas de campo, pre­
fiero las que algunos llaman «semidirectivas» y «no directivas» y, de ma­
nera más general, las que se asemejan a las técnicas del etnólogo, que
son las únicas que nos permiten recoger la palabra social de los sujetos
en una forma que admite la aplicación del análisis del discurso. No se
trata por supuesto de pretender que esas técnicas son más «naturales»
ni que induzcan un discurso más «espontáneo»; toda técnica es una in­
tervención artificial en el ambiente cotidiano de un actor social. Se tra­
ta simplemente de una cuestión de «dimensión» del objeto que se anali­
za: para reconstituir las categorías cognitivo-evaluativas de los sujetos,
necesitamos discurso.
La cuestión de la eficacia de los dispositivos experimentales aplica­
dos al estudio de la recepción plantea problemas por completo diferen­

209
tes (véase Chabrol, 1988). Aquí me limitaré a expresar ciertas reser­
vas en lo concerniente al estudio de los discursos sociales. Esas reser­
vas surgen naturalmente de la comprobación de la importancia deci­
siva que tienen los fenómenos de sobredeterminación a los que ya hice
alusión. Por un lado, un género-L cualquiera, un fragmento de texto,
hasta un título, están sobredeterminados por el contexto discursivo;
por otro lado, el efecto de sentido de un elemento discursivo cualquie­
ra, como lo denominé antes, depende de operaciones de encuadre de la
lectura que derivan de las representaciones-evaluaciones del sujeto a
propósito del título, del género-P, del tipo de discurso del. soporte me­
diático donde aparece el elemento. Precisamente debemos interrogar­
nos sobre las modalidades de recepción de estas configuraciones
complejas. Me parece difícil poder tratarlas mediante métodos experi­
mentales.

2. El análisis diacrónico

El enfoque sincrónico del funcionamiento de los discursos de la prensa


no es, por supuesto el único posible. Pero es el único que nos permite ar­
ticular directamente la producción con el reconocimiento. Si adoptamos
una perspectiva histórica, ya no podemos articular las estrategias con vina
identificación de las modalidades de recepción propias de esa época, a
través del análisis del discurso de los lectores. El estudio de la evolución
de los discursos de la prensa en un sector determinado puede, sin em­
bargo, relacionarse con acontecimientos o indicadores que nos informen
sobre los «efectos» de esos discursos en la sociedad, así como sobre la
manera en que la evolución sociológica resuena en los discursos de la
prensa. Esta es una tarea de historiadores, como la emprendida por
Jauss (1978).
El sector de la prensa dirigida al gran público que se construye al­
rededor del hábitat y de las prácticas asociadas con él (bricolaje, deco­
ración, mantenimiento, jardinería, etc.) suministran un buen ejemplo
de un terreno extremadamente interesante para el ejercicio de un aná­
lisis diacrónico.12En él encontramos las resonancias de las transforma­
ciones de la evolución sociocultural de la sociedad francesa: mayo de
1968, la aparición de las ideologías ecológicas y del «retorno a la natu­
raleza», el impacto de la crisis, etc. Pero, además, se pueden seguir los

12. Hago alusión aquí a estudios realizados en el medio profesional y que


por ahora, por razones que tienen que ver precisamente con la «competencia di­
recta», continúan siendo confidenciales.

210
efectos de las transformaciones de las condiciones de vida en las grandes
ciudades: tanto la problemática de la instalación de las parejas jóvenes en
apartamentos pequeños que se multiplicaron como resultado de las políti­
cas de remodelación urbana, como los efectos del crecimiento de la produc­
ción de las casas industriales prefabricadas, con todos los elementos del
imaginario relacionado con la casa pequeña en las afueras. Y asimismo se
pueden seguir los mecanismos de construcción y de desarrollo de una ideo­
logía que se hace cargo de la introducción y la difusión en Francia del «di­
seño» moderno en el equipamiento del hogar, enfrentándose así al imagi­
nario tradicional burgués o rústico. Se advierte entonces que este
«trabajo» ideológico, realizado por ciertos títulos de la prensa de decora­
ción, estuvo a la vanguardia de su tiempo y desempeñó una función peda­
gógica fundamental de transformación de las representaciones sociales
que puede traducirse en nuevas prácticas de consumo: el discurso moder­
no sobre el hábitat y su amueblamiento existió mucho antes de que se ins­
taurara un mercado económico con sus creadores y consumidores.
Podríamos mencionar muchos otros ejemplos: ciertamente, el análi­
sis de la evolución de los discursos de la prensa es un terreno particu­
larmente rico en enseñanzas sobre las transformaciones sociocultura-
les, pues el estudio de la prensa nos proporciona un observatorio
privilegiado de las corrientes que atraviesan a la vez las prácticas y los
imaginarios sociales.
(1988)

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211
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pour les études de positíonnement des supports presse, en Les mé-
dias. Experiences, recherches actuelles, applications, París, IREP.
. 1988. Fondations, en La sémiosis sociale. Fragments d’une théorie
de la discursivité. París, Presses Universitaires de Vincennes. \]La
semiosis social; fragmentos de una teoría de la discursividad, Bar­
celona, Gedisa, 1998.]

212
10
El discurso publicitario
o los misterios de la recepción

Recordemos ante todo una distinción teórica que me parece fundamen­


tal en la investigación de los discursos sociales: la distinción entre pro­
ducción y reconocimiento, es decir, las dos posiciones en las que puede
colocarse el analista de los discursos (Verón, 1987). Es posible analizar
un discurso atendiendo o bien a sus restricciones de engendramiento
(producción), o bien a sus efectos de sentido (reconocimiento). En el pri­
mer caso, el analista apunta a categorizar el discurso analizado como
perteneciente a un tipo, en la medida en que reconstruye las reglas de
producción que dan cuenta de algunas de sus características y en la me­
dida en que estas reaparecen en otros discursos que pertenecen a la
misma categoría. En el segundo caso, se trata de constituir las reglas de
«lectura» o de interpretación de ese discurso. En el primer caso, pode­
mos hablar de gramática de producción, en él segundo, de gramáticas
de reconocimiento. El paso del singular de la primera expresión al plu­
ral de la segunda no se debe al azar: si se aborda un discurso determi­
nado en un momento determinado, debe ser posible formular las reglas
de una y sólo una gramática de producción; en cambio, un tipo de dis­
curso es siempre susceptible de varias «lecturas»: siempre tiene varias
gramáticas de reconocimiento.

Entrar en fase

La distinción entre producción y reconocimiento sólo expresa, en el pla­


no teórico, la comprobación del carácter no lineal de la circulación dis­
cursiva: el análisis de las propiedades de un discurso, explicables por
las reglas de su engendramiento, no nos permite deducir los efectos de
sentido que producirá ese discurso en los receptores. La circulación dis­

213
cursiva se caracteriza por cierto grado de indeterminación que le es in­
herente. La circulación del sentido es, por su naturaleza misma, un sis­
tema complejo, no lineal.
La distinción entre producción y reconocimiento es particularmente
instructiva cuando se la aplica al discurso publicitario. Desde el punto
de vista de la producción, el discurso publicitario está totalmente domi­
nado por la problemática de la especificidad del sector al que se apunta.
Para preparar la campaña publicitaria de un producto dado, se realiza
primero una reflexión estratégica que toma en consideración las estra­
tegias de la competencia. Luego se definen las reglas de posicionamien-
to del producto, en el contexto del momento, lo cual lleva a elabora^ un
concepto de comunicación posible. Se establece un pliego de condiciones
que expresa el concepto en cuestión y a partir de allí generalmente el
equipo creativo propone dos o tres proyectos alternativos. Esas alterna­
tivas se someten a un test previo con personas que pertenecen al target
que se ha definido. Luego se produce una maqueta o una animación de
la alternativa elegida, que es a su vez sometida a test. Después de ha­
cer las correcciones que sugieran los resultados del test, se pasa a la
producción (de un filme o un anuncio gráfico). En ciertos casos, se reali­
za también un test en esta instancia. Seguidamente se prepara el plan
de medios, destinado a asegurar la mayor cantidad posible de contactos
con el sector al que apunta el mensaje. A menudo, una vez difundido el
mensaje, se realizan otros tests, en los que se mide el impacto y la me­
morización. Y poco después, se reanuda todo el proceso.
Durante la preparación de cada campaña, toda la máquina de pro­
ducción de la comunicación publicitaria tiene una única obsesión: poner
el mensaje en fase con el sector al que apunta, hacerle llegar el discur­
so más adecuado con el fin de optimizar la probabilidad de obtener el
efecto deseado: el acto de compra. Y la eficacia de las campañas se mide
en términos de partes de mercado ganadas o perdida^.
Todo esto es bien conocido y no resulta en absoluto sorprendente.
Señalemos simplemente que la situación descripta está en el origen
del calvario y de los insomnios de los creativos publicitarios. En efec­
to, ¿cómo llamar la atención, cómo sorprender, cómo despertar el inte­
rés, cuando lo que se busca con desesperación es producir exactamen­
te el discurso que el destinatario espera? Ciertos profesionales de la
publicidad comprendieron que este enfoque no conduce por fuerza a
la eficacia. Felizmente y en beneficio del discurso publicitario, este
enorme esfuerzo por entrar en fase choca permanentemente con nu­
merosos factores de desfase. El único que nos interesa aquí es el des­
fase estructural entre producción y reconocimiento. Porque, cuando
uno se sitúa en la esfera del reconocimiento, cuando uno se sitúa en la

214
perspectiva del consumidor de publicidad, entra en un universo muy
diferente del anterior.

El desfase

En la situación de hábitat urbano, cada uno de nosotros recibe cada día


la solicitación de decenas de anuncios publicitarios. Al escuchar las in­
formaciones de la radio, por la mañana. A1 tomar el subterráneo o via­
jar en el propio automóvil. Al caminar por la calle. Al beber un café o
una cerveza en el bar de la esquina. Al hojear una revista. Al leer el dia­
rio. Al mirar televisión por las noches o al ir al cine.
Ahora bien, desde el punto de vista de los receptores que todos so­
mos, una proporción importante de los mensajes publicitarios que con­
sumimos (proporción que, por lo que sé, nunca se ha medido) nos llega
sin la menor probabilidad de inducir una conducta posterior de compra
de los productos en cuestión. Las razones, por supuesto, son extremada­
mente variadas: no me gusta el yogur, aun cuando aprecio el humor de ese
anuncio; soy adulto, no tengo hijos y se trata de una publicidad de pro­
ductos infantiles; pertenezco al sexo masculino y me proponen apósitos
femeninos; detesto las bebidas gaseosas y se me invita a tomar Coca-Co­
la; nunca viajo en tours más o menos organizados y sin embargo miro
con interés la nueva campaña del Club Med; tengo por principio no rega­
larle perfumes a una mujer y sin embargo echo una mirada divertida a
la campaña de lanzamiento de un nuevo perfume femenino. Y así suce­
sivamente. La mejor pauta publicitaria informatizada no podrá impedir
que millones de personas no interesadas en el mensaje, lo reciban.
En reconocimiento, el universo de la discursividad publicitaria que
cada día alcanza a un individuo dado tiene, considerado en su conjunto,
menos que ver con sus comportamientos de consumo de lo que habitual­
mente se imagina. Si bien en producción el discurso publicitario obedece
en sus mínimos detalles a las reglas de funcionamiento del mercado, en
reconocimiento y en cada individuo (y por lo tanto en todos, tomados uno
por uno), sólo una pequeña parte del conjunto de los mensajes publicita­
rios recibidos puede activar conductas de consumo. Las discusiones en
las que se enfrentan, por un lado, los defensores de una interpretación
de la publicidad como fenómeno exclusivamente de marketing y, por el
otro, quienes le atribuyen la importancia de un hecho sociocultural glo­
bal (véase Schudson, 1981: 3-12), se basan, con excesiva frecuencia, en
un malentendido, pues la publicidad es ambas cosas a la vez.
La gramática de producción de la publicidad, tal como se la practica
actualmente, puede reducirse por completo a la lógica comercial del

215
J

marketing: es la ideología de «entrar en fase». Las gramáticas de reco­


nocimiento de la publicidad muestran, en cambio, de manera flagrante,
las múltiples facetas de un fenómeno sociocultural global: estamos en
pleno desfase.

Gramáticas de reconocimiento

Las gramáticas de reconocimiento, los esquemas de lectura y de inter­


pretación que cada individuo aplica a una proporción importante de las
publicidades que llegan hasta él, no tienen relación directa con sus pro­
pias conductas de consumo ni con las de las personas de su entorno ín­
timo. Por supuesto, desde el punto de vista de la producción, esto puede
considerarse como un margen de pérdida inevitable y, al fin de cuentas,
carente de importancia: lo esencial es que el target haya recibido el
mensaje en las condiciones determinadas por los objetivos de la campa­
ña. Si, además, otras personas no interesadas también estuvieron en
contacto con el mensaje, esto no modifica en absoluto el plan de comu­
nicación que había sido definido. Es algo desdeñable y la medición de
esos efectos no tiene, por otra parte, ningún interés comercial.
En cambio, si uno se interesa por comprender el lugar que ocupa la
publicidad en las sociedades industriales de hoy y por sus efectos dis­
cursivos, sería un error desdeñar las consecuencias de esa comproba­
ción. Sería un error grave desde el punto de vista de la interpretación
de nuestra cultura.
Volvamos al consumidor de publicidad. Es importante discernir los
diferentes tipos de vínculos que ese consumidor puede establecer con
los múltiples mensajes a los que está expuesto. Podemos introducir aquí
la noción de pertinencia, definida estrictamente desde el punto de vista
dei marketing. Diremos que un mensaje publicitario es pertinente
cuando la «lectura» que hace de él el receptor asocia el mensaje, directa
o indirectamente, a eventuales conductas de compra propias o de sus
allegados, es decir de las personas en cuya conducta de compra puede
influir.
Del total de los mensajes a los cuales está expuesto el individuo en
un lapso dado, un porcentaje de ellos corresponde a una primera situa­
ción de recepción que llamaremos de pertinencia fuerte. Esta puede ser
directa o indirecta.

* Pertinencia fuerte directa Esta es la situación en la cual los men­


sajes pueden llegar a orientar (o a reforzar) en mayor o menor grado la
conducta de compra del individuo: es el anuncio de las toallitas higiéni­

216
cas en el caso de una adolescente; la publicidad de un automóvil, en el
caso del ejecutivo que cambia el vehículo cada tres años; las campañas
de cerveza, en el caso de alguien que consume esa bebida con frecuen­
cia, etcétera. Son situaciones, por supuesto, en las que nuestro indivi­
duo forma parte del target1
• Pertinencia fuerte indirecta Las situaciones de pertinencia fuerte
indirecta preocupan cada vez más a la gente de marketing. En este sen­
tido, hay que distinguir tres roles diferentes: consumidor, comprador y
prescriptor. Durante mucho tiempo, los productos para niños fueron ob­
jeto de mensajes publicitarios dirigidos a las madres, quienes prescri­
bían y a la vez administraban las compras. Con la creciente autonomía
de consumo de los más pequeños, la publicidad de los productos infan­
tiles apunta de manera cada vez más directa a ellos, teniendo en cuen­
ta que, en su condición de consumidores, «presionarán» a sus madres.
Cuando se acercan el Día de la Madre o las fiestas de fin de año, muchos
mensajes publicitarios se dirigen no ya a los consumidores y prescripto-
res implícitos (por ejemplo, las mujeres) sino a los hombres que, en com­
plicidad con los niños, serán los compradores. Cada vez son más los es­
tudios dedicados al análisis de los mecanismos de decisión de compra
que se manifiestan en el seno de la familia. En ellos se procura determi­
nar el rol que cumple cada miembro de la pareja en los comportamien­
tos de compra de los enseres domésticos, del mobiliario, del automóvil,
de los alimentos, etc. En las estrategias de comunicación que apuntan a
la pertinencia fuerte indirecta, se tienen en cuenta los mecanismos in­
teractivos que influyen en las conductas de compra.
En el extremo opuesto de la pertinencia fuerte, se encuentra la si­
tuación de pertinencia nula. También en este caso hay que distinguir
dos subcategorías, pues la pertinencia nula puede explicarse teniendo
en cuenta dos tipos de factores muy diferentes.
* Pertinencia nula objetiva Hay factores que resultan de la situa­
ción objetiva del individuo. Llega la primavera y, por televisión, comien­
zan a aparecer, en el horario central, anuncios que ensalzan los méritos
de cierta marca de cortadora de césped. Si nuestro individuo vive en Pa­
rís en un apartamento de tres ambientes y no tiene casa de fin de sema­
na, está claro que para él ese mensaje tiene una pertinencia nula. Este
tipo de situación a veces puede controlarse más o menos bien en el mo­
mento de decidir la pauta publicitaria, en la medida en que la pertenen­
cia nula responda a factores «objetivos».

1. No abordaremos aquí las distinciones, por cierto muy importantes desde


el punto de vista de la técnica del marketing, entre el «núcleo del target» y sus
otros componentes.

217
• Pertinencia nula subjetiva La segunda subcategoría de la situa­
ción es aquella en cual la pertinencia nula se debe a razones puramen­
te subjetivas: detesto la cerveza, pero ninguna de las variables que des­
criben mi perfil social lo indica. Kronenbourg no tiene ningún medio de
identificarme: la marca se dirigirá también a mí. Lo mismo ocurre con
el automovilista que, por tener intensos prejuicios respecto de los auto­
móviles franceses, nunca comprará uno de ese origen: para él, una pu­
blicidad de Renault o de Peugeot tendrá una pertinencia nula y proba­
blemente sólo sirva para reforzar su prejuicio. Por lo demás, los
constructores franceses saben que este tipo de automovilistas existe y
no pueden evitar que estén ante un televisor cuando difunden sus cam­
pañas publicitarias.
Entre los dos extremos (pertinencia fuerte y pertinencia nula) se da
por último un tercer tipo de situación: me refiero a los mensajes de per­
tinencia interdiscursiva.
• Pertinencia interdiscursiva En ese caso, los mensajes no tienen
pertinencia fuerte (ni directa ni indirecta) respecto dé las conductas de
compra del individuo relativas a los productos en cuestión, pero sin em­
bargo pueden tener efectos, más o menos complejos, más o menos inme­
diatos, en otras conductas de compra del mismo individuo. Veamos un
ejemplo: es verdad que uno de los factores que influyeron en la percep­
ción de las campañas publicitarias de lanzamiento de los primeros pro­
ductos cosméticos masculinos (más allá de los productos clásicos para
después de afeitarse) fue la experiencia de recepción que han tenido los
hombres, de la publicidad dirigida a las mujeres en el sector cosmético,
uno de los sectores que más comunica. Los reenvíos interdiscursivos
de una publicidad a otra son múltiples y complejos, pasan de un sec­
tor a otro del consumo y hasta interrelacionan sectores muy alejados
entre sí.
La reflexión del marketing se ha construido esencialmente alrede­
dor de la situación de pertinencia fuerte, la única en la que las reglas
dominantes en el reconocimiento del mensaje pueden corresponderse
con la teoría (marketing) de la recepción elaborada por el productor del
mensaje: el destinatario es el target, directo o indirecto, a título de com­
prador, de prescriptor, de consumidor o de una combinación de los tres
roles. Evidentemente, una publicidad que llega a un individuo que per­
tenece al target no produce sólo efectos que afectan su comportamiento
de compra.
Es verdad que esos «otros» efectos no interesan a los publicitarios, y
les interesan aun menos los efectos no comerciales del conjunto de gra­
máticas de reconocimiento asociadas a las otras situaciones (de perti­
nencia nula y de pertinencia interdiscursiva). En todo caso, como ve-

218
mos, la mayor parte del universo del discurso publicit
no con el consumo, sino con la evolución socioculturií
investigadores «académicos» se interesan poco por laf
mo los empresarios piensan (erróneamente) que no Ü®
nanciar análisis que no estén directamente vinculadas
mercial de los mensajes, ignoramos casi todo de las ¿a
las gramáticas de reconocimiento de la publicidad. Séfl
go de una problemática central para comprender la prp
tido en las democracias industriales.

Referencias bibliográficas

Verón, E. 1987. La sémiosis sociale. Fragmente d’une t


cursivité, París, Presses Universitaires de Vincer^
social; fragmentos de una teoría de la discursivid?
disa, 1998.] agr'
Schudson, M. 1981. Criticizing the critics of advertisiif
ciological view of marketing, Media; Culture, andf
11
Los medios en recepción:
desafíos de la complejidad

En el marco de este conjunto impreciso que suele denominarse «cien­


cias de la comunicación», durante las décadas de 1970 y 1980 se mani­
festó un interés creciente en los medios de investigación universitaria
por los problemas de la recepción. No obstante, en su mayor parte, ese
interés por la recepción no se tradujo en un interés por el receptor: se
trataba más bien, siguiendo la tendencia de una herencia académica fo­
calizada en la interpretación de obras literarias, de interrogarse acerca
del lugar reservado, en la obra misma, al lector. Receptor virtual, pues,
entidad de discurso inscripta en los pliegues de la obra y que reflejaba
la imagen (las imágenes) del lector que formaba(n) parte del imagina­
rio del autor. Momento esencial, sin duda, de un análisis de las estruc­
turas enunciativas que construyen el destinatario (o los destinatarios)
previsto(s), pero que no constituye en modo alguno una problemática de
la recepción. Presentadas o bien como fenomenología (Iser, 1976
[1985]), o bien como semiótica (Eco, 1979), las «teorías de la recepción»
se ahorraron, la mayoría de las veces, el trabajo de investigar qué ha­
cen, concretamente, los receptores de un discurso.1
Cuando los discursos sometidos al análisis son obras del pasado, es­
tá claro que no podemos ir a interrogar a quienes fueron los receptores
contemporáneos de la difusión de las obras. La problemática de la recep­
ción se convierte entonces en un asunto de historiadores, como ocurre en
el caso de los trabajos de Jauss: en relación con un discurso dado, se pro­
cura encontrar, en otros discursos, la huella de las «estructuras de re­
cepción» del primero. En todo caso, en un estudio como el realizado

1. Un número reciente de Versus, Quaderni di studi semiotici, número doble


52/53,1989, dirigido por Mauro Ferraresi y Paola Pugliatti, hizo un balance so­
bre las «teorías del lector».

221
por Jauss (1978) lo que se intenta es describir los efectos en recepción y
no solamente las figuras del receptor-en-la-obra.
Quienes se interesan por el lugar que ocupan los medios en nuestras
sociedades llamadas industriales avanzadas, tienen la oportunidad de
poder trabajar, por así decirlo, en «tiempo real» sobre la circulación de los
discursos. Digámoslo sin rodeos: no se trata de estudiar la recepción; la
cuestión fundamental es la articulación entre producción y recepción de
los discursos. En mi opinión, comprender esa articulación constituye hoy
el desafío principal, tanto en el plano teórico como en el de la investiga­
ción. Me limitaré en este capítulo a esbozar las cuestiones esenciales y el
alcance de esta problemática. Tales cuestiones se sitúan en un contexto
por completo diferente del de las teorías académicas del receptor. Porque
para abordar esa articulación es necesario situarla en un marco empírico
y conceptual bastante vasto. Se me perdonará tener que hacerlo aquí de
una manera que podrá parecer demasiado esquemática.

Los vínculos en el tiempo


Los productores de los medios siempre se interesaron por sus consumi­
dores; tener en cuenta su perfil económico y sociodemográfico ha sido
desde hace mucho tiempo esencial para tratar de orientar lo más certe­
ramente posible los productos mediáticos. Luego, progresivamente, fue­
ron incorporándose a la panoplia marketing de los medios sondeos cada
vez más sofisticados como aquellos relativos a los «estilos de vida» o a
las «corrientes socioculturales».
En la década de 1980, se hizo evidente la necesidad de un enfoque
cualitativo más profundo de las expectativas de los lectorados y de las
audiencias: comenzaron a emplearse las técnicas del análisis del dis­
curso y los estudios semióticos a fin de modelizar a la vez el discurso de
los medios y el de los receptores. Yo mismo presenté a los profesionales
de la comunicación, por primera vez en 1983 y una segunda vez en 1985
(véase Verón, 1984 [cap. 8 de este libro]; 1985: 203-230), el concepto de
contrato de lectura. Luego, este análisis de la articulación entre la ofer­
ta y la demanda discursivas se extendió a la radio y a la televisión (Fou-
quier y Verón, 1986a; 1986b: 5-38). Desde entonces se han realizado nuT
merosos estudios sobre los diferentes medios, encargados por los
grandes grupos de comunicación. Como se comprenderá, la mayor par­
te de esos estudios fueron confidenciales. En todo caso, hay que tener
presente que lo que ha impulsado desde hace una década la investiga­
ción sobre la recepción en Francia han sido las preocupaciones comer­
ciales de los productores de los discursos mediáticos.

222
La noción de «contrato» pone el acento en las condiciones de construc­
ción del vínculo que en el tiempo une a un medio con sus consumidores.
Como ocurre con las marcas comerciales, un medio debe administrar
ese vínculo en el tiempo, mantenerlo y hacerlo evolucionar en el seno de
un mercado de los discursos cada vez más atestado. El objetivo de este
contrato (de lectura, de escucha o de visión, según el soporte mediático
de que se trate) es construir y conservar el hábito de consumo.
He insistido, además, en el hecho de que los mecanismos de com­
petencia en el mercado de ios medios tienen como consecuencia que
ese contrato sea ante todo un contrato enunciativo, es decir, que se es­
tablezca esencialmente no en el plano del contenido, sino en el plano
de las modalidades del decir (Verón, 1988:11-25 [cap. 9 de este libro]).
Recordemos simplemente que en el mercado de los medios, como en
cualquier otro sector del consumo, asistimos, en lo que yo denomino
las «zonas de competencia directa», a una multiplicación de la oferta
que se traduce en la aparición de productos muy semejantes entre sí
en cuanto a su contenido. La diferencia entre los productos se produ­
ce pues en el plano del vínculo que el medio propone al receptor. A la
noche, por ejemplo, el contenido informativo de ios programas de noti­
cias de la televisión es aproximadamente el mismo en todos los cana­
les franceses. La elección entre TF1, A2 y La Cinq se hará, pues, no
atendiendo a los contenidos emitidos (es decir, no por lo esencial de las
noticias presentadas), sino en función de las estrategias de contacto
con el telespectador (véase Verón, 1983: 98-120; 1989: 67-72).
En el campo de los medios, comunicar implica hoy mantener un vínculo
contractual en el tiempo. Esta idea de vínculo contractual me parece funda­
mental. Recordemos aquí las observaciones de Michel de Certeau sobre el
problema de la creencia: contrato, confianza, creencia son conceptos estre­
chamente ligados entre sí. Conceptos capitales en el caso de los medios in­
formativos que nos cuentan la actualidad del mundo en que vivimos. Soy fiel
a los medios en los cuales he depositado mi confianza, en los cuales creo. «En
la relaciones sociales, dice Michel de Certeau, la cuestión del creer es lá cues­
tión del tiempo» (1981). Lo cual guarda relación con el problema, crucial en
la democracia, de la gestión de las representaciones sociales (Pizzomo,
1985). Y aquí nos hallamos en el corazón mismo de lo que pasa en recepción,

. : . > ti-'} '

Mediatización, mediación ■ ; J,r;


En los procesos de inserción progresiva de las tecnologías de com|Micaí“
ción en el tejido de las sociedades industriales, hay que d istu i^ i^ ^ s
períodos diferentes.
El primero es el de las sociedades mediáticas, es decir, las socieda­
des industriales en las cuales se han instalado progresivamente los me­
dios de masas. Dichas sociedades aparecieron en el siglo XK con el auge
de la prensa gráfica de masas, evolución que luego fue haciéndose más
compleja con el advenimiento de la radiofonía y de la televisión,
El segundo período es el de las sociedades industriales mediatiza­
das. La sociedad mediatizada emerge a medida que las prácticas insti­
tucionales de una sociedad mediática se transforman en profundidad
porque existen los medios. Esquematizando quizás excesivamente, di­
ríamos que la mediatización de las sociedades industriales (que desde
aproximadamente un siglo antes se habían transformado en mediáti­
cas) se aceleró después de la Segunda Guerra Mundial. (Evidentemen­
te, la toma de conciencia de la importancia de las tecnologías de comu­
nicación que produjo la guerra no fue ajena a esa aceleración,)
El paso de las sociedades mediáticas a las sociedades mediatiza­
das expresa en realidad la adaptación de las instituciones de las de­
mocracias industriales a los medios, que se transforman en los media­
dores insoslayables de la gestión de lo social. Pero esta última
continúa estando, en lo esencial, a cargo del sistema político (Estado y
partidos). En este aspecto hace hincapié Pizzorno cuando subraya el
papel mediador del sistema político, que termina por politizar objeti­
vos sociales que, al principio, eran autónomos respecto del Estado. En
su concepción, que resulta de una crítica radical a las teorías utilita­
ristas de la «elección democrática»,

la democracia política se concibe como la solución emergente de un proble­


ma de disciplina social en una sociedad en la que ciertos recursos esencia­
les (como la propiedad del trabajo y del capital y la posibilidad de entregar­
se a una identificación y una devoción religiosas y posteriormente
ideológicas) están en manos de agentes sociales que no obedecen a los cen­
tros administrativos y militares [...]. Si la democracia no es más que un con­
junto de mecanismos de control social, ¿por qué aceptarla si no como un re­
curso- extremo? Nuestra respuesta consiste en decir que hay un valor que
sólo puede garantizar la democracia: un valor que no es la libertad de elec­
ción política (hemos demostrado ya que es una ilusión), sino la libertad de
participar en los procesos de identificación colectiva; procesos que no pue­
den ser destruidos o determinados únicamente por el poder del Estado na­
cional (Pizzorno, 1985:69). La competencia democrática no aparece pues co­
mo un procedimiento que permite elegir entre diferentes programas
políticos, sino como un conflicto entre identidades colectivas que son ideoló­
gicamente irreductibles, pero que están obligadas a participar de la nego­
ciación cotidiana y el intercambio, (ibid.: 67)

224
Ahora bien, las instituciones políticas de las democracias indus­
triales parecen tener cada vez más dificultades para cumplir esta fun­
ción de media ’ ión entre los colectivos que definen las identidades so­
ciales y su entorno. Diríase, en efecto, que los medios, mediadores
obligados de la gestión política de las representaciones sociales en el
período de la mediatización, tienden hoy a volverse autónomos, a «pa­
sar por alto» las instituciones políticas. En mi opinión, esto es lo que
permite interpretar el papel que desempeñaron los medios en el pro­
ceso Ceaucescu y en la crisis del Golfo.
Si este proceso de autonomiz ación de los medios respecto del siste­
ma político se reforzara, ello indicaría que estamos entrando en un pe­
ríodo nuevo, que nos lleva más allá de la mediatización, tal como la co­
nocimos hasta ahora.2 Esa evolución no tendría nada que ver con el
tema de los medios como «cuarto poder», pues la noción misma de cuar­
to poder implica que se trata de una instancia comparable a las otras
tres: en la hipótesis de un nuevo período de mediatización, los medios
serían el lugar (el único) donde, en la escala de la sociedad global, se ha­
ría el «trabajo» sobre las representaciones sociales: las instituciones po­
líticas irían perdiendo cada vez más el ejercicio de esa función.
Sabemos que la prospectiva es un ejercicio peligroso. Limitémonos a
comprobar la creciente importancia de una serie de temas que han lle­
gado a ser centrales en la evolución social actual, en un contexto en el
que los marcos de identidad tradicionales están en crisis: ¿Qué sentido
se le debe atribuir hoy a la identidad individual? ¿Qué decir de su rela­
ción con la familia, con el dinero, con la sexualidad, con la empresa, con
la unidad nacional, con la innovación tecnológica, con el servicio públi­
co? ¿Y qué pasa con las relaciones entre hombres y mujeres, entre adul­
tos y adolescentes, entre la cultura francesa y las demás culturas? Es­
tos son sólo algunos de los interrogantes que impregnan hoy la
sociocultura. Los medios «trabajan» estas cuestiones incansablemente;
por su parte, la palabra política no tiene mucho que decir en ese senti­
do. Ahora bien, a través de este «trabajo» los contratos de los medios con
sus «consumidores» se hacen y se deshacen hoy: estas son las cuestiones
clave de la recepción.

2. Véase en este sentido y en cuanto a las prácticas en ei campo de lo políti­


co mis artículos: Le séjour et ses doubles: architectures du petit écran, Temps li­
bre, París, 11,1985, pp. 67-68 e Interfaces. Notes sur la démocratie audiovisue-
lle avancée, Hermés, París, 4,1989, pp. 113-126.

225
Preservar la complejidad

¿Cómo se expresa hoy la complejidad en la articulación entre los medios


y los receptores? Si observamos detenidamente el conjunto de la oferta
discursiva de un sector dado de los medios (por ejemplo, el discurso in­
formativo cotidiano de la prensa gráfica, la radiodifusión y la televi­
sión), vemos que presenta una gran diversificación pues incluye múlti­
ples estrategias enunciativas. Por supuesto, esta diversidad y esta
heterogeneidad permanecen invisibles para el común de la gente: nin­
gún actor social normalmente constituido puede consumir todos los dis­
cursos que los medios producen en un solo día, en un país dado, sobre la
actualidad del mundo, Pero sí uno se toma el tiempo necesario es posi­
ble hacerlo y el ejercicio depara hallazgos interesantes. Porque uno
comprueba que hay tantas «realidades» (la actualidad del mundo como
«realidad») como medios informativos (Verón, 1981).
A esta primera fuente de complejidad se agrega una segunda situa­
da, esta vez, del lado del consumidor: la misma modalidad discursiva (la
de Le Monde, por ejemplo, o la de una radio como Europe 1) «resuena»
de manera diferente en los diferentes receptores. Le Monde tiene diver­
sos tipos de lectores que no lo leen por las mismas razones, no se apro­
pian del mismo modo de las figuras de discurso de ese periódico y no ob­
tienen el mismo placer, al igual que los diferentes visitantes de una
exposición dada despliegan en ella estrategias diferentes.3
Dos complejidades que encajan una en otra: una heterogeneidad de
la oferta, considerada en su conjunto, que se explica en virtud de las di­
ferentes estrategias aplicadas por los medios a fin de insertarse en la
sociocultura; y a cada tipo de oferta corresponde una diversidad y una
heterogeneidad de los modos de apropiación.
Para comprender las razones de la complejidad del vínculo entre los
medios y los receptores, hay que recordar que los medios, en su condi­
ción de actores del mercado económico, están sometidos a dos lógicas
que, hasta hoy, han sido relativamente divergentes.
Una de esas lógicas concierne a la voluntad de los medios de crear (y
conservar en el tiempo) su grupo de receptores (lectorado, audiencia, teles­
pectadores). Esta es, como ya dijimos, la función primaria del contrato.
La otra lógica remite a los anunciantes: el principal interés de pro­
ducir y conservar un colectivo de receptores es, por supuesto, poder va­
lorizarlo y «vendérselo» a los anunciantes, pues la venta de espacio es el

3. Sobre la exposición como medio y sobre las estrategias de apropiación,


véase Elíseo Verón y Martine Lavasseur, Ethnographie de Vexposition. L’espace,
le corps et le sens, París, Centre Georges Pompidou, PBI, 1989,2a edición.

226
punto culminante del proceso de valorización del medio entendido como
mercancía cultural.
El anclaje de un medio en el mercado de receptores potencíales de­
be tener en cuenta una multiplicidad de factores relacionados con la
complejidad de la evolución demográfica, económica, política y cultural
de la sociedad, mientras que la relación con los anunciantes se funda en
una lógica, por así decirlo, unidimensional, reducida a tomar en cuenta
los factores de marketing. Es por ello que, a priori, se trata de dos lógi­
cas divergentes, pues los desfases, y hasta las contradicciones, entre
ambas han sido frecuentes en la historia del mercado mediático.
Naturalmente, todo empobrecimiento de la complejidad que rige la
evolución de las representaciones sociales en una sociedad democrática
debe considerarse peligroso para esta última. Ahora bien, si resulta que
los medios se están convirtiendo en verdaderos operadores autónomos
en el «trabajo» de construcción-transformación de las identidades socia­
les, al tiempo que el sistema político parece tener cada vez menos in­
fluencia en ese proceso, nos encontraríamos ante una situación en la que
la articulación de los medios con la sociedad civil, a través de la produc­
ción-conservación de los colectivos de receptores, estaría determinada
cada vez más por la única lógica de los mercados del consumo. En otras
palabras: es imperativo para la preservación del sistema democrático
garantizar que las lógicas que presiden la evolución-transformación de
las representaciones sociales en el seno de la sociedad civil continúen
siendo heterogéneas respecto de la lógica del consumo, es decir, que no
puedan reducirse a los mecanismos de la competencia económica.

¿Qué probabilidades hay de preservar la complejidad?

Recordemos, ante todo, que el fenómeno de la competencia económica


que se produce en todos los sectores del consumo encierra una especie
de paradoja bien conocida.
Por un lado, la competencia implica una tendencia fuerte a la homoge-
neización de la oferta: multiplicación de productos muy semejantes entre
sí. En mercados tan diferentes como el de la alimentación, el automóvil y
los servicios, esta tendencia es hoy flagrante. En el universo de los medios,
la tendencia a la homogeneización se hace sentir ante todo en los sectores
de la prensa «generalista» (por ejemplo, en las revistas femeninas dirigi­
das al gran público), mientras que los medios informativos fuera del servi­
cio público (la prensa gráfica diaria y semanal) estuvieron durante mucho
tiempo marcados por las posiciones «ideológicas» presentes en el sistema
político (el hecho de que tal o cual periódico o que tal o cual semanario de

227
actualidad fuera de izquierda o de derecha formaba parte de su posiciona-
miento en el mercado). Hoy esa «marca» política se va desdibujando y la
semejanza de la oferta discursiva opera también en el terreno de los me­
dios de información.
Pero, por otro lado, un medio tiene necesidad -para ser valorizado
por los anunciantes- de preservar a toda costa su singularidad; debe
ser capaz de hacer valer su diferencia específica respecto de los compe­
tidores. Esta búsqueda de singularidad fue durante mucho tiempo el
papel tradicional de la marca en los mercados de productos de gran con­
sumo.4
El fenómeno de la competencia está pues habitado por una doble
restricción: tiende a una homogeneización de los productos y al mismo
tiempo tiene la absoluta necesidad de destacar las diferencias. Esta
contradicción estructural es un factor que puede jugar a favor de la con­
servación de la complejidad, pues las diferencias sólo pueden alimen­
tarse de la riqueza de la sociocultura y de la diversidad de las necesida­
des y las expectativas.
¿Existen hoy otros factores que puedan jugar a favor de una preser­
vación (y hasta de un aumento) de la complejidad? Vemos dos factores,
que ciertamente no son los únicos.
Por un lado, la evolución de los sistemas económicos industriales con­
lleva una diversificación creciente de los saberes técnicos y una especifi­
cidad cada vez mayor de cada uno de esos saberes. Esta multiplicación-
complejización de los saberes técnicos se traduce en la fragmentación de
lo social en microculturas particulares que estructuran cotidianidades
cada vez más diversificadas.
Por otro lado, sabemos que, como resultado de los fenómenos migra­
torios acentuados desde la posguerra, las sociedades industriales de Oc­
cidente se están convirtiendo en sociedades multiculturales y multirra-
ciales. Este fenómeno, de dimensiones considerables, contiene otra
esperanza de preservación de la complejidad.
Hay razones, pues, para esperar que los modos de apropiación de los
medios en recepción continúen siendo heterogéneos y diversificados. Di­
cho de otro modo: podemos esperar que la lógica económica de valoriza­
ción de los medios en relación con los mercados de consumo, por un la­
do, y las lógicas existentes en la sociocultura de los receptores, por el
otro, estén siempre sometidas a múltiples desfases.

4. Hay razones para pensar que ese papel tradicional de la marca hoy está
en crisis en varios sectores del gran consumo. La importancia creciente de las
numerosas marcas «banalizadas» por la gran distribución es un indicador.

228
En todo caso, sepamos que esta esperanza no debe limitarse a
aguardar los movimientos positivos de los automatismos económicos o
sociales. Estamos aquí ante la paradoja que tan bien analizó Comte,
frente a los deterninismos sociales: la sociedad humana forma parte de
la naturaleza y obedece a las leyes de la naturaleza; si bien, desde ese
punto de vista, el progreso social parece ineluctable, un empujoncito
surgido de la voluntad política nunca está de más...
Para asegurar la preservación de la complejidad democrática ante
la mediatización de nuestras sociedades, la clase política, ¿podrá reco­
brarse y tomar conciencia del nuevo contexto en el que se obstina en
repetir las mismas figuras retóricas? Su impotencia (que alcanza a to­
dos los partidos políticos) para abordar los problemas del «PAF» (pai­
saje audiovisual francés) es un síntoma grave que expresa claramen­
te la incapacidad de los políticos para comprender las cuestiones que
están hoy en juego en la esfera mediática. En este sentido, en efecto,
el surgimiento de una voluntad política de pensar los medios no esta­
ría de más.

(1991)

Referencias bibliográficas

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ft

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écrite», en Sémiotique II. París, Institut de Recherches et d’Études Pu­
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Capítulo 9

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Capítulo 11

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233

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