Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Fragmentos
E líseo v e r ó n Espacios mentales.
Efectos de agenda 2 de un tejido
D o m in iq u e W o lton Sobrevivir a Internet
Conversaciones con Olivier Jay
E l ís e o v e r ó n Efectos de agenda
J ean M ouchon Política y medios
Los poderes bajo influencia
Ó s c a r T r av e sa Cuerpos de papel
Figuraciones del cuerpo en la prensa
E l ís e o V e r ó n y Telenovela
L u c r e c ia E sc u d er o Ficción popular y mutaciones
. C h a u v e l ( c o m p s .) culturales
C o l e c c ió n : E l M a m íf e r o P a r l a n t e
Primera edición, abril del 2004, Barcelona
ISBN: 84-7432-873-X
Impreso en Argentina
Printed in Argentina
Elíseo Verón
i
in
o?
.0
—>
índice
Presentación .................................................................................. 9
P r im e r a p a r t e
Una cierta idea del sentido
S eg u n d a p a rte
La producción de la discursividad lingüística
T e r c e r a p a rte
Enunciación: de la producción al reconocimiento
7
10. El discurso publicitario o los misterios de la recepción
(1994) ...................................................................................... 213
11. Los medios en recepción: desafíos de la complejidad (1991) . . 221
8
Presentación
10
P r im e r a parte
13
ne tiempo. Se da cuenta de que su conducta es una argucia que él
mismo califica de irracional. Relata que, cuando era niño, tenía las
encías irritables y que, aunque sus padres insistían en la necesidad
y la importancia de tener los dientes limpios, él evitaba cepillárse
los cada vez que podía. También comenta que los padres, para dar
importancia a sus consejos tanto sobre el cepillado de los dientes co
mo sobre otras actividades, argumentaban que hacer todas esas ac
ciones por propia iniciativa sería la prueba evidente de que es un
«adulto», vale decir, una persona independiente. Ya desde pequeño,
el paciente recurría a ciertas astucias, tales como mojar el cepillo o
cambiar de lugar el dentífrico, para hacer creer que ya se había la
vado los dientes y comprobaba, sorprendido, que de ese modo podía
engañar a los adultos. Confiesa que para él era una experiencia fas
cinante darse cuenta de que su argucia surtía efecto.
Si comparamos este recuerdo con el problema que tiene el joven
ahora para cepillarse los dientes, advertimos que los dos problemas
son estructuralmente idénticos, con la diferencia de que ahora la con
minación es interna. Además, puede verse que ambos fenómenos son
estructuralmente idénticos a la dificultad que le hace recurrir a la te
rapia, es decir, su problema de estudio. En estas dos situaciones ac
tuales, es decir, el problema trivial del cepillado de dientes y el proble
ma bastante inquietante vinculado con sus estudios, los mandatos
vienen del interior del sujeto mismo, pero este los trata como si proce
dieran de una autoridad exterior a la cual no puede burlar directa
mente, pero sí engañar. Este engaño se logra partiendo de una espe
cie de premisa: «Quisiera hacerlo, pero no lo consigo», con lo cual no
puede ser acusado de negarse a cumplir la orden y, por otra parte,
tampoco tiene necesidad de acatarla. ¿Cuáles eran pues los mensajes
originales emitidos por los padres cuando le enseñaban a cepillarse
los dientes? En primer lugar: «Debes cepillarte los dientes» y luego:
«Desear cepillarse los dientes es una actitud adulta», es decir, una ac
titud adulta y loable. Con todo, estos dos mensajes conducen a una
paradoja: «Haz lo que te pedimos, pero por propia iniciativa», lo cual
podría llevar a: «Si no nos obedeces nos disgustaremos contigo, pero si
nos obedeces simplemente porque te lo decimos, también nos enfada
remos porque deberías ser independiente» (es decir, deberías, desear
hacer lo que debes hacer por propia iniciativa).
Este mandato crea una situación insostenible, pues exige con
fundir una fuente externa con una íuente interna. Pero, por otro la
do, es también el modelo más general de intemalización de las re
glas sociales. De todos modos su validez universal no le quita en
modo alguna su naturaleza paradójica. ¿Cómo se puede desbaratar
14
esta paradoja? ¿Quizá teniendo únicamente en cuenta su aspecto
externo?
En este aspecto, la infancia del paciente se regía por otra regla:
toda oposición a los padres era considerada como un acto agresivo
que les producía contrariedad y podía generar una falta de afecto.
En este paciente, la conminación explícita: «Debes tenemos en
cuenta» aparecía reforzada por la tendencia a dar una significación
negativa a todo acto de rebelión. De modo que no había salida posi
ble: tener en cuenta lo que dicen los padres es bueno porque respon
de a su demanda de obediencia, pero también es malo porque va en
contra de la demanda que ellos mismos le hacen de que sea inde
pendiente; mientras que no tener en cuenta lo que le dicen que ha
ga es bueno porque implica independencia y la independencia es
buena en sí misma, pero viola el mandato de ser obediente. Y final
mente, la conminación: «Debes hacer tal cosa por propia iniciativa»,
junto con las demás órdenes conduce a la intemalización no sólo de
la fuente de estos mandatos sino también de todo el conjunto de los
vínculos inherentes a esta paradoja. Querer cepillarse los dientes,
pero «no tener tiempo para hacerlo» y querer estudiar pero «ser in
capaz de hacerlo» llegan a ser ahora los únicos medios legítimos de
escapar de este callejón sin salida: tener en cuenta lo que se le dice
y no tenerlo en cuenta, es decir, satisfacer las dos premisas de la
obediencia y la independencia.
Todo hace pensar que este ejemplo debe de haberse repetido a través
de las experiencias de aprendizaje precoces del paciente y que eso lo lle
vó a considerar que una serie de situaciones estaban determinadas por
los mismos mandatos contradictorios y, que por lo tanto, formaban parte
de la clase de situaciones paradójicas producidas por su medio familiar.
¿Cuáles son los elementos esenciales de este fenómeno? Se desta
can: una estructura de relaciones con las personas cercanas; la necesi
dad de comprender correctamente (dada la importancia del conflicto de
pendencia-independencia); la imposibilidad de abandonar el terreno
(dada la dependencia inherente a la infancia); la imposibilidad de pedir
explicaciones (debida a la naturaleza de círculo vicioso de la paradoja
implicada y tal vez al rótulo de «sublevación» atribuido a toda demanda
de información), y finalmente un mensaje que contiene una orden refe
rente a una acción concreta y una segunda orden referente a la clase de
estas acciones, que contradice la primera. Pero, lo que acabamos de pre
sentar aquí no es otra cosa que una lista de los elementos esenciales
que constituyen un doble vínculo, el elemento central de la teoría inte-
raccional de la esquizofrenia. (Bateson et al., 1956: 251-264),
15
Siguiendo este modelo teórico, haremos una breve presentación de
un conjunto de hipótesis surgidas de un estudio empírico sistemático de
modos de discurso de pacientes neuróticos. Este enfoque conduce a la
tesis de que el modelo del doble vínculo funda una teoría universal de
la patogenia, más allá de la esquizofrenia.
16
operativamente estas esferas si ellos mismos tienen dificultades en un te
rreno específico. Finalmente, el denominador de estas dificultades mayo
res o menores reside en el estilo de la personalidad de los padres, quienes
traen consigo ciertos modos de socialización más probables que otros.
Así es como el conflicto universal entre la dependencia y la indepen
dencia adquiere su especificidad en cada caso; sea cual fuere el modelo
de aprendizaje que predomine en una familia dada, será el que determi
ne la naturaleza de la adaptación del niño.
En las primeras etapas del proceso de aprendizaje, la búsqueda de
respuestas «correctas» lleva al niño a hacer una categorización de las
conductas, es decir a crear un sistema de codificación rudimentario de
lo que está bien y lo que está mal, de lo que es eficaz y lo que ño lo es.
Esta codificación evolucionará y se extenderá hasta que las respuestas
demuestren ser las que mejor se adaptan a la situación y a las capaci
dades de vida del interesado, y finalmente llegará a ser la base de su
comprensión del mundo global.
Veremos que nuestro modelo toma en consideración un rasgo esen
cial de todo proceso de aprendizaje, es decir, el hecho de que, en toda si
tuación concreta en la que se produce el aprendizaje, existe también
una transmisión de reglas implícitas en el aprendizaje mismo. Nos re
ferimos aquí al fenómeno de adquirir una predisposición (un conjunto
de aprendizajes), o al fenómeno de lo que Bateson denomina deuteroa-
prendizaje, esto es, aprender a aprender (Bateson, 1942). La predisposi
ción fu e un término utilizado al principio en la psicología experimental
del aprendizaje y que se refiere al resultado de la exposición repetida de
un sujeto a una situación dada, de suerte que sus pruebas y errores dis
minuyen considerablemente a medida que se expone nuevamente a si
tuaciones del mismo tipo. Esto es lo que Bateson llama deuteroaprendi-
zaje: incluye dos niveles diferentes de procesamiento de la información,
uno para la información relativa al contenido de la situación particular
y el otro, en un nivel lógico superior, que corresponde a la información
relativa al tipo de tarea o de situación.
Una vez que una predisposición se ha establecido, el experimenta
dor cambia la naturaleza de la situación de aprendizaje de modo tal que
esta contradiga la predisposición. Para retomar la terminología de Ba
teson, se trata de la «neurosis experimental» producida por las expe
riencias pavlovianas. Si estos dos niveles de aprendizaje separados
-uno relativo al contenido y otro relativo al modelo o a la estructura
responsable de la predisposición- no existieran, la contradicción parti
cular que da lugar a la neurosis experimental tampoco existiría.
Conviene insistir en que el «aprender a aprender» es de un nivel ló
gico superior al «aprendizaje» y, en consecuencia, se sitúa en el nivel de
los metalenguajes correspondientes a las estructuras o a las clases de
situaciones de mensajes de una especie dada.
Cuando aplicamos esta noción a lo que dijimos anteriormente, sur
ge que el aprendizaje propio del período transitorio puede no sólo verse
afectado por conflictos en el nivel del contenido (es decir, el problema de
base inherente al dilema dependencia-independencia), sino también
por un conflicto en el nivel superior siguiente (el deuteroaprendizaje).
Esto significa que la manera en que los padres definan la situación de
aprendizaje puede provocar contradicciones y divergencias. Estas deri
van probablemente de conflictos propios de los padres y se manifiestan
en su relación con el niño. La presencia simultánea de ambas fuentes de
conflicto -una universal, procedente del dilema dependencia-indepen
dencia (en todas sus múltiples variaciones) y la otra potencial y especí
fica de cada caso, la de los conflictos parentales- organiza la interacción
que se da en el proceso de aprendizaje de cada persona. El modo en que
tales conflictos se traduzcan finalmente en ejemplos específicos de inte
racción -es decir, la estabilidad y la capacidad de difusión de los mensa
jes-estructuras contradictorios y del tipo de respuestas preferidas, su
ajuste en los procesos del desarrollo, etc - dará lugar, a la larga, a for
mas específicas de neurosis (concebidas como estereotipos de comporta
miento). En otras palabras, la contradicción contenida en las situacio
nes de aprendizaje originales hará que el niño responda de la manera
que le parezca más eficaz y lo llevará a elaborar finalmente una serie de
reglas para hacer frente al mundo exterior. Una vez que haya estableci
do tales reglas, «reconocerá» cada vez, en las situaciones nuevas, la es
tructura familiar de la contradicción contenida en sus experiencias de
aprendizaje previas y, finalmente, provocará en los demás conductas
que refuercen y «justifiquen» su propia conducta interpersonal (Bate-
son, 1951: cap. 8).
Es conveniente aplicar ahora estas consideraciones, presentadas
hasta aquí de manera abstracta. Resumiremos seguidamente cómo tra
tamos de definir las contradicciones inherentes a las experiencias de
aprendizaje específicas que a la larga engendran respectivamente com
portamientos histéricos, fóbicos y obsesivo-compulsivos.
La histeria
18
nista y seductora está en relación con estas dos visiones pues, por un la
do, sirve para atraer los objetos exteriores, pero, por el otro, supone una
falta de conciencia y una especie de ceguera selectivas por parte del his
térico sobre su propia seducción. Si, como consecuencia de esa actitud, el
objeto externo se siente atraído hacia él, lo rechazará porque el objeto en
tra en contacto con esos aspectos que el histérico evalúa negativamente.
Pero ese rechazo será necesariamente temporario porque hace que el otro
deje de sentirse atraído, lo cual equivale a renunciar al objeto amado. Es
ta contradicción creará inevitablemente una conducta de «sí, pero no» que
tiene tendencia a repetirse indefinidamente. El histérico concibe su rol
como pasivo, es decir, que sufre las consecuencias de las acciones de los
otros. Los demás actúan y él reacciona interiormente. En cuanto a quién
controla a quién, podría decirse que el histérico dirige sus estados íntimos
de forma tal de inducir en el otro acciones específicas.
¿Cuáles son las experiencias de aprendizaje precoces que llevan a es
ta actitud? Se puede pensar que la naturaleza de ese contexto de apren
dizaje se caracteriza por castigar al sujeto cada vez que su conducta tien
de activamente a adquirir resultados, y a recompensarlo cuando asume
los estados internos correctos en respuesta a la acción parental.
De ese modo, la actividad se asocia al castigo y la pasividad a la re
compensa. Este es un «contexto pavloviano clásico» según lo definió Ba
teson (1942): toda información concerniente a lo que se supone que el
sujeto debe hacer queda excluida de la secuencia de los acontecimientos
que forman la situación de aprendizaje. Pero, al mismo tiempo, el suje
to está incluido en la secuencia hasta el punto que no se espera que
reaccione activamente y con la intención de modificar la situación, sino
a través de una auto-modificación. Es sabido que todo medio pedagógi
co demanda ciertas formas de conducta. En la situación interpersonal
que examinamos aquí, los padres metacomunican a su hijo qué tipo de
conducta esperan de él, pero esas expectativas implícitas estarán en
conflicto con las «reglas del juego» que son explícitas. La única manera
válida de no violar las reglas explícitas, y responder al mismo tiempo
adecuadamente a las demandas implícitas -cuya violación conlleva la
amenaza de frustración y castigo-, es a través de un consentimiento in
directo a esas demandas en la estructura de las reglas explícitas. Esto
equivale a manipular progresivamente sus estados internos de manera
tal de adaptarse a la situación que se presenta. Por ejemplo, un niño
que cuando trata de llamar la atención de sus padres, oye que le dicen:
«No nos molestes», pero que cuando tiene un arranque de cólera la ob
tiene inmediatamente. Así se establece que los padres sólo están aten
tos a las conductas que no demandan explícitamente su atención y vice
versa.
19
Podemos resumir los mensajes contradictorios y paradójicos res
ponsables de la aparición de la histeria con la siguiente fórmula: «Toma
iniciativas, pero no olvides que está prohibido tomar iniciativas.»
Los fóbicos
20
Los obsesivos
21
día esperarse de ti?»). Así, la conducta independiente se define como
buena y se estimula al niño a comportarse en consecuencia, sin dejar de
calificarlo como malo, capaz sólo de hacer cosas malas, lo cual crea una
situación insostenible. Probablemente este callejón sin salida provenga
de la exigencia prematura de ciertas demandas. Si los padres hacen de
mandas que exceden las capacidades reales del niño, él está seguro de
fracasar. Si los padres atribuyen entonces estos fracasos a la ineptitud
del niño, antes que a su inmadurez, finalmente él mismo concebirá su
fracaso como un «mal» que merece un castigo. Otro hecho importante es
que los padres expresen sus órdenes y sus castigos en términos abstrae-
<tos, tales como «Lo que hay que hacer», con lo cual se definen a sí mis
mos como meros intermediarios entre el niño y las reglas. Esto hace que
el niño termine por atribuir una naturaleza impersonal a estos manda
tos (Weakland, 1960).
Puesto que la adquisición de la independencia demanda que el niño
ejerza su propia iniciativa y puesto que toda acción espontánea ha sido
definida como necesariamente mala, la aparición del mal se convierte
en una amenaza constante. Este conflicto puede resumirse mediante la
siguiente fórmula paradójica: «Sé independiente, aunque, por supuesto,
eres incapaz de lograrlo».
Sí
22
de referencia y la fuente del mensaje están vinculadas entre sí, aunque
sean incompatibles (como ocurre con la paradoja del mentiroso, es decir,
la afirmación de Epiménides, el cretense: «Todos los cretenses son men
tirosos»).1
La conducta típica de un individuo es pues el resultado de los dife
rentes contextos de aprendizaje que ha internalizado. Es válido pensar
que existen contextos principales y contextos secundarios (o paradojas
producidas por ellos), del mismo modo que también lo es hablar de ras
gos de conducta predominantes y rasgos accesorios.
Si las reglas de codificación impuestas por el proceso de socializa
ción condicionan al sujeto a tener cierta «visión del mundo», ello impli
ca también que el neurótico afronta constantemente los conflictos crea
dos por la naturaleza paradójica de la situación original. Para él, la
situación reaparece cada vez que se reactiva el dilema dependencia-in-
dependencia en una de sus numerosas variaciones y entonces recurre
nuevamente a las reglas paradójicas para resolver el conflicto, es decir,
a la conducta neurótica. El carácter crónico de este ejemplo sugiere una
especie de fortalecimiento circular, es decir, un feedback positivo. La pa
radoja tiene en consecuencia un aspecto a la vez «histórico» y «presen
te»; por ello la perturbación neurótica tiende a autoperpetuarse.
Hay numerosas variantes que obstaculizan el proceso de socializa
ción, tales como los rasgos de personalidad de base del sujeto o la inten
sidad de las conductas instintivas, pero también existen factores que
ejercen influencias específicas en el contexto de aprendizaje y que pue
den determinar la intensidad, la persistencia y la gravedad de un cua
dro clínico dado o que determinan cuál será el cuadro clínico que apare
cerá. Estos factores son: 1) la aparición simultánea o sucesiva de los
principales contextos de aprendizaje, 2) la precocidad de la aparición de
mandatos paradójicos, 3) la intensidad y naturaleza de numerosas ex
periencias correctoras eventuales que nacen en la familia o que proce
den del ambiente extrafamiliar.
Lo que sigue es un resumen de las características comunes a todos
los modelos de aprendizaje antes mencionados. Ante todo, se trata de
mensajes contradictorios dados simultáneamente y que corresponden a
niveles lógicos diferentes (uno contiene una orden y otro contiene una
orden o una información que contradice la primera, pero que se refiere
a la misma clase de la que forma parte la primera). Esto ocurre en un
contexto -la familia- del que uno no puede escapar y en el que el hecho
23
de discriminar correctamente las significaciones es esencial para el su
jeto. Finalmente, el ejemplo se repite después de un tiempo puesto que
es el contexto de una cantidad de experiencias de aprendizaje diferen
tes y por ello predispone al sujeto a esperar esa clase de experiencia,
aun cuando en el nuevo caso ya no existan los elementos esenciales de
la situación original. Estas características son idénticas a lo que mu
chos autores definen como los elementos esenciales de una situación de
doble vínculo (véanse Bateson et al., 1956; Sluzki et al., 1967:494-504).
24
ralelo riguroso entre la paradoja inicial y la patología que se sigue de
ella. En este estadio, el enfoque descripto en este capítulo con respecto
a ciertas formas de neurosis podría aplicarse más ampliamente en el
sentido de que deben encontrarse etapas intermedias entre la teoría del
doble vínculo (que según los términos del propio Bateson es más bien
* una epistemología) y cada cuadro clínico. La segunda etapa consistiría
en emplear los conceptos desarrollados aplicándolos a las producciones
verbales de los pacientes y, finalmente, verificándolos a través de estu
dios longitudinales. Nos parece que la falta de verificaciones longitudi
nales no se debe tanto a la dificultad práctica de tales estudios como a
la falta de vínculos intermedios entre la teoría y su empleo práctico.
Por el momento, la formulación de hipótesis específicas acerca de la
génesis de la esquizofrenia supera nuestra posibilidades. Probablemen
te debamos dirigir nuestros esfuerzos de investigación a una recons
trucción de las metarreglas, es decir de las reglas que rigen la relación
entre los modelos de aprendizaje que quizá sean el resultado de la in
consistencia constante del contexto de aprendizaje atribuible a los pa
dres. Es muy posible que tales inconsistencias, idénticas a las de la me-
tacomunicación errática de las relaciones parentales, lleven al niño a
internalizar la regla: «No hay reglas claras de interpretación de la rea
lidad». En consecuencia, el niño tenderá a atribuirle a una situación
significaciones que estarán en conflicto con la situación misma. Así, una
conducta «absurda» puede parecerle la única forma «aceptable» de aca
tar todo mandato que de un modo u otro le comunique: «Aprende a vivir
según nuestras expectativas, pero independientemente de lo que poda
mos decirte» o, en otras palabras: «No confies en tus sentidos y aprende
a ver el mundo tal como es».
(1971)
Referencias bibliográficas
Bateson, G., Jackson, D. D., Haley, J. y Weakland, J. H. 1956. Toward a
theory of schizophrenia, Behau. Sci. 1: 251-264.
Bateson, G. 1942. Social planning and the concept of «deutero leaming,
en L. Bryson, (comp.), Science, Philosophy and Religión, segundo
simposio. Nueva York, Harper & Row.
Bateson, G. 1951. Conventions of communication: where validity de-
pends on belief, en J. Ruesch, y G. Bateson, Communication, the So
cial Matrix o f Psychiatry. Nueva York, W. W. Norton.
Ferreira, A. 1960. The double bind and delinquent behavior, Arch. Gen.
Psychiat., 3: 359-367.
25
Sluzki, C. E., Beavin, J., Tamopolski, A. y Verón, E., 1967. Transactional
disqualification, Arch. Gen. Psychiat, 6: 494-504.
Verón, E. y Sluzki, C. E. 1970. Comunicación y neurosis. Buenos Aires,
Editorial del Instituto.
Fairbain, W. R. D. 1952. An Object-Relations Theory o f the Personality.
Nueva York, Basic Books.
Watzlawick, P. 1969. Patterns of psychotic communication, en P. Doucet
y C. Laurin, (comps.), Problems of Psychosis. Amsterdam, Excerpta
Medical Foundation.
Weakland, J. H. 1960. The double-bind hypothesis of schizophrenia and
three party interaction en D. D. Jackson, (comp.), The Etiology of
Schizophrenia, Nueva York, Basic Books.
26
2
Pertinencia [ideológica]
del «código»
27
gerir que, cuando se trata de ciencias dedicadas al estudio de los siste
mas significantes complejos y muy particularmente de la semiótica, no
habría que conservar ninguna de estas cinco acepciones del término
«código».
Hay otros empleos de la palabra, menos clásicos, como por ejemplo
el que le da Lévi-Strauss cuando analiza la estructura de los mitos o el
que le atribuye Barthes en su estudio sobre Sarrasine. Por el momento,
dejaré de lado esos empleos «especiales» del término asociados al análi
sis de textos.
28
En el citado artículo, Jakobson opta primero por el uso (2), más es
pecíficamente la definición de Colin Cherry. Según este último,
29
otros sistemas complejos (por ejemplo, el cine), pues esos sistemas
complejos distan mucho de admitir las condiciones de reversibilidad y
el carácter biunívoco que define las transformaciones de tipo «códico».
Por supuesto, tales transformaciones pueden aplicarse a esos sistemas
complejos mediante reglas convencionales y por razones utilitarias, pero
el modelo contenido en una «codificación» de ese estilo nunca podría ser
un buen modelo de la naturaleza ni del funcionamiento de los sistemas
complejos mismos^)
No obstante, Jakobson emplea el concepto de «código» para referir
se a mecanismos propios de las lenguas naturales. Y afirma: «un con
junto tal de posibilidades ya previstas y preparadas implica la existen
cia de un código y la teoría de la comunicación concibe ese código como
una transformación convenida, habitualmente término por término, y
además reversible, mediante la cual un conjunto dado de unidades de
información se convierte en una secuencia de fonemas y viceversa». Ja
kobson agrega: «El código hace concordar el significante con el signifi
cado y el significado con el significante» (op. cit.: 90). Es decir, en otra
terminología, la noción de código sería aplicable a las relaciones entre el
componente semántico y el componente fonológico y hasta podría servir
para comprender los vínculos entre estructura profunda y estructura
de superficie. Ahora bien, si nos atenemos a la definición de Cherry, re
sulta evidente que las relaciones entre componente semántico y compo
nente fonológico (en los términos de la teoría chomskyana denominada
«estándar»), lo mismo que las relaciones entre la superficie y las estruc
turas subyacentes (en otros modelos generativos) son mucho más com
plejas que las transformaciones definidas por la teoría de la informa
ción para la constitución de un código artificial. Uno podría llamar a
esas relaciones, si prefiere, por supuesto, un «código», pero entonces el
uso indica claramente que el término designa cualquier tipo de trans
formaciones y operaciones.
Las acepciones (4) y (5) son sin duda decisivas en el seno de la lin
güística y de la semiología. Según la acepción (4), el concepto de código
se asocia inevitablemente a la idea de una colección preexistente de uni
dades que uno combina en los mensajes (véase Jakobson: «conjunto de
30
posibilidades ya previstas y preparadas»). Habitualmente estas unida
des se conciben según el modelo saussureano del «signo». De ahí la equi
valencia que ya mencionamos: lengua = código que procede a su vez de
una homología más amplia: lengua/palabra = código/mensaje. En este
uso el término código pierde su connotación «relacional», es decir, ya no
designa un conjunto de transformaciones entre dos sistemas sino que
llega a constituir, de algún modo, el nombre del «aspecto lengua» de un
sistema significante.
Primero hay que tener en cuenta el hecho de que allí aparecen dos
ideas que no necesariamente van siempre juntas. Una corresponde al
carácter «preexistente» que se le atribuye al sistema respecto de los
actos concretos que tal sistema rige: cada acto de palabra supone la
existencia de la lengua. La otra idea se refiere a la manera de repre
sentarse la naturaleza del sistema preexistente, de las «posibilidades
previstas y preparadas», entendidas como repertorio de unidades sig
nificantes que uno puede combinar en los mensajes. Si uno dice, por
ejemplo, que todo acto de lenguaje (toda «performance») corresponde a
una «competencia» lingüística, expresa la primera idea sin implicar
por ello que la actividad lingüística sea una actividad combinatoria.
Lo esencial de esta perspectiva es pues concebir el código como colec
ción de signos.
Esta concepción reaparece con frecuencia en la lingüística estructu-
ralista y también en la «primera semiología». A veces se manifiesta en
estado casi puro, como ocurre en el caso de Prieto (Prieto, 1966, loe. cit.)
Según la terminología de este autor, un código es un «sistema de se
mas». Los semas son las unidades compuestas por un significante y un
significado. De modo que un código es un sistema de relaciones entre
dos «universos del discurso»: el campo semántico (por el lado del signi
ficante, «el plano del indicante») y el campo noético (por el lado del sig
nificado, «el plano de lo indicado»). Significante, significado, sema son
entidades abstractas, clases de acontecimientos. Las entidades concre
tas que forman parte de esas clases son las señales y el mensaje. El
campo semántico de un código es el conjunto de señales que pertenecen
a ese código. El campo noético es el conjunto de todos los mensajes que
admiten las señales pertenecientes al código. La emisión de una señal
en una situación dada (un «acto sémico») produce pues un doble desglo
se: del lado del campo semántico, la señal representa o «hace realidad»
una clase, su significante, es decir, el conjunto de señales pertenecien
t e s ^ código y capaces de suministrar la misma indicación significati-
va(Elcomplemento de esta clase está compuesto por todos los otros sig
nos del código cuya emisión daría una indicación diferente. Del lado del
campo noético, «la señal de un acto sémico indica al receptor que el
31
mensaje que el emisor intenta transmitirle corresponde a su significa
do y no pertenece al complemento de su significado» (Prieto, 1966: 37-
38).3 Para decirlo de otro modo, el campo noético se divide a su vez en
una clase (la clase compuesta por todos los mensajes que admite la se
ñal que se ha producido) y su complemento (compuesto por los mensa
jes que admiten las demás señales pertenecientes al código y que no ad
mite la señal en cuestión). Con ayuda de las circunstancias, el receptor
consigue identificar el mensaje que el emisor «quiso transmitirle»: deci
mos entonces que se trata de un acto sémico «logrado».
Si bien el autor propone una tipología de códigos según las propie
dades diferenciales correspondientes a lo que él llama los «mecanismos
de economía», la noción genérica de código, así caracterizada, le parece
igualmente válida tanto para los semáforos como para las lenguas na
turales.
En Prieto se advierten así claramente los elementos esenciales de la
configuración ideológica que sustentan este empleo del término «código»:
a) El sistema significante concebido como «repertorio».
b) En consecuencia, postulación de un paralelismo entre el orden
del significante y el orden del significado.4
c) Concepción subjetivista-instrumentalista del sujeto enuncia-
dor: el vínculo entre este último y el repertorio «disponible» se
establece en la forma de una «intención de comunicar».
d) En consecuencia, una concepción- empobrecida de la actividad
del sujeto enunciador: este no hace más que escoger entre uni
dades ya listas y combinar las unidades elegidas a fin de emitir
un mensaje.
Si esta perspectiva se tomara seriamente, la semiología estaría con
denada a estudiar únicamente el código Morse y los semáforos. En efec
to, sólo los «sistemas artificiales» de que habla Cherry pueden admitir
semejante descripción. La naturaleza secundaria de estos «códigos»,
siempre parasitarios respecto del lenguaje propiamente dicho, explica
una de las hipótesis de base de la concepción instrumentalista: la exis
tencia previa de un contenido «que uno quiere comunicar». Ese conteni
do que es objeto de un propósito intencional anterior a todo acto produc
tivo del emisor no puede tener otra forma que no sea lingüística. Lo cual
puede resultar evidente y tal vez trivial si hablamos del código Morse,
32
pero que nos hace caer en una situación curiosamente circular si trata
mos de aplicar ese modelo al lenguaje mismo.
Por otra parte, esos «sistemas artificiales» son sólo un fragmento de
la esfera translingüística. En efecto, el modelo «códico» puede aplicarse
únicamente a sistemas significantes secundarios, fuertemente digitali
zados. Además, los sistemas cuya materia significante excluye la regla
de la discontinuidad también quedan fuera de ese campo: es el caso de
la música donde no existe un orden del significado. En otras palabras:
los sistemas translingüísticos que pueden tener verdadero interés para
la semiología no son «códigos».5
Ahora bien, esta concepción «códica» no es una invención arbitraria
de ciertos lingüistas o semiólogos. Por el contrario, refleja o reproduce,
en el nivel de la teoría lingüística, una conciencia social bien determi
nada sobre la actividad del lenguaje; deriva de un conjunto preciso de
operaciones ideológicas. El núcleo de esas operaciones consiste en con
cebir los sistemas significantes complejos (aquellos que, para retomar
la expresión de Cherry, «se desarrollan orgánicamente» en el seno de lo
social) como si fueran sistemas artificiales. El mecanismo ideológico de
base es pues una proyección sobre los sistemas complejos de un modelo
tecnológico-instrumental, según el cual los lenguajes son máquinas
transparentes cuyo funcionamiento se basa en las necesidades comuni-
cacionales de los usuarios.
En cuanto al signo ideológico, no caben dudas: el funcionalismo es
siempre reaccionario, en la esfera lingüística como en cualquier otro
campo. Entiéndase bien, no sólo es reaccionario, sino también y sobre
todo inadecuado como representación de su objeto. Pero el carácter ina
decuado de la ideología no se reduce nunca a una ilusión; en este caso,
como en todos los demás, la ideología se articula con ciertos aspectos de
su objeto, se adhiere a cierto nivel de la práctica del lenguaje. Tratemos
pues de ver más precisamente cómo se aplica el modelo del código a las
lenguas naturales.
Para poder constituir un repertorio, necesitamos contar con «unida
des». Estas unidades se conciben o bien como elemento del orden del
significante, o bien como unidades que incluyen un término del orden
del significante y un término del orden del significado. En suma, sólo
pueden ser unidades de superficie. De ahí el problema crucial del des
glose (hipótesis del paralelismo forma/contenido, prueba de conmuta
ción, etcétera).
33
Sobre esta base y cuando se trata del sentido, el desglose puede ha
cerse en dos niveles: ya en el nivel léxico, ya en el nivel de una unidad
definida por criterios llamados «sintácticos». La manipulación del léxi
co en superficie conduce necesariamente a un análisis en el plano de los
«rasgos», es decir de una semántica de diccionario, según la cual los ele
mentos léxicos de la superficie son «amalgamas» de factores semánti
cos. La «primera semiología» ofrece una multiplicidad de ejemplos de
análisis de esta índole. Por otra parte, la unidad funcional de manifes
tación del sentido es siempre cierto modelo canónico del enunciado, de
naturaleza «sintáctica».
En relación con los supuestos que subtienden los esquemas de
enunciado mínimo, ciertos modelos que intentan ser translingüísticos
han obrado como «reveladores» de su naturaleza ideológica, poniendo
de manifiesto que sus raíces están en la práctica social. Es lo que ocu
rre cuando estos modelos se emplean para representar las relaciones
profundas, como por ejemplo, el «modelo actancial» de Greimas. El mo
delo se calcó sobre el enunciado mínimo de superficie y se proyectó so
bre la estructura profunda como un intento de dar cuenta de los fenó
menos transfrásicos. Perdiendo así su aspecto exterior sintáctico o
gramatical, el modelo manifiesta su origen en el esquema del acto so
cial elemental. Actantes, funciones, aspectos, calificaciones, modalida
des son, en el fondo, categorías gramaticales «metaforizadas», pero en
ese nivel más «abstracto» se reconocen más fácilmente las categorías
de la conciencia social espontánea: el actor (el agente), sus propiedades
(sus acciones y sus pasiones), la situación en la que se encuentra, el
modo de su acción como expresión del vínculo entre él mismo y su si
tuación de a ccióij^
En Prieto, la relación entre el modelo del enunciado mínimo como
instrumento para el desglose de la superficie lingüística y el esquema
del acto social elemental aparece, no ya con la forma de una transferen
cia metafórica, sino de manera explícita: esa relación se expresa direc
tamente en su teoría de los «actos sémicos». Si la orden «Déme el lápiz»,
al igual que el disco que indica «contramano» son para él unidades, lo
son sencillamente porque se refieren a una «unidad» que es externa,
respectivamente, al código lingüístico y al código de señales de tránsito,
a saber, la unidad socialmente funcional de las conductas asociadas a la
emisión de esas señales. El mecanismo por el cual la conciencia social
engendra la unidad funcional de las conductas (que no es otra cosa que
el producto del trabajo de la ideología en el nivel de la práctica) se toma
aquí como fundamento de la teoría semiológica.
Esto no quiere decir que la semántica de Greimas y la «noología» de
Prieto sean, como teoría semióticas, comparables o equivalentes. Cada
34
una expresa aspectos diferentes de la configuración ideológica que esta
mos tratando aquí. El procedimiento elegido por Prieto muestra princi
palmente la dimensión instrumental de esta configuración. Es por ello
que su noción de «acto sémico» es, por así decirlo, la imagen de la relación
de determinación entre la estructura (ideológica) de la acción social y la
teoría lingüística. En Greimas esa relación de determinación aparece con
la forma de una transferencia, extremadamente compleja, de la primera
a la segunda, transferencia «legible» en su modelo actancial.
Estoy, en suma, afirmando dos cosas:
1) que esa transferencia siempre es legible (más o menos fácilmente)
en toda teoría lingüística fundada en un modelo de enunciado mínimo;
2) que en el nivel ideológico profundo, hay complementariedad entre
a) la concepción instrumental del lenguaje, b) el desglose de la superfi
cie lingüística mediante un modelo de enunciado mínimo y c) la semán
tica «de diccionario».
Para justificar estas hipótesis, hay que referirse al modelo del suje
to enunciador; me limitaré aquí a sugerir la posibilidad de tal demos
tración. De lo dicho anteriormente se sigue que la concepción «códica»
supone una distinción clara entre sintaxis y semántica. En efecto, el
universo de rasgos «amalgamados» en las unidades léxicas de superfi
cie constituye el campo de los estudios semánticos, en tanto que el mo
delo del enunciado mínimo corresponde a la sintaxis. Según la concep
ción «códica», la actividad del sujeto enunciador consiste, como ya
dijimos, en seleccionar y combinar (véase al respecto Jakobson): el suje
to enunciador selecciona unidades entre aquellas que componen el re
pertorio (he aquí la semántica) y las combina para producir mensajes
(he aquí la sintaxis). En otras palabras: el sujeto enunciador; que forma
parte del núcleo ideológico de la concepción instrumental es semántica
mente pasivo y sintácticamente activo. El aspecto semántico de su acti
vidad se reduce a elegir entre contenidos «preexistentes»; la parte ope
rativa de su actividad es de naturaleza puramente combinatoria y es
independiente del sentido.
35
dientes de la significación. En suma: toda huella del trabajo social de
producción de sentido ha sido borrada.
Ahora bien, el vínculo de este trabajo productivo es el discurso, el or
den de lo textual. La aparición de este objeto nuevo y casi desconocido,
el discurso, es el resultado del desarrollo de la lingüística de los últimos
veinte años. No es casual que tal desarrollo tenga ciertas consecuencias
que se dan todas simultáneamente (lo cual muestra a contrario la cohe
rencia de la ideología que se está suprimiendo): a) la destrucción del lí
mite sintaxis/semántica, b) la descomposición del modelo del enuncia
do, c) la destrucción de la antigua hipótesis del paralelismo
forma/contenido, a partir de la distinción superficie/estructura profun
da, d) el esbozo de un modelo operativo del sujeto enunciador cuya acti
vidad semántica de engendramiento de lo discursivo va mucho más allá
de la selección y la combinación.
Evidentemente, estos cambios no se producen sin contradicción y
naturalmente se han llevado a cabo sobre la base de otras ideologías
(véase la teoría transformación al «clásica» todavía fundada en un
modelo del enunciado y en la distinción sintaxis/semántica; el papel
del tema chomskyano de la «creatividad», etc.).6 En todo caso, me pa
rece que estos cambios anuncian, aún de manera oscura e implícita,
el comienzo del fin de toda ideología «códica» aplicada al lenguaje y,
de manera más general, a los sistemas complejos de producción de
sentido.
Con todo lo que acabamos de decir es fácil comprender qué implica
ciones puede tener el uso (5) del término código. La concepción instru
mental es inseparable de la hipótesis según la cual el «código» es una
especie de bien común del cual participan todos los usuarios de un sis
tema de «signos». Lo importante, como dice Prieto, es que el emisor y el
receptor estén de acuerdo en cuanto a la identidad del significante y el
significado del sema. El «código» llega así a ser el nombre que se le da
al consenso social que hace posible la comunicación. Por ese camino, el
funcionalismo semiológico se junta alegremente con el funcionalismo
sociológico. Porque a fin de cuentas, un código no es más que un conjun
to de normas institucionalizadas. Sobre la base de esta equivalencia có
digo = norma, la teoría semiológica se manifiesta como el instrumento
ideal para describir la intersubjetividad, lo mismo que el poder, el dine
ro y otros: todos ellos son «códigos».
36
Así se cierra el círculo histórico de la ideología; después de pasar un
tiempo entre los lingüistas y los semióticos contemporáneos, el funcio
nalismo vuelve a sus orígenes: la teoría burguesa de la sociedad.
(1974)
Referencias bibliográficas
Cherry, C., 1957. On Human Communication, Science Editions Inc.
Jakobson, R, 1963. Linguistique et théorie de la communication, en
Essais de Linguistique générale. París, Editions de Minuit.
Prieto, J. L. 1966. Messages et signaux. París, Presses Universitaires de
France.
Nota de lectura
(2000)
En la nota (5) de este artículo, el original francés dice: «Voir un schéma
de régles d’investissement des matiéres signifiantes dans mon arti-
cle...». El traductor Alberto Luis Bixio es<h*ibe en castellano: «Véase un
esquema de reglas de inversión de las materias significantes en mi artí
culo. ..». No hay otra manera de traducir con exactitud ese fragmento de
frase. Y si comparamos ambos fragmentos, el francés y el castellano, nos
encontramos ante un magnífico ejemplo de las complejidades ideológicas
de la noción de código, entendida en su acepción (2). Mi interpretante se
rá aquí el célebre diccionario Larousse español/francés. Pocos años des
pués de este artículo, intenté otra aproximación al diccionario como
«manual de ideología» (véase el cap. 6 de este libro, «Folies-Bergére»).
En su significación literal, el verbo investir en francés tiene dos
acepciones: investir, conferir («una dignidad»); invertir, colocar, em
plear («colocar fondos»). La segunda, más corriente en el lenguaje coti
diano, es la propiamente económica: invertir (en la bolsa), colocar (ac
ciones). La familia de estas formas mantiene en francés la «mezcla»
entre los conceptos, en castellano, de ‘investir’ e ‘invertir’: investisseur
es el inversionista, investiture es investidura, toma de posesión. El
francés investissement (término que usé en mi texto) contiene ambas
acepciones: inversión (en sentido económico) y conferimiento de digni
dad. Bixio no podía traducir el francés ‘investissement’ como ‘investi
miento’ porque este término no existe en español (sin embargo, yo debo
de haberlo usado alguna vez). El castellano separa las dos acepciones:
la económica es ‘invertir’, ‘inversión’, la que remite al conferimiento de
una dignidad es ‘investir’, ‘investidura’. ‘Investimiento’ (que el español
37
no permite) sería la acción de conferir dignidad, mientras que la única
forma disponible, ‘investidura’, es la dignidad conferida y no la acción
de conferirla. Aquí la «codificación» entre el castellano y el francés es
turbulenta, compleja, imperfecta, no hay «buena» traducción posible
(queda siempre la posibilidad de una paráfrasis). La situación se com
plica aun más porque la forma francesa invertir no tiene absolutamen
te nada que ver con el sentido económico, sino que es, sólo y claramen
te, intervertir (»invertir los roles») dar vuelta, poner al revés.
Ambas lenguas, cada una por su lado, son sintomáticas. Porque estos
deslizamientos semánticos entre el mundo del poder (de la dignidad) y el
mundo económico ¿serán puro azar del diccionario? Si yo pudiera decir,
en español, «las reglas de investimiento de las materias significantes»
[por el sentido] me quedaría tranquilo. Pero estaría diciendo también que
el significado confiere dignidad al significante, que un investissement es
una investiture, que hay una relación entre el sentido, la dignidad, y el pon
der. ¿Por qué habrá sido que Saussure llamó valor a la dimensión más im
portante de su modelo del signo? Roland Barthes, en la Lección Inaugu
ral de su cátedra del Collége de France, pronunciada en 1977, explicó por
qué a su manera «la lengua, como ejecución de todo lenguaje, no es ni
reaccionaria ni progresista; es, simplemente, fascista; porque el fascismo
no es impedir decir, es obligar a decir». Este vínculo consustancial entre
la lengua y el poder pasa por la ejecución (por la performance, dice Bart
hes): «Desde el instante en que es proferida, aunque sólo fuera en la más
profunda intimidad del sujeto, la lengua entra al servicio de un poder».
Pero si se trata de la ejecución, el poder no es una dimensión de la lengua
sino del habla, la cuestión del poder, podría decirse en una terminología
más «moderna», es una cuestión pragmática. La provocación consistente
en calificar a la lengua de «fascista», que indignó a muchos, tiene en mi
opinión un origen claro, explicitado por el propio Barthes dos párrafos an
tes: «El lenguaje es una legislación, la lengua es su código». En este sen
tido se define la pertinencia de la perspectiva que intenté dibujar en el ar
tículo: la lengua no es un código. Si lo fuera, la posición de Barthes sería
ineludible. La lengua no es fascista porque no es un código. Convendría
agregar: una ideología tampoco es un código. Conclusión: el fascismo no
es una ideología, el nazismo tampoco. Son algo mucho más siniestro.
Qué importa. Las discrepancias se esfuman cuando se trata de un
autor capaz de proponer definiciones tan exactas y abrumadoras como
esta: «Yo llamo discurso de poder a todo discurso que engendra la falta,
y por lo tanto la culpabilidad, de quien lo recibe». Magnífica frase que
formaría parte de ese capítulo que la pragmática contemporánea no su
po (o no quiso) construir, el más importante: el capítulo del poder perlo-
cutorio de los actos de habla.
38
3
Diccionario de lugares
no comunes*
39
ció que el orden alfabético, en este caso particular, no era conveniente.
De modo que dispuse los artículos en un orden que va desde los concep
tos que me parecen más esenciales, hasta los términos que designan
problemas de metodología y plantean cuestiones más técnicas. El con
junto de la lista puede entonces dividirse en cuatro grupos de términos.
El primero comprende dos subgrupos:
Producción IReconocimiento (Condiciones de, Gramáticas de)
Circulación
Estos dos primeros temas abarcan, de manera muy sucinta, lo esen
cial del esquema del sentido, entendido como perteneciente a un siste
ma productivo. El segundo grupo, que incluye los términos:
Ideología
Ideológico
Poder
plantea, como puede apreciarse, el núcleo de la problemática socio
lógica que nos interesa.
En el tercer grupo se incluyen los temas:
Discursos (Análisis de los) y
Lingüístico (Análisis)
Mediante el análisis de estos dos términos procuro plantear el pro
blema, esencial en mi opinión, de las fronteras entre la evolución de la
lingüística y el estudio de los discursos sociales.
El cuarto grupo está dedicado a las principales nociones referentes
a problemas de metodología:
Operación
Desfase
Interdiscursividad
Lectura(s)
Texto
Semiosis
Finalmente, un residuo que señala la posición del sujeto.
Verón (Eliseo)
En este apartado propongo una breve lista de trabajos que le permi^
ten al lector ver cómo y por qué decidí adoptar este marco conceptual.
Producción/Reconocimiento
(Condiciones de, Gramáticas de)
40
ción significante considerada (V. Circulación). El analista del discurso
puede interesarse ya sea por las condiciones de generación de un dis
curso o un tipo de discurso, ya sea por las lecturas de que ha sido obje
to el discurso, es decir por sus efectos. Decimos entonces que se intere
sa en el primer caso por la gramática de producción y en el segundo por
una (o varias) gramáticas de reconocimiento. Por supuesto, puede inte
resarse por ambas, es decir, interesarse en realidad por un proceso de
circulación.
Una gramática de producción o de reconocimiento tiene la forma de
un conjunto complejo de reglas que describen operaciones (V. Opera
ción). Estas operaciones son las que permiten definir ya sea las restric
ciones de generación, ya sea los resultados (en otra producción discursi
va) bajo la forma de una cierta lectura. En otras palabras, una
gramática es siempre el modelo de un proceso de producción discursiva.
Puesto que el punto de partida del análisis son inevitablemente los con
juntos significantes dados (es decir, el sentido incorporado en discursos
observados), el movimiento del análisis consiste en reconstituir el pro
ceso de producción partiendo del «producto», radica en pasar del texto
(inerte) a la dinámica de su producción.
La operación metodológica que consiste en constituir un corpus da
do de discursos permite automáticamente distinguir el corpus mismo
de todos los demás elementos que deben incluirse en el análisis pero
que no están «en» el corpus. Tales elementos, que podemos designar co
mo extradiscursivos, constituyen las condiciones o bien de la produc
ción, o bien del reconocimiento. Esas condiciones contienen siempre
otros discursos, pero estos últimos no forman parte del corpus, funcio
nan en realidad como condiciones de producción o de reconocimiento.
Entre las condiciones, por supuesto, está también todo aquello que el
analista considerará, por hipótesis, como elementos que desempeñan
un papel determinante para explicar las propiedades de los discursos
analizados: esos elementos varían según el tipo de investigación y se
gún la naturaleza de la producción significante abordada. Tratándose
de la problemática de lo ideológico y del poder, esos elementos tendrán
que ver con las dimensiones fundamentales (económica, política y so
cial) del funcionamiento de la sociedad en el interior de la cual se pro
dujeron tales discursos (V. Ideológico). Ahora bien, no basta con postu
lar tales condiciones; hay que mostrar que efectivamente lo son. Para
que algo sea considerado como condición de producción de un discurso o
de un tipo de discurso, es necesario que haya dejado huellas en el discur
so. Dicho de otro modo, es necesario mostrar que si los valores de las va
riables postuladas como condiciones de producción cambian, el discurso
también cambia.
41
En relación con un texto o con un conjunto de textos sometidos al
análisis discursivo, una gramática (sea de producción o de reconoci
miento) nunca es exhaustiva. Puesto que todo texto es un objeto hetero
géneo y constituye el lugar de encuentro de una multiplicidad de siste
mas de determinación diferentes (V. Texto), es posible construir tantas
gramáticas como maneras haya de abordar el texto. La cual equivale a
decir que no se puede hablar sencillamente de gramática textual. Aquí,
nos interesan la de lo ideológico y la del poder. Pero hay otras. Si lo ideo
lógico, si el poder, atraviesan el discurso, esto no quiere decir, sin embar
go, que en un discurso sólo haya componentes ideológicos y de poder.
Circulacic
Si se elige como estrategia teórica la que consiste en afirmar que los fe
nómenos de sentido, para ser comprendidos, exigen definir el modelo de
un sistema productivo, es decir, que los discursos son productos cuyo en
gendramiento y cuyos efectos es necesario estudiar, el concepto de cir
culación designa entonces el tejido intermediario de ese sistema. Pero si
bien el aspecto producción de los discursos y el aspecto efectos (V. Pro
ducción/Reconocimiento) suponen lecturas de un discurso o de un con
junto de discursos (V. Lectura(s)), no ocurre lo mismo con el aspecto cir
culación: este último no implica un tipo de lectura. Porqu^ la
circulación, en lo que concierne al análisis de los discursos, sólo puede
materializarse, precisamente, en la forma de una diferencia entre la
producción y los efectos de los discursos. En otras palabras, una super
ficie discursiva está compuesta por marcas (V. Lingüístico, Análisis).
Esas marcas pueden interpretarse como huellas de las operaciones de
engendramiento (V. Operaciones) o como huellas que definen el sistema
de referencias de las lecturas posibles de ese discurso en reconocimien
to. Hablando con propiedad, no hay huellas de la circulación: esta se de-
finé como el desfase, que surge enun momento dado, entregas condicio
nes de producción del discurso y las lecturas en la recepción.!
Las condiciones de la circulación son extremadamente variables, se
gún el tipo de soporte material-tecnológico del discurso (intercambios
orales en la conversación, en comparación con los discursos de los me
dios masivos, por ejemplo) y también según la dimensión temporal que
se tome en consideración, pues esta puede concebirse como un conti-
nuum que va desde el estudio sincrónico a la diacronía del tiempo de la
historia. En el primer caso, las condiciones de la circulación dependen
de las condiciones de funcionamiento de la sociedad en un momento da
do (por ejemplo, pueden estudiarse las relaciones-desfases entre las
42
condiciones de producción del discurso audiovisual de la televisión y las
gramáticas de lectura en recepción, en un contexto social determinado).
En el segundo caso, la circulación de los discursos llega a ser una di
mensión propiamente histórica, que remite a la historia social de los
discursos (el análisis, por ejemplo, de las diferentes gramáticas de reco
nocimiento que le fueron aplicadas a El Capital de Marx durante los úl
timos cien años, gramáticas que remiten a las transformaciones experi
mentadas por las condiciones económicas, sociales y políticas de su
lectura).
Si bien el concepto de circulación es aparentemente el más «evanes
cente» (la circulación no deja huellas en el discurso), es, al propio tiem
po, la que le confiere su dinámica al modelo: designa la manera en que
se transforma en el tiempo el trabajo social de inversión^ de sentido.
Ideología(s)
43
«ideología» designaría así una formulación histórica en el sentido de la
designación del diccionario: «Sistema de ideas, filosofía del mundo y de
la vida»; «Conjunto de ideas, de creencias y de doctrinas propias de una
época, de una sociedad o de una clase» {Le Petit Robert). Caracterización
que, dicho sea de paso, no muestra ninguna diferencia con la de Althus-
ser (1965: 238): «...sistema de representaciones (imágenes, mitos, ideas o
conceptos, según el caso) dotado de una existencia y de un rol histórico en
el seno de una sociedad dada» (lo cual muestra claramente que este autor
no logró tomar distancia del empleo «ingenuo» del concepto). Se advierte
pues que no se trata de un concepto teórico sino que abarca componentes
de lo más diversos: doctrinas, ideas, actitudes, imágenes, conceptos... Y
esa es, precisamente, su función: poner orden en la percepción de los ac
tores sociales, respecto de una diversidad de cosas que tienen que ver con
el sentido. Si uno le atribuye una condición puramente descriptiva, pre-
teórica, el empleo del término no parece peligroso: quien estudia los dis
cursos sociales, como cualquier otro miembro de la sociedad, tiene que
vérselas también él, con las «ideologías». Solamente desde el punto de vis
ta teórico hay que tener presente que la existencia social, histórica, de es
tos objetos no es ajena al hecho (también social e histórico) de reconocer
los como tales y, en consecuencia, de nombrarlos.
Por ello es aconsejable no olvidar tampoco el plural de ese término:
dentro de una sociedad (al menos en el seno de nuestras sociedades in
dustriales) siempre hay muchos de tales objetos. Lo que nos ocupa no es
la Ideología, sino las ideologías. Hablar de la Ideología es confundir el
empleo «espontáneo» y la utilización teórica. Es mejor indicar el paso al
nivel teórico mediante un cambio del término: ese es el papel que le ca
be al concepto de ideológico.
Ideológico
44
discursiva. Así como la noción de «ideología(s)» se sitúa habitualmente
en él nivel de los productos (ideas, representaciones, opiniones, etc.), el
concepto de «ideológico» corresponde al nivel de las gramáticas de su
producción (V. Producción/Reconocimiento).
Este punto de vista implica una variedad de consecuencias. Veamos
las más importantes.
Por el hecho de ser una dimensión, la que concierne a la relación de
la incorporación de sentido con los mecanismos de base del funciona
miento social entendidos como condiciones de producción del sentido, lo
ideológico está en todas partes. Puede manifestarse en cualquier nivel
de la «comunicación social», como suele decirse (interpersonal, institu
cional, mediática, etc.). Puede incorporarse en cualquier materia signi
ficante (la conducta, el lenguaje, la imagen, los objetos). Lo ideológico no
es pues algo del orden de la «superestructura»: es una dimensión que
atraviesa toda la sociedad. Lo cual no equivale a decir que todo sentido
producido en la sociedad sea ideológico: afirmar que lo ideológico está
en todas partes no es lo mismo que decir que todo es ideológico. En una
sociedad y en lo que se refiere al sentido, se producen muchas otras co
sas además de lo ideológico.
Lo ideológico no tiene nada que ver con la problemática de lo verda
dero y lo falso, ni tampoco con nociones tales como ocultación, falsa con
ciencia o deformación de lo «real». En nuestras sociedades no existen
discursos que se produzcan fuera de ciertas condiciones económicas, so
ciales, políticas e institucionales determinadas. Ahora bien, no es posi
ble calificar lo ideológico como correspondiente al orden de lo falso, el
enmascaramiento o la alienación, salvo que uno considere que pronun
cia un discurso absoluto, un discurso que sería la reproducción exacta
de lo real. Semejante discurso, libre de toda restricción que pudiera
marcarlo en su etapa de producción, nunca ha existido. Y sin embargo,
en este terreno, los juicios negativos son siempre posibles: se hacen so-
bre una ideología y a partir de otra.
El discurso «absoluto» existe pues (y es importante señalarlo) como
efecto discursivo. Es decir: aunque todo discurso esté sometido a determi
nadas condiciones de producción, hay algunos que se presentan como si
no lo estuvieran: es fácil advertir que, en realidad, el efecto de sentido de
ese discurso de lo Verdadero no es otra cosa que el efecto de poder (de
creencia) de un discurso (V. Poder) (lo que Barthes llamaba, hace ya mu
cho tiempo, el «efecto de naturalización» al hablar del mito). Para califi
car a otro discurso de intrínsecamente falso, deformante o alienante, es
necesario que uno tenga el discurso de la Religión (que a veces puede lla
marse Marxismo o Teoría). Dicho esto, es menester destacar que esta pro
blemática (que afecta esencialmente a la antigua cuestión ciencia/ ideolo
45
gía) es sólo un pequeñísimo fragmento del universo de lo ideológico: es
una problemática que concierne al discurso lingüístico escrito, que su
puestamente representa una realidad exterior. Si lo ideológico puede in
corporarse en cualquier materia significante, si concierne tanto al len
guaje como a la imagen o al cuerpo, su esfera es pues mucho más amplia
que la que define la cuestión del discurso escrito en función referencial.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de los «mecanismos de base
del funcionamiento social»? Al abordar esta cuestión, es necesario recu
rrir a referencias históricas, pues la naturaleza de esos mecanismos va
riará según el tipo de sociedad de que se trate. En la medida en que el in
terés se concentre en los discursos sociales que se dan en el seno de las
sociedades capitalistas industriales, esos mecanismos corresponden
esencialmente al modo de producción, a la estructuración social (estruc
tura y lucha de clases) y al orden de lo político (estructura y funciona
miento del Estado). El análisis ideológico de la producción social de sen
tido no es otra cosa que la busca de las huellas que invariablemente dejan
esos niveles del funcionamiento social en los discursos sociales. Ello no im
plica que todo lo que se pueda «encontrar» en los discursos remita a esos
niveles fundamentales de la sociedad: por eso aparte de la lectura ideoló
gica, un discurso permite muchas otras lecturas (V. Lecturais)).
Podría creerse que la. distinción entre, por un lado, esos niveles fun
damentales del funcionamiento social y, por el otro, los discursos socia
les reintroduce esa otra distinción, clásica, entre infraestructura y su
perestructura. Pero no es así. Ante todo, la distinción entre un conjunto
significante (discursos sociales) y sus condiciones de producción es de
orden metodológico-epistemológico: no implica concebir la sociedad mis
ma como dividida en «instancias». Cada vez que analizamos concreta
mente discursos sociales, la distinción se produce en virtud de la si
guiente pregunta: ¿En qué medida el sentido que se ha invertido en
esos discursos remite a condiciones determinadas de engendramiento
que conciernen a los mecanismos de base del funcionamiento social? Pe
ro por eso mismo la distinción es completamente relativa, porque en las
condiciones de producción de cualquier conjunto significante, también
hay discursos, hay sentido. La distinción no separa pues una infraes
tructura que sería ajena al sentido y una superestructura que estaría
hecha de sentidos. La destrucción de esta oposición clásica se impone
además por el principio según el cual lo ideológico puede incorporarse
en cualquier materia significante. Supongamos que analizamos un sis
tema significante gestual, asociado a la experiencia de clase: estamos
ante un sentido incorporado en la materia significante del cuerpo. El
cuerpo, ¿corresponde al orden de la infraestructura o al de la superes
tructura? La pregunta es absurda.
46
¿En qué nivel del discurso hay qué buscar lo ideológico? Es eviden
te que no puede responderse de manera global a semejante pregunta:
las condiciones de inversión de sentido no son las mismas en las dife
rentes materias significantes ni en los diferentes tipos de discurso. Sin
embargo, si uno permanece en la esfera del lenguaje, la respuesta pue
de sorprender: lo ideológico debe buscarse en todas partes. Porque que
lo ideológico, como el sentido en general, se produce como desfase, como
diferencia interdiscursiva (V. Desfase). Y en una situación productiva
determinada, esas disparidades pueden tener que ver con operaciones
que algunos llamarían «sintácticas», así como con modos de organiza
ción «semántica» (V. Lingüístico, análisis). Una ideología puede, siem
pre de manera fragmentaria, manifestarse en el plano de los «conteni
dos» de un discurso. Pero en la medida en que lo ideológico tiene la
jerarquía de una gramática de producción de discursos, nunca podría
definirse en el nivel de los «contenidos».
Poder
Discurro» (Análisis de lo sP )
Ante todo hay que subrayar que en su sentido amplio la noción de «dis
curso» designa, no únicamente la materia lingüística, sino todo conjun
to significante considerado como tal (es decir, considerado como lugar
investido de sentido), sean cuales fueren las materias significantes en
juego (el lenguaje propiamente dicho, el cuerpo, la imagen, etcétera).
En segundo lugar, hay que destacar que la expresión se emplea en
plural: «análisis de los discursos», con lo cual se busca señalar una dife
rencia respecto de aquellos que hablan de «el análisis deZ discurso», con
cibiendo así El Discurso como una especie de homólogo de La Lengua,
del cual podría hacerse una teoría general «fuera de contexto». Lo que
se produce, lo que circula y lo que engendra efectos en el seno de una so
ciedad constituyen siempre discursos (ciertamente, se trata de tipos de
discursos cuyas clases habrá que identificar y cuya economía de funcio
namiento habrá que describir).
En tercer lúgar, el término discurso destaca cierto enfoque de los fe
nómenos de sentido. Por ello «discurso» y «texto» no son sinónimos.
«Texto» es una expresión equivalente a «conjunto significante»: con ese
término se designa un «paquete» de materias significantes (lingüísticas
o de otra índole), independientemente de la manera de abordar su aná
lisis (V. Texto). «Análisis discursivo» implica ya cierto número de postu
lados que hacen que el texto no «se aborde» de cualquier modo. Los si
guientes son los más importantes de tales postulados; sin son válidos en
el caso de la materia significante lingüística, lo serán a fortiori en el ca
so de otras materias:
48
1.Ya sea en relación con las reglas de su producción, ya sea en rela
ción con las reglas de su reconocimiento, las huellas que se encuentran
en la superficie de un discurso corresponden a operaciones que no pue
den reducirse a la suma de las propiedades de las unidades-enunciados
que componen el discurso.
2. En consecuencia, poner en una secuencia discursiva las operacio
nes que han de describirse (V. Operaciones) partiendo de las huellas de
jadas en la superficie, implica relaciones «a distancia» que no pueden
representarse mediante un modelo canónico del enunciado ni tampoco
mediante listas de relaciones entre pares de enunciados. Dicho de otro
modo, el discurso tiene un espesor témporo-espacial que le es propio.
3. De ello se sigue que una «misma» marca, identificada en dos pun
tos diferentes de la secuencia operativa de un texto, puede ser la huella
de dos operaciones subyacentes distintas, en virtud, precisamente, de
su ubicación en la secuencia.
4. En el caso de ciertos soportes (como el del discurso de los medios
masivos escritos, por ejemplo) la distribución en el espacio es tan impor
tante como la ubicación dentro de la secuencia. Existe una organización
significante del espacio del discurso. Esta idea de la ubicación en el es
pacio y en el tiempo del discurso remite a una problemática a la vez ex
tremadamente importante y poco estudiada: la de la materialidad del
sentido incorporado. Un discurso no es en definitiva otra cosa que una
ubicación del sentido en el espacio y en el tiempo.
5. El análisis discursivo trabaja sobre las disparidades intertextua
les, se interesa esencialmente por las diferencias entre discursos (V.
Desfase). Este se origina en las propiedades de todo conjunto textual (V.
Texto). Desde el punto de vista de una teoría de la producción social de
sentido, un texto no puede analizarse «en sí mismo», sino únicamente
en relación con las invariantes del sistema productivo de sentido. Aho
ra bien, para mostrar que ciertas propiedades de una economía discur
siva están realmente asociadas a invariantes productivas determina
das (ya sea en la etapa de producción, ya sea en la de reconocimiento) es
necesario que, en condiciones diferentes, los discursos producidos sean
también diferentes. Por ello el procedimiento comparativo es el princi
pio básico del análisis de los discursos.
Lingüístico (Análisis)
49
chos lingüistas, la lingüística no puede ir más allá de los límites de la
proposición (sea cual fuere la manera de definir los componentes de es
ta última). En efecto, cen frecuencia la lingüística trabaja con fragmen
tos de discurso, pero en la mayor parte de los casos considerará esos
fragmentos independientemente de toda situación de circulación de ta
les discursos e independientemente de los contextos discursivos en los
que podrían situarse dichos fragmentos (es decir, independientemente
de los tipos posibles de discurso). Además representará esos fragmentos
como compuestos por proposiciones elementales que mantienen entre sí
relaciones de subordinación o de coordinación. En consecuencia, en la
mayor parte de los casos lo que preside la clasificación de los componen
tes y lo que permite al lingüista enmarcar la descripción de su funcio
namiento es, de todos modos, un modelo canónico de la proposición.
El análisis de los discursos se interesa principalmente por la ubica
ción del sentido en el espacio y el tiempo (V. Discursos, análisis de los).
En consecuencia, las operaciones que procura identificar y describir no
pueden reducirse a componentes de unidades-preposiciones. Esto esta
blece ya una diferencia importante entre análisis lingüístico y análisis
de los discursos, al menos respecto de ciertos enfoques lingüísticos.
Ahora bien, es cierto que nada le impide al lingüista interesarse por
las descripciones de operaciones transfrásicas (que por lo demás es lo
que está ocurriendo cada vez con mayor frecuencia en el momento ac
tual). Tampoco hay nada que impida comenzar a interrogarse sobre
funcionamientos que plantean el problema de los tipos de discurso (a
partir de las investigaciones pioneras de Benveniste, por ejemplo).
¿Quedaría abolida así la distinción entre análisis lingüístico y análisis
de los discursos? Aparentemente aún subsiste una diferencia. Porque la
tendencia fundamental del lingüista es la de trabajar sobre marcas (sea
cual fuere el alcance de las operaciones a las cuales remiten tales mar
cas), sin interpretarlas como huellas de las restricciones de origen so
cial que sufrió la producción. Si el lingüista se interesa en el análisis de
un texto más allá del estudio de los elementos que componen las unida-
des-enunciados, lo hará en la medida en que ese texto representa la ac
tividad de lenguaje propia de una lengua, por ejemplo, el francés. Tra
tar los índices localizados en la superficie discursiva como marcas y no
como huellas implica que uno busca propiedades que permitan definir
cierta operación, sea cual fuere el tipo de discurso en el que aparezca es
ta operación (es decir, independientemente del contexto discursivo). En
análisis de los discursos, en la medida en que lo que interesa es el con
junto de una economía discursiva dada que permite definir un tipo dé
funcionamiento asociado a condiciones productivas determinadas, el
resultado bien puede ser una descripción según la cual «la misma» ope
50
ración (o más bien una operación que sería la misma a los ojos de un lin
güista) contribuye de dos maneras diferentes -en dos tipos de contexto
diferentes- al efecto de sentido global del discurso.
Respecto de la mayoría de los estudios lingüísticos, se puede decir que
las operaciones que interesan al lingüista, por un lado, y al analista de los
discursos, por el otro, no siempre son las mismas. Pueden a veces coinci
dir, en la medida en que el lingüista se interese por las operaciones pro
piamente discursivas, es decir, en que vaya más allá de los límites de la
unidad «frase» estudiada fuera de contexto. Aun en el caso de que ambos
tipos de análisis coincidan parcialmente, el lingüista, a diferencia del
analista de los discursos, no remitirá esas operaciones a las condiciones
sociales de producción (o de lectura) del texto; antes bien, las considerará
como invariantes que remiten a la gramática de una lengua dada.
Por otra parte, la antigua trilogía sintaxis/semántica/pragmática
ciertamente no sirve para trazar una frontera entre análisis lingüístico y
análisis de los discursos. Ante todo, porque esa distinción está siendo abo
lida por la práctica misma de la lingüística. Luego, porque en la medida
en que el análisis de los discursos se interesa por los desfases interdiscur
sivos que resultan de diferencias sistemáticas en las condiciones produc
tivas de los discursos, esas disparidades pueden manifestarse en cual
quier nivel de funcionamiento del lenguaje. De modo que lo que podría
ayudamos a delimitar el dominio del análisis de los discursos no es pues
la frontera problemática entre sintaxis y semántica, ni la que separa la
semántica de la pragmática.
Operación
51
do: la primera condición de la descripción de una operación es identifi
car un operador en la superficie.
2. Una marca situada en un sitio determinado de una superficie tex
tual (es decir, la aparición de una marca) puede asociarse a varias ope
raciones al mismo tiempo.
Veamos como ejemplo un título tomado de la prensa semanal de in
formación:
Veinte años después
Esta expresión, considerada en su conjunto como un operador, apa
rece implicada en no menos de tres operaciones diferentes: a) flechaje
«hacia adelante», a cargo del conjunto del título, hacia el texto que sigue;
se trata de la función metalingüística, propia de todo título; b) flechaje
«hacia atrás», a cargo de la marca después: se trata de un fenómeno ana
fórico que remite a un texto anterior (que, por lo demás, en este caso no
existe); c) «efecto de reconocimiento»: el conjunto del título remite por
evocación al título de la novela de Dumas (véase Verón, 1975 y 1976b)
3. El operando puede estar ausente del texto que se analiza: puede
identificarse como marca en otro texto, o bien corresponder sencilla
mente al orden del imaginario social. En el ejemplo que acabamos de ci
tar, el operando de la anáfora está ausente; el operando del efecto de re
conocimiento, también. El único presente en el texto es el conjunto del
artículo que sigue al título, operando del flechaje «hacia ^delante» me-
talingüístico. Destaquemos que la presencia o la ausencia del operando
es una propiedad extremadamente importante de una operación.
4. La misma marca situada en un sitio determinado de una superfi
cie textual puede funcionar simultáneamente como operador de una
operación y como operando de otra. Un título, por ejemplo, puede ser
operando respecto de un subtítulo que lo precede y operador respecto
del texto que sigue.
5. En análisis de los discursos, los términos que componen las rela
ciones pueden alcanzar cualquier nivel de complejidad (un artículo de
finido o un pronombre personal, tanto como una expresión completa
que funcione como título o todo el texto de un artículo periodístico).
6. En consecuencia, un término de una relación puede ser, a su vez,
en otro nivel de análisis, una relación. En otras palabras, es útil darse
la posibilidad de describir metaoperaciones.
7. La misma clase de operaciones (por ejemplo, flechaje anafórico
«hacia atrás» sobre un operando ausente) puede estar a cargo de dife
rentes marcas de la superficie (es decir, a cargo de operadores diferen
tes). La indicación hacia atrás, por ejemplo, puede estar a cargo de una
marca temporal (como en el ejemplo citado) o bien de una marca de
enunciación de tipo deíctico:
52
Medio Oriente
¿Y ahora qué?
o bien por un artículo definido:
La prueba alemana
etcétera.
8. El mismo tipo de marca, en contextos discursivos diferentes, puede
hacerse cargo de operaciones diferentes (puede ser operador de operacio
nes diferentes). El artículo definido, por ejemplo, que a menudo es el ope
rador de una relación anafórica en los títulos periodísticos informativos
(que anuncian una «noticia»), no produce anáfora cuando se trata de una
expresión genérica que sirve de título, por ejemplo, para un editorial:
Desfase
53
extratextuales (sea en producción, sea en reconocimiento): los textos
que lo componen han sido elegidos, precisamente, en función de esa ho
mogeneidad postulada. Por hipótesis, los textos que componen cada
grupo deben manifestar, en relación con las dimensiones de análisis que
fueron definidas como pertinentes, un desfase cero. Es decir, en lo que se
refiere a esas dimensiones, deben ser equivalentes. Entre los grupos, en
cambio, debe manifestarse un desfase sistemático, que hace visibles las
huellas de sus condiciones diferenciadas de producción o de reconoci
miento. Esto es lo que debe verificar toda investigación de un corpus. Si
no se manifiesta lo dicho anteriormente, si los desfases entre los grupos
de textos sometidos a condiciones postuladas como diferentes no son ni
más netos ni más sistemáticos que los desfases que se advierten entre
los textos que componen cada grupo, eso significa que las hipótesis ini
ciales sobre las relaciones entre los textos y sus condiciones de produc
ción no son correctas.
Todo análisis de los discursos es, en última instancia, un análisis de
diferencias, de desfases interdiscursivos (la identidad se define como el
grado cero de desfase). Al poner de manifiesto los desfases, se hacen vi
sibles las huellas dejadas por las condiciones (de producción o de reco
nocimiento) en los textos (o, si se prefiere, las marcas se transforman en
huellas). Es por ello que, cada vez que un discurso nos interesa, tene
mos que encontrar otro que, por diferencia, constituya el «revelador» de
las propiedades pertinentes del primero.
Interdiscursividad
54
productivo implican pues la existencia de redes de relaciones interdis
cursivas. En cuanto a la circulación, se define como una relación inter
discursiva: el desfase entre producción y reconocimiento. La interdis-
cursividad debe reconocerse así como una de las condiciones
fundamentales de funcionamiento de los discursos sociales. Ella justifi
ca, por otra parte, la estrategia metodológica.
Lee
55
Texto
Semiosis
56
Frege Peirce Objeto i discurso
Sinn Interpretante Operaciones
Zeichen Signo Discurso
Bedeutung Objeto Representaciones
57
(conjunto B). Esta red está siempre enjuego, aun cuando por supuesto,
no siempre es posible abarcarla por entero en un proyecto de análisis
determinado. En cambio, en el transcurso del análisis inevitablemente
el analista tiende a postular el funcionamiento de operaciones que no
están atestiguadas en los textos en los cuales trabaja (por ejemplo, las
nociones de «actualidad» o de «acontecimiento» en el caso del discurso
de la prensa de información: nociones que hay que postular aunque no
se las produzca cada vez en un texto periodístico). Es por ello que siem
pre se postulan hipótesis sobre sistemas de representaciones. Al no estar
atestiguadas por operadores en la superficie textual (V. Operaciones)
las representaciones tienen una condición particular (indicada en el es
quema mediante relaciones en línea discontinua) y no forman parte, es
trictamente hablando, de las gramáticas. Sea como fuere, las hipótesis
sobre las representaciones siempre deben justificarse mediante el aná
lisis de operaciones. Al ser los sujetos los mediadores entre condiciones
productivas y proceso productivo, se postula pues que ellos son los so
portes de las representaciones.
(1979)
Verón (Elíseo)
58
1978a. Semiosis de l’idéologique et du pouvoir, Communications, 28, pp.
7-20.
1978b. Le Hibou, Communications, 28, pp. 69-126.
Referencias bibliográficas
59
4
Posmodernidad y teorías
del lenguaje:
el fin de los funcionalismos
El horizonte funcionalista
61
Lo que caracteriza al funcionalismo es el hecho de que esos dos tér
minos (el medio y el resultado) se contaminan recíprocamente en el mo
mento mismo en que uno los identifica. En efecto, considerando que se
presenta como teoría científica, el funcionalismo hace una lectura cau
sal del vínculo entre ambos términos, pero el principio de causalidad se
aplica allí dos veces y la segunda vez el sentido de la relación se invier
te. En un primer momento, la conducta estudiada (el medio) se catego-
riza como causa y el resultado como efecto. En una segunda etapa el
resultado, concebido como meta de la conducta, aparece consecuente
mente como la causa (anticipada) que explica la conducta como efecto.
Podría objetarse que, mientras la termodinámica clásica nos hablaba de
la energía como de la «capacidad de suministrar trabajo», adoptabá un
lenguaje que, por su forma instrumental, correspondía al funcionalis
mo. Pero en ese caso y en la medida en que se aplica rigurosamente el
principio de causalidad a procesos lineales, esos giros «funcionalistas» no
pasan de ser «una manera de hablar» sin otras consecuencias. En las
ciencias humanas, el funcionalismo pervierte el principio de causalidad:
podría decirse que es una manera antropomórfica de modelizar sistemas
de causalidad no lineales. Y si en las ciencias humanas le debemos una
primera formulación de la cientificidad, allí está la biología para recor
damos que esta última sólo pudo adquirirse definitivamente cuando el
pensamiento instrumental fue expulsado del terreno de la teoría.
A comienzos del siglo xx el funcionalismo fue, de algún modo, el «comi
té de bienvenida» de las ciencias sociales, preformadas por el positivismo
durante el siglo anterior. Para evocar un solo ejemplo de ese paso del hori
zonte positivista al horizonte funcionalista digamos que esta distancia es
la que separa una teoría psicoanalítica expresada en metáforas eléctricas
e hidráulicas, de un psicoanálisis concebido como teoría adaptativa.
En lingüística, se hará del Curso de lingüística general una lectura
«comunicacional»: se pasa así de una idea de la lengua como institución so
cial que impone sus reglas a un sujeto parlante que no puede cambiarla en
nada, a un visión de la lengua entendida como «herramienta de comunica
ción», al servicio de las «intenciones» de los locutores. Si bien cierta «prag
mática de los actos de lenguaje», que se ha puesto de moda desde hace al
gunos años, no constituye más que la última apariencia adoptada por el
funcionalismo en lingüística, este último ya está enteramente constituido
en la obra de los fonólogos de Praga. Lo mismo que la «teoría de la acción
social» (una de las formas más logradas del funcionalismo en sociología),
la teoría lingüística se formula partiendo del punto de vista del actor, es
decir, del sujeto parlante: «La única realidad que conoce la lengua es la de
la persona hablante, con su manera de ver las cosas y de conducirse ante
ellas en el momento del discurso» (Karcevskij, 1964: 209).
62
Cada vez que un hombre le dice algo a otro, realiza un acto de palabra.
El acto de palabra es siempre concreto; tiene lugar en un sitio determinado
y en un momento determinado. Supone: una persona determinada que ha
bla (el «sujeto parlante»), una persona determinada a la cual se le habla (un
«oyente») y un estado de cosas determinado al cual se refiere este acto de
palabra. [...] Pero el acto de palabra supone algo más: para que la persona
a quien se le habla comprenda a quien le habla, es necesario que ambos po
sean el mismo lenguaje. (Troubetzkoy, 1957:1)
La ruptura chomskyana
63
La lingüística no tiene ninguna necesidad de las ciencias sociales: el
fundamento del lenguaje debe buscarse en el cerebro. Dicho de otro mo
do, si la lingüística tiene una «ciencia fundadora», esa ciencia es la bio
logía. De ahí la hipótesis del innatismo para explicar las estructuras
fundamentales de la «gramática universal», que Chomsky define como
«el sistema de principios, de condiciones y de reglas que son elemen
tos o propiedades de todas las lenguas humanas, no sólo por acciden
te, sino por necesidad biológica y no lógica, naturalmente» (Chomsky,
1977: 40). A la lingüística la modelización funcionalista no le sirve de
nada.
64
jetivas, las elabora, del mismo modo en que los órganos del cuerpo se desarro
llan de manera predeterminada en las condiciones apropiadas. (I b í d 95)
65
discurso y sus «efectos», no hay causalidad lineal. Un discurso nunca
produce un efecto y sólo uno; dibuja, por el contrario, un campo de efec
tos posibles. El observador que se sitúa solamente del lado de la produc
ción para abordar los discursos que analiza, se encuentra en una situa
ción comparable a la del observador de los sistemas caracterizados
como «alejados del equilibrio»: este último puede predecir la clase de
configuraciones que pueden aparecer más allá del «punto crítico», pero
es incapaz de determinar a priori la configuración única, singular, que
se producirá. La teoría de los discursos sociales entra así de plano en la
posmodernidad, por el nivel de pertinencia de los objetos que analiza:
los procesos de la discursividad social entendidos como sistemas com
plejos (véase Prigogine y Stengers, 1979).
La historia de la semiología o semiótica ilustra bien la evolución de
la problemática: la primera semiología, la de la década de 1960, se pro
clamaba inmanentista. Encerrada en sus corpus, no se interesaba ni
por la producción ni por el reconocimiento. La semiología de segunda
generación, la de la década de 1970, desplazó el acento hacia la produc
ción: se trataba entonces de las reglas de engendramiento, de «genotex-
to» en oposición al «fenotexto» y de producción textual. La semiótica de
la década de 1980 deberá integrar en su marco conceptual una teoría
del reconocimiento, una teoría de los efectos de sentido, o no será nada.
Ahora bien, del reconocimiento sabemos muy poco y la teoría que le
corresponde, en virtud del desfase necesario entre la producción y el re
conocimiento, no puede deducirse de una teoría del engendramiento
discursivo. En realidad, en tanto no se conceptualice el reconocimiento,
la teoría de la producción continúa siendo incompleta, porque toda pro
ducción discursiva es un reconocimiento de otros discursos.
Hoy resulta más fácil comprender la naturaleza del obstáculo que
representa el funcionalismo: al formular la teoría del lenguaje partien
do del «punto de vista del locutor», la indeterminación constitutiva del
sentido permanece invisible. Para el sujeto parlante, en efecto, la figura
del lenguaje como un instrumento de comunicación es una ilusión in
soslayable: para él, la lengua es transparente, puesto que él «sabe» lo
que quiere decir cuando habla. Y se comprende mejor también el predo
minio de la pregunta central de todo funcionalismo: «¿Para qué sirve el
lenguaje?». Esta es una pregunta de productor.
Al mismo tiempo se advierte claramente hasta qué punto la ideolo
gía del funcionalismo y sus consecuencias sobrepasan ampliamente las
cuestiones técnicas de lingüística o de análisis de los discursos: las in
numerables cosas que se dicen sobre las «nuevas tecnologías de comu
nicación» y sobre la «sociedad de comunicación» son declaraciones de
productores. El supuesto según el cual un discurso sobre el conjunto de
66
la circulación del sentido debe hacerse desde el punto de vista del actor
y de sus intenciones alimenta aquí las mismas ilusiones.
Nadie (o casi nadie) se preocupa por ir a ver qué ocurre del lado del
reconocimiento. Y sobre todo no lo hacen aquellos que se colocan en la
posición de críticos de la sociedad postindustrial y que nos explican el
fin del sentido y el advenimiento del simulacro: estos son discursos de
productores... invertidos. Unos y otros nos pintan el cuadro de una so
ciedad unidimensional.
Y sin embargo, la teoría de los discursos sociales conduce a una
perspectiva que contradice a la vez a los tecnócratas de la sociedad me
diatizada y a sus detractores. Porque si el desfase entre la producción y
el reconocimiento es constitutivo de la circulación del sentido, si el ca
rácter no lineal es una propiedad de esta última como sistema comple
jo, la indeterminación relativa es un principio válido en todos los nive
les de la «comunicación»: si el desfase existe ya en el seno de cualquier
intercambio de palabras entre dos interlocutores, existe también en el
interior de todos los procesos tecnológicos de «comunicación». Ahora
bien, es extremadamente probable que cuanto más complejo sea el so
porte del discurso (al hacer intervenir materias significantes heterogé
neas y simultáneas) tanto más se acreciente la distancia entre produc
ción y reconocimiento.
Antes que reforzar la uniformidad social, la mediatización acelera
da de las sociedades industriales nos conduce, muy probablemente, ha
cia funcionamientos significantes cada vez más complejos. En todo ca
so, no sabremos cuál es la buena hipótesis hasta tanto no nos decidamos
a ir a mirar, como Alicia, del otro lado del espejo.
(1985)
Referencias bibliográficas
67
Prigogine, I. y Stengers, I. 1979. La nouvelle alliance. París, Gallimard.
[La nueva alianza: metaformosis de la ciencia. Madrid, Alianza,
2004.]
68
Segunda parte
La producción de la
discursividad lingüística
5
Ideología y comunicación de masas:
sobre la constitución del discurso
burgués en la prensa semanal
71
ta, un discurso no tiene unidad propia, pues todo discurso es el lugar de ducción de los textos que analizaremos. Es decir, se trata de textos que
manifestación de una multiplicidad de sistemas de restricciones, una r supuestamente «hablan de lo mismo». Este primer criterio puede pare
red de interferencias.2La unidad posible de un análisis dado será pues cer demasiado vago. Aunque sea indiscutiblemente intuitivo, en la
el resultado de criterios exteriores a los textos estudiados y esto es así, i práctica de la investigación no parece, sin embargo, plantear problemas
sobre todo, en dos niveles: a) el relativo a los criterios que presiden la insolubles. En realidad, los acontecimientos sociales se insertan de ma-
selección de los textos, b) el relativo a la finalidad de la «lectura». La no | ñera regular en los medios de comunicación masiva y en períodos tem-
ción de ideología opera precisamente en estos dos niveles a la vez; es la | porales fijos. De modo que basta con elegir un acontecimiento «impor-
que nos permite dar fundamento a la constitución del corpus de textos, j tante» (esta importancia se define también intuitivamente y se basa en
en términos de comparabilidad y de diferencias sistemáticas; también | hipótesis relativas a su pertinencia ideológica) para encontrar referen-
es el concepto que nos puede guiar para que identifiquemos lo que nos l cías a él en todos los medios correspondientes a un período determina
interesa dentro del corpus. Como puede verse, no se trata aquí de pro do. Como aquí abordaremos un «mismo acontecimiento», las diferencias
poner un análisis «completo» o «exhaustivo» de los textos que componen textuales se atribuirán a diferencias en el proceso de semantización que
el corpus. Semejante tarea constituiría, no solamente una meta iluso | caracteriza, precisamente, a cada medio.
ria, en el estado actual de nuestros conocimientos sobre el funciona i b) En segundo lugar, no es posible elegir cualquier medio y ello se
mientos de los fenómenos discursivos y de nuestros instrumentos de debe a razones vinculadas, a su vez, a las condiciones de producción. El
análisis, sino además un trabajo definido sobre la base de una concep conjunto de los medios de una sociedad particular es un sistema de una
ción errada de la naturaleza de lo discursivo. Al mismo tiempo, la fun enorme complejidad cuyas articulaciones nunca fueron estudiadas en
ción que cumple el concepto de ideología, en relación con el análisis de detalle. En el presente capítulo nos hemos limitado a la prensa gráfica,
textos, su selección y su lectura, se vuelve clara: suministra un princi lo cual es ya una primera restricción importante. Aun en el seno de la
pio de homogeneidad. En este nivel metodológico, lo ideológjgo_es pues prensa gráfica, nos encontramos ante un universo extremadamente ar
una relación entre lo textual y lo extratextual, relación que adquiere la ticulado. De modo que debemos contar con cierto número de criterios
forma de hipótesis que vinculan ciertos aspectos de los textos con sus para establecer el carácter comparable de los textos que constituirán
condiciones de producción. nuestro corpus. Creemos que tales criterios deben referirse a la periodi
cidad, que a su vez determina (parcialmente) géneros que, habitual
mente, asumen funciones predominantes. La combinación de estos tres
Sobre las condiciones de producción criterios (periodicidad, género y función predominante) nos permite ya
identificar un objeto un poco más preciso: los semanarios de informa
El conjunto de fenómenos a los que habitualmente se alude cuando se ción. En ciertos casos, la nomenclatura social misma traduce bastante
habla dé las «condiciones de producción» es extremadamente complejo í bien esta combinación: newsweekly magazine, en los Estados Unidos;
y me parece evidente que la noción misma exige mayores precisiones. h. revista semanal de noticias, en muchos países de habla hispana. Como
Trataremos de hacerlo, no en general o desde un punto de vista pura puede verse, en este nivel puramente descriptivo trabajamos en el cora-
mente teórico, sino en relación con la investigación específica que abor i zón mismo de la mitología social, en la medida en que lo único que hace
da este trabajo, puesto que la conceptualización de las condiciones de mos es seguir las huellas de una identificación socialmente instituciona-
producción siempre adquiere la forma de un conjunto de decisiones me [: lizada. Probablemente los resultados de la investigación nos indiquen
todológicas. | que es necesario quebrar esos sistemas sociales de clasificación (en reía
a) Ante todo, es importante señalar que lo que hemos llamado inva la ción con lo que es ideológicamente pertinente). Este es un problema que
riante referencial constituye en realidad una de las condiciones de pro- I aquí dejaremos abierto por completo.
¿ Es importante destacar que lo que permite hacer esta primera iden
2. Posteriormente introduje un criterio terminológico más claro, llamando tificación es el conjunto de los tres criterios: hay semanarios que no son
«texto» al objeto empírico «sin unidad propia» y reservando la noción de «discur L «de información» (ciertas revistas femeninas, deportivas, etc.); la fun-
so» para el nivel teórico. Véase el «Diccionario de lugares no comunes» (cap. 3 de | ción «informativa» (categoría social típica: «la actualidad») puede ejer-
este libro). | cerse, dentro de ciertos límites, a través de diferentes periodicidades
72 73
(diarios, semanarios y hasta publicaciones mensuales). Por otra parte,
la función nunca es exclusiva: se trata, antes bien, de una función pre
dominante que no impide que existan otras funciones secundarias (las
revistas semanales de información también pueden contener, por ejem
plo, «notas especiales» cuyo tema no esté específicamente ligado a algún
acontecimiento de la «actualidad» de la semana).
c) En una primera etapa, parece pues prudente desarrollar el análi
sis comparativo dentro de un mismo género. Esto es importante porque
los géneros se codeterminan, unos suponen la existencia de los otros, lo
cual constituye otro aspecto de las condiciones de producción. El ejem
plo más evidente es la relación entre los semanarios y los diarios: los
primeros suponen, en la mayor parte de los casos, que su lectores ya
han leído los segundos. No se trata pues de dirigirse a un lector que ig
nore lo que ocurrió durante la semana, sino de proponerle elementos
más generales, criterios de interpretación, por así decirlo, referentes a
los acontecimientos que ya le narró la prensa cotidiana. Los semanarios
constituyen por ello una especie de «metalenguaje», cuyo referente es,
no tanto el evento mismo (la «noticia») sino la actualidad entendida co
mo discurso producido por los diarios. En mi opinión, esta característi
ca de los semanarios los hace particularmente estratégicos para el estu
dio de las ideologías. Lo cual en modo alguno equivale a decir que los
semanarios sean «más ideológicos» que los diarios, sólo significa que
probablemente (considerando su nivel de discurso) los semanarios nos
permitan identificar más fácilmente las operaciones ideológicas. La na
turaleza estratégica de los semanarios corresponde, pues, más a nues
tra ignorancia y a la pobreza de los instrumentos con que contamos hoy,
que a sus propiedades intrínsecas en comparación con otros géneros ta
les como los diarios.
d) Esta mercancía que se llama un «semanario de información», tal
como llega a las manos de cada consumidor, es, desde el punto de vista
de su naturaleza significante, un objeto de una extraordinaria comple
jidad. En la medida en que vamos a trabajar con textos extraídos de se
manarios, es decir, con textos que sólo son un fragmento del «paquete»
constituido por los elementos significantes que componen el conjunto de
cada «número», ese contexto debe considerarse como un componente
más de las condiciones de producción de nuestros textos. En otras pala
bras, ciertas propiedades de esos textos están indudablemente determi
nadas por el hecho de estar insertas en el contexto del semanario toma
do en su totalidad. Tal criterio no debe sorprender porque traduce un
aspecto importante de la técnica de elaboración de los semanarios; en
efecto, un artículo dado se construye teniendo en cuenta que va a in
cluirse en un lugar determinado dentro del número. En el nivel «cons-
74
cíente» ese tipo de restricción adopta la forma de normas concernientes
a la extensión del artículo, a su posición relativa en el interior de una
sección, a la clase de título que llevará, a su «tono», etc. Las decisiones
globales referentes a la estructura del número en su conjunto a menu
do se toman antes de que se redacte cada nota particular; esas decisio
nes afectan a su vez otras decisiones, como por ejemplo, la elección del
redactor que se hará cargo de un tema determinado. O bien, lo cual ocu
rre con gran frecuencia, un evento que se produjo cuando la estructura
del número ya estaba determinada en sus grandes lincamientos obliga
a reorganizar el contenido a último momento. Los cambios que resultan
conducen, en la mayor parte de los casos, a hacer considerables modifi
caciones del material que ya se había preparado. Es evidente que esta
mos aquí ante un campo relativamente autónomo de investigación, a
saber, el de los procedimientos técnicos que constituyen la «elaboración»
de un medio de masas entendido como «paquete textual», campo que no
ha sido aún explorado de manera sistemática. La observación más im
portante que debemos hacer, desde el punto de vista metodológico, es la
siguiente: un conocimiento detallado de los mecanismos técnicos de ela
boración es un elemento indispensable para comprender acabadamen
te lo que se halle luego en la superficie del texto. En el marco del pre
sente análisis bastará con subrayar que esos procedimientos siempre
forman parte de las condiciones de producción y que esta es una reali
dad que no debe pasarse por alto.
e) Esta última observación es tanto más importante por cuanto los
procedimientos técnicos con frecuencia están determinados por un mo
delo relativamente estructurado, el de las articulaciones internas del
semanario, organizado en secciones y subsecciones más o menos fijas
que producen una primera disposición del material para el lector y sin
duda contribuyen, de manera significativa, a producir el «efecto de sen
tido» de cada texto. Es evidente que se trata de verdaderos «sistemas de
clasificación» de lo real social; la naturaleza de la articulación interna
de los semanarios de información merecería una investigación en sí
misma. Por lo demás, esta organización interna es muy estable y gene
ralizada en sus grandes líneas, en relación con cada tipo de público; si
tomamos un semanario de información de Chile, por ejemplo, cuya cir
culación corresponde a la pequeña y gran burguesía, veremos que, en
cuanto a su articulación interna, se parece más a L’Express que a otro
semanario chileno dirigido a las clases populares. Aunque no podemos
desarrollar aquí detalladamente este aspecto, las observaciones que
acabamos de hacer quizá sean suficientes para justificar la inclusión de
la estructura global de cada tipo de semanario entre las condiciones de
producción de los textos específicos que nos proponemos analizar.
75
f) El ejemplo que acabamos de evocar nos introduce ya en una d
mensión extremadamente importante de las condiciones de producción,
la que resulta del consumo diferencial de los semanarios. Si los criterios
de periodicidad, función y género nos permitieron una primera identifi
cación destinada a situar nuestro objeto dentro del sistema de los me
dios masivos de comunicación -pues nos suministran un principio de
comparabilidad de los textos-, el consumo diferencial nos permitirá es
tablecer el eje principal de las variaciones sistemáticas dentro de un
corpus. En efecto, el consumo diferencial corresponde netamente, en
primer lugar, a fronteras de clase. En segundo lugar, es muy estable y
concierne no sólo a medios específicos (un semanario determinado) sino
también a conjuntos de medios que constituyen verdaderos «universos
de lectura» relativamente cerrados.3
Probablemente sea útil insistir en que la articulación de clase es un
criterio externo pertinente en el nivel de los receptores y no en el nivel
de los emisores. En efecto, puede decirse que, desde un punto de vista
puramente «objetivo», los productores de todos los semanarios pertene
cen a la clase dominante (al igual que la enorme mayoría de los grandes
medios de circulación masiva). Esta observación es, seguramente, una
trivialidad, pero sin embargo es importante, particularmente en el mo
mento de sacar conclusiones; sean cuales fueren las diferencias signifi
cativas que puedan hallarse, queda muy claro que sólo corresponderán
a variaciones que se dan en el interior de un conjunto de discursos pro
ducidos por la clase dominante, aunque precisamente puede resultar
interesante distinguir, en ese universo, diversos tipos de textos cuya di
ferencia estriba en el hecho de que se dirigen a sectores diferentes de la
estructura de clases. En resumidas cuentas, lo que haremos será com
parar, por un lado, textos dirigidos a la clase obrera y consumidos por
76
ella y, por el otro, textos dirigidos a la pequeña y a la gran burguesía y
consumidos por ellas. Si los resultados ofrecen algún interés, podemos
sacar conclusiones acerca de la ideología burguesa, pero no tendremos
el menor fundamento para hablar, partiendo de ese tipo de investiga
ción, de la ideología de la clase obrera misma: es poco probable que esta
última se exprese en los semanarios de gran circulación que están diri
gidos a ella y que están «objetivamente» controlados por sectores de la
clase dominante.
Dicho esto, agreguemos que los adjetivos que acabamos de emplear
(«externo» y «objetivo») al hablar de los criterios de identificación de los
productores de textos, tienen para nosotros un sentido muy preciso: tam
poco queremos afirmar que las variaciones que podamos hallar no tienen
nada que ver con la clase obrera. Supongamos que los medios de comuni
cación masiva ejerzan una influencia notable en los grupos que los consu
men (cosa que, a decir verdad, aún falta probar); si así fuera, sería muy ¡
posible que la difusión masiva y constante de cierto tipo de mensaje afee- j
tara el desarrollo y los cambios de la ideología obrera misma. En todo ca-i
so, se trataría de una hipótesis empírica que sólo podría probarse apor
tando otros datos. Sea como fuere, los criterios externos utilizados para
constituir el corpus introducen la variable «clase social», desde un punto
de vista objetivo: pertenencia de clase de los productores (remitentes) de
los textos (aquí la variable tiene un único valor: los productores pertene
cen a sectores de la burguesía) y pertenencia de clase de los lectores (des
tinatarios) de los textos (en este nivel, la variable tiene dos valores: clase
obrera, por un lado; pequeña y gran burguesía, por el otro). Precisamente
falta ver si esas variaciones «objetivas» están asociadas a variaciones de
la ideología transmitida o contenida en los textos, sin perjuicio de inter
pretarlas, en caso de que existan, a la luz de la estructuración global del
sistema de clases sociales y en relación con los procesos de producción y
de difusión de ideología a través de los medios.
g) Lo dicho hasta ahora nos permite introducir un último comenta
rio referente a la teoría marxista de las ideologías. Nos negamos a adop
tar la hipótesis, repetida con gran frecuencia, según la cual «la ideolo
gía dominante es la ideología de la clase dominante». Ciertamente
semejante afirmación admite múltiples interpretaciones. Si dejamos de
lado los contextos en los cuales tal afirmación parece no ser más que
una mera tautología, esta hipótesis a menudo corresponde, en nuestra
opinión, a una concepción a la vez monolítica y funcionalista de la rela
ción entre ideología y clase dominante. Si se trata de un principio teóri
co, me parece que no corresponde a una lectura adecuada de los análi
sis de Marx referentes a las ideologías; en cambio, si la consideramos
como hipótesis empírica concerniente a ciertas propiedades específicas
77
del universo cultural dentro de una sociedad capitalista, se hace difícil
comprender cómo podría uno explicar la complejidad de este universo
sobre la base de una hipótesis tan simplista e imprecisa; en todo caso,
sería necesario obtener los medios de ponerla a prueba, cosa que no pa
rece interesar mucho a quienes la repiten.
Las observaciones que hicimos en cuanto a las condiciones de pro
ducción, presentadas como principios de método, muestran bien que
atribuimos gran importancia al estudio de las variaciones ideológicas
que se producen dentro del universo de textos objetivamente asociado a
sectores de la clase dominante, pero cuya organización nos es hasta
ahora prácticamente desconocida.
Resumamos en pocas palabras los criterios externos necesarios pa
ra constituir el corpus. Compararemos textos extraídos de un mismo
«género» de publicaciones de comunicación masiva (semanarios de in
formación) que fueron seleccionados en relación con un referente cons
tante (hablan del mismo acontecimiento), pero que se dirigen a públicos
diferente en cuanto a su pertenencia de clase, es decir que se trata de
textos cuyos lectores pertenecen a clases diferentes.
Agreguemos dos observaciones más sobre el problema de las condi
ciones de producción. Estas suscitan cuestiones extremadamente com
plejas que no podemos desarrollar en detalle en este capítulo, dedicado
principalmente al análisis de textos.
h) Los criterios de clase que acabamos de señalar nos permiten
tablecer una agrupación sincrónica de los textos, atendiendo a los datos
existentes relativos a la circulación de los semanarios. Pero es cierto
que nuestros textos también están históricamente situados: como vere
mos luego, nuestro análisis permite individualizar las operaciones que
caracterizan la producción de un tipo particular de discurso. Esta pro
ducción tuvo lugar en la Argentina (y en otros países de América latina)
durante la década de 1960. Posiblemente algunas de esas operaciones
sean típicas del género estudiado, más allá de estos límites temporales
y tal vez más allá también de estas fronteras: tal vez caractericen a es
te género en el nivel internacional. De todas maneras, no contamos con
datos que permitan verificar se este es o no el caso. Como se ve, nues
tros resultados no tienen vocación de universalidad: la localización his
tórica también forma parte de las condiciones de producción y aun
cuando abordemos propiedades del texto, algunas de las cuales proba
blemente sean muy generales (como quizá sea el caso), no podemos ha
cer una extrapolación sin establecer otras comparaciones y sin desarro
llar otros análisis que aún no existen. En consecuencia y más allá de
cierto número de hipótesis teóricas muy abstractas, no creemos que sea
posible tener un acceso inmediato a lo que sería «la ideología en gene
78
ral». Por lo demás, en el momento actual, semejante grado de universa
lidad sólo podría llevarnos a producir trivialidades sin interés, como las
que habitualmente rodean las fórmulas sobre la «ideología dominante»
a las que ya hice referencia.
i) El principio de localización histórica es en sí mismo demasiado in
determinado: uno no puede conformarse con una referencia general a la
historia que se reduciría a una trivialidad sin consecuencias. Este prin
cipio exige justamente una elaboración más precisa de los conceptos re
ferente a la estructura de clases en relación con los textos. Es evidente
que no podemos contentarnos con la distinción genérica entre clase
obrera y clase burguesa; debemos dar un paso más e introducir conside
raciones más detalladas acerca de la evolución de la lucha de clases; por
consiguiente, también acerca de los principales caracteres de la coyun
tura política, esto es, acerca de las alianzas de clases. Este tipo de aná
lisis debe apoyarse a su vez en la determinación del proceso de desarro
llo del modo de producción económica, como horizonte global de la
descripción histórica.
79
El corpus
En 1967 presenté un análisis textual de un corpus compuesto por los
textos, aparecidos en dos semanarios argentinos, relativos a un atenta
do político que tuvo particular resonancia: en la noche del 13 al 14 de
mayo de 1966, Rosendo García, líder peronista del sindicato de los me
talúrgicos, fue asesinado.4
Los resultados de ese trabajo fueron publicados en 1969 (Verón,
1969). En aquella época me había interesado por las posibilidades de
analizar ideológicamente textos de los medios masivos de comunicación
y, más específicamente, en la semantización que hacían estos últimos de
los eventos de violencia política. Me parecía entonces que, considerando
la carencia existente tanto en la teoría como en los métodos de manipu
lación de los textos, era importante estudiar la semantización de un
acontecimiento cuyo impacto social fuera lo suficientemente intenso pa
ra estimular, con una fuerza particular, la instauración de mecanismos
ideológicos en la producción de lo textual. Por lo demás, esta hipótesis
me parece válida aún hoy. No se trata de afirmar que hay textos «más
ideológicos» que otros: es posible y hasta probable que un artículo sobre
sucesos deportivos encierre tanta carga ideológica como una nota sobre
la actualidad política. Se trata más bien de buscar las condiciones favo
rables para encarar la descripción de un universo de operaciones se
mánticas del que no sabemos casi nada.
El lunes 30 de junio de 1969, Augusto Vandor, el líder más impor
tante del sindicato de los metalúrgicos y tal vez de todo el movimiento
peronista, caía víctima, también él, de un atentado. Hasta en el nivel
más manifiesto, había relación entre ambos atentados: Rosendo García
había sido un estrecho colaborador de Augusto Vandor.
El siguiente análisis se concentrará principalmente en textos refe
rentes a la muerte de Vandor. He querido pues constituir un segundo
corpus con textos producidos tres años después de los primeros y que
tratan de un acontecimiento de la misma naturaleza. La agrupación
dentro del corpus coincide en gran medida con la que yo había estable
cido en ocasión del primer análisis, salvo que, en lo que se refiere a los
medios de comunicación masiva cuya difusión se sitúa en el nivel de la
pequeña y la gran burguesía, esta vez analizaré varios semanarios, en
lugar de uno solo como había decidido hacer en el primer estudio. En
cuanto a los textos cuyo consumo predominante corresponde a las cla
Cuadro 1
* El semanario Gente se encuentra a medio camino entre Así y las revistas se
manales de la columna de la izquierda: circula (con una tirada mucho más ele
vada que estas últimas, que se aproxima a las cifras de circulación del semana
rio «popular») en la clase media y la clase media baja y también, parcialmente,
en las capas superiores de la clase obrera. De modo que, objetivamente, es un
producto intermedio. Lo tomaremos como texto de «transición» entre los dos tér
minos, más alejados entre sí, de nuestra comparación principal.
Nota bene: todos los textos referentes al caso Vandor se publicaron entre el 3 y
el 10 de julio de 1969. \
81
predominante. En principio, nos atendremos a las diferencias entre Así,
por un lado, y todos los demás semanarios de la columna de la izquier
da, por el otro. Según mi hipótesis, allí es donde se sitúa la diferencia
ción asociada a variaciones sistemáticas de las operaciones ideológicas.
Entre paréntesis se indica el signo que emplearé de aquí en adelante
para identificar las revistas.
Una última convención facilitará nuestra exposición. Para referir
nos en general a la principal fragmentación entre los semanarios (los de
la columna de la izquierda y el de la columna de la derecha), en adelan
te hablaremos respectivamente, de los semanarios «burgueses» (B) y
del semanario «popular» (P). Aclaremos que se trata únicamente de una
elipsis: tanto el último como los primeros son semanarios «burgueses»
en lo que se refiere a sus productores: de modo que la calificación tiene
que ver exclusivamente con su circulación.
82
junto del discurso. Ahora bien, el encuadre es muy diferente en los se
manarios B y P; de ahí el interés estratégico del estudio de los títulos.
Volveremos luego a este aspecto.
La correspondencia que acabo de mencionar puede asociarse a fac
tores bien conocidos de recepción: una proporción bastante elevada de
lectores de la prensa gráfica sólo recorre los títulos y dedica una aten
ción superficial y fragmentaria al texto mismo. Consciente o inconscien
temente, los productores parecen concentrar en la operación de encua
dre ciertos aspectos críticos del proceso de producción del texto.
Dada la importancia particular del acontecimiento en que se cen
tra nuestro corpus, todas las revistas semanales hicieron una prime
ra referencia en tapa. Está claro que, en este caso, el encuadre opera
no sólo en relación con los textos que hablarán del evento en cuestión
en el interior del número, sino también en relación con el conjunto del
número: en la tapa, el encuadre da el tono del «universo semántico de
la semana».
B P
83
recen a lo que en las discusiones alrededor de la teoría de la referen
cia se llamaron «descripciones». Sólo en un caso (5a) hay un verbo en
modo personal, pero la frase misma es incompleta. Sería errado que
rer «normalizar» estos textos transformando las frases en «enuncia
dos mínimos», «aceptables» desde el punto de vista gramatical.5 Es
evidente que los tituleros (nombre que a veces reciben en los medios
de comunicación las personas especializadas en la redacción de títu
los) no escriben de una manera muy correcta. Estas estructuras, des-
criptas por comparación con un modelo teórico del enunciado, consti
tuyen una de las propiedades esenciales de lo que en la prensa gráfica
se denomina «título».
En segundo lugar, debemos recordar la observación hecha anterior
mente respecto de la naturaleza metalingüística de los semanarios: en
tre los títulos mencionados, los que hacen referencia directa al aconte
cimiento en cuestión dan por supuesto que hay un hombre llamado
Vandor y que ese hombre murió.6 Comparemos (5b) y (6) con los títulos
de dos diarios que informan el mismo suceso:
5. Puede hallarse un análisis más detallado del problema del empleo de mo
delos del enunciado «mínimo» en S. Fisher y E. Verón, «Baranne est une créme»,
loe. cit.
6. Sobre el concepto de presuposición, véase principalmente O. Ducrot, Dire
et ne pas dire, París, Hermann, 1972. En el número de Communications mencio
nado en la nota 1 se incluye una bibliografía sobre la presuposición y la teoría
de la referencia. [Decir y no decir, Barcelona, Anagrama, 1982.3
84
El hecho de que los fenómenos que nos interesan vayan más allá de
la teoría de la presuposición lingüística, tal como fue expuesta reciente
mente por Ducrot, se debe además a lo que dijimos acerca de la «anor
malidad» de estos fragmentos de texto que constituyen los títulos. En
efecto, teniendo en cuenta que no estamos analizando enunciados y que
no queremos «normalizar» nuestro material, difícilmente podamos apli
car los criterios sintácticos propuestos por Ducrot, a saber, las transfor
maciones interrogativa y negativa (Ducrot, 1972, op. cit.; 1966: 37-53;
1970: 21-52).
El cuadro 2 contiene cierto número de diferencias entre los semana
rios del tipo B y P que van mucho más allá del corpus; seguidamente
procuraremos describirlas.
Como primera aproximación, podemos decir que los títulos (1) y
(4) son mucho más «indeterminados» que el título (6) y también que
el conjunto (5a, b, c).7 El personaje central del suceso aparece nom
brado en (5b) y en (6), mientras que los demás títulos muestran una
propiedad notable: si sólo contáramos con esos textos, nos sería impo-
Cuadro 3
Tipo B TipoP
85
sible saber a qué acontecimiento específico se refieren. Formulare
mos la hipótesis de que (5b) y (6), por un lado, y (1) a (4), por el otro,
remiten a operaciones de encuadre diferentes, cuya naturaleza debe
mos determinar. Al recorrer una muestra tomada al azar de las revis
tas semanales en cuestión, es fácil comprobar que esta diferencia es
constante y sistemática entre los tipos B y P. En el cuadro 3 se mues
tran algunos ejemplos adicionales de títulos extraídos de tapas y
también de secciones internas (las mayúsculas corresponden a los tí
tulos de sección).
El carácter general de esta diferencia nos muestra que vale la pe
na hacer un análisis más detallado. La misma característica ya apa
recía en el corpus referente a la muerte de Rosendo García. En efec
to, estos habían sido los dos primeros títulos de los dos tipos de
semanarios:
Tipo B Tipo P
re
ción.9 De todos modos, es evidente que en los títulos del tipo B no apa
rece una identificación de un acontecimiento singular (característica
que expresamos intuitivamente diciendo que en realidad podrían apli
carse a eventos completamente diferentes). Y, en la medida en que no
designan ningún suceso singular, la función metalingüística de tales tí
tulos es predominante: son los nombres de los discursos que presentan.
Diremos pues que los títulos de las revistas semanales burguesas con
tienen denominaciones.
Tratemos de precisar esto un poco más. Los títulos del tipo P contie
nen una operación que sitúa el evento en cuestión en una clase, pero el
conjunto del título logra justamente producir la identificación de un
miembro singular de esta clase. Se nombra una clase: la de los asesina
tos (6), la de las tragedias (12), la de las catástrofes (13), la de los calva
rios (14), la de las detenciones importantes (15), pero hay un elemento
especificador que produce la identificación: Augusto Vandor (6), cordo
besa (12), River (13), Salta (15), seis peronistas (17). Las denominacio
nes contenidas en los títulos del tipo B corresponden, en cambio, a con
juntos de acontecimientos o procesos indeterminados, lo cual justifica
que se hable de la hora del miedo en el país o de un juego sucio o de una
estrategia indirecta por parte del gobierno; de todo lo que hace que oc
tubre no sea un mes propicio, etc. En el interior de estos conjuntos, el
acontecimiento específico se sitúa como uno más en medio de otros
acontecimientos que justifican la denominación.
No obstante, lo que acabamos de decir plantea otro problema: ¿Có
mo podría producirse esa ubicación del acontecimiento en cuestión en
una clase (no definida) que contiene otros miembros, si no hay identifi
cación? En otras palabras: nuestra interpretación parece implicar que
también en los títulos del tipo B hay una operación de clasificación;
ahora bien, si el título logra clasificar el evento, debe de haber en algu
na parte un flechaje sobre un elemento semántico que permite la deter
minación (esto es, la identificación) de lo que debe ser clasificado.10¿Có
87
mo establecer pues, en los títulos B, la relación entre la denominación
(general, que abarca acontecimientos no identificados) y el aconteci
miento específico del que se trata principalmente?
Volvamos al cuadro 2 para ver las diferentes maneras posibles de
producir discursivamente esa relación. Como ya dijimos, en el caso de
los semanarios populares hay una identificación o, si se prefiere, se lle
ga a una clase unimembre: en efecto, hay un solo «asesinato de Augus
to Vandor» (6). En el conjunto (5) hallamos una operación que se locali
za ya en otro nivel, pero que continúa siendo explícita: se enumeran allí
dos. acontecimientos (la muerte de Vandor, los atentados terroristas)
que «componen» «el momento dramático que atraviesa el país» o que
justifican esta denominación. (La diferencia de nivel lógico entre 5a por
un lado, y 5b y c por otro, es decir, que b y c son una especificación de a,
está marcada por medio de elementos paralingüísticos: 5a es un título
blanco y más grande que 5b y c; estos dos últimos aparecen con letras
del mismo tamaño y rojas.) En el otro polo, encontramos «la hora del
miedo» (que, en principio parecería comparable a «momento dramáti
co»): tampoco hay en el título la menor indicación sobre los aconteci
mientos a los cuales se referiría esta denominación. En suma: en (6) en
contramos el análogo de flechaje; en (5), una clase (la clase constituida
por los acontecimientos que transforman la situación del país en un
«momento dramático»), con el recorrido de los dos miembros de la clase;
en (1) sólo hallamos la denominación.
Retomemos ahora nuestra pregunta: en los títulos de los semana
rios burgueses ¿cómo se establece la relación entre el evento específico
(la muerte de Vandor) y la denominación genérica?
Así como hablamos de referencia única con identificación, al exami
nar los semanarios populares, en el caso de los títulos de los semanarios
burgueses hablaremos de referencia anafórica. Con ello queremos indi
car que el vínculo entre la denominación y el acontecimiento se estable
ce aquí por contextualidad o copresencia (pues en el título no hay nin
gún identificador): esta relación se produce gracias a los otros elementos
discursivos a los que remite el título (es decir, el título remite a alguna
otra cosa que también está presente en el discurso del semanario). Esa
«otra cosa» puede ser, o bien el texto mismo del artículo (cuando se tra
ta de un título interno), o bien la imagen de la tapa (como ocurre en el
caso de los títulos reproducidos en el cuadro 2). Es evidente que atribui
mos a los títulos (o, si se prefiere, que incluimos en la definición misma
mi deuda, a pesar del empleo, quizá demasiado metafórico, al que sometí sus
conceptos.
88
de lo que es un «título») la propiedad de contener una operación análo
ga a la descripta en el nivel puramente lingüístico como un flechaje ha
cia adelante, por consiguiente, como un fenómeno anafórico, pero en es
te caso, de naturaleza discursiva y no intrafrásica (puesto que en el
fondo se trata de un conector).
En los títulos del cuadro 2, el segundo término de la relación anafó
rica es, en efecto, la imagen de tapa.Todos los semanarios considerados
reprodujeron en tapa una fotografía de Augusto Vandor. En tres casos
(Pp, C y An) esa fotografía aparece acompañada por una leyenda con el
nombre completo dei muerto. Está claro pues que en los semanarios del
tipo B, el título remite a la imagen y que esta (con epígrafe o sin él) se
hace cargo de la operación de identificación. En los casos (5) y (6), en
cambio, el flechaje hacia adelante contenido en el título produce una re
dundancia, puesto que el peso identificador de la imagen sólo refuerza
una identificación ya manifestada en el material lingüístico del título.
Ahora bien, la naturaleza de las relaciones lenguaje/imagen depen
de de las propiedades respectivas que, en cada caso, se puedan descu
brir en una y otra materia significante. Si tomamos los dos casos que
parecen más distantes entre sí (1 y 6), comprobamos que el material fo
tográfico es rigurosamente el mismo: en efecto, los semanarios Pp y A
reprodujeron en su tapa la misma fotografía: el rostro de Vandor en el
ataúd. Tratemos pues de explorar la diferencia en lo concerniente a la
relación lenguaje/imagen, debida a la diferencia lingüística entre los tí
tulos que ya hemos descripto.
¿Qué consecuencias puede tener en el nivel del «efecto de sentido»
una relación anafórica texto/imagen (sostén de una operación de identi
ficación) en el caso de Pp, y una relación de redundancia, en el caso de
A? A mi entender, se impone una conclusión. En el primer caso, la natu
raleza anafórica del vínculo permite establecer entre el texto y la ima
gen una relación discursiva que consiste en «mostrar» la imagen como
una prueba de la legitimidad de la denominación, digamos: realmente
es la hora del miedo en la Argentina; fíjese: este hombre, Augusto Van
dor, ha sido asesinado. En el caso del semanario popular, en cambio, es
te vínculo discursivo está vedado por la naturaleza redundante de la re
lación texto/imagen. En el último caso, esa relación no tiene ningún
carácter argumentativo, simplemente refuerza la operación de referen
cia única con identificación ya contenida en el título; como si dijera:
Vandor fue asesinado; he aquí su imagen.
Llegados a este punto, considero indispensable hacer una observa
ción metodológica. La pertinencia del análisis se establece atendiendo
no sólo a las diferencias entre la columna de la izquierda y la columna
de la derecha, sino también a las similitudes dentro de cada columna.
89
Por ejemplo, no sería difícil aplicar a nuestros textos los principios del
análisis retórico y aparentemente algunas de las diferencias entre títu
los de los dos tipos se ubican en este nivel. Es posible identificar ciertas
figuras, sobre todo en la columna de la izquierda. Y, sin embargo, esos
procedimientos retóricos no son constantes en los títulos del tipo B: si
bien (9) puede ser el resultado de operaciones metafóricas, por ejemplo,
es radicalmente diferente, desde el punto de vista retórico, del título (2).
En cambio, la descripción que hicimos de las operaciones referenciales
en el encuadre satisface la doble condición que define nuestro criterio
de pertinencia.
90
cia anafórica de un evento) produce a la vez una pluralidad de aconte
cimientos y un orden referido a la importancia relativa de los aconteci
mientos dentro del conjunto.
La situación es totalmente diferente cuando se trata de los semana
rios del tipo P. En este caso el título, en la medida en que contiene la
operación (referencia única + identificación) se refiere a un aconteci
miento. Podría decirse, en cambio, que hay un orden, pues el hecho mis
mo de elegir cierto evento y ponerlo en la portada implica una atribu
ción de importancia relativa. Pero precisamente no se ha hecho de
ningún modo referencia a los «otros acontecimientos», en relación con
los cuales este evento tendría prioridad; no hay una denominación que
los englobe, aun sin identificarlos: no se ha establecido ninguna rela
ción entre el acontecimiento «principal» y otros acontecimientos que
uno puede suponer que se encontrarán en el semanario.
11. Según mis propios sondeos, se trata de una característica bastante di
fundida en un número considerable de países y con variaciones de grado.
un acontecimiento dado ocupa cada semana el lugar de «interés máxi
mo», pero la operación lingüística de la portada no lo identifica; lo sugie
re la imagen, como una especie de muestra de una clase más amplia, de
finida justamente como el referente de la denominación. En el tipo P, la
portada incluye una identificación que se refuerza con la imagen, como
«ilustración» que no va más allá de la identificación singular. Si hay otros
eventos de los que se habla en el semanario (y ciertamente los hay), estos
no están vinculados de ningún modo al acontecimiento principal; no exis
te una denominación que los reúna en una unidad de sentido. La falta de
estructura interna (de secciones) del semanario popular, produce, por así
decirlo, una especie de procedimiento inconizante: cuanto más importan
te es el evento, tantas más páginas se le dedican.
Se podría llegar a decir que, mientras la semana burguesa está, a la
vez, articulada y unificada, la semana popular está atomizada y es «in-
flable» (lo cual implica también, por supuesto, que se la puede llenar con
gases de diferentes densidades). Esta última puede concentrarse por
completo (o casi) en un único evento. En consecuencia, también es menos
diversificada. Sea como fuere, no debemos apresurarnos demasiado: es
pero mostrar además que el estudio de los textos de las notas mismas
permite, por un lado, confirmar ciertas características anticipadas por el
encuadre de los títulos, pero también enriquecer el análisis (y corregir
lo). La articulación de los semanarios burgueses no es una articulación
cualquiera; la atomización de los semanarios populares tiene lugar en
un nivel muy específico en relación con el evento en cuestión. Bastará
con decir que aquí estamos abordando aspectos extremadamente impor
tantes del proceso de producción de sentido en los medios de comunica
ción masiva, a saber, la construcción de la temporalidad social. El «tra
bajo» de esta construcción opera en todos los niveles de las materias
significantes que constituyen el medio de prensa y consiste en ofrecer los
principios que permiten identificar los acontecimientos, situar unos en
relación con los otros y explicarlos. Tal construcción se manifiesta en la
forma de una «lógica natural» que subyace en la disposición de la mate
ria lingüística y no lingüística. Los instrumentos con que contamos para
describir esta lógica son aún muy precarios, considerando sobre todo que
las diferencias pertinentes tienen que ver con las operaciones discursi
vas y no con los elementos léxicos definidos en superficie.
Seguidamente me limitaré a dar dos ejemplos que ilustran el géne
ro de problemas que se plantean en el estudio de esta «lógica». Se trata
de ejemplos aislados, pero que tienen una significación particular res
pecto de nuestra estratificación de clases. El primero me permitirá in
troducir la cuestión de los conectores discursivos; el segundo, el proble
ma de las operaciones intertextuales. Por medio de ambos ejemplos,
espero poder avanzar un poco más en la descripción ya iniciada de los
dos tipos de semanarios.
(7) EL PAÍS
Las fronteras de la paciencia
(7’) EL PAÍS:
Las fronteras de la paciencia
(15) Cocaína
Importante detención en Salta
(15’) Cocaína:
Importante detención en Salta
En efecto, no queda claro en absoluto que «la hora del miedo» esté
en una relación de pertenencia (en el sentido definido antes) con «Ar
gentina»; en todo caso, se trata, evidentemente, de una interpretación
un poco forzada. Podría parafrasearse (1) en la forma:
Hay casos en que los dos puntos, lejos de traducir una relación de per
tenencia (lo que supone que los términos asociados por medio de los dos
puntos se encuentran en niveles lógicos diferentes) son simplemente la se
ñal de una operación de identidad o de equivalencia. Tomemos un ejemplo:
95
pensar que la psicología misma plantea la pregunta, que la psicología
misma habla. Vemos entonces que, de pronto, el empleo de los dos puntos
en los títulos se asemeja al procedimiento empleado en la redacción de
obras de teatro, en las cuales las palabras de cada personaje están prece
didas por el nombre de este y los dos puntos. Los dos puntos parecen
transformarse en (19) en los dos puntos de la cita, del «discurso directo».
Aquí estamos ante otro empleo muy clásico de los dos puntos, es de
cir, como marca dialógica, como presentación de las palabras de al
guien. Y así llegamos al problema de la enunciación. Me parece eviden
te que los dos puntos, en su condición de conector interdiscursivo,
, dependen por completo de una teoría de la enunciación. Esto puede re
sultar claro cuando sirven para separar dos niveles de discurso, como
ocurre en el caso de la cita, pero en realidad esto es así en todas las si
tuaciones en que se usan los dos puntos. En el tema que nos concierne,
podemos decir que la teoría que necesitamos para explicar de una ma
nera satisfactoria la diferencia ente los dos tipos de semanarios (B y P)
consiste, en última instancia, en responder a esta pregunta: ¿Quién ha
bla en los semanarios? Lógicamente no podemos hacerlo, dentro de los
límites de este capítulo, pero los dos puntos, como huella que deja en la
superficie un conjunto extremadamente complejo de operaciones inter
discursivas, tal vez nos permitan comenzar a dar algunos pasos en la
dirección de una respuesta.
Ante todo, digamos que el problema de la cita es crucial en los me
dios de comunicación: una de las funciones constantes del discurso me-
k diático, entendido como información social, es precisamente recoger las
palabras de otros. Como vemos, aquí entramos una vez más en el uni
verso ideológico de las representaciones sociales: el «periodista», la «in
formación», la «actualidad», los medios de comunicación masiva como
lugar de «descripción objetiva» de los acontecimientos sociales, etc. Aho
ra bien, la manera en que el productor del discurso de prensa en su con
junto se sitúe, por un lado, en relación con el lector y, por el otro, en re
lación con los otros (las «figuras sociales») que «cita», constituye una de
las dimensiones críticas que permiten diferenciar los semanarios popu
lares de los semanarios burgueses. Aunque no podamos justificar aquí
esta afirmación, hay que tener en cuenta que todas las diferencias de
que hablamos hasta el momento, en última instancia, remiten a siste
mas diferentes de modulación del discurso de prensa y, por lo tanto, a
una teoría del enunciador y de las huellas que deja en el discurso.
Volvamos ahora a los dos puntos. Ya hemos señalado que se trata de
una huella compleja, que puede hacerse cargo de operaciones muy dife
rentes. En primer lugar, el hecho de que los semanarios populares casi
no los utilicen en los títulos es ya una indicación muy significativa: en
96
realidad, el discurso de las revistas semanales populares se hace cargo
de las citas de una manera extremadamente precisa: a) casi nunca en
los títulos mismos. Cuando el título encierra una cita, esta aparece ne
tamente marcada, la mayoría de las veces entre comillas. Este recurso
en cambio es poco frecuente en los títulos de los semanarios burgueses;
b) En el texto de las notas, a menudo aparecen citas en discurso direc
to, ya sea entre comillas, ya sea en caracteres más destacados, ya sea
(con la mayor frecuencia) en la forma clásica utilizada en las novelas
para marcar el diálogo: las palabras de los personajes en párrafo apar
te, precedidas de la marca («_»).12 El entorno discursivo de estas citas
está constituido por el discurso del semanario mismo, un discurso li
neal, cronológico, descriptivo.
En los semanarios burgueses, la relación enunciador/enunciación/cita
es mucho más ambigua, lo cual significa (en un nivel por completo in
tuitivo) que en esos semanarios nunca se sabe muy bien quién habla en
un momento dado. Por otra parte, las revistas semanales del tipo B em
plean habitualmente el discurso indirecto.Tomaremos sólo un ejemplo
que corresponde precisamente al empleo de los dos puntos. Se trata de
textos utilizados como epígrafes de las imágenes.
Una observación preliminar. Hay una diferencia cuantitativa que es
ya muy importante: los semanarios P son publicaciones «fotográficas»,
los semanarios B utilizan mucho menos la imagen. Además, el encuadre
(y aquí utilizamos el término en el sentido técnico que se le da en la fo
tografía y el cine) es radicalmente diferente en un caso y en otro: en el
90% de los casos, los semanarios burgueses reproducen fotografías de
primer plano o medio cuerpo y hasta de primerísimo plano. En otras pa
labras, la mayor parte de las imágenes de las revistas semanales bur
guesas son rostros. En los semanarios populares, el encuadre va desde
el plano de conjunto al plano medio.13
En los semanarios populares, los epígrafes tienen con la imagen
una relación comparable a la que ya señalamos en la relación título/i
magen de tapa: redundancia en el nivel de la identificación. Dicho de
12. Esta marca aparece, sin embargo, en el fragmento del texto reproducido
luego y que corresponde al semanario burgués, lo cual demuestra hasta que
punto hay que ser precavido al hacer generalizaciones. En este sentido, es nece
sario puntualizar dos observaciones: a) esta marca se emplea en los semanarios
burgueses para señalar el paso al discurso directo, pero no se trata de un proce
dimiento frecuente; b) cuando se la utiliza en los semanarios burgueses, no es
para delimitar mejor las fronteras entre el enunciador, la enunciación y la cita,
como ocurre en los semanarios populares, sino por el contrario, para asumir el
modelo literario de la ficción. Volveremos sobre este punto.
13. Sobre esta nomenclatura, véase, por ejemplo, Wynn, (1964), pp. 216-217.
\ 97
otro modo, el epígrafe sólo describe en palabras lo que ya se puede ver
en la imagen, «respalda» a esta última en el plano de las identificacio
nes: nombres de los personajes, momento en que fue tomada la fotogra
fía, etc. Los epígrafes de los semanarios burgueses son por completo di
ferentes y aquí es donde desempeñan su papel los dos puntos.
Para ilustrar la diferencia, tomaremos primeramente un ejemplo de
nuestro corpus del caso Vandor.
Semanario popular
Fotografía: Plano de conjunto en la calle, ante una casa.
Se ven unas veinte personas, entre ellas algunos policías. Los des
trozos en la casa son evidentes. Sobre la calzada se ven trozos de made
ra y de paredes.
Epígrafe: «Efectivos de la policía, reunidos ante la puerta de la sede
sindical, organizan la guardia del local. Numerosos curiosos observan
la escena».(20)
Semanario burgués
Fotografía: Plano de medio cuerpo de un hombre con sobretodo que
camina. Hay otras personas delante y detrás de él. En el fondo pueden
verse flores.
Epígrafe: «Imaz entra al velorio: no».(21)
El cénjunto de estes ejemplos basta para dar una idea del espacio de
juego que construye el semanario para mantener en la ambivalencia la
98
relación compleja enunciador/enunciación/cita. La combinatoria [foto
(rostro) + nombre propio + dos puntos] da la fuerte impresión de que es
tos últimos se emplean como un modo de introducir una cita. Sin em
bargo, no hay citas en el sentido propio del término.
Para aclarar cada caso, nos remitiremos al texto de la nota a la que
corresponden la imagen y su epígrafe, para verificar la relación que es
tablecen los dos puntos. En el caso (21), son otros personajes quienes le
dicen «no» al ministro del Interior; en realidad, se le negó la entrada al
velorio. En (22), se trata del presidente de una asociación musical y el
término «comunicación» fue tomado de sus propias palabras, citadas en
el texto; se trata pues de un caso muy próximo al discurso directo. En
(23) el semanario mismo evalúa la posición de Khider en el marco de la
política argelina. La expresión (»lógica de la violencia») no forma parte
en absoluto de las palabras del personaje en cuestión. En el texto co
rrespondiente a (24) Juracy Magalhaes no ha dicho nada que sea repro
ducido en el texto; se trata del resumen de la apreciación sobre el papel
que desempeña Magalhaes en la política brasileña, hecha por un deter
minado grupo. Por último, en (25), la conexión establecida por los dos
puntos entre el nombre y las «heridas» tiene que ver con un episodio
histórico en el cual participaron ciertos personajes (que aparecen en
otras fotografías), y la persona nombrada fue herida durante los acon
tecimientos de que se habla en la nota.
Quedan claras pues la extraordinaria flexibilidad de este procedi
miento y la variedad de operaciones que pueden señalar los dos puntos
en superficie (en realidad, hay muchas otras variantes). Lo decisivo es
que el semanario burgués pasa de una operación a otra y todas son in
dicadas con la misma marca (a veces, en la misma página). De modo que
la sola lectura del epígrafe de la fotografía o del título no permite saber,
en cada caso, de qué operación se trata. Además, a veces, el texto mismo
de la nota no basta para identificar la operación: en última instancia,
esta permanece pues intrínsecamente indeterminada. En otro trabajo
espero mostrar que el empleo de los conectores en el texto de las notas
de los semanarios burgueses reproduce perfectamente esta oscilación
que se da dentro de un campo de operaciones muy diferentes unas de
otras y a veces hasta contradictorias, pero que sin embargo aparecen to
das marcadas en superficie por un mismo conector. Esta oscilación en el
nivel de los conectores discursivos de superficie está por entero ausen
te de las revistas semanales populares.
Una última observación: este mismo espacio operatorio que hemos
descripto parcialmente, constituido por un conjunto heterogéneo de
operaciones, puede construirse con otras marcas de superficie, diferen
tes de los dos puntos. Ya hemos señalado que, respecto del modelo «clá
99
sico» de la relación género/diferencia específica, era posible obtener el
mismo efecto jugando con el vínculo título/subtítulo, sin necesidad de
emplear los dos puntos. Ahora bien, esta última marca (título/subtítulo)
puede muy bien hacerse cargo del conjunto de operaciones que acaba
mos de describir respecto de los dos puntos, lo que, por lo demás, pare
ce ser el caso de los semanarios de actualidad franceses.
100
ten a múltiples contenidos de la materia significante forman parte de la
«trama» a través de la cual s^producen discursivamente las relaciones
enunciador/enunciación/cita!(jbdo esto muestra claramente hasta qué
punto el análisis de los fenómenos anafóricos es un aspecto esencial de
la modalización del discurso por parte del enunciador. El hecho de que
la modalización sea un proceso temporal que finalmente remite al pro
ceso de recepción del texto, a la lectura, es de extrema importancia; con
todo, por el momento no contamos con ningún instrumento de análisis
que nos permita dar cuenta de ese proceso.
Hemos procurado describir, dentro de la operación de encuadre, di
ferencias entre los dos tipos de semanarios asociadas a la constitución
discursiva del enunciador y de sus relaciones con su propia enunciación
y con los discursos de los otros: referencia anafórica sin identificación
en un caso, referencia con identificación en el otro; presencia y ausen
cia, respectivamente, del conector (:) en superficie, conector que remite
a operaciones muy diferentes cuyo empleo sistemático y simultáneo en
los semanarios burgueses tiende precisamente a «desdibujar» los lími
tes enunciador/enunciación/cita. Al ser discursivas, estas diferencias en
el encuadre deben analizarse a su vez a la luz de las propiedades del
texto así enmarcado. Por supuesto, no podemos desarrollar aquí un
análisis detallado del texto de las notas. Sin embargo, es útil señalar, en
un nivel puramente intuitivo, una diferencia importante relativa al mo
do en que el enunciador se hace cargo de la narración. En el cuadro 4 se
reproducen dos fragmentos (ISs primeros párrafos del texto de las notas
del semanario popular y de uno de los semanarios burgueses (Pp) que
forman parte del corpus sobre el caso Vandor.
Es fácil comprobar que el discurso del semanario popular es en reali
dad muy semejante al de los diarios: la descripción es un «informe» sobre
los hechos; el enunciador, al definirse como «periodista» (al igual que en
muchos discursos que corresponden a la categoría social de «la informa
ción») nunca supera los límites establecidos por la tarea (de la que existe
una representación social) que consiste en ir al lugar de los acontecimien
tos, observar, interrogar a los testigos, hacer un balance. Por lo demás,
también resulta claro que, en el texto del semanario burgués, se puede
comprobar hasta qué punto el enunciador toma el lugar típico del nove
lista y construye una narración a partir de un enfoque que, aparentemen
te, no parecería aceptable fuera de la ficción literaria: asistimos al suceso
«desde adentro», por así decirlo; se nos relatan los últimos instantes del
drama y hasta lo que vio el personaje principal poco antes de morir. En el
semanario burgués, el periodista, en su condición de mediador social se
borra, en tanto que en el semanario popular se lo tematiza de manera
permanente y desde el comienzo mismo de la narración.
101
Cuadro 4
Tipo B Tipo P
(26) -Hola, Vandor, ¿qué dice? (27) Faltaba poco para la hora del
-Hola, Cafierito. almuerzo. De pronto, los teléfonos
-Lo ando buscando a Miguel Gaz- de las redacciones se agitaron. So
zera. ¿Está por ahí? naron sin solución de continuidad.
-No, aquí no. «Señor, hablo del barrio de Parque
-¿Cómo se prepara para mañana, Patricios, he escuchado una tre
Vandor? Todo saldrá bien, ¿no? menda explosión ¿qué ha ocurri
-¿Usted cree, Cafierito? do?» Después, a modo de violento
Eran los once y media pasadas, aperitivo la pregunta que conmo
el lunes 30 de junio. A. V. colgó el cionó al país, «¿Es cierto que ha
teléfono luego de este breve diálo muerto Augusto Vandor?» Veinte
go con el economista Antonio Ca minutos después de producido el
ñero, uno de sus allegados. [...] acontecimiento, decenas de perio
-Che, voy a ver qué cornos pasa. distas y muchos policías y bombe
Sólo alcanzó a ver a dos intrusos ros se hallaban frente al edificio
que dispararon contra él; Vandor de la Unión Obrera Metalúrgica,
quedó tendido en el pasillo [...]. ubicado en la calle Rioja 1945.
102
Procuraré precisar un poco más esta última observación, cuyas con
secuencias metodológicas me parecen muy importantes. Para hacerlo,
retomaré la cuestión del encuadre de los títulos.
En efecto, hay un procedimiento de construcción de los títulos que
es típico de los semanarios burgueses y que hasta el momento no encon
tramos en los semanarios populares. El cuadro 5 reproduce cierta can
tidad de títulos extraídos de semanarios del tipo B. También incluimos
algunos de Le Nouvel Observateur.
El procedimiento está muy claro. El título se construye sobre la ba
se de una denominación preexistente, ya conocida dentro de cierto «es
pacio cultural». De modo que lo que encontramos es uno de los procedi
mientos de producción de las denominaciones sin identificaicón que ya
mencionamos antes. La repetición de una denominación preexistente
puede ser literal, como en (30) y (35): se reproduce, sin ningún cambio,
el título de una famosa serie de la televisión (30) o el de un filme italia
no (35). En este caso, el efecto se reduce pues al juego de aplicar esta de
nominación a un objeto que en principio le es ajeno (por ejemplo, el Par
lamento). No obstante, las más de las veces, la repetición de la
denominación, ya constituida y reconocible en la cultura, implica pe
queñas alteraciones. La operación intertextual puede permanecer den
tro de los límites de un mismo campo semántico: el cine (32), la política
(33),15 o bien puede implicar una transferencia entre campos semánti
cos heterogéneos: del cine a la política (37), del teatro a la política (34),
de la música a la actualidad cultural (29) (se trataba de una exposición
de máquinas de escritorio), de la literatura al cine (38), etc. Hay que
destacar que, a veces, se trata de una transferencia extremadamente
sutil o, en otras palabras, que su «comprensión» supone que el lector
movilice una cultura muy rica, que «despierte» recuerdos muy precisos.
Tal es el caso del ejemplo (31): la denominación original es literaria
(una novela titulada El incendio y las vísperas). Se ha reemplazado
pues la palabra «incendio» por «proyecto». Pero hay que saber que el
«proyecto» tiene que ver con la construcción de un edificio (el del Jockey
Club) que fue incendiado por los partidarios de Perón en la década de
1950.
15. El título (33) contiene una referencia directa a una expresión famosa
durante el gobierno peronista («Mañana es San Perón») para referirse al 17 de
octubre, que en aquella época era una fiesta nacional. En el título, la expresión
se transfiere (irónicamente) al Partido Radical y a su líder principal, Ricardo
B albín, feroz antiperonista.
103
\
Cuadro 5. Ejemplos de títulos internos (tipo B)
(30) Parlamento
La caldera del diablo {Pp, 27-4-65)
(32) Cine
El director que quería vivir (Pp, 30-11-65)
(33) Radicales
Mañana es San Balbín (Pp, 30-11-65)
(34) Israel
¿Quién le teme a Ben Gurion? (C, 30-9-65)
(35) Universidad
Los niños nos miran (Pp, 3-11-70)
(37) Dictadura
La bella y las bestias (N. Obs, 10-7-72)
(38) Cine
Rojo y negro (N. O b s 1-11-71)
(39) Televisión
La muerte color de rosa (N. Obs., 4-10-71)
104
la descripción literal en el nivel de la superficie discursiva no nos ase
gura haber identificado el efecto de sentido dentro de un discurso. Si
nos limitamos a describir cierto procedimiento en sus detalles específi
cos, su eventual desaparición ulterior del tipo de discurso que uno está
analizando plantearía un problema: el discurso ¿cambió? (teniendo en
cuenta además que el que nos ocupa no es el único procedimiento utili
zado para construir los títulos de los semanarios B). Evidentemente, se
trata del bien conocido problema del nivel de la descripción y de las po
sibilidades de generalización. Si logramos formular hipótesis sobre el
efecto de sentido en un nivel más profundo y, por consiguiente, identifi
car constantes subyacentes, podremos pues reconocer el mismo efecto de
sentido detrás de operaciones diferentes en superficie. El procedimiento
que estamos examinando, por ejemplo, actualmente se emplea cada vez
menos. En realidad, hubo (al menos en la Argentina) un período en el
que su empleo estuvo al borde de la saturación (la época «clásica» de
constitución del discurso del tipo B, alrededor de 1966); por lo tanto fue
necesario apelar a otros mecanismos de construcción de los títulos. Lo
cual no quiere decir que se haya abandonado cierto efecto de sentido: se
puede considerar la posibilidad de que hoy se obtenga el mismo efecto
mediante otras operaciones.
Hay que reconocer que esta referencia a un efecto de sentido que co
rresponde a operaciones semánticas profundas es extremadamente im
preciso. Con todo, me parece crucial resistir a la tentación de abandonar
este género de enfoque por el simple hecho de que en el momento actual
no podamos hablar claramente de él, puesto que las consecuencias meto
dológicas, en el plano de la estrategia de la investigación, son decisivas.
Vuelvo por un instante a la posibilidad de un análisis retórico, del que ya
hablé. Ante títulos como los del cuadro 5, uno podría considerar útil em
barcarse en una descripción «poética» o «retórica», identificando las figu
ras, los tropos, contenidos en ellos. Ahora bien, en mi opinión, un enfoque
«literario» del discurso de prensa nos llevaría por caminos equivocados.
Por una parte, porque una vez identificados los procedimientos emplea
dos, estaríamos todavía en el punto de partida en cuanto a las razones de
su presencia en el discurso que es el objeto de análisis. Por otra parte, por
que, naturalmente, hay una gran diversidad de procedimientos que apa
recen en los títulos de los semanarios y parece difícil que determinados
usos específicos estén en relación con nuestro eje de pertinencia, es decir
con la fragmentación de clase en el nivel del consumo.
En cuanto a la operación intertextual ilustrada por los títulos del
cuadro 5, me parece que se imponen algunas observaciones que sólo tie
nen el valor de hipótesis de trabajo, en el seno de un tipo de investiga
ción que apenas está en sus comienzos. (
105
a) Ante todo, esos títulos son reconocibles por ser denominaciones
que contienen huellas de otras denominaciones preexistentes. Lo cual
nos autoriza a hablar de una operación intertextual.
b) La repetición de la denominación preexistente puede hacerse con
o sin alteraciones. En el primer caso, las transformaciones nunca supe
ran cierto umbral que permite identificar la denominación original.
c) A menudo se hace visible cierta «motivación» en el nivel de la sus
tancia semántica que puede adquirir diversos valores (ironía, juego de
palabras, sarcasmo, etc.). Al mismo tiempo, hay una clara relación con
el contenido del texto cuya denominación transformada constituye el tí
tulo. Haciendo esa salvedad, este aspecto «literario» me parece relativa
mente improcedente para captar la constancia del procedimiento. Uno
podría extenderse en una descripción (le los aspectos «motivados» de los
títulos: evidentemente (37) es peyorativo respecto de los militares (bra
sileños) de los que hablaba la nota; (30) es claramente irónico en su re
ferencia al Parlamento, etc. En todo caso, en ese nivel, cada título es di
ferente de todos los demás. En ciertas ocasiones, por el contrario, esa
motivación no resulta visible, lo que significa que el procedimiento mis
mo, en ese nivel de superficie, se reduce a un efecto literario puramente
formal que se debe al simple vínculo establecido entre las dos denomina
ciones (una denominación «original» ya conocida y una denominación
transformada).
d) La condición del conocimiento previo de la denominación original
nos acerca, en cambio, a un aspecto decisivo: se trata de un efecto de
sentido que podríamos llamar déjá lu. El título es por sí mismo un lla
mado a los recuerdos culturales del lector, su funcionamiento estriba en
la hipótesis de un saber que comparten el productor y el consumidor del
texto. Sobre esta base, el título llega a encerrar la novedad (la «actuali
dad») en el molde de un efecto de reconocimiento. La presentación de un
suceso que es, por definición, nuevo dentro del tiempo histórico de que
se trata (la semana, aun cuando no sea necesariamente desconocido, co
mo ya lo hicimos notar a propósito de la naturaleza «metalingüística»
de los semanarios) se hace de modo tal que asocia la novedad a un efec
to de evocación. Este efecto de evocación o de reconocimiento correspon
de pues a un universo cultural en relación con el cual el título instaura
una «complicidad» entre productor y lector.
e) El efecto de reconocimiento que, en mi opinión, constituye uno
de los aspectos esenciales de todo efecto ideológico, consigue pues pro
ducir un resultado doble: de inclusión o participación en ese universo
cultural (la «complicidad») y de exclusión de aquellos que no poseen el
conocimiento previo necesario para poder identificar la denominación
original.
106
f) Sin embargo, sería muy fácil reducir lo esencial de esta operación
al hecho que acabamos de señalar, es decir al conocimiento efectiva
mente necesario para la identificación (lo cual nos llevaría a hacer cier
tas consideraciones sobre el «nivel de educación» del lector). Este aspec
to objetivo me parece relativamente secundario. Porque llevada al
extremo, la operación de la que hablamos llega a superar sus propias
condiciones: una vez establecida como procedimiento sistemático en el
interior de este tipo de discurso, es decir, una vez que se logró inculcar
cierto aprendizaje en el lector (y, por consiguiente, el hábito de una «ex
pectativa») ya ni siquiera es necesario que exista, efectivamente, una de
nominación original de la que el título constituye una transformación.
El título «tiene la apariencia» de ser una transformación de «de algo ya
conocido», aun cuando en realidad no lo sea. Con todo, el efecto de reco
nocimiento queda asegurado. Como bien se ve, el resultado es paradóji
co: como lector me digo: «Debe de haber una película, un libro o algo, que
yo he olvidado, de donde sacaron el título». A partir del aprendizaje, el
trabajo ideológico de una identificación que satisface a cierta cultura ya
puede hacerse solo, sobre la base de un reconocimiento por entero ima
ginario.
g) Por otra parte, ese proceso intertextual que remite a una denomi
nación anterior corresponde, en mi opinión, a mecanismos muy impor
tantes de unificación ideológica: son elementos intertextuales que cons
tituyen la red cognitiva de cierto espacio cultural. Evidentemente,
tocamos aquí un aspecto central de las operaciones discursivas, el de los
elementos intertextuales que producen una cultura de clase como uni
verso relativamente cerrado y a la vez relativamente integrado.
Dicho esto, queda claro asimismo que distamos mucho de poder des
cribir esas redes con un mínimo de precisión. Pues no basta con mostrar
que tal dimensión existe y que está vinculada a efectos ideológicos: so
bre todo habrá que comenzar a explorar la naturaleza específica de las
relaciones así instauradas, más allá de su «función» general. En conse-ú'
cuencia, el trabajo por hacer es al menos doble: por un lado, hay que de-|
terminar las operaciones subyacentes partiendo de las huellas que de-1
jan en la superficie (ya que la huella es, en el caso particular que
discutimos, un sistema de reenvíos entre superficies discursivas), pero,
por otro lado, hay que establecer el vínculo entre las operaciones subya
centes y las relaciones semánticas primitivas (preconstruidas) que ta
les operaciones suponen. Lo cual equivale a decir que, si hay un efecto
de reconocimiento dentro del discurso de los semanarios burgueses que
analizamos, no se trata del reconocimiento de cualquier cosa, sino, muy
probablemente, de un reconocimiento relativo a «paquetes» de relacio
nes semánticas profundas que será necesario postular.
El análisis que acabamos de presentar sólo abordó un fragmento del
corpus: hemos trabajado con el encuadre del discurso y con algunos pro
cedimientos epigráficos utilizados para comentar las imágenes. Los
fragmentos de texto reproducidos sólo apuntaban a transmitir una in
tuición global destinada a enriquecer el estudio, hecho aquí con un po
co más de detalle, de las operaciones de encuadre. Aun en este plano ex
tremadamente parcial, hemos esbozado -pasando de nuestro corpus a
una muestra más amplia- un comienzo de descripción general de dos ti-
/pos de semanarios: porunlado, referencia sin identificación en los títu
los, apoyada en una anáfora relativa a la imagen; relación argumenta
tiva texto/ imagen; estructuración muy articulada del tiempo semanal;
constitución de campos operatorios que permiten una oscilación entre
operaciones muy heterogéneas, pero señaladas en la superficie por una
misma huella; construcción de algunas de las denominaciones sin iden
tificación mediante una operación intertextual que produce un efecto
de reconocimiento. Por otro lado, referencia identificatoria; relación de
doble referencia (redundancia) en el vínculo texto/imagen; tiempo se
manal poco articulado y atomizado, sin un orden de jerarquía entre los
acontecimientos; ausencia de campos operatorios y de denominaciones
que produzcan efectos de reconocimiento (como los que pudimos identi
ficar en el otro tipo de revista). Estos comienzos de descripción distan
mucho todavía de constituir conjuntos orgánicos de resultados que nos
permitan sacar conclusiones sistemáticas. Sobre todo, he querido ilus
trar una estrategia de investigación sobre la relación discurso/ideolo
gía, estrategia que corresponde a su vez a cierta teoría sobre la relación
lingüística/sociología (Verón, 1973).
Para terminar, quisiera señalar un aspecto que mencioné al comien
zo y que me propongo desarrollar luego. Se trata del papel que les co
rresponde a las consideraciones extratextuales referentes al contexto
económico y político en el que han sido producidos los textos estudiados.
En efecto si, en el largoplazo, tenemos oportunidad de construir un mo
delo general del sistema de diferencias entre los semanarios B y P, se
tratará de un modelo asociado a una situación histórica precisa, que
manifiesta dos aspectos. Por una parte, ciertas propiedades del discur
so de tipo B son, por así decirlo, «internacionales»: caracterizan a este
tipo de semanario en muchos países y ante todo en los países «centra
les». Según mi hipótesis, estamos aquí ante un tipo de discurso que
acompaña la evolución de las clases burguesas a partir de cierto nivel
del desarrollo industrial. Por otra parte, en la década de 1960, comenzó
a constituirse en América latina un discurso burgués, comparable en
108
parte al de los países centrales, pero que al mismo tipo posee «inflexio
nes» particulares, en la medida en se produce en un contexto económico
y político radicalmente diferente. La aparición, en los países dependien
tes, de este tipo de discurso coincide con el momento en que la burgue
sía industrial local se adapta a las nuevas condiciones de la dominación
imperialista en la región: el paso a la industrialización obligada y por lo
tanto a la internacionalización del mercado interno. De modo que la que
nos interesa no es cualquier burguesía -la que se habla a sí misma y le
habla a la clase obrera en la prensa semanal- y por esa razón que ele
gimos un período preciso, 1960-1970. Se trata de una burguesía que, en
el momento mismo en que procura instaurar esa doble relación (consi
go misma y con la clase explotada) ha perdido ya toda esperanza de
orientar el desarrollo económico y, a través de él, el aparato político, una
burguesía cuyo mito mismo (evocado en varias oportunidades en mu
chos proyectos políticos), en la década de 1960 está ya en pleno proceso
de disolución.
(1975)
Referencias bibliográficas
109
6
Folies-Bergére
111
fig., despect., a n t, sin., fig., fam., p oét ., etc. Máquina semántica conside
rable, que merecería sin duda en sí misma un estudio más profundo, es
ta armazón muestra cómo opera el trabajo de construcción del tejido se
mántico que sostiene la actividad del lenguaje. Cada uno de estos
signos remite a un conjunto de operaciones que definen el «mapa» de los
recorridos «normalizados» del tejido léxico; deslizamientos, detenciones,
bifurcaciones, barreras. Mediante ese alarde de tecnicismo que lo ase
meja al esoterismo de los códigos cifrados, este metalenguaje revela su
parentesco con todos los discursos legislantes : con la apariencia de un
conjunto de operaciones que pretenden mostrar una actividad de des
cripción, lo que hace es decretar la ley de las palabras. No es mi inten
ción desarrollar aquí un análisis de este funcionamiento. De todos mo
dos, quisiera señalar algunas marcas presentes en este metalenguaje y
darles la jerarquía de síntomas (en el sentido más inmediato y más pru
dente del término, al menos por el momento, es decir, como elementos
que remiten a operaciones que existen fuera del discurso en el cual apa
recen tales marcas).
Precisamente, lo que origina estas notas es un síntoma de esta índo
le. Fui a ver en el diccionario Robert (Grand) lo que allí se decía de la
palabra folie (locura). Al final del largo artículo dedicado a esta palabra,
se lee:
ANT. - Equilibrio* salud* Buen sentido, juicio, razón, cordura. Me
lancolía, tristeza.
112
5), salvo precisamente el último (6). Este es el que primero me dio la im
presión de ser un síntoma y a él remitía la última zona antinómica:
«melancolía», «tristeza». Precisamente este último sentido de la palabra
«locura» se refiere a «alegría». Y así se presenta el sexto sentido en el
Robert:
113
dad es triste. Al tratar de examinar más atentamente la cuestión, creí
percibir toda la verdad de la locura: las puntas de esta idea surgían,
aquí y allá, a través del discurso del diccionario, pues esta verdad apa
recía, como en todas partes, sometida al rechazo, a la condensación y al
desplazamiento.
114
cura incurable. Fam. Tiene
vena de loco. V. Chifladura,
locura leve, locura furiosa
(v. Frenesí, Furor). Las di
vagaciones, las alucinacio
nes de la locura.
ii 3° Por exager. Falta de jui 5. Acción, conducta, pala Acción o palabra extrava
cio; ausencia de razón. V. bra, completamente irracio gante, carente de razón: Es
Sinrazón, extravagancia, nal o que puede parecerlo. una locura querer hacer so
insania (...) Es una locura [...] Es una locum (seguido lo el ascenso a la montaña.
querer..: es tonto, absurdo... del infinit.), no tiene nin
[...]. V. Ceguera, Inconscien gún sentido, es irrazonable,
cia. [...] absurdo... [...]
// 4° Idea, palabra, acción
irrazonable, extravagante.
V. Absurdo, Rareza, Extra
vagancia. Esta- idea es una
locura.
4o Especial. Tiene la locura // 4. Por extens. (de pasión Inclinación excesiva, de
de, una de sus locuras es. V. violenta) gusto excesivo, de sordenada; manía, pasión:
Capricho, capricho, fanta sordenado o exclusivo por Tener locura por las anti
sía, excentricidad, manía, algo: Tener la locura de los güedades.
chifladura cuadros. [...]
115
Especialm. Gasto excesivo.
V. Gasto, Disipación. Usted
ha cometido una locura,
una verdadera locura, al í
hacernos este regalo.
«El bueno de La Baudraye,
a quien se le atribuía haber
hecho una locura, financie
ramente hablando, hizo
pues un excelente negocio
casándose con su mujer.»
Balzac, Cousine Bette,
Oeuv.,T. VI, 451.
4Q- Por extens. (en los s. xvii 2. Locura [...] s. f. (var. dia- Casa de recreo o de diver
y xvm) Rica casa de recreo: lect. de feuillée (V. esta pa sión, situada en las afueras
«Hay muchas casas que el labra); 1690, Furetiere, en del París de antaño.
público ha bautizado con el el sentido 1; sentido 2, Acto, declaración de una
nombre de Folie (locura), 1878, Larousse). 1. Nombre alegría viva, divertida,
cuando alguien ha hecho un dado, sobre todo en el s. aunque un poco excesiva.
gasto mayor del que podía xvm a una casa de recreo si
permitirse o cuando ha tuada en las afueras de Pa
construido de manera extra rís y destinada, en general,
vagante» (Furetiere) [...} a citas galantes: [...] 2.
- Actualmente se llama fo Nombre dado a ciertos tea
lies (locuras) a ciertos tea tros: Folies-Bergére.
tros, music-halls. Antic. Acción, palabra de
Alegría viva, un poco extra una alegría muy viva, muy
vagante [...] libre, un poco excesiva. [..,]
5a Despect. V, celo, excita folies s. f. pl. (1907, Larousse) folies s. f. pl. Nombre que se
ción. Petra en celo (en folie). Nombre que se le da común da comúnmente al celo* de
mente al celo en la perra. la perra.
116
juicio o ausencia de razón (sentido n23, bastante difícil de distinguir del
sentido nfl 2) y ejemplifica esta acepción con expresiones del tipo: «es
una locura (seguido de infinitivo)...», expresiones que las otras dos fuen
tes emplean para ilustrar acciones o palabras irrazonables o extrava
gantes (lo cual, para el Robert, es un sentido na 4, diferente).
El sentido de «locura» como manía o capricho, que para el Robert es
un caso especial del sentido n2 4, aparece en el Larousse como resulta
do, por extensión, del sentido «pasión violenta». En cambio, para el Ro
bert este último es un sentido nfl 5, diferente.
El sentido de «locura» como «gasto excesivo» es en el Robert un caso
especial del sentido na 4, mientras que en el Larousse aparece como un
sentido autónomo (es decir, no derivado de la noción que hace interve
nir las conductas o las palabras).
Es fácil comprobar que el sentido de «locura» que primero me llamó
la atención («alegría viva») en ninguno de los tres casos se hace derivar
de algún otro sentido. En las tres fuentes se presenta como un sentido
separado.
Y hay otras dos diferencias. El sentido de «locuras», en plural, como
«el celo en la perra», se presenta en los dos Larousse como una acepción
perfectamente diferenciada de los demás sentidos: en ambos casos, el
término aparece fuera del cuerpo del texto dedicado al término «locu
ra». En el Robert, en cambio, se presenta como connotación despectiva,
a partir del sentido n2 5, es decir, «pasión violenta».
Finalmente, en lo que se refiere al sentido de «locura» (folie) como
«rica casa de recreo», el Robert y el Larousse lo explican de dos maneras
diferentes, Para el Robert, este sentido se obtiene por extensión del sen
tido «gasto excesivo». Se diría pues que el nombre de «Folies» (locuras)
se aplica a esas casas como consecuencias de que estas se exhibían co
mo resultado de un gasto «extravagante». El Larousse señala una eti
mología por completo diferente. Primero, para este diccionario, ese sen
tido no pertenece al campo semántico de «Locura», entendida como
perturbación mental, ni de otros sentidos asociados. El Larousse pre
senta, en efecto, dos entradas: «1. Locura» y «2. Locura». El sentido «ca
sa de recreo» es el primero de esta segunda entrada y hay otro para de
signar precisamente el nombre aplicado a ciertos teatros, como el
«Folies-Bergére». Además, el Larousse presenta el término que designa
una casa de recreo como derivado de la palabra feuillée (enramada) y,
por lo tanto, como una palabra por completo diferente de «1. Locura».
117
tido en posiciones netamente diferentes. Y, sin embargo, como veremos
luego, obedecen a las mismas leyes y hasta son complementarios, cuan
do la cuestión tiene que ver con las condiciones ideológicas de su engen
dramiento como discurso.
118
cura de la religión», dijo Pascal: todos sabemos muy bien que, en relación
con los locos, este tipo de expresión no es más que un juego de palabras.
Ahora bien, en el funcionamiento de este núcleo no hay ni una hue
lla, ni una sombra, de esas verdades sobre la locura que la cultura occi
dental aprendió dolorosamente a partir del psicoanálisis. Este discurso
del diccionario, ¿es pues inocente? ¿Describe sencillamente las reglas
formales que determinan la organización de la materia léxica, materia
que se ofrecería así al trabajo de todas las teorías posibles sobre la locu
ra, pero respecto de las cuales el diccionario se mantendría al margen,
limitándose a explicamos cómo se emplean las palabras?
Y, sin embargo, en el discurso del diccionario hay algo que puede
identificarse como síntoma. Resulta así que tal discurso sólo tiene la
inocencia de lo reprimido.
Ciertamente, la sexualidad y el funcionamiento capitalista, el deseo
del sujeto y la represión social, en suma, el núcleo de la locura, no apa
recía en el núcleo léxico del diccionario. Aquel núcleo fue evacuado de
este. A la sexualidad sólo se hace referencia una vez en el núcleo (senti
do nfi 1, únicamente en el Robert) y precisamente en relación con una es
pecie de locura: «Locura erótica (antic.V. Erotomanta, erotismo, perver
sión (sexual)». Lo cual indica claramente que la sexualidad no le
concierne al género. Pero aparecen algunos fragmentos de la verdad,
desplazados hacia las zonas exteriores del tejido léxico.
Ante todo, en relación con el sentido na6 del Robert, el de la locura
entendida como «alegría viva», ese sentido que reconocimos como neta
mente separado de todos los demás. Este síntoma es particularmente
notable, pues la noción de «alegría viva, un poco extravagante», aparen
temente no tiene ninguna relación con la sexualidad. El discurso del
diccionario mismo, en efecto, no manifiesta ninguna asociación de tal
índole. Pero la cuestión asoma en las citas. En otras palabras, si bien la
locura entendida como alegría viva hace alarde en sí misma de su ino
cencia, no se podría decir que la elección de los ejemplos que ilustran es
te empleo se deba al azar:
119
que se dijeron mil locuras, pero no se hicieron. En todo caso, está claro
que en esta locura alegre, se trata de sexualidad, se trata de placer.
Y eso no es todo porque en las citas ga parle. Observemos los «senti
dos especiales», que fueron cuidadosamente ubicados en apartados par
ticulares. Leo en el Robert:
«si se dice que la mayor de todas las locuras es casarse, no veo nada más
conveniente que cometer esta locura, en la estación donde nos volvemos
más cuerdos».
Mol., Mar. for., 1 (Véase también AMORÍO, cit. 1)
«Hay una cantidad de tonterías que el hombre sólo hace por pereza y una
cantidad de locuras que la mujer hace por ociosidad».
Hugo, de ma vie, Tas de pierres, VI.
Lo que hay que destacar, sobre todo, es que estas citas acompañan
justamente sentidos de la palabra «locura» que están muy lejos del nú
cleo y que, según la explicación que da el diccionario mismo, no provo
can en absoluto asociaciones con la sexualidad.
Observemos ahora el texto inmediatamente posterior al fragmento
que acabamos de citar (siempre en el Robert):
120
vación del cuerpo («hacer locuras con el cuerpo») al sentido económico
de locura como «gasto excesivo».
Este último sentido merece que nos detengamos un instante, por
que aquí se nos está hablando de dinero. La locura, ¿tendrá alguna re
lación con lo económico? Insistencia del discurso: aquí encontramos la
misma estructura que aparecía en el caso del término locura entendido
como «alegría viva». En sí mismo, el sentido no parece contener ningún
vínculo específico con la sexualidad. El ejemplo propuesto por el diccio
nario es de una absoluta inocencia: Usted ha cometido una locura, una
verdadera locura, al hacernos este regalo. Ahora bien, la contigüidad en
tre estos dos sentidos que se presentan como diferentes, como disyun-
tos, separados por la marca metalingüística (Especial.) repetida, trai
ciona el vínculo que los subtiende: el mismo modelo preside la
regulación del dinero y la regulación de la sexualidad. Bastaría evocar
figuras literarias ya establecidas como: «Vendía su cuerpo». Pero ni si
quiera es necesario: una vez más, la cita habla por sí misma. He aquí la
que, en el Robert, acompaña el sentido de «locura» como gasto excesivo:
«El bueno de La Baudraye, a quien se le atribuía haber hecho una locura, fi
nancieramente hablando, hizo pues un excelente negocio casándose con su
mujer».
B a l z ., Muse du département, Oeuv. t. IV, p. 57.
«El lujo que en otras épocas desplegaban los señores en sus pequeñas
casas, atestiguado por tantos restos magníficos de esas folies que tan bien
justificaban su nombre».
Balz., Cousine Bette, Oeuv. t. VI, p. 451.
121
Conforme ya lo hemos señalado, a pesar de que evoca a la misma
autoridad (Furetiere), el Larousse da una versión muy distinta: este
empleo sería el resultado de una variación del término feuillée (enra
mada). Ahora bien, precisamente en el Larousse, es decir donde se sepa
ró cuidadosamente este sentido del núcleo de «locura» (si la interpreta
ción del Larousse es correcta, se trataría simplemente de otra palabra),
aparece la verdad de la que el Robert no decía absolutamente nada:
122
Esto es lo que dice el Robert. En cuanto al Larousse'.
Bergére s.f. [...] 2. Sillón amplio con el respaldo relleno, propicio pa
ra las conversaciones íntimas...
Referencias bibliográficas
126
I
127
tracción del título principal en relación con variantes como, por ejemplo,
«Príncipes y bribones» o «Historia de príncipes y bribones»? La lista de las
preguntas de esta índole que es posible formular respecto de cualquier
fragmento de discurso (y es fácil imaginar fragmentos mucho más com
plejos que el de nuestro ejemplo) puede prolongarse indefinidamente. No
faltará quien diga: la lista se acortará rápidamente según el punto de vis
ta, según el tipo de lectura que se quiera hacer. Es verdad, pero, si bien es
te criterio es necesario, no resulta suficiente. Supongamos que nos guía
un interés por los aspectos ideológicos del discurso. Como dije antes, en
los discursos no hay un nivel, un «lugar» privilegiado, para la manifesta
ción de lo ideológico. En mi opinión, toda hipótesis a priori responde a un
prejuicio teórico que, en el estado actual de nuestro conocimiento, sería
perjudicial para la investigación. Fuera de ciertas concepciones dudosas
del funcionamiento significante (por ejemplo, la que podría incitarnos a
buscar lo ideológico en la «sustancia del contenido»), no hay ningún prin
cipio teórico que nos autorice a dejar de lado a priori tal o cual aspecto y
a prestar atención, en cambio, a tal otro. Y sin embargo, como ya lo hemos
dicho, no se puede describir todo.
Únicamente explorando en forma sistemática corpus constituidos
según criterios explícitos e investigando la organización de las dispari
dades interdiscursivas que se manifiestan en ellos, podemos estar en
condiciones no sólo de responder a las preguntas que se formulen, sino,
ante todo, en condiciones de saber cuáles son las preguntas a las que
hay que responder.
Junto a la unidad que acabamos de considerar abordaremos otra,
cuyas condiciones productivas se postulan como diferentes de las de la
primera y que nos servirá como «revelador»: me refiero a las disparida
des interdiscursivas sistemáticas que hacen visibles las propiedades
que es necesario examinar. Para satisfacer las necesidades de la discu
sión metodológica, me limitaré aquí a enfocar el caso de dos tipos de dis
cursos de prensa socialmente visualizados como «expresiones» de dos
ideologías muy diferentes y hasta opuestas. No evocaremos directa
mente las variaciones sistemáticas en las condiciones de producción de
estos dos tipos de publicación (diferentes articulaciones con los grupos
que controlan la prensa y, por lo tanto, a través de ellos, con la estructu
ra de los grupos de interés y con la estructura de los partidos políticos;
diferentes tipos de vínculos con el aparato del Estado y, por consiguien
te, con el poder, etcétera).
Nuestro «revelador» es una portada del semanario Minute corres
pondiente aproximadamente al mismo período (fig. 2).
El hecho de relacionar estas dos superficies textuales -una portada
de Le Nouvel Observateur [NOl y una portada de Minute- nos permite
128
ya elaborar una lista de problemas que pueden constituir el punto de
partida de una investigación. En lo que sigue comentaré algunos de
esos problemas. Identificar un problema a partir de la comparación de
dos superficies textuales implica ya iniciar una descripción.
Como se verá en seguida, no podemos limitarnos al análisis de esas
dos unidades: la condición mínima para que la descripción avance es po
der remitirse, partiendo de cada uno de los problemas planteados, a
otras superficies textuales del mismo tipo; dicho de otro modo, es tener
acceso a una cantidad de números de los dos semanarios.
Si comparamos nuestras dos unidades de partida, podemos com
probar inmediatamente dos cosas: ausencia de imagen en M, presen
cia de imagen en NO, homogeneidad relativa de NO (presentación de
un solo tema), heterogeneidad de M (presentación simultánea de va
rios temas). Si comparáramos varios números de los dos semanarios
podríamos confirmar que hay una gran probabilidad de que esas dos
diferencias constituyan disparidades-invariantes. Observemos esto
más detenidamente.
1) En NO, el empleo de imágenes en la tapa es una regla sistemáti
ca (salvo raras excepciones, digamos, uno o dos números por año; volve
remos sobre este punto). En la mayor parte de los casos, hay una ima
gen en la portada; dado que, habitualmente, la portada evoca un solo
tema de la actualidad, los títulos están relacionados con la imagen pre
sentada: hay pues relaciones imagen/texto que será necesario explorar.
En M la regla es la ausencia de imagen. En contadas excepciones (ten
dremos ocasión de analizar un ejemplo) una imagen acompaña a uno de
los temas evocados en la portada: dado que M presenta siempre una
pluralidad de temas, en las escasas ocasiones en las que presenta ade
más una imagen, esta aparacerá asociada a uno de los títulos y no a los
demás. De modo que ya podemos anticipar que aun cuando estemos an
te una de las excepciones de uno u otro semanario, la combinatoria glo
bal de la tapa, de NO es muy diferente de la de M.
Estas observaciones nos llevarán a cambiar de nivel en nuestra pro
blemática. En el caso de NO, se tratará no de analizar las propiedades
semánticas de tal o cual imagen particular (que son, por supuesto, muy
diferentes en los detalles de un número a otro), sino de plantear interro
gantes más generales del tipo a) función de la imagen en el discurso de
la prensa de información (a fin de tratar de evaluar tanto su empleo co
mo su ausencia); b) modalidades de empleo de las imágenes en los se
manarios «modernos» (en realidad, desde ese punto de vista, en Fran
cia, NO, L’Express y Le Point son bastante parecidos; lo cual plantea
otro problema, pues se considera que esos semanarios «expresan» ideo
logías políticas diferentes).
129
2) Hemos expresado la segunda disparidad como una oposición en
tre la heterogeneidad semántica de M y la homogeneidad de NO. La ex
ploración de otras superficies textuales lo confirma. En la portada, M
habla de muchas cosas a la vez; en cambio, los semanarios «modernos»
en general (y no solamente en Francia), semanarios que en otra parte
llamé «burgueses» (véase Verón, 1972: 45-70; 1975: 187-226; 1978: 69-
124), construyen sus portadas alrededor de un único tema. Eventual
mente, puede evocarse un segundo tema en portada y, en la mayor par
te de los casos, aparece destacado mediante una banda transversal
situada en un ángulo superior o inferior, según el caso. Podemos decir
entonces que en la portada, los semanarios «burgueses» producen una
fuerte unificación semántica del tiempo de la actualidad: tal problema,
tal acontecimiento es el elemento central de presentación de su discur
so. Por su parte, M exhibe una notable diversidad (aun cuando, en el in
terior de esa diversidad, pueda señalarse un dominio relativo de un te
ma en relación con los demás).
Como vemos, las dos disparidades están estrechamente vinculadas
entre sí: NO es heterogéneo desde el punto de vista significante (hay
texto y hay imagen) y homogéneo desde el punto de vista temático; M es
homogéneo desde el punto de vista de la materia significante (hay sólo
texto), pero heterogéneo desde el punto de vista temático. En los pocos
casos en los que M incluye una imagen, ese hecho no altera en absoluto
su heterogeneidad: la imagen estará en relación con uno solo de los gru
pos de títulos presentados en la portada. En cambio en NO, el tema y la
imagen están vinculados, lo cual refuerza la unidad del conjunto de la
portada.
Dos observaciones más acerca de estas primeras comprobaciones:
a) Las dos modalidades se encuentran con frecuencia en la prensa
de diversos países. En el caso de los semanarios burgueses, ya lo hemos
dicho: en el mundo entero, estas publicaciones se parecen mucho entre
sí en cuanto a la organización de sus tapas. La modalidad ilustrada por
M reaparece en numerosos casos que responden al menos a las dos di
ferencias que señalamos hasta ahora. Un ejemplo es el de la fig. 3: se
trata de un semanario político de extrema derecha publicado en la Ar
gentina en 1975.
b) Es verdad que la doble disparidad de la que hablamos, tal como
se manifiesta en NO y en M, también responde a diferencias que se re
lacionan con una «sociología del gusto»: el contraste entre NO y M remi
te sin duda a diferencias de «esteticismo» de los sectores de clase que
consumen respectivamente uno u otro semanario (véase Bourdieu y
Saint Martin, 1976: 5-80). Esta problemática, ¿debe tenerse en cuenta
en un análisis de lo ideológico?
Volvamos a nuestras dos superficies de partida. La homogeneidad
del NO estriba, en primera instancia, en el hecho de que el material tex
tual de la portada remite a un único tema y aparece acompañado por
una imagen que también evoca el mismo tema (el caso Broglie). ¿Cuál
es la naturaleza de la relación entre el texto y la imagen? Aclaremos
una vez más que esta pregunta no puede hacerse únicamente en rela
ción con la portada de NO que tomamos como punto de partida; el aná
lisis de esta última debe hacerse a la luz de los procedimientos regula
res empleados por NO para construir sus tapas. Al mismo tiempo, el
análisis examinará aquello que, en esos procedimientos, establece una
diferencia en relación con M. De modo que el objetivo que siempre
orienta la lectura de cada fragmento de un corpus es identificar las dis
paridades-invariantes. Si volvimos a nuestras dos unidades iniciales,
sólo ha sido para volver a alejamos de ellas.
Imágenes de prensa
131
ron a cristalizar. En otro plano, la imagen de prensa testimonial está
estrechamente asociada a un discurso informativo que construye su
realidad (la «actualidad») como entidad netamente separada del dis
curso mismo: lo real de la actualidad está allá, el discurso de la pren
sa está acá; todo el valor social (y moral) de los medios consiste preci
samente en establecer el puente, en producir la mediación que les
permite a ellos, a la gente de prensa, hablarnos a nosotros, el público,
de esa realidad. En consecuencia, la imagen testimonial es absoluta
mente coherente con la deontología clásica de la información: los he
chos son una cosa, las opiniones y las interpretaciones de los medios
son otra y la objetividad se mide por el mantenimiento escrupuloso de
la frontera entre unos y otras. Así como lo esencial de la ideología clá
sica de la información se resume en la consigna «haber estado allí» pa
ra poder contárnoslo (paradigma en el imaginario social: el periodista
en el frente de guerra), la imagen testimonial encuentra su función y
su sentido en algo que es mucho más que una simple «garantía de lo
real»: es como si, gracias a ella, también nosotros (el público) hubiéra
mos estado allí.
Ahora bien, desde hace unos veinte o treinta años (según los paí
ses) ese modelo clásico está siendo desconstruido completamente, de
manera lenta pero inexorable, en el seno del discurso de la información
y en los lugares mismos donde ese discurso era dominante. Ciertos as
pectos de esa transformación son más visibles en la prensa gráfica
(particularmente en los semanarios «modernos»), otros ya se perfilan
en las informaciones de la televisión. (Probablemente la aparición de
la televisión haya ejercido su influencia en este proceso, pues el discur
so televisual, por más que al comienzo haya seguido, en lo que a infor
mación se refiere, el modelo clásico cristalizado desde mucho tiempo
atrás en la prensa gráfica, tal vez contenía, en potencia, ciertos ele
mentos de dicha transformación.) Esta última, por supuesto, no puede
situarse ni «a la derecha» ni «a la izquierda»: atraviesa las ideologías
(corresponde al orden de lo ideológico, antes que al orden de las ideolo
gías). Se trata de una transformación que, en mi opinión, responde a
cambios estructurales que resultan de la instauración de las llamadas
sociedades postindustriales. En este sentido, hasta diría que el discur
so de la información sencillamente está encontrando su verdadera co
rrespondencia con los modos de funcionamiento de las sociedades in
dustriales, pero esto sin duda nos alejaría demasiado de nuestras dos
imágenes de partida. Sea como fuere, en las modalidades de construc
ción de las portadas de NO y más específicamente en las modalidades
de tratamiento de la imagen, hallamos un pequeño fragmento de ese
proceso de transformación.
132
\
133
(2) Una segunda modalidad de construcción de las tapas de NO se
basa en el empleo de una especie de retórica visual de los personajes.
Como ocurre con frecuencia, el discurso informativo de los semanarios
retoma aquí una materia que existe fuera de él (en los anuncios políti
cos, por ejemplo) para trabajarla a su manera. Para cada «personalidad
pública» los medios construyen un conjunto de rasgos que, en virtud de
esa construcción, se convierten en índices de reconocimiento del perso
naje, de su imagen. el plano del material visual, cada medio dispone
de un repertorio de «situaciones» para cada personaje, a fin de hacerlo
«actuar» según la interpretación que el medio quiere dar de una coyun
tura relacionada con él. En consecuencia y a pesar del componente ne
cesariamente identificador asociado a la representación visual de un
«personaje público», la imagen pierde, una vez más, su valor referencial:
no se trata de la persona X en relación con tal o cual acontecimiento sin
gular o en tal o cual circunstancia específica. Por eso podemos hablar de
una verdadera retórica de los personajes: en el contexto de este procedi
miento, se trata de Mitterrand, de Giscard o de Marchais (si podemos
decirlo así y aun corriendo el riesgo de caer en una paradoja) en gene
ral, como actores de la política francesa. Por supuesto, en cada ocasión,
el texto fijará el sentido exacto de la variación correspondiente. Giscard
estará a veces preocupado (fig. 17); seguro de sí mismo en L’Express (fig.
15); dubitativo (fig. 22). En NO, Mitterrand aparecerá la mayor parte de
las veces como resuelto y haciendo-frente-a-sus-enemigos (fig. 16).
Cuando hay más de un personaje se construye una relación política (fig.
17).
Ahora bien, el problema que plantean los procedimientos retóricos
es que siempre están en superficie: las «figuras» llegan a ser fácilmente
explícitas en la gramática de reconocimiento y, por eso mismo, el efecto
de sentido puede alterarse hasta transformarse, a veces, en su contra
rio. Un medio de salir de esta tendencia de toda retórica a desgastarse
consiste en hacer visible el código; la manipulación queda, de algún mo
do, declarada. Es el caso del dibujo (fig. 18).
(3) En tercer lugar, están las metáforas visuales, o bien fotográficas
(fig. 19), poco frecuentes en NO, o bien gráficas (fig. 20). Aquí estamos
ante el caso más alejado posible del empleo clásico de las imágenes en
la prensa informativa. Por intermedio de una retórica que siempre de
be ser muy simple y muy explícita en la construcción de sus figuras, la
relación especular entre texto e imagen se vuelve así total.
(4) Hay casos, menos frecuentes, en los que la ubicación espacial de
las imágenes obedece a un modelo icónico en relación con la situación
evocada por el título. De tal modo, varias imágenes separadas y bien
distanciadas unas de otras, situadas en los cuatro ángulos de la tapa, se
134
\
hacen eco del «cada cual juega su juego» del texto (fig. 21); por el contra
rio, la imagen de Giscard literalmente «sitiada» por los cuatro persona
jes, materializa los límites de la acción del presidente (fig. 22). Como
vemos, el juego de iconos se basa aquí en reglas metonímicas (proximi
dad/distancia; espacio de maniobra/límites): el repertorio de estas figu
ras es, evidentemente, pobre.
(5) Finalmente, hay casos en los las imágenes parecen estar menos
alejadas del modelo testimonial clásico: representan un acontecimiento
singular. Que este modelo se sitúa, por eso mismo, en el extremo opuesto
de lo que llamé el fondo semántico surge claramente de las diferencias
sistemáticas de tratamiento: son imágenes que obedecen a un encuadre
riguroso. En cada caso operan más bien como «ventanas» (¿pequeñas
aperturas a lo «real» de los acontecimientos?) y el resto permanece sepa
rado de la imagen, sobre un fondo neutro (figs. 23,24 y 25). Por lo demás,
el texto no designa el acontecimiento singular mismo: presenta una si
tuación que se abre después del acontecimiento. De modo que se va explí
citamente más allá del acontecimiento. Volveremos sobre este punto.
Como vemos, de las cinco modalidades sólo esta última atestigua lo que
queda del modelo clásico de la foto testimonial: casi nada. En el conjunto,
la imagen -ya sea metaforizada o sometida a una retórica de los persona
jes, ya sea estetizada como fondo u organizada en el espacio discursivo pa
ra dar lugar a la iconización de una idea- se ha vuelto conceptual.
Este rodeo nos ha permitido especificar lo que habíamos llamado la
homogeneidad de nuestra superficie NO de partida, por contraste con
la pluralidad manifiesta de M. La ausencia de imagen en este último
caso y la presencia de imagen en el primero no contradicen en modo al
guno esta oposición; por el contrario, la confirman: como acabamos de
ver, las modalidades de tratamiento de la imagen de NO tienden siem
pre a reforzar la unidad global de la portada. Si consideramos además
el modo en que se relacionan texto e imagen, observamos que estamos
ante una unidad semántica muy fuerte, debida principalmente al hecho
de que el carácter fáctico de la imagen ha sido neutralizado casi por
completo.
Nuestra portada de partida (fig. 1) corresponde manifiestamente a
la modalidad (5): la imagen es circunstancial en relación con un hecho
singular, el asesinato de Jean de Broglie. Como en los demás ejemplos
de esta modalidad, la imagen también aparece tratada en «ventana».
Pero siempre conviene ir más allá de una simple ubicación taxonómica.
Volveremos a examinar esta tapa en su conjunto una vez que hayamos
indagado el material textual de M y de NO. A fin de completar estas
consideraciones sobre el tratamientos de las imágenes, quizá no sea
ocioso hacer algunas observaciones metodológicas.
135
El recorrido que hicimos de las portadas de NO estuvo destinado a
precisar la oposición inicial homogeneidad/heterogeneidad. Dado que
en las portadas de M no aparecen imágenes, no hace falta que avance
mos más en este sentido. Pero si quisiéramos identificar disparidades-
invariantes entre dos medios de portada ilustrada, probablemente nos
veríamos obligados a especificar con más detalles las operaciones en
juego. Demos algunos ejemplos. En la mayor parte de los casos, lo que
funciona como operador es la copresencia de una imagen y de un texto,
pues índica la existencia de una relación, pero la naturaleza de esa re
lación no puede establecerse sino como vinculación entre las propieda
des de las unidades (el texto, por un lado, la imagen por el otro) que, por
la mera coexistencia, quedan asociadas entre sí. Estamos pues ante un
tipo de funcionamiento que puede compararse con ciertos empleos de
los dos puntos, tales como los describió Eric Fouquier: cuando los dos
puntos pueden parafrasearse mediante un conector de la lengua, tienen
la «característica de señalar la existencia de una relación R entre dos
enunciaciones distintas P y Q [...]; aparte de esta pura indicación de
existencia de R, los dos puntos no manifiestan nada sobre el valor se
mántico de esta conexión que por ello mismo depende en gran medida
del contexto formado por las dos proposiciones que los encierran» (Fou
quier, 1977). Volveremos sobre el tema, pues este problema plantea la
cuestión de los operadores correspondientes a la puesta en espacio dis
cursiva.
Volvamos por un instante a nuestras cinco modalidades de cons
trucción de las portadas de NO relativas a esas operaciones efectuadas
a través de la copresencia. Las tres primeras modalidades parecen im
plicar relaciones de equivalencia, aunque esta no siempre se establezca
de la misma manera. En la modalidad (1), que nosotros llamamos fondo
semántico, expresamos ya la idea de equivalencia al hablar de «relación
especular» y de «circularidad». Habría que agregar que a) la relación
parece orientada: va del texto a la imagen, pues el texto es lo que defi
ne la pertinencia semántica del fondo que funciona entonces por «reso
nancia», con lo cual, podríamos decir, «remite» visualmente al tema evo
cado por el texto y b) que no es el texto en su conjunto lo que efectúa
esta «definición», sino solamente una parte del texto, un operador des
tinado, no a instaurar la equivalencia misma (el operador de la equiva
lencia es más bien el conjunto de las propiedades de ambas unidades
que se complementan), sino a definir su alcance. Por ejemplo, en la fig.
7, el operador es «violencia», pues los personajes representados en la
imagen no son los franceses que respondieron a la encuesta (»Cómo juz
gan los franceses su sociedad»), sino que son aquellos que practican la
violencia; en los casos 8 y 9, «átomo» y «nuclear» funcionan respectiva
136
mente como operadores que fijan el alcance, pues no se pretende que la
imagen 8 represente a un irresponsable, ni que la imagen 9 identifique
a un técnico de Super-Phénix en particular, sino que ambas represen
tan la energía nuclear en general.
En la modalidad (2), la correspondencia texto/imagen tiene por lo
menos dos niveles:
a) una equivalencia entre el nombre propio del texto y la imagen en
tendida como operador de identificación y b) una equivalencia, retórica,
entre la expresión de la imagen y los elementos textuales que la fijan
(duda, crispación, confianza, etcétera).
En la modalidad (3) parecería que la equivalencia se establece de ma
nera más global: la metáfora visual es equiparable a la metáfora textual.
La modalidad (4) plantea de manera más directa el problema de la
puesta en espacio discursiva, dado que la disposición de las imágenes es
lo que engendra la equivalencia icónica con la idea del texto. En el pró
ximo apartado, abordaremos más directamente este problema.
La modalidad (5), por último, excluye la equivalencia. Puesto que, en
efecto, la imagen tratada en «ventana» es circunstancial y que el texto no
anuncia el acontecimiento singular mismo, sino algo posterior («des
pués...»), los dos elementos no se presentan como equivalentes. Volvere
mos a tratar en detalle las relaciones texto/imagen cuando esta última es
circunstancial, en el caso de nuestra portada de partida (fig. 1),
137
de los acontecimientos singulares. En ciertos casos (menos frecuentes),
pueden identificar en el título un acontecimiento singular, pero lo pre
sentan como ya conocido por el lector.
Llamamos pues «informativo» un título que satisface dos criterios:
1) anuncia un acontecimiento singular;
2) identifica el acontecimiento mediante un operador (nombre
propio, nombre de un lugar, etcétera).
Un buen ejemplo de nuestro corpus de Minute: Un complot para de
rribar a Chirac
Un título «no informativo» también puede ser de dos tipos:
1) Circunstancial, es decir, que designa un acontecimiento singu
lar, pero no lo anuncia: lo presenta como ya conocido por el lector;
2) No circunstancial, es decir, que presenta una situación antes
que un acontecimiento, situación cuya existencia se supone que el lec
tor ya conoce.
La distinción entre un título que anuncia algo y un título que pre
senta aquello de lo que se habla como ya conocido por el lector se consi
dera generalmente como un empleo diferencial de las marcas de deter
minación: la construcción del título con determinantes llamados
«definidos», en la medida en que estos contienen un operador anafórico,
lleva a presentar aquello de lo que habla el título como ya conocido por
el lector. Al reemplazar la determinación indefinida del ejemplo ante
rior por un determinante definido, pasamos de un título «informativo»
a un título «no informativo» (en este caso particular, del tipo circunstan
cial, pues hay un operador de identificación, a saber, el nombre propio)
Este título supone que el lector ya sabe que hay un complot contra
Chirac.
Es fácil comprobar que ninguno de los títulos de la tapa de NO que
hemos dado como ejemplo satisface los dos criterios que debe cumplir
un título informativo. En la mayoría de los casos se trata de encuadres
situacionales, buena parte de los cuales contiene determinaciones defi
nidas: «Los príncipes y los bribones»; «Los ejecutivos al mejor postor»,
«La nueva batalla de la escuela libre», «Los conflictos de la libertad», et
cétera. Señalemos que, para excluir el carácter informativo, el encuadre
situacional no siempre tiene necesariamente que marcar en superficie
una determinación definida. En el caso 7, por ejemplo («Violencia: cómo
juzgan los franceses su sociedad»), «Violencia» = «La violencia» y no
«una violencia», pues el título no remite a un hecho singular de violen
cia, sino a la situación de violencia en general. Algunos títulos de NO
138
adoptan la forma de la interrogación («¿Hay que quemar Super-Phé-
nix?», «¿Se puede esperar hasta marzo de 1978?»), lo cual los aleja toda
vía más del modelo de tipo informativo. En cuanto a las tres portadas
cuya imagen es circunstancial y que contienen, en los tres casos, opera
dores textuales de identificación (casos 23,24 y 25: «Marchais», «Robert
Fabre», «Malville»), ya hemos señalado el empleo sistemático del adver
bio temporal «después»: el título no anuncia el acontecimiento singular,
pues la construcción con el adverbio temporal indica precisamente que
el acontecimiento mismo ya es conocido por el lector. En realidad, estos
títulos tematizan la situación que se abre después del acontecimiento.
Por último, no es casual que el único título del corpus de NO que podría
considerarse informativo, se refiera a un acontecimiento producido por
el semanario mismo: declaraciones de Mitterrand tomadas por Le Nou-
vel Observateur en exclusividad: «Exclusivo: Mitterrand le responde a
Giscard». La preocupación por subrayar el carácter exclusivo de esas
declaraciones (que implica, por definición, la imposibilidad de recurrir
a otra fuente de información que no sea el semanario mismo), llevó a
NO a utilizar excepcionalmente la modalidad informativa.
La construcción de los títulos de las portadas de NO responde pues
a reglas que ya describimos en el caso de los semanarios «burgueses» en
español. Habría que agregar que, en comparación con sus colegas L’Ex-
press y Le Point, la tendencia a excluir los encuadres informativos es
más marcada en NO. En la única portada de L’Express que elegimos pa
ra ilustrar la retórica de los personajes, los dos títulos son informativos;
«Una nueva pista en el Caso Broglie» y «Giscard hace frente>v
Vayamos ahora a la otra superficie de nuestro pequeño corpus de
partida. ¿Qué ocurre en M? (fig. 2). En esta portada hay un elemento
que responde a la modalidad informativa, el sobretítulo del tema prin
cipal: «Más revelaciones sobre el príncipe mercader». Aunque este títu
lo, considerado de manera aislada, presupone que el lector conoce la
identidad del “príncipe mercader” (consideración que, por lo demás, se
ría por completo artificial, puesto que el título grande que sigue especi
fica inmediatamente esta identidad), es verdad que se anuncian las re
velaciones en cuestión: ese título implica que el lector no sabe que hay
nuevas revelaciones. Ampliemos un poco más nuestro corpus con las
figs. 26 y 27. Aquí se confirma la presencia habitual en M de encuadres
informativos: «Una nueva vejación», «La secretaria-fiera aterrorizaba
al primer ministro socialista», «Provocación en la televisión/Un sabo
teador de la liturgia para predicar la Cuaresma». Otros, en cambio, no
lo son: «El dinero secreto de los partidos», «La mayoría de Chirac». Con
respecto a la temática, M es heterogéneo; también lo es en cuanto a las
modalidades empleadas para construir los títulos: M combina libre
139
mente el modelo informativo y el modelo no informativo. En consecuen
cia, esta distinción, que nos había permitido formular una disparidad-
invariante entre el discurso «popular» y el discurso «burgués» en los se
manarios de información, aquí no es pertinente. Limitarse a decir que
el encuadre discursivo de NO no es informativo, en tanto que el de M
puede serlo en ciertos casos y no serlo en otros (o bien, considerando el
conjunto de la portada de M, decir que contiene las dos modalidades) no
parece una solución satisfactoria.
De modo que nos hace falta examinar más detalladamente el mate
rial textual en cada caso, más allá de la oposición (demasiado vaga, sin
duda, en sí misma) entre homogeneidad y heterogeneidad. En nuestro
corpus de M (figs. 2, 26 y 27) se advierte claramente que la pluralidad
de temas parece obedecer a reglas de construcción bastante sistemáti
cas.
En cuanto a M, se imponen tres comprobaciones:
1) no hay un solo título que presente un tema; para cada tema, hay
siempre, por lo menos, dos títulos, a veces tres e incluso más;
2) la diferencia entre los títulos relativos al mismo tema aparece
marcada a la vez por diferencias de dimensión, de tipografía y
de color;
3) otra serie de elementos gráficos subraya el hecho de que los tí
tulos relativos a un mismo tema están asociados entre sí: o bien
los títulos que remiten al mismo tema aparecen sobre un fondo
común, o bien se presentan rodeados por una línea que los encie
rra dentro de un mismo espacio, o bien el título más pequeño es
tá contenido dentro de una flecha que señala hacia el segundo
título. Estamos pues ante agrupaciones de títulos cuya estructu
ra deberemos analizar.
La organización discursiva que encontramos en estas portadas de M
responde así a un doble movimiento: a) diferenciación entre las unidades
que componen un mismo grupo o paquete de títulos; las variaciones de
dimensiones, de tipografía, de color, de disposición espacial señalan ne
tamente la división; b) copresencia de esas unidades que forman, preci
samente, un grupo. ¿Cómo se pueden describir estos dos aspectos com
plementarios? Hemos evocado este problema en el apartado anterior: la
sola copresencia de dos unidades en un mismo espacio discursivo engen
dra una relación entre ambas, pero el dispositivo de ubicación en el es
pacio no contiene marcas explícitas que definan la naturaleza de la rela
ción así instaurada. En nuestro caso, la división establecida por los
elementos gráficos de la diagramación, dentro de cada grupo de títulos,
señala la existencia de varios «niveles» diferentes, a veces hasta cuatro
(como ocurre en el caso del grupo de títulos sobre el caso Broglie).
140
Seguidamente enumeraremos las relaciones entre pares de elemen
tos que aparecen en el corpus (es decir con la forma xRy) aun cuando to
davía no podamos decir cuál es la naturaleza de las R. Será necesario
identificar las «x» y las «y» respetando las articulaciones de la diagra-
mación, tal como estas aparecen marcadas en superficie. A fin de cons
truir este repertorio, formulamos dos criterios:
1) Una variación en la dimensión relativa de los títulos indica una
jerarquía. Es importante tener en cuenta la indicación de esta
variación en la construcción de las relación. Situaremos conven
cionalmente el título más grande en la posición de primer ele
mento de la relación (es decir, en posición «x»). En los casos en
que la jerarquía es dudosa en cuanto a la dimensión relativa de
los caracteres, pondremos el título más largo en posición «x» y
marcaremos esa relación con el signo (°).
2) La copresencia entre dos títulos opera siempre por contigüidad.
En otras palabras, dos títulos que, formando parte del mismo
grupo, aparecen separados por un tercero, no tienen una rela
ción directa entre sí sino una relación indirecta que se establece
mediante el título interpuesto entre ambos. En nuestra primera
portada de M (fig. 2), por ejemplo, la unidad «el Caso Broglie» no
estará directamente ligada a las unidades del cuarto nivel (por
ejemplo, «Las altas conexiones del policía corrupto»); lo estará
por intermediación del título «Cada vez más turbio», lo cual nos
obligará, para explicitar esta relación, a reconstituir la unidad
compuesta: «El Caso Broglie» + «Cada vez más turbio» = «El ca
so Broglie (es) cada vez más turbio».
La aplicación de estos dos criterios nos permite confeccionar sin
ninguna dificultad la lista de relaciones entre pares de títulos de las
portadas de M: el cuadro 1 presenta ese repertorio.
141
Cuadro 1. Material textual de las portadas de Minute: pares de relaciones
X Y
142
tulo (figs. 4, 5, 6, 8, 16, 17, 20 y 22). Algunas de esas portadas
contienen dos títulos, pero no forman un grupo, pues cada título
remite a un tema diferente.
2) De las quince portadas restantes, hay cuatro en las cuales la je
rarquía entre las dos unidades es relativamente ambigua: figs.
9,13,14 y 21. Podemos situar como X el título más largo y mar
car el par con el signo (°). En realidad, en el caso de estas cinco
portadas uno puede preguntarse si pertenecen verdaderamente
al tipo de portada con dos unidades-títulos o más bien al de una
sola unidad.
Si tomamos este grupo de portadas, la identificación de las relaciones
da como resultado el cuadro 2. Ahora bien, basta comparar este último
cuadro con el primero para advertir que el orden definido por nuestros
dos criterios para situar «x» e «y», orden que no parece plantear proble
mas en el caso de las portadas de M, da un resultado netamente «artifi
cial» cuando examinamos las portadas del tipo de NO\ en muchos pares
nos parece intuitivamente que el orden inverso sería más «natural».
X Y
143
X Y
144
está aquí tanto más justificado por cuanto en varias de las relaciones
identificadas en el grupo de NO (cuadro 2) aparecen realmente los dos
puntos.
Hay que destacar que la aplicación de este test no supone que la ar
ticulación espacial entre dos unidades, por un lado, y los dos puntos, por
el otro, sean procedimientos discursivos intercambiables o equivalentes
en todas las relaciones. Lo que procuramos establecer es si la introduc
ción sistemática de la marca (:) en reemplazo de la articulación espacial
provoca o no comportamientos diferentes en cada uno de nuestros re
pertorios.
Dado que, para elaborar estos repertorios, atribuimos a cada título
la posición «X» o la posición «Y» precisamente aplicando, por así decirlo,
un criterio «ciego», es decir, siguiendo la marca espacial de la dimensión
relativa («el título más grande es el más importante y por lo tanto ocu
pará el lugar del primer término de la relación»), el objeto esencial del
test será observar el comportamiento de cada par de títulos en los dos
sentidos de la lectura (X:Y e Y:X).
En el caso de M> el test es concluyente: todas las relaciones identifica
das (cuadro 1) admiten la marca (:), sea cual fuere el orden de los térmi
nos. Por supuesto, esto no implica emitir ningún juicio previo sobre el con
tenido semántico de cada relación: posiblemente ese contenido cambie
cuando se cambie el orden de lectura. Volveremos sobre este punto.
Por un lado, la aplicación de este doble test a las relaciones de NO
presenta dificultades interesantes, en particular, por supuesto, en el or
den según el cual se construyó el cuadro 2, o sea, en el orden X:Y. Co
mencemos pues por este.
En cierto número de casos, la presencia de otras marcas nos impide
introducir los dos puntos, al menos sin modificar el texto más allá de los
dos criterios que nos fijamos. La forma interrogativa parece incompati
ble con los dos puntos (casos 9 y 21). La suspensión que implica el uso
de los puntos suspensivos (...) (casos 10 y 25) ¿no establece acaso una
distancia con el elemento siguiente que también es incompatible con los
tipos de vínculos -ya sea de coordinación, ya sea de predicación- que es
tablecen los dos puntos? Sea como fuere, si dejamos de lado los puntos
suspensivos, en un caso podríamos aplicar los dos puntos:
(NO 100 Los que juegan con el franco: los escándalos de la especulación
pero en el otro caso, esa marca produciría una forma difícil de inter
pretar:
(NO 25’) Después de la confesión de Marchais: comunistas (?)
En otros casos aparece una dificultad semejante:
(NO 13’) Cómo ven los franceses 1978: encuesta (?)
145
(NO 21’) Los verdaderos vencedores: elecciones (?)
(NO 24’) Cada cual juega su juego: elecciones (?)
(NO 26a’) Lo que piensan los franceses: energía nuclear (?)
(NO 24c’) Energía nuclear. Lo que piensan los franceses:
sondeo (?)2
Hay que destacar que tres de estos seis casos un poco extraños (13,14
y 21) son casos en los que la jerarquía entre los dos títulos es ambigua.
Evidentemente, si invertimos el orden de los términos, las seis relaciones
son perfectamente interpretables. La razón de esta «resistencia» a la in
versión parece bastante clara. En tres relaciones (14,21 y 24a) se recono
ce, en el orden (Y:X) el empleo que Fouquier llamó «encuadre» o «relación
locativa»3: la unidad que precede a los dos puntos cumple la función de
«marco» genérico de lo que se anunciará en la unidad que aparece des
pués de la marca (:). El caso 25 admite, o bien una lectura de tipo «locati
vo» o bien una lectura de tipo «interpelativo»4 (por lo demás, la tapa en
cuestión juega probablemente con esta ambigüedad). Los casos 13 y 24c
pueden interpretarse como relaciones locativas, pero también hay un in
grediente de tipo metalingüístico: (sondeo:) = («este es un sondeo») (en
cuesta:) = (»esta es una encuesta»). En estos dos últimos grupos de títu
los, me parece que la dificultad para invertir los términos es menor. Pero,
en todos los casos, la presentación del término más general en primer lu
gar (o de lo interpelado, en el caso 27) parece más «natural».
En otros tres casos, se manifiesta un nuevo tipo de dificultad:
2. Entre «Energía nuclear» y «Lo que piensan los franceses» hay dos puntos.
Ponemos un punto (.) para «neutralizar» esta articulación a fin de poder estu
diar la otra relación, la que se establece entre «Lo que piensan los franceses» y
«sondeo».
3. P es el marco lógico espacial, temporal o discursivo en el cual se define el
otro término del sintagma que es Q. La relación se establece entre un término
genérico y una o varias diferencias específicas, se construye sobre una diferen
cia de nivel entre P y Q (Fouquier, 1977:106). Preferiría conservar la expresión
relación locativa para indicar este tipo de relación, antes que «encuadre» a fin
de que no haya confusión con lo que llamo el «encuadre discursivo».
4. Sobre la relación de tipo «interpelación», véase Fouquier (1977).
146
La dificultad procede aquí de un aspecto del funcionamiento de los
dos puntos que Fouquier determinó muy bien: los dos puntos constitu
yen un modo de relacionar dos enunciaciones distintas y marcan una
especie de dislocación, en el nivel enunciativo, entre las dos unidades
(Fouquier, 1977). Ahora bien, la marca después va en sentido contrario:
la unidad introducida por el adverbio temporal aparece como comple
mento circunstancial de la unidad que precede a los dos puntos. Por
ello, si en lugar de los dos puntos, uno conecta los dos títulos con una co
ma, obtiene una única frase completamente normal:
(11”) Ser mujer en Argelia, después del rapto de Dalila Maschino co
metido por su hermano.
(23”) Las intimidades de la negociación, después de la proeza de Ro
bert Fabre.
(24b”) Energía nuclear. Lo que piensan los franceses, después de
Malville.
Nos quedan cinco portadas (1, 7,12,15 y 18). En una de ellas no te
nemos necesidad de introducir los dos puntos, porque ya están allí:
(7) Violencia: cómo juzgan los franceses su sociedad
147
te relaciones establecidas, sólo cuatro permiten introducir los dos pun
tos (1,7,12 y 18) y hasta dentro de esos cuatro casos, hay dos (1 y 20) en
los cuales el orden (Y:X) sería más natural.
Se impone una conclusión que da una forma concreta a nuestra «in
tuición» de partida. En NO, cuando en la portada hay dos títulos sobre
el mismo tema, la relación entre ambos está orientada. Según esta
orientación, el título más grande (que nosotros, aplicando los mismos
criterios que en el caso de M, situamos en posición X en el cuadro) es el se-
gundo término de la relación. En realidad, el criterio de disposición en el
espacio que aparece asociado a esta orientación es muy sencillo: un térmi
no X es sobretítulo, un término Y es título. Esta distribución puede ser in
dependiente de la dimensión relativa de uno y de otro, lo cual explica el
caso 7, que están tan orientado como los otros, pero en el cual el sobretí
tulo, excepcionalmente, aparece en caracteres mayores que los del título.
Si tenemos en cuenta esta orientación: /sobretítulo = título/, en todos los
casos podemos introducir los dos puntos entre las unidades.
En las portadas de M, en cambio, las relaciones entre pares de títu
los no están orientadas. Cada par de títulos admite la introducción de
los dos puntos, sea cual fuere el orden de los términos. Consecuente
mente, en M la disposición en el espacio determina una segregación de
títulos, pero no le marca una orientación a la relación entre pares de
unidades.
El test de los dos puntos nos ofreció la prueba de que, cuanto el te
ma central de una portada de NO se presenta mediante dos títulos, la
relación entre ellos está orientada. Si nos interrogamos ahora acerca
del contenido de las relaciones así establecidas, deberemos tener en
cuenta esta orientación. Trataremos al mismo tiempo de sintetizar lo
que sabemos sobre NO.
Las portadas de NO están construidas alrededor de un solo tema
central; ese tema se presenta o bien mediante un título único (las ocho
portadas que descartamos al hacer el repertorio de las relaciones xRy),
o bien mediante una composición orientada: sobretítulo —>título. En la
mayor parte de los casos, esta combinatoria puede interpretarse como
una relación «locativa».5 Teniendo en cuenta la orientación de la rela
ción, esta descripción es válida en el caso de los pares 7,9,13,14,15,18,
19, 21, 24a y 25 del cuadro 2. En otras palabras: en la gran mayoría de
los casos, NO presenta en su portada un título único que puede estar o
148
no encuadrado por un sobretítulo. Esta formulación subraya una vez
más la homogeneidad característica de NO. Aun cuando haya una di
ferenciación entre dos subunidades (sobretítulo/título) la articula
ción es muy fuerte: la relación está orientada, pues el sobretítulo no
es más que una expresión genérica que define el marco conceptual
del título principal.
Seis relaciones quedan excluidas, por razones diversas, de esta des
cripción. Observémoslas más atentamente. Tres de ellas confirman la hi
pótesis sobre la homogeneidad constructiva de NO: son los tres ejemplos
en los que el subtítulo comienza con el adverbio temporal «después» (11,
23 y 24b). Ya hemos mostrado que, en este caso, la estructura sobretítulo/
título se obtuvo por dislocación de una frase única: se descompone la fra
se introduciendo el complemento circunstancial como sobretítulo. La re
lación entre las dos unidades puede asimilarse precisamente a la que
Fouquier llama «circunstancial», en el caso de los dos puntos (Fouquier,
1977:107). Para nosotros, no se trata de una relación «locativa», pues el
sobretítulo no es, hablando con propiedad, una expresión genérica; con
tiene operadores de identificación de un acontecimiento singular («el rap
to de Dalila Maschino», «la proeza de Robert Fabre», «Malville»).
Esto también es válido en otras dos relaciones en las que el sobretí
tulo contiene también operadores de identificación («Broglie», «Portu
gal»), Pero allí reconocemos fácilmente lo que Fouquier llama la «rela
ción predicativa» en la que R puede reemplazarse por es. En estos dos
casos, la copresencia de las dos unidades (ya sea mediante la estructu
ra sobretítulo/ título, ya sea mediante los dos puntos) da por resultado
una identificación no asertiva de las dos unidades:
149
Ha llegado el momento de indagar las relaciones entre las unida-
de s'títulos de las portadas de M. El test de los dos puntos nos mostró
que esas relaciones no están orientadas, de modo que podemos esperar,
a priori, no encontrar en M esa relación que es sumamente frecuente en
NO, a saber, la relación locativa: subrayamos, en efecto, la resistencia
de esta relación a la inversión.
Tomemos la primera portada de M (fig. 2), en la que encontramos la
agrupación más compleja de títulos, que incluye cuatro niveles. El nú
cleo de esa agrupación es el título grande «El caso Broglie» que mantie
ne relaciones hacia arriba y hacia abajo:
Podría decirse que, de todos modos, estas relaciones tienen algo del
orden del «encuadre», de la relación locativa, en la medida en que x de
signa un tema (El caso Broglie) e y dice algo, informa sobre algo relati
vo a ese tema. No obstante, dado que ninguno de los dos términos es
una expresión genérica propiamente dicha, esas relaciones se distin
guen de la relación locativa por el hecho de admitir la inversión:
150
Segundo, conviene destacar que en este caso la inversión parece re
forzar aun más la identidad establecida con la palabra es. (Ib’) puede
leerse, en efecto, como:
«Si hay algo que se vuelve cada vez más turbio, es el Caso Broglie»
Si consideramos las dos relaciones juntas, vemos que surge una ne
ta estructura inferencial:
«El Caso Broglie = (es) cada vez más turbio —>(pues, en efecto) (hay)
más revelaciones sobre el príncipe mercader»
«(Hay) más revelaciones sobre el príncipe mercader (por lo tanto)
el Caso Broglie = (es) cada vez más turbio»
La misma estructura articula el núcleo de la agrupación con el cuar
to nivel:
«El caso Broglie —>(es) cada vez más turbio (pues, en efecto) (está)
el absurdo «móvil de la “Reine Pédauque”»
(pues, en efecto) se vuelve a hablar de tráfico de armas
—>(pues, en efecto) un policía corrupto tiene altas conexiones
conclusión justificación
151
El tema central de las otras dos tapas (figs. 26 y 27) parece tratado
de una manera análoga, aunque simplificada: hay, respectivamente,
tres y cuatro unidades-títulos para cada tema, pero sólo dos niveles. El
nivel «inferior» aparece tratado según el mismo principio que acabamos
de ver: varias unidades se presentan como situadas en un mismo plano,
de modo tal que su enumeración hace las veces dqfundamento de lo que
se dice en el título grande. En la tapa 29, la estructura del grupo tam
bién es de tipo inferencial:
LA MAYORÍA DE CHIRAC
A
?
Nuestros reporteros
en los bastidores de la reunión
LA MAYORÍA
Las preguntas que DE CHIRAC
se hacen en la derecha
153
'1
154
Nuestra agrupación de partida (»E1 Caso Broglie») aparece así como
una composición del modelo mínimo y el modelo «de recorrido explicitado»:
yi y3
M y la desconfianza
155
textual, entre dos unidades-títulos distintas, habitualmente una de las
unidades se limita a dar la localización genérica donde se inscribe el te
ma de la otra unidad. En consecuencia, no hay ningún contraste entre las
funciones respectivas de cada unidad: la mayor generalidad de uno “re
clama” la especificación aportada por la otra. Nadie argumenta.
En M, la portada se construye sobre la base de un desdoblamiento
repetido: en una misma portada se habla de varios temas diferentes y
cada tema se organiza alrededor de una dislocación entre dos niveles.
Hay todo un sistema de marcas gráficas que contribuye a destacar la
segregación entre las unidades de cada nivel: la dimensión, la tipogra
fía, el color, la diagramación. Esta distancia entre las unidades-títulos
está reforzada por la reversibilidad de las relaciones que se instauran
entre ellas: cada agrupación de títulos permite iniciar la lectura en
cualquiera parte.
La producción de ese desdoblamiento, el engendramiento de esa dis
tancia, es la condición necesaria para poner en marcha un movimiento
discursivo bien determinado. Este movimiento consiste en hacer que esta
distancia sea la distancia de una sospecha, en definir ese desdoblamien
to como el espacio de una desconfianza. Lo que anuncia una unidad lle
ga a ser así la manifestación de la «cara oculta» de lo que dice la otra: si
una de las unidades enuncia, la otra denuncia; o más bien: una enuncia
o anuncia, a fin de que la otra denuncie. Ahora se comprende por qué el
desdoblamiento es la estructura básica: fundamenta el movimiento mis
mo de la denuncia: El caso Broglie/es turbio; La mayoría de Chirac/sus
entretelones; La muerte de Amaury/suscita interrogantes. A menudo, es
ta estructura de base aparece rodeada de una articulación arguméntate
va. Entendámonos: no se trata de aportar pruebas. La denuncia no se
prueba: basta con reunir los indicios que, evidentemente, la justifican.
Los «pues», los «por lo tanto», las justificaciones y las conclusiones (se
han diseminado algunas en cada tapa) no hacen más que situar, en las
distancias discursivas producidas por la fuerte segregación de las unida
des, algunos deslizamientos que convergen, que apuntan a la evidencia
en que se basa la economía del conjunto: cada tema de la actualidad, ca
da acontecimiento del que probablemente el lector haya oído hablar (¿El
caso Broglie? ¿La mayoría de Chirac? ¿La muerte de Amaury?) tiene sus
cosas ocultas, y esas cosas, yo sé lo que le digo, no son algo agradable de
ver; echémosles una mirada juntos...
¿Quién sabe lo que dice? El enunciador Minute, por supuesto. El es
pacio creado por el desdoblamiento es precisamente el espacio donde el
enunciador del discurso despliega sus evaluaciones, expone sus prue
bas, anuncia sus conclusiones: enunciador-denunciante. Puede presen
tarse, sin dificultad, de manera explícita: «Nuestros reporteros entre los
156
bastidores...». O, como en este otro ejemplo, tomado del último número
(el último en el momento en que escribo este texto):
157
X
es
turbio
X, usted lo sabe,
es turbio
y bien, es todavía
más turbio de
lo que usted se imaginaba
158
se Lacan, 1966: 429). Cada agrupación de títulos pone en marcha una o
varias «imputaciones de nocividad»: desposeimiento (violación del se
creto), profanación (violación de la intimidad), persecución (espionaje e
intimidación), prestigio (difamación y atentado al honor) (ibid.: 110-
111). Esta estructura es, por supuesto, compulsiva: no les ahorra sus
dardos ni a los temas ni a los personajes que le son ideológicamente afi
nes (como en el caso de Chirac). Todo se somete a esta ley discursiva que
consiste en engendrar una distancia para instalar en ella la sospecha.
¿Cuál es el vínculo profundo que une la estructura del desdobla
miento con la economía discursiva de la extrema derecha? Este ejerci
cio de descripción desemboca así, como corresponde, en nuevos interro
gantes.
(1982)
Referencias bibliográficas
159
Figuras
ÍÁMORT
D'AMAURY
Oes questions i
De plus
PP\...
en plus lonche
L'absurde 1 Oii
Oúron
Ton B leshautes
mobile de
«loiiilede i reparle
reparle 8 refations
«H - « . b 8de. Irirfkt
. . . •S —
du i—
poltcier
----
ilO*
I p é d o u q u e " | d'armes | >/nmtfákmntí
corrompa
ifnTirrrrT~ini:ffawtTifafrl*M
M
*M
*a*a9e”egiJM
I,IIM
iai"i*11****<*fl^
Figura 1 Figura 2
Figura 3 Figura 4
LOS
AUTENTICOS
TBAlOOflES
ROMPANT000
¿que
LOÜIG£?
AL
DESCUBIERTO
1
Figura 5 Figura 6
Figura 7 Figura 8
162
163
165
166
¡p m A B A T T fíE
c h i m o
l e s P e s i a n * d a 'T o p á r o f io n
c a « e - r e i n 3 /' i>D e* « itid a r je s
(lie n u iu s té x « " I n p o f f t i q » ,
oti n s b le s io p u s t s u í i i o !" ,
SA SECRfTAIRE-TICRESSE
flR R O R IS A IT LE "P R EM IIR " SOCiAUSTE
Figura 25 Figura 26
Figura 27
Enunciación: de la producción
al reconocimiento
8
Cuando leer es hacer:
la enunciación en el discurso
de la prensa gráfica
Procuraré esbozar aquí los contornos de lo que me parece ser un nuevo te
rritorio de la semiología: el del sentido en recepción o, si se prefiere, el de
los «efectos de sentido». La «primera semiología» (la de la década de 1960)
puede caracterizarse como inmanentista: se trataba de definir un «cor-
pus» y de atenerse a él a fin de describir el funcionamiento connotativo
del sentido; ante los enfoques psicologiz antes o sociologizantes, era nece
sario valorizar el mensaje mismo.1 La «semiología de segunda genera
ción» (la de la década de 1970), al tratar de superar un punto de vista un
poco estático y taxonómico, comenzó a hablar de producción de sentido
por influencia (difusa) de las «gramáticas generativas»: partiendo de los
textos, se trataba de reconstituir el proceso de su engendramiento.2Suge
riré que la semiología de la década de 1980 debe ser una semiología capaz
de integrar en su teoría los «efectos de sentido» o no será nadá. Sólo así
abarcará el conjunto de su esfera: el proceso que va desde la producción
de sentido hasta el «consumo» de sentido, donde el mensaje es un punto
de pasaje que sostiene la circulación social de las significaciones.
El problema no es sencillo, pues un mensaje nunca produce un efec
to de manera automática. Todo discurso bosqueja un campo de efectos
171
de sentido y no un efecto y sólo uno. El paso de la producción a la recep
ción (aunque prefiero llamar a esta última «reconocimiento») es comple
jo: no hay una causalidad lineal en el universo del sentido. Al mismo
tiempo, un discurso dado no produce cualquier efecto. La cuestión de los
efectos es, por consiguiente, insoslayable.
En esta semiología de «tercera generación» se plantea una proble
mática destinada a aportar una contribución capital: la relativa al fun
cionamiento de la enunciación.
La enunciación
Conviene no separar el concepto de «enunciación» del par de términos
enunciado/enunciación. El orden del enunciado es el orden de lo que se
dice (de manera aproximativa, podría afirmarse que el enunciado es del
orden del «contenido»3); la enunciación, en cambio, corresponde no al or
den de lo que se dice, sino al decir y sus modalidades, a las maneras de
decir. Si comparamos dos frases: «Pedro está enfermo» y «Yo creo que
Pedro está enfermo», se puede decir que lo que se enuncia es idéntico en
ambos casos: el estado de salud predicado de Pedro. Si estas dos frases
son diferentes, no lo son en el plano del enunciado, sino en el plano de
la enunciación: en la primera, el locutor afirma que Pedro está enfermo
(podemos decir: el enunciador presenta la enfermedad de Pedro como
una evidencia objetiva); en la segunda frase, el locutor califica lo que di
ce como una creencia y se atribuye esta última.
Lo que varía de una frase a otra, no es lo dicho, sino la relación
del locutor con lo que dice, las modalidades de su decir. Los pronom
bres personales son, típicamente, elementos lingüísticos que se si
túan en el plano de la enunciación y no en el plano del enunciado. Así
es como «yo» resulta una expresión «vacía»: podríamos decir que no se
«llena» hasta el momento mismo en que se la utiliza, pues por sí sola
no designa más que a la persona que la emplea en un momento dado.
Es por ello que los lingüistas tienen la costumbre de asociar los ele
mentos de la enunciación a las situaciones de habla: como «yo», «us
ted», «aquí», «ahora», «ayer», etc., los elementos referentes a la enun
ciación estarían íntimamente vinculados a lo que se llama,
precisamente, la «situación de enunciación». Ahora bien, el inconve
niente de dar una definición situacional de la enunciación es que tal
definición sigue demasiado asociada al funcionamiento de la palabra,
172
es decir, a lo oral. En el caso de la prensa gráfica, por ejemplo, no hay,
hablando con propiedad, una situación de enunciación que abarque a
la vez al locutor y a un «alocutario». Sin embargo, como veremos lue
go, la distinción entre enunciado y enunciación es perfectamente
aplicable al discurso de la prensa gráfica; y hasta es fundamental pa
ra comprender el funcionamiento de esta última. En consecuencia,
nos limitaremos aquí a interpretar la oposición enunciado/enuncia
ción como reflejo de la distinción entre lo que se dice y las modalida
des del decir.
En un discurso, sea cual fuere su naturaleza, las modalidades del
decir construyen, dan forma, a lo que llamamos el dispositivo de enun
ciación. Este dispositivo incluye:
1. La imagen del que habla: llamamos a esta imagen «el enuncia
dor». Aquí, el término «imagen» es metafórico. Se trata del lugar
(o los lugares) que se atribuye a sí mismo quien habla. Esta ima
gen contiene pues la relación del que habla con lo que dice.
2. La imagen de aquel a quien se dirige el discurso: el destinatario. El
productor del discurso no solamente construye su lugar o sus luga
res en lo que dice; al hacerlo, también define a su destinatario.
3. La relación entre el enunciador y el destinatario que se propone
en el discurso y a través del discursoA\
Hay pues que distinguir bien, por un lacfo al emisor «real» del enun
ciador, y por otro lado, al receptor «real» del destinatario. Enunciador y
destinatario son entidades discursivas. Esta doble distinción es funda
mental: un mismo emisor podrá, en discursos diferentes, construir
enunciadores diferentes, según, por ejemplo, el target al que se apunta;
al mismo tiempo, construirá a su destinatario de una manera diferente
en cada ocasión.
Todo soporte de prensa contiene su dispositivo de enunciación: este
último puede ser coherente o incoherente, estable o inestable, puede es
tar cabalmente adaptado a su público de lectores o adaptado sólo en
cierto grado. En el caso de la prensa gráfica, llamaremos a este disposi
tivo de enunciación el contrato de lectura.
La enunciación y el «contenido»
173
de enunciación muy diferentes.4 Lo que el enunciador dice, las cosas de
las que se supone que habla, constituyen una dimensión importante del
contrato de lectura. Pero está claro que cuando se presta atención al
dispositivo de enunciación, ya no se analiza el enunciado de la misma
manera en que lo hace, por ejemplo, el análisis de contenido.
El hecho de que un mismo contenido, un mismo dominio temático,
pueda estar a cargo de dispositivos de enunciación muy diferentes ad
quiere un interés particular en el caso que nos ocupa, el de la prensa grá
fica. En relación con los problemas de posicionamiento de los soportes de
prensa, muy a menudo tenemos que vérnoslas con universos de compe
tencia muy cerrados, en los que varias revistas, muy semejantes entre sí
desde el punto de vista temático, se dividen un lectorado relativamente
homogéneo en cuanto a su perfil sociodemográfico. El caso de las revis
tas femeninas mensuales denominadas «de gama alta» son un buen
ejemplo. Ahora bien, en este tipo de casos, revistas que cubren aproxima
damente los mismos temas, es decir, difícilmente distinguibles en cuan
to a su contenido, pueden resultar muy diferentes unas de otras en el
plano del contrato de lectura. De modo que el estudio de este último es lo
que puede permitir captar exactamente la especificidad de un soporte y
valorizar esta especificidad en relación con sus competidoras.
Otro ejemplo es el de los sectores nuevos, más o menos especializa
dos. Vemos florecer una multiplicidad de nuevos soportes que procuran
constituir su colectivo de lectores alrededor de un centro de interés (in
formática, juegos electrónicos, vídeo, etc.). Evidentemente, de tales re
vistas sólo sobrevivirán aquellas que logren construir un contrato de
lectura adaptado al terreno en cuestión: el éxito (o el fracaso) no pasa
por lo que se dice (el contenido), sino por las modalidades de decir el
contenido.
Con frecuencia, el estancamiento o la baja de lectores resulta de
una alteración progresiva e imperceptible del contrato, o bien de la in
troducción de modificaciones de redacción que engendran una incohe
rencia en el contrato. Lo que crea el vínculo entre el soporte y su lector
es el contrato de lectura.
Como puede verse, la semiología de la enunciación, aplicada a la
identificación y al análisis detallado del contrato de lectura de los so
portes de prensa, suministra informaciones específicas que no se pue
den obtener por ningún otro método existente. Cuando se trata precisa
mente de clasificar soportes de prensa cuyo lectorado tiene una
composición casi idéntica, la manipulación de los datos sociodemográfi-
cos alcanza un techo que no puede superar. Los métodos del tipo «estilo
174
de vida» proponen categorías de análisis que no tienen ninguna especi
ficidad en lo que a la prensa se refiere: no hay ningún pasaje preciso en
tre tal o cual categoría de estilo de vida y una recomendación de estra
tegia redaccional o una argumentación convincente para atraer a los
anunciantes; ese paso es siempre de naturaleza intuitiva. En cuanto al
análisis de contenido clásico, su capacidad de descripción sólo alcanza
un aspecto del contrato de lectura: las variaciones temáticas que se dan
dentro del contenido del soporte. Estas variaciones.no son desdeñables,
pero las más de las veces distan mucho de ser la dimensión más impor
tante. En cambio, en cuanto al funcionamiento de la enunciación, esta
es una dimensión que escapa, por definición, al análisis de contenido,
puesto que la enunciación no corresponde al orden del contenido.
De modo que, en este terreno, la semiología tiene una importante
contribución que hacer, y que le es exclusiva.
Variaciones enunciativas
175
presentados por la modelo de portada. La configuración de todos esos
elementos anuncia un enunciador pedagógico que preordena para el
lector el universo del discurso; que va a guiarlo, que va a contestar sus
preguntas, a explicarle, en suma a informarlo, manteniendo sin embar
go con él una distancia objetiva.
Comparemos esa portada con otra, ahora de Marie Claire (fig. 4). En
este caso no hay ninguna clasificación; todos los títulos se presentan en
una lista compacta, y por su tamaño tienen todos una importancia com
parable. Como en el caso anterior, la imagen de la modelo es soporte de
moda, pero un solo texto podría articularse con ella: «30 vestimentas
anti-frío». Si la imagen se hace cargo de la moda, el enunciador Marie
Claire habla de muchas otras cosas: las relaciones amorosas, la sexua
lidad, el robo en la calle. La imagen y los textos están aquí mucho más
disociados, montados en cierto modo en paralelo y nos encontramos
además ante un enunciador que deja a la lectora la libertad de decidir
la importancia relativa de los temas tratados. Hay distancia, como en el
caso anterior (pues no aparece ninguna interpelación, ningún «noso
tras», ningún «usted» que establezca un vínculo con la destinataria) pe
ro es una distancia sin pedagogía.
Al examinar una portada de Cosmopolitan (fig. 1) entramos en un
universo completamente diferente. Ante todo, se transmite comparativa
mente una impresión de mayor desorden: mucho texto, distribuido en
unidades complejas, cada una de ellas con dos niveles. Hasta podríamos
decir que el enunciador exhibe un cierto desorden: el vínculo con la lecto
ra no se construye precisamente sobre la pedagogía de la clasificación. En
el interior de esta combinatoria, el enunciador dialoga con la destinata
ria, y hasta pone en escena la palabra de esta última: «¿Por qué ellos
siempre me dejan?». «Gano, luego existo», dice la lectora en el título prin
cipal, y el subtítulo completa: «La verdadera liberación son nuestros sala
rios», donde el nuestros construye un colectivo que incluye a la vez al
enunciador y al destinatario. Se instaura así un juego de lenguaje que ex
presa la complicidad entre ambos. Este marco de complicidad (en las an
típodas de la distancia didáctica) le permite a Cosmopolitan transmitir
valores implícitos, dar consejos, impulsar cierta liberalización de las cos
tumbres. En este caso, la imagen de portada se construye de una manera
muy diferente de la empleada en Marie France y Marie Claire: no es un
soporte de moda. En efecto, lo que la modelo lleva puesto prácticamente
no se ve y además no tiene ninguna importancia: esta figura de mujer es
una suerte de «logotipo» abstracto. La imagen tiene aquí la función de
materializar un modo de vida: «Vivir al estilo Cosmopolitan» (nombre de
una rúbrica permanente de la revista), modo de vida que se transmite
mediante la complicidad que establecen los títulos.
176
Orden, intensa articulación entre los elementos, posición de enun
ciación pedagógica (.Marie France); presentación en paralelo de dos dis
cursos que no se tocan: la distancia «objetiva» del testimonio y del re
portaje, por un lado; la moda, refinada y silenciosa, por el otro CMarie
Claire)', complicidad alrededor de un estilo de vida del que la revista es,
de algún modo, la «marca» (Cosmopolitan). Tres revistas femeninas,
tres modalidades diferentes de anunciar un contrato en la portada.
Evidentemente, la presencia o la ausencia de una posición de enun
ciación pedagógica no es sólo una cuestión de lenguaje; tiene que ver
además con los modos de tratamiento de la imagen. Otro sector clásico
de la prensa gráfica, el de las revistas de decoración, ofrece múltiples
ejemplos de variaciones enunciativas en la imagen. Por un lado, reen
contramos la estrategia pedagógica, cuando todos los elementos del tra
tamiento fotográfico -los cromatismos, la nitidez homogénea de los ob
jetos, la uniformidad de la iluminación, las señales de ocupación del
lugar (por ejemplo, una chimenea encendida)- están allí para significar
que el enunciador tiene una voluntad informativa (fig. 5). El destinata
rio es definido como alguien motivado por una intención apropiativa y
práctica; el hecho de que el destinatario evalúe cada elemento, con mi
ras a una posible utilización, es la cuestión esencial. Por otro lado, en los
productos de nivel más alto del sector, encontramos imágenes que ocul
tan tanto como muestran una decoración. En este caso (fig. 6), la mane
ra de mostrar es tan importante, si no más importante, que aquello que
se muestra: la imagen invita al destinatario a tomar la distancia del es
pectador, a adoptar un punto de vista estético y, por lo tanto, a anular
toda motivación apropiativa. La diferencia es muy importante y tiene
múltiples consecuencias en todos los niveles de funcionamiento del dis
curso de la prensa gráfica. Porque la posición de enunciación pedagógica
define al enunciador y al destinatario como desiguales: el primero mues
tra, explica, aconseja; el segundo mira, comprende, saca provecho. La po
sición de enunciación «distanciada» y no pedagógica induce cierta sime
tría entre el enunciador y el destinatario: el primero, al exhibir una
manera de ver las cosas (fig. 7), invita al destinatario a adoptar el mismo
punto de vista o al menos a apreciar la manera de mostrar tanto como lo
que se muestra. Por esta razón esa enunciación «distanciada» termina
por proponer un juego al destinatario, un juego en el que el enunciador y
el destinatario se sitúan en el marco de una complicidad creada por el he
cho de que comparten ciertos valores culturales. Queda claro pues que
esas variaciones en la enunciación están asociadas a los «niveles de ga
ma» de los soportes.
En el universo de la prensa de actualidad, la voluntad de transpa
rencia (o, por el contrario, de relativa opacidad) del enunciador se tra
177
duce en modalidades de escritura muy diferentes. Tomemos un ejemplo.
Uno de los principales problemas que debe resolver la prensa semanal
de actualidad es el de decidir por dónde pasa la frontera entre lo que se
va a presentar como ya conocido por el lector y aquello que se lleva a
proporcionar como información (es decir, lo que se presentará como no
conocido por el destinatario). No siempre es sencillo trazar este límite y
los semanarios de actualidad pueden clasificarse según el modo de «do
sificar» los elementos informativos y los elementos no informativos.
Consideremos estos dos títulos:
(1) Líbano: la negociación fracasó.
(2) El fracaso libanés.
El título (1) es informativo; el título (2) no lo es. El título (1) presen
ta el fracaso como una información que se le proporciona al destinata
rio, es decir, ese título supone que el destinatario sabe que en el Líbano
se está desarrollando una negociación, pero no sabe que esa negociación
acaba de fracasar. Ninguno de los elementos del título 2 es informativo
en relación con el acontecimiento: lo que anuncia no es que haya fraca
sado la negociación en el Líbano, sino que el enunciador va a hablar de
ese fracaso, cuya existencia se da como conocida por el destinatario.
Un soporte como París Match, por ejemplo, es informativo en todos
los niveles de organización de su texto (título de portada/título del artí
culo en el interior de la revísta/volanta/epígrafe de la fotografía/texto
del artículo). En cada uno de esos niveles, se da al destinatario una in
formación que se supone que no tiene. Al avanzar desde el título hacia
el artículo, el lector progresa en la información, pero en cada etapa ob
tiene parte de ella; si se detiene en medio de la marcha, ya sabe algo del
evento en cuestión, París Match permite así varios niveles de lectura.
En los semanarios llamados «news», en cambio, todos los elementos
que enmarcan el texto de los artículos (títulos y volantas) son opacos, no
informativos: sólo tienen la función de incitar al lector a leer el artícu
lo. Si el lector se limita a recorrer los títulos, no obtiene información so
bre los acontecimientos; lo que encuentra es un juego de lenguaje que
sirve para construir la complicidad entre el enunciador y el destinata
rio, mediante el empleo de elementos que remiten permanentemente a
objetos culturales que se supone que uno y otro conocen. Cada título es
una «clave» cuya descodificación funciona como «prueba» de pertenen
cia a un universo cultural compartido:
178
Esta maniobra enunciativa fundamental, que consiste en atribuir
cierto saber al destinatario (al construirlo como más o menos «informa
do», más o menos «cultivado», más o menos capaz de identificar alusio
nes, etc.) determina la «transparencia» o la «opacidad» relativa del dis
curso. Que un discurso sea comparativamente opaco significa que
privilegia la enunciación por encima del enunciado, que exhibe sus mo
dalidades de decir más que lo que dice.
De la producción al reconocimiento
m
badamente, en el momento de la lectura: en reconocimiento.5 De modo
que es necesario indagar, entre los lectores del universo de competencia
estudiado, qué ocurre con los contratos propuestos por los soportes que
forman parte de este universo, cuál es la eficacia relativa de cada con
trato, sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Este es el objeto de la fa
se de trabajo de campo que siempre debe completar el análisis semioló-
gico. En consecuencia, al estudiar cada soporte, es necesario trabajar
con sus lectores y sus no lectore^ansea mediante entrevistas semidiri-
gidas, ya sea en grupos proyectiv^s^ana vez que el análisis semiológico
nos ha permitido determinar las dimensiones fundamentales de cada
contrato, lo que queda por hacer es testearlas. Partiendo de materiales
extraídos de los soportes estudiados se prepara una serie de ejercicios
proyectivos que inducen a los lectores y a los no lectores a pronunciar-
se acerca de los diversos elementos que ilustran cada aspecto del con
trato de lectura: portadas, fragmentos de artículos, ejemplos de diagra-
mación, variaciones en la articulación imagen/texto, variaciones en la
organización de los elementos del encuadre (títulos/subtítulos/volan-
tas), etcétera.
No insistiré sobre este aspecto, que se refiere a métodos de trabajo
de campo bien conocidos. Me limitaré a subrayar que, desde mi punto de
vista, el test del contrato de lectura forma parte de la estrategia de con
junto de un procedimiento con vocación semiológica: en un enfoque se
miológico completo, el análisis del corpus mismo queda «apresado» en
tre la problemática de la producción y la problemática de la recepción.
Ahora bien, en la etapa dedicada a precisar el modo de funcionamiento
de un contrato entre lectores y no lectores, no se trata de realizar un
análisis más o menos estandarizado de un material proyectivo obtenido
mediante entrevistas o en reuniones de grupo; la interpretación de los
datos del terreno está enteramente guiada por los resultados del análi
sis semiológico. Sólo a la luz de este último adquiere su verdadera sig
nificación el material referente a lo que los lectores y no lectores espe
ran, a sus intereses, a sus rechazos, a los elementos del imaginario que
expresan.
Sin el análisis semiológico del contrato de lectura, un estudi# desti
nado a reunir datos sobre un lectorado difícilmente pueda escapar a la
banalización: en un sector determinado de la población, los consumido
res de la prensa no tienen intereses, expectativas, motivaciones o nece
sidades en general. Todos estos elementos están estructurados, organi
zados, «trabajados» en permanencia por los discursos mediáticos a los
180
que los consumidores son más o menos fieles. Como en muchas otras es
feras, el análisis semiológico sirve en este caso para hacer justicia a la
especificidad del objeto estudiado; un soporte de prensa es, por cierto,
un «producto», pero no es un producto como los demás.
El concepto de contrato de lectura implica que el discurso de un so
porte de prensa es un espacio imaginario en el que se le proponen al lec
tor múltiples recorridos; es, de algún modo, un paisaje en el cual el lec
tor puede elegir su camino con mayor o menor libertad, con zonas en las
que corre el riesgo de perderse o que, por el contrario, están perfecta
mente señalizadas. Este paisaje puede ser más o menos llano, estar más
o menos contrastado. A lo largo de su trayecto, el lector encuentra per
sonajes diversos que le proponen actividades diversas y con los cuales
siente más o menos ganas de entablar una relación, según la imagen
que le transmiten, la manera en' que lo tratan, la distancia o la intimi- <*/
dad que le proponen. Un discurso es un espacio habitado, rebosante de
actores, de escenarios, de objetos, y leer es «poner en movimiento» ese
universo, aceptando o rechazando, yendo más bien a la derecha o más
bien a la izquierda, dedicando más o menos esfuerzo, escuchando con
un oído o con los dos. Leer es hacer; de modo que hay que terminar con
el enfoque tradicional que se limita a caracterizar al lector «objetiva
mente», es decir,pasivamente, en términos de nivel socioeconómico o de
estilo de vida, sin plantearse nunca la cuestión de saber qué hace (o qué
no hace) cuando lee: si llegamos a responder a esta pregunta compren
deremos mejor las razones por las cuales cada uno lee lo que lee.y
181
dar, para la «semiología de tercera generación» ya no lo es. Por cierto,
para esta última el verdadero objeto no es el mensaje mismo (sea cual
fuere la manera de conceptualizarlo, como un conjunto de signos o como
un discurso) sino el proceso de producción /reconocimiento del sentido,
sentido para el cual el mensaje no es más que el punto de pasaje.
Cuando se trabaja en la etapa del reconocimiento, uno debe abordar
dos conjuntos discursivos: un corpus cuyas propiedades se analizan y
un conjunto constituido por los discursos de los receptores (en este ca
so, lectores y no lectores de determinados soportes de prensa). Definiré
pues la cuestión de los efectos como la de las relaciones sistemáticas en
tre estos dos conjuntos: permanezco en la esfera de la semiótica porque
sólo trabajo con relaciones interdiscursivas. En realidad, no veo clara
mente qué podría ser «el efecto de sentido» de un discurso, desde el pun
to de vista semiótico, sino otro discurso en el cual se manifiesta, se re
fleja, se inscribe, el efecto del primero. Así es como, en el caso del estudio
del contrato de lectura, por un lado selecciono un corpus de soportes de
prensa que me permite trabajar en la etapa de producción a fin de re
constituir la gramática de producción de cada uno de los soportes y por
el otro, procuro reconstituir, a partir del discurso de los receptores, las
gramáticas de reconocimiento que siempre son varias, puesto que un
dispositivo de enunciación dado nunca produce un solo efecto, sino
siempre varios, según los receptores.
En consecuencia, no estoy dispuesto a dejar la cuestión de los efec
tos en manos de otros (psicólogos, sociólogos, psicoanalistas, etc.). Es
cierto que, en esta perspectiva, el semiólogo se encuentra en una posi
ción difícil: por un lado, dice que un mensaje nunca produce un solo
efecto, que siempre son posibles numerosos efectos, y, por el otro, asegu
ra que un mensaje nunca produce cualquier efecto. Creo que, cierta
mente, si uno afirma ambas cosas a la vez, se halla en una situación
muy incómoda en lo que a causalidad se refiere.
Considero que hay que tratar de preservar esta ambigüedad y per
manecer en una posición que consiste en decir que ningún efecto de sen
tido es automático, que ningún efecto de sentido corresponde al orden
de una relación lineal causa/efecto, pero que al mismo tiempo hay efec
to de sentido y que ese efecto tiene alguna relación con las propiedades
del mensaje.
¿Por qué hay que intentar permanecer en esta posición incómoda?
Porque si el semiólogo «deja el tema de los efectos en manos de otros»,
esto implica una ruptura extraña de la realidad. En efecto, ¿hay una
causalidad significante? Yo creo que sí. En ese caso, habría un especia
lista de las causas (el semiólogo) incapaz de interrogarse sobre los efec
tos y especialistas en los efectos (los otros) que no sabrían nada sobre
182
las causas. Esta situación, esta extraña distribución de competencias,
desemboca en lo que Roland Barthes denunció hace tiempo: quienes se
ocupan de los efectos de los mensajes sin interrogarse acerca de la na
turaleza de las causas están inevitablemente condenados a naturalizar
el signo.
(1984)
Referencias bibliográficas
183
Figuras
Figura 1
185
i
i
Figura 2
Figura 3
Figura 4
189
190
9
Prensa gráfica y teoría de los
discursos sociales: producción,
recepción, regulación
193
labras, en relación con la prensa gráfica es necesario progresar en la
teorización de los objetos discursivos.
En segundo lugar, no creo que se llegue a una teoría de lo discursi
vo por prolongación y/o reorganización de un enfoque lingüístico (sea de
la índole que fuere). La prensa gráfica es precisamente un buen terreno
para practicar, en mi opinión, la única estrategia posible, la que consis
te en abordar lo complejo como tal, en su propio nivel, sin caer en la ilu
sión de suponer que, partiendo de lo simple, por composición y con pa
ciencia, se puede llegar a lo complejo.
En tercer lugar, si se parte de objetos complejos los macrofunciona-
mientos discursivos sobredeterminan los microfuncionamientos lin
güísticos. Por ello, aquí son fundamentales ciertos macroconceptos. Pre
cisamente, en el nivel de los macroconceptos es posible captar la
influencia que ejercen las condiciones productivas en el discurso y, por
lo tanto, el arraigo de estos últimos en la sociedad y en la evolución his
tórica.
Los lugares de manifestación de estos macrofuncionamientos dis
cursivos son, en nuestras sociedades industriales, los medios. El térmi
no «medios», designa para mí no solamente un dispositivo tecnológico
particular (por ejemplo, la producción de imágenes y de sonidos sobre
un soporte magnético) sino la conjunción de un soporte y de un sistema
de prácticas de utilización (producción/reconocimiento). El vídeo do
méstico, que termina siendo el registro de escenas de la vida familiar, y
la televisión destinada al gran público no se diferencian por la natura
leza del dispositivo tecnológico, aunque por cierto no se trata en uno y
otro caso del mismo «medio». Los diferentes procedimientos que condu
cen a un texto escrito impreso no son más que dispositivos técnicos. La
prensa gráfica para el gran público es un medio; el equipo ordenador
personal-impresora, que hizo entrar lo escrito impreso en el universo de
los usos individualizados, probablemente esté creando otro medio, com
pletamente nuevo. Los medios son pues para mí un concepto sociológi
co y no tecnológico.
194
nociones: «tipo», «género» y «estrategia». Se trata de un enfoque esen
cialmente empírico, pues la falta de criterios teóricos elaborados hace
que por el momento las fronteras entre estos macroconceptos estén un
poco desdibujadas. A falta de una tipología del discurso teóricamente
constituida, estamos obligados a partir de ciertos niveles -y, en el inte
rior de cada nivel, de ciertos desgloses- que aparecen en el seno mismo
del sistema productivo de los discursos mediáticos.4 En las considera
ciones siguientes, sólo tomo en cuenta el caso de las sociedades indus
triales y postindustriales de régimen democrático.
1. Tipos
195
cionamiento), y, en otro nivel, de tres subespecies de destinatarios: el
prodestinatario, al que se apunta a través de mecanismos de fortaleci
miento de la creencia compartida, el paradestinatario, blanco de meca
nismos del orden de la persuasión, y el antidestinatario, blanco de las fi
guras de lo polémico.5
También parece difícil definir como tipo el discurso de la información
(ese discurso cuyo objeto es la actualidad) sin conceptualizar, por un lado,
su articulación con la red tecnológica de los medios y con los sistemas de
normas que rigen la profesión de periodista y, por otro, sus modalidades
de construcción de un único destinatario genérico, el ciudadano habitan
te (asociado al colectivo «país», pero motivado por el colectivo «mundo»),
comprometido en rutinas diversas de apropiación del espacio-tiempo de
lo cotidiano. Si bien el destinatario genérico ciudadano-habitante está
próximo, en algunos aspectos, al prodestinatario, el discurso de la infor
mación es ajeno al paradestinatario y al antidestinatario.
Igualmente parece difícil definir como tipo el discurso publicitario sin
conceptualizar, por un lado, sus relaciones complejas con el mercado eco
nómico de los bienes de consumo, con la red institucional de la comunica
ción comercial y con la red de los medios, en los cuales obtiene su légiti-
midad y, por el otro sus modalidades de construcción de toda una galería
de paradestinatarios entendidos como consumidores potenciales.
Y lo mismo podría decirse dé otros tipos de discursos.
2. Géneros
196
caso del discurso político, por ejemplo. Inversamente, por supuesto, un
mismo género puede aparecer en diferentes tipos de discurso.
Pero aun debemos agregar un segundo concepto de género que nos
permite designar y clasificar lo que corresponde denominar productos.
Hablemos entonces aquí de géneros-P. Desde este punto de vista, pode
mos decir, por ejemplo, que expresiones tales como «periódico de infor
mación», «revista femenina mensual de temas generales» y «news» de
signan géneros de la prensa gráfica dirigidos al gran público, así como
los «magacines de divulgación científica», los «programas de juegos», los
«programas de variedades» y la «telenovela» designan géneros de tele
visión destinados al gran público.
Los géneros-P mantienen una relación mucho más estrecha con los
tipos de discursos que los géneros-L. En realidad, es probable que esta
noción de géneros-P en el fondo no sea más que una manera (probable
mente desprolija y provisoria) de conceptualizar subespecies dentro de
un tipo, entidades discursivas que no pueden, en consecuencia (a dife
rencia de los géneros-L) aparecer en varios tipos al mismo tiempo.
El hecho de reunir, en este caso, la noción de producto con la de gé
nero no es, por supuesto, fortuito. Porque los géneros-P están directa
mente ligados a los fenómenos de competencia que se producen en el in
terior del universo de los medios: una «zona de competencia directa» no
es otra cosa que un enfrentamiento de cierta cantidad de productos dis
cursivos que pertenecen a un mismo género-P. En la caracterización de
un género-P intervienen generalmente ciertos elementos invariables
de «contenido», es decir, la apropiación de un conjunto relativamente es
table de campos semánticos.
Un representante de un género-P determinado (por ejemplo, un títu
lo de la prensa gráfica perteneciente al género-P, «revista femenina de in
terés general») está compuesto por una pluralidad de unidades discursi
vas que con la mayor frecuencia representan muchos géneros-L. Los
géneros-L «atraviesan» a la vez los tipos de discurso y los géneros-P.
3. Estrategias
197
’l
1.98
tan y las expresan, en términos de expectativas de discurso, los produc
tores del título de referencia (en relación con los tipos, los géneros-L y los
géneros-P). La producción del lectorado sólo se hace a través de las per
cepciones-representaciones que los actores sociales implicados en la
producción del título de referencia, entendido como producto, tienen de
los sectores sociales, de los targets a los que apuntan.
Pero la producción de este lectorado se hace en una situación de
competencia. El segundo nivel es el del posicionamiento del título en re
lación con los títulos de la competencia, tal como los perciben los actores
sociales implicados en la producción del título de referencia. La consti
tución de un lectorado supone la estructuración, en el discurso del títu
lo, de un vínculo propuesto al receptor presentado en la forma de lo que
en otra parte denominé un contrato de lectura (véase Verón, 1984: 33-
56; 1985: 203-230). Aquí las condiciones de lectura tienen que ver con
otros discursos que pertenecen al mismo género-P, copresentes en el
sector al que pertenece el título. El contrato de lectura corresponde al
orden de la estrategia y, en situación de competencia, las estrategias de
los títulos se interdeterminan.
Una vez que se ha producido un lectorado, hay que valorizarlo (me
diante un metadiscurso que es una representación particular del dis
curso del título) a fin de venderlo como colectivo de consumidores poten
ciales ante las diversas categorías de anunciantes. En este caso, las
condiciones de producción adquieren la forma de un conjunto de restric
ciones que derivan, una vez más, no sólo de las interpretaciones de las
características «objetivas» de la población que constituye el lectorado
del título, sino también de la percepción que ios propios anunciantes
tienen del título de referencia y de sus competidores, en función de su
propia lectura y, a menudo, en función también de las imágenes de los
títulos que circulan en el medio publicitario.6
6. Si bien los tres niveles que acabo de mencionar se cuentan entre los. más
importantes, no son los únicos, A veces es fundamental la relación cón los !mé-
dios profesionales y la construcción entre ellos de una imagen del título. Un
buen ejemplo es el de los lazos entre los títulos de la prensa femenina «dé temas
generales» y el medio profesional de los «creadores de la moda»; estos víncúlos
pueden afectar la estrategia discursiva de los títulos. JB >
199
competencia directa». Cada zona de competencia directa está compues
ta por una pluralidad de representantes de un mismo género-P que se
enfrentan en el interior del proceso de producción-reproducción de sus
lectorados. Por supuesto, estas zonas no son estancas, se superponen
parcialmente y ciertos títulos tienen posicionamientos que se ubican en las
fronteras entre varias de ellas. Algunas de esas «zonas» están en de
cadencia (en cuanto a difusión y ventas), otras experimentan un cre
cimiento acelerado y otras permanecen en una meseta. Regularmente
aparecen nuevos géneros-P que constituyen el embrión de nuevas zo
nas.
Los títulos que compiten dentro de una zona están muy próximos
unos de otros en un momento dado, si se los compara en el plano del gé-
nero-P al que pertenecen: tanto desde el punto de vista de los campos
semánticos abordados -lo cual se traduce en «grillas» comparables de
desglose de lo «real» a que se refieren- como también de los géneros-L
dominantes. Para tomar un caso sumamente conocido, el de las revistas
mensuales femeninas llamadas «de interés general», todos los títulos
que pertenecen a esta categoría se organizan alrededor de tres grandes
campos semánticos: la moda, la belleza y la cocina..Además de presen
tar esa regularidad temática global, en cada uno de los campos y por ra
zones que tienen que ver con el ritmo estacional del mercado del consu
mo y con prácticas colectivas asociadas al tiempo libre, estas revistas
hablan de las mismas cosas en el mismo momento del año: la ropa inte
rior, el bronceado, las colecciones, el regreso a la escuela, la dieta, los re
galos para las fiestas y muchos otros temas reaparecen cada año en el
mismo período. Dentro de una «zona», la oferta presentaren el plano de
los grandes ejes temáticos, una considerable homogeneidad.7
En tales condiciones* ¿cómo puede cada uno de los títulos construir
su especificidad, definir lo que lo singulariza en relación con sus compe
tidores? Esta singularización es, por supuesto, esencial para la valori
zación del título ante los anunciantes: la singularidad es lo que permi
te justificar, a los ojos de los inversores publicitarios, el hecho de
anunciar en esa publicación antes que en su competidora.
En un universo de discurso en el que, desde el punto de vista del
contenido, la oferta es más o menos la misma, el único medio que tiene
cada título de construir su «personalidad» es una estrategia enunciati
va propia, es decir, construyendo cierto vínculo con sus lectores. Por
ello, en la prensa gráfica, cada zona de competencia directa es un ver
200
dadero laboratorio para el estudio de fenómenos enunciativos; allí uno
encuentra una multiplicidad de estrategias enunciativas que «traba
jan» de diversas maneras una misma «materia» semántica: en el ámbi
to de las revistas femeninas, la distancia no pedagógica se distingue
pues de la distancia pedagógica y ambas se oponen a las estrategias de
complicidad; en el terreno de las revistas de decoración, la transparen
cia del modelo se opone a la opacidad estetizante de un enunciador legi
timado por la singularidad de su mirada; en los semanarios de informa
ción, el borramiento de un enunciador-testigo de la inmediatez de lo
real se distingue del enunciador-narrador que organiza la actualidad
mediante operadores Acciónales, etcétera.8
El principal problema que plantea el análisis de los discursos en pro
ducción, tal como aparece en el marco de una teoría de los discursos so
ciales, es el siguiente: encontrarse ante una superficie discursiva dada
que se va a analizar implica encontrarse ante un objeto multidetermina-
do cuyas propiedades resultan del entrecruzamiento de una pluralidad
de niveles de determinación diferentes. Tratemos de precisar este punto.
Para nosotros, el análisis de los discursos consiste en la identifica
ción, dentro de la superficie discursiva, de las huellas que remiten a las
condiciones de producción de los discursos. Estas huellas son el soporte
de operaciones que uno debe reconstituir, operaciones que toman la for
ma de reglas de engendramiento de estos discursos. Yo llamo gramáti
ca de producción a un conjunto de este tipo de reglas que definen las
condiciones restrictivas del engendramiento de un tipo o de un género-
P. Ahora bien, en la superficie discursiva, todas las huellas están, por
así decirlo, en un mismo nivel: ¿cómo distinguir lo que corresponde al ti
po de lo que corresponde al soporte tecnológico, al género-P, a la estra
tegia? En la respuesta a esta pregunta se pone en juego toda la perti
nencia del análisis.
201
en primer término de enumerar las fuentes de evolución y de eventuales
turbulencias.
1. Las condiciones de producción mismas pueden contener im
portantes contradicciones internas. La estrategia discursiva
que aparentemente correspondería mejor a la valorización del
título ante los anunciantes, puede no ser compatible con la
que aparentemente satisface más a los lectores del título y
que por lo tanto parece la más apropiada para la producción-
reproducción del lectorado. Los «compromisos» entre estas dos
instancias pueden dar por resultado modalidades discursivas
cuyo efecto sería una disminución de la publicidad (con las
consecuencias que ello tiene para la estabilidad financiera de
la publicación) o bien una reducción del lectorado o bien am
bas cosas.
2. Un título de la prensa destinada al gran público está inserto
en una zona de competencia directa sumamente estructura
da: las más de las veces, varios representantes de un mismo
género-P se disputan un mismo target. Estas determinaciones
interdiscursivas conforman un sistema caracterizado por un
equilibrio precario: basta con que uno de los títulos presentes
modifique de manera notable su estrategia o que aparezca un
nuevo título en la zona de competencia en cuestión, para que
se altere el conjunto de los posicion amiento s dentro de dicha
zona.
3. En Un sector dado de la prensa, tanto la oferta como la deman
da evolucionan de manera permanente. Tanto los discursos pro
ducidos como las expectativas están en constante cambio. Un
ejemplo sencillo: la permanente llegada de adolescentes al mer
cado potencial de lectoras de las revistas femeninas; en el otro
extremo de la pirámide de edades, el envejecimiento permanen
te de los lectorados.9
4. Puesto que nos hemos situado en el universo de la prensa para
el gran público (y, por lo tanto, de gran circulación) estamos re
firiéndonos a lectorados que pueden variar entre, digamos, cin
co mil y tres millones de lectores. Estos lectorados son pues ne
cesariamente heterogéneos. La evolución sociocultural de un
sector relativamente pequeño dentro de ellos puede traducirse
en un desequilibrio del contrato de lectura y, por lo tanto, en una
pérdida de lectores.
9. Puede decirse que en el caso de la prensa dirigida al gran público, los re-''
sultados de los estudios de marketing pierden validez después de un año.
202
Esta lista de factores no es, por supuesto, exhaustiva.10 Pero tal vez
baste para comprender que estamos ante fenómenos de regulación que
se sitúan en varios niveles. Por un lado, en el interior mismo de las con
diciones de producción: tanto entre los productores de los diferentes tí
tulos que compiten entre sí como entre los productores y los anuncian
tes. Por otro lado, entre la producción y el reconocimiento, pues toda
alteración de las propiedades discursivas de un título puede modificar
la composición y la importancia de su lectorado y toda modificación en
el nivel del lectorado puede desequilibrar el título.
Como tales, estos fenómenos de regulación presentan, por decirlo
así, un punto visible: el comportamiento compra/no compra. Un sistema
productivo de discursos mediáticos organizado como un mercado engen
dra automáticamente un principio de clasificación de la población se
gún las conductas de compra/no compra de las diferentes mercancías
discursivas propuestas. Es por ello que el sistema productivo se «refuer
za» mediante una compleja maquinaria de producción de información
acerca de los lectores, información destinada a manejar de la mejor ma
nera posible los «estados» del sistema. Información cuantitativa, sobre
todo, pero también cualitativa que permite conocer el sexo, la edad, la
situación de la familia, la cantidad de niños, el lugar de residencia, el
conjunto de prácticas de consumo de la persona, sus intereses, sus ex
pectativas satisfechas y no satisfechas, las imágenes vagas o precisas
asociadas a cada título, su «estilo de vida», sus opiniones que lo sitúan
dentro de tal o cual corriente sociocultural, etcétera.
Por supuesto, los «efectos» de las conductas (compra/no compra) son
los únicos que interesan a los productores: en el caso del material redac-
cional del título y de sus competidores, los efectos que se traducen en
variaciones en los comportamientos de compra y de lectura; en el caso
de la publicidad, cuyo soporte son las publicaciones, los efectos que tie
nen que ver con el impacto y la memorización de los avisos publicita
rios. Interpretados por los productores de los discursos de la prensa a
partir de los múltiples datos disponibles, esos efectos forman parte de
las condiciones de producción de estos discursos: los productores pueden
tener que modificar la estrategia discursiva del título en función de las
interpretaciones.
De modo que, dentro del sistema productivo de la prensa gráfica en
contramos que en el nivel de las condiciones de producción opera una
verdadera teoría de la recepción, que resulta de la voluntad, por parte
203
de los productores, de controlar el conjunto de los fenómenos de regula
ción.
204
tipo, como ya dijimos, lo decisivo son las estrategias enunciativas, pues
son ellas las que construyen la especificidad de la publicación. Empero,
los datos cuantitativos de encuestas no proporcionan ninguna indica
ción que permita tomar la menor decisión sobre las estrategias enun
ciativas, en la medida que los lectorados respectivos de los títulos pre
sentes son muy semejantes entre sí, tanto en sus características
«objetivas» como en las «subjetivas».
Desde hace ya mucho tiempo, los productores de los títulos de la
prensa gráfica apelan, además de a los datos proporcionados por las en
cuestas, a estudios llamados cualitativos. Estos estudios, inspirados en
su mayor parte por la psicología social de las motivaciones, consisten
generalmente en la articulación entre, un «trabajo de campo» (entrevis
tas semidirigidas a grupos de lectores y no lectores de tales o cuales tí
tulos) y un análisis del contenido de los títulos en cuestión. Lo cual
quiere decir que, paradójicamente, el enfoque dominante en la investi
gación aplicada al discurso de la prensa es el que se refiere al nivel me
nos pertinente -el del contenido- para comprender la dinámica existen
te en el interior de una zona de competencia directa.
Agreguemos enseguida que esta dinámica nó es, por cierto, la única
que interviene en los fenómenos de regulación, aun cuándo sea, en mi
opinión y en relación con la prensa escrita en su conjunto, dominante.
(_Sj>peso relativo varía según los sectores de la prensa y, en particular,
según la situación de competencia que caracterice a cada sector. En el
sector de la prensa periódica nacional de información, por ejemplo, la
elección entre Le Figaro y Le Monde se explica más fácilmente (y, muy
probablemente, en lo esencial) atendiendo a las posiciones «ideológicas»
de uno y otro, sin necesidad de hacer consideraciones sobre las estrate
gias enunciativas. La elección entre Libération y Le Monde, en cambio,
está más intensamente determinada por elementos que corresponden a
las estrategias enunciativas. Si un grupo de prensa decidiera lanzar, a
la derecha, un periódico destinado a competir directamente con Le Fí
garo, las preguntas decisivas relativas a su posicionamiento tendrían
que ver principalmente con las estrategias enunciativas.
¿Cómo estudiar los «efectos de sentido» producidos por el dispositi
vo enunciativo de los discursos?
205
sociales (Verón, 1979: 125-142). Para expresar esta solución de conti
nuidad, cuya consecuencia principal es que el análisis de un discurso en
producción no nos permite inferir sus «efectos», opté por hablar de des
fase entre la producción y el reconocimiento. Esta noción de desfase hoy
me parece inapropiada, en particular cuando se trata del sistema pro
ductivo de los discursos de la prensa y, de manera más general, de los
medios.
La noción de desfase se justificaba en relación con el tipo de pro
blema con el que debía vérmelas entonces: se originó en la formula
ción de un modelo relativo a la aparición de las disciplinas científicas
en la historia, desde el punto de vista de los funcionamientos discur
sivos, modelo aplicado al caso particular de la lingüística saussurea-
na. Intentaba yo abordar así un proceso diacrónico, procurando des
cribir la distancia histórica entre las condiciones de producción del
Curso de lingüística general, que remitían a la «matriz positivista» del si
glo xix, y sus condiciones de reconocimiento a comienzos del siglo xx,
cuya «estructura de recepción» fundamental fue la de una concepción
instrumental-comunicacional del lenguaje, totalmente ajena al positi
vismo. Por entonces, trataba de mostrar que ese desfase era precisa
mente lo que permitía comprender el surgimiento de la lingüística co
mo ciencia (Verón, 1988).
Está claro que el estudio del reconocimiento no se plantea de la
misma manera cuando uno se interesa en los procesos históricos que
se dan dentro de una misma práctica de producción discursiva (en es
te caso, la organizada alrededor del saber sobre el lenguaje) y cuando
uno adopta (como lo hice aquí respecto de la prensa) un punto de vis
ta sincrónico, destinado a comprender, en un momento dado, el funcio
namiento de un sistema productivo de discursos. Me parece que las
transformaciones históricas de un texto identificado y singular con
ducen con toda naturalidad a preguntarse acerca de la multiplicidad
de sus lecturas y acerca del desfase que pone de manifiesto la compa
ración entre tales lecturas en momentos diferentes de la historia.
Además, este problema de la «lectura» se plantea en términos comple
tamente particulares, cuando se trata de la discursividad científica,
caracterizada por un trabajo específico de re¿orna intertextual: estos
casos de retoma son los que justifican plenamente la fórmula que con
siste en decir que el reconocimiento de un discurso «X» está «conteni
do» en un discurso «Y» cuyas condiciones de producción incluyen, en
tre otros factores, un «trabajo» sobre «X». El ámbito de la esfera
literaria, que dio lugar a las teorías de la recepción, plantea el mismo
tipo de problema (Jauss, 1978).
206
X. El análisis sincrónico
207
res de la prensa no mantienen una relación reguladora inmediata con
los discursos cuyos «efectos» se están estudiando. Los fenómenos de re
toma interdiscursiva que nos permiten estudiar el reconocimiento den
tro de una práctica discursiva dada (científica, política, literaria, etc.)
son del orden de la regulación endógena, dentro del sistema productivo
de la ciencia. Las declaraciones de los lectores que recogemos con fines
«científicos» para estudiar los mecanismos del reconocimiento forman
parte de una regulación exógena, salvo cuando los productores de los
discursos toman en cuenta nuestros resultados al adoptar decisiones es
tratégicas.11
Al examinar los discursos de los lectores y buscar en ellos invarian
tes (ya se trate de invariantes enunciativas o de «contenido»; en general
las dos categorías son pertinentes), destruimos con nuestro análisis las
relaciones «metalingüísticas» que tal discurso pudiera tener con los dis
cursos dé la prensa en cuestión; ese carácter metalingüístico no es en
modo alguno decisivo: con frecuencia, los elementos más interesantes
para reconstituir ciertas reglas de «lectura» de los títulos cuyo reconoci
miento estudiamos, se encuentran en declaraciones que nada tienen
que ver con las publicaciones en cuestión.
Lo que acabamos de decir se comprende fácilmente: los factores que
pueden permitirnos explicar la preferencia por un título antes que por
otro dependen de representaciones sociales que tienen los lectores y que
superan ampliamente las propiedades discursivas de esos títulos, como
las podemos describir en producción, en el sentido de que se trata de
factores imposibles dé prever (o de deducir) a partir de un análisis en
producción.
Aquí se expresa claramente la autonomía erttre un análisis en pro
ducción y un análisis en reconocimiento. Porque estas representaciones
sociales de los lectores que «enmarcan» la lectura derivan de ciertas ca
racterísticas del lector, por ejemplo, su capital cultural. Así es como una
estrategia enunciativa dada (por ejemplo, la pedagogía distanciada por
contraste con la complicidad identificadora) no tendrá el mismo sentido
para dos sujetos que posean capitales culturales diferentes. Otro ele
mento importante de las condiciones de reconocimiento es la evaluación
que hace el sujeto del género-P en cuestión y de los títulos que lo repre
sentan. Mientras que la lectura de ciertos géneros-P (y de ciertos títu
los) posee un valor-signo que equivale a inscribir el acto de compra en
una estrategia más amplia de distinción social por parte del sujeto,
11. Lo cual, por cierto, puede ocurrir a partir del momento en que el análi
sis de las estrategias enunciativas se introduce en el medio profesional intere
sado en la investigación aplicada dentro de la esfera de la prensa.
208
otros títulos, por el contrario, están socialmente descalificados (aun pa
ra quienes los leen: el fenómeno de lectura «a escondidas»). Como ve
mos, estos factores son totalmente exteriores a todo análisis en produc
ción. Las reglas de una gramática de reconocimiento expresan pues una
especie de encuentro entre propiedades discursivas que son invariantes
que remiten a condiciones de producción determinadas y una modali
dad de lectura que remite a condiciones de reconocimiento determina
das. Si la circulación discursiva no es lineal, es precisamente porque un
discurso mediático dado, difundido en la sociedad en un momento deter
minado, provocará una multiplicidad de estos «encuentros».
En el marco sincrónico en el que nos hemos situado nosotros, dado
que el acto de lectura mismo es inabordable, el estudio del reconoci
mientos es más bien un estudio del lector que de la lectura, basado en el
análisis del discurso del lector. A través de este último, podemos llegar
a reconstruir las operaciones cognitivas y evaluativas que remiten a re
presentaciones sociales de las que el sujeto es el «soporte».
Por supuesto, en este punto es donde una teoría del reconocimiento
puede articularse fácilmente con una «sociología del gusto», a la mane
ra de Bourdieu (1979). Las condiciones de reconocimiento tienen que
ver pues con las variables «objetivas», a partir de las cuales podemos
identificar las categorías de lectores. Pero una misma configuración de
estas variables «objetivas» se asocia con frecuencia a muchas gramáti
cas de reconocimiento. No podemos echar mano, desgraciadamente, de
un enfoque determinista que postule una causalidad lineal. Cierto «de-
terminismo mecanicista» que se desprende de los análisis de Bourdieu
-y que a veces se le ha reprochado- es, en mi opinión, el resultado de la
metodología sobre la que se funda lo esencial de su obra: la encuesta so
ciológica. Cuando se trata de la circulación de «objetos culturales», esta
última es incapaz de captar las variaciones de sentido en recepción.
Se comprenderá por qué, en el plano de las técnicas de campo, pre
fiero las que algunos llaman «semidirectivas» y «no directivas» y, de ma
nera más general, las que se asemejan a las técnicas del etnólogo, que
son las únicas que nos permiten recoger la palabra social de los sujetos
en una forma que admite la aplicación del análisis del discurso. No se
trata por supuesto de pretender que esas técnicas son más «naturales»
ni que induzcan un discurso más «espontáneo»; toda técnica es una in
tervención artificial en el ambiente cotidiano de un actor social. Se tra
ta simplemente de una cuestión de «dimensión» del objeto que se anali
za: para reconstituir las categorías cognitivo-evaluativas de los sujetos,
necesitamos discurso.
La cuestión de la eficacia de los dispositivos experimentales aplica
dos al estudio de la recepción plantea problemas por completo diferen
209
tes (véase Chabrol, 1988). Aquí me limitaré a expresar ciertas reser
vas en lo concerniente al estudio de los discursos sociales. Esas reser
vas surgen naturalmente de la comprobación de la importancia deci
siva que tienen los fenómenos de sobredeterminación a los que ya hice
alusión. Por un lado, un género-L cualquiera, un fragmento de texto,
hasta un título, están sobredeterminados por el contexto discursivo;
por otro lado, el efecto de sentido de un elemento discursivo cualquie
ra, como lo denominé antes, depende de operaciones de encuadre de la
lectura que derivan de las representaciones-evaluaciones del sujeto a
propósito del título, del género-P, del tipo de discurso del. soporte me
diático donde aparece el elemento. Precisamente debemos interrogar
nos sobre las modalidades de recepción de estas configuraciones
complejas. Me parece difícil poder tratarlas mediante métodos experi
mentales.
2. El análisis diacrónico
210
efectos de las transformaciones de las condiciones de vida en las grandes
ciudades: tanto la problemática de la instalación de las parejas jóvenes en
apartamentos pequeños que se multiplicaron como resultado de las políti
cas de remodelación urbana, como los efectos del crecimiento de la produc
ción de las casas industriales prefabricadas, con todos los elementos del
imaginario relacionado con la casa pequeña en las afueras. Y asimismo se
pueden seguir los mecanismos de construcción y de desarrollo de una ideo
logía que se hace cargo de la introducción y la difusión en Francia del «di
seño» moderno en el equipamiento del hogar, enfrentándose así al imagi
nario tradicional burgués o rústico. Se advierte entonces que este
«trabajo» ideológico, realizado por ciertos títulos de la prensa de decora
ción, estuvo a la vanguardia de su tiempo y desempeñó una función peda
gógica fundamental de transformación de las representaciones sociales
que puede traducirse en nuevas prácticas de consumo: el discurso moder
no sobre el hábitat y su amueblamiento existió mucho antes de que se ins
taurara un mercado económico con sus creadores y consumidores.
Podríamos mencionar muchos otros ejemplos: ciertamente, el análi
sis de la evolución de los discursos de la prensa es un terreno particu
larmente rico en enseñanzas sobre las transformaciones sociocultura-
les, pues el estudio de la prensa nos proporciona un observatorio
privilegiado de las corrientes que atraviesan a la vez las prácticas y los
imaginarios sociales.
(1988)
Referencias bibliográficas
Bourdieu, P. 1979. La distinction. París, Editions de Minuit. [La distin
ción, Madrid, Taurus, 1998],
Chabrol, C. 1988. Le lecteur: Fantóme ou réalité? Etudes des processus
de réception, La Presse Produit, production, réception, París, Didier
Erudition.
Fisher, S. y Verón, E. 1986. Théorie de l’énontiation et discours sociaux,
Etudes de Lettres, octubre-diciembre. Lausana.
Jauss, H. R. 1978, Pour une esthétique de la réception. París, Gallimard.
Verón, E. 1978. Le Hibou, Communications, 28.
. 1979. Sémiosis de Fidéologie et du pouvoir, Connexions, 27. París.
. 1981. Construiré Vévénement. París, Editions de Minuit. [Coras-
truir el acontecimiento, Barcelona, Gedisa, 1983.]
. 1983. Hacia una semiología de la recepción, Signo y pensamiento,
2(3). Bogotá.
. 1984. Quand lire c’est faire: l’énonciation dans le discours de la
presse éerite, en Sémiotique 11, París, IREP.
211
. 1985. Vanalyse du «contrat de lecture»: une nouvelle méthode
pour les études de positíonnement des supports presse, en Les mé-
dias. Experiences, recherches actuelles, applications, París, IREP.
. 1988. Fondations, en La sémiosis sociale. Fragments d’une théorie
de la discursivité. París, Presses Universitaires de Vincennes. \]La
semiosis social; fragmentos de una teoría de la discursividad, Bar
celona, Gedisa, 1998.]
212
10
El discurso publicitario
o los misterios de la recepción
Entrar en fase
213
cursiva se caracteriza por cierto grado de indeterminación que le es in
herente. La circulación del sentido es, por su naturaleza misma, un sis
tema complejo, no lineal.
La distinción entre producción y reconocimiento es particularmente
instructiva cuando se la aplica al discurso publicitario. Desde el punto
de vista de la producción, el discurso publicitario está totalmente domi
nado por la problemática de la especificidad del sector al que se apunta.
Para preparar la campaña publicitaria de un producto dado, se realiza
primero una reflexión estratégica que toma en consideración las estra
tegias de la competencia. Luego se definen las reglas de posicionamien-
to del producto, en el contexto del momento, lo cual lleva a elabora^ un
concepto de comunicación posible. Se establece un pliego de condiciones
que expresa el concepto en cuestión y a partir de allí generalmente el
equipo creativo propone dos o tres proyectos alternativos. Esas alterna
tivas se someten a un test previo con personas que pertenecen al target
que se ha definido. Luego se produce una maqueta o una animación de
la alternativa elegida, que es a su vez sometida a test. Después de ha
cer las correcciones que sugieran los resultados del test, se pasa a la
producción (de un filme o un anuncio gráfico). En ciertos casos, se reali
za también un test en esta instancia. Seguidamente se prepara el plan
de medios, destinado a asegurar la mayor cantidad posible de contactos
con el sector al que apunta el mensaje. A menudo, una vez difundido el
mensaje, se realizan otros tests, en los que se mide el impacto y la me
morización. Y poco después, se reanuda todo el proceso.
Durante la preparación de cada campaña, toda la máquina de pro
ducción de la comunicación publicitaria tiene una única obsesión: poner
el mensaje en fase con el sector al que apunta, hacerle llegar el discur
so más adecuado con el fin de optimizar la probabilidad de obtener el
efecto deseado: el acto de compra. Y la eficacia de las campañas se mide
en términos de partes de mercado ganadas o perdida^.
Todo esto es bien conocido y no resulta en absoluto sorprendente.
Señalemos simplemente que la situación descripta está en el origen
del calvario y de los insomnios de los creativos publicitarios. En efec
to, ¿cómo llamar la atención, cómo sorprender, cómo despertar el inte
rés, cuando lo que se busca con desesperación es producir exactamen
te el discurso que el destinatario espera? Ciertos profesionales de la
publicidad comprendieron que este enfoque no conduce por fuerza a
la eficacia. Felizmente y en beneficio del discurso publicitario, este
enorme esfuerzo por entrar en fase choca permanentemente con nu
merosos factores de desfase. El único que nos interesa aquí es el des
fase estructural entre producción y reconocimiento. Porque, cuando
uno se sitúa en la esfera del reconocimiento, cuando uno se sitúa en la
214
perspectiva del consumidor de publicidad, entra en un universo muy
diferente del anterior.
El desfase
215
J
Gramáticas de reconocimiento
216
cas en el caso de una adolescente; la publicidad de un automóvil, en el
caso del ejecutivo que cambia el vehículo cada tres años; las campañas
de cerveza, en el caso de alguien que consume esa bebida con frecuen
cia, etcétera. Son situaciones, por supuesto, en las que nuestro indivi
duo forma parte del target1
• Pertinencia fuerte indirecta Las situaciones de pertinencia fuerte
indirecta preocupan cada vez más a la gente de marketing. En este sen
tido, hay que distinguir tres roles diferentes: consumidor, comprador y
prescriptor. Durante mucho tiempo, los productos para niños fueron ob
jeto de mensajes publicitarios dirigidos a las madres, quienes prescri
bían y a la vez administraban las compras. Con la creciente autonomía
de consumo de los más pequeños, la publicidad de los productos infan
tiles apunta de manera cada vez más directa a ellos, teniendo en cuen
ta que, en su condición de consumidores, «presionarán» a sus madres.
Cuando se acercan el Día de la Madre o las fiestas de fin de año, muchos
mensajes publicitarios se dirigen no ya a los consumidores y prescripto-
res implícitos (por ejemplo, las mujeres) sino a los hombres que, en com
plicidad con los niños, serán los compradores. Cada vez son más los es
tudios dedicados al análisis de los mecanismos de decisión de compra
que se manifiestan en el seno de la familia. En ellos se procura determi
nar el rol que cumple cada miembro de la pareja en los comportamien
tos de compra de los enseres domésticos, del mobiliario, del automóvil,
de los alimentos, etc. En las estrategias de comunicación que apuntan a
la pertinencia fuerte indirecta, se tienen en cuenta los mecanismos in
teractivos que influyen en las conductas de compra.
En el extremo opuesto de la pertinencia fuerte, se encuentra la si
tuación de pertinencia nula. También en este caso hay que distinguir
dos subcategorías, pues la pertinencia nula puede explicarse teniendo
en cuenta dos tipos de factores muy diferentes.
* Pertinencia nula objetiva Hay factores que resultan de la situa
ción objetiva del individuo. Llega la primavera y, por televisión, comien
zan a aparecer, en el horario central, anuncios que ensalzan los méritos
de cierta marca de cortadora de césped. Si nuestro individuo vive en Pa
rís en un apartamento de tres ambientes y no tiene casa de fin de sema
na, está claro que para él ese mensaje tiene una pertinencia nula. Este
tipo de situación a veces puede controlarse más o menos bien en el mo
mento de decidir la pauta publicitaria, en la medida en que la pertenen
cia nula responda a factores «objetivos».
217
• Pertinencia nula subjetiva La segunda subcategoría de la situa
ción es aquella en cual la pertinencia nula se debe a razones puramen
te subjetivas: detesto la cerveza, pero ninguna de las variables que des
criben mi perfil social lo indica. Kronenbourg no tiene ningún medio de
identificarme: la marca se dirigirá también a mí. Lo mismo ocurre con
el automovilista que, por tener intensos prejuicios respecto de los auto
móviles franceses, nunca comprará uno de ese origen: para él, una pu
blicidad de Renault o de Peugeot tendrá una pertinencia nula y proba
blemente sólo sirva para reforzar su prejuicio. Por lo demás, los
constructores franceses saben que este tipo de automovilistas existe y
no pueden evitar que estén ante un televisor cuando difunden sus cam
pañas publicitarias.
Entre los dos extremos (pertinencia fuerte y pertinencia nula) se da
por último un tercer tipo de situación: me refiero a los mensajes de per
tinencia interdiscursiva.
• Pertinencia interdiscursiva En ese caso, los mensajes no tienen
pertinencia fuerte (ni directa ni indirecta) respecto dé las conductas de
compra del individuo relativas a los productos en cuestión, pero sin em
bargo pueden tener efectos, más o menos complejos, más o menos inme
diatos, en otras conductas de compra del mismo individuo. Veamos un
ejemplo: es verdad que uno de los factores que influyeron en la percep
ción de las campañas publicitarias de lanzamiento de los primeros pro
ductos cosméticos masculinos (más allá de los productos clásicos para
después de afeitarse) fue la experiencia de recepción que han tenido los
hombres, de la publicidad dirigida a las mujeres en el sector cosmético,
uno de los sectores que más comunica. Los reenvíos interdiscursivos
de una publicidad a otra son múltiples y complejos, pasan de un sec
tor a otro del consumo y hasta interrelacionan sectores muy alejados
entre sí.
La reflexión del marketing se ha construido esencialmente alrede
dor de la situación de pertinencia fuerte, la única en la que las reglas
dominantes en el reconocimiento del mensaje pueden corresponderse
con la teoría (marketing) de la recepción elaborada por el productor del
mensaje: el destinatario es el target, directo o indirecto, a título de com
prador, de prescriptor, de consumidor o de una combinación de los tres
roles. Evidentemente, una publicidad que llega a un individuo que per
tenece al target no produce sólo efectos que afectan su comportamiento
de compra.
Es verdad que esos «otros» efectos no interesan a los publicitarios, y
les interesan aun menos los efectos no comerciales del conjunto de gra
máticas de reconocimiento asociadas a las otras situaciones (de perti
nencia nula y de pertinencia interdiscursiva). En todo caso, como ve-
218
mos, la mayor parte del universo del discurso publicit
no con el consumo, sino con la evolución socioculturií
investigadores «académicos» se interesan poco por laf
mo los empresarios piensan (erróneamente) que no Ü®
nanciar análisis que no estén directamente vinculadas
mercial de los mensajes, ignoramos casi todo de las ¿a
las gramáticas de reconocimiento de la publicidad. Séfl
go de una problemática central para comprender la prp
tido en las democracias industriales.
Referencias bibliográficas
221
por Jauss (1978) lo que se intenta es describir los efectos en recepción y
no solamente las figuras del receptor-en-la-obra.
Quienes se interesan por el lugar que ocupan los medios en nuestras
sociedades llamadas industriales avanzadas, tienen la oportunidad de
poder trabajar, por así decirlo, en «tiempo real» sobre la circulación de los
discursos. Digámoslo sin rodeos: no se trata de estudiar la recepción; la
cuestión fundamental es la articulación entre producción y recepción de
los discursos. En mi opinión, comprender esa articulación constituye hoy
el desafío principal, tanto en el plano teórico como en el de la investiga
ción. Me limitaré en este capítulo a esbozar las cuestiones esenciales y el
alcance de esta problemática. Tales cuestiones se sitúan en un contexto
por completo diferente del de las teorías académicas del receptor. Porque
para abordar esa articulación es necesario situarla en un marco empírico
y conceptual bastante vasto. Se me perdonará tener que hacerlo aquí de
una manera que podrá parecer demasiado esquemática.
222
La noción de «contrato» pone el acento en las condiciones de construc
ción del vínculo que en el tiempo une a un medio con sus consumidores.
Como ocurre con las marcas comerciales, un medio debe administrar
ese vínculo en el tiempo, mantenerlo y hacerlo evolucionar en el seno de
un mercado de los discursos cada vez más atestado. El objetivo de este
contrato (de lectura, de escucha o de visión, según el soporte mediático
de que se trate) es construir y conservar el hábito de consumo.
He insistido, además, en el hecho de que los mecanismos de com
petencia en el mercado de ios medios tienen como consecuencia que
ese contrato sea ante todo un contrato enunciativo, es decir, que se es
tablezca esencialmente no en el plano del contenido, sino en el plano
de las modalidades del decir (Verón, 1988:11-25 [cap. 9 de este libro]).
Recordemos simplemente que en el mercado de los medios, como en
cualquier otro sector del consumo, asistimos, en lo que yo denomino
las «zonas de competencia directa», a una multiplicación de la oferta
que se traduce en la aparición de productos muy semejantes entre sí
en cuanto a su contenido. La diferencia entre los productos se produ
ce pues en el plano del vínculo que el medio propone al receptor. A la
noche, por ejemplo, el contenido informativo de ios programas de noti
cias de la televisión es aproximadamente el mismo en todos los cana
les franceses. La elección entre TF1, A2 y La Cinq se hará, pues, no
atendiendo a los contenidos emitidos (es decir, no por lo esencial de las
noticias presentadas), sino en función de las estrategias de contacto
con el telespectador (véase Verón, 1983: 98-120; 1989: 67-72).
En el campo de los medios, comunicar implica hoy mantener un vínculo
contractual en el tiempo. Esta idea de vínculo contractual me parece funda
mental. Recordemos aquí las observaciones de Michel de Certeau sobre el
problema de la creencia: contrato, confianza, creencia son conceptos estre
chamente ligados entre sí. Conceptos capitales en el caso de los medios in
formativos que nos cuentan la actualidad del mundo en que vivimos. Soy fiel
a los medios en los cuales he depositado mi confianza, en los cuales creo. «En
la relaciones sociales, dice Michel de Certeau, la cuestión del creer es lá cues
tión del tiempo» (1981). Lo cual guarda relación con el problema, crucial en
la democracia, de la gestión de las representaciones sociales (Pizzomo,
1985). Y aquí nos hallamos en el corazón mismo de lo que pasa en recepción,
224
Ahora bien, las instituciones políticas de las democracias indus
triales parecen tener cada vez más dificultades para cumplir esta fun
ción de media ’ ión entre los colectivos que definen las identidades so
ciales y su entorno. Diríase, en efecto, que los medios, mediadores
obligados de la gestión política de las representaciones sociales en el
período de la mediatización, tienden hoy a volverse autónomos, a «pa
sar por alto» las instituciones políticas. En mi opinión, esto es lo que
permite interpretar el papel que desempeñaron los medios en el pro
ceso Ceaucescu y en la crisis del Golfo.
Si este proceso de autonomiz ación de los medios respecto del siste
ma político se reforzara, ello indicaría que estamos entrando en un pe
ríodo nuevo, que nos lleva más allá de la mediatización, tal como la co
nocimos hasta ahora.2 Esa evolución no tendría nada que ver con el
tema de los medios como «cuarto poder», pues la noción misma de cuar
to poder implica que se trata de una instancia comparable a las otras
tres: en la hipótesis de un nuevo período de mediatización, los medios
serían el lugar (el único) donde, en la escala de la sociedad global, se ha
ría el «trabajo» sobre las representaciones sociales: las instituciones po
líticas irían perdiendo cada vez más el ejercicio de esa función.
Sabemos que la prospectiva es un ejercicio peligroso. Limitémonos a
comprobar la creciente importancia de una serie de temas que han lle
gado a ser centrales en la evolución social actual, en un contexto en el
que los marcos de identidad tradicionales están en crisis: ¿Qué sentido
se le debe atribuir hoy a la identidad individual? ¿Qué decir de su rela
ción con la familia, con el dinero, con la sexualidad, con la empresa, con
la unidad nacional, con la innovación tecnológica, con el servicio públi
co? ¿Y qué pasa con las relaciones entre hombres y mujeres, entre adul
tos y adolescentes, entre la cultura francesa y las demás culturas? Es
tos son sólo algunos de los interrogantes que impregnan hoy la
sociocultura. Los medios «trabajan» estas cuestiones incansablemente;
por su parte, la palabra política no tiene mucho que decir en ese senti
do. Ahora bien, a través de este «trabajo» los contratos de los medios con
sus «consumidores» se hacen y se deshacen hoy: estas son las cuestiones
clave de la recepción.
225
Preservar la complejidad
226
punto culminante del proceso de valorización del medio entendido como
mercancía cultural.
El anclaje de un medio en el mercado de receptores potencíales de
be tener en cuenta una multiplicidad de factores relacionados con la
complejidad de la evolución demográfica, económica, política y cultural
de la sociedad, mientras que la relación con los anunciantes se funda en
una lógica, por así decirlo, unidimensional, reducida a tomar en cuenta
los factores de marketing. Es por ello que, a priori, se trata de dos lógi
cas divergentes, pues los desfases, y hasta las contradicciones, entre
ambas han sido frecuentes en la historia del mercado mediático.
Naturalmente, todo empobrecimiento de la complejidad que rige la
evolución de las representaciones sociales en una sociedad democrática
debe considerarse peligroso para esta última. Ahora bien, si resulta que
los medios se están convirtiendo en verdaderos operadores autónomos
en el «trabajo» de construcción-transformación de las identidades socia
les, al tiempo que el sistema político parece tener cada vez menos in
fluencia en ese proceso, nos encontraríamos ante una situación en la que
la articulación de los medios con la sociedad civil, a través de la produc
ción-conservación de los colectivos de receptores, estaría determinada
cada vez más por la única lógica de los mercados del consumo. En otras
palabras: es imperativo para la preservación del sistema democrático
garantizar que las lógicas que presiden la evolución-transformación de
las representaciones sociales en el seno de la sociedad civil continúen
siendo heterogéneas respecto de la lógica del consumo, es decir, que no
puedan reducirse a los mecanismos de la competencia económica.
227
actualidad fuera de izquierda o de derecha formaba parte de su posiciona-
miento en el mercado). Hoy esa «marca» política se va desdibujando y la
semejanza de la oferta discursiva opera también en el terreno de los me
dios de información.
Pero, por otro lado, un medio tiene necesidad -para ser valorizado
por los anunciantes- de preservar a toda costa su singularidad; debe
ser capaz de hacer valer su diferencia específica respecto de los compe
tidores. Esta búsqueda de singularidad fue durante mucho tiempo el
papel tradicional de la marca en los mercados de productos de gran con
sumo.4
El fenómeno de la competencia está pues habitado por una doble
restricción: tiende a una homogeneización de los productos y al mismo
tiempo tiene la absoluta necesidad de destacar las diferencias. Esta
contradicción estructural es un factor que puede jugar a favor de la con
servación de la complejidad, pues las diferencias sólo pueden alimen
tarse de la riqueza de la sociocultura y de la diversidad de las necesida
des y las expectativas.
¿Existen hoy otros factores que puedan jugar a favor de una preser
vación (y hasta de un aumento) de la complejidad? Vemos dos factores,
que ciertamente no son los únicos.
Por un lado, la evolución de los sistemas económicos industriales con
lleva una diversificación creciente de los saberes técnicos y una especifi
cidad cada vez mayor de cada uno de esos saberes. Esta multiplicación-
complejización de los saberes técnicos se traduce en la fragmentación de
lo social en microculturas particulares que estructuran cotidianidades
cada vez más diversificadas.
Por otro lado, sabemos que, como resultado de los fenómenos migra
torios acentuados desde la posguerra, las sociedades industriales de Oc
cidente se están convirtiendo en sociedades multiculturales y multirra-
ciales. Este fenómeno, de dimensiones considerables, contiene otra
esperanza de preservación de la complejidad.
Hay razones, pues, para esperar que los modos de apropiación de los
medios en recepción continúen siendo heterogéneos y diversificados. Di
cho de otro modo: podemos esperar que la lógica económica de valoriza
ción de los medios en relación con los mercados de consumo, por un la
do, y las lógicas existentes en la sociocultura de los receptores, por el
otro, estén siempre sometidas a múltiples desfases.
4. Hay razones para pensar que ese papel tradicional de la marca hoy está
en crisis en varios sectores del gran consumo. La importancia creciente de las
numerosas marcas «banalizadas» por la gran distribución es un indicador.
228
En todo caso, sepamos que esta esperanza no debe limitarse a
aguardar los movimientos positivos de los automatismos económicos o
sociales. Estamos aquí ante la paradoja que tan bien analizó Comte,
frente a los deterninismos sociales: la sociedad humana forma parte de
la naturaleza y obedece a las leyes de la naturaleza; si bien, desde ese
punto de vista, el progreso social parece ineluctable, un empujoncito
surgido de la voluntad política nunca está de más...
Para asegurar la preservación de la complejidad democrática ante
la mediatización de nuestras sociedades, la clase política, ¿podrá reco
brarse y tomar conciencia del nuevo contexto en el que se obstina en
repetir las mismas figuras retóricas? Su impotencia (que alcanza a to
dos los partidos políticos) para abordar los problemas del «PAF» (pai
saje audiovisual francés) es un síntoma grave que expresa claramen
te la incapacidad de los políticos para comprender las cuestiones que
están hoy en juego en la esfera mediática. En este sentido, en efecto,
el surgimiento de una voluntad política de pensar los medios no esta
ría de más.
(1991)
Referencias bibliográficas
229
—. 1984. Quand lire, c’est faire: l’énontiation dans le discours de la
presse écrite, en Sémiotique II. París, Institut de Recherches et d’E-
tudes Publicitaires (cap. 8 de este libro).
—. 1985. L’analyse du «contrat de lecture»: une nouvelle méthode
pour les études de positionnement des supports presse, en Les mé-
dias. Éxperiences, recherches actuelles, applications. París, Institut
de Recherches et d’Études Publicitaires.
—. 1988. Presse écrite et théorie des discours sociaux: production, ré
ception, régulation, en La presse. Produit, production, réception. Pa
rís, Didier Érudition (cap. 9 de este libro).
—. 1989. Le joumal télévisé: un retour de Ténoncé?, Bulletin du Cer-
teic, 10. Universidad de Lille.
ft
230
Fuentes
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
«Post-modemités et théories du langage: la fin des fonctionnalis-
mes», en 1984. George Orwell et Vunivers de Vinformation. París, Centre
Georges Pompidou, 1985.
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
«Uespace du soupgon», en Ph. Dubois y Y. Winkin (comps.), Langage
et excommunication. Pragmatique et discours sociaux. Lovaina-La-Neu-
ve, Cabay Libraire-Editeur, 1982, pp. 109-160.
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
232
Capítulo 11
233