cometen un pecado a propósito y con malicia, se niegan a reconocer su falta, no quieren rectificar lo que han hecho o no están dispuestos a pedir perdón a quienes causaron daño (Proverbios 28:13; Hechos 26:20;Hebreos 10:26). Estas personas que no se arrepienten se convierten en enemigos de Dios. Y él no espera que perdonemos a los que él mismo no ha perdonado (Salmo 139:21, 22). Pero ¿qué ocurre si alguien nos trata de forma cruel y se niega a disculparse o ni siquiera reconoce su error? La Biblia dice: “¡Ya no sigas enojado! ¡Deja a un lado tu ira!” (Salmo 37:8, Nueva Traducción Viviente). Aunque no aprobemos lo que nos hayan hecho, no permitamos que nos consuma la ira. Más bien, tengamos confianza en que Dios hará que se haga justicia (Hebreos 10:30, 31). Además, nos consuela saber que él pronto hará posible que desaparezcan por completo las heridas emocionales que ahora nos causan tanto dolor (Isaías 65:17; Revelación [Apocalipsis] 21:4).