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29. Puesto que todos los hombres, dotados de un alma racional y creados a imagen de Dios,
tienen la misma naturaleza y el mismo origen, y también tienen la misma divina vocación y
el mismo destino, puesto que han sido redimidos por Cristo, necesario es reconocer cada
vez más la igualdad fundamental entre todos los hombres.
Cierto es que ni en la capacidad física, ni en las cualidades intelectuales o morales, se
equiparan entre sí todos los hombres. Sin embargo, toda clase de discriminación en los
derechos fundamentales de la persona, en lo social o en lo cultural, por razón del sexo, raza
y color, o por la condición social o la lengua o la religión, ha de ser superada y eliminada
como totalmente contraria al plan divino. Y bien de lamentar es que los derechos
fundamentales de la persona todavía no estén protegidos plenamente y por doquier: así
sucede cuando a la mujer se le niega el derecho a escoger libremente esposo y de abrazar su
estado de vida, o también el acceso a una educación y a una cultura igual a la reconocida al
hombre.
Aunque existen ciertamente justas diversidades entre los hombres, la igual dignidad de las
personas exige que se llegue a una condición de vida más humana y más justa. Porque
resulta escandaloso el hecho de las excesivas desigualdades económicas y sociales entre los
diversos miembros o pueblos de la única familia humana, puesto que son contrarias a la
justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana no menos que a la paz
social y a la internacional.
Las instituciones humanas, privadas, o públicas, cuidan de auxiliar a la dignidad y fin del
hombre, luchando al mismo tiempo activamente contra cualquier forma de esclavitud social
o política y procurando conservar los derechos fundamentales del hombre bajo cualquier
régimen político. Más aún; es conveniente que instituciones de este género se pongan, poco
a poco, al nivel de los intereses espirituales, que son los más altos de todos, aunque a veces
para alcanzar este deseado fin haya de pasar un largo periodo de tiempo.
30. La profunda y rápida transformación de la vida reclama con suma urgencia que no haya
ni uno solo que, despreocupado ante la evolución de las cosas o de la marcha de los tiempos
o concentrado en su inercia, se entregue plácido a una ética meramente individualista. El
deber de justicia y caridad se cumple cada día más y más si, contribuyendo cada uno, al
interesarse por el bien común, según su propia capacidad y las necesidades de los demás,
promueve también, favoreciéndolas, las instituciones públicas y privadas que, a su vez,
sirven para transformar y mejorar las condiciones de vida del hombre. (Gaudium et Spes)
Economía y Justicia Social
1928 La sociedad asegura la justicia social cuando realiza las condiciones que permiten a
las asociaciones y a cada uno conseguir lo que les es debido según su naturaleza y su
vocación. La justicia social está ligada al bien común y al ejercicio de la autoridad.
1929 La justicia social sólo puede ser conseguida sobre la base del respeto de la dignidad
trascendente del hombre. La persona representa el fin último de la sociedad, que está
ordenada al hombre:
La defensa y la promoción de la dignidad humana "nos han sido confiadas por el Creador, y
de las que son rigurosa y responsablemente deudores los hombres y mujeres en cada
coyuntura de la historia" (SRS 47).
1930 El respeto de la persona humana implica el de los derechos que se derivan de su
dignidad de criatura. Estos derechos son anteriores a la sociedad y se imponen a ella.
Fundan la legitimidad moral de toda autoridad: menospreciándolos o negándose a
reconocerlos en su legislación positiva, una sociedad mina su propia legitimidad moral (Cf.
Juan XXIII, Litt. Enc. Pacem in terris, 61: AAS 55 (1963) 274). Sin este respeto, una
autoridad sólo puede apoyarse en la fuerza o en la violencia para obtener la obediencia de
sus súbditos. Corresponde a la Iglesia recordar estos derechos a los hombres de buena
voluntad y distinguirlos de reivindicaciones abusivas o falsas.
1931 El respeto a la persona humana pasa por el respeto del principio: "Que cada uno, sin
ninguna excepción, debe considerar al prójimo como 'otro yo', cuidando, en primer lugar,
de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente" (GS 27, 1). Ninguna
legislación podría por sí misma hacer desaparecer los temores, los prejuicios, las actitudes
de soberbia y de egoísmo que obstaculizan el establecimiento de sociedades
verdaderamente fraternas. Estos comportamientos sólo cesan con la caridad que ve en cada
hombre un "prójimo", un hermano.
1932 El deber de hacerse prójimo de los demás y de servirlos activamente se hace más
acuciante todavía cuando éstos están más necesitados en cualquier sector de la vida
humana. "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo
hicisteis" (Mt 25, 40).
1933 Este mismo deber se extiende a los que piensan y actúan diversamente de nosotros. La
enseñanza de Cristo exige incluso el perdón de las ofensas. Extiende el mandamiento del
amor que es el de la nueva ley a todos los enemigos (Cf. Mt 5, 43-44). La liberación en el
espíritu del Evangelio es incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero no
con el odio al mal que hace en cuanto enemigo. (Catecismo de la Iglesia Católica)
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