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Obedezco por temor o amor?

Catherine Scheraldi de Núñez | Obediencia


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“El principio de la sabiduría es el temor del Señor, y el conocimiento del Santo es


inteligencia”, Proverbios 9:10.
¿Alguna vez te has preguntado por qué el temor a Dios es el principio de la
sabiduría? El temor se refiere a un objeto que aterroriza, como se usa en
Deuteronomio 2:25. Adoramos a un Dios intimidante. 1 Reyes 19:11 nos dice que
solo al pasar por los montes, el viento los destrozaba y quebraba las peñas.
Cuando Simón estuvo pescando toda la noche sin éxito y Cristo decidió
revelársele, con solo ver un poco de Su poder, la reacción de Simón fue:
“¡Apártate de mí, ¡Señor, pues soy hombre pecador!” (Lc. 5:8).
De manera similar, cuando Isaías vio el trono de Dios exclamó: “¡Ay de mí! Porque
perdido estoy, pues soy hombre de labios inmundos y en medio de un pueblo de
labios inmundos habito, porque han visto mis ojos al Rey, el Señor de los ejércitos”
(Is. 6:4-5). Pareciera que donde sea que Dios esté presente, los humanos se
sienten aterrorizados. Pero no se puede decir lo mismo de Jesús, puesto que las
Escrituras nos enseñan que Él se deleitaría en el temor del Señor (Is. 11:3).
Siendo Dios mismo, Cristo no le tiene miedo a Dios. Por tanto, el
“temor” obligatoriamente tiene otra dimensión en su significado. El temor no
solamente se refiere a miedo, sino también a reverencia, como se usa en Salmos
5:7. El temor cambia a reverencia cuando nos encontramos con un Ser tan grande
que tiene la capacidad de destruirnos, pero por Su amor no lo hace. El temor se
vuelve reverencia cuando confiamos que Él no solamente quiere lo mejor para
nosotros, sino que tiene la capacidad para lograrlo.

En búsqueda de la santidad
Moisés le instruyó al pueblo de Israel que Dios implementó el temor para prevenir
el pecado (Ex. 20:20), y podemos concluir que, aunque saber que Dios puede
castigarnos no es algo placentero, es necesario para mantenernos enfocados en
buscar la santidad.
Sin embargo, la obediencia impulsada solamente por el temor no es la obediencia
óptima. Debe haber algo más: debe haber amor. Obedecer por temor es un buen
lugar donde comenzar, pero obedecer por amor es donde eventualmente
debemos llegar si entendemos que somos perdonados por Cristo. Juan nos
instruyó que “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el
temor, porque el temor involucra castigo, y el que teme no es hecho perfecto en el
amor” (1 Jn. 4:18). Como nuestros pecados han sido pagados por Cristo, ya no
obedecemos simplemente por temor, sino por amor (Mt. 10:28).
Dios es quien castiga, pero para Sus hijos, también es quien bendice. Cristo bajó
de Su trono para pagar nuestra deuda y lo hizo cuando éramos todavía Sus
enemigos (Ro. 5:8). Él tendrá misericordia desde la eternidad hasta la eternidad,
para los que le temen (Sal. 103:17) y a través de nuestra obediencia, Él nos
muestra Su sabiduría.
Este amor incondicional es tan grande que merece que nuestra respuesta sea una
de amor incondicional hacia Él y hacia Su pueblo. Cristo espera que nosotros
amemos como Él ama (Jn. 13:34-35; 15:12). Mientras crecemos en amor estamos
creciendo en Cristo porque Él mismo es amor (1 Jn. 4:8) y Él nos ha dicho que
seguir Sus mandamientos es la manera en que demostramos nuestro amor hacia
Él (Jn. 14:15).
Obedecer solamente porque le tienes miedo es un amor egoísta. Pero obedecer
por amor —el amor que Cristo tuvo primero por ti— es un amor maduro, un amor
otro-céntrico, un amor que se olvida de uno mismo y ama sin estipulaciones. Es un
amor Cristocéntrico porque es por Él y para Él que amamos así, y por esto le
seguimos con todo nuestro corazón en amor, en fe y con gozo. Cuando
obedecemos por amor, la gloria será para Él siempre porque solo se cumple
reconociendo que el Espíritu morando en nosotros nos cambia, nos da el poder y
la disposición de amar así. Sigamos y obedezcamos a nuestro Señor, no
solamente por temor, sino también por amor.
[Publicado originalmente en Coalición por el Evangelio].

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