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Buscando al gato...
(Sobre el Vacío y la Realidad)
“(...) Todo se pasa como si el electrón estuviese rodeado por una nube de fotones “virtuales” que, con un pequeño toque
(un poco de energía) del exterior, se escapan, haciéndose reales. En un átomo excitado, la transición del estado de mayor
energía es hecha por un electrón que transmite ese exceso de energía a uno de sus fotones virtuales, que abandona
Las “partículas virtuales” son totalmente reales para la percepción posible en un nivel
vibratorio de la substancia más elevado de lo que los habitualmente considerados y
admitidos por la ciencia oficial (en ese nivel, más causal, lo que ahí existe es
comparativamente más real que lo que se manifiesta en el plano, inferior, de los meros
efectos). Ese nivel – y todos los otros no ponderados por la ciencia oficial – no deja de
intercomunicarse con los niveles de mayor materialidad, considerados (mal) como los
únicos existentes o reales.
Es por eso que la energía referida se comporta como onda (o nube de homogeneidad)
en los niveles más sutiles y, por lo menos, más próximos de la causalidad donde es
comparativamente más libre y partícipe de una unidad radical a todas las formas de
manifestación de este plano dicho “de objetividad” y, a veces, se asume como
partícula cuando influenciada o “violentada” en su naturaleza esencial (o contraparte
superior) [6] , al ser fijada, en su propia vibración, por un agente externo.
La cuestión intrigante para la ciencia, de los denominados saltos cuánticos sólo puede
ser entendida a la luz de estos arrebatamientos “intermitentes” (propios de la
temporalidad de este plano de consciencia) por acción de nuestra fijación en la
naturaleza esencial de esas “entidades”.
Estas consideraciones, que aquí muy sucintamente son dejadas, serán ampliamente
desenvueltas en el próximo número de “Entre el Cielo y la Tierra”. Una cosa nos parece
cierta: el modelo esotérico ciertamente no merece menos consideración que los
modelos interpretativos/especulativos vigentes. Partir del presupuesto de que sólo en
el seno de la “comunidad científica” ortodoxa pueden salir hipótesis de trabajo válidas,
antes de haber oído y comprendido otras plataformas de entendimiento, es un mero
prejuicio, una simple CREENCIA (que, en la llamada “ciencia” se supone no existe,
¡pero hay!).
En verdad, no son las partículas, no son los fotones que son virtuales; el actual
conocimiento científico es el que es virtual y ficticio, en tantos aspectos, al no
saber ponderar, al ignorar la mayor parte del Universo, con sus diversos
planos de substancia. (La existencia de esta pluralidad de planos es un presupuesto
fundamental del Esoterismo [7] – y nadie puede decir seriamente que acepta, admite o
rechaza la hipótesis esotérica si ignora o no comprende ese presupuesto). Por mucho
que ya haya progresado, la ciencia oficial es todavía un poco más que una
promesa, que lentamente se aproximará de la grande ciencia universal, cuyas
premisas, una a una, irá progresivamente reconociendo, aunque sea dándoles
otro nombre. Además, entendemos que es esa la gran importancia del camino
de la ciencia experimental: comprobar, “de abajo para encima”, de los niveles
de mayor materialidad para los más sutiles, los grandes principios
establecidos, de modo más global, por los grandes Sabios e Instructores de la
ciencia espiritual.
Tomemos la definición del vacío contenida en cualquier diccionario: vacío, lugar donde
no existe nada, ausencia de cualquier cosa. Ahora, ¿cómo puede ese vacío, ese nada,
ser un medio – y un medio fértil en partículas (¡virtuales!) o en lo que quiera que sea?
¿Cómo puede haber en él fluctuaciones? Es un contrasentido, que tiene su origen en la
incapacidad de acceder efectivamente a ese presunto vacío – que, para la ciencia
oculta, es mucho más importante y real que el mundo dicho real. Es ahí que todo se
encuentra en su estado más radical, original y puro, como potencialidad perfecta que
después se va a manifestar en el plano de la objetividad física (o mejor, en la
objetividad de la parte del plano físico reconocida por los científicos). Al manifestarse,
lo hace en el dominio de lo contingente y de lo circunstancial, pudiendo (o no) existir
de éste o de aquel modo; su potencia se va degradando, justamente a medida que se
aleja del modelo causal. Por eso, afirmamos que es exactamente al inverso del
paradigma de la ortodoxia: es ese supuesto vacío, y lo que en él existe, que es más
real.
La ciencia materialista parte del presupuesto de que sólo el mundo físico que (se)
puede “ver” es real. Es así una especie de realismo-empirismo-físico ingenuo. Con eso,
al reducir el concepto de realidad a su (in)capacidad de percepción, cae en un extraño
objetivismo subjetivista – o sea, considera únicamente real lo que es objetivo para su
subjetividad. ¿Cómo podemos restringir el Saber a una ciencia asentada en esas
premisas, en la obstinación dogmática de no admitir otros niveles de substancia, de
consciencia y, por tanto, de ciencia?
Por ignorar esos niveles en sí mismos, y sólo verificar, a veces atónita, los efectos que
de allí promanaron, es que la ciencia tiene que recurrir a ideas como las de que “el
vacío hierve de actividad” y ¡¡¡es un medio donde no existen partículas reales pero
donde abundan partículas virtuales!!!
Sabemos que se argumentará con la manera como se formó esa noción asociada por la
ciencia ortodoxa (¡Y sólo por ella!) al término “vacío”, después de haber llegado
(supuestamente) a definir la naturaleza de la luz. Pero cualquier uno de nosotros
(incluyendo los científicos y hasta la luz), para desplazarse de un lado para otro,
precisa de un medio o soporte (¡qué sea de una frecuencia vibratoria
imponderada o no detectada por la ciencia, es otra cosa!) para hecerlo, y precisa
de ser real – no apenas virtual – tanto en el punto de llegada como (parece ser
necesario subrayarlo) en el punto de origen y en todos los puntos intermedios. Ese
desplazamiento no se da por una simple fórmula matemática, por más que se diga que
el espacio es (apenas) una sucesión de puntos matemáticos (para la ciencia esotérica,
causa la mayor perpeljidad esa despreocupación con la definición ontológica).
Por consiguiente, volvemos a lo mismo: no se puede ignorar el Éter o Hilon [8] o Luz
Astral o Koilon o Alkaest o cualquier otro sinónimo, donde están las cosas “virtuales”
antes de volverse “reales” (para usar las expresiones de la ciencia oficial) y por donde
se desplazan como onda.
Si hoy hablamos en Éter, los técnicos de la ciencia nos miran entre la incredulidad, la estupefacción y la ironía, afirmando
contundentemente “pero esa es una hipótesis que la ciencia desenvolvió en el pasado y que ya abandonó por completo”.
Pedimos disculpa, pero no es así: la ciencia se apropió del término éter, cuya autoría es mucho más antigua, multimilenar
(de sabios griegos de hace más de dos milenios que, a su vez, se inspiraron en el todavía mucho más antiguo concepto de
Akasha del esoterimo oriental), lo interpretó mal y restrictivamente – porque hay el Éter Superior, el Akasha, aun así con
sus varios niveles, y el Éter Inferior, la llamada “Luz Astral”, pero la ciencia se quedo aun mucho más abajo que éste
último, limitándolo hipotéticamente a los estados sólido, líquido o gaseoso; lo adaptó en función de sus necesidades
provenientes de sus lagunas de conocimiento y, por fin, cuando ya era irreconocible, lo anuló. Por eso los que se asumen
como herederos de esa Sabiduría Antigua –cosa diferente de anticuada – y Universal (y que, por tanto, no están ofuscados
por el prejuicio de que el Conocimiento y la Ciencia están restringidos a 3 o 4 siglos de una particular civilización), tienen
toda la legitimidad para continuar a hablar del Éter (si quieren evitar el término sánscrito Akasha o el equívoco de “Luz
Astral”, que algunos asociarían a cuerpos siderales y otros, quizás, al espiritismo). En justicia ni necesitarían explicar que
es diferente de la(s) idea(s) de Éter que la ciencia en tiempos admitió. Dan esa explicación, o intentan incluso encontrar
otro término [9] , en un esfuerzo para hacerse entender por los técnicos de la ciencia – gentileza que muchos de estos
últimos raramente tendrían, por falta de maleabilidad o por excesivo autocentramiento (a veces, casi autista) en su
Por lo demás, sería bueno no ignorar – y muchos ignoran – o no pretenden esconder – y tantos, sea en el área del
materialismo, sea en el área de las religiones de estado, sectarias y desvirtuadas (aunque mostrando algunos tímidos
indicios de recuperación) pretenden esconderlo – que la ciencia moderna es fundamentalmente hija de las mismas fuerzas
alquimia, el rosacrucianismo, la “síncresis” (como erradamente se le llama, por confundir síncresis y síntesis)
cristianismo/”paganismo”, el misticismo teosófico... Así, la ciencia moderna heredó, naturalmente, toda una terminología
antiquísima, oriunda de perspectivas de conocimiento de las cuales – por haber sido mal comprendidas – se fue apartando
progresivamente. Conservó parte de esos términos atribuyéndoles, sin embargo, un significado cada vez más distante del
original, lo que no deja de ser una usurpación. El propio uso de la palabra ciencia en el sentido restricto que actualmete se
le da, tiene algo de ilegitimidad. Hace siglos y siglos que la palabra existía; el esfuerzo de investigación es muchísimo más
antiguo de lo que se quiere hacer pensar; la sabiduría o conocimiento que está en la raíz de “ciencia” no comenzó en el
siglo XVI y, en cuanto al objeto, es muchísimo más vasto que aquello que cabe en el ámbito de las ciencias experimentales
[10] . Por eso, no hay razón para que nadie se escandalice cuando escribimos “ciencia oficial”, “ciencia ortodoxa”, etc.
La ciencia moderna tiene como paradigma responder al “¿cómo?”. Aunque sólo lo haya hecho limitadamente, estaría todo
bien si no pasase el mensaje de que su ámbito es más vasto (y que responde, por ejemplo, a la pregunta “¿qué es?”, si no
fulminase otros saberes (¡ciencias!) o si no pretendiese ser la única fuente, el único modo, el único paradigma de
conocimiento – más aun, que es el propio conocimiento. Es por eso que nos vemos, en legítima defensa, en la necesidad de
escribir este artículo, con afirmaciones que pueden parecer contundentes pero que constituyen una tentativa de llamar la
atención para la injustificable arrogancia de algunos (no todos, felizmente) de los trabajadores de una ciencia que, siendo
Gran parte de los tecno-científicos se vuelven así como las personas que, de tanto observar de cerca una pequeña parte de
un elefante (o sea, apenas una escasa proporción de los niveles de energía-substancia del Universo), acaban por olvidarse
de que existe el elefante, y disfrazan ese desconocimiento fundamental describiendo muchos poros y dando muchos
nombres complicados a todas las partículas – “reales” y “virtuales” – de la (solamente) pequeña parte epidérmica
analizada. De tanto cerrarse en el pensamiento concreto, gran parte de los científicos están perdidos en un mar de
abstracciones, de cosa virtuales. Son una isla de concreto rodeada de vacío y de abstracciones [11] por todos los lados.
Desconocen, se recusan a aceptar que el vacío está del lado de aquí, en su subjetividad sierva de un (pseudo)realismo
limitado al plano físico; el vacío es, al final, su vacío de conocimiento sobre los niveles más reales, más esenciales del
universo.
Todo tiene substancia, no es una irrealidad, un vacío, una nada. Todo, hasta incluso un alma. Ignorando esto, muchos trabajadores de
la “ciencia oficial” se cierran a un materialismo puro y duro o crean, en sí mismos y en el mundo, una escisión fatal entre la ciencia y la
llamada “fe”, lo que les permite (aunque de manera precaria y con muchas angustias) compensarse afectivamente, dar lugar al
consuelo a los gritos desesperados de su naturaleza superior, y creer en más vacíos y en más cosas virtuales – o sea, que no saben lo
que es y que juzgan ser desconocidas para todos los otros. Retomando la gran tradición universal de la existencia de (siete) distintos
planos de percepción y de existencia que se interpenetran [12] , desde los más sutiles o espirituales hasta los de mayor materialidad –
el último de los cuales, el plano físico –, tendremos la vía abierta para dos notables resultados: la ciencia dejará de tener que hablar en
vacíos fértiles y en partículas virtuales; la espiritualidad pasará a estar asentada en bases científicas; visto que donde hay substancia,
hay leyes y puede (y debe) haber ciencia. Tendremos, entonces, una ciencia espiritualizada, compasiva y éticamente informada; una
Para que así sea, no obstante, es preciso quitarse las anteojeras de una especialización excesiva, que nos puede tornar individuos técnicamente muy
competentes en un campo muy delimitado pero que nos ciega para todas las restantes plataformas de conocimiento – incluyendo nociones históricas,
conocimiento de las diversas ciencias experimentales, psicológicas, sociales y humanas, de los grandes pensadores y filósofos, de la ciencia espiritual legada
por los Maestros “del saber de todos los tiempos y lugares”, de las diferentes tradiciones religiosas (y no, apenas, de la que prevalezca en nuestro “patio”).
¿Cuántos técnicos de la ciencia experimental saben quiénes fueron y qué dijeron el Buda Gautama (no, no era un señor muy gordo...), Shankârâchâria,
Patanjali, Apolonio de Tiana, Ammonio Saccas, Ramânuja? ¿Qué nociones tienen de los sistemas desenvueltos por Kapila, Plotino, Jâmblico, Avicena,
Leibniz, Spinoza o Fichte? ¿ya oyeron hablar del advaitismo, del sufismo, de los Upanishads, de los Pûranas, del Evangelio según Tomás, del Pistis Sophia,
del Tao Te King, del Corpus Hermeticum?
“¿Cómo pueden desaparecer todas esas realidades superpuestas, ninguna menos real
que la remanente?La mejor respuesta es la de que ninguna realidad se desvanece, de
que el gato de Schrödinger está realmente muerto y vivo al mismo tiempo, pero en
dos mundos diferentes. La interpretación de Copenhaga (y todas sus consecuencias
prácticas) está completamente contenida en una visión más compleja de la realidad, la
interpretación de los mundos múltiples” (pág. 160)
Et voilá, he aquí que se acaba por admitir una “visión más completa de la realidad”
(mejor sería decir la visión de una realidad más completa”) y los “mundos múltiples”.
Entre tanto, incluso estas concepciones más lúcidas y osadas (pero que, claro,
escandalizan a algunos) permanecen confusas e insuficientemente fundadas – y por
eso, pueden llegar a ser (provisionalmente) abandonadas, como el Éter, para más
tarde reaparecer bajo otro nombre. Por encima de todo, les falta una noción de
jerarquía, principio presente en todo el Cosmos, aunque concomitantemente con la
unidad de toda la vida – otro antiguo aforismo oculto que la ciencia ortodoxa va
palpando progresivamente –, siendo que esos dos principios se enlazan de acuerdo con
la siguiente ley: “todos los seres existen en un ser mayor”. Cuando escribimos todos
los seres, eso incluye tanto un átomo, como un hombre, como un planeta, como un
dios.
De este modo, los planos de ser o mundos de la substancia universal son múltiples
pero existen jerárquicamente, distinguiéndose por la mayor o menor frecuencia
vibratoria de la respectiva energía; por la mayor o menor elevación y amplitud de
consciencia que en ellos es posible vivenciar; por la mayor intimidad (proximidad del
centro o raíz causal) o exterioridad. El plano astral (no tiene que ver con astros, sea de
la astronomía o de la astrología) es jerárquicamente superior al físico; el mental, es
jerárquicamente superior a ambos. Por orden creciente de elevación, sutileza,
cristalinidad, tenemos aun los planos intuicional, átmico, monádico, divino [13] .
Mientras, como cada uno de estos planos a su vez se subdivide septenariamente,
existe una jerarquía en el propio mundo físico. Así, el estado líquido, por su mayor
sutileza o menor densidad, está jerárquicamente encima del sólido; en el propio
septenario físico, hay estados que la actual ciencia no pondera (y, en cuanto no los
pondere, continuará a haber muchos “gatos”, sean procurados o no); hasta los
elementos químicos de la tabla periódica tienen una jerarquía.
Por fin, es importante aclarar: a pesar de sus límites actuales, la ciencia ortodoxa
es digna de reconocimiento, por toda la humanidad, en base a las conquistas
tecnológicas que prodigó (incluyendo la que permite editar este artículo); a la
contribución para desvanecer muchos miedos, supersticiones y creencias; a los
innumerables datos experimentales que obtuvo y proporcionó (cosa diferente de la
contestación a varios de sus presupuestos o teorías), a haber generalizado
(“popularizado”) la noción de rigor científico, de fundamentación, incluso hasta de
conocimiento. Nadie de buena fe, y nosotros mucho menos, cuestionamos su lugar en
la gran batalla del progreso humano – además, el advenimiento de la ciencia moderna
constituye un marco notable en ese camino – o en la gran reunión (o comparticipación)
de todos los esfuerzos serios de comprender el Universo y la Vida, con las respectivas
leyes.