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Módulo 4

Responsabilidad
del derecho
Público
Administración y
control
12. La responsabilidad en el
Derecho Público
Introducción. Aspectos generales.
Sabido es que, el Estado, con el objeto de cumplir sus fines de carácter
público y procurar sus cometidos estatales, realiza un sinnúmero de
actividades.

Es por ello, que no resulta extraño que en el ejercicio de sus funciones


(administrativas, judiciales y legislativas) ocasione daños a los particulares.
Así ocurre cuando un patrullero de la policía que en la persecución de un
delincuente colisiona el vehículo de un particular, en el caso el dictado de
una ley inconstitucional que provoca daños o una medida cautelar mal
trabada en el marco de un proceso judicial.

Ante tales acontecimientos, debe analizarse si el Estado debe resarcir los


daños producidos, y en caso afirmativo ¿cuáles son las condiciones o
requisitos para que ello pueda ocurrir?

En este capítulo, abordaremos el estudio de la responsabilidad del estado,


las condiciones exigidas por el ordenamiento jurídicos que tornan
procedente la reparación del daño ocasionado.

Inicialmente analizaremos cual ha sido la evolución histórica de esta


institución y cuál ha sido la actitud adoptada por la jurisprudencia. Además,
distinguiremos según se trate de daños provocados en ejercicio de la
función administrativa, judicial y legislativa, y los presupuestos específicos
de responsabilidad en cada uno de los casos.

TIPOS DE RESPONSABILIDAD

La división de la responsabilidad en contractual y extracontractual también


es aplicable en el campo del derecho público.

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La responsabilidad contractual del Estado, deriva del incumplimiento de un
acuerdo de voluntades entre el Estado y un particular, y no ha generado
dificultadas en su aplicación y reconocimiento por parte de la doctrina y la
jurisprudencia. Para su estudio nos remitimos al capítulo dedicado al
análisis de los contratos admistrativos.

En cambio como veremos, el camino hacia el reconocimiento de la


responsabilidad extracontractual del Estado, fue mucho más lento y
controvertido, y en ese reconocimiento la labor de los juristas y la
jurisprudencia fue clave para llegar a una concepción que establezca al
Estado el deber de reparar los daños ocasionados en ejercicio de función
administrativa, legislativa y judicial.

EVOLUCIÓN

La aceptación de la responsabilidad del Estado, cuando éste desarrolla su


actividad en el ámbito del derecho público, fue de tardía aparición en la
historia.

A grandes rasgos la evolución que tuvo lo referido a la responsabilidad del


estatal pasó de sólo admitirse la responsabilidad extracontractual del
Estado en el campo del derecho privado, pues el Estado soberano era
considerado irresponsable, salvo casos excepcionalmente previstos. Sobre
la base del principio de soberanía, se consideraba que el Estado soberano
no podía provocar daños. Pero tal concepción, por la injusticia que
implicaba para la víctima del obrar estatal fue abandonada, lenta pero
progresivamente por los distintos ordenamientos jurídicos, para reconocer
finalmente la responsabilidad del Estado en todos sus órdenes.

El concepto de responsabilidad del Estado frente a los individuos por


hechos dañosos de éste hacia terceros ha ido variando con el tiempo y en
distintas formas. De la absoluta irresponsabilidad estatal y de sus agentes,
sintetizado en el precepto de the king cant do no wrong, se evolucionó al
reconocimiento de la responsabilidad del agente público, no así la del
Estado. Luego se reconoció la de ambos, hasta consagrar finalmente la
responsabilidad del Estado en forma directa, en el ámbito del derecho
público.

Antecedentes históricos

El camino de la irresponsabilidad del Estado hacia su reconocimiento.

En el derecho Antiguo, específicamente en Roma, en la época de la


República, si bien se reconocían ciertos derechos frente al Estado, los

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individuos carecían de medios procesales concretos para hacer valer tales
derechos.

La regla general consideraba que el abuso que podía generar


responsabilidad debía imputarse al funcionario, en la medida que tal obrar
constituía una extralimitación de sus funciones. Estos eran los responsables
ante los administrados y el Fisco formado por los fondos necesarios para la
administración del Estado. En otras palabras, la obligación de reparar el
daño causado era soportada por el persona que lo cometiera.

Por otra parte, el fisco era considerado como el conjunto de bienes y


fondos formado para la correcta administración del Estado, concepción
que se fue perdiendo, en la época del Imperio, para confundirse con los
bienes del emperador, lo que trajo aparejado que los mismos no fueran
susceptibles de ninguna media legal.

No se concebía en este período que el Estado pudiera ser deudor o


acreedor, en el sentido que del derecho Moderno. Nadie en Roma tenía un
crédito en contra del Estado. En consecuencia éste tenía el carácter de
propietario irresponsable. (Colautti Carlos E., La Responsabilidad del
Estado. Problemas constitucionales, Ed. Rubinzal – Culzoni, p. 16).

En los Estados Nacionales absolutistas era ilusorio responsabilizar a quien


declaraba tener un poder surgido de Dios y ser su representante en la
tierra.

Durante la monarquía absoluta, se estructuró una concepción que impedía


cualquier tipo de reparación a los súbditos por daños ocasionados por el
Estado, salvo que el monarca lo dispusiese por su propia voluntad.

Ninguna de las decisiones del monarca podían generar responsabilidad.


Esta construcción suponía la infalibilidad del Rey, quien no puede obrar
mal, ni puede causar perjuicio alguno (the king cant do no wrong).

Tal estado de cosas no cambió con la Revolución francesa, que sustituyó la


soberanía del monarca por la soberanía del pueblo, articulada sobre la idea
del predominio de la voluntad general, considerada soberana e infalible. La
soberanía del pueblo no reconocía limitaciones, por que se mantiene, en
esta etapa, la concepción de irresponsabilidad estatal.

Pero tales posturas no podían perdurar. En efecto, como enseña Cassagne,


la justicia y la evolución de la ciencia jurídica no podían tolerar por más
tiempo concepciones tan lesivas de derechos fundamentales del individuo,
que tornaban ilusorios sus derechos. (Cassagne Juan Carlos, Derecho
Administrativo T. I, 6° Edición, p. 265 , Ed. Abeledo Perrot, Buenos Aires).

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El proceso hacia el reconocimiento de la responsabilidad estatal, se inicia y
consolida en la jurisprudencia del Consejo de Estado francés, quien
comenzó reconociendo la responsabilidad por faltas objetivas en la
prestación de servicios público y culminando con la aceptación de la
responsabilidad del Estado por actos judiciales y legislativos. (Cassagne
Juan Carlos, Derecho Administrativo T. I, 6° Edición, p. 265 y ss., Ed.
Abeledo Perrot, Buenos Aires).

A partir del surgimiento del Estado de Derecho, se consagraron límites


desconocidos hasta ese momento a la autoridad estatal, rechazando la
concepción de poderes jurídicos absolutos e ilimitados a favor del Estado.
Esta concepción, procura armonizar los derechos de los miembros de la
comunidad con el interés general, de modo que, cuando un particular
tenga que sacrificar su derecho individual en aras del bien común, sea
objeto de una justa reparación el daño sufrido.

En ese sentido se ha considerado que, el Estado de Derecho presupone una


autolimitación de sus propios poderes por parte del Estado que permite
reconocer, la posibilidad de reparación por actos o hechos que le sean
jurídicamente imputables.

Sobre tales bases, se inició un lento camino hacia el reconocimiento de la


responsabilidad estatal cuando opera en el ámbito del derecho público.

A comienzos del siglo XIX, siguiendo la clasificación montada por la "teoría


del Fisco" -de origen romano-, se distinguió entre los llamados "actos de
gestión", y los actos de iure imperii. Los primeros eran considerados de
naturaleza civil, por existir una igualdad de derechos entre las partes; los
segundos donde no existía igualdad de derecho- caían en el dominio de las
relaciones de poder.

De esa distinción provino la atribución de una doble personalidad al


Estado, en la que sólo podía ser responsabilizado en cuanto actuaba como
persona privada (actos de gestión).

La irresponsabilidad absoluta del Estado en el ámbito del Derecho


Administrativo duró hasta fines del siglo XIX, cuando en el año 1873 el
Consejo de Estado francés resolvió los casos "Blanco" y "Pelletier".

En el caso “Blanco” emitido por el Tribunal de Conflictos francés el 8 de


diciembre de 1873, el Sr. Blanco había interpuesto una acción a favor de su
hija atropellada por una vagoneta al servicio de “Manufacture des Tabacs”,
solicitando el reconocimiento de una indemnización por parte de la
empresa. En el caso se resolvió que la responsabilidad del Estado no surge
de la legislación civil - que regula las relaciones entre particulares-, sino que

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radica en la idea de falta de servicio, extraña al derecho civil, donde la
noción de responsabilidad extracontractual exige la presencia de la culpa
del agente. En cambio la falta de servicio, supone la ejecución irregular o
defectuosa de un servicio público, que abarca toda la actividad jurídica o
material emanada de los poderes públicos que constituye la función
administrativa del Estado, cuando ocasiona perjuicios a los administrados.

En “Pelletier” se distinguió entre la "falta de servicio" y la "falta personal",


limitándose el responder del Estado únicamente al primer supuesto.

Se entendía que se configuraba la faute du service cuando el funcionario


cumplía con su obligación y sin embargo el servicio no funcionaba,
funcionaba mal o tardíamente.

En cambio, había culpa del funcionario cuando éste se extralimitaba en sus


funciones: en ese caso él sería el único y exclusivo responsable.

En el ámbito del common law, a mediados del siglo XX, se dictan normas
que reconocen la responsabilidad del estado.

Tal fue el caso del del ordenamiento jurídico británico a través del dictado
de la “Crown Proceedings Act” de 1947 se sometió a la Corona a mismo
régimen de responsabilidad que le cabe a una persona privada. Por su
parte, en los Estados Unidos, a partir de la “Federal Trot Claims Act” de
1946, se reconoció expresamente la responsabilidad del Estado, aunque
sólo se pudiera comprobar una actuación culposa del agente público
(Agüero Piñero, Juan Pablo, Responsabilidad del Estado: una reseña de su
evolución y situación actual, Suplemento de Derecho Administrativo y
Constitucional, Foro de Córdoba, Año 1 N° 3 Año 2000).

La responsabilidad del Estado a la luz de la jurisprudencia de la Corte


Suprema nacional.

En nuestro país, la construcción jurídica elaborada en torno a la


responsabilidad estatal procede de la labor jurisprudencial de la Corte
Suprema.

Es que desde la perspectiva normativa, fuera de lo establecido por el art.


1112 del Código Civil, en relación a la responsabilidad de los funcionarios
públicos, no existe legislación que en forma general regule la
responsabilidad estatal. Y en ese contexto, en el desarrollo progresivo
hacia el reconocimiento de la responsabilidad estatal, la labor de la
jurisprudencia de la Corte Suprema ha resultado fundamental.

Primera Etapa: La irresponsabilidad del Estado.

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Esta primera etapa se destaca por el rechazo de la Corte al reconocimiento
de la responsabilidad del E.stado.

Si bien, en la causa “Bates Stokes y Cía. c/ Gobierno Nacional”


(Fallos1:259), en la que los actores reclamaban la indemnización por daños
causados con motivo de la inundación de galpones de la aduana, atribuida
a empleados de la misma, el Alto Tribunal, reconoció la responsabilidad del
Estado por tales hechos, tal criterio fue abandonado en fallos posteriores.

Al poco tiempo, en la causa “Seste Vicente y Seguich Antonio c/ Gobiernos


Nacional (Fallos 1:317), va delinear la doctrina judicial preponderante en
esta etapa.

En este caso, los actores perseguían una indemnización por el mayor


tiempo que habían servido al Estado. Sostuvieron que se engancharon
como personeros de guardias nacionales y, a pesar de que la guardia
nacional fue licenciada en diciembre de 1861, ellos sirvieron hasta agosto
de 1863. En consecuencia debía abonárseles un aumento proporcional del
premio recibido por el enganche.

La Corte, para rechazar la demanda, destacó que, el Poder Ejecutivo


Nacional es soberano en su esfera y como tal no puede ser arrastrado por
los particulares ante los tribunales, sin su expreso consentimiento. Una
solución contraria, expresó la Corte, daría al Poder Judicial una
superioridad inconciliable con la supremacía que se otorga al Jefe de la
Nación, y el derecho de arreglar el pago de deudas públicas exclusivamente
cometido al Congreso, art. 67 inc. 6 de la Constitución 1853-1860.

Igual criterio sostuvo en “Núñez Anselmo c/ Gobierno Nacional” (sentencia


del 27 de agosto de 1872), ante un reclamo indemnizatorio de un súbdito
español por una propiedad confiscada durante la guerra de la
Independencia en la que se reclamaba la diferencia de precio entre el
monto reconocido por le Estado Nacional y el precio del inmueble al
momento de la confiscación.

En esta causa resolvió, como en otras causas anteriores, que el Poder


Ejecutivo Nacional no podía ser demandado sin su expreso consentimiento.

A lo largo de este período que abarca desde 1860 hasta 1933, el Alto
Tribunal mantuvo su tesitura de consagrar la irresponsabilidad del Estado
Nacional, alegando por una parte que el Estado Nacional para ser
demandado debía dar su expreso consentimiento. Además se sostenía que,
el mismo no era responsable por el pago de daños y perjuicios por actos o
hechos de sus dependientes por imperio del entonces artículo 43 del
Código Civil (reformado por la ley 17.711 en 1968), que consagraba la

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irresponsabilidad de las personas jurídicas. En virtud de ello la
irresponsabilidad estatal ocurría, tanto cuando el Estado producía actos de
“gestión” (como persona jurídica), como cuando actuaba con actos de
“imperio” (como poder público) (Coronel German A., Responsabilidad del
Estado por acto ilícito de sus dependientes, en Revista d Derecho de Daños
N° 9 sobre Responsabilidad del Estado, Ed. Rubinzal Culzoni, Sante Fe,
2000, p. 381).

A esta altura, debe recordarse que en relación a al actuación estatal, se


partía de una doble personalidad del Estado., cuando éste actuaba como
poder público o con “imperio” su irresponsabilidad se sustentaba en la
soberanía estatal. En cambio, cuando realizaba actos como cualquier otra
persona jurídica, su responsabilidad se limitaba al ámbito contractual, pero
no extracontractual, pues el citado art. 43 del Código Civil, disponía que las
personas jurídicas no respondían por los daños que pudieren ocasionar,
cualquiera fuese el acto o hecho que lo generara.

Posteriormente, esta postura se flexibilizaría, admitiendo la


responsabilidad del Estado en los casos en que exista una norma expresa
que reconociera el deber de reparar los daños ocasionados por sus
dependientes (Fallos 130:62).

No obstante, reiteramos, el criterio predominante de irresponsabilidad


estatal, se mantuvo incólume., hasta avanzado el siglo XX.

En efecto, tal postura se mantuvo en los precedentes, “Gómez c/ Nación”


(Fallos 2:36), “Cardinale c/ Municipalidad de Villa Mercedes” (Fallos
23:326), “José Wicki c/ Provincia de Entre Ríos” (Fallos 153:158), entre
muchos otros.

En éste último caso, la Corte, aún admitiendo la comisión de excesos u


errores por parte de la autoridad policial, no procedía la responsabilidad
estatal, por haber actuado sus agentes en el ejercicio de la función de
poder público.

Segunda Etapa. El reconocimiento de la responsabilidad

En 1933, la Corte en la causa “ Tomás Devoto y Cía. c/ Gobierno Nacional”


(Fallos 169:111), va a iniciar una nueva etapa de reconocimiento de la
responsabilidad estatal.

En el caso se había reclamado la reparación de los daños ocasionados con


motivo del incendio provocado por la culpa o imprudencia de unos
empleados nacionales que intervenían en la reparación de una línea
telegráfica del Estado; el siniestro había tenido inicio en el campamento de

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los dependientes, a causa de chispas desprendidas de un brasero que se
utilizaba en un terreno cubierto de pasto seco y sin las suficientes
precauciones.

El máximo Tribunal, va a reconocer la responsabilidad estatal por los


hechos de sus dependientes y sostuvo “el estrago de autos ha podido ser
previsto y evitado desde que él ha ocurrido por falta de atención de los
agentes del Gobierno, y en tanto éstos ejecutaban trabajos bajo su
dependencia”. Formulando, para condenar al Estado, una interpretación
extraída del Derecho Privado y haciendo mención expresa de los Art. 1113
y 1109 del Código Civil.

Es decir, a partir de esta etapa la Corte comienza a admitir la


responsabilidad estatal por culpa y por la acción de sus dependientes, en
perjuicio derivados de la explotación de un servicio público, sin que fuera
impedimento para ello, el antiguo art. 43 del Código Civil.

Tercera Etapa. De la responsabilidad indirecta del Estado a responsabilidad


directa. La responsabilidad por falta de servicio.

En 1938, en el caso “Ferrocarril Oeste c/ Provincia de Buenos Aires” (Fallos


182:5), la Corte reconoce la responsabilidad extracontractual del Estado de
la Provincia de Buenos Aires, por la prestación defectuosa del servicio de
expedición de certificados registrales, incorporando la noción de falta de
servicio como fundamento de la reparación del daño ocasionado. .

La causa había sido iniciada por Ferrocarril Oeste, con el objeto de obtener
el pago de una suma de dinero que había tenido que abonar al
reivindicante de un terreno para recuperar su propiedad.

El origen del perjuicio sufrido por la empresa actora se encontraba en un


certificado del Registro de Propiedad de la provincia, expedido en 1914,
que acreditaba el dominio de un lote de terreno en cabeza de quien había
sido su titular, pero que ya lo había enajenado por escritura pública
debidamente inscripta en el mismo registro certificante.

El informe erróneo, motivó que el Ferrocarril Oeste adquiriera el inmueble


a quien ya no era su titular y previo juicio de reivindicación, fue condenada
abonar una suma de dinero al verdadero propietario.

Por tal motivo Ferrocarril Oeste plantea ante los tribunales su reclamo en
contra de la Provincia de Buenos Aires, tendiente a obtener la reparación
por el daño sufrido por el defectuoso obrar del Registro de la propiedad
provincial.

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La Corte reconoce la responsabilidad extracontractual del Estado de la
Provincia de Buenos Aires por la prestación defectuosa del servicio de
expedición de certificados registrales. Para ello recurre nuevamente al art.
1113 del C.C., es decir continúa invocando la responsabilidad indirecta,
pero por primera vez hace referencia, en forma conjunta, a la norma
contenida en el art. art. 1112 como fundamento de la responsabilidad del
Estado.

Recordemos que éste último establece: “Los hechos y omisiones de los


funcionarios públicos en el ejercicio de sus funciones, por no cumplir sino
de una manera irregular las obligaciones legales que les están impuestas,
son comprendidos en las disposiciones de éste Título”.

Hasta ese momento, la mayoría de la doctrina interpretaba que el art. 1112


del C.C., hacía referencia únicamente a la responsabilidad del funcionario
frente al Estado y que no involucraba a éste en su responsabilidad frente a
los particulares damnificados (Agüero Piñero, Juan Pablo, op.cit., p. 17).

Esta línea jurisprudencial, si bien no implicó el reconocimiento de un


responsabilidad directa ni tampoco de naturaleza objetivo, la importancia
del fallo radica en reconocer que las relaciones en materia de
responsabilidad del Estado se rigen por el Derecho público y que la
aplicación del Código Civil se realiza por razones de justicia y equidad y en
la incorporación del concepto de falta de servicio como fundamento de la
responsabilidad estatal.

A partir de “Vadell Jorge c/ Provincia de Buenos Aires” de 1984 (Fallos


306:2030) la Corte, comienza a adoptar el criterio de que el Estado es
responsable en forma directa y objetivamente por los hechos y actos
administrativos irregulares.

En este caso, la Corte responsabilizó a la Provincia de Buenos Aires por


daños producidos en razón de las omisiones en que incurriera el Registro
de la propiedad, que había atribuido el dominio de un inmueble a quien en
realidad no le correspondía, otorgándose escritura en perjuicio del actor.

La Corte, para fundamentar la responsabilidad de la Provincia de Buenos


Aires, sostuvo que: “quien contrae la obligación de prestar un servicio lo
debe realizar en condiciones adecuadas para llenar el fin que ha sido
establecido, siendo responsable de los perjuicios que causare su
incumplimiento o irregular ejecución , principio que encuentra su
fundamento en la aplicación por vía subsidiaria del art. 1112 C.C. y pone en
juego la responsabilidad extracontractual del Estado en el ámbito del
derecho público que no requiere, como fundamento de derecho positivo,
recurrir al art. 1113 C.C., al que ha remitido desde antiguo, exclusiva o

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concurrentemente, sentencias anteriores de la Corte Suprema en doctrina
que sus actuales integrantes no comparten”.

Agregando que “no se trata de un responsabilidad indirecta la que en el


caso se compromete, toda vez que la actividad de los órganos o
funcionarios del Estado realizada para el desenvolvimiento de los fines de
las entidades de las que dependen, ha de ser considerada propia de éstas
que deben responder de modo principal y directo por sus consecuencias
dañosos”.

Como señala Cassagne, “la principal consecuencia que se desprende la


doctrina de “Vadell” consiste en que al desplazarse la culpa como factor de
atribución, no resulta necesario acreditar la culpa del agente y ni siquiera
individualizar al autor del daño. Basta acreditar el funcionamiento
defectuoso o irregular del servicio para que se configure el factor objetivo
que permita atribuir la responsabilidad” (Cassagne Juan Carlos, Las grandes
líneas de la evolución de la responsabilidad patrimonial del Estado en la
jurisprudencia de la Corte Suprema, en Responsabilidad del Estado y del
funcionario público, Jornadas de la Universidad Austral, junio de 2000).

De lo expuesto puede concluirse que la responsabilidad del Estado será


siempre “directa”, ya que es considerada como producida por el Estado
mismo y “objetiva”, entendiendo por tal su inexcusabilidad de la
reparación frente al daño material producido en ejercicio regular o
irregular de las funciones o servicio, aún cuando no haya un reproche
subjetivo de atribución en el sentido tradicional.

FUNDAMENTOS DE LA RESPONSABILIDAD ESTATAL.

Reconocida la responsabilidad estatal, tal como sostiene Marienhoff


(Tratado de Derecho Administrativo, T. IV, Ed. Abeleldo Perrot), es
necesario determinar cual es su fundamento.

Algunos autores, entre los que éste autor ubica a Duguit, considera que la
responsabilidad del Estado por los daños que ocasione encuentra su
fundamento en los “riesgos sociales”, lo cual implica excluir la “culpa”
estatal como fundamento de sudeber de resarcir los daños que produzca
por los hechos o actos que le sean imputables (Marienhoff Miguel S.,
Tratado de Derecho Administrativo, T. IV, Ed. Abeleldo Perrot, p. 695). Esta
teoría, según Bianchi, preconiza la responsabilidad objetiva y excluye la
noción de culpa se opone naturalmente a la de quienes ven en esta última
el fundamento del deber de indemnizar a cargo del Estado.

“Como puede verse ambas doctrinas acusan una marcada influencia


civilista propia de la explicación de la responsabilidad en una etapa en que

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el derecho público no había desarrollado todavía sus potencias
autonómicas” (Bianchi Alberto. B, Panorama actual de la responsabilidad
del Estado en el Derecho comparado, L.L. 1996-A, p. 922 y ss.).

Otro criterio sostiene la necesidad del dictado de una ley formal que
expresamente reconozca el deber de reparar el daño causado. Es la
posición adoptada en nuestro país por Bielsa. (Marienhoff Miguel S., op.
cit, p. 696).

Según Dromi, en opinión que compartimos, el fundamento de la


responsabilidad estatal se encuentra en la Constitución, toda vez que la
actividad de alguna de sus órganos causa un perjuicio especial a un
habitante de la Nación, en violación de los derechos que la misma
Constitución consagra. (Dromi Roberto, Derecho Administrativo, Ed.
Ciudad Argentina, 11° Edición, Buenos Aires, 2006, p.1078, en igual sentido
Marienhoff Miguel S. op.cit, p. 698 y ss.,).

Y agrega, el autor citado, que de nuestro ordenamiento constitucional


pueden extraerse los siguientes principios fundantes de la responsabilidad
estatal:

a) sacrificio especial e igualdad ante las cargas públicas: Los Art. 4 y 16 in


fine de la C.N., determinan que las contribuciones exigidas a los habitantes
deben ser equitativas y proporcionales. Si se produce un sacrificio especial
por acto – legítimo o no- de cualquier órgano, deben restablecerse la
“igualdad de todos los habitantes” mediante una indemnización a cargo del
Estado que generalice el sacrificio especial que se ha exigido al
damnificado.

b) Garantía del derecho de propiedad: el art. 17 de la C.N. dispone que


nadie puede ser privado de su propiedad sin ser indemnizado, en
consecuencia, toda vez que el Estado afecte un derecho debe indemnizar.

c) Derechos adquiridos: los derechos individuales reconocidos en la C.N.


(Art. 14 a 20, 28 y 75 inc. 22) constituyen derechos adquiridos por los
particulares en sus relaciones frente al Estado. Por eso no se los puede
desconocer sin indemnización.

En conclusión, del propio texto constitucional puede extraerse el


fundamento del deber de reparar del Estado. De la norma suprema, surge
la protección a los derechos de los administrados contra cualquier daño
injustamente, por cualquiera de su órganos, sea en ejercicio de la función
administrativa, legislativa o judicial (Dromi Roberto, op. cit., p. 1079).

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RESPONSABILIDAD EXTRACONTRACTUAL DEL ESTADO POR SU ACTIVIDAD
ILEGITIMA.

Evolución. Remisión.

Como se señalado, la responsabilidad estatal por su obrar ilegítimo, tras


iniciales criterios que sostenían la irresponsabilidad estatal, se fue abriendo
paso posturas que paulatinamente admitieron la responsabilidad estatal.
Concretamente, nuestra Corte Suprema lo reconoció a partir del citado
caso “Devoto”, a cuyo análisis y posterior evolución de la doctrina del Alto
Tribunal argentino, nos remitimos a lo expresado al punto III.2.

A continuación analizaremos cuales son los requisitos exigidos para que sea
procedente la responsabilidad extracontractual del estado por su obrar
ilegítimo.

Presupuestos

Para que pueda atribuirse responsabilidad al Estado por sus hechos o actos
ilegítimos, se han señalado los siguientes presupuestos:

a) Que el acto o hecho dañoso sea imputable materialmente a un órgano


del Estado en ejercicio u ocasión de sus funciones.

Lo que se requiere es atribuir las consecuencias jurídicas de una conducta


del agente estatal al Estado y para ello, la Corte Suprema, ha recurrido a la
“teoría del órgano”.

En virtud de esta teoría, el Estado no puede actuar sin órganos, porque


solamente a través de ellos puede expresar su voluntad y su acción. De
modo que cuando actúa el órgano, es como si actuara la persona jurídica,
en este caso el Estado. (Mertehikian Eduardo, La responsabilidad pública:
análisis de la doctrina y la jurisprudencia de la Corte Suprema, 1° Edición,
2006, p. 82).

Pero para establecer la imputación de la conducta del agente estatal, se


requiere que éste haya actuado en ejercicio o en ocasión de la función.
Determinando el alcance de tal exigencia, Mertehikian, señala que “en
tanto los perjuicios sean provocados por la actuación de un órgano del
Estado en ejercicio aparente o real de los poderes conferidos por el
ordenamiento jurídico, el Estado deberá responder por las consecuencias
patrimoniales de tal actuación. (Mertehikian Eduardo, op. cti., p. 89).

En otras palabras, el daño es necesario que sea provocado por la persona


del agente o funcionario, actuando en el ámbito del vínculo que se
establece con la función asignada. En todo lo que exceda ese ámbito, la

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responsabilidad recaerá en cabeza del agente (falta personal) y no en la
organización (falta de servicio).

b) Daño resarcible en los derechos del administrado.

Para que tenga lugar la responsabilidad estatal, debe existir un daño cierto,
real y efectivo en el afectado, que puede comprender el daño patrimonial
como el daño moral actual o futuro. Lo que como es lógico, excluye los
daños puramente eventuales o hipotéticos.

c) Falta de servicio.

La Corte ha resuelto que la responsabilidad del Estado por las acciones u


omisiones de sus agentes se genera en la idea de falta de servicio. Ahora
bien, ¿en qué caso nos encontramos frente a la falta de servicio estatal?

Conforme lo ha sostenido la Corte, a partir del caso “Vadell”, la existencia


de la falta de servicio se verifica por cumplir, el Estado, de un modo
irregular los deberes y obligaciones impuestos por el ordenamiento jurídico
(Constitución, ley, reglamento o acto) o por el defectuoso funcionamiento
del servicio público. Agregando el Alto Tribunal que, quien contrae la
obligación de prestar un servicio, lo debe realizar en condiciones
adecuadas para llenar el fin que ha sido establecido, siendo responsable de
los perjuicios que causare su incumplimiento o irregular ejecución.

Es decir, que siempre que el servicio no funcionó, funcionó mal o


tardíamente se configura la responsabilidad estatal. En este sentido, López
Mesa, considera que los daños de dicha prestación defectuosa del servicio
puede provenir de:

a) un deficiente funcionamiento o una deficiente organización: por


negligencia, errores, pérdidas de documentación, ejecuciones materiales
irregulares;

b) un funcionamiento tardío: retardo abusivo en la reparación de un


edificio, en la demora innecesaria en la realización de trámites
administrativos para efectivizar una expropiación dispuesta por ley;

c) una ausencia de funcionamiento: en el supuesto de un servicio no


prestado (López Mesa, Marcelo J., en Tratado de la Responsabilidad de la
Responsabilidad Civil, Trigo Represas, Félix A. – Lopez Mesa Marcelo J., Ed.
La Ley, 1° Ed., Buenos Aires, 2004, p. 86).

En estos casos la responsabilidad estatal, es siempre directa y objetiva, se


independiza de la de la idea de culpa y no requiere individualización del

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autor del daño (Cassagne Juan Carlos, La Responsabilidad extracontractual
del Estado en la Jurisprudencia de la Corte, ED, 114-215).

Es directa porque toda conducta dañosa se atribuye directamente al


Estado, de cuya organización forma parte el agente estatal causante del
daño, en la medida que todas las personas que el Estado designa en
funciones por él encomendadas son su órganos, y a la vez las personas
físicas que desempeñan la titularidad de tales órganos se identifican con el
ente, en este caso el Estado (Lopez Mesa, Marcelo J., en Tratado de la
Responsabilidad de la Responsabilidad Civil, Trigo Represas, Félix A. – Lopez
Mesa Marcelo J., Ed. La Ley, 1° Ed., Buenos Aires, 2004, p. 55).

Es objetiva porque se prescinde del requisito de voluntariedad del agente.

d) Conexión causal entre la conducta y el daño.

El perjuicio producido por el Estado para ser indemnizable requiere la


existencia de un nexo causal adecuado entre el acto imputable a la
Administración y la lesión sufrida por el reclamante, supuesto que puede
tener lugar, aun cuando no se identifique al funcionario o agente autor del
perjuicio. (Agüero Piñero, op.cit. p. 20).

La Corte Suprema ha precisado que debe existir como condición


indispensable para que pueda atribuirse al Estado el deber de resarcir el
daño “la existencia de una relación de causa a efecto entre el hecho que se
imputa a la Administración y el daño producido” (CSJN, 30/6/99, “C., J.A. y
otros”, L.L.2000-B-498).

LA RESPONSABILIDAD EXTRACONTRACTUAL DEL ESTADO POR SU


ACTIVIDAD LEGITMA.

La responsabilidad extracontractual del Estado por su obrar lícito tuvo


mayores reparos y un reconocimiento tardío en la jurisprudencia,
transitado un período en que ella no era reconocida a su aceptación en el
estado actual.

La evolución en la jurisprudencia

Primera etapa: la irresponsabilidad

En una primera postura de la Corte Suprema, se rechazó la responsabilidad


del Estado cuando estaban en juego daños producidos por el obrar lícito de
aquél.

En la causa “Establecimientos Gratry S.A. c/ La Nación” (1938), en la que se


reclamaba la indemnización por la aplicación de tributos, la Corte

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puntualizó que “el ejercicio de un poder legal, como lo es el de crear
impuestos, o modificar los existentes…puede ciertamente producir
perjuicios en el patrimonio de los particulares sin que tal circunstancia sea
obstáculo contra su legitimidad, so pena de detener la actividad
gubernativa, en consideración de una garantía – la de propiedad privada-
que no puede interpretarse con semejante extensión” (Fallos180:107).

Desde esas época, la Corte rechazó la responsabilidad del Estado por su


obrar lícito, con fundamento en el principio del art. 1071 del C.C. y en el
alcance asignado al derecho de propiedad, que suscita amparo
constitucional sólo frente al desapoderamiento directo y no ante el
perjuicio resultante del ejercicio de poderes legítimos (Lopez Mesa,
Marcelo J., op.cit. p. 105).

Segunda etapa: El reconocimiento de la responsabilidad por el obrar lícito

En 1946, la Corte modificaría su postura. En efecto, en una causa en la que


reclamaba una indemnización por a raíz de inundaciones producidas en
campos de particulares por obras hidráulicas efectuadas por la Provincia de
Buenos Aires, la Corte admitió la responsabilidad estatal por su obrar lícito
(CSJN, “Laplacette c/ Provincia de Buenos Aires” L.L:, 29,697).

Posteriormente, la Corte consolidará su postura de aceptación de la


responsabilidad estatal por su obrar legítimo a partir del dictado de la
sentencia de fecha 22 de septiembre de 1975 en la causa “Los Pinos S.A. c/
Municpalidad de la Capital”, en la que se encontraba en discusión la
indemnización por perjuicios ocasionados por la revocación por razones de
oportunidad y conveniencia, de un permiso otorgado por la Municipalidad
de la ciudad de Buenos Aires para el funcionamiento de un albergue por
horas.

Sostuvo la Corte que en ese caso la indemnización tenía por objeto tutelar
la incolumidad del patrimonio lesionado al dejarse sin efecto una
autorización anterior. Señalando que el sacrificio impuesto en forma
particular a Los Pinos S.A., en beneficio de toda la comunidad, no era
propio que fuese soportado únicamente por aquélla, puesto que de ese
modo lo sería en desmedro del principio de igualdad ante las cargas
públicas, consagrado en el art. 16 de la Constitución Nacional (CSJN,
22/12/1975) L.L. 1976-B-300).

Criterio seguido en otras causas posteriores: “Cantón c/ Gobierno


Nacional” (LL1979-C-219), Motor Once (LL, 1988-A-5), Tejeduría
Magallanes (LL, 1990-C-454), entre muchos otros.

15
Desde entonces la Corte ha sentado el principio de que cuando la actividad
lícita estatal, aunque inspirada en propósitos de interés colectivo, se
constituye en causa eficiente de un perjuicio para los particulares – cuyo
derecho se sacrifica por aquel interés general- los daños deben ser
atendidos en el campo de la responsabilidad por su obrar lícito (Lopez
Mesa, Marcelo J., op.cit. p. 107).

Fundamento de la responsabilidad estatal por su actividad lícita

Siguiendo a Comadira, sostenemos que el fundamento de la


responsabilidad del estado por su actividad lícita, radica en las garantías de
la propiedad, igualdad, libertad y razonabilidad consagrados por la
Constitución Nacional (arts. 14,17,16,19 y 28) (Comadira Julio R., La
responsabilidad del Estado por su actividad lícita o legítima, ED Suplemento
de Derecho Administrativo de fecha 31/10/2002).

Presupuestos de la responsabilidad estatal por su actividad lícita

A los fines de la procedencia de la indemnización por la actividad lícita del


Estado, se exige:

a) La existencia de un daño actual y cierto;

b) La relación de causalidad directa e inmediata entre el accionar del


Estado y el perjuicio;

c) La posibilidad de imputar jurídicamente esos daños al Estado;

d) Ausencia del deber de soportar, por parte del damnificado, del perjuicio
sufrido, en la medida en que existen ciertos perjuicios o daños universales
que deben obligatoriamente, ser soportados por todo los ciudadanos.

e) El sacrificio especial. El daño para ser indemnizado debe ser, por una
parte, sufrido por una persona en particular o un número determinado de
ellas y además constituir una afectación irrazonable de la propiedad por
imponer un sacrificio superior o una carga desproporcionada al exigible
igualitariamente a raíz de la vida en comunidad.

Supuestos de la responsabilidad estatal por su actividad lícita

Las situaciones en las que es procedente la indemnización por el ejercicio


de una actividad lícita del estado son diversas, y en muchos casos, está
prevista legalmente la reparación.

A título de ejemplo, y sin pretender agotar la casuística, podemos señalar


los siguientes:

16
a) Expropiación de un bien privado por causa de utilidad pública;

b) La revocación por razones de oportunidad, mérito o conveniencia;

c) La realización de obras públicas que deriven en una disminución en el


valor de los inmuebles linderos de particulares;

d) Leyes que establecen el monopolio estatal de actividades, vulnerando el


derecho de particulares que tenían a su cargo dichas actividades y que
debieron cesar su fabricación o comercialización de los respectivos bienes;

LA RESPONSABILIDAD DEL ESTADO POR OMISIÓN

En este capítulo abordaremos el estudio de situaciones en las que el Estado


provoca daños por su falta de actuación, en por ejemplo cuando omite
indicar que un río habilitado para los bañistas está contaminado, o si se
omite en una ruta indica que existen animales sueltos o que se están
realizando trabajos de reparación. A tal fin analizaremos bajo que
condiciones, debe responder patrimonialmente por tal omisión.

Según Cassagne, la responsabilidad estatal surge cuando hay una omisión


antijurídica del Estado, pues requiere que éste o sus entidades
descentralizadas incumplan una obligación legal expresa o razonablemente
implícita del ordenamiento, vinculada al ejercicio del poder de policía
administrativa. La responsabilidad, en estos casos, encuadra dentro del
presupuesto que alude a la falta de servicio.

En consecuencia, el deber de reparar estatal se configuraría frente a:

a) Omisión imputable materialmente a un órgano del Estado en ejercicio


u ocasión de sus funciones.

b) Daño resarcible en los derechos del administrado.

c) Falta de servicio, por cumplir de manera irregular los deberes y


obligaciones impuestos por la Constitución, la ley o reglamento o por el
funcionamiento defectuoso del servicio a su cargo.

d) Conexión causal entre la conducta y el daño.

Es decir, que de los requisitos de la responsabilidad por la actividad


ilegítima, surge una variación, porque no estamos frente a un hecho,
considerado como conducta positiva, sino que el Estado deja de realizar
una actividad cuya consecuencia directa es la producción del daño en la
persona o los bienes de un particular.

17
La Corte Suprema de la Provincia de Mendoza, en la causa “Torres” analizó
con claridad los presupuestos para que se configure la responsabilidad del
Estado por omisión.

Se trataba de una demanda por daños y perjuicios originados por una


crecida que arrasó la defensa aluvional – considerada insuficiente – que
había construido la provincia de Mendoza. Como consecuencia de ella,
fueron destruidos plantíos y otros bienes del actor.

El tribunal consideró que en este caso no había existido una omisión


antijurídica, como presupuesto inexcusable del deber de responder, pues
no existía una obligación legal que impusiera determinado deber de hacer,
por lo que el administrado carecía del derecho a exigir el cumplimiento del
acto omitido (L.L., 1989-C- 512, con comentario de Cassagne Juan Carlos).

RESPONSABILIDAD DEL ESTADO POR ACTIVIDAD LEGISLATIVA

La responsabilidad del Estado por actos legislativos ha sido una de las


últimas en ser reconocida. Y ello obedece sustancialmente a que durante
largo tiempo, debió vencerse una gran resistencia radicada en la
consideración de que al ser el Parlamento el depositario de la voluntad
popular y la ley expresión de esa voluntad, ella no era susceptible de causar
daños resarcibles a un particular.

Superados tales criterios, la doctrina y la jurisprudencia son coincidentes


en comprometer la responsabilidad estatal por actos del Poder Legislativo.

La responsabilidad estatal por el dictado de una norma inconstitucional

Según Dromi, en relación al Estado-Legislador, la responsabilidad estatal


puede derivar de una ley válida (por el ejercicio normal de sus potestades
legales, en caso por ejemplo, de una ley que monopoliza una actividad, que
hasta entonces era de libre ejercicio por los administrados) o de una
inválida (en caso del dictado de una ley declarada inconstitucional por los
tribunales) En este último caso, agrega el autor citado, no existen dudas
que el dictado de una ley inconstitucional, declarada tal por una sentencia
judicial firme que ocasiona un perjuicio debe ser indemnizado. En tal caso,
nos encontramos frente a un supuesto de obrar ilícito del Estado, en
consecuencia, habrá que remitirse a los presupuestos de responsabilidad
por su obrar ilegítimo, a los fines de determinar la procedencia de la
reparación del daño ocasionado. (Dromi Roberto, Derecho Administrativo,
11° Ed., Ed. Ciudad Argentina, 2006, p. 1082.).

18
Ley que reconoce la reparación del daño

En algunos supuestos, la norma determina la reparación del daño o lesión


jurídica al damnificado.

En este caso no surgen inconvenientes, en la medida en que deberá


adecuarse el resarcimiento al daño efectivamente ocasionado.

A título de ejemplo, puede citarse la ley de expropiaciones, la ley 24.043,


que tuvo la finalidad de otorgar una compensación económica a aquellas
personas que hubieran sido puestas a disposición del P.E.N. durante la
vigencia del estado de sitio, o que hubiesen sufrido detención en virtud de
actos emanados de tribunales militares.

La responsabilidad estatal por el dictado de una norma válida o lícita

En relación a las leyes que lesionan un derecho de un particular pero que


son consideradas lícitas, la regla es que, en principio no genera la
responsabilidad estatal. (Dromi Roberto, Derecho Administrativo, 11° Ed.,
Ed. Ciudad Argentina, 2006, p. 1082 y ss.).

No obstante existen supuestos excepcionales en que la viabilidad de la


responsabilidad aparece indiscutible. En tal sentido, Palazzo, citando
destacada jurisprudencia ha señalado que “la sociedad representada por el
Estado, se presta a sí misma un servicio que ha de redundar en beneficio
de la comunidad toda. En consecuencia, si en virtud de tales prestaciones
se produce un daño a uno o varios componentes de dicha comunidad, es
justicia que, en alguna medida y dentro de lo posible, dicho menoscabo sea
soportado por toda la sociedad y no únicamente por quien ha sido el sujeto
accidental pasivo del perjuicio” (Palazzo Jose Luis, Responsabilidad del
Estado por acto legislativo, Lexis Nexos Córdoba, 2006-2-218).

En efecto, la Corte Suprema, en diversos precedentes, ha reconocido la


responsabilidad estatal por acto legislativo, sobre la base de que el daño
producido, constituya un perjuicio especial sufrido por el particular. El daño
debe individualizarse con relación a una persona o grupo especial,
particular o singular, no universal o general.

En “Establecimientos Americanos Gratry” (Fallos, 180:107), el Alto Tribunal,


si bien rechazó el reclamo efectuado por el actor, estableciendo la
legitimidad de la facultad estatal de crear impuestos o modificar los
existentes, aun cuando vulnere la propiedad privada, consideró que “no se
reúnen el perjuicio que se dice experimentado la condición de especialidad
necesaria que pueda encuadrarse en el caso de responsabilidad”.

19
En la causa “Cantón”, en la que se cuestionaba un decreto del Poder
Ejecutivo que había prohibido la importación de determinados productos
con el objeto de nivelar la balanza pagos y defender la industria nacional,
afectando un contrato, que había tenido comienzo de ejecución. En este
caso, al Corte Suprema reconoció la facultad del Poder Ejecutivo para
dictar medidas como la cuestionada, no obstante, señaló que tal actividad
lícita pude ser causa eficiente de daños a los particulares y generar la
responsabilidad consiguiente cuando afecte derechos amparados por
garantías constitucionales, pues las potestades normativas reconocidas
encuentran su límite ante relaciones jurídicas concertadas bajo regímenes
anteriores, especialmente si los nuevos no contemplan sistemas
reparatorios. (Fallos 301:493).

En “Columbia”, la actora , una entidad financiera, cuestionó la modificación


de los índices de préstamos de capitales ajustables. La Corte, descalificando
el fallo del tribunal de segunda instancia, que había acogido la demanda,
consideró que éste tribunal había omitido de considerar la especial relación
de sujeción que vinculaba a las partes (por tratarse, la actividad de la
actora, de una actividad que encerraba riesgos derivados de su sujeción a
una intensa actividad regulatoria por parte del Banco Central) y no se había
dado un adecuado tratamiento a dos requisitos propios de este tipo de
responsabilidad, la existencia de un “sacrificio especial” y la denominada
“ausencia del deber jurídico de soportar el daño”.

A modo de síntesis

En conclusión puede concluirse que la doctrina y la jurisprudencia ha


admitido que la actuación del Estado puede comprometer la
responsabilidad en el campo extracontractual por el ejercicio de su
actividad legislativa – aun cuando ésta sea ejercido dentro del marco
establecido por la Constitución- ; debiendo el damnificado, acreditar:

a) la existencia de una daño cierto, real y apreciable en dinero;

b) relación de causalidad entre la norma y el daño;

c) la existencia de una sacrificio especial;

d) la ausencia del deber jurídico de soportar el daño.

RESPONSABILIDAD DEL ESTADO POR ACTIVIDAD JURISDICCIONAL

El ejercicio de la función jurisdiccional por parte de los órganos del Estado,


puede dar origen a la responsabilidad estatal, en aquellos supuestos que
tal actividad provoque daños a los particulares. Si bien, debe puntualizarse
que, en comparación a los otros supuestos de responsabilidad, la

20
responsabilidad estatal por la actividad jurisdiccional, constituye un
supuesto de tardío reconocimiento.

En efecto, como señala Cassagne, este tipo de responsabilidad recién fue


admitida en el último tramo de la evolución de las tendencias doctrinarias
que postularon el reconocimiento de la responsabilidad estatal (Cassagne ,
Juan Carlos, op. Cit. T.I, p. 302 y ss.). A su vez, está rodeada de una serie de
condiciones específicas, que impiden su equiparación con el sistema
aplicable a los otros tipos de responsabilidad estatal, debiendo destacarse
entre ellos el carácter excepcional o restrictivo de su reconocimiento por la
doctrina y la jurisprudencia.

En ese sentido, el citado autor considera que “ se trata de una


responsabilidad de carácter excepcional dado que en toda comunidad
jurídicamente organizada todos sus componentes tienen el deber o carga
genérica de someterse a las decisiones que se adopten en los procesos
jurisdiccionales, lo cual lleva consigo la carga de soportar los daños
ocasionados por una sentencia desfavorable. Este deber se concreta,
muchas veces, en el sacrificio que tiene que aceptar todo particular – sin
indemnización- de soportar los daños que le provoca el sometimiento al
proceso, hasta tanto obtenga una sentencia que haga lugar a su
pretensión”. (Cassagne, op. Cit. T.I, p- 302 y ss.).

A diferencia de otros supuestos de responsabilidad, existe un deber


genérico de soportar los daños causados por la actividad legítima o
ilegítima, como consecuencia de la necesidad de someterse al proceso
jurisdiccional por parte de los particulares.

Sin embargo, como señala Agüero Piñero, esa carga de contribuir al bien
común, representado por la realización de la justicia en el seno de la
comunidad, genera en algunos supuestos excepcionales injustificados y
excesivos daños que deben ser reparados, (Agüero Piñero, op. cit. p. 24),
tanto en perjuicios derivados de procesos penales como civiles o
comerciales, derivados de errores judiciales o por un anormal
funcionamiento del servicio de justicia.

IX.1. Tipos de responsabilidad por ejercicio de actividad jurisdiccional: error


judicial e irregular funcionamiento.

La responsabilidad por error judicial

El error judicial, siguiendo a Trigo Represas y Lopez Mesa, es todo acto


judicial ejecutado por el juez en el proceso, que resulta objetivamente
contradictorio con los hechos de la causa o el derecho y la equidad,
desviando la solución del resultado justo al que naturalmente debía llegar.

21
Es un verdadero acto ilícito” (Trigo Represas, Félix – Lopez Mesa Marcelo,
op. cit. p. 170).

En este supuesto, habrá de distinguir dos etapas a los fines de la


determinación de la responsabilidad estatal.

En primer lugar, habrá que determinar la existencia del error judicial a


través de la revisión de la resolución judicial de la que surge el error, en la
medida que resulta imprescindible remover el efecto de la cosa juzgada
que, a pesar del error, la sentencia judicial ostenta, y en caso de prosperar,
se abriría el camino de la posible indemnización. (Mertehikian, op. cit. p.
260).

En ese sentido la Corte Suprema ha establecido que “en principio sólo


puede responsabilizarse al Estado por error judicial en la medida en que el
acto jurisdiccional que origina el daño sea declarado ilegítimo y dejado sin
efecto, pues antes de ese momento el carácter de verdad legal que ostenta
l sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada impide, en tanto se
mantenga, juzgar que hay error. Lo contrario importaría un atentado
contra el orden social y la seguridad jurídica, pues la acción de daños y
perjuicios constituiría un recurso contra un pronunciamiento firme, no
previsto ni admitido” (CSJN, “Vignoni Antonio c/ Gobierno Nacional “ L. L.
1988-E-224).

El ejemplo característico es el de una sentencia condenatoria por error


judicial, la cual debe ser declarada ilegítima y dejada sin efecto, para tornar
procedente el reclamo de la indemnización de los daños provocado por la
sentencia ilegítimamente dictada.

Asimismo, como lo sostiene Cassagne, “debe admitirse la responsabilidad


del Estado, cuando no exista revisión de la cos juzgada formal o material de
una sentencia definitiva, si se dispone una detención indebida – por un
plazo que exceda el razonable- de una persona que después resulta
absuelta al dictarse la sentencia definitiva, cuando la respectiva detención
pueda calificarse de arbitraria”. (Cassagne op. Cit. p. 304).

En nuestro país, algunas las provincias han reconocido – vía constitucional


(Chaco (arts. 21 y 72), Chubut (art. 28), Entre Ríos (Art. 19), entre otras o
legal (Santiago del Estero, Código Procesal Penal (art. 443), La Pampa
(Código Procesal Penal, (art. 549) entre otras)– el deber de reparar los
daños derivados de mantener una persona privada de su libertad en forma
preventiva si el imputado resulta sobreseído o absuelto por sentencia
firme.

La responsabilidad por irregular funcionamiento del servicio de justicia.

22
A diferencia del supuesto anterior, el irregular funcionamiento del servicio
de justicia, no requiere un pronunciamiento previo sobre el error y no
surge necesariamente de la actividad de los jueces o magistrados, sino que
puede incluir la labor realizada por funcionarios, empleados y otros
auxiliares de la justicia, que individualmente o en conjunto concurren a la
defectuosa prestación del servicio de justicia. (Trigo Represas – Lopez
Mesa, op. cit. p. 173). Como señala Tawil, se trata de una responsabilidad
“que se origina como consecuencia de los daños producidos por el
funcionamiento de la máquina burocrática”. (Tawil Guido Santiago, La
responsabilidad del Estado y de los magistrados y funcionarios judiciales
por el mal funcionamiento de la administración pública, Depalma, Buenos
Aires, 1989, p. 68).

Así, por ejemplo, la Corte Suprema reconoció la responsabilidad estatal por


actos de funcionarios judiciales, en una causa en la que se había extraído
en forma fraudulenta –por parte del Secretario del juzgado- fondos de una
sucesión, que se encontraban depositados en el Banco Nación a la orden
del Tribunal (Fallos 177:171).

En otra causa, en la que se había realizado la entrega de una orden de pago


judicial a una persona distinta del destinatario, en la que se acreditó que el
Secretario del Juzgado omitió el debido control al momento de la entrega.
En tal caso, la Cámara Nacional en lo Contencioso Administrativo Federal,
Sala II, condenó al Estado Nacional a reparar el daño ocasionado al
verdadero acreedor de los fondos depositados (Lusquiños Horacio c/
Estado Nacional “ J.A. del 2/2/2000, p. 45).

Del análisis de la jurisprudencia, se advierte que para los supuestos de


error judicial se ha establecido con nitidez los requisitos que tornan
procedente la reparación del daño ocasionado. Aspectos que no surgen tan
claramente en materia de irregular funcionamiento, para lo cual debe
recurrirse a un análisis casuístico, que según Mertehikian, ha respondido a
análogos principios que los exigibles en caso de omisiones a un deber legal.
(Mertehikian Eduardo, op.cit.,p. 260).

JURISPRUDENCIA

A continuación, se transcriben fallos centrales en la evolución de la


jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Se sugiere su
lectura, en la medida que como se ha señalado, en el reconocimiento de
la responsabilidad estatal, el valor de la labor de los tribunales ha sido de
suma relevancia.

23
Tribunal: Corte Suprema de Justicia de la Nación

Autos: Tomás Devoto y Cía. Ltda. S.A. c. La Nación de fecha 22/09/1933


(Fallos 169:111)

Buenos Aires, setiembre 22 de 1933.

Considerando: Que el recurso de apelación entablado por el Ministerio


Fiscal en la notificación de fs. 296 vta., es el ordinario de apelación a que se
refiere el art. 3 de la ley 4035, como lo ha entendido la Cámara al
concederlo.

Que esta Corte ha resuelto que el recurso ordinario es procedente, aun


cuando el Fisco o la Nación no sea la parte actora (Fallos: 162:80).

1. Que, en cuanto al fondo de la causa, debe de entenderse que el apelante


comprende en sus agravios no sólo el monto de la indemnización fijado,
sino también el derecho de exigirla y la obligación de reparar los daños y
perjuicios por parte de la Nación.

2. Que, la cuestión de hecho, a saber si el incendio producido lo fue por


culpa o imprudencia de los empleados nacionales, ha quedado resuelta
afirmativamente, pues así lo revela la prueba de autos, estableciendo que
el siniestro se originó en el campamento de aquéllos a causa de chispas
desprendidas de un brasero deficiente que se usaba, en terreno cubierto
de pasto seco y sin las precauciones suficientes.

3. Que, en nada influye para definir la responsabilidad del Estado por el


desempeño negligente de sus empleados, que aquéllos, en el caso de
autos, no hayan procedido intencionalmente, o que la causa generadora
del incendio sea casual, desde que la casualidad sólo puede equipararse al
caso fortuito, en cuanto en ambas circunstancias ocurren sucesos que no
han podido preverse ni evitarse (art. 514 del Código Civil). Pero el estrago
de autos ha podido ser previsto y evitado desde que él ha ocurrido por
falta de atención de los agentes del Gobierno y en tanto éstos ejecutaban
trabajos bajo su dependencia (reparación de una línea telegráfica
nacional). Esta Corte ha dicho en casos análogos, que el incendio como
acto reprobado por la ley, impone al que lo ocasiona por culpa o
negligencia, la obligación de reparar los daños ocasionados a terceros,
extendiéndose esa responsabilidad, a la persona bajo cuya dependencia se
encuentra el autor del daño o por las cosas de que se sirve o que tiene a su
cuidado (arts. 1109 y 1113 del Código Civil; t. 129, p. 306; t. 130, p. 143; t.
146, p. 249).

24
4. Que, demostrada la existencia de perjuicios reales de daño emergente y
posible lucro cesante, por la prueba pericial, de testigos e instrumental que
ha invocado la cámara "a quo", pero no habiendo sido aquéllos
demostrados en su extensión precisa, es procedente la vía del juramento
estimatorio para su fijación (art. 220 del Código de Procedimientos).

5. Que, respecto a la cantidad señalada, no puede ser ella aumentada aun


cuando el aumento fuera de justicia, toda vez que la parte actora ha
consentido el fallo, apelado sólo por la contraria.

6. Que, tampoco sería justo reducir dicha cantidad, dentro de las


constancias que se han tenido en cuenta para determinarla, ni los agravios
expresados por el ministerio fiscal en esta instancia se refieren a este
punto de modo particular.

Por estos fundamentos y los concordantes de la sentencia apelada, se


confirma ésta, sin costas, atento el resultado de la causa. - Repetto. - Guido
Lavalle. - Sagarna. - Linares.

Tribunal: Corte Suprema de Justicia de la Nación

Autos: Ferrocarril Oeste c. Provincia de Bs. Aires de fecha 03/10/1938


(Fallos 182:5)

Opinión del procurador general de la Nación.

La jurisdicción originaria de V. E. resulta acreditada en este caso por


tratarse de demanda interpuesta contra una provincia por un vecino de la
Capital Federal. En cuanto al fondo del asunto, encuentro que el actor no
ha demostrado la procedencia de su acción, dados los antecedentes que
obran en autos.

Don José Gómez Pardal, propietario de un lote de terreno en Haedo, lo


vendió primero a don Alejandro Casir (julio 29 de 1910), quedando durante
algún tiempo como acreedor hipotecario; y luego, percibido totalmente el
precio, levantó la hipoteca, y volvió a vender el mismo bien al Ferrocarril
Oeste (abril 28 de 1914). Posteriormente, los sucesores en título de Casir,
demandaron al F. C. Oeste por reivindicación de dicho predio; y aunque el
Ferrocarril sostuvo haber sido el primero en tomar la posesión, la cámara
de apelaciones consideró probada una posesión anterior, del primer
comprador. Hizo, por lo tanto, lugar a la demanda; y un recurso intentado
ante la Suprema corte provincial, no tuvo éxito. Para evitar los efectos del
fallo, ambas partes llegaron a un acuerdo, y el Ferrocarril adquirió de la
parte vencedora lo mismo que antes había comprado a Gómez Pardal.

25
Ahora bien: en vez de dirigir el Ferrocarril su acción de reintegro contra
Gómez Pardal --a quien ni siquiera citó de evicción-- entabla demanda
contra la Provincia de Buenos Aires, sosteniendo que todo lo ocurrido tuvo
por origen una certificación errónea del Registro de la Propiedad provincial,
acerca de estar inscripto el dominio del bien a nombre de Gómez Pardal,
en 1914, cuando ya lo estaba a nombre de los sucesores de Casir. Ese es el
pleito, que tiene por objeto conseguir se condene a la expresada provincia
al pago de los $ 3.163,49, pagados por el Ferrocarril en su segunda compra,
más las costas del juicio de reivindicación.

La Provincia, al oponerse a la demanda, aduce dos argumentos: a),


obligación del actor de probar la existencia del hecho invocado como causa
generadora de los perjuicios; b), irresponsabilidad legal del Estado, por los
errores o delitos que cometan sus funcionarios en el desempeño de las
tareas oficiales.

Respecto del primer punto, aunque el actor ofreció desde el primer escrito
la prueba de haberse expedido el informe inexacto atribuido al Registro de
la Propiedad y base de la acción, tal elemento de criterio no aparece en
autos, ni fue presentado en el juicio de reivindicación, ni resulta haber
influido en el fallo de este último, ya que las partes se limitaron allí a
discutir cuál de los dos compradores había sido primero puesto en
posesión. No resulta, entonces, que el pleito se perdiera como
consecuencia de dicho informe, respecto del cual ni aún se sabe qué firma
y fecha llevaba al pie. La única noticia que aparece acerca de su existencia
es la mención de que el escribano otorgante de la segunda venta dijo
haberlo tenido a la vista; pero la escritura que se dice contener tal aserto,
fue retirada del expediente anexo antes de iniciarse la actual demanda, y el
Ferrocarril Oeste no ha vuelto a presentarla. Por otra parte, en la sentencia
de segunda instancia que dio fin al referido juicio de reivindicación, la
Cámara hace notar que la secunda venta no se hizo con un duplicado del
título original sino con éste mismo, de cuyas anotaciones marginales se
desprendía no ser ya Gómez Pardal propietario del bien. Cabe preguntarse,
entonces, si realmente hubo un certificado inexacto del Registro de la
Propiedad, o si se trata más bien de una inexactitud cometida, por el
escribano que dijo haberlo tenido a la vista. En cualquier caso, falta la
prueba del hecho, presunto generador de los perjuicios.

Esta circunstancia hace innecesario, a mi juicio, entrar al estudio de la


segunda cuestión planteada, esto es, responsabilidad de la Provincia por
actos ilegítimos de sus empleados. Trátase, por lo demás, de un punto
acerca del cual la jurisprudencia no es todavía uniforme, habiéndose
orientado más bien hacia la solución afirmativa, en los últimos tiempos
(124, 38; 169, 120; 171, 142). Aparte de ello, surge todavía la duda de si

26
puede exigirse perjuicios derivados de un acto ilícito, antes de que exista
sentencia alguna que declare la responsabilidad del empleado público cuya
conducta se conceptúa incorrecta, o criminal.

A mérito de lo expuesto, considero que corresponde el rechazo de la


acción. -- Buenos Aires, mayo 17 de 1937. -- Juan Álvarez.

Buenos Aires, octubre 3 de 1938. -- Que, a fs. 3, se presentó don Anselmo


F. López, en representación de la Empresa, entablando demanda y
exponiendo lo siguiente: Que el 28 de abril de 1914 la Empresa había
comprado a don José Gómez Pardal, un lote de terreno situado en el
Partido de Morón, Pueblo Haedo, provincia de Buenos Aires, en la calle
Suipacha entre las de Rivadavia y Esmeralda, designado con el núm. 13 de
la manzana B. del plano especial que sirvió para la venta, cuya superficie
era de 316.35 metros. Que para hacer la operación, el escribano don
Federico Isla, solicitó el certificado respectivo del Registro de la Propiedad
de La Plata, el que se le expidió con fecha 23 de abril de 1914, bajo el
número 24.827 y en el cual se hizo constar que el terreno estaba inscripto
en mayor área, a nombre del vendedor, que éste no tenía inhibición ni el
terreno gravamen alguno. Que la operación se llevó adelante y el título se
inscribió en el Registro con fecha 7 de mayo de 1914. La Empresa tomó
después, la posesión del terreno e hizo edificar en él una casita para un
empleado.

Que pasó el tiempo, y en 1928 se presentó a la Empresa una persona en


nombre de doña Inés Vioni de Parmigiani, diciendo que ella era dueña del
terreno y reclamando su entrega. Que como la Empresa no accediera, la
expresada señora la demandó ante la justicia civil de La Plata por
reivindicación, aduciendo que Pardal vendió a don Alejandro Castro, dicho
lote el 29 de julio de 1910, registrándose el título en 17 de agosto del
mismo año, bajo el núm. 56.467, Serie C. Que Casir vendió a don Antonio
Canale esa misma propiedad, el 4 de octubre de 1911 y a la muerte de éste
se la adjudicó a su esposa supérstite, doña Inés Vioni de Canale, entre otros
bienes.

Que tramitado el juicio reivindicatorio, se rechazó la demanda en 1ª


instancia, pero la Cámara de La Plata revocó la sentencia, haciendo lugar a
la acción, con devolución de los frutos que hubiera percibido o dejado de
percibir por negligencia desde la notificación de la demanda, y además las
costas en ambas instancias.

Que la Empresa, para evitar mayores perjuicios, volvió a comprar el


inmueble por $ 3.163.49, además de pagar a la actora por concepto de
costas, $ 812.50 moneda nacional.

27
Que todo lo sucedido tiene su origen en un certificado falso expedido por
el Registro de la Propiedad, el 23 de abril de 1914, núm. 24.827, según el
cual la propiedad era de Pardal en esa fecha, cuando en realidad, en 1910,
había pasado ya al dominio de Casir. Que aquel certificado está inscripto en
la escritura de adquisición del inmueble, la cual fue agregada al juicio de
reivindicación a que se ha hecho referencia.

Que el perjuicio causado a su representada asciende a $ 3.976.09 m|n. y la


Provincia de Buenos Aires debe responder de ellos de acuerdo a los arts.
1112 y 1113 del cód. Civil y la doctrina que sirvió de fuente al Codificador.

Que, bajo otro punto de vista, la jurisdicción del tribunal para entender en
esta causa surge de los arts. 100 y 101 de la Constitución y del art. 1°, inc.
1° de la ley núm. 48, por tratarse de una causa civil entre un vecino de la
Capital Federal, cual debe reputarse la Empresa, y un estado provincial.

Termina pidiendo que se condene a la Provincia a pagar la suma reclamada


y los intereses. Además, las costas del juicio.

Corrido traslado de la demanda, es contestada por el doctor Pedro R.


Quiroga, quien dice, que suponiendo exactos los hechos alegados, lo que
deberá probar el actor, la demanda debe rechazarse; con costas.

Se funda en que las providencias no son responsables de los actos ilícitos


cometidos por sus funcionarios, según el art. 43 del cód. Civil.

Cita en su apoyo los fallos de esta Corte, de los ts. 124, p. 16, causa 146; 78,
p. 371, causa 57; 96, p. 278, causa 108; t. 105, p. 254, causa 37; 99, p. 139.

Cita, asimismo, la doctrina de Bielsa, en su obra Derecho Administrativo, t.


I, ed. 2ª, p. 215.

Considerando: Que puede darse por cierto que el Registro de Propiedad de


La Plata expidió el certificado núm. 24.827, cuyo texto se halla transcripto
en la escritura de adquisición que hizo la Empresa del terreno en cuestión,
la cual se agregó a la demanda iniciada por ella contra doña Inés Vioni de
Parmigiani, traída "ad effectum videndi". Por ese certificado del 23 de abril
de 1914, se hacía constar que la propiedad formaba parte de un lote mayor
perteneciente a don José Gómez Pardal y que estaba libre de gravamen. El
escribano autorizante da fe de la existencia y contenido de ese documento
público (arts. 979, inc. 2° y 994 del cód. civil).

Que, igualmente, resulta cierto que el mismo lote de terreno había sido
enajenado por Gómez Pardal a don Alejandro Casir, en 1910 y registrada la
operación el 17 de agosto del mismo, lo que dio lugar al juicio de

28
reivindicación que después se siguiera con éxito contra la Empresa del
Oeste.

Que no es dudoso que el certificado expedido el 23 de abril de 1914 hizo


incurrir a la Empresa en el error de adquirir la propiedad de quien no era
dueño ya. Y que vencida ésta en el juicio reivindicatorio, tuvo que pagar la
suma que se cobra en la demanda para recuperar la propiedad.

Que el Estado provincial impone la obligación de munirse del certificado


del Registro para escriturar toda operación que versare sobre transmisión
de inmuebles, cobrando un derecho especial del sellado, lo que,
lógicamente, presupone la obligación de prestar un servicio regular que
responda a las garantías que se ha querido asegurar. Que, cuando de tal
manera procede, no obra como persona del derecho privado, o como
persona jurídica, sino como entidad del derecho público que ha tomado a
su cargo una función y que la monopoliza, como puede ser la de Correos y
Telégrafos o cualquier otra de esta naturaleza, y, siendo así, la invocación
del art. 43 del cód. Civil no es pertinente.

Que, en principio, quien contrae la obligación de prestar un servicio lo debe


realizar en condiciones adecuadas para llenar el fin para que ha sido
establecido, siendo responsable de los perjuicios que causare su
incumplimiento o su irregular ejecución (doctrina de los arts. 625 y 630 del
cód. civil). Y si bien las relaciones entre el Estado y sus gobernados se rigen
por el derecho público, la regla enunciada, fundada en razones de justicia y
de equidad, debe tener también su aplicación a este género de relaciones,
mientras no haya una previsión legal que la impida. Que, haciendo
abstracción del dolo con que el falso certificado pudo haberse expedido,
habría por lo menos una conducta culpable en el personal, que, en
desempeño de sus funciones y obrando bajo la dependencia del Estado, ha
causado el daño de que se trata, siendo así de aplicación al caso los arts.
1112 y 1113 del Código Civil.

Que estas disposiciones no son sino el corolario lógico del principio general
según el cual todos los que emplean a otras personas para el manejo de un
negocio o para determinada función, llevan la responsabilidad de su
elección y son pasibles de los perjuicios que éstas ocasionaren a terceros
en el desempeño de su función, dado que nadie puede por sí o por
intermedio de otro ejercer sus derechos en forma tal que lesione el
derecho de un tercero.

Que esto es así tanto cuando se trata de personas como de entidades


jurídicas. Al respecto, dice Bibiloni: "No hay dos clases de propiedad
regidas por dos reglas diversas en cuanto a sus facultades y restricciones,

29
según sean sus titulares hombres o instituciones. No hay dos derechos
distintos para regular las actividades. Todos deben cuidar de usar de las
facultades legales de modo de no causar daño indebido a terceros. Si,
voluntaria o necesariamente, se obra por medio de representantes, éstos
deben observar las mismas precauciones". Y después agrega: "La ley no
establece excepción. Basta que haya encargado o comisión. ¿Por qué se
establecería la irresponsabilidad de las personas jurídicas? ¿Y de qué
manera es más grave la situación de un particular por los actos de sus
empleados que la de aquélla? Nadie, ciertamente, verá razón para
exonerar a unas personas de las consecuencias que la ley impondrá a otras.
Hasta se podría decir que, justamente, para que las jurídicas no puedan
usar de sus derechos, sino por el medio necesario de su representante, los
actos de éste, deben ajustarse a las mayores condiciones de vigilancia, y
que al ejercer sus funciones en actos de éste, deben ajustarse a las
mayores condiciones de vigilancia, y que al ejercer sus funciones en actos
del resorte de los institutos, son éstos mismos los que obran ante los ojos
de los terceros". Agrega, después, que la misma regla prescripta por el
Código de Napoleón, art. 1384, ha sido aplicada con igual amplitud en
Francia y Bélgica. Que idéntica doctrina prevalece en Italia, Alemania,
Inglaterra, Estados Unidos, y ha sido incorporada a los códigos más
modernos, por lo general. (Anteproyecto de Reformas al Código Civil, ps.
67 y sigts.).

Que en lo que particularmente se refiere al Estado, considerado en su


doble personalidad de derecho público y privado, la doctrina se ha
orientado cada vez más en el sentido de reconocer su responsabilidad
extracontractual por actos de sus funcionarios o empleados, realizados en
el ejercicio de su función, cuando la entidad ejerce un monopolio, un
servicio público o una industria, y tan sólo diverge cuando se trata de actos
de "jure imperii", en que principalmente se ejercitan los atributos de la
soberanía.

Que la disposición del art. 1112 del Código Civil correlacionada con la que
le sigue del art. 1113, significa la aceptación del principio de la
responsabilidad del Estado, cuando concurren las condiciones
anteriormente indicadas, tanto por lo que se desprende de su texto mismo
cuando porque, interpretada así, concuerda con la doctrina expuesta por
Aubry y Rau, citado por el Codificador en su nota al art. 1112 (Aubry y Rau,
t. 4, p. 799, párrafo 447; Laurent, t. 20, párrafos 593, 594 y 595). Y así se ha
aplicado por esta Corte Suprema en un caso de incendio producido por
culpa de obreros del Estado, al hacerse la limpieza de una línea telegráfica,
en el cual, por haber ellos obrado en desempeño de sus tareas y bajo la
dependencia del Gobierno, fue éste declarado responsable del daño

30
causado a un tercero (t. 169, p. 120. Concuerda con los de los ts. 124, p. 22;
145, p. 89, y 171, p. 142).

En su mérito y oído el procurador general, se dispone que la Provincia de


Buenos Aires reintegre a la Empresa del Ferrocarril Oeste la suma de $
3.976.09 m|n., en el término de veinte días que dicha empresa pagó a la
reivindicante del terreno para recuperar la propiedad, con más los
intereses legales desde la notificación de la demanda. Las costas en el
orden causado, atenta la naturaleza de las cuestiones de orden jurídico
debatidas. -- Roberto Repetto. -- Antonio Sagarna. -- Luis Linares. -- Benito
A. Nazar Anchorena.

Tribunal: Corte Suprema de Justicia de la Nación


Autos: Vadell, Jorge F. c. Provincia de Buenos Aires de fecha 18/12/1984
(Fallos 306:2030)

Buenos Aires, diciembre 18 de 1984.

Resulta: I - A fs. 40/45 la parte actora demanda a la Provincia de Buenos


Aires para que se la condene a pagar las sumas que se vea obligada a
resarcir en favor de Miguel García Gómez en un juicio que éste le sigue,
originado en los hechos que pasa a relatar.

Dice que por escritura del 22 de junio de 1949 vendió al mencionado


García Gómez el inmueble constituido por la mitad N.O. de la manzana F,
ubicado en la Ciudad de Necochea, chacra N° 164, y que había adquirido a
Elías Stly. Esas compraventas -sostiene- fueron efectuadas sobre la base de
antecedentes de dominio nulos que comprometen la responsabilidad de la
provincia.

Tales antecedentes dominiales demuestran que mediante escritura del 27


de diciembre de 1906 Gervasio Abásolo compró la totalidad de la chacra
164 de la que comprendía numerosas manzanas, entre ellas, las
identificadas con las letras "E" y "F". Posteriormente, Abásolo vendió la
mitad S.O. de la manzana "F" a J. N. Méndez y Cía., la mitad restante N.E. a
Juan Ayrolo y la mitad S. E. de la manzana "E" a José Koblitz. De tal suerte,
sólo quedó en su patrimonio la mitad N.O. de esta última.

El 17 de junio de 1914, Abásolo transfirió a su hermano Emiliano el


remanente de la totalidad de la chacra 164. Al confeccionar la escritura
pertinente, el escribano José Exertier excluyó de la operación la mitad S.O.
de la manzana "E" que atribuyó a Méndez sin advertir que lo adquirido por
éste correspondía a la manzana "F" y no consideró las ventas a Koblitz y
Ayrolo, las que quedaron comprendidas en la transmisión.

31
Fallecido Emiliano Abásolo se enajenó por sus sucesores y en subasta, lo
que se denomina la mitad N.O. de la manzana "F" produciéndose nuevas
irregularidades. En efecto, aquél no era propietario de esa fracción,
totalmente vendida por su antecesor Gervasio, pese a lo cual el Registro de
la Propiedad informó adjudicándole la plena titularidad del dominio.

No obstante estas circunstancias, el registro inmobiliario anotó el título de


Emiliano Abásolo pese a mediar las defectuosas menciones consignadas
por el escribano Exertier y expidió luego un certificado de dominio en el
que informó que no tenía restricciones ni exclusiones para anotar luego su
venta a Bilbao y Jaca. A partir de estos errores se produjeron transmisiones
paralelas superpuestas sobre una misma fracción lo que determinó una
serie de litigios entre los que menciona el seguido en su contra.

Por estos hechos responsabiliza a la demandada, ya sea por los errores


registrales como por la conducta de los escribanos intervinientes, a los que
califica de funcionarios públicos dependientes del estado provincial.

II - A fs. 54/60 contesta la Provincia de Buenos Aires. Opone la excepción


de falta de legitimación para obrar y pide subsidiariamente el rechazo de la
demanda.

Tras reseñar los antecedentes registrales descarta su responsabilidad, la


que, en todo caso, sostiene que se originaría en las menciones de las
escrituras que crearon la superposición de inscripciones denunciadas.
Tampoco la reconoce en lo atinente a la actuación de los escribanos, a
quienes niega el carácter de funcionarios públicos recordando las
diferentes doctrinas elaboradas acerca de la naturaleza de sus funciones.
Pide, por último, la citación de los escribanos Exertier y Landó.

III - A fs. 69 se desestima la excepción planteada y a fs. 96 se rechaza la


citación de terceros.

IV - A fs. 135/36 la actora hace saber que la sentencia dictada en el litigio


seguido por García Gómez ha sido favorable al actor lo que deja expedita
esta acción aun cuando no exista monto líquido del resarcimiento a que se
lo condenó.

Considerando: 1° - Que el presente juicio es de la competencia originaria


de esta Corte Suprema (arts. 100 y 101, Constitución).

2° - Que a los efectos de precisar los antecedentes dominiales que dan


origen al pleito, es conveniente su relación circunstanciada, la que, por lo
demás, resulta suficientemente esclarecida en el dictamen pericial del
escribano Rubio. En el año 1906, Gervasio Abásolo adquirió la totalidad de

32
la chacra 164, compuesta entre otras de las manzanas "E" y "F" sobre las
que se suscitarán las sucesivas controversias, y años después, entre 1910 y
1911, vendió las fracciones S. O. y N. E. en que se dividía la "F" a Méndez y
Cía. y Ayrolo, y la S.E. -de las dos que conformaban la "E"- a José Koblitz.
Sólo quedó en su patrimonio, entonces, la individualizada como N.O. de la
manzana "E".

En 1914 Abásolo vendió a su hermano Emiliano lo que se indica como


remanente de la chacra 164. Para realizar esta operación el escribano José
Exertier requirió del registro inmobiliario de la provincia el certificado 3869
que, según lo afirma el perito, informó que la totalidad de la chacra
pertenecía al vendedor lo que obviamente no correspondía a la realidad
dominial toda vez que se habían producido las ventas ya reseñadas, todas
ellas inscriptas en el registro (ver posiciones de fs. 153/55, respuestas 1ª a
3ª; fs. 236/37, escritura a fs. 43/46 de los autos: "Verga de Cherbet c.
García Gómez", agregados por cuerda). Por su parte el escribano Exertier,
cuyo conocimiento de esas transacciones se desprende de la escritura,
excluyó de la venta la fracción S. O. de la manzana "E" -inexistente, por lo
demás- confundiéndola con la así denominada de la "F" que había
comprado Méndez. De tal manera mediante inscripción N° 94.545, serie B,
del 28 de diciembre de 1914, Emiliano Abásolo se convirtió en "dueño" de
la paste S.O. de la manzana "F" ya vendida, sin observaciones de parte del
registro.

3° - Que en 1924, la sucesión de Emiliano Abásolo enajenó, en subasta, a la


firma Bilbao y Jaca lo que en la escritura se identifica como sector N.O. de
la manzana "F", lo que constituía una denominación incierta. Este nuevo
error notarial, esta vez del escribano Landó, originó la superposición de
dominio sobre el ángulo oeste de esa manzana (dividida como se sabe en
fracciones S.O. y N.E.). Tal estructuración fue precedida de sucesivos
pedidos de certificación de dominio que gravitaron decisivamente en la
suerte de los bienes. En efecto, el 12 de julio de 1923 y mediante oficio que
figura a fs. 207 de los autos sucesorios de Emiliano Abásolo, se indica que
"en cuanto a lo deslindado por la inscripción 94.545 B 14" (corresponde a
la venta entre los Abásolo) "consta con deducción de la quinta 6 chacra 136
por haber sido enajenado".

4° - Que esa respuesta evidencia que el registro, pese a contar con medios
para informar sobre anteriores transferencias -así lo prueban la mención
antedicha del estado de la chacra 136 y las constancias que reconoce en la
absolución de posiciones-, ponían en cabeza de Emiliano Abásolo la
titularidad de un bien que nunca le había pertenecido totalmente. Este se
reitera, según el perito, en otras piezas provenientes de esa repartición que
obran en el protocolo respectivo (certificado 39.676, del 31 de julio de

33
1924, y su ampliación bajo N° 48.632 del 22 de septiembre de ese año). Allí
se comunica, por el primero, que la chacra 164 consta en su integridad a
nombre de Emiliano y por el segundo, emitido meses después, que ese
dominio no se había modificado en sus condiciones. De lo expuesto, surge
la evidencia de que el registro ignoró la primitiva venta de Gervasio
Abásolo a Méndez que involucró el terreno que suscita el litigio y las
posteriores de Emiliano atribuyéndole a éste la plenitud de un dominio del
que no fue titular. Cabe señalar también que la venta de Bilbao y Jaca se
anotó sin reservas pese a las incongruencias ya expuestas.

5° - Que las consideraciones precedentes demuestran la responsabilidad de


la provincia toda vez que el Registro de la Propiedad, al incurrir en las
omisiones señaladas, cumplió de manera defectuosa las funciones que le
son propias y que atienden, sustancialmente, a otorgar un conocimiento
cabal de las condiciones de dominio de los inmuebles. En este sentido cabe
recordar lo expresado en Fallos, t. 182; p. 5 (Rev. La Ley, t. 12, p. 123, con
nota de Alberto G. Spota), donde el tribunal sostuvo que "quien contrae la
obligación de prestar un servicio lo debe realizar en condiciones adecuadas
para llenar el fin para el que ha sido establecido, siendo responsable de los
perjuicios que causare su incumplimiento o su irregular ejecución".

Esa idea objetiva de la falta de servicio encuentra fundamento en la


aplicación por vía subsidiaria del art. 1112 del Código Civil que establece un
régimen de responsabilidad "por los hechos y las omisiones de los
funcionarios públicos en el ejercicio de sus funciones, por no cumplir sino
de una manera irregular las obligaciones legales que les están impuestas".

6° - Que ello pone en juego la responsabilidad extracontractual del Estado


en el ámbito del derecho público que no requiere, como fundamento de
derecho positivo, recurrir al art. 1113 del Cód. Civil al que han remitido
desde antiguo, exclusive o concurrentemente, sentencias anteriores de
esta Corte en doctrina que sus actuales integrantes no comparten (ver
Fallos, t. 259, p. 261; t. 270, p. 404; t. 278,p. 224; t. 288, p. 362; t. 290, p.
71; t. 300, p. 867 -Rev. La Ley, t. 117, p. 842, fallo 11.664-S, t. 131, p. 518; t.
143, p. 576, fallo 26.678-S; Rep. La Ley, t. XXXV, p. 237, sum. 141; t. XLI, A-I,
p. 926, sum. 306-). En efecto no se trata de una responsabilidad indirecta la
que en el caso se compromete, toda vez que la actividad de los órganos o
funcionarios del Estado realizada para el desenvolvimiento de los fines de
las entidades de las que dependen, ha de ser considerada propia de éstas,
que deben responder de modo principal y directo por sus consecuencias
dañosas.

7° - Que no obstante, y a mérito de lo expuesto acerca de las actuaciones


de los escribanos Exertier y Landó debe establecerse si ambas fueron causa

34
eficiente de los daños por las fallas en que incurrieron en la confección de
las respectivas escrituras al denominar equivocadamente las fracciones
vendidas. Así parece respecto de Exertier quien, conocedor de las ventas
anteriores -ignoradas, como se dijo en los informes del registro- y del plano
de subdivisión tal como se desprende de fs. 686/90 de los autos sucesorios
de Emiliano Abásolo, debió excluir del denominado "remanente" la
fracción S.O. de la manzana "F" que a raíz de su intervención fue vendida
dos veces originándose la superposición del dominio, pero no en lo que
atañe a Landó. En efecto, éste, que se guió por los antecedentes del
registro y en particular por la situación registral respecto de aquella
fracción, cometió el error de autorizar el acto referente a la paste S.O.
(inexistente) de la manzana "F", error que, en la práctica y en lo que
interesa, significó reducir la superposición ya existente aunque afectando
la propiedad de un tercero, lo que, aunque eventualmente podría
comprometer su responsabilidad, no tiene repercusión para la suerte de
este litigio.

8° - Que la cuestión suscitada conduce a la necesidad de indagar si la


actividad del escribano de registro constituye una modalidad dentro de la
categoría de los funcionarios públicos, con las consecuencias legales que de
ello derivan y que son las que cabe considerar o, por el contrario, el
ejercicio de una profesión, bien que dotada del atributo de la fe pública y
sometida a una particular relación con el Estado que se manifiesta a través
del acto de la investidura, el control y las facultades disciplinarias, pero que
no participa "stricto sensu" de aquel carácter.

9º - Que dificultan la solución del tema algunas disposiciones del Código


Civil, como los arts. 979 incs. 1° y 2°, 997 y 1004 que contienen menciones
no suficientemente explícitas acerca de quienes denomina escribanos o
funcionarios públicos, y también la referencia que hace el codificador en su
nota al art. 1112, en la cual ubica a aquéllos en esa última clasificación. No
debe perderse de vista, por otra parte, que el art. 10 de la ley 12.990 ha
reconocido formalmente ere carácter siguiendo sus antecedentes, las leyes
1144 y 1893.

10 - Que, no obstante, la sujeción literal a la norma no basta para explicar


la condición en examen, por lo que resulta necesaria una exégesis
sistemática del estatuto jurídico del notariado. En ere sentido, si bien no
caben dudas de que como fedatario cumple una función pública por la
investidura con la que el Estado lo somete a su superintendencia (arts. 17,
35 y sigtes., ley 12.990), es evidente que no se presentan las notas
características de la relación de empleo público que permitan
responsabilizarlo por las consecuencias de su desempeño. En efecto, no

35
existe dependencia orgánica respecto de los poderes estatales cuyas
plantas funcionales no integra, no está sometido al régimen de jerarquía
que le es propio ni se dan a su respecto otras características de un vínculo
permanente con la administración como puede serlo, en su medida, la
remuneración.

11 - Que en tales condiciones, se lo puede definir como un profesional del


derecho afectado a una actividad privada, pero con atributos que en parte
lo equiparan a la gestión pública, cuyos actos, vinculados al comercio
jurídico privado, dan fe de esas relaciones privadas y no expresan la
voluntad del Estado como éste normalmente la exterioriza a través de sus
órganos.

12 - Que la referencia contenida en la nota al art. 1112 del Cód. Civil que
incorpora entre los agentes públicos a "los escribanos, procuradores y
todos los empleados en la administración del Estado" no altera lo expuesto
toda vez que no cabe afirmar que contenga una inequívoca mención de los
escribanos de registro. Contribuye a esta convicción la circunstancia de que
al sancionarse el Código Civil, no existía la separación entre la fe pública
notarial y la judicial, que sólo se opera con la vigencia de las leyes 1144 y
1893, que siguen la orientación innovadora de la ley orgánica del notariado
español de 1862. De tal manera, la expresión -ubicada en su preciso
contexto temporal- no es suficientemente indicativa si se toma en cuenta
que, aun en aquellas normas, los escribanos de registro tenían su
regulación junto a los escribanos secretarios -éstos sí incuestionablemente
funcionarios estatales- en el marco de las leyes destinadas a ordenar la
organización de los tribunales bajo la genérica definición de escribanos
públicos (ley 1893, título XII, caps. I, II y III).

13 - Que por otra parte y aún de admitir que la función fedataria sea la más
trascendente de las que realiza el notario, no puede ignorarse que
concurre con otras que no ostentan ese carácter y que son propias de su
condición de profesional independiente. Parece absurdo, entonces, que
semejante dualidad se presente en quien se pretende definir como
funcionario público, como igualmente inaceptable que, necesariamente
sometido como tal a una típica subordinación disciplinaria, esta facultad
del Estado pueda coexistir con el ejercicio de una superintendencia a cargo
de organismos corporativos como los que contempla la ley 12.990 (arts. 43
y siguientes).

14 - Que, por último, cabe recordar que la Corte definió el particular status
del escribano de registro señalando que "la reglamentación a que puede
someterse el ejercicio de las profesiones liberales, ofrece aspecto esencial
tratándose de los escribanos, porque la facultad que se les atribuye de dar

36
fe a los actos y contratos que celebren conforme a las leyes constituye una
concesión del Estado acordada por la calidad de 'funcionario' o de 'oficial
público' que corresponde a los escribanos de Registro" (Fallos, t. 235, p.
445, Rev. La Ley, t. 85, p. 605). De estas conclusiones surge, reafirmada, la
naturaleza atribuida a la actividad notarial sin que obste a ello la
caracterización de su vínculo con el Estado dentro de un régimen de
concesión toda vez que éste no importa adjudicar a sus beneficiarios el
rango de funcionarios públicos que tampoco aparece nítidamente perfilado
en el párrafo transcripto a través, tan sólo, de las expresiones encomilladas
que contiene.

15 - Que de acuerdo a lo expuesto corresponde ahora decidir sobre la


participación que cupo a la provincia demandada en la producción de los
daños, que esta Corte estima en un 70 % ya que la trascendencia de la
conducta irregular del registro inmobiliario como causa de aquellos debe
entenderse superior a la del escribano Exertier. El reclamo del actor, que
consiste en el reintegro de lo que se le condene a pagar en el juicio que le
siguió García Gómez, no se traduce aún en suma líquida toda vez que no se
ha cumplido con la etapa de ejecución de aquella sentencia y no media
liquidación practicada. Deberá, entonces, diferirse la estimación económica
del perjuicio para su oportunidad.

Por ello, y lo dispuesto en los arts. 1112 y concs. del Código Civil, se decide:
Hacer lugar parcialmente a la demanda seguida por Jorge F. Vadell contra
la Provincia de Buenos Aires. Estése a lo establecido en el consid. 15 sobre
la fijación del resarcimiento. Las costas se imponen en un 70% a cargo del
estado provincial y un 30% a la parte actora en atención al resultado del
pleito (art. 71, Cód. Procesal). - Genaro R. Carrió. - José S. Caballero. -
Carlos S. Fayt. - Augusto C. Belluscio. - Enrique S. Petracchi.

Tribunal: Corte Suprema de Justicia de la Nación

Autos: Columbia Cía. Financiera c. Ministerio de Economía de fecha


02/08/2000 (Fallos 323:1897) Buenos Aires, 2 de agosto de 2000.

Considerando: 1. Que la Cámara Nacional de Apelaciones en lo


Contencioso Administrativo Federal, Sala III, confirmó la sentencia de la
instancia anterior que rechazó la demanda entablada por Columbia Cía.
Financiera S.A. tendiente a obtener una indemnización por daños y
perjuicios derivados de la aplicación de la ley 23.370, su dec. reglamentario
1926/86 y la comunicación "A" 955 del Banco Central, y declaró prescripta
la acción en lo referente a los daños que habrían ocasionado a la actora las
leyes 23.082, 23.188, 23.293, 23.318 y 23.354 y la comunicación "A" 437
hasta dos años antes de la fecha en que fue interpuesta la demanda.

37
Contra lo así decidido, la actora dedujo recurso ordinario de apelación que
fue concedido a fs; 1397/1397 bis. El memorial de agravios obra a fs.
1452/1475 y fue respondido a fs, 1481/1489 vta. por el Estado Nacional -
Ministerio de Economía- y a fs. 1490/1509 por el Banco Central.

2. Que la apelación interpuesta es formalmente admisible pues se dirige


contra una sentencia definitiva, dictada en una causa en que la Nación es
parte, y el valor cuestionado en último término excede el mínimo legal
previsto por el art. 24, inc. 6§, ap. a, del dec.-ley 1285/58, y la res. 1360/91
de este Tribunal.

3. Que la actora sostuvo a lo largo del pleito que las sucesivas reformas al
sistema financiero, que tuvieron lugar entre 1982 y 1986, la condujeron a
un proceso de descapitalización continuo y creciente que desembocó en
una situación gravemente deficitaria.

La demandada planteó la prescripción de la acción resarcitoria en cuanto


ésta se sustentó en los perjuicios que habría irrogado la aplicación de la
comunicación "A" 437 y de las leyes 23.082, 23,188, 23.293, 23.318 y
23.354.

4. Que la Cámara expresó, como fundamento para admitir la defensa de


prescripción parcial opuesta por la demandada en los términos en que lo
hizo, que los reclamos deducidos por la actora ante el Banco Central el 12
de febrero y el 11 de agosto de 1987 carecían de aptitud para interrumpir
el curso de aquélla, pues se referían exclusivamente a la compensación
prevista por el art. 13 de la ley 23.370. Asimismo negó que esa norma
constituyese un reconocimiento de deuda susceptible de producir el efecto
previsto por el Art. 3989 del Código Civil."

5. Que en lo atinente al fondo del asunto -con referencia a las pretensiones


no alcanzadas por la prescripción- el a quo consideró infundada la tacha de
inconstitucionalidad del citado art. 13 de la ley 23.370, del dec. 1926/86 y
de la comunicación del Banco Central "A" 955. En el primer caso tuvo en
cuenta la doctrina uniformemente sostenida por este tribunal acerca de
que nadie tiene un derecho adquirido al mantenimiento de leyes y
reglamentaciones (Fallos: 268:228; 272;229). Agregó - con cita del
precedente de Fallos: 267:247 (Adla, 126- 582)- que "ante un cambio
sustancial de circunstancias, el Estado nacional no puede renunciar a
ejercicio de atribuciones propias, como lo son las de orden económico" y
que frente a un caso similar -Fallos: 315:1027- esta Corte "sostuvo la
legitimidad de las normas dictadas dada la necesidad de poner un límite
adecuado a la divergente evolución de los índices de ajuste de los
préstamos con relación al nivel de actividad económica y de los ingresos".

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Puntualizo también que este tribunal ha admitido la validez de leyes que -
en determinadas circunstancias- limitan el derecho de propiedad y aun los
efectos de sentencias firmes, en tanto las medidas adoptadas no sean
irrazonables en relación a las causas que las han hecho necesarias.

En lo referente al dec. 1926/86, juzgó que el límite fijado por su art. 11


respecto de la compensación prevista por el art. 13 de la ley 23.370, en
tanto se refiere sólo a intereses punitorios devengados e impagos
superiores al 6 % sobre capital actualizado, no afecto un derecho
patrimonial adquirido ni alteró la reparación integral contemplada por la
norma legal. Del mismo modo, consideró que al dictar la comunicación "A"
995 el Banco Central actúa válidamente en la esfera de sus potestades
constitucionales, sin apartarse de lo dispuesto en normas de mayor
jerarquía. Por tales razones, descartó que los eventuales daños cuyo
resarcimiento reclama la actora fuesen consecuencia de actividad ilícita del
Estado.

6. Que asimismo desestimó la pretensión resarcitoria formulada con base


en el obrar lícito de aquél. Al respecto, entendió que no se hallaba
acreditada en autos ni la ausencia de un deber jurídico de la actora de
soportar el daño que alega, ni la existencia de un perjuicio individualizado
del que hubiesen estado eximidas las restantes entidades financieras.
Agregó que, aun si por hipótesis se entendiera que no fuese necesaria la
concurrencia de tales requisitos, no cabía tener por probado el daño
invocado en razón de la ineficacia de las premisas utilizadas para su
determinación en el peritaje contable.

7. Que, en primer término, corresponde tratar el agravio concerniente a la


defensa de prescripción, que fue admitida por el a quo con los alcances que
han sido reseñados, Los argumentos esgrimidos por la recurrente sobre
este punto resultan ineficaces para desvirtuar la conclusión a la que llegó la
sentencia apelada, En efecto, de la lectura de los reclamos administrativos
formulados por la empresa actora al Banco Central con anterioridad a la
promoción de la demanda judicial surge claramente que éstos se referían
exclusivamente a la compensación prevista por el primer párrafo del art. 13
de la ley 23.370, y fueron planteados por la vía establecida por el párrafo
tercero de dicha norma, sin que la circunstancia de que en ellos se señalara
la insuficiencia de los montos que resultarían acreditados según los
términos de aquel artículo y sus disposiciones reglamentarias pueda
mejorar la situación de la actora, habida cuenta de que los perjuicios
mencionados reconocen como causa al régimen de refinanciación de
créditos establecido por esa misma ley. El objeto de tales reclamos se
corrobora en una nota que, con posterioridad, la actora dirigió al ente
rector del sistema monetario, en la que expresa que mediante ella amplía

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su presentación referente "al reclamo interpuesto ante esa entidad por la
diferencia de compensación resultante de la aplicación de la ley 23.370".

8. Que, por otra parte, resulta inatendible lo aducido por la apelante en


relación a que se habría configurado en el caso el impedimento fáctico a
que alude el art. 3980 del Cód. Civil, dada la dificultad temporaria para
identificar cada uno de los daños acaecidos -según sostiene- entre 1982 y
1986, en razón de su recíproca concatenación. En efecto, el art. 3980 del
Cód. Civil requiere, para su aplicación, la concurrencia de razones
impeditivas que deben ser apreciadas concretamente en relación a la
persona que invoca su ocurrencia (Fallos: 311:l490) y no puede operar ante
consideraciones de índole general -como las expresadas por la actora-
relativas a que "estaba aguardando el dictado de una ley que diera fin a
todos los inconvenientes que estas normas venían ocasionando" o que se
encontraba "siempre a la espera de una resolución de la entidad rectora o
del Congreso que compensara de alguna manera los inconvenientes que se
iban sufriendo".

9. Que lo expuesto no empiece, obviamente, a que, de corresponder,


pueda ser considerada en su caso, a los efectos de examinar la pretensión
del resarcimiento de los daños que habría ocasionado a la actora la
aplicación del régimen instaurado por la ley 23.370 y sus disposiciones
reglamentarias, la situación en que aquélla se encontraba en el momento
en que entró en vigencia dicha normativa. Es, pues, con tal comprensión
que corresponde desestimar los agravios vertidos sobre este punto.

10. Que el art. 13 de la ley 23.370 reconoció una compensación a cargo del
Estado nacional, que sería efectivizada por el Banco Central de la República
Argentina por cuenta de la Secretaría de Hacienda, respecto de las
entidades financieras que acreditasen haber sufrido pérdida o quebranto a
raíz de la refinanciación establecida por dicha ley. Sin perjuicio de que tal
compensación quedó supeditada a la prueba del concreto perjuicio, cabe
poner de relieve que -como resulta claramente del mismo texto de la
norma- aquélla se refiere al quebranto o pérdida ocasionado por el sistema
de refinanciación establecido por esa ley, de manera que mal podría
importar un reconocimiento de deuda alguna por daños que podrían haber
causado otras normas dictadas con anterioridad.

11. Que la actora reclamó por la insuficiencia de la reparación prevista por


la citada ley que, a su entender, fue indebidamente restringida por el dec.
1926/86 y la com. "A" 955 del Banco Central.

Como surge de sus agravios, las cuestiones que trae a conocimiento de


esta Corte giran en torno a determinar si concurren en el sub lite las

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condiciones que resultan exigibles para que se genere la responsabilidad
del Estado tanto en el supuesto de una conducta irregular como, en la
hipótesis en que se la juzgue lícita.

12. Que en lo atinente a la atribución de responsabilidad que formula la


apelante sobre la base de una pretendida actuación ilícita del Estado, el
memorial de agravios no expone críticas de peso que permitan al tribunal
apartarse de la conclusión a la que llegó el a quo. En efecto, la recurrente
se limitó a reiterar los argumentos vertidos en la instancia anterior sin
refutar el razonamiento en que se sustentó la Cámara. Han quedado
incontrovertidos aspectos esenciales de la sentencia como lo son los
concernientes a la inexistencia de un derecho adquirido a la inalterabilidad
de las leyes y reglamentaciones y la imposibilidad de que el Estado
renuncie al ejercicio de sus atribuciones propias, como las de orden
económico, cuando la atención del interés general y la situación económica
así lo impone. Tampoco ha expuesto el apelante razones que desvirtúen el
juicio de la Cámara en cuanto entendió que ni el Poder Ejecutivo al dictar el
dec. 1926/86 ni el Banco Central, al emitir la comunicación "A" 355,
excedieron sus facultades constitucionales, ni ha criticado en forma
concreta y razonada la consideración de que el art. 11 del dec. 1926/86, al
fijar una limitación para el cálculo de la compensación, se refiere
exclusivamente a intereses punitorios devengados e impagos superiores al
6% sobre capital actualizado, por lo cual no afecta derechos patrimoniales
adquiridos, y que el límite a la compensación fijada en los puntos 4 y 5 de
la com. "A" 955 del Banco Central no modificó lo previsto por la ley 23.370
pues la fecha que considera para el cálculo de los saldos es la de
publicación de aquélla en el Boletín Oficial.

13. Que en lo atinente a la pretensión resarcitoria respecto del obrar lícito


del Estado, también la recurrente ha omitido controvertir el argumento
medular de la sentencia, relativo a que únicamente la pérdida o el sacrificio
de derechos e intereses incorporados al patrimonio son susceptibles de
generar un derecho al resarcimiento, y que no puede considerarse que
revista esa calidad la pretensión de que se mantenga la aplicación de tasas
de interés libres, anteriormente dispuestas por el Banco Central, que no
asumió la obligación de mantenerlas en caso de operarse una modificación
en las condiciones económicas contempladas, extremo éste que no fue
negado por la recurrente.

14. Que, de igual modo, la apelante no refutó adecuadamente los motivos


enunciados por la Cámara; para concluir en que no se hallaba acreditado
en autos el daño alegado por la entidad demandante, en razón de que las
bases que el peritaje tomó en cuenta para su determinación eran
cuestionables. En orden a ello, tras señalar que no cabía computar la

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rentabilidad esperada con sustento en el mantenimiento de tasas libres, el
a quo puso de relieve que la mora, e incluso la imposibilidad de pago, en
que se encontraban los deudores de aquélla impedía apreciar -con
sustento real- la cuantía de la disminución de la rentabilidad.

15. Que al respecto cabe señalar que no resulta razonable extender la


responsabilidad del Estado al punto de constituirlo en el garante de
ventajas económicas conjeturales.

16. Que en lo atinente a las costas, no concurren, a juicio del tribunal,


motivos que justifiquen apartarse del principio establecido por el art. 68,
primera parte del Cód. Procesal, por lo que corresponde confirmar en este
punto el fallo -que las impuso a la parte vencida- y decidir del mismo modo
en lo referente a las irrogadas en la presente instancia.

Por ello, se confirma la sentencia apelada, con costas. - Julio S. Nazareno. -


Eduardo Moliné O'Connor. - Carlos S. Fayt. - Augusto César Belluscio. -
Antonio Boggiano. - Guillermo A. F. López. - Gustavo A. Bossert. - Adolfo
Roberto Vázquez.

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