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Capitulo 10 Asignatura pendiente: la mujer y la Iglesia PREGUNTAS DESAFIANTES ¢ &Por qué la Iglesia catélica es el inico dmbito social de Occidente donde la mujer estd discriminada, y no tiene los mismos derechos y deberes que el hombre? ¢ ¢Por qué la Iglesia catélica piensa que las mujeres no son capaces de ser buenos sacerdotes? ¢ &Por qué no sigue el ejemplo de las Iglesias hermanas (anglicanos, luteranos, baptistas, adventistas, metodistas, evangélicos, y de todas las Iglesias reformadas), que si tienen sacerdotes y obispos mujeres? ¢ Si Jestis abrié nuevas oportunidades para las mujeres, ¢por qué mandar en la Iglesia es cosa de hombres? ¢ &Por qué la Iglesia ha defendido a lo largo de los siglos una vision patriarcal y machista de la sociedad, la familia, la economia y la politica? En los albores de la historia de la humanidad, los roles del hombre y la mujer estaban rigurosamente divididos. A los hombres les correspondia la responsabilidad, la autoridad y la presencia en la esfera publica —la politica y las leyes, hacer la guerra y ostentar el poder- mientras las mujeres se encargaban del hogar, la familia y la educacién. Algunas mujeres excepcionales rompieron el molde, pero la norma para la mayoria era clara, sobre todo en las sociedades agricolas. La division de roles tenia una base filosofica: tanto los autores del libro del Génesis como el fildsofo griego Aristételes creian que era el hombre el que proporcionaba la semilla para la procreacion, y la mujer era solo la portadora pasiva. La ovulacién de las mujeres tard6 2.000 afios en ser descubierta y verificada por la ciencia. Como seifiala la filsofa Prudence Allen: «En la historia de la filosofia, la ignorancia de que la aportacion de la mujer a la procreacion es equiparable a la del hombre condujo a una desvalorizacién sistematica, casi ideoldgica, de la dignidad de la mujer durante mas de dos mil afios. La visidn del hombre como naturalmente superior a la mujer impregné las actitudes filosdficas, cientificas y culturales. Hizo dafio a las mujeres y a las nifias de muchas maneras, algunas ocultas y otras no tanto. No era facil oponerse a las pruebas que lo “demostraban”. Muchos hombres preferian pensar que eran superiores por naturaleza a las mujeres». En los tiltimos cien ajios la situacién ha empezado a darse la vuelta. Ahora muchas mujeres se ven a si mismas como naturalmente superiores a los hombres. Esto les ha llevado a desvalorizar la dignidad del hombre de forma prdcticamente ideoldgica. Hoy, la verdad sobre las mujeres y los hombres es bien conocida. No hay excusa para no defender la igual dignidad y las diferencias significativas entre mujeres y hombres. Al mismo tiempo, los roles de género y clase fueron sacudidos por la industrializacion, la migracién masiva, la urbanizacién y la movilidad social de los siglos XVIII y XIX. A comienzos del siglo XxX, las mujeres exigian igualdad, incluyendo el derecho al voto y al trabajo, a recibir educacion y acceder al mercado laboral, asi como el mismo estatus y salario que los hombres, y un espacio en la esfera ptiblica como ciudadanas de pleno derecho, no como meros apéndices. Hoy muchas mujeres tratan de conciliar la vida laboral con los compromisos familiares. Pero el feminismo, el movimiento por la emancipacién de la mujer, ha causado divisidn en torno a cuestiones profundamente arraigadas sobre identidad y sexualidad. Algunos consideran que la igual dignidad no debe significar emular alos hombres, sino lograr que se produzcan cambios sociales que permitan a las mujeres conservar las diferencias; la igualdad, desde este punto de vista, no significa suprimir lo que hace a las mujeres diferentes de los hombres. Otros, influidos por las nuevas teorias de género, afirman que no hay diferencia entre sexos: el género es una «construccién», y la fertilidad y la crianza de los hijos son obstaculos a la plena integracion de la mujer. También influye el paternalismo de organismos nacionales e internacionales, que desean buscar la igualdad hombre y mujer a base de imposiciones. El periodista irlandés se ha lamentado de que algunas politicas por la igualdad —por ejemplo, las que desean favorecer el empleo femenino— sean discriminatorias. Aunque muchos estudios sociales han confirmado que solo un 20 por ciento de las mujeres quiere trabajar a jornada completa durante toda su vida laboral (otro 20 por ciento quiere quedarse en casa con sus hijos con dedicacién completa, y el 60 por ciento restante desea algo intermedio), muchos gobiernos de la UE centran sus politicas en el 20 por ciento de mujeres que quiere trabajar a jornada completa. De nuevo, se niega el dato empirico de que distintas mujeres quieren cosas distintas porque los politicos de izquierdas creen que solo se puede lograr la igualdad entre hombres y mujeres, si unos y otros trabajan el mismo nimero de horas por semana en los mismos empleos. Las mujeres catdlicas, con el apoyo de los obispos de todo el mundo en el Concilio Vaticano II, han defendido con denuedo el primer tipo de feminismo, y normalmente se han posicionado en contra del segundo. A menudo se ven atrapadas entre dos fuegos: la critica feminista contra la Iglesia, que distorsiona la realidad; y una Iglesia a la que le queda todavia un largo camino hacia el reconocimiento del papel que corresponde a la mujer en sus estructuras. Lo que se discute no es si la mujer ha tenido y tiene una presencia destacada en la oraci6n, la piedad y en la tradicion del cristianismo, sino del lugar de las mujeres en la vida publica de la Iglesia, y de las mujeres catdlicas en la sociedad en general. No cabe duda de que en la Iglesia se ha contribuido, en algunos momentos, a la marginaci6n de la mujer. En su Carta a las mujeres, de 1995, san Juan Pablo II sejialaba que la mujer ha sido «despreciada en su dignidad, olvidada en sus _prerrogativas, marginada frecuentemente e incluso reducida a esclavitud», y a continuacion pidid perdén porque «no han faltado, especialmente en determinados contextos histdricos, responsabilidades objetivas en no pocos hijos de la Iglesia». También la voz del papa Francisco se ha levantado en defensa de la mujer. En la Amoris laetitia (2016) sefiala: «Aunque hubo notables mejoras en el reconocimiento de los derechos de la mujer y en su participacion en el espacio publico, todavia hay mucho que avanzar en algunos paises (...). La violencia verbal, fisica y sexual que se ejerce contra las mujeres en algunos matrimonios contradice la naturaleza misma de la unién conyugal. Pienso en la grave mutilacion genital de la mujer en algunas culturas, pero también en la desigualdad del acceso a puestos de trabajo dignos y a los lugares donde se toman las decisiones (...), pero recordemos también el alquiler de vientres o la instrumentalizacién y mercantilizaci6n del cuerpo femenino en la actual cultura medidatica». La Iglesia es un blanco particularmente facil de la critica antipatriarcal, pues el sacerdocio catélico es masculino y los puestos clave de toma de decisiones estan reservados a los clérigos. A la Iglesia se le acusa no solo de que los hombres estén al mando, sino de proteger sus propios intereses de poder. Desde este punto de vista, este «patriarcado» solo puede desaparecer con la admision de la mujer al sacerdocio. Sin embargo, muchas mujeres catdlicas -exitosas desde cualquier punto de vista— explican que hay solidas razones teoldgicas para un sacerdocio exclusivamente masculino que no tienen que ver con el poder, y que cuestionan la visidn del ser humano que esta implicita en los discursos igualitarios. Para ellas, la igualdad de dignidad y estatus no supone emular roles tradicionalmente masculinos, sino permitir que las perspectivas femeninas tengan la misma cabida en la Iglesia. A esto apelo el papa Francisco en una entrevista de septiembre de 2013 cuando dijo: «Necesitamos ampliar el espacio a una presencia femenina mas incisiva dentro de la Iglesia». Una reunion de mujeres organizada por el Consejo Pontificio de la Cultura en febrero de 2015 sefial6 en su documento conclusivo, «Las culturas femeninas: igualdad y diferencia», lo siguiente: [Las mujeres] «muchas veces desempejian cargos directivos con tanta dedicacién como los hombres; y a veces incluso mas, porque a menudo recae sobre ellas la atencién a sus familias. Gracias a su esfuerzo, esas mujeres han alcanzado puestos de prestigio y responsabilidad en sus empresas y en la sociedad, y en cambio no sucede lo mismo en la comunidad eclesial. En su horizonte no esta el sacerdocio femenino (que, por otra parte, segtin las estadisticas, interesa mas bien poco a las mujeres). Si -como dice el Papa— las mujeres tienen un papel central en el cristianismo, este papel tiene que tener su correspondencia en la vida ordinaria de la Iglesia». Intencién positiva La vision feminista de la sociedad y la tradicién cristiana tiene sus raices en las ideas emancipadoras de la Ilustracién, pero también en el cambio de conciencia que tuvo lugar como consecuencia de la Encarnacion. El origen divino de la igualdad de dignidad de hombre y mujer —asi como su diferencia— est4 recogido en las palabras del Génesis: «Hombre y mujer los cred». La busqueda de la verdadera igualdad es la expresi6n complementaria de esa revelacion divina. La mujer y la Iglesia: un breve recorrido histérico La idea de que la mujer, al igual que los hijos, es propiedad del hombre estaba ampliamente extendida en las sociedades de la Antigiiedad; esto hace del desafio del cristianismo a esa idea algo todavia mds destacable. E] Evangelio abrié nuevos horizontes para las mujeres. El relato de la encarnacién de Lucas describe los personajes femeninos con cierto paralelismo al de los masculinos, pero invirtiendo sus roles sociales: en la narracion de Lucas, los hombres permanecen callados, se quedan sin habla o piden que se les deje ir en paz, mientras que las mujeres se regocijan ante los actos de Dios, dicen lo que piensan y profetizan. Las mujeres del Evangelio, y sobre todo Maria, recuerdan a muchas de las mujeres ocultas en el Nuevo Testamento que dejaron su impronta en la historia, a pesar de los grandes esfuerzos del discurso masculino dominante. Esta Miriam, que tenia la misma posicion de lider que Moisés y Aar6n en el éxodo de Egipto, que canta la cancion de la liberacién de la que se hizo eco mas tarde Maria; o Débora, una de las dirigentes o Jueces elegidos por Dios que encabez6 un ejército contra el enemigo de Israel, algo parecido a como Juana de Arco, siglos mas tarde, lideré las tropas en el campo de batalla en la Francia del siglo XVI. Jestis fue extraordinariamente receptivo, respetuoso y agradecido con las mujeres. Las contaba entre sus discipulos mas importantes y sus acompajfiantes mas queridos (Lucas menciona a Maria Magdalena, Juana, Susana y «muchas otras»). Hay también varias mujeres que desempefian diferentes funciones de responsabilidad alrededor de Jesus. Ellas —a diferencia de los doce apostoles— no abandonaron a Jestis en el momento de su Pasion. Maria Magdalena destaca especialmente, la primera en presenciar y anunciar la Resurrecci6n. Es un hecho constatado que el cristianismo resultaba atractivo para las mujeres, y cambio la forma en que eran tratadas: la ética sexual cristiana, por ejemplo, diferia de las normas paganas en no considerar la infidelidad del marido como una conducta menos grave que la de la mujer. Y, en un tiempo en el que el divorcio era un privilegio de los hombres —de acuerdo con la ley de Moisés, una mujer no se podia divorciar de su marido-, la insistencia de Jesus en el matrimonio como un vinculo para toda la vida suponia una ensefianza a favor de la mujer. «Rompiendo las barreras sociales y religiosas del momento, Jestis restituy6 a la mujer en su dignidad plena como ser humano ante Dios y ante los hombres», dijo san Juan Pablo II en 1979. «La forma de actuar de Cristo, el Evangelio de sus palabras y obras, es una solida protesta contra todo aquello que vulnere la dignidad de la mujer». La doctrina de san Pablo de que en Cristo no hay hombre ni mujer, libre ni esclavo no cuestion6 el rol social de la mujer, como no buscé activamente acabar con la esclavitud. Pero elevé su estatus, al insistir en que son creadas a imagen de Dios y redimidas en Cristo, y deben por ello ser tratadas con soberano respeto, y sento asi las bases de su posterior emancipacién. Los movimientos modernos por los derechos de la mujer son el resultado de este principio. En la Iglesia primitiva, las mujeres desempefiaban funciones diversas: ensefiar, predicar, realizar profecias, preparar para el Bautismo, acoger las ceremonias de la Iglesia. El relato de los Hechos de los Apéstoles sobre Lidia, primera bautizada y convertida de Europa —o sobre Tabita, una mujer soltera— muestra cémo habian cambiado los roles sociales en poco tiempo. Alli donde se extendié el Evangelio, las mujeres estaban entre los primeros y mas destacados discipulos, y desempefiaban papeles cruciales en el desarrollo de la incipiente Iglesia. A lo largo del mundo mediterrdneo del primer siglo encontramos mujeres que se convierten y sirven a la comunidad cumpliendo funciones que normalmente solo les habrian correspondido fuera de la comunidad. Los datos histéricos sugieren, de hecho, que el cristianismo se extendid en primer lugar entre las mujeres, los esclavos y los nacidos extranjeros —precisamente aquellos excluidos de la vida publica— y, a través de ellos, a las clases mas altas. Esto sucedié incluso mientras el sacerdocio se desarrollaba como una institucién masculina, basada en la eleccién de Jestis de hombres como apostoles. La Iglesia primitiva consideraba esto como una forma de respetar el mandato de Jestis. Asi como Jestis instauro el sacramento del bautismo con agua, establecié el sacramento del orden sacerdotal con hombres. El hecho de restringir el sacerdocio a los hombres no significa afirmar nada en favor de las dotes de los hombres en contraposicion a las de las mujeres; es obvio que las mujeres pueden ejercer el liderazgo y ser buenos ministros —-como demuestran las Iglesias protestantes—, pero eso no significa que puedan ser sacerdotes catdlicos. Dado que Jestis y la Iglesia primitiva abrieron espacios para las mujeres a pesar del patriarcado entonces imperante, y dado que las «sacerdotisas» eran una caracteristica de las religiones paganas de aquel tiempo, la eleccion es mas llamativa y reveladora. Lo que esta claro es que el sacerdocio masculino no impidio el avance de las mujeres. Esto era atin mds evidente en una nueva forma de sociedad que introdujo el cristianismo, el monacato, que en muchos modos desafio las formas tradicionales de organizacion social de la antigiiedad. Los monasterios implicaban una separacién fisica de la familia y la ciudad por voluntad propia, una opcién por vivir de acuerdo con los principios universales del Evangelio. «En ningun dmbito», sefiala Larry Siedentop, «se ve esto tan claramente como en el estatus y tratamiento de las mujeres». La creacién de comunidades ascéticas de mujeres, que mds tarde se convirtieron en conventos -sefiala—, «significé la salida de la mujer de su antigua familia, de la permanente subordinacion del ambito doméstico». Como escribe la historiadora francesa Régine Pernoud, «En casi toda Europa, la conversion de un pueblo comenzo por la accién de una mujer». Las mujeres desempejiaron papeles relevantes en los siglos VII, VIII y Ix, cuando los monasterios guiaron la expansion de la Iglesia en Europa. Mas de treinta abadesas fueron proclamadas santas por la Iglesia antigua. Estaban a menudo al frente de extensas regiones agricolas, crearon centros de ensefianza, convocaban sinodos y dirigian y guiaban a enormes comunidades de hombres y mujeres. La importancia de estas grandes mujeres no reside solo en que eran santas e inspiradoras, sino en que fueron lideres en el sentido modemo de la palabra. Abadesas como Hildegarda de Bingen fueron consultadas por obispos y papas, ejercieron una autoridad real y tuvieron una enorme influencia, a través de los cargos que desempejiaron y de sus dones de ensefianza y predicacidn, no solo en sus propias comunidades, sino en la Iglesia en general. Si el sacerdocio masculino o las doctrinas del cristianismo hubieran supuesto la subordinacién y exclusién de la mujer, habria sido imposible que esto ocurriera. Las mujeres ocuparon altos cargos en la Iglesia, como lo hacen ahora: el movimiento de los Focolares, creado en el norte de Italia tras la Segunda Guerra Mundial, y que hoy aglutina a cientos de miles de personas en todo el mundo, tiene miembros masculinos y femeninos, pero, de acuerdo con su propio estatuto, debe ser dirigido por una mujer. Esto no quiere decir que las mujeres hayan sido tratadas como iguales en la historia de la Iglesia, ni que no hayan sido discriminadas, sino que, a pesar de los obstaculos del patriarcado y la misoginia extendidos en la sociedad, hubo sitio en la Iglesia para mujeres sensacionales; y que el sacerdocio masculino no supuso por si mismo un obstdculo para que desempejiaran esas funciones. Las comunidades religiosas femeninas de la Edad Media dieron oportunidades de educacion e influencia que se negaban a todas las mujeres de la época con excepcidn de las pertenecientes a la aristocracia. Desde el papel de Maria madre de Jesus, theotokos («portadora de Dios»), a las mujeres discipulas de los relatos del Evangelio, desde las virgenes martires de los primeros siglos del cristianismo a las grandes doctoras de la Iglesia (Catalina de Siena, Teresa de Avila, Teresa de Liseaux, Hildegarda de Bingen, Edith Stein), todo ello demuestra el profundo respeto y reconocimiento de la Iglesia a las mujeres. El catolicismo ha integrado el gran don de la feminidad mucho mejor que otras creencias y confesiones. El psicoanalista suizo Carl Jung calificé la proclamacién del Dogma de la Asuncién por Pio XII en 1950 como el acontecimiento religioso mas importante de los ultimos 400 ajios, al reincorporar —a su entender— el elemento femenino en la interpretacién humana de la naturaleza de Dios que habia sido rechazada o minimizada en el cristianismo posterior a la Reforma. En el Concilio Vaticano II, la busqueda actual de manifestaciones de la igual dignidad de las mujeres se plasm6 en muchos documentos. Advirtiendo que «las mujeres ya actian en casi todos los campos de la vida», la Gaudium et Spes sefiala que «todos deben contribuir a que se reconozca y promueva la propia y necesaria participacion de la mujer en la vida cultural». En la Pacem in terris, san Juan XXIII también observo que era «un hecho evidente la presencia de la mujer en la vida ptiblica», y sefialé: «La mujer ha adquirido una conciencia cada dia mds clara de su propia dignidad humana. Por ello no tolera que se la trate como una cosa inanimada o un mero instrumento; exige, por el contrario, que, tanto en el dmbito de la vida doméstica como en el de la vida publica, se le reconozcan los derechos y obligaciones propios de la persona humana». Los documentos del beato Pablo VI contienen algunas de las declaraciones incondicionales de los derechos de la mujer mas claras que se hayan encontrado hasta el momento, instando al reconocimiento de los derechos civiles de la mujer en plena igualdad con el hombre, y a la aprobacion de leyes que permitan a las mujeres desempefiar el mismo papel profesional, social y politico que los hombres. Esto se aplicaba a las estructuras de la Iglesia también, como aclaré el beato Pablo VI en 1970. «Es evidente que la mujer esta llamada a formar parte de la estructura viva y operante del cristianismo», dijo en 1970, y afiadid que «todavia no se habian evidenciado todas sus potencialidades». La mujer en la Iglesia hoy: un viaje inacabado Al conmemorar los cincuenta afios de la apertura del Concilio Vaticano II, el papa Benedicto XVI record6 a la Cristiandad los mensajes que el beato Pablo VI dio en su clausura a personas de diversa condicién. Uno de los que trajo a colacién se dirigia a las mujeres, y terminaba con el siguiente llamamiento: «Mujeres, vosotras sabéis hacer la verdad dulce, tierna, accesible: dedicaos a hacer penetrar el espiritu de este Concilio en las instituciones, las escuelas, los hogares y en la vida de cada dia. Mujeres del mundo entero, cristianas 0 no creyentes, a quienes os esta confiada la vida en este momento tan grave de la historia: a vosotras toca salvar la paz del mundo». Al reproducir el mensaje, el papa Benedicto reconocié que era una tarea atin pendiente, y que el mundo lo necesitaba tanto, o mas, como en la clausura del Concilio. En los tltimos afios —desde el Concilio e incluso mucho mas recientemente— las mujeres han llegado a desempefiar papeles muy importantes en la direccién de las organizaciones de la Iglesia. Hasta 1953 no hubo ninguna mujer trabajando en la Curia Romana, pero, hacia el final del pontificado de san Juan Pablo II en 2005, las mujeres constituian el 21 por ciento del personal del Vaticano. En una reunion en 2006, Benedicto XVI se pregunté en voz alta si no seria justo hacer mas espacio en el servicio ministerial, para asignar mas cargos de responsabilidad a mujeres. En 2015 el nimero de mujeres trabajando en el Estado de la Ciudad del Vaticano se habia duplicado (371 en 2014, por encima de los 194 de 2004), aunque la mayoria de ellas ocupaban puestos auxiliares; en esa misma fecha, en la Santa Sede trabajaban 391 mujeres (tres afios antes eran 288), de las cuales el 40 por ciento ocupaban puestos profesionales. La proporci6n, en ambos casos, se mantenia similar (20 por ciento) a la del afio 2005. Solo habia dos mujeres desempefiando funciones directivas, ambas ejerciendo como subsecretarias (tercer cargo dentro de un dicasterio). Es demasiado poco, aunque los porcentajes de mujeres en los puestos de alto nivel en el mundo empresarial tampoco son halagiiefios. En octubre de 2011, las mujeres solo suponian el 14 por ciento de los puestos de alta direccién en las empresas de Fortune 500. En 2015, en la mayoria de las empresas de las 20 mayores economias mundiales, las mujeres integraban entre el 10 y el 20 por ciento de sus consejos de administracién. En realidad, la carencia de mujeres con responsabilidades en el Vaticano refleja la relativa escasez de puestos de gobierno abiertos a los laicos, debido a la confusion del gobierno con la ordenacion. En otras palabras, parece dominacién masculina y es en realidad dominaci6n clerical. Esto es especialmente cierto en el Vaticano, donde los puestos de responsabilidad estan tradicionalmente ocupados por obispos o sacerdotes, incluso en funciones para las que el cardcter sacramental no era indispensable. El Vaticano es, en este sentido, mucho mds un «club clerical» que un ambiente misdgino, y su organigrama actual lo demuestra. Se trata -como él mismo ha declarado— de una de las grandes preocupaciones del papa Francisco. Algunos pasos se han dado: por ejemplo, en 2014 el Papa designo a la socidloga Margaret Archer como presidenta de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales; nombro por primera vez a una mujer, la religiosa Maria Melone, rectora de una universidad pontificia; y eligid a cinco mujeres para integrar la Comision Teoldgica Internacional. Pero son gestos que tienen mas valor simbdlico que transformador. Hay muchas posiciones que no necesariamente estan ligadas al sacerdocio, y que sin embargo no se han confiado a mujeres: representaciones diplomaticas ante organismos civiles como Naciones Unidas; jueces y magistrados; gerentes econdmicos, y un largo etcétera. Esto podria estar a punto de cambiar con la reestructuracion de la curia que esta llevando a cabo el Consejo de nueve cardenales de Francisco, llamado «C9». Uno de los principios de esa reforma es que solo serén desempefiadas por sacerdotes aquellas funciones que especificamente lo requieran, dejando abiertas el resto a personas laicas, incluyendo, por supuesto, a mujeres. El presidente del C9, el cardenal Oscar Rodriguez Maradiaga, sefiala: «El Espiritu empuja en esta direccién. Cada dia mas y mas laicos, hombres y mujeres, asumen su responsabilidad de ser los lideres de la Iglesia». Bajando al terreno de las didcesis, donde estan la mayoria de los catdlicos, es evidente que la Iglesia esta a la cabeza del resto de la sociedad en cuanto a mujeres ocupando puestos de liderazgo. En las didcesis, las parroquias, las organizaciones benéficas y las escuelas, las mujeres estén desempefiando funciones ministeriales dentro de la Iglesia «con unas tasas que superan a menudo a las de instituciones comparables del mundo laico», sefiala el periodista John Allen. Observando las tendencias actuales, Allen pronostica: «En el dia a dia, la realidad sociol6gica probablemente llevar a que el grueso de los servicios pastorales ofrecidos por las parroquias, escuelas, hospitales y otras instituciones catdlicos sean prestados por mujeres. Al margen del sacerdocio y el episcopado, el ministerio en la Iglesia catdlica se convertira progresivamente en un “trabajo de mujeres”». Las estadisticas oficiales del Vaticano muestran que el total de clérigos y laicos implicados en el apostolado de la Iglesia pasé de 1,6 millones en 1978 a 4,3 millones en 2005, de los que alrededor del 90 por ciento eran laicos. Esto significa que el nimero de personas laicas ocupando actualmente puestos ministeriales en la Iglesia catdlica de todo el mundo supera al numero de clérigos por un amplio y creciente margen. La gran mayoria de estos puestos ministeriales —profesores, catequistas, agentes de pastoral— son ocupados por mujeres. Fuera de los ministerios laicales, la proporcion de mujeres es menor pero sigue siendo muy alta: en la administraci6n diocesana, por ejemplo, ocupan casi un 50 por ciento de todos los puestos, y casi una tercera parte de todos los puestos ejecutivos en ONG, hospitales, etc., son ocupados por mujeres. Pero la mayoria de las mujeres catdlicas no trabajan para la Iglesia. Muchas se encuentran en los niveles mds altos de la vida publica. Lejos de sentirse cohibidas por su fe para asumir esas funciones, muchas aluden a su fe como motivacién para comprometerse en el hogar, en su comunidad parroquial y en el mundo. Muchas otras mujeres dan testimonio de otras maneras mas ocultas. Kim Daniels, de Catholic Voices USA, alaba la vida de una mujer fallecida recientemente en su parroquia. Tuvo nueve hijos y 23 nietos y «form6 parte de nuestra parroquia y de su historia tanto como fue posible». Su meérito esté en haber hecho algo profundamente contracultural, y particularmente catélico: eché raices en un sitio concreto, y permanecio alli. Al comprometerse con una parroquia, ella y otras como ella ayudaron a construir una comunidad sdlida a la que las personas podian acudir. Gracias a ese compromiso, hoy cuentan con una escuela floreciente, para educar a sus hijos; con un lugar para servir a los demas en su propio vecindario, y donde entablar amistades verdaderas y duraderas en un entorno cada vez mds efimero y desestructurado. Dado que las parroquias por su propia naturaleza enraizan lo sagrado en el dia a dia -el santo sacrificio de la Misa tiene lugar justo después de que suene el timbre, y justo antes de que se planifique la venta benéfica en el sétano-, la santidad se convierte en una parte visible de la vida diaria. El reto real es cOmo compaginar el acceso al mundo laboral — que muchas mujeres no pueden abandonar- con las obligaciones familiares —que las mujeres no quieren abandonar (ni la familia lo resistiria)-. Como sefiald el Papa Francisco en enero de 2014: «¢Cémo es posible crecer en la presencia eficaz en tantos ambitos de la esfera publica, en el mundo del trabajo y en los lugares donde se toman las decisiones mds importantes y, al mismo tiempo, mantener una presencia y una atencién preferencial y del todo especial en y para la familia?». Por qué los sacerdotes catélicos son varones El hecho de que el sacerdocio catdlico sea masculino no es una cuesti6n administrativa, sino una doctrina esencial de la Iglesia. Por eso, la admisién de mujeres al sacerdocio es algo mds que una cuestién académica. Varios papas han aclarado que la eleccién de los hombres para el sacerdocio pertenece al deposito de la fe que corresponde a la Iglesia mantener. No existe ningtin poder o mecanismo por el que se pudiera admitir a las mujeres en el sacerdocio; la Iglesia «no puede hacer nada» al respecto. El papa Juan Pablo II declard en 1994 que «la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenacion sacerdotal a las mujeres» y sefiald que este dictamen debia «ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia». Los papas no hacen este tipo de declaraciones si no estén seguros de que no serdn contradichos en el futuro. Otras muchas tradiciones cristianas —entre ellas, los luteranos, episcopalianos, metodistas y baptistas— si tienen clero femenino. En esto, las Iglesias catélica y ortodoxa parecen desfasadas. En realidad, si se contempla la cuestidn teniendo en cuenta la visidn de cada Iglesia sobre la Eucaristia y el sacerdocio, la divergencia no resulta tan sorprendente. La concepcién catdlica y ortodoxa del sacerdocio tiene un marcado cardcter eucaristico y sacramental. Ambas Iglesias creen que en el altar tiene lugar un cambio ontoldgico, y que el sacerdote actiia in persona Christi. El punto de referencia, por tanto, es el propio Cristo; y su masculinidad no es secundaria. El Catecismo sefiala -con abundantes referencias a las Escrituras— que «El Sejior Jestis eligié a hombres (viri) para formar el colegio de los doce Apéstoles, y los Apéstoles hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colaboradores que les sucederian en su tarea. El colegio de los obispos, con quienes los presbiteros estan unidos en el sacerdocio, hace presente y actualiza hasta el retorno de Cristo el colegio de los Doce. La Iglesia se reconoce vinculada por esta decisién del Sefior. Esta es la razon por la que las mujeres no reciben la ordenacién». El hecho de reservar el sacerdocio a los hombres no es un juicio sobre las capacidades y derechos de las mujeres, del mismo modo que el celibato no es un juicio sobre el matrimonio, ni el matrimonio un juicio sobre las personas solteras. La doctrina refleja el papel especifico del sacerdote en la concepcidn catélica, que es representar a Jestis, ocupar su lugar. Como san Juan Pablo II escribid en su Carta a las mujeres: «Estas distinciones de papel no deben interpretarse a la luz de los cdnones de funcionamiento propios de las sociedades humanas, sino con los criterios especificos de la economia sacramental, 0 sea, la economia de “signos” elegidos libremente por Dios para hacerse presente en medio de los hombres». ¢De qué «signo» se trata? El sacerdocio no es una carrera ni un trabajo, sino una llamada, una vocacion, un estado vital. Y, cuando los sacerdotes ejercen el poder -el poder de celebrar sacramentos y el poder de gobierno-, estan llamados a hacerlo de una manera muy diferente a la del modelo patriarcal. Es posible suponer, por tanto, que una de las razones por las que Jestis escogi6 a los hombres para ser sacerdotes es la intencién de crear un modelo de autoridad masculino basado en el servicio, la entrega absoluta, la vulnerabilidad y la apertura del coraz6n. Haciendo eso, Jestis dio a las mujeres la posibilidad de otro tipo de poder. Una mujer puede, tanto como un hombre y de formas que los hombres no pueden, dar testimonio del amor de Cristo y atraer a otros a El a través de su ejemplo y ministerio. Todos los cristianos forman parte del sacerdocio comun. Todos estén Ilamados a la santidad. Ser sacerdote u obispo no hace a una persona mas santa. Pero la Iglesia sostiene que solo un hombre puede representar a Jestis en su humanidad, una humanidad que no es asexuada. Cuando san Juan Pablo II nombré a los nuevos santos patronos de Europa -gobernantes, profetas y académicos-, la mitad eran mujeres que habian tenido un gran impacto en la época en la que vivieron. Santa Brigida de Suecia fue una mistica y lider formidable, santa Catalina de Siena reprendio publicamente al papa, santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) fue una destacada fildsofa alemana de principios del siglo veinte. A la Iglesia no le asustan las capacidades de la mujer: fue la Iglesia la que primero creé escuelas en Europa para educarlas. Mirando a la Iglesia de todo el mundo, es dificil no concluir que las mujeres conducen las grandes empresas catdélicas que dan testimonio del amor de Cristo a la humanidad. Y no necesitan el sacerdocio para hacerlo. Un buen ejemplo de esto es la beata Laura Montoya, colombiana que dedicd su vida a la mision y formacion de los indigenas, y considerada como modelo de misionera para toda la Iglesia de Latinoamérica. Ella mostré como las mujeres pueden ser un ejemplo a seguir, llevando a cabo de manera excelente la misién de la Iglesia. Hoy su congregacion esta ubicada en 15 paises, lo cual da cuenta de cémo las mujeres son necesarias para la proclamacién del mensaje de Cristo. Los espacios ocupados por la beata Laura también son frecuentemente ocupados por mujeres y muchas de ellas laicas. Los ministerios dentro de la Iglesia catélica estan siendo ocupados progresivamente por mujeres. Un nuevo feminismo La Iglesia ve el movimiento de liberacién de la mujer como algo positivo en la medida que representa la mayoria de edad de un impulso esencialmente cristiano: que hombres y mujeres son iguales en valor y dignidad. Al mismo tiempo que defendié los derechos de la mujer, Juan Pablo II subray6 que las mujeres son diferentes de los hombres. Las mujeres y los hombres tienen naturalezas complementarias, ensefid, y su «diversidad de papeles» en la Iglesia y en la familia refleja esa realidad. Esta idea de la «complementariedad integral» entre sexos es un principio basico del nuevo feminismo que se esta abriendo camino gracias a la respuesta de los catdlicos a la llamada del papa Juan Pablo II. Los hombres y las mujeres son diferentes, y esta diferencia afecta a la forma en que viven sus vidas, a aquello por lo que se preocupan, a sus fortalezas y debilidades. Ciertamente, esas diferencias no deberian ser usadas para discriminar, excepto en aquellos casos en que una tarea dependa subjetivamente de que una persona sea de un sexo determinado (como, por ejemplo, sucede con el sacerdocio para los catdlicos y los ortodoxos). La igualdad de la mujer debe incluir el respeto a su diferencia. En su Carta a las mujeres de 1995, Juan Pablo II exigié cambios que hicieran de la igualdad de la mujer una realidad: no solo igualdad de salario para el mismo trabajo, sino proteccidén de las madres trabajadoras; las mujeres que decidieran tener hijos, por ejemplo, no deberian ser penalizadas en sus carreras por esa decision. E insté a las mujeres que participan «en todos los ambitos de la vida social, econdmica, cultural, artistica y politica» a contribuir a desarrollar «una cultura capaz de conciliar razon y sentimiento» asi como a «la edificacién de estructuras econémicas y politicas mas ricas de humanidad». Las nuevas feministas no solo se oponen al aborto y la anticoncepcion porque estén mal (ver capitulo 6), sino porque esos «logros» de la mujer en realidad la atrapan mas en las estructuras y agravan su falta de libertad. Las nuevas feministas consideran que la verdadera solidaridad con las mujeres requiere que las causas que hacen que un hijo no sea querido se cuestionen, no se presuman. Esta ambicion, de trabajar por una civilizacion en la que la vida sea bienvenida y protegida, es el camino real a la libertad de la mujer. Para una mujer, abortar a un hijo es negar su propia naturaleza como protectora del crecimiento y fuente de vida. Hay muchos otros actos de violencia sobre las mujeres y sus cuerpos: mutilacién genital, matrimonios forzosos, trdfico de mujeres, violencia sexual, violacién —de las que en algunas partes del mundo son objeto de forma masiva y en funcidn de su origen étnico— son algunos de los mayores dajios infligidos diariamente. La violencia doméstica es la principal causa de muerte de las mujeres entre 16 y 44 afios en el mundo. De acuerdo con las estadisticas de la ONU, el 70 por ciento de las personas que viven en condiciones de pobreza en el mundo son mujeres. El feminismo catdlico presta especial atencion a la carga desproporcionada que soporta la mujer en las guerras y conflictos del mundo. Finalmente, el nuevo feminismo apunta a la colaboracién entre sexos, las ideas de complementariedad y reciprocidad. Mientras algunos feminismos del siglo veinte ven al hombre y la mujer como rivales, anclados en una lucha de poder, el nuevo feminismo considera los dos géneros como llamados a permitir al otro llegar a ser mds plenamente lo que pretenden ser, como expresiones de la naturaleza de Dios. La diferencia y la igualdad de la mujer no es contra, sino con. Lo que se pide ahora, tanto en la Iglesia como en la sociedad, es una mayor integracion de lo femenino. En una conferencia organizada por el Vaticano en 2016 sobre el papel de la mujer en la Iglesia, Carolyn Woo, presidente de la Catholic Relief Services, el «brazo armado humanitario» de los obispos estadounidenses, sugeria cinco puntos de mejora que no contradicen la fe ni la ley eclesiastica: — Que los puestos de liderazgo en la Iglesia confiados a mujeres pasen de excepcionales a habituales. — Que se las trate como miembros a pleno titulo de las estructuras de la Iglesia, y no como invitadas que han de ser educadamente tratadas pero que no han de intervenir en las cosas de la casa. — Que se asuma el papel de defensora de la dignidad de la mujer, ante tantas discriminaciones presentes en todo el mundo: la imposibilidad de ser propietarias o titulares de cuentas corrientes, de heredar a sus maridos, de ser obligadas a casarse de nifias, de participar en la vida publica, etc. — Que se escuchen sus peticiones no como si fueran una amenaza (el proleg6meno del sacerdocio femenino), sino como una fuente de riqueza para todos. — Que se interprete de manera plena el «genio femenino», sin reducirlo a valores como la delicadeza, el espiritu materno y la acogida, e incluya la capacidad de iniciativa, la perseverancia hasta la cabezoneria, y la sinceridad descarada de decir la verdad a los poderosos, como hizo santa Catalina de Siena con el papa y los obispos de su tiempo. Marco EXISTENTE Los logros de la mujer en el siglo XxI fueron conquistados a pesar del legado del cristianismo, que ha oprimido a las mujeres a lo largo de su historia, limitando su papel a ser virgenes 0 madres. La Iglesia catdlica continiia el legado patriarcal en nuestros dias manteniendo una prohibici6n sexista para el sacerdocio, que envia un mensaje de inferioridad a las mujeres. REFORMULACION La dindmica que esta detrds de la emancipacién de la mujer viene del cristianismo, tal y como muestra la historia de la Iglesia primitiva. La Iglesia no ha sido inmune al patriarcado, pero las mujeres han desempejiado y siguen desempefiando un papel crucial en la jefatura y los ministerios de la Iglesia. La emancipacién ha sido reconocida y promovida por la Iglesia moderna asi como dentro de ella: hay muchas mas mujeres desempefiando funciones de liderazgo que en otras instituciones comparables. Pero la igualdad no debe ser alcanzada a expensas de lo que hace diferentes alas mujeres. Los dones y capacidades particulares de la mujer se necesitan tanto en la Iglesia como en la sociedad para humanizarla y transformarla. MENSAJES CLAVE EI cristianismo sento6 las bases de la emancipacién moderna de la mujer al insistir en su igual valor y dignidad. La Iglesia primitiva abrié nuevos horizontes a las mujeres, que incluian funciones en la vida publica y social, aunque la presién social cerré muchas puertas. La mujer ha desempefiado siempre un papel vital e Ce en la vida de la Iglesia, y contintia haciéndolo joy. A pesar de que la Iglesia, al igual que otras instituciones, ha tardado demasiado en superar las barreras que excluian a la mujer, hoy en dia se compara muy favorablemente con la sociedad laica en cuanto al ntimero de mujeres en puestos de toma de decisiones. La Iglesia reserva el sacerdocio a los hombres porque siempre ha considerado la elecci6n de Cristo significativa y vinculante, no por ningun juicio sobre la mujer. Ver esto como una discriminaci6n es un grave error. Inspiradas por el papa Juan Pablo II, las mujeres catélicas modernas han sido precursoras de un «nuevo feminismo» que busca emancipar a la mujer al mismo tiempo que salvaguardar su identidad diferenciada. La obligacion de la Iglesia ahora es lograr una mejor integracion de las mujeres mediante la «desclericalizacién» de sus estructuras.

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