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Resumen
Distintos acontecimientos sociales en los que se han visto implicados los jóve-
nes ponen de manifiesto que nos encontramos ante una “emergencia educativa”
(Benedicto XVI). Salir al paso de la misma supone retomar la responsabilidad
educativa de los distintos agentes implicados en dicha tarea. Ambos términos,
familia y educación, hacen referencia a dos realidades que se han de conjugar al
unísono. La tarea educativa, en lo que supone tanto de posibilidades que la per-
sona lleva dentro y que hay que sacar a la luz (educere) como del sustento que
debe ofrecer a la persona para ayudarla a crecer (educare), es imprescindible
en el proceso de personalización y socialización de los individuos. A su vez, la
tarea educativa requiere de distintos agentes, entre los cuales la familia sobresale
como el ámbito primero en el que, por medio de su función moral, se presenta
a los hijos un conjunto de valores y virtudes necesarios para su proceso de per-
sonalización y socialización.
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Abstract
Various social events in which young people have been involved show that we are
facing an “educational emergency” (Benedict XVI). Overcoming this situation im-
plies the resumption of the educational responsibility of the actors involved in this
task. Both, family and education, have to work together. The educational task, in its
two senses (the potential that someone has and that has to be lighted [educere]
and the support that the person needs to grow up and improve itself [educare]),
is essential in the process of personalization and socialization of individuals. This
task also requires the involvement of different actors, specially the family as the
first area in which, through its moral function, children are introduced into a group
of values and virtues needed for the personalization and socialization processes.
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Ahora bien, la forma preferente en que cada uno de estos agentes educa
es distinta. Podemos distinguir una educación formal, que consiste en un proceso
estructurado y reglado de forma intencional para conseguir resultados educa-
tivos —es el propio de la escuela—; una educación no formal, que trata tam-
bién de conseguir resultados educativos por medio de un proceso intencional
pero no reglado —es el propio de la familia—; y una educación informal, que
no responde a ninguna intención educativa y se realiza en el transcurso de las
relaciones sociales cotidianas —el propio del medio ambiente—. Pero la pre-
ferencia no significa exclusividad, y así estos modos de educación se intercalan.
Los docentes no solo ejercen una educación formal con su asignatura, sino tam-
bién una educación no formal sobre otros aspectos educativos, e informal por
medio de comentarios, gestos o comportamientos varios. La familia ejerce una
profunda educación informal: conversaciones en la mesa, disputas, los programas
de televisión que se ven, los hábitos de consumo, etc. También lleva a cabo una
educación no formal enseñando hábitos, modales, valores, creencias. Y aunque,
mayoritariamente, dejan la educación formal a la escuela, deberían sentirse tam-
bién protagonistas de ella5.
3. Cf. QUINTANA, J. M. La educación está enferma. Informe pedagógico sobre la educación actual,
Valencia: Nau Llibres, 2004, p.p 128-129.
4. Educación y educadores. El primer problema moral de Europa, Madrid: PPC, 2004, p. 21.
5. Cf. MARINA, J. A. “Familia y educación”, en La familia en el proceso educativo, Madrid: Cinca, 2006,
pp. 226-227.
6. Para lo que sigue, cf. GONZÁLEZ, T. “Educación: cuestiones tópicas”, en Debate actual, n.º 3, mayo
2007, pp. 45-50.
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encargo suyo7. “Lo que los padres traemos al mundo —afirma Abilio de Grego-
rio— es un ser humano, persona, que se ha de humanizar o personalizar del todo.
Eso es educar. Eso forma parte de la paternidad y maternidad responsable. A los
padres, pues, corresponde, por simple responsabilidad con el hijo, establecer los
objetivos de la construcción de su personalidad. Ni le corresponde al Estado, ni
a las Administraciones, ni les corresponde a los nuevos ilustrados que, con el halo
de técnicos o especialistas, pretenden frecuentemente ejercer un renovado des-
potismo. Y ello, sin encerrarse en un autismo sordo y defensivo frente a la realidad
social cambiante, sino teniendo en cuenta ese entorno que, por serlo, va a formar
parte del contorno de nuestro proyecto educativo familiar”8.
7. Cf. JUAN PABLO II. Carta a las familias. Año Internacional de la Familia, n.º 16. En un reciente estu-
dio, cuyo subtítulo es “Los padres ante la educación general de sus hijos en España”, se confirma “la
impresión general de que los padres se consideran los primeros responsables de la educación de
sus hijos, lo que se corresponde con un lugar común ampliamente compartido, porque también son
considerados como tales por los demás. Creen también que es la familia la que de hecho influye más
en esa educación; un juicio que los profesores, por ejemplo, no comparten en la misma medida, pues,
éstos son más sensibles a los efectos de la propia escuela e incluso de los medios de comunicación”
(PERÉZ-DÍAZ, V.; RODRÍGUEZ, C. J., y FERNÁNDEZ, J. J. Educación y familia, Madrid: Estudios de la
Fundación de las Cajas de Ahorros, 2009, p. 247).
8. DE GREGORIO, A. Atreverse a ejercer de padres, Cádiz: Arambel, p. 81.
9. Cf. DOMÍNGUEZ, X. M. Antropología de la familia. Persona, matrimonio y familia, Madrid: BAC, 2007,
p. 201.
10. Sigo de cerca a DE GREGORIO, A., op. cit., pp. 54-66.
tiene que aprender cada generación y cada niño recién nacido. El ámbito en el
que se lleva a cabo este proceso de personalización es la familia, de modo que
somos tanto o más fruto y resultado de la educación que de la herencia biológica.
Por tanto, no nacemos ya siendo lo que somos por naturaleza biológica, sino que
aprendemos a ser y vamos construyendo nuestro futuro, partiendo de un entor-
no familiar que nos moldea progresivamente, hasta que somos capaces de tomar
definitivamente las riendas de nuestra propia formación.
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Por tanto, mucho antes de que apareciesen las escuelas, la familia, basándo-
se en el sentido común y en la memoria de la experiencia acumulada a lo largo
de su vida14, ya actuaba de instancia educativa encargada de ofrecer a los hijos la
configuración y el desarrollo de las primeras concepciones de nosotros mismos
y del mundo que nos rodea. Y esta tarea educativa de la familia, a pesar de las
críticas que se vienen dirigiendo desde hace un tiempo a la misma, no solo no ha
desaparecido, sino que ha ido tomando cada vez más importancia en el mundo
12. Cf. GIUSSANI, L. Educar es un riesgo. Apuntes para un método educativo verdadero, Madrid:
Encuentro, 2006, p. 65.
13. Cf. GARCÍA, R.; PÉREZ, C.; ESCÁMEZ, J. La educación ética en la familia, Bilbao: Desclée De
Brouwer, 2009, p. 43.
14. Cf. ESTEVE, J. M. Educar: un compromiso con la memoria, Barcelona: Octaedro, 2010, p. 13.
15. Cf. MELINA, L. Por una cultura de la familia. El lenguaje del amor, Valencia: Edicep, 2009, p. 15.
16. Cf. ELZO, J. La voz de los adolescentes, Madrid: PPC, 2008, p. 43.
17. UNESCO. La educación encierra un tesoro, Madrid: Santillana, 1996, p. 95.
18. Cf. MARITAIN, J. La educación en la encrucijada, Madrid: Palabra, 2008, p. 18.
19. Cf. TORRALBA, F. Rostro y sentido de la acción educativa, Barcelona: Edebé, 2001, p. 33.
20. Cf. STEIN, E. La estructura de la persona humana, Madrid: BAC, 1998, p. 4.
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es lo mismo priorizar la familia como una pareja que se constituye como un pro-
yecto de vida en común, abierta a la educación de los hijos, que la pareja que se
concibe como una mera unión de dos personas que deciden vivir juntas, a veces
sin convivir, donde ambos se ayudan a seguir viviendo.
24. Nos lo ha recordado BENEDICTO XVI en su Mensaje para la Celebración de la XLV Jornada
Mundial de la Paz de 1 de enero de 2012, cuando afirma que “uno de los bienes más preciosos que
hay que asegurar a los hijos es la presencia de los padres; una presencia que les permita cada vez más
compartir el camino con ellos, para poder transmitirles esa experiencia y cúmulo de certezas que se
adquieren con los años, y que sólo se pueden comunicar pasando juntos el tiempo”.
25. Cf. DOMÍNGUEZ, X. M. op. cit., pp. 245-246.
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26. Cf. GONZÁLEZ, G. Enseñar a mirar. Propuestas para la educación en familia, Madrid: San Pablo,
2005, p. 67.
27. DOMÍNGUEZ, X. M. op. cit., p. 248.
28. Cf. TORRALBA, F. “Los valores en la familia de tradición cristiana”, en BUXARRAIS, M. R.;
ZELEDÓN, M. P. La familia, un valor cultural. Tradiciones y educación en valores democráticos, Bilbao:
Descleé De Brouwer, 2004, pp. 65-69.
29. Cf. DÍAZ, C. Soy amado, luego existo. Yo valgo, nosotros valemos, Bilbao: Desclée De Brouwer, 2000,
p. 35.
zación de ese valor. Por tanto, la virtud es un valor que se ha hecho vida30. Todo
valor solo es operante si se concreta en virtudes. De ahí que, estando de acuerdo
con el profesor X. M. Domínguez, una educación en valores exige una educación
en virtudes o, lo que es lo mismo, toda axiología ha de culminar en una aretología
práctica (tratado de lo que, desde la ética griega, se denomina areté o virtud). Es-
tas virtudes hacen referencia a los hábitos adquiridos libre y voluntariamente por
la persona, permitiéndole ser ella misma; y el conjunto de estas virtudes obtenidas
forman su ethos o carácter moral. Son, por tanto, el modo en que se concreta el
crecimiento de la persona. Ahora bien, estas virtudes solo construyen a la perso-
na desde unos valores y estos valores cobran toda su importancia en función de
la dignidad personal y desde la vocación individual. De lo contrario, si se pierde el
referente axiológico y el vocacional, la enseñanza de las virtudes se convierte en
moralina práctica31.
30. Cf. ib., 88. “Siembra una acción y recogerás un hábito, siembra un hábito y recogerás un carácter;
siembra un carácter y recogerás un destino” (DÍAZ, C. El libro de los valores personalistas y comunita-
rios, Madrid: Ed. Mounier, 2000, p. 95).
31. Cf. DOMÍNGUEZ, X. M. op. cit., pp. 249-250. Cf. DÍAZ, C. Repensar las virtudes, Madrid: Ediciones
Internacionales Universitarias, 2002, p. 15: “Quien se ejercita en virtudes para exhibirse desarrolla un
vicio, dime de qué presumes y te diré de qué careces. Este narcisismo egocéntrico o autotélico hace de
uno mismo el fin de la acción”.
32. Cf. DOMÍNGUEZ, X. M. op. cit., pp. 250-256.
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ción del otro como es, no para conformarse con ello, sino para colabo-
rar a cambiar aquello que puede ser mejorado, es decir, asumiendo el
temperamento del otro, pero ayudándole a forjar su carácter.
L a humildad. Con ella se hace referencia a la conciencia de los propios
límites, de la propia contingencia y debilidad. Es la virtud del hombre que
sabe que no es Dios. Está a medio camino entre el orgullo de creerse
superior a los demás y el desprecio por uno mismo. Es una virtud esen-
cial para salvar a la persona del intelectualismo, del voluntarismo y para
permitir la apertura a los demás. La falta de humildad impide a los pa-
dres revisar y corregir su estilo educativo y a los hijos aprender.
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l humor. Es la capacidad para ponerse a distancia de la realidad para
relativizar lo relativo y absolutizar lo absoluto. Virtud importante en la
familia para la educación de los hijos, que supone saber esperar siempre
en el hijo sin desesperar nunca de él, pues comprende que la tarea edu-
cativa lleva su tiempo y que, por tanto, no hay que dejarse llevar por los
conflictos.
L a responsabilidad. Supone en el ámbito familiar responder cada uno de
lo suyo y aprender también a velar y responder por lo de los demás, con
el fin de que la persona tome las riendas de su propia vida.
33. Cf. Ética de la vida familiar. Claves para una ciudadanía comunitaria, Bilbao: Desclée De Brouwer,
2006, pp. 104-105.
Existen ciertas virtudes que son condiciones para que se dé una relación
de encuentro fecunda y personalizante y cuyo aprendizaje comienza desde la
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35. DOMÍNGUEZ, X. M. Ética del docente, Madrid: Ed. Mounier, 2003, pp. 110-112.
36. Cf. BENEDICTO XVI. Mensaje para la celebración de la XLV Jornada Mundial de la Paz (1.1.2012):
“En la familia es donde los hijos aprenden los valores humanos y cristianos que permiten una convi-
vencia constructiva y pacífica. En la familia es donde se aprende la solidaridad entre las generaciones,
el respeto de las reglas, el perdón y la acogida del otro. Ella es la primera escuela donde se recibe
educación para la justicia y la paz”.
de las mismas, lo que implica saber dar razón de ellas. Esto último es importante,
puesto que nos permite diferenciar lo que es tener convicciones —que podemos
y debemos justificar razonablemente— de la actitud propia del fanático —que
quiere imponer su posición sin ajustarse a la razón, pues desconfía de la misma—,
diferencia que el relativismo reinante de nuestra sociedad no está dispuesto a
aceptar, ya que considera que todo aquel que presenta argumentos a favor o en
contra de una determinada posición es considerado un manipulador que quiere
imponer sus propios criterios a los demás. Pocos, como Benedicto XVI, son tan
críticos con este obstáculo, particularmente insidioso para la obra educativa, del
relativismo al que critica que “al no reconocer nada definitivo, deja como última
medida sólo el propio yo con sus caprichos (…). Dentro de este horizonte rela-
tivista no es posible una auténtica educación, pues sin la luz de la verdad, antes o
después, toda persona queda condenada a dudar de la bondad de su misma vida
y de las relaciones que la constituyen, de la validez de su esfuerzo por construir
con los demás algo en común”37.
9. A modo de conclusión
Durante los últimos años se ha ido generalizando el convencimiento de
que la función educativa de la familia se ha erosionado. Bien es cierto que la fa-
milia como realidad social no es una realidad uniforme, y, por tanto, este juicio no
se puede aplicar por igual a todas las familias. Como indicamos anteriormente,
educar nunca ha sido una tarea fácil, aunque quizás hoy la familia –inmersa en una
acelerada dinámica de cambios a nivel social– se encuentra más desorientada que
en otras épocas a la hora de educar a los hijos. Si a esto le unimos que también
los profesores se sienten deslegitimados en esta tarea educativa, los principales
medios socializadores y de conocimiento de los niños y los jóvenes están siendo
los medios de comunicación, las redes sociales, internet y los modelos de ocio, en-
tre otros. La familia ante estos potentes e invasivos fenómenos se muestra frágil e
impotente. La respuesta no puede ser la resignación y el dejarse llevar por lo que
marca el pensamiento dominante, pues eso nos haría olvidar la auténtica finalidad
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Ahora bien, sin ser fácil la tarea educativa de los padres, tampoco se ha
de creer que todo se resuelve dejándolo en manos de expertos. Junto al sentido
común y al cariño que tienen que reinar en las relaciones familiares, es necesaria
la cercanía y la confianza que nacen del amor. La familia aporta un marco de re-
ferencia interpretativo del mundo emocional y afectivo de los hijos, que permite
construir un contexto de sentido capaz de integrar la experiencia de vida, de ha-
cerla comprensible y constructiva. Todo ello requiere, más que discursos grandilo-
cuentes, ejemplos de vida y testimonios creíbles, pues la calidad del testimonio es
el camino privilegiado de toda tarea educativa, también la de la familia.