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En este primer capítulo San Juan Pablo II empieza explicándonos como Caín
mato a Abel (Gn 4,8), raíz de la violencia contra la vida humana. El hombre
por el pecado original siente codicia e ira y se convierte en el primer enemigo
de sus semejantes.
Después del delito, Caín mintió a Dios diciéndole que no sabía dónde se
encontraba su hermano. Hoy en día sigue sucediendo lo mismo, las ideologías
más diversas sirven para justificar los atentados más horribles contra las
personas. El ser humano no se siente responsable ante sus semejantes, ni
tampoco solidario con los débiles, ancianos, enfermos, inmigrantes y niños,
esta indiferencia pone en juego valores tan fundamentales como la
supervivencia, la libertad y la paz.
La vida del ser humano pertenece a Dios, por eso, quien atenta contra la vida
del hombre está atentando también contra Dios mismo. Pero Dios no quiere
castigar duramente, No quiso castigar al homicida con el homicidio, ya que
quiere el arrepentimiento a la muerte.
Por tanto vivimos en una cultura de muerte, hemos perdido virtudes humanas
como la solidaridad y vivimos dentro de la gran estructura del pecado. Esta
estructura esta activamente promovida por corrientes culturales, económicas
y políticas portadoras de una concepción basada en la eficiencia. Se trata de
una guerra de poderosos contra débiles. La vida que en estos momentos,
naciente y terminal, exigiría más acogida, amor y cuidados, pero es tenida por
inútil, considerada como peso y despreciada. La sociedad de hoy en día es una
sociedad egoísta, todo lo que pone en discusión el bienestar tiende a ser visto
como un enemigo a quien hay que eliminar.
Pero Dios creó en el hombre la conciencia de cada hombre, que es la voz del
Señor que nos habla, desde este íntimo santuario de la conciencia puede
empezar un nuevo caminar del amor de verdadera acogida y servicio a la vida
humana.
Junto con los conocimientos que he adquirido en esta asignatura y los que me
ha aportado la lectura del capítulo 1 de la encíclica “Evangelium Vitae” de Juan
Pablo II, he adquirido más consciencia de que vivimos en un mundo de luces y
sombras, entre la “cultura de la vida” y la “cultura de la muerte”, todos
estamos implicados y debemos participar con la responsabilidad ineludible de
elegir incondicionalmente en favor de la vida.