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L a actual separación en el estudio del mundo antiguo entre clasicistas y orientalistas arranca
de un progresivo desencuentro entre los principales estudiosos y especialistas de uno y otro
campo que se fue acentuando, especialmente en el curso de los siglos XVIII y XIX, con la
creación de dos campos de estudio bien diferenciado que apenas mantenían puentes de
comunicación y contacto entre sí.
La ausencia de fuentes originales especificas para el estudio del mundo oriental, aparte del
antiguo testamento, favoreció efectivamente a una cierta unidad en el estudio de la
Antigüedad, dado que las figuras más sobresalientes del humanismo poseían esta doble
competencia donde no solo dominaban el griego y el latín, sino que manejaban también
lenguas orientales entonces conocidas, especialmente el hebreo e incluso algunos también el
árabe o el siriaco. Esta doble competencia tenía como objetivo principal contribuir a la mejora
y expurgación de los textos bíblicos.
Los prestamos culturales que habían tenido lugar entre unas y otras, o concedían un lugar
privilegiado a las civilizaciones orientales en relación a la incuestionable superioridad de las
civilizaciones greco romanas.