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JACQUES MARITAIN .¥ DIOS PERMITE EL MAL a oS . tinea = anes * ii ee 4 | Pa iy gt bs . ‘ i F aes t x a? r Ly 7 F LT oJ re # e 3 b i P ‘ a | Prdl0go oe ve ee i ee ee 2B CAPITULO PRIMERO I. Observaciones preliminares sobre la inocencia de Di08 ee ee ee 2 Il. Los apuros de la buena escuela... 00. 0 ew. 32 CAPITULO SEGUNDO 1 Las posiciones del “Court Traité? 0... 0. 55 ) I. Respuesta a las objeciones del reverendo padre Tean-Hervé Nicolas 0. 6c ce ce eee te ee ee OF CAPITULO TERCERO : I. gCémo conoce Dios ef mal? ... 0 0 ee OB Il. Los designios eternos ... 2. ce ee eee cee ee ee 105 HI. Predestinacién y reprobacion 1... ee we 130 G. Ahumille Ht. Dedico estas péginas a . RAYSSA, a quien ya dediqué el Court Traité Este librito es el fruto de tres seminarios que tuve en mayo de 1962 con los Pequehos Hermanos de Tests que estudian en Toulouse. Sus profesores son los tedlogos del studium que tienen en Toulouse los padres dominicos. Yo, por mi parte, no ejerzo la ensefanza. Es ésta una profesién que ba dejado de existir para mi. Lo que en este mundo me queda por hacer, pertenece a otro orden de cosas. Los semi- narios en cuestién se desarrollaban en un tono de conversacién amistosa, totalmente personal, casi en plan de juego, si se me permite la expresion, y a titulo de despedida. Antes de mandar el manuscrito a la imprenta he reincorporado al texto algunos pasajes del borrador que habia descartado para no alargar demasiado mis charlas. He ahadido también algunas notas al pie de las paginas correspondientes. Pero be conservado el tono de sencillez y libertad de expresién que pide esta clase de charlas. Lo que dije habia quedado gra- bado en cinta magnetofonica, y es muy poco lo que be retocado. Espero que el lector sabra disculpar esta familiaridad de estilo, poco corriente en obras donde se tratan cuestiones tan graves, donde, por respeto @ ellas, el autor se cree obligado a tocar su cabeza con la birreta doctoral. “™ Sin embargo, un cierto sentido de humorismo ante 16 ... ¥ Dios permite el mal cosas que nos desbordan es, tal vez —en opinién de Kierkegaard—, la actitud mds reverente. El tema discutido en estos seminarios, y que yo habia abordado ya en dos obras anteriores, encuentra en mi corazén especiales resonancias. He querido tra- tarlo una vez mas para precisar ciertos puntos y, es- perémoslo al menos, expresar mi pensamiento de una forma mds comprensible. Esto, unido a la confianza que me inspira nuestro mutuo y leal afecto, me brin- da la ocasién de responder a las objeciones formuladas por uno de mis amigos, quien me habia ametrallado con toda una réfaga de proyectiles sacados de un temible arsenal teolégico (aunque en realidad, y per- donen la audacia, menos temible de lo que parece, como suele ocurrir con tantos arsenales). Sin embar- go, en este caso se trataba solamente de un per accidens. De hecho mi propdsito esencial. no era el de contestar a critica alguna, fuese la que fuese. Este libro responde a un intento de profundizar cuestiones en que he estado pensando toda mi vida, y a un deseo de presentar una forma de afrontarlas que abora mds que nunca encuentro plenamente justificada, Si on mi trabajo filosdfico be tenido la fortuna de apor- tar alguna contribucién efectiva —aun si esté mal presentada— al progreso del pensamiento y a las in- vestigaciones que anuncian una edad nueva en la cultura, en esa contribucién —de ello no me cabe duda— puede incluirse este pequeio libro. JM. 15 de febrero de 1963 | | CAPITULO PRIMERO ao En estos tres seminarios quisiera revisar y precisar ciertos puntos ya tocados en el Court Traité 1. Fijaos bien que sdlo trataremos del mal moral, del mal de culpa o pecado?, Para el mal en general os reinito ‘Court Traité de VExistence et de l'Existant, Paris, Hartman, 1947. ? Esto se desprende del mismo titulo del libro: Dieu et la permision du mal. En efecto, hablando estrictamente, Dios sdélo permite el mal moral, sin que El lo quiera ni lo cause en absoluto y cn ninguna manera. El mal de naturaleza o el sufrimiento no es objeto pro- piamente ni de la permisién ni de la volimtad de Dios. Mas bien dirfamos que Dios lo adrite, en este sentido de que por el mismo hecho de que Dios, como causa prime- ra trascendencia quiere y causa el bien del universo mate- rial y de las cosas de este universo, quiere también, aunque indirectamente y per accidens, o de una maneta extra- intencional, las pérdidas y dafios ligados inevitablemente por ley de naturaleza a los beneficios y ganancias en cues- tién: Imposible la generacién sin corrupcién, imposible la vida sin alguna destruccién, imposible el paso a una vida superior sin algtin género de muerte... He ahf una serie de leyes inquebrantables radicadas en Ja esencia misma de la realidad material, y por analogfa, en la esencia misma de toda realidad creada: nisi granum frementi... Afiadamos este otro dato: creado en estado de inocen- cia, el hombre originariamente se hallaba exento ge.,la muerte y del suftimiento (por mds que tuviese que “morir con la muerte de los Angeles”, abnegando su propia voluntad 20 .. Y Dios permite el mal al libro Le Mal3, del P. Journet, y también al capi- tulo de mi libro De Bergson 4 Thomas d’ Aquin, en el que he intentado examinar el problema del mal. Plan de los puntos tratados: En primer lugar ex- pondré algunas observaciones pteliminares sobre La inocencia de Dios. En segundo lugar hablaré sobre las dificultades de la buena escuela. En tercer lugar, de las posiciones del Court Traité; es decir, ante todo, de la no-consideracién de la regla, de la mocién rom- pible y del decreto permisivo consecuente (consecuen- te a la no-consideracién de la regla). En cuarto lugar hard falta decir algo a propésito de la critica que hace el padre Jean-Hervé Nicolas de las posiciones del Court Traité. Habremos de estudiar en quinto lugar Cémo conoce Dios el mal. En sexto lugar, El plan eterno divino. Y en séptimo lugar, finalmente, la Predestinacién y \a reprobacion. on obediencia a designios que le desbordaban infinitamente). Fue, pues, culpa suya el que quedase esclavizado a las leyes de la naturaleza material, al sufrimiento y a la muerte. Por lo que hace al mal moral o mal de culpa, Dios ni lo quiere ni lo causa por si. Claro que permitir es algo voluntatio y libre; es sencillamente no querer impedir una cosa o una accién. Pero decir que, por ciertas razones, yo permito algo, o sencillamente no quiero impedir una cosa que aborrezco, de ninguna manera significa que yo la quiero, por poco que sea. (De ningan modo significa que “yo la quiero permisivamente”, una jerga moalhadada, des- provista de sentido; una férmula puramente verbal ¢ in- trinsecamente contradictoria, que equivale a decir: “Yo la quiero sin quererla”.) La conciencia popular cristiana ha sabido captarlo y expresarlo muy bien cuando dice: nada sucede sin. que Dios “lo quiera o lo permita”. 3 Le Mal, ensayo teolégico, Desclée de Brouwer. OBSERVACIONES PRELIMINARES SOBRE LA INOCENCIA DE DIOS 1. La cetteza fundamental, la roca inconmovible a la que debemos aferrarnos en esta cuestién del mal moral, es la inocencia absoluta de Dios. (Dos factores han contribuido especialmente a agu- dizar el problema del mal moral en nuestros tiem- pos, y ello bay influencia, is: te, del cris- i : mente ‘con ese sentido mds vivo de la dignidad hu- mana, el hombre ha ido descubriendo cada vez con _mds claridad, tanto en profundidad como en exten- sién, las dimensiones del mal, de la injusticia, de la crueldad, de toda clase de crimenes presentes en a his- toria (hoy basta abrir el periédico para ver las iniqui- dades que el orgullo, o la estupidez aunada a la dureza de cotazén, hacen cometer en todo nuestro planeta). Asi, pues, a medida que se ha ido desarfo- lando este proceso, el problema del mal ha ido ‘to- 22 .. ¥ Dios permite el mal ‘ mando una importancia cada vez més trégica para la conciencia humana. De este problema se derivan muchas formas de ateismo, y también algunos estados de angusti lo que podriamos, en muchos casos, lamar accion, chetana obiseada”. Més que en los filésofos y en los tedlogos, esta im- portancia trégica de que hablo ha tenido repercusién en algunos grandes literatos, prosistas y poctas, que en esto han actuado y vibrado como una especie de profetas. El mayor de estos profetas, el alma mas grande entre esas almas ofuscadas y torturadas ha sido, a mi juicio, Dostoievsky (suponge que habéis lefdo Los hermanos Karamazov y Los posesos). Po- drfamos también mencionar a poetas como Jean Paul Richter y, sobre todo, al autor de los Cantos de Mal- doror, Lautréamont, del que dijo Leén Bloy que nos ia ndenacion”. Véase esta cita (que por fortuna no es blasfema, aunque sf muy tipica, y por supuesto bellisima): “Soy —dice— el hijo del hombre y de la mujer, segtin me han dicho. Esto me sorprende, jorefa ser algo més! Por lo demas, aqué me importa de dénde procedo? Si hubiese dependido de mi vo- luntad, yo hubiese preferido ser hijo de la hembra del tiburén, cuya hambre es amiga de las tempesta- des; y del tigre, de reconocida crueldad: asf no seria tan malo.” Conviene prestar atencién a los avisos de estos pro- fetas. Ese inquieto, curioso de todo, que era Georges Sorel, lo sabfa bien. Por eso decfa (ya he hablado de Sobre la inocencia de Dios 23 ello en De Bergson 4 Thomas d’Aquin) que si los filésofos ¢jercieran su oficio en los tiempos en que nos vemos metidos, el gran asunto, para ellos, seria tendamos: profumdizdn- Y ahora, por una patadoja muy curiosa, resulta que la afirmacion pura y simple que hay que oponer a todo ello, y que a ningtin precio debemos permitir sea oscurecida, es Lautréamont mismo quien la ha enunciado cuando, retractandose violentamente de su pasado al final de su corta vida, escribia en su Pré- face a des poémes futurs, en su lenguaje de poeta: “Los sofismas se desmoronarén por sf mismos si se tiene presente aquella verdad de donde Aluyen todas las otras, la bondad absoluta de Dios y su ignorancia absoluta del mal. No tenemos derecho a someter a interrogatorio al Creador, absolutamente sobre nada” (y afiadfa —retengamos esta expresion—: “Toda el agua del mar serfa insuficiente para lavar una sola mancha de sangre intelectual”). Lautréamont se expresaba equivocamente al decir me « Peto lo que Lautréa- 24 «.. Y Dios permite el mal mont querfa decir es que Dios es absolutamente ino- cente del mal, y también que Dios no tiene la idea o la invencién del mal. Como ensefia santo Tomés de Aquino, en Dios no hay ninguna idea, ninguna matriz inteligible del mal. Es este un punto sobre el que habremos de volver més tarde. 2. Pues bien, esta inocencia absoluta de Dios, san- to Tomdés la ha conocido, afirmado y ensefiado, cier- tamente mucho mejor que Lautréamont. Quiero citaros dos textos suyos, que en su sencillez dominan soberanamente toda la cuestién, y que deberfamos ins- cribir en nuestras paredes encendiendo ante ellos lam- paras de altar. Llamémoslos nuestros Dos axiomas sacrosantos: Primer axioma: Deus nullo modo est causa peccati, neque directe, neque indirecte (en ningtin sentido y bajo ningén aspecto puede ser Dios causa del mal moral, ni directa ni indirectamente) 4. Comprendéis el alcance de estas palabras aullo modo, de ninguna manera, y neque directe, neque indirecte, ni directa- tamente ni indirectamente. Toda sombra de causali- dad indirecta debe ser excluida. Segundo axioma: Defectus gratiae prima causa est ex nobis (la causa ptimera —y dice bien: la causa primera— de la falta de gracia viene de nosotros) 5. Es en nosotros, es en la ctiatura donde reside la cau- sa primera del mal moral (la causa primera en el 4 “Deus... non potest directe esse causa peccati. Simili- ter etiam neque indirecte... Et sic patet quod Deus nullo modo est causa peccati.” Surama theologica, LII, 79, I. 5 Ibid., 112, 3, ad 2. Sobre la inocencia de Dios 25 orden del no ser o de la nada), La criatura tiene la iniciativa primera del mal moral, a ella se remontan la iniciativa y la invencién del pecado. He aqui los dos textos que rigen todo. El segundo axioma (la causa primera de la falta de gracia viene de nosotros) habja side enunciado mucho mas exten- samente por santo Tomas en el Comentario sobre las Sentencias, I, dist. qo, q. 4, a. 2: “Resulta, pues, evidente que la causa primera de la falta de gracia corresponde totalmente al hombre, a quien falta la gtacia (porque no ha querido recibirla). De parte de Dios no existe causa determinante de esa falta de gra- cia, salvo después de supuesta la causalidad hu- mana” ¢, Naturalmente que todo tedlogo tomista, digo mal, todo catélico, tanto simple fiel como fildsofo o ted- logo, est4 pronto a morir por los dos axiomas que acabo de mencionar. La lastima es que al mismo tiempo, sobre todo si se trata de sabios que conocen las dificultades de las cosas, pueden comprometer més © menos gravemente estos axiomas y empafiar su brillo —por supuesto, sin pretenderlo— por su con- ceptualizacién. 6“ Iscam autem carere gratia, ex duobus contingit: tunc quia ipse non walt recipere, tum quia Deus non sibi infundit, vel non vult sibi infundere. Horum autem duorum talis est ordo, ut secundum non sit nisi ex suppositione primi... Patet ergo quod hiius defectus absolute prima causa est ex parte hominis, quigratia caret; sed ex parte Dei non est causa huius defectus nisi ex suppositione illius quod

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