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Conversación con los fundadores, con ocasión del VII Congreso Nacional de Psicología el 9 de
noviembre de 2007.
- (Alfonso Luco) Buenas tardes. Esta sesión, por los invitados presentes, es una reunión histórica.
Queremos hacer de esta reunión una conversación de amigos. No haremos tan siquiera una
presentación formal. Como hay aquí algunas personas jóvenes, solamente les diré el nombre de
los que estamos aquí sentados en la mesa. Los que tienen más años lo saben perfectamente:
- (Alfonso) La idea de esta reunión es muy simple: como no tenemos muchos antecedentes de la
historia de nuestra profesión y estos se pierden con el pasar del tiempo, hemos invitado a estos
colegas porque fueron alumnos de las primeras generaciones que estudiaron psicología en sus
respectivas universidades y como sabemos muy poco de qué era estudiar psicología en ese
tiempo, queremos hoy recuperar sus recuerdos. No les pedimos que nos hagan una presentación
formal, solo esperamos que evoquen esos recuerdos de cuando entraron a estudiar psicología, de
cómo era su escuela, qué tipo de programas había, qué clase de profesores tenían, cómo eran los
compañeros, qué ha pasado con ellos. A mí me gustaría seguir un método lo menos rígido posible.
Empecemos evocando algunos de esos recuerdos, por ejemplo, Mario, ¿cuándo empezaste a
estudiar?
- (Mario) Lo curioso es que mi primer contacto con psicología fue en este mismo lugar, aquí en
este espacio. Yo era estudiante del Instituto Nacional y éramos un grupo grande que nos gustaba
por un lado la medicina y nos gustaba la filosofía, y teníamos un compañero que nos decía que
tenía un cuñado que estudiaba la profesión de psicólogo. Nos informamos de que había un
departamento de psicología que estaba funcionando acá al lado, para ser más exactos, ya había
tenido una experiencia en la Facultad de Teología de la U.C. que estaba una cuadra más allá y
fuimos a preguntar de qué se trataba.
- (Mario) Era parte de la filosofía, pero nos atraía tanto porque habíamos tenido un muy buen
profesor de filosofía y por otro lado nos hizo leer un libro, que recién había salido, y que era de
psicoanálisis, así que algo nos atraía, fuera de que a mí me atraía también todo lo oriental, pero de
todas maneras lo asociaba un poco más con la filosofía.
- (Mario) Unos 40 o 45 alumnos... Yo me había informado antes, pues había tenido una experiencia
con un psiquiatra austríaco que hizo unos cursos aquí muy interesantes, y de ahí se gestó este
departamento. Tenía un enfoque teórico fenomenológico existencial, hablaba de la luz. Entonces
nuestro contacto, nuestra primera entrada, fue mucho por ese lado, pero también, y eso después
lo vas a contar tú Luis, me encontré con una... no era escuela, un departamento medio
desordenado y que al pasar el tiempo nos decían que íbamos a ser profesores de psicología
porque dependíamos de la Facultad de Educación, entonces esto nos tenía medio aproblemados y
prácticamente hicimos casi, casi una protesta porque queríamos ser psicólogos. Ahí ya sabíamos lo
que era psicología. Yo tuve que aprender lo que era la psicología a través de un ex futuro suegro
que me dijo:
- ¿Y qué es eso...?
- Era raro, no había psicólogos. La cosa es que comenzamos, todos los compañeros, a organizamos
porque íbamos a ser psicólogos y no conocíamos psicólogos... Bueno, teníamos buenos
profesores, pero no había ningún profesor que fuera psicólogo hasta tercer año.
- (Alfonso) Perdón, ¿puedo interrumpir? Me gustaría ir rotando la palabra. ¿Qué año entraste tu
Manuel?
- (Luis Bravo) La escuela era, perdónenme, un despelote... no había curso de psicología general,
había un curso de estadística que hacía la señora Erika Himmel, que era lo mejor que teníamos.
Había un pequeño curso que se llamaba introducción a la pedagogía que hacía Enrique Cueto,
había un curso de anatomía y fisiología que hacía el doctor Arteaga de la Facultad de Medicina, de
filosofía que hacía don Viterbo Osorio, eso fue el primer año.
- (Alfonso) Perdón, eso era fácil de implementar desde otras disciplinas, pero cuando se trataba ya
de los ramos propiamente psicológicos, ¿qué ocurría?
- (Luis Bravo) Esos los pasaron en el segundo año, y la verdad es que nosotros empezamos a
estudiar psicología propiamente dicho cuando llegó Hernán Larraín de Europa al tercer año.
- (Alfonso) Habría que aclarar que Hernán Larraín fue un sacer-dote jesuita que fue director de la
Escuela de Psicología de la católica.
- (Luis Bravo) Él fue el creador de la Escuela; Hernán Larraín llegó a asumir el curso de psicología
profunda y psicología general.
- (Luis Soto) Algo que vale la pena señalar, preguntabas dónde estábamos ubicados. El curso
especial de psicología al cual nosotros pertenecíamos funcionó en avenida Cumming, cerca del
Liceo de Aplicación, que era el colegio de prácticas del Pedagógico; estuvimos ahí más o menos
tres años y después nos trasladamos a Macul. Yo llegué un año después que Manuel y mi primer
contacto con la psicología fue en el liceo, ya que algunos tuvimos la fortuna de que la unidad de
psicología dentro del programa de filosofía y psicología dedicaba el quinto año a la psicología.
Salido del liceo yo pasé a la Escuela Normal y ahí tuve muchas satisfacciones en cuanto a
psicología se refiere, había excelentes profesores y salió una buena cuota de profesores a estudiar
a Alemania, dentro de ellos iba doña Guillermina Kunz y nosotros la tuvimos como profesora y
realmente fue una enseñanza muy estimulante, muy positiva. Ella no era psicóloga en el entender
del lenguaje común, es decir psicólogo clínico. La gente veía inicialmente la psicología como
clínica, tanto es así que ya más de alguien a uno le decía cuando uno miraba: “¿qué me estás
mirando, que me estás viendo?”, en el sentido de que los psicólogos eran los que calaban y
profundizaban en uno. No quiero dejar de señalarlo, porque al lado de Guillermina Kunz nosotros
tuvimos de profesor a don Moisés Mussa también, otro brillante maestro formado en Estados
Unidos. Yo primero ingresé al pedagógico, donde se aprendía a ser profesor de forma normal y en
el curso del primer año nos invitaron al curso de psicología y yo me incorporé también. Es
importante destacar eso, la capacidad formativa y motivadora que tenía el equipo que nos formó
inicialmente. Al comienzo en la Chile no éramos muchos, creo yo que en mi curso había
aproximadamente veinte.
- (Mario) Algo que me motivó a ser psicólogo, y que me llevó a cambiar el camino en que estaba, si
bien tal como decía Lucho, el departamento los dos primeros años era un despelote, era que
habían personas muy interesantes a los cuales realmente les sacábamos el jugo y uno de ellos era
Viterbo Osorio, profesor de filosofía, con quien recuerdo teníamos clases hasta las nueve de la
noche, y después de sus clases nos íbamos a conversar a la esquina, allá en calle Portugal y
estábamos a veces hasta las cuatro de la mañana filosofando. En fin, el segundo año habíamos
decidido yo y otros dos compañeros de que esto ya no daba para más, teníamos planeado irnos a
la India en una aventura, pero llegó el Padre Hernán Larraín y comenzó a llegar gente que fueron
verdaderos maestros. Tuvimos la suerte de tener a Otto Kernberg, un joven que, aquí entre
nosotros, antes de que se fuera a Estados Unidos le hicimos la selección de la nana que se llevó
para allá. Bueno él nos enseñó cosas que todavía tienen mucha vigencia. No crean ustedes que
tuvimos psicoanálisis, con Otto Kernberg tuvimos grafología psicoanalítica, tuvimos Rorschach
psicoanalítico e higiene mental, él sabía mucho, era un hombre, es un hombre muy sabio.
- (Luis Soto) Teníamos muchos compañeros que venían del extranjero: venezolanos, panameños
creo que había también. De lo que recuerdo en este instante, de los compañeros míos casi nadie
anduvo con esa angustia de no tener trabajo. Uno se encontraba a gente haciendo esto o lo otro,
en cargos específicos y muchos orientados a lo clínico y lo educacional, tal vez Manuel puede
enriquecer eso más.
- (Manuel) Yo antes de contestar tu pregunta quisiera decir, como estamos haciendo historia, que
como estudiantes nosotros fundamos en el zoológico de Santiago el primer laboratorio de
psicología experimental que hubo. Con un psicólogo que desgraciadamente egresó pero nunca
ejerció, Guy Santibáñez, que es un nombre que hasta el día de hoy circula, fundamos ese
laboratorio y teníamos dos líneas de trabajo, la primera era fisiológica experimental y
trabajábamos con perros, gatos y con palomas, y la otra era netamente social y la hacíamos en la
jaula de los monos y observábamos comportamientos específicos de los machos y las hembras en
función específica, digamos en conductas manifiestas, sexual, operación, agresión, etc. Eso fue
para nosotros un laboratorio interesantísimo, Oscar Vera estaba muy entusiasmado en esto. Fue
muy prematuramente a fines del ‘48 comienzos del ‘49. Desgraciadamente yo perdí, en las noches
de los tiempos, el cuaderno en que tenía anotado los protocolos, donde constaban estas cosas que
yo estoy en este momento diciendo, pero no me cabe duda de que fue un trabajo pionero. Ahora
yo quisiera destacar otro aspecto estudiantil que me parece trascendente: como en la universidad
todos nos conocíamos, el trabajo comunitario abundaba; la Federación de Estudiantes de Chile era
nuestro eje y en función de ello hacíamos cosas. Incluso el día de hoy creo que existe el colegio
nocturno de San Miguel que fundamos alumnos de diversas facultades; los de medicina hacían
biología, los de ingeniería hacían matemática, en fin, trabajábamos, ¿con quiénes?, con alumnos
que eran obreros. O sea que había un trabajo de formación y de aplicación notable en el cual
todos colaborábamos, no había diferencias de ninguna especie. Ahí yo tuve mi primera
satisfacción laboral porque resulta ser que como antaño cuando uno presentaba a los alumnos a
examen iba una comisión examinadora fiscal, y en esa comisión el presidente me felicitó y me dijo:
“Mire joven, usted ha hecho una tarea muy hermosa aquí al enseñarle psicología a esta gente y yo
le auguro un porvenir cierto dentro de la pedagogía, siga adelante”. Entonces realmente esas son
las formas en las que aprendió uno a trabajar pedagógicamente, con cariño, con entrega.
Aprendimos en ese crisol de convivencia y creo que es importante destacarlo. Lucho planteaba
también la presencia de alumnos extranjeros. Yo lo pasaba muy bien con mis compañeros
extranjeros porque ellos tenían mucha plata, los tenían becados y entonces nos invitaban a
reuniones que nosotros no podíamos solventar con nuestro escaso recurso nacional, y recuerdo
con especial cariño por ejemplo a Víctor Ramírez Núñez, un venezolano, Arturo Jiménez Pérez
también venezolano y a un primer estudiante, creo yo que fue el primero en venir a Chile, Eugenio
Aragón, que era guatemalteco. Toda esta gente era muy pintoresca, muy sociable y venían aquí a
Chile, a vivir en un país que ellos admiraban; no olvidemos que Chile tuvo un movimiento
intelectual extraordinario y de mucha influencia en Centro América, hasta el día de hoy. Hubo una
misión pedagógica que asistió a Venezuela en la cual iba gente que después ocupó altos cargos;
iba don Juan Gómez Millas, que fundó allá los estudios pedagógicos propiamente tal. Entonces
ellos tenían un alto concepto nuestro y veían con mucho orgullo ser ex alumnos de la Universidad
de Chile. Yo desgraciadamente perdí la pista de ellos, no sé qué será de sus vidas, si existen o no,
pero sí que existen en mi recuerdo muy fuertemente.
- (Alfonso) Me ha llamado la atención esto que ocurrió con los dos centros de formación, la
Universidad de Chile y la Universidad Católica, que tenían dos enfoques de la psicología
absolutamente opuestos, porque la Universidad de Chile tenía este enfoque mucho más cercano a
lo experimental y a la fisiología, y la católica tenía un enfoque analítico y existencial. ¿Cómo se
percibían mutuamente? ¿Ustedes sabían de los estudiantes de la católica?
- (Manuel) Claro que sí, que sabíamos, y sabíamos por personas incluso que eran amigos nuestros,
por ejemplo yo conocí mucho al Padre Rosales porque se interesaba por los estudios hipnóticos,
entonces más de alguna vez en la sociedad de hipnosis clínica y experimental trabajamos juntos
algunos temas; él era profesor de ética en la Facultad de Teología y a mí siempre me interesaron
los problemas éticos, de manera que lo conocía mucho y sabía sus inquietudes y es por eso que yo
llegué a la Católica a hacer clases específicamente. No llegué por Hernán Larraín, a él lo conocí
después y tuve diferencias con él naturalmente, sobre todo en los exámenes porque yo no
acostumbro a preguntarle a los alumnos mi última lectura ni pretendo que los alumnos contesten
lo que yo estoy leyendo, entonces diferencias de ese tipo me hicieron alejarme indudablemente,
pero yo sabía muy bien el trabajo que estaban haciendo. Nuestra tendencia fue lo que nuestra
Facultad de Filosofía hacía; la filosofía de Bello al fundar la Universidad fue tolerante y fue
pluralista y entonces esto lo vivimos también dentro de nuestra formación, porque no se le negó a
ninguna escuela; yo tuve profesores de psicoanálisis, tres profesores de psicoanálisis y no era
psicoanalítica la línea, pero tuve profesores de psicología experimental, tuve psicología del niño
con orientación experimentalista y sin orientación experimentalista. Yo en la facultad aprendí que
lo realmente importante es la persona y frente a eso todas las teorías, todas las aproximaciones
son válidas, pero lo importante es cómo se aplican esas teorías específicamente y yo creo que
todas las teorías pueden ser válidas. Siempre fuimos plurales así que siempre mirábamos con
mucha simpatía a la Universidad Católica y gente que hacía clases allá, como la Erika Grassau,
habían sido egresados de nuestra universidad, ella trabajaba en el Instituto de Estudios
Estadísticos y es profesora de matemáticas y lógicamente había una comunicación, sino formal,
informal y un respeto mutuo por cada una de las posiciones y ciertamente creo que es eso lo que
permite que uno construya, lo otro es destruir y descalificar al otro y no tiene sentido.
- (Mario) Yo quería agregar que el contacto que tuvimos con los primeros psicólogos era de la U.
de Chile, tú Manuel fuiste profesor mío, después tuve un profesor francés, me hice amigo de los
ayudantes de él que eran de la Chile, entonces había mucha relación. Incluso siendo alumnos,
nosotros participábamos en la primera asociación de psicólogos que funcionaba en la Universidad
de Chile, íbamos como alumnos de la católica a escucharlos.
- (Alfonso) Fantásticos vuestros recuerdos. Bueno, me avisan que tenemos que ir parando, creo
que podríamos haber seguido mucho rato, estábamos recién calentando motores, yo no sé si hay
alguno de ustedes que se haya quedado con algo que quiera agregar.
- (Luis Bravo) Una breve anécdota no más, que cuando empezamos el Padre Rosales que venía
llegando de Italia, de la Universidad de Milán, hizo un encargo de un inmenso equipo instrumental
experimental para que lo aplicáramos en clases y llegaron varias cajas con equipos para poderlos
trabajar, pero nadie sabía usarlos y entonces las cajas quedaron guardadas hasta que vino la
reforma universitaria y las vio la Facultad de Medicina y se adueñó de ellas y nunca más supimos
de las cajas del laboratorio experimental.
- (Manuel) Perdón... hubo un anterior intento, Lucho, de hacer psicología experimental. El padre
Rosales compró en Milán a los salesianos y el Padre Rosales específicamente me los vendió a mí.
Esos aparatos sirvieron de hecho en la escuela de psicología de la Chile.
- (Luis Soto) Yo quiero finalmente hacer una proposición. Recalcar la importancia de estos
antecedentes de la historia de la psicología; más de alguno ha dicho cosas de las que nadie sabía
nada. Valdría la pena plantear una insinuación al Colegio de Psicólogos para crear alguna
estructura que sistemáticamente se dedique a registrar estas cosas porque si no cada día se están
borrando. Sucede inclusive, con muchos de nosotros, lo que nos queda por delante es poco.
Desafortunadamente los caballeros del 73 cuando no nos dejaron entrar más a la universidad,
también nos quitaron una buena cantidad de nuestros archivos. Si se creara una estructura que
evidenciara responsabilidad y una línea de acción en esta investigación, a lo mejor muchos de
nosotros, sobre todo los que ya nos queda poco, podríamos cederles papeles, libros y cosas que
pudieran favorecer una visión realmente auténtica de la psicología en el tiempo, especialmente de
los años sesenta en adelante. La idea de esta conversación era precisamente hablar de las cosas
que nos constaban porque las vivimos, pero en la percepción que tuvimos nosotros había también
un antes y vale la pena juntar todas estas piedrecitas, porque a lo mejor si las juntamos todas nos
vamos a extrañar de la tremenda montaña que teníamos y que algunos no percibíamos. Como
proposición lo planteo.
Conversación mantenida por Luis Montesinos, el año 2002, con alumnos de la Escuela de
Psicología de Universidad UNIACC, después de la exhibición del audiovisual Pabellón 10,
testimonial de la experiencia.
En 1977 un grupo multiprofesional dirigido por Luis Montesinos recibió el encargo, de la autoridad
de salud de la época, de poner en práctica un programa de rehabilitación para los pacientes
psiquiátricos crónicos del Sanatorio El Peral. El equipo de jóvenes profesionales trabajando con
una mística desconocida en ese ámbito, donde los pacientes iban solamente a esperar la muerte,
enfrentaron el programa con alta rigurosidad científica y técnica, obteniendo resultados
insospechados. Se trabajó con un programa de economía de fichas orientado a crear ambientes
motivacionales y con delegación de funciones. La experiencia es considerada un hito en la historia
de la psicología chilena y una demostración de lo que los psicólogos son capaces de hacer al contar
con la confianza de las autoridades de salud (Montesinos, 1979).
— Luis, me imagino los sentimientos que te debe provocar ver este video.
— Es tremendo. Lo primero un agradecimiento a todos los que trabajaron conmigo. Algunos como
Miriam Tedias, una terapeuta ocupacional extraordinaria, que murió... verla de nuevo ahí,
trabajando, es tremendo. Es impresionante para mí ver de nuevo todas esas cosas, que no
solamente activaron al pabellón, sino que crearon un ambiente... es tremendo. Casi me puedo
poner a llorar... podría llorar aquí con tranquilidad, sin vergüenza y sin culpa. Me emociona ver a
los pacientes, probablemente muchos de ellos muertos hoy en día. Las expectativas de vida de
estos pacientes son bastante menores que la población general. Pienso en esas cosas.
Es cierto que fue un hito histórico, que fue una experiencia muy importante, pero si miro los
hospitales psiquiátricos hoy, las cosas no han cambiado mucho. La economía de fichas es el
tratamiento de elección en este tipo de situaciones, eso está claramente establecido. Pero que
hayamos logrado cambiar la percepción de la jerarquía que estos pacientes ocupan en los
presupuestos fiscales, eso no lo logramos. Y eso sí me da mucha pena. Ser paciente psiquiátrico
crónico es muy terrible. El abandono es total, de los familiares, de las instituciones, es un
desamparo total. Que esa situación continúe sin visos de cambios es difícil de aceptar.
— Era impresionante la mística con que trabajaban. ¿Es efectivo que había turnos para dormir allí?
— Efectivamente había una motivación tremenda. Tenía que ver con el contexto histórico del país,
con nuestra ideología, con muchas cosas. Pero eso era también un aspecto técnico. Teníamos un
programa que funcionaba siete días a la semana veinticuatro horas al día. Una economía de fichas
no funciona si no es así. Teníamos entonces el compromiso de cubrir esos siete días, veinticuatro
horas al día.
El personal profesional era una maravilla. Hubo muy poca resistencia a trabajar los domingos y
sábados en la noche. Y estamos hablando de profesionales jóvenes, psicólogos, terapeutas
ocupacionales, enfermeras, chicas de 23 o 24 años, que tendrían cosas más interesantes que hacer
que estar en un pabellón de crónicos un sábado en la noche. Inicialmente, cuando solo estábamos
de lunes a viernes, en invierno, era posible encontrarse varios cadáveres de pacientes que habían
muerto el fin de semana. Esa era la realidad con que trabajábamos nosotros.
— Ese programa tuvo un enfoque conductual. ¿Podría hacerse ese trabajo con otros enfoques?
— Yo diría que no. Definitivamente no. Hay intentos comunitarios, es decir entender esto como
una comunidad. Yo sigo siendo muy conductista. Radicalmente conductista. En este tipo de
condiciones, con este tipo de pacientes, ¿qué modificación cognitiva puedes lograr? ¿Cómo
puedes parar las alucinaciones? ¿Cómo haces que el sujeto se active hablándole de sus sueños o
analizando cualquier trauma que explique por qué se comporta como se comporta? En muchas
situaciones el origen del problema no es el problema. Lo que importa es cómo cambio el
comportamiento de este sujeto hoy, aquí y ahora y como puedo predecir que las condiciones que
controlan ese comportamiento van a estar presentes en el futuro.
Hay otros enfoques que alegan un cierto nivel de resultados. Es posible. En esta área la
deprivación es tal que haciendo un poquito se logra mucho.
— En realidad el problema no fue técnico, fue político, ideológico. Se vivían tiempos muy raros en
Chile el año 1978. Eran tiempos curiosos. Pasaban cosas raras. Ascendía gente a posiciones de
poder sin tener las calificaciones para estar en esa situación y tomaban decisiones que no
correspondían.
No fue un problema técnico, fue más bien un problema político por lo que se terminó todo.
— Por supuesto. El modelo médico presupone que hay una etiología que es importante para
entender el problema y eventualmente poder tratarlo. Desde nuestra perspectiva la etiología no
es relevante. Lo relevante son las condiciones actuales. Eso significa que en vez de decirte yo, si
eres un auxiliar del pabellón, que tu función es tratar de darle las pastillas a las doce del día a este
paciente, tu función ahora va a durar ocho horas y se trata de que estés atento a conductas
adecuadas y proceder a reforzarlas. Te estoy pidiendo que vayas mucho más allá en la interacción
diaria con los pacientes, vas a ser un agente de cambio. Eso es muy diferente a lo que un auxiliar
ha estado haciendo en los últimos veinte o treinta años.
El choque que hubo fue con esas personas, que se rehusaban a implementar algo en lo cual ellos
no creían. En esos veinte o treinta años el personal había conocido diez equipos como el nuestro.
Para ellos no teníamos ninguna credibilidad. Eso fue lo más difícil.
— Cuando uno ve el video se percibe la mística que había, pero al oírte ahora se te nota resignado
con el tema de los hospitales psiquiátricos. ¿Qué impacto tuvo este trabajo en tu vida y en la
psicología chilena?
— La técnica está establecida como la técnica de elección y eso se debe a trabajos como el
nuestro.
Es cierto que fue una situación con mucha mística. Yo no he perdido eso. Seguimos trabajando con
personas que están en el límite de la sociedad, seguimos haciendo lo que somos, es un asunto
ideológico. El impacto que esto tenga en la psicología chilena, eso depende de ustedes. Nosotros
hicimos nuestra parte, yo creo.
¿Qué estoy resignado? Tengo más años, estoy más sabio, creo. En esos tiempos creíamos que
podíamos cambiar el mundo. Ahora no estoy tan seguro, a lo mejor eso es lo que se nota.
— Estos pacientes estaban allí por años, muchos venidos de provincias y las familias se habían
perdido. En algunos casos, en que queríamos sacar a la comunidad a un paciente y contábamos
con la familia, esta pasaba por un sistema de entrenamiento. Teníamos una especie de casa, con
cocina, baños... y allí se les daba entrenamiento. Los pacientes que salieron lo hicieron con familias
que ya estaban entrenadas. Esto se hacía cuando la persona objetivamente alcanzaba cierto nivel
de funcionamiento para ir a la comunidad.
La familia era esencial en la reinserción. Pero eso era así con muy pocas personas. Debo aclararles
que había aproximadamente un treinta por ciento de individuos que eran N.N., nadie sabía el
nombre. Llegaban como N.N. Ese chico que aparece en el video, que llamamos Miller, es lo que
sabíamos de él, pero a lo mejor no era su verdadero nombre.
La familia realmente no estaba para la gran mayoría de las personas. No pudo ser usada como un
recurso fundamental para el desarrollo del programa porque no estaban.
— Luis, ¿el desgraciado final que tuvo el programa tuvo que ver con que siguieras desarrollando tu
trabajo fuera de Chile?
— Ocurrió que hubo un quiebre con la que era la administración del sistema de salud en ese
momento y surgió la posibilidad de estudiar en Illinois con Azdrin, uno de los creadores de la
economía de fichas. Hice allí un doctorado en rehabilitación.
Traté de volver a Chile el año 1986, estuve un año y medio trabajando aquí. Pero la gran diferencia
es que allá yo soy dueño de mi tiempo. Esa libertad no la tendría en este país.
Aquí sería un profesor por horas, como tantos colegas, enseñando aquí y allá, teniendo cuatro o
cinco lugares donde haces clases, te pagan poco, tienes una consulta y sales a las ocho de la
mañana de tu casa y llegas a las diez de la noche.
Para tener el desarrollo personal y profesional que tengo, no podría hacerlo aquí. Esa es la razón.
¡Y creo que hice mi parte en Chile!
— Luis, como se dice en el video que vimos, esa experiencia le dio dignidad, por primera vez, a esa
gente y eso por sí solo justifica el esfuerzo que ustedes hicieron.
Siempre has estado en el trabajo con los pobres, los desvalidos, los desamparados. Eso tiene que
ver con tu profundo sentido de servicio, de solidaridad social, lo que habla muy bien de ti.
Queremos agradecerte por estar aquí hoy con nosotros.
PSICOLOGÍA CHILENA
— Era un colega extraordinario. Diferente al prototipo de los psicólogos. Lo conocí cuando volvía
de su doctorado en los Estados Unidos. Llegó como profesor a la Escuela de Psicología de la
Universidad Católica, donde yo era alumna de quinto año.
— Era una Escuela con un marcado enfoque psicoanalítico y Sergio Yulis llegó e introdujo la
corriente conductista, que era muy poco valorada allí.
— ¿Qué impacto causó entre el alumnado un docente investido de un estatus que lo daba nada
menos que Estados Unidos?
— Su llegada marcó un hito y un cambio profundo en la psicología chilena. Desde como él era,
hasta como hacía psicología. Su aspecto físico era el de un hombre fuerte y muy expresivo de sus
sentimientos, de su alegría, de su tristeza; muy orgulloso de su familia. Era poco usual en esa
Escuela que un profesor mencionara a su familia.
Sin embargo, con lo extraordinario que era, también era un hombre común y corriente. Esto era
raro entre los psicólogos, quienes eran más bien serios, depresivos, neutrales. Si algo Sergio no
tenía era neutralidad. Se la jugaba. Sus ojos eran muy verdes, como curiosos, interesados. En la
Universidad Católica fue un bicho raro a su llegada y dio vuelta la escuela completa en menos de
dos años. No perturbó, revolucionó, que es mucho más que perturbar, pues cambió el currículo y
modificó el modo de mirar la psicología.
A mí me llamó la atención, porque en una Escuela donde la gente trataba de parecer seria y
profunda, Yulis podía llegar en la mañana a grito pelado, vociferando porque había ganado la
Unión Española, peleando con los dos auxiliares, Duque y Maldonado, que eran de Colo Colo. Eran
famosas las peleas con los auxiliares con los que tenía una relación igualitaria, cuestión muy rara
en los psicólogos de la Universidad Católica.
Provocó mucha resistencia. Sin embargo, lo avalaba su currículo pues en esa época no eran
habituales los psicólogos con magíster o con doctorados y él fue contratado porque tenía un
doctorado.
Pasaron entre cuatro y seis meses desde que lo contrataron hasta que lo empezamos a ver. Había
llegado a mitad de semestre y los primeros meses fueron misteriosos porque estuvo encerrado en
su oficina. Inicialmente se quedó a estudiar el currículo y cómo eran los estudios de la carrera,
preparándose para conocer bien el mundo en que se metía.
— Su primer curso lo dio en el verano. Yo era alumna y había curiosidad, revuelo entre los
profesores por este tipo que venía con una forma de hacer psicología materialista, poco profunda,
cosificadora del ser humano. En el intertanto, la atmósfera académica estaba fuertemente
tensionada por abundantes prejuicios hacia el conductismo.
— Se decía que el conductismo se había originado en la Unión Soviética, que era reduccionista,
que no tomaba al ser humano en su totalidad. Lo poco que uno había estudiado de conductismo
en la Escuela era como estudiar al diablo. El conductismo era lo peor, y él tenía un doctorado en
esa área, y era un clínico.
— Además de clínico tenía muy buenas capacidades de administración, era muy proactivo,
cuestión no propia de los psicólogos clínicos. Su capacidad administrativa, su liderazgo, su caminar
tranquilo, su seguridad en sí mismo sin prepotencia eran muy curiosas. Además, venía de la
Universidad de Chile, había estudiado ahí, eso también era extraño en la U. Católica. Fue
claramente desde el principio una amenaza, porque venía con un doctorado, no por otra cosa.
— Veintiún años. Me preguntó sobre lo que quería hacer, ¿qué piensas de la psicología?, ¿cómo
llegaste a la psicología?, ¿qué te gusta y qué no te gusta? Ese interés, esa curiosidad científica, era
una definición de Sergio. Curiosidad, pero científica; quiero poner esos dos elementos porque él
evitaba emitir juicios. Excepto sobre el psicoanálisis, al que odiaba profundamente.
— Discutía mucho, con todo el mundo. Era un hombre muy directo, no les tenía miedo a las
discusiones. Por ejemplo, era típico ver en Campus Oriente a Sergio y un grupo de alumnos, en los
patios discutiendo a gritos de psicología, sin ningún sesgo, sin temor a la crítica, eso era lo que más
me gustaba. Tenía una mezcla entre profunda seguridad en lo que hacía, sabía y humildad
científica; estaba absolutamente seguro de que era el método científico el que servía en
psicología.
— Sergio tenía una postura frente a las cosas. Diría que, en general, los psicólogos pueden estar
orgullosos o sentir que tienen un saber especial, pero entre sus características está el hacerse los
modestos, ser ambiguos, contenidos, tendencia a no definirse. El psicólogo sigue siendo una
persona que evita la confrontación y Sergio no tenía problemas con la confrontación.
Así las cosas, lo primero que hizo fue un curso sobre teorías del aprendizaje. Nosotros no las
habíamos estudiado y son las leyes que rigen el comportamiento humano. En la formación que
habíamos tenido el comportamiento se relacionaba con tus padres, los daños recibidos, los
traumas infantiles y esas cosas.
— ¿Y cómo se explica que un personaje tan disímil haya ostentado cargos tan relevantes y
determinantes?
— Antes de seis meses, diría yo, vinieron las elecciones de director de la Escuela. Por un lado,
Sergio tenía los méritos académicos, pero por otro lado no tuvo ningún empacho en decir “yo
quiero ser director para modificar esto. Esta no es la psicología que yo quiero”. Y ganó las
elecciones.
Lo planteó en las asambleas, a los alumnos. Tienen que prepararse para el cambio, el psicólogo es
un agente de cambio. Se añade que los psicólogos, hasta ese entonces, éramos psicometristas,
pasábamos test y Yulis planteaba que debíamos ser mucho más. Luego, le otorgó a la psicología
una mirada mucho más global.
— ¿Es decir?
— Si los alumnos no sabían inglés y querían ser psicólogos, tenían que tomar un diccionario y
traducir los “papers” porque en ellos estaba el conocimiento científico. Sergio leía mucho, hacía
fichas, tenía todas las revistas de su área. Los alumnos alegaban que en sus cursos el tiempo para
leer no les alcanzaba pues exigía llegar a la clase con los “papers” leídos.
— Notable, no perdonaba la flojera, dueño de una capacidad de trabajo brutal. Estaba al mismo
tiempo en la dirección de la Escuela, haciendo clases, cambiando todo, discutiendo con la Escuela
de la Universidad de Chile sobre los cambios en el rol del psicólogo.
Era profundamente exigente, pero era muy reforzante con las capacidades y habilidades de cada
uno; nos enseñó a ser rigurosos.
— Estábamos para cambiar las conductas dañinas o desadaptativas, el dolor de las personas y no
para escuchar, en eso era muy enérgico. En cada intervención terapéutica tenía que haber una
evaluación inicial, definida en base a criterios compartidos con el paciente y evaluaciones
posteriores objetivas.
— Los cambios que introduce Sergio Yulis parece que son traumáticos para ciertos sectores.
— Él tenía muy buenos y leales amigos y seguidores y tenía muchos enemigos también.
Sergio decía que si tú sientes esa omnipotencia de que puedes cambiar la vida de otro, estás
enfermo del chape. Y lo decía así. No tenía problemas para dialogar.
— Era una persona que sabía moverse muy bien, rupturista pero dentro del sistema. No era un
oposicionista resentido ni sentía que los otros hacen todo mal, lo que lo caracterizaba era las
propuestas de cambio. Por ejemplo, el sacar la psicología de la universidad a las poblaciones. Con
él salimos a las poblaciones.
— No. Teníamos un lugar allí donde la escuela tenía profesores y alumnos en práctica. Era un gran
cambio.
— El trabajo de laboratorio tenía sentido y para Sergio era muy importante pero solo en la medida
en que sirviera a la práctica.
— Él decía que estar sentado en una consulta esperando a que llegue un paciente es un cuarto de
lo que uno puede hacer por el paciente. Sergio salía con un paciente en el caso de una agorafobia,
trabajaba con ellos en la calle. Si había una crisis o un problema familiar visitaba los ambientes
para ver cómo se producían las interacciones, discutir cambios de relaciones; luego medía si
habían cambiado esas relaciones.
— Trabajaba clínicamente desde la persona. La persona es muy sabia sobre lo que le pasa, decía,
es sabia en su enfermedad porqué es a él al que le duele. Hay que aprovechar esa sabiduría.
Cuando Sergio hacía clínica el paciente era un interlocutor válido para opinar del trabajo, para
discrepar. Tenía todo el derecho de opinar sobre las metas terapéuticas.
En ese sentido era muy raro como psicólogo para la época, pero era muy fuerte, no le entraban
balas, estaba muy seguro de lo que hacía.
— Con lo por usted señalado, ¿Sergio Yulis reestructuró la identidad de los psicólogos?
— Las personas que tuvieron su influencia terminaron haciendo psicología de otra manera. La
marca quedó.
— Exactamente. Cambió la mirada del psicólogo como un paramédico. Era un crítico del modelo
médico, especialmente aplicado a la psicología.
— Tenía un trato de igual a igual, para horror de los psiquiatras. Ni arriba ni abajo. Usted tiene su
conocimiento, yo tengo el mío. Son conocimientos diferentes, no jerarquizados. Fue profesor de
cursos para psiquiatras, con muchos psiquiatras jóvenes como alumnos.
— ¿Cómo recuerda la época en que trató con quien llegaría a ser una de las figuras emblemáticas
de la psicología en Chile?
— Era la época de los finales del gobierno de Frei Montalva e inicios de Allende. Se sabía su
postura política, pero peleaba mucho con quienes eran flojos priorizando la política.
Decía, “ustedes tienen un privilegio” —en esa época era realmente un privilegio estar en una
universidad, formándose—. La primera política de ustedes nos refrendaba, es ser buenos
técnicamente. Se lo deben a la gente por la que estás aquí. Si no, métanse a hacer carrera de
políticos.
— Él era independiente.
— Provocaba reacciones encontradas, obligaba a tomar posición. Nada de “tal vez o quizás o me
parece”, eso no iba con Sergio.
— Sergio no podía ser mirado como un loco porque tenía un manejo de las relaciones
interpersonales y una capacidad de adaptación muy grande. No se sobrepasaba en nada.
Tenías que reconocer que el tipo atacaba desde el sistema, no de fuera del sistema. Tú podías
decir cualquier cosa, pero que era loco no, porque dominaba lo que estaba haciendo. Tuvo
grandes antagonistas, pero nadie dudó jamás de su cordura.
— Finalmente, si era una persona tan vital, ¿cómo se sintió el impacto de su ausencia?
— La palabra vital lo define muy bien. Pero hay que remitirse a dos etapas. Cuando vino el golpe
militar Sergio Yulis se negó a exonerar a sus profesores. Él no fue despedido, le dieron la
posibilidad de renunciar. Fue el nuevo director quien los exoneró. En ese momento se fue a
Canadá y propuso irse con su equipo. Era una persona que armaba equipos.
Vino varios años después a dar unas charlas. Sin dejar atrás el conductismo, había dado el paso de
integrar los aspectos cognitivos.
Después, justo antes de venirse a Chile llegó su muerte. Con su deceso sentimos una orfandad
muy fuerte.
Entrevista realizada por el periodista Jorge Núñez Alvarado para este libro.
ESTUDIANTES DE PSICOLOGÍA
Conversación con Alfonso Luco.
— Para responder esa pregunta tendría que contarte algunas circunstancias de cómo llegué yo a
esta profesión. A los treinta años, a pesar de tener intereses intelectuales, desempeñaba un
trabajo poco gratificante y decidí estudiar psicología. Recibí todas las facilidades para iniciar y
terminar la carrera. Fui bien acogido por la Escuela, los maestros y compañeros. Siempre he
estado agradecido de ello.
Llegué el año 1964 a la Escuela de Psicología de la Universidad Católica, en una vieja casona de
tres pisos en la Alameda, frente a la Casa Central, seleccionado entre unos trescientos postulantes,
con tests y entrevistas. Entré con dos adultos más, en un curso de cuarenta adolescentes.
Todo esto cambió con la reforma universitaria y la llegada a la rectoría de Fernando Castillo
Velasco y especialmente cuando asumió la dirección de la Escuela Sergio Yulis. La Escuela se mudó
a una gran sede en la avenida Apoquindo, edificio adquirido al Seminario Menor, donde se
compartía con Sociología, Historia y otras carreras. La Escuela, como toda la universidad, se
modernizó, se democratizó, se liberalizó, se despojó del sello monacal anterior. Se puso a tono con
la época. Estábamos a fines de los sesenta.
Con la nueva dirección la Escuela cambió. La orientación psicoanalítica y existencial se cambió por
el enfoque conductual y se transformó con nuevas exigencias de la aplicación de metodología
científica, revisión de bibliografía actualizada, publicación de los trabajos realizados.
Nuevos profesores se incorporaron, todos ellos psicólogos. Marcial Losada, Alex Kalawski,
Fernando Coddou, Jorge Luzoro, Yael Fishman, Grecia Gálvez, Sonia Herrera.
Al poco tiempo la universidad compró el Campus Oriente, hasta donde se trasladó la Escuela. El
golpe militar puso fin a esta fructífera etapa. Algunos profesores fueron expulsados, otros se
fueron del país, muchos se alejaron de la universidad.
— Se escribe mucho sobre psicología y sobre la profesión de psicólogo desde una perspectiva
académica, científica e incluso gremial, pero muy poco acerca de los sentimientos que les provoca
a los psicólogos su labor y los significados que le atribuyen a su quehacer. ¿Cómo viven los
psicólogos su trabajo y como se sienten en él y fuera de él?
— Las opiniones que te daré tienen la perspectiva del psicólogo clínico, pero son también
aplicables a las otras especialidades y están presentes en todas ellas.
Esta es una profesión maravillosa por muchas razones. Una de las principales es que te permite
conocer la intimidad de muchas personas sin mediar el largo camino de intimar por la vía de la
amistad.
Penetras al mundo interior, a los sentimientos más profundos, a las fantasías, a los temores y
secretos de personas muy diversas que jamás conocerías si no ocurriese este milagro de la
confidencia profesional.
Cada ser humano es un universo, único, irrepetible e incomparable. Conocer a muchas personas,
sus aflicciones y alegrías, su dolor y felicidad, es inmensamente enriquecedor.
Cualquier psicólogo con un poco de experiencia sabe que la in-fluencia en este trabajo no es
unidireccional. Eso es parte de los mitos sobre la profesión. Influimos a nuestros clientes y somos
influenciados por ellos.
Recibimos además de los clientes la satisfacción de poder ayudar. Poder ayudar a superar el
sufrimiento es un privilegio que se nos agradece y que debemos agradecer.
— Para que una persona abra su intimidad a un desconocido, para que el milagro se produzca, un
psicólogo debe provocar confianza. En mi opinión es el requisito más esencial. La experiencia de
abrir la propia intimidad a un extraño, contando cosas que a menudo no se han confiado ni a las
personas más cercanas, requiere tener al frente a alguien que inspire confianza.
Esa confianza, por otra parte, conlleva una tremenda responsabilidad porque se te otorga un gran
poder sobre su vida. Aprovechar esa confianza para obtener algún tipo de beneficio personal, más
allá del honorario acordado, es un grave abuso y a veces un delito. Es por ello por lo que el trabajo
del psicólogo no es homologable al de otras profesiones asistenciales. La entrega del cliente pone
al psicólogo en una posición de poder que deja a la persona en una situación de vulnerabilidad.
El trabajo del psicólogo es inconcebible sin que se lleve a cabo en el marco de una normativa ética
clara y explícita.
— ¿En qué consisten esas confianzas? ¿De qué tipo de confianzas se trata?
— Las confianzas se refieren a diversos temas: que voy a ser escuchado con auténtico interés, que,
aunque las cosas que cuente sean consideradas errores, lo cual espero se me haga saber, no seré
juzgado por ellas como persona; que mis confidencias serán secreto profesional y jamás saldrán de
mi interlocutor; que está formado y preparado para comprender mis problemas y ayudarme a salir
adelante con ellos.
— El asunto parte por el aspecto físico y quizás es el momento de aclarar que no hay un psicólogo
que provoque confianza a todas las personas, de diferentes edades, niveles sociales, culturales,
etc. Debe ser empático, mostrando sensibilidad ante los problemas planteados, ante los
sentimientos que estos le producen a la persona. Debe comunicarse de manera cálida y directa,
tanto verbal como no verbalmente. Deberá ser respetuoso y cuidadoso, cualesquiera sean los
problemas planteados, o la forma en que estos son narrados. Debe mantener el trato en un nivel
profesional, aunque la forma sea abierta, informal y de confianza. Deberá ser capaz de crear un
clima protegido en que se puedan expresar los verdaderos sentimientos y las opiniones sin temor
al rechazo, a la descalificación o a ser enjuiciado por ellos. Si bien debe estar auténticamente
comprometido con la situación y los problemas No debería emitir juicios apresurados o tajantes
sobre las experiencias y los comportamientos escuchados. Debe comprender los problemas y
considerarlos con seriedad y altura. No deberá perder nunca de vista que el tema central son los
problemas del cliente y no las propias experiencias.
Confianza, en fin, que está preparado para ayudar, porque en los temas tratados fue formado y
tiene experiencia y entrenamiento especializado y mantiene lazos con otros colegas y
agrupaciones profesionales que acreditan sus calificaciones y rigen su comportamiento por
cánones éticos.
— No todo es rosado en la profesión. También hay colores oscuros. La labor del psicólogo puede
ser vista ingenuamente como de poco desgaste personal. Trabaja a menudo sentado, escuchando,
interviniendo cada cierto tiempo, aparentemente tranquilo y relajado. Nada más alejado de la
realidad. El psicólogo absorbe la carga emocional de las personas a quienes atiende, que en su
gran mayoría tienen altos niveles de tensión y ansiedad.
Uno de los más difíciles aprendizajes del oficio es guardar la distancia emocional adecuada
respecto a los sentimientos y emociones de los clientes. Ni tan cerca que te involucren y pierdas la
objetividad, ni tan lejos que no te identifiques con ellos y no empatices con la persona que tienes
delante.
Esa distancia adecuada no impide que los conflictos de las personas te traspasen su carga
emocional. La angustia, la ansiedad, la tristeza, el dolor, la rabia, la desconfianza son sentimientos
a los cuales es imposible exponerse a diario sin ser afectado. Es necesario, en consecuencia, estar
muy alerta a los efectos en nuestra persona de dicha exposición y es conveniente ser supervisados
por otros colegas en nuestro trabajo.
Ignorar estos riesgos conlleva presentar una reacción, vastamente estudiada, llamada “burnout”
que se manifiesta por agotamiento emocional, desinterés generalizado, dificultad de contactarse
con los clientes y sus problemas.
— No debemos generalizar, sin embargo, con frecuencia las características del trabajo, la
sensibilidad requerida, la capacidad de aceptar sin juzgar, la tolerancia necesaria con la conducta
del otro, la comprensión incondicional, provocan deformaciones profesionales. Dificultad para
emitir opiniones claras, directas y juicios definidos. Exceso de auto análisis y auto conciencia,
autocontrol y poca espontaneidad, tendencia a mantener un bajo perfil en grupos y poca
exposición pública, dificultad en desarrollar liderazgo fuerte, son algunos rasgos frecuentes
reforzados por el trabajo en los psicólogos.
Conocer socialmente a un psicólogo provoca a muchas personas una reacción defensiva. Suponen
que están siendo analizados (lo que a veces es verdad) e incluso que puedes saber mucho de ellos,
aunque permanezcan callados (lo que casi siempre no es verdad).
— ¿Cuáles son los errores más frecuentes que cometen los psicólogos en su trabajo?
Ningún psicólogo es efectivo en el trabajo con todo tipo de personas. No hay psicólogos buenos
para todas las personas. Debemos conocer nuestras limitaciones y recurrir a la derivación que es
una acción importantísima, que demuestra honestidad y que poco se menciona en la formación de
los psicólogos.
Entrevista realizada por el periodista Jorge Núñez Alvarado para este libro.
— Quizás sería bueno partir explicando cuál es la situación actual de la regulación del resguardo
ético del ejercicio profesional.
La ley que creó el Colegio de Psicólogos en 1969 contiene varios artículos que relevan la
importancia del control ético, incluyendo la posibilidad de suspender el ejercicio profesional de
un/a psicólogo/a que haya cometido alguna falta ética grave.
Como sabemos, durante la dictadura en el año 1981 se promulgó la ley que transformó a los
colegios profesionales de corporaciones de derecho público a corporaciones de derecho privado, y
radicó la tuición ética en los Tribunales Ordinarios de Justicia.
Eso significa que si una persona se siente perjudicada por la acción profesional o considera que el
profesional ha cometido una falta ética y el profesional no está colegiado, corresponde interponer
una demanda en los tribunales ordinarios.
La Comisión de Ética tiene tuición sobre los miembros del colegio y sobre los psicólogos que no
siendo miembros del colegio acepten la jurisdicción de la Comisión, alternativa que ha ocurrido en
varias ocasiones, probablemente porque las personas pueden sentirse mejor si la investigación es
realizada por sus pares.
— También me parece de interés conocer algunos pormenores acerca de la Comisión de Ética del
colegio. ¿Cómo funcionan? ¿Quiénes pueden acudir a ella? ¿Con qué procedimientos? ¿Para qué
clase de asuntos?
— Es una comisión que trabaja en forma voluntaria; posee una nueva constitución y forma de
funcionamiento desde hace más de 10 años. Comenzamos en abril de 1996. Todos pueden acudir
a ella, no hay restricciones, pueden ser usuarios/as que se sientan perjudicados, estudiantes,
parientes de usuarios, colegas.
Tenemos reuniones todos los viernes, a veces como reunión ordinaria -con quorum- y otras, en
que algunos integrantes tienen otros compromisos profesionales, en reunión de trabajo, durante
la que no podemos tomar acuerdos, sólo avanzar en los procesos o en el análisis de casos. Los
procedimientos son muy rigurosos.
La normativa general de funcionamiento está publicada en la página web del colegio. Las
reuniones son intensas, hemos ido aprendiendo en conjunto, se ha creado un grupo aflatado.
Al comienzo aceptábamos todas las denuncias, las investigábamos todas; con el tiempo y la
asesoría del abogado aprendimos a definir lo que se denomina “admisibilidad” de la queja o
denuncia ética; es decir, discriminamos a partir de aspectos formales (que la persona que
denunciase identifique responsablemente, con firma, con firma en carta, por ejemplo, no es
suficiente una denuncia por correo electrónico, ya que no hay constancia alguna de quien ha
enviado el correo, que se identifique al profesional contra quien se interpone la queja, etc.) y
también de con-tenido, es decir, que la denuncia refiera a un comportamiento profesional que sea
demostrable.
Aplicar estos criterios de admisibilidad ha sido clarificador para nosotros e implica una labor de
educación a las personas. A veces las personas se ajustan a estas exigencias y reformulan su
denuncia, en otros casos, desisten.
Respecto de los temas en que recibimos denuncias, a partir de una revisión que hicimos con
Patricia Hammel de 80 denuncias recibidas entre 1996 y julio de 2007, hay tres tipos de quejas que
tienen el mismo número de denuncias y están en “primer lugar”.
Con la misma frecuencia hay denuncias por quiebre de la confidencialidad, ya sea en el ámbito
clínico, educacional o laboral; y en la misma proporción hay quejas por “dobles roles” es decir,
junto a la relación profesional se inicia (o existía de antes) otra relación de tipo afectiva,
sentimental, laboral o comercial; con lo que los intereses del cliente quedan supeditados a otro
conjunto de intereses, los involucrados en esta segunda relación, y se pierde o se pone en riesgo el
cumplimiento del rol estrictamente profesional que privilegia por sobre todo los intereses y
bienestar del cliente.
— Nuestro código de ética ya tiene algunos años. ¿Hay nuevos aspectos que deberían incluirse
con urgencia?
— Lo más urgente son dos aspectos. Lo que está pendiente respecto de las normas éticas para la
formación de psicólogos y los derechos y deberes de los/las académicas en psicología. Lo segundo
se refiere a las nuevas áreas del quehacer profesional, por ejemplo, en el campo de la psicología
jurídica, en que aún no tenemos legislado respecto de las normas.
— No me atrevo a hablar de un deterioro de las normas éticas, pero sí a plantear que hay un
nuevo desafío que se refiere a recuperar el ethos de la psicología. Se trata de una profesión que
pretende ayudar a crear un mundo mejor, en que seamos más felices y mejores personas.
Creo que, paradójicamente, aunque hay muchas personas que consideran que la ética es
relevante, no dimensionan lo que realmente implica el respeto por el Otro y estamos en la tarea
de enfatizarlo.
— ¿Cuál es su motivación para llevar a cabo esta labor de tanta responsabilidad, voluntaria y
sacrificada?
— Creo que me motiva algo así como “tomar la posta”... Otros han dedicado su vida a posicionar
el rol del psicólogo y la profesión... se trata de una profesión en que lo central es el cuidado del
Otro, en que hay una esperanza de que podamos escucharnos, podamos aceptarnos en nuestras
diferencias.
La solución de muchos problemas de salud psicológica, que sabemos son crecientes, pasa por la
capacidad de aceptarnos y aceptar y respetar a otros.
— Conozco además su interés por temas relacionados con la historia de nuestra disciplina y con las
relaciones de género. Pareciera que los aportes mencionados en la historia de la psicología
provienen casi exclusivamente de varones; son pocas las psicólogas mencionadas. ¿Cómo se
explica, en su opinión, esta situación?
O bien se cree que las mujeres no han desarrollado ciencia en psicología, lo que desmiente los
trabajos de muchas (Mary Whiton Calkins, Helen Bradford Thompson, Chritine Ladd-Franklin y
muchas otras en Estados Unidos; Marie Langer, Carolina Tobar en Argentina; Heliette Saint Jean,
Lola Hoffmann, Amanda Labarca, Susana Bloch y muchas otras en Chile) o bien se “olvida” o
elimina de los registros históricos los aportes de las mujeres.
No es menor el efecto de citar solamente los apellidos, ya que se supone que son hombres, por
ejemplo: Goodenaugh (Helen); Zeitgarnik (Bluma), o no se reconoce el trabajo de mujeres como
Joan Erikson.
En síntesis, las explicaciones refieren a una discriminación por género, perpetuada por hombres y
por mujeres, como ha sucedido en muchas otras disciplinas científicas y artísticas. ¿Cuántas
mujeres matemáticas o músicas conocemos?
— Así es. Se mantiene una discriminación en que se devalúa o exige más a las mujeres para asumir
cargos directivos. Considero que la situación en nuestro país es muy grave ya que, por varios
avances, entre otros haber elegido una presidenta de la República, que además terminó su
mandato con una excelente evaluación de su gestión, pareciera que la discriminación no existe. La
verdad es que sigue existiendo y en una forma que considero más peligrosa porque se trata de un
sexismo sutil, poco evidente.
— ¿Quién es Martín-Baró?
— ¿Quién soy? Un psicólogo social, salvadoreño, centrado en los problemas de El Salvador, desde
una perspectiva y un abordaje psico-social cuyo esfuerzo ha sido no solamente tratar de entender
estos problemas psico-socialmente, sino teorizar un poco y lograr replantearnos estos modelos en
un enfoque más abarcador. Enfoque que ha de tener muy presente un punto de partida: ya no se
trata simplemente de importar la ciencia de la Psicología, sino de hacer ciencia de la Psicología a
partir de nuestros problemas y no desde el poder, desde las exigencias y reclamos de nuestros
pueblos.
— Somos pueblos que compartimos algunos trazos culturales: haber surgido de una misma
colonización, evolucionado bajo formas sociales jerárquicas, explotadoras, ignorantes de la
peculiaridad humana y cultural de los pueblos y marginadoras respecto a los sectores más
mayoritarios. A las inmediatas, creo que las experiencias de la dictadura militar chilena y la
experiencia de la guerra civil salvadoreña, dentro de sus muchas diferencias tienen aspectos muy
comunes, empezando porque hay ahí una institución militar, que se constituye en rectora de los
destinos, configuradora a partir de unos planteamientos, llámense de seguridad nacional,
llámense de conflictos de baja intensidad, pero unos planteamientos que tienden a hacer de toda
la convivencia social una lucha casi maniquea entre lo que es definido oficialmente como el bien y
el mal.
— Hay un daño obvio, evidente, visible, y es el de los lisiados. Ahí hay un problema serio en el cual
estamos hablando ya de miles de personas. Tenemos todas estas víctimas, más las víctimas de la
tortura. Pero luego tenemos otros daños muy graves, por ejemplo, la habituación a la violencia de
la sociedad; todo este hacer de la violencia, de la muerte, de la imposición de los mecanismos
bélicos como marco de referencia cotidiana para nuestra existencia. Tenemos el niño militar, el
niño soldado, el niño que empieza la guerrilla a los 7, 8 años con tareas de correo. El niño que está
aprendiendo y que muchas veces se va a convertir en una máquina de matar. Yo no puedo
entender la salud mental simplemente como un bienestar que aflora de adentro hacia fuera, es
decir, como un estado de equilibrio, yo no sé desde qué estructuras internas de la personalidad.
Me parece que la salud mental es primero y fundamentalmente un estado de relaciones, un
estado de convivencia humanizadora.
Pongo un ejemplo muy concreto: la primera vez que entré hace ya nueve años más o menos en un
refugio, la impresión que uno tenía era de que todo el mundo estaba paranoico, callado, asustado,
te miraban, te medían, te preguntaban. Claro, cuando después caes en la cuenta de los peligros
que corre esta gente, de los que habían pasado, de todo el hostigamiento que había sobre ellos,
uno dice estas personas están con el comportamiento más sano posible dentro de esta realidad en
la que tienen que vivir. Entonces en la medida en que todas las estructuras en nuestra vida social,
las más fundamentales, se van organizando de esta manera, obviamente la realidad de la salud
colectiva va bajando.
Eso me parece un daño mucho más grave, a que pueda o no pueda dormir, de que tenga incluso
fantasías o angustias o no las tenga. Por supuesto que esas son manifestaciones importantísimas,
que pueden ir desde las psicosomáticas hasta las más puramente funcionales psicológicas, pero,
estos mismos trastornos hay que verlos sobre el trasfondo de esa realidad, de ese daño selectivo.
Por eso, evidentemente, el que yo logre que una persona pueda dormir, porque supera sus
miedos, porque supera sus terrores nocturnos, está muy bien, es maravilloso, pero eso no cambia
la realidad cotidiana en la cual tiene él que desarrollar su existencia.
— Vincular los daños con los desafíos que implican a la psicología las dificultades que tenemos que
enfrentar...
Por ejemplo: ¿qué capacidad tenemos, en nuestra psicología, para abordar el problema del
desempleo? No la tenemos y ahí está esa realidad masiva latinoamericana.
Entonces, es un problema de una gravedad tremenda en países como el nuestro. ¿Cómo es posible
que sigamos haciendo una psicología del trabajo, que lo único que trata es de maximizar el
rendimiento al interior de la empresa, a espaldas de si está atendiendo o no a la comunidad a la
cual, en última instancia, una empresa se debe?
— Los psicólogos tenemos instrumentos de trabajo que suponen una relación directa con la gente.
Enfrentados a graves problemas masivos de salud mental sin recursos, ¿qué podemos hacer ahí?
— Si nosotros consiguiéramos hacer una forma de intervención que permitiera levantar, así fuera
levemente, esos niveles sociales de relaciones, estaríamos ofreciendo terapia individual, pero
desde una totalidad o una colectividad y no simplemente al individuo.
Insisto, es maravilloso si una persona tiene insomnio y le logras quitar el insomnio; si a una
persona que padezca de dolor de cabeza, se le quita; si a una persona que no puede salir a la calle
por la angustia de ser perseguido, la supera, etc. Muy bien, ¿pero en qué medida todo eso es
puramente individual y se va quedando en niveles insignificantes? Todo esto, en buena medida me
ha llevado, en lo personal, a ver la necesidad de elaborar una psicología política, que no es ni
mucho ni menos una psicología de la política, que es ver todo lo que de “poder configurador” del
psiquismo individual y del ser y del quehacer de las personas, tienen las fuerzas sociales que se
imponen a través del juego social, de la confrontación social.
— Para trabajar en esos niveles que propone es necesario saber qué hacer y luego tener acceso al
poder.
— Hay que comenzar a ponerse en camino primero, lo cual supone una cierta toma de conciencia
sobre la propia ubicación, que uno se equivoca, que no cuesta nada equivocarse, y que vale
equivocarse intentando, antes que no equivocarse porque no intenta nada. Creo que nuestros
conocimientos, nuestra preparación, nuestra técnica, constituye un poder que en la medida que te
involucres en unidades organizadas más amplias, nuestro conocimiento empieza a construir un
poder útil, es decir un conocimiento activo operante al interior de una dinámica social. Sin
mistificar lo que podemos y no podemos.
— ¿Qué hacer con nuestros conocimientos terapéuticos, si con todo lo que hemos trabajado no
llegamos ni al 1% de los afectados?
— ¿Qué haces, por ejemplo, cuando enfrentas una situación como esta que me tocó a mí? Más de
300 ancianos, mujeres, niños, sobre todo, que están en un refugio en el sótano de una iglesia,
cuyo tamaño era de 60 por 20 metros y habían estado allí 3, 4 y 5 años; con todos los problemas
que te puedes imaginar: el que menos había perdido dos familiares. Claro, una posibilidad, es
decir, hoy empiezo con uno y hago psicoterapia y mañana con otro y otro y con otro. Pues sí,
maravilloso, hay que hacerlo, pero no tenemos recursos para eso y estamos hablando de un
pequeño grupo al interior de un problema que tiene magnitud ya no simplemente de grupo sino
de colectividad total; existe allí un problema al que aún no tenemos respuesta.
— Diría que me ha gustado mucho ver en el estudiantado de psicología una vinculación política,
independientemente de por qué tendencia sea, pero que quizás allá, por otras razones, no aflora
de la misma manera. Sí, me ha gustado ver, por ejemplo, cómo están trabajando, pensando
seriamente en el futuro. No sé, no podría decir mucho más. El dinamismo se siente, otra cosa es
que se logre cuajarlo; creo que esa puede ser una tarea importantísima de ustedes.
Entrevista realizada por Elizabeth Lira y Alfonso Luco para la Revista Chilena de Psicología
— ¿El primer tercio de su libro Nuevos Asedios a la Psique Latinoamericana es un apronte y una
reivindicación de la psicología política?
— En ese sentido amplio de política, claro. Desde una perspectiva de hacer psicología por
latinoamericanos, para Latinoamérica y en América Latina, para lo cual es necesario usar autores
de distintas latitudes del mundo, aunque aquella actitud no es suficiente. Hay que usar a autores
latinoamericanos y leerlos desde América Latina, desde Chile, en algunos casos desde los sectores
populares y en otros casos desde la democracia difícil política; desde la sensibilidad
latinoamericana.
— ¿Democracia difícil políticamente?
— La democracia difícil es el hecho de que la democracia no existe, por una parte, en términos
ideales en ninguna parte del mundo y de otro, que en América Latina mucho menos. Todavía, por
ejemplo, existe la imagen vulgar de que democracia política es igual a democracia electoral. La
democracia electoral es necesaria para que haya democracia política, pero ello no es suficiente. Y
existe la otra imagen vulgar de que democracia política es igual democracia social, global. Pero ello
también es insuficiente pues debe haber procesos de democratización económica, redistribución
del ingreso. La democratización política es siempre evolutiva y gradual e implica redistribución del
modelo. La democratización económica es la redistribución del ingreso para que las riquezas que
produce el pueblo las consuma el pueblo. Y democratización psico-social, que así he llamado a la
redistribución de la autoestima. Ciertamente que nada de esto existe en ninguna parte, pero en
América Latina existe mucho menos que en América del Norte o en Europa o que en Israel.
— Usted posee formación científica, pero mantiene una relación casi iniciática con la literatura; es
lo que se deduce de la lectura de su libro “Nuevos Asedios a la Psique Latinoamericana.
— Sí, yo creo que la literatura -como nos enseñó Freud, Jung, Fromm y otros- es una mina de
riqueza psicológica inigualable. En realidad, la literatura mundial clásica como la latinoamericana
en particular, es mucho mejor que la mayoría de los libros de psicología que están publicados en el
mundo... psicológicamente hablando. Pero no es solo la literatura, es también el cine. Ahí se
aprende mucho de psicología porque como he sostenido en todos mis libros, no hay psiquis
individuales puras sino ligadas con sociedades y culturas. Es decir, una psicología responsable e
inteligente es transdisciplinaria y ligada a todas las ciencias humanas y artes. No por nada existe la
cineterapia, la arteterapia, el psicodrama, la musicoterapia. Ello porque una psicología inteligente
es abierta, no es estrecha, dogmática o escolástica.
— Si uno entiende por biopolítica una política de la vida, hacer una política del bios, entonces
aquello es lo mismo que Laing llama la política de la experiencia o de la vida cotidiana, en ese
sentido considero que la psicología tiene que estar al servicio de la liberación, como se diría
análogamente con la Teología de la Liberación, pero también en beneficio de la justicia, que es un
valor distinto al de la libertad y ligado intrínsecamente con él. Asimismo, Foucault es un hombre
inteligente pues es un creador mayor en la filosofía europea de los últimos cuarenta años al
desenmascarar las formas ocultas del poder en la cotidianidad; Foucault opta por la
democratización y adquiere una relevancia anarco liberal y socialista, ya que sus maestros son
Marx, Freud y Nietzsche. En esa especificidad soy adherente a Foucault.
— La tendencia mía es usar la psicología para lo que ha sido siempre: para ayudar a la psiquis, a la
vida humana. Eso se pensó en términos de terapia, luego en psicología de instituciones como la
escuela y los ambientes laborales. La buena psicología se preocupa de ayudar al desarrollo
humano y a terapeutizar y prevenir todos los ambientes sociales existentes, por tanto, a disminuir
nuestros sufrimientos o debilidades.
— Siempre ha ocurrido, no solamente en América Latina, sino que la historia de la psicología está
recorrida por prejuicios, unilateralidades y énfasis sectarios, por ejemplo, de que el único método
científico legítimo es el experimento en algunos periodos, una tesis opuesta a esa es que un otro
método científico son las muestras representativas con estadísticas confiables. Una tesis diversa a
esa agrega que el método clínico de pacientes estudiados en profundidad es el que debiera
prevalecer o que los estudios de productos culturales son los únicos de carácter científico
verdadero, esta última menos frecuente que las anteriores y más atractiva. La tesis de que
únicamente se puede estudiar la conciencia o la contraria sostenida con el argumento de que
exclusivamente se pueden estudiar los inconscientes a través de los sueños y los mitos, ellas de
conjunto son parcialmente válidas pero insuficientes por sí mismas. Una epistemología crítica
tendría que integrarlas sintéticamente y darles a las distintas etapas, países y continentes en la
creación de la psicología como ciencia el estatus que les corresponde y no creer, como es ya casi
un lugar común, que la única psicología del mundo es la que se hace en California, Nueva York o en
un centro cualquiera particular de Harvard o La Sorbona hace 50 años, o Leipzig hace 80 años, o en
Viena hace 100 años.
Entrevista realizada por el periodista Jorge Núñez Alvarado para la revista El Mundo de la
Psicología.