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Batallas
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alejandro covello

Batallas
Aéreas
Aviación, política y violencia / Argentina 1910-1955

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Prólogo - Cielo negro

Covello, Alejandro
Batallas aéreas : aviación, política y violencia : Argentina 1910-1955 / Alejandro Covello. -
1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Fundación CICCUS, 2018.
224 p. ; 23 x 16 cm.

ISBN 978-987-693-747-4

1. Historia Política. 2. Aviación. I. Título.


CDD 358.403

Primera edición: junio 2018

Obra de tapa: Daniel Santoro “Junio 1955”


Oleo sobre tela. 200 x 390 cm.
Diseño de tapa: Andrea Hamid
Ilustraciones: Pablo Patricio Albornoz
Corrección: Teodoro Boot
Producción, Coordinación y Diseño: Andrea Hamid

© Ediciones CICCUS - 2018


Medrano 288 - CABA (1179)
(54 11) 4981.6318 / 4958.0991
ciccus@ciccus.org.ar
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Hecho el depósito que marca la ley 11.723


Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de este libro en
cualquier tipo de soporte o formato sin la autorización previa del editor.

Ediciones CICCUS ha sido


merecedora del reconoci-
miento Embajada de Paz,
en el marco del Proyecto-
Campaña “Despertando Con-
ciencia de Paz”, auspiciado por la Orga-
Impreso en Argentina
nización de las Naciones Unidas para la
Printed in Argentina Ciencia y la Cultura (UNESCO).

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...nube que es más grande que el mundo. 

Un libro se abre en cualquier lugar, una habitación, un tren,


una plaza, hasta en una librería.
Si abriste este libro, te pido que abras ahora una puerta,
una ventana o si estás en un jardín mires hacia arriba.
Lo que te pido, estimado lector,
es que mires el cielo antes de continuar leyendo.

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Nota del autor

Este libro está compuesto de crónicas aeronáuticas que comien-


zan desde el mismo nacimiento de nuestra aviación hasta el año
1955. Los relatos arman una historia del uso político, militar y vio-
lento del avión en nuestros cielos, no como una mera coyuntura
sino convirtiéndolo en protagonista de nuestra historia.
Es un camino que nos lleva a un hecho único en la historia de
todos tiempos y de todas las geografías: el bombardeo a una ciu-
dad abierta, Buenos Aires, el día 16 de junio de 1955. El libro re-
corre una procedencia que nos deja en un final que es llamado
“Crónica de la destrucción”.
Es el relato de la destrucción que vino del aire cuando la vio-
lencia y el terror cruzaron el límite de la política. Este es el centro
desde donde escribo, la táctica literaria, la posición para contar
una historia. El punto de observación está en el avión y su piloto.
Volar en el cockpit desde donde se reprimió una protesta indí-
gena en el Chaco, en 1924 o desde donde intentaron bombardear
el Congreso de la Nación en 1946, son algunas de las crónicas de
este libro que nos deja en la gran batalla aérea del 16 de junio, en el
cockpit de leales y golpistas, en el Gloster Meteor I 63 del Muñeco
Adradas, un piloto de caza.
No es un libro de historia. Este libro se construyó en el montaje
de fragmentos: testimonios, entrevistas, datos, versiones, imáge-
nes, documentos, etc. Es la experiencia la que escribe; lecturas,
calle transitada, barro, roce... Es una narración que suma no sólo
libros y notas periodísticas, sino también lo que se vio y se ve lo
que se escuchó y se escucha en las calles. Es el resultado de una in-

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Nota del autor

vestigación sin ninguna limitación temática y utilizando recursos


propios de la ficción. Como toda crónica, el lector se encontrará
con la voz del que investiga y este libro no es una excepción.
La frase de Conan Doyle (El Primer Justicialista del Aire):
“Hubo un combate aéreo el 16 de junio de 1955 y un piloto de la
Fuerza Aérea a bordo de un Gloster Meteor derribó un avión na-
val”, me hizo escribir este libro. Es el intento de inventar el lugar
donde se cuenten estas tragedias hechas menos coraje que desen-
cuentros. Tiene que existir ese lugar.

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Prólogo
Cielo negro
Christian Ferrer

Un avión es un invento raudo, vigoroso y elegante. Rara avis el pri-


mero de todos, pájaro migratorio poco después, y siempre magní-
fico ejemplar de la alianza entre la carne y la máquina. Es, nítida-
mente, uno de los objetos más bellos del siglo xx, haya sido forjado
a escala del colibrí o del gorrión, con el porte del cóndor o el del
albatros. Siendo, en su origen, apenas una carcasa de madera con
motor a la vista más un par de aletas –frágil y arriesgado enton-
ces–, pudo redimir, a comienzos del siglo xx, las frustraciones de
mil años de diagramas sobre papel –casi oníricos– y de intentos
experimentales –estrafalarios los más– por parte de precursores
que carecían de cualquier red de protección. Hasta entonces, el
cielo había sido dominio exclusivo de aves y ángeles, si se excep-
túan los globos aerostáticos, primer caso de conquista del aire por
parte de la gente de tierra, si bien resultaban ser artefactos incier-
tos y peligrosos, y cuya autonomía de vuelo, a fin de cuentas, era
limitada. En sucesivos y rápidos reajustes y mejorías de los pri-
meros prototipos, sea en tamaño, estabilidad, espacio de cabina o
rango de distancia alcanzable, el avión, en apenas diez años, des-
plegó usos y capacidades diversas: demostración de factibilidad,
ruptura de records de altura y de trayectorias, novísima manera de
contemplar el paisaje de la superficie terrestre –quizás una de las
inspiraciones de los pintores cubistas–, aceleración de la entrega
del servicio postal, y en definitiva, nueva experiencia del viajar y

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Prólogo - Cielo negro

de experimentar el espacio y el tiempo. Pronto se descubriría que,


además, y a pesar de estar construido de hierro y madera, un avión
podía ser el semejante de los pájaros: tantos unos como otros son
seres ovíparos. Pero en tanto las aves desovan vida –huevos con
embriones–, los aviones pueden aventar la cizaña y la muerte. In-
cluso ennegrecer el cielo.
Ninguna tecnología es ajena a la red de instituciones que la
sustentan –y la aviación no es una industria menor ni apta para
pequeños y medianos empresarios–. Es asunto de Estado, aun
cuando el nombre de pilotos, ingenieros y personal gerencial o
de a bordo esté registrado en nóminas de pagos de sueldos de
empresas privadas. El apoyo infraestructural en que se sostiene
y las leyes del aire que le atañen trascienden los explícitos propó-
sitos comerciales o experimentales. Eso se hace del todo eviden-
te en tiempos de guerra. Ya desde sus orígenes, el avión estuvo
destinado a servir como auxiliar privilegiado en los Campos de
Marte, justamente en su dimensión estratégica cumbre: el do-
minio de las alturas. Pero el ensamblaje de casi toda tecnología
con la inextinguible beligerancia de hombres y naciones, inclu-
so antes de que sus posibilidades operativas fueran transferidas
al “uso civil”, es de antigua data. Apenas inventado, el telégrafo
posibilitó el instantáneo envío de órdenes de movilización a las
alas de los ejércitos en combate, y tal ventaja comparativa fue la
causa del triunfo de Prusia sobre Austria en el conflicto que enta-
blaron a mitad del siglo xix. Diez años después de ser presentado
en sociedad –durante la guerra civil norteamericana–, el cañón-
ametralladora fue utilizado en Francia para ejecutar filas de pri-
sioneros alineados de diez en diez delante de un enorme foso en
el cementerio de Pere Lachaise, una vez crucificada la rebelión de
los comuneros parisinos. Y no pasaría mucho tiempo –unos años
apenas– para que el avión sembrara balacera desde el aire a fin
de “pacificar” rebeliones locales en países “periféricos” ocupados
por potencias europeas poco antes. También el globo montgol-
feriano había cumplido, a comienzos del siglo xix, funciones de

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observación de los desplazamientos de las líneas enemigas en los


campos de batalla.
¿Pudo haber sido otro –el destino de la aviación– una vez con-
cluida su época “heroica”? Difícilmente. Aunque en su momento
fue artefacto maniobrado y perfeccionado por amateurs –“amado-
res”–, entretenimiento de personajes temerarios de clases altas, o
bien entrañable compañero de aventuras de pilotos solitarios, su
sola existencia ya anunciaba su pronto devenir en instrumento de
guerra. Bastaba con coordinarle un sincronizador de disparos a la
hélice en movimiento continuo y con abrir una doble compuerta
en la base del fuselaje, y ya estaba: una nueva deidad guerrera. Y
no solamente, pues el avión de combate terminó siendo uno de los
truenos –recargados– de la odiosa y siempre viva voluntad huma-
na de esparcir el escarmiento, cuando no la llana y necia sed de
venganza. Inevitablemente, las malas pasiones se acoplan a toda
técnica de época que permita su aspersión. Retroceden en la me-
moria –es decir, avanzan– las sombrías figuras de la horca, la rue-
da de tortura, la guillotina, el garrote vil, la descarga a mansalva
de los cañones de alta cilindrada, y la bomba de átomos. Cada cual
expandió el radio de acción de eso que, a falta de palabra aún más
oscura, es llamado “el Mal”. La consigna de orden –antigua y mo-
derna– demasiadas veces fue “no dejar a nadie con vida”.
¿Pero quién puede arrogarse ser un mesías del escarmiento?
Salvo los psicópatas y los megalómanos con poder, nadie por sí
mismo. Es preciso, entonces, disponer de permiso. El piloto de
caza o el de un bombardero –en verdad, todo miembro de ejér-
citos de regulares o bien de irregulares– no esparcen la muerte a
título propio, sino en nombre de “algo”: un Dios, una Patria, una
Etnia, un Partido, un Orden, una Revolución, una Libertad, en fin,
en nombre de aquella coartada que resulte ser la más conveniente.
¿Conveniente a qué? Cuando se designa un enemigo –un Pode-
roso, un Victimario, un Otro terrible o despreciable–, el odio se
da rienda suelta a sí mismo porque se justifica en un “supernom-
bre” –una abstracción eficaz–. Por gracia de ese valor “superior”,

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el odio –demonio personal– se exceptúa de asumir responsabili-


dades por las consecuencias de los actos cometidos. De otro modo,
su excusa sería socialmente inaceptable: la hipocresía ha de man-
tenerse siempre en “velocidad crucero”. A la vez, como si fuera
un imán, otros que también odian se pegotean al instrumento del
escarmiento. En este caso –es el tema del libro de Alejandro Co-
vello– la aviación de guerra argentina más de una vez descargó
su fusilería y sus bombas sobre quienes no podían hacer frente
a un poder tecnológico tan incontestable, o, más sencillamente,
sobre quienes habían sido declarados menos que humanos –“bár-
baros”– o bien enemigos “internos”, incluso si se trataba del go-
bierno legítimo de la nación, como sucedió, por ejemplo, en junio
de 1955 y en plena Plaza de Mayo. No por nada los aviones que por
entonces bombardearon la casa de gobierno llevaban inscripto en
el fuselaje el lema “Cristo Vence”. Pero sustraerse de las conse-
cuencias de la propia acción en nombre de un ente superior y tras-
cendente es una maniobra muy beneficiosa para quien la empren-
de –y no se diría que del todo valiente–. Desde ya que el odio no
es un sentimiento privativo de un solo bando, pero no cualquiera
aprieta el botón que siembra la metralla, suelta la bomba o eyec-
ta el misil. Basta pensar en una escena espectral y casi delirante
contada en este libro, la del piloto que en 1955 todo lo ametralló a
su paso, mientras enfilaba, en vuelo rasante, orientándose por la
avenida Rivadavia, desde Plaza Once hasta llegar a su objetivo: la
Casa Rosada. Son 25 cuadras, no más de un par de minutos, y es la
fuerza del cielo contra la tierra.
Este libro se inicia en el desierto africano, con una solitaria
maldición lanzada por un jefe tribal somalí a los aviones –pájaros
agoreros– de un ejército colonial, y termina con más de trescientos
cadáveres –su etimología es “los que caen”– en el centro simbólico
de Buenos Aires, la Plaza de Mayo, el origen de todo y todavía hoy
lugar de congregación de la ciudadanía. Es lugar único: no hay
otro equivalente en la ciudad. Es, nítidamente, un teatro político,
eventualmente el recinto de sonoras peticiones o de protestas re-

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calcitrantes, y asimismo el objetivo último de los golpes de Estado,


pero no emplazamiento de guerra, al menos no lo había sido hasta
el año 1955. Este libro –una historia política de la aviación argen-
tina, es decir la de su utilización contra civiles– culmina con esa
masacre –el bombardeo de la Plaza de Mayo– no olvidada del todo
pero tampoco rememorada lo suficiente. Primeramente, el autor
da cuenta de sucesos obviados, sino escondidos, por los manuales
de historia argentina: la matanza de varios cientos de indígenas en
el Chaco, el involucramiento de la aviación en el golpe de Estado
que derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen o la persecución por
tierra y por el aire de los resistentes a esa conculcación del orden
constitucional. Por años y años estas historias quedaron en estado
de omisión, mencionadas apenas por eruditos o memoriosos. Pero
justamente en ese olvido subyace un interrogante todavía más
aciago: el de la notoria capacidad que ha demostrado el sistema
político argentino para barrer los restos óseos bajo la alfombra,
tanto como para desactivar los reclamos de justicia de sobrevi-
vientes y familiares. Resta la melancólica e inútil especulación de
cuál otra podría haber sido la misión de las fuerzas armadas de
este país. Emergidas, en un tiempo ya demasiado remoto, como
improvisada organización del pueblo en armas para repeler los in-
tentos de recaptura por parte del antiguo dueño de las regiones del
Plata, poco a poco fueron transformándose en tropa al servicio de
caudillos que se combatían mutuamente y, más luego, en vector de
“pacificación” lanzado contra gauchos, indios y sublevados en ge-
neral que pretendían, ora mantener su estilo de vida, ora mejorar
aquel otro –el industrial– al cual habían quedado encadenados.
En fuerzas de orden, entonces.
¿Pero por qué Alejandro Covello escribe este libro? El instin-
to del investigador –impulso irreprimible– está activo en cada
una de estas páginas, tanto en los detalles, inéditos los más, como
en la percepción total del tema. Su conocimiento personal de la
perspectiva aérea supone, además, una diferencia con cualquier
historiador o cronista que desconozca lo que significa pasar parte

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del tiempo en el aire. Y la comprensión intuitiva del poder y el


saber implícitos en todo piloto de avión concede a estas historias
argentinas un espesor y un ritmo propios. Pero otro parece ser el
móvil –el sentimiento último– de Alejandro Covello, más afín a la
piedad, o bien al sentido de justicia –un oído atento para el llama-
do de los muertos–. Se hace manifiesto, a lo largo del libro, que el
uso militar del avión se descargó casi siempre sobre indefensos,
a modo de castigo o lección, sea que hayan demandado lo suyo
o simplemente por ser subalternos o por ser indios –una figura
negada en la Argentina–, por lo tanto, legítimo campo de experi-
mentación para la atrocidad. Es, entonces, no sólo un libro de re-
memoraciones sino también de deber personal para con aquellos
cuya voz nadie escuchó entre tanto estruendo.
El arma de tierra –el ejército– es antiquísima, y también lo es
la de mar. De sus tempranos inicios nada se sabe, salvo suposi-
ciones, muchas veces cimentadas a partir de leyendas grabadas
en piedra o pergamino. Sea que la violencia haya comenzado con
Caín y Abel o en algún recodo irreversible del proceso de homini-
zación, una vez domesticado el caballo y con la creciente simbiosis
entre comercio, guerra y conquista, se propulsó y generalizó. Pos-
teriores innovaciones técnicas o alteraciones geopolíticas fueron
adecuándose a la pasión por la hostilidad y la dureza para con el
vencido. Pero el arma del aire es algo distinto: sólo tiene cien años
de existencia. Es poco tiempo. Cuando se piensa en fusiles, caño-
nes o tanques, puede asimilárselos a la defensa o la seguridad de
un territorio, no sólo al impulso venatorio. El barco o el subma-
rino, cuando no están enervados de misiles o torpedos, pueden
remitir la imaginación a ya arcaicos viajes de exploración y descu-
brimiento, o al transporte de mercancías, o a los un poco ajenos
cruceros de placer, en todo caso a variantes de la aventura o de la
estadía temporal en el insondable y envolvente mar. A su vez, la
imaginación social que se corresponde con el avión no se resume
únicamente en descarga belicosa. El despegue y la llegada de un
avión evocan sentimientos de adioses –despedidas– y esperanzas,

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de arribos a un destino mejor. Nadie quiere transcurrir su vida en


un infierno, todos anhelamos un pasaje abierto hacia algún tipo
de paraíso: ser transportados lejos de este purgatorio –enfrenta-
miento y llanto–. Es el derecho de todo habitante ilusionarse con
que el avión fuera originalmente inventado para llevar ese mensa-
je al Cielo.

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Índice

Nota del autor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

Prólogo.
Cielo negro por Christian Ferrer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

Capítulo I
La máquina de la civilización . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21

Capítulo II
Alas argentinas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33

Capítulo III
Procedencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
Brigada de Aviones de la Liga Patriótica Argentina . . . . . . . . . . . . 46
El cuervo blanco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
1930 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64
Del putsch de 1941 al 17 de octubre de 1945 . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90
Operativo Chapultepec . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 108
La chirinada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 114
A las puertas de la destrucción. El Guatemalazo . . . . . . . . . . . . . . 124
El Primer Justicialista del Aire . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133

Capítulo IV
Crónica de la destrucción. 16 de junio de 1955 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149
Piloto de Caza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149
Batalla aérea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 158
Piloto de Caza II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173
Las víctimas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 176
El objetivo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 179
La huida al Uruguay . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183
Piloto de Caza III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193

Epílogo
Después . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199

Anexo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205

Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217

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