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Aunque esta objetividad del mundo institucional pueda parecerle masiva al individuo,
es una objetividad de producción y construcción humana, ya que justamente, es mediante el
proceso de objetivación que los productos externalizados de la actividad humana llegan a
alcanzar el carácter de objetividad.
Mediante todo este proceso de institucionalización, es que el mundo institucional se vuelve
una actividad humana objetivizada, así como lo es cada institución de por si, en donde la
relación entre el hombre –productor- y el mundo social –su producto- se vuelve y sigue
siendo dialéctica de manera que el producto vuelve a actuar sobre el productor, interviniendo
en ese proceso dialectico continuo, la externalización, la objetivación y luego la internalización,
en donde cada momento de la realidad social se corresponde con una caracterización esencial
del mundo social. De esta manera, se regresa al punto de partida: como expresan Berger y
Luckman “la externalización es la sociedad entendida como un producto humano, mientras
que, a la objetivación le corresponde la sociedad percibida como una realidad objetiva y para la
internalización, el hombre es un producto social”.