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Capítulo tomado de: Barrig, Maruja “Los Discursos sobre la Mujer Andina desde los

operadores de proyectos de Desarrollo Rural”, tesis para optar el grado académico de


Magíster en Política Social con Mención en Gestión de Proyectos Sociales. UNMSM.
Escuela de Post Grado. Facultad de Ciencias Sociales. Lima, 2004.

DEL FEMINISMO AL GÉNERO: UN LARGO CAMINO1

En 1970, cuando la escritora norteamericana Kate Millet publicó Sexual Politics,


considerada una de las obras fundacionales del feminismo en los Estados Unidos, en
ese país la situación de las mujeres era de una abierta desigualdad: el salario
promedio anual de los trabajadores blancos era $7,870 y $5,314 el de los trabajadores
no blancos; $4,580 si se trataba de una mujer blanca y $3,487 si la trabajadora era no
blanca2. La remuneración de las trabajadoras representaba el 58.2% de la de los
varones; las mujeres eran sólo el 9% de todos los profesionales, el 7% de los médicos,
el 3% de los abogados y el 1% de los ingenieros. Incluso en las actividades
“tradicionales” las mujeres estaban en condición de inferioridad: aunque nueve de
cada diez profesores de escuela primaria eran mujeres, ocho de cada diez directores
de esas escuelas eran hombres. Igualmente, en la vida pública, su presencia era
escasa: dos ministras en la historia, sub- representación en el Congreso y sólo 300
mujeres entre los 8,750 jueces3.

Existe un problema que quedó sepultado por años en la mente de las mujeres
americanas- aseguraba Betty Friedan en 1963, en la introducción de su libro “La
Mística de la Feminidad”- es una extraña inquietud, un sentido de insatisfacción por la
vacuidad de su vida de ama de casa, esposa y madre. A inicios de la década de 1960,
cuando su investigación sobre amas de casa de los suburbios norteamericanos fue
publicada, el destino de las mujeres hacia el matrimonio y el cuidado del hogar no
parecía cuestionarse: amas de casa felices con un nuevo electrodoméstico poblaban
la publicidad de las grandes y pequeñas empresas; la realización personal de estas
mujeres escalaba a la plenitud con un refrigerador General Electric y niños sonrientes
a la espera de su desayuno. Ellas, mujeres de clase media, tenían más educación que
sus madres, y quizá se “sofocaban” en las cuatro paredes de sus hogares,
aventuraban los análisis. De ahí que algunos colleges auspiciaran cursos específicos
para la administración doméstica, mientras psicólogos intentaban fórmulas para una

1
El breve resumen siguiente se basa en una selección, quizá arbitraria, de algunas de las posiciones
fundacionales del feminismo-principalmente norteamericano- difundidas en la década de 1970; se
consignan sólo con la intención de sugerir las huellas desde las cuales se difundió el género como
categoría de análisis: Kate Millett “La Política del Sesso” Rizzoli Editori, Milán 1971 [Sexual Politics,
1970]. Shulamith Firestone “La Dialettica dei Sessi. Autoritarismo Maschile e Societá tardo-capitalista”.
Guaraldi Editrice, Florencia, 1976 [The Dialectic of Sex. The case for Feminist Revolution, 1970]. Ann
Oakley “Sex, Gender and Society”. Temple Smith, Londres 1972. Heidi Hartmann “Un Matrimonio mal
avenido: hacia una unión más progresiva entre marxismo y feminismo” Revista Zona Abierta Nº 24.
Marzo – Abril 1980. Madrid. Págs. 85- 113 [The Unhappy marriage of Marxism and Feminism: towards
a more progressive union, 1979]. Carla Lonzi “Escupamos sobre Hegel y otros escritos” Editorial La
Pléyade, Buenos Aires 1975 [Sputiamo su Hegel e altri scritti, 1972]. Mariarosa dalla Costa y Selma
James “El Poder de la Mujer y la Subversión de la Comunidad”. Siglo XXI Editores, México 1980 [The
Power of Women and the Subversion of the community, 1973]. Gayle Rubin “El Tráfico de Mujeres: notas
sobre la economía política del sexo” en Revista Nueva Antropología Volumen VIII, Nº 30. Noviembre
1986. México. Págs. 95-145 [The Traffic in Women: Notes on the ‘Political Economy’ of sex, 1975].
Juliet Mitchell “La Condizione della Donna” Einaudi Ed., Turín 1978 [Woman’s Estate, 1966]. Betty
Friedan “La Mistica della Femminilità” Edizioni di Comunitá, Milán 1982 [The Feminine Mystique,
1963]. Barbara Sinclair Deckard “The Women’s Movement. Political, Socioeconomic and Psychological
Issues” Harper & Row Publishers. Nueva York, 1979.
2
Revista TIME. Chicago, 31 de Agosto de 1970. Historia de Portada: The Politics of Sex. Kate Millett of
Women’s Lib.
3
Revista TIME, Ob. Cit. Pág. 11.

1
vida sexual más satisfactoria en el matrimonio y complejizaban abrumadoramente la
tarea de ser madres con manuales de psicología infantil.

Abiertamente en contra del mito de la femineidad, Friedan alentaba a las mujeres de


sectores medios a darle al matrimonio y a las labores domésticas su justa dimensión, a
la par que insistía en la necesidad de un trabajo profesional y remunerado para ellas,
así como una mayor presencia en el espacio público. Con el éxito de su libro de
respaldo, Betty Friedan fundó, en 1966, la organización NOW (National Organization
for Women) con el objetivo de luchar por los derechos civiles de las mujeres, y por una
creciente representación en el mundo laboral y en las esferas políticas, posición que
posteriormente fue conocida como una expresión del Feminismo Liberal. Si bien la
plataforma de NOW fue aceptada por las miles de mujeres que se enrolaron en la
organización, una actitud más analítica y menos concesiva al sistema se había ido
fogueando entre las miles de universitarias y profesionales que adherían a la causa de
los derechos de los afro-americanos en los años 19604. Como aseguraba Kate Millett
en su libro Sexual Politics, era innegable la naturaleza política de la relación entre las
razas, implicando que, como derecho de nacimiento, una colectividad podía dominar a
otra, también definida como dominada desde su nacimiento. Pero, en la medida que
los cambios en la legislación respondían a las movilizaciones por los derechos civiles y
se iban removiendo las barreras que colocaban a los negros americanos en los últimos
asientos de los buses (por decirlo metafóricamente), se mantenía otra relación de
dominio también derivada del nacimiento: aquella de los hombres sobre las mujeres.
De la misma forma como esa minoría subordinada no podía solucionar su situación de
postración a través de las instituciones políticas existentes, señalaba Millett, tampoco
podrán hacerlo las mujeres a través de organizaciones políticas convencionales.

La relación de dominio y subordinación entre los sexos era ignorada, no reconocida y


sin embargo institucionalizada en el ordenamiento social. Este sistema era una
ingeniosa forma de ‘colonización interna’, más estable que cualquier segregación
racial, más rigurosa que la estratificación de clases, más uniforme y sin duda, más
duradera: el dominio sexual de los hombres sobre las mujeres era también la ideología
más difundida en la cultura y la base del poder (Millett, 1971: 43). La explicación de la
escritora de esta situación es el patriarcado, sistema universal y presente en todos los
momentos de la historia. Basta recordar, subraya, que las Fuerzas Armadas, la
industria, la tecnología, la universidad y las ciencias, las finanzas y la política, incluso
la fuerza coercitiva de la policía están en manos de los hombres. El patriarcado, como
institución, sería una constante que se filtra en cualquier organización política, social o
económica, invadiendo incluso todas las religiones importantes. Para Millett, la ‘Política
Sexual’ se asentaba en la ideología y las estructuras a través de tres factores: el
carácter, que implica la formación de la personalidad humana a través de categorías
sexuales estereotipadas (lo masculino y lo femenino; la dulzura y a agresividad); los
roles sexuales, que son códigos de comportamiento, gestos y actividades que
corresponden a cada sexo, y el status: en la medida que las mujeres aparecen

4
Para algunas analistas, la masiva participación de mujeres blancas, fundamentalmente universitarias, en
las movilizaciones de inicios de 1960 a favor de los derechos de los afro - americanos fue uno de los
factores desencadenantes del feminismo de la segunda mitad del siglo XX. Ellas encontraron que el
movimiento de los derechos civiles era dominado por hombres que arrinconaban a las mujeres a “tareas
de apoyo”: mimeógrafo y servir café. Sara Evans hace un recuento de esa experiencia en “Personal
Politics. The Roots of Women’s Liberation in the Civil Rights Movement & the New Left”, Vintage
Books, Nueva York, 1980. Las feministas italianas que habían intervenido activamente en los partidos de
la nueva izquierda y en la efervescencia europea desencadenada por Mayo del 68, se alejaron de esa
militancia para crear sus propios núcleos de mujeres: se habían cansado de ser el “Ángelo del Ciclostile”
(Ángel del Mimeógrafo) en alusión a un calificativo que Benito Mussolini había regalado a las italianas
de la pre-guerra: “Ángelo del Focolare” (Ángel del Fogón).

2
ancladas en la naturaleza por la experiencia biológica de la maternidad5, los hombres
gozan de prestigio y atribuciones por su contribución a la actividad humana. Mientras
el carácter corresponde al campo de la psicología, y los roles al de la sociología, el
status es el componente político.

Millett fue una de las inspiradoras de la corriente del Feminismo Radical en los
Estados Unidos, uno de cuyos manifiestos “The Politics of the Ego”, difundido en
Nueva York en 1971, acuñó el slogan “Lo Personal es Político”, que se popularizó
entre las feministas de todo el mundo. Para las radicales, el descontento de las
mujeres no era producto de su neurosis o inadaptación, sino su respuesta a una
estructura social que las dominaba y explotaba sistemáticamente: la división de clase
básica es la división entre los sexos, y el motor de la historia, el esfuerzo masculino
por asegurar el poder y control sobre las mujeres6. Pero Heidi Hartmann, una entre las
muchas feministas socialistas, advirtió que las radicales no habían sido capaces de
mirar la historia para analizar al patriarcado- ni observar su flexibilidad- así como
tampoco lograban trasladar sus observaciones más allá de las fronteras del mundo
occidental. Para el Feminismo Socialista, en cambio, el patriarcado en tanto conjunto
de relaciones sociales no se asentaba exclusivamente en la familia, sino en
estructuras con una base material: el control del hombre sobre la fuerza de trabajo de
la mujer. Mientras las categorías marxistas eran ciegas a las desigualdades sexuales,
el feminismo radical por sí sólo tampoco podía dar cuenta de la dinámica material de
esta subordinación: así como se habría producido una colaboración entre patriarcado y
capitalismo para subordinar a las mujeres, se debería avanzar en análisis más
precisos sobre las formas que adoptaba el capitalismo en el empleo, la educación y en
general la división sexual del trabajo, y cómo estos sistemas alimentaban y reforzaban
la posición sojuzgada de las mujeres (Hartmann, 1980).

Reaccionando en contra de un extendido argumento por el cual las esferas de


hombres y mujeres eran separadas pero complementarias y de igual valor, el
Feminismo Socialista subrayó, en primer lugar, la desigualdad de las mujeres en la
esfera privada y, en segundo lugar, que la mujer en la familia al trabajar para el
hombre, reproduce también el capitalismo (Hartmann, 1980: 89). Aproximaciones de
inicios de 1970, como el de la socialista italiana Mariarosa Dalla Costa (1980), habían
puesto en el tapete la relación entre el trabajo doméstico y el capitalismo: vistas sólo
como productoras de valores de uso, afirma Dalla Costa, las mujeres aparecen al
margen de las clases sociales, sin que se aprecie su contribución a la reproducción de
la fuerza de trabajo, ni los “ahorros” para el capital de este esfuerzo impago. El ama de
casa tiene una importancia estratégica para el capital y por tanto, debería exigir un
salario para sus tareas. En lugar de asumir una “doble jornada” con un empleo
remunerado, la exigencia de un sueldo para las amas de casa, asegura Dalla Costa,
permitiría a las mujeres organizar comunitariamente las labores domésticas incluyendo
el cuidado de los niños; con un salario, las mujeres advertirían el significado social de

5
Shulamith Firestone, feminista norteamericana de la década de 1970, realizó un análisis de la ‘dialéctica
el sexo’, considerada por ella como una dialéctica histórica fundamental: la base material del patriarcado
es la reproducción de la especie, a cargo de las mujeres. La mujer habría quedado fijada en un estado
primitivo de sujeción a la naturaleza y su vida está determinada por la biología. Consecuente con su
análisis, Firestone ve como alternativa una utopía tecnológica para la reproducción de la especie humana,
que libre a las mujeres de esta tiranía impuesta por la naturaleza (Firestone, 1976).
6
Un sinnúmero de grupos feministas radicales apareció en los Estados Unidos y Europa en la década de
1970, cuyas tácticas diferían del conservador NOW y algunas de cuyas posiciones extremas los llevaron,
por ejemplo, a abstenerse de participar en las movilizaciones por la despenalización del aborto. Como
señala uno de los manifiestos del grupo italiano La Rivolta, liderado por Carla Lonzi, si las mujeres
abortaban era porque quedaban encinta y quedaban embarazadas por haber aceptado el acto y modelo
sexual impuesto por el macho patriarcal (Lonzi, 1975).

3
su trabajo y podrían subvertir al capitalismo desde las organizaciones comunitarias7. El
espíritu que animaba esta corriente del feminismo- como concluía una de sus
seguidoras, la feminista británica Juliet Mitchell- era que, en contraste con las liberales
que creían posible la igualdad social entre hombres y mujeres en el capitalismo (sin
una revolución), y las radicales que opinaban que esa igualdad era imposible de
alcanzar sin una revolución feminista previa, para las socialistas la opresión de la
mujer era una parte central, pero siempre intrínseca, de la lucha revolucionaria para
transformar el modo de producción dominante, de capitalista a socialista, y finalmente,
comunista (Mitchell, 1978: 173).

El apretado recuento anterior intenta graficar la intensa búsqueda de las causas de


una situación de desigualdad entre hombres y mujeres, la gravitación de los debates
en la militancia y el activismo, y una permanente tensión en las filas feministas entre el
logro de dignidad, poder y control de las mujeres sobre sus cuerpos y vidas, y
simultáneamente, para algunas, la búsqueda de un orden económico y social más
justo8.

En cierta manera, se podría argumentar que la teoría alimentaba la militancia


(feminista) y lo hacía, apasionadamente. Pero la academia había tomado también en
sus manos el estudio sobre la mujer, paliando el papel casi subsidiario que había
tenido la producción del conocimiento respecto del activismo político. Una corriente
analítica importante se había inscrito en la indagación de las estructuras, ideologías y
prácticas sociales que condicionaban el ser mujer, lejos ya de la creencia que su
condición se debía a la biología, e indirectamente retomando un viejo debate entre
naturaleza y cultura. En 1972, Ann Oakley había subrayado la distinción entre el sexo
del individuo y el género, que era una construcción cultural, más allá del sexo
biológico; la investigación de Oakley sobre la socialización de los niños, posó la mirada
en la familia y en la escuela como los más importantes constructores sociales de los
roles de género, que complementaban las dinámicas sociales más amplias donde se
inscribía la subordinación de la mujer9. Su trabajo señalaba la necesidad de desarrollar

7
Esta propuesta sobre el trabajo doméstico se adaptó décadas después, transformándose en una demanda
feminista para calcularlo e incluirlo en el Producto Bruto Interno de los países.
8
Estas tensiones no se circunscribieron a los países del Norte. En una de las primeras reuniones de
feministas latinoamericanas- Copenhague 11-13 de Julio 1980- una de las resoluciones aseguraba que:
“Consideramos la lucha de la mujer incorporada al proceso de liberación de nuestros pueblos, contra las
dictaduras militares y en una perspectiva anti-capitalista y anti-imperialista / Creemos que la revolución
socialista es una condición necesaria pero no suficiente para la liberación de la mujer, recordando al
respecto que en los países socialistas existentes, el problema de la opresión de la mujer, hasta el día de
hoy no ha sido totalmente resuelto”. Y en el Perú, que fue anfitrión del II Encuentro Feminista
Latinoamericano y del Caribe en 1983, la Comisión de Ideología para la organización de sus talleres,
argumentaba la elección del patriarcado como marco de los debates en los siguientes términos: Nos
interesa conocer qué características cobra el sistema patriarcal en países como los nuestros, qué
elementos de nuestras culturas tradicionales facilitan nuestra opresión, qué elementos del sistema
capitalista –imperialista las refuerzan, cuál es la relación entre la explotación de clase y la opresión de
sexo.(Propuesta de la Comisión de Ideología para II Encuentro Feminista. Mimeo. Diciembre 1982). A lo
largo de los años 1980 y parte de la siguiente década, los Encuentros- iniciados en Bogotá en 1981-
aparecieron atravesados de conflictos entre los énfasis de una militancia que desbroce el patriarcado como
raíz de la opresión y el activismo anti-capitalista. Una historia parcial de estas tensiones se encuentra en el
artículo de Nancy S. Sternbach, Marysa Navarro y otras: “Feminisms in Latin America: From Bogotá to
San Bernardo” en The Making of Social Movements in Latin America, Sonia Álvarez y Arturo Escobar,
eds. Westview Press, Colorado 1992. Págs. 207 –239.
9
Otra influyente investigación sobre el papel de la escuela en moldear comportamientos “adecuados” de
niñas y niños que posteriormente serían considerados como innatos fue publicada en 1973 por la
profesora Elena Gianini Belotti “Dalla Parte delle Bambine. L’Influenza dei condizionamenti sociali
nella formazione del ruolo femminile nei primi anni di vita” (Feltrinelli, Milán 1978). El libro tuvo 24
ediciones entre 1973 y 1978, vendiendo cerca de 300 mil copias.

4
una explicación social a la conducta humana y el rol de la cultura y las instituciones
sociales en la formación de dicha conducta.

Aunque quizá con un énfasis excesivo en la conformación de los roles de género como
patrón explicativo de la desigualdad de las mujeres, el camino marcado por Oakley,
entre otras investigadoras, abrió paso a enfoques más críticos, como el de Gayle
Rubin: si la raíz de la opresión femenina es el dominio innato del hombre a las
mujeres, habría que eliminar a los hombres, afirma Rubin con ironía, y si es el voraz
capitalismo, esperaríamos hasta que el socialismo llegue. Llamando la atención sobre
lo limitado de las aproximaciones vigentes, en 1975 la autora subrayó que el marco de
“modo de reproducción” para analizar la subordinación de las mujeres dicotomizaba la
producción con la economía y la reproducción con el sistema sexual, restando riqueza
a sus interrelaciones. De la misma forma, el concepto de “patriarcado”, en su intención
de distinguir el sexismo de otras fuerzas sociales, podría anular una reflexión crítica
sobre la forma como cada sociedad organiza sus sistemas sexuales. Parafraseando a
Marx10, Rubin se preguntaba ¿Qué es una mujer domesticada? Una hembra de la
especie. Sólo se convierte en doméstica, esposa, prostituta, mercancía de
intercambio, conejita de Playboy en determinadas relaciones. A esa parte de la vida
social, Rubin la denomina el sistema sexo – género: el conjunto de disposiciones por
el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad
humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas transformadas (Rubin,
1986: 97). La forma como la gente satisface sus necesidades sexuales, en que se
propaga la especie y se norman las atribuciones de cada género, están socialmente
determinadas. El ensayo de Rubin fue una invitación a examinar la producción
económica así como la producción del hombre mismo, en tanto determinantes de un
orden social en un país o en una época concreta; incluso dejando abierta la posibilidad
de encontrar sistemas sexo – género más igualitarios que otros, y cuestionando la
inmutabilidad de la opresión femenina.

Con el patrón del sistema sexo / género de Rubin se generaron una serie de
precisiones en los análisis de la situación de la mujer que intentaron neutralizar la
universalidad lapidaria del patriarcado y su criticada a-historicidad. El género, como
concepto, fue emergiendo en los Estudios de la Mujer para aludir a la organización
social de las relaciones entre los sexos, rechazando de plano el determinismo
biológico. Que el concepto puede ser aplicado desde varias disciplinas fue una de las
propuestas de la historiadora Joan Scott quien, en un difundido ensayo, sugiere la
exploración a través del tiempo de los sistemas de género y los órdenes simbólicos
que producen lo masculino y lo femenino, no sólo en la familia sino también en el
mercado de trabajo, la escuela y la política11. Scott se refiere a los temores de
despolitizar los estudios de la mujer con la introducción de la categoría de género- una
estrategia para ganar cierta legitimidad en los medios académicos renuentes al
feminismo- pero al mismo tiempo subraya las oportunidades que el concepto ofrece
para deconstruir el esencialismo presente en algunas de esas aproximaciones (Scott,
1997). Para la historiadora, el género está definido a partir de dos proposiciones
interrelacionadas aunque analíticamente distintas: (a) el género es un elemento
constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los
sexos; y (b) el género es una forma primaria de relaciones significantes de poder; es el
campo dentro del cual o por medio del cual, se articula el poder. No es el único campo,
pero parece ser una forma persistente de facilitar el poder (control y acceso a recursos

10
Rubin cita la pregunta de Carlos Marx: ¿Qué es un esclavo negro? Un hombre de raza negra; sólo se
convierte en esclavo en determinadas relaciones (C. Marx “Wage - Labor and Capital”, International
Publishers, Nueva York, 1971, pág. 28)
11
El ensayo de Joan Scott “Gender: A Useful Category of Historical Analysis” fue publicado en
American Historical Review Nº 91, 1986, págs. 1053-1075.

5
materiales y simbólicos) en las tradiciones occidentales, judeo-cristianas e islámicas,
al estructurar la percepción y la organización, concreta y simbólica, de la vida social.

En lo que se refiere a la primera parte de su definición, el género en tanto factor


constitutivo de las relaciones sociales, Scott identifica cuatro elementos
interrelacionados:

• Símbolos culturalmente disponibles que evocan representaciones múltiples, a


menudo contradictorias (María /Eva); mitos de oscuridad y luz, la purificación y
la contaminación. Para los historiadores, afirma Scott, son por ejemplo
importantes las preguntas de cuáles son las representaciones simbólicas que
se evocan, cómo y en qué contextos.
• Conceptos normativos que interpretan los significados de los símbolos,
limitando o conteniendo sus posibilidades metafóricas. Estos conceptos se
expresan en doctrinas educativas, religiosas, legales y políticas que afirman
categóricamente lo que significa ser varón y mujer. Estas posiciones suelen
presentarse como las únicas posibles y, también como producto de un
consenso social y sin conflictos. Al respecto, Scott coloca los ejemplos de la
ideología victoriana sobre la domesticidad y los grupos fundamentalistas
religiosos contemporáneos.
• Organizaciones e instituciones sociales más allá de la familia y de las
relaciones de parentesco, como el mercado de trabajo segregado por sexo, la
educación y la política.
• La identidad subjetiva en la que, pese a la importancia del psicoanálisis, su
pretensión de universalidad es más un aliciente para profundizar las formas
como se construyen las identidades genéricas en función de ciertas
organizaciones sociales y representaciones culturales específicas (Scott, 1997:
21-22).

El género se difundió como categoría de análisis en las Ciencias Sociales, desafiando


ciertos (pre) conceptos que habían inundado algunas de las investigaciones en la
década de 1970 y parte de la siguiente. Al dejar abierta la posibilidad de distintas
formas de relación entre varones y mujeres, entre mujeres y mujeres y entre hombres
y hombres, según sociedades y épocas históricas, se desbrozaron algunas precisiones
en, por ejemplo, la situación de las mujeres según el ciclo de vida, su ubicación
económica y el contexto étnico – cultural. Las relaciones de género fueron
crecientemente reconocidas como expresión de una de las formas de desigualdad
social, articuladas a otras jerarquías y desigualdades (De Barbieri, 1992).

Al igual que el recuento anterior, el género como perspectiva tiene también una
historia en el discurso sobre el Desarrollo. Una evaluación de la primera década del
Desarrollo (1961-1970) declarada por las Naciones Unidas, señalaba que no sólo era
poco lo que se había logrado para las mujeres, sino que incluso las “prácticas”
desarrollistas podrían ser contraproducentes para ellas. Existe consenso al identificar
el libro de la economista Esther Boserup “El Rol de la Mujer en el Desarrollo
Económico” (1970), como un hito en la revisión de las políticas de ayuda internacional
que habían considerado la asistencia en nutrición / alimentación y los programas de
planificación familiar, como las dos únicas áreas de atención a las mujeres, ambas con
un carácter residual en el énfasis en crecimiento económico que pivoteaba la teoría y
práctica del Desarrollo en los años 1960.

Basando sus observaciones en el África, Boserup señalaba que los roles sexuales en
diferentes culturas no correspondían al esquemático papel de ‘mujer en la casa
/hombre proveedor’ presente en la mente e historia de los planificadores de Occidente,
sino que la actividad productiva de las mujeres en los países menos desarrollados no

6
sólo era alta, sino que se estaba viendo afectada por la transferencia de tecnología y
recursos destinados sólo a los hombres. Más aún, la autora subrayaba lo inadecuado
de las herramientas para levantar información sobre las agricultoras, en la medida que
se pensaba en ellas como “amas de casa” e, indirectamente, subsidiarias de los
hombres cuyos ingresos aumentarían como producto de la tecnificación agraria. Ésta y
otras conclusiones orientarían posteriormente una corriente dentro de la Cooperación
Internacional, conocida como Mujer en el Desarrollo (WID, por sus siglas en inglés),
que enfatizaría programas y proyectos para apoyar el rol productivo de la mujer en el
Tercer Mundo, rechazando la perspectiva asistencial que había impregnado muchas
de las acciones de sus organismos. Engarzadas en los debates que se procesaban en
otros espacios, quienes en la década de 1970 abogaban por un enfoque WID,
llamaban la atención sobre la naturaleza cultural y no biológica de la división del
trabajo, y el imperativo de hacer acceder a las mujeres, en igualdad de condiciones
con los hombres, a los beneficios del Desarrollo.

Con la difusión del concepto de género, los temas del desarrollo y las mujeres
parecieron complejizarse y también radicalizarse, dando paso al denominado enfoque
de Género y Desarrollo (GAD, por sus siglas en inglés). Un ejemplo que grafica esta
afirmación son las reflexiones del Taller de Subordinación de la Mujer del Instituto de
Estudios del Desarrollo de la Universidad de Sussex, publicadas en 1979 con la
intención de reorientar el debate WID12. En el documento se señala que: (1) cualquier
estudio sobre Mujer y Desarrollo, no puede identificar el problema de educación,
fertilidad, producción económica de las mujeres en ellas mismas, sino en las
relaciones sociales entre hombres y mujeres; (2) estas relaciones son socialmente
construidas y por tanto, adoptan formas específicas en cada sociedad y momento de
la historia; (3) las relaciones entre hombres y mujeres no son necesariamente
armónicas y sin conflicto. Los activistas del Desarrollo siguen pensando en la
complementariedad de roles y en la cooperación entre ellos, lo cual llevaría a la
posición errada que las políticas del Desarrollo serán beneficiosas para ambos sexos,
aun si se dirigen sólo a los hombres. El documento, resumido por Ann Whitehead, una
integrante del taller, subraya que con las actividades de las agencias internacionales
de cooperación al desarrollo se están exportando no sólo tecnologías y uso intensivo
del capital, sino también esquemas occidentales de los roles de las mujeres. Llama,
así mismo, a abandonar el modelo no – conflictivo de las relaciones de género y, por el
contrario, a adoptar uno de oposición y conflicto entre hombres y mujeres, que oriente
las acciones de Desarrollo13. Para muchas de las críticas de la corriente WID, este
enfoque había fallado por centrarse excesivamente en los estereotipos sexuales
cuando lo que se necesitaba era una teoría del poder masculino y los intereses de
género en conflicto (Kabeer, 1994: 37).

Como argumentan Jane Jaquette y Kathleen Staudt14, WID y GAD se llegaron a ver
como dos modelos opuestos, dos “verdades” sobre cómo aproximarse a las mujeres y
el desarrollo, cuando en la práctica respondían a dos momentos de la política
internacional: los años 1970 animados por los debates de un Nuevo Orden Económico
Internacional y una cierta perspectiva neokeynesiana, y fines de los años 1980, con la
instalación del liberalismo económico y la apertura de mercados. Entre ambas
situaciones, la generalización de políticas de ajuste estructural que evidenciaron sus
efectos en la vida de poblaciones (más) empobrecidas, la privatización de los servicios
que recayó en los hombros de las mujeres quienes debieron proveerlos

12
Ann Whitehead “Some Preliminary Notes on the Subordination of Women” en el Boletín del Institute
of Development Studies – University of Sussex. Volumen 10, Nº 3, 1979. Págs. 10 – 13.
13
Whitehead, Ob. Cit. Pág. 11.
14
Jane Jaquette (Occidental College – California) y Kathleen Staudt (University of Texas, El Paso)
“Women, Gender and Development”. Abril 2004. Ensayo Inédito.

7
comunitariamente, y el ingreso masivo de mujeres al mercado de trabajo precario. La
pobreza aumentó en el mundo, y las mujeres estuvieron sobre-representadas en sus
filas. Pero en el Sur también se habían generado organizaciones populares de mujeres
y ONG feministas y redes de activistas. WID parecía responder más al igualitarismo
liberal del feminismo del Norte de los años 1970, mientras que GAD era un enfoque
estimulado por un feminismo postcolonial y el crecimiento del movimiento de mujeres
en el Sur15.

En efecto, la perspectiva de género, para algunas investigadoras, parecía conciliar la


vieja tensión entre el feminismo y las inquietudes de cambio social al facilitar, por
ejemplo, una aproximación a las formas como el capitalismo mundial pueden
intensificar la subordinación de las mujeres16. Igualmente para algunas activistas /
promotoras del Desarrollo, el marco de las relaciones sociales y el núcleo del poder en
el corazón de la discriminación les permitió buscar intersecciones entre el género y
otros patrones de organización social y económica. Estas exploraciones podrían haber
suscitado dos tendencias diferenciadas en el tiempo: de una comprensión de las
relaciones entre los sexos, moldeadas por la sociedad y las fuerzas económicas,
surgió la ambigüedad con que algunas instituciones públicas y privadas de Desarrollo
insistieron posteriormente en un trabajo por y para hombres y mujeres, considerando
que ambos eran explotados y sometidos a patrones de socialización castradores. Pero
el género, en segundo lugar, también fue un concepto que reclamó profundizar los
contextos culturales en donde estas relaciones se expresaban, lo cual abrió el camino
a una proliferación de ‘acciones de resistencia’ que empataron la crítica al modelo
“occidental” del Desarrollo, con el respeto a las expresiones “culturales” y propias de
vínculos entre hombres y mujeres. En otras palabras, si hombres y mujeres recrean
sus papeles y ubicaciones en determinados contextos culturales y sociales, la
búsqueda de aspectos comunes de discriminación femenina se vio entrampada con
las mil flores de la interculturalidad.

Si bien los estudios que reposan en un análisis de género son abundantes y


académicamente solventes, el traslado del concepto a la práctica concreta del
desarrollo es sumamente problemático. No parece estar en cuestión porqué las
mujeres pobres deben ser destinatarias de programas de desarrollo: si éste incluye el
mejoramiento de las condiciones de vida, la eliminación de la pobreza, el acceso a un
empleo digno y la reducción de la desigualdad social, ellas constituyen la mayoría de
los pobres, subempleados y desfavorecidos en casi todas las sociedades. En segundo
lugar, el trabajo de las mujeres es clave para la sobrevivencia y reproducción de los
seres humanos, por el procesamiento de alimentos, la crianza de los niños, su cuidado
por la salud y salubridad. Finalmente, en tercer lugar, el trabajo de las mujeres en el
comercio y los servicios está extendido incluso en las industrias avanzadas y de
exportación: el impacto del Desarrollo sobre la tecnología, los ingresos y las
condiciones de trabajo es de interés de las mujeres y de las economías que dependen
del empleo y comercio exterior (Sen & Grown, 1987: 23-24).

Si en esa dirección apuntan algunas de las razones que justifican dirigirse a las
mujeres, la pregunta siguiente es cómo hacerlo. La economista británica Caroline
Moser, reconocida como una de las más entusiastas difusoras del género en la
planificación del Desarrollo, ofreció a miles de activistas de agencias, ONG e
instituciones públicas algunas herramientas para convencer a los operadores
hombres. En su opinión, los planificadores de las agencias de cooperación fallan al
ignorar que hombres y mujeres son diferentes y tienen necesidades distintas,

15
Jaquette & Staudt, Ob. Cit. pág. 4.
16
Múltiples investigaciones se realizaron sobre las empresas de ensamblaje de artefactos electrónicos y
las obreras, así como sobre las trabajadoras en las Zonas Francas.

8
emanadas de sus diversas posiciones; no son un grupo homogéneo. Fallan también al
atribuir a las mujeres sólo un papel de madres y amas de casa, ignorando su rol
productivo y también sus actividades comunitarias. Vuelven a fallar cuando, al asumir
que las mujeres del Tercer Mundo son básicamente amas de casa, piensan que tienen
un tiempo elástico para realizar las tareas adicionales que le son propuestas por los
activistas del Desarrollo (Moser, 1991).

Para Moser, las políticas de los donantes se han movido de una aproximación
asistencial a las mujeres del Tercer Mundo, a otra que ha promovido acciones anti –
pobreza (vía proyectos productivos), a otra que resalta la “eficiencia” de las mujeres
organizadas para auto-prestar servicios comunitarios en el contexto del Ajuste
Estructural. Pero, asegura, a fines de los años 1980 se abrió paso otro enfoque,
denominado “empoderamiento” e impulsado por feministas del Sur que, reconociendo
las desigualdades entre hombres y mujeres, pone énfasis en que las mujeres
experimentan la opresión de manera desigual según su clase social, raza y posición
actual en el orden económico internacional. Esta aproximación del GAD apelaría a
incrementar la capacidad de las mujeres para influir en cambios globales a través de
una redistribución del poder a todos los niveles (1991: 103 –1205)17. Unido a este
análisis, Caroline Moser propone un esquema de planificación que distinga las
necesidades prácticas de género- que surgen de las condiciones concretas de vida de
las mujeres- de las necesidades estratégicas de género, que derivarían de su
subordinación hacia los hombres18, siendo estas últimas las que desafían los patrones
de género convencionales, por ejemplo, en la división sexual del trabajo, en el control
de las decisiones familiares, en la igualdad de participación en los procesos políticos.

Siendo el tinglado convincente, el cómo trasladarlo al terreno es un desafío. Caroline


Moser reconoce que la planificación de género es un proceso tanto de naturaleza
política como técnica, que debe asumir el conflicto en el camino y cuyos resultados, al
intentar una transformación profunda en patrones culturales, son difíciles de
operativizar: cómo anticipar metodologías operacionales para eliminar la subordinación
y lograr la emancipación de la mujer, por ejemplo. Rechazando la práctica del blue
print en la planificación- que anticipa impactos y productos tangibles- Moser sugiere
que la planificación de género debe centrarse en la negociación, el debate y en el
reconocimiento que cambios de largo plazo como las relaciones entre hombres y
mujeres, requieren de voluntad política de los planificadores y también de los
destinatarios (Moser, 1995: 132 – 147).

Siendo el de Caroline Moser, entre otros, el marco ofrecido para la planificación y el


diseño de acciones ‘con perspectiva de género’ y no obstante los argumentos sobre lo
irreconciliable de los enfoques WID y GAD, ambos son coincidentes en sus propuestas

17
Moser apoya la explicación de este enfoque en la propuesta de una red feminista del Sur creada en 1984
por mujeres de Asia, África y América Latina denominada DAWN (Development Alternatives with
Women for a New Era). En uno de sus manifiestos fundacionales, DAWN argumenta: “We want a world
where inequality based on class, gender, and race is absent from every country, and from the
relationships among countries. We want a world where basic needs become basic rights and where
poverty and all forms of violence are eliminated. Each person will have the opportunity to develop her or
his potential and creativity, and women’s values of nurturance and solidarity will characterize human
relationship [..] Meeting the basic rights of the poor and transforming the institutions that subordinate
women are inextricably linked and can be achieved through the self-empowerment of women” Gita Sen &
Caren Grown “Development, Crises and Alternative Visions. Third World Women’s Perspectives.
Monthly Review Press, Nueva York 1987. Págs. 80 –81.
18
La autora utiliza la distinción conceptual de Maxine Molyneux sobre los intereses prácticos y
estratégicos de género, explicados a partir de la revolución sandinista y sus discursos acerca de las
nicaragüenses (Maxine Molyneux “Movilization without emancipation? Women’s interests, state and
revolution in Nicaragua” Feminist Studies, Volumen 11, Nº2, 1985).

9
de micro-proyectos de corto y mediano plazo: acceso al crédito para las mujeres,
mejorar sus niveles educativos, buscar reformas legales. La diferencia parecía estribar
en las estrategias: una más centrada en la acción colectiva de las mujeres y en que la
auto-confianza que se genere a través de cualquier tipo de proyectos, tenga la semilla
para el desafío de las ideologías e instituciones que las subordinan. En otros casos, se
trataría de articular estas actividades- que atenderían las ‘necesidades prácticas de las
mujeres’- en una suerte de rompecabezas que vaya construyendo las bases de su
empoderamiento. Por los balances en curso sobre esta nueva propuesta, parecería
que el enfoque GAD tampoco parece haber sido muy eficaz en generar un enfoque
anti-capitalista que transforme la agenda neoliberal, como era la promesa de algunas
de sus impulsoras19.

El género, como categoría de análisis se tradujo a la práctica del desarrollo como un


marco para comprender y modificar las desiguales relaciones entre hombres y
mujeres, que eran advertidas como una traba para expandir los recursos de las
agencias y organismos de cooperación, de manera homogénea, en la población
destinataria de las acciones. Se convirtió, hacia la década de 1990, en un elemento
rector de las políticas de organizaciones bilaterales y multilaterales, pese a que el
enlace entre el concepto y la práctica concreta en el campo, como ya se mencionó, no
aparecía del todo consolidado. Mientras se multiplicaban las investigaciones y ensayos
cobijados por el marco general de las relaciones sociales de género, resemantizado
como “perspectiva de género” en los proyectos y programas del Estado y las
organizaciones no gubernamentales, se convirtió en requisito para los donantes. La
revisión de algunos proyectos de desarrollo de la cooperación internacional dirigidos
hacia las mujeres entre 1975 – 1985 concluye que, pese a haberse transferido a las
mujeres adiestramiento, capacitaciones y facilidades para organizarse, éstos
contribuyeron escasamente a cambiar la distribución del trabajo doméstico y que, en
algunos casos, se había aumentado el trabajo femenino y de las niñas; muchas veces
los errores habían sido deficientes diagnósticos, o marcos temporales poco realistas
para el logro de las metas (Sen & Grown, 1987). Para una aplicación correcta en
terreno de los esquemas fundantes de la ‘perspectiva de género y desarrollo’ se tenía
que lidiar con el “conflicto”, desbaratando arraigadas presunciones de roles diferentes
pero iguales, pero sobre todo, con el espinoso asunto de (re) distribución del poder de
ambos, destinatarios y ejecutores; en ese sentido, los balances están por hacerse20.

En Perú, las organizaciones no gubernamentales (ONG) de mujeres o aquellas que


integraban en algunos de sus planes de acción a la población femenina fueron en
ascenso desde 1975, expresándose fundamentalmente en los distritos populares
limeños con paquetes de proyectos de capacitación y apoyo a la organización
femenina barrial. Las pobladoras habían mostrado su capacidad de gestión comunal
en el nacimiento de sus asentamientos y solidaridad con las movilizaciones populares
de la década de 1970, rasgos de su identidad que serían la base del posterior
surgimiento de los comedores comunales hacia 1979. En respuesta a las necesidades

19
Jaquette & Staudt, Ob. Cit. pág. 33.
20
Por experiencia profesional, puedo inferir que muchos de los proyectos “con perspectiva de género”
pueden ser exuberantes en buena voluntad pero defectuosos en lidiar con los poderes establecidos. Los
hombres de la población destinataria pueden estar en contra que se dirijan proyectos específicos hacia las
mujeres: una promotora de una ONG cuzqueña comentó que las habían botado con palo de una
comunidad campesina pues los varones consideraban que por acción de la ONG, las mujeres se habían
vuelto rebeldes en la casa. Otra ONG que impulsó la organización de mujeres tejedoras para la
fabricación de chompas para su venta, también en una comunidad campesina, vieron languidecer el
proyecto cuando, al finalizar la primera etapa advirtieron que, al ser las destinatarias mujeres
quechuahablantes con limitaciones familiares para salir de su comunidad, y sociales para comerciar -en
español- sus productos en una feria regional, fueron los esposos quienes cargaron con las chompas, las
vendieron y se quedaron con la mayor parte del dinero.

10
de esos sectores, primero en Lima y luego en otras ciudades del país, las ONG
desarrollaron acciones y proyectos que fueron cubriendo una gama de intereses,
desde asesoría organizativa, educación en derechos, apoyo a actividades de
generación de ingresos y otros. La inquietud de las profesionales de ONG por la
organización de las mujeres se ensambló, de un lado, con las líneas de política
institucional de las agencias de cooperación privadas que recomendaban priorizar a la
población femenina como destinataria de proyectos y, del otro, con la visibilidad y
gravitación de las mujeres en sus barrios El asentamiento de este nuevo discurso y
práctica, no fue sencillo. En una investigación realizada en 1986 sobre unas 60 ONG
limeñas, Patricia Ruiz Bravo encontró que las tensiones entre estas organizaciones
surgían por el feminismo de unas y la aversión al término de otras; el compromiso con
el mundo popular, sus carencias materiales y un marco oscilante entre la izquierda y la
Teología de la Liberación se advertía como contrapuesto a una visión que abordara las
expresiones patriarcales en la vida cotidiana de la pareja, la sexualidad y la
socialización (Ruiz Bravo, 1990: 219).

En líneas generales, el concepto de género, asumido por las activistas feministas


latinoamericanas, mostró sus bondades al diluir las connotaciones irritantes que para
algunos sectores sociales tenía el feminismo. La adhesión de las activistas a la idea de
que el género estructura, no solamente las relaciones entre mujeres y hombres, sino
toda la vida social, facilitó la elaboración de una agenda feminista para la vida pública
y no sólo una “agenda de políticas para las mujeres”. Esa aproximación confirió
legitimidad y mayor capacidad para la negociación con gran variedad de instituciones,
incluyendo agencias de cooperación y el Estado21. En vista de los prejuicios
generalizados contra el feminismo, la adopción de un nuevo lenguaje creó también el
potencial para el establecimiento de alianzas con otros movimientos sociales, como
sindicatos y organizaciones comunitarias, que habían visto la lucha por los intereses
de las mujeres como individualista y dispersiva (Álvarez, 1999). Pero para algunas
activistas del desarrollo, la inclusión de la “perspectiva de género” en la agenda de las
organizaciones públicas y privadas fue casi una derrota para el movimiento de
mujeres, pues al trasladarse a la práctica, limó los aspectos más sustantivos de la
discriminación de las mujeres- pudiendo incluso negar las desventajas pre-existentes
de la población femenina destinatarias de proyectos- y neutralizó sus contenidos
políticos (Baden & Goetz, 1998).

Referencias Bibliográficas

Alvarez, Sonia (1999) “Feminismos Diversos y Desplazamientos Desiguales”.


Universidad de California en Santa Cruz. Manuscrito.

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[gender]? Conflicting discourses on gender at Beijing”. En: Baden & Goetz eds.
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Subversión de la Comunidad”. México: Siglo XXI Editores.

De Barbieri, Teresita (1992) “Sobre la Categoría Género: Una introducción


Teórico – Metodológica”. En: Fin de Siglo y Cambio Civilizatorio. Isis Internacional.
Ediciones de las Mujeres No.17. Santiago

21
Es frecuente escuchar, entre funcionarias públicas que rechazan abiertamente los postulados feministas
(?) asegurar que ellas abordan su trabajo con una “perspectiva de género” (Álvarez, 1999).

11
Hartmann, Heidi (1980) “Un Matrimonio mal avenido: hacia una unión más
progresiva entre marxismo y feminismo” Revista Zona Abierta Nº 24. Marzo – Abril
1980. Madrid. Pp. 85- 113.

Kabeer, Naila (1994) “Reversed Realities. Gender, Hierarchies in Development


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Millett, Kate “La Política del Sesso” (1971) Milán: Rizzoli Editori.

Mitchell, Juliet (1978) “La Condizione della Donna”. Turín: Einaudi.

Moser, Caroline (1991) “La Planificación de Género en el Tercer Mundo:


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Portocarrero & Vargas, compiladoras Una Nueva Lectura: Género en el Desarrollo.
Lima: Ediciones Flora Tristán- Entre Mujeres. Pp. 55 – 124.

Moser, Caroline (1995) “Planificación de Género y Desarrollo. Teoría, Práctica


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Ruiz Bravo, Patricia (1990) “Promoción a la Mujer, cambios y permanencias


1975 –1985”. En: Portocarrero, Patricia, editora. Mujer en el Desarrollo. Balance y
Propuestas. Lima: Ediciones Flora Tristán – IRED.

Sen, Gita & Grown, Caren (1987) “Development, Crises and Alternative Visions.
Third World Women Perspectives”. Nueva York: Monthly Review Press.

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