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HISTORIA Y

VIRGINIA GARCIA ACOSTA DESASTRES EN


Coordinadora
AMERICA LATINA
VOLUMEN II

Red de Estudios Sociales en Prevención de


Desastres en América Latina

1997
Si el primer volumen de Historia y Desastres en América Latina es, como se dice allí “el

producto germinal que permite mostrar que existen posibilidades de desarrollar este campo,

pionero tanto en México como en el resto de América Latina”, este segundo consolida tales

posibilidades. Algunos de los ensayos que aparecen aquí fueron entregados con mucha

anticipación, pero se reservaron para acompañarlos con otros que permitieran hacer lecturas

comparativas en tiempos y espacios similares, o bien que posibilitaran que el libro ofreciera una

visión geográfica más amplia. Se trata de diez ensayos que se han organizado con base en una

secuencia cronológica y que se encuentran inscritos en los períodos prehispánico, colonial, y en

el siglo XIX. Se ubican en los espacios actualmente ocupados por México, Guatemala, El

Salvador, Colombia, Perú, Bolivia, Argentina y Brasil.

Los procesos crecientes de vulnerabilidad que se han desarrollado en América Latina a lo largo

de su larga historia, muestran que la presencia de amenazas de orden natural han provocado

desastres siempre en asociación con ellos. Desde las culturas y civilizaciones más antiguas que

evolucionaron en la región, hasta las naciones hoy existentes, pasando por sus respectivas

etapas de colonización e independencia, se han enfrentado a desastres que no resultan ser

absolutamente naturales. La constatación de esta aseveración que antes, y aún para muchos

resulta ser todavía una hipótesis, obliga a repensar muchos de los esquemas prefigurados por

las instituciones, las universidades, los organismos locales, nacionales e internacionales, en

términos de considerar seriamente por qué estos desastres son cada vez menos naturales.
TABLA DE CONTENIDO

EL TERREMOTO DE 1746 DE LIMA: EL MODELO COLONIAL, EL DESARROLLO


URBANO Y LOS PELIGROS NATURALES1 ..................................................................2
ANTHONY OLIVER-SMITH ..........................................................................................................................................2
INTRODUCCIÓN ...........................................................................................................................................................2
EL MEDIO AMBIENTE...........................................................................................................................................3
EL MEDIO AMBIENTE Y LOS PELIGROS NATURALES..................................................................................3
LA FUNDACIÓN DE LIMA, LA CIUDAD DE LOS REYES................................................................................4
EL GRAN TERREMOTO DE 1746: LA DESTRUCCIÓN DE LIMA..................................................................10
DE LA EMERGENCIA A LA RECONSTRUCCIÓN ...........................................................................................14
CONCLUSIONES...................................................................................................................................................17
ARCHIVOS CONSULTADOS Y BIBLIOGRAFÍA..............................................................................................18
NOTAS....................................................................................................................................................................20
EL TERREMOTO DE 1746 EN LIMA: El Modelo Colonial, El Desarrollo Urbano y los Peligros Naturales

EL TERREMOTO DE 1746 DE LIMA: EL MODELO COLONIAL, EL


DESARROLLO URBANO Y LOS PELIGROS NATURALES1

Anthony Oliver-Smith

This paper analyzes the great earthquake of Lima of 1746, taking into account
the city's development in its natural environment and its role as a colonial
capital in the evolving global political economic system. The environment of
coastal Peru is prone to a number of serious hazards, including earthquakes,
tsunamis, landslides and floods. The location of the city of Lima, its urban
development, social structure and role in the colonial system from the 16th to
the middle of the 18th-Century are analyzed from environmental, political
economic and demographic perspectives. The 18th-century was a period of
crisis for Lima, which underwent changes in colonial political organization,
international commerce and transport. Internal economic institutions
threatened the hegemony of the city, while at the same time the nation
experienced crop plagues and a decrease in silver production. At mid century,
Lima was virtually destroyed by an earthquake on October 28,1746, placing
the continuity of the city and its power briefly in doubt. However, its social,
political and economic power prevailed; Lima was rebuilt and restored to
preeminence on the eve of the 19th-century.

introducción
“El Perú es Lima y Lima es Jirón de la Unión y Jirón de la Unión es el Palais Concert,” fue el
comentario irónico del escritor peruano Abraham Valdelomar en los años veinte del presente
siglo.2 En pocas palabras, Valdelomar captó la esencia de uno de los problemas más críticos de
la nación peruana. Desde el momento de su fundación, hace más de 450 años, la ciudad de
Lima se ha considerado «el Perú» y generalmente se ha orientado más al exterior que al resto
del territorio peruano. Esta visión llegó con la mentalidad y la perspectiva político-económica
europea colonizadora, y quedó como modelo general para el futuro desarrollo de la ciudad.

El propósito del presente ensayo es examinar el modelo y el proceso de desarrollo urbano


colonial de la ciudad de Lima en el contexto de los peligros naturales de su contomo ecológico,
resaltando la forma y el crecimiento de la zona urbana en el marco del catastrófico terremoto de
1746, que puso en duda por un momento la continuación de la ciudad en su lugar original. De
hecho, y a pesar de la continua vulnerabilidad del lugar, la decisión de reubicarla fue rechazada
rotundamente por motivos económicos, determinados no sólo por los costos de la reubicación y
la reconstrucción sino también por fuerzas y factores económicos extemos al modelo de
desarrollo urbano y nacional que han seguido tanto la ciudad como la nación a través de su
historia.

Lima se fundó hace más de cuatro siglos y medio en un valle ancho, formado por las cuencas
de tres ríos. El río que corre por el centro del valle se llama, desde tiempos pre-colombinos,
Rímac, que en quechua, el principal idioma andino, significa «el que habla». La ciudad que se
fundó en sus orillas, sin duda ha tenido una voz más fuerte que cualquier otra en la historia de

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EL TERREMOTO DE 1746 EN LIMA: El Modelo Colonial, El Desarrollo Urbano y los Peligros Naturales

la nación peruana. La naturaleza del proceso peruano de desarrollo y, en particular, sus


consecuencias demográficas junto con la ubicación geográfica de la ciudad, provocaban una
serie de condiciones vulnerables a los peligros naturales y tecnológicos. Esta vulnerabilidad
actual de la ciudad está profundamente arraigada en el proceso histórico de su desarrollo, así
como en el subdesarrollo del Perú en general. El patrón de crecimiento y desarrollo de Lima se
estableció en el momento de escoger el lugar para su fundación. En este sentido. Lima es el
resultado material del proceso histórico por el cual el Perú se hizo parte del sistema mundial.3

EL MEDIO AMBIENTE

El medio ambiente en que se encuentra una sociedad, ya sea por accidente o intención,
invariablemente conlleva importantes ventajas y desventajas. Muchas veces, la misma calidad
del medio ambiente constituye a la vez un recurso y un peligro, como en el caso de
asentamientos urbanos a orillas de los ríos o del mar, que constituyen a la vez una fuente de
subsistencia y un peligro bajo ciertas circunstancias. Efectivamente, en muchos casos se
escoge un lugar específico para un asentamiento urbano por su proximidad a tales recursos
descubriendo, sólo con el paso del tiempo, que también representan un peligro considerable
para la población.

Sin duda alguna, así fue cuando Pizarro escogió el valle del Rímac para ubicar su capital en el
siglo XVI. El valle del Rímac constituía un ecosistema natural, siendo el más rico y más
extensivo de todos los valles costeños centrales, contando con lazos ecológicos directos con los
ecosistemas andinos que se encontraban inmediatamente hacia el este. Adicionalmente, donde
el río desemboca en el mar, hay dos bahías enfrentadas por la barrera protectora natural de dos
islas, dando lugar al que sin duda es el mejor puerto en toda la costa peruana. Resumiendo, los
recursos naturales incluían numerosas fuentes de agua provenientes de los ríos Rímac, Chillón
y Lurín, terrenos amplios para un asentamiento urbano y para la agricultura, un excelente y muy
próximo puerto, y un clima templado. Efectivamente, la zona había mantenido a una amplia
población indígena con base en la agricultura de riego por varios miles de años antes de la
llegada de los españoles; en el momento de la fundación de la ciudad disponía de una
población indígena numerosa, que le sirvió a los españoles como mano de obra.4 Valerie
Frezier, el traductor de Pedro Lozano que fuera uno de los comentaristas del terremoto de
1746, hablando de la riqueza de la zona, deja la siguiente impresión del valle del Rímac:

Su fertilidad, ligada a la plenitud de todas las cosas, sin sufrir ninguna incomodidad en el
clima, que es tan uniforme, si no fuera por los terremotos frecuentes, no creo [dice Frezier]
que haya lugar más favorable para darnos la idea de un paraíso terrestre.5

EL MEDIO AMBIENTE Y LOS PELIGROS NATURALES

El medio ambiente en que se fundó Lima se define por tres características fundamentales que
interactúan geológica y climatológicamente: el Océano Pacífico, el desierto costeño y las
cordilleras andinas. Un cuarto elemento, igualmente vasto, es la selva amazónica, que también
juega un papel hidrológico importante en el clima costeño.

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Lima se encuentra en un pequeña zona dentro de una franja bastante angosta de un desierto
extremadamente árido, que raras veces alcanza más de 75 km de ancho a lo largo de la costa
occidental de América del Sur, ubicada entre el océano y los Andes del sur del Ecuador, hasta
el norte de Chile. Esta franja desértica constituye un región fronteriza entre placas marítimas y
terrestres, donde la deformación de la corteza terrestre suele producir levantamientos
orogénicos, actividad tectónica y vulcanismo. Los Andes son el producto de la subducción de la
placa de Nazca, que se mueve hacia el este por debajo de la placa sudamericana, proceso que
se inició durante el periodo Jurásico, produciendo una extrema inestabilidad en forma de
intensa actividad sísmica, así como la presencia de una serie de volcanes activos a lo largo de
la costa y la sierra andina. Los suelos en la ciudad actual varían en su composición: van de
firmes (formados de piedra y grava), a inestables (formados de arcilla y arena), creando un
cuadro bastante desigual de vulnerabilidad sísmica.

Por otro lado, bajo condiciones normales, el desierto costeño del Perú figura entre las regiones
más áridas del mundo y posee ciertas características únicas. A pesar de su ubicación en una
franja tropical que normalmente recibe un promedio de 1,300 a 1,500 mm de lluvia al año, el
valle del Rímac experimenta un promedio de O a 50 mm de lluvia anuales. Por otra parte,
aunque se encuentre en una franja tropical, el clima de la costa central es templado, sin mucha
variación de temperatura (un promedio de 19°c). Esta situación climática se debe mayormente a
la interacción entre las temperaturas bajas de la corriente de Humboldt y los vientos
anticiclónicos del Pacífico, con altos niveles de humedad que, en combinación con la masa
terrestre seca, producen presiones atmosféricas casi constantes.

Por lo tanto, se trata de una situación sumamente susceptible ante cualquier anomalía en el
sistema de transferencia de energía entre el océano y la atmósfera.6 A ciertos intervalos,
ocurren grandes perturbaciones de las corrientes oceánicas en forma de masas de aire y aguas
cálidas, conocidas como el fenómeno «El Niño», que bajan de la costa del Ecuador y alteran
radicalmente el régimen pluvial; producen lluvias torrenciales, inundaciones y huaycos en la
costa y, como secuela, sequías prolongadas en la sierra.7

La costa y la sierra peruana, regiones íntimamente ligadas geológica y climatológicamente, se


caracterizan entonces por una serie de fuerzas y fenómenos naturales con una potencialidad
considerable para la destrucción, siempre y cuando se combinen con poblaciones humanas en
condiciones vulnerables. Como ha sido un lugar de habitación humana por más de diez mil
años, así como de civilizaciones muy complejas en los últimos cuatro mil años, las formas de
adaptación cultural a este dinámico e inestable ambiente, constituyen un asunto fundamental.
Aunque estas fuerzas medio ambientales han jugado papeles importantes en el cambio cultural
a gran escala en el Perú,8 el registro arqueológico y etnohistórico revela que los pueblos
precolombinos habían desarrollado una serie de adaptaciones relativamente efectivas a las
amenazas de la naturaleza, partiendo de que el crecimiento demográfico y la complejidad
cultural constituyen medidas de éxito.

LA FUNDACIÓN DE LIMA, LA CIUDAD DE LOS REYES

Cuando los españoles derrotaron al Imperio Incaico en 1532, Francisco Pizarro rechazó a la
ciudad de Cuzco como capital, con la idea original de ubicar la nueva capital en la sierra, cerca
de Jauja,9 pero se vio obligado a reconsiderar la situación por la competencia política de

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algunos conquistadores rivales que preparaban un complot para entrar en el nuevo territorio del
Perú partiendo desde Centroamérica. Pizarro necesitaba una capital que tuviera acceso al mar
y a la comunicación marítima, para mantener el control sobre su nuevo dominio. Así, además de
los recursos naturales de la zona, el valle del Rímac se escogió también por motivos político-
económicos que demandaban acceso al mar para enfrentarse con la competencia potencial
desde Centroamérica, así como para la extracción colonial de excedentes del nuevo territorio.
El valle del Rímac se situaba aproximadamente en el punto central de la ruta marítima más
importante entre Panamá y Santiago de Chile. Además, Lima se ubicó en el cruce de varias
carreteras incaicas, lo cual garantizaba un flujo constante de gente por la ciudad. Finalmente, la
ciudad se encontraría también al final de la carretera incaica principal desde la sierra sur, que
permitiría extraer gran parte del oro y de la plata que aportaría la colonia andina a la economía
europea.

Así que, por una abundancia de recursos naturales tanto como por motivos político-económicos,
el 18 de enero de 1535 el conquistador Francisco Pizarro fundó la ciudad de Lima, la ciudad de
los tres reyes, a orillas del río Rímac. Algunos historiadores sostienen que el título de «Ciudad
de los Reyes» se deriva de la proximidad de la fecha de fundación a la epifanía, el 6 de enero,
cuando los tres reyes entregaron sus regalos al Niño Jesús.10 El nombre de la ciudad. Lima, se
interpreta como una hispanización del nombre Rímac, que en el dialecto costeño se
pronunciaba «limac».11

La ciudad se iba a ubicar a sólo 12 km. de la costa, no muy lejos del templo incaico de
Pachacamac, a pesar de que la expedición exploratoria encabezada por Hernando Pizarro
había experimentado un fuerte terremoto, casi exactamente dos años antes de la fundación de
la ciudad.12 El terremoto que sintieron los miembros de la expedición fue una señal de lo que
prometía el futuro de la región. Entre la fundación y la destrucción total de la ciudad ocurrida
211 años después en 1746, Lima sufrió 14 terremotos de gran escala, aunque un estudioso de
la época. Don José Eusebio de Llano y Zapata, caracterizó a los ocho primeros como más
graves que los seis últimos ocurridos antes del de 1746. Esta serie de eventos sísmicos ocurrió
en los años 1582, 1586, 1609, 1630, 1655, 1687, 1694, 1699, 1716, 1725, 1732, 1734, y 1743,
culminando en 1746 cuando, según Llano y Zapata, «ha sido tal el estrago, que no admite
paralelo con la destrucción de los primeros».13

Aunque no era muy evidente al momento de la fundación, además de terremotos, los valles
costeños como el Rímac solían sufrir constantes plagas de mosquitos, que más tarde
provocarían epidemias de paludismo y fiebre amarilla en la ciudad.14 Los peligros que
representaba la proximidad al mar en una zona altamente sísmica, así como las variaciones
climatológicas que producían las inundaciones costeñas y las sequías serranas, tampoco se ha-
bían evidenciado todavía al fundar la ciudad.

Los motivos de la ubicación de la nueva capital en un sitio tan vulnerable a los peligros
naturales como el valle del Rímac, revelan no sólo la falta de conocimiento del nuevo medio
ambiente por parte de los españoles; también son indicadores importantes del modelo de
desarrollo cultural, social, político y económico que adoptarían tanto Lima como el Perú a lo
largo de cuatro siglos y medio. El situar a la ciudad en la costa, estableció las condiciones para
una forma distorsionada de desarrollo urbano y nacional. Rechazar una ciudad capital en la
sierra que, tal como lo había hecho el Cuzco, hubiera articulado las redes sociales y
económicas internas del vasto territorio andino, y preferirla en la costa con vista al exterior,

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hacia el poder colonial, impuso un modelo que incrementaría aún más la vulnerabilidad ante los
peligros naturales de la región.

El modelo de desarrollo nacional que evolucionaba simultáneamente con la fundación de la


ciudad de Lima, al igual que en otras capitales coloniales alrededor del mundo del siglo XVI,
expresaba la visión española de sus nuevos territorios. Es decir, la incursión española coincidía
con la expansión del comercio mercantil en Europa; las nuevas posesiones ultramarinas de
España, particularmente el Perú y México que contaban con recursos abundantes de metales
preciosos, aumentarían el poder español en esta crucial actividad económica. El desarrollo
urbano en el Perú, se orientaba específicamente hacia los centros de producción de metales en
la sierra (Arequipa, Ayacucho y Potosí), o hacia los centros administrativos o comerciales de la
costa para el flujo hacia España de las riquezas obtenidas (Lima, Trujillo, Lambayeque y
Tumbes).15 Pronto, debido al peligro que los piratas, los bandidos y otros maleantes
representaban para el transporte de semejante riqueza, se escogió a Lima como la ciudad
donde se debían reunir las rutas y se podía concentrar el poder militar necesario para defender
las cargas de metales. Puesto que ya había sido designada como capital. Lima se articulaba
con la metrópoli española como centro administrativo y como principal intermediaria para la ex-
tracción de excedentes de la Colonia, propósitos en esencia ajenos a las necesidades internas
del territorio y a la gran mayoría de sus habitantes.16

Lima se hacía ciudad, sin infraestructura productiva importante, sin mucha capacidad para
generar su propia riqueza, con una vida económica orientada totalmente por los papeles duales
de la administración colonial, y como intermediaria en la extracción de plusvalía. La población
de Lima vivía, como en muchas otras ciudades coloniales, de la administración y del
procesamiento de la riqueza producida en otras regiones, la cual pasaba momentáneamente
por sus arcas antes de viajar al Viejo Mundo. Estas dos funciones efectivamente colocaron a la
ciudad, desde el comienzo, en la ascención a la posición de ciudad primata, primero para el
continente y luego para todo el Perú.

Las ciudades coloniales españolas del Nuevo Mundo estaban estrictamente reguladas por las
Leyes de las Indias, dentro de las cuales se encontraban «Las ordenanzas reales para la
planificación de las ciudades». Estas ordenanzas recomendaban que las ciudades debían
ubicarse en sitios elevados (por motivos de salud), con abundantes terrenos para agricultura y
pastoreo, y con acceso a agua pura. Las ordenanzas también especificaban que en las
ciudades se obedeciera un patrón reticular, con calles orientadas al norte-sur y al este-oeste
desde una plaza central (véase plano 1). En Lima el plan cuadricular para calles y lotes
urbanos, semejante a un tablero de ajedrez, se componía de nueve por trece cuadras o «islas,»
divididas a su vez en cuatro grandes sectores, en uno de las cuales estaba la plaza de armas.
El patrón cambiaría a través de los años, con la repartición de lotes y propiedades entre los
diversos sectores de la creciente población.17

En la plaza estaba la iglesia matriz, la municipalidad y otros edificios oficiales. Las residencias
de las élites se situaban igualmente en la plaza y sus alrededores, lo cual eventualmente llegó a
ser una demostración de estatus social para los individuos de ambición social.18 Aunque las
ordenanzas se publicaron después de la fundación de Lima, sus indicaciones estaban implícitas
en las percepciones urbanas españolas; la organización espacial de Lima anticipaba, y a la vez
seguía, las ordenanzas. Se obedecieron todos los reglamentos relativos al agua, al pasto, a las

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corrientes de aire, a la altura y al plan urbano. La ciudad se ubicaba aproximadamente a 100


pasos al oeste de las orillas del río Rímac, que cubría las necesidades de riego e higiene.

En muchos sentidos. Lima «nació como una ciudad renacentista», constituyendo a la vez una
simbiosis y un conflicto entre los ideales medievales del feudalismo, la religión y el honor de los
conquistadores, y los ideales renacentistas del humanismo, del centralismo y de la
secularización del Estado.19 Esta simbiosis se revelaría en el diseño y las formas iniciales de
arquitectura renacentista y manierista de la ciudad. El conflicto se expresaría en las guerras
civiles y las rebeliones contra el poder real que eventualmente emergerían de la sociedad
colonial. Efectivamente, Lima era y siempre ha sido una ciudad de contrastes enormes: entre
pueblos y culturas europeas y americanas en la Colonia, entre los extremos de riqueza y
pobreza, entre el apoyo entusiasta de los ideales de libertad y el ejercicio grosero de la
opresión.

La estructura social que caracterizaba la Colonia entera llegó a su máxima expresión en la


ciudad de Lima. En los años iniciales de la Colonia, la sociedad limeña estaba conformada por
un grupo muy reducido de españoles que dominaba a una población enorme de pueblos
indígenas con varias identidades étnicas. Al madurar la Colonia, el número de españoles
aumentaba debido a la migración; con la llegada de exponentes de ambos sexos, emergió una
población criolla. Además, como los primeros españoles eran únicamente varones, rápidamente
establecieron relaciones con mujeres indígenas por la fuerza, la compra, el regalo o, en ciertos
casos, la voluntad, resultando una población mestiza que aumentó constantemente durante el
periodo colonial. También, debido parcialmente a los altísimos niveles de mortandad entre la
población indígena, se importaba principalmente como esclavos a números considerables de
africanos, al grado de que en el siglo XVIII, la base social y económica de la ciudad dependía
de la mano de obra negra.20

Aunque casi desde el inicio Lima estuvo conformada por españoles, mestizos, indios y negros,
la identidad de la ciudad se basaba en su estatus de capital colonial y de residencia de las élites
de la Colonia. Lima, al igual que Trujillo y Arequipa, era la residencia de la población blanca que
se diferenciaba marcadamente en términos de identidad frente a las masas indígenas y
mestizas, a pesar de la importante contribución de éstos a la vida económica de la ciudad. Por
lo que toca a los negros, generalmente se les valoraba por sus habilidades, particularmente en
la carpintería, la albañilería y otros oficios relacionados con la construcción, en comparación con
los indígenas que experimentaban muchas dificultades para asimilar la cultura y las habilidades
españolas.21 Sin embargo, el trabajo de los indios, apropiado por medio de la institución de la
encomienda, formaba la base para la extracción inicial de excedentes y la acumulación principal
de riqueza para los españoles.

En sus primeros años, la ciudad no era más que una colección más o menos ordenada de
casas grandes y mal construidas con techos de estera. Esta falta de desarrollo inicial se debía,
principalmente, a los continuos tumultos de los primeros años de conquista que reflejaban la
resistencia indígena, así como a las rebeliones de sediciosos y conquistadores rivales de
Pizarro.22 Sin embargo en 1537, a tres años de su fundación, el rey de España le otorgó escudo
de armas; en 1543, la ciudad fue nombrada la sede de la Real Audiencia y la capital del
Virreinato del Perú, que para aquella época incluía casi todo el territorio conquistado por los
españoles en América del Sur. En 1545 el obispo de Lima tenía bajo su jurisdicción, entre otras,

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a las diócesis de Colombia, Ecuador y Nicaragua; en 1551 se fundaría allí la universidad más
antigua del Nuevo Mundo, conocida más tarde como la Universidad Mayor de San Marcos.23

Así, los edificios provisionales característicos del asentamiento inicial, pronto se reemplazaron
por estructuras más elaboradas. En poco tiempo se inició la construcción de residencias más
grandes y pretenciosas para las élites españolas, puesto que una casa grande era un elemento
básico en el ideal señorial que tanto motivaba a los conquistadores.24 Otros proyectos de suma
importancia incluían iglesias monumentales que, como las casas, se construían principalmente
con mano de obra indígena, agravando su derrota con la obligación de construir uno de los
símbolos más visibles de su subordinación física e ideológica.25

Mientras evolucionaba Lima a lo largo de sus primeras décadas, se seguían los patrones
urbanísticos y arquitectónicos establecidos en España, pero con influencias culturales y
ambientales del entorno peruano. El clima templado marcaba el uso de materiales de
construcción livianos para las primeras casas, un patrón conocido por los conquistadores a raíz
de sus expediciones en el Caribe.26 La escasez de canteras en la zona, obligaba a usar adobe y
madera para la construcción, mientras que la falta de lluvia permitía construcciones más
sencillas con techos planos. Además, la experiencia de temblores y terremotos frecuentes
rápidamente limitó la construcción de edificios de más de dos pisos.27 Hacia mediados del siglo
XVI se había establecido la apariencia que tendría Lima por los siguientes 200 años; se
caracterizaba por sus calles emparedadas y largas, interrumpidas por grandes y elegantes
puertas talladas de las residencias señoriales.28 Tal fue el crecimiento de la ciudad, impulsado
en gran parte por la adquisición de las funciones administrativas que, a mediados del siglo XVI,
el cronista Pedro Cieza de León notó:

muy buenas casas y algunas muy galanas con sus torres y terrados, y la plaza es
grande y las calles anchas, y por todas las más de las casas pasan acequias, que
es no poco contento; del agua dellas se sirven y riegan sus huertos y jardines, que
son muchos, frescos y deleitosos.29

La evolución de la ciudad en el siglo XVI continuaría dentro del patrón reticular de calles
perpendiculares, orientadas a partir de la plaza central con muchos espacios y lotes abiertos
para jardines y bosques. Las oficinas municipales, la catedral y el palacio del gobernador
eventualmente se ubicaron en la plaza, al igual que las residencias de los conquistadores
principales, a quienes les fueron otorgados lotes cuyas dimensiones oscilaban entre cuatro cua-
dras o un solar entero, en el caso del mismo Pizarro, hasta una cuadra para las figuras
invasoras de menor escala.30 Las estructuras más importantes reflejaban igualmente su
prestigio en función a su proximidad a la plaza; eran, en orden, los edificios oficiales, las casas y
los solares de los fundadores principales, las de las órdenes religiosas con sus iglesias
monumentales, los conventos y monasterios y, en último lugar, las casas y huertas de los
ciudadanos comunes. Más allá de estas propiedades se extendían los límites algo imprecisos
de la ciudad y sus terrenos agrícolas. Durante este periodo, se inició la práctica de concentrar
los oficios económicos en barrios específicos y de nombrar a las calles de acuerdo al oficio
principal del barrio, una costumbre que ha perdurado hasta el presente.31

A comienzos del siglo XVII, la ciudad había evolucionado a la forma que mantendría hasta
comienzos del siglo XX. El crecimiento de la ciudad, aunque muy lento en este periodo, se
caracterizó básicamente por un proceso de densificación y urbanización de los numerosos lotes

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que se dedicaban a huertas y bosque, más que por una expansión territorial. Se añadió un
factor arquitectónico y estructural con la construcción en 1687 de una muralla que rodeaba a la
ciudad, para reducir su vulnerabilidad ante piratas predatorios como Francisco Drake, quienes
viajaban por toda la costa occidental de América del Sur robando y saqueando a los
asentamientos indefensos, principalmente del Perú y de Chile (véase plano 2). Por las mismas
razones y ante numerosos ataques, el Callao, el puerto de Lima, había construido su muralla en
1639.32

Aunque la población de Lima crecía muy lentamente, a través de los años se requirieron más
casas dentro de la muralla, lo cual contribuyó al proceso de densificación urbana. Además, con
la riqueza que aumentaba por medio de su función de intermediaria entre la mina y el monarca,
y por el comercio en general, la ciudad empezó a experimentar un aumento en las
construcciones hacia principios del siglo XVII. Se edificaron nuevos conventos y monasterios,
oficinas públicas y palacios particulares que reflejaban la transición estilística al barroco, no sólo
en la arquitectura sino también en la planificación urbana. La rígida forma cuadrangular de las
calles se alteró con la construcción de avenidas diagonales, algunas de las cuales siguieron el
trecho de las antiguas carreteras incaicas. La adición de estas diagonales se complementó con
la creación de numerosas plazas y glorietas pequeñas. Esta complejidad urbana tenía su
paralelo en las tendencias barrocas de ostentación, expresadas en la arquitectura de arcos,
fachadas y tumbas elegantes.33

Una tendencia barroca, tal vez más importante, era visible dentro de la jerarquización del
espacio urbano en Lima. En las primeras décadas del siglo XVII, la diversidad demográfica de la
ciudad comenzaba a dominar su diseño formal; se formaron los barrios étnicos de negros (San
Lázaro, Pachacamilla y Malambo), de indios (Cercado y Magdalena), y de chinos, junto a las
calles de los plateros, talabarteros, hojalateros, etc, ninguno de los cuales respetaban la
distribución original de terrenos y lotes.34

La población había alcanzado los 30 mil habitantes en 1630; la centralización económica y


política de Lima se confirmó con la concentración de poder y privilegio en los servicios públicos
que se encontraban en la ciudad. Además, su estatus como sede de la cultura criolla élite se
mostraba a través de una intensa vida artística; tanto poetas, arquitectos, pintores y músicos,
como los teólogos y filósofos junto con su ingeniosa simulación de la pobreza y explotación de
la mayoría de los ciudadanos. Debido a la alta concentración de instituciones religiosas y de su
personal en la ciudad. Lima también se hizo un centro educativo.35

Los clérigos y los burócratas virreinales crearon un mundo social en el que las misas, las
procesiones, los autos de fe, así como la llegada de las naves, eran oportunidades para el
despliegue de elegantes galas y de toda una vida social en la plaza de armas, en las iglesias y
en el tránsito entre la ciudad y el puerto del Callao.36 La descripción del Padre Lozano sobre
Lima antes del gran terremoto de 1746, comunica claramente este ambiente elitista:

había llegado al punto de perfección de lo que era capaz una ciudad de este
Nuevo Mundo, por la suntuosidad de sus edificios, las viviendas que adornaban
sus bien regladas calles, sus vistosas fuentes, la elevación de sus templos, y la
construcción de los monasterios, los cuales podían competir con las más grandes
fábricas de este género en el mundo [...]37

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EL TERREMOTO DE 1746 EN LIMA: El Modelo Colonial, El Desarrollo Urbano y los Peligros Naturales

En contraste con la ostentación y despliegue de las élites, el resto de la población vivía en


condiciones bastante inseguras. Gran parte de la ciudad se caracterizaba por condiciones
sanitarias infames, las calles estaban llenas de basura, sin pavimento y con acequias abiertas
que servían igualmente para proveer el agua doméstica como para el alcantarillado, condición
que provocaba constantes epidemias de enfermedades gastrointestinales, que causaban
anualmente la muerte de la mitad de los recién nacidos y de muchos adultos. Aún más, cada
nave que entraba en el puerto del Callao constituía un vector de infección de proporciones
mayores, produciendo epidemias frecuentes de viruela, gripe, tifus, tifoidea o plaga bubónica.38
Los terremotos igualmente frecuentes, especialmente el de 1687, estimularon la sustitución de
las paredes pesadas de adobe por una técnica y un material denominado «quincha», que
consiste en un tejido de caña y barro que reducía el excesivo peso y aumentaba la flexibilidad
de las estructuras.39

Sin embargo, el uso de la caña en la quincha aumentaba el peligro de incendios, que también
eran comunes dado que se cocinaba utilizando leña.40 Una amenaza adicional al bienestar y a
la tranquilidad mental de los limeños, eran las rebeliones indígenas, fueran auténticas o
imaginarias. Los levantamientos indígenas en la sierra eran bastante comunes y, al igual que en
buena parte del mundo, ocurrían cuando la explotación y la miseria llegaban a extremos
intolerables. La preocupación de los limeños sobre este fenómeno esencialmente rural y
serrano, muchas veces aumentaba a niveles de pánico, resultando en el descubrimiento de
complots para incendiar a la ciudad seguidos por sumarias ejecuciones de los supuestos
conspiradores.41

En el siglo XVIII la ciudad entró en un periodo de crisis y cambio, provocado por la coyuntura de
fuerzas naturales y político-económicas que socavaban su prepotencia y su monopolio sobre el
comercio que la habían enriquecido por dos siglos. Además, el siglo XVIII fue también una
época de reformas, instigadas por los Borbones e implementadas por una serie de virreyes más
adeptos a la administración colonial que sus antecesores nombrados por los Habsburgos.42
Primero, el sector agrícola sufrió una plaga que devastó la producción virreinal de trigo,
amenazando la autosuficiencia y obligando a importar alimentos. En segundo lugar, la plaga
coincidió con el inicio de la disminución de las supuestas inagotables fuentes de plata y
mercurio, los recursos básicos de la economía de la Colonia. Tercero, en el mismo periodo, el
rey abolió el sistema de la encomienda que les daba a los españoles el derecho de explotar la
labor de los indios, dañando seriamente la economía de muchos limeños acomodados. Cuarto,
entre los cambios económicos importantes figuró también la suspensión del sistema de
transporte comercial, que obligaba a que toda mercancía sudamericana pasara con pago de
aduana por el puerto del Callao. Por último, la creación de los virreinatos rivales de Buenos
Aires y Santa Fe significó que la extensión territorial de la hegemonía administrativa de Lima se
redujera proporcionalmente.43 Todos estos cambios, en conjunto, provocaron a lo largo del siglo
un periodo de crisis y cambio, que se encamó hacia mediados del mismo en la forma más
extrema con el terremoto de 1746, poniendo en duda no sólo la hegemonía política y económica
de Lima, sino también su plena existencia.

EL GRAN TERREMOTO DE 1746: LA DESTRUCCIÓN DE LIMA

En vísperas del terremoto más grave de su historia. Lima tenía una población estimada, según
diversas fuentes, entre 45 mil y 60 mil habitantes, residentes en aproximadamente tres mil

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EL TERREMOTO DE 1746 EN LIMA: El Modelo Colonial, El Desarrollo Urbano y los Peligros Naturales

casas distribuidas en 150 manzanas dentro del área circundada por la muralla defensiva. A
pesar de la miseria en que vivía gran parte de los ciudadanos, el crecimiento lento de la
población (aproximadamente 0.45% al año en el siglo XVIII) evitaba la densidad demográfica
que suele asociarse con la pobreza urbana en la época moderna.44

El terremoto, cuyo epicentro se ubicó aproximadamente en los 11.6 de latitud sur y 77.5 de
longitud oeste, ocurrió a las 10:30 de la noche, hora en que ya la mayor parte de la población se
encontraba en sus casas, muchos de ellos cenando. Según el marqués de Obando, quien
estaba a punto de iniciar la cena, el terremoto comenzó con un movimiento leve, «con poco y
sutil ruido» que rápidamente cambió a

terribles movimientos de la tierra, que parecía abrirse, sacudiendo con menuda y


extraordinaria velocidad los edificios; a el modo de una bestia robusta se sacude el
polvo de su lomo, y así no podía mantenerme en pie fijo.45

Los testigos varían en sus estimaciones sobre la duración del terremoto. Don Eusebio de Llano
y Zapata calculó que el evento duró tres minutos.46 El Padre Lozano estimó una duración de
cuatro minutos,47 mientras que el marqués de Obando dijo que el terremoto sacudió a Lima por
seis minutos.48 En todo caso, y tomando en cuenta la falta de instrumentos de medición exactos
y fáciles de usar en la época, así como el efecto psicológico del choque en que el tiempo parece
alargarse en momentos de crisis, aun aceptando el cálculo más modesto es evidente que se
trató de un evento larguísimo.

A pesar de la duración prolongada del terremoto, según ciertos sobrevivientes los edificios de la
ciudad comenzaban a deshacerse casi de inmediato al comenzar el movimiento sísmico,
levantando grandes polvaredas que limitaban la vista. Como el evento ocurrió en plena noche,
al terminar el rugir de la caída de los edificios de la ciudad, en la oscuridad sólo se oían las
voces de las personas que iban saliendo por entre las ruinas en busca del origen de los
gemidos y gritos de las personas atrapadas en los escombros, muchas de ellas aterrorizadas y
encomendándose a la misericordia divina. Al parecer, el comportamiento de la población de
Lima en el momento del terremoto siguió los patrones ampliamente conocidos dentro de la
denominada «Sociología de los desastres», es decir, aun antes de cesar los movimientos, los
que pudieron vencieron el pánico para ayudar a sus familiares y vecinos.

Los cálculos aproximados de muertes en la ciudad varían según los informantes, pero el relato
oficial constata que murieron 1,141 personas de una población total cercana a los 60 mil
habitantes. Tomando en cuenta la destrucción, que fue casi completa, es notable esta
incidencia relativamente leve. Una posible explicación del número reducido de muertos en el
terremoto se relaciona con la combinación de varios factores: la densidad demográfica, las
técnicas y los materiales de construcción y el uso del espacio en la ciudad en el siglo XVIII. En
primer lugar la población de Lima no creció a un ritmo acelerado en los primeros siglos de su
existencia, evitando grandes presiones en el uso del espacio y controlando la densidad
demográfica de la ciudad. Por ejemplo, la población indígena fue destinada a la zona extensa
llamada «el cercado» ubicada en la periferia de la ciudad, más allá de la muralla. El
mantenimiento del patrón del siglo XVI en términos de mantener muchos jardines, huertas y
parques dentro de la ciudad, permitía contar con suficientes espacios abiertos donde, al primer
estremecer de un terremoto, la gente podía refugiarse. De hecho, varios testigos sobrevivientes
comentaron que sus familias y las de los vecinos se salvaron al escaparse a la huerta de la

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casa. Por último, el terremoto de 1687 impulsó un cambio en los materiales usados en la
construcción de paredes, sustituyendo los pesados adobes por la quincha, de mucho menor
peso y mayor flexibilidad. La combinación de todos estos factores produjo una situación en que
una población no muy densa podía huir de sus casas a los espacios abiertos como jardines,
huertas y parques que todavía existían en el centro urbano de Lima. Sin embargo, los testigos
sobrevivientes refieren un número elevado de heridos, algunos de ellos graves, incluyendo
casos de amputaciones y conmociones severas.

A pesar del número reducido de muertos registrado en comparación con el total de habitantes,
al amanecer del día siguiente, 29 de octubre, los sobrevivientes pudieron ver la amplitud de la
destrucción en su ciudad. El sismo afectó gravemente no sólo a la ciudad de Lima, sino también
a la parte norte de la costa central, incluyendo a las villas de Chancay y Huaura y a los valles de
Barranca, Supe y Pativilca que sufrieron igual destrucción que la ciudad capitalina.49 Se calcula
la fuerza sísmica en 8.4° en la escala Richter.50 La furia del terremoto fue tal, que la intensidad
en la escala Mercalli Modificada se ha estimado en X-XI, indicando un grado de destrucción
altísimo.51 De hecho, según el Padre Lozano, de las aproximadamente tres mil casas
existentes, sólo 25 quedaron en pie que, por estar tan maltratadas, tuvieron que ser de-
molidas.52 Es decir.

Lima quedó totalmente destruida. Todas las iglesias monumentales, al igual que los grandes
monasterios y conventos, se cayeron con el terremoto. El palacio del virrey y el tribunal del
Santo Oficio de la Inquisición también quedaron totalmente arruinados. La Universidad y el
Hospital de Santa Ana sufrieron igual destino. Se observó que el terremoto afectó notablemente
los cimientos de los edificios dejando, en el caso de muchos claustros, los arcos y naves
indemnes pero sin sus pilares y columnas.53 Cuando cayeron los grandes edificios, arrastraron
los pequeños que colindaban con ellos, llenando las calles de escombros e impidiendo el
movimiento dentro de la ciudad tanto como la penetración a los edificios. La destrucción fue de
tal nivel, que casi toda la ciudad quedó reducida a una masa confusa de montes enormes de
escombros que no permitían al dueño reconocer su propia casa.54

El virrey marqués de Superunda, salió a caballo a la plaza al día siguiente del terremoto a
informarse sobre la destrucción de la ciudad. A mediodía, mientras los sobrevivientes de Lima
caminaban entre los escombros, traumatizados y confundidos por la destrucción y muerte que
les rodeaba, llegaron algunos individuos del Callao con la noticia trágica de la desaparición
completa de su ciudad. El virrey volvió a la plaza de armas donde fue rodeado de gente desola-
da por la noticia.55

Los sobrevivientes de Lima se quedaron mudos al escuchar que media hora después del
terremoto, que también había golpeado duramente al puerto, cayó sobre la población chalaca
un tsunami de tanta fuerza y elevación, que barrió con toda la ciudad, ahogando a todos sus
habitantes. De las 23 naves que se encontraban ancladas en la bahía, sólo se salvaron cuatro.
No se distinguía el lugar donde estuvo la ciudad, a excepción de las puertas y algunos restos de
la muralla. La fuerza y el tamaño del tsunami llevaron el agua más de una legua del Callao
hacia Lima, anegando a los que intentaron escaparse a la capital. Se calculó que se salvaron
menos de cien ciudadanos chalacos, mientras que las muertes oscilaron entre cuatro y siete mil
personas.56

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La noticia de la desaparición del Callao provocó un estado tal de nerviosismo entre los
habitantes de Lima, que al poco tiempo había pánico de que el mar avanzara sobre la ciudad. A
pesar de los esfuerzos de las autoridades y algunos ciudadanos notables por mantener la
calma, este rumor, difundido rápidamente, inspiró terror y provocó la fuga hacia los cerros que
se encuentran al este de la ciudad. Muchos pasaron allí la noche, a la intemperie. Este rumor se
repetiría de nuevo al mes siguiente.

Obviamente, la crisis no terminó con la destrucción de la ciudad y su puerto, ya que continuaron


movimientos sísmicos de varias intensidades por casi cinco meses, dejando a la población en
un estado psicológico muy traumatizado e inestable. Don J. Eusebio de Llano y Zapata, en su
carta al canónigo de la Santa Iglesia de Quito, escribió que el terremoto del 28 de octubre de
1746 fue seguido por 219 temblores en los tres días restantes del mes, y por 113 temblores
durante el de noviembre. En diciembre de 1746, y enero y febrero del siguiente año, se
presentaron 40, 33, y 24 temblores, respectivamente.57 El número de réplicas fue
particularmente intenso en las semanas que siguieron al 28 de octubre, aumentando con cada
temblor y con el levantamiento de polvaredas el horror y el miedo de que se acercaba el desas-
tre final.

Por otra parte, la dificultad que representaban los montes de escombros para el rescate de los
cadáveres tanto de seres humanos como de caballos, burros y otros animales domésticos que
murieron en grandes cantidades, produjo un hedor pestífero que permeaba a la ciudad y que
despertó el miedo de que seguirían grandes epidemias.58

La putrefacción de cadáveres creó condiciones óptimas para las temidas enfermedades, que
poco tiempo después del sismo comenzaron a afligir a los sobrevivientes, subiendo la tasa de
mortalidad asociada con el desastre. Se desataron epidemias de catarros, enfermedades
gastrointestinales y tifoidea, que aumentaron el número de víctimas secundarias, sobre todo
entre la numerosa gente que había huido de la ciudad y se había instalado en el campo. Se
calculó que murieron más limeños en la zona rural, presa de las enfermedades contagiosas, a
la falta de abrigo y a la humedad del campo, que los que fueron sepultados por el terremoto
mismo.59 Al cuarto día de ocurrido el terremoto, el 31 de octubre, seguía el empeño por enterrar
en unos hoyos que habían excavado en los cementerios y plazas a los cadáveres que, según
Llano y Zapata, llegaron a 1,300.60

Los canales y acueductos también se destruyeron, provocando la suspensión del abasto de


agua para uso público. El derrumbe de almacenes, panaderías y hornos, junto con la
interrupción del transporte, inició un severo periodo de hambre entre los sobrevivientes.61 La
población de Lima contaba con las grandes bodegas del Callao, donde se almacenaban los
productos importados que abastecían a la ciudad, sobre todo el trigo, los cebos, el aguardiente,
las metales y las maderas.62 Además, los comerciantes que pudieron salvar una parte de sus
mercancías de primera necesidad, aprovechando la escasez, las vendían a cuatro veces sus
precios normales. Otros más comenzaron a sacar ventaja de la miseria, comprando alhajas de
plata, oro y piedras preciosas a precios bajísimos a quienes precisaban de dinero para comprar
alimentos.63

También se tuvo que sufrir el saqueo y el robo de los delincuentes que se aprovechaban de la
confusión. Según Llano y Zapata, entre el dolor, el luto, las heridas, el hambre, la miseria, los

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robos y el miedo inspirado por la incesante serie de temblores secundarios, no era vida la que
se vivía en Lima, sino una muerte lenta.64

Sin embargo, la ciudad y sus autoridades comenzaron muy pronto a enfrentar la situación,
buscando medios para luchar contra los problemas que suscitaba el hambre, los heridos, el
entierro de los cadáveres y el restablecimiento del orden público. Muy pronto el virrey tomó el
mando, dirigiendo sus diligencias para que comparecieran ante su presencia los abastecedores
de carne, pan y otros comestibles; logró que al día siguiente en muchos puestos se sirviesen
provisiones suficientes.65 Envió órdenes a las provincias vecinas de entregar los alimentos que
pudiesen, especialmente los granos. Prohibió que se saliese de la ciudad a comprar el trigo que
llegaba, ordenando que se llevase primero a la plaza para su distribución y venta. Mandó que
cualquiera que violara este mandato recibiera 200 azotes si fuera vecino y, en el caso de
foráneos, destierro por cuatro años." Impuso control de precios para la carne y evitar que los
vendedores especularan con la escasez. También pidió que todos los panaderos se
organizaran para, cuanto antes, reparar los hornos y molinos. Ordenó que limpiaran todos los
acueductos y fuentes para que no hiciera falta el agua en la ciudad.67 Pero, a pesar de los
esfuerzos del virrey y sus representantes, la población sufrió un periodo de escasez de ali-
mentos y de hambre durante la secuela del terremoto.

El virrey también se encargó de resguardar los bienes pertenecientes al rey, poniendo


centinelas en la Casa de la Moneda para evitar el robo del oro y plata que guardaba. Como
había recibido noticia de que en la costa se había acumulado gran cantidad de cadáveres,
además de muchos bienes de bastante valor, el virrey mandó una tropa al Callao a enterrar a
los muertos y a recoger los bienes, preparando listas completas de las pérdidas de los sobre-
vivientes. Declaró que cualquiera que fuese capturado en actos de robo a los muertos o entre
los escombros, pagaría con la pena de muerte. Para fortalecer este mandamiento, ordenó
construir dos horcas en Lima y dos en el Callao.68

A causa de la pérdida de la guarnición del Callao, el virrey disponía de sólo 150 soldados y
unos cuantos milicianos para restablecer el orden público. Evidentemente las autoridades
estaban muy preocupadas de que el pueblo, especialmente los negros y los esclavos, se
tomara revoltoso e insolente.69 A pesar del número reducido de personal, colocó centinelas en
todas partes y formó tres patrullas para hacer rondas continuas por la ciudad, y así prevenir los
robos y las querellas que pudiesen ocurrir en el periodo de desorganización social.
Efectivamente, la seguridad era la preocupación mayor de muchos sectores de la población, tal
como lo demuestra la petición de un convento de religiosas que había quedado desamparado
después del desastre, a través de la cual convencieron al virrey de la necesidad de enlistar las
reparaciones más urgentes e iniciarlas para que con ello la ciudad recuperara sus condiciones
de seguridad.70

DE LA EMERGENCIA A LA RECONSTRUCCIÓN

Los esfuerzos se encaminaron poco a poco a iniciar la reconstrucción de la ciudad. Las


autoridades tenían que enfrentarse con varios asuntos importantes para la futura existencia e
identidad de la ciudad que se iba a construir. Durante un tiempo y dada la casi total destrucción
que Lima había sufrido, se consideró su reubicación. El Padre Lozano estudió esta posibilidad,
pero estimaba que el sitio original era más favorable: cerca del mar, que facilitaba el comercio, y

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a la vez lo suficientemente tierra adentro para protegerse de los tsunamis y las tormentas.71 El
terremoto también despertó un conflicto económico relacionado con el valor del suelo y de las
casas arruinadas, que afectó no sólo a los residentes sino también a las instituciones que
financiaban la compra de propiedades inmobiliarias; lo anterior amenazaba con demorar
considerablemente el levantar de nuevo la ciudad en cualquier otro lugar.

Considerando los costos económicos que implicaba la reconstrucción, aunado a la


desvalorización del suelo, había quienes insistían en que la ciudad se reubicara en otro sitio,
pero esta idea fue rechazada por muchos. Pero el terremoto había afectado gravemente la
situación económica de multitud de personas. De hecho, gran cantidad de casas estaban
hipotecadas, y después de la destrucción provocada por el terremoto, ni las casas ni los suelos
valían su principal, lo cual significaba que la reconstrucción implicaba un beneficio para el
hipotecario, a la vez que un importante desembolso para los dueños que, en la mayoría de los
casos, eran los conventos, monasterios e iglesias. Éstos eran los que se inclinaban por reubicar
la ciudad, posición que, como decíamos, fue rechazada. Se inició un pleito para pedir que a la
mitad del principal hipotecado se le rebajara entre 2.5% y 5% de la tasa que se pagaba,
mientras que para la otra mitad la rebaja fuera de 2% para los censos redimibles y de 1% para
los irredimibles.72 Lo anterior fue aprobado y ordenado por el virrey para ponerse en práctica.73

Casi de inmediato intervino el Estado eclesiástico pidiendo una reconsideración, alegando que
sin los ingresos que representaba el pago de las hipotecas, no se podrían reconstruir los
templos, conventos y monasterios, con lo cual los religiosos y religiosas se verían precisados a
mendigar. Mientras el rey consideraba el asunto, se resolvió que se reconociesen las hipotecas
en la cantidad a que se extendiese su valor después de la destrucción del terremoto y que se
declarasen extintos los que no tuvieran ningún lugar viable, graduándose según su privilegio y
antigüedad; los otros pagarían los intereses a razón del 3% los censos redimibles, y 2% los
irredimibles, pero sólo después de dos años.

Esta resolución sirvió de regla durante los casi diez años que demoró el rey en dictaminar sobre
el asunto, pues nadie hubiera reconstruido sin tener certeza de cuál era el valor de su
propiedad. El rey finalmente se pronunció sobre el asunto, dictando en marzo de 1755 que
todos los principales de las hipotecas se quedaran igual que estaban antes del terremoto, pero
que se absolviera a los dueños por cuatro años (en vez de dos) de la obligación de pagar
intereses a razón de 2% los censos irredimibles y de 3% los redimibles.74

El virrey, por su parte, quería que el proceso de planificación para la reconstrucción se iniciase
cuanto antes, dando énfasis a la necesidad de técnicas y materiales de construcción capaces
de resistir semejantes movimientos sísmicos. En aquella época ocupaba la cátedra prima de
matemáticas en la Universidad el señor Louis Godin, de la Academia Real de las Ciencias de
París, quien comenzó a trabajar el 10 de noviembre como consultor en la reconstrucción del
fuerte del Callao y de la ciudad. El informe del Sr. Godin es la primera manifestación de un
código de construcción para la ciudad. El Sr. Godin entregó una serie de recomendaciones para
mejorar la seguridad de las viviendas de la ciudad; entre las más importantes destacó que la
vulnerabilidad sísmica de la zona no permitía la construcción pesada ni elevada, y que la
reconstrucción de los templos, tribunales y palacios tenía que adecuarse a esta condición.

Se calculó que el grosor de las paredes de los edificios grandes tenía que reducirse a la décima
parte de su altura, lo cual disminuiría la inestabilidad estructural. En la cara interior de las

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paredes de los edificios de uso público, se tenían que colocar fuertes de maderas a tres varas
uno del otro; las habitaciones de estas estructuras, con sus paredes interiores, se tendrían que
fabricar de quincha con techos de estera. Recomendó que sería útil ensanchar las calles hasta
doce varas y que se prohibiera la construcción de balcones, arcos de bóveda y torres redondas.
El informe seguía con la recomendación de que las casas domésticas debían estar aisladas y
construidas de quincha en forma de un cuadrado abierto o cerrado.75

El cabildo de Lima, considerando las recomendaciones del Sr. Godin, declaró, algo
irónicamente, que sus ideas eran magníficas siempre y cuando se les pudiera aplicar en la
construcción de una ciudad totalmente nueva, en un lugar libre de estructuras y otros
obstáculos. Pensaban que había que barrer con todo lo que había en Lima y dejar el suelo
limpio para poner en marcha los planes del Sr. Godin. Según Llano y Zapata, los ilustres del
cabildo reconocieron que

la insuperable dificultad de que si apenas hay probabilidad para reparar las ruinas,
mucho mayor es la de fundar la población en distinto sitio. ¿Cuál será la que se
advierte en deshacerla, formarle la área y labrarla de nuevo?76

A petición del gobierno, el Sr. Godin respondió con una afirmación proveniente de sus
recomendaciones previas, asociada con otras acerca del cercenamiento de los edificios altos y
las torres que seguían en pie después del terremoto, e insistió en la prohibición inviolable de
construcciones altas, miradores, galerías y balcones. Expresó su opinión en relación a la
inestabilidad interna, escondida en los edificios que aparentemente habían salido ilesos del
terremoto. También sugirió que se destruyera la muralla para que se extendiese la ciudad.77

Las recomendaciones del Sr. Godin se siguieron por partes. Se limitaba la construcción de
edificios altos, pero se mantuvieron los balcones, miradores y galerías en los edificios de dos
pisos, los cuales han jugado un papel muy importante en la imagen de la ciudad a través de los
siglos. La muralla no se demolió sino hasta el año de 1868, pero en el proceso de
reconstrucción la ciudad empezó muy lentamente a expandirse más allá de ella. Lima estaba
todavía en plena reconstrucción en 1761, cuando llegó el virrey Manuel Amat y Junient, quien
se empeñó no sólo en la rehabilitación de la ciudad, sino también en cambiar su aspecto
general, modificándola en formas que perduran hasta la actualidad.78

Emulando los mejoramientos urbanos llevados a cabo por el rey Carlos III de España, Amat
aplicó algunas innovaciones europeas de tecnología urbana en el proceso de reconstrucción.
Auspició la creación de nuevas calles y alamedas exteriores a la muralla por la orilla oriental del
río, donde también hizo construir la plaza de toros de Acho, quitando esta función a las plazas
de la ciudad donde las corridas se solían celebrar;79 estas iniciativas agregaron 58.8 hectáreas
nuevas al área total de la ciudad.80 Estimuló la construcción de nuevos paseos y alamedas, y
auspició la edificación de nuevas iglesias. Se dedicó a embellecer parques y plazas, que
carecían de ornamentos por que en ellas tenían lugar las corridas de toros, e hizo instalar un
sistema de alumbrado en las calles principales, el cual tenía el efecto de prolongar el día y el
tiempo disponible de vida pública.81

A pesar de que la ciudad se había destruido casi totalmente, el terremoto de 1746 no liquidó el
papel económico que había ganado Lima en el sistema colonial. El virrey y los limeños estaban
animados con la reconstrucción; de la misma manera, los cambios político-económicos

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promovían una serie de adaptaciones que a largo plazo tendrían un impacto positivo en la
economía de la ciudad. Recordemos que el siglo XVIII había presenciado en Lima la abolición
del sistema de encomienda, recortando seriamente la economía de muchos limeños
adinerados. La creación de los virreinatos de la Plata y de Santa Fe redujo proporcionalmente la
hegemonía administrativa del virreinato del Perú y su capital. Más grave, quizás, fue el edicto
que eliminó el sistema de transporte existente, a través del cual todo el comercio sudamericano
pasaba por el puerto del Callao con su respectivo pago de aduana; lo anterior fue un duro golpe
para la economía de la ciudad.

Sin embargo, estos cambios en la economía política de Lima iban a la par con modificaciones
en la estructura mercantil de Europa. Las crecientes poblaciones urbanas europeas generaban
una demanda importante de los productos agrícolas provenientes de la Colonia, creando
oportunidades en el Perú que ya experimentaba una producción minera en decadencia. La
ineficiencia del sistema de encomienda como modo de extracción de excedentes, presionada
por el aumento en la demanda de los mercados europeos, se tradujo en una evolución del
latifundio, dando lugar a formas nuevas de relaciones de producción que utilizaban las
economías de escala en grandes haciendas con mano de obra servil o pagada para la
producción de productos para exportación.82 El papel que jugaba Lima en el transporte de los
productos crecía de manera impresionante, estimulando la formación de un sector adinerado de
comerciantes, intermediarios, financieros y transportistas. El crecimiento del sector terciario
favorecía el desarrollo de la vida política y cultural de la ciudad, a la vez que alteraba los
patrones de consumo hacia los bienes y artículos de lujo que se importaban de Europa.83

CONCLUSIONES
A pesar de las calamidades del siglo XVIII, Lima entró al siguiente siglo manteniendo su
primacía, sin competidores en la emergente nación del Perú. A pesar de su destrucción total a
mediados del siglo, en vísperas del nuevo siglo Lima era la sede del 58% de las instituciones
sociales y políticas del virreinato.84

El terremoto había dado un impulso para la remodelación de la estructura de la ciudad, al igual


que los cambios político-económicos habían estimulado a la economía de la ciudad, y a la
Colonia en general, a modernizarse de acuerdo a los cambios en el sistema global emergente.
Los cambios introducidos por el virrey Amat a lo largo de su régimen de 15 años, favorecieron la
inmigración proveniente tanto del interior del país como de Europa; la población de la ciudad
aumentaba, aunque lentamente. Sin embargo, ni los cambios infraestructurales, económicos o
demográficos hacían mucho para alterar la estructura social de la Colonia basada en el dominio
del europeo y del criollo sobre la masa indígena y mestiza, lo cual también apoyaba la
centralidad de Lima. La concentración de instituciones y de poder económico en la ciudad,
consolidó la posición de Lima en la Colonia. Para bien o para mal, la naturaleza no pudo
contender con la economía en la determinación de la sede de una capital colonial en la América
Latina del siglo XVIII.

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ARCHIVOS CONSULTADOS Y BIBLIOGRAFÍA

Archivos:

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——— [1747] amigo suyo, sobre la inundación del Callao, terremotos y estragos causados por
ellos en la ciudad de Lima», en: M. de Odriozola, Terremotos... :47-69.

Odriozola, Manuel (1863) Terremotos. Colección de las relaciones de los más notables que ha
sufrido esta capital y que la han arruinado. Va precedida del plano de lo que fríe el Puerto del
Callao antes que el mar lo inundase en 1748 y de un reloj astronómico de temblores, colectadas
por el Coronel de Caballería de Ejército D..., Tipografía de Aurelio Alfaro, Lima.

Ortega, Julio (1986) Cultura y modernización en la Lima del 900, Centro de Estudios para el
Desarrollo y la Participación. Lima.

Ortiz de Zevallos, Augusto (1986) «Lima como expresión material de una civilización», en: A.
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Pacheco Vlez, César (1992) «Lima: tiempos y signos de Lima vieja», en: Lima, Instituto de
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Wilson, Patricia Ann (1987) «Lima and the New Intemational División of Labor», en: J.R. Feagin
y M.P. Smith, eds., The Capitalíst City: Global Restructuring and Community Politics, Basil
Blackweil Ltd., Oxford.

PLANO 1 LIMA, 1613

FUENTE. Basado en una reconstrucción de Juan Bromley en: Gunther Doering, 1983: 1

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EL TERREMOTO DE 1746 EN LIMA: El Modelo Colonial, El Desarrollo Urbano y los Peligros Naturales

PLANO 2 LIMA, 1716 DESPUÉS DE LA CONSTRUCCIÓN DE LA MURALLA DEFENSIVA

FUENTE: Gunther Doering, 1983: 6.

NOTAS

1 El autor agradece profundamente al Dr. Lorenzo Huertas por la generosidad y ayuda presta-
da, especialmente con las materias del Archivo General de Indias que hizo posible la explo-
ración de aspectos muy importantes relativos al terremoto de 1746.
2 Citado en: Ortega, 1986:1.
3 Ortiz de Zevallos, 1986.
4 Pacheco Vélez, 1992:13.
5 Lozano, 1755:4. Traducción del autor.
6 Moseley et al., 1981:234.
7 Caviedes, 1981:288.
8 Ver el ensayo de Michael Moseley «Catástrofes convergentes: perspectivas geoarqueológicas
sobre desastres naturales colaterales en los Andes centrales», en este mismo volumen.
9 Miró Quesada, 1982:13.
10 Miró Quesada, 1982:15.
11 Miró Quesada, 1982:15.
12 Giesecke y Silgado, 1981:11.

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EL TERREMOTO DE 1746 EN LIMA: El Modelo Colonial, El Desarrollo Urbano y los Peligros Naturales

13 Llano y Zapata, 1863:95.


14 Dobyns y Doughty, 1976:125.
15 Wilson, 1987:200.
16 Wilson, 1987:200.
17 Gunther Doering, 1983:8.
18 Griffin y Ford, 1980:399.
19 Pacheco Vélez, 1982:14.
20 Dobyns y Doughty 1976:124.
21 Dobyns y Doughty 1976:124.
22 Miró Quesada, 1982:17.
23 Miró Quesada, 1982:17.
24 Lockhart, 1968:108.
25 Fraser, 1990.
26 Pacheco Vélez, 1982:19.
27 Pacheco Vélez, 1982:19.
28 Lockhart, 1968:108.
29 Citado en: Miró Quesada, 1982:16.
30 Pacheco Vélez, 1982:18.
31 Pacheco Vélez, 1982:18.
32 Gunther Doering, 1983:9.
33 Pacheco Vélez, 1982:29.
34 Pacheco Vélez, 1982:28.
35 Dobyns y Doughty, 1976:127.
36 Dobyns y Doughty, 1976:127.
37 Citado en: Giesecke y Silgado, 1981:23.
38 Dobyns y Doughty, 1976:127.
39 Gunther Doering, 1983:10.
40 Dobyns y Doughty, 1976:127.
41 Dobyns y Doughty, 1976.
42 Dobyns y Doughty, 1976:120.
43 Gunther Doering, 1983:11.
44 Dobyns y Doughty, 1976:298.
45 Obando, 1863:47.

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46 Llano y Zapata, 1863:71.


47 Lozano, 1863:36.
48 Obando, 1863:48.
49 Giesecke y Silgado, 1981:65.
50 Giesecke y Silgado, 1981:65.
51 Giesecke y Silgado, 1981:23.
52 Lozano, 1863:36.
53 Obando, 1863:60.
54 Llano y Zapata, 1863:72.
55 Archivo General de Indias (en adelante AGI), Lima, Leg.819, Doc.80:23.
56 Lozano, 1863:41.
57 Llano y Zapata, 1863:95.
58 Lozano, 1863:40.
59 AGI, Lima, Leg.819, Doc.80:23.
60 Llano y Zapata, 1863:75.
61 Llano y Zapata, 1863:74.
62 Lozano, 1863:13.
63 Llano y Zapata, 1863:76.
64 Llano y Zapata, 1863:72.
65 AGI, Lima, Leg.819, Doc.80:23.
66 Lozano, 1863:45.
67 Lozano, 1863:44.
68 Lozano, 1863:45.
69 AGI, Lima, Leg.819, Doc.80:23.
70 Lozano, 1863:46.
71 Lozano, 1863:40.
72 Nota de la coord.: los censos eran prácticas crediticias que se usaron, particularmente por
parte de instituciones eclesiásticas, durante la época colonial para efectuar transacciones de
diversa índole, en especial para invertir capitales mediante préstamos.
73 AGI, Lima, Leg.819, Doc.80:24.
74 AGI, Lima, Leg.819, Doc.80:24-25.
75 Llano y Zapata, 1863:81.
76 Llano y Zapata, 1863:82.

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EL TERREMOTO DE 1746 EN LIMA: El Modelo Colonial, El Desarrollo Urbano y los Peligros Naturales

77 Llano y Zapata, 1863:83.


78 Dobyns y Doughty, 1976:128.
79 Dobyns y Doughty, 1976:128.
80 Barbagelata, 1971:7.
81 Dobyns y Doughty, 1976:128.
82 Wilson, 1987:202.
83 Wilson, 1987:202.
84 Dobyns y Doughty, 1976:126.

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