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NARRACIÓN
De niños, cuando se nos preguntaba o queríamos dar cuenta de algo o de alguien (ya fuera objeto de lo
real o lo ficcional), había cierta tartamudez, una especie de intermitencia y discontinuidad en el habla la
cual, quizá, nunca pusimos en cuestión. El habla estaba ciertamente poblada por muchos surcos que los
lográbamos recubrir de ciertas formas (es decir, con inventivas, con gesticulaciones, con monosílabos,
etc.). En suma, el acto mismo de narrar -o, lo que es también, de articular una secuencia de historias
(de imágenes), ya sea visual o verbalmente- no era del todo recto; por lo anterior no se entienda una
suerte de imposibilidad en el habla o una afasia de algún modo, no. Lo que se debe quedar en claro es
que el acto de narrar algo era una praxis que, apenas, estaba emergiendo.
De niños, cuando contábamos (y narrábamos) una historia (a lo mejor, nueva), en ese momento, la vida
sí que era gustosa.
Quién sabe, en nuestros tiempos, si el arte de narrar se piensa todavía como un arte.