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Sarmiento, redactor y publicista Con textos recobrados de El Progreso (1842-1845) y La Crénica (1849-1850) Primera parte «~ La irrupcién de la prensa ty EL OBJETO. LECTURAS Y FUNCIONES DE LA PRENSA Durante el largo siglo x1x —aquel que concluiria, seguin Hobsbawm y otros, con la Primera Guerra, en 1914—, es decir durante la etapa en que a la literatura latinoamericana se la suele considerat, a grandes rasgos, de «pre-autonémica», la prensa periédica adquitié un doble valor —simbélico y material—, apreciado de manera contradictoria por los mismos protago- nistas implicados en su institucionalizacién. Si, por un lado, las empresas edicoriales (diarios, periddicos, gacetas o revistas) ast como los avances técnicos y tecnolégicos de los impresos eran vindicados como instrumentos de modernizacién cultural Uinicos, en definitiva, capaces de expandir el interés de la lectura a fin de constituir un incipiente mercado editotial—, or el otro, los productos de la prensa —lo que por entonces se llamaba «diarismo», o algunos de sus géneros especificos— solfan cargar con el lastre de lo provisorio, de lo subsidiario y, en ciertos casos, con la condena moral y aun estética. ~ Este ultimo era el caso del folletin, el més controvertido de los géneros modernos de la prensa. Aun sin reproducir fidedignamente el formato del roman-feuilleton inaugurado por E, Girardin con Le Presse en 1836 —en Latinoamérica el folletin fue por mucho tiempo una seccién donde abrevaban escritos de diversa factura, amparados en la maleable califica- cién de misceléneas—, el género solfa despertar tanta suspi- cacia como desconfianza. Con el auge de la literatura romén- tica, esa seccién comenzé a cobrar un perfil més definido y, también, més discutido. 13 En 1845, en un conocido articulo publicado en El Progreso, Sarmiento se jactarfa de haber introducido en la prensa chi- lena junto al pensamiento ecléctico francés —Micheler, Cousin—, la no menos ecléctica plataforma de los folletines extranjeros. El folletin, decfa en un pasaje singularmente provocador, «se deslizaba cual oculto veneno, encapotado bajo el titulo indiferente de variedades, como los jesuitas se intro- ducen en todos los paises de donde han sido expulsados, bajo el nombre de padres del Sagrado Corazén». Y més adelante, en tono burlén: «/Almas inocentes [los lectores] que no vefan el veneno con que se iba a corromper la moral ptiblical».! Medio siglo después, la indignacién de Paul Groussac frente al fendmeno de los folletines resulta comparablemente clocuente. Aunque los diarios serios —escribia el director de La Biblioteca en el cambio de siglo— ya no aceptan esa «mercaderia lupanaria», el «lucto sérdidoy que habfa insta- lado Emile Zola con obras como Nana segufa ejerciendo una condenable corrosién a las normas del buen gusto, puesto que existfan periddicos —Le Journal des Débats en Paris, La Nacién en Buenos Aires— dispuestos atin a dar espacio entre sus columnas, a cambio de ganar lectores ¢ incrementar sus ventas, a esas narraciones de dudosa calidad y venal propo- sito. Con la afectada seriedad de un ferviente custodio de las buenas costumbres, propia del més cortesano de los criticos de cenéculo, el director de La Biblioteca no cejaba en su actitud admonitoria: «todos los diarios de Buenos Aires penetran en nuestros hogates; quedan en las mesas, pasan de mano en mano, de las més delicadas a las més venerables (...) tenemos el deber de calificar lo que, hace un mes, circula libremente en hnucstras casas, como «triunfo periodistico» de La Nacién: es 1 Elarticulo en cuestién, «Nuestro pecadio, los folletines>, aparecio en £1 Progreso el 20 de agosto de 1845, poco antes de que Sarmiento dejara la redaccién cel perié- ico y partiera en viaje hacia Europa ‘ase? 4 un manual completo de corrupcidn y significa un verdadero ultraje al pudor doméstico».? Por cierto, hay razones de orden contextual —ademas de las biogréficas— que ayudan a explicar esa deriva del inicial empefio dcrata de las élites criollas por ampliar el espectro de lectura hacia el «dogma de igualdad> denostado por el director de La Biblioteca. Pero ocurre que la percepcién del folletin como un producto indigno y un obstéculo para la consecucién de obras literarias de relativa calidad no es, estrictamente, un fenémeno finisecular, Tampoco es, como suele pensarse, producto de una visién necesariamente con- servadora intransigente, visisn que podrian compartir figuras tan disimiles, digamos, como las de Paul Groussac y Rafael Valdivieso, el arzobispo de Santiago y fundador en 1843 de La Revista Catélica, con la que discutia especialmente Sarmiento en aquél su descargo jocoserio de} El Progreso. Ya a principios de la década del 40, la creciente reproduc- cién de folletines extranjeros en la prensa criolla era observada —a pesar de la benevolencia propagandistica expresada por Sarmiento y otios— con juicio prevenido, y para mitad de a década siguiente, en algunas regiones como el Plata, Chile, Brasil o Venezuela, la discusién sobre esa produccién se habia vuelto moneda corriente.? Tal discusién se inscribja, ademés, 2 «La educacién por el folletine, en La Biblioteca, Aflo I, Tomo VI, Buenos Aires, 1097, pp.315-316 3 En 1844 un anénimoen el periédico £! Nacional de Montevideo daba cuenta de esa Ciscusiénttente 2 los foletines roménticos franceses en los términos que siguen: «To- dos estos escritores pretenden ademés tener un estilo elegante: pero ésobre aus es- tian sus pretensiones? En general le vernos cro y atectado, En una pagina la nube Gieme los rayos de! soi o de la Luna, las cartes «salpican de sus pechos hilos de agua perfurnada que cae en el estanque y ernpatia el cristalino espejo con sus va- orosas gotas», o bien «os ojos de la heroina sepultados en sus Orbitas quedarén ‘como suspensos en e globo de légrimase: de forma que pare comprender el lector esta jerigonza debe ser ala vez panadero, jarcinero y oculst [...] Per si esto dec mos en cuanto @ la forna, équé no podré decise en cuanto al fondo de fodas estas 15 siglo x1x europeo, en el andamiaje legal y conceptual de la literatura moderna. Los estudios de la critica anglosajona han demostrado que el incremento de la industria editorial hacia mediados del siglo xvuit se vio favorecido por el desarrollo de la prensa, las discusiones puiblicas y el sistema de piraterfa que expandié y reconfiguré el mercado editorial. Varios de estos estudios sefialan que las disputas que derivaron en la concep- cién moderna de «autor» estuvieron moduladas tanto por intereses econémicos cuanto por aspectos ideolégicos rela- tivos a la legitimidad publica de los escritores.® Lavalorizacién del rol del escritor en la sociedad, que desde tiempos mondrquicos se ungié de una moralidad precisa, debié amoldarse a la paulatina profesionalizacién de los escri- tores que buscaban ganarse el sustento escribiendo para un piiblico lector cada vez més acrecentado. La demanda del puiblico lector establecié cédigos y pautas que fueron asimi- ladas r4pidamente por la prensa, no asf por quienes debfan con su trabajo ganarse el sustento y aspirar al prestigio. Este aspecto surge, por ejemplo, de las controversias legales en Ja Inglaterra de mediados del siglo xvit. Comentando la disputa de derechos entre libreros de provincia y de la capital, un tradicional integrante de la House of Lords (sala de apela- cién de la Corte), Lord Camden, argumentaba lo siguiente: La gloria es la Recompensa de la Ciencia, y los que la merecen, desprecian todas las Vistas Mezquinas: Hablo no de los Escri- torzuelos que escriben por el pan, que embargan la Prensa con sus Producciones desgraciadas; catorce Afios son un Privilegio 6 Al respecto, véanse los trabajos de Woodmansee, Marina (1984), «The Genius and the Copyright: Economic and Legal Conditions of the Emergence of the «Au- thore, En Eighteenth-Contury Studies 77(4), pp. 425-448; Rose, Merk (1968). «The Author as Proprietor: Donaldson v. Becket and the Genealogy of Modern Author ship», En Representations 23, pp. 81-85 y Nesbit, Molly (1987), «What Was an Author®s, En Yale French Studles 78, pp. 229-257. Volveremos sobre al toma al final de este estudio. ‘gy, o 18 demasiado largo para su Basura perecedera. No era por Lucro que Bacon, Newton, Milton, Locke, insteuyeron y encantaton al Mundo; serfa indigno que tales Hombres traficaran con un sucio Librero por un Pliego de Impresién. Cuando el Libreto oftecié a Milton Cinco Libras por su Para(so Perdido, él lo rechazé y consigné su Pocma a las Llamas, no acepté la deprimente Miseria como Recompensa; él sabfa que el verdadero precio de st Trabajo era la Inmortalidad, y que la Posteridad lo pagarfa.” Fécilmente se percibe cémo en esa reaccidn ante la diversifica- cién lectora esté latente un argumento caro a la teorfa roméntica de la autoria: el genio no concibe por prebendas. Este aspecto contradictorio resulta fundamental, dado que nutre aquellas «teorizaciones» que secundaron la argumentacién moderna de la aurorfa (desde Blackstone hasta Wordsworth) y que fueron clave, a su vez, en la constitucién de los derechos de propiedad intelectual. Por ejemplo, la que escribié Young en 1759 alrede- dor de la originalidad (Conjectures on original Composition), y que fue retomada por los alemanes antes que por los propios ingleses, En un pasaje de sus Conjectures, Young sostenta: El hombre que as{ se reverencia, pronto encontraté la teverencia del mundo. Sus trabajos serén distinguidos; seré la propiedad exclusiva de ellos; propiedad que solo puede conferir el titulo noble de un autor; es decir de quien (para hablar con exactitud) piensa y compone; mientras otros invasores de la prensa, por més cultos y productivos (con el respeto debido sea dicho) sélo lee y escribe.* En ambos casos —la discusién legal y la conjetura tedrica— puede observarse una oposicién a los productos de la prensa 7 Lacita coresponde a The Cases of the Appellants ano Respondents in the Came of Literary Property Before the House of Lords. London, 1774 (en Rose, 1988:54). En to- dos los casos, saivo indicacién contrara, las tracucciones me perteneven. 8 Git. en Woodmansee, 1984:430, basada en ideologemas contradietorion acerca de la escritura literaria. Oposicién que recorrerd todo el siglo x1x con dife- rentes instancias de visibilidad y contemporizacién. Aun para el caso hispanoamericano, devenir autor no sdlo fue pasar por li pr@iisi sino también diferenciarse de —y hasta oponerse a— ella iniediaiitéTas peculiaridades de Ja escritura, que no siempre —o mejor dicho, casi nunca— distaban demasiado de los discursos virtualmente modulados por la prensa. Esta tiltima paradoja, asi como la doble y contrapuesta valo- racién del artefacto periddico, es representativa de un conflicto modulado més por la ideologizacién de la literatura (y de la figura del artista, poeta o escritor) que por una situacién emp{- rica de competencias enfrentadas. Como mostré el clisico estudio de Jan Watt, el «ensayo periédicon —un registro variable, que apuntaba a captar los nuevos intereses lectores de mediados del siglo xvi en Inglaterra— contenia muchas de las caracteristicas genéricas que irfan definiendo al relato novelistico, especialmente aquellas que respondian a un tipo de lectura placentera u ociosa, que empezaba a ganar espacio entre la burguesfa o la amada middle class? De modo que, si se acepta que a literatura tuvo en Europa —a diferencia de Hispa- noamérica— tempranos soportes institucionales que contribu- yeron a su progresiva autonomizacién, deberfa subrayarse el rol preponderante de la prensa periddica entre los elementos que promovieron la emergencia de un discurso lizerario—ficcional, vinculado a una mirada critica que habfa comenzado a espar- cirse desde las pdginas periddicas. Y deberfa, también, admitirse que el despliegue y/o tematizacién del conflicto entre prensa y literatura es un fenémeno que surge en estricta contempora- neidad con la emergencia de un nuevo sistema de publicidad, el cual tanto en Espafia como en Hispanoamérica se darfa una 9 Walt, lan (1968). The Rise of the Novel. Stuafes in Defoe, Richardson and Fielcing. London: Penguin Books Ltd. 20 vez puesta en crisis la antigua wutoridad que ostentaba el privi- legio, esto es, a partir de lus famosus discusiones desencade- nadas en las Cortes de Cddiz. (1808-1814) y sus fundamentos liberales a favor de la libertad de imprenta.'” EI problema se inserta en una discusién mayor que aqui no se abordaré sino de modo tangencial. Pero resulta particular- mente sugerente respecto de una mirada critica —o, mejor, historiogréfica— que se ha vuelto dominante en los uiltimos afios. Me refiero a una visién modernista seguin la cual antes de los indiscutibles indices de la modernizacién del fin-de-siglo la modernidad en América Latina se manifestarfa en una serie de subproductos, versiones degradadas de una genuina y progre- siva autonomizacién de pricticas y saberes, que vendrfa a ser, en la perspectiva weberiana, aquello que la definiria. De modo tun tanto cémodo e injustificado, nos hemos acostumbrado a la seductora imagen modernizadora del «salto brusco»,!! que 10 Me refiero al sistema de «patronalo» y privlegio segtin el cual la autoridad! reat era la Gnica que dispensaba Ia legitimidad de cualquier publicacién. Las Cortes de Céclz, cue comenzaron a sesionar en septiembre de 1810, promulgaron la libertact de imprenta en noviembre de ese afo, 11 En toda ta regién, como eviciencian los documentos de la época, el incremento suislangial en los indices de procuecion impresa es relaivamente tardio, En Buenos Aires, por ejemplo, curante aproximadamente 30 afios ~de 1850 a 1880— no pa- rece haber variado de modo considerable la actividad y el comercio del impreso, roncando un promedio de 14 flbrerias y 12 imprentas para todo el period, mientias ue esas cifras se multiplican précticamente 9 veces a partir del afio 1887 [Ci Euja- nidn, A. (1998) “Le cultura: piiblico, autores, y editores". En Bonaudo, M. (dit) Nueva Historia Argentina. Liberalismo, Estado y orden burgués (1852-1880), Buenos Aires: ‘Sucamericana, 7.4, 1999, p. 559]. Aigo similar ocurre en Chile, Todavia en 1875 fun- Cionaban en Valparaiso —centio de actividad editorial ya travicional por entonces— S6lo 5 imprentas, miantras que en 1895 se consignan mas de 20. La ciudad de Sanliago habia pasado, en los mismos aftos, de 9 6 10 imprentas a 29, y mientras ‘en los aos que van de 1868 @ 1890 se habla alcanzado a publicar un promedio de 489 obras —entre libros y folletos—, esa ciira se dupicé entre los aftos 1890-1898, ¥ Sgolo en uno de esa serie, 1694, rebasé las mit obras publicadas. Como sostiene ‘Subercaseaux —de quien tomo la mayorla de estos datos—, «todos los indices rela: 21 ™ tiende a instalar la creencia de que nociones como «nuevo publico lector, «expansién de los campos de lecturar, «profesio- nalizacién letrada», «mercado de bienes culturales» u «opinién publica» cobrarfan verdadera dimensién en el espacio consti- tuido de stibito hacia el final de la centuria, una ver constatadas las bases de un mercado cultural relativamente amplificado."* Ciertamente, lo que lamamos mercado tiene un pedestal fundamental en el sujeto lector, consumidor de productos impresos. Con todo, el problema del ptiblico lector —su mensuracién, su formacién y su proyeccién— es sin duda uno de los més arduos para los estudios decimonénicos, sobre todo porque, como sugirié oportunamente Roget Chartier, se corre el riesgo de «tomar las representaciones por pric- ticas efectivas».'? En general, la tendencia ha sido adjudicar a las campafias de alfabetizacién el disefio y loracién de un nuevo piiblico lector, que en la segunda mitad del siglo, junto al ingreso masivo de inmigrantes (particularmente en Argen- tina), compondrfan el nuevo continente de lectura, Uleima- mente, algunos trabajos en torno a la educacién han venido a despejar el complejo entramado entre apetencias lectoras, oferta educativa y mercado laboral. De ellos se desprende que la oferta educacional estuvo desvinculada durante mucho tiempo de la capacidad de conseguir capital, es decir de as posibilidades concretas de mejorar o alcanzar una posi- cién econémica holgada, ademds de haber sido —la educa- cién formal— un instrumento de disciplinamiento nada tivos 4 la produccién experimentan, a fin de siglo, un satlo- (Subercaseaux, 8. (1993), Historia det bro en Chie (alma y cuerpo). Santiago: Andrés Bello, p, 109). 12 Me he referido previamente al tema en ef ensayo «LE! "salto" de la mocernidad? Notas sobre iteretura, mercado y modernizacion en el siglo XIxe, Belo Horizonte: UFMG, pp, 301-318. [ 13 Cavallo-Chertir (cir) (4996), Historia de fa lectura en el mundo occidental. Ma- Sef did: Taurus, p. 434 22 ademocrético»."* Este es un aspecto central porque permite relativizar con mayor fundamento el impacto de las campatias educativas sobre la poblacién y, por ende, la incidencia real de las mismas en la incipiente constitucién del mercado edito- rial. En definitiva, la progresiva expansién de la lectura estarfa pautada tanto por los procesos de instruccién como —y sobre todo— por aquellas plataformas discursivas més cercanas a temas, lenguajes ¢ intereses del puiblico concreto. Al respecto, cabe llamar la atencién acerca del efecto apla- nador sobre la diversidad material y discursiva de la prensa ‘Posindependentista que ejerce la mentada visidn modernista. Si bien es cierto que la precariedad institucional y la pree- minencia de una funcién racionalizadora caracterizan buena parte de las publicaciones del perfodo, no menos cierto es que alo largo del siglo la prensa sufte variaciones sustanciales que impiden considerar sus funciones de modo monolitico. Desde los primeros periédicos independentistas, que instalaron el clisico formato de cuatro péginas a dos columnas, con un discurso preponderantemente informativo —o «ministerial», como se lo designaba entonces— hasta aquellos que comen- zaron a hacer un uso sistemético y diferencial del discurso satirico, como los periédicos que aparecieron en la Buenos Aires inmediata a Caseros —El Padre Castafteta (1852), La Avispa (1852), La Cencerrada (1855)— 0 los que principiaron a aunar con mayor eficacia la critica burlesca con el despliegue de imégenes caricaturescas —como El Correo Literario (1858) en Santiago de Chile, antecesor del més cdustico La Linterna del Diablo (1867) 0 el célebre El Mosquito (1863) en Buenos 14 El uabajo Ue Carlos Newland ha sido clave para la reevaluacion oe ta mirada tradicional sobre este punto. Véase su Buenos Aires no es pampa. La educacién elemental porteria, 1820-1860. Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano, 1992. Sobre el modelo de ecucacién formal en Chile, puede consultarse el trabsjo de Egafa, M. Loreto y Monsalve, Mario, «Civilizar y moralizer en la escuela primaria po- ular. En Gazmuri, C. y Sagredo, A. (2006) Historia de fa vide privada en Chile. EI Chile modemo, De 1840 a 1925, Santiago: Taurus, pp. 119-137. 23 Aires—, el sistema de la prensa fue incorporando distintas técnicas y artilugios que incidieron tanto en los modos de intervencién publica cuanto en el entramado subjetivo que _-determiné practicas y concepciones literarias especificas.'* La explotacién de nuevas técnicas de reproduccién de la imagen, por ejemplo, impartié un cambio significativo en “los modos de percibir y de leer, cambio caracterizado por la emergencia de una nueva imagineria que articulé nuevos pard- metros de comunicacién social y cultural. Como veremos en estas paginas, esas nuevas técnicas no pasaron desapercibidas para aquellos que, como Sarmiento, abogaban por una expan- sidn de la lectura, en tanto posibilitaba la confluencia de dos registros —imagen y palabra— en un soporte ya conocido, al cual ahora los dibujos agregaban nuevos sentidos de lectura. Y aqui el ejemplo de un texto cldsico y a la ver relegado como la «Apologia del matambre» de Esteban Echeverria nos sirve para iJustrar esa incidencia tanto en los pardmetros de lectura como de escritura: durante mucho tiempo, ese texto fue lefdo como un intento més bien fallido de ensayo costumbrista, lo cual no deja de ser cierto (sobre todo en términos formales), pero 15 Para los cambios en la prensa chilena resulta interesante e! libro de Ossandén, Carlos (1998). E! creplisculo de los sabios y fa imupoidn de los publicistas. Santiago: LOM. Una lectura reciente de la prensa satiica argentina es el excelente trabajo de Roman, Claudie «La prensa satirica argentina del siglo XIK: palabras © imagenes- {tesis doctoral, Universidad de Buenos Aires). Analizando los peridcicos satitico— burlescos posteriores a Caseros, Roman sostiene: «El cuidado en la eleccién de tos ‘subtitulos de los periécicos no expresa Gnicamente una informacion, ni un alarde de Ingenio: da cuenta, ante todo, de la busqueda de nuevas formas de interpelacién. Los adjetivos que se agregan al sustantivo que nombra io que se va a leer —"alatto” “semanario”, "petiddico'— suponen dar una cualidad ciferencial a esa lectura: el pu- blico debe entender que esa acjetivacion cia la ciferencia que los define. Entencier y acordar con las connotaciones de esa adijetivaci6n —io buriesco, lo sattico, lo cérmi- ‘co— supone compart una comunidad interpretative que, a su vez, commparte cierta perspectiva sobre las cuestiones mas apremiantes de la vida pablica, por un lado, y ciertas poética y reérica para plantearias, por oto» (Op. cit, p. 64, mimea} ate 24 poco 0 nada se dijo de su medio de circulacién, esto es, del hecho de que el texto se haya incluido en el primer ntimero del periddico ilustrado El Recopilador (1836), la primera publi- cacién relativamente programdtica de 1a nueva generacién romantica del Plata. Increfblemente olvidado, el periddico marca una instancia decisiva en la construccién de una subje- tividad literaria en Buenos Aires: a las estampas litogréficas que oftecia en cada ntimero se suma la redaccién principal de Juan Marfa Gutiérrez, cuyo ensayo «El caballo en la provincia de Buenos Aires» es una muestra insoslayable de la tendencia costumbrista y nacionalista por la que abogaba la publicacién, y en la que participaba, en el marco de un programa nativista y costumbrista promovido por su redactor, el texto de Eche- verria, cuyo subtitulo no dejaba dudas acerca de su filiacién." Lo dicho hasta aqui no significa desconocer la precariedad social ¢ institucional de los campos de lectura que, durante la mayor parte del siglo, condicionaron su expansién, Pero plan- tea, en todo casoyfeevaluar tal precariedad atendiendo a la cali- dad del proceso antes que —o junto a}— su faceta meramente cuantificable/Sobie todo porque este iiltimo aspecto —el nivel cuantificablé—, es en general el que subsume las reflexiones de los propios protagonistas vinculados a la tarea de expandir el campo de la lectura desde su rol de publicistas o de pedagogos. Por lo demés, hasta hace escaso tiempo, la mayorfa de los estudios dedicados a la prensa del siglo x1x solian soslayar el aspecto formal de las publicaciones. Lo que hoy se conoce como periodismo, no cabe duda, allané su perfil hacia el ultimo 16 El subttulo, se recorcard, es «Cuadro de costumbres argentinas». En general la historiograta ha concedico un lugar preponderante al Museo Amencano (1835), el antecedente inmediato de E] Recopilador —ambos se publicaron por la impren- ta Bacle y Cia. — por ser el primer periédico ilustrado conocido. Sin embargo, es en E! Recopiiador donde pueden verticarse los primeros intentos programéticos fen toro a una literatura nacional. En trabsjos previos, he enalizado dicho progra- rma asi como el régimen mimético que lo estructura. Literature (2009), n° 75, nov. pp. 217-292 25 ie cuarto de siglo, cuando a las innovaciones tecnolégicas —la prensa rotativa, el telégrafo, la linotipia— se sumaron las inno- vaciones técnicas —ventas a bajo costo, agencias comerciales y de noticias, preeminencia de temas de actualidad, sensaciona- lismo, amarillismo, etc —. Es decir, cuando el propio discurso periodistico delimité el espacio técnico y composicional de su discurso, més 0 menos similar al de la actualidad.” Antes de ello, tanto el discurso como las modalidades de produccién y citculacién —en Hispanoamérica en el x1x, en Europa en el xvm— estuvieron més bien distantes de convenir con el género tipificado por las grandes empresas editoriales del fin de-siglo. De modo que periodismo resulta un término vago para referirse a la prensa de mediados de siglo, aquella con la que Sarmiento claboré la mayor parte de su obra perdurable, y cuyas técnicas posibilitaron intervenciones més complejas que las meramente dominadas por el voluntarismo civico 0 politico. Entre otras cosas, porque, como enseguida veremos, la carencia 0 precariedad institucional del mercado no signi- ficé para la prensa —ni para los escritores que abrevaron en ella— la imposibilidad de imaginarlo. EL ARTEFACTO. ,QUE ES, PUES, UN PERIODICO? La pregunta que formulaba Sarmiento en 1839 desde las paginas de El Zonda merece hoy ser atendida dejando en suspenso su deliberado efecto retérico. En definitiva, zqué y cémo es un periddico de mediados de siglo, cuando el perio- dismo y la prensa atin no han definido el perfil tecnologizado que le conocemos? 17 En Europa ese proceso puede ubicarse alredador ce 1870, cuando las empresas exitorialas, sigulendo a sus precursores norteamericanos, conwinieron en aberatar los costos de venta —Ios farnosos periddicos a «5 céntimos— para ganar masivamente mercado, fo que lograron en poco tiempo perlédicos como Le Petit Joufhal de Paris 0 el Moming Leader de Landies. Cr. Weill, G. (1994). Ef periédico. Origenes. Evoluci6n y funcién dela prensa peridica. México: Nosega Edtores, p. 175988. baw 4g? 2) 26 Antes de abordar los periddicos que redacté Sarmiento durante su estadfa chilena, convendré que observemos breve- mente las caracteristicas de produccién, circulacién y consumo de la prensa del periodo. Un dato no menor seré recordar que los primeros periddicos publicados fueron aquellos que, atin bajo autoridad real y con la excusa de propagar doctrinas ilustradas, aparecieron a comienzos de siglo, como el Télé- gafo Mercantil. Rural, politico, econdmico e historiogréfico del Rio de la Plata, cuyo primer namero vio la luz el 1° de abril de 18or, 0 su sucesor, el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, que se publicé desde agosto de 1802 hasta febrero de 1807, Comparar estos primeros impresos —como el Mercurio Peruano (1791) 0 la Gaceta de Caracas (1808)— con los que se fueron editando consolidada la Independencia no nos lleva a estipular ningiin umbral genealégico, sino a observar algunas especificidades tipaldgicas, genéricas y aun estructurales que se extenderdn, a pesar de los cambios significativos que se fueron produciendo, por To menos hasta los afios 1860/1870. Entre las primeras, una marca dominante de las publicaciones iniciales era el objetivo de socializar los avances industriales y comer- ciales de las naciones més desartolladas, esto es, de expandir las luces del siglo», con especial énfasis en la teoria fisiécrata importada de Francia. Industria, agricultura y comercio serén durante los afios posteriores a la Independencia términos de una comunicabilidad publica pro-institucional, que busca afianzar el desarrollo productive en un terreno de incipiente organizacién estatal y cuyo afin ilustrado regiré buena parte de Jas publicaciones criollas hasta las décadas del 20 y del 30. (Un aspecto importante es que durante esta primera etapa el impreso periédico compartié su disefio tipogréfico con el folleto o el libr\En efecto, tanto por los titulos como por Ia distribucién tipografica, los periédicos se acercaban en un comienzo a las ediciones de cardcter libresco. Un periédico, por ejemplo, podia portar un titulo como el siguiente: Tratado de Filosofta Natural y Espejo de la Naturaleza, que fue el titulo clegido por el agrimensor Juan de Alsina —padre del futuro 7

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