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A partir de las últimas dos décadas del siglo XIX comenzó la circulación de revistas históricas y de
otros textos menos eruditos, en general conocidas como “revistas ilustradas” en las que el
contenido se aligeraba y se incorporaban anécdotas, semblanzas, biografías.
Para esta época ya existía en el país cierto bagaje cultural que permitía hablar de un “antiguo
régimen” cultural, es decir, había ya toda una generación entera de la cual diferenciarse. Los
miembros de esta generación más antigua habían pasado a formar parte de una elite político-
cultural: José Manuel Estrada, Pedro Goyena, además de todos los miembros de la generación
liberal. Paul Groussac transitó una trayectoria intelectual en el medio de la vieja elite cultural y la
generación más joven. Incursionó en el campo historiográfico en 1882 con Ensayos históricos
sobre el Tucumán que fue criticado desde La Nueva Revista de Buenos Aires por Avellaneda y
Ángel Carranza. Se valió de la prensa para dar a conocer sus textos, tal y como lo habían hecho los
primeros historiadores, y participar de polémicas. Participó como hombre nuevo del mundo
cultural y esto le permitió criticar al establishment criollo: su foco era la falta de autonomía del
campo cultural con respecto de la política.
Por fuera de este ámbito institucional más formal, proliferaban nuevas formas de historiografía
embebidas en el clima del cientificismo de la época y que se enfocaba en los fenómenos sociales a
partir de conceptos no provenientes de las humanidades: hablamos de los historiadores
positivistas.
Para los años de transición entre los siglos XIX y XX, el clima intelectual e historiográfico en
particular se había transformado en relación a los tiempos de Mitre y López. Si bien los autores de
los que vamos a hablar presentan notorias diferencias entre ellos, es posible hacer un trazado
grueso y clasificarlos bajo el rótulo del positivismo. Rómulo Carbia, historiador de la NEH y el
primero en confeccionar una historia de la historiografía argentina, calificó a estos autores como
“ensayistas”, algunos de tinte “sociológico”, epítetos que, por supuesto, no son dichos de manera
elogiosa.
Estos cambios implicaron miradas del pasado que abarcaban grandes períodos en los que se podía
descubrir el accionar de leyes o factores que generaban regularidades. Se rompía así la cronología
tradicional elaborada post-caseros y sobre la que se asentaba fuertemente la historiografía de
Mitre y López y se proponía una organización temática o más bien problemática.
Como decíamos, no se inspiraron en sus precedentes en Argentina pero tampoco en sus
contemporáneos europeos (los metodicistas, Langlois y Seignobos, por ejemplo) sino que
recurrieron a una generación un tanto anterior, justamente, los positivistas como Taine o Buckle.
Estos autores propondrían tempranos maridajes entre la historia y otras disciplinas sociales o no:
la neuropsiquiatría, la psicología de masas, la frenología, la sociología, la economía. Devoto hace
una comparación con los ensayistas de la generación del ’37 que mezclando cuestiones históricas,
hacían diagnósticos a partir de la raza, la determinación geográfica y demás.
Hay dos generaciones de historiadores positivistas: la de los Ramos Mejía, García y Rivarola, por un
lado y la de Ingenieros y Bunge por el otro. Así los segundos se formaron como discípulos de los
primeros. Todos ellos fueron profesionales y profesores universitarios. Los centros de formación
son dos: la Facultad de Medicina y la Facultad de Derecho. Ambas coincidentes, por ejemplo, en el
positivismo y el lombrosianismo.
J.M. Ramos Mejía: Neurosis de los hombres célebres en la historia argentina (1878). Médico.
Releer el comportamiento de las grandes figuras, en especial Rosas, a partir del estudio de su
patología nerviosa. Aplicación de la psiquiatría a la Historia. En Europa: Lombroso. Tesis: tendencia
de los hombres célebres a la locura, genio = loco. Demasiada actividad cerebral lleva a la neurosis.
Agrega una parte en la que trata las patologías psicológicas colectivas. Las multitudes argentinas
(1899)
Las fallas del positivismo para generar un discurso histórico cohesionador de la nación se hacían
sentir a comienzos del siglo XX. La fundación de la Facultad de Filosofía y Letras estimuló el
reclamo por metodologías más científicas y racionales y realizar un revisionismo sobre las obras
del último cuarto del siglo XIX que, por su carácter erudito perdía eficacia. Paul Groussac aparece
como la primera figura de referencia aunque por su carácter diletante distaba de ser el modelo
ideal de historiador. A diferencia de la historiografía decimonónica, las producciones del siglo XX
deben ser pensadas en relación a su anclaje institucional, que garantizaba la reproducción y
regulaba el oficio. Tres instituciones educativas se distiguían en particular: las facultades de
Derecho y Filosofía y Letras de Buenos Aires y la Facultad de Humanidades de La Plata. Ravignani,
Carbia y Molinari efectuaron, a comienzos del siglo XX críticas a los “dioses mayores”: la
historiografía de Mitre, López y Groussac era criticada por sus fallas en la crítica de documentos y
la errónea interpretación de los acontecimientos, al calor de las disputas políticas. Se consideraban
a sí mismos, y es cierto que lo eran, como “outsiders”: no provenían de la vieja elite que escribía
su “historia de familia” y buscaban terminar con la escritura “facciosa” de la historia propiciada
por el entorno de Caseros. Groussac, contemporáneo de ellos, se convirtió en el eje de las críticas:
ejemplificaba todo aquello que debía corregirse.
Como mencionamos antes, fue la Reforma el disparador que permitió consolidar las trayectorias
de estos hombres que habían comenzado a transitar la universidad en la década anterior. A
principios de la década de 1920 comenzaron a hacerse visibles estos hombres nuevos: Levene
ocupó el decanato de la Facultad de Humanidades de La Plata y Ravignani hacía lo propio en la
Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires. Así, todos los miembros de la NEH fueron ocupando
lugares centrales en las instituciones educativas, completándose el cuadro con el desembarco de
Molinari y Carbia en el recientemente creado Instituto Superior del Profesorado. Ocuparon
también la Junta de Historia y Numismática y la “limpiaron” de todo vestigio “amateur”, la Junta
pasará a convertirse en la Academia Nacional de la Historia. Todas estas instituciones comenzarán
a desarrollar actividades estandarizadas de producción científica: revistas, libros, edición de
monografías,