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CRISTOLOGÍA
Wilson Guevara Flores.
ÍNDICE
PRIMERA UNIDAD:
CONTEXTO HISTÓRICO DEL PUEBLO DE JESÚS
Introducción………………………………………………………………………………………………………………………………………………..3
SEGUNDA UNIDAD
LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS
TERCERA UNIDAD
JESUCRISTO Y EL REINO DE DIOS
2
CUARTA UNIDAD
LA IGLESIA PROLONGACIÓN DE LA MISIÓN DE CRISTO
3
INTRODUCCIÓN
Puesto que la Universidad Católica tiene como objetivo el de garantizar de forma
institucional una presencia cristiana en el mundo universitario frente a los grandes
problemas de la sociedad y de la cultura1, la Universidad Católica Santo Toribio de
Mogrovejo cuenta dentro de sus planes de estudios universitarios los cursos teológicos que
se creen más importantes en este camino. Dentro de ellos la Cristología juega un papel
sustancial. Los alumnos como prerrequisito aprobarán la asignatura de fe y cultura que les
proporcionará las razones necesarias para comprender la realidad de la existencia de Dios y
su Revelación en un espacio y tiempo determinado. Descubrir que Dios se dio a conocer al
pueblo de Israel, que manifestó su identidad (YO SOY), prometió la salvación a todos los
hombres y la promesa cumplida en su Hijo Jesucristo para que todo el que crea en Él tenga
vida eterna.
Este suceso del nacimiento de Jesucristo ha sido y es tan importante para la humanidad que
dividió la historia en un antes y un después. La enseñanza que impartió fue tan novedosa e
impactante que no se acabó en el tiempo, sino que perdura y seguirá perdurando siempre.
Los testimonios de su bondad y cercanía con los pobres, los enfermos y los pecadores
marcaron tanto que muchos abrazaron la fe y el cristianismo fue extendiéndose por toda
Asia Menor, Grecia, Roma y el mundo entero.
Jesús es Dios que nos ha visitado y ha decidido vivir con nosotros y entre nosotros; es
hombre verdadero, que comprende nuestras debilidades y necesidades; es Luz para nuestra
vida, porque nos conduce hacia la verdad plena; es Vida porque anima nuestro espíritu con
su gracia y nos da fuerzas para seguir realizando nuestros proyectos y sueños; es la razón de
nuestra existencia porque nos ha explicado quiénes somos y hacia dónde vamos. Pero sobre
todo es Dios misericordioso que nos ama. Estas y otras son las razones por las que vale la
pena conocer, amar y poner en práctica entre nosotros la vida de Jesús.
Concluyo diciendo que la vida de Cristo, nunca dejará de ser un misterio, de tal manera que
para comprender y estudiar su vida hace falta el don de la fe, de lo contrario solo será
historia. Lo que se ha realizado es un resumen de la vida de Cristo: su nacimiento dentro del
marco histórico- geográfico, político y religioso de su tiempo; su humanidad; su divinidad y
1
Ex Corde Eclesiae, n. 13.
4
la fundación de la Iglesia como obra continuadora de su misión. Este dossier es, por tanto,
un resumen elaborado desde distintas fuentes y recopilación de documentos que nos servirá
como material de trabajo con los alumnos de Cristología a mi cargo en el presente año.
El autor
5
I UNIDAD
CONTEXTO HISTÓRICO DEL PUEBLO DE
JESÚS
4
Los asmoneos o hasmoneos (en hebreo Hashmonayim) fueron los sucesores directos de los macabeos que lograron
establecer un poderoso reino en lo que hoy es Israel, en contraste con las expansiones del Imperio seléucida. Con los
asmoneos, las fronteras del reino judío llegaron casi a las dimensiones de los remotos tiempos de David y Salomón.
Aunque descendían directamente de los macabeos («Juan Hircano I era hijo de Simón, el último de los Macabeos»2 ),
lo cierto es que tuvieron grandes diferencias en sus acciones, los ideales que los movían y sus aspiraciones políticas. Su
apogeo duró el doble del de sus inmediatos ancestros, desde el 134 a. C. hasta el advenimiento del Imperio
romano en Israelen el 63 a. C.
5
Los Macabeos (en hebreo: Makabim) constituyeron un movimiento judío de liberación, que luchó y consiguió la
independencia de Antíoco IV Epífanes, rey de la helénica dinastía seléucida, sucedido por su hijo Antíoco V Eupátor.
Los macabeos fundaron la dinastía real asmonea, proclamando la independencia judía en la Tierra de Israel durante un
siglo, desde el 164 al 63 a. C.
6
Los romanos habían sido durante años sorprendentemente tolerantes con las costumbres judías. Las cosas empezaron a cambiar a
partir del momento en que los romanos conquistaron Judea en el año 63 aC. La ocupación provocó protestas en las comunidades
judías de todas las ciudades del imperio llegando a convertirse en una feroz oposición contra los opresores extranjeros. Para vencer
esa oposición los romanos se enfrentaron y persiguieron a los más duros activistas antiromanos y como es natural de los diversos
grupos religiosos judíos surgieron sectas cada vez más radicales.
7
Se denomina helenización a la irrupción de la cultura y costumbres griegas en el pueblo de Israel. “Heleno” significa
“griego”.
7
en su mayoría siguió manteniendo su propio género de vida, pegados a sus costumbres
tradicionales.
La helenización de la región de Judea fue más lenta. Jerusalén, al principio, fue respetada,
pero de modo muy gradual, también fue transformando su fisonomía de acuerdo con las
tendencias del momento. La situación social y política distaba mucho de ser pacífica. Tras la
muerte de Alejandro Magno, todo el Próximo Oriente quedó envuelto en las luchas por el
poder sobre las distintas regiones entre sus generales y los sucesores de estos. Palestina no
quedó al margen de esas luchas.
Los profundos y rápidos cambios culturales y sociales que se estaban produciendo desde que
Palestina había entrado en la órbita del mundo helenístico generaron fuertes tensiones
internas en el pueblo. La situación de Judá se fue agravando hasta que el seléucida Antíoco
IV Epífanes (175-164 a.c.) se hizo con el poder en Siria y el 167 a. c. envió una expedición de
castigo sobre Jerusalén donde profanó el templo. El sufrimiento (2M 6,18-7,42) que se
empezó a vivir movió a los macabeos8 (Matatías, sacerdote, y sus cinco hijos) a levantarse en
armas y comenzaron una guerrilla cuyos éxitos harían que se incorporaran a su bando un
gran número de judíos descontentos con la situación llegando a originar una dinastía
llamada posteriormente los asmoneos, que después de convivir de alguna manera por la
conveniencia con los romanos fueron depuestos definitivamente.
8
Sobre este punto puedes dar un vistazo a los libros I-II de Macabeos en los que se narran los esfuerzos por mantener la
fidelidad a la Alianza evitando la idolatría y el influjo pagano.
8
manos de Herodes el Grande (37-4 a.c.) caracterizado por la consolidación del poder,
prosperidad y apogeo, por los problemas familiares y luchas de sucesión, pero también por
ser un gran criminal por ambiciones políticas.
A su muerte en su testamento se establecía una división del reino de Israel entre tres de sus
hijos. Arquelao fue nombrado etnarca de Judea, Samaria e Idumea. Herodes Antipas fue
tetrarca de Galilea y Perea. Filipo se hizo cargo de la administración de los territorios de
Gaulanítide y Traconítide.
Galilea
En Galilea sobreabundaba la población de
cultura helenista o griega. De una parte, toda
la región de la Decápolis a la que pertenecían
las ciudades de Hipos y Gadara. De otra, el
distrito de Fenicia, a orillas del mar, donde se
encontraba la ciudad de Ptolemaida y más al
norte Tiro y Sidón. Pero en medio de la
población helenística, asentada sobre todo en
las grandes ciudades, había también un buen
número de familias de origen israelita y
religión judía. Ellos formaban parte de las
zonas rurales, y la establecida en aldeas y
pueblos pequeños de campesinos, ganaderos
o pescadores. Entre esas poblaciones interesa prestar atención a dos que habrían de tener
una particular relevancia en la vida de Jesús: Nazaret y Cafarnaúm.
Nazaret
Era un puñado de pobres casas clavadas en unos promontorios de roca en la baja Galilea.
Allí vivían pocas familias judías que hablaban en arameo. La mayor parte de sus habitantes
se dedicaban a la agricultura y la ganadería, pero no faltaban algunos artesanos y obreros
que se desplazaban a diario a trabajar en las construcciones de la vecina Séforis.
Las excavaciones arqueológicas han sacado a la luz los fundamentos del antiguo Nazaret. En
las casas se aprovechaban las numerosas cuevas que presenta el terreno para acondicionar
en ellas, sin realizar grandes modificaciones, alguna bodega, silo o cisterna. El suelo se
aplanaba poco delante de la cueva, y ese recinto se cerraba con unas paredes elementales
para luego techarlo con una cubierta vegetal. Posiblemente las familias utilizarían el suelo de
esa habitación para dormir. La luz entraba por la puerta. Allí guardaban algunos útiles de
trabajo y pocos muebles. Gran parte de la vida de familia se hacía fuera, a la puerta de la
casa.
9
Cafarnaúm
En la orilla noroeste del lago de Genesaret se encontraba Cafarnaúm. No era una gran
ciudad, pero sí una de las poblaciones judías más importantes de la región por estar situada
en una zona fronteriza, junto al camino que unía Galilea con la tetrarquía de Filipo. Había en
ella servicio de aduanas, por lo que vivían allí un buen número de recaudadores de
impuestos, y contaba con una guarnición militar mandada por un centurión.
Judea
Judea es la región donde se encuentra la ciudad de Jerusalén y donde había una mayor
presencia de población. Región montañosa
cuyo paisaje, conforme se avanza hacia el
sur y hacia el oeste, es cada vez más reseco
hasta terminar en un desierto. En los ss. II y I
a.C., durante el gobierno de la dinastía
asmonea, hubo algunos esenios que se
retiraron a ese terreno desértico. Los
manuscritos encontrados en las cuevas de
Qumrán9, muchos de ellos contemporáneos
de Jesús, dan testimonio de que también
entonces el desierto era lugar de refugio. Al
final del s. I y comienzos del II d.c., ese
terreno abrupto acogió a los insurrectos de
las revueltas judías contra los romanos,
como lo muestran los hallazgos
arqueológicos de la zona, donde se han
encontrado papiros en hebreo, arameo, e
incluso griego y alguno en latín, junto con objetos de uso doméstico como odres, platos,
cucharas, ovillos y mantos de lana, sandalias o cestos.
Belén
Situada a 8 km al sur de Jerusalén. Ciudad pequeña dedicada a la crianza de ganado menor
y al cultivo de trigo y cebada. Quizá por su riqueza en la producción de cereales, recibió el
nombre de Bet-Léjem, palabra hebrea que significa «Casa del pan». Según una vieja tradición,
en esos campos había conocido Booz a Rut, la moabita, hacía muchos siglos. Su bisnieto, el
9
Los Manuscritos del Mar Muerto o Rollos de Qumrán (llamados así por hallarse los primeros rollos en una gruta
situada en Qumrán, a orillas del mar Muerto), son una colección de alrededor de 800 escritos de origen judío, escritos
en hebreo y arameo por integrantes de la congregación judía de los esenios, y encontrados en once grutas en los
escarpados alrededores del mar Muerto. Datan de los años 150 AC hasta 70 DC. Dentro de estos rollos se encontraron
el Evangelio de Tomas, el Evangelio de María Magdalena y el Evangelio de Barrabas entre otros.
10
rey David, nació en aquella aldea. Dice el evangelio de Lucas que María y José se dirigieron a
Belén, la ciudad de David, para empadronarse, donde nació Jesús (Lc 2, 4 -7).
Jericó
Jericó es una de las ciudades más antiguas del mundo. Fue poblada por primera vez hace
unos 8000 años. Enclavada en una zona donde no llueve casi nunca, pero que tiene cerca
unas fuentes de agua dulce que han permitido que crezca un oasis donde abundan las
palmeras cargadas de dátiles y muchos árboles frondosos, así como las rosas y toda clase de
flores. Es una ciudad dedicada a la agricultura y a la ganadería. Marco Antonio la había
donado como obsequio a Cleopatra, la reina de Egipto, para manifestarle su afecto. Herodes
había reforzado sus muros de defensa y había edificado un magnifico palacio de invierno y
varios edificios públicos.
Jerusalén
Al comienzo de la era cristiana Jerusalén era una gran ciudad, una de las más hermosas del
mundo. Nunca en su historia había tenido tanto esplendor como el que le proporcionó
Herodes el Grande. La remodelación de la Ciudad Santa, paralela a la ampliación y
enriquecimiento del templo, comenzó el año 20 a.C. y se prolongó hasta el 63 d.C. Por lo
tanto, cuando Jesús la visito, la ciudad todavía estaba en obras. Algunas las llegaría a ver
muy avanzadas, como el arreglo del templo, pero la mayoría ya estaban terminadas hacia el
año 30 d.C., es decir, la época en que Jesús predicaría a sus gentes y en la que sería clavado
en la cruz.
Teniendo en cuenta la extensión que se aprecia en los restos arqueológicos de esa época y la
densidad habitual de la población urbana en aquellos tiempos, se puede calcular que tendría
algo más de 100,000 habitantes estables, aunque podrían llegar a 300,000 en las grandes
concentraciones con motivo de las solemnidades pascuales.
La vida económica
La economía Palestinense, fuera de las ciudades más o menos helenizadas, con excepción
sobre todo de Jerusalén, se basaba en la agricultura y en la artesanía. Los productos
principales eran el grano, el aceite, la fruta, las hortalizas, la pesca y el ganado (cabras,
ovejas, principalmente). A orillas del mar de Galilea abundaba la pesca, la cual, junto con el
pan de trigo o de cebada, constituía la alimentación de las clases medias y pobres10.
Sociedad y familia
En la Palestina de los años 30 dominaba una minoría de ricos, constituidos por
terratenientes, grandes comerciantes, altos funcionarios y la aristocracia laical y sacerdotal
de Jerusalén. Los ricos vivían en ciudades helenizadas, sede del gobierno local y de la
administración romana. Una categoría intermedia era la constituida por trabajadores
autónomos, artesanos, pequeños propietarios, comerciantes, sacerdotes y levitas, fun-
cionarios y empleados de la administración civil. La categoría de los pobres la constituían los
trabajadores temporeros.
10
Cuando una multitud llevaba días siguiendo a Jesús y llegan a un despoblado, lo único que tenían para comer era pan
y pescado. (Milagro de la multiplicación de los panes y los peces: Cf. Mt 12, 13-21; Mc 6, 30-44; Lc 9, 10-17; y Jn 6, 1-
15)
11
La mujer no tenía relevancia social alguna. No se le enseñaba la ley, pues se suponía que era
incapaz de cumplirla. Asistía a la sinagoga separada de los hombres. No iba a la escuela. Ni el
propio marido saludaba a su mujer cuando la encontraba por la calle. Una mujer casada que
tuviera relaciones íntimas con un hombre soltero era considerada adúltera y apedreada,
mientras que un casado, en la misma situación, no lo era. No se tenía en cuenta el
testimonio de una mujer ni se la citaba a declarar en un juicio.
Propiamente hablando, un hombre de bien no podía tener amistad con la mujer. El jefe
incuestionable de la familia hebrea era el marido, y a él competía el derecho y el deber de
educar a los hijos. Ocho días después del nacimiento de un niño tenía lugar el rito de la
circuncisión11 por el que se le insertaba en la comunidad de los verdaderos israelitas. Por el
primogénito varón, el padre tenía que pagar una especie de rescate religioso. El niño judío
entraba bajo la obligación de la ley (bar mitzvá) a la edad de trece años.
Marco religioso
Jesús de Nazaret nació en una familia
israelita. Nació de madre judía, fue
circuncidado12 al octavo día y educado
en el judaísmo. Desde niño aprendió de
sus padres las costumbres tradicionales,
asistió con naturalidad a las sinagogas y
peregrinó al templo de Jerusalén para
las grandes fiestas religiosas. Interesa,
por tanto, acercarse al entorno del
judaísmo palestinense para conocer el
ambiente de creencias, tradiciones y
prácticas religiosas en el que creció y
desarrolló su actividad.
11
La circuncisión se cita en numerosas ocasiones en el Antiguo Testamento. Abraham y su familia fueron los primeros
circuncidados, a partir de que Dios se apareciera a Abraham y le indicara las condiciones de su alianza con el pueblo
judío (Génesis, 17): "He aquí mi pacto contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos, de los que saldrán reyes.
Tú, de tu parte y tu descendencia, circuncidad a todo varón, circuncidad la carne de vuestro prepucio y ésa será la
señal de mi pacto entre mí y vosotros. A los ocho días de edad será circuncidado todo varón entre vosotros, de
generación en generación, tanto el nacido en casa como el comprado por dinero a cualquier extranjero que no sea de
tu linaje". A los 99 años, Abraham se circuncidó, impuso la práctica a su primogénito Ismael, así como a todos los
hombres y niños de su casa. Repetirá la operación en su hijo pequeño Isaac a los ocho días de su nacimiento. En el
Nuevo Testamento, sólo uno de los cuatro evangelistas nombra de forma clara la circuncisión de Cristo. Se trata de
Lucas (2, 21) "Cuando se hubieron cumplido los ocho días para circuncidar al niño, le dieron el nombre de Jesús,
impuesto por el ángel antes de ser concebido en el seno".
12
La circuncisión consiste en cortar el prepucio del varón y se realizaba a los ocho días de nacido, como señal de
pertenencia a la raza de Abraham, de inserción al pueblo de Israel y de compromiso con la Alianza hecha con Dios.
13
Lo conformaban los cinco primeros libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.
12
1.1.1. Las sinagogas
Eran lugares donde los judíos recibían
instrucción o escuchaban la lectura de
los libros sagrados. En tiempo de Jesús
había numerosas sinagogas tanto en
Palestina como en las ciudades del
Imperio donde vivía una comunidad
judía. Allí se reunían, especialmente los
sábados y fiestas, para escuchar la
lectura de los textos proféticos y de la
Ley, y ser instruidos en su cumplimiento
mediante la predicación de los maestros
de la Ley.
El Sábado
Día santo, consagrado al Señor, en el que se conmemoraba la Alianza de Dios con Moisés en
el Sinaí y la misma creación. Su observancia esta prescrita en el Decálogo. Se festejaba con
gozo, y en él era obligado descansar de todo tipo de trabajos.
Purim
Se celebraba los días 14 y 15 del mes de Adar (febrero-marzo). Era precedida de un ayuno el
día 13. En ella se recordaba que Dios había librado a su pueblo cuando se encontraba en
situaciones muy difíciles. Para actualizar esa enseñanza se leía en las sinagogas el libro de
Ester, que narra la liberación de los judíos que vivían en Persia de las manos de su enemigo
13
Amán, ministro del rey Asuero, gracias a Ester y Mardoqueo. El nombre de la fiesta responde
al modo en que Amán había establecido el día de la matanza de los judíos: lo había echado a
suertes entre varios meses. La palabra hebrea purim significa precisamente «suertes». Esta
fiesta era la menos religiosa y no parece que tuviera especial relevancia en la Palestina del
NT.
Dedicación (Hanukká)
Se conmemoraba el día en que Judas Macabeo purificó el templo de Jerusalén, que había
sido profanado tres años antes (en el 167 a.C.) por Antíoco IV Epífanes. El mismo Judas
estableció que todos los años, el 25 del mes de kislew (en torno a diciembre), se celebraran el
recuerdo del gran acontecimiento. En tiempos de Jesús se le daba también el nombre griego
de fiesta de las Encenias (enkainia, inauguración). Ese día se ofrecían sacrificios en el templo
y se organizaban procesiones en las que se cantaban himnos y salmos. Se encendían muchas
luces para iluminar el templo, las sinagogas y las casas, por lo que fue llamada también
«fiesta de las luces».
Pascua (Pesaj)
La Pascua (Pesaj), que se celebraba junto con la fiesta de los Ácimos, era la primera de las
grandes fiestas anuales. En la Pascua se revivía la antigua tradición acerca de la salvación del
pueblo de Israel, cautivo en Egipto, cuando el ángel exterminador pasó de largo ante las
casas de los hebreos e hirió mortalmente solo a los primogénitos de los egipcios mientras
respetaba las de los israelitas. Se celebraba el 14 de nisan (marzo-abril), es decir, el día del
primer plenilunio de primavera. Los israelitas viajaban a Jerusalén para la celebración en el
templo. La fiesta de los Ácimos, se festejaba junto con la pascua, se caracterizaba por la
consagración a Dios de la nueva cosecha del año.
14
Pentecostés (Shebuot)
La fiesta de las Semanas (Shebuot), o de Pentecostés, se celebraba siete semanas después de
la fiesta de los Ácimos y tenía por objeto dar gracias a Dios por la terminación de la cosecha
de cereales (trigo, centeno y cebada). Poco antes de la época en la que vivió Jesús, esta
solemnidad se había convertido en el memorial de la renovación de la Alianza del Sinaí. Se
recordaba con alegría el don de la Ley y se renovaba el compromiso que supone la Alianza.
El ambiente de Pentecostés era festivo y alegre. En todos los rincones de la ciudad se
organizaban bulliciosos banquetes sagrados en los que tomaba parte toda la familia, con
amigos y huéspedes.
Tabernáculos (Sukkot)
La fiesta de los Tabernáculos (Sukkot) era la tercera de las grandes solemnidades del año.
Todos los varones israelitas debían presentarse en el templo de Jerusalén, también en estas
jornadas, para celebrar que habían terminado felizmente la recolección de todos los
productos agrícolas. La fiesta tenía lugar del 15 al 22 del mes de tishre (septiembre-octubre),
en las primeras semanas del otoño. Eran días de regocijo de acción de gracias por los frutos
de la tierra que Dios había dado al pueblo de Israel.
El nombre de esta solemnidad tiene su origen en los tabernáculos, tiendas, cabañas o chozas,
que los israelitas acostumbraban a levantar en los campos y en las villas para habitar en ellas
durante la temporada de recolección. Con el paso del tiempo se dio a este hecho una signifi-
cación histórica y religiosa: las tiendas conmemoraban los años en los que los hebreos
habitaron como nómadas durante su peregrinación por el desierto. A lo largo de los siete
días que duraba la fiesta los israelitas solían vivir acampados.
Como hemos visto, todas estas fiestas fueron celebradas con mucha devoción y alegría por
todos los israelitas y por tanto por Jesús y sus apóstoles. El sentido de este repaso es
conocerlas para entender mucho más las acciones que Jesús realizará o el significado que
tienen en relación con el Sacrificio de Jesús en la Cruz.
La dinastía asmonea cometió el error de unir en una sola persona las funciones del rey y del
sumo sacerdote. Esto generó la reacción de gente piadosa llamada jasidim; éstos
consideraban que se había traicionado a Dios porque la salvación definitiva que se
aguardaba no debía venir de las decisiones del poder político, sino de una intervención
salvadora de Dios. En ese ambiente fueron surgiendo en el judaísmo en el curso del s. I a.C.
diversos grupos religiosos:
Los Saduceos
El nombre de saduceos derive posiblemente de Sadoc, sacerdote de gran importancia en
tiempo de David, y que da nombre al linaje sacerdotal de los sadoquitas.
15
En efecto, los saduceos eran en cierto modo los continuadores de la línea seguida por los
asmoneos. Personas de la alta sociedad, miembros de familias sacerdotales, cultos, ricos,
aristócratas. De entre ellos habían salido desde el inicio de la ocupación romana los sumos
sacerdotes que, en ese momento, eran los representantes judíos ante el poder imperial.
Habían tenido algunas dificultades en tiempos de Herodes el Grande, pero su poder se fue
haciendo mayor con los gobernadores que lo siguieron al frente de Judea.
Estaban convencidos de que Israel era un pueblo santo, pero pensaban que esa santidad
estaba garantizada por los sacrificios que se ofrecían en el templo, entre los que se contaban
los oportunos para expiar los pecados del pueblo y de la nación, sin que hiciera falta nada
más. Hacían una interpretación muy sobria de la Toráh, sin caer en las numerosas cuestiones
casuísticas de los fariseos, y por tanto subestimando lo que aquellos consideraban Toráh
oral, es decir, las tradiciones recibidas de los maestros anteriores. A diferencia de los fariseos,
no creían en la pervivencia después de la muerte, ni compartían sus esperanzas
escatológicas.
Los Fariseos
Otro de los grupos que surgieron en el judaísmo a partir de los jasidim, que se oponían a la
usurpación asmonea de la realeza y el sacerdocio, fue el de los fariseos. Su nombre, en
hebreo perushim, significa «los segregados». Dedicaban su mayor atención a las cuestiones
relativas a la observancia de las leyes de pureza ritual incluso fuera del templo. Las normas
de pureza sacerdotal, establecidas para el culto, pasaron para ellos a marcar un ideal de vida
en todas las acciones de la vida cotidiana, que quedaba así ritualizada y sacralizada.
Para los fariseos, la Ley estaba llamada a regir todas las acciones humanas, por lo que pasó a
tener un lugar de preeminencia por encima del culto. A la vez, junto a la Ley, acogían con
reverencia los escritos de los Profetas, así como los Salmos, libros sapienciales y demás
escritos bíblicos. Flavio Josefo atestigua la fe de los fariseos en la pervivencia del hombre
después de la muerte y en un juicio en el que cada uno sería retribuido conforme a lo que
merecieran sus obras. Habían ido desarrollando la idea de que había un tesoro en los cielos
donde se iban depositando las buenas acciones que cada uno realiza.
Los Escribas
En tiempos de Jesús, la mayoría de los escribas eran fariseos. Estos escribas o doctores de la
Ley eran expertos en la interpretación de las Sagradas Escrituras tanto en su dimensión
jurídica como religiosa. Había escuelas en las que los jóvenes que eran admitidos por el
maestro recibían una formación específica para esta tarea, que comúnmente ejercían de
modo complementario a otro oficio o profesión. Normalmente eran ellos quienes
explicaban los textos en las sinagogas durante las reuniones de los sábados.
Los Esenios
Uno de los grupos más estudiados en los últimos años ha sido el de los esenios. Tenemos
amplia información acerca de cómo vivían y cuáles eran sus creencias a través de Flavio
Josefo, y sobre todo de los documentos en papiro y pergamino encontrados en Qumrán. Los
escritos encontrados en esas cuevas describen con bastante detalle el género de vida de esos
hombres, independientemente del lugar en donde habitasen.
En cualquier caso, una característica específica de los esenios consistía en el rechazo del
culto que se hacía en el templo de Jerusalén, ya que era realizado por un sacerdocio que se
había envilecido desde la época asmonea. En consecuencia, los esenios optaron por
segregarse de esas prácticas comunes con la idea de conservar y restaurar la santidad del
pueblo en un ámbito más reducido, el de su propia comunidad. La retirada de muchos de
ellos a zonas desérticas tiene como objeto excluir la contaminación que podría derivarse del
contacto con otras personas. La renuncia a mantener relaciones económicas o a aceptar
regalos no deriva de un ideal de pobreza, sino que es un modo de evitar contaminación con
el mundo exterior para salvaguardar la pureza ritual.
Los Zelotes
Para una parte de los fariseos la dimensión política desempeñaba una función decisiva en su
posicionamiento vital, y estaba ligada al empeño por la independencia nacional, pues
ningún poder ajeno podía imponerse sobre la soberanía del Señor en su pueblo. A éstos se
los conoce con el nombre de zelotes, que posiblemente se dieron ese nombre a sí mismos,
aludiendo a su celo por Dios y por el cumplimiento de la Ley.
El grupo de los zelotes comenzó a cobrar protagonismo histórico con motivo del alzamiento
promovido por Judas, un hombre de la región de Gaulanítide, al que se suele llamar Judas el
Galileo, para hacer frente a un censo promovido por los romanos en Judea. El motivo de la
rebelión era que Israel no podía ser esclavizado por un poder pagano, ya que tiene al Señor
como rey.
Aunque pensaban que la salvación la concede Dios, estaban convencidos de que el Señor
contaba con la colaboración humana para traer esa salvación y había que emplear la fuerza.
Esa colaboración se movía primero en un ámbito puramente religioso, en el celo por el
cumplimiento estricto de la Ley, pero consideraban que también había de manifestarse en el
ámbito militar, por lo que no podía rehusarse el empleo de la violencia cuando ésta fuera
necesaria para vencer, ni había que tener miedo a perder la vida en combate, pues era como
un martirio para santificar el nombre del Señor.
Los Samaritanos
Los habitantes de Samaria habían tenido frecuentes conflictos con las autoridades religiosas
de Jerusalén desde la reconstrucción del templo en el s. V a. c. durante el periodo de
dominación persa. Las gentes que en esos momentos vivían en Samaria quisieron participar
17
en la reconstrucción, pero no les fue permitido, ya que en su inmensa mayoría no eran
reconocidos como israelitas. El motivo es que cuando las tropas asirias habían conquistado
Israel, los miembros de las tribus israelitas que habitaban en el antiguo reino del norte
habían sido exiliados a otros lugares. Su territorio, una vez sometido y despojado de su
población autóctona, había sido repoblado con gentes de muy diversas procedencias.
Aunque con el tiempo los descendientes de la población extranjera que fue deportada a esas
tierras habían adoptado la religión local y daban culto al Señor, no eran considerados como
hijos de Israel. El rechazo por parte del judaísmo oficial había llevado a los samaritanos a
encerrarse en sí mismos y a desarrollar unas costumbres peculiares. Tenían un sacerdocio
propio, distinto al del templo de Jerusalén, que ejercía funciones de culto al aire libre, o en el
santuario que se habían construido en el monte Garizim. Sólo aceptaban el Pentateuco con
algunas variaciones.
En tiempo de Jesús vivían en las aldeas de Samaria, región que estaba muy helenizada y en
la que había grandes ciudades y numerosa población helenista. Eran menospreciados por los
judíos, y ellos correspondían a su vez con desprecio hacia los que pasaban por su territorio
con intención de dirigirse a Jerusalén.
«Los cristianos, a los que pertenece un gran número de gentes de toda condición, edad y
sexo, se reúnen un día determinado [el domingo] antes de salir el sol, tributan a Cristo
adoración cultual como a un Dios,... y participan en una comida inocente»14.
14
Cfr. Epist. 10,96 s.
18
El historiador Tácito (54-119), para escribir los Anales de Roma, hacia el año 116, se sirve de
las Actas del Imperio, es decir, los archivos oficiales. Al comentar el incendio de Roma
provocado por Nerón el año 64, afirma que el fundador de los cristianos, «Cristo, fue
ajusticiado, bajo el mandato de Tiberio, por el procurador Poncio Pilato»15. Esta referencia
breve y concreta afirma la muerte de Cristo a manos de las autoridades romanas de entonces.
Escribe así:
“…Sin embargo, ni por industria humana, ni por larguezas del emperador, ni por
sacrificios a los dioses, se lograba alejar la mala fama de que el incendio había sido
mandado. Así pues, con el fin de extirpar el rumor, Nerón se inventó unos culpables, y
ejecutó con refinadísimos tormentos a los que, aborrecidos por sus infamias, llamaba el
vulgo cristiano. El autor de este nombre, Cristo, fue mandado ejecutar con el último
suplicio por el procurador Poncio Pilatos durante el Imperio de Tiberio y reprimida, por
de pronto, la perniciosa superstición, irrumpió de nuevo no sólo por Judea, origen de este
mal, sino por la urbe misma, a donde confluye y se celebra cuanto de atroz y vergonzoso
hay por dondequiera. Así pues, se empezó por detener a los que confesaban su fe; luego
por las indicaciones que éstos dieron, toda una ingente muchedumbre (multitudo ingens)
quedaron convictos, no tanto del crimen de incendio, cuanto de odio al género humano.
Su ejecución fue acompañada de escarnios, y así unos, cubiertos de pieles de animales,
eran desgarrados por los dientes de los perros; otros, clavados en cruces eran quemados al
caer el día a guisa de luminarias nocturnas. Para este espectáculo, Nerón había cedido sus
propios jardines y celebró unos juegos en el circo, mezclado en atuendo de auriga entre la
plebe o guiando él mismo su coche. De ahí que, aún castigando a culpables y merecedores
de los últimos suplicios, se les tenía lástima, pues se tenía la impresión de que no se los
eliminaba por motivo de pública utilidad, sino para satisfacer la crueldad de uno solo”16
El historiador Suetonio (75-160) también hace referencia a los cristianos y a Cristo al relatar,
hacia el año 120, la vida de los emperadores romanos. Habla de la persecución de los cristianos
por parte de Nerón17 y afirma que Claudio «expulsó de Roma a los judíos por los constantes
disturbios que provocaban a causa de un tal Cristo»18. Suetonio no supo distinguir entre la
religión cristiana y la judía; él se refiere a los hombres pertenecientes a una raza que, debido a
sus discusiones religiosas, fueron expulsados por Claudio. Esta expulsión se menciona en el
libro de los Hch 18,2. Nos encontramos ante un caso en el que fuentes de origen diverso
afirman los mismos hechos, lo cual refuerza el testimonio histórico.
El historiador Flavio Josefo, que vivía en Roma, escribió «La guerra de los judíos» (75-79 d.C.)
y «Antigüedades judaicas» (93-94 d.C.). En esta última afirma la existencia histórica de Jesús.
15
Cfr. Annales, XV, 44
16
Anales de Tacito, XV, 44: Actas de los Mártires, Edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC (Madrid; 1974) p. 223.
17
Cfr. Vita Neronis, XVI, 2
18
Cfr. Vita Claudii, XXV, 4
19
«En este tiempo vivió un tal Jesús, hombre sabio, si es permitido llamarle hombre, porque
realizaba obras prodigiosas. Enseñaba a las gentes que se mostraban dispuestas a recibir la
verdad. Se ganó a muchos de entre los judíos y también de entre los del mundo helenista.
Se pensaba que era el Cristo, pero, según el juicio de nuestros príncipes, no lo era. Por este
motivo, Pilato lo crucificó y le dio muerte de cruz. No obstante, sus seguidores no lo
abandonaron, pues se les apareció a los tres días otra vez vivo, según lo habían predicho
los profetas, y así otras muchas maravillas sobre él. Todavía hoy, no se ha extinguido el
grupo de los cristianos, llamados así por el nombre de su fundador» (18,3,3).
El primero que cita este texto es el historiador Eusebio de Cesarea 19, s. IV. Algunos
autores han puesto en duda la autenticidad del texto citado, debido a las afirmaciones
de carácter cristiano. Es posible que algunas frases hayan sido escritas por copistas
cristianos; pero esta hipótesis no disminuye en nada la autoridad del testimonio de
Josefo sobre la existencia de Jesús de Nazaret. El testimonio anterior viene confirmado
por la mención que hace Josefo de «Santiago, el hermano de aquel Jesús, llamado el
Cristo» (20,9,1), a quien Anás en el año 62 condenó a ser apedreado por confesar a Jesús
como Cristo.
El Talmud (ss. I-V), libro religioso judío, admite la existencia histórica de Jesús y su condena a
muerte por el Sanedrín: «En la víspera de la Pascua fue colgado [crucificado] Jesús por hereje».
Las pocas alusiones del Talmud a Jesús tienen una tendencia despectiva. Afirma que Jesús
sedujo y extravió al pueblo de Israel, que se burló de las palabras de los sabios y que interpretó
la Torá, es decir, la Ley o Pentateuco, como lo hacían los fariseos.
San Clemente Romano, tercer sucesor de San Pedro, conoció personalmente a San Pedro y San
Pablo en Roma. Escribió una Carta a la Iglesia de Corinto hacia el año 95, en nombre de la
Iglesia de Roma, en la que pide a los fieles que obedezcan a los presbíteros. Acerca de lo que
ahora nos interesa, entresacamos las siguientes frases, las cuales solo tienen sentido supuesta
la existencia histórica de Jesús:
«Los Apóstoles nos predicaron el Evangelio de parte del Señor Jesucristo; Jesucristo fue
enviado de parte de Dios... Los Apóstoles, después de haber sido plenamente instruidos,
con la seguridad que les daba la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, salieron...
Jesucristo dio su sangre por nosotros según el designio de Dios, dio su carne por nuestra
carne, y su vida por nuestras vidas» (42,1.3; 49,6)20.
19
Cfr. Eusebio: Historia Eclesiástica, I, 11.
20
Cfr. Padres Apostólicos, pp. 101-238
20
San Ignacio de Antioquía, segundo obispo de Antioquía, discípulo del Apóstol San Juan.
Durante su viaje de Siria a Roma, donde seria martirizado hacia el año 107, escribió cartas a
algunas iglesias por las que había de pasar. El texto que recogemos es de la Carta a los
Tralianos; en su alusión a los «docetistas» afirma claramente la existencia histórica de Jesús:
«Jesucristo es del linaje de David e hijo de María; nació verdaderamente, comió y bebió,
fue verdaderamente perseguido por Poncio Pilato, verdaderamente crucificado, y murió a
la vista de todos... El mismo resucitó verdaderamente de entre los muertos, siendo
resucitado por su propio Padre. Y de manera semejante, a nosotros, los que hemos creído
en El, nos resucitará su Padre en Cristo Jesús, fuera del cual no tenemos vida verdadera.
Pero si, como dicen algunos hombres sin Dios, mejor dicho, sin fe, solamente padeció en
apariencia –ellos sí que son apariencia–, ¿por qué estoy encadenado? ¿Por qué anhelo
luchar contra las fieras? Vana seria mi muerte y falso mi testimonio acerca del Señor»21.
Cuadrato presentó una Apología al emperador Adriano hacia los años 123 ó 124. En ella
atestigua que algunas personas curadas o resucitadas por Jesús sobrevivieron «no solo
mientras el Salvador vivía aquí abajo, sino aun después de su muerte, de suerte que algunos de
ellos han llegado hasta nuestros días»22.
Arístides de Atenas escribió una Apología dirigida al emperador Adriano (117-138), o tal vez
a su sucesor, Antonino Pio (138-161), hacia la mitad del s.II. Dice así:
«Los cristianos toman su linaje del Señor Jesucristo. Este es confesado como Hijo del Dios
Altísimo, descendido del cielo por medio del Espíritu Santo, para la salvación de los
hombres. Y engendrado de una Virgen Santa, sin fecundación ni perdida de la virginidad,
tomo carne y se mostró a los hombres, con el fin de apartarlos del error del politeísmo. Y
una vez cumplido su maravilloso designio, gusto de la muerte de cruz por su libre
voluntad, según un grandioso designio. Y después de tres días volvió a la vida y subió a los
cielos»23.
21
Cfr. Ibidem, pp. 375-630
22
Cfr. Eusebio de Cesaréa: Historia Eclesiástica, 4,3, 1-2; Cfr. Quasten: Patrología (vol. 1), p.191
23
Cfr. Padres Apologetas Griegos, pp. 105-151
24
Cfr. Ibidem, pp. 155-548
21
Luciano de Samosata († 167), escritor griego, en su dialogo “Sobre la muerte del peregrino”
presenta a Jesús como un vulgar estafador, habla de su muerte y se burla de la caridad de los
cristianos y de su fe en la inmortalidad.
Celso († 180), filósofo pagano, fue el impugnador más temible de los primeros siglos. En su
obra Discurso verdadero admite la existencia histórica de Jesús. Dice de Jesús que no desciende
de David, ni es Dios, ni se refieren a él las profecías, ni fue concebido virginalmente; afirma que
fue mago y que no resucitó. Y amonesta que la actitud de los cristianos es peligrosa para la
sociedad25.
4. Los evangelios
Los evangelios son la fuente más importante sobre la historicidad de Jesucristo. Se
entiende por «historicidad» o «valor histórico» de los Evangelios la corres pondencia o
adecuación de las narraciones contenidas en estos libros con la realidad de los hechos y
de las enseñanzas de Jesús.
Para los cristianos la fuerza principal del valor histórico de los Evangelios radica en que
son escritos inspirados por Dios: al tener a Dios mismo como autor principal, la historia
que contienen los Evangelios es historia verídica, porque Dios no puede engañarse ni
engañarnos. Por esta razón, la Iglesia siempre ha mantenido que los cuatro Evangelios
de Jesucristo son libros históricos, pues consta que «transmiten con fidelidad lo que
Jesús, el Hijo de Dios, mientras vivía entre los hombres, hizo y enseñó realmente, para la
salvación de ellos, hasta el día en que ascendió al cielo» 26.
Los autores de los Estudia las razones por las que los Evangelios se atribuyen a Mateo,
Evangelios Marcos, Lucas y Juan.
Historia del texto Comprueba la fiabilidad de las copias manuscritas de los Evangelios
Veracidad histórica Comprueba que los Evangelios narren hechos sucedidos realmente
25
Cfr. Quasten: Patrología (vol.1), pp. 187, 366-370
26
Cfr. DV 19
22
La «veracidad histórica»: la comprobación de que tales documentos narran
hechos sucedidos realmente.
Los autores
Consta que los autores de los Evangelios son dos Apóstoles -Mateo y Juan- y dos discípulos de los
Apóstoles –Marcos y Lucas–; a éstos desde antiguo se les llama «varones apostólicos».
El estudio de los autores viene exigido porque los manuscritos más antiguos de los Evangelios no
expresan quién es el autor de cada uno de los cuatro libros. Este mismo hecho ya es una prueba de
antigüedad de tales libros, pues refleja la costumbre vigente en la época en que fueron escritos los
Evangelios. Además, consta históricamente que los primeros cristianos siempre atribuyeron los
cuatro Evangelios a cuatro personas muy conocidas en el ámbito cristiano.
Mateo y Juan fueron Apóstoles de Jesucristo; es decir, testigos oculares o directos de la vida y
de las enseñanzas de Jesús (Mt 10, 1-4).
Marcos y Lucas no fueron Apóstoles, sino discípulos de algunos de ellos: Marcos era hijo de
María, una de las primeras mujeres que ayudaron a Jesús y a los Doce (Hch 12,12), primo de
Bernabé (Col 4,10) y discípulo de Pedro (1P 5,13) y de Pablo. Lucas, de origen pagano, fue
compañero de Pablo en su segundo (Hch 16, 10s.) y tercer viaje (Hch 20,5s.), así como las dos
veces que estuvo preso en Roma (Hch 27,1s.). La atribución de los documentos escritos a
estos cuatro autores tiene a su favor numerosos testimonios antiguos, así como el análisis
interno de los propios textos evangélicos.
Marcos: escribe la predicación de Pedro a los cristianos de Roma, que habían sido gentiles.
Refleja el ambiente romano, explica ritos y costumbres judaicas desconocidas por los
gentiles, y trata de modo singular la figura de Pedro.
Lucas: expresa la predicación de Pablo a los gentiles de Asia Menor y de Grecia. Tiene el
mismo estilo que el libro de los Hechos de los Apóstoles, es como la primera parte de una
obra única recogida en dos volúmenes.
Juan: afirma que el autor de este libro es «el discípulo amado» (Jn 21, 20-24), es decir, el
apóstol Juan; recoge su propia predicación y la reflexión teológica dirigida a los cristianos del
Asia Menor. Explica términos e instituciones judaicas; describe la geografía de Palestina27.
Consta históricamente que los Evangelios recogen y transmiten la predicación de los Apóstoles. Los
testimonios históricos que acabamos de mencionar, además de confirmar el nombre de los autores
de los Evangelios, manifiestan que los Evangelios transmiten lo que los Apóstoles predicaron por
mandato de Jesús: «Vayan al mundo entero y prediquen el Evangelio a toda criatura. El que crea y
sea bautizado, se salvará» (Mc 16,15). El evangelista Juan expresa en estos términos el motivo por el
27
Cfr. A. García-Moreno: Autenticidad e historicidad del IV Evangelio. ScTh XXIII (1991/1) 13-67
23
que fueron escritos los Evangelios: «Fueron escritos para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de
Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre» (Jn 20, 31).
24
2. El análisis crítico de los textos: Los historiadores suelen exigir las siguientes condiciones:
Que los autores de los escritos sean sinceros, es decir, que quieran lealmente decir la verdad
(Los propios evangelistas manifiestan que su intención es narrar sinceramente la verdad de
los hechos ocurridos y la verdad de las enseñanzas de Jesús Hch 1, 21).
Que estén bien informados sobre los hechos que narran (Mateo y Juan fueron testigos
directos de la vida y de las enseñanzas de Jesús; Marcos y Lucas fueron discípulos de los
Apóstoles y orientaron sus vidas a la difusión del mensaje evangélico).
Que sean hombres normales y se muestren bien seguros de lo que han escrito. (no fueron
unos alucinados, ni estuvieron dominados por una imaginación exaltada, sino que se
mostraron muy seguros de lo que escribieron y dieron prueba de ello con su propia vida) El
estudio sobre los Evangelios añade otras pruebas: la aprobación social de los mismos, así
como la proximidad entre los escritos y los hechos narrados, sin olvidar que, para los
católicos, el argumento principal es la verdad de fe de la inspiración divina de toda la
Sagrada Escritura.
e. Criterio del estilo peculiar de Jesús: una vez conocido el estilo peculiar de Jesús por medio
de la aplicación de los criterios anteriores, el estilo personal de Jesús, tanto en sus dichos
25
como en sus hechos, suele considerarse por los autores como criterio de autenticidad
histórica; por ejemplo, en la parábola del hijo prodigo se dan la sencillez máxima y la
bondad inaudita que son propias de Jesús; aunque esta parábola solo se encuentra en el
Evangelio de Lucas, nadie ha puesto en duda nunca la autenticidad histórica de la misma.
En definitiva, estos modernos criterios de historicidad son nuevos argumentos que
fortalecen la doctrina tradicional de los científicos y de la Iglesia acerca de la historicidad de
los Evangelios.
4. Explicación de las variantes:
No obstante la convicción científica de veracidad, en los Evangelios encontramos los dichos
de Jesús expresados de modos diversos en las numerosísimas copias, lo que ha llevado a
algunos a dudar de la veracidad de los Evangelios; sin embargo, las variantes encontradas en
los Evangelios no suponen una falta de veracidad histórica, pues admiten explicaciones
satisfactorias. Las variantes encontradas en los Evangelios obedecen a los hechos y a las
explicaciones siguientes:
Los Apóstoles nunca pensaron escribir una biografía histórica de Jesús: sin embargo, se
tiene la certeza científica de que los Evangelios contienen la verdadera historia de Jesús,
pues transmiten lo que predicaron los Apóstoles sobre la Persona y la obra salvadora de
Jesús, el Señor.
Los Evangelios son historia predicada; es decir, contienen la predicación de los Apóstoles
orientada según las circunstancias y necesidades de sus oyentes.
En conclusión de lo dicho anteriormente podemos afirmar que los Evangelios son verdaderas fuentes
históricas para el conocimiento de Jesús.
Fecha de nacimiento:
La investigación moderna ha logrado con bastante exactitud determinar la cronología
de la vida de Jesús, en el marco de la Historia Universal. La actual datación cro nológica
se debe al monje romano Dionisio el Exiguo, quien en el 533 propuso medir el tiempo a
partir del nacimiento de Jesucristo, en sustitución del año de la fundación de Roma. Se
admite comúnmente que Dionisio cometió un error de cálculo, pues situó el nacimiento
de Jesús en el año 753 de la fundación de Roma y señaló el 754 como el primero de la
era cristiana; pero los datos más seguros indican que Jesús ya había nacido el año 750 de
la fundación de Roma.
Los expertos estiman que Jesús nació 5 ó 6 años antes de la era cristiana; en concreto, en
los años 748 ó 749 de la fundación de Roma. Esta conjetura se basa en la fecha de la
26
muerte de Herodes el Grande, que tuvo lugar en Jericó en la primavera del año 750 de la
fundación de Roma, según el testimonio de Flavio Josefo, estimado como cierto 28.
Según San Mateo, Jesús nació «en tiempos del rey Herodes» (Mt 2,1); por lo tanto, en el
año 750 Jesús ya había nacido. Los Magos que fueron a «adorar al Rey de los Judíos»
tuvieron la entrevista con Herodes cuando este aún residía en Jerusalén (Mt 2,2). Se sabe
que Herodes se ausentó de Jerusalén a causa de su enfermedad en el otoño del año
anterior a su muerte. También afirma San Mateo que Herodes «mandó matar a todos los
niños que había en Belén y toda su comarca, de dos años para abajo, con arreglo al
tiempo que cuidadosamente había averiguado de los Magos» (Mt 2,16).
Juan comenzó a predicar y bautizar «el año quince del reinado del emperador Tiberio»
(Lc 3,1), que corresponde al año 780 de Roma y al año 27 de la era cristiana. Jesús
tendría 32 años, que concuerda con la edad aproximada que le atribuye San Lucas:
«como unos treinta años» (Lc 3,23).
Muerte de Jesús: Se sabe con certeza que Jesús murió un viernes del mes hebreo de
Nisán, dentro del mes de abril de nuestro calendario: Mt 27,62; Mc 15,42; Lc 23,54 ; Jn
19,31. Sobre el año, lo más probable es que haya sido el año 30 de la era cristiana, que
corresponde al 783 de la fundación de Roma.
Con respecto al día del mes, lo más probable es que ocurriese el 14 o el 15 de Nisán, es
decir, el 7 u 8 de abril. El 14 de Nisán del año 30 cayó en viernes.
28
Cfr. Flavio Josefo, La guerra de los judíos, I, 33, 1.
27
II UNIDAD
LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS
Estos hechos de la infancia de Jesús son los primeros acontecimientos que resultan de la
misión del Hijo (Jesucristo) por parte del Padre, pues, «al llegar la plenitud de los tiempos,
29
Gaudium et spes, 22
30
M. González Gil, Cristo el misterio de Dios, p. 276
28
envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo
la Ley, para que recibiésemos la adopción» (Gal 4,4-5). La concepción de Jesús es el co-
mienzo de la misión visible del Hijo.
He aquí cómo narra San Mateo la concepción de Jesús: La generación de Jesucristo fue así:
Estando desposada su madre, María, con José, antes de que conviviesen, se encontró que
había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no
quería exponerla a la infamia, penco repudiarla en secreto (...) un ángel del Señor se le
apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo
que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo (...). Todo esto ha ocurrido para que
se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del profeta: He aquí que la virgen concebirá y
dará a luz un hijo, a quien llamarán Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros (Mt 1,18-23).
La Iglesia profesó desde el principio su fe en esta verdad, como lo testimonian los primitivos
Símbolos (credos) en sus diversas redacciones: «(Cristo) fue concebido del Espíritu Santo y de
María Virgen»31; o bien, «se encarnó por obra del Espíritu Santo de María Virgen, y se hizo
hombre»32. Más detalladamente aún, en la Carta Dogmática del Papa León I (a. 449), se afirma
que Jesús «fue concebido verdaderamente del Espíritu Santo, en las entrañas de la Virgen
Madre, que lo dio a luz permaneciendo intacta su virginidad, como con virginidad intacta lo
concibió»33. Hay que citar también la Constitución Cum quorumdam de Pablo IV (año 1555),
en la que se condena a quien afirme que Jesús, «no fue concebido por obra del Espíritu
31
Concilio de Letrán (31.X.649) (DS 503)
32
Concilio I de Constantinopla, Symbolum (DS 150)
33
S. León Magno, Ep. Lectis dilectionis tuae, 13.VI.449 (DS 291)
29
Santo en el seno de la Santísima y siempre virgen María, sino de José, como los demás
hombres»; y también se condena a quien niegue que María mantuvo su perfecta virginidad
«antes del parto, durante el parto y perpetuamente después del parto»34.
La Sagrada Escritura habla de la concepción virginal de Cristo, antes que nada como
privilegio de Cristo mismo; como algo muy coherente con su filiación al Padre. «Por esto –
dice el ángel a Santa María–, lo que nacerá santo, será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35). Por
otro lado, la virginidad es también privilegio de Santa María. «Todo el sentido teológico de la
Virgen María está aquí: el Verbo, al encarnarse por medio de ella, se ha convertido en
miembro de la humanidad real. En primer lugar, por ella ha conocido el origen natural del
ser humano (que forma parte también de la humanidad asumida); surgido por medio de ella
de la humanidad histórica (El, que venía de lo Alto) se ha insertado en la historia humana»35.
La Iglesia, al mismo tiempo que afirma la virginidad en la generación de Cristo, enseña con
igual fuerza que Santa María es verdaderamente Madre de Dios, (Theotókos). Y con explícita
precisión dice en el Credo que Jesucristo incarnatus ex de Maria Virginae, fue engendrado
verdaderamente por una virgen.
Sólo es indigno de Dios el pecado. Por esta razón, el Verbo pudo haber tomado sobre sí una
naturaleza humana concebida de modo natural, es decir, sin el milagro de la virginidad.
Pero una vez que la concepción, virginal fue el camino escogido por Dios para entrar en este
mundo, la teología ha señalado diversos motivos de conveniencia.
Entre otros, se señala que, desde un punto de vista cristológico, era sumamente conveniente
que Jesús, por ser Persona divina, no tuviese otro padre en la tierra36. Además, la concepción
virginal manifiesta con claridad admirable que Cristo es un don exclusivo de Dios Padre a la
humanidad y, en primer lugar, a Santa María.
Por último, hay que añadir que el modo milagroso de la concepción de la humanidad de
Cristo no resta nada a la verdad de su naturaleza humana. Como escribe San León Magno en
la citada Carta Dogmática del año 449, «no debe entenderse aquella generación admirable y
34
Pablo IV, Const. Cum quorumdam, 7.VIII.1555 (DS 1880)
35
J. H. Nicolas, Synthése dogmatique, Ed. Univesritaires Fribourg, Beauchesne, Paris 1986, 467
36
Cfr. Tertuliano, De carne Christi, 18; STh, III, q. 28, a.1
30
admirablemente singular como si por la novedad de la creación se hubiese quitado la
propiedad de la naturaleza»37.
Esta verdad está claramente, y de muchos modos, revelada en el Nuevo Testamento, donde
encontramos los relatos de la concepción de Jesús en el seno de una mujer, de su
nacimiento y desarrollo, de su vida de hombre adulto, de su predicación y de su muerte.
Cristo, además de comportarse como hombre, dice de sí mismo dirigiéndose a los judíos:
«Pero tratan de matarme a mí, hombre que les he dicho la verdad...» (Jn 8,40). También los
Apóstoles hablan de la humanidad de Cristo como de algo evidente; por ejemplo, San Pablo
dirá que «…uno solo es el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo-Jesús» (1Tim
2,5; cfr. Rom 5,15; 1Cor 15,21-22). Y dirá de Cristo que es «nacido de mujer, nacido bajo la
Ley» (Gal 4,4).
Sin embargo, pronto se manifestaron entre algunos cristianos ideas equivocadas sobre la
realidad de la naturaleza humana asumida por el Hijo de Dios, tanto en cuanto al cuerpo
como en cuanto al alma que serán vistas en un apartado independiente.
37
Cfr. San León Magno, Ep. Lectis dilectionis tuae (DS 292)
38
Cfr. Concilio Vaticano II, Decr. Ad gentes (AG), n. 3; Const. Gaudium et spes (GS), n. 22; Juan Pablo II, Enc. Redemptor
hominis, 4. III, 1979, n. 8
39
Recordar que el docetismo fue una herejía de los primeros siglos del cristianismo que sostenía que Jesús tenía un cuerpo
APARENTE, FALSO.
31
Esta espiritualidad humana se manifiesta también en el ejercicio de la virtud: obediencia al
Padre (cfr. Jn 5,30; 6,38 ss), humildad (cfr. Mt 11,29), etc.; y también en la oración (cfr. Mt
11,25-26; 14,23; Jn 11,41). Jesús mismo se refiere a su alma o espíritu humano: Mi alma está
triste hasta el punto de morir (Mt 26,38); Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc
23,46). Contra la doctrina de Apolinar combatieron diversos Padres de la Iglesia, es decir,
diferentes cristianos teólogos de los primeros siglos de la Iglesia, entre ellos destaca San
Gregorio de Nisa (335-395)40.
El Concilio Vaticano II (1962 – 1965) utiliza la siguiente expresión acuñada en esta época y
que fue argumento clave para defender la verdadera humanidad de nuestro Señor, su verda-
dera encarnación como una verdadera humanación: no fue sanado lo que no fue asumido41:
si Cristo no hubiera sido verdadero hombre –cuerpo y alma– como nosotros, no nos habría
redimido en el cuerpo y en el alma42.
El Magisterio de la Iglesia condenó las herejías contrarias a la realidad del cuerpo y del alma
de Jesús. En efecto, Arrio fue condenado por el primer Concilio ecuménico celebrado en
Nicea el año 325, mientras que la doctrina de Apolinar lo fue en el Concilio I de
Constantinopla (381), y más específicamente en el Concilio Romano del año 382. Después,
en el Concilio de Calcedonia (año 451), se afirmó que Jesús tiene alma racional y cuerpo. La
misma verdad sería reafirmada más tarde, ante el resurgir de las viejas herejías, por los
Concilios II de Lyón (1274) y Florentino (1442). Como se profesa en el Símbolo pseudo-
Atanasiano (probablemente del s. VI), «la fe recta consiste en creer y confesar que Nuestro
Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es al mismo tiempo Dios y hombre: es Dios engendrado de la
sustancia del Padre antes de todos los siglos, y es hombre nacido de la sustancia de la Madre
en el tiempo; perfecto Dios y perfecto hombre, subsistente de alma racional y carne
humana»43.
40
En su obra Adversus Apollinaristas ad Theophilum episcopum Alexandrinum y Antirheticus adversos Apollinarem refuta
paso a paso la obra herética de Apolinar Demostración de la encarnacion de Dios en la imagen de hombre , de forma que
los fragmentos que cita Gregorio son los únicos que se conservan de esta obra de Apolinar. Gregorio argumenta que lo que
no fue tomado no fue curado, y que el Buen Pastor, al tomar sobre sí la oveja –la naturaleza humana–, no tomó sólo su piel
–la carne–, sino también lo que le da vida y la hace realmente humana: el alma
41
Cfr. AG n. 3
42
San Gregorio Nacianceno, Epistola 101.
43
DS 76
32
Jesús, hombre de nuestra estirpe
Naciendo de María Virgen, Jesús es verdaderamente uno de nosotros, no sólo por tener un
cuerpo y un alma como la nuestra, sino también porque pertenece a nuestra familia
humana, a la descendencia de Adán, a través de Abraham, Isaac y Jacob y, con el correr de
las generaciones, también del linaje de David según la carne (Rom 1,3; cfr. Lc 1,27).
Considerando las dos genealogías de Cristo (cfr. Mt 1,1-17 y Lc 3,28-38), vemos que «mientras
la genealogía de Lucas indica la conexión de Jesús con la humanidad entera, la genealogía
de Mateo pone en evidencia su pertenencia a la estirpe de Abraham. Es en cuanto hijo de
Israel, pueblo elegido por Dios en la Antigua Alianza, al que directamente pertenece, como
Jesús de Nazaret es con pleno título miembro de la gran familia humana»44.
La fe cristiana no sólo confiesa que el Verbo se hizo carne (Jn 1,14), sino que es descendiente
de David (cfr. Lc 1,32; Hch 2,29-31), y nuevo Adán (cfr. Rom 5). Es decir, la doctrina de la fe
enseña no sólo que Jesucristo es perfecto hombre, sino además que es hombre de nuestra
raza, descendiente de Adán, que se ha insertado plenamente en nuestra historia, de tal forma
que ha tomado sobre sí, en cuanto nuevo Adán, a la humanidad entera. Como dice el
Concilio Vaticano II, «en realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del
Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir (cfr.
Rom 5,14), es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del
misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le
descubre la sublimidad de su vocación (...). El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido
en cierto modo con todo hombre»45.
Esa estrecha unión que, en razón de la encarnación, existe entre Cristo y cada uno de los
hombres explica el modo en que es llevada a cabo nuestra redención. Cristo satisface por
nuestros pecados. Se pone aquí de relieve una misteriosa solidaridad entre los hombres y,
sobre todo, entre Cristo y cada uno de los hombres. Puesto que se hace solidario de nuestra
humanidad para redimirnos.
Al tomar sobre sí la naturaleza humana, el Hijo de Dios quiso asumir con ella las
características naturales de esta humanidad y, entre ellas, la pasibilidad (es decir, el
sufrimiento físico, la experiencia de las pasiones) y la mortalidad. Aunque, en nosotros, esas
44
Juan Pablo II, Discurso, 4.II.1987
45
Cfr. GS n. 22
33
características son consecuencias del pecado de Adán, en sí mismas son naturales, es decir,
derivadas de la constitución material-espiritual del hombre. En efecto, Adán fue constituido,
en un principio, libre de todo sufrimiento y de la muerte, en virtud de un don especial
recibido de Dios, don que perdió al pecar. En Cristo, que está absolutamente libre de pecado,
la capacidad de sufrir y morir no fueron, por tanto, una consecuencia del pecado, sino de la
naturaleza humana que quiso asumir, como descendiente de Adán, sin aquellos dones
especiales (preternaturales), para redimirnos a través de su Pasión y de su Muerte.
Como enseña San Pablo, por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la
muerte, pero donde abundó el delito, sobreabundó la gracia, de forma que por la justicia de
otro hombre, Jesucristo, llega a todos la justificación, pues así como, por la desobediencia de
uno, muchos fueron hechos pecadores, así también, por la obediencia de uno, muchos serán
hechos justos (cfr. Rom 5,12-20). Los variados y múltiples aspectos que la teología considera
en el misterio de la Redención han de ser considerados a la luz de la solidaridad del género
humano con Cristo y, sobre todo, de Cristo con el género humano en razón de ser Él el
nuevo Adán.
En cuanto al aspecto físico de Jesús, los Evangelios no nos han legado indicación directa
alguna. Sin embargo, indirectamente poseemos datos de los que podemos deducir:
a) Su notable fortaleza física: su largo ayuno, las grandes distancias que recorrió, el rigor
de los sufrimientos de su Pasión, etc. No hay motivo para suponer que su humanidad
34
fuese vigorizada por la divinidad por encima de las fuerzas naturales, aunque esto
tampoco se puede excluir de manera absoluta.
b) Algunos Padres de la Iglesia, inspirándose en el Salmo 44,3 (Tú eres el más hermoso
entre los hijos de Adán), pensaban que Jesús, perfecto hombre, es también perfecto
físicamente. Esta interpretación parece, sin duda, exacta, ya sea porque conviene
perfectamente a la calidad de Cristo como nuevo Adán, cabeza de la humanidad
renovada (y el cuerpo es parte esencial del hombre), ya sea porque es concorde con
la suma dignidad del Hijo de Dios.
46
J. Daniélou, Cristo e noi, Ed. Paoline, Alba, 3ra. Ed. 1968, 43.
35
romper la magnífica armonía de su personalidad, se manifiesta también en sus sentimientos,
que son fuertes, profundos y visibles a todos: Jesús llora por Lázaro y por Jerusalén; se
conmueve bastantes veces, y muestra con naturalidad su tristeza, su alegría, su compasión,
su cercanía al débil, su capacidad de amistad y de sufrimiento.
2. La divinidad de Jesús
En el mundo actual caracterizado por el progreso de las ciencias, de la técnica y del
bienestar material, con frecuencia el hombre se hace estas dos preguntas: ¿Aporta algo
Jesucristo al hombre de hoy? ¿Qué posibilidad tiene el hombre actual de encontrar a Jesús y
conocer la verdad entera sobre su persona y su obra?
Vemos que la pregunta que hiciera Jesús a sus discípulos en Cesarea de Filipo sigue siendo
muy actual e interpela a los hombres de hoy con la misma fuerza de ayer: «Y ustedes, ¿quién
dicen que soy yo?» (Mt 16,15).
En ese diálogo con Jesús, al hombre de nuestro tiempo se le presentan algunas dificultades
para aceptar la verdad sobre Jesús: se ha hablado del fenómeno de cansancio y de vejez, que
se manifiesta en la falta de esperanza que tienen muchos hombres por alcanzar la verdad y
por encontrar lo que da sentido a la vida. Frente a esas actitudes de cansancio, se levanta
vigorosa la figura de Jesús, que dice a Pilato: «Todo el que es de la verdad escucha mi voz» (Jn
18,37). Y en otra ocasión afirma: «Yo soy la verdad y la vida» (Jn 14,6). Toda la vida de Jesús
36
aparece como un misterio que enriquece con bienes divinos la vida de los hombres47. Tiene
sentido escuchar a Jesús ante los bienes que ofrece:
Jesús se presenta como revelación del Dios vivo, es decir, Jesús ofrece a los hombres
el conocimiento del Dios verdadero, real y existente.
Jesús se presenta como el Verbo hecho carne, el Hijo de Dios hecho hombre. Esto
significa el acercamiento real de Dios a los hombres, con condescendencia divina,
con abajamiento de amor, para elevar al hombre a participar de la naturaleza divina
v alcanzar la vida eterna. En otras palabras, Jesús descubre lo que es el hombre al
propio hombre y trae la comunión amorosa y plena del hombre con Dios, pues
«Cristo se ha unido a todo hombre»48.
Jesús se presenta como el Salvador de los hombres: «El que crea y sea bautizado, se
salvará; pero el que no crea, se condenará» (Mc 16,16).
47
Cfr. CatIglCat, nn. 514-521
48
Cfr. Juan Pablo II: Redemptor hominis, n.13
37
Dios Padre revela la divinidad de Jesús
En los Evangelios sinópticos encontramos que la fe de los Apóstoles en la filiación divina de
Jesús se formó de un modo notable por el testimonio del mismo Padre, que revela en Jesús a
su Hijo, en sentido estricto y pleno, en las escenas del Bautismo en el Jordán y en la
Transfiguración.
49
Cfr. Comisión Teológica Internacional: La conciencia que Jesús tenía de sí mismo y de su misión, p.12
38
Los pasajes evangélicos más significativos son los siguientes:
a. Al regreso de los 72 discípulos, dice Jesús: «Todo me ha sido entregado por mi Padre;
y nadie conoce al Hijo sino el Padre; ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a
quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,25-27; Lc 10,21-24). Con estas palabras Jesús
da a conocer a sus discípulos que está unido al Padre con un vínculo único: «todo» lo
del Padre es del Hijo; y «todo» lo del Hijo es del Padre. En otras palabras, el Hijo es
igual al Padre, el Hijo es Dios como el Padre. También expresa que el Hijo revela al
Padre como Aquel que lo «conoce» y lo ha enviado como Hijo para «hablar» a los
hombres y «lo ha dado» para la salvación del mundo50.
50
Cfr. K. Adam: El Cristo de nuestra fe, pp. 201 y ss.
51
Cfr. Juan Pablo II: Dives in Misericordia, n.2 y ss.
39
en el anuncio de su pasión, muerte y resurrección: Mc 8,31-33;
en la conversión de Zaqueo: Lc 19,1-10;
en el diálogo con Nicodemo: Jn 3,1-21;
ante el tribunal de Caifás: Mc 14,53-64.
En el arameo de la época de Jesús, el título de «Hijo del Hombre» se había convertido para la
mayor parte de las gentes en una expresión que indicaba simplemente «hombre». Sin
embargo, esta figura bíblica indica el carácter divino del Mesías prometido: a pesar de su
apariencia humana, se trata de un ser eterno que procede de Dios, que tiene el poder de Dios
y a quien todos los pueblos sirven.
Jesús habla repetidas veces de la «elevación» del Hijo del Hombre, expresando también que
incluye la «humillación» de la cruz: «Cuando levanten en alto al Hijo del Hombre, entonces
conocerán que yo soy, y que no hago nada por mí mismo, sino que según me enseñó el
Padre, así hablo» (Jn 8,28). Jesús afirma que su «elevación» en la cruz constituirá su
glorificación. Al abandonar Judas el Cenáculo. Jesús dice: «Ahora ha sido glorificado el Hijo
del Hombre, y Dios ha sido glorificado en él» (Jn 13, 31).
Con estas expresiones, Jesús distingue su filiación divina natural, que es por generación
eterna del Padre, de la filiación divina de los hombres, que es por adopción. Jesús es el hijo
«único» o «unigénito», en sentido propio y esencial. No duda en afirmar: «Todo me ha sido
entregado por mi Padre» (Mt 11,27). A la vez, Jesús revela que los discípulos también
participan de un modo especial en la filiación divina, de la que el Apóstol Juan dirá en el
prólogo de su Evangelio: «A cuantos le recibieron, –es decir, a cuantos recibieron al Verbo
41
que se hizo carne–, Jesús les dio poder de llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1, 12). Por eso,
siguiendo su propia enseñanza, los cristianos rezan con toda razón y confianza filial «Padre
nuestro».
b. Jesús se presenta como el Salvador o Redentor de los hombres: Se sabe enviado para
«buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10). Jesús ha aceptado libremente la
voluntad del Padre: dar su vida para la salvación de los hombres; se sabe enviado por
52
Cfr. Comisión Teológica Internacional: ibid. p.13
53
Cfr. K. Adam: Jesucristo, pp. 145 y ss.
42
el Padre para servir y para dar su vida «por la muchedumbre» (Mc 14,24). La parábola
de los viñadores homicidas subraya el carácter sacrificial y redentor de este envío (Mc
12,1-12; Mt 21,33-46; Lc 20,9, 19).
d. Además, en discusión con los judíos, Jesús se identifica plenamente con la voluntad
del Padre: «He bajado del cielo no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad de
Aquel que me ha enviado» (Jn 6,38); las palabras de Jesús son las palabras de su Padre
(Jn 3,34; 12,49); sus obras son las obras del Padre (Jn 9,4); en consecuencia, puede
decir: «Quien me ha visto, ha visto al Padre» (Jn 14,9). Véase también: Jn 8,16.18; 7,28-
29; 5, 36; 4, 34.
54
Cfr. K. Adam: El Cristo de nuestra fe, pp. 166 y ss.
55
Cfr. Juan Pablo II: Dominum et Vivificantem, nn. 2-6
43
En la Encarnación: La existencia humana de Jesús es el resultado de una acción
del Espíritu Santo: «EI Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te
cubrirá con su sombra; por eso, el hijo engendrado será llamado Santo, Hijo de
Dios» (Lc 1,35).
En su vida pública: Jesús realiza su misión en la tierra en y por el Espíritu: En la
sinagoga de Nazaret, Jesús afirma que Él realiza la promesa de la Escritura por la
acción del Espíritu Santo: «Espíritu del Señor está sobre mí,...para evangelizar a los
pobres... y para anunciar la redención a los cautivos» (Lc 4,16-21; Mc 1,12; Mt
12,28).
A partir de su Resurrección y Ascensión, Jesús es glorificado como hombre y
manifiesta que es el Señor que envía soberanamente al Espíritu Santo, para elevar
a los hombres a la dignidad de hijos y llamarles a la santidad de vida.
b. Al atribuirse el nombre divino «Yo soy»: Esta preexistencia o eternidad del Hijo la
afirma Jesús de Sí mismo al aplicarse el nombre con el que Dios se da a conocer en el
Antiguo Testamento: «YO SOY» (Ex 3,14), significando que Dios es el Ser supremo en
sentido absoluto, pleno y eterno, que no depende de ningún otro ser:
En discusión con los judíos: «Yo soy de arriba... si no creen que yo soy, morirán en
sus pecados» (Jn 8,24); «Cuando levanten en alto al Hijo del Hombre, entonces
conocerán que yo soy, y que no hago nada por mí mismo, sino que según me
enseñó el Padre, así hablo» (Jn 8,28); «Antes que Abraham naciese, yo soy» (Jn 8,58).
La prueba de que sus oyentes entendieron que Jesús afirmaba de si mismo que era
Dios, como el Padre, es que muchos creyeron en Jesús, mientras que otros le
acusaron de blasfemia.
Al lavar los pies a los Apóstoles, enseña que su misión y la de sus discípulos es la
de servir; y anuncia de antemano la traición de Judas: «Se lo digo desde ahora,
antes de que suceda, para que cuando ocurra crean que yo soy» (Jn 13,19). Poco
después, les dice: «Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y me
voy al Padre» (Jn 16,28).
En el proceso ante el Sanedrín: Mc 14,61-62; Lc 22,70.50.
44
Jesús manifiesta su divinidad con sus “actitudes”
Jesús manifiesta la conciencia de su Divinidad con unas actitudes externas que están
perfectamente testimoniadas en los Evangelios. Se trata de unos hechos y de unas palabras,
de unos comportamientos, que van más allá de lo que Jesús afirma sobre sí mismo. Las
actitudes que manifiesta Jesús expresan que Jesús se siente investido de autoridad divina, de
una autoridad que sobrepasa con mucho la de los antiguos profetas y que, propiamente,
solo corresponde a Dios. Las actitudes que adopta Jesús sólo pueden ser entendidas desde su
Divinidad; en otro caso, resultarían grotescas y absurdas, lo que va en contra del testimonio
histórico sobre Jesús. Veamos alguna de estas actitudes:
Adopta esta actitud cuando habla del juicio final, atribuyéndose un poder que corresponde
sólo a Dios: «Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria y todos los ángeles con Él, se
sentará en su trono de gloria, y serán reunidas en su presencia todas las gentes, y separará a
unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos». Después de la convocatoria
y del desarrollo del juicio, Jesús habla de la sentencia; para unos, será aprobatoria: «Venid,
benditos de mi Padre, tomen posesión del reino preparado para ustedes desde la creación
del mundo»; para otros será condenatoria: «Apártense de mí, malditos, al fuego eterno,
preparado para el diablo y sus ángeles» (Mt 25,31-46).
También adopta la actitud de verdadero Dios, cuando se atribuye el poder divino de juzgar
las obras y las conciencias humanas de un modo definitivo y universal. El propio Jesús
explica por qué tiene este poder: «El Padre no juzga a nadie, sino que ha entregado al Hijo
todo su poder de juzgar, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no
honra al Hijo, no honra al Padre que lo ha enviado» (Jn 5, 22-23). Este poder divino está
vinculado a la facultad de dar la vida sobrenatural (Jn 5, 21.26-29), y a la misión de Cristo
como Salvador (Mt 16,27). Cristo juzgara a cada uno por el amor al prójimo (Mt 25,40), y por
la difusión de la fe entre los hombres (Lc 12,8; Lc 9,26).
45
b. Jesús se atribuye el poder de perdonar los pecados
El poder de perdonar los pecados pertenece sólo a Dios56. Si Jesús tiene el mismo poder que
el Padre, quiere decir que Él es Dios, conforme a lo que Él mismo había dicho: «Yo y el Padre
somos una sola cosa» (Jn 10,30). Este poder lo ejercita en su vida histórica y no solo en el
juicio final. Además, se atribuye el poder de confiar a los hombres el perdón de los pecados,
mediante el sacramento de la penitencia:
en la curación del paralítico: Mc 2, 1-12; Mt 9, 1-8; Lc 5, 17-26;
a la pecadora arrepentida en casa de Simón el fariseo: Lc 7, 36-50;
a la mujer sorprendida en adulterio: Jn 8, 1-11;
Cristo resucitado otorgó el poder de perdonar los pecados a los Apóstoles, y a sus
sucesores, para la salvación de los hombres: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes
perdonen los pecados, les serán perdonados» (Jn 20,22-23).
Se trata de la vida de la gracia: «Creen en Dios, crean también en mi» (Jn 14,1). En la Última
Cena, Jesús dice a los Apóstoles que va a prepararles un lugar en la casa del Padre. Felipe le
pide que les muestre al Padre; y Jesús responde de un modo inequívoco: «El que me ha visto
a mí, ha visto al Padre... Créanme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí; al menos, créanlo
por las obras» (Jn 14,9. 11). A este respecto, comenta Juan Pablo II: «La inteligencia humana
no puede rechazar esta declaración de Jesús, si no es partiendo ya a priori de un prejuicio
anti divino. A los que admiten al Padre, y más aún, lo buscan piadosamente, Jesús se
manifiesta a sí mismo y les dice: «Miren, el Padre está en mi»57. Entre otros, en los siguientes
pasajes Jesús pide que se crea en su Divinidad:
en el diálogo con Nicodemo: Jn 3, 15-21;
Jesús es el pan de vida para los que creen en Él: Jn 6,26-51;
Jesús es el agua viva: Jn 7, 37-39;
Jesús es la luz del mundo: Jn 8,12-20;
Jesús es la resurrección y la vida: Jn 11,17-27.
56
Cfr. Ocáriz-Mateo Seco-Riestra: El misterio de Jesucristo, p.108
57
Cfr. Juan Pablo II: Discurso, 21-X-1987, n.2
46
d. Llama a seguirle personalmente
Incluso hasta la muerte; y promete como recompensa la «vida eterna» (Mt 16,24-27; Lc 18,29-
30). De este modo, la actitud de los hombres con respecto a Jesús es lo que decide su
salvación eterna (Lc 12,8). Para seguir a Jesús es necesario:
amarle más que a los padres: Mt 10, 37-42; Mc 10, 29-30; Lc 14, 25-35;
ponerle por encima de todos los bienes terrenos: la escena del joven rico: Mc
10,17-31; Mt 16, 24-28;
estar dispuesto hasta perder la vida «por mí»: Mc 8,34-38.
e. Se declara superior a todos y se coloca por encima de:
los profetas y los reyes: Mt 12,41-42;
los Patriarcas: Jn 8,48-59;
David: Mt 22,41-46;
el Sábado: Mt 12,1-8; Jn 5,10-18;
el Templo de Jerusalén: Mt 12,6.
Los Apóstoles proclaman a Jesús como «el Hijo», y como «el Hijo de Dios»:
1. Cuando Jesús anda sobre las aguas del lago de Genesaret: «Los que estaban en la
barca le adoraron diciendo: "Verdaderamente eres el Hijo de Dios"» (Mt 14, 22-33).
58
Cfr. CatIglCat nn. 430-455
47
2. Simón Pedro confiesa la Divinidad de Jesús en Cesarea de Filipo: «Tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios vivo». Jesús confirma esta declaración: «Bienaventurado tú,
Simón hijo de Juan, porque no es la carne ni la sangre quien te ha revelado esto,
sino mi Padre, que está en los cielos» (Mt 16,13-20). En definitiva, Jesús afirma en
la respuesta dada a Pedro, que sólo el Padre puede conceder este conocimiento
al hombre, porque solo el Padre sabe «quien es el Hijo» (Lc 10,22).
3. Natanael lo dice al encontrarse con Jesús: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el
Rey de Israel» (Jn 1,49).
4. Juan confiesa la Divinidad de Jesús en el prólogo de su Evangelio: Jn 1, 1-18. El
que «se hizo carne» en el tiempo, es desde la eternidad el Verbo mismo, el Hijo
unigénito de Dios, que trae a los hombres la plenitud de gracia y de verdad. Juan
precisamente escribe su Evangelio para que los hombres crean que Jesús es el
Hijo de Dios (cfr. Jn 20,31).
5. San Pablo resume el conjunto de su predicación en la expresión «el Evangelio de
Dios acerca de su Hijo» (Rom 1,3-9). Al hablar de la misión de Jesús dice que «Dios
ha enviado a su Hijo» (Gal 4,4; Rom 8,3).
48
5. «El gran Dios y Salvador nuestro, Cristo Jesús» (Tit 2,13);
6. «En Cristo habita toda la plenitud de la Divinidad corporalmente» (Col 2,9);
7. Jesús «teniendo la forma de Dios» (Fil 2,6).
Todos estos testimonios históricos muestran que los Apóstoles y la Iglesia primitiva tenían la
firme convicción de la condición divina de Jesús, a quien confiesan como «el Hijo de Dios» y
por quien dan sus vidas hasta la persecución y la muerte.
Luego la elección y predestinación de María está unida con el decreto de la redención que se
había de hacer por el Verbo encarnado; de tal manera unida en verdad, que el mismo
Pontífice poco después escribió: " Los principios de la Virgen... habían sido predeterminados
49
con un único y mismo decreto, juntamente con la encarnación de la divina Sabiduría" (n. 1).
Por eso, Dios, al decretar al Redentor, decretó juntamente a la digna Madre del Redentor.
c. Función maternal de María, por la que Dios es dotado de carne humana, es verdadera
incorporación nuestra en Cristo; de donde María, que es hecha Madre de Dios para
que sea posible la Redención, es por lo mismo Madre de todo el Cristo total, tanto de
la Cabeza como de los miembros.
50
Así pues tratamos de la elección de María para Madre del Redentor, en cuanto incluye todas
estas prerrogativas. La elección es gratuita, o sea, no por los méritos previstos de María
misma. Es decir que María de ninguna manera mereció ser elegida para Madre del Redentor;
sino que esta elección, en toda su amplitud, nace de la predilección divina. La exención del
pecado original se le concedió a María por su maternidad divina. Dice Pio IX: "Dios desde el
principio y antes de los siglos... eligió una Madre para su Unigénito Hijo... Por lo cual la...
llenó con la abundancia de todos los carismas celestiales, para que Ella fuese libre
completamente de toda mancha de pecado... Y convenía en verdad absolutamente que...
completamente libre de la mancha misma del pecado original, alcanzase el triunfo sobre la
antigua serpiente... de tal manera que fuese naturalmente uno solo y el mismo Hijo común
de Dios Padre y de la Virgen". (Ineffabilis Deus n. 1). La elección de María para Madre del
Redentor, de tal manera parece que fue gratuita, que Dios la eligió simplemente entre las
creaturas posibles. Luego toda la razón de la existencia de María es su elección para Madre.
Por consiguiente es esencialmente Madre.
c. Por singular privilegio de Dios. Se dice privilegio, porque es una verdadera excepción
en la ley general por la que los hombres, propagados por generación natural, son
concebidos en pecado original. Nada por ahora decimos del modo con el que esta
excepción fue hecha. Se dice singular, porque o sólo a Ella le fue concedido, o al
menos solamente de Ella consta.
d. En previsión de los méritos de Cristo. Este privilegio se tiene en María por los méritos
previstos de Cristo Redentor. Cae por tanto María bajo la redención de Cristo, aunque
de cierto modo más sublime. PRESERVADA. La gracia de Dios de tal manera la
preinmunizó del pecado original, que nunca lo contrajo, porque sin tal preservación
ciertamente lo hubiera contraído.
María es la Madre del Redentor porque con su maternidad divina comporta también su
cooperación en la salvación de los hombres: «María, hija de Adán, aceptando la palabra
divina fue hecha Madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso
corazón y sin el impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual
esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención
con El y bajo El, por la gracia de Dios omnipotente. Con razón, pues, los Santos Padres
estiman a María, no como un mero instrumento pasivo, sino como una cooperadora a la
salvación humana por la libre fe y obediencia»
En resumen María es verdaderamente madre: Esto significa que ella contribuyó en todo en la
formación de la naturaleza humana de Cristo, como toda madre contribuye a la formación
del hijo de sus entrañas. María es verdaderamente madre de Dios: Ella concibió y dio a luz a
la segunda persona de la Trinidad, según la naturaleza humana que El asumió
Privilegios de María
María goza de cuatro privilegios que Dios le otorgó por ser la Madre de Dios.
La maternidad divina
En la sagrada Escritura no se afirma explícita y formalmente que Santa María es Madre de
Dios. Sin embargo se encuentra implícita en algunos textos bíblicos. Veamos:
Lc 1, 35: “el ángel le respondió… por eso el que ha de nacer será santo, y será llamado Hijo
de Dios”. Gal 4, 4 -6 afirma “Pero cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo,
nacido de mujer, nacido bajo la ley, a fin de que redimiera a los que estaban bajo la ley,
para que recibiéramos la adopción de hijos. Y porque sois hijos, Dios ha enviado el Espíritu
de su Hijo a nuestros corazones, clamando: ¡Abba! ¡Padre! Este texto sostiene de una manera
implícita, pero clara, la Maternidad Divina, ya que el término de la generació es el Verbo. Mt
1, 21: Dará a luz un hijo, al que pondrán por nombre Jesús porque Él salvará a su pueblo de
sus pecados”. Lc 1, 43 refiere “de dónde que a mí venga la madre de mi Señor” hay que
recordar según la exégesis que la palabra Kyrios tiene un sentido verdaderamente Divino.
53
persona de la Trinidad, según la naturaleza humana que El asumió. La Iglesia afirma este
Dogma desde siempre, así en el concilio de Éfeso que fue eminentemente cristológico se
define dogmáticamente a María como la Theotokos y se muestra la inseparabilidad y la
íntima conexión entre los misterios de la encarnación y la Maternidad Divina y el Concilio
Vaticano II menciona esta verdad con las siguientes palabras: “Desde los tiempos más
antiguos, la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo
amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades" (Const.
Dogmática Lumen Gentium, Núm. 66). (Fiesta 1 de enero).
La Inmaculada concepción
El Dogma de la Inmaculada Concepción establece que María fue concebida sin mancha de
pecado original. El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, en
la Bula Ineffabilis Deus. "Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene
que la Santísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, fue por singular
gracia y privilegio de Dios omnipotente en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador
del género humano, preservada inmune de toda mancha de culpa original, ha sido revelada
por Dios, por tanto, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles”.
Dios eligió gratuitamente a María desde toda la eternidad para que fuese la Madre de su Hijo;
para cumplir esta misión fue concebida inmaculada. Esto significa que, por la gracia de Dios
y en previsión de los méritos de Jesucristo, María fue preservada del pecado original desde el
primer instante de su concepción. (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica nº 96) (8
de diciembre).
Virginidad de María
Este dogma incluye la virginidad de María antes de la concepción del Hijo de Dios, en su
concepción, en su nacimiento y después de éste. El Concilio Vatino II afirma que «su Hijo
primogénito, lejos de disminuir, consagró su integridad virginal» (LG 57).
Dificultad respecto de: Mt 12, 47 y 13, 55-56. La palabra “hermano” en la Biblia se utiliza
para designar, tanto a los hermanos carnales, como a los parientes, entre ellos primos en
diferentes grados, sobrinos, etc.
Mt 13, 55-56: cuatro «hermanos» de Jesús: Santiago (o Jacobo), José, Simón y Judas. De estos
cuatro hermanos de Jesús, dos eran apóstoles: Santiago «el hermano del Señor» (Gál. 1, 19) es
54
el apóstol Santiago «el Menor» (Mc. 15, 40), y Judas, «servidor de Jesucristo y hermano de
Santiago».
La madre del apóstol Santiago el Menor se llama María y esta María, madre de Santiago y
José, estaba junto a la cruz de Jesús (Mc. 15, 40) y era «hermana de María la Madre de Jesús»
(Jn. 19, 25) y tía de Jesús. Es la que el Evangelista llama María de Cleofás (Jn. 19, 25).
Comparando los textos bíblicos entre sí, está claro que ni Santiago ni los otros tres
nombrados «hermanos de Jesús» eran hijos de la Virgen María y José, sino primos hermanos
de Jesús.
Otros dicen que la Biblia nombra a Jesús como el «primogénito» o sea «el primer hijo de
María» y eso es señal de que María tuvo más hijos. El hecho de que Jesús sea «primer hijo» no
significa que la Virgen María tuviera más hijos después de Jesús; de ninguna manera quiere
decir eso el Evangelio. «Y dio a luz a su primer hijo» (Lc. 2, 7) quiere decir que «antes de nacer
Jesús, la Virgen no había tenido otro hijo».
Y esto era muy importante para los judíos, porque siendo Jesús el primogénito (primer hijo)
quedaba consagrado completamente a Dios. (Ex. 13, 2). Y es que la Ley del Señor mandaba
que el primer hijo fuera consagrado u ofrecido totalmente a Dios (Ex. 13, 12 y Ex. 34, 19). Por
eso Jesús, por ser el primogénito o primer hijo ya desde su nacimiento quedaba ofrecido y
consagrado totalmente al servicio de Dios.
(Mt. 12, 49-50). Jesús fue el primero en utilizar la palabra «hermano» no en sentido carnal,
sino en sentido figurado. En Jn 20, 17), Jesús llama a sus discípulos y apóstoles: «mis
hermanos» y en Hb 2, 11 todos los redimidos por Cristo son «sus hermanos.» Cristo es «el
Primogénito de estos hermanos.» (Rom. 8, 29). En este sentido aparece la palabra «hermano»
160 veces en las cartas apostólicas del N. T. «Hermanos pues, en este sentido, hoy como ayer,
son todos los que creen y aceptan a Jesús.
La asunción de María
El 1 de noviembre de 1950, el Papa Pío XII proclamó del dogma de la Asunción de la
Bienaventurada Virgen en cuerpo y alma a la gloria celestial. "Para gloria de Dios
omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia, para honor de su Hijo,
Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte, para aumentar la gloria de
la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de Nuestro
55
Señor Jesucristo, de los Bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y con la Nuestra
pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada
Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de la vida terrena fue asunta en
cuerpo y alma a la gloria celestial“ (Const. Apost. M. Deus). (Fiesta 15 de agosto)
Casi todas las herejías han mirado a Jesús desde un ángulo de vista y han despreciado o
minusvalorado, consciente o inconscientemente, el otro. Pero todas las herejías han
aportado mayor luz a este Misterio y la Iglesia ha podido profundizar en este Único tesoro
que da razón de nuestra fe: Jesucristo.
Así pues podemos decir con san Pablo: "Para los que aman a Dios, todo coopera al bien" 59;
también las herejías, porque, gracias a ellas o a causa de ellas, ha salido resplandeciente,
luminosa y espléndida la figura de Jesucristo nuestro Señor.
Jesús ha sido, es y será un misterio, porque es al mismo tiempo Dios y hombre verdadero. En
Él conviven dos naturalezas distintas, la humana y la divina, en una sola Persona divina.
Por eso, las diversas herejías cristológicas se han dado por no saber conjugar estas dos
realidades: es al mismo tiempo verdadero Dios y verdadero hombre. Unos, por querer
valorar la divinidad, menoscaban la humanidad. Otros, por el contrario, por querer valorar
la humanidad, menoscaban la divinidad o, simplemente, la niegan. El dogma católico, en el
concilio de Calcedonia60, lo expresa así: "Nuestro Señor Jesucristo es verdaderamente Dios e
Hijo unigénito de Dios, y verdaderamente hombre nacido de María, dotado de alma racional
y de cuerpo; consubstancial al Padre según la divinidad y consubstancial a nosotros según la
humanidad, en todo menos en el pecado; ambas naturalezas, perfectas y sin confusión,
conforman una única persona divina".
59
Rm 8,28
60
Es el cuarto de los primeros siete concilios ecuménicos de la Cristiandad (451), y sus definiciones dogmáticas fueron
desde entonces reconocidas como infalibles por la Iglesia Católica y por la Iglesia Ortodoxa. Rechazó la doctrina del
monofisismo, defendida por Eutiques, y estableció el Credo de Calcedonia, que describe la plena humanidad y la plena
divinidad de Cristo, segunda persona de la Santísima Trinidad.
56
Estas son las principales herejías o errores doctrinales sobre la persona de Jesús, Hijo de Dios,
y cómo fueron rechazados y combatidos:
61
1 Jn 4, 2
57
capaces de entender esas cosas. Enseñaban conocimientos secretos de lo divino
mientras que la doctrina del cristianismo ortodoxo era asequible a todos.
Muchos grupos gnósticos se tenían por cristianos, por lo que causaban una enorme
confusión. Es por eso que la Iglesia tuvo que confrontar los errores del gnosticismo y
diferenciarlos del cristianismo auténtico. Desde sus orígenes, las creencias gnósticas
fueron rechazadas por los cristianos por ser una peligrosa falsificación del
Evangelio. Entre los numerosos escritores cristianos de los primeros siglos que
combatieron el gnosticismo están: San Ireneo, Orígenes, Justino, Hipólito y San Agustín.
Los "evangelios" gnósticos más tarde se llamaron “evangelios apócrifos”. Entre ellos: el
“Protoevangelio, de Santiago", “Evangelio de primera infancia, de Tomás", que contiene
las supuestos milagros de Jesús en su infancia. Estos textos tienen algunos relatos
semejantes a los cristianos pero suelen contener fantasías que no concuerdan con la fe
cristiana. Tienen poca o ninguna narrativa sobre la vida de Jesús. No fueron aceptados
por la Iglesia como parte de las Sagradas Escrituras.
5. Arrianismo: herejía difundida en el siglo III por Arrio, que niega la divinidad de Cristo.
Cristo, dice, es hijo adoptivo de Dios, no consusbstancial al Padre. Y el Espíritu Santo es
la primera criatura del Hijo, por tanto, inferior a Él. Esta herejía fue condenada en el
Concilio de Nicea (325): "Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre". San Jerónimo
pronunció una frase célebre: "El mundo se despertó un día y gimió de verse arriano".
58
Muchísimos sacerdotes y fieles habían sido martirizados, los obispos católicos arrojados
al destierro y sustituidos por arrianos. Todo esto por culpa del emperador Constancio II,
arriano, que se había adueñado de todo el Imperio. Fue quien dijo: "Se acabaron los
niceanos62 (es decir, los católicos); hemos triunfado los cristianos (es decir, los arrianos);
si solamente pudiéramos agarrar y ahorcar a ese bandido obispo de Alejandría". Se
refería a un gran defensor de la fe católica, Cirilo de Alejandría.
6. Apolinarismo: herejía difundida en el siglo IV por Apolinar, que niega el alma humana
de Cristo, creyendo que esa alma humana sería como la nuestra, pecaminosa. Así creía
salvar la divinidad de Cristo. La Iglesia en el sínodo de Alejandría (362) afirmó el alma de
Cristo diciendo: "El Verbo se encarnó para salvar alma y cuerpo; por ello tuvo que tomar
un cuerpo". Y el sínodo de Roma del 377 condenó la herejía de Apolinar. El alma
humana de Cristo no es pecaminosa, porque no tuvo pecado original, y, por los mismos,
tampoco las consecuencias de ese pecado original, con el que nacemos todos los
mortales. Sólo el pecado es quien deja la marca pecaminosa en el alma. Jesús no tuvo
pecado, por tanto, la conclusión es bien clara.
62
Refiriéndose al concilio de Nicea, donde se aclaró que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre.
59
Concilio de Constantinopla (680-681): "En Cristo hay dos voluntades sin división, sin
cambio, sin separación ni confusión". Las dos voluntades no se oponen en Cristo,
porque la voluntad humana sigue sin resistir ni oponerse, sometiéndose libre y
amorosamente a la voluntad divina omnipotente.
10. La teología de la Liberación: hoy día pulula por ahí una herejía muy grave. Por querer
acercar tanto a Cristo a los hombres y por pedir que solucione nuestros problemas
económicos y materiales, se ha despojado de Cristo toda su dimensión divina y
espiritual. Para esta herejía, Jesús no vino para salvarnos del pecado, no murió en la cruz
para redimirnos y abrirnos las puertas del cielo; sino que vino como guerrillero,
inconformista y violento que quiere poner orden y justicia, echando mano de la
violencia y la guerra, y destruyendo a todos los ricos y capitalistas, para así dar de comer
a los pobres. ¿En qué Evangelio se dice esto? Sólo habiendo bebido en fuentes marxistas
se ha podido llegar a estas aberraciones. El Papa Juan Pablo II nos ha dado luz sobre este
gran peligro en su documento sobre las luces y sombras de la teología de la liberación63.
Este error distorsiona la misión de Cristo, pues Cristo vino a liberarnos del pecado que se
esconde en el corazón de cada hombre. Eliminado el pecado, podrán cambiarse más
fácilmente las estructuras de pecado. Quienes defienden esta posición dicen: "Lo urgente
hoy es el hambre, la pobreza, la distribución de los bienes. Cuando hayamos concluido todo
eso -y sólo lo lograremos a través de la revolución- pueden hablarnos del Padre Celestial”.
Conclusión: Las herejías nos invitan a afianzar y a afirmar mejor nuestra fe, para seguir
dando razones de ella. Al mismo tiempo, nos hacen vigilar, porque nadie está seguro de no
caer. "Qui se existimat stare, videat ne cadat", nos dice san Pablo en 1 Corintios 10, 12, es
decir, el que se cree estar firme, cuide para no caer.
63
Ha habido dos documentos muy importantes al respecto: el primero llamado “ Libertatis nuntius”, sobre algunos aspectos
de la teología de la liberación, del 6 de agosto de 1984; y el otro, " Libertatis conscientia", sobre la libertad cristiana y
liberación, del 22 de marzo de 1986. Ambos, emanados de la Congregación para la Doctrina de la fe, con la aprobación del
Papa Juan Pablo II.
60
que son los momentos culminantes de su acción salvífica y redentora. Veamos algunos
testimonios de Jesús acerca de su salvación redentora:
a. Jesús tuvo conciencia de ofrecerse a la Muerte de Cruz: Nos lo muestran diversos textos
evangélicos:
Jn 10,11: «Yo soy el Buen Pastor» que «da la vida por sus ovejas»;
Lc 12,50: «Con un bautismo tengo que ser bautizado, y ¡cómo me siento urgido hasta
que se lleve a cabo!»;
Mt 26,28: «Ésta es mi Sangre de la Nueva Alianza, que es derramada por muchos para
remisión de los pecados».
64
Juan Pablo II: Discurso, 5-10-1988, n.3
61
su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16,24-25). La
explicación de tal actitud es clara:«¿de qué sirve al hombre ganar el mundo entero, si
pierde su alma?» (16,26). Con su Muerte y Resurrección, Cristo realiza el paso del
hombre a una nueva vida en Dios y sitúa a cada hombre de cara al juicio final: «El
Hijo del Hombre ha de venir en la gloria de su Padre acompañado de sus ángeles, y
entonces retribuirá a cada uno según su conducta» (Mt 16, 27).
En el anuncio de la señal de Jonás: Los fariseos y los saduceos pidieron a Jesús una
señal mesiánica, una acción que entusiasmase a las multitudes (Mt 12,38-45). Ante la
visión humana de quienes solo esperaban del Mesías un poderío temporal, Jesús les
da la señal de Jonás, por medio de la cual anuncia la salvación eterna de los hombres
por el misterio de su Muerte y Resurrección: «Así como estuvo Jonás en el vientre de
la ballena tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el seno de la tierra
tres días y tres noches» (12,40). La Resurrección de Jesús será la señal por excelencia,
la prueba decisiva, no solo del carácter divino de su Persona, sino también del
sentido religioso de su misión y de su mensaje.
En la figura de rey de Israel: Cuando Jesús está clavado en la Cruz, los príncipes de
los sacerdotes le dicen: «Salvó a otros, y a sí mismo no puede salvarse; si es el rey de
Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en el» (Mt 27,42). Aquellos hombres
interpretan la inscripción puesta en la cruz –«Jesús Nazareno, rey de los judíos» (Jn
19,19)– desde una perspectiva terrena. Pero Jesús se entregó voluntariamente a la
Muerte de Cruz para alcanzar a los hombres la salvación eterna. Antes de su Muerte
en la Cruz, Jesús rechazó ante Pilato que su reinado fuese de orden temporal: «Mi
reino no es de este mundo» (Jn 18,36). Estas palabras de Jesús tienen varios
significados:
Dios es Padre rico en misericordia, cuya voluntad es la salvación eterna de los
hombres por medio de la humillación y de la muerte de su Hijo encarnado.
Los hombres son hijos de Dios y hermanos entre sí.
La teocracia judaica -la unión del poder político y del poder religioso- ya no
tiene sentido: Jesús rompe con esa teocracia y establece un dualismo cristiano al
afirmar «den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22,21),
que delinea el principio de la autonomía de lo temporal, expuesto con claridad
62
por el Vaticano II65, y que postula la necesidad de afirmar en las leyes civiles el
derecho fundamental de libertad religiosa ante la sociedad civil. El mesianismo
de Jesús se sitúa, pues, en la línea de la salvación redentora.
La muerte de Jesús
Tiene valor redentor
«La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de
circunstancias» históricas68. Los textos del Nuevo Testamento resaltan el valor redentor de la
Muerte de Jesús, por la que realiza su misión salvífica. La Muerte de Jesús en la Cruz es la
confirmación de una vida santa, concluida con el don total de Sí mismo, en obediencia al
Padre, por la salvación de todos los hombres. El sentido y el valor de la Muerte de Jesús están
muy bien expresados en estas palabras: «La entrega generosa de Cristo se enfrenta con el
pecado, esa realidad dura de aceptar, pero innegable: el mysterium iniquitatis, la
65
Cfr. Gaudium et Spes, n.36
66
I Constantinopla: Símbolo niceno-constantinopolitano (Dz 86)
67
Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 595-598)
68
Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 599
63
inexplicable maldad de la criatura que se alza, por soberbia, contra Dios. La historia es tan
antigua como la Humanidad. Recordemos la caída de nuestros primeros padres; luego, toda
esa cadena de depravaciones que jalonan el andar de los hombres, y finalmente, nuestras
personales rebeldías. No es fácil considerar la perversión que el pecado supone, y
comprender todo lo que nos dice la fe. Debemos hacernos cargo, aun en lo humano, de que
la magnitud de la ofensa se mide por la condición del ofendido, por su valor personal, por su
dignidad social, por sus cualidades. Y el hombre ofende a Dios: la criatura reniega de su
Creador»69.
En el estudio del valor redentor de la Muerte de Jesús destacamos los siguientes aspectos:
Y lo confirmo Jesús resucitado a los discípulos de Emaús, al decirles: «¿No era preciso que el
Cristo padeciera estas cosas y así entrara en su gloria?» (Lc 24,26).
69
San José Mª Escrivá, Es Cristo que pasa, n.95
64
pecado. La reflexión teológica dirá con el tiempo que Jesús ofreció una «satisfacción»
sobreabundante por los pecados y, con esto, nos «mereció» la salvación.
70
Cfr. Comisión Teológica Internacional, La conciencia que Jesús tenía de sí mismo y de su misión, proposición segunda.
71
Juan Pablo II, Enc. Redemptor Hominis, n.10
65
alguna– se ha unido Cristo de algún modo, incluso aun cuando ese hombre no es consciente
de ello»72. La redención realizada por Jesús es absolutamente universal.
La resurrección de Jesús
La Resurrección es el hecho cumbre de la vida histórica de Jesús de Nazaret: en Cristo
resucitado se revela la autenticidad de Jesús, hombre e Hijo de Dios glorioso; además, la
72
Ibídem, n.14
73
San José Mª Escrivá, Amigos de Dios, n.33
74
San Agustín, Sermo 169,11,13.
75
Juan Pablo II, Discurso 2-11-1988, n.2
76
Juan Pablo II, Discurso 27-4-1983
66
Resurrección de Jesús expresa la dignidad de toda persona humana, llamada a la vida
eterna. La Resurrección tiene dos dimensiones entrelazadas:
Jesús, durante su vida pública, y antes de los acontecimientos pascuales, fue anunciando
gradualmente con palabras y con hechos que, tras sufrir mucho y ser ejecutado, resucitaría.
El Evangelio según Marcos atestigua tres anuncios solemnes de la pasión y de la
Resurrección de Jesús:
Sin embargo hay que afirmar que Jesús también manifiesta con sus hechos que tiene poder
sobre la vida y sobre la muerte, y muestra que tiene este poder al resucitar a la hija de Jairo
(Mc 5,39-42), al joven de Naim (Lc 7,12-15) y, sobre todo, al resucitar a su amigo Lázaro (Jn
11,42-44); en las palabras dirigidas a Marta, afirma Jesús: «Yo soy la resurrección. El que cree
en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá eternamente» (Jn
11,25-26).
77
Catecismo de la Iglesia Católica n.639; cfr. los nn. 638-652
68
autoridades religiosas de Israel, temerosas de que los discípulos robasen el cuerpo de Jesús
del sepulcro. Según Mateo, los príncipes de los sacerdotes y los fariseos fueron a Pilato para
que asegurase el sepulcro de Jesús; Pilato les dijo: «Ahí tienen la guardia; vayan y custodien
como saben. Ellos marcharon y aseguraron el sepulcro sellando la piedra y poniendo la
guardia» (Mt 27,57-66; cfr. Jn 19,38-42).
Los textos evangélicos afirman que Jesús es el Verbo que se ha hecho carne, para asumir la
condición humana y hacerse semejante a los hombres en todo, excepto en el pecado (cfr.
Heb 4,15). Se ha convertido verdaderamente en «uno de nosotros», para poder realizar la
redención de los hombres, gracias a la solidaridad profunda instaurada con cada miembro
de la familia humana. En esa condición de hombre verdadero, Jesús sufrió enteramente la
suerte del hombre, hasta la sepultura que habitualmente sigue a la muerte. La sepultura de
Jesús es, pues, un hecho que expresa que el Hijo de Dios se hizo hombre y experimento hasta
el extremo la condición de todos los hombres. Este hecho había sido anunciado previamente
por Jesús cuando, refiriéndose a la historia de Jonás, dijo: «también el Hijo del Hombre estará
en el seno de la tierra tres días y tres noches» (Mt 12,40).
Durante los tres días (no completos) transcurridos entre el momento en que «expiró» y la
Resurrección, Jesús experimentó el «estado de muerte». Si la muerte comporta la separación
de alma y cuerpo, se sigue de ello que también Jesús tuvo, por una parte, el estado de
cadáver de su cuerpo; y, por otra, la glorificación celeste de su alma desde el momento de la
muerte. Así lo expresa la primera Carta de Pedro: «muerto en la carne, vivificado en el
espíritu» (1Pe 3,18). En el discurso de Pentecostés, el Apóstol Pedro, para confirmar la
Resurrección, afirma que Cristo «no fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la
corrupción» (Hch 2,31). «Hades» es un término griego que, al igual que el termino hebreo
«sheol», significa «infiernos». No se trata aquí del estado de condena eterna, sino del descenso
al «lugar de los muertos», «país de la muerte» o «lugares inferiores», para comunicar la
felicidad del cielo a todos los hombres justos con los que, en cuanto al cuerpo, Jesús
comparte el estado de muerte.
El sepulcro vacío:
Otro hecho histórico claramente documentado es que los discípulos encontraron el
sepulcro vacío (cfr. Catecismo, n.640). El día siguiente al sábado, María Magdalena fue muy
de mañana, con otras mujeres, al sepulcro para embalsamar el cuerpo de Jesús; y «vio
quitada la piedra del sepulcro»; sorprendida y asustada fue corriendo a Pedro y Juan y les
69
dijo: «Se han llevado al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde lo han puesto». Pedro y Juan
fueron corriendo y comprobaron que el sepulcro estaba vacío (Jn 20,1-10). Este
descubrimiento fue el primer paso hacia el reconocimiento del «hecho» de la Resurrección
como una verdad que no podía ser refutada.
Las huellas de la crucifixión: El cuerpo vivo que se aparece a los discípulos tiene las
huellas de la crucifixión que sufrió Jesús: las heridas de los clavos en las manos y la
lanzada en el costado. Este hecho manifiesta que el cuerpo vivo que se aparece a
70
los discípulos es el mismo que había sido martirizado y crucificado (Jn 20,20.27). Es
decir, Jesús volvió a la vida con el mismo cuerpo que había sido sepultado.
Cuerpo glorioso: Los discípulos advierten que el cuerpo vivo de Jesús posee
propiedades «nuevas»: Jesús entra en el Cenáculo estando las puertas cerradas (Jn
20, 19); aparece y desaparece (Lc 24, 31); se puede afirmar que se ha «hecho
espiritual» y «glorificado»; no está sometido a las limitaciones habituales de los
cuerpos humanos, ni a la muerte; pero, al mismo tiempo, es un cuerpo auténtico y
real. Jesús aparece como el mismo de antes, pero al mismo tiempo como otro: un
Jesús «transformado». No es nada fácil para los discípulos hacer la inmediata
identificación; intuyen que es Jesús, pero al mismo tiempo sienten que Él ya no se
encuentra en la condición anterior a su muerte. En la identidad física del cuerpo
de Jesús está la demostración de que ha resucitado (cfr. Lc 24,40-43; Catecismo, nn.
645-647). Todos estos elementos del texto evangélico, convergentes entre sí,
prueban el hecho de la Resurrección, que constituye el fundamento de la fe de los
Apóstoles y del testimonio que está en el centro de su predicación.
1. Teoría del recuerdo: Algunos entienden que la resurrección no sería otra cosa que
una especie de interpretación del estado en el que Cristo se encuentra tras su
muerte (estado de vida, y no de muerte); es decir, entienden la resurrección de
Jesús como un mero recuerdo que permanece vivo en una serie de personas.
2. Teoría del influjo: Otros reducen la resurrección al influjo que, tras su muerte,
Cristo ejerció, e incluso reanudó con nuevo e irresistible vigor, sobre sus
discípulos.
Estas hipótesis parecen implicar un prejuicio de rechazo a la realidad de la resurrección,
considerándola solamente como «el producto» del ambiente psicológico formado en los
discípulos de Jerusalén. Pero estas hipótesis no hallan comprobación en los hechos. Más aún;
son crítica e históricamente insostenibles.
71
Hechos que contradicen las controversias de la resurrección
Los Apóstoles son testigos de la Resurrección:
Consta históricamente que los Apóstoles se presentaron como testigos directos de la
Resurrección de Jesús: «todos nosotros somos testigos» (Hch 2,32). Por su parte, San Pablo
basa su convicción en los testigos oculares del «hecho»: su testimonio sobre la Resurrección
de Cristo se basa en la experiencia vivida por numerosas personas. La verdad sobre la
Resurrección no es un «producto» de la fe de los Apóstoles o de los demás discípulos; no se
trata de un «entusiasmo psicológico», ni de un mito, ni de una idea inventada. De los datos
históricos resulta más bien que la fe de los discípulos, incluso la fe que tenían en Jesús antes
de su Resurrección, fue sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte de su
Maestro. Jesús mismo había anunciado esta prueba, especialmente con las palabras dirigidas
a Simón Pedro poco antes, de la pasión: «¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha pedido poder
cribarles como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca» (Lc 22,31-32). La
sacudida provocada por la pasión y muerte de Jesús fue tan grande que los discípulos -al
menos algunos de ellos- inicialmente no creyeron en la noticia de la Resurrección, como
hemos visto antes.
Jesús se presentó vivo:
El Resucitado confirma que es Jesús vivo. La hipótesis que quiere ver en la Resurrección un
«producto» de la fe de los Apóstoles, también se descalifica con lo que es referido cuando el
Resucitado «en persona se apareció en medio de ellos y les dijo: ¡Paz a ustedes!». Ellos, de
hecho, «creían ver un fantasma». En esta ocasión, Jesús mismo debió vencer sus dudas y
temores, y convencerles de que era Él: «Miren mis manos y mis pies: Soy yo mismo.
Pálpenme y vean, que un espíritu no tiene carne y huesos como ven que yo tengo... Y como
no acabasen de creerlo y estuviesen asombrados», Jesús les dijo que le dieran algo de comer
y «comió delante de ellos» (Lc 24,36-43).
La actitud de Tomás:
Especialmente llamativo es el caso del Apóstol Tomás, que no se encontraba con los demás
Apóstoles cuando Jesús vino a ellos por primera vez, entrando en el Cenáculo a pesar de que
la puerta estaba cerrada. Cuando, después, los discípulos le dijeron «¡Hemos visto al Señor!»,
Tomás no creyó y dijo: «Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi dedo en
el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». Ocho días después,
Jesús vino de nuevo al Cenáculo y dijo a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae
72
tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Entonces, ante las
pruebas que le suministró el mismo Jesús, Tomas cambio de parecer y manifestó su fe con
las palabras: «Señor mío y Dios mío». Y Jesús le dijo: «Porque me has visto has creído;
dichosos los que no han visto y han creído» (Jn 20,24-29). Esta resistencia de Tomas a admitir
la Resurrección sin haber experimentado personalmente la presencia de Jesús vivo, es una
prueba más de que la Resurrección no es un «producto» de la «credulidad» o fantasía de los
Apóstoles, sino una experiencia profunda, un hecho real. En definitiva, la fe de los Apóstoles
en la Resurrección nació -bajo la acción de la gracia divina- de la experiencia directa de la
realidad de Cristo resucitado.
Los Apóstoles «han visto» a Jesús:
Los testimonios de los Apóstoles sobre la Resurrección de Jesús se fundamentan en las
experiencias directas que han tenido los discípulos: han visto y han hablado con el Señor
resucitado. Precisamente cuando eligen a Matías, para completar el número de los Doce, los
Apóstoles requieren como condición que el que sea elegido no solo haya sido «compañero»
de ellos en el tiempo en que Jesús enseñaba y actuaba, sino que sobre todo pueda ser «testigo
de su resurrección» (Hch 1,22), gracias a la experiencia vivida antes de la Ascensión de Jesús
a los cielos. La consecuencia de los hechos comprobados es la siguiente: El hecho histórico
real de la Resurrección es el fundamento de la fe de los Apóstoles. De los textos evangélicos
resulta que la fe de los Apóstoles en la Resurrección es, desde el comienzo, una convicción
basada en un hecho sucedido realmente, experimentado varias veces, y por muchas
personas, durante cuarenta días. Las sucesivas generaciones cristianas aceptaron el
testimonio de los Apóstoles como testigos creíbles. La fe cristiana en la Resurrección de
Cristo está vinculada, pues, a un hecho real, que tiene una dimensión histórica precisa. La
hipótesis del robo y ocultamiento del cuerpo de Jesús es históricamente insostenible. Es
decir: El cuerpo de Jesús no pudo ser robado:
No lo robaron los enemigos de Jesús:
Iba contra sus intenciones e intereses; sellaron la piedra y pusieron guardia en el sepulcro
para que nadie lo pudiese robar (Mt 27,62-66). Este hecho viene confirmado por el soborno
de los soldados; el Sanedrín «dio, una buena suma de dinero a los soldados» y trató de hacer
correr la voz de que, mientras dormían estos, el cuerpo de Jesús había sido robado por los
discípulos. «Y se corrió esta versión entre los judíos -anota Mateo, hasta el día de hoy» (Mt
28,11-15).
73
No pudo ser robado por los discípulos:
«Se encontraban tristes y llorosos» (Mc 16,10); tenían «miedo a los judíos» (Jn 20,19); estaban
temerosos, turbados y asustados; tenían una profunda depresión moral y derrumbamiento
de ánimo. Robar el cuerpo de Jesús y anunciar con falsedad que había resucitado, es
impensable e iba en contra de la sinceridad que les había enseñado su Maestro. Además, los
testimonios históricos afirman que los discípulos se quedaron muy sorprendidos al
comprobar que el sepulcro estaba vacío.
No fue robado por ladrones:
Los lienzos y el sudario con el que cubrieron el cuerpo de Cristo estaban en el sepulcro. De
robarlo, era más lógico sacarlo con las ropas que le cubrían. Sin embargo:
a. Los lienzos estaban posita (Jn 20, 6) = «colocados», «dispuestos»; el texto evangélico
parece sugerir que el lienzo superior estaba doblado o «caído» sobre el lienzo
inferior; es decir, los lienzos habían quedado aplanados y como vacíos al resucitar
y desaparecer de allí el cuerpo de Jesús; no estaban desordenados ni tirados por el
suelo, como dicen algunos.
b. El sudario que envolvía la cabeza permaneció involutum (Jn 20,7) = «envuelto»,
«enrollado» en otro sitio, lo que sugiere que el sudario conservaba todavía su
forma de envoltura, probablemente debido a la tersura producida por los
ungüentos, y permaneció como si la cabeza de Jesús hubiese desaparecido sin
desenvolver el sudario. La explicación anterior de la imposibilidad del robo del
cuerpo de Jesús, lleva racionalmente a admitir que Jesús salió por sí mismo: el
sepulcro vacío solo es científicamente explicable por la salida del propio Jesús
vivo: es decir, por el milagro de su verdadera Resurrección. De donde podemos
afirmar con seguridad que la predicación de los apóstoles afirmando que Jesús se
les apareció vivo después de su muerte en la cruz, tiene fundamento histórico y es
explicable racionalmente. Veamos:
Los relatos evangélicos no concuerdan en el orden, número y lugar de las
apariciones. Estas narraciones se presentan inicialmente como una dificultad
para admitir su veracidad histórica.
Pero la discordancia de los relatos evidencia que los evangelistas no se pusieron
de acuerdo. Es razonable admitir que, debido, precisamente a su afán de ser
veraces, cada evangelista haya escrito su propia experiencia; también es posible
74
que se refieran a apariciones distintas.
Debido al carácter salvífico de los Evangelios, lo decisivo es el testimonio de que
Jesús, después de su muerte y sepultura, se apareció vivo a los discípulos, y se
manifestó de modo sensible e inequívoco: los relatos afirman que Jesús se
apareció vivo a los discípulos, que le vieron en diversas ocasiones, que hablaron
con Él e, incluso, que Jesús comió un trozo de pez asado delante de ellos. Los
encuentros de Jesús resucitado están certificados históricamente, aunque llenos
de misterio.
La predicación de los Apóstoles no pudo ser fruto de un entusiasmo psicológico,
pues inicialmente ofrecieron resistencia a admitir la Resurrección de Jesús: los
Apóstoles no fueron crédulos, sino críticos, especialmente Tomás.
Los relatos evangélicos ofrecen evidencias palpables de que se refieren a hechos
concretos, a experiencias personales de los discípulos de haber visto y oído a
Jesús resucitado; los relatos están muy lejos de reflejar cualquier alucinación.
Importancia de la resurrección de Jesús
La Resurrección de Jesús es una verdad que pertenece a la Revelación divina. Jesús pone en
relación su muerte y su Resurrección como signo de su Divinidad y, especialmente, de su
acción redentora en favor de los hombres.
Además, la Resurrección de Jesús es un hecho original que tiene una importancia decisiva
en la vida de los hombres. En concreto, puede decirse que la fe de los cristianos descansa
sobre el hecho histórico de la Resurrección. Más aún: el hecho de que Jesús haya-vuelto a la
vida después de su muerte, es la prueba máxima de la Divinidad de Jesús. Los puntos
siguientes muestran la importancia de la Resurrección.
75
por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los
tres días. Hablaba de esto abiertamente».
Por segunda vez lo comunicó a los discípulos, cruzando Galilea, después de la
curación del epiléptico endemoniado (Mc 9,31-32).
El tercer anuncio a los Doce tiene lugar cuando ya se encuentra en camino hacia
Jerusalén (Mc 10,33-34): «Miren que subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será
entregado a los sumos sacerdotes y los escribas; le condenarán a muerte y le
entregarán a los gentiles, y se burlaran de él, le escupirán, le azotarán y le
matarán, y a los tres días resucitará».
2. Jesús también manifiesta con sus hechos que tiene poder sobre la vida y sobre la
muerte, y muestra que tiene este poder al resucitar a la hija de Jairo (Mc 5,39-42),
al joven de Naim (Lc 7,12-15) y, sobre todo, al resucitar a su amigo Lázaro (Jn
11,42-44); esta resurrección se presenta en el cuarto Evangelio como un anuncio
de la Resurrección de Jesús; en las palabras dirigidas a Marta, afirma Jesús: «Yo soy
la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree
en mí, no morirá eternamente» (Jn 11,25-26).
76
casa de Israel que Dios ha constituido Señor (Kyrios) y Cristo (Mesiah) a este Jesús a quien
ustedes han crucificado» (Hch 2,36; cfr 2,22-24.32-33.37-38). Pocos días después, ante el
estupor de la gente que vela andar y saltar en el Templo de Jerusalén a un paralítico de
nacimiento, San Pedro dice de Jesús que «Dios le resucitó de entre los muertos, y nosotros
somos testigos de ello». Y a continuación añade que, «por la fe en su nombre», este paralítico
ha sido curado (Hch 3,15-16).
78
III UNIDAD
JESUCRISTO Y EL REINO DE DIOS
1. El proyecto de Jesús
Hemos hablado de Cristo verdadero Dios y verdadero hombre en la primera unidad. Ahora
nos preguntamos ¿Cuál fue el proyecto de Jesús? Para poder responder este interrogante hay
que responder primero la siguiente pregunta. ¿Cuál fue la causa a la que se dedicó, por la
que trabajó Jesús? Y nos dice la Sagrada Escritura, sobre todo el Nuevo testamento en los
evangelios: El Reino de Dios.
Los estudios sobre los evangelios dan como resultado que la predicación de Jesús tuvo como
eje central el Reino de Dios. La expresión "basileía tou Zeou" (“Reino de Dios" o "Reino de
los cielos", según la variante de Mt, (dado que éste escribe para los judíos que no se atrevían
a pronunciar el nombre de Dios) aparece 163 veces en el NT, de ellas 107 en los evangelios.
San Marcos comienza su evangelio así: "Se ha cumplido el plazo, el Reino de Dios está cerca;
arrepentíos y creed la buena noticia" (Mc 1,14-15). Esta idea programática es también
expresada por Mateo y Lucas de manera parecida: "Desde entonces comenzó Jesús a
predicar diciendo: arrepentíos porque el reino de los cielos está cerca" (Mt 4,17). «Recorría
toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las
enfermedades y las dolencias del pueblo» (Mt 4, 23; cf. 9, 35). "También a otros pueblos tengo
que anunciar el Reino de Dios; para eso he venido" (Lc 4,43). Podemos afirmar, por
consiguiente, que el "Reino" fue la categoría clave de toda la predicación de Jesús. El
"Reino" fue su proyecto, la causa por la que vivió y murió.
Marcos y Mateo definen el anuncio de Jesús como «Evangelio», Lucas en cambio habla
directamente del Reino de Dios. Empecemos primero definiendo qué es realmente
Evangelio siguiendo al Papa Benedicto XVI78. Recientemente, afirma el Papa, Evangelio se ha
traducido como «Buena Noticia»; sin embargo, aunque suena bien, queda muy por debajo de
la grandeza que encierra realmente la palabra «evangelio». Este término forma parte del
lenguaje de los emperadores romanos, que se consideraban señores del mundo, sus
salvadores, sus libertadores. Las proclamas que procedían del emperador se llamaban
78
Joseph Ratzinger, Benedicto XVI (2007) traducción de Carmen Bas Alvares, La esfera de los libros, España.
79
«evangelios», independientemente de que su contenido fuera especialmente alegre y
agradable. Cuando los evangelistas toman esta palabra —que desde entonces se convierte en
el término habitual para definir el género de sus escritos—, quieren decir que aquello que los
emperadores, que se tenían por dioses, reclamaban sin derecho, aquí ocurre realmente: se
trata de un mensaje con autoridad que no es sólo palabra, sino también realidad. En el
vocabulario que utiliza hoy la teoría del lenguaje se diría así: el Evangelio no es un discurso
meramente informativo, sino operativo; no es simple comunicación, sino acción, fuerza
eficaz que penetra en el mundo salvándolo y transformándolo. En este sentido nos habla
Marcos del «Evangelio de Dios» como palabra de Dios, que es palabra eficaz; aquí se cumple
realmente lo que los emperadores pretendían sin poder cumplirlo. Aquí entra en acción el
verdadero Señor del mundo, el Dios vivo. El contenido central del «Evangelio» es que el
Reino de Dios está cerca.
80
no debe reinar el pecado en nuestro cuerpo mortal [Rm 6, 12]... Entonces Dios se
paseará en nosotros como en un paraíso espiritual [Gn 3,8] y, junto con su Cristo, será
el único que reinará en nosotros. La idea de fondo es clara: el «Reino de Dios» no se
encuentra en ningún mapa. No es un reino como los de este mundo; su lugar está en
el interior del hombre. Allí crece, y desde allí actúa.
Las expresiones «está cerca el Reino de Dios» (Mc 1, 15), «ha llegado a vosotros» (Mt 12, 28),
está «dentro de vosotros» (Lc 17, 21), manifiestan aquí la presencia de Jesús que está
actuando ahora y afecta a toda la historia. Pero el Reino de Dios, también es:
Como un grano de mostaza, la más pequeña de todas las semillas. Es como la
levadura, una parte muy pequeña en comparación con toda la masa, pero
determinante para el resultado final. Se compara repetidamente con la simiente que
se echa en la tierra y allí sufre distintas suertes: la picotean los pájaros, la ahogan las
zarzas o madura y da mucho fruto. Otra parábola habla de que la semilla del reino
crece, pero un enemigo sembró en medio de ella cizaña que creció junto al trigo y
sólo al final se la aparta (cf. Mt 13, 24-30).
El tema del «Reino de Dios» impregna toda la predicación de Jesús. Por eso sólo podemos
entenderlo desde la totalidad de su mensaje. Jesús habla siempre como el Hijo, que en el
fondo de su mensaje está siempre la relación entre Padre e Hijo. En este sentido, Dios ocupa
siempre el centro de su predicación; pero precisamente porque el mismo Jesús es Dios, el
Hijo, toda su predicación es un anuncio de su misterio, es cristología; es decir, es un discurso
sobre la presencia de Dios en su obrar y en su ser. Éste es el aspecto que exige una decisión y
cómo, por ello, el que conduce a la cruz y a la resurrección.
82
2. Reino de Dios en los evangelios y en los hechos de los apóstoles79
De manera resumida tocaremos el tema del Reino de Dios en estos cuatro libros del Nuevo
testamento, ya que es en éstos en los que más encontramos estas palabras: Reino de Dios o
Reino de los cielos (como lo dice San Mateo) en todo el Nuevo testamento.
El milagro es un hecho producido por una intervención especial de Dios, que escapa al
orden de las causas naturales por Él establecidas y destinado a un fin espiritual. La vida de
Jesucristo la resume el Apóstol San Pedro diciendo: «Pasó haciendo el bien» (Hch. 10, 38).
Este bien no se limitó a la predicación de una doctrina sublime y llena de luz, ni a la
salvación de las almas, sino que hizo abundantes milagros curando enfermos, resucitando
79
Este capítulo está tomado de Aguirre Monasterio, R. y Rodríguez Carmona, A., (1992) Evangelios sinópticos y Hechos de
los Apóstoles, Verbo divino, Navarra, España.
80
http://encuentra.com/ciencia_y_fe/que_son_los_milagros_13954/
83
muertos, multiplicando panes, procurando pesca abundante, convirtiendo el agua en vino,
etc. Aunque Cristo no vino a quitar el dolor y la muerte del mundo; sin embargo, estas
curaciones prodigiosas y los milagros sobre la naturaleza los realizó como muestra de su
inmenso amor a los hombres y con un significado más alto que debemos estudiar. En efecto,
los milagros de Jesús son, ante todo, signos, señales, tanto de Quién es El, como de cuál es la
misión que ha recibido de Dios.
Los milagros son hechos históricos que tienen la misma historicidad que los propios
evangelios. Es más, son una parte importante de la Buena Nueva anunciada por los
evangelistas. Ha habido quienes negaron la autenticidad de los milagros basándose en que es
imposible que puedan realizarse hechos en contra o por encima de las leyes naturales. Esta
afirmación parte de un prejuicio cerrado, que impide toda objetividad, y que consiste en
negar o bien que Dios existe, o bien que pueda actuar en la tierra. Es claro que el Creador
puede actuar por encima de las leyes naturales que Él ha hecho cuando tiene un motivo
importante. Este es el caso de los milagros evangélicos, que pretenden mostrar la divinidad
de Cristo, y mover a la fe y a la confianza.
Los relatos de los milagros son de una gran sencillez, lo cual no parece propio de unas
historias inventadas. Tienen, en la mayoría de los casos, una gran precisión de datos en
cuanto a tiempo, lugar, etc. Algunos relatos son largos y detallados, pero otros muchos
cuentan escuetamente lo ocurrido, sin mostrar el menor interés por adornar los hechos.
Además, es sabido que los Apóstoles dieron su vida y abandonaron todo por ser fieles a la
predicación del Evangelio. Sería incomprensible que mintiesen o que se dejaran llevar por
imaginaciones subjetivas, que hubieran sido rechazadas por los demás testigos de los hechos.
Otro dato de gran valor es que ninguno de los enemigos de Jesús dijo que no hacía milagros,
sino al contrario, es uno de los motivos por los que le persiguen: «los mismos sacerdotes y los
fariseos decían: ¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales (milagros) Si le
dejamos que siga así, todos creerán en él» (Jn. 11, 47-48)
San Juan, en el capítulo 9, narra la curación de un ciego de nacimiento. Como todos los
actos de Cristo, en éste se encierra un simbolismo, además de que haga el bien a alguien que
84
sufre. Devolver la vista a un ciego, además de un acto de amor, en este caso es también
símbolo de que Jesús es la luz, que vence a las tinieblas.
Los fariseos se cierran a la luz, pero como no pueden negar el hecho de la curación,
reaccionan con insultos y echan de la sinagoga al ciego de nacimiento curado por el milagro
del Señor. Ellos eran los principales interesados en que no constase que Jesús realizaba
hechos extraordinarios, pero no podían negar la evidencia constatada, en algunos casos, por
multitudes. La actitud de escribas y fariseos pone de relieve también, que no basta con
presenciar milagros para creer. Ellos no aceptaron a Jesús, no reconocieron que los milagros
son, ante, todo, las obras del Mesías. «Revelan quién es y descubren la misión que viene a
cumplir y que es: establecer entre los hombres el Reino de los Cielos» (B.p.1.i.c., t. 2, p. 39)
Pero, a pesar de todo eso, los fariseos no niegan la realidad de los milagros. Una prueba de
esto la encontramos también en que le acusan de que no observa el descanso sabático, por
curar a un endemoniado, una mujer encorvada, etc., en sábado.
Quizá una de las manifestaciones más claras de que reconocen los hechos es que le acusan
de que su poder de hacer prodigios no viene de Dios, sino de Satanás. Jesús les contestará
que eso es imposible porque: «si Satanás expulsa a Satanás, está dividido contra sí mismo:
¿cómo pues va a subsistir su reino?» (Mt. 12, 26)
Los apóstoles escucharon las enseñanzas de Jesús y presenciaron sus milagros. Luego les
envía a hacer lo mismo que El: predicar la conversión y confirmar la predicación con
señales. En efecto, los evangelios y el libro de los Hechos de los Apóstoles nos muestran que
Jesús comunicó a sus discípulos el poder de hacer milagros. Los Apóstoles fueron elegidos,
dice San Marcos, -para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios- (3, 14-15)
San Mateo, por su parte, dice que los Doce recorrieron los pueblos, anunciando la Buena
Nueva y curando por todas partes.
Esto se pone de manifiesto en diversas ocasiones, pero quizá tiene un especial relieve aquella
en la que uno le trae a su hijo endemoniado y dice que los discípulos no han podido curarte.
Jesús curó al niño, haciendo salir de él el demonio. Los discípulos le preguntaron al Señor
aparte: «¿Cómo es que nosotros no hemos podido arrojarle? Díjoles: Por vuestra poca fe» (Mt.
17, 16)
85
Los discípulos realizan las mismas obras que Jesús con el poder y la autoridad misma del Hijo
de Dios. Este poder de los discípulos se reforzará después de Pentecostés (cfr. Hechos de los
Apóstoles) «Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca: Curad enfermos, resucitad
muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis» (Mt.
10, 7-8). Veamos un paralelo de los milagros de Jesús en los Evangelios.
Por eso afirmamos que los milagros son «hechos producidos por una intervención especial
de Dios, que escapa al orden de las causas naturales por El establecidas y destinados a un fin
espiritual». Es lógico que el Creador pueda actuar por encima de las leyes naturales creadas
por El mismo, cuando esa actuación no sea contradictoria. Dios no puede hacer que un
círculo sea cuadrado o que lo frío sea a la vez caliente. Pero puede hacer que lo frío se haga
repentinamente caliente o que se suspenda por un tiempo la ley de la gravedad. Ahora bien,
para realizar esa acción extraordinaria, y tan poco habitual, debe existir un motivo. El
milagro pasa así a ser signo de algo que Dios quiere manifestar a los hombres. Los motivos
por los que Dios otorga el poder de hacer milagros al hombre son dos:
1º Para confirmar la verdad de lo que uno enseña, pues las cosas que exceden a la capacidad
humana no pueden ser probadas con razones humanas y necesitan serlo con argumentos
del poder divino.
2º Para mostrar la especial elección que Dios hace de un hombre. Así, viendo que ese
hombre hace obras de Dios, se creerá que Dios está con él.
Curación de un
8 1-4 (1, 40-45) (5, 12-16
Leproso
86
Curación del criado
5-13 (7, 1-10)
de un centurión
Curación de la suegra Curación de la suegra Curación de la
14-15 29-31 38-39
de Pedro de Simón suegra de Simón
Numerosas Numerosas
16-17 32-34 Numerosas curaciones 40-41
curaciones curaciones
Curación de un
(8, 1-4) 40-45 Curación de un leproso 12-16
leproso
La tempestad
23-27 (14, 35-41) (8, 22-25)
calmada
Los endemoniados
28-34 (5, 1-20) (8, 26-39)
gadarenos
Curación de un Curación de un Curación de un
9 1-8 2 1-12 17-26
paralítico paralítico paralítico
Curación de una
hemorroísa y
18-26 (5, 21-43) (8, 40-56)
resurrección de la hija
de un jefe
Jesús cura a dos
27-31
ciegos
Curación de un
32-34 (11, 14-15)
endemoniado mudo
Las espigas
Las espigas arrancadas
(12, 1-8) 23-28 6 1-5 arrancadas en
en Sábado
Sábado
Curación del
Curación del hombre
(12, 9-14) 3 1-6 6-11 hombre de la mano
de la mano paralizada
paralizada
87
misión: la misericordia de Jesús por el pueblo y el apremio escatológico (la mies es mucha y
los obreros pocos). En este discurso se distinguen tres partes:
El discurso presenta dos aspectos muy importantes. Jesús muestra una doble predicación: a
la gente en parábolas (13, 1 -33) y a los discípulos se les instruye con más profundidad (13, 36
– 52). Lo que está en juego es la naturaleza del reino de los cielos. Se explica las distintas
reacciones que Jesús y los discípulos encuentran en su predicación.
Las parábolas81
Etim: Del griego parabolē que significa comparación, semejanza. La parábola es una breve
comparación basada en una experiencia cotidiana de la vida, cuyo fin es enseñar una
verdad espiritual. No son fábulas ni alegorías porque se basan en un hecho o una
observación real o por lo menos verosímil. Jesús utilizó parábolas frecuentemente para
81
http://www.corazones.org/diccionario/parabola.htm.
88
enseñar las verdades más elevadas en una forma que estuviese al alcance de todos. Su
enseñanza contrastaba por su sencillez y sus imágenes con el estilo complejo de los antiguos
filósofos. La parábola no diluye lo que es profundo sino que acerca al corazón del mensaje
por imágenes que ayudan a comenzar a razonar y nos dan una intuición en la que obra la
gracia. Los doctores judíos también utilizaban parábolas, pero Jesús las llevó a la perfección.
Sus parábolas sirven para todos en todos los tiempos.
10- Por qué habla Jesús 10- Por qué habla 9-10 Por qué habla Jesús
17 en parábolas 12 Jesús en en parábolas
parábolas
(5, 15) (10, 26) 21- Cómo recibir y 16- Cómo recibir y
25 transmitir la 18 transmitir la
89
enseñanza de enseñanza de Jesús
Jesús
26- Parábola de la
29 semilla que
crece sola
36- Interpretación de la
43 parábola de la cizaña
90
(9, 18-26) 21- Curación de la 40- Curación de la
43 hemorroisa y 56 hemorroisa y
resurrección de resurrección de la
la hija de Jairo hija de Jairo
Los llamados milagros sobre la naturaleza (4, 35 – 41; cf 6, 45 – 52) revelan a Jesús como al
Señor de la creación y el alcance cósmico del dinamismo del Reino que creará “nuevos
cielos” y “nueva tierra”. La curación del paralítico (2, 1 – 12) muestra que el dinamismo del
Reino tiende a la salvación de toda la persona. El signo de los panes (6, 30 – 44; 8, 1 -9) revela
a Jesús como buen pastor, que congrega y alimenta al nuevo pueblo, que nace por la
presencia del reino. Junto a los milagros hay otros signos no menos importantes: el perdón
de los pecados (2, 1 – 12. 13 – 17) muestra que el Reino ya presente es liberación radical y
transformación del corazón del hombre. Las vocaciones (1, 16 -20; 2, 13 – 14) muestran que
el reino es nueva fraternidad en torno a Jesús, y por otra parte las pretensiones mesiánicas
de éste, la vocación de los doce (3, 13 – 19) muestra estas mismas pretensiones de Jesús, que
se considera el enviado para crear el “nuevo Israel” en torno así.
En conclusión podríamos decir que las obras de Jesús tienen carácter escatológico y
cristológico, revelando el Reino de Dios y el misterio de su persona. Marcos al principio
subraya una actitud de admiración con el fin de invitar al lector a admirarse y hacerse dos
grandes preguntas ¿qué es esto? Y ¿Quién es este? Considerando así esta admiración un paso
previo a la fe.
94
5. El reino de Dios en el Evangelio de Lucas y en los Hechos de los
apóstoles
Hay que afirmar que el tema del Reino de Dios o Reino de los Cielos no ocupa el lugar
central en el Evangelio de Lucas y en los Hechos como sí lo es en Mateo y Marcos. Así por
ejemplo como hemos visto Mt. y Mc. Resumen desde el primer momento el ministerio de
Jesús en la proclamación del Reino (Mc 1, 14ss y Mt 4, 17 – 23), mientras que Lc. lo hace en la
obra profético salvadora de Jesús (4, 16ss) y no menciona al reino hasta el sumario de (4, 43).
Sin embargo la realidad significada por Reino de Dios es central; Lc la traduce a otras
categorías teológicas como salvación, amor, misericordia, con lo que ayuda a comprender
las implicaciones actuales del Reino ya presente por y en Jesús. Jesús proclamó el comienzo
del Reino, es decir el año de Gracia con sus implicaciones de amor y misericordia, y la
iglesia, testigo de que el reino está vinculado a Jesús Resucitado (Hch 1 – 3) proclama el
Reino y a Jesús resucitado (Hch 8, 22; 14, 22; 19, 8; 20, 25; 28, 23.31) con todas sus
implicaciones, resumidas en la oración y en el compartir (Hch 2, 42 – 47; 4, 32 – 35).
La cantidad de matices que se aprecian en las muchas ocasiones en que aparece el término
"Reino", han dado pie a las diversas interpretaciones de los exégetas. Veamos las más
importantes:
95
Jesús, pero todavía no consumada en el mundo. Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris
Missio (RM) lo expresa de esta manera: "Los discípulos se percatan de que el Reino ya está
presente en la persona de Jesús y se va inaugurando paulatinamente en el hombre y en el
mundo a través de un vínculo misterioso con él" (16). Este Reino presente y futuro dentro de
una misma historia de salvación empieza en este mundo convertido por la irrupción del
reino de Dios en Kairos (Mc 1, 14) o tiempo de salvación, pero lo trasciende y se consuma en
el mundo de Dios. Con Jesús ha comenzado el cumplimiento, pero ahora solo es el
comienzo, en la pobreza y debilidad (Mc 4, 30-32), sin embargo en esta pobreza está
encerrada la grandeza del futuro que no fallará porque Dios es el protagonista (Mc 4, 26 –
29). En el presente se manifiesta en el perdón, en la vida filial y fraternal acompañada de
signos (expulsar demonios, curar, resucitar) en el futuro se consumará con la parusía, será el
banquete con el vino nuevo (Mc 14, 25), la salvación (Mc 10,26), vida eterna (Mc 10, 17.30),
etc. Entre presente y futuro se sitúa la eucaristía, signo del Reino presente y garantía del
reino futuro (Mc 14, 22 – 25).
El Reino se realiza plenamente en Jesús (Lumen Gentium: LG, 5), en quien Dios es el
soberano, en quien se cumple plenamente su voluntad: "mi alimento es hacer la voluntad
del que me envió" (Jn 4,34; 5,30); "el que me envió está conmigo; no me deja solo, porque yo
hago siempre lo que le agrada" (Jn 8,29). Por otro lado, él es el salvador, el que va a
implantar el Reino de Dios. Y así proclama que la curación de los posesos es ya un signo de
la presencia salvadora de Dios: "si echo los demonios por el poder de Dios es que el Reino de
Dios os ha dado alcance" (Lc 11,20). En esta misma perspectiva se sitúa la respuesta de Jesús
a Juan Bautista al decirle que los ciegos son liberados de la ceguera, los leprosos de la lepra
(Lc 7,22). Por eso Lucas ve realizada en Jesús la profecía de la salvación anunciada por Isaías
(Lc 4,16-21). Jesús es el salvador y comienza ya a realizar la salvación y a implantar el Reino
de Dios en los pecadores (Samaritana, Magdalena, Zaqueo...), en los enfermos.
96
su juicio (Mt 25,31-46). Entre el presente y el futuro último es preciso mantener una actitud
de espera y esperanza y de paciencia. Durante este tiempo, el bien y el mal aparecen
mezclados, mientras que la comunidad santa aparecerá gloriosa sólo después del juicio final
(Mt 13,24-30.47-50). Tensión entre el presente y el futuro: Entre el presente y el futuro se da
una tensión de expectación. Se trata de la presencia actual salvífica de Dios, que se va
desarrollando hasta que llegue el momento de la cosecha (Mc 4,26-29.30-32). El Reino no se
conquista con la lucha armada, ni con la destrucción del orden establecido, sin embargo
exige ya el decidirse en este momento por aquellas condiciones de amor, justicia, paz,
libertad, solidaridad… exigidas por el Reino de Dios que harán posible un estado nuevo de
cosas.
Dimensión salvífica:
El Reino de Dios representa el comienzo de una nueva era (Lc 4,18-21). La salvación total
consiste en "el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo" (Mt 25,34). La
salvación consiste en la vida total (Mc 9,34-45; 10,17; Lc 18,18). La salvación del Reino de
Dios es la salvación integral del hombre. "Alcanza a la persona humana en su dimensión
tanto física como espiritual. Dos gestos caracterizan la misión de Jesús: curar y
perdonar"(RM, 15). Por eso "la Iglesia contribuye a la promoción humana, a la justicia, a la
paz, al cuidado de los enfermos, la asistencia de los pobres, salvaguardando siempre la
prioridad de las realidades trascendentes y espirituales, que son premisas de la salvación
escatológica" (RM, 20). "Construir el Reino significa trabajar por la liberación del mal en
todas sus formas" (RM, 15).
Sin embargo, la conversión es condición para que el hombre alcance el Reino de Dios: "el
97
Reino de Dios está cerca, convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1,15). Para Jesús no sólo
significa volverse atrás de los errores cometidos, como en el AT, sino que va unida a la
exigencia de creer en el Evangelio, adherirse a Jesús y tener su Palabra como norma de la
propia existencia. Esto supone que, por la conversión, el creyente abraza la salvación (cf Mc
2,5; 5,34) y comienza un nuevo modo de vida en Dios. Pero, además, se ve obligado a
aceptar las condiciones que facilitarán la llegada del Reino: vender los bienes (cf Mt 13,45-
46), abandonar la familia (cf Mc 10,28), arriesgar la vida (cf Lc 17,33) o arrancarse un ojo (cf
Mc 9,43; Mt 5,25). Son imágenes que expresan la urgencia y la radicalidad que conlleva la
conversión al Reino de Dios. La conversión al Evangelio no consiste en una revolución
social, pero exige una transformación del hombre mismo, capaz de producir una situación
colectiva nueva.
Conclusión:
El proyecto de Jesús consistió en la proclamación de la inminente y definitiva llegada de la
soberanía de Dios o del Reino de Dios, que produce la salvación. Esta salvación comienza
aquí y llegará a su plenitud al final de la historia.
98
IV UNIDAD
LA IGLESIA PROLONGACIÓN DE LA MISIÓN
DE CRISTO
1. Existencia de la Iglesia
No se puede dejar de hablar de la Iglesia dentro de la Cristología, ya que la Iglesia procede
de Cristo, pues Cristo quiso que la Iglesia fuese su sacramento de salvación, el medio para
instaurar su Reino entre las gentes. Jesús ha encomendado a la Iglesia la tarea de conservar,
interpretar y transmitir la revelación divina, nos dice la Dei Verbum es la "Santa Madre
Iglesia a quien compete fijar su sentido e interpretación" (DV. 10), porque la Iglesia es el
ámbito normal donde el hombre ha de recibir la vida divina, su condición de hijo de Dios,
los medios para vivir esta filiación y la herencia eterna.
Pero por otra parte, es importante estudiar, también, el tema de la Iglesia ya que
actualmente existe una desvaloración de ella en algunos círculos, incluso, de cristianos
formados dentro de ella, donde es común escuchar la formulación "Jesús sí, la Iglesia no".
Por ello hay que dejar claro que el término Iglesia deriva del verbo ekkalein = convocar y
significa el acto de convocar y la congregación de los convocados. Veamos de manera
resumida la historia y la evolución de este término:
En la versión de los Setenta aparece noventa y seis veces el término "ekklesía" para
designar a la comunidad del pueblo de Israel que se reúne. Algunas veces tiene un
significado puramente profano. Pero las más de las veces (sesenta y dos) se trata de
una reunión del pueblo con fines religiosos. En este caso suele ser qahal su
correspondiente hebreo, y con frecuencia lleva el genitivo Yahvé que lo determina.
Asi qahal Yavhe es la asamblea que Dios reúne (genitivo de origen) o la asamblea
99
perteneciente a Dios (genitivo de posesión). La Iglesia es, pues, una convocación, una
asamblea de los llamados por Dios, de los elegidos. El pueblo de Dios se designa como
asamblea de los llamados, porque nadie puede agregarse a este pueblo por propia
iniciativa, sino que todos los que en él se insertan están designados por la vocación
divina.
2. Institución de la Iglesia
El primer tema que se plantea a la inteligencia humana es la existencia de las cosas.
Solamente después de constatar que "algo es", la razón se pregunta "qué es" en realidad tal
cosa. De aquí que, referente a la Iglesia, lo primero que debemos examinar es su existencia. Y
hay que afirmar que la existencia de la Iglesia es un hecho que está a la vista de todos. Se
cuestiona, sin embargo, si la Iglesia procede de una fundación realizada por Jesús, o por el
contrario, surge por circunstancias ocasionales de la vida de los Apóstoles o de los primeros
cristianos.
100
Sin embargo, nos damos cuenta que la institución de la Iglesia, por parte de Jesucristo, ha
sido una verdad tan afirmada, a lo largo de toda la historia, que ni siquiera fue negada por
Lutero, el gran crítico de la Iglesia de su tiempo. Sin embargo, fue a finales del s. XIX, cuando
algunos autores protestantes negaron que la Iglesia fuera fundada por Cristo.
Por último hay que afirmar que la fundación de la Iglesia no sucedió a través de un acto
inaugural, algo así como ocurre en cualquier sociedad humana, sino que fue el resultado de
un proceso, con una serie de etapas, que abarcan todo el misterio de la vida, muerte y
resurrección del Señor hasta el acontecimiento de Pentecostés. Así es contemplada la Iglesia
en la Constitución Dogmática Lumen Gentium (LG 5). Veamos los distintos pasos de esta
institución:
El proyecto de Jesús
En una visión retrospectiva del acontecimiento de la Iglesia nos encontramos con el punto
de partida: Jesús de Nazaret. ¿Cuál fue la causa a la que se dedicó, por la que trabajó? Y la
respuesta ya la hemos visto en la segunda unidad de la asignatura: el Reino de Dios, el cual
consideramos, aquí, como el primer paso de la fundación de la Iglesia.
El gentío aparece en numerosos pasajes (Mt 13,2; 14,14; Mc 3,7; Lc 6,13...). Los
discípulos se distinguen de entre las masas.
El término "discípulo" se encuentra abundantemente en los evangelios: 73 veces en
Mt, 46 en Mc y 37 en Lc. Los discípulos son un grupo de personas que a diferencia de
los demás, se definen por una serie de características: En primer lugar, son llamados
por Jesús (Mc 3,13; Lc 10,1) para recibir sus enseñanzas (Mt 8,19; 12,38), para
acompañarle (Mt 12,1) y para ser iniciados en los misterios del "Reino de los cielos"
(Mt 13,11). Pero lo esencial de los discípulos es el seguimiento de Jesús (Mc 3,13; Lc
6,13), caminar tras él sin reservas y estar dispuestos a cualquier tipo de renuncias por
él y por su causa (Mt 10,38; 11,29; 16,24), incluso hasta llegar a la muerte (Mc 8,34). Los
discípulos, como seguidores de Jesús, toman parte en su misión y están destinados a
101
ser obreros en la "cosecha" que ha comenzado con la acción de Jesús (Mt 9,37; 10,1s.),
son “sal de la tierra y luz del mundo” (Mt 5,13). El mismo Reino de Dios será la
recompensa para aquellos que le sigan (Mc 10,29-30).
El otro grupo, y el que nos interesa aquí es el grupo de los doce.
Los doce
Entre la comunidad de discípulos que seguían a Jesús, el llamó a un grupo más reducido
con quienes mantuvo una relación especial: fueron los doce. San Lucas destaca esta
selección de doce y los llama “apóstoles” (Lc 6,13). San Marcos dice: “Instituyó a doce” (Mc
3,14), resaltando la intencionalidad de Jesús en la formación del grupo. Los Cuatro
evangelistas, con una importancia grande, destacan que su elección es lo primero que hace
Jesús (Mt 4,18ss; Mc 1,16ss; Lc 5,1ss; Jn1, 35ss). Después de haber pasado la noche en oración
los elige (Lc 6,12-18).
Los “doce” es un número que simboliza el conjunto del pueblo de Dios constituido por las
doce tribus de Israel. En equivalencia con las doce tribus, los doce apóstoles significan la
totalidad del nuevo pueblo: LA IGLESIA (Mt 19,28; 11,1; 20,17). Dice Schmaus (1970) que si
Jesús quiso que los apóstoles fueran doce, en ellos estaba prefigurado el nuevo Israel, que
más tarde vendrá a ser la Iglesia (p. 35). Los doce son designados asimismo, para juzgar a las
doce tribus de Israel: “Os sentareis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt.
19,28; Lc 22,30).
La expresión “los doce”, también, tiene un significado personal. Los apóstoles además de un
símbolo, son doce personas con sus nombres propios (Mt 10,42). Un número que quiso
mantener completo hasta el punto de llegar a la sustitución de Judas por Matías (Cf. Hch
1,26) lo cual hace pensar que Jesús había elegido “doce” para que fueran el cimiento sobre el
que se iba a levantar el nuevo Israel, para que fuera la semilla que se iba a desarrollar en el
gran árbol de la Iglesia que acogiera a toda la humanidad. Entre estas doce personas destaca
Pedro, como veremos.
Finalmente, el grupo de los “doce” son denominados como testigos y apóstoles. Así aparece
el término en Lucas (6,13). “Apóstol” procede del griego “apostolos” que es, al mismo
tiempo, la traducción del término hebreo “Shaliah” y significa un enviado oficial, es decir, el
que es mandado para representar, hacer presente al que envía, y para ello recibe poderes
102
especiales que garantizan su misión, como aparece en Mateo: “Curen enfermos ...” (Mt 10,5-
8). y así dirá el mismo Jesús: “El que les recibe a ustedes, a Mí me recibe” (Mt 10,40). Y en el
mismo sentido dirá San Pablo: “Somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortase
por medio de nosotros” (2Cor 5,20).
En consecuencia, el objetivo de la misión de los “doce” coincide con la misión de Jesús (Mc
1,15): anunciar el reino de Dios y hacer signos con poder que acrediten que el Reino ya está
presente (Mc 3,13-15). Los apóstoles tienen el encargo de la continuación o extensión de la
misión de Jesús. El alcance de esta misión, después del acontecimiento de la Resurrección y
Pentecostés, es, como lo expresa San Mateo: Vayan y enseñen a todas las gentes
bautizándolas…” (28,19-20). En síntesis, la comunidad de discípulos ha sido convocada por
Jesús de un grupo numeroso que le seguía. De entre los discípulos llamó a “los doce”,
símbolo del nuevo Israel, a quienes otorgó la misión de prolongar, en el espacio y en el
tiempo su propia misión: anunciar y establecer el Reino de Dios éntrelos que Pedro es el
fundamento (Mt 16,18).
a. Poder de predicar y bautizar.- por medio del anuncio de la palabra los hombres son
convocados, provocando la respuesta de la fe, y por el bautismo los hacen discípulos
de Cristo y miembros de la Iglesia. (Mt 28,18-20; cf Mc 16,15-18). De esta manera por el
anuncio de la palabra las primeras comunidades se congregan y se constituyen como
iglesias. Así ocurre en Jerusalén (cf Hch 2,41-42), en Samaría (Hch 8,14) y entre los
paganos (Hch 2,42). La palabra es, en definitiva, uno de los elementos característicos
de la primitiva comunidad que junto a la fracción del pan encontramos la
perseverancia en la doctrina de los Apóstoles (cf Hch 2,42).
103
Esta misma realidad aparece constantemente en las cartas de San Pablo, quien afirma
en Rm 10,14-17: por la predicación de la palabra los hombres creen en Jesucristo, que
es lo mismo que decir que por la Palabra los hombres se congregan en la Iglesia. La
comunidad de Corinto nació por la predicación del evangelio que el mismo Pablo
había anunciado (cf 1Cor 1,17), como la de Tesalónica (1Tes 1,6). Esto mismo
podemos observar en la comunidad a la que se dirige Santiago (Sant 1,18). Las
iglesias, por tanto, nacen de la palabra y se construyen en virtud de la palabra. La
vitalidad y crecimiento de la Iglesia depende de la fidelidad a la palabra que lleva al
bautismo. De aquí que los apóstoles reciban, también, el poder de bautizar, ya que por
el bautismo los hombres se incorporan a la Iglesia y ésta crece en extensión (cf Hch
2,41; 8,12-17).
104
los católicos que poseen el Espíritu de Cristo (Rm 8,9), es decir, que se encuentran en
estado de gracia (LG 14).
En el momento de la Encarnación Cristo se hace "mediador de una nueva alianza" (Hb 9,15).
Por ser Dios y hombre a la vez, tiende un puente entre Dios y los hombres, uniéndoles entre
sí. Pero esta Alianza Nueva y Eterna llegó a su punto culminante en el Sacrificio de la Cruz,
donde Cristo se convierte en el Nuevo Cordero, que sella esta Alianza Nueva con su propia
sangre. Con todo, es en la Ultima Cena, donde Jesús celebra la Pascua judía e instituye la
Eucaristía, y donde la Nueva Alianza se sella por primera vez con la sangre de Cristo al
anticipar el misterio Pascual de su muerte y resurrección. Así lo refieren los tres sinópticos y
la carta a los Corintios: "Esta es mi sangre de la Nueva Alianza que será derramada por
muchos para el perdón de los pecados" (Mt 26,26-28; cf Mc 14,22-24; Lc 22,19-22; lCor 11,23-
27). Cristo, al mismo tiempo, instituye el medio por el que se hace presente y efectiva esa
Nueva Alianza, es decir, instituye la Eucaristía y el Orden Sacerdotal a la vez: la Eucaristía
para hacer la Iglesia, y el Orden Sacerdotal para hacer la Eucaristía.
Interesa destacar que la relación existente entre la comunidad de discípulos convocada por
Jesús y la comunidad reunida en la Pascua no hay una ruptura, debido al escándalo
105
producido por la muerte de Jesús, sino una continuidad y maduración. En efecto, el final
trágico de Jesús escandalizó a los discípulos (Mc 14, 27-31), que huyeron (Mc 14,43-52).
"Escandalizarse de alguien" en el lenguaje sinóptico se contrapone a "creer en alguien" (Mc
6,3; Mt 13,57; 26,31...). Los discípulos ante la muerte de Jesús se dispersaron y huyeron, lo que
significa que perdieron o se debilitó su fe en Él. Sólo Pedro le siguió de lejos (Mc 14,54),
aunque le negó tres veces (Mc 14, 66-72) y Juan que estuvo Junto a la cruz.
La nueva comunidad convocada por Pedro era la comunidad de discípulos convocada por
Jesús y reunida en torno a Él. La elección de Matías para completar el número de doce nos
permite descubrir hasta qué punto la comunidad pospascual era una prolongación de la
comunidad de discípulos en torno al Jesús histórico. Con la Resurrección los discípulos
descubrieron en profundidad el misterio de Jesús de Nazaret que expresaron en diversas
confesiones de fe: "Jesús vive", "Dios ha rehabilitado al crucificado", "Jesús de Nazaret es el
Cristo”. En esta proclamación de la Resurrección se fundamenta el ser y la vida de la
comunidad, de la Iglesia.
Jesús había proclamado el Reino de Dios. Los discípulos proclaman al Señor resucitado (Hch
2,22ss; 1Cor 15,24-25) y su doctrina. Con ello vemos que la misión de los discípulos es la
misma de Jesús y la que Él les encomendó. Sin embargo, la Resurrección de Jesús es una
verdad que pertenece a la Revelación divina. Jesús pone en relación su muerte y su
Resurrección como signo de su Divinidad y, especialmente, de su acción redentora en favor
de los hombres. La Resurrección es un hecho original que tiene una importancia decisiva en
la vida de los hombres y puede decirse que la fe de los cristianos descansa sobre el hecho
106
histórico de la Resurrección. Y más aún el hecho de que Jesús haya vuelto a la vida después
de su muerte, es la prueba máxima de la Divinidad de Jesús.
Después de pentecostés se forma una comunidad donde todos sus miembros están llenos del
Espíritu, los creyentes tienen “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,2). Todos son hermanos
(Hch 1,15; 9,30; 10,23; ll, l; 15,23). Ellos son la prueba viviente de que el designio de Dios sobre la
humanidad se ha cumplido ahora, y que ese designio es un misterio de comunión en Cristo y
en la Iglesia.
Entre las actividades principales de esta comunidad tenemos a la predicación de la Palabra
Tan esencial es a la vida de la comunidad primitiva (Hch 6,7; 12,24; 19,20), la vida de
comunidad fraternal como un régimen de vida en común que se traducen el gran
mandamiento de la caridad fraterna (Hch 4,34), la oración en la vida de la Iglesia primitiva (Hch
1,24; 4,24-30; 8,15; 9,11-20; 10,2-7 10,9; 12,513) y La vida sacramental subrayando tres
sacramentos: el bautismo, rito de agregación a la Iglesia (Hch 2,38; 10,48); la confirmación (Hch
8,15-18) y la fracción del pan (Hch 20,7.11; 27,35).
Los responsables de esta comunidad son el Espíritu como supremo Señor del apostolado y es
quien preside toda la vida y toda la actividad de la Iglesia (Hch 8,39; 9,12-17; 16,7; 20 y 23-28) y
107
la Jerarquía que unida indisolublemente al Espíritu constituye una Iglesia Jerárquica. El Espíritu
no se da normalmente a la comunidad sino por intermedio de la Jerarquía. Ambos principios,
por lo demás, no se yuxtaponen: el Espíritu es como el principio interior de la actividad
exterior de la Jerarquía (cf Hch 15,28; 16,6-7).
En este sentido la Iglesia, pueblo de la alianza es la nueva comunidad que reemplaza al pueblo
de Israel en el desierto, y más en particular, a la asamblea del pueblo de Dios en el momento
solemne de la alianza. Esta referencia al pueblo de Dios está expresamente reconocida ya en la
Iglesia de Jerusalén (Hch 15,14), y más tarde en otros autores del NT (Tit 2,11-14; 1Pe 2,9-10). En
el tema anterior hemos presentado una visión histórico-genética de la fundación de la Iglesia.
Hemos resaltado la relación entre la Iglesia y el Jesús histórico. Ahora con toda certeza, de lo
dicho podemos afirmar que la Iglesia no es fruto de la pascua o el resultado de los
acontecimientos posteriores a la muerte de Jesús.
3. Naturaleza de la Iglesia
En este apartado buscamos saber ¿Qué es la Iglesia? Cuál es su esencia o naturaleza.
Respondemos diciendo en resumen que es un misterio, primera parte de este apartado
para luego proponer cuatro imágenes a través de las cuales se puede acceder al
esclarecimiento de este misterio.
Durante estos siglos la Iglesia fue creciendo y se fue fortaleciendo, hasta el punto de
sobresalir por encima de todas las instituciones políticas y sociales. Desde el s. IV la
importancia de la Iglesia en Occidente superaba a cualquier otra institución, incluido,
posiblemente, el mismo Imperio Romano más esplendoroso de su tiempo.
108
Sin embargo, llegó un momento en que los seguidores de Lutero negaron algunos aspectos
de la Iglesia, y en concreto, su visibilidad. Fue entonces cuando los pensadores católicos se
consideraron obligados a estudiar su naturaleza y las consecuencias, que de ella se derivan.
Los errores de Lutero sobre la invisibilidad de la Iglesia, fue uno de los motivos por el que
los primeros eclesiólogos destacaron el primer aspecto social y externo de la Iglesia. En esta
línea se sitúa la eclesiología del cardenal Belarmino, ofreciéndonos esta definición de la
Iglesia: “Esta única y verdadera Iglesia es la congregación de los hombres unidos en la
profesión de una misma fe y en la comunión de unos mismos sacramentos sometidos al
gobierno de los pastores legítimos y, sobre todo de un único Vicario de Cristo en la Tierra,
el Romano Pontífice” (De Eccl. III 2: Opera Omnia II 75). El objetivo del autor es refutar la
opinión de los Reformadores sobre las dos iglesias (separan la visible de la invisible, siendo
solamente, ésta la verdadera) y le interesa como verdadera Iglesia de Cristo, la visible, que
se manifiesta fundamentalmente por tres elementos: profesión de una misma fe,
participación en unos mismos sacramentos y sumisión a la Jerarquía, y en particular, al
Papa; pero la doctrina nos enseña que la Iglesia verdadera es una sociedad visible y
espiritual. L. G, 8 y G. S, 40 y 44.
La Iglesia sociedad
Toda sociedad se compone de unos individuos que poseen una condición común:
Todas estas condiciones se dan en la Iglesia que está compuesta de unas personas que
poseen la condición común de fieles cristianos; que están dirigidos por una autoridad
suprema: el Papa y los Obispos en las distintas iglesias particulares; y lo mismo el Papa
como los Obispos tienen autoridad en orden a orientarles para alcanzar unos fines
109
específicos y les ofrecen unos medios adecuados para conseguirlos. Tiene, además, unas
estructuras sociales que favorecen su desarrollo y organización: las diócesis, las parroquias.
Posee también un cuerpo de leyes que ayudan a la convivencia en la fe y en la disciplina.
Por eso se relaciona con las demás sociedades y pacta con los Estados. Como conclusión
afirmamos que la Iglesia es una sociedad.
De lo dicho podemos afirmar que la Iglesia es una sociedad perfecta, dado que posee, unos
fines (comunicar y desarrollar la vida cristiana, y conducir a los hombres a la vida eterna) y
unos medios para conseguir tales fines (predicación, sacramentos, y la autoridad para
realizar una orientación pastoral de los fieles), aunque su finalidad es exclusivamente
sobrenatural.
Así lo afirman los Romanos Pontífices. Pio XI, en concreto, dice que “Nuestro Señor
Jesucristo instituyó la Iglesia como sociedad perfecta”. Pio XII habla de la diferencia entre la
Iglesia y el Estado, aunque las dos son “sociedades perfectas”. Juan Pablo II hace la
siguiente afirmación: “Un primer planteamiento que se impone, para evitar confusiones o
perspectivas falsas, es considerar la Iglesia en su naturaleza verdadera: una sociedad de tipo
espiritual, con fines espirituales y encarnada en los hombres de su tiempo. Sin afán alguno
de entrar en competencia con los políticos, que ella reconoce gustosamente no ser de su
incumbencia, sin renunciar tampoco a su misión, que es mandato recibido de Cristo, busca
formar en la fe, la conciencia de sus fieles para que ellos en su doble faceta de ciudadanos
y de fieles, contribuyan al bien de todas las esferas de la vida” (Homilia en Barcelona, 7-XI-
82)
Los fieles cristianos, por lo tanto, son miembros, a la vez de dos sociedades: la Iglesia y la
sociedad civil. Ello, no obstante, no implica dicotomía alguna, ni yuxtaposición en la vida
de la persona. Por el contrario, son aspectos que se integran y se complementan: el ser
cristiano ayuda a ser buen ciudadano y viceversa, por tanto la relación Iglesia estado es
importante, en cuanto que tienen en común los mismos ciudadanos, puesto que coincide
con frecuencia la condición de fiel cristiano y de súbdito de la sociedad civil.
110
La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo
A la eclesiología que presenta a la Iglesia como sociedad, iniciada por Belarmino para
destacar su aspecto visible frente a los protestantes, sigue la eclesiología que presenta la
imagen del "cuerpo místico", que intenta acceder al misterio de la Iglesia destacando
principalmente su aspecto interno.
En la Edad Media surgió esta expresión "Corpus Christi mysticum" como denominación de la
Iglesia, a fin de distinguirla del "corpus verum", que significa el cuerpo histórico y
sacramental de Cristo. Y es a finales del siglo XII cuando se generalizó la expresión "cuerpo
místico de Cristo" como denominación propia de la Iglesia; sin embargo 1943 el Papa Pio XII
frente a las dificultades surgidas en torno a la Iglesia sociedad y Cuerpo Místico de cristo
afirmó rotundamente que no hay oposición entre la Iglesia sociedad y la Iglesia Cuerpo
Místico de cristo dejando definitivamente zanjada esta cuestión.
Por otra parte afirma que Cristo es el Salvador de todo el cuerpo de la Iglesia (Ef 5,23). Todos
hemos sido llamados a formar parte de este cuerpo (Col 3,15), de quien nosotros somos
miembros (Ef 5,30); y en él han sido reconciliados judíos y gentiles y todos los hombres (Ef
2,16). El espíritu que vivifica este cuerpo es el Espíritu Santo que nos da acceso al Padre
111
(1Cor 12,13; Ef 2,16-18).
Cristo tiene autoridad sobre la Iglesia: San Pablo era semita de nacimiento. Y para el
mundo semítico la cabeza era el símbolo de lo primero en categoría, lo más elevado.
Por eso que Cristo sea cabeza de la Iglesia significa que es su jefe y su señor. Lo cual
exige obediencia y sumisión de la Iglesia a Cristo, ya que el cuerpo existe sólo en
dependencia real de la cabeza (Col 1,18; Ef 1,21).
Cristo tiene sobre la Iglesia un influjo total: Es muy posible que Pablo estuviera
informado de la filosofía griega, bien por un conocimiento vulgar, bien por su
discípulo Lucas, el médico amado (cf Col 4,14). En este caso, aprovecharía la opinión
de Platón y los estoicos, que consideraban la cabeza como principio de animación
corporal a través de las articulaciones y ligamentos; o la de Hipócrates y Galeno, que
buscaban en la cabeza la fuerza vital del sistema nervioso. Así Cristo influye desde
dentro en el cuerpo eclesial, dando vida a las estructuras y alimentando por medio
de los sacramentos a todo el organismo (Col 2,19; Ef 1,23; 4,16).
112
todas son importantes y necesarias (Rm 12,3-8).
El término Pueblo de Dios (Laos tou Theou) en la Biblia de los LXX designa exclusivamente al
viejo Israel en su unidad biológica-nacional y con el significado específicamente religioso de
pueblo escogido. En el NT, en cambio, observamos un proceso de espiritualización: los
vínculos comunitarios no son ya la carne y la sangre, sino la fe en Cristo y el bautismo;
universalización: al nuevo pueblo de Dios son llamados tanto judíos como gentiles; por otro
lado, se siente “elegido” “adquirido” con la sangre de Cristo, pueblo “según el Espíritu” que
ya no será reemplazado por ningún otro.
La primitiva Iglesia tuvo conciencia de que todo el AT era preparación y figura del Nuevo (cf
1Cor 10,6; 10,1). Tuvo también conciencia de ser ella el nuevo Pueblo de Dios anunciado en
el AT. En la asamblea más solemne de la primitiva Iglesia, se manifiesta por primera vez de
un modo explícito esa conciencia de la Iglesia primitiva. Después que Pedro, Pablo y
Bernabé han narrado los prodigios obrados por Dios en la conversión de los gentiles,
continúa Santiago: "Cuando terminaron de hablar, tomó Santiago la palabra, y dijo:
Hermanos, escuchadme. Simeón ha referido cómo ya al principio intervino Dios para
procurarse entre los gentiles un pueblo para su nombre. Con esto concuerdan los oráculos
de los profetas" (Hch 15,13-14). Santiago, como Pedro, Pablo y Bernabé, tienen conciencia de
que los gentiles están llamados a formar parte del Pueblo de Dios, y que este pueblo,
formado de judíos y gentiles por la fe en Jesucristo, es el pueblo que anuncia el AT.
San Pablo expresará esta misma conciencia cuando escriba a los de Éfeso: "Ya no sois
extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios edificados
sobre el cimiento de los apóstoles y de los profetas, teniendo a Cristo por piedra angular" (Ef
2,19-20). Con Pablo concuerda el apóstol San Pedro, quien escribe en su primera carta:
"Ustedes son linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para anunciar
113
las alabanzas de aquel que les ha llamado de las tinieblas a su luz admirable; ustedes que un
tiempo no eran pueblo, y que ahora son pueblo de Dios" (1Pe 2,9-10). Este pasaje es clásico,
porque San Pedro aplica a la comunidad cristiana de un modo expreso lo que se dice en el
Exodo acerca del pueblo de Israel. Y se lo aplica con exclusividad, ya que este nuevo Pueblo
se edifica sobre la piedra angular (v. 7), que es Cristo (1Pe 2,4ss.). Pedro aplica a la
comunidad cristiana todas las características del Pueblo de Dios de la antigua Alianza: el
origen, radicado en la vocación de Dios, en la iniciativa divina ("los he llamado"); la
pertenencia ("pueblo adquirido"), pues ha sido adquirido nada menos que con la sangre
preciosa de Cristo, como cordero sin tacha (1Pe 1,19); la santidad ("nación santa"), como
corresponde a un pueblo que es propiedad de Dios; el dinamismo vertical hacia Dios y hacia
los demás pueblos de la tierra.
Así, pues, tanto Pablo, como Pedro, como Santiago aplican con la mayor naturalidad a la
Iglesia los conceptos que en el AT se referían a la comunidad del Pueblo escogido: El Pueblo
de Dios es simplemente la comunidad cristiana (cf Hch 15,14; Gál 3,26; 1Cor 12,13; Col 3,11),
Heredera de las promesas de Israel (Rm 9,25; 2Cor 6,16), Rescatada y purificada con la sangre
de Cristo (Tit 2,11-14; Hb 2,17; 13,12), La Iglesia es la nación santa (1Pe 2,9), el Israel de Dios
(Gál 6,16).
La comunidad eclesial es una forma de agrupación que nace de la comunión que viene de
Dios. Cuando decimos “comunión” pensamos en aquel don del Espíritu por el cual el
hombre no está ya solo ni alejado de Dios, sino llamado a participar de la misma comunión
114
que une entre sí al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y tiene el gozo de encontrar en todas
partes, sobre todo en los creyentes en Cristo, hermanos con quien comparte el misterio
profundo de la relación con Dios.
En Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo está el fundamento permanente del ser y de la misión de
la Iglesia, de su misterio y de su ministerio por el mundo (cf AG, 2). Desde aquí la Iglesia
puede realizar su tarea. Donde están los tres, es decir, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo,
allí está la Iglesia que es el cuerpo de los tres.
La Iglesia no puede replegarse sobre sí misma; ha sido convocada para ser enviada. Es a la
vez misterio de comunión y misterio de misión. No garantiza su misión más que estando
unida al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. No permanece en la comunión de las
personas divinas si no afianza la misión para la que Dios la llama. La Iglesia está inmersa en
el movimiento de autocomunicación y automanifestación de Dios Padre por Jesucristo en el
Espíritu Santo (cf Ef 1,3ss; Col 3,1ss). La Iglesia es anunciadora del designio divino y cuerpo
de los reconciliados. Ella interviene en la permanente actualización del acontecimiento de
gracia y de verdad realizado en Jesucristo.
La Eucaristía funda y culmina la comunión eclesial. En 1Cor 10,16s leemos: “El pan que
partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo
115
pan somos y un solo cuerpo, pues todos participamos de un solo pan”. “La participación en
el cuerpo y sangre de Cristo hace que pasemos a ser aquello que recibimos”, comenta el
Vaticano II (LG, 26).
La comunión en el Vaticano II
Comunión de los fieles
La LG, 2 dice, en primer lugar, que el Padre por una decisión absolutamente libre de su
sabiduría y bondad, nos ha creado y nos ha llamado para participar de la vida divina. La DV,
1-2 describe esta participación como relación personal. AG, 3 concreta esta relación como
paz y comunión. Y GS, 19 añade que en esta comunión residen la verdadera dignidad y
humanidad de la persona. Dice también que la comunión se realiza de una manera única en
Jesucristo. Él es el único mediador; en Él Dios asume la naturaleza humana para que
nosotros podamos participar de la naturaleza divina. La comunión con Dios funda la
comunión eclesial. El Espíritu unifica a la Iglesia en “comunión y ministerio” (LG, 4; AG, 4).
La comunión con Dios conduce a la comunión de los cristianos entre sí. Todos los cristianos,
en primer lugar, son fieles. Por eso la Constitución LG hizo resaltar preferentemente lo
común a todos: el ser fieles.
Comunión de fe: La Iglesia está constituida por una comunidad de personas que
tienen la misma fe. La unión íntima en la misma fe, les proporciona unas mismas
creencias, por ello profesan la misma doctrina y creen las mismas realidades
sobrenaturales. Esta íntima unión que brota de la fe abarca conjuntamente la
doctrina y la vida, es decir, toca por igual a la enseñanza y a la existencia. Ambas
realidades las tienen en común. Son como copropietarios de la misma fe y de la
misma vida, recibida en el bautismo. En la antigüedad , cuando un bautizado se
separaba de la doctrina o de la vida profesada y vivida por todos en la Iglesia , se le
consideraba como "ex-comulgado"; esto es, había roto la "común-unión" y, por la
mismo, se consideraba "fuera", "ex". De aquí que la excomunión fuera primeramente,
más una realidad vital que un acto jurídico de poder, mediante el cual la autoridad
expulsaba a alguien solemnemente de la Iglesia.
Comunión de sacramentos: Después de la fe, lo más importante en la Iglesia son los
sacramentos. Por ellos se comunica la vida divina que une a los hombres con Dios y
116
entre sí mismos. El bautismo crea la situación básica de la comunión; se refuerza por
la participación en la Eucaristía, que está esencialmente orientada a la unidad de la
Iglesia; se rehace por el sacramento de la conversión que reconcilia con Dios y con la
Iglesia. Pero es, sobre todo, la Eucaristía la que influye en la unión eclesial: "la
participación del cuerpo y sangre de Cristo hace que pasemos a ser aquello que
recibimos" (LG, 26). Y así la Eucaristía es comunión con el cuerpo de Cristo y
comunión entre los comulgantes. Este es el aspecto de comunión que puso de relieve
San Pablo especialmente (cf 1Cor 10,16-21). Los tres posibles sentidos del sintagma
"cuerpo de Cristo", que desde el NT y especialmente desde los Padres están
acreditados, a saber, el cuerpo personal de Jesús nacido de Santa María y resucitado,
el cuerpo eucarístico y el cuerpo eclesial, están íntimamente relacionados. H. de
Lubac ha desentrañado esta densa conexión. La Iglesia es cuerpo de Cristo formado
sacramentalmente por el cuerpo eucarístico.
Comunión de servicios: En la Iglesia se dan una pluralidad de servicios o ministerios
(catequesis, música, perdón de los pecados...) y de carismas, pero que se ejercitan
para común utilidad, para el crecimiento y el desarrollo de la comunidad eclesial.
Estos servicios y carismas no están yuxtapuestos o desorganizados, sino
jerárquicamente organizados.
Comunión de Iglesias
La Iglesia es "el cuerpo de las Iglesias" (LG, 23; AG, 19). La Iglesia no es simplemente la
congregación de los fieles presididos por el obispo de Roma, sino también esa congregación
universal agrupada en Iglesias locales presididas, a su vez, por los obispos en comunión con
el Romano Pontífice. Podemos decir que en la comunidad local está TODA la Iglesia (todos
los elementos que constituyen la Iglesia: palabra, sacramentos, ministerios, fieles
cristianos...), aunque no la Iglesia ENTERA (no todos los fieles, toda la fe, sacramentos...)
están en cada comunidad en forma de comunión, de manos abiertas para abrazar a todos
los cristianos, a todos los hombres.
La Iglesia universal está presente en las Iglesias particulares; y a su vez aquélla se constituye
a base de éstas. Ni la Iglesia universal existe al margen de las Iglesias particulares, sino “por”
ellas y “en” ellas, ni éstas son meras partes, cuya suma formara la totalidad de la Iglesia. Esta
singular forma de existencia en unidad y diversidad se debe al principio de comunión, que
es la manera propia de existir la Iglesia. La Iglesia no es suma de partes, sino comunión de
"totalidades".
Comunión jerárquica
La "comunión jerárquica" aparece sobre todo en el colegio de los obispos presididos por el
Papa, y en el Presbiterio de cada diócesis presidido por el Obispo. El Papa es el centro de la
comunión eclesial, ya que está a la cabeza de la Iglesia que "preside en la caridad"(Ignacio
de Antioquía). Según Möheler el Papa viene a ser la clave de la comunión eclesial. El
mantiene en la unión de la fe y de la vida a todos los miembros de la Iglesia. H. de Lubac
considera el primado del Papa como el centro de la colegialidad universal.
Cada obispo representa, por una parte, a su Iglesia particular en el ámbito de la Iglesia
universal; y, por otra, representa la comunión universal en su Iglesia. Además es el elemento
más importante de comunión en su presbiterio. Los presbíteros de una diócesis, presididos
por su Obispo, forman una fraternidad ministerial. En el sacramento del Orden se
fundamenta la solidaridad de unos presbíteros con otros y la relación de obediencia-
colaboración con el Obispo (PO, 70).
En el ámbito de comunión jerárquica hay que situar, en primer lugar, al colegio episcopal
"cum" Petro et "sub" Petro. Forman parte de este colegio aquellos obispos que están en
comunión con el Romano Pontífice, para regir la Iglesia universal a través de las distintas
Iglesias particulares. En segundo lugar, está el cuerpo de los presbíteros que en comunión
con el Obispo colaboran en la conducción de la diócesis y en tercer lugar, podríamos situar
el orden de los diáconos que en comunión con su Obispo y los presbíteros sirven a la Iglesia
local en los ministerios que le son propios.
118
La comunión de los santos
Aunando a la comunión jerárquica, a la comunión de las Iglesias y a la de todos los fieles
está la comunión de los santos. Es decir, la comunión de todos los miembros del Cuerpo
místico de Cristo: tanto los de la tierra, como los del purgatorio, como los del cielo. Esta
comunión misteriosa de bienes entre la Iglesia celeste, la purgante y la terrestre consta en el
cap. VII de la LG y en UR, 3.
La Iglesia es un Misterio
Finalmente hay que afirmar que los cuatro siglos de estudio sobre la naturaleza de la Iglesia
desembocan en el Concilio Vaticano II, que se centró principalmente en el tema
eclesiológico. Todo ello pareciera llevarnos a pensar que se llegó a un tratamiento que nos
deje realmente claro el tema, pero no fue así. El capítulo I de la Constitución Dogmática
Lumen Gentium -documento denso e importante sobre la Iglesia - lleva este título
desconcertante: el misterio de la Iglesia.
Son varias las realidades que influyen en la condición mistérica de la Iglesia. Primero, su
origen, pues hinca sus raíces en el misterio de la Santísima Trinidad; segundo, su relación
119
con Cristo, a quien hace presente de una manera visible en su misterio salvífico; y en tercer
lugar, por la pluralidad de elementos, aparentemente dispares, que la constituyen. Estas
tres realidades son, entre otras, las que motivan su carácter mistérico.
San Pablo afirma que Cristo es la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia. Esta imagen significa,
ante todo, que de Él desciende el INFLUJO VITAL a todos los miembros del cuerpo (cf Ef
4,15; 1,22; Col 2,10.19). Por eso Cristo está presente en todos los creyentes, dado que de Él
desciende la vida a todos ellos (Col 1,18); esa misma realidad misteriosa es formulada en la
imagen de la vid y los sarmientos (Jn 15,1-11). Pero Pablo se refiere también a que todo el
cuerpo recibe de Cristo su trabazón, su organización y su consistencia. Pero dado que la I.
es también una realidad visible e histórica, esta vida ha de manifestarse a través del amor
de Cristo en el mundo (cf Ef 4,1-16; Rm 12,3ss).
120
c. Pluralidad de signos que constituyen a la Iglesia. El misterio de la Iglesia aparece
también a través de una serie de elementos aparentemente opuestos. Porque es
humana y es divina, visible e invisible, celeste y terrestre, temporal y eterna a la vez.
Esta pluralidad de elementos, aparentemente contradictorios, forma una profunda
unidad según lo expresa LG, 8a.
Elementos visibles: un cuerpo doctrinal, que explica a la Iglesia misma: la
Jerarquía; el culto público que se expresa externamente.
Elementos invisibles: como la gracia, las virtudes infusas, que se comunican
especialmente por los sacramentos que tienen también un elemento visible, la
materia.
Valores Humanos: La categoría de los RR. Pontífices, los Obispos, los sacerdotes.
Obras, como los colegios, los seminarios, los hospitales.
Valores sobrenaturales y Divinos: Cristo es el fundamento; el Espíritu Santo es el
alma.
Vocación común de todos los bautizados a la santidad.
Vocación especial de algunos llamados al sacerdocio con poderes de celebrar la
Eucaristía, perdonar los pecados y dirigir la comunidad. No se oponen estas
vocaciones, sino que se complementan, pues la Jerarquía está al servicio de
todos los miembros del Pueblo de Dios.
Cada cristiano está llamado a la santidad personal.
Pero, al mismo tiempo, también está llamado al apostolado y a transformar las
realidades temporales, sociales y políticas desde la Iglesia.
Como conclusión a este apartado podemos afirmar que los cuatro siglos de estudio sobre la
Iglesia, precedentes al Concilio Vaticano II concluyeron con la formulación del título del
capítulo I de la Lumen Gentium (LG) que la define como un misterio.
121
ministerial, descritos en LG, 10.
Este nuevo elemento estructural lo podemos expresar con unas palabras tomadas del PO: "El
mismo Señor, con el fin de que los fieles formaran un solo cuerpo, en el que no todos los
fieles desempeñan la misma función (Rm 12,4), de entre los mismos fieles instituyó a algunos
por ministros, que en la sociedad de los creyentes poseyeran la sagrada potestad del orden
para ofrecer el sacrificio, perdonar los pecados y desempeñaran públicamente el oficio
sacerdotal por los hombres en nombre de Cristo (n. 2)”.
Entre los fieles algunos son ministros. Y esto por voluntad del mismo Jesús que ha querido
que en la Iglesia haya un ministerio sagrado de naturaleza sacramental, que se transmite por
medio de un específico sacramento: el Orden sacerdotal.
El sagrado ministerio comporta una nueva manera de participar en el sacerdocio del único
Sacerdote, Cristo. Esa nueva manera determina el proprium de los ministros sagrados en la
Iglesia, lo característico de su posición estructural en el Pueblo de Dios, y, en consecuencia,
lo peculiar de su servicio: "la representatio Christi Capitis". La sagrada potestad que les
adviene por el sacramento los hace capaces de prestar este servicio a que han sido llamados.
Esta nueva participación en el sacerdocio de Cristo difiere del sacerdocio común de los fieles
essentia et non gradu tantum. Esto no quiere decir que el sacerdote ministerial sea un "super-
cristiano", sino un ministro, un servidor gracias a la presencia, en sus acciones ministeriales,
de Cristo Cabeza de su cuerpo. El sacerdocio ministerial o jerárquico no es, pues, un grado
que haga a los ministros "fieles más cristianos" que los demás miembros de la Iglesia; sino
que es algo especialmente distinto, algo que se mueve en el plano del medium salutis, no del
fructum salutis.
De ahí que en un fiel que es ordenado presbítero u obispo, el sacerdocio común, que ya
tiene por el bautismo, no venga "superado" o eliminado por la nueva participación del
sacerdocio de Cristo que recibe en la ordenación, ni queda subsumido en ella, sino que
permanece en él su ontología y su operatividad específicas; el ordenado sigue siendo un fiel
122
cristiano con todas las exigencias de su ser cristiano. La ordenación le otorga un proprium
que, precisamente por ello, presupone la permanencia de lo común.
La jerarquía en la Iglesia
El término "jerarquía" deriva de dos vocablos griegos ierós (= sagrado) y arjós (= jefe que
guía, que manda, que tiene autoridad); equivale, pues, a "autoridad sagrada", "poder
sagrado". Es un verdadero poder que no tienen los demás. Pero es un poder entre hermanos
que son todos hijos de Dios; un poder que está dado por Cristo para servir a toda la
comunidad, repartiéndoles la Palabra y los Sacramentos. Así pues, si la jerarquía se entiende
como un servicio en nombre de Jesucristo a todo el pueblo de Dios; un servicio que se
ejerce siempre en nombre de Cristo y participando de su poder, también se la denomina
ministerio o ministerio sacerdotal.
La Jerarquía está integrada por el cuerpo episcopal con el Papa a su cabeza, y asistidos, para
el cumplimiento de su tarea, por determinados colaboradores de rango inferior, algunos de
ellos de institución divina: los presbíteros y los diáconos. Queda, pues, integrada así: Papa,
Obispos, Presbíteros y Diáconos. Hay que afirmar, por tanto, que el orden sacerdotal tiene
tres grados obispos, presbíteros y diáconos, ya que estos ministerios en la Iglesia no se
confieren por mero nombramiento, sino por un sacramento.
El poder o la autoridad que tienen los miembros de la Jerarquía está determinado por Cristo.
No proviene, por tanto, de una delegación de la comunidad. En las sociedades democráticas
el poder reside en el pueblo y éste lo confiere a sus representantes. Los miembros de la
Jerarquía no son representantes del pueblo, sino de Cristo para el pueblo. Ellos han recibido,
dentro de la comunidad y para la comunidad, unas facultades que derivan directamente de
Cristo a través del sacramento del Orden.
Origen de la Jerarquía
Cristo eligió a los Apóstoles y al frente de ellos colocó a Pedro con el fin de que los
123
confirmase en la fe. Los Apóstoles eligieron colaboradores suyos y les impusieron las manos
a fin de que la misión a ellos confiada continuase después de su muerte. Y confiaron a sus
cooperadores inmediatos el encargo de consolidar y acabar la obra encomendada (1Tim
5,22; 2Tim 2,2; 6,4ss; Tit 1,5), de modo que el ministerio se perpetuase.
Los apóstoles
Al hablar del origen de la Jerarquía el concilio Vat. II se refiere explícitamente a los Apóstoles
diciendo que "fueron semilla del nuevo Israel y el origen de la Jerarquía sagrada" (AG, 5). De
manera semejante a como el pueblo de Israel no es sino la expansión de las doce tribus, así
la Iglesia, nuevo Israel, no es sino la posteridad y el desarrollo de los doce apóstoles.
Jesús, cuando deja de estar físicamente presente entre los hombres, determina perpetuar su
presencia y su acción de una manera invisible: "yo estoy con vosotros todos los días hasta el
fin del mundo" (Mt 28,20), y de una manera visible a través de los Apóstoles, comunicándoles
las misión de re-presentarle como Cabeza y como Jefe de la Iglesia: "como el Padre me
envió, así os envío yo" (Jn 20,21; cf 17,18). La fuerza de este texto está en el "como". El Padre
me envió para realizar la redención, y yo os envío para que la hagáis llegar a todos los
hombres. Para eso les comunica el poder de anunciar la Palabra, celebrar la Eucaristía,
perdonar los pecados, dirigir a todos para que se integren en su Reino. Cristo garantiza la
eficacia de la misión de los Apóstoles, dándoles un triple poder:
124
vital y completa del hombre a ella. De ahí que los Apóstoles no son sólo predicadores de
la Palabra, sino formadores de la vida cristiana, es decir, dirigentes que vayan indicando
cómo se ha de conformar la vida con la Palabra. Además, por medio de los apóstoles la
autoridad de Cristo dirigirá la vida de la I.: "todo lo que ataréis en la tierra, quedará atado
en el cielo" (Mt 18,18).
Poder sacerdotal o de culto: La Palabra es para conformar la vida cristiana según Cristo.
Pero ella se hace vida, sobre todo, por la acción de los sacramentos: nace por el
bautismo, se conforta por la confirmación, se repara por la penitencia, se desarrolla por
la eucaristía. Pero la fuente de donde nacen los sacramentos y la Iglesia misma (SC, 5) es
el sacrificio de la cruz, donde Cristo es el gran mediador que une y reconcilia a Dios con
los hombres. Y este sacrificio se actualiza, para ofrecer a Dios el culto perfecto y aplicar a
los hombres los frutos de la redención, en el sacrificio eucarístico. Por eso Cristo quiso
perpetuar la oblación del culto perfecto, y aplicar la redención por medio de sus
apóstoles al decirles: "haced esto en memoria mía". Así al instituir el sacrificio de la
Eucaristía, instituía en los Apóstoles un nuevo sacerdocio, derivado del suyo, que hacía
presente a través de los siglos, la única oblación a través del gran sacerdote. Y como
Cristo se ofreció a sí mismo como Cordero que quita el pecado del mundo, era lógico
que quienes actualizaban la oblación de este Cordero en la Eucaristía, fueran también
ministros de reconciliación y perdón de los pecados: "a quienes perdonéis..."
Les promete, además, el Espíritu de verdad (cf Jn 14,25), que dará testimonio de él (cf Jn
15,26), y les comunicará la verdad completa que es el mismo Cristo (cf Jn 16,12-13), Y, en
efecto, después de resucitado y ascendido al cielo les comunica el Espíritu Santo (cf Jn 20,22;
Hch 2,1ss). Con esto queda asegurada, establecida y definida la continuidad entre Cristo y sus
apóstoles (cf ChD, 1; SC, 6; LG, 20. 24.28; PO, 5; AG, 5). Y la continuidad de los Apóstoles
¿cómo se asegura?
125
La misión apostólica es coextensiva de la humanidad y con el tiempo: "predicad a
todos los hombres hasta el final de los tiempos" (Mt 28,19). Cristo promete estar con
los Apóstoles hasta el fin de la historia (cf Mt 28,20). Esto, como es evidente, desborda
la persona de los Apóstoles, tendrá, por lo tanto, que realizarse a través de sus
sucesores.
Por otro lado, vemos cómo los Apóstoles, inmediatamente después de la venida del
Espíritu Santo, se buscaron colaboradores. Destaca en primer lugar la elección de los
diáconos con la finalidad de atender a los pobres y a las viudas, y así los Apóstoles
puedan dedicarse a la "oración y al ministerio de la palabra" (Hch 6,1-6).
La conversión de Pablo nos da a conocer la existencia de unos cristianos en Damasco,
presidida quizás por un tal Ananías, que, en ausencia de los Apóstoles, le recibe, le
impone las manos y le administra el bautismo (Hch 9,10-18).
La extensión de la fe y el nacimiento de nuevas comunidades (Hch 8,14-40; 9,19-22;
10,47-48; 11,19-30; etc) hizo necesario que los Apóstoles enviaran emisarios en su
nombre. Tal es el caso de Bernabé enviado a Antioquía con ocasión de la conversión
de los primeros griegos (Hch 11,22-26).
Es propio de los obispos perpetuar la Iglesia en su estructura y en su vida, tal como Cristo la
fundó en continuidad con los Apóstoles. "Pertenece a los Obispos incorporar, por medio del
sacramento del Orden, nuevos elegidos al cuerpo episcopal" (LG, 21-b), velar por la sucesión
apostólica. Ellos están capacitados ontológicamente para esta misión. La consagración
episcopal y la imposición de manos es el sacramento de la sucesión apostólica. El Vaticano II
dice que los obispos desempeñan el papel mismo de Cristo doctor, pastor, pontífice -títulos
que implican la "auctoritas"- y actúan en su nombre por su autoridad (LG, 21-b). En una
palabra: los obispos son pastores (LG, 18-b; 20-c; 21-a; ChD, 2-b), o instrumenta Christi Capitis
(LG, 22b; 27-a y b; ChD2-b; 16-a).
126
también sacramental. El episcopado es un sacramento, en virtud del cual hace participar al
que lo recibe de la plenitud del sacerdocio, y así se le confieren poderes especiales.
Los Diáconos
La trilogía jerárquica de obispos, presbíteros y diáconos aparece muy clara desde San
Ignacio de Antioquía. Más tarde con ocasión de la herejía protestante fue definida por Trento
de la siguiente manera: "Si alguno dijere que en la Iglesia católica no existe una jerarquía,
instituida por orden divina, que consta de obispos, presbíteros y ministros, sea anatema" (Dz
966).
La institución de los diáconos aparece con claridad en Hch 6,1-7. Es un ministerio instituido
para el servicio (esta es su etimología) de la caridad y el cuidado de los pobres y las viudas.
La narración es tan minuciosa que se consignan los nombres de los siete primeros diáconos.
Más tarde el diaconado va desapareciendo como institución permanente y estable y se
mantiene como grado previo para acceder al sacerdocio.
Colegialidad Episcopal
Por colegialidad episcopal se entiende el hecho de que los obispos que rigen y gobiernan la
Iglesia católica difundida por el mundo no son figuras aisladas entre sí, sino que integran un
cuerpo o colegio, trabado por nexos profundos y presidido por el Romano Pontífice, cabeza
jerárquica de dicho colegio.
El hecho de la colegialidad es tan antiguo como la Iglesia misma. La historia de la Iglesia nos
manifiesta una práctica de la colegialidad, tanto en una unión afectiva como en la
127
realización de actos colegiales, entre los que sobresalen los concilios ecuménicos. Los
obispos nunca se consideraron como versos sueltos e independientes, sino integrados en
una unidad o cuerpo superior que les engloba a todos. Con esta idea se promovían
consultas, encuentros, sínodos y, sobre todo, como acabamos de indicar, los concilios
ecuménicos.
Los Doce han sido instituidos por el Señor “a manera de colegio”, del que Pedro ha sido
puesto a la cabeza: Mt 11, 1; Mc 3,14s; 11,11; Lc 8,1; 9,1; Jn 6,61; 20,24; Hch 6,2; 1Cor 15,5.
El Concilio nos habla del colegio de los Apóstoles: "El Señor Jesús... eligió a los doce... los
instituyó a modo de colegio..." (LG, 19). El colegio de los Obispos sucede al colegio de los
Apóstoles, como se afirma en LG, 20 de un modo implícito; y de una manera más explícita
en LG, 22 y AG, 38). Según LG, 22 se llega a ser miembro del Colegio episcopal por medio de
la consagración sacramental y la comunión jerárquica con la cabeza y los miembros del
Colegio.
El Magisterio de la Iglesia
El concilio Vaticano II definió a la Iglesia "como sacramento"(LG, 1). Con ello no quería
afirmar que además de los siete sacramentos había uno más, sino que así como los
sacramentos son instrumentos de Cristo para distribuir la gracia, de un modo parecido, la
Iglesia entera es una "institución visible" que sirve a Cristo de medio para hacer llegar la
salvación a los hombres. Pero Cristo no dio sólo a la Iglesia los sacramentos, como medios
de gracia, sino ante todo y sobre todo, su Palabra para que la anunciara a todos los hombres
(cf Mt 16,15). Esto significa que la Palabra de Dios, como la gracia de los sacramentos, nos
llega canalizada por manos de hombres. Pero esto no debe extrañarnos desde que Dios
buscó realizar la salvación por medio de la Santa Humanidad de Cristo. Es decir, que Dios ha
querido actuar por medio de instrumentos humanos.
San Pablo en Rm 10,14-15 expone de manera concisa la dinámica global del Magisterio:
creer-oir-predicar-ser enviado. El concilio Vaticano II nos da la misma visión global del
dinamismo del Magisterio de la Iglesia aunque invirtiendo los términos: misión-predicación-
fe (cf LG, 24).
Hay que decir, por tanto, que la autenticidad del Magisterio tanto de los Apóstoles como de
129
sus sucesores, los Obispos, radica en la legítima misión. Cristo que es el único Maestro (Mt
23,10); el que tiene todo poder en el cielo y en la tierra (Mt 28,18); el que da testimonio de la
verdad (Jn 14,6), con esta misma misión envía a los Apóstoles: "como el Padre me envió, así
os envío yo" (Jn 20,21), para que enseñen a todos los hombres (Mt 28,18-20), para que
prediquen a todo el mundo el Evangelio (Mc 16,15), para que sean testigos del misterio de
Cristo (Lc 24,44; Hch 1,18). Los Apóstoles reciben la misión de prolongar la misma misión de
Cristo en el mundo (Jn 20,21). He aquí la continuidad: Padre-Cristo-Apóstoles. He aquí la
garantía: "Yo estaré con vosotros..." (Mt 28,18). Los Obispos, reciben la misma misión de los
Apóstoles de enseñar a todos los hombres, ya que a través de ellos, ha de llegar a todas las
gentes. Como ya queda estudiado, los Apóstoles buscaron colaboradores para realizar su
misión... Y en el s. II vemos que la Iglesia en las distintas poblaciones está organizada
alrededor de un obispo rodeado de su presbíteros y diáconos, siendo el Obispo el
responsable de transmitir la doctrina evangélica. Por tanto, definimos al Magisterio como la
autoridad de la Iglesia, investida a los obispos, como sucesores de los Apóstoles, para
enseñar la fe bajo la autoridad del Sumo Pontífice, sucesor de Pedro, Vicario de Cristo y
cabeza visible de la Iglesia católica. El magisterio incluye la enseñanza de la doctrina, la
moral y las costumbres. Esto queda constatado en los siguientes puntos:
Misión de los Apóstoles y Obispos es enseñar TODO y SOLO el evangelio de Cristo (cf
Mc 16,15).
Pablo procura conservar el depósito (1Tim 6,20) y para ello confronta su evangelio
con los demás apóstoles (Gal 1,18; 2,35). Nadie, ni un ángel del cielo podrá quitar o
añadir cosa alguna.
San Vicente de Lerins dice que se enseñe "lo que se te ha confiado, no lo que tú has
inventado...".
El Vaticano I dice: "No fue prometido el Espíritu Santo a los sucesores de Pedro para
que manifestaran una doctrina nueva, sino que custodiaran y expusieran fielmente la
revelación transmitida...".
La autoridad del Magisterio eclesiástico es un carisma al servicio de la fiel
conservación, interpretación y transmisión de la palabra de Dios. Y así cuando define
no impone nada, sino que testifica que se trata de una verdad revelada.
Jesús nos reveló lo que había oído al Padre (Jn 8,28); los Apóstoles lo que oyeron a
Cristo y los obispos lo que recibieron de los Apóstoles.
130
Apóstoles y sucesores tuvieron que hacer inteligible el mensaje a los diversos pueblos,
pero siendo fieles al sentido original.
Credibilidad del Magisterio Eclesiástico
Difícilmente se podrá encontrar en el mundo una institución humana que cuente con más
garantía de fidelidad en la transmisión del mensaje primitivo que la Iglesia. Y esto ¿por qué?
Porque la Iglesia depende del mensaje original y de su fiel transmisión. De ahí el cuidado que
tuvieron los Apóstoles en buscar personas capaces de transmitir el mensaje con fidelidad:
"Cuanto de mí oíste por muchos testigos, confíalo a hombres fieles, capaces, a su vez, de
enseñar a otros" (2Tim 2,4). En la primera carta le advierte que le encargó que permaneciera
en Éfeso a fin de reprender a algunos para que no enseñasen doctrinas extrañas (1Tim 1,3).
Pablo hace un juramento, cuya solemnidad no tiene parangón en ninguna de sus cartas,
recomendando a su discípulo "en presencia de Dios y de Jesucristo" para que conserve
intacto e irreprochable el mandato recibido" (1Tim 6,13-14).
Dicen los protestantes: la Sagrada Escritura ha sido escrita bajo la inspiración divina; ella es
Palabra de Dios; ¿qué necesidad tenemos entonces de Magisterio? Tenemos necesidad,
porque los Apóstoles reconocieron pasajes difíciles de entender e interpretar en los libros
inspirados que necesitaban de iluminación para acceder a su verdadero sentido (2Pe 3,16).
En esta carta de San Pedro se advierte que algunos pervierten el sentido de la Sagrada
Escritura, por eso es necesario el Magisterio de la Iglesia que garantice la recta
interpretación. Muchas herejías se fundamentan en algún texto bíblico mal interpretado.
La credibilidad del Magisterio Eclesiástico se funda en razones de fe. He aquí las palabras del
Concilio: "Los obispos, en su calidad de sucesores de los apóstoles, recibieron del Señor, a
quien se ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra, la misión de enseñar a todas las
gentes y de predicar el Evangelio a toda criatura... Para el desempeño de esta misión, Cristo
Señor prometió a sus apóstoles el Espíritu Santo..." (LG, 24). El Concilio apunta tres razones
en las que se funda la credibilidad del Magisterio eclesiástico:
131
obligación de creer a la predicación de los Apóstoles, de la que depende la salvación (Mc.16,
15). Luego el testimonio de los Apóstoles debe ser de una fiabilidad absoluta, de lo contrario
condenaría injustamente a los que no creen en su palabra.
La asistencia del Espíritu Santo: "Yo rogaré al Padre y os dará otro abogado que
esté siempre con vosotros" (Jn 14,16-17).
En conclusión, hay que decir que el fin último del magisterio eclesiástico es la salvación. La
Iglesia es sacramento de salvación, de tal modo que todo lo que en ella hay -Palabra,
predicación, sacramentos, leyes- es servirle a Cristo como medio de redención. El fin
próximo es sembrar y defender la fe. Pero a la fe se llega por la Palabra de Dios. Y la Palabra
se anuncia por la predicación de los Apóstoles y sus sucesores (Jn 17,20), es decir, por el
Magisterio de la Iglesia. Por eso Trento dirá que la Palabra es la primera función del Obispo.
Y el Vaticano II la pone entre las principales obligaciones de los obispos (LG, 25) lo mismo, y
con ellos los presbíteros, sus necesarios colaboradores. De aquí se sigue que los fieles tienen
el deber de aceptar la doctrina de su obispo en cuestiones de fe y costumbres, propuestas en
nombre de Cristo, y adherirse a ella con religiosa sumisión de voluntad y entendimiento
(LG,25) ya que su enseñanza es infalible en cuestión de materia, fe y costumbres.
Los religiosos
Para que un estudio sobre la Iglesia sea completo necesariamente debe tratar el tema de la
vida religiosa en la Iglesia porque ella tiene un lugar en su estructura. Es verdad que el
estado religioso no pertenece a la Jerarquía de la Iglesia (Catecismo de la Iglesia Católica,
914). Tampoco es un estado intermedio entre el sacerdocio y el laicado, ya que lo mismo los
sacerdotes como los laicos ambos pueden ser religiosos (LG, 43 y 44).
132
“Desde los comienzos de la Iglesia hubo hombres y mujeres que intentaron, con la
práctica de los consejos evangélicos, seguir con mayor libertad a Cristo e imitarlo más de
cerca. Cada uno a su manera, vivió entregado a Dios. Muchos, por inspiración del Espíritu
Santo vivieron en la soledad o fundaron familias religiosas, que la Iglesia reconoció y
aprobó gustosa con su autoridad” (PC, 1).
El término “laico” no pertenece al nivel sacramental. Los laicos son todas las personas que
pertenecen a la Iglesia católica, a través del Bautismo pero que no son obispos, sacerdotes, o
pertenecen a algún grupo de vida consagrada. De esta forma, los laicos son todos los fieles
que han sido bautizados dentro de la Iglesia. Para ser más precisos, escuchemos lo que dice
el Concilio Vaticano II en el documento Lumen Gentium, número 31 y que recoge el
Catecismo de la Iglesia católica en el número 897: “Por laicos se entiende aquí a todos los
cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y del estado religioso reconocido en la
Iglesia. Son, pues, los cristianos que están incorporados por el bautismo, que forman el
Pueblo de Dios y que participan de las funciones de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos
realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el
mundo”.
134
La figura de Pedro.
Cristo confiere a Pedro una misión especial y un poder sobre los demás Apóstoles. En el
primer encuentro de Jesús con Simón le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás
Cefas, que quiere decir "Piedra"(=Pedro) (Jn 1,42). "Kefa" es un término arameo que significa
"Roca". Fue traducido en griego por "Petros", luego en latín por "Petrus" y en castellano por
"Pedro". A partir de estas palabras la vida de Pedro queda marcada con un destino especial.
El nuevo nombre, Pedro, hace referencia a su misión de ser la roca básica de la edificación
de la Iglesia.
La Sagrada Escritura muestra una preeminencia de Pedro sobre los demás apóstoles.
En las cuatro relaciones de los Apóstoles se le nombra siempre el primero (Mt 10,2; Mc
3,16-19; Lc 6,14-16; Hch 1,13).
Los otros apóstoles aparecen asociados a Pedro: "Simón y los que estaban con él" (Lc
9,32).
Pedro aparece también el primero entre los tres que Jesús escoge como testigos de la
resurrección de la hija de Jairo (Lc 8,51); de la transfiguración (Lc 9,28); de las
angustias del Huerto (Mt 26,37).
Pedro es también el primero a quien se aparece Jesús resucitado (Lc 24,34; 1Cor 15,5),
por lo tanto el primer testigo de la resurrección. Recordemos que ser testigo del
Resucitado es una condición imprescindible para ser apóstol en sentido pleno.
Resulta también significativo que Jesús se asocie a Pedro de un modo especial: paga
el tributo asociado a Pedro (Mt 17,24); toma la casa de Pedro como propia (Mt 8,14; cf
Mc 2,2; 3,20) y predica desde la barca de Pedro (Lc 5,1-12; Mc 9,10).
Tres son los textos principales que fundamentan la primacía de Pedro.
a. Promesa del primado (Mt 16,18): esta promesa aparece mediante tres imágenes que
expresan la misma realidad: Pedro va ser la roca y el principio de firmeza y estabilidad
sobre el que se va a construir la Iglesia.
El primero: Isaías anuncia la edificación de la comunidad mesiánica "sobre
una piedra escogida, angular, preciosa, fundamental. El que creyere no vacilará... y vuestro
pacto con el sheol (con el infierno), no subsistirá" (Is 28,16-18), porque ese pacto tenía como
base la mentira y el engaño (v. 15). A la luz de este texto de Isaías se comprende la mente de
Jesús: él es la piedra fundamental de la nueva construcción de la Iglesia, que la sinagoga
135
rechazó (cf Mt 21,42-43); así lo afirman San Pablo (1Cor 3,11) y San Pedro (Hch 4,11). Pero va
hacer partícipe de esta prerrogativa a Pedro. De ahí el nombre posterior que éste recibe de
ser "Vicario de Cristo". Esta interpretación Cristo-Pedro, como cimiento sobre el que se
apoya la Iglesia, es resaltado por la tradición. Así se expresa San León Magno: "Tú, le dice,
eres Pedro... Esto es lo que debemos entender: A pesar de que yo soy el fundamento y fuera
de mí no puede haber otro, sin embargo también, Pedro eres piedra, porque yo mismo te
constituyo en fundamento y porque las prerrogativas que son de mi propiedad, yo te las
comunico y, por consiguiente, son comunes a los dos" (Sermón, 4).
También hay que tener presente en este apartado el poder de las llaves. Esto se puede
explicar de dos maneras:
Esto ocurrió con José, cuando recibió plenos poderes del Faraón: "Tú mismo quedarás al
frente de mi casa" (Gn 41,40). Esto significa "maestro de palacio"; así se llamaba al que
asumía la regencia del reino en lugar del rey (cf 2Reg 15,5). Prueba de ello es lo que le sigue
diciendo: "A tu mandato habrá de doblegarse mi pueblo" (Gn 41,40); "mira te constituyo
sobre todo el país de Egipto" (Gn 41,41). "Yo soy el Faraón; pero sin tu permiso nadie
levantará mano ni pie en todo el país de Egipto" (Gn 41,44). Con este trasfondo bíblico sobre
el tema de las llaves, aparece con claridad que Jesús va constituir a Pedro el primer ministro
con plenos poderes, que haga sus veces y tome la regencia de su Iglesia tras su ascensión a
los cielos. En esta suplencia hay un claro sentido de vicariedad, que hace inteligible la
piedad con que hoy hablamos del sucesor de Pedro como Vicario de Cristo y, más
radicalmente todavía, aquella con que Santa Catalina de Siena se refería a él como el "dulce
Cristo en la tierra".
136
Y por último dentro de esta primera cita bíblica hay que recalcar el poder de
"atar y desatar". La cual podemos resumirla de la siguiente manera:
Equivale a "prohibir o permitir" la doctrina que fortalece o corrompe a la
Iglesia
Expulsar o reincorporar de nuevo a quien se ha apartado o reconciliado de
nuevo con Dios y con la Iglesia. También expulsar a quien pudiera ser un peligro para la
unidad o la firmeza de la Iglesia y admitirle de nuevo, cuando desaparezca este peligro.
En una palabra, tener el poder para gobernar y dirigir la Iglesia. Y este poder es
tal que será ratificado en el cielo, es decir, delante de Dios.
b. Misión de Pedro respecto a los demás Apóstoles (Lc 22,31-32): este es el segundo
texto que fundamenta la primacía de Pedro. Veamos:
Cuando Jesús anuncia su pasión y el abandono de los Apóstoles, Pedro
promete fidelidad. Jesús prevé sus negaciones y le dice lo de Lc 22,31-32.
Este texto supone la caída de Pedro. Con todo la indefectibilidad de su fe está
asegurada por la eficacia de la oración de Jesús. Con ello Cristo le capacita para confirmar a
sus hermanos y para ser el punto y centro de referencia de la verdadera fe de la Iglesia
En conclusión, la doctrina de San Lucas pone de relieve la primacía de Pedro
sobre los demás Apóstoles. Estos reciben también el poder de "atar y desatar", de predicar el
evangelio; pero la garantía sobre la fe y la doctrina sólo se la confía a Pedro.
c. Jesús otorga el primado a Pedro (Jn 21,15-17): La tercera cita es la del Evangelista San
Juan, quien no habla de la promesa del Primado, puesto que ya lo habían hecho Mt y
Lc. Narra, no obstante, su concesión, cosa que no hicieron los demás. Veamos:
La triple confesión de amor es para reparar la triple negación. Al mismo
tiempo parece indicar que si la fe fue la condición para prometerle el Primado, el
presupuesto del amor será la condición para hacerlo efectivo. Por otra parte, al exigir un
amor mayor al de los demás, está indicando que a Pedro le hace una encomienda especial,
distinta de la que le hace a los demás apóstoles, al encomendarle su rebaño.
La imagen del pastor había sido utilizada por el propio Jesús referida a su
persona: "Yo soy el buen pastor..." (Jn 10,1-16). No puede, en consecuencia, dejar de emplear
137
la misma imagen en la misión que confiere a Pedro, pues se trata de continuar la misión de
Cristo, siendo su "representante".
La sucesión de Pedro
La primacía de Pedro entre los demás apóstoles se constata fácilmente. El tema más difícil es
probar que la misión de Pedro, por disposición divina, se continúa en el Papa. Algunos
teólogos protestantes que admiten con facilidad el primer hecho, se separan de la Iglesia
católica al negar el segundo.
En la cuestión del Obispo de Roma como sucesor de Pedro se ventilan, en buena parte, los
límites y las diferencias entre las distintas confesiones cristianas. Es cierto que hoy todos se
acercan a la creencia de un cierto primado del Romano Pontífice, pero aún no se ha llegado
a aceptar toda la verdad cristiana sobre este asunto.
Lo dicho sobre la sucesión apostólica, vale igualmente para la sucesión del Primado de
Pedro. Si el ministerio apostólico ha de continuarse en los sucesores de los Apóstoles hasta el
fin del mundo, ese ministerio tiene que ser coordinado, fortalecido, gobernado por un Pastor
Supremo, y garantizado en la fe por uno que se mantenga en ella a través de los siglos. De lo
contrario, el ministerio apostólico dejaría de tener el principio de unidad y la garantía en la
fe puesto por Cristo. La Iglesia, por la voluntad de Cristo, ha de durar hasta el fin de los
tiempos (Mt 28,20) y está asentada sobre la roca de Pedro (Mt 16,18). Pero la existencia de
éste será temporal y pasajera. En consecuencia, el oficio de Pedro debe prolongarse en unos
sucesores que sean la “piedra” sobre la que se sostiene el edificio, el maestro que “confirme
138
en la fe”, y el Pastor que “apaciente el rebaño”. De lo contrario, la Iglesia perecería, como un
edificio sin fundamento, una doctrina sin maestro supremo o un rebaño sin guía y pastor.
Poderes papales
Es evidente que el Papa no puede entenderse como un en sí mismo e independiente de la
Iglesia, sino que es un ministerio dentro de ella. El Papa no está "sobre" la Iglesia, sino que
está "en" la Iglesia. Y su ministerio por excelencia es el de la unidad de la Iglesia. Por eso la
figura del Papa conviene estudiarla dentro de la colegialidad de los obispos. Él es, en
realidad, la Cabeza del Colegio. A este respecto Juan Pablo II escribió: "El Concilio ha
demostrado que la misión de Pedro es primacial en su sólido marco colegial".
Hay que dejar claro que el poder del Papa es pleno, supremo y universal y puede ejercerlo
siempre con libertad (LG, 22-b), es decir, puede ejercerlo con todo el Cuerpo episcopal. Así
afirma el Vat. II: "El colegio o cuerpo de los obispos, por su parte, no tiene autoridad, a no
ser que se considere en comunión con el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, como cabeza
del mismo, quedando totalmente a salvo el poder primacial de éste sobre todos, tanto
pastores como fieles. Porque el Romano Pontífice tiene sobre la Iglesia plena, suprema y
universal potestad, que puede siempre ejercer libremente. El Cuerpo episcopal... junto con la
Cabeza, el Romano Pontífice, y nunca sin su Cabeza, es también sujeto de la suprema y
plena potestad sobre la Iglesia universal" (LG, 22-b), sin embargo, hay que decir que algunos
teólogos hablan de dos poderes "inadecuadamente" distintos, y otros prefieren hablar de dos
modos de ejercer el poder: el Papa solo como Cabeza del Colegio y el Papa junto con el
Colegio.
Por tanto hay que decir que el Papa es infalible cuando habla "ex catedra" teniendo en
cuenta las siguientes condiciones:
Cuando actúa como sucesor de Pedro, o sea, ejerciendo su" cargo de pastor y
139
doctor" de la Iglesia universal, con intención de definir.
Tiene que ser enseñando a toda la Iglesia universal.
Tiene que ser haciendo uso de toda su autoridad.
Tiene que ser en sentencia última e irrevocable en materia de fe o de costumbres. De
aquí no puede salirse. El Papa sólo es infalible en relación a fijar las verdades que
deben creerse y en señalar lo que es bueno o malo en la vida moral. Las definiciones
son irreformables por sí mismas y no por el consentimiento de la Iglesia. Es decir,
para que sean válidas no se requiere que sean admitidas por los fieles, ni siquiera
aprobadas por los obispos. La infalibilidad le viene dada al Romano Pontífice por
actuar como doctor supremo (cf LG, 25).
Pero este don no se puede utilizar a capricho. Es decir, la infalibilidad no exime al Papa de
poner todos los medios para garantizar todas las verdades que enseña, entre ellos, el del
estudio necesario para interpretar con rigor verdades reveladas. Puestos estos medios,
cuando el Papa propone una verdad como revelada por Dios, en tal momento, el Espíritu
Santo le asiste mediante el don de la infalibilidad, con el fin de que no sólo no se equivoque,
sino que explique y exponga debidamente la verdad.
Aunque la infalible es la Iglesia, sin embargo este carisma se expresa a través de órganos
muy concretos y el Papa es, sin duda, el principal. Cabe decir más: la infalibilidad del
140
Romano Pontífice es como la garantía de la infalibilidad concedida por Cristo a su Iglesia.
Jesucristo pidió por Pedro, para que él confirme a todos los demás. De tal manera que todos
los órganos a través de los cuales se actualiza el don de la infalibilidad, deben estar siempre
en comunión con el Papa.
Sin embargo hay que afirmar que el magisterio del Papa no se agota en el carisma de la
infalibilidad. Toda enseñanza suya tiene una gran importancia para la vida de la Iglesia. Por
eso el Vaticano II pone de relieve la necesidad de acoger con respeto religioso y con
reverencia sus enseñanzas: "Este obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento de
modo particular ha de ser prestado al magisterio auténtico del Romano Pontífice aun
cuando no hable "ex catedra"; de tal manera que se reconozca con reverencia su magisterio
supremo y con sinceridad se preste adhesión al parecer expresado por él, según su
manifiesta mente y voluntad, que se colige principalmente ya sea por la índole de los
documentos, ya por la frecuente proposición de la misma doctrina, ya sea por la forma de
decirlo" (LG,25).
Así se comprende perfectamente que Dios, al comunicarse con los hombres, haya querido
hacerlo por medio de signos. Lo “sacramental” no es algo accesorio o secundario en la
141
historia de la salvación. Santo Tomás dice: “Los sacramentos son necesarios para la
salvación humana porque es propio del hombre llegar a las cosas espirituales e inteligibles a
través de lo sensible y por tanto, es la sabiduría divina la que otorga al hombre los auxilios
de la salvación bajo signos corporales y sensibles que llamamos sacramentos”.
En la plenitud de los tiempos, Dios se nos ha revelado en Cristo, que es la Palabra… Cristo
es el sacramento que manifiesta al Padre y nos comunica su vida divina (Jn 1,4.14.18;
3,16.36; 5,20-26.; 6,46-47; 14,6-12) y en la humanidad de Jesús tiene lugar la unión suprema
de lo divino con lo humano, de tal manera que Dios se manifiesta y obra a través de la
humanidad de Cristo. “En efecto, su humanidad, unida a la persona del Verbo, fue
instrumento de nuestra salvación” (S C, 5; cf LG,8).
Veamos a continuación algunos textos del Concilio Vaticano II en que se habla de la Iglesia
como sacramento, pero no como “signo o instrumento eficaz de la gracia salvadora”, sino
con un sentido distinto a los sacramentos por eso usa las frases “como un”, “a modo de” un
sacramento para remarcar su distinción. Cristo es fuente, la Iglesia es medio:
142
La Iglesia sacramento y los sacramentos de la Iglesia.
La estructura fundamental de la Iglesia se concreta y visibiliza de una manera
particularmente intensa en los siete sacramentos. Los sacramentos son acciones de Cristo.
Cristo a través de ellos se hace contemporáneo del hombre que quiera encontrarse con Él.
Como en su vida terrena Cristo se hacía presente y visible a través de su cuerpo físico, ahora
continúa su acción entre los hombres de un modo semejante a través de su cuerpo místico,
la Iglesia. San Agustín ya enseñaba que a través de los ministros es Cristo quien actúa en los
sacramentos: “Pedro bautiza, es Cristo quien bautiza...”.
Pero los sacramentos son, también, acciones de la Iglesia. Han sido dados por Jesús en
exclusiva a la Iglesia quien, mediante sus ministros, los actualiza y renueva. No hay
sacramentos fuera de la Iglesia, y donde hay sacramentos allí actúa la Iglesia. La Iglesia fija
la liturgia de su celebración que no está a merced de las veleidades del pueblo cristiano o
del celebrante. Observar fielmente las normas litúrgicas en la celebración de cada
sacramento que es un signo de comunión eclesial y es el modo de asegurar que unas
acciones rituales sean realmente, aunque de una manera invisible, acciones de Cristo. No
olvidemos que los sacramentos no se ordenan únicamente a la salvación del individuo, sino
a la edificación de la Iglesia. Nace la Iglesia verdaderamente cuando al anuncio de la
Palabra se responde con la fe y los sacramentos. Si faltan los sacramentos no hay Iglesia
verdaderamente implantada.
En los sacramentos el creyente se une con la Iglesia y en ella con Cristo. Por esto podemos
hablar de la dimensión eclesial de cada uno de los sacramentos. Veamos:
143
dolencias, puedan incorporarse pronto activamente a las tareas de la comunidad
cristiana.
Por el sacramento del Orden, un bautizado queda capacitado para ejercer en la
Iglesia el ministerio pastoral en representación de Cristo, buen pastor de su pueblo.
Por el sacramento del Matrimonio los bautizados se convierten en miembros vivos
del amor de Cristo a su Iglesia y su hogar viene a resultar “iglesia doméstica”.
La Eucaristía significa y realiza la unidad de la Iglesia. Los que compartimos el cuerpo
y la sangre del Señor no podemos andar luego desunidos y en medio de rivalidades.
Es tan importante la dimensión eclesial de este sacramento que se puede decir que la
Iglesia hace (celebra) la eucaristía y la eucaristía hace (edifica) la Iglesia.
Es muy conocida esta afirmación de San Pablo: “Dios quiere que todos los hombres se
salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2,5). No se puede dudar, por tanto, de
la voluntad salvífica universal de Dios. Esto se reafirma con la actitud de Jesucristo frente a
los pecadores. Él manifiesta que su misión es salvarlos: “No vine a buscar a los justos, sino a
los pecadores”; las parábolas del hijo pródigo y de la oveja perdida manifiestan
abiertamente el plan salvador de Dios (cf Lc 15, 3-31). Más aún, la misión de Cristo se
describe como de Salvador, y a ese plan obedece su mismo nombre: “Será llamado Jesús,
que quiere decir Salvador, pues salvará a los hombres de sus pecados” (Mt 1,21). El Evangelio
afirmará también dos veces que Jesús había venido a “salvar y buscar lo que estaba perdido”
(Mt 18, 11; Lc 19,10).
144
escribió esta frase que se ha hecho clásica en la historia de la Teología: “Fuera de la Iglesia
no hay salvación” (Carta 73, 21,2), de manera semejante se manifestaron Lactancio, San
Jerónimo y San Agustín.
En resumen cabe hablar de tres modos de pertenencia a la Iglesia: De modo pleno: los
católicos; Con unión imperfecta: las confesiones cristianas y con algún vínculo: todos
cuantos creen en Dios y buscan la verdad junto con la práctica del bien.
Jesús en su doctrina, por las comparaciones usadas manifiesta el propósito de fundar una
sola Iglesia: habla de “un sólo rebaño y un solo pastor” (Jn 10,16); de un reino que no puede
estar dividido (Mt 12,25); de un edificio fundado sobre el cimiento de Pedro (Mt 16,19). Lo
mismo cabe decir ante su preocupación por la unidad de todos los cristianos (Jn 17,11;
20,”1). Así ya cuando San Ireneo, en el s. II, reclama contra los herejes gnósticos la sucesión
apostólica como garantía de verdad, está manteniendo en el fondo un criterio de
discernimiento.
146
que nos permiten reconocer a la verdadera Iglesia. Y aunque los apologistas no se ponían de
acuerdo en el número de las mismas, a partir del s. XVIII se va dando un consenso en
identificar tales notas con las de unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad.
Las notas no están reunidas sólo porque se atribuyan al mismo sujeto, sino que
emanan de la naturaleza misma de la Iglesia. Sólo se distinguen de ella por el análisis
que nosotros hacemos. Por eso no son separables entre sí. La unidad es apostólica
porque a través de los apóstoles le llega a la Iglesia la unidad en Cristo; es católica
porque no se limita a un lugar, raza, clase, etc.; es santa porque se realiza sobre todo
por la acción del Espíritu Santo y no tanto por el esfuerzo humano... Y así las demás.
Son signos confesionales. Forman parte del Credo y por lo mismo tienen su origen en
la fe de modo que, fuera de ella, pierden su sentido. No surgieron para convencer a
no creyentes de que la Iglesia católica es la única Iglesia verdadera. Son afirmaciones
de fe. Reconocemos que la Iglesia es una o santa no tanto por la unidad o santidad
de sus miembros cuanto por la acción de Cristo que permite superar las divisiones y
los pecados.
Son afirmaciones de esperanza. La Iglesia ya es una porque uno sólo es el mediador,
ya es santa porque Cristo nos introduce en la intimidad del Dios Santo por medio de
ella, ya es católica porque en Cristo es sacramento de salvación para todos los
hombres, ya es apostólica porque perpetúa el testimonio de aquellos testigos oculares
de la vida, muerte y resurrección de Cristo que fueron los apóstoles. Pero lo más
importante es que está llamada a ser una, santa, católica y apostólica porque
mientras sea peregrina en este mundo nunca vivirá con perfección. Más que
indicativos de lo que la Iglesia es, son imperativos de lo que la Iglesia debe llegar a
ser.
En virtud de lo anterior, hoy no se hace una exposición apologética de las notas. Se
ha renunciado a argumentar, discutir, vencer y se prefiere exponer para convencer.
Se expone la teología de las notas de forma más positiva, más bíblica, más histórica...
de modo que ayuden a exponer la riqueza del misterio de la Iglesia.
147
La Iglesia es Una
En Amsterdam, donde se celebró el primer congreso mundial del consejo ecuménico de las
Iglesias, en el 1948, se manifestó que el plan de Dios es que la Iglesia sea una, pero el pecado
del hombre rompe esta unidad. Los mismos protestantes, estando tan divididos, lo mismo
que los ortodoxos afirman con claridad que la Iglesia de Cristo tiene que ser una. También
los católicos de un modo constante, desde la edad media con la bula “Unam Sanctam” de
Bonifacio VIII (Dz 247, 468) hasta el decreto de Ecumenismo del Vaticano II Unitatis
redintegratio en el 1964 habla también que la Iglesia debe ser una.
Teniendo como precedentes todos esos acontecimientos hay que afirmar que Cristo murió,
nos recuerda San Juan (11,52), para reunir en uno a los hijos de Dios dispersos por el
pecado…donde debe existir un solo rebaño y un solo pastor (Jn 10,16). Pero es, sobre todo,
en la oración sacerdotal donde vemos a Cristo pedir al Padre por la unidad de la Iglesia:
“Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en
nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21).
La unidad es la obra de Cristo quien como Cabeza del Pueblo nuevo y universal une a todos
los hombres con Dios y entre sí (cf LG, 13) realizada especialmente por el Bautismo y la
Eucaristía. El Bautismo nos incorpora a Cristo y nos hace una sola cosa con Él y entre
nosotros (1Cor 12, 13ss) y la Eucaristía representa y realiza la unión de todos los fieles (cf LG,
3.7.11; UR, 2; GS,78).
La unidad es el fruto del Espíritu Santo, el cual es para toda la Iglesia y para cada uno de los
fieles el principio de unidad hasta llegar a aquella koinonia de que nos habla Hch 2,42,
donde aparecen unidos los espíritus, unión que se traduce en favor de los Pobres, poniendo
todos los bienes en común (cf UR,2
La unidad de la humanidad, creada por Dios para participar de su vida, se rompió por el
pecado. Pero Cristo por su redención la recuperó de nuevo. Y ahora una de las misiones
148
que el encomienda a la Iglesia es ser instrumento o sacramento de “la unión íntima con Dios
y de la unidad de todo el género humano” (LG, 1). De tal manera que la unidad rota
encuentra ahora en la Iglesia el instrumento de la unidad que la humanidad no puede
conseguir jamás por sus propias fuerzas. Cristo ha puesto como agente principal de la
realización de la unidad al mismo Espíritu Santo: “El Espíritu Santo, que habita en los
creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable unión de los fieles y tan
estrechamente une a los hombres en Cristo que es el principio de unidad de la Iglesia” (UR,
2). Por eso se le ha llamado con razón “alma” de la Iglesia.
Unidad y diversidad
La unidad de la Iglesia no se opone a una legítima diferenciación. “Desde el principio, esta
Iglesia una se presenta, no obstante, como una gran diversidad que procede a la vez de la
variedad de dones de Dios y de la multiplicidad de las personas que los reciben. En la
unidad del pueblo de Dios se reúnen los diferentes pueblos y culturas. Entre los miembros
de la Iglesia existe una diversidad de dones, cargos, condiciones y modos de vida; ‘dentro de
la comunión eclesial, existen legítimamente las Iglesias particulares con sus propias
tradiciones’ (LG, 13). La gran riqueza de esta diversidad no se opone a la unidad de la Iglesia.
No obstante el pecado y el peso de sus consecuencias amenazan sin cesar el don de la
unidad” (Catecismo, 814). Pensemos, por ejemplo, en la liturgia de los orientales católicos,
que celebran la misma eucaristía que nosotros con una sensibilidad cultural y mística
diferente.
150
Cisma: que es el rechazo de la sumisión al sumo Pontífice o a la comunión de los
miembros de la Iglesia a él sometidos.
Sin embargo, a pesar de las rupturas existentes en la Iglesia, la FE predicada por los obispos
en comunión con el Papa nos hablan de la verdadera unidad. Si uno quiere encontrar la
unidad de fe puede encontrarla ahí. En efecto, se puede demostrar que ha habido gentes
que han abandonado esa unidad; se puede demostrar que tal sacerdote, tal teólogo, tal
obispo incluso, no comulga con la fe de todo el pueblo de Dios interpretada auténticamente
por el magisterio de los obispos unidos al Papa; pero no se puede demostrar que se ha roto
la unidad de la Iglesia. Por eso el Vaticano II ha tenido la valentía de afirmar que la unidad
que “Cristo concedió desde el principio a su Iglesia, sabemos que subsiste indefectible en la
Iglesia católica y esperamos que crezca cada día hasta la consumación de los siglos” (UR, 4).
En otras palabras, la única Iglesia de Cristo subsiste allí donde Pedro y los apóstoles
conservan visiblemente la continuidad con los orígenes.
La Iglesia es Santa
Se suele relacionar la santidad con determinados comportamientos éticamente perfectos.
Pero si nos asomamos al mundo de la Biblia, de donde toma origen el término “santidad”,
descubrimos que este concepto dice relación primordialmente al ser y secundariamente al
actuar.
151
Tiene poder de santificar. Dios, Padre, Cristo, el Espíritu Santo son santos porque son
fuente de santidad. La Iglesia es santa porque santifica por medio de los dones que ha
recibido de Cristo: la Palabra de Dios, los sacramentos, los ministerios.
Quizá nada escandaliza hoy más que la afirmación de la santidad de la Iglesia, sin embargo,
es el calificativo que más se aplicó a la Iglesia primitiva. San Ignacio de Antioquía, en su
carta a los Tralianos, designa así a la Iglesia y muy pronto este calificativo pasó a los
símbolos de la Iglesia. El símbolo más antiguo, que es el de los apóstoles, dice así: “Creo en
Dios Padre, Señor del universo, y en Jesucristo y en el Espíritu Santo y en la santa Iglesia” (Dz
1). El concilio Vaticano II ha afirmado que la Iglesia es indefectiblemente santa (cf LG, 39).
Es santa en sí misma
San Pablo hace una profesión de fe en la santidad de la Iglesia (cf Ef 5,25-27). El Vaticano II
afirma multitud de veces la santidad de la Iglesia: La Iglesia es “el Pueblo santo de Dios” (LG,
12), y sus miembros son llamados “santos” (cf Hch 9,13; 1Cor 6,1; 16,1). “La fe confiesa que la
Iglesia... no puede dejar de ser santa. En efecto, Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y
con el Espíritu Santo se proclama ‘el solo santo’ amó a su Iglesia como a su esposa. Él se
entregó por ella para santificarla, la unió a sí mismo como a su propio cuerpo y la llenó del
don del Espíritu Santo para gloria de Dios” (LG, 39). “La Iglesia, unida a Cristo, está
santificada por Él... ” (Catecismo, 824). “La Iglesia ya en la tierra se califica por una
verdadera santidad, aunque todavía imperfecta’ (LG, 48). En sus miembros, la santidad
perfecta está todavía por alcanzar: ‘todos los cristianos...están llamados...a la perfección de
la santidad, cuyo modelo es el mismo Padre’ (LG, 11)” (Catecismo, 825).
Es santa por ser una, puesto que la santidad es la comunión de los hombres con Dios. Por
otro lado, es el cuerpo de Cristo que está animado por la santidad de la Cabeza, Cristo, y por
la santidad del alma que la anima, el Espíritu Santo. Es santa también por sus sacramentos,
su doctrina...y los miles de santos canonizados por ella, y otros que no lo están...., sobre
todo, es santa por el Espíritu Santo.
Es productora de santidad
Su santidad ontológica hace que sea, al mismo tiempo, causadora de santidad. Del mismo
hecho de que sea sacramento universal de salvación (cf LG, 48), se deduce que la Iglesia es
santificante. “Todas las obras de la Iglesia tienden como a su fin a la santificación de los
hombres en Cristo y a la glorificación de Dios” (SC, 10).
152
Por otro lado, la Iglesia ofrece a todos los hombres los medios para alcanzar la santidad:
sacramentos, palabra de Dios, la oración, los ministerios jerárquicos.... La Iglesia es, afirma la
Mystici Corporis, la razón de que a través de los siglos haya habido tantos mártires, vírgenes,
confesores de la fe hasta el heroísmo en el apostolado (F. Javier. P. Damián..., en la práctica
de la caridad asistiendo a los enfermos, ancianos, anormales M. Teresa de Calcuta.... Padre
Pio, etc). “La santidad católica es de tal forma resplandeciente que sigue siendo uno de los
motivos de credibilidad y uno de los argumentos apologéticos más poderosos”. La vida y la
doctrina de los santos son inexplicables por causas puramente naturales. Se puede decir que
el cristianismo aparece en la Iglesia católica como plenitud de la presencia santificadora de
Dios.
El Vaticano II también enfatiza que no sólo están llamados a la santidad todos los
bautizados, sino que lo están en todas sus actividades: “Los esposos y padres cristianos,
siguiendo su propio camino, mediante la fidelidad en el amor, deben sostenerse
mutuamente en la gracia a lo largo de toda su vida e inculcar la doctrina cristiana y las
virtudes evangélicas a los hijos amorosamente recibidos de Dios. De este modo ofrecen a
todos el ejemplo de un incansable y generoso amor, contribuyen al establecimiento de la
fraternidad en la caridad y se constituyen en testigos y colaboradores de la madre Iglesia,
como símbolo y participación de aquel amor con que Cristo amó a su Esposa y se entregó a
Sí mismo por ella” (LG, 41).
Y luego habla de los viudos, célibes, trabajadores, enfermos... como llamados a la santidad
en sus respectivas condiciones de vida, para terminar concluyendo: “Por consiguiente,
todos los fieles cristianos, en cualquier condición de vida, de oficio o de circunstancias, y
precisamente por medio de todo eso, se podrán santificar de día en día, con tal de recibirlo
todo con fe de la mano del Padre celestial, con tal de cooperar con la voluntad divina,
haciendo manifiesta a todos, incluso en su dedicación a las tareas temporales, la caridad
con que Dios amó al mundo” (L G, 41).
153
Pero también el pecado está presente en la Iglesia
El pecado es una realidad en muchos miembros de la Iglesia. Ya San Agustín, frente a los
donatistas que pretendían una Iglesia que tuviera sólo a santos, rechazó semejante posición,
recordando que actualmente la Iglesia no está en el tiempo de la siega, sino en el
crecimiento. Por ello dice que la Iglesia encierra en su seno pecadores, pero pecadores
llamados a la conversión, porque es una Iglesia madre que posee los medios para su
arrepentimiento y salvación. Es una Iglesia que acoge en su seno a los pecadores, sufre y
hace penitencia por ellos.
Lo dice así Pablo VI: “La Iglesia es santa aun albergando en su seno a los pecadores, porque
no tiene otra vida que la de la gracia: es viviendo esa vida como sus miembros se santifican;
y es sustrayéndose a esa misma vida como caen en pecado y en los desórdenes que
obstaculizan la irradiación de su santidad. Y es por esto por lo que la Iglesia sufre y hace
penitencia por tales faltas que ella tiene poder de curar en sus hijos en virtud de la sangre de
Cristo y el don del Espíritu Santo” (Credo del pueblo de Dios, 12).
Pio XII, en la Mystici Corporis, supone esta posición. Llama a los pecadores miembros
“manchados” o “miembros enfermos”. Y el Vaticano II dice que la Iglesia es santa y que
necesita ser purificada continuamente. Dice también que abraza en su propio seno a
pecadores (LG, 8), y que necesita y es llamada a una perenne reforma (cf UR, 6).
De todo ello se deduce que la santidad en la Iglesia es también una tarea. Y por eso no se
cansa de llamar a todos a la santidad: “todos los fieles cristianos, de cualquier condición y
estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el
Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el
mismo Padre” (LG, 11). “La Iglesia en la Santísima Virgen llegó ya a la perfección, sin
mancha ni arruga. En cambio los creyentes se esfuerzan todavía en vencer el pecado para
crecer en la santidad. Por eso dirigen sus ojos a María’ (LG, 65): en ella la Iglesia es ya
enteramente santa” (Catecismo, 829).
La Iglesia es Católica
El adjetivo “católico” proviene del griego katolikós que significa “universal”. Este adjetivo no
aparece en la Sagrada Escritura. Pero sí aparece en los primeros documentos cristianos. Así
San Ignacio de Antioquía, discípulo del apóstol San Juan, es el primero en utilizar el
término. Dice: “Donde quiera apareciese el obispo, allí está la comunidad, al modo que
154
donde quiera estuviese Jesucristo, allí está la Iglesia católica. A partir del siglo II, el primer
significado de “católico” fue más bien el de “Iglesia perfecta”, a la que nada le falta de lo que
debiera tener, y, en particular, de doctrina totalmente verdadera, pero es desde comienzos
del siglo III donde prevalece el sentido de “universal”, difundida por todo el mundo.
La Iglesia tiene, en consecuencia, la misión de reunir en Cristo a todos los hombres. De ahí
nace su catolicidad, que no es cuestión de cifras, ya que la Iglesia era católica el mismo día
de Pentecostés (De Lubac, p. 230). Nos dice así el Vaticano II: “Todos los hombres están
llamados a formar parte del nuevo pueblo de Dios. Por lo cual, este pueblo, sin dejar de ser
uno y único, debe extenderse a todo el mundo y a todos los tiempos, para así cumplir el
designio de la voluntad de Dios, quien en un principio creó una sola naturaleza humana, y a
sus hijos, que estaban dispersos, determinó luego congregarlos (Jn.11,52).
155
Por otra parte conviene recalcar que la Iglesia sea católica significa también que es enviada
a todo el hombre, es decir, que la Iglesia asume todo lo noble, lo bello y lo justo que se da en
cada pueblo, purificándolo de sus errores (LG,13) y discerniendo los verdaderos valores.
Nada de lo verdaderamente humano le es ajeno a la Iglesia católica. Dice así el concilio: “La
Iglesia no disminuye el bien temporal de ningún pueblo; antes, al contrario, todas las
facultades, riquezas y costumbres que revelan la idiosincrasia de cada pueblo, en lo que
tienen de bueno, las favorece y asume; pero al recibirlas , las purifica, las fortalece y eleva”
(LG,13). Hoy se habla mucho de inculturación, es decir de la necesidad que la Iglesia tiene
de incorporarse a las culturas de todos los pueblos a los que evangeliza. Y así cada cultura
tiende a expresar el evangelio de forma original. No hay duda de que, por ejemplo, la Santa
Misa con los canticos propios de cada pueblo llega más a la sensibilidad de sus integrantes.
Pero cuando una cultura tiene integrado lo que no es humano ni evangélico, la Iglesia lo
rechaza, trata de purificarlo y de llevar a los hombres de tal cultura a vivir lo contrario. Por
ejemplo, en muchos pueblos de África donde se vive la poligamia, la Iglesia tiene que seguir
el comportamiento de Cristo de Mt 19,1ss. Tampoco la cultura de los tiempos de Cristo era
monogámica, y Cristo la rechazó. De hecho, la monogamia, aunque es un valor que
responde a la misma naturaleza del amor conyugal que por sí mismo es un amor total, fiel y
exclusivo, debe más al evangelio que a ninguna cultura determinada. Esta tiene que ser la
posición de la Iglesia en la obra de la inculturación.
Con todo, podríamos decir con el Vaticano II que “conservando la caridad en lo necesario,
todos en la Iglesia, según la función encomendada a cada uno, guarden la debida libertad,
tanto en las varias formas de vida espiritual y de disciplina como en la diversidad de ritos
litúrgicos e incluso en la elaboración teológica de la verdad revelada; pero practiquen en
todo la caridad. Porque en ese modo de proceder, todos manifiestan cada vez más
plenamente la auténtica catolicidad, al mismo tiempo que la apostolicidad de la Iglesia”
(UR, 4).
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y en especial con la de Roma. Dice así el concilio: “Esta Iglesia de Cristo está
verdaderamente presente en todas las legítimas comunidades locales de fieles, unidas a sus
pastores. Estas, en el NT, reciben el nombre de Iglesias... En ellas se reúnen los fieles por el
anuncio del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor... En estas
comunidades aunque muchas veces sean pequeñas y pobres o vivan dispersas, está
presente Cristo, quien con su poder constituye a la Iglesia una, santa, católica y apostólica”
(LG, 26).
En cada Iglesia particular, en cada Iglesia presidida por un obispo, se hace presente la Iglesia
universal. La Iglesia universal no es una suma ni tampoco una superiglesia que se realice por
encima de las Iglesias particulares, sino que se da en ellas y en cada una de ellas, en la
medida en que poseen la totalidad de los medios de salvación.
Un obispo es consagrado a la vez para el servicio de una Iglesia particular y para ser
miembro del colegio episcopal. Y es consagrado por otros obispos que representan la
colegialidad o comunión episcopal. El obispo consagrado está al frente de la Iglesia
particular, la cual, en conexión con otras Iglesias presididas por el obispo de Roma, realiza y
simboliza en sí misma la Iglesia universal. Uno es católico, por tanto, el día en que se
incorpora a una Iglesia particular en conexión con Roma. En efecto, cada Iglesia particular
está formada a imagen de la Iglesia universal, posee la plenitud de los medios de salvación y
mantiene la comunión con Roma.
Las Iglesias particulares que se han separado de Roma o han perdido alguno de los medios
de salvación, no son ya células que realicen la Iglesia universal. Han perdido la catolicidad
como es el caso de la Iglesia protestante, anglicana y ortodoxa. En ellas no se realiza el
misterio total de la Iglesia, aunque conserven algunos elementos positivos de salvación
(palabra de Dios o algunos sacramentos válidos). Sin embargo catolicidad significa
preocupación y tarea ecuménica. La Iglesia, continúa diciendo el concilio, trabaja para que
la totalidad del mundo se integre en Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y templo del Espíritu
Santo (cf LG, 17). La catolicidad es, por tanto, don y tarea que no ha terminado aún.
La Iglesia es apostólica
Estamos ahora en la nota que fundamenta y vertebra las anteriores. Ya dijimos que si, al
hablar de las otras notas, citábamos al magisterio, lo hacíamos sobre la base histórica del
encargo de enseñar que Cristo dio a sus apóstoles y la sucesión apostólica de los obispos
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que ya estudiamos. Las notas anteriores sólo se pueden mantener sobre la nota de la
apostolicidad. La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un
triple sentido:
Apostolicidad de origen
“La Iglesia fue y permanece edificada sobre “el cimiento de los apóstoles” (Ef 2,20), testigos
escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo (cf Mt 28,16-20; Hch 1,8; 1Cor 9,1; 15,7-8;
Gal 1,1; etc.)” (Catecismo, 857). La Iglesia es obra de Jesucristo, pero el inicio histórico y su
extensión estuvo confiada a los apóstoles. Cabe decir más, los apóstoles constituyeron la
primera Iglesia. Antes de Pentecostés ellos formaban la primera agrupación en torno a
Jesucristo. Eran, al mismo tiempo, pueblo y Jerarquía o como escribe el Vaticano II: “Los
apóstoles fueron la semilla del nuevo Israel, a la vez que el origen de la jerarquía sagrada”
(AG, 5).
Se puede constatar cómo desde el principio, cuando surgía alguna escisión, los pastores
proponían el argumento de la autoridad de los apóstoles. Y por eso tenían una gran
ascendencia aquellas comunidades que directamente habían sido fundadas por algún
apóstol. A este fundamento alude San Pablo cuando escribe a los Efesios que “están
edificados sobre el cimiento de los apóstoles” (Ef 2,20). El primer concilio universal, el de
Nicea, anatematiza los errores trinitarios en nombre de la “Iglesia Católica y Apostólica” (Dz
54).
Los obispos han sido puestos por los apóstoles para regir la Iglesia por ellos fundada. No
poseen, como los apóstoles, el carisma de revelación que les permitía construir una
tradición normativa. En efecto, la revelación termina con el testimonio del último apóstol,
testigo de Cristo; a partir de ahí continúa la tradición explicativa, basada sobre la tradición
normativa de los apóstoles. Es la misma y única tradición, pero considerada en su
fundamento o en su explicitación posterior. Sin embargo, a pesar de la diferencia entre el
apóstol y el obispo, se trata de la misma misión recibida de Cristo… Se trata, ante todo, de
conservar la identidad de la misión apostólica. La misión de los apóstoles es continuación
de la de Cristo, y ésta no tiene nada de circunstancial, sino que ha de perpetuarse en el
mundo. Por ello, episcopado y apostolado se refieren a la misión de Cristo y, juntos llenan
el tiempo intermedio que existe entre las dos venidas de Cristo, porque tienen como misión
hacer presente a Cristo durante su ausencia.
158
Se trata, por ello, de una sucesión no meramente cronológica o temporal, sino de una
sucesión propiamente formal, en cuanto que perpetúa la misma misión de Cristo con el
encargo de que llegue a todos los hombres, con los mismos poderes que Cristo recibió del
Padre, y con la consagración que garantiza el don del Espíritu Santo para el desarrollo
perpetuo de sus funciones.
En esta sucesión ningún obispo concreto sucede a un apóstol concreto, sino que es el
colegio apostólico; sólo el obispo de Roma sucede personalmente a Pedro. Y en esta
sucesión, que es fundamentalmente una sucesión colegial, un obispo en tanto realiza su
función episcopal en cuanto que la ejerce en comunión con las otras Iglesias particulares
presididas por Pedro. Aunque válidamente ordenado, un obispo separado de las demás
Iglesias no es garantía de verdad.
Apostolicidad de la doctrina
La Iglesia católica profesa la doctrina de Jesucristo que han transmitido los apóstoles. Por
eso en los primeros siglos el criterio seguido para asegurar la ortodoxia en la doctrina era
recurrir a la autoridad de los apóstoles. A ésta recurrieron los apologistas y los primeros
teólogos. Así dice San Ireneo: “Por la sucesión apostólica ha llegado la verdad hasta
nosotros, es conocida en todo el mundo la tradición apostólica. Sólo se necesita atenerse a
ella con toda la Iglesia, si se quiere ver la verdad...” (Adv. haer., III, 3,1 y 3).
Apostolicidad de sucesión
Sí es posible hablar de sucesión apostólica. Los católicos destacamos dos funciones que
cumplieron los apóstoles:
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considerada en su fundamento o en su explicitación posterior. Y, además, cada obispo -
exceptuado el obispo de Roma- no goza del carisma de la infalibilidad personal. Por fin,
ningún obispo singular sucede a un apóstol particular, salvo el de Roma a Pedro; es una
sucesión que va del colegio apostólico al colegio episcopal.
Pero en lo que los obispos suceden a los apóstoles la sucesión debe ser sin fisuras, es decir,
que ha existido desde los apóstoles hasta la situación actual. Por eso en los primeros siglos
aquellas Iglesias que habían roto con la sucesión apostólica no podían considerarse como
auténticas, dado que se había cortado el hilo conductor con los apóstoles, y, por tanto, con
Jesucristo. “Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, “llamó a los
que Él quiso, y vinieron donde Él. Instituyó Doce para que estuvieran con Él y para enviarlos
a predicar (Mc 3,13-14). Desde entonces serán sus “enviados” (es lo que significa la palabra
griega “apostoloi”). En ellos continúa su propia misión: “Como el Padre me envió, también
yo les envío” (Jn 20,21; cf 13,20; 17,18). Por lo tanto su ministerio es la continuación de la
misión de Cristo: “quien a vosotros recibe, a mí me recibe”, dice a los Doce (Mt 10,40; cf Lc
10,16)” (Catecismo, 858).
Esta nota tiene especial importancia para medir la autenticidad de las distintas confesiones
cristianas que han roto con la Sede de Roma, especialmente la Iglesia ortodoxa, y las
confesiones protestantes. Al separarse de Roma es muy difícil enlazar con la apostolicidad.
A esta prueba recurrieron los Papas continuamente. Este mismo criterio sigue el Decreto de
Ecumenismo del concilio Vaticano II: “Los hermanos separados de nosotros, ya
individualmente, ya sus comunidades e Iglesias, no disfrutan de aquella unidad que
Jesucristo quiso para todos aquellos que regeneró y convivificó para un solo cuerpo y una
vida nueva, y que la Sagrada Escritura y la venerable Tradición de la Iglesia confiesan.
Porque únicamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es el auxilio general de
salvación, puede alcanzarse la total plenitud de los medios salvíficos. Creemos que el Señor
encomendó todos los bienes de la Nueva Alianza a un único Colegio apostólico al que Pedro
preside, para construir el único Cuerpo de Cristo en la tierra, al cual es necesario que se
incorporen plenamente todos los que de algún modo pertenecen ya al Pueblo de Dios”
(UR,3).
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Conclusión
El hecho de que la Iglesia se mantenga a través de los siglos con la misma fe es algo
inexplicable de forma humana. Han sido tantas las pruebas y las crisis, que tenía que haber
desaparecido ya o haberse alterado sustancialmente el mensaje de Cristo.
Los Estados, en los que se estableció la Iglesia y por los que aparentemente estaba sometida,
han caído; las culturas, con las cuales parecía fusionada, se han deshecho; sobrevinieron
extraordinarias tempestades en las naciones en que la Iglesia estaba implantada, y sólo ella
permaneció inmutable en el cambio de los tiempos. Sobrevivió a la ruina del imperio
romano; no pudo ser vencida por la interna debilidad de su autoridad en la época de
profunda degradación del papado (s. X)..., ni por los pecados y deficiencias humanas en el
tiempo del humanismo y de la Reforma... En todas las tempestades se ha afirmado
victoriosa y, en tal grado, que su esencia íntima, sus dogmas, su culto y su derecho
permanecieron inmutables. No hubo ninguna concesión a la debilidad humana y no cedió
nada en sus exigencias y aspiraciones.
Terminemos con la doctrina de Pio IX: “La verdadera Iglesia de Jesucristo se constituye y
reconoce por autoridad divina con la cuádruple nota que en el símbolo afirmamos…; y
cada una de estas notas, de tal modo está unida con las otras, que no puede ser separada de
ellas; de ahí que la que verdaderamente es y se llama Católica, debe juntamente brillar por
la prerrogativa de la unidad, la santidad y la sucesión apostólica” (Dz 1686).
Referencias Bibliográficas
Libros
Lincografía
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