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Cirilo
Cirilo
coyoacán, en una calle que hace esquina con francisco sosa. un día, cirilo se extravía. la
señora lo ama más que a nada en el mundo, en realidad no ama nada en el mundo más que a
cirilo, por eso está deshecha.
a las cuatro de la mañana aparece por el puesto el mofle, niño púber maloliente que habita
en las calles de la ciudad y en los mundos que su cerebro fabrica usando activo como
combustible. mundos llenos de pliegues rosas abiertos como flor de mayo o de ojos sin
cuerpo, rojos rojos
el taquero casi acaba la jornada y paternal le regala un taco al mofle antes de levantar el
puesto. el chico lo devora con mucha salsa de color anaranjado con semillitas amarillas. es
cirilo...
cuando ha perdido toda esperanza y las ganas de vivir, la ex dueña del perrito se encuentra
un día con los ojos de un adolescente sucio a través del parabrisas. claro, es el mofle que
está tallando el vidrio con un trapo sucio, en realidad embadurnándolo de grasa. tal vez la
menopausia, tal vez la depresión y el desconsuelo, tal vez un duelo al que es incapaz de
sobreponerse... la señora se siente hipnotizada por esa mirada, la reconoce, abre la
portezuela y le dice al mofle que suba.
el mofle tiene ahora un techo para llegar de vez en cuando y un plato ahí servido. se niega a
perder su libertad callejera, sabe siempre cómo escapar cuándo la dama de coyoacán lo
mete en un cuarto con llave. va y viene. la doña a veces lo hace meterse en su cama y lo
aprieta entre sus piernas huesudas, mientras el mofle inhala inhala inhala y ve abrirse el
piso