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LLL

Capítulo 12 . LA INTERPRETACION.

1. ¿Por qué interpretar?

La interpretación del derecho comprende problemas tan diversos como la


relación entre las palabras y las cosas (o sea entre el lenguaje jurídico y la realidad), el
uso de reglas generales y su aplicación a casos individuales, la diferencia entre el
derecho que se supone que es y el que, también, se supone debe ser, la concepción del
Derecho como un sistema de normas, la creación o aplicación del Derecho, el papel que
los intérpretes (especialmente los intérpretes con autoridad, como los jueces)
desempeñan en la conformación del sistema y la intervención de los juicios de valor en
el dictado de decisiones individuales. Todos los problemas que se tratan en este libro
son, en algún aspecto, problemas de interpretación, ya que los problemas se analizan a
partir de casos y, por lo tanto, de normas que debieron ser interpretadas. La atención de
este capítulo se centrará en aquellos fallos que exhiben casos paradigmáticos de las
clasificaciones teóricas.

Los legisladores dictan normas generales que expresan en un lenguaje natural, el


lenguaje utilizado por la comunidad a la que las reglas son dirigidas, con el objeto de
que ellas sean comprendidas y sirvan para regular las conductas. Todo mensaje requiere
lectura. Y leer no es otra cosa que interpretar.

¿Qué es un mensaje? Un mensaje es una secuencia de símbolos expresada en un


lenguaje por un emisor, que procura transmitir al receptor un significado. Para que la
comunicación no se frustre, el receptor debe estar en condiciones de desentrañar el
contenido del mensaje, por lo que debe conocer el código (el sistema de signos) en el
que el mensaje está redactado. Pero eso no es suficiente: un mismo mensaje, emitido en
contextos o situaciones diferentes, puede adquirir distintos significados.

Una de las características de mensajes tales como las normas jurídicas es su


aplicabilidad en un tiempo más o menos prolongado. Esto suele enfrentarnos al
problema de resolver si hemos de desentrañar el significado que quiso transmitir quien
emitió la norma o si puede adjudicarse al mismo mensaje normativo un significado
acorde con el tiempo en el que se realiza la interpretación.

Esto refleja dos actitudes posibles, ya respecto de una norma, ya respecto de una
obra artística. Por ejemplo, así como vemos una obra de Shakespeare trasladada a la
actualidad, que mantiene su estructura y su mensaje, pero cambia la época y el lenguaje
(por ejemplo, la comedia musical West Side Story, de Leonard Bernstein, es una
transposición de Romeo y Julieta a la Nueva York de 1960), podemos intentar la
interpretación de una norma jurídica de acuerdo con los valores e institutos de la
actualidad, aunque ambas acciones nos alejen de las intenciones del primitivo autor
(legislador o creador artístico).
Usualmente, el término “interpretación” alcanza tanto a la actividad que se dirige
a exponer el significado de una expresión como al resultado de esa misma actividad.1

Una larga tradición en materia de interpretación del derecho exhibe distintos


enfoques teóricos, según las posiciones adoptadas en relación con dos temas centrales: la
concepción del lenguaje y el papel que en su lectura quepa atribuir al intérprete.

Respecto de la primera cuestión, las posturas ligadas al esencialismo filosófico,


que se remontan a Platón, postulan la existencia de ideas o esencias detrás de las
palabras. Estas ideas son propiedades que habitan en un mundo ideal y, por lo tanto, son
diferentes de las propiedades accidentales que pueden presentar los objetos empíricos.
En este contexto teórico, las palabras son susceptibles de una definición correcta, una
llamada definición real, que es la que describe aquella esencia del término.

En el plano jurídico, la interpretación se convierte así en una actividad que tiende


a desentrañar el significado verdadero de los términos utilizados en las normas. La tarea
del intérprete es encontrar la solución de un caso como consecuencia de conocer el
contenido “real” de los términos jurídicos. Las frecuentes discusiones acerca de la
naturaleza jurídica de determinada institución reflejan una postura como la descripta,
que busca acceder a una descripción correcta del concepto, para descartar todas las
demás. Esta visión es cercana a la idea de una respuesta correcta o verdadera para cada
pregunta jurídica. Tal respuesta involucra la mejor solución posible desde el punto de
vista de la justicia2.

Con las revoluciones burguesas de fines del siglo XVIII, florecieron en la cultura
jurídica occidental diversas teorías que preconizaban un cerrado respeto por el texto de
la ley y, por lo tanto, reivindicaban el papel del legislador, cuya intención era el dato que
debía buscarse en las leyes. Teorías como la exégesis, que floreció en Francia, o la
dogmática jurídica, que aún se practica en muchos países, parten de la idea de describir
el sistema normativo a partir de desentrañar el (pretendido) verdadero significado de las
normas, siempre con un declamado respeto por la voluntad del legislador.

Las soluciones, entonces, se exhiben como las únicas posibles, al tiempo que se
guarda silencio sobre la actividad del intérprete: “el juez – solía decirse – es la boca de la
ley”. Pero las normas, de hecho, son el resultado de la actividad de diferentes (e
imperfectos) legisladores en épocas distintas, por lo que la ficción de un cuerpo
normativo consistente y completo se apoya en otra ficción: la de un legislador racional,

1
Ross, Alf, Sobre el Derecho y la Justicia, Buenos Aires, Eudeba, 1963, pág. 113.
2
Esta idea aparece tanto en el iusnaturalismo tradicional como formando parte central de la teoría de Ronald Dworkin
(cfr. " No right answer?", en Law, Morality and Society: Essays in honour of H.L.A.Hart, Oxford, Londres, 1977, pág.
58 y ss.; Law's Empire, Harvard University Press, Cambridge, 1986, cap. II.
único, perpetuo, omnisciente, consistente, operativo, omnicomprensivo y preciso3,
identificable, por lo tanto, con la divinidad.

El cuerpo normativo así creado tiene, para cada caso, una solución dentro del
sistema: no hay casos sin solución ni normas que no estén relacionadas con las demás.
Este modelo parece ocultar la función que cumplen las decisiones, tanto en el nivel
lingüístico como en el valorativo, dentro de la solución de un caso.

Para una posición nominalista, en cambio, el significado de los términos es


convencional. La relación entre un término y su significado está dada por las reglas
semánticas que, de hecho, sigue una determinada comunidad de hablantes. Y, a menudo,
tales reglas no son claras siquiera para quienes las usan. Este enfoque destaca los
problemas que presenta el lenguaje natural, así como su incidencia en la actividad
interpretativa en general y, en lo que nos interesa, en la interpretación jurídica en
especial.

Si la interpretación es un punto crucial de la teoría general del derecho, un


método interpretativo debería proveernos de un conjunto sistematizado de reglas útiles
para disolver los problemas que pudiera generar la comprensión de las normas. El
enfoque tradicional de la interpretación se ha planteado desde los métodos, pero parece
claro que la solución de cualquier problema exige, en primer término, su identificación.
Por esta razón, aclarar los tipos de problemas que aparecen en la tarea interpretativa será
de gran utilidad para descartar los pseudoproblemas que pudieran existir, para sincerar
los problemas subsistentes, para aclarar el ámbito de debate y para encontrar soluciones
sobre bases más racionales.

La tarea interpretativa depara, por cierto, problemas de distintos tipos.

2. Problemas de lenguaje.

Los problemas lingüísticos del derecho son idénticos a los de cualquier otra
actividad que se sirva del lenguaje. Por esto, es oportuno recordar algunas cuestiones
genéricas, sumamente útiles para nuestra disciplina.

Los términos pueden tener designación y denotación. La designación es el


significado de una palabra, es decir el conjunto de propiedades que se consideran
relevantes para su definición. La denotación, en cambio, es el conjunto de todos los
objetos que caen dentro de la designación. Algunos términos tienen designación pero no
denotación (“fantasma”, “unicornio”), mientras que los nombres propios tienen
denotación pero no designación.

3
Ver Nino, Carlos, Introducción al Análisis del Derecho, Astrea, Bs.As., 1980, págs. 328/329.
Aun si conocemos el significado de un término, su uso no descarta problemas en
el receptor del mensaje. La ambigüedad implica que una palabra o una expresión
lingüística pueden asociarse a más de un significado 4; la vaguedad, a su vez, que los
límites que se atribuyen al significado de una palabra o una expresión son imprecisos.

En relación con esta última cuestión, es necesario destacar que todas las
expresiones del lenguaje natural son vagas, ya que junto con los casos claros de
aplicación conviven otros casos en los que el uso del término parece dudoso (zona de
penumbra). En el caso de las normas, es usual que la vaguedad resulte deliberadamente
introducida por el legislador, de modo de delegar en el intérprete los alcances de algún
tramo sensible de la norma; la vaguedad se resuelve, entonces, por medio de
definiciones más precisas, aunque con la salvedad de que las nuevas definiciones sólo
permiten reducir la vaguedad sin eliminarla: ellas requieren también de términos
generales y, por tales, vagos.

Si la semiótica puede ser definida como la teoría general de los signos, los
problemas de vaguedad y ambigüedad hasta aquí considerados pueden incluirse dentro
de la semántica, disciplina comprendida en aquel ámbito, que estudia la relación entre
las palabras y las cosas a las que ellas se refieren.

La semiótica abarca también la pragmática, referida a la relación entre los signos


y quienes los emiten o reciben, y la sintaxis, disciplina que estudia la relación de los
signos entre sí y abarca, además, los lenguajes formales.

3. Problemas lógicos.

Como se viera al tratar sobre los sistemas jurídicos, es una característica deseable
de ellos que sean coherentes, no redundantes y completos. Estas pretensiones tienden a
que los sistemas no tengan normas contradictorias o inconsistentes dirigidas a resolver
un mismo caso, que cada caso sea resuelto por una sola norma y que, por último, todos
los casos tengan una solución.

3.1. Incompatibilidades normativas.

Un sistema coherente no puede contener normas incompatibles entre sí. Resolver


(o disolver) las incompatibilidades normativas es, sin duda, una de las tareas más arduas
de la interpretación jurídica. El término “incompatibilidad” es más preciso que
“contradicción”, ya que este último es un concepto específico de la lógica que excluye,
por ejemplo, las normas que son contrarias entre sí. Aclaremos: si una norma hace
obligatoria una conducta y otra norma la prohíbe, ambas normas son incompatibles, pero

4
La ambigüedad en la construcción de una frase se denomina anfibología.
no contradictorias5. El concepto de incompatibilidad aquí utilizado es, como se ve, más
amplio.

Cualquier jurista admitiría que un sistema jurídico consistente (coherente) no


puede contener aquellas dos normas, tanto como no puede contener una norma que
prohíba y otra que permita la misma conducta (caso típico de contradicción).

No es un problema menor que las incompatibilidades se den en el marco de una


lógica y que no haya una única lógica aceptada en el campo jurídico. 6 Podemos
coincidir, sin embargo, en que estamos frente a un problema lógico cuando un sistema
normativo contiene dos normas que regulan una conducta en forma incompatible, por
ejemplo si, en el mismo contexto, se la caracteriza como obligatoria y como prohibida.
Ross define la inconsistencia entre dos normas como la situación que se da “cuando se
imputan efectos jurídicos incompatibles a las mismas condiciones fácticas” 7. En el
mismo sentido, pero desde otra construcción teórica, Alchourrón y Bulygin sostienen
que las normas correlacionan tipos de casos (definidos por sus propiedades fácticas
relevantes) con soluciones (enunciados normativamente calificados como obligatorios,
prohibidos o permitidos)8. En este contexto, sólo hay incompatibilidad cuando se trata
del mismo caso o condición fáctica.

Frente a una inconsistencia normativa, los juristas suelen optar por alguna de dos
soluciones: por un lado, reconstruir el sistema para exhibir ambas normas como referidas
a condiciones fácticas (o casos) diferentes (lo que sería equivalente a salir de un
laberinto por arriba); por el otro, admitir la presencia de la inconsistencia y, de algún
modo, disolverla.

Esta tarea se realiza, desde antiguo, mediante criterios que, en general, no


integran sino contingentemente la legislación pero gozan de universal aceptación: lex
superior, lex posterior y lex specialis.9 Si bien es cierto que muchas veces estos
principios, que incluyen criterios de clasificación y de preferencia, se utilizan como

5
En la lógica deóntica estándar, Op y O-p, que equivale a Php, son contrarios, no contradictorios (ver Echave, D.T.,
Urquijo, M.E., y Guibourg, R.A., Lógica, Proposición y Norma, Ed. Astrea, Buenos Aires, 1980, pág. 127). Dos
enunciados son contradictorios cuando, necesariamente, si uno es verdadero, el otro es falso (y viceversa). Son
contrarios si no pueden ser los dos verdaderos a la vez, pero sí pueden ser ambos falsos (como en el caso de “hace
frío” y “hace calor”). Tanto los enunciados contradictorios como los contrarios son incompatibles entre sí. Dos normas
que se refieran a la misma conducta, una para prohibirla y otra para declararla obligatoria, son contrarias. Son, en
cambio, contradictorias si una prohíbe y la otra permite, o si una obliga y la otra permite omitir.
6
Cfr. Guarinoni, Ricardo V., “Avatares de la Lógica Deóntica”, trabajo presentado en las XIV Jornadas Argentinas de
Filosofía Jurídica y Social, celebradas por la Asociación Argentina de Filosofía del Derecho, Mar del Plata, 2000.
7
Ross, Alf, obra citada, pág. 124.
8
Alchourrón, Carlos E., y Bulygin, Eugenio, Introducción a la metodología de las ciencias jurídicas y sociales,
Astrea, 1974, pág. 79.
9
En nuestra legislación, por ejemplo, sólo aparece legislado el principio jerárquico, en el artículo 31 de la
Constitución. El criterio temporal sólo se menciona en la Constitución en el artículo 30, cuando alude a la posibilidad
de su reforma y, como principio de irretroactividad, en el artículo 3 del Código Civil. El criterio material se usa sólo
como criterio interpretativo, especialmente en la jurisprudencia.
justificación ad hoc de una determinada solución normativa (elegida por motivos
valorativos o ideológicos), su análisis y su aplicación leal ofrecen de gran utilidad10.

3.1.1. Ley posterior. Criterio temporal (T).

El criterio temporal clasifica las normas según la propiedad relacional de ser,


cada una, anterior (A) o posterior (P) a otra; como preferencia, establece que P es
preferible a A.

Un sistema que no adoptara este criterio tendría normas inmodificables, ya que


no permitiría a los nuevos legisladores introducir normas en el sistema, salvo en
espacios no regulados. Además, tendría serias limitaciones para adaptarse a las
cambiantes condiciones sociales. Aunque algunos sistemas pretenden regirse por normas
inmodificables (como la sharia11 en algunos países musulmanes), los sistemas jurídicos
desarrollados son, en la práctica, dinámicos, por lo que sus normas pueden ser
modificadas.

El criterio cronológico o temporal de clasificación no suele generar debates, dado


que la identificación de los tiempos depende casi siempre de la fecha de publicación de
las normas en un boletín oficial o algún otro medio de publicidad fácilmente
comparable. Este criterio tiene excepciones a su aplicación cuando es sustituido por
alguna consideración relativa al contenido de las normas, como suele ocurrir en derecho
penal, donde rige la aplicación de la ley más benigna.12

3.1.2. Ley superior. Criterio jerárquico (J).

El criterio jerárquico clasifica las normas según la propiedad de ser unas respecto
de otras superiores (S) o inferiores (I). Como preferencia, S es preferible a I.

Se establece una construcción escalonada de los sistemas jurídicos (pirámide


jurídica), donde las normas inferiores son dictadas por autoridades de un nivel inferior,
que actúan de conformidad con las normas superiores. Si bien puede pensarse un sistema
en el que todas las normas tengan idéntica jerarquía (por emanar de la misma autoridad o
de autoridades del mismo nivel), los sistemas jurídicos modernos tienen una
complejidad tal que sus normas se estructuran en diversos niveles.

10
El análisis de estos criterios de clasificación y de preferencia ha sido desarrollado en Guarinoni, Ricardo V.,
“Después, más alto y excepcional: criterios de solución de incompatibilidades normativas”, trabajo presentado en las
Jornadas de Filosofía Jurídica y Social celebradas por la AAFD en Rosario en octubre de 2001.
11
Ley coránica.
12
En cuanto a la relación de este tema con la validez, ver Bulygin, Eugenio, “Tiempo y Validez”, en Análisis Lógico y
Derecho, Madrid, Centro de Estudios constitucionales, 1991, pág. 195.
Este criterio presenta más complicaciones que el temporal. Aunque en un sistema
de derecho legislado la cuestión de la jerarquía entre normas suele ser parte de la
legislación, siempre se presentan casos con algún grado de complejidad, tales como la
distribución de jurisdicción entre autoridades locales y nacionales o el encuadre de
algunos entes estatales13.

3.1.3. Ley especial. Criterio material (M).

El criterio material clasifica las normas según la propiedad de ser generales (G) o
especiales (E); como preferencia, E aparece como preferible, en la parte que regula, a G.

En el lenguaje de Ross, esta es una inconsistencia parcial 14: a una de las normas
(o a ambas) corresponde un campo de aplicación en el que no hay incompatibilidad y
otro en que se superponen, lo que deriva en soluciones incompatibles. Por ejemplo, si
una norma establece un impuesto a los libros y otra exime de impuestos al material
didáctico, aparece entre ellas una inconsistencia en el caso de los libros de texto. El
criterio material suele ser inadvertidamente aplicado por los juristas. Cuando se trata de
normas que integran un único cuerpo legal, el principio lex specialis suele aplicarse de
modo automático.

3.1.4. La aplicación de los criterios.

Tanto el criterio T como el J se refieren a parámetros externos al contenido de las


normas (haber sido dictadas antes o después, por una autoridad superior o inferior). El
criterio M presenta mayores complicaciones, ya que se funda en un análisis semántico
interno de cada regla; para establecer si una norma es especial respecto de otra, debe
atenderse a su contenido y, más aún, establecerse que la norma especial que es
incompatible con la general debe ser vista como una excepción. Esto puede ser
complicado si no se lo dispone expresamente o si se trata de normas de diferente
jerarquía o sancionadas en distintas épocas. Con la consiguiente incertidumbre, los
juristas suelen considerar factores tales como la intención del legislador, real o presunta.

Pero conocer si el legislador consideró alguna excepción al sancionar una norma


no es tarea fácil. Este tipo de consideraciones han llevado a sostener que el principio M
debe considerarse diferente de los otros, en cuanto los primeros pueden ser objeto de un
tratamiento formal que no puede aplicarse al último.15 Para los fines que aquí se
pretenden, podemos sintetizar así algunos criterios de prevalencia entre criterios de
preferencia: a) el criterio jerárquico prevalece sobre los otros dos; b) el criterio material

13
Un buen ejemplo de estas dificultades es el caso Bill, comentado en el capítulo 9.
14
Ross, Alf, obra citada, pág. 125.
15
Guibourg, Ricardo A., Pensar en las Normas, Bs.As., Eudeba, 1999, pág. 138.
prevalece sobre el temporal y cede ante el jerárquico: c) el criterio temporal sólo
adquiere relevancia cuando es el único criterio de preferencia.

3.2. Redundancia.

La redundancia comparte con la inconsistencia una característica común: más de


una solución es aportada para un mismo caso y puede, también, ser total o parcial. Aquí,
sin embargo, las soluciones normativas aparecen idénticas, por lo que no se presenta el
problema de tener que elegir entre ellas. Esta aparente ventaja, sin embargo, no convierte
la redundancia en un problema menor. Tal como lo advierte Ross16, la idea de un
legislador racional y económico (esto es, no ocupado en dictar normas innecesarias)
conduce generalmente a tratar de distinguir supuestos de hecho a los que tales normas
estarían dirigidos, en vez de admitir, llanamente, su superposición en un ámbito de
aplicación común.

Por otra parte, la redundancia aparece como un problema latente, dado que
cualquier modificación legislativa en una de las normas puede introducir,
automáticamente, una inconsistencia en el sistema. La inexistencia de un conflicto
interpretativo en sentido estricto (es decir, la circunstancia de no resultar necesario elegir
entre dos normas incompatibles) y la tendencia, ya señalada, a distinguir circunstancias
fácticas que justifiquen ambas normas impiden, por lo general, que los fallos judiciales
registren casos de redundancia normativa.

3.3. Lagunas

Los defectos considerados hasta aquí presentaban más de una solución a un caso
(coincidente o divergente). Se dice que hay una laguna cuando un caso, entendido como
una combinación cualquiera de las condiciones relevantes de un sistema, carece de una
solución dentro del mismo sistema. Sin embargo, diferentes problemas suelen
englobarse en la misma denominación de lagunas. Para pensar mejor sobre el problema,
partamos de un segmento del sistema jurídico.

El art. 135 del Código Civil dispone que “los emancipados adquieren capacidad
de adquirir y disponer de sus bienes, pero respecto de los adquiridos por título gratuito
antes o después de la emancipación sólo tendrán la administración; para disponer de
ellos deberán solicitar autorización judicial”. Para identificar las propiedades que este
sistema ha considerado relevantes, debemos recordar que toda propiedad divide los
elementos del universo en aquellos en que la propiedad está presente y aquellos en los
que la propiedad está ausente. En el caso, las propiedades que la norma ha considerado

16
Ross, Alf, obra citada, pág. 128.
son la presencia (o ausencia) de autorización judicial, la presencia (o ausencia) de una
obligación contractual y la presencia (o ausencia) de título oneroso.

La identificación de estas propiedades permite elaborar un número cerrado de


casos (ocho aquí), en los que se presentan todas las combinaciones posibles de tales
propiedades. Si uno de los casos así definidos no tiene una solución, estamos en
presencia de una laguna normativa17.

Para Kelsen, en cambio, no hay lagunas, ya que, a su juicio, allí donde el orden
jurídico no establece ninguna obligación a cargo de un individuo, el comportamiento de
tal individuo está permitido. En el caso de que no sea posible la aplicación de ninguna
norma jurídica aislada, aún puede aplicarse el orden jurídico en su totalidad para
verificar, precisamente, que ninguna de sus normas se refiere a la conducta en examen:
esto también constituye aplicación de derecho. La existencia de una laguna sólo es
admitida cuando la falta de la norma jurídica aislada es considerada por el órgano de
aplicación como indeseable desde un punto de vista jurídico-político. Sin embargo, esto
no quiere decir que exista una laguna en el sentido de inaplicabilidad lógica del derecho
válido. El derecho válido siempre es lógicamente aplicable, puesto que no tiene lagunas
en este sentido. La ficción de las lagunas sirve, entonces, para conceder al tribunal (o
para que éste asuma por sí) poder para modificar el derecho.

Kelsen pone como ejemplos la ausencia de una norma jurídica que pene el robo
de electricidad o la circunstancia de que una misma norma se aplique tanto a un robo
seguido de homicidio como al caso del hijo que mata a su padre enfermo de una
dolencia incurable. Aquí, el juicio según el cual la falta de una norma jurídica de
determinado contenido es inconveniente o injusta es un juicio de valor sumamente
relativo, que de ningún modo excluye el juicio de valor contrapuesto.

Esta tesis postula lo que los lógicos llaman la completitud de todo sistema
jurídico: como todo lo que no está prohibido está permitido, cualquier conducta que no
haya sido individual o genéricamente prohibida por las normas del sistema (o, como
diría Kelsen, a la que el sistema no haya enlazado una consecuencia coactiva) se
encuentra también prevista por el orden jurídico. El derecho (considerado en su
conjunto) la cuenta entre las conductas permitidas y cualquier demanda o acusación
fundada en ella debe ser rechazada por los jueces.

Parece éste un análisis simple y claro de la cuestión. Pero Alchourrón y Bulygin


han aportado nuevos elementos de interés 18. ¿Qué significa la expresión “permitido”? Si
quiere decir no prohibido (permisión tácita, negativa o débil), el enunciado “todo lo que
no está prohibido está permitido” es simplemente tautológico: su verdad es una verdad
necesaria debido a la relación semántica entre las palabras que forman la oración y, por

17
Alchourrón, Carlos E., y Bulygin, Eugenio, obra citada, páginas 41 a 49.
18
Alchourrón, Carlos E., y Bulygin, Eugenio, obra citada, página 177.
lo tanto, vacía de contenido informativo sobre la realidad (sería idéntico a decir “todo lo
que no está prohibido no está prohibido”). En cambio, si “permitido” significa “previsto
en una forma permisiva expresa” (permisión expresa, positiva o fuerte), el enunciado en
cuestión resulta contingente y eventualmente falso.

Un sistema normativo donde este principio sea verdadero debería contener cierta
regla de clausura: es decir una norma adicional que dispusiera que todo lo no
expresamente prohibido debe considerarse permitido. El artículo 19 de nuestra
Constitución, al prescribir que “ningún habitante de la nación será obligado a hacer lo
que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe” es una típica regla de
clausura.

La regla de clausura es una regla de segundo nivel, que se refiere a los


enunciados del sistema (que constituyen el primer nivel) y no se incluye a sí misma en
esa referencia. Además, es de carácter supletorio: sólo se puede recurrir a ella una vez
que se ha comprobado que mediante las reglas ordinarias no se infiere ninguna solución
para el caso. Otro problema será determinar cuándo no hay solución. Algunos autores,
en cambio, entienden que la regla según la cual todo lo no prohibido está permitido (o,
tal vez, todo lo no normado está permitido) puede formularse como una condición
extrasistemática para que la lógica deóntica refleje los conceptos normativos usados en
la práctica, ya que si bien es posible construir un sistema teórico sobre la base de las
permisiones, el derecho ofrece utilidad, justamente, porque prohíbe.19

Hasta aquí, la idea de laguna normativa. Sin embargo, como la palabra “laguna”
es ambigua, es útil repasar los diversos sentidos en los que utilizamos el término, para
que su diferencia no resulte inadvertida.

Lagunas de conocimiento son los casos individuales en los que la falta de


conocimiento de las propiedades del hecho nos impide conocer si el caso pertenece o no
a una clase determinada de casos (caso genérico) 20. Existe un recurso práctico para
superar esta falta de información: el constituido por todo el sistema de presunciones
legales. El lugar central corresponde al principio general de la carga de la prueba, según
el cual quien afirma la existencia de un hecho debe probarlo, pues si el hecho alegado no
ha sido debidamente acreditado se lo tiene por no ocurrido; pero, en general, todas las
presunciones son de utilidad para determinar la existencia “jurídica” (no necesariamente
real) de los hechos.

Lagunas de reconocimiento son los casos individuales en los cuales, por falta de
determinación semántica de los conceptos que caracterizan a un caso genérico, no se
sabe si el caso individual pertenece o no al caso genérico en cuestión21. Esta dificultad se
19
Echave, D.T., Urquijo, M.E., y Guibourg, R.A., Lógica, Proposición y Norma, Buenos Aires, Astrea, 1980, págs.
153 y ss.
20
Alchourrón, Carlos E., y Bulygin, Eugenio, obra citada, página 63.
21
Alchourrón, Carlos E., y Bulygin, Eugenio, obra y lugar citados.
origina en el ya tratado problema de la vaguedad, que los conceptos jurídicos comparten
con casi todos los demás conceptos. Puede ser en parte disminuida con la incorporación
de términos técnicos, pero siempre existe la posibilidad de que se presente un caso
individual cuya clasificación sea dudosa. Estas “lagunas de reconocimiento” se originan
en lo que Hart llama problemas de penumbra22. Sin embargo, llamar “lagunas” a los
casos de penumbra puede dar lugar a confusiones, ya que el problema de las lagunas
normativas es, centralmente, el problema de la completitud del derecho.

Las lagunas por inconsecuencias en el esquema valorativo, tal como las describe
Ross, son aquellos supuestos en los que el juez puede sentirse poco inclinado a rechazar
una demanda sólo porque “no hay norma con autoridad” que la sustente 23. Esta ausencia
es vivida como una falta, un defecto o laguna en el derecho, ausencia que el juez debe
suplir. Este aspecto nos introduce, directamente, en la restante cuestión: la de los
problemas valorativos.

4. Problemas valorativos.

Las lagunas axiológicas o valorativas son aquellos casos en los que, a juicio del
intérprete, es necesario incluir, suprimir o modificar alguna condición relevante en el
sistema. Sin embargo, no es común que la cuestión se plantee en estos términos: por el
contrario, suele enunciarse como un problema de laguna normativa (mediante
expresiones tales como “éste es un supuesto que el legislador no ha analizado…”) o
deslizarse entre las diversas aristas de los problemas lingüísticos (como en “una
interpretación tan estrecha del término X se muestra inconveniente, pues choca contra la
idea de justicia que se halla íntimamente ligada a la ley y sirve para justificar su
aplicación en los casos concretos...”).

5. Los métodos interpretativos.

Suelen llamarse métodos de interpretación las reglas técnicas que privilegian


alguna propiedad interna o externa de las normas para conferirles un sentido único. No
existe acuerdo acerca de la existencia de alguna relación (jerárquica, por ejemplo) entre
los diferentes métodos, de modo que el uso de alguno de ellos se encuentre privilegiado
respecto de los demás. En general, se mencionan los siguientes métodos de
interpretación:

Gramatical. Toma como resultado de la interpretación el sentido común de las palabras


que figuran en la norma.

22
Hart, H.L.A., El Concepto de Derecho, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1962, páginas 159 y siguients.
23
Ross, Alf, obra citada, página 151.
Sistemático. Correlaciona la norma con otras normas del mismo cuerpo o de otras leyes.
Aquí se privilegia la consistencia del sistema normativo y se busca evitar que la
interpretación de una norma la torne incompatible con otras normas, o con principios
generales aceptados, de los cuales las normas se sostiene que derivan. Los juristas no
suelen incluir entre los métodos de interpretación la derivación lógica, que sin embargo
es fundamental: el sistema jurídico, como cualquier sistema deductivo, incluye como
parte de sí mismo todas sus consecuencias lógicas.

Histórico. Busca la voluntad del legislador en los antecedentes de la ley, como el debate
parlamentario, la exposición de motivos, los estudios previos o las polémicas en la
opinión pública.

Teleológico. Aunque busca también la voluntad del legislador, no lo hace en el sentido


psicológico: en cambio, bucea en el análisis de la finalidad de la ley. Trata de
alcanzar la ratio legis, la razón por la cual la ley fue sancionada, sin que esto
identifique este método con el histórico.

Aplicación de adagios. Es común que los juristas aludan a principios sacralizados, que a
partir del derecho romano se expresan en adagios como ubi lex non distinguit, nec nos
distinguere debemus, ubi eadem est legis ratio, eadem est legis dispositio, cessante
ratione legis, cessat ejus dispositio, dura lex, sed lex, etc.. Esta práctica tradicional se
halla algo desacreditada en nuestros tiempos, porque se advierte que tales adagios,
aunque sean individualmente razonables, permiten a menudo resolver un mismo
problema de maneras incompatibles. Sin embargo, todavía se hace de ellos un uso
bastante extenso, en especial fuera del ámbito de la teoría general del derecho.

Principios generales del Derecho. Suele recurrirse a ellos ante la ausencia de una
solución normativa expresa o para reforzar alguna decisión judicial; el propio
Código Civil remite a ellos, aunque su identificación, su contenido y su alcance
son a veces polémicos.

Aplicación del razonamiento analógico. Como la analogía es una forma de


razonamiento no lógico, los resultados que brinda no son seguros. Se funda en la
generalización de propiedades, de modo que si varios casos comparten, por ejemplo, las
propiedades a, b y c, hacemos extensiva la norma a otro caso que tenga, además de
aquellas, las propiedades x y z.

Argumento a contrario. Es inverso al método anterior: si el caso “a,b,c” es solucionado


por una norma, consideramos que el caso que no tenga tales propiedades se encuentra
excluido de tal solución.

El problema de los métodos interpretativos es que suelen conducir a diversas


soluciones, sin que exista un metamétodo que permita elegir, entre todos ellos, el método
más apropiado para cada caso o para cada problema. Esta elección depende, en última
instancia, de las preferencias del intérprete, que suele elegir el método después de una
elección valorativa de la decisión. La interpretación es, así, una tarea altamente teñida de
valoración.

Los jueces u órganos que desempeñan funciones similares tienen a su cargo la


determinación del contenido de las normas y, en general, se encuentran obligados a
justificar racionalmente sus decisiones.

Sin embargo, muchas veces la actividad aparece oculta tras la idea de que la
solución normativa de un caso es única. Sería de esperar que, en aquellos casos donde
deban adoptarse decisiones valorativas y lingüísticas, tales decisiones sean claramente
explicitadas, para mejor conocer, criticar o compartir racionalmente sus fundamentos.

Cualquier norma será, en algún sentido, traicionada por la interpretación 24; pero
la tarea interpretativa es inescindible de la tarea jurídica, sobre todo porque cualquier
lectura de un texto supone o requiere interpretación. Este es el dilema que la
interpretación debe enfrentar. Algunas cuestiones conexas se han tratado también en el
capítulo 8, al reflexionar sobre la competencia y el modo en que todo tipo de
argumentos, más sinceros o más velados, se incorporan en la tarea interpretativa. Vale la
pena destacar que los requisitos básicos de una teoría de la interpretación algo rigurosa
son la introspección, el debate y la consistencia lógica. ¿Estamos dispuestos a asumir ese
desafío?

Caso "Nafe, María E. c/ Oderiz, Martín I. y otro”, Suprema Corte de la Provincia


de Buenos Aires, 10 de diciembre de 1979.

A partir de la reforma del Código Civil (ley 17.711), el artículo 1113 quedó
redactado de la siguiente forma:

La obligación del que ha causado un daño se extiende a los daños que causaren los que están bajo
su dependencia, o por las cosas de que se sirve, o que tiene a su cuidado. En los supuestos de daños
causados con las cosas, el dueño o guardián, para eximirse de responsabilidad, deberá demostrar que de su
parte no hubo culpa; pero si el daño hubiere sido causado por el riesgo o vicio de la cosa, sólo se eximirá
total o parcialmente de responsabilidad acreditando la culpa de la víctima o de un tercero por quien no
debe responder (…).

La norma, redactada en lenguaje natural, presenta un problema (marcado en el


texto) derivado de los distintos significados que pueden adjudicarse a la conexión de las
palabras en la estructura de la frase25. La conectiva sintáctica “o” resulta, en el caso,
ambigua. Su doble interpretación coincide con la diferenciación que en lógica
proposicional se hace de la conectiva que se traduce por "disyunción". En efecto, la
24
Guibourg, R.A., “La interpretación del derecho desde el punto de vista analítico”, en Deber y Saber, México,
Fontamara, 1997.
25
Ross, Alf, op. cit., pág. 119
lógica proposicional formaliza dos significados de la disyunción: la incluyente y la
excluyente.

La disyunción incluyente es la conectiva lógica que hace que una proposición


compuesta sea falsa cuando son falsas las proposiciones que la componen, y verdadera
en los demás casos. Una frase como “el primero es deshonesto o el segundo es inútil” es
verdadera si el primero es deshonesto y el segundo es inútil, si el primero es deshonesto
y el segundo no es inútil y si el primero no es deshonesto y el segundo es inútil. Sólo es
falsa si el primero no es deshonesto y, además, el segundo no es inútil.

La disyunción excluyente, en cambio, es la conectiva que hace que una


proposición compuesta sea falsa cuando las proposiciones que la componen tienen el
mismo valor de verdad y verdadera en los demás casos. Aquí se puede decir que “o bien
Fulano es funcionario o bien Fulano va preso”, es verdadera si Fulano es funcionario y
Fulano no va preso, y si Fulano no es funcionario y Fulano va preso, pero falsa si Fulano
es funcionario y Fulano va preso, y también falsa si Fulano no es funcionario ni va
preso.26

En referencia al "dueño o guardián", se puede entender que la responsabilidad


cabe tanto al dueño como al guardián (en forma conjunta), o a uno u otro, en forma
excluyente. En este último sentido fue interpretada la norma en la causa Caso “Muiños,
Manuel A. y otros c/ Pérez, Norberto” (Cámara 1ª Civil y Comercial de Bahía Blanca,
12/8/80).

En la causa “Nafe”, que encabeza este apartado, se discutían también los


alcances que debían darse al artículo 1113 del Código Civil; la Suprema Corte de la
Provincia de Buenos Aires sostuvo que:
(...) por aplicación de los principios que surgen del art. 1113 del Código Civil, la responsabilidad
del empresario o director de obra no descarta la que pudiera corresponder a su vez al propietario de un
inmueble, desde que se trata de responsabilidades conjuntas no subsidiarias ni excluyentes, no cabiendo
distinguir entre el dueño o el guardián de la cosa; por tanto, el perjudicado puede dirigir su acción
resarcitoria contra ambos, y para que aquellos puedan eximirse total o parcialmente de la responsabilidad
atribuida por la ley, será necesario que acrediten la culpa de la víctima o de un tercero por quien no deben
responder, o también, la existencia de caso fortuito o fuerza mayor.

Este fallo, al remitir la discusión a la teoría del riesgo creado, optó finalmente por
dirimir la cuestión sintáctica a favor de la versión incluyente de la disyunción.

El caso demuestra que términos como "y", "pero", "si" o "equivale a" pueden ser
utilizados con diversos sentidos. Y que, si bien los problemas sintácticos de

26
Debe tenerse en cuenta que ambas conectivas se definen aquí de modo poco riguroso. En la lógica proposicional se
usan definiciones formales, cuyo valor se establece mediante una tabla de verdad u otro recurso similar. Lo que debe
resaltarse es que las proposiciones utilizadas a modo de ejemplo son representadas en el lenguaje formal por variables,
p, q, que pueden llenarse con cualquier proposición descriptiva.
interpretación no pueden solucionarse tan sólo a partir de recursos puramente
lingüísticos, una redacción más cuidadosa permitiría estrechar significativamente el
ámbito de los problemas interpretativos.

Este punto es especialmente relevante, ya que detrás de la discusión lingüística


existe siempre una tensión de intereses: para quien acciona, la opción por el sentido
incluyente del término “o” es decididamente más favorable, ya que podrá ejecutar su
sentencia tanto contra el dueño como contra el guardián; en cambio, la necesidad de
optar entre ambos (es decir, considerar el término como excluyente) limita los sujetos
pasivos del reclamo y, por lo tanto, los posibles responsables patrimoniales frente al
daño.

El problema lingüístico discutido en los dos fallos hasta aquí reseñados es


sintáctico. Sin embargo, como se ve, la discusión no suele plantearse en estos términos:
en general, gira en torno al pretendido verdadero significado de la norma.

Caso “Vilchez, Carlos A. s/ recurso de casación”, Cámara Nacional de Casación


Penal, Sala III, 16 de diciembre de 2001.

Carlos Abelardo Vilchez rompió la cadena de seguridad de una bicicleta


estacionada en la vía pública, trató de apoderarse del rodado y, en ese momento, fue
detenido. La calificación del fallo condenatorio del Tribunal Oral motivó el recurso del
fiscal, para quien el caso no resultaba un robo simple, ya que la norma que ahora
tipificaba el robo calificado había sustituido el término “automotor” del anterior régimen
por la referencia a “vehículo”, ciertamente más amplia.

La Sala III de la Cámara Nacional de Casación Penal puso de manifiesto que la


convicción del Fiscal en el sentido que la bicicleta era un vehículo se justificaba en la
consulta al Diccionario de la Real Academia Española, como forma de acercamiento al
tema, con miras a descubrir la significación y las acepciones de la palabra “vehículo”.

El voto del vocal preopinante (Tragant) aclaró:

Me he de ceñir entonces al punto exclusivo a resolver y que tal como se señalara supra, consiste
en determinar el alcance del vocablo vehículo utilizado en la nueva redacción del inciso 6 del art. 163 del
Código Penal y si comprende a las bicicletas. Ante tal empresa, resulta oportuno recordar cuanto hube de
sostener en el sentido que la interpretación consiste en la búsqueda de la voluntad objetiva de la ley, no de
la del legislador y que cuando el científico o el juez tratan de interpretar una ley, no pueden ceñirse a los
escuetos preceptos de ella, que a menudo son los únicos que contempló el legislador, sino que han de
armonizarlos con el conjunto del ordenamiento jurídico del país (interpretación sistemática) y estar de
acuerdo con el tiempo (interpretación progresiva). Una ley no tiene sólo valor aislado, sino que recibe
limitaciones y colorido de todas las otras leyes. Negar no sólo la posibilidad sino también la necesidad de
interpretar las leyes es como negarles aplicación o como creer que la ley actúa por sí misma o como
afirmar que el acto del juez no es espiritual sino mecánico, pues la interpretación aunque a veces aparezca
evidente es siempre necesaria, ya que la fórmula que expresa la voluntad de la ley tiene indefectiblemente
carácter general y abstracto.

Como argumento a mayor abundamiento, aunque “en abono de la postura que


finalmente habremos de sostener”, el mismo vocal pondera

(...) un criterio interpretativo orientador de carácter subjetivo que nos habla de la teoría de la
voluntad del legislador (…). Un valioso aporte para esclarecer el alcance de las normas, cuando su
interpretación se torna polémica, lo son la exposición de motivos que acompañó al proyecto legislativo o
el debate parlamentario que precede su votación. (…) En tal sentido, el miembro informante Senador
Villarroel al fundamentar la propuesta de sanción de la que en definitiva se convertiría en la ley 24.721
dijo que lo cierto es que entre otras virtudes del nuevo régimen penal (…) debe señalarse que con este
proyecto se amplía la protección penal, no circunscribiéndola exclusivamente a los vehículos de cuatro
ruedas o más. Vale decir, a toda clase de vehículos.

La cuestión central que debió decidir aquí la Cámara de Casación es si la


bicicleta es o no es un vehículo. Ya el filósofo inglés H.L.A. Hart, en su texto más
conocido, “El concepto de derecho”, aportaba como ejemplo de vaguedad una norma
que dispusiera: “prohibido el ingreso de vehículos en el parque”. Argumentaba que
mientras existen casos claros o paradigmáticos de “vehículo” (un ómnibus, un
automóvil), hay casos excluidos y otros que, en cambio, se encuentran en la zona de
penumbra (por ejemplo, un auto eléctrico de juguete)27.

Para dar precisión a los términos y resolver la vaguedad, el intérprete debe


redefinir las palabras; en esta tarea, echa mano a otras consideraciones (no siempre
lingüísticas), que más adelante repasaremos al tratar sobre los métodos. De este modo, al
resolver el caso el intérprete resuelve la cuestión del significado que el término tiene
para la aplicación de la norma.

La trascendencia de esta tarea no es menor: la definición judicial de un término


implica, como se ve, la redefinición del propio tipo penal. Las consideraciones del fallo
en ese aspecto remiten tanto al uso común del término como a la voluntad del legislador
y a la evolución de las normas acerca de la cuestión.

Caso “Bill, Juan Carlos c/ Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires s/ acción


declarativa de inconstitucionalidad”, Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de
Buenos Aires, 16 de julio de 1999.

Juan Carlos Bill impugnó ante el tribunal las normas que le impedían acceder al
registro profesional de conductor por tener antecedentes penales. Tales normas habían
sido dictadas por los poderes Legislativo y Ejecutivo nacionales, en su carácter de
autoridades locales para la Ciudad de Buenos Aires, con anterioridad a la reforma

27
Hart, obra citada, págs, 160 y 161.
constitucional de 1994, que otorgó a Buenos Aires la categoría de ciudad autónoma y le
permitió dictar su propia constitución.

El artículo 113 de esta Constitución local colocó en cabeza del Tribunal Superior
el control constitucional de las normas emanadas de las autoridades de la Ciudad.

Para una opinión (voto Maier), el problema es establecer el sentido de la


expresión “autoridad de la ciudad”. Así,

(...) el único tema de discusión, objeto de esta disidencia, está representado por la interpretación
de las palabras que la Constitución local ha usado para habilitar el control abstracto de constitucionalidad
y, por ende, la competencia del Tribunal Superior, al establecer que las normas de alcance general
cuestionables deben proceder “de las autoridades de la Ciudad”.

“Autoridades de la Ciudad” es una expresión ambigua. El Tribunal, por mayoría,


entendió que ella comprendía sólo las autoridades designadas a partir de la autonomía de
la Ciudad, hipótesis que excluía del control concentrado de constitucionalidad las
normas anteriores, sujetas al control difuso de los demás tribunales de la Ciudad.

Se dijo que:

(...) cuando en el artículo 113, inc. 2 de la Constitución de la Ciudad se establece que es


competencia del Tribunal Superior de Justicia conocer “originaria y exclusivamente en las acciones
declarativas contra la validez de leyes, decretos y cualquier otra norma de carácter general emanada de las
autoridades de la Ciudad, contrarias a la Constitución nacional o a esta Constitución”, es claro que se
restringe el ámbito de aplicación de la acción al examen de constitucionalidad de las normas emanadas de
las autoridades del Estado de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y no a cualquier otra norma aplicable
dentro del ámbito territorial de ésta, ya se trate de las emanadas de las autoridades federales, ya de las que
tuvieran su origen en los órganos de la desaparecida Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires” (voto
Conde).

La minoría (Maier, Ruiz) sostuvo, en cambio, que “autoridades de la ciudad”


incluye a los antiguos organismos (Poderes Ejecutivo y Legislativo nacionales,
Intendente, Concejo Deliberante). Esta interpretación habilitaba al Tribunal Superior
para tratar la cuestión.
(...) de tal manera, creo haber demostrado que “autoridades de la Ciudad” puede merecer, al
menos, una interpretación distinta a la que plantea la opinión en mayoría, en el sentido de que son
igualmente normas de alcance general vigentes en la Ciudad y emanadas de autoridades reconocidas por el
proceso gradual de autonomía, aquellas sancionadas legítimamente por autoridades antes competentes,
que conservan su vigencia y aplicabilidad plena (voto Maier).

Los casos de ambigüedad se resuelven, en general, con apelación al contexto


lingüístico o a la situación en la que el mensaje fue emitido. El voto de Conde es un
ejemplo de este tipo de argumentación, al señalar:
(...) adviértase en tal sentido que en el artículo 2 de la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires
se establecen como denominaciones del Estado federado local las de “Ciudad de Buenos Aires” y “Ciudad
Autónoma de Buenos Aires”; que en todo momento la Constitución emplea en su texto esas
denominaciones o la más genérica de “la Ciudad” para referirse al nuevo ente estadual y que cuando el
constituyente ha querido referirse al ente de derecho público que constituyera su antecedente histórico lo
ha hecho refiriéndose a él como "Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires” – art. 7 –; o bien haciendo
referencia al “antiguo intendente municipal de la Ciudad de Buenos Aires” – cláusula transitoria primera,
apartado segundo – o a las “instituciones del régimen municipal” – cláusula transitoria vigesimotercera –.
Lo que la norma del art. 113 inc. 2 dice es, entonces, que la acción directa de inconstitucionalidad ante
este Tribunal queda reservada para aquellos supuestos en los que se cuestione la constitucionalidad de
alguna norma emanada de las autoridades de la Ciudad-Estado creada por la reforma constitucional
nacional de 1994. La terminología empleada es clara, por lo que no resulta necesario exigir del precepto
mayores precisiones.

En posición contraria, Ruiz sostiene:


(...) pero sucede que, según el art. 113 inc. 2 de la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires, ese
control se extiende a “leyes, decretos y cualquier otra norma de carácter general emanada de las
autoridades de la Ciudad”. En ningún momento habla de autoridades de la Ciudad Autónoma, ni tampoco
puede inferirse del citado art. 113, inc. 2 ni de una lectura armónica del texto constitucional que, por la vía
de la acción declarativa de inconstitucionalidad, únicamente puede atacarse la producción jurídica de
carácter general que emana de las actuales autoridades de la Ciudad Autónoma.

En su última parte, el párrafo alude al adagio “ubi lex non distinguit...”.

Los restantes argumentos están relacionados con la situación fáctica en que


aparece la norma (la consagración como estado autónomo de la Ciudad de Buenos Aires)
o con las posibles consecuencias de una u otra decisión. Al adoptar finalmente una
decisión, el tribunal resuelve el problema lingüístico de ambigüedad y se pronuncia por
uno de los sentidos que puede tener la ambigua expresión “autoridades de la Ciudad”,
elección a la que dota de autoridad.

Caso “Cura, Julio D.”, Tribunal Oral Criminal No. 7, 27 de junio de 2000.

En el interior de un supermercado, Julio Cura intentó sustraer un reproductor de


discos compactos al romper el envoltorio y ocultar el producto entre sus ropas; en la
línea de cajas fue detenido y acusado de la comisión del delito de robo en grado de
tentativa.

El defensor oficial pidió la suspensión del juicio a prueba (probation), pero tal
instituto no podía concederse en el caso ya que la pena máxima prevista para ese delito
involucrado superaba los tres años, límite fijado por la doctrina plenaria establecida por
la Cámara Nacional de Casación Penal en los autos “Kosuta”28.

28
Cámara Nacional de Casación Penal, La Ley, 1999-E, 165.
Sin perjuicio de la obligatoriedad de tal doctrina legal, el defensor requirió la
suspensión del juicio a prueba; fundó su planteo en la inconstitucionalidad del art. 10 de
la ley de competencia penal. El argumento fue admitido por el Tribunal Oral No. 7
(27/6/2000) que, al tiempo que aplicó el principio jerárquico al juzgar la norma procesal
penal a la luz de la Constitución y de los tratados internacionales, formuló las siguientes
referencias a factores pragmáticos:

Para expresarlo en términos prácticos: hasta que sobrevino la sentencia plenaria de mención,
aproximadamente veintidós tribunales orales entre treinta – por tomar sólo aquellos que pertenecen al
fuero penal ordinario de la ciudad de Buenos Aires –, resolvieron de conformidad con el punto de vista de
centenares de ciudadanos, asistidos por sus abogados, que el artículo 76 bis del Código Penal, tal como ha
sido redactado por el legislador y según una interpretación llevada a cabo como marcan las reglas –
mediante la combinación de los métodos gramatical, lógico sistemático, histórico y teleológico –,
contempla tanto los casos de delitos cuya escala penal no excede de tres años de reclusión o prisión, como
también los supuestos en los cuales en caso de condena el imputado habrá de merecer una pena en
suspenso.

De otra parte, la ley 24.316, sancionada el 4 de mayo de 1994, instala mediante el artículo 76 bis
del Código Penal un instituto, “la suspensión del juicio a prueba”, que no sólo se vincula con la mayor
eficiencia del sistema penal, en tanto procura el descongestionamiento de una justicia penal sobresaturada
de casos para permitir así el tratamiento preferencial de los más “graves e importantes”, sino que, por
encima de todo, resulta un medio idóneo de prevención especial y un ejemplo manifiesto de finalidad
utilitaria.

¿Es acaso prudente y oportuno reemplazar la siempre renovable autoridad del argumento por una
decisión de autoridad que, por cierto fundada y respetable, conlleva la clausura del debate enriquecedor?
¿Lo es si, además, la discusión que contra la “naturaleza de las cosas” se pretende abolir, es capaz de
acarrear efectos que van más allá de la siempre “relativa” contienda sobre la interpretación de un precepto
cualquiera, y puede llevar a comprometer el funcionamiento mismo de los tribunales inferiores, por la
acumulación de efectos a todas luces indeseables: aumento del número de expedientes; retardo de justicia;
selección irracional de las causas por la vía de la prescripción, sin ningún mecanismo aleccionador ni
rehabilitante para el imputado; falta de tiempo y energía suficientes para concentrarse en los casos más
graves y complejos, etcétera, etcétera?

El argumento final introduce alguna perplejidad: en última instancia, la doctrina


fijada por la Cámara de Casación no es moralmente obligatoria (al modo en que algunos
perciben, por ejemplo, los fallos de la Corte), sino jurídicamente obligatoria (por la
existencia de una norma jurídica en tal sentido). El mismo argumento, que podría
utilizarse para desechar cualquier norma jurídica que se juzgase imprudente o
inoportuna, parece exceder el límite que pudiera admitirse en el ejercicio del control
constitucional.

Caso “Aguas Argentinas c/ Blanck, Jaime s/ ejecución fiscal”, plenario de la


Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, 29 de junio de 2000.

En el citado plenario, la Cámara fijó la siguiente doctrina:


“La inapelabilidad por el monto establecida por el artículo 242 del Código Procesal, modificado
por la ley 23.850, no comprende los recursos deducidos contra las regulaciones de honorarios”

La doctrina, así, fijó interpretación acerca del conflicto entre los artículos 244 y
242 inc. 3 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, el primero de los cuales
especifica que “toda regulación de honorarios será apelable” y el segundo que “son
inapelables las resoluciones dictadas en juicios con monto menor a…”.

El dictamen fiscal mencionó la colisión entre los criterios material y cronológico;


la mayoría resolvió, en definitiva, que en una colisión entre una norma anterior especial
y una posterior general, de idéntica jerarquía, prevalece la primera. La minoría
argumentó que el artículo 242, inciso 3, no preveía excepciones, con lo que negó – de
hecho – que el artículo 244 introdujera una excepción en la regla general.

Caso “García de Storniolo, Noemí Francisca, c/ Nación Argentina (Estado Mayor


General del Ejército Argentino”, Corte Suprema de Justicia de la Nación, 8 de
agosto de 1989.29

Noemí García gozaba, junto con sus hijos menores, de una pensión militar
otorgada en noviembre de 1979. Tres años después, como consecuencia de la sentencia
que la condenó a prisión por resultar autora “del delito de homicidio calificado por el
vínculo en perjuicio de su cónyuge”, el comandante en jefe del ejército dispuso la
cesación del beneficio. Ante esta decisión administrativa, García inició una acción
judicial para que la pensión fuera restituida.

El juez de primera instancia juzgó que la ley 19.101 no tenía una solución para el
caso, ya que sólo preveía la pérdida de pensión cuando los beneficiarios fueran
condenados a una pena de inhabilitación, accesoria que no fue impuesta en el caso.
Consideró entonces aplicable la norma de derecho común, que declara “incapaces de
suceder como indignos” a quienes resulten condenados por delito de homicidio (art.
3291 CC).

La Procuradora Fiscal de la Corte (Reiriz) repasa los argumentos que la Cámara


utilizó para desestimar el planteo de García, en el sentido que la norma aplicable

(...) incluye como causales de pérdida de la prestación circunstancias mucho más leves que el
homicidio en la persona del cónyuge, de allí que no resultara irrazonable pensar, o que el legislador había
olvidado tener en cuenta una causal tan grave o que había creído, con toda lógica, que ante dicha
alternativa la solución surgía de los principios del derecho común. Haber matado a quien posibilitó el
beneficio que se goza merece, si no existen verdaderos motivos de exculpación, la pérdida de tal goce y si
dicha sanción no es contemplada por la normativa específica debe buscársela en la legislación general y,
por analogía, en lo específico sobre la materia, ya que, de otro modo, se cometería una inadmisible
violación de principios fundamentales como el respeto a la vida.
29
Fallos 312:1283
Y los critica así:

(La Cámara,) bajo la guía de una concepción rigurosa, tendió de entrada a decidir la inexistencia
del derecho de la actora que, empero, la norma legal aplicable, según vimos, no desconocía. Y lo hizo
desoyendo, a su turno, otro de los principios referidos, esto es, presuponiendo la inconsecuencia o la falta
de previsión del legislador, o bien la existencia de una metafórica laguna legal, en rigor de verdad,
inexistente, tras lo cual recurrió a la aplicación, no subsidiaria, sino en realidad analógica, de institutos del
derecho sucesorio no necesariamente válidos por sí mismos en lo previsional, que no están autorizados
para su aplicación de oficio, como lo hizo la autoridad militar, ni siquiera en su propio ámbito jurídico, por
no comprender el orden público, al tratarse de acciones sólo disponibles por los coherederos que decidan
utilizarlas.

Según su propia opinión, en cambio, sostuvo:

(...) es regla de interpretación de las leyes dar pleno efecto a la intención del legislador,
computando la totalidad de sus preceptos de manera que armonicen con el ordenamiento jurídico restante
y con los principios y garantías de la Constitución Nacional. Asimismo, que la inconsecuencia o la falta de
previsión no se suponen en aquél y por esto se reconoce como principio que las leyes deben interpretarse
siempre evitando darles un sentido que ponga en pugna sus disposiciones, destruyendo las unas por las
otras, y adoptando como verdadero el que las concilie y deje a todas con valor y efecto.

Por razones formales, la Corte declaró improcedente el recurso de García. La


minoría en disidencia (Fayt y Bacqué) sostuvo, en voto conjunto y entre otros
argumentos, que

(...) no cabe, en principio, suponer el olvido ni la imprevisión por parte del legislador. En
consecuencia ante el texto (…) de la ley (…) que rige concretamente la materia, el que contempla como
causal de pérdida del beneficio la inhabilitación absoluta pero no supuestos como el de autos, parece claro
que no cabe aplicar en el caso el artículo referido del Código Civil.

En el caso, el sistema que diseñaba el derecho a acceder a una pensión militar,


preveía algunos casos de exclusión en los que la situación de la actora no encuadraba.
La Cámara comparó la gravedad que, a su juicio, revestían los casos legales y el hecho
que en la causa se discutía. A partir de tal comparación, afirmó la relevancia de una
condición que el sistema no había contemplado, con lo que introdujo en el sistema una
laguna: una laguna axiológica, en la medida en que el intérprete agregó al universo de
propiedades relevantes una condición adicional, incrementando con ello el número de
casos al menos al doble: todos los anteriores cuando el beneficiario es culpable de la
muerte del causante más los mismos anteriores cuando el beneficiario no ha incurrido en
ese ilícito.

A fin de provocar esa ampliación del sistema, la Cámara recurrió al derecho


común. Ejerció de ese modo un razonamiento analógico, de fundamento obviamente
valorativo: tal como lo pone de resalto la Procuradora Fiscal, las normas del sistema
común que se tomaron aquí como referencia no parecen dirigirse a situaciones idénticas:
mientras la pensión configura un derecho propio (derivado, es cierto, del fallecimiento
de algún allegado), las normas del Código Civil regulan derechos sucesorios.

Caso “Reig, Vázquez, Ger y Asociados c/ Municipalidad de la Ciudad de Buenos


Aires”, Corte Suprema de Justicia de la Nación, 14 de mayo de 1991.30

Siete contadores públicos organizaron una sociedad civil que empleaba a


veintinueve profesionales de la misma especialidad y a otros treinta empleados, todos en
relación de dependencia. Esta sociedad, Reig, Vázquez, Ger y Asociados, inició una
acción contra la entonces Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires a fin de repetir
las sumas abonadas en concepto de impuesto a los ingresos brutos. En apoyo de su
reclamo invocaron las disposiciones locales que eximían del referido impuesto al
ejercicio de profesiones liberales universitarias no organizado en forma de empresa y
que negaban este último carácter a la “simple asociación o sociedad de profesionales
dirigida a organizar la prestación de los servicios sin que llegue a constituir una unidad
económica independiente de sus integrantes”.

La misma norma que establecía tal exención (decreto municipal 3.707/83)


establecía luego que “la organización en forma de empresa se presume, salvo prueba en
contrario (con el) ejercicio profesional desarrollado bajo nombre de fantasía”. La
Cámara entendió que la norma en su conjunto planteaba una seria contradicción y que, al
mismo tiempo, había prescindido del principio de la personalidad de las sociedades al
admitir la posibilidad de que las sociedades no tuvieran el carácter de unidades
económicas independientes.

Como consecuencia de esta decisión, la Corte sostuvo:


(...) no es admisible una interpretación que equivalga a la prescindencia del texto legal, desde que
la primera fuente hermenéutica de la ley es su letra. Por otra parte, la inconsecuencia o la falta de
previsión no se suponen en el legislador y por esto se reconoce como principio que las leyes deben
interpretarse siempre evitando darles un sentido que ponga en pugna sus disposiciones, destruyendo las
unas por las otras y adoptando como verdadero el que los concilie y deje a todos con valor y efectos, en
tanto que cuando la ley emplea determinados términos es la regla más segura de interpretación la de que
esos términos no son superfluos, sino que han sido empleados con algún propósito, por cuanto, en
definitiva, el fin primordial del intérprete es dar pleno efecto a la voluntad del legislador y, en tal sentido,
debe siempre preferirse la interpretación que favorece y no la que dificulta los fines perseguidos por la
normas.

En su voto compartido en disidencia, los doctores Cavagna Martínez, Nazareno y


Moliné O’Connor sostuvieron que
es obvio que los jueces no tienen por qué considerarse sometidos al significado literal de las palabras de la
ley, pero también lo es que no hay peor técnica interpretativa que la que implica patente alteración de la inequívoca

30
Fallos 314:458
acepción de esas palabras, las cuales, mientras el texto lo consienta, han de ser tomadas en el sentido más obvio al
entendimiento común.

Es cierto que, como lo señaló la Cámara, la norma introducía una suerte de


contradicción, ya que: a) establecía una exención impositiva para el ejercicio de
profesiones liberales universitarias no organizado en forma de empresa; b) disponía que
el término “empresa” no alcanzaba a la simple asociación de profesionales; y c)
presumía la existencia de una empresa en el caso del ejercicio profesional desarrollado
bajo nombre de fantasía.

La Corte, tanto en la opinión de la mayoría como en la de la minoría, parece


haber recurrido a la ficción del legislador consistente, cara al tradicional método
dogmático; a pesar de ello y supuesta tal claridad normativa, ambas posiciones debieron
ensayar redefiniciones lingüísticas para arribar, sin embargo, a soluciones diferentes.

Caso “Hilandería Santa Rosa SCA c/ Olán Cooperativa de Seguros y otros”, Corte
Suprema de Justicia de la Nación, 19 de diciembre de 1985.31

Las partes contrataron un seguro para cubrir el riesgo de incendio de


mercaderías, instalaciones y demás bienes que integraban el establecimiento industrial
de la actora. El 26 de febrero de 1969 se produjo un incendio y, ante el desacuerdo de las
partes sobre la procedencia de la indemnización, el 19 de octubre de 1971 la Hilandería
Santa Rosa inició la acción que derivó en el fallo que aquí se comenta.

La Cámara entendió que la acción estaba prescripta según el artículo 845 del
Código de Comercio y, por tanto, que era inaplicable el artículo 3986 del Código Civil.
La Corte, por mayoría, resolvió que el debate excedía el marco del recurso
extraordinario. En su disidencia conjunta, dos ministros (Belluscio y Petracchi)
brindaron las razones por las que debía aplicarse el plazo de prescripción de la norma
civil y sostuvieron:

Es regla de interpretación de las leyes dar pleno efecto a la intención del legislador, computando
la totalidad de sus preceptos de manera que se compadezcan con el resto del ordenamiento jurídico y con
los principios y garantías de la Constitución Nacional. Ese propósito no puede ser obviado por los jueces
con motivo de las posibles imperfecciones técnicas de su instrumentación legal, toda vez que ellos, como
servidores del derecho para la realización de la justicia, no deben prescindir de la ratio legis. La exégesis
de la ley requiere la máxima prudencia, cuidando que la inteligencia que se le asigne no pueda llevar a la
pérdida de un derecho, o el apego a la letra no desnaturalice la finalidad que ha inspirado su sanción.

Contrariamente a lo argumentado en otros casos, la letra de la ley pasa aquí a un


plano secundario frente a la tarea interpretativa. El voto citado admite expresamente la
posibilidad de apartarse de un instrumento que puede contener “imperfecciones
técnicas” y privilegia la “voluntad del legislador”. Pero identifica esa voluntad con la
31
Fallos 307:2420
“finalidad que ha inspirado” la sanción de la ley (la ratio legis). Se trata, pues, de una
aplicación del método teleológico. Desde luego, si primero se remite el contenido de la
norma a la voluntad del legislador y luego se identifica la voluntad del legislador con la
finalidad de la ley ¿cómo habrá de averiguarse esta última finalidad? No es aventurado
suponer que el propio intérprete suministra esa finalidad desde sus propios criterios
históricos pero también – y ahí está lo importante – desde sus propios criterios
valorativos (o “de justicia”).

Caso Montalvo, Ernesto Alfredo, Corte Suprema de Justicia de la Nación, 11 de


diciembre de 1990.32

Cuando fue detenido como sospechoso del delito de hurto, Ernesto Alfredo
Montalvo tenía en su poder 2,7 gramos de marihuana para uso personal. Por este hecho
fue condenado penalmente, En relación con la cuestión constitucional de las normas
involucradas, el Procurador General (Roger), después de repasar la evolución de la
doctrina de la Corte33, sostuvo:

El delito (de tenencia de drogas) ha sido tipificado como de peligro abstracto, lo cual demuestra
la especial jerarquía asignada al bien jurídico tutelado por la norma, pues de ese modo se ha extendido
penalmente su defensa hasta aquellas situaciones que sólo importan, a juicio del legislador, la mera
probabilidad de un riesgo para la salud pública. El particular interés en el cumplimiento de ese fin que
importa la sanción de una norma de tales características se ve reflejado en el mensaje del Poder Ejecutivo,
que acompañó al proyecto que luego de sus modificaciones por el Congreso, dio origen a la sanción de la
ley 20771, en cuanto allí se caracterizó al problema de la drogadicción como “un fenómeno de
características multifacéticas” que constituye un “verdadero flagelo social”. Además, en el debate
parlamentario que precedió a su sanción, también se tuvo en cuenta que el consumo de estupefacientes se
ha difundido por todas las naciones del orbe, especialmente entre los sectores jóvenes de la población y
que mediante este proyecto se intentó impedir “la desmoralización y la destrucción de la juventud
argentina, que constituye el futuro de nuestra patria”.

La incriminación de la tenencia de estupefacientes, aun cuando ésta fuera para consumo personal,
se halla pues dirigida a evitar las consecuencias negativas que para la salud pública pudieran surgir de ese
hecho. (…) No obstante los extensos fundamentos desarrollados (en el caso “Bazterrica”) acerca de la
utilidad de la prevención penal de la tenencia como remedio para el problema que plantean las drogas,
considero que no puede sostenerse la inexistencia de un nexo razonable entre la incriminación de que aquí
se trata y la protección de la salud pública sobre la base de su mayor o menor eficacia como medio para
amparar ese bien jurídico, pues ello conduce, en definitiva, al análisis de cuestiones de oportunidad,
mérito o conveniencia, que por ser de carácter eminentemente político, se encuentran reservadas a la
competencia de los órganos encargados de la sanción de la ley, cuyo criterio, en este sentido, no puede por
ende ser revisado por VE. (…) Si bien el consumo de estupefacientes constituye un problema universal,
las distintas características de cada nación, así como las posibilidades y recursos con que se cuente para
afrontarlo, determinarán en cada caso una solución diversa de acuerdo con aquellas condiciones. El
extenso debate parlamentario, particularmente durante el trámite en la Cámara de Diputados que precedió
a la sanción de la ley 23.737, demuestra, acabadamente, el carácter polémico del tema e importa, además,

32
Fallos 313:1333
33
Fallos 300:254 y fallos 308:1392
una ratificación de las razones que, más allá de su acierto o error, determinaron a nuestros legisladores a
incriminar la tenencia de drogas.

En este dictamen se apela también a la voluntad del legislador, que se supone


determinada por sus motivos. Tales motivos (en el caso, la protección de la salud
pública, que el legislador espera alcanzar mediante la incriminación de la tenencia de
drogas para consumo personal) no pueden revisarse en sede judicial, porque eso
supondría juzgar acerca de la oportunidad, el mérito o la conveniencia de la ley. Sin
embargo, el análisis íntegro del texto transcripto parece indicar que la aprobación de
aquel motivo por parte del intérprete, tanto en lo moral como en lo pragmático,
desempeña un importante papel en la argumentación. Si otro intérprete estuviera
convencido, por ejemplo, de que la incriminación en examen es inútil y hasta
contraproducente para combatir el narcotráfico, tal vez el objetivo de la salud pública,
tenido en vista por el legislador, habría cedido ante el principio de privacidad.

Caso “Arrieta de Reynoso, Julia Argentina, c/ Empresa Ferrocarriles Argentinos”,


Corte Suprema de Justicia de la Nación34.

El artículo 212 de la Ley de Contrato de Trabajo establece una indemnización,


idéntica a la prevista para el despido, para el caso en que el vínculo entre un trabajador y
su empleador se extinga como consecuencia de la incapacidad absoluta del primero. La
Cámara del Trabajo desestimó la acción, ya que Julia Argentina Arrieta, que inició un
reclamo en los términos de la norma mencionada, tenía una incapacidad de “entre un
70% y un 80%”. La Corte Suprema de Justicia de la Nación revocó tal decisión, porque
juzgó que la Cámara
No tuvo en cuenta el carácter de la norma, dado que sacrificó su finalidad tuitiva a la literalidad
del texto, con lo que se apartó del principio de hermenéutica que prescribe la suma cautela con que ha de
conducirse el intérprete para ponderar la denegatoria de esta clase de derechos. (…) En la tarea de
interpretación no es siempre recomendable el atenerse estrictamente a las palabras de la ley, ya que el
espíritu que la nutre ha de determinarse en procura de una aplicación racional, que elimine el riesgo de un
formalismo paralizante; es necesario buscar en todo tiempo una interpretación valiosa de lo que las
normas, jurídicamente, han querido mandar, de suerte que la admisión de soluciones notoriamente injustas
cuando es posible arbitrar otras de mérito opuesto, no resulta compatible con el fin común de la tarea
legislativa y de la judicial. En tal sentido no debe prescindirse de las consecuencias que derivan de cada
criterio, pues ellas constituyen uno de los índices más seguros para verificar su razonabilidad y su
coherencia con el sistema en que está engarzada la norma.

También con fundamento en la voluntad del legislador, la Corte modifica la


sentencia apelada y acoge el reclamo del trabajador. Conocer tal voluntad, sin embargo,
es especialmente complicado. ¿Qué indicios ha tenido el tribunal para juzgar que, en el
criterio del legislador, una incapacidad de 70% u 60% debía considerarse absoluta?

34
Fallos 307:2200.
Muchos fallos de la misma Cámara habían aceptado una conclusión semejante a
la que aquí se comenta, pero con fundamento analógico, por aplicación del límite
contenido en el artículo 33 de la ley previsional 18.037. Un ejemplo:

El art. 212 L.C.T. no establece pautas numéricas para determinar lo que debe entenderse en su
contexto por incapacidad absoluta, pero parece obvio que para alcanzar ese grado no se requiere la
paralización total de las funciones motoras, por lo que resulta razonable a este respecto atenerse a las
disposiciones de al legislación previsional que consideran que una incapacidad superior al 66% es
absoluta. Considero, sin embargo, que en estos casos cabe exigir en forma estricta que el grado de
minusvalía alcance aquel porcentaje, ya que el mismo indica que el trabajador no tiene perspectivas serias
de ganar su sustento mediante una actividad remunerada dependiente o autónoma35.

La característica destacable del fallo de la Corte no es su conclusión, sino el


modo como arriba a ella: la decisión remite a la voluntad del legislador, condena a quien
no sepa interpretar su espíritu (y se atenga a la letra de la ley) con el cargo de
“formalismo paralizante” y funda el criterio a emplear, cuyos límites no se precisan, en
la justicia de sus consecuencias. El tribunal no funda su apreciación en otro criterio
legislativo, mejor o peor traído a cuento, sino directamente en el valor que atribuye a la
consecuencia de su propia interpretación (“interpretación valiosa”), identificada sin más
como aquello que “las normas, jurídicamente, han querido mandar”. Si esta línea de
argumentación hubiera de aplicarse de manera general, bastaría considerar justo un
estado de cosas cualquiera para inferir de allí que su prescripción se halla contenida en el
espíritu de las normas, más allá de su mero texto, y que tal ha sido seguramente la
voluntad del legislador. Por cierto, el método también podría usarse en sentido inverso:
si un estado de cosas es injusto, su amparo no pudo estar incluido en el espíritu de la ley
y cualquier insistencia en aplicar el texto normativo constituiría un ejemplo del vicio
formalista.

Este comentario, como muchos de los precedentes, sirve para ilustrar una
práctica inevitable y un defecto de esa práctica. La primera, que los tribunales endurecen
o flexibilizan el texto de la ley para excluir o incluir el caso tratado, según el propio
criterio de justicia. El defecto, que muchas veces omiten, al hacer tal cosa, asumir otras
consecuencias del nuevo alcance que asignan a la norma general interpretada. ¿Cómo
hacer lo necesario para permitir a la sociedad convivir con sus normas jurídicas, sin
convertir la ley en un mero juguete vistoso? Ésa es la gran pregunta de la interpretación;
la pregunta que la teoría tradicional jamás alcanzó a responder y que cada jurista asume
desde sus propias preferencias, normalmente autocomplacientes.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXION:

35
C.N.A.T., Sala III, 24/6/86, “Cipriano de Famighietti, Luisa, c/ Asociación Israelita de Beneficencia y Socorros
Mutuos ‘Ezrah’” (Sentencia Nº 52.286).
 Compare las decisiones adoptadas en relación con el artículo 1113 del Código Civil.
¿Cómo interpretaría usted el significado que corresponde dar a la conectiva “o”
utilizada en la mencionada norma? ¿Cómo fundaría tal elección?

 Intente una definición de “vehículo”. Aclare fundadamente si una bicicleta cae


dentro de tal definición.

 Elabore una lista de los objetos a los que estaría dispuesto a llamar “vehículo”.
Repase la lista: ¿cree que el robo de cualquiera de esos objetos debería ser
calificado?. En caso de alguna respuesta negativa y respecto de esa respuesta, ¿diría
que el objeto no es, entonces, un vehículo? En tal supuesto, ¿qué tipo de argumento
utilizaría para eludir la tipificación agravada?

 Cómo habría definido usted la expresión “autoridades de la Ciudad” en el contexto


del fallo Bill? ¿En qué apoya tal decisión lingüística?

 Una norma procesal dispone la obligatoriedad de las doctrinas que sean fijadas por la
Cámara de Casación. El fallo Cura admite, de un modo vago, un planteo
constitucional. ¿En qué se funda la admisión del planteo? ¿En el reproche a la norma
procesal o en el rechazo de la doctrina fijada en el caso?. ¿Qué argumentos
valorativos podrían desplegarse a favor de la facultad de fijar doctrinas plenarias? ¿Y
en contra?

 Analice los argumentos utilizados por la mayoría y por la minoría en el plenario


Aguas Argentinas. Adopte una posición personal de política procesal: ¿cree usted
que los honorarios profesionales debieran ser apelables, incluso en las causas en las
que la decisión de fondo no alcanza el nivel monetario de apelabilidad? Funde su
opinión.

 La norma que fija las condiciones en las que se accede a una pensión establece,
taxativamente, las causales de exclusión del beneficio. ¿Con qué criterios se juzga la
gravedad de los casos de exclusión, de modo de considerar más grave un caso no
previsto que otro normativamente considerado? El juicio resultante, ¿es jurídico o
sólo valorativo? Advertidos de la ambigüedad del término “laguna”, ¿en qué sentido
podría afirmarse la presencia de una laguna en las normas involucradas?

 En el caso Montalvo se ha considerado especialmente la voluntad del legislador. Una


hipotética modificación radical de las costumbres y una generalizada aceptación del
hábito del consumo de marihuana, ¿justificarían el abandono del criterio expuesto
por el Procurador General?

 ¿Cree usted conveniente introducir mayor racionalidad y mejor previsibilidad en la


tarea interpretativa, o considera preferible mantener o profundizar la
discrecionalidad del intérprete dentro de cada caso individual? Funde su respuesta.
Si se decidió por la segunda opción, ¿Qué valor adjudica usted a la generalidad de la
ley y a la seguridad jurídica? Si optó por la primera. ¿con qué criterios piensa usted
que podrían organizarse los distintos métodos interpretativos, de modo de convertir
esta tarea en una actividad más racional?

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