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género
1.- Si, como nos dice Stendhal en Del Amor, “la belleza no es más que la promesa de la
felicidad”, quizá merezca la pena reflexionar sobre la construcción de los estándares de
belleza y deseo que promociona la industria de la moda y el lujo. Así pues, aceptar la
efectividad de la belleza como mito y acercarse al verdadero backstage –no al que muestran
las banales fotografías de las bambalinas de un desfile sino al de los mecanismos sociales para
la constitución del deseo– puede ser un interesante ejercicio en la búsqueda del propio
bienestar.
3.- Se accede al cuerpo como objeto construido a través del consumismo mediante el
glamour, un estado de riqueza, excitación, belleza, sexualidad y fama alcanzable con la
condición de dejarse guiar por las revistas de moda y la publicidad. Las modelos son sus
mejores embajadoras, ya que supuestamente demuestran que es posible alcanzar el estado
ideal que promete dicha industria.
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4.- La historia cultural desvela la progresiva construcción de la persona pública de la
modelo como contenedor simbólico de una serie de valores propios de un sistema capitalista
que rigen interseccionalmente clase social, género y raza, entre otros vectores. Los cuerpos
de las modelos son perchas cuya delgadez no interfiere en la visibilidad de las prendas que
nos muestran. ¿Se imaginan fijarse en la ropa que luce Marilyn Monroe en lugar de en sus
curvas? Los cuerpos flacos, su estandarización y la disipación de la personalidad a través del
maquillaje u otros detalles uniformadores son mecanismos para centrar la atención en el
producto a vender.
5.- Las niñas, como se las conoce en la profesión, presentan un ideal simbólico de
hiperfeminidad: son accesibles, maleables, intercambiables, fluidas y sin discurso propio. La
destreza en mudar apariencia y personalidad en función de las demandas del producto, el
codiciado camaleonismo, no es sólo una cualidad muy preciada en la modelo sino que
simboliza también una ventajosa característica de cualquier profesional, dado que la actual
inestabilidad del mercado laboral exige la capacidad de adaptarse a nuevos entornos y de
adquirir nuevas habilidades profesionales. Asimismo, patrones estéticos como la delgadez
denotan el distanciamiento de las preocupaciones de este mundo y el control del deseo. Se
promueve así un sujeto ideal sin restricciones materiales y en perfecta posesión de sí mismo
que se asocia con la aristocracia y el ocio acaudalado.
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7.- Los patrones de belleza son prácticas reguladoras de la identidad de género, clase y
raza que generan ansiedad e inseguridad. Las disciplinas corporales que se requieren para
acercarse al ideal exigen una considerable inversión de dinero, energía y tiempo. El proceso
de construcción de la belleza femenina pone de relieve los mecanismos sociales para
estimular la obediencia: en tanto que la celebridad y el éxito económico premian la
conformidad a las normas de género, clase y raza, la imagen pública de las modelos parece
establecer los límites positivos de dichas normas, actuando así como el reverso de las
trabajadoras sexuales que simbolizan los límites negativos. Podría decirse que en el
imaginario social una prostituta es una mujer caída mientras que una modelo es una mujer
ascendida.
8.- Coexisten dos mitos respecto al modelaje como opción profesional para mujeres: la
modelo que mejora su posición social a través de un matrimonio ventajoso –en el que se
reitera una noción de la mujer como un objeto cuya belleza es instrumental para
fundamentar su ascensión social– y el mito de la profesional independiente y dueña de sí
misma: una ficción sostenida por las industrias de la moda, las agencias de modelos y los
medios que a menudo desmienten las propias profesionales. Las declaraciones de las niñas
revelan un notable desequilibrio entre su imagen de absoluta autoconfianza y su realidad
profesional: precariedad laboral, constante competencia, inseguridad personal y
objetificación, con la consiguiente fragmentación y alienación corporal y psíquica.
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belleza femenina nos permitiría conocer mejor la objetificación de la mujer que subyace en
la violencia de género.
11.- En suma, los modelos de belleza y deseo que nos muestran la moda y la publicidad
reflejan y constituyen a la vez los valores culturales de la sociedad que los produce. Las
modelos se han convertido en la encarnación física de nuestras identidades ideales, son
iconos de belleza y perfección social que ejemplifican el éxito que premia a la conformidad.
Asociadas a ciertos productos se convierten en fetiches de éxito social y económico. Dicha
asociación puede llegar a límites grotescos, como el caso de las turistas japonesas llorando de
emoción al ver a la modelo Inès de la Fressange entrar en la Maison Chanel de París, tal
como ella misma relata.
1 Patricia Soley-Beltran trabajó como modelo profesional y actriz durante diez años.
Doctorada en sociología del género por la universidad de Edimburgo, actualmente es
investigadora asociada en la Science Studies Unit de dicha universidad y miembro del grupo
de investigación ‘Multiculturalismo y género’ de la Universidad de Barcelona.