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 Patricia Soley-Beltrán - Modelos de seducción o nuevas estrategias de

género

1.- Si, como nos dice Stendhal en Del Amor, “la belleza no es más que la promesa de la
felicidad”, quizá merezca la pena reflexionar sobre la construcción de los estándares de
belleza y deseo que promociona la industria de la moda y el lujo. Así pues, aceptar la
efectividad de la belleza como mito y acercarse al verdadero backstage –no al que muestran
las banales fotografías de las bambalinas de un desfile sino al de los mecanismos sociales para
la constitución del deseo– puede ser un interesante ejercicio en la búsqueda del propio
bienestar.

2.- Aprender a controlar el cuerpo y su aspecto exterior es la primera escuela de


corporización simbólica de la identidad y de la conducta que rige a todos los miembros de la
sociedad. A medida que nuestra noción de identidad ha pasado de estar basada en el rol que
jugamos en la comunidad a la apariencia que ofrece nuestro cuerpo, nos sentimos
responsables de desarrollar nuestra propia identidad y de expresarla en nuestro aspecto. Para
servir esta necesidad ha aparecido una industria que suministra identidades prefabricadas que
se venden como estilos de vida. La identificación del ser con la superficie visible del cuerpo
permite a éste actuar como una percha en la que colgar dichos estilos. El cuerpo se muestra
así como signo de identidad personal, clave para la comprensión de la construcción simbólica
del yo.

3.- Se accede al cuerpo como objeto construido a través del consumismo mediante el
glamour, un estado de riqueza, excitación, belleza, sexualidad y fama alcanzable con la
condición de dejarse guiar por las revistas de moda y la publicidad. Las modelos son sus
mejores embajadoras, ya que supuestamente demuestran que es posible alcanzar el estado
ideal que promete dicha industria.

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4.- La historia cultural desvela la progresiva construcción de la persona pública de la
modelo como contenedor simbólico de una serie de valores propios de un sistema capitalista
que rigen interseccionalmente clase social, género y raza, entre otros vectores. Los cuerpos
de las modelos son perchas cuya delgadez no interfiere en la visibilidad de las prendas que
nos muestran. ¿Se imaginan fijarse en la ropa que luce Marilyn Monroe en lugar de en sus
curvas? Los cuerpos flacos, su estandarización y la disipación de la personalidad a través del
maquillaje u otros detalles uniformadores son mecanismos para centrar la atención en el
producto a vender.

5.- Las niñas, como se las conoce en la profesión, presentan un ideal simbólico de
hiperfeminidad: son accesibles, maleables, intercambiables, fluidas y sin discurso propio. La
destreza en mudar apariencia y personalidad en función de las demandas del producto, el
codiciado camaleonismo, no es sólo una cualidad muy preciada en la modelo sino que
simboliza también una ventajosa característica de cualquier profesional, dado que la actual
inestabilidad del mercado laboral exige la capacidad de adaptarse a nuevos entornos y de
adquirir nuevas habilidades profesionales. Asimismo, patrones estéticos como la delgadez
denotan el distanciamiento de las preocupaciones de este mundo y el control del deseo. Se
promueve así un sujeto ideal sin restricciones materiales y en perfecta posesión de sí mismo
que se asocia con la aristocracia y el ocio acaudalado.

6.- Presuntamente la belleza tiene su máxima expresión en la juventud, halagada


socialmente pero a la que se deja indefensa ante el culto a la imagen como forma de
dependencia y control. Actualmente un número creciente de jóvenes recurren a la cirugía
estética para asemejarse a los patrones de belleza imperantes, corregir rasgos étnicos y
modificar el color de la piel. La uniformización racial de los patrones de belleza conlleva un
neocolonialismo visual que exporta un estilo de vida y unos determinados valores culturales,
que en ocasiones pueden chocar violentamente con otros sistemas, como se dio en la
organización de Miss Mundo 2002 en Nigeria.

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7.- Los patrones de belleza son prácticas reguladoras de la identidad de género, clase y
raza que generan ansiedad e inseguridad. Las disciplinas corporales que se requieren para
acercarse al ideal exigen una considerable inversión de dinero, energía y tiempo. El proceso
de construcción de la belleza femenina pone de relieve los mecanismos sociales para
estimular la obediencia: en tanto que la celebridad y el éxito económico premian la
conformidad a las normas de género, clase y raza, la imagen pública de las modelos parece
establecer los límites positivos de dichas normas, actuando así como el reverso de las
trabajadoras sexuales que simbolizan los límites negativos. Podría decirse que en el
imaginario social una prostituta es una mujer caída mientras que una modelo es una mujer
ascendida.

8.- Coexisten dos mitos respecto al modelaje como opción profesional para mujeres: la
modelo que mejora su posición social a través de un matrimonio ventajoso –en el que se
reitera una noción de la mujer como un objeto cuya belleza es instrumental para
fundamentar su ascensión social– y el mito de la profesional independiente y dueña de sí
misma: una ficción sostenida por las industrias de la moda, las agencias de modelos y los
medios que a menudo desmienten las propias profesionales. Las declaraciones de las niñas
revelan un notable desequilibrio entre su imagen de absoluta autoconfianza y su realidad
profesional: precariedad laboral, constante competencia, inseguridad personal y
objetificación, con la consiguiente fragmentación y alienación corporal y psíquica.

9.- En un contexto de disparidad en opciones profesionales, oportunidades, prestigio y


remuneración con respecto a los hombres, la obligatoriedad y valorización de la belleza
femenina conduce a muchas jóvenes a tratar de rentabilizarla. Por parte del feminismo
deberían superarse las posturas dogmáticas y los prejuicios: ni todas las modelos
profesionales son siempre víctimas de la explotación, ni son las únicas responsables de la
tiranía de la imagen que nos acosa. Más aún, un análisis riguroso de la construcción de la

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belleza femenina nos permitiría conocer mejor la objetificación de la mujer que subyace en
la violencia de género.

10.- El interés por la moda y la apariencia se ha entendido tradicionalmente como una


frívola actividad femenina en contraste con el serio y masculino mundo del trabajo. Sin
embargo, con la aceleración de la des-industrialización y el desarrollo del sector feminizado
de los servicios, la masculinidad se hace cada vez más visible. Últimamente han aparecido
revistas y productos dirigidos a hombres que colocan al cuerpo masculino bajo los focos y lo
construyen como objeto de consumo sexual. Esta tendencia, lejos de constituir un paso hacia
la igualdad hombre-mujer, obedece a una estrategia para promover el consumo y no a un
cambio de actitud con respecto a la belleza externa como mecanismo tramposo de
valorización de las personas y de las mujeres en particular. En lugar de extender las
exigencias aspectuales a los hombres, sería deseable acabar con la belleza como estrategia de
valorización de la mujer, con el fin de dignificarla y mejorar su autoestima.

11.- En suma, los modelos de belleza y deseo que nos muestran la moda y la publicidad
reflejan y constituyen a la vez los valores culturales de la sociedad que los produce. Las
modelos se han convertido en la encarnación física de nuestras identidades ideales, son
iconos de belleza y perfección social que ejemplifican el éxito que premia a la conformidad.
Asociadas a ciertos productos se convierten en fetiches de éxito social y económico. Dicha
asociación puede llegar a límites grotescos, como el caso de las turistas japonesas llorando de
emoción al ver a la modelo Inès de la Fressange entrar en la Maison Chanel de París, tal
como ella misma relata.

12.- En inglés antiguo el término glamour, etimológicamente relacionado con grammar


(gramática), indicaba magia, encantamiento, hechizo y conjuro, dado que el glamour era el
aura que rodeaba a aquellos que, por virtud de su alfabetismo, detentaban el prodigioso
poder económico y social. En la era de la comunicación visual, el glamour todavía hechiza
mediante el conjuro del poder. A pesar de sus pretensiones progresistas, la moda sólo será
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radical si logra escuchar los discursos críticos y modificar sus propias estructuras y sistema de
producción. Quizás ha llegado el momento de que los consumidores empecemos a romper
encantamientos, que no dudaríamos en tachar de primitivos si se hallaran en culturas que no
fueran la propia, y dejáramos de creer que la apariencia puede devenir sustancia.

1 Patricia Soley-Beltran trabajó como modelo profesional y actriz durante diez años.
Doctorada en sociología del género por la universidad de Edimburgo, actualmente es
investigadora asociada en la Science Studies Unit de dicha universidad y miembro del grupo
de investigación ‘Multiculturalismo y género’ de la Universidad de Barcelona.

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