Está en la página 1de 335

•Ti.

HM
3* »5* *j* •*> *jt •> +2* »:* *î* Kr *> К' к*
<* »г* <* <« <• .> « »> * .v *»« »*;

:* К' »:* • <« <• *


»2* ч* •> •> »:* »:* *:* »:« • *:* <* »:*
:* »:* •:• »> <* << »;* »:* * *
»:* <- •> »2» »> *> <* <• <• »:*
;« *:* <« »:* к* <• •;* *:• *:•
»:* »> <« ч« <• »:* •:• к- •:*
у к* <* <* <* к* к* <* <* к* <* <* *
ЗобГ ,ж;Г ж ? Г
]Ш Ж;С .'ШГ ./Ж ."ШГ .^ЖГ ;Щ Ж ;:

<* *> •:- *> <• К" •:• »:« »> •>
»:* <* <*
i- »:* •> »:* •> <- •:•
»2« <* •> <• •:• **• •;•
* <- •* »:* •:• ч« <• »:«
<• * <* •:• •> >•> •> »:*
« К' •:• •:• •:• »;* •>
»:• к* *:« »:*
' ^ •> <• •> •> •>
•> »:« •:• •:* •:• •:•
•> <- •> »> »:* »:* к* •>:•
*:* »> •:• •> *> •;• <•
*:• •> ч* к* <• •:•
* •:• »> •>
»> »:* »:« к*
<* »> •:• »:*
к* к* •> <- •> <' <• •>
к* <• »;« »> »:* »:*
<• ч> *:* *:* »> »:* • »;<
<* <* к- »> <•
•> к- <• •:• *> *>
*> •:<• *:« •> " к* <• к* *> •:•
к
»:* > •:• •>
»:* к- <• •:»
.* -»> •:•
^ШГ^Ж' Ж ' Ж£ ЖЗГ Я)
*Х.
•> •> *:• <•:• •> к* *> •> к* •:« •>
»:« »:* »;« <•>
»:* *:* <• »> *г*
к* •*> *;* к* *> *> к*
•* к* •:• •:• •:•
*j- »;« .;. <. ,:.
'Щ;- ШК' ?Ш .'Í^S--' . :?

<• <• ^ •> *:« »:* »:*


:» »:* »:* • •> »:« *:*
»> »:* •> к* «:* »> <• •>
• --г* '»2* *:* к- <" »2* «2*
»2* <• *> •> К" <* *2* <• <* <* »2» «2« <• «2-
:Ч :: ::J
'•* 'г
'" 1*"
ъ :
'"К*' 'К*' :
'*2* - : '"К*- ' ч* ''*!*•
: :: : :: í
"*¡*' '*»* *»* '•*í* "*í* : ?
*»* : " '"*5* : '

С* •> <• • •> *:« *:»


•:• «* * * *:* •••V:' •••»Vi •-»•V V»V:' V»J*Í

•> •> •> •> •••»**:" •"•V •Vi

•> <• * • * •> •> *v »:«

* * »V л •> •> * »> •


»V:- :
' »:¿'
í:
•***:• •••*V:' ' • * > ' ••»Vi '•*?*::' ":»Vi

•••Vf '•*>:• ••*>:' •'•»>•• ••*>;• "•*>:' '"»V:" •V

•> »;* »v
. •*«
. »v »v . »v »v *v *v »v

•> *> •> * v


»** •> *> »Vi '<•!»•••' •"••>:• -bVi •••»>:• »»V

•••»Nr- -
•"•V-- •"•**•• -
-»N :••<*•:

•:• »> »> •> »> <*


'•»Vi ••*>•:• •"•>:" ••»V:' '"iî*:" '"»Vi '•Vi '"•I*:'

'•»Vi "-»V'- -V*r' ••••>•• -:*V •"»>:' ••••>:• ;•***:• "'•»*•"• ••*>•! --»Vi
••*>' -»V' "'»>•' •*>•' '»Vi ..,*...- '•***•' "*V" "••»**•'

'"•Vi •:••>:' '••*>•:•


••»V-' ••*>•• ••••>•' ••»;«-•• ••••!*.•• '••>:' '••>•• ••*>:' •••••>••• ••*!*• •N
V. »> •> *iv •N *N
:* *:» *> •:•»?*:' '•»>•" '"»N':' •*N"'
•••»*••:• "••»N--' '•••N-
'•*!*••• •••»>•" '••»>" '-»N-' '••»;••:' '•*>•
> »N »> •> *>
••*•*:• ••»>:• '••*>:' '"*f* ' :
'"»N"' '"*]У ' :
'"»N ' : -
:»>í ""•N:'

*:* <• •••e**: -


•••»**•• '•••Jé"' ••••**:' '•***•:

<~ <* <* *> <• <* <* *.* *.• *¡* *i*
.>Й*;Г •> •*> *> »>
ijr .;. »> ••*>:• •••»>:•

'••»V: 1
•••**••:• ••*>:• •••»>•• ••*>;• •"•>:• ''•»>•'

<• »«
v
*» v
.V »V •*«

»ï» •> •> ••> <* *>


•:•
'•*:*•' ч+- • •> <• •:• к* <
»> »> •:» »¡.
*:• <• »:*
•»*• *r* •»*• »v ••*>:• '••»>:" '••»>' '»V:' '•*>:'

•> •»> *> <* <*


ci.^y' Ч^У' !
"W>- ' :
':-ȕ*-:
: ;
•> •> •>
•> •*> ь
> * <* •»* •»* ">
•••J*:' •"•!*:• ••*>.•• •N

<• *¿* *»• <• *> *¡* »> »:» »:» .;.
:::¿¿¿y- -ÍVÍ"' ':'•*>•;' Ч
-»>::' •> •> »> »N •> »>
FILOSOFÍA

DE LO

MARAVILLOSO POSITIVO
OBRA DEL AUTOR

Los NOMBRES D E LOS D I O S E S (estudios filológicos), u n vo-

lumen en 4. , 7,50 pesetas.


0

MADRID, 1889.—ESTABLECIMIENTO TIPOGRÀFICO DE RICARDO F É


Calle del Olmo, número 4.
F I L O S O F Í A

DE LO

MARAVILLOSO POSITIVO
POR.

ESTANISLAO SÁNCHEZ CALVO

«O Solón! Solon! Graci


emper putrì estist.
PLATON en Timeo.

MADRID SEVILLA
LIBRERIA DE FERNANDO FÉ LIBRERÌA DE HIJ03 DE FÉ
Carr. San Jerónimo, 2 Sierpes, nú'm. zoo

1889
ES PROPIEDAD

QUEPA HECHO E L DEPÓSITO QUE PREVIENE LA LEV


Á

}iài^uel Çedfe^àl j Öafjedo.


Í N D I C E

Páginas.

PRÓLOGO X[

INTRODUCCIÓN . . . . . . i

PRIMERA PARTE
l o maravilloso en la Ciencia, en la Filosofía
y en la Religión.
C A P Í T U L O PRIMERO

L o inexplicable y lo desconocido 11

CAPÍTULO SEGUNDO

L a materia y la fuerza. 25

CAPÍTULO TERCERO

L a realidad y la razón 39

CAPÍTULO CUARTO

E l instinto 49

CAPÍTULO QUINTO

L o inconsciente 61

CAPÍTULO SEXTO

L o sobrenatural. ¡ 71

CAPÍTULO SÉPTIMO

E l milagro 87

SEGUNDA PARTE
t o maravilloso en los estados anormales
del organismo humano.
CAPÍTULO PRIMERO

L o maravilloso en la alucinación 105

CAPÍTULO SEGUNDO

L o maravilloso en la hipnosis y en la sugestión. . . . . . . 121


VIII ÍNDICE

CAPÍTULO TERCERO Páginas.

L o s inconscientes íntimos 143

CAPÍTULO CUARTO

L o maravilloso en la trasmisión del pensamiento 161

CAPÍTULO QUINTO

L a trasmisión del pensamiento.. . 17 1

CAPÍTULO SEXTO

L o maravilloso en la adivinación 181

CAPÍTULO SÉPTIMO

L a adivinación y el libre arbitrio 213

CArÍTULO OCTAVO

L o maravilloso en el presentimiento 235

CAPÍTULO NOVENO

Apariciones 247

CAPÍTULO DÉCIMO

Las apariciones de los vivos 263

TERCERA PARTE
Conclusiones.
CAPÍTULO PRIMERO

L a ley de lo maravilloso , 275

CAPÍTULO SEGUNDO

L a sugestión universal 289

CAPÍTULO TERCERO

L a líltima hipótesis 297


ERRATAS DEL TEXTO

LÉASE

el es 17
había habría 81
Scot Scott 107
Boerhave Boerhaave 110
alliquid aliquid I [0
est es 132
del Fedro de la Fedra 170
meliorce meliora 220
inmiscuéndose inmiscuyéndose 231

E R R A T A S DE LAS NOTAS

mental mentale
Stüdes studies
dificulties difficulties
Psicologie Psychologie
de deux monde des deux mondes
Exquisse Esquisse
de Maravilleux du Merveilleux
doctor docteur
Raport Rapport
morvorum morborum
particulaires particuliers
Procedings Proceedings
PRÓLOGO

S e ha dicho, y es creído por muchos, que la


historia misma de lo maravilloso demuestra que
no hay maravilloso. E s t a es una de tantas afir-
maciones sin pruebas, como pululan en libros y
periódicos. S i por maravilloso se entiende sólo lo
sobrenatural, no es extraño que se dude ó se nie-
gue su existencia; pero el carácter esencial de lo
maravilloso no es precisamente lo sobrenatural,
sino lo misterioso admirable, realizado fuera de
las leyes conocidas de la naturaleza.
L o sobrenatural no es así más que una sos-
p e c h a , una inducción, si se quiere, en lo maravi-
lloso, cuando las circunstancias del hecho extraor-
dinario y desconocido parecen revelar la interven-
ción de un poder superior inteligente.
Comprendido de esta manera lo maravilloso, y
no creemos que deba entenderse de otro modo,
su posibilidad es innegable, y la historia, como
XII PRÓLOGO

las religiones y la ciencia misma, demuestra su


existencia.
Siendo posibles pues, los hechos maravillosos,
claro es que, si están bien comprobados, han de
ser tan positivos necesariamente como cualquier
otro fenómeno de la naturaleza conocida. Por eso
titulamos esta obra F I L O S O F Í A D E LO MARAVILLO-
SO P O S I T I V O , y porque nos propusimos además
pasar en silencio millares de hechos que, ó no son
maravillosos siendo legendarios y supuestos, ó no
tienen pruebas y testimonios serios en su abono.
Perplejos y vacilantes estuvimos antes de em-
plear en el título esa palabra de Filosofía. Pare-
cíanos una falta de consideración y de respeto
ponerla al frente de este pobre trabajo nuestro,
al recordar su historia, viéndola figurar al dorso
de tantos excelentes y señalados libros; pero, no
habiendo encontrado palabra más modesta que
supliera su significación y que mejor expresase
nuestro objeto, nos decidimos á usarla, pensan-
do, después de todo, que «Filosofía», en su senti-
do propio, indica sólo una afición á determinado
conocimiento natural ó moral y envuelve, cuando
más, la idea de una argumentación ó de un ra-
zonamiento. E n este concepto la empleamos.
Por lo demás, no nos hacemos ilusiones; sabe-
mos que este libro no gustará mucho á aquellos,
sobre t o d o , para quienes principalmente fué es-
PRÓLOGO XIII

crito. Conocemos bien, cuan difícil es abandonar


opiniones y reglas que por toda una vida se han
estado creyendo convenientes ó ciertas; mas con-
fiamos en q u e , si desde luego n o , antes de poco
tiempo, esta manera de ver la cuestión de lo ma-
ravilloso será la de la ciencia y la filosofía.
INTRODUCCIÓN

El carácter distintivo de la ciencia moderna, reflejado


necesariamente en nuestra sociedad, es la negación no sólo
de lo sobrenatural, sino de todo aquello que no teniendo
cómoda y pronta explicación por medio de las leyes natu-
rales conocidas, parece maravilloso é increíble.
A s í encerrada la ciencia en ese círculo estrecho de lo
conocido, nada, verdaderamente trascendental y nuevo,
puede venir á excitar la curiosidad filosófica del sabio.
Averiguadas de una manera exacta las últimas leyes
que rigen la materia, y explicándose todo, en el mundo de
los cuerpos, por las de la mecánica, después de descubierto
el equivalente mecánico del calor y de formulada la ley de
conservación de la energía, nada, que á superior conoci-
miento del plan del Universo se refiera, puede esperarse
ya de la observación y estudio de la naturaleza material.
Todo cuanto queda por descubrir aún en la infinita combi-
nación de la materia, no puede dar de sí más resultado,
que alguna provechosa aplicación á las comodidades de la
vida, y ha de ser precisamente consecuencia del último
gran descubrimiento, término y meta del edificio científico:
el movimiento atómico.
Por este lado, que es el del aspecto físico, ya no hay más
que indagar; la ciencia trascendental concluye aquí, y no
2 FILOSOFÍA

puede pasar más adelante. Para pasar por el otro, tendría


que convertirse en metafísica, y esto le obligaría á cambiar
de método, ó por lo menos, á ensancharlo tanto, que le
permitiera penetrar en lo que tiene hasta ahora por incog-
noscible; cosa que no es de esperar, porque ni en hipóte-
sis, otra forma superior de pensamiento y vida en los in-
sondables abismos de los cielos admite, que la ruin vida
de los cuerpos terrestres, y el escaso pensamiento elabo-
rado en las pequeñas cajas huesosas que se llaman crá-
neos.
A s í , colocada entre dos límites extremos; el uno, im-
puesto por la necesidad y el término de su progreso, y el
otro, por las mal entendidas exigencias de su propio méto-
do; oprimida y ahogada por lo incognoscible, sin querer
conocer ni entender más que materia, hasta en el más' su-
blime de los ideales; desprovista y abandonada poco á poco
de los genios, que sólo acuden á la defensa de las grandes
cosas, la ciencia confiesa paladinamente, por boca de sus
representantes más genuinos, la impotencia en que está y
estará siempre de resolver ninguno de los grandes proble-
mas de la naturaleza, del alma y de la vida.
Calcúlese para dentro de mil ó diez mil años, el aburri-
miento profundo, el desolador abatimiento que llegarían á
apoderarse de una sociedad culta y seria, el día en que
agotada la curiosidad científica de lo útil, ya nada subli-
me fuese posible descubrir, ni nada misterioso y divino pe-
netrar.
|Qué noche!
La Edad Media está llena de luz en su comparación.
Felizmente, las cosas no pasarán así. Este humor negro
que se ha apoderado de los sabios, se irá disipando poco á
poco, porque después de todo, su ciencia no es la ciencia
tradicional, la verdadera ciencia, la ciencia de los Keplero,
de los Newton, de los Humboldt, de los Bernard, que nada
prejuzga, que nada niega, que nada desprecia, de cuanto
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 3

puede hacer manifestación en la naturaleza, de cuanto es


natural ó pueda serlo; es la ciencia de esos especialistas y
académicos que, después de haber hecho la monografía de
un pez ó de un molusco, se creen autorizados á cortar y á
rajar en las más altas cuestiones filosóficas, imponiendo sus
juicios como leyes á un vulgo que se ha formado en la mis-
ma pobre noción del Universo que ellos.
A esos directores y maestros de las escuelas científicas,
que creyendo saberlo todo, proclaman imposible lo que no
conocen, y que por fatal decadencia del espíritu, han lle-
gado á erigirse en soberbios representantes de la ciencia',
reprochamos la infidelidad al método que se han propues-
to, no porque observen mal, que pecan de minuciosos, sino
por apartar de sí con fingidos ó verdaderos ascos, y relegar
á la sombra, los más sorprendentes fenómenos, que este
mundo incomprensible y extraño presenta ahora, como en
todos tiempos. Y por lo mismo que estamos convencidos de
que la revelación definitiva ha de salir del seno de la cien-
cia , estamos también interesados en que no se extravíe, en
que cumpla sus fines y en que, si el método positivo ha de
ser verdad, abarque todos los hechos, todos los fenómenos,
por raros, por extraordinarios, por maravillosos que parez-
can á nuestra insuficiencia, sin prejuicio anterior, sin pre-
concebido sistema, sin partido tomado de antemano, que
así lo exige el verdadero método. Por haberlo abandonado
y empequeñecido, desconfiando al mismo tiempo de la ra-
zón , hemos venido á parar á una. ciencia que, por confesión
propia, todo lo más grande y digno de interés encuentra
precisamente incognoscible.
De nada sirve decir que todos los diferentes ramos de la
ciencia moderna: la química, la biología, la mecánica, la
sociología, la lingüística, la geología, etc., etc., van hoy á
unirse en formidable síntesis, para dar origen á una filoso-
fía que, renunciando á los sueños de la antigua metafísica,
sino explica misterios ni resuelve problemas iníjincados, es
4 FILOSOFÍA

en cambio una generalización de conocimientos positiva-


mñite' adquiridos, porque estos conocimientos, si bien no
son pequeños, la falta de inducción y el temor á la hipóte-
sis, que son los dos grandes errores del método en la cien-
cia, los hacen nulos ó de muy poco valor, en lo que á tras-
cendencia filosófica se refiere.
Desde luego se ocurre, que entre esos diferentes ramos
de la ciencia que se agrupan, han de faltar muchos de la
ciencia universal, y que la filosofía que sobre ellos se funda,
ha de ser tan defectuosa como la ciencia misma.
Si se dijese que la filosofía científica no puede ser defini-
tiva nunca, y que debe crecer en proporción con el progre-
so científico, el mundo podría esperar con confianza una
más ó menos tardía, pero positiva revelación. Mas no es
esto lo que la ciencia promete, sino muy al contrario, una
ignorancia perpetua é irremediable de todo lo que más im-
portaría saber para la lógica dirección de la conducta hu-
mana, individual y social.
En medio de este naufragio de esperanzas, un conjunto
de hechos, poco conocidos y menos estudiados, antiguos y
modernos, pertenecientes á un orden que podemos llamar
supracientífico, por el empeño acaso que la ciencia ha teni-
do siempre en rechazarlos, se ofrecen hoy de nuevo, con
visos de positividad á la experiencia, y parece que abren
nuevos y vastos horizontes á la filosofía.
¿Entrarán de una vez, por fin, los sabios, especialistas y
académicos en este nuevo campo de estudio, prohibido
hasta ahora por su método? Nosotros creemos que sí, por-
que muchos de aquellos hechos, no los menos admirables
por cierto, han sido y a aceptados por las eminencias cientí-
ficas , y su admisión es una cosa segura. Nuevos problemas
surgen de su estudio, y todo parece anunciar un cambio
grande, una revolución verdadera en las ideas.
Empieza y a el hombre pensador á preguntarse de qué
sirve que el sabio clasifique 320.000 especies de plantas, ó
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 5

dos millones de formas geológicas, ó enumere algunas de


las infinitas combinaciones moleculares de los cuerpos í*que
un cañón alcance diez kilómetros, en vez de los cien me-
tros del fusil antiguo; que un telar circular haga 480 puntos
por minuto, en lugar de 80 que hacía antes un tejedor de
medias; que la máquina de coser de Howe dé 800 puntadas
en el tiempo que una costurera daba diez ó doce; que la
pluma eléctrica de Edisson escriba muy á prisa, ó que el
teléfono de Bell y Growe, nos permita hablar con nuestros
conocidos ó vecinos, sin salir de casa; si los más importan-
tes problemas del destino humano, quedan por resolver, y
hasta la esperanza de verlos resueltos se le quita.
Tenemos telégrafos y ferrocarriles, es verdad; gracias á
la ciencia, hay más comodidades en la vida; se extiende el
bienestar; comen mejor que antes los pobres y los ricos; si;
esto es lo cierto; pero también lo es que non in solo pane
vivii homo, como dijo el Cristo, y repite con Él la huma-
nidad.
El pan no satisface más que al cuerpo; el espíritu quie-
re también un alimento sólido. El hombre quiere saber si
es inmortal; si hay un ser ó seres superiores de quienes
pueda esperar justicia en otra vida.
El que no tenga nada que enseñarle positivamente acer-
ca de esto, que se vaya; porque le importa poco, en estos
miserables años que pasa aquí en la tierra, viajar en globo
ó por ferrocarril, poner dos ó tres docenas de telegramas, ó •
alumbrarse con gas ó luz eléctrica. Lo que quiere ver claro
es su destino, es el fin para que fué creado, es lo que le es-
pera más allá de la tumba; quiere tener de esto una opi-
nión segura. Si la ciencia y la filosofía moderna, si las teo-
logías antiguas no pueden darle esta certeza, quédense con
los suyos, con esas gentes que se satisfacen con poco, que
sólo atienden á procurarse bienes materiales, á quienes
basta el pan únicamente, ó con aquellos otros, que niños
aún de entendimiento, son susceptibles todavía de tener fe.
6 FILOSOFÍA

El hombre pensador del porvenir despreciará todo eso, y


querrá conocer de un modo indudable su destino.
¿Qué herencia les dejamos á las generaciones venideras?
L o estamos viendo: duda, negación, fe.
De estas tres cosas, las dos primeras no tienen valor de
ningún género; la fe supone algo más, pero es propia sólo
de la infancia social. El hombre formado, de juicio desen-
vuelto, que estudia, que piensa, que discurre, siente la ne-
cesidad de sustituir la fe con el conocimiento. Esto en el
porvenir se hará más general. Es innegable que el reinado
de la fe concluye y que empieza el de la razón.
¿Quiere esto decir que todas las religiones basadas en la
fe, desaparezcan? No; si hay una verdadera, se impondrá
por la razón, como antes por la fe.
Creer y saber son cosas enteramente opuestas: el credo
guia absurdum de Tertuliano es muy lógico. Lo absurdo
es lo que necesita fe, lo razonable no. Creemos porque ig-
noramos , si conociésemos sabríamos. A medida que se sabe
se deja de creer. Es ley ineludible.
Ahora, que el mundo quiere salir de la ignorancia, es cosa
que todos pueden ver, y es natural por lo mismo que en
vez de creer, procure saber. Pero los hombres no abando-
narán resueltamente la creencia por la ciencia, mientras no
tengan una seguridad perfecta de que la ciencia les condu-
ce al bien.
* ¿Pueden tenerla ahora, esta seguridad, cuando toda la
moral que se desprende del estudio científico de la natura-
leza , es la ley inexorable de lucha cruel y sin tregua pol-
la vida?
No ciertamente; mas día llegará, así lo esperamos, en
que una ciencia más universal y una teología menos dog-
mática ofrezcan, puestas de acuerdo, al mundo, una armó-
nica síntesis, en la cual los inevitables misterios dejen de
ser absurdos, y los hechos maravillosos, increíbles.
Sería lo único que, á falta de una nueva revelación di-
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 7

vina, pudiera saciar de algún modo las aspiraciones hu-


manas.
A facilitar en el porvenir esa concordia, y á dar como
quien dice, un primer golpe de azada en la apertura de ese
camino, supuesto por la ciencia, incognoscible, viene este
libro.
PRIMERA PARTE

LO MARAVILLOSO EN LA CIENCIA, EN LA FILOSOFÍA

Y EN LA RELIGIÓN
CAPÍTULO I

LO INEXPLICABLE Y LO DESCONOCIDO

Es cosa desesperante que la ciencia se haya de resentir


siempre, irremediablemente, de la imperfección de los sen-
tidos humanos. Nuestro organismo es incapaz, en efecto,
de observar un infinito número de fenómenos qne constitu-
yen un mundo aparte, en el que jamás probablemente, será
dado al hombre penetrar.
Si nos fijamos en los dos sentidos principales, la vista y
el oído, notaremos cuántas admirables cosas dejamos de
gozar en la naturaleza por lo relativamente grosero de su
composición.
Todos sabemos que hasta hace poco, nos había pasado
desapercibido todo un mundo de seres viviendo á nues-
tro lado.
El que haya visto en imperceptible gota de agua, con-
vertida en lago por el microscopio, girar y moverse enor-
mes diatomeas clasificadas por tribus, grandes y pequeñas,
¿qué juicio formará de la vista humana?
Se dirá, acaso, que el instrumento inventado suple esta
imperfección, pero, ¡cuántas cosas permanecen ocultas to-
davía, y lo estarán siempre! ¿Podremos esperar que se in-
vente un instrumento que nos haga ver las ondulaciones del
12 FILOSOFÍA

aire, por ejemplo? Y aunque así fuera, eso sería el porvenir.


Por ahora, sólo percibimos el sonido por las ondas que
repercuten en el tímpano de nuestro oído, pero no las ve-
mos. Esas sublimes armonías con que la música nos regala,
pudieran verse, si la vista fuese capaz de apreciar aquel
movimiento ondulatorio.
Melloni ha demostrado que los rayos de calor son de
varias especies como los de la luz. El ojo humano aprecia
la descomposición de la luz en los colores, pero ningún sen-
tido tenemos apropósito, para poder apreciar los diferen-
tes rayos del calor. Nosotros apreciamos el calor, como
apreciaríamos la luz, si nos faltase el sentido de los colores.
He aquí un inmenso goce perdido por falta de vista, y un
vasto campo donde estará vedado siempre á la ciencia pe-
netrar.
El oído humano no percibe las vibraciones cuando hay
más de 38.000 por segundo; así hay muy pocas personas
que oigan siquiera el agudísimo grito del murciélago. En
la vista, para que se produzca la sensación de color rojo, es
menester que entren por segundo 479 millones de vibra-
ciones.
Habrá seguramente muchísimos colores en la luz que los
hombres no distinguimos todavía. L a evolución del sentido
de los colores es indudable; los hombres prehistóricos no
veían probablemente más que dos ó tres, puesto que los
griegos de la época homérica sólo veían tres ó cuatro.
Además de esta insuficiencia hay otras: Ritter ha demos-
trado que el espectro completo del sol está formado de tres
series distintas de rayos: 1.°, los rayos luminosos visibles
que se descomponen en los siete colores; 2.°, rayos ultra
rojos de una elevadísima potencia calorífica pero incapaces
de excitar nuestra visión; 3. , rayos ultra violetas de muy
0

débil potencia, invisibles también.


De modo que existen rayos de luz intensísima que no
podemos apreciar, y se comprende que sumidos en la os-
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 13

curidad, nosotros, pueda haber otros seres mejor dotados,


con más perfectos órganos de visión, gozando de una luz
mil veces más intensa que la de un sol de verano á me-
diodía.
L a electricidad ofrece también fenómenos parecidos.
Colocando detrás de una luz eléctrica un espejito cónca-
vo, se hacen convergentes los rayos; el cono de estos rayos
reflejados y su punto de convergencia se hacen perfecta-
mente visibles, cuando se les llena de polvo. Interponiendo,
entonces entre el foco luminoso y el manantial de los rayos
la solución de iodo, suprímese por completo el cono de luz,
pero el calor intolerable que se siente al acercar la mano,
aunque sea momentáneamente, al foco oscuro, indica que
los rayos caloríficos pasan sin obstáculo alguno á la solu-
ción opaca.
Pueden sacarse de este foco de rayos invisibles casi to-
dos los efectos que se obtienen de un fuego ordinario; y al
mismo tiempo, el aire que ocupa este foco permanece com-
pletamente frío. A pesar de estp, un trozo de madera in-
troducido en él, produce una densa humareda que se eleva
rápidamente. En este foco enteramente oscuro, el papel se
inflama de repente, las virutas arden en seguida, el carbón,
el plomo, el estaño, el zinc, entran en ignición, los discos
de oropel se ponen incandescentes. Sólo las sustancias blan-
cas resisten á este fuego invisible; la combustión es tanto
más rápida cuanto más oscuros ó negros son los cuerpos
que se hunden en el foco ( i ) .
¿Sabe la ciencia porqué se queman estos cuerpos en un
sitio donde el aire permanece frió; donde no se ve fuego
ni luz?
S í , dice; es que allí, el éter, y no el aire, es la sustancia
impregnada de calor.
¡El éter! Pero queremos creerlo; hay, pues, una sustan-

( 1) T I N D A L L . La física moderna, pág. 1 0 0 .


14 FILOSOFÍA

cia en el espacio capaz de producir un incendio, de quemar


el planeta en que vivimos, sin que nos apercibamos ni más
ni menos de la causa, sin ver fuego ni luz, hasta que nos
sintamos arder.
Hay, pues, en la naturaleza rayos invisibles de luz viví-
sima y de calor incandescente. Supongamos un ser inteli-
gente, que alguno debe haber en los infinitos mundos, due-
ño de tales rayos,, y figurémonos qué prodigios obraría ante
los sabios pasmados, si quisiera.
Tenemos, pues, dos grandes contrasentidos ó paradojas,
por la ciencia misma demostradas; que existe una luz mu-
cho más intensa que la solar visible, y que á pesar de eso no
la vemos; que puede darse en la naturaleza un poderosísimo
foco de calor, sin luz y sin fuego. Esto viene á patentizar
la inferioridad animal de nuestro organismo y la insuficien-
cia consiguiente de la ciencia para coger y apreciar las mu-
chísimas fuerzas ocultas que debe haber en la naturaleza.
¿Qué más?
Todos los grandes y sutiles movimientos atómicos y aun
moleculares, son fruto vedado para la ciencia. La electrici-
dad , el magnetismo, la afinidad, la atracción ó gravedad
son en sí inobservables é inexplicables. La ciencia sólo hace
constar hechos, sólo observa fenómenos que de esos movi-
mientos se desprenden, y cuando más, los reproduce en pe-
queño, si consigue imitar las condiciones de su manifesta-
ción; pero explicarlos, dar una razón suficiente, demostrar
porqué la vibración etérea, por ejemplo, se traduce en nues-
tro cerebro en luz; porqué las ondulaciones aéreas producen
en nuestro oído el sonido; eso no le es posible.
La ciencia marcha de misterio en misterio, rodeada de
maravilloso por todos lados.
Hemos visto que no hay necesidad de fuego para produ-
cir calor; pues tampoco hay necesidad de electro-imán para
producir idénticos fenómenos de electricidad ó magnetismo
ni de combinaciones químicas para promover la afinidad.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 15

Todas estas fuerzas pueden nacer unas de otras. L a luz que


parece la más débil, guarda en su seno misteriosa eficacia
para convertirse en calor, en electricidad, en magnetismo,
en atracción. Grobe demostró ya esto en 1843. Su curiosa
experiencia prueba la íntima conexión de todos esos efec-
tos , cuyas causas en vano la ciencia ha procurado descu-
brir.
Elevando más la cuestión, ahora, sabemos por la fisiolo-
gía, que cada ser humano procede de un huevo que no tie-
ne de diámetro en su origen más que una quinta parte de
milímetro. Considérese el trabajo realizado durante nueve
meses por la naturaleza para formar los ojos con sus humo-
res, su retina, su cristalino móvil, compuesto de cinco mi-
llones de laminillas diminutas, ó el oído con su tímpano, su
caracol, su órgano de Corti, instrumento de 3.000 cuerdas,
ó el estómago, con su jugo gástrico y su indispensable
membrana impermeable, y dígasenos, sin considerar más
que esto, qué es una pequeña parte del organismo, si dis-
curriendo el hombre con su razón, no se ve precisado á con-
fesar que es maravilloso y que las fuerzas de la naturaleza
por sí solas no explicarán nunca la gran sabiduría que en
la construcción de aquellos órganos se encierra.
La ciencia, como la religión, como la historia, como todo
en la naturaleza, está llena de maravilloso, sí; á pesar de
aquella necia afirmación de que la historia de lo maravillo-
so prueba que no hay maravilloso.
Los grandes maestros, aquellos á quienes debe la cien-
cia los grandes descubrimientos, no piensan de ese modo.
Ved lo que dice Claudio Bernard, refiriéndose á la incu-
vación de un huevo de pollo:
«Si recurrimos á la nueva ciencia, veremos que en el
»huevo, la parte esencial se reduce á una pequeña vesícula
»ó célula microscópica; todo el resto del huevo, lo amarillo
»y lo blanco no son más que materiales nutritivos, destina-
idos al desarrollo del ser, que debe realizarse fuera del cuer-
l6 FILOSOFÍA

»po maternal. Así, se ve uno obligado á poner en esta celdi-


l l a microscópica que compone el huevo de todos los ani-
»males, una idea evolutiva, de tal modo completa, que no
«sólo encierra todos los caracteres específicos del ser, sino
>también todos los detalles de la individualidad; hasta tal
»punto, que una enfermedad desarrollada en el hombre
«veinte ó treinta años más tarde, se encuentra ya en germen,
»en esta misteriosa vesícula. Pero esta idea específica, con-
t e n i d a en el huevo, no se desenvuelve sino bajo la influen-
»cia de condiciones puramente físico-químicas.»
«La condición de existencia de un fenómeno, añade este
»gran fisiólogo, (i) no puede enseñarnos nada acerca de su
«naturaleza. Cuando sabemos que la excitación exterior de
«ciertos nervios y que el contacto físico y químico de la
«sangre, á cierta temperatura, con los elementos nerviosos,
«son necesarios para la manifestación del pensamiento ó
«dé fenómenos nerviosos é intelectuales, esto nos muestra
«el determinismo, ó las condiciones de existencia de estos
«fenómenos, pero no podrá enseñarnos nada, sobre la na-
«turaleza primera de la inteligencia; del mismo modo, cuan-
»do vemos que la frotación y las acciones químicas desarro-
«llan electricidad, eso no nos indica más que el determi-
»nismo, las condiciones del fenómeno, pero no nos en-
«seña nada, acerca de la naturaleza primera de la electri-
» cidad.»
Resulta, pues, que la ciencia no puede salir del estrecho
círculo del determinismo, ni saber por consiguiente más que
condiciones, ni afirmar ni negar nada que de estas condi-
ciones se separe.
L a ciencia confiesa en efecto, humildemente «que no
trata de remontarse á la causa primera de la vida sino solo
al conocimiento de las condiciones físico-químicas de la ac-
tividad vital»; pero en seguida, no tienen inconveniente sus

(i) Le Progrès dans les sciences phisiologiques.


DE LO MARAVILLOSO POSITIVO „ Í7

escuelas, en afirmar que todo cuanto en el Universo exis-


te, se explica por leyes mecánicas, y que las manifestacio-
nes vitales, como todo, encuentran su explicación en la me-
cánica.
Las escuelas que esto dicen, no conocen los límites que
impone á la ciencia su propio método.
Una cosa es buscar la razón inmediata de las manifesta-
ciones vitales en las propiedades de la materia, cosa que no
se había hecho hasta que Javier Bichat lo dio á entender en
el prefacio de su libro, Anatomía general, y otra, conside-
rar la vida, como los antiguos, Pitágoras, Platón, Aristóte-
les, Hipócrates, y en la Edad Media, Paracelso, y últimamen-
te Sthal, la consideraron, obrando en todas sus manifesta-
ciones á impulsos del poder superior y divino, sobre la ma-
teria inerte. Lo que hoy sabemos todos, es que la vida está
sujeta en sus órganos y operaciones á leyes mecánicas; esto
nadie lo niega ya, y lo habían dicho dos espiritualistas, Des-
cartes y Leibnitz, antes que Bichat lo demostrase. L a razón
de ésta, que parece contradicción en la filosofía, se com-
prende bien, atribuyendo aquellos filósofos, al juego de las
fuerzas físicas de la materia, las manifestaciones de la vida,
y estableciendo al mismo tiempo, una separación absoluta
entre el alma y el cuerpo. La vida era así, el principio su-
perior de las leyes de la mecánica, y el alma, el principio
superior de las leyes del pensamiento. Creían de esta ma-
nera ellos, dar, por decirlo así, á Dios lo que es de Dios, y
al César lo que el del César.
¿Se engañaron mucho?
V e d la confesión de Bois-Raimond, un hombre de cien-
cia, en el Congreso de naturalistas alemanes de Leipzig:
«¿Qué relación puedo yo concebir, dijo, por un lado, en-
»tre los movimientos definidos en mi cerebro, y por otro,
»entre hechos primordiales indefinibles é incontestables,
»como el dolor y el placer que experimento, un sabor
«agradable, el perfume de una rosa, el sonido de un órgano
z
18 FILOSOFÍA

»ó el color rojo que percibo? Es absolutamente inconcebible


»que átomos de carbono, de hidrógeno, de ázoe y de oxíger
»no, no sean indiferentes á sus posiciones y á sus movimien-
»tos pasados, presentes y futuros; es de todo punto, incon-
»cebible que la ciencia resulte de su acción simultánea.»
¡Y tan inconcebible!
Ni la ciencia, ni la sensación, ni el conocimiento, ni nin-
guna de las otras manifestaciones de la vida y del pensa-
miento, pueden resultar de ese juego atómico sin dirección
inteligente.
L o mismo piensa Tindall eu su célebre discurso de
Belfast:
«Vosotros, dice, no podéis establecer á satisfacción del
»espíritu humano, una continuidad lógica entre las accio-
»nes moleculares y los fenómenos de conciencia.» «Es ese
»un escollo en que tropezará necesariamente el materialis-
»mo, siempre que pretenda ser filosofía completa del espí-
»ritu humano.»
Y en otro «Discurso sobre las fuerzas y el pensamiento»
leído en el Congreso de la Asociación Británica, añade:
«No creo que el materialismo tenga el derecho de decir que
»sus agregaciones y sus movimientos moleculares lo expli-
»quen todo, pues en el fondo nada explican. Todo lo que
«puede afirmarse es la asociación de dos clases de fenóme-
»nos cuyo vínculo se ignora absolutamente. El paso de la
»acción física del cerebro á los hechos de conciencia co-
»¡respondientes es inexplicable.»
«El hecho es, dice Alejandro Bain (que tampoco debe ser
«sospechoso) en su Fisiología del pensamiento, que nos-
»otros, en todo el tiempo que hablamos de nervios y de
«fibras, no hablamos, ni por pienso, de lo que propiamente
»se llama pensamiento. Nosotros enunciamos los hechos
«físicos que le acompañan, pero estos hechos físicos no son
»el hecho psicológico, y lo que es peor, nos impiden pen-
»sar en él.»
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO ig

¿Qué juicio formar, pues, en vista de estas preciosas con-


fesiones de los hombres mejor reputados en la ciencia, de
esa otra ciencia gárrula y presuntuosa que cree saberlo
todo, empachándose sólo de palabras?
El misterio de la vida y lo maravilloso de su desenvolvi-
miento son dos cosas innegables. Nada hay en la ciencia
que pueda dar razón de ellas, ni se puede esperar siquiera
que llegue un día á encontrar el origen de la vida ni la co-
rrelación orgánica por el mecanismo ciego de las fuerzas.
Otra porción de fenómenos hay, lo mismo en el reino
vegetal que en el mineral, en los cuales se «manifiesta lo
maravilloso de una manera evidente.
En lo" orgánico como en lo inorgánico, brilla un poder
formador inteligente que realiza las más' grandes abstrac-
ciones de la geometría; gran artista, dibujante y pintor en
la figura y en el colorido.
V e d las flores; ¡qué multitud de formas y qué variedad
de matices! ¡Qué diferentes y delicados aromas! ¡Qué fres-
cura, qué vida, qué belleza tan grande en un ramillete de
rosas y claveles! Y todo eso lo han extraído del cieno, esas
plantas químicas; del agua, del aire, del sol; pero, ¿cómo?
¿De qué modo? ¿De dónde les viene esa virtud electiva?
¿Saben casar los átomos con las moléculas? ¿Quién sabe tan-
to ahí? ¿Es la rosa? ¿Es la planta?
Nosotros ofrecemos al mejor de los químicos aquellos
ingredientes: aire, sol, un puñado de tierra y toda el agua
que quieran... y, ¡á ver!... á extraer, no los jugos, ni las
formas, ni los colores, sino simplemente los olores. Pero j

¡qué han de extraer! Cuando se quieren imitar las flores


casi todas las industrias humanas se ponen en ejercicio, y
lo hacen mal. El papel y la seda no alcanzan nunca la fres-
cura de la rosa. Visto de cerca, el grosero artificio se des-
cubre, aun sin poner atención en el aroma.
¿Quién contemplando un helécho tropical, viendo sus
ramas gruesas como un alfiler, que despliegan en su cima
20 FILOSOFÍA

espeso ramillete de follaje, no admira la estructura molecu-


lar del tallo delgadísimo por donde ha pasado toda la exu-
berancia del bello grupo de hojas? Es el mismo género
de admiración que inspira el experimento de Weatstonne;
la música de un piano trasmitida por una varita delgada de
madera, á través de varias habitaciones, sin faltar una nota.
¡Qué confusión parece que debiera haber de ondas so-
noras! Y todas pasan sin estorbarse unas á otras. Pero, ¿no
se oye también á través de larguísimo teléfono una ópera,
sin que falten ni una voz de los coros ni un punto de la
orquesta? i
Pues estos hechos, tan sencillos y naturales como los
juzgamos, á fuerza de ser repetidos, son maravillosos, tan
maravillosos como los ángulos del cristal ó las estrellas de
la nieve. La ciencia no los comprende ni explica mejor que
si fueran verdaderos milagros sobrenaturales.
. L a ciencia en materia de explicaciones se satisface con
poco y se engaña á sí misma con frecuencia.
Respecto á la cristalización, por ejemplo, queda satisfe-
cha atribuyendo la exactitud matemática de los ángulos á
la polarización. Cuando un líquido, se dice, pierde poco á
poco el calórico, ó cuando por otras causas, los átomos que
están en él disueltos se presentan unos á otros por sus po-
los más favorables á la atracción, toman posiciones relati-
vas determinadas por su forma; posiciones que, imitadas
por los átomos más próximos, obligan á la masa á tomar
una distribución regular y geométrica, dependiente de la
figura de los átomos y de las circunstancias en que se
reúnen.
Es explicar lo desconocido por lo misterioso. Antigua-
mente se diría que era una virtud simpática ó electiva de
los átomos; hoy se dice que es una polarización. Pero ¿qué
es la polarización? ¿No es una simpatía electiva? ¿No es
una virtud incomprensible y misteriosa de los átomos?
¿Qué hemos ganado, pues? Una palabra sola.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 21

A estas alturas, en materia de explicaciones, allá se va


la ciencia con la metafísica.
Tan maravilloso queda un cristal con las ideas de pola^
rización, atracción y repulsión como sin ellas. Una virtud
misteriosa y desconocida ¿no es maravillosa? «Los átomos
viajeros, dice Emerson, unidades primordiales, se atraen y
repelen con sus polos animados.»
¡Animados! Pero, ¿por quién? Por fin venimos á chocar
en lo divino.
¡Oh, ciencia! ¡La verdadera ciencia! Eres teología. De tí
saldrá el conocimiento de Dios.
Nosotros esperamos esto de la ciencia, como Goethe es-
peraba de ella la magia. «La magia natural, dice, espera,
»por el empleo de medios activos, exceder los límites del
»poder ordinario de los hombres y conseguir efectos que
«sobrepasen la realidad. ¿Y por qué desesperar del éxito de
»tal empresa? Los cambios y las metamorfosis pasan de-
»lante de nosotros sin que podamos comprenderlos; lo mis-
»mo sucede con otra porción de fenómenos que descubrí-
amos ó que notamos cada día, ó que pueden preverse ó
«conjeturarse... que se piense en el poder de la voluntad,
»de la intención, del deseó, de la oración. ¡Cuánto se cru-
»zan hasta lo infinito las simpatías, las antipatías, las idio-
»sincrasias! En todos los pueblos y en todos los tiempos
«encontramos un impulso general hacia la magia.»
A s í habla el genio.
¿Por qué no creer en las virtudes secretas de las cosas,
cuando está la naturaleza llena de ellas?
El prejuicio vulgar es creer que la ciencia lo explica
todo, cuando verdaderamente no explica nada. L a acción
de las substancias sobre los organismos, por ejemplo, tan
desconocida é inexplicable es hoy, como en tiempo de Hi-
pócrates. El datura, que Virey cree que fué el mismo nc-
phentés de Homero, la belladona, el estramonio, el haschich
y otras muchas, producen ilusiones y alucinaciones cuyas
22 FILOSOFÍA

causas la ciencia no puede ni podrá nunca penetrar. Son


plantas mágicas de secretas virtudes, lo mismo ahora que
en tiempo de Hermes-Thoth.
Nosotros no sabemos con qué producto de la naturaleza
podrían los sacerdotes de Tesalia producir la ilusión del
vuelo, ni con qué ingredientes se untaban las brujas de la
Edad Media para ir al Aquelarre, que con tal minuciosidad
de detalles describen todas de idéntica manera; pero sí sa-
bemos los efectos producidos por el nuevo gas descubierto
por Davy, el bióxido de ázoe, ó gas hilarante, como se le
llama comunmente, porque hace reir á carcajadas, poniendo
en condiciones de hacer percibir formas grotescas y ridicu-
las á quien lo aspira. ¿En qué consiste tan extraño fenóme-
no? ¿Cómo se explica la virtud extravagante de ese gas?
Fijémonos en la explicación científica. Eso consiste, se
dice, en que el gas hace tomar cuerpo á las ideas. Pero
esta explicación, además de ser una suposición sin pruebas,
nada explica; es como decir que la multiplicidad de luces
que ve el borracho delante de una sola, son las chispas que
tiene en la cabeza y que salen á bailar al exterior. Queda-
mos como estábamos. Esa no es una explicación positiva,
y se ve por ella que los hombres de ciencia se conforman
siempre con hipótesis cuando llegan á explicar el último y
verdadero por qué de los fenómenos.
/ Tomar cuerpo las ideas! ¿Quién os dice, entonces, que
los cuerpos todos, que esta realidad tan decantada y mate-
rializada no sea una idea persistente que haya tomado
cuerpo á influjo de alguna virtud mágica y nada más?
Y si es una idea, una grande y única idea el Universo en-
tero, ó un conjunto de ideas el conjunto de cuerpos que lo
forman, ¿qué es de vuestra materia, de vuestra fuerza, y en
qué se distingue entonces un fenómeno de sugestión hipnó-
tica, de vuestra vida entera?
Sí; porque esa explicación anómala en vosotros, de que
las ideas se exteriorizan y toman cuerpo mediante influjos
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 23

misteriosos y secretos, sobre ser un reconocimiento forzoso


de la magia, la volvéis á repetir ante esos admirables fenó-
menos de sugestión que ya no os atrevéis á rechazar como
en tiempo de Mesmer.
¿No comprendéis que vuestras explicaciones se vuelven
contra vosotros y contra vuestras doctrinas; que afirmar la
exteriorización corporal de las ideas es echar por tierra
todo el fundamento que os parecía tan inquebrantable de
vuestra ciencia material y positiva?
¿O es que la falta de alcance filosófico y de lógica no os
permiten ver el resultado?
¿Dónde está, pues, ese conocimiento de las cualidades
naturales de las cosas que hace el orgullo de los hombres
de ciencia? ¿No ven cuánto les falta por saber? ¿Quiénes
son ellos para poner el veto á los fenómenos y asegurar la
imposibilidad de ciertas cosas?
CAPÍTULO II

LA MATERIA Y LA FUERZA

Fuerza y materia son los dos objetos de estudio en las


ciencias físicas, y los únicos elementos constitutivos del Uni-
verso según las escuelas que se creen hoy representantes
más genuinas de la ciencia. Parece natural que lo que se
pone por base de una doctrina ó de una teoría científica se
conozca bien. Nosotros vamos á pedir informes acerca de
lo que debe entenderse por fuerza y por materia á la cien-
cia misma de cuyos modernos descubrimientos sacan aque-
llas escuelas sus creencias.
Condición del método para conocer los cuerpos es en tí-
sica y química el análisis; así estudiada en los cuerpos
todos la materia, se ha visto que se compone de moléculas,
y éstas de átomos llamados corporales para distinguirlos de
los átomos de éter, substancia invisible, impalpable, im-
ponderable, que se supone repartida en todo, envolviendo
los cuerpos, penetrando en sus intersticios, separando unas
de otras las moléculas, como los planetas y los soles.
Todos los fenómenos de luz y de calor se refieren hoy á
movimientos ó vibraciones del éter. No hay otro medio de
explicar las interferencias luminosas y caloríficas.
Qué clase de materia será el éter, se comprende bien
26 FILOSOFIA

considerando que atraviesa y penetra los cuerpos de más


apretada porosidad, que no opone obstáculo ni resistencia al-
guna al movimiento de los cuerpos planetarios y que no per-
turba en lo más mínimo la dirección de los rayos luminosos.
A pesar de tan pasmosa sutileza que parece una nega-
ción de la materia, la ciencia no vacila en reconocer y pro-
clamar una sola ley para el movimiento y una sola esencia
para la materia.
Átomos y movimiento: he aquí en último resultado los
sencillos elementos que según la ciencia, sirvieron y sirven
para la maravillosa composición del Universo.
Los átomos se distinguen por la dirección positiva ó ne-
gativa de sus fuerzas. Los átomos corporales se confundi-
rían en confuso é impenetrable apretón, unos con otros, si
los átomos de éter que les rodean, sirviéndoles como de
envoltura, no les impidiesen tocarse. Dos átomos de éter
no pueden chocarse porque su repulsión á distancias infini-
tamente pequeñas es infinitamente grande. Dos átomos
corporales, al contrario, no podrían jamás separarse, si al-
guna vez se encontrasen (cosa que impide el éter), porque
su atracción es infinitamente grande.
¿No se diría que saben su obligación los átomos?
Porque si llegase el caso de juntarse los corporales y
etéreos, perdiendo sus respectivas propiedades de atracción
y repulsión, el mundo quedaría suprimido de repente, pues
no debe su existencia más que á esta doble polaridad de
los átomos que le componen.
Estos átomos de éter, sobre todo, son maravillosos. Aun
dentro de las mismas combinaciones químicas, las molécu-
las corporales permanecen separadas por estos átomos, y la
prueba está en que todavía, se dejan penetrar y dividir por
las vibraciones del éter, por la luz y el calor. Fenómenos
magnéticos y eléctricos, la elasticidad de los cuerpos y la
gravitación de los mundos, todo esto y mucho más, se debe
á los átomos etéreos.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 1J

Como en este análisis la materia reducida á átomos im-


ponderables é invisibles casi se puede creer que se aniqui-
la, es preciso, para estudiarla mejor en otros respectos,
cogerla aglomerada en masa. L a masa ya se puede medir;
pero como el éter que forma parte de ella, no pesa por ser
extraño á la atracción, resulta que el peso no puede ser
medida de la masa. Fué necesario, pues, buscar otra cosa
que no fuese el peso y que tuviese algo de común con la
masa ó materia ponderable y con el éter, y se encontró
en la resistencia, que es propiedad peculiar á las dos clases
de átomos. Pero la física define la masa diciendo, que es el
producto del volumen por la densidad; porque la resisten-
cia no se prestaba bien á la definición.
Es claro que este producto del volumen por la densidad
ha de ser necesariamente el número de átomos de que se
compone la masa del cuerpo que se trata de medir. Por
consiguiente, la masa de un cuerpo es el número de sus
átomos. No se podrá pues, decir, la masa de un átomo,
porque es la unidad que con otras produce la masa. •
Estudiada y definida la masa se ve que es como la mate-
ria toda un agregado de átomos.
Es preciso saber, por consiguiente, lo que es el átomo,
si se ha de tener derecho á exponer una noción acertada
del mundo material.
¿Qué es el átomo?
Loschimitd de Viena dice que el átomo de hidrógeno es

- de centímetro; y las distancias de los centros


10.000.000
moleculares contiguos es, según Willam Thomson, de

-—— — J
de centímetro.
i .000.000.000
Varenne asegura que en una milésima de milímetro, que
es ya lo microscópico invisible, hay más de 225.000 millo-
nes de átomos acuosos, susceptibles de separarse por eva-
poración.
28 FILOSOFÍA

Se ha calculado que si los diferentes átomos que forman


un cristal, oxígeno, azufre, potasa, alúmina, hidrógeno, se
disgregasen y recobraran su libertad, separándose á razón
de 94 millones por segundo, tardaría mil años en des-
hacerse.
«Cada átomo, dice Wurtz, trae en sus combinaciones
»dos cosas: su energía propia y la facultad de gastarla á su
«manera, fijando otros átomos, no todos, sino algunos y en
«número determinado.»
Esta facultad de los átomos se llama atomicidad.
Tal metal, por ejemplo, se une á un átomo de cloro,
otro á dos, otro á tres, otro á cuatro, para formar un cloru-
ro saturado. ¿Por qué? Los átomos de carbono tienden á
acumularse en gran número con los cuerpos organizados.
¿Porqué?
Es la atomicidad una energía ciega y fatal, y sin embar-
go, sus resultados son previstos y anotadas sus fórmulas.
¿Como entender eso?
¿Qué hay en el átomo que le obligue á no extralimitar
su ley? ¿La ley? ¡Incomprensible!
Punto infinitesimal, indivisible, sin conciencia, sin inteli-
gencia, ¿cómo sabe unirse á dos y nunca á tres, á tres y
nunca á cuatro ni á dos?
Cierto, fijo, seguro, infalible, jamás se equivocará en sus
atracciones. ¿Qué relaciones, qué influjos, qué secretos im-
pulsos le mueven?
Y de estas inconcebibles simpatías fatales de los átomos
resulta el Universo, la naturaleza toda, con sus leyes inmu-
tables, con sus complicados y perfectos organismos, con su
vida y la vida de los seres, y con todos los problemas que
todo esto entraña, resueltos de modo matemático, exactí-
simo.
¿Ño sería maravilloso, milagroso, si no fuese ley?
Pero, ¿"no es estúpido, como dice Carlyle, dejar de admi-
rar lo estupendo, porque se repita con frecuencia?
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 29

¿Deja de ser un prodigio el sol porque sale todos los


días ?
Los químicos dibujan las figuras de las diferentes agru-
paciones moleculares. En 1855 Wurtz entrevio por primera
vez la teoría atomística. Tres años después se dio un gran
paso, cuando Kekule anunció la idea de que el carbono era
elemento tetratómico, es decir, que un átomo suyo fijaba
cuatro de otro cuerpo, ó que tenía cuatro atomicidades, for-
mando, por ejemplo, una cruz griega, cuyo átomo central
era el carbono. Hoffmann presentó al Instituto Real de Lon-
dres muchas ingeniosas figuras que prueban la poderosa
imaginación del sabio en esta construcción ó arquitectura
de las moléculas, en que la fantasía entra por mucho en la
exactitud del dibujo y de la fórmula, siendo en sí misma,
ideal la construcción molecular, y no pudiendo ser sometido
á observación el arreglo de las partículas elementales. L a
concepción de la estructura ha de tener pues, el mismo ca-
rácter que las premisas que se sientan: la idealidad.
No obstante, la atomicidad y la afinidad son la base de
la química. De modo que la química, lo mismo que la físi-
ca, las dos ciencias positivas, por excelencia, descansan en
dos hipótesis; la física, en la hipótesis del éter; la quími-
ca, en la hipótesis de la atomicidad.
No es pues, el hecho positivo, patente, verificable, mani-
fiesto, el único fundamento de la ciencia, sino la inducción
racional y la intuición ideísta.
Pues, si cada ramo de la ciencia ha de fundarse en últi-
mo resultado, en una hipótesis, tanta positividad como la
ciencia, puede encerrar cualquier sistema filosófico ó teoló-
gico deducido de otra más comprensiva hipótesis; la hipó-
tesis de Dios.
L a concepción científica de la materia es pues, una con-
cepción del todo metafísica, partiendo como parte del áto-
mo invisible é indivisible.
Por eso, Faraday llegó lógicamente á no creer en la ma-
30 FILOSOFÍA

teria, y Dumas á decir que no era más, la materia, que una


reunión de centros de fuerza.
Esto vale tanto como admitir la sustancia inmaterial, ó
sea el espíritu. Llegados á este extremo, ¿en qué se dife-
rencia el espiritualismo del materialismo verdaderamente
científico?
Dado el actual adelanto de las ciencias físicas, más difícil
parece comprender y concebir que una agrupación de áto-
mos invisibles, indivisibles é imponderables, llegue á pro-
ducir un cuerpo material y pesado, que uno espiritual ¿De
qué procede pues el horror al espiritualismo?
Aunque es cierto que existen químicos no atomistas, co-
mo Berthelot, que se detiene en la molécula, eso no es más
que una falta de lógica, que no tiene nada que ver con la
importancia del sabio especialista. Se puede ser grande
hombre de ciencia y mal filósofo. Pero Berthelot confiesa,
sin embargo, «que la química ha realizado bajo una forma
«concreta la mayor parte de las fórmulas de la antigua me-
«tafísica (i).» Sí, es verdad, pero las ha realizado, convir-
tiéndose ella en metafísica, sin saberlo.
Tindall y la mayor parte de los químicos, casi todos,
creen en el átomo, con fe viva, y en su movimiento propio.
Los átomos marchan en cadencia, ha dicho Emerson.
¿Dónde está pues, la inercia de la materia?
¿El átomo es fuerza ó es materia?
Concebido como punto matemático, queda reducido á un
simple centro de fuerzas, transformándose por lo tanto la
teoría atómica en teoría dinámica; y y a se sabe, que el
principio esencial del dinamismo es la negación de la ma-
teria.
De los dos elementos científicos, la fuerza y la materia,
este último se ha desvanecido en el examen y sólo queda
el primero. Sabemos lo que debemos entender por fuerza:

( i ) Chimique organique fondée sur la synthèse.


DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 3I

un punto dinámico, un centro de atracción y repulsión, de


acción positiva y negativa.
L a fuerza atractiva de los átomos corporales tiende á su
aproximación. Esta tendencia realiza siempre resultados fi-
jos, determinados, que se pueden prever; no es una tenden-
cia ciega, no está expuesta al azar, puesto que hay leyes
de atomicidad, y el azar, como ha dicho alguno, es la coin-
cidencia de los disparates. Es necesario admitir que la ten-
dencia de la fuerza atractiva contiene en sí la razón de sus
aproximaciones que llevan una idea en su seno; porque si
no fuese con ella esta representación ideal de lo que va á
ejecutar, de las uniones que va á tener con otros átomos ó
centros de fuerza, las combinaciones químicas y los com-
puestos naturales orgánicos é inorgánicos no se formarían
de la manera regular, metódica, exacta con que se forman
con arreglo á la ley.
El átomo, centro de fuerza, lleva pues, consigo, su ley,
es decir, un mandato, y su cumplimiento ineludible, es decir,
su obediencia. L a fuerza, en efecto, no puede explicarse ni
concebirse como primer principio, es un derivado; ¿cuál
será pues su origen?
La fuerza antes del acto y en el acto se traduce por ten-
dencia, y la tendencia por voluntad.
Por analogía, también, nuestra fuerza emana de nuestra
voluntad, | Voluntad ! estupenda fuerza central, como la lla-
ma Novanticus. Toda ley supone voluntad, y toda voluntad
supone idea.
Es imposible, haciendo uso de la razón, tal como se ha
concedido al hombre, comprender las manifestaciones de
las fuerzas atómicas de otro modo, que como actos de vo-
luntad, cuyo objeto es la idea del efecto que se trata de
realizar.
Decir, por otra parte, que el átomo es un centro dinámi-
co de fuerza ó energía, es no contar con que la energía di-
námica sin extensión, es inconcebible.
32 FILOSOFÍA

El átomo por consiguiente, ni como material ni como di-


námico se concibe.
Ningún atributo de la realidad le pertenece; es ideal.
«Los átomos, dice el positivista L e w e s ( i ) , no son vistos
»por la inteligencia como reales, sino como postulados ló-
»gicos, símbolos que sirven para el cálculo.»
Si los átomos, últimos elementos de las moléculas mate-
riales, no son reales, ¿cómo la materia compuesta de áto-
mos ha de tener realidad?
Está visto. Como quiera que se considere la materia, se
resuelve en voluntad y en idea.
L a ciencia se acerca cada vez más al ideal de unidad en
que van á concurrir todas las especulaciones y descubri-
mientos. El mismo Berthelot proclama la unidad de la ley
universal de los movimientos y de las fuerzas naturales.
Por todos lados, la ciencia moderna va á parar á esa uni-
dad de fuerza, á esa energía primera, como la llama Her-
bert Spencer, en la cual ya todo lo material se ha des-
vanecido. La materia no tiene nada que ver con esta últi-
ma concepción del Universo; es verdaderamente una maya
ó apariencia ilusoria que se evapora ó disipa ante la
ciencia.
Sólo aquellos que por falta de alcances no han compren-
dido bien las consecuencias de estas enseñanzas científicas,
pueden sostener todavía la existencia de la materia como
una realidad, y conservar el vulgar y antiguo prejuicio de
la masa.
Büchner, el recalcitrante materialista, abandonó el ato-
mismo tradicional creyendo librarse así mejor, de estas
consecuencias que acaban con el materialismo, admitiendo
en cambio, la divisibilidad infinita de la materia; pero no
se ha hecho cargo de que, en esta divisibilidad infinita de
un grano de arena, por ejemplo, la realidad del grano se

(I) Problemas de la vida y del espíritu.


DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 33

escapa y desaparece y se convierte en algo que sólo con lo


ideal puede tener comparación; y suponiendo, como supo-
nen Moleschott y Büchner, la coexistencia necesaria de la
materia y de la fuerza, si se hace abstracción ó se prescin-
de de la fuerza, ¿ qué propiedades quedan en representación
de la materia? Porque hasta la impenetrabilidad y el peso,
que parecen los más esenciales atributos de ella á los sen-
tidos, ha venido la ciencia á declararlos exclusivos y propios
de la fuerza.
Derivando la impenetrabilidad y el movimiento, de la
fuerza, la única propiedad sensible que puede concederse á
la materia, es la extensión; la materia pues, no sería más
que una cosa extensa dotada de fuerza. Pero, ¿cómo distin-
guir esa cosa extensa, del trozo de espacio al cual corres-
ponde y llena?
Figurémonos otra vez el grano de arena con extensión y
fuerza; no puede tener otra cosa, puesto que hemos visto
que la impenetrabilidad, que es lo que le hace palpable ó lo
que opone resistencia al tacto, es una fuerza, y que el mo-
vimiento, que es lo que le hace visible y coloreado por vi-
braciones luminosas, es otra fuerza. Este grano de polvo no
será pues, otra cosa, que una pequeña extensión en la cual
se reúnen y operan las fuerzas.
¿Qué es pues, lo que le hace tal grano de polvo? ¿La ma-
teria ? No; puesto que la extensión no es la materia. Luego
es la fuerza.
Si se creyese que la extensión puede ser materia ó que
la materia puede ser esencialmente extensa, confundiéndola
como Descartes, con el espacio, entonces en un espacio in-
finito y lleno, y a no caben movimiento ni forma. Es ir á
parar á lo absurdo.
Pero no se puede concebir la fuerza sin la materia, dicen
algunos. L a fuerza debe tener un snbstratnm en que apo-
yarse y un objeto sobre el cual obrar, y es éste justamente
la materia.
3
34 FILOSOFÍA

Sólo es inconcebible, contestamos, lo contradictorio. El


concepto de fuerza no implica contradicción; luego la fuer-
za sola no es inconcebible.
Lo que sí envuelve contradicción es la fuerza asociada á
la materia, á un substratum innecesario que nada añade á
la fuerza sino un estorbo. Lo inconcebible es la materia,
porque no responde á ninguna idea ni está representada por
ninguna propiedad.
Se asegura que la fuerza necesita un objeto sobre el cual
operar; que de lo contrario no podría; y se quiere significar
por esa palabra substratum, una especie de sostén de la
fuerza. Es indudable que la fuerza necesita ese objeto sobre
el cual operar, pero no por eso ha de ser ese substratum
material. L a fuerza de cada átomo supone otros átomos
que le sirven de objeto, y esto es todo lo que exige la hi-
pótesis. En cuestión de hipótesis, la más sencilla es la
mejor.
¿A qué inventar ese substratum, si las fuerzas atómicas
actuando unas sobre otras, reúnen todo lo necesario para
completar la noción científica de fuerza?
Además, la unión de la materia y de la fuerza se hace
imposible por otras varias razones. L a fuerza ha de ir unida
al átomo, y el átomo es un punto matemático que no puede
ser material. L a física explica bien, en efecto, que la mate-
ria no es la causa de la resistencia de los cuerpos y que
basta la fuerza para explicar el fenómeno; que la masa no
se confunde con la materia, sino por la grosería de nuestros
sentidos; y que la impenetrabilidad se debe á las fuerzas
repulsivas del éter. Si ese substratum que se considera ne-
cesario, fuese materia, quedaría tan incomprensible y sin
acción, como la materia misma; mas si lo fuese,-por supo-
sición, el átomo tendría un centro y partes alrededor. ¿En
cuál de estos puntos actuaría la fuerza? Aquél sobre el cual
actuase, se lo llevaría por delante. ¿Qué sería de los otros?
¡No sería pequeña la confusión! ¿O habría muchas fuerzas,
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 35

infinitas fuerzas, para un solo átomo? Entonces ¡qué com-


plicación! La hipótesis complicada, al lado de otra sencilla
que explica más y mejor, se desecha siempre.
No hay que cansarse; no se concibe la fuerza sino como
unida á un punto matemático, y este centro no puede ser
material. Así lo reconocen los más eminentes físicos y ma-
temáticos, Ampere, Cauchy, Weber, etc. Todos están de
acuerdo en que los átomos deben ser concebidos como ex-
traños á la extensión.
Luego, verdaderamente, la fuerza, y no la extensión, el
espíritu, y no la materia, es lo que constituye la esencia de
los cuerpos.
Todo lo que hasta ahora fué atribuido á efectos materia-
les, la ciencia lo atribuye á efectos de las fuerzas. Por ella
sabemos que las percepciones son producidas en los órga-
nos de los sentidos; las percepciones visuales por las vibra-
ciones del éter, las auditivas por las del aire, las del olfato
y del gusto por vibraciones químicas. Ella nos ha enseñado
á enmendar esa referencia que en nuestra ignorancia infan-
til hacíamos, de nuestras percepciones al exterior, suponien-
do la causa del choque únicamente en los objetos materia-
les. Ella nos ha convencido de que esas percepciones no
derivan de la materia precisamente, sino de un movimien-
to que, para explicarlo, es preciso referirlo á fuerzas, y que
estas fuerzas no son más que manifestaciones de las fuerzas
combinadas, propias de cada átomo. Ella nos ha demostrado
que el fundamento de todas las percepciones del tacto, lo
que se llama la impenetrabilidad de la materia ó la resisten-
. cia, no es más que el resultado de la fuerza repulsiva, inhe-
rente al éter; es decir, que lo rhás suave, fluídico, invisible,
es precisamente la causa de la brutalidad y aspereza de los
cuerpos. Ella nos ha hecho ver que la misma causa puede
producir sensaciones diferentes en un mismo órgano, y que
causas distintas pueden producir en él sensaciones idénticas;
que la electricidad en los ojos produce fenómenos lumino-
36 FILOSOFÍA

sos, en el oído sonidos, en la boca sabores, en los nervios


del tacto picazón; y que los narcóticos promueven fenóme-
nos internos de audición, visión, hormigueo; que recíproca-
mente, la sensación luminosa es producida en los ojos por
vibraciones del éter, por acciones mecánicas, por un choque
ó por un golpe, por la electricidad y por acciones quími-
cas. Ella es, en fin, la que nos obliga á decir, en lugar de
naturaleza material de un cuerpo, «la fuerza viva de un
cuerpo».
L a materia, por consiguiente, está demás; es ya una
preocupación anticientífica. Hablar de ella siquiera, conce-
derle virtudes creatrices ú ordenadoras, será de ahora en ade-
lante, hacer confesión de crasísima ignorancia, dar pruebas
de no haber podido comprender las consecuencias que de
las modernas enseñanzas se desprenden. La materia es un
prejuicio instintivo de nuestra sensibilidad, una inducción
ilegítima y vulgar de nuestras sensaciones, un error de los
sentidos que es preciso acostumbrarse á desechar. Se olvi-
da uno, á lo mejor, de que no se percibe la materia direc-
tamente , sino por medio del choque, de la presión, de las
vibraciones, y que son estos movimientos, estas fuerzas, las
que producen en nosotros aquella apariencia que, sólo en
virtud de una hipótesis primitiva é infantil, pudo tener en-
trada por un momento en la ciencia. Felizmente, la física
se ha encargado de demostrar que, como tal hipótesis, es
innecesaria.
Todos los grandes sistemas filosóficos, como las grandes
síntesis científicas modernas, conducen á esta negación de
la materia ó de la realidad material, á esta supresión del
mundo objetivo.
L a filosofía sankia, la filosofía griega, la Cabala filosófi-
ca, la filosofía alemana, lo mismo que el positivismo moder-
no, aunque parezca extraño, coinciden en este punto: Que
en la naturaleza no hay materia propiamente dicha, y que
todo lo que es, es espíritu.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 37

En Grecia, el ideísmo comienza con Protágoras: es el


primero que parte del sujeto, del ser espiritual, en su in-
vestigación. Su lema: «El hombre es la medida de todas
»las cosas; expresa perfectamente y a , «que las ideas depen-
»den de nuestras sensaciones y que solo éstas podemos co-
»nocer.»
»Es en la opinión donde lo dulce existe, en la opinión lo
»amargo, en la opinión el calor, el frío, había dicho Demó-
»crito, maestro de Protágoras».
Pirron y los escépticos confiesan que ven y entienden,
pero ignoran cómo ven y cómo entienden; de que una cosa
les parezca blanca, por ejemplo, no deducen que realmente
lo sea.
Xenófanes rechaza, niega todo conocimiento positivo,
separando los principios á priori del conocimiento, de la
observación empírica.
Meliso desprecia el testimonio de los sentidos como ilu-
sorio. Platón cree que las sensaciones son relativas al indi-
viduo. El objeto, según él, puede ser y no ser. Por eso no
cree en la ciencia.
La Cabala filosófica sienta estos principios: i.° De nada,
nada se hace. 2.° No hay sustancia pues, que haya sido sa-
cada de la nada. 3. La materia por consiguiente, no ha
0

podido salir de la nada. 4.0 La materia, á causa de su natu-


raleza tan vil, no debe su origen á sí misma. 5.0 De ahí se
sigue, que en la naturaleza no hay materia propiamente di-
cha. 6.0 De ahí se sigue, que todo lo que es, es espíritu.
Después, en la renovación filosófica, Descartes empieza
á poner en duda la realidad de los objetos exteriores, y
Berkeley tiene por ilusoria la materia, afirmando, «que los
«fenómenos de sensación son signos convencionales, pala-
»bras de idiomas que nos habla Dios, el cual es la única
»causa eficiente».
Es el punto mismo á donde llegó Malebranche partiendo
del pensamiento, y de donde Hume dedujo su escepticismo.
38 FILOSOFÍA

Kant viene después á decir al mundo, que sólo la razón


es cierta y que todo lo demás es dudoso.
Fichte asegura que la existencia del mundo depende en
un todo del espíritu, y que la razón crea lo que concibe.
Scheling reconoce que el mundo es idéntico á la inteligen-
cia y que todo está conforme con el pensamiento.
Hegel, en fin, proclama resumiendo todo, que la Idea es
el ser.
Si examinamos ahora la filosofía ó síntesis científica mo-
derna , vemos á Stuart Mili dominado por este ideísmo em-
pírico y subjetivo, haciendo entrar todas las ciencias en la
Psicología inductiva; y á Herbert Spencer confesando, que
la realidad no tiene más piedra de toque que la persisten-
cia en la conciencia. Verdad ideista pura.
A s í , por confesión de los maestros respetados por todas
las escuelas científicas, la materia no entra para nada en la
prueba de la realidad del mundo.
El Positivismo, á pesar de este título que le da un vis-
lumbre de materialista, lleva en sus entrañas un gran fondo
de ideísmo filosófico que no todos pueden apreciar, y que
acabará por dar lógicamente sus frutos.
He aquí, pues, el pensamiento humano llegando por tan
distintos caminos á la misma conclusión: la única realidad
que nos es dado afirmar es la del espíritu; la de la materia
es ilusoria y sin prueba.
L a ciencia no puede concebirse pues, de otro modo, que
como una Psicología inmensa; pero en esta concepción ver-
daderamente científica, en la que toda realidad material des-
aparece, la ciencia pierde en parte, ese carácter de positi-
vidad que la distingue; la metafísica y la teología adquieren
una legitimidad tan grande, por lo menos, como la suya,
y la razón libre de las trabas que un método engañoso la
imponía, puede y a elevarse en alas de la inducción y de la
hipótesis á las más altas regiones de la idea.
CAPÍTULO III

LA REALIDAD Y LA RAZÓN

L a ciencia, como la religión y la filosofía, tiene por fin la


verdad.
L a verdad es la conformidad de la realidad con el cono-
cimiento. No hay, por tanto, verdadera ciencia, si no existe
una realidad indiscutible. Si la realidad no tiene este carác-
ter, la verdad de la ciencia no es verdad. En este caso, la
ciencia perdería su autoridad, y no tendría derecho á inter-
venir en los altos debates filosóficos de la razón ó del espí-
ritu humano.
Dar crédito á la ciencia en tal supuesto, sería tan imprur
dente como hacer caso de un análisis químico, ejecutado
por un sonámbulo sobre productos aparentes de una su-
gestión hipnótica.
A juzgar de la realidad por las pretensiones de ciertas
escuelas que, bajo el pretexto de una segura realidad mate-
rial, prohiben en absoluto toda metafísica, niegan toda re-
ligión y reforman á su gusto la moral, podría creerse que la
realidad material era una cosa indudable y exenta de toda
contradicción, y que la ciencia descansa sóbrelos más sóli-
dos cimientos; mas es al contrario enteramente, como he-
mos visto, y toda la lucha filosófica del mundo estriba en
40 FILOSOFÍA

esta enorme duda: ¿ es el mundo una realidad ó es una


maya?
L a sensación en el ¡deísmo no es más que un estado, un
modo accidental de la existencia, que puede ser causado por
una sugestión universal y sistematizada; y mientras no se
pruebe que sea otra cosa, y no se sepa de qué modo la
razón del hombre puede conocer la realidad mecánica y
material del mundo, la ciencia no tiene más positividad que
otra creencia racional cualquiera.
De todos modos, la realidad lo mismo-se concibe sien-
do ideal que siendo material el mundo.
L a cuestión ahora es esta: ¿El movimiento dialéctico del
espíritu subjetivo reproduce la dialéctica del espíritu uni-
versal?
Si la reproduce, la razón es suprema, es único juez, fun-
dándose en la experiencia, por supuesto, aunque los hechos
fuesen el producto de una sugestión universal. Y no se con-
cibe que no la reproduzca; es absolutamente imposible que
sean diferentes las dos dialécticas, y que en el Universo haya
una desarmonía tan grande. Debe haber analogía entre ellas,
debe haber identidad.
Es por una razón de analogía solamente, por lo * que
tanto Hegel como Herbert Spencer afirman la identidad
de las leyes del universo.
L a metafísica y la filosofía científica están en esto de
acuerdo.
El error del escepticismo consiste en dudar ó en negar
esta identidad.
Todo el escepticismo de la crítica no se funda más que en
dos grandes dificultades: una, la dificultad de concebir la cau-
sa primera; otra: la dificultad de enlazar la sensación como
modificación interior que es ciertamente, con la realidad.
Fichte, en su obra El Destino del hombre, nos ha dado,
de la primera, la fórmula más exacta en el diálogo del Es-
píritu y del Y o :
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 41

El Espíritu.
«Acaso, después de haber observado el mundo exterior,
»donde las cosas tienen siempre fuera de s í , la causa que
»las crea y modifica, has concluido que esta ley erauniver--
»sal, lo cual te habrá llevado á aplicártela á tí mismo y á
»tus propias modificaciones.»
Yo.
«Es tratarme como niño hacerme semejante razonamien-
»to. ¿No te he dicho que es por medio del principio de cau-
»salidad, por el que paso del yo, á las cosas exteriores?
«¿Cómo, pues, había de encontrar este principio entre las
«mismas cosas?»
«La tierra es soportada por el gran elefante; pero el gran
»elefante ¿lo será por la tierra?»
Este gran elefante es la causa primera. ¿ Cómo concebir
que llevando la tierra á cuestas, tenga él sostén para sus
pies? La causa primera ¿de dónde sale? ¿Qué origen, qué
fundamento tiene?
Es pretencioso empeño de los hombres creer, que lo que
abarcan con su inteligencia y con su vista es toda la posi-
bilidad existente, y que no hay más. Decimos: ¡el orden uni-
versal ! y creemos comprender el todo. Pero, ¿ no habrá más
orden universal que este que vemos? L a causa primera que
buscamos no puede ser más que la causa de este universo
que conocemos. Si hubiera otros de diferentes órdenes, se-
rían tantos los datos que nos faltasen, que el hallazgo de la
primera causa de todos ellos sería imposible, aun existien-
do esa primera causa, pues no sabemos si la serie de las
causas y de los efectos formará el orden de esos otros uni-
versos, como el de éste. La causa primera de este universo
en que estamos, puede tener su raíz y origen desconocido
en otro universo tan distinto, que todo cálculo nuestro para
conocerlo sea una suposición absurda.
Pero en ese universo ó superior orden universal, diréis, ó
en el tercero y cuarto, ó en fin, en alguno, habrá causa
42 FILOSOFÍA

primera ó no la habrá, y la cuestión siempre será la misma.


S í , es verdad; pero en tantos universos desconocidos de
diferentes órdenes, ¿no ha de haber solución para el miste-
rio de la causa primera?
Una cosa es lo incomprensible y otra cosa es lo inconce-
bible. L a causa primera es incomprensible, como un pro-
blema cuando faltan datos; ¿quién puede asegurar que es-
tos, datos que aquí no encuentra nuestra inteligencia, no se
hallan en alguno de esos otros universos?
Lo inconcebible es que la serie de causas no termine
nunca, porque esto envuelve una contradicción que ningún
dato puede venir á deshacer, y es, que esta serie es ordena-
da, y no se ve que ninguna de las causas conocidas sea la
ordenadora; si ésta no existiese, habría que suponer el or-
den de la serie, la serie misma, al azar, lo cual es contra-
dictorio. ¿Hay algo, en efecto, que envuelva más contradic-'
ción que el orden y el azar?
En esto, como en otras muchas cosas, es preciso volver
á Aristóteles. En la serie de causas, como él dice, hay una
causa primera, y en la serie de los cambios, un cambio
final. Si no existiese la causa primera, la ciencia marcharía
de causa en causa, sin encontrar nunca el punto de partida,
y entonces no sería ciencia. No hay más que esta disyun-
tiva para elegir: ó negar el orden, y admitir el azar, en cuyo
caso no hay ciencia, porque la ciencia del azar, ¿qué cien-
cia sería?, ó reconocer la existencia de una causa pri-
mera.
Respecto á la segunda dificultad, es cierto que aunque
la sensación sea puramente una modificación interior, nos-
otros la referimos al exterior; pero, la sensación, nos cons-
ta bien, no es el cuerpo que la produce, ni somos nosotros
mismos. ¿Qué es, pues? Si consideramos su naturaleza, ve-
mos que es un acto pasivo de nuestro sentimiento, y que
nosotros mismos somos un sentimiento susceptible de mo-
dificaciones. El hecho de la sensación nos prueba bien que
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 43

no viene ni puede venir sola. ¿De dónde sale, pues? ¿Del


objeto material exterior?
Y a hemos visto que nosotros no podemos afirmar nada
material, y la sensación, por su parte, nos convence de que
sólo es, cuando más, un movimiento, un signo que se deja
sentir. Aristóteles ha demostrado que el movimiento es un
hecho que se afirma pero que no se demuestra: que es el
paso del contrario al contrario. El ser, pasando de un esta-
do á otro, se convierte en lo que no era; antes podía llegar
á ser otra cosa; estaba en potencia; después, llega á ser po-
tencia en acto. El movimiento y el paso de' la potencia al
acto, es la realización del poder. L a materia tampoco es
para Aristóteles, más que una potencia, y como toda po-
tencia, no existe sino en el momento del acto. Si el movi-
miento en la sensación, como en todo, es la realización del
poder, y la materia del cuerpo ó del objeto que se nos
figura origen de la sensación, no es más que potencia en
acto, nuestras sensaciones no son ni pueden ser otra cosa
que signos de un algo potencial. Este algo potencial que
nos habla y educa por medio de estos signos, desarrollando
nuestra inteligencia, nuestro carácter y nuestra voluntad,
debe ser también inteligente, porque no nos comunica des-
atinos ó signos en desorden; y siendo un poder inteligente,
es real.
Hay, pues, una realidad ideal extraída lógicamente de la
sensación.
L a identidad de las dos dialécticas, la universal ó ideal
y la subjetiva, probada está en el mero hecho de ser la
subjetiva hija de la ideal; y el lazo de unión de la sensación
y de la realidad ideal se ve perfectamente.
Berkeley, diciendo que las sensaciones son palabras del
idioma en que nos habla Dios, no está tan lejos como se
supone, de Aristóteles.
El error de Fichte consiste pues, en haber supuesto el
origen de la sensación en el sujeto mismo. Fué conducido
44 FILOSOFÍA

á él, como no podía menos, por su negación de la causali-


dad. Una vez suprimida la materia en su filosofía, creyó
que no podía haber nada fuera del sujeto, y así hizo de éste
el centro del Universo y todo el Universo, el yo, percibién-
dose á sí mismo y al no yo, en un solo acto.
«El axioma de que todo efecto tiene una causa, había
»dicho Hume, no puede deducirse de la experiencia, por-
»que ésta sólo nos muestra hechos individuales y aislados
»y no la conexión del efecto con la causa ni mucho menos
»su necesidad. Suprimida la idea de causa fallan todos nues-
t r o s juicios, pues no podemos explicar los fenómenos, sino
»aplicando á ellos esta noción ».
En la filosofía moderna no hay nadie que haya ejercido
mayor influjo que Hume, sobre la posteridad. Kant procede
de Hume; «la Crítica de la razón pura» arranca del «Tra-
tado de la Naturaleza humana», y el positivismo, sin darse
cuenta de ello, procede de Hume.
¡Cosa extraña! Hume, que niega resueltamente la posibi-
lidad de todo conocimiento científico, es el fundador del
criticismo científico.
L a ciencia tiene por maestro al que la niega. Sí; porque
la verdad de la ciencia estriba en que la causalidad exterior
corresponda á la interior ó subjetiva, y esa negación de la
identidad de las dos dialécticas, y esa desconfianza de la
conexión racional del efecto con la causa, después de haber
arruinado la metafísica, dejó en el método científico una
levadura de incredulidad y escepticismo, y desautorizó de
tal modo á la razón, que la ciencia apenas se atreve hoy
á confesar una causa primera ni á fiarse para nada de la
inducción, en cuanto ésta se separa de la causa eficiente,
ni admite más hipótesis racionales que las que descansan
inmediatamente en los hechos. De este modo se ha visto
conducida, sino á negar, á prescindir de Dios enteramente,
como causa del mundo; del espíritu, como causa de nues-
tras acciones; y toda moral, toda religión, tpdo derecho,
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 45

toda libertad, se borran y desaparecen de su esfera de in-


vestigación, si ha de haber lógica, porque todo esto, en la
razón solamente, en la inducción, que es una de sus for-
mas, volando atrevidamente de causa en causa, tiene su
asiento y prueba. Sólo quedan á la ciencia en su campo de
estudio, reducido y estrechado por su método escéptico, las
sensaciones, es decir, lo que nunca podrá explicar ni com-
prender, porque en ellas están el secreto y el misterio del
espíritu. Sólo la razón puede aclararlo todo, pero la razón
íntegra, sin cortapisas, tal como la naturaleza la concedió
á los hombres. Por eso, Kant no se atrevió á conocer nada,
sin estudiar antes la razón.
Pero ¿cómo se ha de criticar la razón con ella misma?
Si engaña antes de ser criticada y conocida, también en-
gañará en el estudio que de ella se haga antes de cono-
cerla.
Kant se olvidó de lo que decían los escépticos griegos:
«O el criterio está ya juzgado ó no; si no lo está, ningún
«crédito se le debe, y si lo está, una misma cosa será la
»que juzgue y la juzgada.»
Así, la razón para él, es como un molde que imprime
necesariamente su forma á todo lo que recibe, ó como un
espejo que metamorfoseando los objetos, les hace tomar
cierta apariencia. A s í supuesta, la deducción es lógica:
nuestros conocimientos no pudiendo salir fuera de nosotros
mismos, en vez de ser expresión de la realidad, no son
más que el resultado de las formas del entendimiento. Se-
gún esto, la realidad no existe y nadie puede pretender
nunca conocerla. Sólo los fenómenos quedan á nuestro al-
cance y éstos dependen aún del espejo que los refleja.
Nadie mejor que Fichte sacó las consecuencias: «Si nues-
tros conocimientos no son expresión de la realidad, sino
resultado de las formas del entendimiento, es porque la sen-
sación no es más que una modificación del ser que siente,
es porque no hay derecho á concluir que existe nada fuera
46 FILOSOFÍA

de nosotros. Si se supone que algo exterior existe, es en


nombre del principio de causalidad, en virtud del cual nos
creemos autorizados á afirmar que todo lo que existe ha
sido creado, ó que no es posible qué haya efecto sin causa;
pero este principio no se encuentra en la sensación, ni exis-
te en el mundo exterior; existe sólo en nuestra inteligen-
cia; es puramente subjetivo; luego el mundo exterior no
existe sino como inducción de este principio, y no tiene,
por consiguiente, más que una realidad subjetiva».
Augusto Comte acogió con fruición este escepticismo filo-
sófico y lo aplicó á la ciencia, ignorando completamente
sus consecuencias.
L a causalidad y la analogía no le parecieron, dice, «ba-
»ses suficientes para establecer una teoría digna de la ma-
»durez de la inteligencia humana».
En este estravagante modo de considerar la inteligencia,
creyendo propio de su madurez la pérdida de las dos gran-
des funciones de la razón, fundó su sistema.
Desde esta criminal amputación de dos de los principa-
les órganos cerebrales, la escuela ya no vio más que causas
inmediatas que, no se sabe por qué no las suprimió tam-
bién, en buena lógica.
Una vez prohibida la inducción analógica más allá de
las causas inmediatas, la existencia de Dios quedó sin prue-
bas , la moral en el aire, sin fundamento alguno, la metafí-
sica sirviendo de ludibrio, y la ciencia reducida á hechos y
más hechos, sin conseguir con sus síntesis otra filosofía que
simples generalizaciones sin objeto apenas, y que dejan á
oscuras y sin explicación verdadera los más interesantes
problemas y las más trascendentales cuestiones, que el es-
píritu humano aspirará siempre á conocer.
No se concibe que filósofos y hombres de ciencia hayan
querido herir de muerte toda investigación trascendental.
Es esto tan absurdo como si los pájaros se cortasen ellos
mismos sus propias alas.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 47

Es probable que Kant, temiendo las invasiones de la teo-


logía ortodoxa en la ciencia, y el peligro que por otra par-
te pudiera resultar á la moral como consecuencia del ma-
terialismo, quisiera desacreditar de aquel modo esos dos
extremos; mas no se hizo cargo de que, quebrantando la
autoridad de la razón y destruyendo la confianza en ella,
hacía imposibles también toda ciencia y toda metafísica.
Por fortuna, cada escuela lo entendió como mejor le con-
vino, y semejantes á esas personas egoístas que ponderan
lo malas que son algunas cosas buenas, para que los demás
no las quieran y apropiárselas, la ciencia y la teología no
cesaron desde aquel momento de clamar contra la razón; la
teología anatematizándola por entero, y la ciencia, en la
parte más esencial, cortando los vuelos al raciocinio induc-
tivo y analógico, condenando así la metafísica mientras
ellas usaban ampliamente de las formas de la razón que más
utilidad les reportaban.
Salió perdiendo en último resultado, como no podía me-
nos, la metafísica, que era precisamente lo que Kant esta-
ba más interesado en salvar.
Comte y su escuela se dejaron engañar por esa Crítica de
la razón pura, que fué el suicidio, el golpe de gracia de la
metafísica y el material envilecimiento de la ciencia.
Importa, pues, devolver á la razón esas funciones; sin
ellas nada puede esperarse de la ciencia ni de la filosofía.
Donde la ciencia no llega, llega la inducción, no acaso
con la evidencia de los hechos, pero al menos con el con-
vencimiento de las relaciones lógicas.
¿Debe despreciarse esto? ¿Por qué se ha de quitar al
hombre el sagrado derecho de discurrir? ¿Por qué se han
de encerrar sus nobles aspiraciones al saber en el reducido
círculo de un método?
Si la razón se ha desenvuelto en el seno de la dialéctica
divina haciendo su evolución en las especies, ¿por qué no
la habrá de reflejar y no le habrá de ser posible conocerla?
48 FILOSOFÍA

Respetemos, pues, todos la razón, y trabajemos por


desembarazar de trabas el pensamiento; no le encerremos
en estrechos moldes, en métodos insuficientes; tratemos de
elevarle en alas de la inducción, fundada en hechos, á las
primeras causas, que es donde únicamente residen las gran-
des leyes, y de este modo, la ciencia se hará más religio-
sa, y la religión un poco más científica, que es lo que el
mundo busca y lo que encontrará.
CAPÍTULO IV

EL INSTINTO

Los fenómenos propios del instinto son de lo más admi-


rable que la naturaleza ofrece á un espíritu reflexivo. Ni
como fenómenos psíquicos se comprenden, ni como he-
chos de mecanismo orgánico se conciben; ni se prestan
á natural explicación científica, ni reducirse pueden á ma-
nifestación de la inteligencia animal. ¿Proceden de la mis-
ma facultad que los fenómenos psíquicos, ó tienen su raíz
' y principio en otra facultad desconocida del espíritu?
Esto último se creía antiguamente, pero la escuela trans-
formista, que no quiere ver nada fuera de lo natural cono-
cido, tiene empeño ahora en reducir los fenómenos del ins-
tinto á los de inteligencia, considerando el instinto única-
mente como un conjunto de hábitos acumulados y fijados
por la herencia.
¿Es esto cierto? ¿Se desarrolla el instinto por evolución,
como la inteligencia?
Es lo que vamos á ver.
L a obra en que mejor se resumen las ideas y tendencias
de la escuela acerca del instinto, es la de Romanes, aun-
que se separe de ella en ciertas apreciaciones.
4
50 FILOSOFÍA

Romanes (i) coloca el instinto entre el reflejo, cuyo ex-


citante es una sensación, y el acto, cuyo antecedente men-
tal es una representación puramente relacional; es decir,
entre el reflejo y el acto racional y voluntario.
Romanes explica el instinto por dos principios: por la
selección mecánica los instintos primarios, y por la inteli-
gencia los secundarios.
Así, al ver un acto inteligente en un animal, está proba-
da para Romanes la existencia de la inteligencia en él.
El animal se propone fines y encuentra medios para rea-
lizarlos; luego es inteligente.
L a conclusión parece lógica y lo es en ciertos casos: en
todos aquellos en que no entra el instinto para nada, y en
que el animal ejecuta actos que no traspasan la medida de
su inteligencia. Pero la coordinación de los medios con los
fines, lo mismo en el hombre que en los animales, no es
cosa propia de la inteligencia, sino del instinto, y el error
de Romanes y de los que quieren reducir el instinto á inte-
ligencia animal, procede de esta equivocación.
Las leyes de la inteligencia no tienen nada que ver, por
ejemplo, con la relación de conveniencia entre una necesi-
dad y su satisfacción: comer cuando hay hambre, beber
cuando hay sed, abrigarse cuando hace frío, es obra del'
instinto, no de la inteligencia. La inteligencia no hubiera
podido nunca atinar con cosas que nos parecen tan senci-
llas, porque ninguna relación de identidad ni semejanza
existe entre el hambre y la carne, entre la sed y el agua,
entre el frío y* la ropa. Sólo por una revelación del instinto
apropiamos estos medios á aquellos fines.
Se ha creído hasta ahora que la inteligencia era de un
orden superior al instinto, y se empieza á notar que es lo
contrarío.
Se observa, en efecto, en una porción de hechos, que el

(i) L Uvolution mental chez les animaux.


DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 51

instinto es profético, adivino, infalible, superior á la inteli-


gencia humana en grado inconmensurable.
Nosotros no tenemos necesidad para convencer de esto
mismo á nuestros lectores, sino exponer aquí algunos de
esos hechos. No hay piedra de toque, como ha dicho Sche-
lling, más infalible para discernir la verdadera filosofía.
Si se demuestra que el instinto no resulta, como preten-
de la escuela transformista, de una acumulación de hábitos
transmitidos por la herencia, quedará probado al mismo
tiempo, que es una facultad maravillosa anterior á toda ex-
periencia, y superior á toda inteligencia conocida.
No hay animal, á no ser que la educación haya apagado
el instinto en él, que coma plantas venenosas. El mono,
aunque haya vivido largo tiempo entre los hombres, recha-
za con gritos cualquier fruto cargado con el veneno más
desconocido. Todos los animales saben escoger aquellos
alimentos que más convienen á su aparato digestivo y á su
naturaleza, sin necesidad de aprendizaje ni de pruebas. Co-
nocen también los remedios que reclaman sus enfermeda-
des ; así, el perro busca la grama canina para expulsar con
ella sus lombrices, y las gallinas y palomas picotean las pa-
redes cuando sus alimentos no les proporcionan bastante
cal para formar el casco de sus huevos. Carece en absoluto
de discernimiento quien atribuya estos actos al hábito fija-
do por la herencia. ¿De qué hábito pudo sacar el primer
mono ó sus antepasados el conocimiento de todos los ve-
nenos , ó las primeras aves el de la necesidad de cal para
sus huevos, ó los antecesores de las especies todas el de
los alimentos convenientes?
La imposibilidad de concebir el instinto como un simple
hábito heredado se ve más manifiesta, si cabe, en este
caso: los pastores de bueyes y carneros conocen bien la
mosca del rebaño, que no produce daño ni dolor á los ani-
males con su picadura, pero que les hace correr furiosos y
espantados. La causa de este miedo no puede ser ni com-
52 FILOSOFÍA

prendida por la inteligencia del animal, ni reducida tam-


poco á herencia de hábito. L a mosca, en efecto, no tiene
aguijón ni les lastima; pero poniendo sus huevecillos en la
piel, las larvas, saliendo al cabo de cierto tiempo, se intro-
ducen en la carne, produciéndoles dolorosos abcesos. ¿ Có-
mo sabe el animal los tormentos que le prepara aquella mi-
serable mosca para el porvenir? ¿Cómo explicar el hábito
en este caso? Sería preciso suponer un primer animal que
atribuyese la causa de sus llagas á los huevecillos de la
mosca. ¿Creerán de veras los transformistas en esta eleva-
dísima inteligencia del primer toro?
Una intuición adivinadora, que no puede confundirse con
la inteligencia del animal, se revela también en la previsión
de los cambios de temperatura; los pájaros viajeros parten
para los países cálidos en una época en que el frío y la fal-
ta de alimento no les molestan aún, pero cuya proximidad
prevén. Cuando el invierno va á ser precoz, parten más
temprano que de costumbre; y si promete ser dulce, algu-
nas especies se quedan.
Centenares de leguas no son obstáculo para que las go-
londrinas y las cigüeñas vuelvan á encontrar su patria. Pe-
rros y pichones, encerrados en sacos y transportados á si-
tios lejanos y desconocidos, toman sin vacilar el rumbo que
les lleva á su antiguo alojamiento. Hay muchas historias
como la del perro Moffino, que separado de su amo, sol-
dado milanés, en el paso del Berecina cuando la campaña
de 1812 en Rusia, pudo reunirse con él después de un
año de fatigas y aventuras, en Milán.
Se dice que les guía el instinto; bien, pero un instinto
con intuición adivinadora. El olfato no puede ser, porque
después de cierto tiempo, todo rastro se disipa, y además,
muchas especies de aves carecen de ventanas de nariz, y
en todas, los nervios olfatorios son proporcionalmente mu-
cho menores que en los cuadrúpedos. ¿Cómo se explica,
pues, que un pichón-correo, transportado de Bruselas á To-
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO " 53

losa en una cesta tapada, haya" sabido volver á su punto de


partida?
Sería gran desatino suponer que pueda calcular un ani-
mal el tiempo que hará al cabo de un mes, ó la inundación
que tendrá lugar dentro de un año, y sin embargo, el cas-
tor da á su choza mayor altura en los años de inundación;
la ardilla, antes que venga el frío, reúne sus provisiones y
cierra por completo su morada; el escarabajo se retira á
invernar en los días más calientes del otoño; la cigüeña
parte para el Sur cuatro semanas antes de sentirse el frió,
y el ciervo viste un ropaje más espeso en vísperas de un in-
vierno riguroso.
Por más que se haya dicho contra las causas finales, ¿no
se ve en estos casos una tierna previsión de la naturaleza?
Es cierto que el pájaro puede tener la sensación presente
del estado de la atmósfera; pero ¿cómo el estado de la tem-
peratura actual puede despertar en él la idea de la tempe-
ratura próxima? Esto está muy por encima de su inteligen-
cia. El hombre con ser hombre no ha llegado á predecir
todavía, con la ayuda de la meteorología, más que para
algunas semanas el curso de la tempestad. Luego, la previ-
sión del tiempo en el animal es obra de una sabiduría que
reside en él, sin ser la suya, y que no puede ser otra cosa
que Ija. intuición clarovidente de la naturaleza.
En esta confusión del instinto y de la inteligencia, suele
achacarse á ésta lo que pertenece á aquél, y viceversa,
pero una más exacta observación deslindará sus respectivos
campos. En esos dos extremos del tamaño: la hormiga y
el elefante, por ejemplo, en cuyos organismos parece alber-
garse la mayor suma de inteligencia animal, si se exceptúa
la humana, obsérvanse obras y actos que sería un error atri-
buir al instinto, pudiendo ser explicados por la inteligencia;
y es ésta, creemos, una regla infalible para distinguir el
uno, de la otra: Todo lo inconcebible y que traspasa los lí-
mites de la inteligencia animal, sin excepción, es obra del
54 FILOSOFÍA

instinto, es decir, de una inspiración superior, y todo lo que


es propio de aquella inteligencia, es inteligencia.
Ciertas obras de los seres inferiores de la escala zoológi-
ca proporcionan tales pruebas de la intervención de aquella
superior sabiduría, que todo cuanto se haga por reducirlas
á inteligencia animal será en vano;
Si se repara en ciertas especies de poliperos, por ejem-
plo, se apreciará la regularidad y simetría de sus formas.
Hay algunos tipos de lepralias, que pudieran tomarse por
modelo de los más bellos y simétricos adornos: tal es la
corrección de su dibujo y el paralelismo y proporción de
todas sus partes. Pues bien: estas lepralias están formadas
por multitud de celdillas que sirven de habitación á una co-
munidad de pequeños moluscos que parecen zoófitos; cada
animalillo de éstos ha elaborado su celdilla sobre una con-
cha vacía ó sobre un alga y no se ha preocupado más que
de la suya. Tanto sabe él, lo que pasa en el extremo de su
alga, como nosotros en el Polo Norte, y sin embargo, su
trabajo no puede menos de obedecer á plan preconcebido,
porque guarda relación con el del animalillo que está en el
otro extremo. Ninguno de los dos, ninguno de ellos, echará
á perder el delicado contorno del polipero, separándose una
línea tan siquiera.
Esta acción general de muchos individuos, dirigiéndose
á un fin común del cual no tienen conciencia, se observa
también con admiración en las abejas y en el hombre mis-
mo. L a formación de los idiomas en que tanta sabiduría se
revela y las grandes revoluciones sociales y políticas en que
tantas voluntades coinciden sin darse cuenta de lo que van
á hacer, son también obra de una intuición previsora que
de ningún modo puede ser propia de los individuos.
Fíjese ahora la atención en otros hechos que vamos á
presentar, porque ellos nos pondrán en camino de apreciar
por inducción la verdadera causa de la facultad adivinadora
en el hombre, después de enseñarnos cuan superior es el
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 55

instinto á la razón humana y cómo se distingue la intuición


profética del cálculo racional.
Las observaciones pertenecen á dos sabios é ilustres na-
turalistas, á J. H. Fabre ( i ) y á Burdach (2).
L a anmofila herizada es un himenóptero que alimenta su
larva, de un gusano gris bastante grande. A la larva, sólo
le gusta la carne fresca; así, que es preciso ponerle á su al-
cance la presa viva, pero paralizada, porque al menor mo-
vimiento peligraría el huevo de la anmofila, ó el gusano se
comería la larva, en otro caso. L a parálisis completa del gu-
sano se consigue por la lesión de nueve centros nerviosos
que se escalonan en el cuerpo del animal, pero la lesión
de los ganglios cervicales correspondientes, si fuera muy
profunda, acarrearía la muerte, y la anmofila, como si
conociese al pelo, la anatomía y la fisiología, procede á la
operación con una seguridad y^una destreza admirables.
Cogida la presa, nueve aguijonazos, ni más ni menos, rápi-
dos y sin vacilación, hieren los centros nerviosos. Ensegui-
da, va á atacar el cerebro, donde, si el insecto hiciese uso
de su aguijón, el golpe sería mortal. Aquí se contenta con
masticar, sin dañarlas envolturas, '¡la cabeza del gusano,
hasta que la presión y las frotaciones dan el resultado ape-
tecido.
Es evidente que esta manera de operar no implica un há-
bito adquirido por experiencia ni fijado por herencia. Ni se
concibe que haya podido haber tentativas ni ensayos al
principio. Sería preciso que la primera anmofila que prepa-
ró el primer gusano gris para su larva, practicase ya la ope-
ración con la misma seguridad y con el mismo éxito; sin
eso, el hábito y la herencia no tienen fundamento.
Este caso no es único en su especie: los hurones y los
pernocteros se precipitan sobre las culebras y serpientes no

( 1) Nouveaux souvenirs ejitomologiqucs.


( 2) Coup d'œil sur la vie.
56 . FILOSOFÍA

venenosas y las cogen sin cuidado por cualquier parte, pero


á las víboras, aunque no las hayan visto nunca, las cogen
con las mayores precauciones y evitan lo primero de todo
su mordisco, rompiéndoles la cabeza.
L a víbora no tiene nada de extraordinario ni espantoso
que explique este modo de obrar. Sólo la experiencia pu-
diera indicar á aquellos animales este comportamiento, pero
observaciones hechas con algunos cogidos de pequeños,
prueban qne hacen lo mismo en presencia de la víbora. Es
bien difícil y poco positiva la creencia de que hayan sido
heredados estos hábitos, no siendo la lucha con las víbo-
ras un hecho diario y continuado.
Los cuidados con que muchas especies atienden á la ali-
mentación de sus larvas son también prodigiosos. El que se
encuentra con un escarabajo sagrado haciendo su bola de
estiércol, y afanado rodándola al sol, no sospechará segu-
ramente, que el insecto apresura así el abrimiento del hue-
vo que ha encerrado en la bola, rodeándole de inmundicia
alimentosa para ocultarle después en agujero hecho apro-
pósito, donde la pequeña larva blanca, en el seno de la
abundancia, comienza á comer con voracidad. Si se tropie-
za por casualidad con una necrofora ó enterradora haciendo
desaparecer debajo de tierra el cuerpo de un pájaro, de un
tamaño cincuenta veces mayor que el suyo, no pasará por
la imaginación siquiera, que tanta fuerza y perseverancia no
tienen otro fin, que el de procurar alimento á las larvas que
han de salir de los huevecillos puestos junto á aquella carne
muerta y enterrada. ¿Cómo saben que van á poner huevos,
que de éstos salen larvas, y que éstas van á tener una ne-
cesidad apremiante de comer? Las hormigas y otras espe-
cies de insectos abren siempre con toda oportunidad el ca-
pullo de sus larvas cuando están en disposición de salir,
porque éstas son incapaces de romperlo. ¿Quién indica á
estos seres aquel momento, y á los otros la calidad del ali-
mento que conviene á las larvas? Estas previsiones son
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 57

tanto más extrañas cuanto que la mayor parte de estas es-


pecies no ponen más que una vez.
L a intuición adivinadora se revela también en la unión
de los sexos. Cada macho sabe descubrir la hembra de su
especie con la cual debe emparejarse. Esto que no parece
extraño en las especies superiores, lo es, y mucho, en cier-
tas otras como los crustáceos parásitos, por ejemplo, en los
cuales, los sexos son tan diferentes de forma, que el macho,
si atendiera al parecido, debiera unirse antes á las hembras
de otras mil especies que á la suya propia. Las mariposas
presentan un polimorfismo tal, que no sólo hace diferir el
macho de la hembra, sino que además hace tomar á la
hembra dos formas diferentes en un mismo día, siendo una
de ellas un verdadero disfraz de una especie lejana. El ma-
cho, sin embargo, jamás confunde la hembra de su especie
con las otras de las especies extrañas que acaso se parecen
más á él. En la clase de los strepsipteros, la hembra es un
gusano informe que pasa toda su vida en el abdomen de
una avispa, y deja ver solamente un escudo lenticular entre
las dos anillas abdominales del insecto. El macho que no
vive más que algunas horas, reconoce á su hembra en aquel
sitio y en aquella forma singular, y se empareja con ella.
Pero, más que en todo esto, si posible fuera, resaltaría la
gran sabiduría previsora en la transformación de ciertos se-
res: hay una oruga de la Saturnia pavonia minor, que se
alimenta de las hojas del arbusto sobre el cual sale á luz.
Y a se sabe lo que es una oruga. Nadie irá á buscar en ella
señales de inteligencia, ni mucho menos, la solución de com-
plicados problemas. Pues, cuando llega la época de trans-
formarse en crisálida, sabe construirse con ayuda de fuertes
pelusas una doble bóveda que es muy fácil de abrir por
dentro, pero que presenta una resistencia suficiente á ten-
tativas de penetrar allí por fuera. De considerar esta cons-
trucción como obra reflexiva y sólo propia del animal, pre-
ciso será creer que la oruga razona perfectamente y que
58 FILOSOFÍA

entiende bastante la teoría de construcción de bóvedas re-


sistentes á una presión exterior. El problema se presenta
bien complicado y difícil para el pobre insecto.
En estado de crisálida, teniendo que permanecer inmó-
vil, estaría expuesta á los mayores peligros si no se procu-
rase una cubierta, estuche ó armadura para resguardar los
delicados órganos que van á transformarse. Esta dificultad
se resuelve envolviéndose en hilo; pero queda otra que es
mayor aún: ¿ cómo salir después, hecha ya mariposa, de esa
fuerte y apretada envoltura?
Algunas especies de mariposas han resuelto esta parte
del problema por medios mecánicos y procedimientos quí-
micos; pero nuestra Saturnia deja una salida ó abertura
protegida por pinchos que, doblándose hacia fuera, hieren
al que entra y no oponen resistencia al que sale.
Juzgando este hecho con arreglo al criterio de las escue-
las científicas, hay que reconocer mucho talento á la oru-
ga que tales dificultades salva y prevé, y que parece tener
conciencia del fin que se propone. Todo esto, ¿por qué ha
de ser maravilloso? No traspasa los límites de la inteligen-
cia humana. ¿Quién nos dice que la oruga no sepa intuiti-
vamente ella sola, lo que el hombre es capaz de saber con
su discurso? Pero hay una cosa que la oruga no puede sa-
ber: su postumo estado de mariposa.
¿Cómo lo habría de saber?
L a oruga no se convierte dos veces en mariposa, y no
puede haber, por lo tanto, semejante experiencia para ella.
Es un hecho futuro, y el presente no proporciona al animal
ninguna indicación que permita preverlo. Es necesario creer,
por consiguiente, que la oruga, en todo lo que ha hecho, ha
sido impulsada y dirigida por una voluntad inteligente que
no es la suya.
Con mayor claridad se verá esto en otros dos casos pare-
cidos: la larva del escarabajo se mete en un agujero que
abre ella misma para su transformación en crisálida; la hem-
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 59

bra da al agujero las dimensiones de su propio cuerpo^ pero


el macho abre uno de doble tamaño, y es porque sus cuer-
nos, desenvolviéndose, han de igualar casi la longitud de
su cuerpo.
He aquí unos hechos que no pueden atribuirse al hábito
ni á la herencia, porque los primeros casos serían tan ma-
ravillosos como los últimos.
¿ A qué, pues, hemos de atribuir esa inteligencia ó sabi-
duría previsora, esa finalidad que se manifiesta en los ins-
tintos ?
Según Hegel, el instinto es la finalidad obrando sin con-
ciencia. Pero finalidad sin conciencia, éntrelos hombres es
inconcebible. El que lo crea ó quiera hacerlo creer, tendrá
que demostrarlo, y esta demostración es imposible.
En el instinto se revela finalidad sin conciencia del ser,
es cierto. L a finalidad es un razonamiento perfecto: voy á
hacer esto con este fin. El fin en ocasiones es importantí-
simo. El animal no hace el razonamiento, luego es preciso
buscar quien lo hace.
Creemos que bastará lo expuesto para llevar á los áni-
mos la evidencia de lo que nos hemos propuesto demos-
trar: que el instinto es muy superior á la razón humana, y
que no resulta de una acumulación de hábitos trasmitidos
por la herencia, sino que es una intuición adivinadora, una
sabiduría profunda que invade y penetra la naturaleza toda,
y dirige de un modo misterioso la evolución de la forma y
de la inteligencia en todo el reino animal. Inspira aquella
sabiduría al desvalido ser que no puede realizar en la vida
su destino por falta de razón y de conciencia, y parece co-
mo que deja abandonados á sí mismos á los que tienen es-
tas dotes superiores. A s í se observa, que las manifestacio-
nes del instinto son proporcionadas al desarrollo de la in-
teligencia. Cuanto más formada y personal es la concien-
cia, tanto menos atiende á las insinuaciones de lo incons-
ciente.
60 FILOSOFÍA

E s , pues, el instinto, un auxilio maravilloso prestado en


virtud de una misteriosa sugestión, por un poder superior,
á las criaturas, en proporción exacta de las necesidades de
la especie y de la inexperiencia de la vida; pudiendo defi-
nirse en cuanto al modo de manifestación: un querer cons-
ciente del medio propio para realizar un fin querido por lo
inconsciente.
CAPÍTULO V

LO INCONSCIENTE

Hartmann ha venido con gran oportunidad á llamar la


atención en su Filosofía de lo Inconsciente, acerca de este
maravilloso principio que existe de una manera íntima en
los seres todos, y del cual, sin embargo, no tenemos con-
ciencia por más que se revele y manifieste en multitud de
fenómenos interesantísimos, no sólo porque ejercen una in-
fluencia omnímoda en la conservación de las especies, sino
también en la vida corporal y psíquica de los individuos.
No es posible, en efecto, dejar de ver con Hartmann este
principio inconsciente en todos los hechos del instinto, de
la acción refleja, de la virtud curativa de la naturaleza, de
la sensibilidad, del carácter, de la producción orgánica, de
la moralidad, del pensamiento, del misticismo, de la histo-
ria, etc. Nosotros lo haremos ver también en los hechos
maravillosos: en la alucinación, en la sugestión, en el pre-
sentimiento, en la adivinación, en las apariciones y telepa-
tías, cuya causa inmediata es este principio.
El gran mérito de Hartmann consiste en haber hecho re-
saltar, con una copia de datos científicos enorme, la acción,
si conocida, mal comprendida hasta ahora, de lo incons-
ciente.
62 FILOSOFÍA

Dividía la psicología tradicional el estudio del hombre en


dos partes: alma y cuerpo, constituyendo dos vidas dife^
rentes, regida la primera por la fuerza psíquica ó anímica,
y la segunda por la fuerza vital, con una causa inconsciente,
cuyo estudio se encomendaba últimamente á la fisiología.
Se creía que esta causa inconsciente, sólo tenía influjo
sobre las funciones orgánicas, y que el alma, libre por su
naturaleza, tenía una esfera propia, independiente. El estu-
dio que emprendemos tendrá por resultado indirecto des-
hacer este error.
Establecíase, sin embargo, un lazo de unión entre el al-
ma y el cuerpo, como un hecho real, pero inexplicable co-
mo todos los hechos primitivos; hechos que, según se decía
en nuestras escuelas y universidades, debieran ser el límite
de nuestra curiosidad.
Se daban por locuras, aquí en España, ó por cosas ex-
travagantes y ridiculas, todas las hipótesis que para expli-
car aquella unión pudieran inventarse: todo, desde el me-
diador plástico de Cudworth y los espíritus animales de
la filosofía del siglo XVII, y el arqueo de Van Helmont y
la llama vital de Willis, hasta las causas ocasionales de la
escuela de Descartes y la armonía preestablecida de Leib-
nitz, se tenía por disparate, y no faltaba razón. Pero es el
caso, que hasta la intervención divina era desechada.
L a ortodoxia psicológica consistía en creer que Dios no
necesita mediadores plásticos ni cosa que lo valga, sino
que creó fuerzas, estas fuerzas creadas obran por sí, y á
estas fuerzas las dio Dios, por un decreto de su omnipoten-
cia, un poder eficaz, que la experiencia nos atestigua y que
nada nos autoriza á negar. Era cuestión cerrada.
L o inconsciente quedaba así relegado á las funciones or-
gánicas por un permiso especial del Creador. •
L a importancia transcendental que está llamado á tener
este principio en la explicación fenomenal, merecía cierta-
mente un nuevo y detenido estudio, y IonizoHartmann.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 63

El nombre de inconsciente que se le da, no puede ser


más acertado, porque nosotros, en efecto, sólo le conoce-
mos, aparte de sus manifestaciones, por esta cualidad ne-
gativa: es inconsciente para nosotros, es decir, no tenemos
conciencia de sus actos, que se ejecutan, sin embargo, en
nosotros y por nosotros.
Para Hartmann, este inconsciente que reside en todas las
criaturas, es Uno-Todo, como él le llama, y es un Dios es-
pecial.
A s í considerado en su propio ser, el Dios de Hartmann
es inconsciente también; es decir, no tiene conciencia de
sus propios actos.
Se comprende y entiende con toda claridad que Dios re-
sidiendo y actuando en las criaturas les sea insconsciente á
ellas, pero que sea inconsciente á sí mismo, que no tenga
conciencia de sus propios actos, cuando inspira por ejemplo,
los instintos previsores al animal, ó las celestiales armonías
á un compositor de ópera, no se concibe.
Hartmann sostiene que no debe haber inconveniente en
conformarse con su opinión después de hacerse cargo de
las razones que expone.
No pudiendo hacerse una idea positiva, dice, del modo
de conocer que puede tener Dios, se ve condenado á defi-
nirla en oposición con nuestra manera de conocer, con la
conciencia. Pero al quitar á Dios este predicado de la con-
ciencia, que según él, no haría más que rebajarle, le conce-
de una inteligencia que es superior á toda conciencia y que
pudiera llamarse supraconsciente. Esta inteligencia supra-
consciente no es ciega de ningún modo, antes al contrario,
tiene una intuición clarovidente, y su modo de conocer es
muy superior á la lenta y defectuosa reflexión discursiva
del hombre.
Hasta aquí todo va bien; y ningún hombre de juicio ten-
drá inconveniente en asentir á estas conclusiones, pues pa-
rece, en efecto, por más que nunca lleguemos á comprender
64 FILOSOFÍA

el modo de conocer de Dios, que ha de ser diferente del


modo de conocer del hombre.
El atributo de supraconsciente puede adoptarse sin escrú-
pulo; pero y a no es posible seguir á Hartmann, cuando afir-
ma en seguida: «que la intuición clarovidente de Dios, no
se ve á sí misma, y solamente ve su objeto, el mundo» ( i ) .
Es en él tan incierta y tan * i n pruebas esta afirmación,
que pudiera creerse que le fué arrancada por el temor de
romper abiertamente con las tradiciones de su escuela.
L a contradicción es tan grande que no se encuentra dis-
culpa. Confesar por un lado que la clarovidencia absoluta
del pensamiento inconsciente es infalible en la consecución
de sus fines; que los medios y los fines son cogidos por ella
en un solo instante y fuera de toda duración; que su segun-
da vista abraza á la vez todos los datos necesarios á la eje-
cución de sus designios; llamar en vista de esto, supracons-
ciente á esta sabiduría absoluta, y por otro lado, negarle
toda conciencia en cualquier forma; quitarle toda subjetivi-
dad al ser subjetivo por excelencia, y hacerle ciego para
sí mismo, después de dotarle de tan clarovidente intuición
para sus criaturas, son contrasentidos tan inexplicables que
no parece que debieran salir nunca de una inteligencia tan
clara como la de Hartmann.
Estas contradiciones tienen por causa la noción errónea
que se hace Hartmann, del Uno- Todo. Siendo Uno- Todo, es
difícil de concebir, en efecto, la distinción entre el sujeto
que conoce y la cosa conocida. La condición de la concien-
cia es distinguirse lo uno de lo otro. En esta ausencia de
toda comparación, de toda relación, de todo cambio; en esa
inmutabilidad absoluta, la conciencia no puede ser atributo
de Dios.
L a conciencia, se dice, reposando en la oposición del su-
jeto y del objeto, sería una imperfección en Dios. Y ade-

(i) Philosophie de Plnconscient. Tft. I, pág. 2 1 7 .


DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 65

más, con una conciencia así, absoluta, presente en todos los


individuos, puesto que se reconoce que el Uno- Todo vive y
reside en cada uno de ellos, ¿cómo podrían existir las con-
ciencias particulares? ¿no las ofuscaría con su brillo?
¡Qué modo de discurrir! ¡Como si Dios no pudiera reve-
larse á cada criatura según le conviniese!
No hay más razones que estas para negar la conciencia
á Dios.
De aquí ha salido el Dios en vías de hacerse de Hegel,
teniendo conciencia de sí, sólo en el hombre; y el Dios-hu-
manidad, por consiguiente, que fingen acatar y adorar hoy
todas las escuelas científicas.
No parece sino que están condenados los hombres á an-
dar por los extremos. Después de un Dios todo humano,
con ira, preferencias y pasiones, hemos llegado huyendo
del antropomorfismo, á una concepción filosófico científica
y teológica de Dios que nadie puede entender. Dios es un
ser, ó es una cosa absoluta, infinita, inmutable, Uno-Todo.
Este Uno- Todo de Hartmann es una consecuencia lógica de
los atributos anteriores; porque es claro: en lo absoluto, lo
infinito, lo inmutable, no puede haber relación ninguna en-
tre seres ni entre cosas, más que lo infinito, lo absoluto, lo
inmutable; Dios es todo y todo es Dios.
Pero ¿cómo es que de este fondo ininteligible y oscuro de
perpetua quietud, surgen las relaciones y la conciencia? Es
que la idea, se dice, pone otras ideas que llegan á ser otras
tantas realidades.
No se concibe, por supuesto, qué de lo inmutable y ab-
soluto salga nada; pero en fin, menester es contentarse con
esta explicación, porque saliese ó no de lo absoluto, es el
hecho que hay algo, que en sí ni por sí no es absoluto;
pues, aun suponiendo los seres sin objetivación respecto
de Dios y existiendo como tales ideas en la interioridad
de su ser, aun así y todo, Dios no puede menos de estar
lleno por dentro, de relaciones entre estas mismas ideas
5
66 FILOSOFÍA

de vivientes realidades que constituyen el Universo. Ahora,


toda la dificultad está en saber, si estas relaciones tienen
lugar solamente entre esas ideas realidades, sin tocar en la
inmutabilidad divina, ó si en algo la atañen.
Para esto, conviene distinguir si Dios es un ser de evo-
lución como la Idea de Hegel, que empieza en el ser puro,
ó un ser eterno sin.principio ni fin, sabiéndolo todo sin
aprender nada, es decir, sin mérito, sin trabajo, sin esfuer-
zo, inferior en esto á la más humilde criatura; que todo eso
supone la falta de evolución.
Si lo primero, entonces, el atributo de inmutabilidad es
un contrasentido, porque la evolución exige indispensable-
mente cambios; si lo segundo, entonces, la inmutabilidad
se parece bastante á la estupidez, que es también la incons-
ciencia de Hartmann. Pero la estupidez absoluta ó la incons-
ciencia de la Idea no se compadecen con la sabiduría abso-
luta que se le atribuye. Es, pues, una contradicción.
¿De dónde habrán sacado los metafísicos y después de
ellos, los hombres de ciencia, esta idea peregrina de que
puede haber pensamiento, sabiduría y .finalidad sin con-
ciencia ó sin algo que suponga un conocimiento de sí
mismo?
Una tímida hipótesis de lo inconsciente en este sentido,
empieza á vislumbrarse en Kant, y llega á ser en Hegel
una suposición evidente por sí misma, que no se toma el
trabajo de demostrar siquiera. Y sin embargo, la incons-
ciencia de la Idea en su ser, en sí, como él dice, bien nece-
sitaba ser explicada sin el menor equívoco y establecida
sobre sólidas razones.
Hartmann cree haber conseguido esto, y se equivoca; lo
que Hartmann ha demostrado hasta la saciedad, de un modo
evidente, ha sido (y por ello, la ciencia y la filosofía le de-
ben estar obligadísimas) lo inconsciente en los seres y á
los seres; pero lo inconsciente en el Ser, en la Idea, en
Dios, la carencia absoluta de conocimiento propio, en el
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 67

que siendo todo, lo conoce todo; eso no lo ha podido demos-


trar él, ni lo podrá demostrar nadie.
Si la Idea no llega á tener conciencia de sí, más que en
el hombre, y todo lo que no sea la conciencia humana es
inconsciencia, Dios como tal Dios, no existe, y en vano le
compara Hartmann al Dios de! deísmo. L a clarovidencia y
la sabiduría que se revelan en todos los actos de lo incons-
ciente , salen entonces de un fondo tenebroso, incompren-
sible , que nada significa ante la razón y el sentimiento. Un
Dios así, lo mismo da que sea inmutable ó no lo sea, que
tenga relaciones ó que no.
Pero, suponiendo que la idea tiene algo superior á la
COWÚQXÍQATIL,supraconsciente, como supone Hartmann,. enton-
ces , si las palabras han de tener alguna significación, lo su-
praconsciente ha de ser un conocimiento de sí mismo, su-
perior á la conciencia humana. ¿Por qué, entonces, se dice,
que sólo en el hombre se conoce? Otra contradicción.
Por otra parte, conceder á la Idea sabiduría absoluta
sin conocerse á si misma que es el todo, tampoco tiene ata-
dero ni conexión.
Dios, pues, será inmutable en cuanto se refiere al plan
evolutivo del mundo, concebido por él en un principio,
perfecto en la serie de sus cambios, sin más variación, en-
mienda, ni retoque; pero, como ser, en sus relaciones con
las criaturas, no lo puede ser.
Si la Idea no conociese á las ideas, ó si Dios no conocie-
se á sus criaturas, Dios y el mundo serían dos imposibles.
El instinto ¿ no es una prueba de conocimiento y relación?
¿ No dice Hartmann que es un impulso de lo supraconscien-
te? Pues ese impulso de lo supraconsciente sobre lo cons-
ciente , establece una relación entre uno y otro, y supone un
conocimiento del ser inferior por el superior y de éste por
sí mismo. ¿No es la sabiduría un conocimiento ? Es necesa-
rio, por lo tanto, que lo supraconsciente sepa y conozca
con toda precisión el grado de evolución en que está lo
68 FILOSOFÍA

consciente, para ayudarlo en su. justa medida por medio del


instinto, y que prevea infaliblemente las consecuencias de
este impulso, la fuerza que debe desplegar y la razón que
tiene para hacerlo.
Todo esto podrá ser intuición clarovidente en Dios, pero
la intuición clarovidente no es más que una evolución de la
reflexión. Se acaba por tener intuiciones á fuerza de ejerci-
tar la razón. L a intuición es el relámpago del razonamiento.
Sólo así podemos comprender los hombres el modo de co-
nocer de Dios. L o demás es reconocerle facultades sin ana-
logía, y por consiguiente, sin positividad alguna.
En la escala zoológica y en la especie humana, mejor co-
noce el mundo el .que mejor á sí mismo se conoce. Es una
ley. Sin conocimiento propio, sin conciencia, no puede ha-
ber conocimiento del mundo.
Siendo lo inconsciente, Uno-Todo, si conoce el mundo, se
conoce á sí, y conociéndose á sí, conoce el mundo; pero no
quiere decir esto que se conozca en el mundo; pues aunque
el mundo sea inferior á Dios, siendo Dios lo Uno-Todo, ha
de conocer el todo en lo uno, esto es, en sí; y es la conse-
cuencia verdadera.
De modo que, como quiera que se considere, Dios puede
ser llamado lo supraconsciente, pero no lo inconsciente,
cuando de él sólo, como Dios, se trata.
Si no fuera esta más que cuestión de nombres ó palabras,
poco importaría dilucidarla ó no, pero este concepto de lo
inconsciente es de lo más trascendental que darse puede en
la filosofía, y ha sido tan desconocido y olvidado, que bien
merece que se fije en él la atención, llamado como está,
según creemos, á ser la base de la metafísica del porvenir,
metafísica positiva, puesto que sobre hechos puede cimen-
tarse.
Inconsciente á los seres, supraconsciente en sí, debe ser
llamado, pues, ese principio de infalibilidad y de sabiduría
que se encuentra oculto más allá de la conciencia de los se-
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 69

res vivos, y ayudándoles, protegiéndoles, defendiéndoles en


medio de las peripecias y peligros de la vida, según el gra-
do de su desarrollo intelectual y la necesidad más ó menos
grande que de su auxilio tienen.
Decir que 'este concepto de lo inconsciente rio es cientí-
fico , será de ahora en adelante, como negar la luz. Los he-
chos maravillosos que hemos de examinar están impregna-
dos de inconsciente y son hechos científicos. Nosotros espera-
mos que la existencia científica dé este principio ha de que-
dar plenamente demostrada con la lectura de este libro; lle-
vando por delante siempre, la advertencia, de que incons-
ciente es para nosotros sinónimo de supraconsciente y de
divino, y sólo inconsciente á los seres.
CAPÍTULO VI

LO SOBRENATURAL

La negación de lo sobrenatural es hoy el principio fun-


damental de la crítica. Todos los escritores de las diferen-
tes escuelas científicas, lo mismo los que están dotados de
un espíritu profundamente religioso, como Laurent y Re-
nán, que los materialistas más acérrimos, como Buckner y
Moleschott, están conformes en que lo sobrenatural es un
error, es una mentira, es un engaño, una ilusión de la fe.
« No hay sobrenatural», dice Renán. « Desde que hay
»ser, todo lo que ha pasado en el mundo de los fenómenos
»ha sido el desarrollo regular de las leyes del ser; leyes que
»no constituyen más que un solo orden de gobierno: la na-
turaleza, sea física ó moral. Decir sobre ó fuera de las leyes
»de la naturaleza en el orden de los hechos, es decir una
«contradicción, como decir sobrediyino en el orden de las
«sustancias.»
Por su parte, los teólogos dicen que la negación de lo so-
brenatural es una verdadera locura, y defienden lo sobrena-
tural con testimonios históricos de autoridad, y repiten en
todos los tonos, poco más ó menos, lo que dice Bossuet en
72 FILOSOFÍA

su discurso sobre la Historia universal: Dios para hacerse


conocer en un tiempo en que la mayor parte de los hom-
bres le había olvidado, hizo milagros asombrosos y obligó
á la naturaleza á salir de sus leyes más constantes, mos-
trando de este modo ser él, el Señor absoluto, y que su vo-
luntad es el único lazo del mundo.
Para ver de qué lado está la sin razón, menester será
proceder de un modo que no sea el de los teólogos ni el
de los científicos; porque decir lo que dicen estos últimos;
manifestar, como Laurent ( i ) , por ejemplo, un santo horror
á lo sobrenatural, á causa de los crímenes, de las locuras,
de los errores que ha engendrado en el mundo esa funesta
creencia, como él la llama; recordar las hogueras de la In-
quisición y los dogmas para él absurdos del Catolicismo; y
deducir de todo ello que es falso lo sobrenatural, no es de-
cidir la cuestión.
¡Qué creencia, en efecto, no ha dado lugar á crímenes,
errores y locuras!
No es buen modo de razonar querer probar la falsedad
de una creencia por los abusos que pudo originar. No hay
una verdad, no hay apenas principio social ó religioso que
no haya producido crímenes, disturbios ó locuras. La liber-
tad, el derecho, la razón, la monarquía, la república, el
cristianismo, la idea de Dios... ¡Cuan mal entendido fué
todo esto, y cuantos crímenes, absurdos y locuras originó
también!
¿Podrá deducirse de ello que la libertad, el derecho, la
razón, son falsedades?
Y ya que para juzgar una creencia se hacen aparecer los
perjuicios que causó, justo será traer á colación sus bene-
ficios. Nadie ignora la influencia de las religiones en la cul-
tura humana, y nadie desconoce la intervención que tuvie-
ron en la conducta de los pueblos antiguos; pues bien; ha-

( I) Etudes sur l'Histoire de l'Humanité. T o m o X V I I , pág. 498.


DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 73

blar de religión en la historia, es hablar de lo sobrenatural,


porque toda religión histórica está fundada en esta creen-
cia. ¿Y no es la religión la que formó el carácter y domó la
fiereza salvaje de los primeros hombres?
Puede asegurarse, pues, en vista de ésto, que el bien
causado supera en mucho al mal.
Pero esta cuestión de utilidad no importa nada. Son úti-
les á veces los más grandes errores. No es lo esencial que
la verdad sea útil, sino que sea verdad.
¿Es verdad lo sobrenatural?
Veamos ante todo, cómo aprecia lo sobrenatural la más
inteligente escuela del positivismo, y si es cuestión tan re-
suelta como algunos creen, porque entonces sería tiempo
perdido debatirla.
«El modo positivo de pensar, dice Stuart Mili (i), no es
«necesariamente una negación de lo sobrenatural, sino que
«le rechaza al origen de todas las cosas. Si el Universo tuvo
«principio, este principio, por las condiciones mismas del
«caso, fué sobrenatural; las leyes de la naturaleza no pueden
«dar cuenta de su propio origen. El filósofo positivista que-
»da en libertad de formar su opinión respecto de esto, con-
»forme al peso que conceda á las marcas llamadas de de-
«signio.»
«El valor de estas marcas es á la verdad una cuestión
«para la filosofía positiva, pero no es cuestión sobre la cual
«los filósofos positivistas estén necesariamente de acuerdo.
«Es una de las equivocaciones de Comte no dejar nunca
«cuestiones abiertas. La filosofía positiva sostiene que, en
«los límites del orden existente del Universo, ó más bien, de
»¿a parte que tíos es conocida, la causa directamente deter-
«minativa de cada fenómeno es natural, no sobrenatural.
«Es compatible con este principio creer que el Universo
«ha sido creado y aun que es continuamente gobernado

(i) S T U A R T M I L L . Aug Comteet le positivisme. Trad. franc, pág. 1 5 .


74 FILOSOFÍA

«por una inteligencia, siempre que admitamos, que el go-


bernador inteligente se somete á leyes fijas, que no son
«modificadas ni contrariadas sino por otras leyes del mis-
»mo orden que nunca fueron derogadas por él de una ma-
»nera caprichosa ó providencial.
«Cualquiera que mire todos los acontecimientos como
«partes de un orden constante, siendo cada uno de estos
«acontecimientos el consiguiente invariable de algún ante-
«cedente, condición ó combinación de condiciones, éste,
«acepta plenamente el modo positivo de pensar, sea que
«reconozca ó no reconozca un antecedente universal del
«cual todo el sistema de la naturaleza fué originalmente
«consecuencia, y sea que este universal antecedente sea
«concebido como una inteligencia ó no.»
E s , pues, cuestión abierta, la cuestión de lo sobrenatu-
ral y vamos á estudiarla:
Es un principio de crítica admitido en la ciencia y en la
filosofía desde la época de David Hume: que « no hay tes-
»timonio que valga cuando se trata de probar un hecho que
«se realiza fuera de los límites de lo natural.»
L a ciencia rechaza, en efecto, los más respetables testi-
monios, siempre que pretendan afirmar algún fenómeno
que no sea perfectamente natural. La confianza que tienen
en aquel principio sabios y filósofos, descansa en el céle-
bre razonamiento de Hume contra los milagros. Los histo-
riadores y los críticos lo han aceptado como los naturalis-
tas y fisiólogos. A su sombra se han hecho los modernos
estudios, lo mismo en las ciencias morales que en las físicas.
Es ciertamente un poderoso razonamiento en la aparien-
cia, y así se concibe que haya ejercido una influencia tan
grande y pertinaz.
«Es la experiencia sola, dice Hume ( i ) , la que da auto-

(i) Essais et Traites sur divers sujets, por David Hume. Essai sur les
miracles. T . I I I , p. 1 1 9 á 1 4 5 . Bâle, 1 7 9 3 .
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 75

»ridad al testimonio humano, y la misma experiencia es la


»que nos atestigúalas leyes de la naturaleza. Cuando pues,
»estas dos clases de experiencia están en contradicción,
«nosotros no tenemos otra cosa que hacer sino excluir una
»de ellas y crearnos una opinión en uno* ú otro sentido, se-
«gún la seguridad que nos da el resto de la sustracción. En
«virtud del principio que acabo de sentar, ésta operación
«aplicada á todas las religiones populares conduce á su
«completa anulación. Nosotros podemos, pues, establecer
«corno máxima, que ningún testimonio humano puede va-
»ler bastante para probar un milagro y para servir de fun-
«damento legítimo á ningún sistema religioso».
Es decir, «que cuando se adquiere la prueba de que los
«desórdenes aparentes del universo no son más que las pul-
«saciones periódicas é intermitentes de un orden oculto que
«obra lentamente; cuando se ve que un examen repetido y
«minucioso no revela jamás solución de continuidad en la
«cadena de las causas y de los efectos; y que el edificio en-
»tero de nuestra fe reposa en la continuación de este or-
«den; debe exigirse á los que quieran imponer á nuestras
«creencias la admisión de interrupciones reales de este or-
»den de la naturaleza, que produzcan en favor de su opi-
«nión pruebas, cuya fuerza iguale ó supere á las que han
«fundado nuestra convicción».
Tal es el argumento esencial del célebre «Ensayo sobre
los milagros», tenido siempre por irrefutable. Desde enton-
ces, fué una regla absoluta de la crítica no citar en las rela-
ciones históricas hechos milagrosos, y la ciencia comenzó
á despreciar y á tener por ilusorio, falso ó producto de la
impostura, todo hecho que no estuviera conforme entera-
mente con el orden ya conocido de la naturaleza. En este
criterio se han inspirado hasta hoy, casi todas las obras de
crítica histórica y de filosofía científica. El método entero
se ha llegado á empapar en él de tal manera, que sería te-
nido por loco ó mentecato el que se atreviera á sacar á pía-
76 FILOSOFÍA

za un hecho extraordinario que se separase en un ápice de


lo natural conocido por los sabios.
«Mientras no se nos pruebe lo contrario, dice Renán en su
«introducción á la Vida de Jesús, nosotros mantendremos
«estos principios d e crítica histórica: que un relato sobre-
«natural no puede admitirse en tal concepto, porque impli-
»ca siempre credulidad ó impostura, y que el deber del his-
«toriador consiste en desmenuzarle y en separar con esme-
»ro la parte verídica que en él se halle mezclada con el
«error».
En esta especie de anatema que las escuelas científicas
han fulminado contra lo sobrenatural, se han olvidado de
una cosa que recomienda mucho el más reputado, acaso, de
sus maestros, el ilustre Herbert Spencer, y es: el alma de
verdad que hay en las cosas falsas.
Las creencias que, como lo sobrenatural, se mantienen
vivas en la humanidad y son casi universales, le inspiran
gran respeto.
«Si admitimos, dice, que las probabilidades están siem-
«pre en favor de la verdad, ó al menos, de la verdad par-
«cial de una convicción, debemos reconocer según las más
«grandes probabilidades algún fundamento á las conviccio-
n e s poseídas por un gran número de individuos. Las ideas
«falsas eliminadas deben dejar al juicio general un aumento
»de valor.
»Yo quisiera poner en claro una verdad más general, que
»nosotros nos inclinamos á pasar por alto, y es, que las
acreencias más opuestas tienen de ordinario un principio
»común, y que si este principio no debe ser admitido como
«una verdad incontestable, se le puede, no obstante, conce-
»der la mayor probabilidad.
»Cuando un postulado como el que acabamos de encon-
»trar, añade (este postulado es la necesidad de alguna su-
sbordinación, extraído como alma de bondad de las muchas
«teorías políticas), no es afirmado con conciencia, sino im-
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 77

»plícitamente, y como sin saberlo, y esto no solamente por


»un hombre ó una sociedad, sino por numerosas socieda-
»des que difieren de mil y mil maneras por sus otras creen-
»cias, posee una certeza cuya fuerza supera la de los otros.
»Cuando el postulado es abstracto y no reposa sobre una
»experiencia concreta común á la humanidad entera, sino
»que, implica una inducción sacada de un gran número de
»experiencias diferentes, podemos decir que su certeza le
»coloca al lado de los postulados de las ciencias exactas».
¿No se halla en este caso la creencia universalmente ex-
tendida de lo sobrenatural?
Nosotros no podemos hacer nada mejor que recomendar
la lectura de Los primeros principios, de Spencer, á los
hombres de ciencia y á los filósofos que parecen olvidarlos
ó desconocerlos. Allí encontrarán perfectamente probado
que, en las opiniones que parecen absoluta y radicalmente
malas, hay siempre algo bueno, y verán indicado el méto-
do que debemos emplear para sacar lo verdadero de lo
falso.
Este método consiste en comparar todas las opiniones
del mismo género; en poner aparte como arruinándose mu-
tuamente , más ó menos, esos elementos especiales y con-
cretos que producen el desacuerdo de las opiniones; en ob-
servar lo que queda después de la eliminación de esos ele-
mentos discordantes, y en encontrar por este residuo una
expresión abstracta que permanezca verdadera en todas sus
modificaciones divergentes.
Si, según estas reglas del método positivo, quisiéramos
sacar el alma de verdad ó de bondad que puede tener esta
creencia de lo sobrenatural, veríamos que, así como entre
las diferentes creencias religiosas llega Herbert Spencer á
descubrir la existencia de un misterio absoluto en el que
todas están de acuerdo, así también de todas las narracio-
nes, cuentos, leyendas y casos maravillosos, tenidos por so-
brenaturales en todos tiempos y por todas partes, se pue-
78 FILOSOFÍA

de deducir que hay algo invisible y desconocido, pero efec-


tivo y capaz de producir fenómenos extraordinarios que no
pertenecerán precisamente al orden natural ya conocido.
Partiendo, pues, de la universalidad de esta creencia, el
argumento de Hume pierde toda su fuerza y se refuta bien.
Esa universalidad no necesita pruebas; la historia anti-
gua y la etnología moderna la confirman. Los que duden
de ella pueden leer la obra del etnógrafo positivista inglés
Edward B. Tylor para convencerse de que la creencia en
lo sobrenatural es una creencia universal.
Por consiguiente, el testimonio que afirma lo sobrenatu-
ral es tan universal, puede decirse, como el que afirma la
invariabilidad y constancia de las leyes naturales, y estos
dos testimonios se equilibran sin que apenas quede el resto
de sustracción que Hume pretende, porque ya no es un solo
testimonio afirmando lo sobrenatural únicamente, lo que se
ha de restar del testimonio universal que certifica la regu-
laridad y fijeza de las leyes naturales, sino que todos los
testimonios que en el mundo han afirmado y afirman lo so-
brenatural, se han de oponer y pesar enfrente de los que
aseguran la inmutabilidad de las mismas leyes. Esto sólo
bastaría para deshacer el argumento de Hume, que en úl-
timo extremo no se funda más que en la oposición de un
testimonio universal á un testimonio individual; pero hay
más: al conceder á ese testimonio universal de la invariabi-
lidad de las leyes de la naturaleza el carácter de tal, se ha
concedido más de lo que podía concederse, porque la inva-
riabilidad de las leyes naturales nunca puede ser objetó de
testimonio, siendo la vida humana y el período histórico de
tan corta duración para poder observar una serie tan com-
prensiva como es la regularidad indefinidamente continua
de aquellas leyes. Impropiamente, pues, ha llamado Hume
testimonio á lo que sólo puede considerarse como una pre-
sunción lógica ó una hipótesis racional.
Tenemos, pues, una suposición bastante bien fundada,
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 79

que establece una creencia general en la invariabilidad de


las leyes naturales, enfrente de un conjunto de testimonios
innumerables que da origen á otra creencia, no menos ge-
neral, en la falta de regularidad y fijeza de aquellas leyes,
es decir, en lo sobrenatural.
Cada uno de los testigos que afirman la regularidad de
las leyes, sólo puede asegurar la existencia de esa regula-
ridad, durante su propia vida, y respecto de la pequeña
parte de fenómenos que, en el sitio ocupado por él en el es-
pacio, le fué dado observar. Esta clase de testimonios es,
pues, insuficiente para probar la regularidad evi-eterna de
las leyes; y aunque esta especie de testimonios sea todo lo
universal que se quiera, de nada sirve para demostrar una
regularidad que puede verse interrumpida en tiempos y lu-
gares donde no llega la observación. Por el contrario, los
testimonios que afirman la irregularidad se limitan á ates-
tiguar un hecho irregular visto ó presenciado por ellos,
pura y simplemente. Es indudable que estos testimonios
tienen un carácter de suficiencia que no puede concederse
á los anteriores. A s í , profundamente considerada la cues-
tión , quedan sin duda en peor lugar los paludarios del or-
den natural que los del sobrenatural; pues estos últimos
pueden dar testimonio ó tener experiencia de un hecho con-
trario á la regularidad de las leyes, si es que afecta sus sen-
tidos, mientras que los otros no afirman hecho determina-
do alguno, sino una sucesión lógica, regular, cuya duración,
alteraciones y cambios periódicos irregulares, si los tuviese,
no podrían conocer, dada la cortedad de la experiencia hu-
mana.
Un hecho irregular, maravilloso y que contradice la in-
variabilidad de las leyes de la naturaleza, puede ser, ocu-
rriendo, objeto de testimonio; mas, una ley natural nunca
puede ser atestiguada invariable, sino en hipótesis. Es la
diferencia.
Contra el testimonio del hecho sobrenatural, sólo puede
8o FILOSOFÍA

oponerse la suposición de la invariabilidad de las leyes na-


turales.
De un lado, pues, tenemos una suposición, y del otro, un
testimonio; siendo las dos creencias, en la regularidad y en
la irregularidad, universales. De las excepciones de universa-
lidad, no hay que hacer caso. Toda creencia universal tie-
ne su negación en el estado errático. Es lo que sucede á
la creencia en lo sobrenatural, negada por los críticos y
sabios.
Reducida la cuestión á los dos términos, no falta más que
hacer esta pregunta: ¿Cuál es mejor fundamento de certe-
za : una suposición ó un testimonio?
Si el testimonio, la cuestión es resuelta, y el razonamien-
to de Hume es un error.
L a fuerza de este razonamiento consiste precisamente en
poner una suma incontrastable de valores (conjunto univer-
sal de testimonios afirmando el orden natural) enfrente de
un hecho maravilloso, aislado y apoyado por unos pocos
testigos.
En este caso conserva toda su fuerza el argumento; pue-
de decirse, en efecto, que está en proporción del infinito
á cero, ó poco menos. Pero no es esto lo que hay que com-
parar, sino la creencia en el orden natural con la creencia
universal también, en el orden sobrenatural. Creencia uni-
versal por creencia universal, ¿á qué queda reducida la fuer-
za del argumento? A cero.
Teniendo en cuenta, ahora, que esta creencia universal
en lo sobrenatural, como toda creencia de este género, ha
de tener un alma de verdad, los hechos particulares incluí-
dos en ella deben ser apreciados y respetados y a , como
posibles. Un milagro, pues, deja de ser por eso mismo, in-
creíble y despreciable, pudiendo ser manifestación de una
ley, si no sobrenatural precisamente, desconocida á nuestra
experiencia, y parte del alma de verdad de la creencia. Lue-
g o , un milagro es posible, probable y hacedero dentro de
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO '8l

un orden desconocido, pero creído, llámese sobrenatural ó


como se quiera.
No tienen razón, pues, la ciencia ni la crítica histórica,
para negar todo valor á un hecho milagroso, como produc-
to siempre de la impostura; y aquella regla absoluta de la
crítica que á ello les obliga, está en abierta oposición, como
acabamos de ver, con el mismo método positivo.
Una verdadera regla de crítica histórica y científica debie-
ra ser, no ocultar ni despreciar ningún hecho por inverosímil
ó maravilloso que parezca ante la opinión del sabio ó del his-
toriador. No deben someterse los hechos, de antemano, á
juicio prematuro, porque toda opinión puede ser falsa y toda
crítica estrecha; y hechos se habrán ocultado ya segura-
mente , que hubieran podido tener gran transcendencia, de
no haber sido tan ligeramente juzgados imposibles.
Dejar de registrar un hecho por creerlo improbable ó por
temor á la crítica, como hoy sucede, que ya nadie se atre-
ve á contar ni escribir hecho ninguno, que de lo natural or-
dinario y conocido se separe, es estancar la ciencia, desfi-
gurar la historia, y secar las mejores fuentes de la poesía,
sumiendo la vida en grosera realidad y dejando el alma
sedienta como carabana sin agua en el desierto.
Si aplicando á la historia el método de David Hume se
prefiriese siempre un testimonio que pareciese probable á
otro que no lo fuese tanto, muy mala había de resultar la
tal historia. Si sólo se admitiesen en ella fenómenos proba-
bles á juicio de una crítica naturalista y ordinaria, por ejem-
plo, se perdería seguramente la explicación de todos los
movimientos religiosos de la humanidad.
No quiere decir esto que se acepten como verdaderos
todos los testimonios; sería absurdo; pero sí, aquellos, cuyo
juicio sano, percepción clara y honradez escrupulosa, hacen
el testimonio verdaderamente incontrovertible, por más
que afirmen cosas ó sucesos extraordinarios.
El hombre, á no ser cuando motivos egoístas ó malicio-
6
82 FILOSOFÍA

sos se lo impiden ó cuando una enfermedad como la histeria


vicia su razón, prefiere siempre la verdad á la mentira. No
hay razón alguna que prohiba la aceptación de un testimo-
nio, porque los hechos sean excesivamente improbables. Las
leyes á que obedece el pensamiento nos llevan á admitir las
cosas increíbles cuando están bien atestiguadas. No puede ne-
garse nunca en principio la validez del testimonio humano;
y no hay cosa, por improbable que se suponga, que no quepa
dentro de la posibilidad. Las ciencias mismas lo reconocen
así: se aceptan provisionalmente proposiciones improbables,
hasta que quede demostrado lo contrario por la reducción
á lo absurdo; en matemáticas se admite, sin inconveniente,
que la línea recta puede cortar una circunferencia en más
de dos puntos. Esta creencia provisional de lo improbable
es de necesidad absoluta en la ciencia y en la filosofía, si
no han de permanecer estacionadas. El desprecio de los
testimonios improbables es, por lo tanto, infundado y muy
perjudicial.
«Aunque todo París, dice Diderot en sus Pensamientos
»Filosóficos, me asegurase que un muerto acaba de resuci-
t a r , y o no lo creería de ningún modo. Que un historiador
»se haga cómplice de una impostura ó que todo un pueblo
»se engañe no son prodigios».
Es decir, que es más fácil que se engañe un pueblo en-
tero, que suceda un milagro.
Este parecer de Diderot no es más que una reproducción
de este otro de Hume: «Los hombres pueden engañar ó
»ser engañados, antes que las leyes de la naturaleza sean
«violadas.»
Desde luego se ve,que la fuerza del argumento que en-
vuelven estas dos opiniones, estriba toda en la regularidad
y fijeza de las leyes naturales; pero la de Diderot, en el
modo de exponerla, se presta á confusiones: un pueblo
puede engañarse en la apreciación de la verdadera muerte
de un hombre; y siempre será lo más prudente y juicioso
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 83

•creer que el hombre no estaba realmente muerto, si es que


volvió á la vida. Esta clase de testimonios de muertos re-
sucitados deben descartarse, por lo difícil que es probar la
muerte. Si se cambia, pues, el ejemplo maravilloso del ar-
gumento, se ve que pierde su fuerza. Tan difícil es, en efec-
to, que un pueblo entero asegure la aparición materializada
y visible de un espíritu, ángel ó demonio, como la resurrec-
ción de un muerto; y, sin embargo, en este caso, ya no sería
prudente y juicioso despreciar el testimonio de un pueblo
entero; por lo menos, procuraría indagarse la causa que pudo
dar motivo á una ilusión tan grande; pero de no encon-
trarla, y en presencia de testimonios tan numerosos y con-
testes: hombres de respeto, sabios, magistrados, filósofos
y grandes personajes, incrédulos y creyentes, escépticos y
ateos, en fin, lo que todo París encierra de ilustrado y serio,
el mismo Diderot, á pesar de su prejuicio, creería sin duda;
y si no creyese, daría prueba de no tener bien organizada
su cabeza, porque, después de todo, el conocimiento que de
la regularidad y constancia de las leyes naturales pudie-
ra tener, 110 basta para aniquilar un testimonio tan grave
y numeroso, tanto más, cuanto que el hecho maravilloso
bien podría realizarse sin violar las leyes de la naturaleza,
obedeciendo á alguna otra ley natural desconocida. Esto es
lo que un hombre de juicio pensaría, y esta ley desconoci-
da es la que procuraría buscar antes de negar el hecho y
de dar patente de locura ó mala fe á más de un millón de
personas cuerdas y sensatas. No hacerlo así, es empeñarse
locamente en saberlo todo; es creerse posesor de todos los
secretos de la naturaleza, y es elevar su ciencia con fatuo
orgullo sobre el poder superior que preside esta divina y
admirable creación. El día en |que la ciencia diga y de-
muestre que conoce todas las leyes de la naturaleza sin
faltar una, ese día tendrán sus hombres el derecho de negar
todo hecho maravilloso; negarlo antes, es dar pruebas de
una maliciosa sencillez verdaderamente rústica.
84 FILOSOFÍA

«Cuando la gente, dice Froude ( i ) , cuenta tan maravi-


l l o s a s historias, debemos contentarnos con sonreír sin salir
»de nuestro camino á examinarlas».
Es la misma actitud de indiferencia profunda con que el
aldeano oye contar los esplendores de la corte, ó ponderar
el tamaño de los astros ó la velocidad con que corre la tie-
rra por segundo. También sonríe con lástima de los que le
tienen por tan crédulo.
Alardear de conocerlo todo; negar los hechos á despecho
de los mejores testimonios; decir á Dios, á la naturaleza ó
á las fuerzas inteligentes y misteriosas de la creación: «no
podéis hacer eso; no pasaréis de aquí» implica la más gran-
de ignorancia unida á la soberbia más monstruosa. Así, esta
cuestión de lo sobrenatural, planteada de una manera ab-
soluta en la ciencia y en la teología: afirmando ésta, en ab-
soluto, lo sobrenatural, y negándolo aquélla también en ab-
soluto, no puede dar lugar sino á una tautología sin resul-
tado alguno; porque, después de todo, que el fenómeno
maravilloso esté dentro ó fuera de la naturaleza importa
poco; ni nadie sabe positivamente si hay límites de cuali-
dad ó cantidad en la naturaleza. La cuestión por este lado
es irresoluble, como todas aquellas en que se habla de lo
que nadie sabe, ni es posible que sepa. Lo que importa sa-
ber es, si puede haber hechos maravillosos; que una vez
esto averiguado, que el milagro sea natural ó sobrenatural
es lo de menos.
El carácter esencial de todo hecho maravilloso, no es el
de ser sobrenatural, sino el de ser producido por fuerzas ó
poderes misteriosos y leyes desconocidas. L o sobrenatural,
si es que existe, quedará siempre muy por encima de los
alcances hnmanos. Nosotros, por dar gusto á la ciencia, va-
mos á partir del supuesto: que no hay sobrenatural, y que
Dios mismo está incluido y encerrado en la naturaleza, lo

( I ) . Froude S/iorí Studes of Theological dificulties, pág. 2 2 6 .


DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 85

•cual en nada perjudicará, estamos seguros, á la prueba de


su existencia hipotética.
Los fenómenos tenidos por sobrenaturales deben ser,
pues, considerados y definidos en buena lógica, como fenó-
menos producidos en condiciones extraordinarias y en vir-
tud de leyes desconocidas, cuyos efectos pueden contrarres-
tar ó suspender los de las leyes conocidas, marcando así el
carácter maravilloso á causa de nuestra ignorancia. No hay
•derecho á considerarlos de otro modo.
Declarar un fenómeno sobrenatural es tanto como decla-
rar que se conocen los límites del poder de la naturaleza,
los cuales nadie puede jactarse de conocer. Despreciar un
hecho por sobrenatural es hacer caso de los que así lo cla-
sifican , y abandonar su estudio porque otros lo han estu-
diado mal. Teólogos y sabios afirman y niegan por consi-
guiente, más de lo que pueden afirmar y negar.
Convertido de este modo lo sobrenatural en supracientí-
fico, no hay motivo ya para negarlo, pues la ciencia está
muy lejos de tener la clave de todas las leyes que pueden
regir el Universo. La ciencia, como quien dice, está en man-
tillas, y lo estará siempre, por mucho que adelante, en re-
lación con la infinidad del Universo. Querer saberlo todo en
este pequeño planeta que habitamos, es una pretensión más
loca, que querer averiguar el contenido de un libro, leyendo
un solo renglón.
CAPÍTULO VII

E L MILAGRO

El error científico y el error religioso son bien visibles


ahora: los sabios creen el milagro imposible, porque los
teólogos lo tienen por sobrenatural, y los teólogos lo creen
sobrenatural, porque los sabios lo consideran imposible en
la naturaleza.
Es preciso, pues, demostrar á unos y á otros, la posibili-
dad del milagro natural, y que el carácter esencial de lo
milagroso no consiste en ser sobrenatural, sino en ser mis-
terioso y desconocido.
A propósito de esto, pueden leerse las agudas insinuacio-
nes que se le ocurren á Tomás Carlyle en su humorístico
libro « Sartor Resartus » ( i ) :
«Profunda ha sido y es, dice, la significación de los mi-
l a g r o s , mucho más profunda acaso de lo que se imagina.
»Tal vez sea la cuestión de las cuestiones.
«¿Qué tiene de particular un milagro?
«Para el olandés R e y de Siam, un cerrión ha sido un mi-
«lagro. El que haya llevado consigo una bomba de jabón ó

( I) Carlyle. Sartor Resartus. Natural supernaturalisme. Cap. VIII.


London, 1 8 6 9 .
88 FILOSOFÍA

»un frasco de éter vitriólico pudo haber hecho milagros entre


»ciertas gentes. Para mi caballo que desgraciadamente es
»menos científico aún que estos salvajes ¿no obro yo un mi-
»lagro, una especie de mágico: Sésamo ábrete, cada vez que
»tengo el gusto de pagar dos peniques para que se abra el
«infranqueable portazgo?
»Pero un milagro real y verdadero ¿no es simplemente la
«violación de las leyes de la naturaleza, preguntarán algu-
»nos? A quienes yo contesto por esta nueva cuestión ó
»pregunta:
«¿Qué son las leyes de la naturaleza?
«Para mí, acaso, la resurrección de un muerto no es una
«violación de estas leyes, sino una confirmación.
»Pero la más profunda noción de ley de la naturaleza
»¿no es que sea constante? grita una ilustrada clase.
«Probablemente, sí, mis buenos amigos; pues yo debo
«creer que el Dios de quien los antiguos hombres inspirados
«afirman no tener variación ni sombra de cambio, jamás
«cambia en efecto; y que la Naturaleza, que el Universo,
«al cual no se puede impedir á nadie llamarlo máquina
«si bien le parece, debe moverse por reglas inalterables.
«Pero, ahora, volveré yo á mi vez á la anterior pregunta:
«¿Cuántas de estas mismas inalterables reglas que forman
«el libro completo de los Estatutos de la Naturaleza, habrá
«por ventura?
«Ellas están escritas en nuestros trabajos de ciencias,
»decís, en los acumulados recuerdos de la experiencia del
«hombre. ¿Estaba el hombre entonces, presente en lacrea-
«ción, para ver todo lo que allí sucedió?»
El más sorprendente milagro puede, en efecto, conce-
birse como natural, si se comprende á Dios presente en la
naturaleza, dueño de la fuerza, actuando en todo.
L a misma resurrección de un muerto deja de ser enton-
ces una cosa tan estupenda como parece á muchos.
Si una medicina, obrando dinámicamente, puede dar la
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 89

salud á un moribundo, Dios ¿no podrá disponer de otra pe-


queña fuerza para dar al cadáver movimiento y vida?
¿Ha de tener El menos poder que algunos pocos miligra-
mos de aconitina?
Pero mientras queda un resto de vida, la vuelta á la sa-
lud es naturaj, se dice; en tanto que un cadáver no puede
resucitar sin sobrenatural milagro; la ley es inmutable.
¡Otra vez la inmutabilidad! ¡Bah! El conocido autor de
la máquina de calcular, Carlos Babbage, ha demostrado en
un curioso libro, que se puede construir una máquina tal,
que después de haber funcionado durante largo tiempo de
una manera regular, puede de repente presentar un extra-
vío y recobrar en seguida su regularidad primera sin volver-
se á desviar de ella después. De aquí sacaba él en limpio,
que una derogación aparente de los procedimientos físicos
de la naturaleza es enteramente compatible con la ¡dea fun-
damental de ley.
Por eso hace notar Jevous ( i ) «que si semejantes ocu-
rrencias pueden entrar en el designio de un artista huma-
»no, está ciertamente en manos del artista divino dirigir ta-
»les desviaciones de la-ley en el mecanismo de los átomos
»ó en el edificio celeste.»
Y es bien razonable y sensato creer, ya que con una má-
quina suele compararse el Universo, que no ha de ser infe-
rior á la máquina de Babbage.
Hay quien se asusta, sin embargo, de las consecuencias
que este modo nuevo de ver las cosas pudiera ocasionar.
¿Qué sena, se dice, de la firme seguridad y confianza
que en nosotros infunden la regularidad y constancia de las
leyes naturales que sirven de partida á todos nuestros pro-
pósitos y cálculos, si eso fuese cierto? Nuestra inteligencia
quedaría confundida y desequilibrada. Y a no se sabría qué
pensar del mundo, ni de la ley, ni de los hechos. Esto se

(1) PH/itipits ,>/ Science, vol. II, pág. 438.


90 ' FILOSOFÍA

convertiría en una especie de magia, de la cual nada posi-


tivo, cierto y seguro se podría sacar.
Poco á poco, señores; nuestra inteligencia, si bien un
poco conmovida de pronto por el aparente quebrantamien-
to de la ley, volvería á recobrar en seguida su equilibrio,
con sólo echar á un lado la antigua preocupación de la má-
quina absolutamente regular é inmutable, y suponer que un
hecho tan extraño dependería á su vez de un orden natural
también, aunque desconocido. Con esto sólo llegaríamos á ver
el. hecho portentoso con admiración, sí, pero sin terror ni
confusión. Después de todo, los hechos prodigiosos y desco-
nocidos no son tan ordinarios, ni suspenden tan á menudo
el curso de las otras leyes naturales, que den motivo á per-
der la confianza que con su constancia nos inspiran éstas.
L a piedra, abandonada en el aire, cae siempre al suelo;
mas si alguna vez no cayese y se elevase, ó se quedase
quieta, no habría por qué asustarse ni desconfiar de nues-
tra inteligencia, ni perder la fe en el orden universal; bas-
taría para nuestra tranquilidad suponer otra ley natural y
perteneciente al mismo orden universal, pero desconocida,
y actuando en condiciones que no hemos tenido ni ocasión
ni tiempo de apreciar.
Nuestros cálculos y nuestras inducciones pueden seguir
fundándose en lo conocido, y nuestra inteligencia conservar
sus métodos. ¿De qué otro modo vivieron en el mundo pue-
blos, á quienes tanto deben las ciencias y las artes, como
los griegos, los egipcios, los árabes, sino creyendo en el
milagro, en la irregularidad y falta de fijeza de las leyes?
¿Les fué peor por eso? Pero realmente el milagro no supo-
ne esa irregularidad ni falta de constancia en las leyes na-
turales; y como dice Spinoza, «un milagro no puede tener-
»se por tal, sino en el concepto humano, ni significa otra
«cosa más, que un fenómeno cuya causa natural no pueden
«explicar los hombres por analogía con otros fenómenos
«semejantes que habitualmente observan.»
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO g i

Esto simplifica mucho la cuestión por un lado, que es el


de la ciencia, pero por el otro, que es el de la religión, el
milagro significa mucho más de lo que Spinoza se figura;
porque es preciso entonces atender á las circunstancias en
que intervino el milagro y á las condiciones sociales del
medio en que se realizó, para comprender toda su impor-
tancia.
Cuando el hecho maravilloso coincide con su necesidad,
esto es, cuando viene oportunamente á confirmar una opi-
nión religiosa ó á autorizar un elevado carácter, entonces,
si esta coincidencia tiene buenos y fuertes testimonios, la
intervención de un poder superior inteligente parece ya in-
dudable.
Spinoza no dejó de comprender esta consecuencia de la
oportunidad y coincidencia del milagro, pero «como un mi-
l a g r o , dice, no puede dar idea más que de un poder limi-
t a d o , por grande que se le suponga, es imposible remon-
»tarse de un efecto de esta naturaleza á la existencia de
»una causa infinitamente poderosa. Lo más que puede in-
»ducirse es que hay una causa superior al efecto inducido.»
Basta eso; porque la coincidencia del milagro prueba que
esa causa superior es inteligente.
Pero esa' coincidencia, se dirá, ¿cómo se prueba?
Fácilmente. Admitida la posibilidad de lo maravilloso
por la existencia innegable de lo desconocido, es preciso
aceptar para los milagros las mismas pruebas y los mismos
testimonios que para los otros hechos naturales.
Los milagros históricos son, pues, probables; sino tan
probables como la conquista de las Galias por César, ó la
muerte de Alejandro en Babilonia, tanto por lo menos co-
mo los hechos de segundo ó tercer orden, como el destie-
rro de Ovidio al Ponto, ó la entrevista de Diógenes y Ale-
jandro.
Es preciso ser lógicos. No hay sobrenatural, se dice;
pues bien, sea; pero hay siempre leyes desconocidas, y por
92 FILOSOFÍA

consiguiente, hechos maravillosos; y habiendo hechos ma-


ravillosos, las apariciones de Jesús, por ejemplo, después
de crucificado y muerto, son probablemente ciertas, y pue-
den ser una confirmación providencial de su doctrina.
Esta es la coincidencia. Debe recordarse, sin embargo,
que doctrinas opuestas han obtenido la misma confirmación
milagrosa, según las necesidades de los tiempos.
Por lo demás, Spinoza tiene razón en que el milagro no
prueba la existencia de un poder infinito; pero si no es
Dios ó no es infinito ese poder, para el caso es como si lo
fuera. Si tan lejos se ha de llevar la impertinencia, nada
queda en el mundo que pruebe lo infinito.
Es verdad que la categoría de infinito no tiene conse-
cuencia moral de ningún género.
Es bien chocante que estando tan conformes en el modo
de considerar el milagro los sabios y los teólogos, salga la
guerra de esta misma conformidad.
La teología y la filosofía científica aceptan en el fondo la
misma definición, que es la de Hume.
«El milagro, dice éste, es la violación de las leyes de la
«naturaleza ó la trasgresión de una ley de la naturaleza
»por una voluntad particular de la divinidad ó por la inter-
v e n c i ó n de algún agente invisible.
«Debe haber, añade, en oposición al acontecimiento mi-
l a g r o s o , una completa conformidad de experiencia. Sin
»esto no merecería el nombre de milagro.
»Ahora, como una experiencia uniforme equivale á una
«prueba, se sigue que la existencia de todo milagro tiene
»en contra de sí una prueba directa y completa; y una
«prueba de esta naturaleza no puede ser destruida, y el
«milagro no puede ser creíble, sino por una prueba contra-
«ria que le sea superior.»
Toda la fuerza de su argumentación general va envuelta
en estos renglones anteriores. Pues bien; si el milagro es
una violación de una ley de la naturaleza; y si una ley de
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 93

la naturaleza es, como la define Hume, una experiencia cons-


tante y verificada de los hechos, tendremos que, por cons-
tante verificación, podrán formularse así estas leyes: el
hombre muere, el agua moja, el plomo cae, el fuego que-
ma, etc., etc., y que la violación ó trasgresión de cualquie-
ra de estas leyes será un milagro, según Hume y según
todos los que le siguen.
Vamos á ver cómo conduce al absurdo este modo de
razonar: un día se encontraron los sabios antiguos con un
cuerpo, el amianto, que se resistió á la acción del fuego;
la violación de la ley: el fuego quema, era evidente. Los
sabios de aquel tiempo, discurriendo lógicamente, tomaron
el amianto por cuerpo milagroso; le atribuyeron propieda-
des mágicas y sobrenaturales; el médico Anexilao afirma
que, puesto alrededor de un árbol, embota y hace imper-
ceptible el ruido de los golpes del hacha; se le llamó
amiantos, puro, y asbestos, inextinguible; envolvían en su
tejido á los muertos, como dotado de maravillosa influen-
cia, y el cadáver se quemaba dentro del tejido sin que éste
sufriese lo más mínimo. Si los sabios de ahora se encontra-
sen por primera vez con el amianto, ¿qué harían?
No relegarían seguramente á la fábula el amianto, ni ne-
garían el hecho por maravilloso; y sin embargo, la viola-
ción de la ley natural es manifiesta; pero así y todo, en-
sancharían la ley; buscarían condiciones nuevas de expe-
riencia; someterían el amianto á la acción del soplete, y
el amianto se fundiría como los otros cuerpos.
Pues, todo esto, que es lo que hicieron, fué proceder sin
lógica; porque una vez definido el milagro, violación de
una ley, y definida la ley, experiencia constante, el amianto
para ellos, debió ser siempre cuerpo milagroso y quedar
eternamente reputado y negado como tal. Nada de ensayos
para reducirlo á fusión; ni verlo, ni querer oir de él, como
no quieren oir hablar hoy de los hechos maravillosos, era
la conducta que los severos y absurdos principios de su
94 FILOSOFÍA

crítica debieran imponerles. Y sino despreciaron el hecho


del amianto que era una violación manifiesta de una ley
natural, ¿por qué desprecian los otros hechos maravillosos,
que, como el amianto se fundió al soplete, podrán ser redu-
cidos también por el examen á hechos naturales?
Admitir con mala intención las definiciones teológicas
del milagro es exponer la ciencia á una verdadera parálisis,
suponiendo estúpidamente, que se ha hecho ya dueña de
todas las condiciones en que pueden presentarse los fenó-
menos; que conoce todas las modificaciones que pueden
sufrir los cuerpos y los organismos; que ha hecho el inven-
tario exacto de todas las leyes que rigen la naturaleza uni-
versal. Esto sería el fin de la ciencia.
El error de sabios y de teólogos consiste pues, en haber
dado al milagro un calificativo indemostrable, llamándolo
sobrenatural.
Esto fué causa al mismo tiempo de dos graves males:
del descreimiento científico, y de la excesiva credulidad
religiosa, que hizo extensivo el milagro como dependiente
de un poder arbitrario y extralegal, á casos bien inverosí-
miles y algunas veces ridículos.
Cuando se cuenta, por ejemplo, que un muerto resucitó,
y se afirma, sin detenerse apenas en la prueba, que este
hecho es un milagro del orden sobrenatural, no debe ex-
trañarse que el hombre de ciencia acostumbrado á compro-
barlo y á verificarlo todo, caiga en el extremo opuesto, y
niegue hasta la posibilidad del hecho y la existencia de lo
sobrenatural.
Y sin embargo, la resurrección de un muerto no es más
imposible que la incombustibilidad del amianto, ó la atrac-
ción del hierro por el imán, ni probaría la existencia de lo
sobrenatural, ni la violación de las leyes de la naturaleza.
«Es un milagro, dice Hume, la vuelta á la vida de un
»hombre muerto, porque esto no ha sido observado en
«ningún tiempo ni en ningún país.»
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 95

Es decir, porque no ha sucedido nunca una cosa, no debe


suceder jamás; puesto que el milagro, así concebido, para
Hume es imposible.
Este modo de razonar provenía en él, como proviene en
todos sus secuaces, de la noción que se hacen de la ley;
mas una experiencia constante y verificada, todo lo larga
que quiera suponerse, no prueba de ningún modo una uni-
formidad eterna. Hay condiciones nuevas que pueden cau-
sar en esa uniformidad secular un extravío.
Quien hubiera observado un pedazo de hierro durante
miles de años, no hubiera podido nunca figurarse, sin mi-
lagro sobrenatural é inconcebible, que aquel cuerpo pesado
había de volar como ligera pluma, á la aproximación del
imán.
Todo es así; no hay violación de ley en ningún caso;
hay, sí, urja condición inesperada, desconocida y nueva,
que suspende los efectos de la ley, y los sustituye con los
de otra.
Tres ó cuatro mil años, que es lo más que abarca la ex-
periencia humana registrada, no bastan pues, para asegu-
rar la invariabilidad y la inmutable constancia de una ley.
Si el hombre tuviera la vida de una efímera, y la vida
humana en la eternidad no es otra cosa, afirmaría sin
duda, al oir un trueno, que era éste un milagro, y los Hu-
mes efímeros que no hubiesen tenido la ocasión de oirlo,
lo negarían con la mayor desfachatez por sobrenatural é
increíble, y por la gran razón de que habían pasado milla-
res de generaciones sin oir nunca semejante ruido allá en
los cielos.
En vista de esto, ¿tiene el hombre motivo, puede pre-
guntarse, para creer que el acontecimiento más raro y sor-
prendente sea imposible por milagroso y sobrenatural?
L a dificultad consiste solo, en la apreciación del milagro;
en saber distinguir lo nuevo de lo viejo, lo insólito de lo
acostumbrado, lo ordinario de lo extraordinario, lo ficticio
96 FILOSOFÍA

y aparente de lo verdaderamente maravilloso y nunca


visto.
Si en épocas de credulidad y confianza ó ante un público
sencillo y no muy ilustrado, un hombre, con todas las apa-
riencias de cadáver, se deja enterrar y permanece varios
días ó semanas dentro del sepulcro, para salir después cau-
sando la admiración del vulgo, es natural que este hecho
pase á las generaciones futuras como milagro histórico, y
sin embargo, milagros de esta clase se están repitiendo á
cada paso en la India, valiéndose de un fenómeno natural:
el éxtasis cataléptico, producido por la hipnosis; y es pro-
bable que en todo el Oriente fuese conocido este procedi-
miento desde hace muchos siglos ó antes de la venida del
Mesías.
Se ve bien, que la crítica, por esta aceptación en prin-
cipio, del milagro, no tendrá menos por eso en,que poner
sus manos.
Ni la definición de Hume, ni las definiciones teológicas
del milagro, inclusa la de Santo Tomás: «Lo que se hace
fuera de la naturaleza creada», pueden por consiguiente,,
servir de base para una discusión racional ni para un acuer-
do. Sería conveniente buscar una, que ninguno de los dos
campos pudiera rechazar, y que sirviese de firme funda-
mento á la concordia; pero entre las muchas que se han
dado del milagro, no hay ninguna apenas que reúna todos
los requisitos necesarios de una adecuada definición.
Para Voltaire, un milagro, «es la violación de las leyes
matemáticas, divinas, inmutables y eternas.;
Spinoza había negado ya la posibilidad de los milagros
sobrenaturales por esto mismo, diciendo: ;<Que si Dios
obrase milagros, no sería inmutable y podría ser acusado-
de ignorancia ó de impotencia.
Un cristiano tan convencido como el filósofo norteame-
ricano, Teodoro Parker, no se atreve á creer en los mila-
gros por el respeto que le inspira la perfección de las leyes
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO ' 97

divinas, que quedarían imperfectas, si se admitiese en ellas


la más pequeña excepción.
En este punto razonan mejor los teólogos que los filóso-
fos y sabios: Dios ha podido prever, dicen, de toda eterni-
dad los hechos milagrosos y preparar las causas de su ma-
nifestación cuando conviene.
A s í pudo ser, en efecto; del mismo modo que dirige la
evolución zoológica, por ejemplo, promoviendo la aparición
de órganos nuevos en las variedades ó especies incipientes.
Aunque la naturaleza no proceda por saltos, es indudable
que hubo momentos en la vida de las especies en que se
iniciaron en ellas nuevos órganos. El ala del pájaro, la co-
lumna vertebral de los mamíferos y peces, principio tuvie-
ron de seguro, antes que el ejercicio, el medio ambiente y
la selección, lograsen darles más amplio desarrollo.
¿Habrá Dios cambiado por esto?
¿Podrá imputársele á cambio ó mutación, el haber na-
cido inesperadamente un carnero ancón, padre de todos los
ancones conocidos y diferentes de los otros carneros, en
una granja de los Estados Unidos?
Pues así como ha empezado esa especie nueva de carne-
ros, han debido empezar todas las otras. Hay milagro en
todos los orígenes, como en otras tantas creaciones.
¿Diremos que el plan creador cambia por eso?
¿No es más razonable creer que Dios ha previsto y re-
suelto desde el principio, que tal fenómeno, obedeciendo á
causas naturales aunque desconocidas para el hombre, se
cumpliese en el momento oportuno?
¿Perdería Dios por eso su inmutabilidad ideal que es lo
esencial en E l , puesto que inmutabilidad en el orden de las
relaciones con sus criaturas que viven en el tiempo, es im-
posible?
Y aun, ¿es irracional concebir que Dios tenga fuerzas en
la naturaleza, de reserva, para emplearlas en el momento
previsto y conveniente? ¿Es creíble que el dueño de las
7
g8 * FILOSOFÍA

fuerzas las haya agotado todas en la naturaleza conocida?


Los milagros, ha dicho Hegel, son efectos del imperio
del espíritu. Pues bien; el imperio interviene siempre en lo
que le está supeditado.
Esta intervención irregular y milagrosa (para nuestra ig-
norancia) es indispensable. Si no se ha visto así, es que se
ha comparado la creación del universo á una máquina aca-
bada y perfecta desde el primer instante, en vez de buscar
más bien su analogía en una eterna obra de arte. Si hay
una ley de evolución en la naturaleza, como nos aseguran
las escuelas científicas, el Universo no es máquina compues-
ta de repente y funcionando sin más necesidad de maqui-
nista; es un magnífico drama interminable, en que Dios,
pintor y poeta al mismo tiempo, trabaja de continuo, tras-
ladando á los lienzos y á la escena, unas después de otras,
las bellezas de un plan preconcebido.
En un modesto tratado de teología ( i ) encontramos por
fin una definición bastante más exacta del milagro:
«Opus sensibile et divina cognitarum naturae legnm in
•¡>casuparticulari, derogatorium; es decir: Operación sensi-
»ble y divina, derogatoria de leyes naturales conocidas, en
»caso particular.».
Nosotros no sabemos de donde habrá sacado esta defini-
ción su autor el cura de Crustán, pero se parece bastante
á la de Carlos Bonnet (2), para quien el milagro no era
más que un acontecimiento maravilloso y estupendo, pro-
ducto de la armonía desconocida pero natural de las leyes,
y algo á la de Locke: «Operación sensible que supera la
«capacidad de los espectadores y les parece contraria al cur-
»so de la naturaleza, tomándola por operación divina.»
Mentar las leyes naturales conocidas, es tanto como su-

(1) Compendio de Teología dogmática, por D . Vicente Solano, cura


propio de Crustán, diócesis de Barbastro. T o m o II, pág. 1 4 6 .
(2) Palingenesia filosófica, pág. 1 7 .
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 99

poner ó conceder que hay leyes naturales desconocidas


de las cuales puede ser efecto el milagro.
Si los teólogos aceptasen, con todas las consecuencias
que encierra, la definición del cura de Crustán, sería una
puerta abierta para pasar por ella los sabios y filósofos,
porque la del teólogo Perrone, en sus Prwh'ctiones, donde
funde en una la de Santo Tomás y la de Locke, no sirve
para el caso; es esta:
«Operación sensible que por ninguna causa creada puede
«efectuarse, y que, ciertamente fuera del orden natural
«acostumbrado, nos conduce á lo divino.»
Esta definición de Perrone es hoy la más admitida en
Teología. Aunque teólogos y sabios se hubieran propuesto
en estos últimos tiempos ahondar más el abismo que los
separa, no lo habrían podido hacer mejor.
Para nosotros, el milagro es un hecho admirable produ-
cido por un poder superior, inteligente, en virtud de fuerzas
naturales desconocidas, capaces de interrumpir los efectos
de las leyes conocidas, en caso particular.
Ni la ciencia ni la teología debieran tener inconveniente
en aceptar esta definición como base de ulteriores arreglos
y composturas. En ella se afirma un poder superior inteli-
gente, que es lo único que puede llegar á conceder la cien-
cia; y partiendo de la analogía entre las operaciones mila-
grosas y las artificiales humanas, reconocemos una fuerza
natural desconocida, que interrumpe los efectos de alguna
ley conocida, del mismo modo que el hombre suspende los
efectos de una ley, haciendo intervenir los de otra ley.
Elevar un globo en el aire, por ejemplo, es interrumpir el
efecto de la ley de la gravedad, haciendo intervenir otra
fuerza, otra ley de efectos contrarios: la elasticidad de los
gases.
La distinción entre lo natural conocido y desconocido es
.capital; porque todos los ataques, desde Hume hasta Re-
nán , estriban en esta suposición tácita que se hacen de que
IOO FILOSOFÍA.

todo lo natural es conocido; suposición falsísima que la


ciencia no debiera apadrinar ni un solo instante, porque no
sólo ignora hoy la extensión y límites de los poderes de la
naturaleza, sino que ni siquiera llegará á conocerlos jamás
completamente. Y que tal suposición es la base de toda
esa clase de argumentos es evidente, pues si se confiesa
que existe algo no conocido por la ciencia en la naturaleza,
ese algo se ha de manifestar ó traducir en leyes y fenóme-
nos desconocidos también.
Respecto á su verificación, cierto es que la mayor parte
de los hechos que afectan el carácter de maravillosos, son
casi siempre productos de condiciones anormales del orga-
nismo humano, siendo esto causa de su difícil y. á veces
imposible comprobación. Resultados de un conjunto parti-
cular de circunstancias, que acaso no vuelvan á reunirse
nunca, no hay motivo para tratar de embaucador ó embus-
tero al observador ó testigo, si los hechos no se reproducen
en igualdad de condiciones; ni derecho á exigir en ellos
una publicidad que lo excepcional del caso pocas veces
consiente. No es fácil que vuelva á hallarse otro hombre
en las circunstancias y en el estado de espíritu en que se
halló San Pablo en el camino de Damasco; ni otra mujer
en la disposición de ánimo y de temperamento en que vi-
vieron María Magdalena, Teresa de Jesús ó Juana de Arco.
Querer que se repitan á pedir de boca en cualquier sujeto,
los fenómenos que en ellas se manifestaron, eso sí que se-
ría quitar á las leyes su regularidad y á los hechos sus con-
diciones. Se comprende bien, por otra parte, que pueda
haber hechos de excepción y privilegio propios de un alto
y particular destino, que no tengan comprobación posible
por faltar la condición esencial: el sujeto mismo.
He aquí por qué nos parece tan vulgar y ramplona esta
observación de Renán en su Introducción á los Apóstoles:
«¡Un milagro en París pondría fin á todas las dudas! Pero
»¡ay! ¡esto no sucede nunca!
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 101

»Jamás se ha verificado un milagro ante el público á


«quien convendría convertir, es decir, ante los incrédulos.
»La condición del milagro es la credulidad del testigo. No
»ha ocurrido ningún milagro ante aquellos que podrían dis-
cutirlo y criticarlo, y de esto no hay una excepción. Cice-
»rón lo dijo muy bien en su buen criterio y acostumbrada
«sutileza: ¿Desde cuándo ha desaparecido esa fuerza secre-
sta? ¿Será desde que los hombres han llegado á ser menos
«crédulos?»
Y sin embargo, decimos nosotros, apenas habían pasado
dos generaciones después de Cicerón, empezaron á menu-
dear los milagros en Roma como nunca. ¿Qué diría Renán
si supiera, que á su lado está el mundo lleno de hechos
pi'odigiosos, de milagros, sin él saberlo y sin quererlo
creer?
Por lo demás, decir que esos hechos no ocurren nunca
delante de los que pueden discutirlos y criticarlos, es como
exigir al poder superior que los promueve, una entrada
gratis para el espectáculo, en el cual ninguna falta le hacen
esos críticos, puesto que consigue su objeto perfectamente
sin ellos.
SEGUNDA PARTE

LO MARAVILLOSO EN LOS ESTADOS ANORMALES


DEL ORGANISMO HUMANO
CAPÍTULO I

LO MARAVILLOSO EN LA ALUCINACIÓN

L a alucinación es una especie de panacea de casi todas


las ignorancias respecto de lo maravilloso. En diciendo
alucinación está dicho todo, y se cree ya la cosa explicada.
Nada tan común y corriente como oir á médicos, fisiólogos
y críticos, achacar á la alucinación la mayor parte de toda
una clase de fenómenos que no entienden.
¿Qué es pues, la alucinación?
Debemos suponer que sea una cosa perfectamente cono-
cida y explicada.
Pero las escuelas distinguen la ilusión de la alucinación,
y vamos á ver esta diferencia.
La ilusión tiene siempre por punto de partida una im-
presión real, pero con error de algún sentido; la alucinación
es más independiente de los cuerpos, y radica principal-
mente en la imaginación; así, cuando se toma por la noche
un árbol por un fantasma, hay ilusión; mas, cuando se re-
presenta uno tan vivamente el rostro de un amigo ausente,
que se cree verlo por un instante, hay alucinación. Esta
distinción de los alienistas modernos es capital.
Puede, sin embargo, fundarse la alucinación en algo real,
como cuando vemos en los pliegues de una cortina, por
106 FILOSOFÍA

ejemplo, las facciones ó la expresión de una persona. L a


alucinación es completa, cuando, sin influencia ninguna ex-
terior, la imagen mental se proyecta fuera ó se exterioriza
en el concepto de la persona alucinada. Es decir, que
las alucinaciones son psico-sensoriales ó puramente psí-
quicas.
Cuando son incompletas, se dice, pueden tener su punto
de partida en algún desorden de las regiones periféricas del
sistema nervioso, es decir, en la actividad automática de
las regiones centrales. La alucinación no está, como se ve,
condicionada por la ciencia; puede tener, se dice, su punto
de partida; no se dice, tie?ie.
Las alucinaciones se presentan con un carácter tal de
verdad, que no es posible convencer del error á las perso-
nas que las sufren, por más que en muchos casos perma-
nezcan buenas y sanas en todo lo demás.
El caso de la Celestina, del Dr. Magnan, es buen ejem-
plo: esta mujer se ve acompañada siempre de un viejo,
vestido de encarnado, con un puñal al cinto; le habla, le
toca y se enfurece con él; si se mira á un espejo, el fantas-
ma está del lado que le corresponde según las leyes de la
óptica, y lo mismo en la experiencia del prisma; el espec-
tro para ella, se conduce en todo como si fuese un cuerpo
material. Veremos, que con las alucinaciones de la suges-
tión sucede lo mismo. Era bien natural suponer que todas
las apariciones históricas, angélicas y divinas, pertenecían
á la misma clase de alucinaciones enfermizas.
Estudiadas las causas generales de alucinación en el or-
ganismo, todo estaría explicado, y lo maravilloso ya no
tendría razón de ser.
Griesinger se encargó de hacer este estudio.
Las causas generales de alucinación son según él:
i. a
Una enfermedad local del órgano del sentido.
2. A
Un profundo agotamiento de espíritu ó de cuerpo.
3. a
Estados emocionales mórvidos, tales como el temor.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 107

4.
a
La calma y el silencio en el estado intermedio de
vigilia y sueño.
5.
a
La acción de ciertos venenos como el haschich,
opio, belladona.
L a primera causa es periférica; las otras dependen de
un desorden central.
Si realmente son estas las causas de la alucinación, de-
berán encontrarse reunidas todas ó algunas de ellas, en los
siguientes casos que pasan por otras tantas alucinaciones:
Descartes, dice, que después de una larga reclusión, se
sentía seguido por una persona invisible que le gritaba
continuamente, que trabajase en su investigación de la
verdad.
Malebranche oyó la voz de Dios que le llamaba.
El doctor Jonhson oyó la voz de su madre ausente que
le decía: «¡Samuel! ¡Samuel!»
Goethe nos cuenta que vio venir en dirección opuesta á
la suya, la imagen exacta de su propia persona, pero con
otro traje; acordándose nueve años después, al pasar por
el mismo sitio, de que iba vestido de idéntica manera que
aquel fantasma.
Lord Byron confiesa que era visitado algunas veces por
espectros, y Walter Scot tuvo una aparición de Byron
muerto.
Lazarus, el psicólogo alemán, refiere que un día en Sui-
za, después de mirar las cimas'nevadas de los Alpes, vio
la aparición de un amigo ausente que tenía todo el aspecto
de un cadáver.
Estos hechos se prestan ai estudio. Empezando por el
último, el mismo Lázarus lo explica diciendo, que la apari-
ción de su amigo no fué más que el producto de una ima-
gen de la memoria, combinada de un modo ó de otro con la
positiva de la nieve. Es una explicación como otra cual-
quiera, y no era necesario ciertamente ser doctor ni psicó-
logo alemán para darla tan fútil y arbitraria. Ese poder de
108 FILOSOFÍA

exteriorizar las imágenes de la memoria se supone sola-


mente en los locos, en los niños y en los enfermos, ó en
las personas sometidas á sugestión hipnótica ó puestas
por sí mismas en condiciones de autosugestión. Después
de las investigaciones de Galton, acerca de las imágenes
mentales, no hay derecho á concluir su exteriorización sina
en muy contados casos. Se han visto jugadores de ajedrez
que pueden seguir una ó más partidas á un tiempo, lejos del
tablero y viéndole en su imaginación; hay pintores que,
como Velázquez, Vernet ó Gustavo Doré, poseen la facul-
tad de hacer un retrato de memoria; pero cualquiera que
sea la fuerza de abstracción empleada para ello, es lo cier-
to que el objeto no sale de su cerebro, y allí se concentra
su atención. El signo mental, ó la imagen del objeto, no se
exterioriza, y no hay ejemplo apenas de que llegue este
caso sin que deje de presentarse la locura. Es lo que suce-
dió al pintor inglés citado por Wigan, que retrataba sin
ver más que una vez á su modelo y fijando la figura en su
imaginación, hasta que acabando por exteriorizarse estas
imágenes, se volvió loco. Los que gozan de un poder de
visualización tan intenso tienen, pues, mucho adelantado
para llegar á la alucinación y á la locura; pero ni Lazarus,
ni Descartes, ni Walter Scot, ni Goethe, consta que tu-
viesen semejante facultad, y es bien extraño que, una sola
vez en su vida y para determinada advertencia, fuesen alu-
cinados.
Únicamente Descartes parece estar comprendido en la
segunda de las causas generales de alucinación, de Griesin-
ger, porque puede suponerse un profundo agotamiento de
espíritu ó de cuerpo después de su larga reclusión, pero no
parece que ninguna de las otras causas pudiesen influir en
los demás.
Ni Jonhson, ni Goethe, ni Walter Scot, ni Byron, ni
Malebranche, padecieron, que se sepa, enfermedad local
en la vista ni en el oído, ni estaban entre la vigilia y el
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO IOg

sueño, ni obraba en ellos veneno alguno, cuando tuvieron


aquellas apariciones.
El caso de Goethe es más significativo, porque es profé-
tico, y tiene su confirmación en el cumplimiento de la pre-
visión adivinadora de que nueve años después había de
pasar por el mismo sitio, vestido de igual modo que su es-
pectro. ¿Con qué derecho puede decir la ciencia que este
caso es una alucinación?
Los errores científicos en todo lo que se refiere á lo ma-
ravilloso, consisten, á nuestro modo de ver, en que se con-
funden lastimosamente las causas con las condiciones.
Todo fenómeno tiene su condición y su causa. La causa
de la llama es el fuego; la materia inflamable la condición.
Decir que los especiales estados patológicos ó fisiológicos
(porque hasta en esto hay dudas) son causa de lo maravi-
lloso que en ellos se manifiesta, es lo mismo que atribuir
la luz de una antorcha, al alquitrán y á la estopa, prescin-
diendo enteramente del fuego; es confundir de un modo que
no tiene disculpa, la causa con la condición. Toda la mala
inteligencia de estas cosas viene de ahí. Si se toma, en
efecto, la disposición orgánica especial por causa del fenó-
meno maravilloso, la deducción es clara: lo maravilloso es
fantástico y falso; no tiene realidad; existe sólo en el orga-
nismo alterado, á título de alucinación enfermiza; pero, ¿es
así como la consideración imparcial de los fenómenos auto-
riza á estudiarlos y apreciarlos?
Nosotros sólo presentaremos dos grandes ejemplos de
alucinación, según la ciencia.
Veamos si efectivamente pueden pasar por alucinacio-
nes sin objeto ni transcendencia alguna; si no revelan nada
misterioso; si no se vislumbra nada que sea superior á lo
humano, detrás de tales fenómenos:
Todos habrán oído hablar, seguramente, del demonio de
Sócrates, y todos tendrán en este gran pensador la con-
fianza que merece por la elevación de su carácter. Pues bien,
110 FILOSOFÍA

bajo la fe de dos hombres eminentes también, Platón y Xe-


nofonte, testigos irreprochables, es preciso creer que Só-
crates tenía un demonio que le aconsejaba, según él decía;
que oía una voz que le retenía siempre que iba á hacer al-
guna cosa mala. Hesiodo nos dice, lo que eran estos demo-
nios de los griegos; principios inteligentes que gobiernan
el mundo y distribuyen los bienes en el Universo. Estos se-
res divinos han pasado á ser, con el cambio de religión, se-
res maléficos, á causa del odio ó de la aversión que inspira-
ba todo lo pagano.
Se ha discutido mucho sobre la naturaleza de este demo-
nio familiar que Sócrates invoca tantas veces. ¿Era en él,
la luz de la conciencia singularmente fortalecida y aclarada
por la meditación y por una especie de exaltación mística?
Esto aparenta creer hoy el mayor número, por lo mismo
que tanta vaguedad ó falta de precisión, á estas alturas, se
armoniza con el espíritu moderno; pero eso nada explica, y
contradice el testimonio claro, terminante, explícito de Só-
crates.
Sócrates afirma y cree en un genio protector, en un de-
monio, es decir, en un ser divino, cuya voz escucha y obe-
dece. ¿Cómo se ha de hablar? ¿Por qué torcer la significa-
ción de las palabras ? ¡ A h ! ¿ Es que una voz adivinadora ha-
ciéndose oir en el sensorio humano no cabe dentro de cier-
tas teorías? Pues bien, tanto peor para esas teorías, si los
hechos prueban que realmente fué así.
Sócrates, en el Timeo y en el Banquete, admite la exis-
tencia de seres intermedios entre Dios y el hombre, que
ejercen un ministerio análogo al de los ángeles en la Teo-
logía cristiana. Era natural que supusiera en aquella voz
tan clara é infalible, que le aconsejaba en los menores de-
talles de la vida, una advertencia de alguno de esos princi-
pios inteligentes de la naturaleza.
La ciencia califica de alucinado á todo aquel en quien se
manifiestan fenómenos de esta clase, y M. Lelut, miembro
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO I I I

de la Academia francesa de Medicina, en su obra «El de-


monio de Sócrates», no vacila en presentar al mejor mode-
lo de cordura que hubo en el mundo, al que los oráculos
declararon el más sabio de los hombres, como un caso de
alucinación.
Hagamos constar ante todo, qne los fenómenos observa-
dos en Sócrates y atestiguados por Platón y Xenofonte, no
son negados por nadie. Estos testimonios tienen todos los
requisitos necesarios de verdad. Los pareceres se dividen
en la interpretación únicamente.
Veamos los hechos:
«Este demonio se ha pegado á mí desde mi infancia—
»dice Sócrates en su Apología—es una voz que no se hace
«escuchar, sino cuando quiere separarme de lo que he re-
»suelto hacer, porque jamás me excita á emprender nada.»
Acusado de no creer en los Dioses del Estado y de sus-
tituirlos con extravagancias demoniacas, cambia los térmi-
nos de la acusación y prueba, que cree en los Dioses, pues-
to que hace profesión de creer en los demonios hijos de los
Dioses. Y cree en estos demonios ó principios inteligentes
porque los siente y los oye; le inspiran y le dicen lo que ha
de hacer. Es ésta en él una creencia positiva. Cuando oye
la voz de su demonio la oye con toda claridad, exacta en
los detalles, sin duda alguna, y por nada en el mundo de-
jaría de obedecerla, porque está convencido por la expe-
riencia, del carácter de infalibilidad que tienen sus órdenes.
Si esta voz se calla cuando va á la muerte, va á la muer-
te con seguridad.
«La voz divina de mi demonio familiar, que me hacía ad-
vertencias tantas veces y que en las menores ocasiones no
dejaba de separarme nunca de todo lo malo, hoy que me
sucede lo que veis y lo que la mayor parte de los hombres
tiene por el mayor de los males, esta voz no me ha dicho
nada, ni esta mañana cuando salí de casa, ni cuando he venido
al tribunal, ni cuando he comenzado á hablaros. Sin embar-
1 1 2 FILOSOFÍA

gó, me ha sucedido muchas veces, que me ha interrumpido


en medio de mis discursos, y hoy á nada se ha opuesto,
haya hecho ó dicho yo lo que quisiera. ¿Qué puede signi-
ficar esto? V o y á decíroslo: es que hay trazas de que lo que
me sucede es un gran bien, y nos engañamos todos, sin
duda, si creemos que la muerte es un mal. Una prueba de
ello es que, si yo no hubiese de realizar hoy algún bien, el
Dios no hubiera dejado de advertírmelo, como acostumbra.»
El Dios, dice Sócrates. ¿Pretenden acaso, Lelut y los crí-
ticos modernos saber mejor que Sócrates lo que pasaba
en él?
¿Puede achacarse á una conciencia, por ilustrada que
quiera suponerse, no sólo ese despego de la vida, sino tal
oportunidad, y la infalibilidad adivinadora en las adverten-
cias?
Es éste precisamente, el más importante carácter de lo
maravilloso en este caso: la exacta conformidad entre la
predicción revelada por la voz y el posterior suceso. Es lo
que se nota en los episodios de Carmides y de Timarco,
en el Teages, ( i ) en los casos de Carilo y de Critón, lo mis-
mo que en los referidos por Plutarco en su «Demonio de
Sócrates» también.
L a alucinación acusa siempre un estado enfermo de los
nervios correspondientes á alguno de los sentidos. Seme-
jante estado debe transmitir errores á la inteligencia; á
Sócrates, sin embargo, no le comunica más que buenos
consejos y verdades futuras. Expuesto desde la niñez á esta
causa de error, no le debió jamás, sino tiernos cuidados y
finas atenciones. ¿Qué es esto? La alucinación viene cuan-
do debe venir; la vibración cerebral tiene lugar en el mo-
mento crítico y deja oir palabras de consuelo. L a enferme-
dad nerviosa es oportuna por cierto.

(i) Obras completas de Platón. Traducción Azcárate, tomo XI, pági-


na 8o y siguientes.
DE LO M A R A V I L L O S O POSITIVO Ü I 3

¿ Quién no quisiera ser alucinado como Sócrates, Cristo-


bal Colón ó Juana de Arco ?
La incredulidad de la crítica moderna y el tormento á
que sujeta los hechos para reducirlos á lo natural ordinario,
proceden siempre de los prejuicios que los sabios han toma-
do de los metafísicos. E s , en efecto, Spinosa el que ha di-
cho: «No es pensar, es soñar, creer que los profetas tuvieron
»un cuerpo humano y no tuvieron un alma humana, y, por
«consiguiente, que su ciencia y sus sensaciones fueron de
«otra naturaleza que las nuestras» ( i ) .
¿Es, pues, seguro, que los reveladores y los profetas no
tengan nada de particular en sí; que no se diferencien en
nada del resto de los hombres, ó que haya ó no haya habi-
do tales profetas?
¿Es cosa demostrada la absoluta igualdad espiritual y or-
gánica de los hombres? L a inspiración del genio, ¿no signi-
fica nada?
Por un zafio patán, por un bandido, ¿ se podrá juzgar de
Sócrates ó de Jesús ?
Un distinguido médico, Moreau de Tours ( 2 ) , ha inten-
tado demostrar, que el estado de la inteligencia estaría en
su máximum de perfección si las enfermedades que designa,
estuviesen reunidas en el individuo. Según él, para ser ge-
nio, sería preciso ser raquítico, escrofuloso y neuropático;
es decir, entre idiota y loco.
Hay más de cierto de lo que á primera vista parece, en
esto de requerir el genio un organismo enfermo, y del pro-
feta pudiera decirse otro tanto. Es indudable que hay igual-
dad de organización, pero las diferencias surgen del estado
mórbido anormal. Entonces, las sensaciones dejan de ser
idénticas, y no puede ya un hombre juzgar por lo que pasa
en él, de lo que pasa á otro. Un cuerdo no podrá saber ni

(1) Tratado teológico político.


(2) Psicologie morbide dans ses rapports avec la Philosophie de VHistoire
ou de P Influence des Neuropathies sur le dinamisme intelectuel.

8
ii4 FILOSOFÍA

apreciar nunca las sensaciones ni los razonamientos de un


loco, así como una mujer robusta y sana tampoco compren-
derálas alteraciones y genialidad de una histérica. Unhombre
vulgar en el perfecto y normal ejercicio de sus funciones
orgánicas no puede tener ni una remota idea de lo que pa-
saba en la enfermiza organización del Tasso. Juntábanse en
este gran poeta y visionario aquellas condiciones que hacen
rayar al genio en la locura. Quejábase á su médico Mercu-
riale de que tenía las entrañas y la cabeza ardiendo, que
le zumbaban los oídos, que veía pasar fantasmas por de-
lante, y le parecía que las cosas inanimadas le hablaban,,
oía silbidos, campanillas, ruedas de reloj, sentía que salían
chispas de sus ojos y llamas que volteaban á su alrededor.
Durante su cautividad, y más tarde en Ñapóles, creyó ver
á su ángel bueno que bajaba del cielo para consolarle, y un
malvado trasgo, espíritu travieso, burlón y enredador que
se gozaba en insultar sus penas. Este diablillo no le aban-
donaba, revolvía sus papeles, removía sus muebles, le ocul-
taba sus guantes y sus libros, se apoderaba de las llaves,
abría y trastornaba sus cajones y le jugaba mil tretas.
¡Visiones, quimeras, alucinaciones, errores de sus senti-
dos enfermos! sea; pero es lo cierto que estas pobres y dé-
biles organizaciones suelen tener el privilegio de las cosas
grandes. Ved sino lo que hacen estos visionarios: éste pro-
duce la Jerusalem; Sócrates descubre un mundo moral;
Colón un mundo nuevo; San Pablo cristianiza al mundo,
greco-romano; Mahoma funda una religión; Juana de Arco
salva la Francia; Lutero, debatiéndose con el diablo en
el castillo de Wartbourg, trastorna la fe católica de Eu-
ropa.
¿Son alucinados? Un desequilibrio en los humores, ¿pue-
de producir tales milagros f
Si es así, preciso es confesar que estas constituciones en-
fermizas tienen el privilegio de las cosas grandes, y convenir
en que es indispensable observar y estudiar esos estados
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO II5

anormales con el mayor cuidado, clasificando los fenómenos


que durante ellos puedan manifestarse, si se ha de penetrar
algo más en lo natural desconocido, que no por eso ha de ser
siempre del todo incognoscible.
Ese estado particular del organismo que tales fenómenos
produce, está, pues, muy lejos de ser una cosa baladí é in-
digna de fijar la atención del sabio, teniendo la influencia
que hemos hecho constar en los destinos humanos, y ha-
biendo sido causados los más grandes movimientos de que
la historia hace mención por hombres de tan excepcional
temperamento.
Sí; la historia está ahí para probarlo. No es y a una pobre
vieja alucinada que muere condenada por bruja en una ho-
guera, ni una histérica miserable de los hospitales, ni un
pobre loco abandonado en su guardilla, los únicos seres sin
importancia social que presentan aquella clase de fenóme-
nos, no; son también los más grandes representantes de la
idea y de la acción en la humanidad.
La crítica no podrá nunca, no ya explicar, sino ni com-
prender siquiera, el carácter prodigioso de ciertos tipos que
permanecerán indescifrables en la historia, si no abandona
esos desdichados é inútiles procedimientos fisiológicos en>
peñados en descubrir los misterios del espíritu en el exa-
men minucioso de las fibras.
Para comprender, por ejemplo, á Juana de Arco, hay que
- echar á un lado todo lo que tenga que ver con la fisiología.
Los hombres de la ciencia no pueden comprender á esta
mujer sublime.
Antes de la publicación íntegra de los dos procesos y de
los documentos originales, la doncella pasaba aún á los ojos
de las personas más doctas por una heroína de carácter mal
definido y casi equívoco, envuelta en sombras ó en colores
fantásticos; pero en nuestros días ha tomado posesión de
su gloria.
No se pueden negar ya las circunstancias extraordinarias
Il6 FILOSOFÍA

por medio de las cuales realizó su misión. «Estas circuns-


tancias, dice M. de Carné ( i ) , en vista de las pruebas del
»proceso, no pueden explicarse, como se ha intentado, por
»el éxtasis patriótico ó por el milagro de las fuerzas mora-
síes. No hay más que dos explicaciones, entre las cuales
»todo hombre de buen sentido está, me parece, obligado á
«escoger: ó la doncella fué enviada de Dios, ó tenía el don de
«segunda vista. Es decir, ó ha precedido á Mesmer y á Ca-
«gliostro, ó procede de Jesucristo.»
El dilema, sin embargo, tiene fuga: Juana pudo ser en-
viada de Dios y tener al mismo tiempo el don ó la facul-
tad de previsión como un auxilio.
Los principales rasgos de su historia son bien conocidos
y no admiten duda.
L a sugestión empieza á los trece años. «Desde la edad de
«trece años, dice ella misma, oí una voz en el jardín de mi
«padre. Tuve miedo al principio, pero reconocí que era la
«voz de un ángel... Era San Miguel» ( 2 ) .
Esta voz la encomienda algún tiempo después la salva-
ción de la Francia.
El 12 de febrero de 1428, el mismo día del funesto com-
bate de Roubray, Juana advierte al gobernador Baudricourt
«que el rey había tenido una gran pérdida delante de Or-
»leans, y que tendría más aún si ñola presentaban á él.»
Baudricourt, al ver algunos días después la exactitud de
la noticia, decidió mandar á Juana á presencia del rey.
En Poitiers dijo á los doctores encargados de examinarla,
lo siguiente: «Que los ingleses serían destruidos; que levan-
t a r í a n el sitio de Orleans ; que el rey sería consagrado en
'»Reims, y que el duque de Orleans volvería de Inglaterra.»
•' Todo sucedió como la pobre joven había previsto, mar-

. ( 1 ) L. de Carné. Jeanne d'Arc et sa mision d'après les pièces nouvelles


de son procès. Revue de Deux Monde, 1 5 de enero de 1 8 5 6 .
( 2 ) V. Jeanne d'Arc, par Henri Martin.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO I1J

chando ella con su estandarte blanco á la cabeza del ejér-


cito francés.
L a voz no la abandonaba: <iHija de Dios, ve. ve. Yo ven-
i>dré en tu ayuda.»
Ella admitió las armas que le dieron por orden del rey,
pero mandó á buscar, por consejo de su voz, una espada
que dijo debía estar enterrada detrás del altar mayor de
Santa Catalina de Fiervois, y cuyas señas eran tres cruces
en la empuñadura. L a espada pareció allí, en efecto, y fué
la que usó siempre, por más que no hiriese nunca con ella
al enemigo.
El carácter más cierto del éxtasis se encuentra en esta
declaración que hace ella misma: «Cuando oía la voz, dice,
»estaba en un gozo tan grande que quisiera quedar siem-
»pre en este estado.»
Es el mismo arrobamiento místico de Santa Teresa de
Jesús en sus visiones; el mismo estado especial y patológi-
co , si se quiere, de todos los grandes extáticos, y que las
personas de organización común no podrán nunca juzgar ni
comprender. Nadie ha logrado hasta ahora sorprender el
secreto de la naturaleza en la elaboración de estos maravi-
llosos fenómenos del organismo humano. Todas las inter-
pretaciones científicas están desprovistas de pruebas. L a
coincidencia del éxito destruye toda explicación por aluci-
nación patológica.
M. Renán ve en Juana de Arco la manifestación más ca-
racterística del espíritu de la raza celta dotada de un sen-
timiento profundo del porvenir y de sus destinos eternos,
creyendo en el dogma de la resurrección de los héroes, en
un futuro vengador, en un Mesías. Tal es el misterioso L.e-
minok de Merlin, el Lez-Breid de los armoricanos, y el Ar-
turo Galo.
L a tradición gala se realizó en Juana de Arco.
Pero, ¿podría la joven aldeana de Domremy creerse la
virgen esperada para salvar la Francia?
Il8 FILOSOFÍA

Y suponiendo que así fuera, ¿de dónde pudo sacar la se-


guridad de sus vaticinios, la firmeza de sus resoluciones, la
concepción de sus planes guerreros y la sabiduría de sus
respuestas durante la pasión á que la sometieron sus ver-
dugos?
Téngase en cuenta, que Juana de Arco se revela á nos-
otros en la historia y según verídicos documentos, como
uno de los tipos más candorosos, inocentes y llenos de bon-
dad y abnegación que hubo en el mundo. No es posible ad-
mitir que nos engañe cuando confiesa ingenuamente que
oye sus voces, y que pasea del brazo con Santa Margarita
y Santa Catalina, que van á consolarla en su prisión.
¿Tiene algo que ver aquí la raza, sino es por haber for-
mado de un modo natural aquella organización privilegia-
da? ¿Tiene algo de común con Mesmer ó Cagliostro? ¿Debe
mezclarse en todo esto, y traerse á cuento, una religión de-
terminada?
N o , ciertamente; pero, tampoco es un caso de simple
alucinación, como pretende la ciencia. Una alucinada ordi-
naria, en la acepción mecánica de esta palabra, no puede
prever ni predecir ni realizar con exactitud tan infalible sus
propósitos; no salva la Francia á pesar de todos los obstá-
culos; no puede tener la oportunidad de una misión como
ésta.
¿Qué es Juana, entonces? Lo diremos ahora, aunque lo
demostremos en otra parte: lo que se nota en ella, es una
sugestión divina. Juana de Arco, como Sócrates, como Te-
resa de Jesús, y tantos otros, es una sonámbula del Incons-
ciente. Sus adivinaciones no son sino transmisiones del pen-
samiento de su grande y divino hipnotizador, que toma to-
das las formas, y habla á cada uno según sus aprensiones.
A s í , Hércules aparece á Sófocles acusando al que robó la
copa de su templo. El hecho resultó cierto; la inspiración
verdadera; pero Hércules, el personaje simbólico de la apa-
rición, no existió jamás. Son formas éstas, respetadas por
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 1,19;

religiosas, de que se vale el Inconsciente para intimar con


sus favorecidos. Con Sófocles, se llama Hércules; con Jua-
na de Arco, San Miguel.
¿Es alucinación todo esto? Entendámonos de una vez:
los médicos y fisiólogos pueden llamar con* el nombre que
más les acomode, cualquier estado anormal ó patológico del
cuerpo ó del espíritu humano; pueden hacer el diagnóstico
enumerándolos síntomas, ó hacer desaparecer éstos, influ-
yendo por medio de la terapéutica en el organismo, y va-
riando sus condiciones de tal modo, que hagan imposible
la manifestación ó repetición de los fenómenos. Su expe-
riencia y su ciencia no van más lejos. Admitido que el éx-
tasis sea una enfermedad, que el delirio, que la alucinación,
que el sonambulismo, que el histérico, sean sintomáticos, y
que el organismo, en fin, necesite estar en condiciones anor-
males para la producción de aquellos fenómenos, es el fenó-
meno en sí, lo que es preciso estudiar, y lo que los médi-
cos y fisiólogos no se han cuidado de hacer. En esto, como
siempre, se ha confundido la causa con la condición. Si el
estado patológico fuese causa del fenómeno, éste sería en-
teramente personal y fisiológico, y no podría ir á buscarse
nada fuera de él; mas, para esto, y para exigir completa fe
en sus opiniones, sería preciso que demostrasen hasta la
evidencia, que las causas de tan extraños fenómenos eran
real y verdaderamente aquellos estados anormales ó mór-
bidos; cosa difícil, porque un estado es una condición, no
es una causa, y mientras no demuestren la causa de la alu-
cinación, la alucinación no es más que una palabra, que sólo
indica un error de los sentidos. »
Si la alucinación, como dicen, puede tener su punto de
partida en las regiones periféricas del sistema nervioso ó en
la actividad automática de las regiones centrales, ¿cuál es la
causa de la vibración engañosa, en ese punto de partida?
¿La actividad automática? Mucho cuidado, entonces, por-
que el automatismo, se sabe ya que, está movido y empu-
120 FILOSOFÍA

jado por el Inconsciente. Pero ¿quién ha de dar ese primer


impulso á la vibración alucinadora, sino es él? ¿Qué otra
causa puede buscarse dentro del organismo que tenga más
poder para darlo? Y si es el Inconsciente, entonces, real-
mente la alucinación, considerada como un error de los
sentidos y de la inteligencia, no existe; su manifestación fe-
nomenal es tan real y verdadera como la manifestación ó
aparición del mundo exterior; porque, ¿quién nos dice que
el Universo entero no sea un producto de esas vibracio-
nes producidas en nuestros cerebros por el Inconsciente?
Toda la diferencia entre una clase y otra de alucinaciones,
consistiría en que unas son universales y generales, y
otras sólo, particulares y parciales.
Bien mirado, la alucinación, lo mismo la ordinaria que
la maravillosa, debe tener, por razón de sencillez y econo-
mía, una sola causa.
CAPITULO II

LO MARAVILLOSO EN LA HIPNOSIS Y EN LA SUGESTIÓN

El sueño hipnótico es uno de tantos conocimientos mis-


teriosos de la sabiduría antigua, olvidado y desconocido
hasta hace pocos años por nuestra civilización. Su existen-
cia en los templos de Egipto y de Grecia, es cosa perfecta-
mente demostrada.
Diodoro de Sicilia ( i ) habla de enfermos deshauciados,
de ciegos, de estropeados, de incurables, que fueron cura-
dos en sueños en el templo de Isis.
Boek y Egger (2) han publicado inscripciones encontra-
das en esos templos, en las que se atestigua el reconoci-
miento de'los enfermos que en ellos encontraron la salud.
Galeno (3) dice, que en el templo de Vulcano cerca de
Menfis se curaba por las revelaciones del sueño.
Pausanias (4) describe hasta la disposición de los lechos
donde se acostaban estos enfermos que iban á dejarse dor-
mir en los templos de Isis y de Esculapio en Laconia.
Sobre los obeliscos egipcios se representan estas prácti-

(1) Lib. I, cap. XXV.


(2) Corpus inscript. grcec. III, núm. 5 , 9 8 0 .
(3) De Medicina secreta, cap. I.
(4) Rtvui Archeologiqut, t í 1 . 1 , pág. 1 1 3 .
122 FILOSOFÍA

cas hipnotizadoras, por medio de figuras en aptitud de im-


poner las manos. Esta imposición de manos, equivalente á
los pases en la magnetización oriental, llegó por la India á
Egipto y después á Siria, Grecia y Roma, y se conservó
como rito sagrado en el cristianismo, cuyos fundadores lo
practicaban también.
Jamblico, en su libro de Misterios Egipcios, asegura, «que
»se recibían en el templo de Esculapio sueños, por medio
»de los cuales sanábanlos enfermos, y añade, que el arte de
»la medicina no es debido sino á estos sueños divinos.»
Isaías reprende severamente á los que van á dormir en
los templos de los ídolos, y San Jerónimo, comentando ese
pasaje, dice, que en su tiempo, los enfermos iban todavía
á dormir en el templo de Esculapio, en Epidauro.
Elio Arístides que fué sacerdote de Esculapio en Smyma
refiere en sus Discursos Sagrados, de qué modo fué curado
•él mismo por las revelaciones que le hizo el Dios durante
el sueño, y cómo caía periódicamente en un estado de so-
nambulismo.
En la carta que se conserva de Aspasia á Pericles, y que
falsa ó verdadera no cabe duda que es de aquellos tiempos,
se dice que los sacerdotes de Isis le mandaron fijar su mi-
rada en un espejo. A un espejo que los enfermos debían
mirar para dormirse, se refiere también Pausanias, proban-
do de este modo que el sacerdocio antiguo conocía este
procedimiento de hipnotización.
Los remedios inspirados por Isis á los que iban á dormir
•en su templó, y las curas maravillosas por la imposición de
manos que, según Celso y A m o v i ó (i), producían algunos
taumaturgos en su tiempo, se explican bien, ahora, sin ne-
cesidad de apelar á la superchería sacerdotal. Todo prueba
que el magnetismo, el hipnotismo ó como quiera llamarse
esta clase de fenómenos, fué conocido desde la más remota

(i) Adversas gen., lib. I. Diodoro Siculo, lib. I.


DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 123

antigüedad; y como dice Van Helmont tan mal compren-


dido hasta ahora: «el magnetismo obra por todas partes y
»nada hay en él de nuevo más que el nombre; sólo es una
«paradoja para aquellos que de todo se burlan, y páralos
»que atribuyen al poder de Satanás lo que ellos no pueden
«explicarse.»
Como procedimiento de fascinación y medio de llegar al
éxtasis, fué practicado también el hipnotismo, durante la
Edad Media.
Un abad del monasterio de Xerocerca en Constantinopla,
Simeón, se refiere á una especie de hipnosis, en su Tratado
Espiritual, como medio de ver á Dios; y en la primera mi-
tad del siglo XVI, los monjes del monte A t h o s , en medi-
tación y con la vista fija en un determinado sitio de su cuer-
po, se imaginaban ver la luz del Thabor. Se les llamó por
esto omphalopsiqtiicos ó umbilicanos.
En la visita que hizo Guillermo de Holanda á Alberto
Magno, en Colonia, á principios de 1249, de la que habla
un escritor contemporáneo, y que Juan de Beka cuenta con
detalles en 1346, el célebre filósofo y mágico ofreció al prín-
cipe un convite en los jardines del convento, donde á pesar
del crudo invierno no se sentía el frío, los árboles ostenta-
ban todo su follaje, y multitud de pájaros cantaban en las
ramas.
Se atribuyó entonces á las artes mágicas este prodigio,
que puede, acaso, repetirse hoy por sugestión hipnótica.
Van Helmont fué el primero que procuró explicar esta clase
de hechos por medios naturales, pero no fué creído, y sus
curaciones parecieron tan maravillosas que la Inquisición se
apoderó de su persona, bajo el pretexto de que lo que hacía
estaba por encima de las leyes de la naturaleza.
El solo título de algunas de sus obras (1), prueba que
operaba del mismo modo que operan hoy Charcot ó Bar-

(1) De Magnética corporum curatione. V. Opera omnia. Frankfur. 1 6 8 2 .


124 FILOSOFÍA

nhein sobre sus enfermos: por medios magnéticos ó hipnó-


ticos.
«Yo diferí hasta ahora, dice Van Helmont, descubrir un
«gran misterio; esto es, que hay en el hombre una energía
»tal, que por su sola voluntad y por su imaginación, puede
sobrar fuera de él, é imprimir una influencia duradera sobre
»un objeto lejano. Este misterio sólo ilumina con una luz
«suficiente muchos hechos difíciles de comprender y que se
«refieren al magnetismo en todos los cuerpos, al poder men-
«tal del hombre, y á todo lo que se ha dicho de la magia,
«en el Universo.»
Es todo lo que puede decirse hoy del hipnotismo, dicho
ya á principios del siglo xvn.
Considérese, cuan lentos son los pasos de la ciencia y
cuan grandes las preocupaciones, cuando el hipnotismo pasa
hoy todavía por una novedad.
Nada prueba mejor los graves impedimentos que opone
al progreso científico un simple prejuicio crítico ó un error
de método, que la historia académica del magnetismo
animal.
Se parte del principio que los fenómenos todos de la na-
turaleza son fatales; es decir que, dadas las condiciones ne-
cesarias, el fenómeno ha tener efecto de un modo impres-
cindible. Se hace de esto una ley del método, y una regla
absoluta de la crítica. Pues bien; armada con esta ley y
con esta regla, la Academia Real de Medicina de París se
ha visto en la imposibilidad de comprobar los fenómenos
magnéticos y en la necesidad de negarlos y de rechazar-
los, cuando hasta los más miserables saltimbanquis los co-
nocían y los practicaban.
Hoy que resultan ciertos y científicamente comprobados
aquellos fenómenos, el descrédito, más que sobre la Acade-
mia que se burló de ellos, recae sobre todo el método
científico.
Cuando se lee esta Historia académica del Magnetismo
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO I25

animal ( i ) , no puede menos de creerse en alguna treta


diabólica por parte de los Inconscientes íntimos.
Cualesquiera que fuesen las prevenciones de los aca-
démicos, es indudable que la mayor parte de ellos eran
hombres de buena fe en la observación, y aun algunos, par-
tidarios secretos del magnetismo. ¿Cómo se explica que
ninguna sesión de sonambulismo diese resultado en pre-
sencia de sus comisiones ?
L a explicación parece sencilla, y es la que adoptó la
Academia: «No existen tales fenómenos de sonambulismo.»
Ahora bien; aun prescindiendo de que hoy se sabe que
son ciertos, la explicación era entonces de todo punto irra-
cional é increíble.
No hay sino figurarse tres hombres honrados y de muy
buena reputación, uno de ellos el Dr. Alfonso Teste, mé-
dico de la Facultad de París, y M. M. Foissac y Berna,
por ejemplo, que son tres de los que ofrecieron sus expe-
riencias á la Academia.
Es indudable que estos señores habrían tomado todas
las precauciones imaginables para evitar todo error y todo
fraude. Los hechos habían sido repetidos hasta el cansan-
cio, antes de atreverse á presentarlos á la Real Academia.
La buena fe de estos hombres brilla en sus cartas; basta
leerlas para comprender la seguridad que tenían del éxito
los que se exponían á un ridículo público, si las experien-
cias fracasaban. .
Hay que convenir en que los fenómenos ofrecidos se ha-
bían manifestado real y verdaderamente á cada uno de
ellos en su propia casa, y sólo después de una perfecta
confianza, se conciben sus cartas á la Academia.
Ellos discurrieron de un modo científico: en igualdad de
condiciones los fenómenos se repiten infaliblemente.

(1) Histoire académique du Magnétisme animal, par Burdin Jeune et


Fred Dubois (de Amiens) Parts, 1 8 4 t .
126 FILOSOFÍA

Y á pesar de todo, ni las sonámbulas de Teste, ni la so-


námbula de Foissac, ni las que Berna tenía á su disposi-
ción obedecieron ni en poco ni en mucho delante de las
Comisiones á sus magnetizadores.
El chasco para éstos fué solemne; el triunfo de la Acade-
mia completo. Los académicos heridos en su amor propio,
temiendo recibir lecciones de fuera, viendo en las sonám-
bulas otras tantas curanderas, odiaban el magnetismo de
muerte y deseaban que no saliese verdad.
¿No había dicho Berna en su carta, que iba á ofrecer á la
Academia medios de ilustrarla?
Esto no se podía perdonar.
El premio Bourdin, 3.000 francos á la persona que tuviese
la facultad de leer sin el socorro de los ojos ó de la luz, fué
establecido y a en la seguridad de que nadie lo ganaría.
No; los Inconscientes son libres y no quieren trabajar
por dinero á no ser para ayudar á alguna pobre familia, ni
quieren satisfacer curiosidades académicas que nada les
importan, y tienen razón; el progreso se hace á pesar de
las Academias.
Lo gracioso es, que, mientras la Academia paga á peso
de oro estos fenómenos maravillosos, sin que sea posible
hacérselos presenciar, un socio correspondiente de Metz,
el Dr. Willaume, los ve por poco dinero y sin buscarlos,
según manifiesta en esta carta que dirigió á sus consocios:
«Señores: Ahora que el magnetismo animal llama la
«atención de la Academia, he pensado que escucharía con
«interés la narración de una escena de la cual acabo de ser
«testigo.
«Llego en este momento de Strasburgo. Era tiempo de
«feria allí, y se ofrecían á la curiosidad pública todo género
»de espectáculos. Uno de los más modestos era una barra-
sea donde se enseñaban perros sabios.
«Una tarde, á uno de mis amigos le entró el deseo de
«divertir á sus niños con este espectáculo y le acompañé.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 1 2 /

«El director de la compañía, pobre diablo, y su mujer,.


»alemanes del otro lado del Rhin, no hablaban francés.
»Todo alrededor de ellos anunciaba la miseria de los sal-
«timbanquis ambulantes.
»Se debe suponer que no se trata aquí del saber y d e
»los juegos de los perros. Cuando éstos hubieron terminado
»comenzó otra escena:
«Nuestro hombre anuncia en alemán á su público que
»su mujer va á adivinar, ver, leer, contar, con los ojos ven-
»dados y la espalda vuelta á los objetos.
»En efecto, sin preámbulo ninguno, sin preparativos, sin
«pases, esta mujer de bastante mal aspecto, de cerca de
«cuarenta y cinco años, con todas las apariencias de buena
«salud, se hace vendar los ojos con un pañuelo, vuelve la
«espalda al semicírculo formado por los espectadores apo-
«yada contra el borde de una mesa, y en esta posición, su
«marido le hace las preguntas siguientes á las cuales res-
«pondió ella sin la menor vacilación:
•¡¡Primeraprueba.— ¿Qué edad tiene ese señor? (Era el
«amigo que me acompañaba y al cual, él había preguntado
«su edad en voz baja). Cincuenta y cuatro años, respondió
«la mujer, y esta era en efecto. Lo mismo acertó la edad
«de otra persona más joven.
•» Segunda prueba.—P. ¿De qué metal es el reloj del se-
»ñor? R. De plata y de savoneta. P. ¿Qué hora indica?'
«i?. Diez menos diez'minutos. Las agujas marcaban en
«efecto esa hora.
»Tercera prueba.—P. El señor tiene en su mano una
«moneda, ¿qué moneda es? R. Una pieza de 5 francos.
»P. ¿De qué efigie? R. De Carlos X. P. ¿De qué año?
»R. De 1825. Todo ello fué verificado por los espectadores..
» Cuarta prueba.—Uno de éstos es invitado á escribir en
«una pizarra cuatro cifras formando una cantidad. Se pre-
«gunta cuál es ésta sin aproximarse á la mujer, y ella no
»se engaña.
128 FILOSOFÍA

»Quinta prueba.—En fin, su marido le pregunta cuál es


«el color del chaleco de uno los espectadores ante el cual
»se coloca, y ella lo indica. Si hay una ó dos filas de boto-
»nes. Dos filas, responde, y cada fila tiene nueve botones
»y falta uno en la fila derecha, lo cual era perfectamente
«exacto.
»La sesión terminada pregunté al de los títeres, si sabía
»lo que era el magnetismo animal, pero me respondió que
»no sabía de que quería yo hablarle.
»He creído que la narración de estas juglerías de que no
»tengo la clave, podría servir á la comisión de magnetismo
«para apreciar las maravillas que se proponen hacerla ver
«todavía.»
Willaume, Doctor en medicina.
Correspondiente de la Academia.
Metz io de julio de 1 8 3 8 ( 1 ) .

Esta mujer realizaba en todas sus partes el programa del


premio Bourdin ¿por qué no la habrá examinado la Aca-
demia?
¿ Quién no ha visto en las ferias cosas por el estilo ? Esos
infelices pueden ser de la especie de Comus ó de Cumber-
land, sin que á nadie se le ocurra preguntarles en qué con-
siste su habilidad. Ellos tienen claves en ocasiones, es cier-
to, pero las más de las veces, los fenómenos que ofrecen al
público son verdaderos fenómenos hipnóticos ó de adivina-
ción inconsciente. Las Academias debieran tener en cuenta
que lo maravilloso, como la muerte, desciende también á los
tugurios.
Desde que la Academia francesa, cerrando el concurso
Bourdin en 1840,/resolvió no responder más en lo sucesivo á
ninguna comunicación concerniente al magnetismo animal,
puede decirse que los fenómenos conocidos con el nombre
de mesméricos, magnéticos y ahora hipnóticos, quedaron

( 1) Histoire critique du mag. anim., pág. 585.


DE LO MARAVILLOSO POSITIVO I2g

reducidos á simples medios de distracción que un público


incrédulo y excéptico veía con indiferencia y despreciaba,
reputándolos preparados artificiosamente para divertirle un
momento y sacarle el dinero. Y así anduvieron expuestos á
la befa de las multitudes los más sorprendentes fenómenos
psicológicos que la ciencia admirada procura estudiar hoy.
El desprestigio había llegado á su colmo: pobres y famé-
licos saltimbanquis recorrían el mundo haciendo estos pro-
digios, sin que nadie que se estimase en algo quisiera for-
mar círculo para admirarlos. Mas, he aquí, que no son ya
míseros charlatanes de calles y plazuelas, ni hombres de
poco fuste científico los que reconocen, afirman y sostienen
la verdad de las observaciones, sino hombres que, como
Charcot, Brown-Sequard, Richet, Binet, Maudsley, Azam,
Rulman, etc., etc., tienen su reputación científica bien acre-
ditada. Las más serias Revistas vienen llenas de los más
extraños y sorprendentes casos, y los sabios procuran en-
contrar una explicación natural á tan raros como maravillo-
sos fenómenos.
Empleado ya el hipnotismo como medio terapéutico en
nuestros hospitales, los casos abundan y su admisión en la
ciencia es hecho consumado.
Los diferentes grados de hipnotización se consiguen por
los mismos medios empleados por los magnetizadores: pa-
ses, mirada fija, ó repitiendo la orden de dormir.
Los hechos observados más recientemente se refieren al
fenómeno extraño de la sugestión. Cuando las influencias
hipnotizadoras obran profundamente, se llega al estado co-
nocido con el nombre de sonambulismo; entonces, la anes-
thesia es completa, y el automatismo también; el organis-
• mo humano, insensible á todo lo exterior, se convierte en
una máquina dócil á la voluntad del operador. A l hombre
más serio se le manda bailar y baila; andar á gatas y anda
á gatas. Se da sal diciendo que es azúcar, y sabe á azúcar;
vinagre por buen vino, y es buen vino.
9
130 FILOSOFÍA

Se provoca la sordera, la mudez y toda clase de ilusiones.


Pero lo raro, lo admirable, lo maravilloso no está aquí toda-
vía, sino en la posibilidad ya reconocida de crear en el so-
námbulo sugestiones de actos, ilusiones sensoriales, aluci-
naciones, que se presentarán, no durante el sueño, sino des-
pués de despertar, y sin tener recuerdo ninguno consciente
de las órdenes que se le han dado en sueños.
L a idea sugerida se presenta en su cerebro, cuando des-
pierto ya, llega el momento de cumplir la orden que se le
dio en el sueño. Esta idea que surje repentina en el instan-
te crítico, pero que él cree espontánea, es la que le obliga
á ejecutar la acción, 10, 20, 30 ó 300 días después. Un
hombre se considera libre durante todo este tiempo, y no
obstante, otra persona, el hipnotizador, sabe lo que aquel
hombre hará en un momento dado.
¿No se parece esto bastante á la presciencia divina y á
la supuesta libertad humana?
He aquí, tras de estos fenómenos de que tanto se han
reido y se ríen todavía los necios, la explicación quizá, del
más pavoroso y trascendental problema de la teología
moral.
El hipnotismo profundo está caracterizado por la posibi-
lidad de desenvolver, al despertar, alucinaciones completas.
El cuento de la princesa cenicienta, y en general, casi to-
dos los cuentos de hadas, pueden realizarse hoy por suges-
tión. L a hypotaxia, ó el encanto hipnótico, pudo dar origen
á muchos de ellos.
Las alucinaciones negativas son más notables aún. S e
sugiere á un hipnotizado que no vea ciertas cosas ó per-
sonas, ó que deje de ver su propio cuerpo ó su cabeza.
Despierto, ve todo lo que está á su alrededor menos lo
que se le ha prohibido ver, y que permanece invisible
para él.
L a sugestión puede obrar sobre la circulación vaso-motriz.
S e pueden provocar de este modo, hemorragias y manchas
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO IJI

sanguinolentas en la piel; y hay casos, en que se forman


verdaderas llagas, como si se hubiesen aplicado allí vejiga-
torios. A s í se explican hoy, las manchas rojizas y los car-
denales que los solitarios de la Tebaida hacían ver en su
piel, impresas por el látigo de los ángeles ó de los demo-
nios. Burdach asegura que vio un día una mancha azulada
sobre el cuerpo de un hombre que acababa de soñar que
había recibido una contusión en aquel sitio. He aquí regis-
trado por la ciencia, un fenómeno igual al de que fué vícti-
ma San Jerónimo recibiendo en sueños latigazos de un án-
gel que quedaron señalados en su cuerpo, por haber leído á
Cicerón. Estos fenómenos abundan en la historia religiosa:
San Francisco de Asís, Santa Brígida, Magdalena de Paz,
Fray Nicolás de Rávena, Juan de Verceil, María de Lisboa
y A n a de Vargas, en Valladolid, tuvieron la impresión de
las llagas de Cristo. Angela della Pace recibió las señales á
la edad de 9 años, mirando una imagen de San Francisco.
Santa Catalina de Raconisso, Juana de Jesús y María de
Burgos sintieron el sello de la corona de espinas en sus
frentes. En el cuerpo de Juan de Yepes, en Segovia, veían
los fieles las figuras del Señor, de la Virgen y de muchos
santos.
Esta auto-sugestión, propia de algunos temperamentos
y conseguida también á fuerza de ayunos y vigilias ó por
una grande y prolongada tensión de espíritu, es el estado
excepcional que más hechos sorprendentes y más dramas
terribles ha proporcionado á la historia de todas las reli-
giones.
Cuatro santos católicos, canonizados en un mismo día:
San Felipe Neri, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de
Loyola y San Isidro, ofrecen todos, ejemplos de esa dispo-
sición orgánica especial.
Santa Teresa presenta entre otros, un curioso caso de
hypotaxia ó encanto, en todo semejante á los que Bernheim
y los hipnotizadores describen en sus tratados.
I32 FILOSOFÍA

«Una vez, cuenta ella en su Vida (1), teniendo y o la cruz


»en la mano, que la traía en un rosario, me la tomó con la
»suya (el Señor) y cuando me la tornó á dar, era de cuatro
«piedras grandes, muy más preciosas que diamantes, sin
«comparación, por que no la hay casi á lo que se ve sobre-
»natural; tenían las cinco llagas de muy linda hechura. Dí-
»jome que ansi la vería de aquí adelante, y ansi me acaecía,
»que no veíala madera de que era, sino estas piedras, mas
•»iio lo veía nadie más que yo.-¡>
Idénticas á esta, son las sugestiones más comunes de los
hipnotizados.
En la «Vida admirable del taumaturgo de Roma San Fe-
lipe Neri» escrita en portugués por el P. Juan Manuel Con-
ciencia (2), abundan toda clase de fenómenos hipnóticos de
sugestión inconsciente y de auto-sugestión.
Las relaciones magnéticas de este santo con Sor Úrsula
Benincasia, virgen extática de Ñapóles, que el Papa Grego-
rio XIII mandó examinar al cardenal de Santa S.everina y á
Felipe, son de lo más instructivo en materia de hipnotismo,
y marcan perfectamente la causa de los errores de la época
al juzgar tales fenómenos de milagrosos y sobrenatu-
rales.
Sor Úrsula fué un problema insoluble, un caso de pose-
sión inexplicable para la gente de Iglesia de aquel tiempo.
Ella respondía algunas frases en latín, lengua que no había
aprendido, pero de la cual podía saber alguna cosa, como
reminiscencia de la vida del convento. Tres veces quedó
en éxtasis delante del Papa. A la pregunta «.¿Tu quis estht
contestaba: «Ego sum quistem», cosa que, á juicio de to-
dos los presentes, sólo se podía esperar de una endemo-
niada. Se aplicaba con frecuencia las manos á la nariz, acción
propia de energúmenos, según decían los inteligentes; de-

( I) Vida de Santa Teresa, escrita por ella misma, Cap. XXIX.


(2) Madrid, 1 7 6 0 .
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 133

claraba sentidos de las Escrituras que sólo podían ser dic-


tados por el diablo.
Los médicos convinieron en que la enfermedad no era
natural. Para probarlo, le hicieron muchas sangrías y le die-
ron medicamentos tan fuertes, que un boticario dijo á Feli-
pe, que si los tomaba peligraría su vida. Los tragó, sin em-
bargo, después de benditos por él, y ningún daño le hicie-
ron. Pero en cambio, oía misa con una devoción que no
podía esperarse de una endiablada, y se quedaba durante
ella en dulces éxtasis. Felipe veía resplandecer su aliento
en los diálogos que tenía con Jesús.
En estas dudas, y teniendo en cuenta el consejo de San
Juan: «.Nollite omni spiritui creciere, sedprobate spiriüís si ex
Deo sint», la sometieron á las más duras pruebas; le hicieron
desempeñar los más esclavos cargos de cocina; le prohi-
bieron oir misa y hacer actos de devoción, que era lo que
más ella sentía, y en todo la trataron como la más vil y
abyecta de las criaturas; hasta el punto de que, teniendo en
cierta ocasión una alegría de espíritu, como ella decía, Fe-
lipe le pegó una gran puñada, diciendo: «¡ Temeraria, so-
berbia, hipócrita! ¿ Mereces tú tener consuelos espirituales?»
Con tales tratamientos, un día cayó como muerta, sin
habla, sin pulso, en la agonía. L e trajeron el Viático, y
aquel estado se convirtió en dulcísimo éxtasis, sanando lue-
go. L o más particular del caso es que Felipe, como los
exorcistas de Loudun con sus monjas, llegó á ser el hipno-
tizador inconsciente de la hermana Úrsula. Su influencia
magnética sobre ella se demuestra bien en esta confesión
de la pobre joven: «Después de darme la comunión (Feli-
»pe) en la iglesia de San Jerónimo, estando y o extática
«(hipnotizada) (?) me ordenó que fuese con él, y no obs-
t a n t e estar fuera de mí, hizo que fuese en su compa-
»ñía» ( 1 ) .

(I) Vida de la extática Úrsula Benincasia, por el Dr. Juan Bagatta.


Roma, 1696.
134 FILOSOFÍA

Se dice hoy que todo esto se reduce á fenómenos histé-


ricos é hipnóticos, y que por consiguiente son cosas natu-
rales, y es verdad; pero decir eso no es una explicación.
Todo lo que se cuenta de la posesión y de la hechicería
se reproduce ahora en la Salpetriére; es cierto; y lo es tam-
bién que como los histéricos no son religiosos, sus diablos
no se llaman y a Asmodeo ó Behemot, sino Carlos ó Al-
fonso; pero si al lado de aquellos hechos milagrosos pone-
mos éstos, es que el misterio, carácter esencial de lo ma-
ravilloso, ni en unos ni otros se ha descubierto aún.
En los casos de parálisis histérica, por ejemplo, en los
que las personas atacadas permanecen muchos años sin
movimiento ni sensibilidad, las curaciones repentinas por
una fuerte emoción ó por una impresión inesperada son in-
explicables ( i ) .
Hubo una enferma de paraplegía en la Salpetriére, que,
habiendo cometido un robo, se asustó tanto al ver entrar
donde estaba á un comisario de policía, creyendo que ve-
nía por ella, que saltó para huir y se encontró sana.
En el curso de' 1872 mostraba M. Charcot una de estas
mujeres, enferma desde hacía nueve años, con el brazo y
pierna izquierdos violentamente contraídos, que en otro
tiempo pasaría por anquilosis ó coxalgia, muda y ciega, sin
poder comer más que con ayuda de la sonda, y decía que
todo tratamiento había abortado en esta complicada enfer-
medad, pero que acaso vendría un suceso cualquiera el me-
jor día á producir la curación repentina. Y así fué; tres años
más tarde se empeñó esta enferma en que se pusiese sobre
su cabeza el Sacramento en el acto de pasar la procesión
del Viático, sanando á consecuencia de esto, después de
una convulsión (2).
Pues bien; para el estudio, es preciso poner en la misma

(1 ) Dr. Paul Regnard. Les maladies epidemiques de Pesprit.


(2) P. Regnard. Obra citada.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO I35

cuenta las experiencias de la Salpetriére, con los milagros


de Jesús ó los prodigios del cementerio de San Medardo,
porque las condiciones son iguales y las causas deben ser-
lo también.
Los hechos que vamos á referir no pueden ponerse en
duda, aunque lo estuvieron hasta ahora, porque están re-
vestidos de todas las pruebas imaginables, y si se les re-
chaza, como dice M. Regnard, el compañero de M. Char-
cot, «se quebrantan todos los fundamentos de la razón y
de la historia» ( i ) .
Son ya los fisiólogos, como se v e , los que empiezan á
temer por la razón y por la historia ,• de continuar con esa
crítica tan radicalmente incrédula.
Las convulsiones y los fenómenos extraordinarios que
tuvieron lugar á mediados del siglo pasado en París, sobre
Ja tumba de un sacerdote virtuoso, el diácono Francisco
París, deben ser conocidos. Algunas personas que fueron
á pedir la salud por su intercesión tuvieron éxtasis y caye-
ron en convulsiones; poco después, cediendo á la simpatía
nerviosa, ó aumentando el crédito de los prodigios, el nú-
mero de los convulsionarios fué muy grande.
L a opinión llegó á preocuparse seriamente; unos veían
en los hechos milagros de Dios y otros arterías del diablo.
Un consejero del Parlamento de París, Carré de Montge-
ron, racionalista incrédulo, entra en el cementerio un día
con ánimo de burlarse ó de examinarlo todo con la más se-
vera crítica; pero al ver lo que pasa, se siente cogido de
admiración y cree que hay mucho de milagroso en los fe-
nómenos que presencia. Entonces formó el proyecto de re-
coger las pruebas de tales maravillas para componer la obra
en que reunió todas las piezas justificativas.
El Dr. Regnard admite ya en su obra estos hechos como
ciertos, no sólo porque están perfectamente atestiguados,

(I) P. Regnard. Obra citada.


I36 FILOSOFÍA

sino por ser en un todo semejantes á los ya citados, ocu-


rridos en la Salpetriére. L a histeria es, según él, la causa
de lo maravilloso en todos ellos.
He aquí algunos de estos hechos para formar juicio:
Magdalena de Beigni, enferma de una paresia ó paráli-
sis del brazo desde hacía mucho tiempo, entró en la casa
donde acababa de morir el abate Paris, á las ocho de Ja
mañana del 3 de mayo de 1717, día de su entierro. Se
aproximó al cuerpo, se puso de rodillas, y llena de con-
fianza en Dios y en la intercesión del santo hombre, levan-
tó el paño que le cubría y le besó los pies. Allí permane-
ció arrodillada hasta que los bedeles de la parroquia de San
Medardo pusieron el cadáver en el ataúd. Entonces excla-
mó: «Bienaventurado, rogad al Señor que me cure si es su
«voluntad; vos seréis escuchado, que y o no lo soy.» Entre
tanto, la lana deL colchón sobre el que había reposado el
cuerpo, se distribuía como reliquia entre los asistentes.
Apenas fué colocado en el ataúd, Magdalena se inclinó
para frotar su brazo en él antes que le cubriesen con el
paño mortuorio. De vuelta á su casa, ella no sabe cómo
fué, pero se puso á trabajar su seda sin pensar en pasar su
brazo, como antes, por la cuerda, y sin darse cuenta de si
estaba curada ó no. Sorprendida luego de la libertad de su
brazo y movimientos, dijo á su hija: «Yo creo que estoy cu-
rada. » En efecto, desde este día su curación fué per-
fecta.
Catalina Bigot, sordo-muda, es agitada sobre la tumba
del diácono de movimientos convulsivos. El quinto día cae
en un desmayo, durante el cual, se dice, Dios la devuelve
el órgano del oído. Tan pronto como vuelve en sí, oye y
entiende muy claro todo lo que se le habla.
Gabriela Mouler permanece un cuarto de hora en el fue-
go sin quemarse.
L a señorita Fournier sana de una anquilosis en un pie.
por las convulsiones; y en fin, otras muchas personas curan
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO I37

de distintas enfermedades por más extraños medios toda-


vía, sobre la misma tumba.
Todos estos milagros fueron estimados falsos por Roma
en el decreto de 22 de agosto de 1731, declarando al vir-
tuoso Paris rebelde á la Santa Sede, cismático y hereje.
Es verdad que había protestado al morir contra la Bula
Unigénitas y declarádose jansenista.
Todo lo que el espíritu de partido inventó para desacre-
ditar y ridiculizar estos fenómenos, cede hoy ante la luz
que sobre ellos proyectan hechos parecidos, observados en
la histeria y en la hipnosis.
La insensibilidad de los convulsionarios debe atribuirse
á una causa idéntica á la de los hipnotizados y de los his-
téricos.
Se sabe que el cirujano Julio Cloquet extirpó un tumor
en el seno derecho de una mujer dormida magnéticamente,
sin dolor alguno, y los Dres. Loysel y Gibon de Cherbur-
go operaron también del mismo modo en un cáncer á un
hipnotizado.
Tienen tantos puntos de contacto la hipnosis y la histeria,
que pudiera decirse, sin temor á comprobaciones ulterio-
res, que la histeria es un estado hipnótico, producido por
un hipnotizador invisible.
Esas influencias misteriosas que producen el éxtasis son
la causa quizá de todos esos estados anormales.
Se explican ahora las milagrosas curas del célebre zuavo
de París, que curaba las parálisis con aire inspirado, di-
ciendo como Jesús: «Levántate y anda.»
La fe en este hombre, la seguridad de que podía curar-
les y la obediencia hipnótica á sus órdenes, operaba el pro-
digio en los enfermos.
Un caso igual á éstos se cuenta en el capítulo III de los
Hechos de los Apóstoles: el del ciego de la puerta Hermosa
que pide limosna á Juan y á Pedro, á la entrada del
templo.
I38 FILOSOFÍA

«Y Pedro con Juan, fijando los ojos en él, dijo: «Míranos.»


«Entonces él estuvo fijo en ellos, esperando recibir de
»ellos algo».Después, obediente á la orden de Pedro, se le-
vanta y marcha bueno y sano.
En este caso, mejor que en los otros semejantes del
Evangelio, se indican las condiciones del milagro. Bien
claro se demuestra en el anterior pasaje que consciente ó
inconscientemente, se procedía por sugestión hipnótica. La
fijeza de la mirada es en efecto, la principal condición del
éxtasis; y el éxtasis, aunque momentáneo, es la condición
indispensable de toda esta clase de fenómenos.
L a fijeza de la mirada causa vértigo y produce catalep-
sia. Según los fisiólogos, este medio de hipnotización atrae
la sangre al cerebro, y la hiperemia ó plétora que resulta,
acompañada de sobrescitaeión nerviosa, determina toda
una serie de fenómenos y accidentes neuropáticos. Es que
la atención excesiva trae siempre consigo un poco de hi-
peremia cerebral.
El Dr. Baillarger cita el caso de una joven que, al leer,
caía en epilepsia si se fijaba demasiado en una palabra, y
el Dr. Piorry, el de una joven epiléptica por haber mirado
fijamente al sol. El fisiólogo italiano Tigri, en una memoria
á la Academia de Ciencias, observa que la mirada fija de-
termina un estravismo convergente prolongado, que unido
á la atención, produce un vértigo idéntico al obtenido por
Braid, y que produce catalepsia. Este vértigo, tan rápido
como sea, tiene una importancia extraordinaria por ser la
condición esencial de la hipnosis.
Este vértigo, en distintas fases, constituye el arroba-
miento místico y el éxtasis hipnótico.
Puede decirse que todo lo maravilloso está en el éxtasis;
en esa concentración enérgica del yo, durante la cual, toda
sensibilidad física queda abolida por falta de actividad ner-
viosa, hasta el punto de perder la sensación del peso del
cuerpo y de desaparecer el sentimiento del dolor.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO I39

Este admirable estado que puede ser tan instantáneo y


rápido como el relámpago, es la condición indispensable
de todas las visiones, alucinaciones, profecías ó adivinacio-
nes y curas milagrosas; es el estado propio de los santos
de todas las religiones y de ciertos hombres que llegaron
á creerse unidos á lo absoluto: Buda, San Pablo, Sweden-
borg, Bohme, Santa Teresa, Porfirio, que según cuenta vio
á Dios una sola vez, mientras que su maestro Plotino pudo
contemplarle cuatro veces, son extáticos.
Es cosa clara que, en igualdad de condiciones, los fenó-
menos han de ser iguales también. A s í , que ya no pueden
desdeñarse por imposibles é improbables unos, y otros no.
Pero la histeria, como la hipnosis, no son causas, son con-
diciones del éxtasis en sus diferentes grados; y si la histe-
ria es una hipnosis producida por una voluntad de lo Incons-
ciente , como todo parece confirmarlo, entonces lo maravi-
lloso, y aun lo milagroso, en las curaciones de la Salpetriére
y del cementerio de San Medardo, es cosa real; porque de-
cir hipnosis ó histeria, no es saber la causa de las curacio-
nes. Parecen naturales, y lo son sin duda, puesto que se
repiten en la Salpetriére, como en Lourdes, en San Me-
dardo, como en Jerusalem; pero, ¿á qué voluntad, á qué
sabiduría obedece el organismo en ese estado?
Decir que sana una enferma desahuciada al cabo de doce
años, porque se coloca el Sacramento encima de su cama,
y no querer ver nada maravilloso en esto, contentándose
con decir: « es un caso de histeria», raya en lo estúpido.
Es lo que sucede con los milagros de Lourdes, algunos
bien probados por cierto. Si la fe en el poder divino tiene
tal eficacia; si la oración, si la promesa religiosa, si la emo-
ción, son capaces por sí solas de producir curas maravi-
llosas que la ciencia es impotente para conseguir, el mun-
do : seguirá creyendo con razón que la mejor medicina es
encomendarse á Dios, ir en romería á tal santuario, ó po-
nerse de rodillas ante el Sacramento.
I40 FILOSOFÍA

¿No confiesan las celebridades médicas, los hombres del


naturalismo y de la ciencia, que esa clase de emociones
curan lo incurable, sanan lo imposible, devuelven el vigor
á los órganos estropeados, que ellos no saben ni pueden
corregir?
Pues si es así, por su propia confesión, dejen de meterse
en lo que no entienden, y aconsejen al enfermo, en esos
casos extremos, que ponga su confianza en Dios, y pón-
ganla ellos también, si quieren curar mejor de lo que curan.
Se comprende que les repugne cierta clase de intercesión;
pero tengan en cuenta que toda intercesión es buena, si el
corazón es puro. L a divinidad escucha y atiende siempre
las súplicas de los mortales, lo mismo que le sean dirigidas
por conducto de Esculapio ó de Serapis, que por el del
abate París ó de la Virgen de Lourdes. L a divina bon-
dad no tiene secta, ni es celosa.
Bien podemos pensar como L a Montaigne en er siguiente
párrafo de sus Ensayos: «Cuando leemos en Bouchet los mi-
»lagros de las reliquias de San Hilario, pase; su crédito no es
»tan grande que nos quite la licencia de contradecirle; pero
«condenar de una vez todas las historias semejantes, me pa-
»rece singular imprudencia. Este gran San Agustín atestigua
«haber visto (De civitaie Dei, X X I I , 8) sobre las reliquias
«de San Gervasio y San Protasio en Milán, á un niño ciego
«recobrar la vista; á una mujer, en Cartago, ser curada de
»un cáncer por la señal de la cruz que una mujer recién bau-
«tizadale hizo; á Hesperius, un familiar suyo, haber expul-
»sado' los espíritus que.infestaban su casa con un poco de
«tierra del sepulcro de Nuestro Señor, tierra que después
«de transportada á la Iglesia, curó repentinamente á un
«paralítico; á una mujer, que en una procesión tocó con un
«ramillete la urna de San Esteban, frotándose con él los
«ojos después, recobrar la vista, de muy atrás perdida; y
«muchos otros milagros á los que dice haber asistido él mis-
»mo. ¿De qué acusaremos nosotros, y a á él, y a á los dos
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 141

«santos obispos Aurelio y Maximino? ¿ Será de ignoran-


»cia, simplicidad, facilidad, ó de molicie ó impostura? ¿Hay
«hombre tan imprudente en nuestro siglo, que piense serles
«comparable, y a en virtud y piedad, ya en saber y juicio?
«Aunque ellos no me alegasen ninguna razón, me per-
«suadirían por su autoridad».
Es indudable que hoy se sabe más que en tiempo de San
Agustín y de Montaigne; pero en cuestión de hechos ¿ de
qué sirve el saber?
Ante un niño ciego que recobra la vista sobre los huesos
de un santo, ¿qué más da ser sabio que ignorante? Nada
puede añadir la ciencia al testimonio.
¿Estaba realmente ciego? ¿Curó? Esto, lo mismo puede
ser comprobado por el hombre más rústico, que por San
Agustín ó Moleschott.
Mucho de lo que antes pasaba por increíble, se empieza
ya á encontrar probable ó cierto, y no hay necesidad de
tener por necios ó embusteros, cosa que repugnaba, á los
testigos de mayor moralidad y respeto que pudo producir
la humanidad. Esto ya es algo.
C A P Í T U L O III

LOS INCONSCIENTES ÍNTIMOS

Decir con Maine de Birán que el sonambulismo es una


especie de hábito con vista interior de los objetos, y el so-
námbulo una máquina infalible como todas las máquinas, á
achacar con los hipnotizadores todos sus fenómenos á exci-
tación cerebral, ó al ejercicio de la actividad automática
del cerebro durante la parálisis de la actividad consciente
que manifiesta el yo, es explicar lo maravilloso por lo in-
concebible.
El sonámbulo sería según eso un autómata, una' máqui-
na , pero autómata y máquina capaz de leer en la obscuri-
dad ó de cumplir una orden á plazo fijo. L a explicación es
más asombrosa que el hecho mismo. | Qué! ¿Un hipnotiza-
dor podrá disponer á leguas de distancia del cuerpo auto-
mático de su sonámbulo, para llevarlo y traerlo por donde
le acomode? ¿Podrá infiltrar todavía su voluntad en el so-
námbulo, cuando éste, despierto y a , se siente dueño de su
organismo?
Esto sería tener un cuerpo dos poseedores á la vez; sería
volver á los casos de posesión. ¿Por qué no creer entonces
en la posibilidad de los endemoniados?
Otros no son de aquel parecer enteramente; creen que
los hipnotizados [no llegan á perder la voluntad y la con-
144 FILOSOFÍA

ciencia por completo; que sólo los durmientes profundos


tienen la conciencia y la voluntad debilitadas; pero atribu-
yen al automatismo mecánico una gran influencia todavía
en los fenómenos, sin hacerse cargo de que si el hipnotiza-
do recordase al despertar las órdenes comunicadas en el
sueño, el cumplimiento de éstas no sería más que una su-
perchería , la sugestión una farsa, y los hipnotizadores unos
necios.
Pero no; es cosa bien probada que la orden se olvida, y
que se cumple inconscientemente después.
Fijémonos en este adverbio inconscientemente.
¿De qué manera se puede ejecutar un acto inconsciente-
mente?
«Muchos actos, dice Bernheim, pueden ejecutarse sin
«nuestra voluntad ó sin tener de ellos conciencia en nuestra
»vida habitual. Las funciones propias de la médula espinal
»se ejercen sin que nosotros nos apercibamos; los fenóme-
»nos complejos de la vida vegetativa, la circulación, la res-
piración, la nutrición, las secreciones, los movimientos del
»tubo digestivo, la química viviente del organismo, se ope-
ara silenciosamente por su mecanismo del cual no tenemos
«conciencia».
Perfectamente; pero al presentar esta analogía de funcio-
nes como una explicación, sería menester fijar la causa de
estas funciones mismas. ¿La saben los hipnotizadores? ¿Se
ha explicado ya el mecanismo de la nutrición, por ejemplo?
¿Saben por qué las moléculas reemplazándose unas á otras
ocupan siempre sus lugares respectivos, y cómo se arreglan
para marcar tan precisamente las diferentes edades de la
vida?
¿Está bien y positivamente demostrado que no obedez-
can más que á un simple mecanismo? Y aun cuando lo es-
tuviese, ¿creen de veras que hay verdadera analogía entre
estas funciones y los casos de sugestión ?
Fijémonos en éste, por ejemplo, que es uno de los más
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 145

sencillos: « Dentro de ocho días, se dice á un hipnotizado,


»vas á ir tal punto á las diez de la mañana».
¿ Se acuerda el hipnotizado, de esta orden, al despertar
en los días sucesivos, ó cuando llega el momento de cum-
plirla?
N o ; contestan á una voz hipnotizadores y fisiólogos; pero
siente la necesidad de cumplirla y va.
Esto quiere decir que la cumple inconscientemente, como
el animal cumple las instigaciones del instinto. Para el so-
námbulo en vigilia, es un deseo imperioso el ir, y nada más.
Se siente impulsado y va. ¿Por quién se siente impulsado?
Por la actividad automática de su organismo, dicen unos;
por la luz ó fuerza nerviosa concentrada en su cerebro, di-
cen otros.
Veamos, pues, si el mecanismo automático puede expli-
car el hecho. Para cumplir una orden á plazo fijo, es preci-
so, absolutamenle preciso: saber que se ha recibido la
orden; 2 . ° , haberla comprendido; 3. , contar los días que
0

faltan para cumplirla; 4. , saber el día y la hora para ser


0

exacto; 5. , memoria para no olvidarse; 6.°, voluntad cons-


0

ciente para obedecer.


El hipnotizado despierto, que se supone autómata, nada
sabe de todas estas cosas. No recuerda la orden, ni cuenta
los días, ni le importa la hora. Su memoria, entendimiento
y voluntad, no entran para nada en el fenómeno. El meca-
nismo ¿sabe, pues, contar, pensar, querer, obedecer, recor-
dar, y tiene poder para evocar después, y exteriorizar, se-
gún los casos, todas las alucinaciones que se le han orde-
nado ? No creemos que satisfaga á nadie esta explicación
por más que se aduzcan en su defensa todos los hechos que
de actividad funcional puedan reunirse. Estos hechos ven-
drán á probar en último resultado, como las sugestiones
cumplidas, un poder inteligente, y no un mecanismo cie-
go. Entre el dogma más absurdo de la religión más bárba-
ra, y esta imposición científica sin pruebas, obligando á
10
I46 FILOSOFÍA

creer que las maravillosas funciones y la composición admi-


rable del organismo entero es obra puramente mecánica y
de azar, optaríamos siempre por lo primero.
El caso es que tenemos una orden que se cumple sin
conciencia ni' voluntad por parte del que la cumple. Esto
es lo prodigioso, y lo que no se explica, ni por el automa-
tismo absoluto de los unos, ni por el automatismo relativo
de los otros.
Hay órdenes ó sugestiones, por otra parte, en que la vo-
luntad y la conciencia del sujeto nada tienen que ver. Se
dice al hipnotizado: «Mañana á tal hora, se te soltará la
sangre por las narices.»
A l día siguiente, á la hora indicada, algunas gotas de san-
gre se desprenden de la nariz.
O se dibuja en el brazo del dormido un nombre cualquie-
ra y se dice: « Es preciso que este nombre aparezca escrito
con tu propia sangre.»
Los poros se abren en los días siguientes, y escriben el
mismo nombre en pequeñas gotas sanguinolentas, pudiendo
leerse tres meses después con toda claridad.
Estas observaciones han sido hechas en la Escuela de
Nancy ( 1 ) .
¿Cómo explicar esto? ¿Qué tienen que ver aquí el auto-
matismo, ni la voluntad, ni la conciencia del sujeto?
La actividad automática no puede entender lo que se le
ordena, en el mero hecho de ser automática, mecánica. L a
voluntad y la conciencia del sujeto no tienen poder para
hacer salir la sangre aunque quieran.
¿Quién es pues, el que obedece y cumple las órdenes
en este caso?
No hay nada en la ciencia, capaz de explicar esto. L a
teoría de Durand, Legros y Liebault supone que, durante

( I ) La sugestión y sus aplicaciones á la Terapéutica, por el Dr. Ber-


rihein. Versión española del Dr. Plaza. Oviedo 1 8 8 6 .
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO I47

el sueño, toda ó casi toda la actividad cerebral, toda la fuer-


za nerviosa, ausente en el cerebro, se halla concentrada en
el interior ó centros automáticos, y que al despertar, difun-
diéndose de nuevo por el organismo, hace olvidar la orden,
que renace y se hace consciente, cada vez que el mismo es-
tado psíquico se reproduce volviendo á concentrarse aque-
lla fuerza ó luz nerviosa, pudiendo suceder esto en el esta-
do de vigilia por una especie de sonambulismo pasivo.
Pero está probado que la orden nunca se hace conscien-
te al sujeto que la cumple:
«El sujeto que al cabo de tres meses, dice Bernhein ( i ) ,
»cumple un acto sugerido durante el sueño, no manifies-
»ta tener durante esos tres meses ninguna idea de la or-
»den recibida, y cuando la ha cumplido, cree y afirma no
»haber tenido en todo ese tiempo ninguna idea relativa al
»acto.»
Aun concediendo que la orden se cumpla en ese impro-
bable sonambulismo pasivo, ¿quién domina las funciones de
los órganos ? Además, esa explicación no es positiva, no es
más que una suposición sin fundamento; nadie ha visto esas
subidas y bajadas de la luz nerviosa, ni la luz nerviosa es
un ser capaz de ejecutar una orden. Todo el mundo está
autorizado á dar esta clase de explicaciones que á nadie han
de convencer.
En esto, como siempre, se confunde la condición con la
causa. La sugestión es condición necesaria para el cumpli-
miento inconsciente de una orden, así como la auto-suges-
tión puede serlo de las curaciones maravillosas; pero la ver-
dadera explicación está en la causa, no en la condición.
Es indudable ya, que en los momentos decisivos en que
se cumple una orden sugerida, ó se sana de una enferme-
dad incurable, el vértigo hipnótico se produce, en el primer
caso, por la obediencia inconsciente é inexplicable hasta

( 1) Obra cicada, pág. 1 6 6 .


148 FILOSOFÍA

ahora, á la voluntad del hipnotizador, y en el segundo, por


la atención y concentración excesiva del sujeto al verse en-
frente de lo que tanto respeto, veneración, esperanza ó mie-
do le infunde.
La paralítica de la Salpetriére que salta de la cama al
ver entrar un policio que se figura que la va á prender, co-
mo la otra deshauciada que sana ante el sacramento, lo
mismo que los convulsionarios de San Medardo, ó la mujer
del Evangelio que se cura tocando la túnica de Jesús, obe-
decen á la misma ley. Todos sufren el vértigo hipnótico,
su momento de éxtasis, y curan por autosugestión.
Todo esto está muy bien y se concibe; mas no olvidemos
nunca, que ese estado hipnótico, siquiera sea momentáneo,
no puede ser más que la condición del fenómeno, jamás la
causa.
Pruebas de que no es causa, tenemos, en la susceptibili-
dad de ponerse el organismo por enfermedad natural ó por
influencias patogénicas, como las de los anestésicos, en las
mismas ó parecidas condiciones en que se pone bajo la
acción hipnótica ó sugestiva.
Puede asegurarse, al ver un estado patológico cualquiera,
que existen productos en la naturaleza capaces de propor-
cionar iguales condiciones al organismo. Hubo gentes que
sufrieron sin lesión la prueba del agua hirviendo en sus
brazos hechos invulnerables de antemano á la acción del
calor, por un procedimiento especial; y saltimbanquis que
pasaban la lengua sin inconveniente sobre un ascua, como
algunas convulsionarias. L a anestesia puede ser natural y
artificial.
Apenas hay hecho maravilloso que no se pueda reprodu-
cir por artificio, ó valiéndose de algún producto de la natu-
raleza. Es que todo consiste en poner el organismo en con-
diciones. Una dosis de estricnina agita los músculos como
una convulsión; la belladona, produce ilusiones y alucina-
ciones, como el éxtasis; el éter sulfúrico, el cloroformo, la
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO I49

amilina, ocasionan fenómenos de catalepsia. Por eso, la


condición no es la explicación. Decir que el estado de hipe-
remia cerebral ó de excitación nerviosa es causa de tantos
y tan maravillosos fenómenos como de la hipnosis se des-
prenden, es, como suele decirse, tomar el rábano por las
hojas.
En vista, pues, de la dificultad de explicar satisfactoria-
mente este pavoroso y trascendental problema de la suges-
tión, sin salir del concepto que del hombre y de su natura-
leza se han formado las escuelas científicas, precisa buscar
su explicación partiendo de otro más elevado y superior.
Si se comparan los dos estados: el de sueño hipnótico y
el de vigilia post-hipnótica, que ya se inclinan todos á con-
siderar como un disimulado sueño en el momento de cum-
plir las órdenes ó de efectuarse las alucinaciones sugeridas,
veremos que los fenómenos producidos en el segundo esta-
do han de tener la misma explicación que los del primero,
siendo ambos estados propios de la hipnosis.
En los dos casos que vamos á examinar, veremos el or-
ganismo puesto en idénticas condiciones por enfermedad
natural y por estado hipnótico. El fenómeno en que surge
una segunda personalidad, una voz que habla, como en los
casos de Juana de Arco, de Santa Teresa y demás extáti-
cos, es igual. He aquí una parte de la relación hecha por
los Sres. Latour, médico, y Gueritaut, farmacéutico, de la
enfermedad de la Srta. Adelaida Lefebre ( i ) .
«El 10 de marzo por la tarde, la Srta. Adelaida de Le-
febre, convulsionaria y cataléptica, comenzó á conocer las
personas que le ponían la mano en el epigastrio, mientras
que otras le tenían cerrados los ojos. Otras veces, inclinan-
do su rostro hacia aquella región, escuchaba una voz que le
hablaba allí, y por este medio predijo todo lo que debía
sucederle hasta el término de su curación. Desde el día 25

(1) Bulletin de la Société d'Orléans. Tomo II, pág. 1 4 9 .


150 FILOSOFÍA

de marzo hasta el 29 no cesó de referir sus predic-


ciones».
L a voz le decía: «El 30 de marzo cesarás de derramar
sangre y dejarás de oir hablar. El día de Pascua (17 de
abril) tratarás de darte la muerte; si esto sucede, no mori-
rás en seguida; padecerás largo tiempo. La víspera de
Pascua dormirás cuatro horas, pero tu despertar será fu-
rioso. Sólo los baños de mar podrán curarte, etc., etc.»
Curó efectivamente con los baños de mar, y todas las
predicciones se cumplieron.
Este caso publicado por la «Sociedad de Médicos de Or-
leans», tiene la ventaja de ser atestiguado por facultativos
que, no siendo magnetizadores ni hipnotizadores, ofrecen en
su indiferencia por esta clase de fenómenos mayor prueba
de imparcialidad.
¿Quién es, pues, el que inspir.a al enfermo con toda exac-
titud el terrible momento de la crisis con tantos días de an-
ticipación?
Desengáñense todos; no hay en el mecanismo material
orgánico nada que pueda dar razón de estos avisos.
Es preciso dejarse de divagaciones y de palabrerías,
ante esa misteriosa voz de lo infalible.
Este otro testimonio es del doctor Bertrand, el cual aun-
que magnetizador, habiendo salido el magnetismo cierto, y
habiendo sido un ilustre y considerado médico, no se le pue-
de tachar de mal testigo ( 1 ) : «Yo estaba cerca de la so-
snámbula, cuando veo entrar á uno de mis amigos, acom-
»pañado de un caballero herido hacía pocos días en un
«duelo, de un balazo en la cabeza»
«Y bien—le dije yo.—¿Qué veis, pues?»
«—Es preciso que él se equivoque—me dijo ella:—élme-
»dice que el señor tiene un balazo en la cabeza.» «(Este él,.
»era, según la sonámbula, un ser distinto, separado de ella, y

(1) Dti Magnetisme animal en France, pág. 4 2 2 . París, 1 8 2 6 .


DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 151

»cuya voz se hacía escuchar en lo hueco del estómago: una


«especie de ángel guardián.)»
«Yo le aseguré que lo que ella decía era verdad, continúa
»el doctor Bertrand, y la pregunté por dónde había entrado
«la bala y qué trayecto había recorrido. La sonámbula re-
»flexionó un instante; después abrió su boca é indicó con el
»dedo que la bala había entrado por la boca y había pene-
»trado hasta la parte posterior del cuello, lo que era cierto
»también. En fin, ella llevó la exactitud hasta indicar alguno
»de los dientes que faltaban en la boca y que la bala se había
»llevado. La sonámbula no había abierto los ojos desde el
«instante en que el herido había entrado en la habitación,
»y por otra parte, no había lesión ninguna en los tegumen-
»tos exteriores de la boca.»
Se sabe hoy que muchos, si no todos los casos que an-
tes se atribuían á la lucidez ó doble vista, no son otra cosa
que casos de transmisión de pensamiento. En este caso del
doctor Bertrand pudiera verse una transmisión de sú pensa-
miento á la magnetizada, suponiendo que él supiese la cau-
sa de la herida y los dientes que faltaban; pero la voz que
ella oía en su estómago, es lo inexplicable. Ese él, que le
habla allí, no puede ser el doctor Bertrand. ¿Quién, pues,
será?
Ochorowicz que traslada también este caso, con otros, á
su preciosa obra de la Sugestión mental, dice que donde se
lee «un ángel guardián» debe leerse: lo Inconsciente.
Es este Inconsciente, cuya significación é importancia
Ochorowicz, sin embargo, no comprende sino de un modo
vago, lo que encierra la explicación de todo lo maravilloso.
He aquí las funciones atribuidas por Ochorowicz ( i ) al
Inconsciente: «No debe olvidarse, dice, que si la sensibili-
»dad hipnótica es independiente de la voluntad conscien-
»te del sujeto, no lo es de su inconsciente. Lo inconsciente

(1) De la Suggestión viéntale, pág. 4 2 0 , París, 1 8 8 7 .


I52 FILOSOFÍA

»puede ser considerado como un gobierno secreto, más po-


»deroso si cabe, que aquél que bajo el nombre de Y o I, rei-
»na á la luz del día, pero no gobierna.
»Con este Y o I más vanidoso que poderoso, podéis tra-
»tar las cuestiones de orden superficial, pero con el Y o II
«podéis concluir tratados concernientes á todas las funcio-
»nes vitales. Podéis decirle, por ejemplo: Mientras que el
»Yo I duerme, tú vas á velar, contando las horas y los mi-
»ñutos y tú le despertarás á tal hora; tú vas á vigilar á tu
«primer ministro que se llama el cambio de materias para
«que no vaya demasiado pronto en sus funciones; tú vas á
«igualar y activar el movimiento vital en todas las provin-
»cias de tu reino, á defender la frontera de corrientes extra -
«ñas, á expulsar los focos patológicos que turban tu repo-
»so, etc., etc.; y él os obedecerá; él tiene el poder de obe-
»deceros. Por consiguiente, la voluntad del Y o II puede ir
»al encuentro de la nuestra; ella puede ayudarnos y facili-
»tamos cada vez más nuestra tarea.»
¿Hay, pues, dos Yos en el hombre? ¿Yo I y Y o II? ¿Hay
dos inteligencias, dos voluntades, constituyendo dos perso-
nalidades en su ser?
Esto se desprende, sin duda, de la hipótesis explicativa
de Ochorowicz.
Esto es también lo que se deduce claramente de los he-
chos; es decir, es más que esto, porque en lugar de ser dos
Y o s , dos personalidades, son tres. Y o I, Y o II y Y o III.
Es este el resultado más. trascendental y sorprendente
acaso de toda la observación científica moderna.
Vamos á exponerlo brevemente. Los hechos son referi-
dos por M. Pierre Janet, uno de los más autorizados obser-
vadores ( 1 ) :
Consisten las nuevas experiencias en duplicar el sueño

( 1) Actes inconscientes dans le sonambulisme. Revue Philosophique,


marzo 1 8 8 8 .
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 153

hipnótico. Si á una persona dormida en sonambulismo se


la hipnotiza de nuevo, aparece un segundo inconsciente con
carácter propio y distinto del anterior.
Este fenómeno había sido ya, sin embargo, observado por
los magnetizadores, que sabían cuánto aumentaba la lucidez
repitiendo la magnetización en los sonámbulos.
«Puede suceder, se lee en una obra poco conocida (i),
»que magnetizando con energía á una persona en sonambu-
»lismo, se duerma de nuevo; lo cual le sirve para pasar á un
«estado magnético superior. Y o he observado frecuentemen-
»te que este fenómeno aumenta la lucidez; y lo que me ha
«ofrecido de más notable es, que las mismas graduaciones se
«renuevan volviendo á la vida común, y que los recuerdos
«del estado magnético superior se borran, pasando al esta-
»do magnético ordinario».
He aquí los hechos:
La personalidad de la aldeana Mme. B., casada, con hijos,
de carácter suave, dulce y calmoso, desaparece y es susti-
tuida en el estado hipnótico, por otra persona que dice lla-
marse Leontina, alegre, decidora, aguda y burlona. Cuando
despierta, cuando acaba el sonambulismo, Mad. B. puede
decirse que sale de la nada; pero Leontina se acuerda de
todo; no sólo de lo que ha pasado en aquellos estados, sino
de la vida entera de Mad. B. á quien califica de pobre mujer,
de bestia, y con la cual no puede sufrir que la confundan;
mide perfectamente el tiempo transcurrido ó los intervalos
entre una y otra hipnotización, y es, en una palabra, una
personalidad existente que aparece siempre que se le dan
condiciones de manifestación. Puede decirse que su existen-
cia depende del estado hipnótico, así como la de Mad. B. de-
pende del estado de vigilia. Son, pues, dos caracteres, dos
seres, dos personas exactamente definidas que se sustituyen

( I ) Exquisse de la Nature humaine explique par le magnétisme animal.


Paris, 1 8 2 6 . Sin nombre de autor, Chez Dentû.
154 FILOSOFÍA

en el mismo organismo, según se encuentre despierto ó


hipnotizado.
Ahora bien; Mad. B., como la generalidad de los sujetos
hipnotizados, no oye las órdenes que se le dan ni se hace
cargo de las sugestiones que se le comunican para después
del despertar. Si se dice, por ejemplo: Mad. B. se quitará
su delantal mañana á las 12 en plena vigilia; á esa misma
hora Mad. B. se lo quita sin darse cuenta de ello. Si al des-
atarlo, se le indica que se le va á caer su delantal, vuelve
á ponerlo, pero inmediatamente lo suelta otra vez para
cumplir la orden.
Madame B., no recuerda semejante orden; ¿quién es,
pues, el que hace que sus manos desaten de nuevo el de-
lantal?
¿Quién?
Si se hipnotiza de nuevo á Mad. B., Leontina confiesa
riendo que ha sido ella. ¿Por qué, dice, habéis prevenido á
Mad. B. que se le caía el delantal? Me he visto obligada á
quitárselo de nuevo.
Leontina es, pues, por confesión propia, el Inconsciente
de B. Este Inconsciente lleva mucho más lejos todavía las
manifestaciones de su indudable personalidad.
Aprovechándose de las distracciones de Mad. B. escribe
cartas á M. Janet, firmadas: Leontina. Si estas cartas que
retratan fielmente su carácter, se presentan á Mad. B., ésta
se admira y no las reconoce como suyas; es verdad que ni
expresan su modo de sentir, ni contienen su letra. En ellas
se la insulta, y hasta se la amenaza en medio de cierto tono
de broma. Viendo que Mad. B. rompía estas cartas cuando
caían en sus manos, sin entender lo que eran, Leontina
tomó la precaución de guardarlas en un álbum, influyendo
por autosugestión en el organismo de Mad. B. En este si-
tio, las recogía después el hipnotizador.
Sabemos ahora á qué atenernos respecto al cumplimien-
to de las órdenes hipnóticas. Como habíamos dicho, hay
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 155

alguno que comprende y recuerda estas órdenes; que cuenta


los días y las horas, y que se cree, por una ley desconocida
todavía, obligado á cumplirlas.
Es el Inconsciente, el Y o II, como diría Ochorowicz.
Pero esto no es todo. Se ha observado que este Y o II, ó
sea el Inconsciente del sujeto hipnotizado, Leontina, por
ejemplo, tiene también sus actos inconscientes; es decir,
que hay en el sonambulismo actos inconscientes de la mis-
ma naturaleza que los de la vigilia. Leontina que se acuer-
da tan bien de todo lo que ella obliga á hacer á Mad. B.,
no recuerda ciertos actos inconscientes que por anestesia ó
distracción ella misma cumple. A s í , dice M. Janet, «mien-
tras que Leontina charla con las personas presentes, dis-
traída y preocupada hasta el punto de olvidarse de mí, y o
la mando por lo bajo hacer ramilletes de flores y ofrecer-
los á los presentes. Nada más curioso que verla reunir flo-
res imaginarias, pasarlas de una mano á otra, atar los rami-
lletes con cinta imaginaria y ofrecerlos gravemente á los
concurrentes, sin darse cuenta de nada y siguiendo su con-
versación.»
¿Hay, pues, otro Inconsciente detrás de Leontina?
Sí; puesto que este Inconsciente es capaz hasta de seguir
una conversación por signos, apretando ó sacudiendo la
mano para decir sí ó no, sin que Leontina se aperciba.
Pero este Y o III es más libre; puede rehusar lo que se le
exige, y toda reconciliación, sin que Leontina, que ignora
el drama, deje de seguir hablando tan amigablemente con
su hipnotizador.
Cuando Leontina escribe, alguno que no es ella expresa
su voluntad de esta manera: «Quiero venir.» Otras veces,
lo dice por boca de Leontina. Para facilitar la aparición de
este tercer personaje, se ensayó repetir la hipnotización en
Leontina. Esta se duerme á su vez, se borra y desaparece,
como había sucedido antes con Mad. B. y en medio de sín-
tomas cadavéricos aparece el segundó Inconsciente, el
I 5 6 FILOSOFÍA

Y o III, que en este caso dijo llamarse Leonor. Habla al


principio muy despacio; se diría que tarda en relacionarse
con el mundo del cual está lejos; sólo se pone en relación
con el hipnotizador, y en contacto con él. Es grave, serio,
de carácter formal; no se distrae nunca, porque está aislado
del mundo exterior y no necesita por lo mismo, de otro
Inconsciente que le ayude. Conoce y recuerda perfecta-
mente á Mad. B. y á Leontina, sin que éstas tengan la me-
nor noticia de él. Nada se le escapa, ni en vigilia ni en
sueño ó en catalepsia, y se distingue de Mad. B. á quien
llama la otra, y de Leontina, respecto de quien dice: «Veis
bien que yo no soy esta habladora, esta loca: nosotros no
nos parecemos en nada.» En una palabra, domina y re-
cuerda las dos existencias precedentes en todos los detalles
conscientes é inconscientes, hasta el punto de recordar
que hace veinte años le hizo aparecer también el doctor
Perrier, que se encontró con él profundizando el sueño de
Leontina.
En fin, todo lo que hace Leonor es consciente; lo incons-
ciente no existe para ella.
Es ella la que obligó á Leontina, ó mejor dicho, al orga-
nismo de Mad. B. á reunir y ofrecer los ramilletes imagina-
rios en cumplimiento de la sugestión.
Es ella la que sorprendió á Leontina en cierta ocasión
en que ésta se hallaba agitadísima, haciéndole oir una voz
que la decía: «Basta, basta, estáte quieta; nos estás inco-
modando.»
Es ella la que cuando Leontina se encuentra más entre-
tenida hablando, la obliga á sacar su reloj, cumpliendo así
la orden sugerida.
E s ella la que recuerda y explica todos los actos incons-
cientes de Leontina, y cuando á ésta se le sugiere, por
ejemplo, que es una princesa, y se cree trasladada á un
salón brillante, cortejada por el maques de Lauzun, perso-
naje que ella misma inventa, Leonor se compadece de ella
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 157

y dice: «Que tonta es esta pobre Leontina: ella se cree


convertida en princesa; sois vos quien se lo habéis hecho
creer.»
«Soy yo, dice Leonor refiriéndose á otros hechos, la que
os llamé la atención al brazo de Leontina, la que os he
aconsejado que la hicieseis respirar. ¿No tenía yo razón?»
En este estado de segundo sonambulismo, Leonor ve,
según dice después, una luz que va creciendo y á la cual
adora sin duda, pues que sus facciones toman el aspecto
del éxtasis en el que no tarda en caer, dando en tierra con
el cuerpo de Mad. B. si no se le sostiene; sus cejas se ele-
van, y se comprende que sus ojos seguirían la misma direc-
ción si no estuviesen bien cerrados; sus manos se ponen en
actitud de ruego.
¿Qué será esto?
Creer en una sola personalidad con dos aspectos, cuan-
do Azam empezó á observar estos fenómenos, era ya mu-
cho; con tres, la cosa es insoportable.
Si Leonor es el inconsciente de Leontina y Leontina el
inconsciente de Mad. B. ¿son tres personas distintas en un
solo organismo verdadero?
En este caso quedaría confirmado aquel versículo bíblico:
«Deus creavit de térra hominem et secundum imaginem
suam fecit illum.»
L a Trinidad humana sería un hecho á imagen y seme-
janza de la Trinidad divina, y los más obscuros problemas
psicológicos se aclararían.
Diríase que se procede con cierta timidez y con natura-
listas preocupaciones en estos estudios asombrosos, ó que
se teme dar la voz de alerta contra ellos en el campo ma-
terialista; pero los hechos parecen empeñados en demos-
trar la existencia de estos Inconscientes íntimos, con per-
sonalidad independiente, con su propio carácter cada uno,
con inteligencia y con conocimientos siempre superiores á
los de la persona hipnotizada; y hay hechos, en las más
158 FILOSOFÍA

críticas circunstancias de la vida, que no pueden atribuirse


y a , sino á la intervención de estos Inconscientes, operando
en el hombre por medio de la sugestión, unas veces como
buenos amigos, y otras, al parecer, como enemigos.
Esta sugestión de los Inconscientes es lo que se conoce,
impropiamente, con el nombre de auto-sugestión.
L a sugestión es orden, mandato, instigación: ¿quién
manda, quién instiga al Yo?
En la hipnosis, el hipnotizador; en la auto-sugestión,
el Inconsciente.
¿Había de mandarse el Y o á sí mismo, cometer un acto
de locura, como su vos se lo mandó al asesino del presi-
dente Garfield?
En los éxtasis, en ciertas clases de locuras, en toda clase
de alucinaciones, el oficio de estos Inconscientes se ve bien.
L a alucinación es una imagen, una idea, que en la hip-
nosis puede ser sugerida desde fuera por una voluntad ex-
terna, pero que en otro caso, es un movimiento signo, todo
interior. ¿Quién inicia y sostiene este movimiento signo,
esta imagen sarcástica, expiatoria, horrible casi siempre,
allá en los abismos del cerebro? ¿Uno mismo? A s í habría
de ser para que la palabra auto-sugestión fuese propia.
Pero, ¿uno mismo? es decir, ¿nuestro y o , la actividad
consciente? ¡De modo que nos engañaríamos á nosotros
mismos!
¿Y por qué el yo se habría de engañar á sí mismo? ¿Qué
gusto puede tener en volverse loco y en imprimir esos sig-
nos falsos y disparatados en su cerebro?
Movimientos mórbidos, mecánicos siempre, producen las
imágenes de la alucinación, se dice.
¿Quién sabe eso? Esa es la hipótesis del azar. Ahora te-
nemos la hipótesis de los hechos. ¿Cuál ha de ser prefe-
rible?
L a definición del instinto, dada por uno de los discí-
pulos de Hartmann, bastante tiempo antes que se ocupase
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 159

nacfte en materia de sugestiones, es una prueba de la iden-


tidad fenomenal entre el instinto y la sugestión; porque ¿qué
definición más aceptable y exacta puede hacerse de la su-
gestión, que esa misma que hemos expuesto del instinto?
Medítese bien y se verá que los dos fenómenos caben per-
fectamente en ella. E s , en efecto, la sugestión también «un
«querer consciente del medio propio, para realizar un fin
«querido por el Inconsciente ».
No hay más diferencia que el origen del querer; pues en
la sugestión hipnótica, el querer del Inconsciente procede
de la voluntad del hipnotizador, á quien obedece; mientras
que en el instinto, proviene de una sabiduría oculta y miste-
riosa. Puede decirse, por lo tanto, que el animal, como el
niño y el extático, es el sonámbulo de Dios.
La exteriorización de las imágenes en la alucinación, se
explica ahora mejor de esta manera: la voluntad del Incons-
ciente imprime un movimiento signo en el cerebro, idénti-
co al que imprime la corriente nerviosa para hacernos co-
nocer los objetos exteriores. Siendo idénticos estos movi-
mientos , claro es que han de producir un mismo efecto: la
exteriorización. L a visión del mundo, su realidad acaso, no
consiste más que en la repetición de estos signos de un
modo sistemático y lógico, en una sugestión universal. Pero
los signos, los movimientos, las corrientes nerviosas, son
productos también de la sugestión. En último resultado, no
hay más que una voluntad inteligente, influyendo de un
modo legal y sabiamente previsto en la formación y evolu-
ción de otras voluntades inteligentes también.
Lo único que está fuera de la sugestión, es la existencia.
¿Cómo empieza? Es el misterio.
Esta intervención de lo Inconsciente tiene transcendental
importancia en las esferas criminal y religiosa.
El instinto del lenguaje ha dado por inspiración los nom-
bres de alienación y enajenación, á esos estados en que el
hombre verdaderamente no se pertenece y está como po-
160 FILOSOFÍA

seído por otro ser ajeno. La posesión antiguamente era


esto.
Puede decirse ya que la mayor parte de los crímenes,
así como la mayor parte de los hechos maravillosos, se de-
ben á estas sugestiones, tentaciones, de lo Inconsciente.
Se explican hoy por él infinidad de milagros y hechos
increíbles, referidos en todos tiempos y por todas partes.
Se ve con satisfacción y como en desagravio del género
humano, tenido siempre hasta ahora por impostor ó em-
bustero, el fondo de verdad que realmente había en todas
esas historias religiosas.
Todo el progreso del mundo, los grandes descubrimien-
tos y revelaciones, se deben á ese ente misterioso.
¿Está solo? ¿Hay una escala de Inconscientes en evolu-
ción, que le ayudan en su enorme propósito?
Parece lógico esto. De todos modos, la verdad se hará;
la ciencia por este lado está en buen camino. Lo divino lla-
ma ya á sus puertas: « Quiero venir» ha dicho un Incons-
ciente.
CAPÍTULO IV

LO MARAVILLOSO EN LA TRASMISIÓN D E L PENSAMIENTO

Un mundo enteramente nuevo de fenómenos se abre de-


lante del observador, no porque ellos sean nuevos, ya he-
mos dicho que son de todos tiempos, sino porque hasta
ahora fueron descuidados ó desconocidos, y cayeron siem-
pre en manos de hombres incapaces de darles carta de ciu-
dadanía en la ciencia.
Los hechos de trasmisión de pensamiento han venido á
resucitar la antigua cuestión de la adivinación, que desde
la época de Cicerón se creía juzgada, aunque realmente no
tengan apenas nada que ver con ella. L a adivinación es, como
la etimología de su palabra indica, la predicción ó previsión
del porvenir por inspiración ó comunicación divina; es.de-
cir, se diferencia de la simple trasmisión de pensamiento
en que ésta solo se refiere al pensamiento humano, mien-
tras que la otra se refiere al pensamiento divino. Tienen,
como veremos, de común el éxtasis, que es la condición del
fenómeno en los dos casos; en el primero, es promovido el
éxtasis por los procedimientos hipnóticos, en el segundo,
por el rapto místico; y este rapto ó arrobamiento místico,
¿no será una hipnosis divina?
Así debe ser, juzgando por analogía; y siendo de este
II
162 FILOSOFÍA

modo, Dios es el gran hipnotizador, y los profetas y viden-


tes., sonámbulos divinos. Es la manera más fácil de com-
prender y entender todos esos, hasta ahora, inexplicables
fenómenos de la mística.
Ha sido suficiente para hacer surgir de nuevo estas cues-
tiones olvidadas, que un hombre dotado de ciertas faculta-
des recorriese el mundo, dando pruebas de su natural habi-
lidad. Cumberland ha venido á decir á los hombres de cien-
cia: Y a lo veis; tenéis que admitir los hechos como ciertos.
Si y o adivino los pensamientos de los hombres ¿por qué no
habrán adivinado otros los pensamientos de Dios, y por
consiguiente los hechos futuros?
No sabéis una palabra de ciencias ocultas, que son, sin
embargo, una gran verdad. Sois unos niños que inspiráis
lástima, en comparación del saber antiguo, de los colegios
sacerdotales de la India y del Egipto, de los Oráculos grie-
g o s , de los Profetas hebreos y de los Chamanes de Si-
beria.
Habéis tenido que admitir los fenómenos hipnóticos, des-
pués de haberlos perseguido con vuestras burlas y despre-
cios, y os habéis contentado con cambiarles el nombre, cuan-
do son los mismos que Mesmer y los magnetizadores ofre-
cieron á vuestra observación.
¿Qué confianza habéis de inspirar á nadie negando la adi-
vinación y las apariciones, que el día menos pensado ten-
dréis también que admitir?
Confesad vuestra ignorancia y estudiad.
Cumberland tendría el derecho de hablar así á los sabios,
porque los testimonios que acreditan la verdad de sus he-
chos, son tan numerosos, tan modernos, tan públicos, que
dudar de ellos siquiera, sería dudar de la evidencia misma.
Pero Cumberland ño es el único hombre del mundo que
posee tan precioso don; otros muchos lo han tenido, y él
confiesa que millones de personas tendrán seguramente esa
facultad sin darse cuenta de ella y sin ejercitarla.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 163

Salverte, en su interesante libro de las ciencias ocultas,


cita á Comus.
«En nuestros días, dice, se ha visto á Comus, evitando
»toda posibilidad de connivencia, anunciar en secreto auna
«persona la carta que otra tenía en el pensamiento. Todavía
«existen testigos del hecho, y además, Comus repitió mu-
«chas veces esa suerte en Inglaterra, en presencia de espec-
«tadores que haciendo fuertes apuestas contra el éxito déla
«misma, no podía sospecharse que contribuyesen á ella con
«sus complacencias» ( i ) .
Estas experiencias dé Comus fueron presenciadas por
Bacon: «El prestidigitador dijo al oído de uno délos especta-
dores, que tal persona pensaría tal carta, y el resultado con-
firmó la predicción» (2). El célebre canciller añade que pro-
curó explicar el hecho por una connivencia, pero se conven-
ció de que no tenía derecho á sospechar tal cosa.
En Italia, hace bien pocos años todavía, fué notable por
su facultad de adivinar el Conde Giuniani de Rávena. El
Spectator del 30 de enero de 1869, cuenta de él que, estando
una noche en casa de Sir Roberto Browning, en Florencia,
adivinó á éste, por trasmisión de pensamiento, el origen de
unos botones de oro que habían pertenecido á un tío suyo,
y que llevaba puestos al ser asesinado.
Hombres con esta facultad de adivinar no han faltado, se
conoce, en ningún tiempo. San Agustín, en uno de sus li-
bros, recuerda la lucidez de un cierto adivino llamado Albi-
cerio: Un sabio llamado Flaciano fué á ver á Albicerio des-
pués de haber formado el proyecto de adquirir una heredad
con el objeto de probar su habilidad si le descubría tan se-
creto propósito. El adivino le dijo en seguida lo que estaba
pensando; pero lo que excitó más la admiración de Flaciano
fué el haberle dicho sin vacilar el nombre de la heredad,

(1) S A L V E R T E . La ciencia oculta. Ensayo sobre la magia, los prodigios


y los milagros. Pág. loo. Barcelona, 1 8 6 5 . ' -¿
(2) Sylva Sylvarum. Century X, 946. (
164 FILOSOFÍA

tan bárbaro y difícil de pronunciar que apenas Flaciano mis-


mo lo recordaba. Este Albicerio adivinaba de igual modo
el pensamiento de todos los que le interrogaban.
San Felipe Neri á quien llamaban en su tiempo, el gran
Profeta, adivinaba los pecados de sus penitentes y las pe-
queñas faltas de servicio de sus fámulos ( 1 ) .
San José de Cupertino, tan famoso por sus ascensiones,
leía también el pensamiento de los que con él se confesa-
ban, cuando no se atrevían á declarar los más graves peca-
dos ( 2 ) .
El cura de Ars, muerto hace pocos años, en 1876, y que
se piensa en canonizar, adivinaba el pensamiento de los que
le, hablaban, y desconcertaba por la seguridad infalible de
sus previsiones á los escépticos y burlones que se dirigían
á él para probarle y ponerle en evidencia.
Los místicos ofrecen muchos ejemplos de éstos: L a céle-
bre mística Mme. Guyon, tan amiga del virtuoso Fenelon,
cuenta ella misma en la historia de su vida, que muchas ve-
ces leía en el pensamiento del'P. Lecombe, su confesor, co-
mo éste en el suyo.
«Yo comprendí, dice ella, que los hombres pueden en
»esta vida aprender el lenguaje de los ángeles; poco á poco,
»fuí reducida á no hablar más que en silencio».
No amontonaremos más hechos. Desde luego se ve que
esta disposición adivinadora es natural y orgánica: y lo que
antes sólo podía pasar por exageración increíble ó por mi-
lagro, se explica ahora de un modo bien sencillo por rela-
ción hipnótica inconsciente.
L a trasmisión de pensamiento en el estado hipnótico es
uno de los fenómenos mejor estudiados y que ya no admite
ni la menor duda. A s í , es posible hoy explicar hechos que
pasaron siempre por increíbles ó diabólicos.

(1) V. Vida de San Felipe, citada en otro lugar.


(2) V. Vida de este Santo, id. id.
DE LO M A R A V I L L O S O POSITIVO 165

La demonomanía de Loudün presenta muchos de éstos.


Aubin, el autor de la «Historiade los diablos de Loudun»,
incrédulo é impugnador de estos fenómenos, cita, sin em-
bargo, el hecho de que fué testigo el príncipe Gastón de
Orleans, el día 10 de mayo de 1635 (1).
El hecho fué el siguiente, tal como lo refiere y certifi-
ca el mismo príncipe:
«Nos, Gastón de Orleans, infante de Francia, duque de
»Orleans... etc., habiendo deseado tener una señal perfec-
»ta de la posesión de estas jóvenes (las monjas), nos hemos
«concertado en secreto y en voz baja con el P. Tranquilo,
«capuchino, para mandar al demonio Zabulón, que posee
«actualmente á la dicha Sor Clara, que fuese á besar la
«mano derecha del P. Elíseo, su exorcista; el dicho demo-
»nio ha obedecido puntualmente nuestro deseo, lo cual nos
«ha hecho creer de un modo cierto que es verdadero lo que
«los religiosos que trabajan en los exorcismos de dichas jó-
>•. venes, nos han dicho de su posesión, no habiendo apa-
»rienda de que tales movimientos y conocimiento de cosas
«secretas puedan ser atribuidos á las fuerzas humanas. D e
«lo cual, queriendo rendir testimonio al público, otorgamos
«y firmamos, etc.— Gastón.—11 de mayo de 1635.»
Uno de los hombres más escrupulosos y severos en el
estudio de los hechos, el Dr. Calmeil (2), después de reco-
nocer que los fenómenos atribuidos antes á los demonios
en la posesión, no son más que hechos de sonambulismo
natural ó artificial, añade sin embargo, que «en cien oca-
«siones se puede creer, en efecto, que los energúmenos ó
«los poseídos leían en el pensamiento de los religiosos en-
«cargados de combatir á los demonios». En el curioso cua-
dro que este mismo doctor nos ha trazado de las epidemias
histéricas en su obra «La locura desde el Renacimiento», se

(1) Relation de ce que s'est passc aux exorcismes de Loudun, en presen-


ce de Monsieur. Véase Figuier, Histoire de Maravilleitx, tomo I, pág. 2 0 5 .
(2) De la folie, tomo I I .
l66 FILOSOFÍA

leen casos admirables de trasmisión de pensamiento. Cuan-


do en 1736 se revocó el edicto de Nantes, que garantizaba
á los protestantes el ejercicio de su religión y de sus dere-
chos , empezaron las convulsiones: muchos se pusieron á
profetizar y el contagio alcanzó á los mismos católicos. Se-
mejantes á profetas de la antigüedad, estos tembladores
marchaban reunidos en tropas de 300 y 400 hombres. Has-
ta los niños de dos y cuatro años fueron atacados de tan
extraña enfermedad. Afirman los testigos de este célebre
proceso, que estos niños, que en su estado normal no ha-
blaban más que el patois del Languedoc, deliraban y pro-
fetizaban en francés: «Yo vi, dice uno de aquéllos, Juan Ca-
»ballier, dos muchachos que cayeron en crisis, y me descu-
•abrieron todo lo que pasaba en mi interior ( I ) ».
A consecuencia de estas revelaciones, Juan Caballier se
pasó á los revoltosos y fué uno de sus primeros jefes.
Clary, uno de estos profetas, que adivinaba los pensa-
mientos y veía á través de los cuerpos opacos, para disipar
las dudas que algunos tenían de su facultad adivinadora y
de su buena fe, propuso someterse á la prueba del fuego.
Consta en el proceso que, en medio de la hoguera hasta
que ésta se consumió, no tuvo dolor ni sofocación ( 2 ) .
Tal insensibilidad parecerá increíble; mas suspendamos
el juicio. Los límites de lo posible no se han fijado aún. La
fe en Dios y la pureza de intenciones triunfan del dolor
aniquilándole, como se observa en los mártires de muchas
religiones. Casos como el de los tres hebreos Sadrac, Me-
sach y Abednego, acaso no sean tan imposibles como nos
hemos llegado á figurar en nuestro ordinario materia-
lismo.
Si acaso, al vernos mezclar nombres de venerables san-
tos con los de mundanos industriales, se escandalizasen al-

(1) Théátre de Cevennes, págs. 2 0 y 38.


(2) ídem, págs. 3 1 y 5 4 .
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 167

gunos, lean con atención el siguiente párrafo de Sor María


de Agreda en su «Mística ciudad de Dios» (i):
« Bien puede comunicar Dios mayores y más altas visio-
»nes y revelaciones al menos santo y menores al mayor. Y
»el don de la Profecía con otros gratis datos, puede con-
«cederlos á los que no son santos, y algunos raptos pueden
«resultar de causa que no sea precisamente virtud de la vo-
«luntad». Y añade á continuación: «que las visiones, alu-
«cinaciones y algunos raptos, pertenecen al entendimiento
»ó parte intelectiva, cuya perfección no santifica el alma;
»y cuando la visión y revelaciones son de esta condición,
«no es necesario que se presten á la santidad, pues Balaam
»fué profeta y no era santo.»
Acotamos con esta beatificada para que no se nos tache
de confundir fenómenos naturales con los que hasta ahora,
por falta de estudio, pasaron por milagrosos.
Ante una observación imparcial, los fenómenos produci-
dos en San Cupertino, San Felipe Neri ó el Cura de Ars,
obedecen á la misma ley que los manifestados en Albicerio,
Comus ó Cumberland.
L a identidad del fenómeno ha de suponer como siempre
identidad de condiciones para su realización.
Basta para convencerse de esto, ver cómo explica el mis-
mo Cumberland su manera de adivinar en su folleto: «¿Qué
«es la Adivinación?»
«Mi caso, dice Cumberland, no tiene efecto sino cuando
»la mente está concentrada en un objeto dado, sin dejar
«espaciopara ninguna otra idea. Bajo esta intensidad de con-
«centración el sistema físico obra con la mente y me comu-
«nica las impresiones.»
Esta explicación que Cumberland da de su estado en el
momento adivinador, es la misma que dan los hipnotizado-

(1) Mística ciudad de Dios... Milagro de omnipotencia y Vida de la Vir-


gen, cap. XIV, pág. 559. — Madrid, 1 7 2 4 .
i68 FILOSOFÍA

res, del estado más propio para recibir la sugestión mental


y la trasmisión de pensamiento; es lo que llama Ochoro-
wicz (i), fase monoideica, es decir, el momento en que una
sola idea, única y dominante, se apodera de un cerebro
que concentra en ella toda su atención.
Así, entre Cumberland y las sonámbulas de teatro y de
plazuela, no hay más diferencia que la facilidad con que
pasa él, del estado normal al mondideico. Su privilegio, como
el de los otros adivinos, es un privilegio de hipnosis. Todo
adivino ha de tener ese momento aideico, sin el cual, el fe-
nómeno no encuentra condición. Es el rapto de que habla
la beata Agreda; un vértigo hipnótico más ó menos largo,
que se consigue de diferentes modos.
Se sabe que los procedimientos magnéticos ó hipnóticos
producen una hiperemia ó plétora del cerebro que es la con-
dición del fenómeno. Toda afluencia de sangre al cerebro
acompañada de sobreexcitación nerviosa, determina cier-
tos accidentes neuropáticos. En las jóvenes en quienes la
circulación y las funciones periódicas no están bien arregla-
das, se produce la histeria por la misma causa. De aquí el
gran parecido, la igualdad, mejor dicho, de los fenómenos
que se manifiestan en las histéricas y en los hipnotizados ó
magnetizados. Ciertos delirios y locuras necesitan la misma
condición para producir efectos semejantes.
Es cosa ya probada, que todas las infelices quemadas por
brujas ó hechiceras en siglos de ignorancia, no eran más
que histéricas, y la supuesta marca del diablo que las hacía
convictas, era sencillamente algún punto insensible de la
piel, carácter propio de aquella enfermedad.
L a atención excesiva, trae siempre consigo un poco de
hiperemia cerebral. El doctor Baillarger cita el caso de un
joven que caía en epilepsia, si al leer se fijaba demasiado

( I ) De la suggestion mentale, par le doctor Charles Ochoiowicz, pá-


gina H 2 , París, 1867.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 169

en una palabra, y el doctor Piorry el de una joven epilécti-


ca por mirar fijamente al sol.
Esta condición de hiperemia cerebral puede conseguirse,
y algunas personas predispuestas la consiguen en mayor
ó menor grado casi instantáneamente, con sólo concentrar
la atención y fijar la vista en cualquier objeto. Es una espe-
cie de vértigo auto-hipnótico, que se disipa por sí mismo
en cuanto vuelve á distraerse la atención, y del que ni si-
quiera se dan cuenta los que á él se someten inconsciente-
mente.
En este estado excepcional, rápido á veces como el re-
lámpago, se reciben las que suelen llamarse inspiraciones
del juego.
Esta condición orgánica se hace más frecuente y durade-
ra en los místicos, por el abuso del éxtasis, que no es otra
cosa que una auto-hipnotización. Una fuerte abstracción sue-
le ocasionar en ciertos organismos un momento extático,
inconsciente y desapercibido, durante el cual, como se dice
comunmente, se comunica la inspiración del genio.
Por eso, los fenómenos del éxtasis, de la histeria y del
sonambulismo se parecen tanto.
Esta explicación condicional no quita á los fenómenos
nada de su maravillosidad.
Cumberland asegura en su folleto haber acertado el nom-
bre, para él desconocido: Abbas, que el Kedive había puesto
en su pensamiento, y una palabra en lengua dogra, dialec-
to de las montañas de Cachemira, al Maharajah.
Si no fuera porque hay hechos semejantes, bien atesti-
guados en los anales del magnetismo y de la posesión, ape-
nas se le podría dar crédito, pero vemos, por ejemplo, que,
entre los fenómenos observados en las poseídas de Loudun,
sobresale el que se suponía entonces don de lenguas (i).

(i) La Demonomanie de Loudun. Pi.'et de Lamenardier; 2. a


edición,
págs. 26 á 56.—París. La Fleche.
I70 FILOSOFÍA

«El Obispo de Nimes habiendo interrogado á aquellas mon-


»jas, en alemán y en griego, obtuvo satisfacción en ambos
«idiomas. Mandó en griego, a l a hermana Clara, levantar su
»velo y besar la reja en cierto sitio, y ella obedeció é hizo
«otras muchas cosas que él quiso que hiciese; lo que hizo
«decir al prelado que era preciso ser ateo ó loco para no
«creer en la posesión.»
«Dos caballeros de Normandía certificaron por escrito
«haber interrogado á la hermana Clara en turco, en español
»y en italiano, y que ella respondió muy apropósito.»
M. Launay de Barillé que había vivido en América mu-
chos años, atestiguó que había hablado á las religiosas en
la lengua de ciertos salvajes de aquel país, y que ellas res-
pondieron muy pertinentemente.
¿Qué pensar de esto?
Los casos en que algunos quieren ver una confirmación
de este don de lenguas, más parecen un desenvolvimiento
de la memoria que otra cosa. Quien hubiese oído, por ejem-
plo, al chico del hospicio de Bicétre, de quien dice Michea,
que en un acceso de manía se puso á recitar pasajes del
Fedro de Racine, ó al joven de Espoleto, que según Eras-
mo, hablaba el alemán perfectamente en un delirio, ó á la
criada loca que, como se lee en la Biografía literaria de Co-
lerídge, voceaba sentencias griegas de un padre de la Igle-
sia, podría creer con razón aparente en la ciencia infusa,
si no supiera que el uno había leído una vez el Fedro, que
el otro tenía del alemán una ligera tintura, y que la loca
había oído aquellas sentencias á su amo que era pastor pro-
testante.
Lo que parece cierto es que las poseídas de Loudun,
como los extáticos y los hipnotizados, entienden las lenguas
extrañas, aunque no las hablen; y se comprende bien, que
sea así como algunas sonámbulas han declarado: «que
«ellas entienden el pensamiento y no el lenguaje.»
En otro capítulo veremos cómo puede ser esto.
CAPÍTULO V

LA TRASMISIÓN DEL PENSAMIENTO

Aceptando nosotros, en parte, la novísima teoría fisioló-


gica, según la cual el razonamiento no es más que una or-
ganización (combinación, mejor) de imágenes, y la imagen,
un fenómeno que resulta de una excitación de los centros
sensoriales corticales, tenemos que considerar la idea como
una representación, como una imagen. Siendo la imagen
una excitación, ó produciéndola, excitaciones diferentes
han de corresponder á diferentes imágenes. Cada excita-
ción es, pues, un movimiento especial, un signo de la ima-
gen. En los oscuros senos del cerebro, nosotros interpreta-
mos los tenues movimientos que nos comunican los nervios,
y esos movimientos ó signos, después de interpretados,
constituyen la imagen ó la idea.
¿Es, pues, la idea, el simple movimiento? No; la idea no
existe hasta después de la interpretación del movimiento
signo en imagen. ¿Quién interpreta allá dentro? ¿Quién es
el traductor invisible de las vibraciones del cerebro? ¡Quién
ha de serl El yo, la unidad consciente.
Luego, el pensamiento para constituirse, necesita dos
cosas: movimiento en la masa encefálica, y apreciación de
ese movimiento por un ser consciente que lo traduce en
172 FILOSOFÍA

imagen. De nada serviría, en efecto, el movimiento, si no


hubiera quien lo percibiese; de nada serviría el signo, si no
hubiera quien lo interpretase. Así como los golpecitos y
signos del telégrafo eléctrico no tendrían sentido ni comu-
nicarían noticias, si no hubiese en la estación un telegrafista
que los descifrase, así tampoco, las vibraciones y signos
del cerebro constituirían imágenes ó ideas, poniéndonos en
relación con el mundo exterior, si faltase el yo.
Que este yo sea espiritual ó material no importa ahora.
Basta saber que es un ser capaz de apreciar aquellos mo-
vimientos, de juzgarlos, de asociarlos y de clasificarlos, des-
pués de reducidos á imágenes, ó descifrados é interpretados
en ideas y en pensamientos. El trabajo, como se ve, no
deja de ser complicado.
El movimiento, pues, por sí mismo, no puede ser pensa-
miento. El pensamiento es algo que se piensa; es cosa pen-
sada, y al decir esto, hay que suponer, sin remedio, un ser
que piensa. Necesita, pues, el pensamiento para ser tal,
dos cosas: sensación y ser que la sienta, ó percepción y ser
que la juzgue.
El yo, el ser que traduce los movimientos ó signos es
un preso que sólo comunica con el mundo exterior de un
modo simbólico. Es este simbolismo, que, en rigor, sólo
debiera producir la creencia en la realidad de un ser supe-
rior que nos habla de ese modo, como creyó Malebranche,
el que promueve en el yo, por sugestión querida, la certeza
de la existencia real del mundo.
Pero, aunque la realidad de esta existencia tenga poco
de positiva, es preciso partir de ella en todas ocasiones,
porque se nos impone de un modo ineludible.
A s í , toda explicación verdaderamente científica ha de
estar fundada en esta supuesta realidad, que por otra par-
te, debemos confiar en que no está reñida con la verdadera,
esto es, con la idea divina. ¿Y por qué lo había de estar?
¿Por qué nos habrían de engañar los símbolos? No hay ra-
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 173

zón para que el mundo no sea, aparte de la realidad ma-


terial , reflejo fiel del pensamiento de Dios.
Con estos antecedentes, considerando la idea como sim-
ple signo de movimiento descifrado, se comprende bien,
que, asi como el signo palabra es movimiento trasmitido
por el aire y á través del oído, á nuestro cerebro, el movi-
miento imagen sea trasmitido por el éter. Todo cerebro
que artificial ó espontáneamente logre ponerse en ese es-
tado de concentración que se designa con el nombre de
aideico, en el que todas las ideas ó representaciones son
abstraídas, como sucede en el éxtasis, quedando así para-
lizado y en disposición de ser absorbido y dominado por
una sola idea, sentirá con una sensibilidad exquisita el más
pequeño choque ó movimiento etéreo que en su seno pue-
da producirse. En este aislamiento extático instantáneo ó
duradero, el cerebro en absoluto reposo y equilibrio, como
lago sin ondas ó placa fotográfica en la oscuridad, está en
condiciones de sentir y apreciar la más delicada vibración
etérea que, en forma de signo, otro cerebro ó cualquier
otro centro de fuerza intelectual le comunique.
Esta trasmisión de la fuerza obedece á la misma ley en
los movimientos invisibles de las moléculas que en los mo-
vimientos visibles de los cuerpos. En efecto, si poniendo
varias bolas colocadas en fila, se empuja la primera, la
fuerza y el movimiento empleado se comunica á todas y
ruedan en diferentes direcciones. Si se pega un martillazo
en el extremo de una barra de acero queda ésta imantada,
porque al impulso dado, no pueden las moléculas de la
barra escapar como las bolas aquéllas, pero, como no dejan
de sufrir el movimiento, entran en vibración. Este movi-
miento interior invisible y arreglado de un modo descono-
cido, es lo que produce la imantación.
A s í , puede suponerse con mucho fundamento, que sien-
do la voluntad y el pensamiento impulsos ó causas de mo-
vimiento en el cerebro, este movimiento puede trasmitirse
174 FILOSOFÍA

en forma de sutilísimas vibraciones á otro órgano de volun-


tad y pensamiento puesto en condiciones de apreciarlas
por el aislamiento.
No de otro modo el movimiento luz fija una imagen en
la placa fotográfica preparada al efecto.
Si Ochorowitcz hubiera tenido en cuenta y puesto por
base de su ingeniosa hipótesis explicativa de la trasmisión
de pensamiento, esta teoría de los movimientos signos,
descifrados en imagen ó idea, habría conseguido casi una
perfecta verificación racional.
Ahora podemos hacer nuestra aquella hipótesis:
Partiendo del principio de que toda fuerza se propaga
(ley de trasmisión) y que toda fuerza propagada que en-
cuentra una resistencia se transforma (ley de transforma-
ción), supone Ochorowitcz, que un movimiento dos veces
transformado recobra su carácter primitivo si encuentra un
medio análogo al de su punto de partida (ley de reversibi-
lidad).
Esta ley de reversibilidad se prueba en el fotófono, admi-
rable aparato de Bell y Tainter, que transmite la palabra á
distancia, en un rayo de luz.
He aquí en qué consiste: Un- rayo de luz es reflejado por
un espejo muy fino y proyectado á distancia. Detrás del es-
pejo se fija una boquilla, y hablando por ella se hace vibrar
el espejo. Esta vibración modifica la reflexión de la luz, y
el rayo de la luz así modificado por la palabra y estremeci-
do con su movimiento, va á chocar en una lámina de sele-
nio, colocada en una estación lejana. Esta lámina, atravesa-
da por una corriente local, presenta á la corriente una re-
sistencia más grande, según la vibración del rayo luminoso
que la hiere. La corriente así modificada por los rayos que
salen del espejo, es conducida á un teléfono, cuya placa,
recibiendo al unísono la vibración de la corriente con todas
sus modificaciones, reproduce la palabra dicha detrás del
espejo.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 175

El proceso es interesante, y las etapas que atraviesa el


movimiento-palabra, sin descomponerse en lo más mínimo,
hacen comprender perfectamente cómo una vibración, lo
mismo en el aire que en el éter, puede servir de signo al
pensamiento, haciéndole viajar como la carta en posta, de
un cerebro á otro.
Fijémonos en los cambios sufridos por el signo: «el yo
«pensante imprime el movimiento idea en el cerebro, éste
»á su vez lo comunica á los nervios motores, éstos á los
«músculos y á las cuerdas vocales que lo entregan al aire,
«el aire al espejo, el espejo á la luz, la luz al éter, éste á la
«lámina de selenio, la lámina á la corriente de la pila y
«ésta al electro-imán del teléfono; el electro-imán lo trans-
«mite á la placa vibrante, y ésta lo vuelve á comunicar al
«aire; el aire lo introduce en la membrana del tímpano que
«lo empuja á los huesecillos del oído medio, y éstos á la
«membrana del laberinto; la membrana al líquido del oído
«interno, y este líquido lo comunica á los órganos termina-
síes del nervio acústico, que por fin lo escribe en el ce-
«rebro.»
En medio de todos estos dares y tomares, el signo llega
intacto.
¿No es esto maravilloso? ¿Dejará de serlo aunque se ex-
plique físicamente?
Pues bien; si el signo-palabra, si el movimiento verbal
puede caminar, envuelto en un rayo de luz y sin descompo-
nerse, varias leguas, ¿por qué el signo ó movimiento cere-
bral no ha de poder llegar á otro cerebro por corriente
etérea?
Siendo ya un hecho que la luz puede cargarse de pala-
bras, cosa que se hubiera tenido por increíble y mágica
hace veinte años, ¿ cómo encontrar extraño que el éter sea
un buen conductor del pensamiento?
Esta hermosa hipótesis tiene, sin embargo, un punto fla-
co en el supuesto de que la trasmisión haya de hacerse
176 FILOSOFÍA

por los nervios. Es casi un axioma en la fisiología moderna


que la actividad psíquica no pasa más allá de la periferia
de los nervios. Por otra parte, la propagación de la nevri-
lamitis ó corriente nerviosa se detiene también, sin poder
salvar las distancias más ínfimas. Si se corta un nervio y las
dos secciones se ponen en el contacto más íntimo, la exci-
tación no se comunica de una superficie á otra. La electri-
cidad , sin embargo, pasa libremente á través de las seccio-
nes. Hay un experimento concluyente de Burdon Sander-
son. Si por una incisión horizontal se corta con un cuchillo
de hoja fina una porción superficial de los hemisferios que
contienen los núcleos activos para separarlos de las partes
profundas, y se retira el cuchillo con cuidado, sin quitar de
su sitio las partes divididas, se detiene la corriente neuril y
no la eléctrica.
El pensamiento, la sugestión mental, no puede, según
esto, trasmitirse por corrientes nerviosas, y otra clase de
trasmisión la ciencia no puede concebirla.
Pero, ¿el hecho es cierto? ¿Sin duda alguna se trasmite
el pensamiento de un cerebro á otro por sugestión mental?
Sí; esto es cosa admitida y a , después de las experien-
cias de Richet, de Charcot, de Janet, de Ochorowitcz y
muchos otros á quienes no podrá tachar nadie de apasiona-
dos entusiastas, ni siquiera de espiritualistas convencidos.
Es esta imparcialidad indiscutible' de los observadores lo
que constituye la positividad de estos fenómenos.
Pues si existe la sugestión mental, si el pensamiento se
trasmite de ese modo, es preciso que se haga la trasmi-
sión de un modo ó de otro.
En cuanto sea posible, debe ser preferida la hipótesis
más natural, es decir, la que tenga más analogías con lo
conocido.
Si no pueden admitirse las corrientes nerviosas que no
saltan la más pequeña solución de continuidad, ni la corrien-
te eléctrica que sin sujeción ninguna se desvanecería en el
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 177

medio ambiente, sin llegar á su destino, puede suponerse


por una perfecta analogía científica, la ondulación etérea
en todas direcciones.
A s í como la imagen de todo cuerpo camina en la luz,
así la imagen idea se transmite en otra vibración especial
del éter, que conserva el signo.
En la ondulación etérea no se desvanece el signo como
en la corriente eléctrica, porque las vibraciones son idénti-
cas en toda la irradiación y van á todos vientos.
Coloqúense tantas placas fotográficas como se quiera al-
rededor de una persona, y en todas ellas se reproducirá el
retrato. Del mismo modo que la vibración etérea, luz, re-
produce la imagen en infinitas direcciones, así una vez for-
mado el movimiento signo en un cerebro, el éter en vibra-
ción puede llevar esta imagen que representa la idea, en
todas direcciones por ondulación, hasta encontrar el cerebro
dispuesto para recibirla.
No hay nada en esta hipótesis que no sea sencillo y co-
nocido, sino la vibración especial del éter. Pero ¿podrá ta-
char nadie de atrevida esta suposición, cuando la ciencia,
para explicar las interferencias luminosas, supuso el éter
mismo?
La hipótesis de la trasmisión del pensamiento por el éter
en todas direcciones, es, pues, legítima y racional hasta el
punto de rayar en verdadera.
Cuando una hipótesis es buena, se reconoce en todo.
Esta abarca y explica todos los detalles. Recuérdese el don
de lenguas atribuido á los extáticos, poseídos, ó energúme-
nos ; la obediencia á las órdenes comunicadas en lenguas
extrañas; la comprensión inconcebible de pensamientos y
palabras expresados de ese modo, y se verá, cuan fácil y
naturalmente se verifican aquellos fenómenos tenidos por
tan increíbles y maravillosos. Comparemos los signos de la
imagen ó idea impresos por el y o , en el cerebro, con las
letras que escribimos sobre el papel para significar las pa-
12
178 FILOSOFÍA

labras: así como las letras son ya signos de signos, esto es,
signos de las sílabas que forman la palabra, que es á su vez
signo de la idea, así ésta tiene también, en el cerebro, su
signo propio de imagen, más otro que representa la pala-
bra especial con que se expresa la idea. Estos signos cere-
brales de la palabra son tantos, cuantos puedan ser los idio-
mas que se empleen para formularla.
Para trasmitir un pensamiento por sugestión mental, será
pues, necesario, transmitir el signo de la imagen ó el signa
de la palabra que la representa, según que el trasmisor con-
centre su atención y voluntad más en uno que en. otro. En
toda orden ó pregunta mental, lo ordinario es fijarse en la
imagen más que en sü signo verbal correspondiente.
Poco importará, pues, á un extático ó hipnotizado, que
se le hable en ésta ó en la otra lengua desconocida, si en
su cerebro aideico se reflejan los signos imágenes del ce-
rebro trasmisor. De las palabras prescinde por completo;
lo que él ve y entiende son las imágenes, que son iguales
en todos los idiomas.
Se comprende así perfectamente, supuesta la natural
trasmisión de signos, que las religiosas de Loudun obede-
ciesen las órdenes dichas ó pensadas en alemán ó en griego,
y entendiesen al caballero americano que les hablaba en
salvaje.
Hasta se puede concebir y a , sin ser milagro, que un
grupo de personas influidas y dispuestas de cierto modo,
pueda entender un sermón en lengua desconocida, como
se cuenta que sucedió con uno de San Pedro.
No obstante, las cosas pasarán de otra manera, si el sig-
no nombre ó palabra se graba más profundamente que el
signo imagen, en la mente del que pretende ser adivinado.
En este caso, que es el de Cumberland, por ejemplo, en
el nombre Abbas del hijo del Kedive, el signo nombre se
sobrepuso indudablemente en el cerebro de éste último, al
signo imagen, y se ve la razón de ser así: lo que se quería
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 179

que adivinase Cumberland era el nombre, no era la perso-


na del príncipe. El Kedive, se conoce, concentró su.aten-
ción, y fijó su voluntad en el signo Abbas, prescindiendo
en aquel momento de la imagen y de la persona de su hijo,
y l a trasmisión se efectuó, como no podía menos en esas
condiciones,.con aquel signo nombre, ininteligible para
Cumberland.
El Obispo de Nimes, al contrario, ordenando besar la
reja á la hermana Clara, en cualquier idioma que lo hiciese,
fijaría su atención muy naturalmente, en la reja y en el
beso, prescindiendo de las palabras, y entonces, se efectuó
la trasmisión de los signos imágenes, con exclusión com-
pleta de los nombres.
De modo que, bien se trasmita el signo nombre, bien se
trasmita el signo imagen, los extáticos adivinan: ó los nom-
bres , que pueden no entender, ó las imágenes, que entien-
den siempre. Lo que generalmente reciben es el signo ó
movimiento imagen, y pocas veces pueden recoger el sig-
no cerebral de la palabra.
L a adivinación del pensamiento cabe, pues, como aca-
bamos de ver, no sólo en las leyes de la naturaleza, sino
que puede explicarse y a sin salir de las leyes conocidas
por la ciencia.
No podía ser de otra manera; la ley es la misma en las
sonámbulas modernas, que en las pitonisas antiguas, en
Albicerio que en San Felipe Neri, en Comus que en el Cura
de Ars, en San Cupertino que en Cumberland. La ley es
siempre idéntica á sí misma.
Pero ¡qué admirable ley!
¿No es tan maravillosa ella como el hecho mismo?
L a explicación es bastante satisfactoria. ¿No es cierto?
Pues, sin embargo, nosotros la encontramos deficiente to-
davía. Aparte de que el éter, por más que digan los sabios,
nadie sabe lo que es, la sutileza infinita que se le supone,
apenas se concibe que pueda imprimir, de una manera
l8o FILOSOFÍA

apreciable, signo alguno en la espesa y grosera masa ence-


fálica. El Y o , la unidad consciente, que es el espíritu hu-
mano , tan torpe de ordinario, no parece á propósito para
comprender é interpretar la delicada huella que el éter, por
ondulación vibratoria solamente, como hemos visto, y sin
corriente nerviosa, puede dejar en el cerebro. Y esta difi-
cultad se hace mayor aun , en la trasmisión de sentimien-
tos, emociones y sensaciones, que por su naturaleza han de
tener signos más vagos y confusos todavía.
Es un axioma, que todo lo que llega á la conciencia es
trasmitido al cerebro en forma de movimiento. Lo maravi-
lloso no está pues, en la trasmisión del movimiento, que
tiene bastantes analogías físicas, sino en la interpretación
del signo. Esta interpretación hecha en la oscuridad del ce-
rebro es ya un prodigio en la comunicación ordinaria por
los nervios. ¡Qué no será en la ondulación etérea!
O nuestro espíritu tiene una ciencia infusa de la cual no
tiene idea ninguna en cuanto hombre, ó es preciso recono-
cer una inteligencia superior, inconsciente á nosotros y re-
sidiendo dentro de nuestro organismo, que se encarga de
recoger aquellos signos etéreos, de entenderlos y de comu-
nicarnos su significado de algún modo.
CAPÍTULO VI

LO MARAVILLOSO EN LA ADIVINACIÓN.

La adivinación, considerada en su etimología como re-


velación del porvenir por una divinidad, no es más que una
trasmisión del pensamiento divino á un cerebro humano.
Si no fuera eso, sería imposible que el hombre, por la luz
de la razón solamente, pudiera saber y pronosticar ningún
suceso futuro, á no ser poseyendo todos los antecedentes ó
causas que con toda exactitud lo habrían de realizar.
Es racional suponer que muchos ó la mayor parte, si se
quiere, de los pronósticos cumplidos, antiguos y modernos,
pudieron ser resultado del conocimiento secreto de las cau-
sas, ó propalados con posterioridad al suceso, pero, hay
otros que no pueden explicarse satisfactoriamente, de un
modo tan natural.
. Que Cagliostro haya escrito antes de la revolución, que
la Bastilla sería tomada y convertida luego en un lugar de
paseo, no tiene nada de particular y no constituye un pro-
nóstico.
Previendo la revolución, en la que tomaba una parte ac-
tiva, comprendiendo el odio del pueblo al edificio símbolo
de las arbitrariedades de la monarquía, pudo escribir eso,
como una cosa probable que los sucesos se encargaron muy
naturalmente de confirmar; pero, Nostradamus escribiendo
la cuarteta 49 de su Centuria IX: Senat de Londres mettront
l82 FILOSOFÍA

á mort leurroi» cien años antes del suceso, y a da algo más


que pensar; y si á esto se agrega la profecía que Antonio
Couillart hace constar en sus « Conlredicts» impresos en
París en 1560, como cosa muy corriente en su tiempo, se-
gún la cual el mundo estaba amagado de una gran revolu-
ción que comenzaría en 1789, y cuyo efecto no cesaría has-
ta 25 años después ( 1 8 1 4 ) , la sospecha empieza á conver-
tirse en certidumbre. Cuando se sabe que antiguas profecías
anunciaban que Francia perdida por una mujer sería salva-
da por una doncella que había de venir de cierto bosque de
encinas en las marcas de la Lorena, y se ven cumplidas en
Juana de Arco ( 1 ) ; cuando se lee en las historias de la con-
quista de Méjico, que una antigua predicción anunciaba la
conquista del país por hombres blancos, venidos de la parte
oriental; cuando, en fin, llegan á reunirse pruebas suficien-
tes de que todos los grandes acontecimientos históricos han
sido predichos y esperados, se llega á creer que puede exis-
tir la adivinación.
Pero esta palabra adivinación, y la idea que envuelve de
presciencia divina revelada, hace asomar hoy una sonrisa
escéptica y burlona en todas esas gentes educadas en las
modernas tendencias positivas, y para quienes, las religiones
antiguas no fueron más que un tejido artificial de fábulas
increíbles.
Es no conocer lo que eran aquellas religiones. Tenían
ellas su fundamento sólido y seguro que valía más que las
complicadas y fabulosas tradiciones, y era la revelación
permanente de sus dioses, la demostración continua de su
existencia y presencia, por el beneficio de la mantica ó adi-
vinación.
L a India, Egipto, Grecia, Roma, todos los pueblos anti-
guos,-y los modernos en quienes la influencia cristiana no ha

(1) Extraits de VHistoire de Jeanne d'Arc. Tomo I , pâg. 360. Le


Brun de Charmetes. Paris, 1 8 1 7 .
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 183

podido hacerse sentir, han hecho de la adivinación parte


esencial é integrante de la religión.
Es opinión bastante repartida hoy, que las religiones an-
tiguas apenas daban satisfacción ninguna al sentimiento
religioso, y que sólo eran respetadas y creídas á título de
patrióticas y tradicionales instituciones. Los oráculos, la
inspiración de las Pitonisas, los diferentes medios de adivi-
nación (mantica) que en los templos se practicaban, son
considerados así, como simples supercherías, encaminadas
sólo á engañar á los hombres incautos y sencillos.
No hay error más grosero. Las religiones de Grecia y
Roma, como las de la India, del Irán y del Egipto, eran
consideradas tan verdaderas por sus prosélitos, como pue-
den serlo las de los grandes pueblos modernos, por los
suyos.
Todo lo que puede hacer el encanto de las almas: el pro-
fundo elemento místico, el misterio fecundo en ilusiones, la
fe viva en la real existencia olímpica de los divinos tipos,
todo existía en ellas. Pero lo que más reanimaba y soste-
nía al Politeísmo era la creencia en una revelación perma-
nente de los dioses, en un auxilio seguro en forma de con-
sejo ó de advertencia, en una indicación del porvenir, en
una previsión de los sucesos, gracias á la cual podían los
hombres y los pueblos salir de sus apuros y conflictos con
una prudencia verdaderamente divina.
Puede suponerse lo que sería una sociedad así, en que los
dioses, siempre benévolos y amigos, á no ser con los crimi-
nales y malvados, no se desdeñaban de venir á auxiliar con
sus consejos, indistintamente, á grandes y á pequeños, des-
cubriéndoles los peligros del porvenir, ó mostrándoles el
deber en los casos dudosos y sombríos.
En esta constante intimidad de relaciones, los dioses no
podían ser para los griegos, simples abstracciones ni tipos
de perfección infinita, lejanos y ocultos allá en el fondo de
los cielos, sin dignarse apenas alternar ó ponerse en reía-
184 FILOSOFÍA

ción con los mortales, sino seres superiores, simplemente,


cuyos grados de poder é inteligencia no necesitaban definir,
pero que eran capaces de responder á las súplicas y de so-
correr á los hombres. Se contaba con ellos, como se puede
contar con un protector realmente vivo á quien se pide
ayuda en la seguridad de conseguirla.
No era fe aquello, sino absoluta certeza, conocimiento
tan claro de la existencia de los dioses como de la de los
arcontes ó los cónsules.
A pesar de cuanto pudo haberse dicho en broma y en
serio contra los oráculos, los testimonios históricos, pro-
bando la verdad de sus adivinaciones, son muy atendi-
bles, en el mero hecho de ser considerados los oráculos,
desde ahora, como fenómenos naturales de la misma clase
que los ya reconocidos de trasmisión de pensamiento y
de lucidez sonamhdlica. Siendo posibles y probados estos
últimos hechos en condiciones hipnóticas, ya no pueden
ser aquéllos, desechados bajo pretexto de ser contrarios
á las leyes de la naturaleza, puesto que tanto unos como
otros, por su identidad, deben estar sujetos á una misma
ley. Lo que ahora está en el caso de pensar una buena
crítica es, que los antiguos colegios sacerdotales conocían
y practicaban la hipnosis, cosa que por otra parte, como
hemos visto y a , está perfectamente demostrada con los
documentos de aquel tiempo.
De este modo, se evita la tacha de embuste ó ligereza
que antes se hacía recaer sobre respetables historiadores,
como Heródoto y Macrobio, por ejemplo, que nos citan el
caso de Trajano, con el oráculo de Heliopolis, y el de Creso,
con la Pitonisa de Delfos ( 1 ) , porque estos dos casos pue-
den clasificarse entre los verdaderos fenómenos hipnóticos:
trasmisión de pensamiento, ó vista á través de cuerpos
opacos.

(1) Saturnales, lib. I, cap. 3. Heródoto, lib. I, cap. X L V I .


DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 185

Sólo así se concibe, que el respeto y veneración por los


oráculos persistiese en la época de mayor cultura helé-
nica.
Querer deducir hoy, de su ambigüedad, su falsedad, es
una simpleza. Sólo de algunos se puede decir eso. Si en las
consultas se manifestaba una curiosidad impertinente, ó si
era de absoluta necesidad el cumplimiento de algún terri-
ble destino, el oráculo era ambiguo, como en el otro casó
de Creso: «Con la guerra se hundirá un gran imperio.» Un
imperio se hundió en efecto, pero fué el de Creso. ¿Se en-
gañó el oráculo ? N o ; no todas las guerras arruinan un im-
perio.
«Sucede, dice Hartmann, con los oráculos, lo que con los
«presentimientos en que la intuición inconsciente se revela
»á la conciencia, y que son de ordinario oscuros y simbóli-
»cos, porque tienen que revestir, á su paso por el cerebro,
»una forma sensible, siendo así que la idea inconsciente no
«tiene relación alguna con la sensibilidad. Esta es la causa
»de muchos errores é ilusiones, y de lo peligrosa que pue-
»de ser la práctica de las tentativas hechas para perfeccio-
«nar la ciencia de lo porvenir.»
Esta ciencia, según parece, la habían elevado los anti-
guos á un grado bien alto de perfección, y la influencia que
llegó á tener en aquellas sociedades, prueba la verdad y la
utilidad de las advertencias y de los pronósticos.
Los Estados, los príncipes, los más grandes hombres,
todos ponderaban y acataban ese don de los cielos, que no
sólo rasgaba en ocasiones el velo del destino, sino que in-
dicaba eficacísimos remedios y curaba las más rebeldes
enfermedades, desde los tiempos en que, desconocidas las
sustancias medicamentosas, la sola prueba de éstas pudie-
ra ser mortal. Este lado práctico de la adivinación no pue-
de estar más probado.
Orígenes afirma que en su tiempo, las curas operadas en
sueños por Esculapio eran un hecho aún, y que el templo
l86 FILOSOFÍA

de este Dios estaba siempre lleno de Griegos y de Bárba-


ros atraídos por sus oráculos.
«Este Dios, Dice Marco Aurelio (i), ordena á éste, mon-
»tar á caballo, á aquél, hacerse derramar agua fría sobre el
»cuerpo, al otro, caminar con los pies desnudos sobre el
»suelo.»
«Esculapio se me apareció en sueños, dice Varron, y me
«ordenó comer cebolla y sésamo para sanar» (2).
Galeno cuenta que un sacerdote de Esculapio se curó
por consejo del Dios, sangrándose en la mano (3).
Otras veces los remedios eran más raros: se prescribía
linimentos de víboras, sangre de toro, carne de asno, etcé-
tera, etc.; y lo particular es, que muchos de ellos se encuen-
tran posteriormente, recomendados en los Diccionarios de
Medicina.
Una inscripción en griego, encontrada en Roma, entre
otros milagros trae éste: «Un Dios ha dado estos días un
»oráculo á Cuio, que era ciego: que viniese al altar sagrado
»y doblando la rodilla, pasase de la derecha á la izquierda;
»que después de esto, pusiese los cinco dedos sobre el altar,
»que levantase la mano, y la aplicase á los ojos. Lo que ha-
b i e n d o hecho, Cuio vio perfectamente, estando todo el pue-
»blo presente.»
De esta especie de ex-votos estaban llenos los templos
antiguos, como ahora los nuestros; sólo que entonces, los
Dioses recetaban, y ahora no. Cuando la salud venía á con-
secuencia del medicamento propinado, había derecho á
decir: post hoc, ergo propter hoc.
El espíritu crítico racional no puede negar ya estas cura-
ciones, como no niega las de Lourdes, que se explican
ahora por la emoción y el entusiasmo religioso, lo mismo
que las de la Salpetriere.

(1) Pensamientos, cap. 2.°


(2) Nonius Marcelus.—De propicíate sermonh.
(3) Método medical.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 187

Juzgar un sentimiento ajeno, negar una profunda con-


vicción , llevar la crítica hasta el fondo de la conciencia de
los otros, y medir los más finos y delicados organismos
con la misma medida que los más groseros, es como hacer-
se intérprete de lenguas desconocidas. Decir á una madre,
cuyo hijo deshauciado por los médicos- mejora y sana al
punto, después de hecho su voto á la Virgen de Lourdes ó
al Cristo de Candas, que ni la Virgen, ni el Cristo, ni otro
poder divino tuvieron parte en ello, es decir lo que ni aquella
madre puede creer, ni nadie tiene derecho á afirmar.
La adivinación por medio de los oráculos tiene todas
las pruebas requeridas para pasar por cierta, como hecho
histórico. Sólo, cuanto á su abuso se refiere puede ser te-
nido por superchería sacerdotal ó cabala política. Como
instituciones humanas, no es dudoso que pudieron filipizar
algunas veces los oráculos.
Puede decirse que la adivinación constituía por sí sola,
como verdadera comunicación del hombre con la divinidad,
toda la religión, porque lo demás era secundario: las fábu-
las, las aventuras míticas, los nombres de los Dioses. Se
partía del principio, que el pensamiento divino se manifes-
taba espontáneamente á la piadosa curiosidad del espíritu
humano, y se tenía tanta seguridad y confianza en la ver-
dad de las prácticas adivinatorias, que se hace preciso vel-
en ellas un fundamento más racional y respetable que la
astucia de los sacerdotes y la necia credulidad de los
pueblos.
Es un hecho que, al cabo de tantas revoluciones religio-
sas, se ha perdido la esencia de la religión, el lazo, la inti-
midad, la natural conversación con Dios. Si algún santo ó
místico personaje conserva eso y lo practica, se libra bien
de dar cuenta á nadie, sino en el seno de la más secreta
confesión. La natural y" espontánea comunicación con lo
divino, que en el mundo antiguo era propiedad de todas
las religiones, es cosa llena de peligros ahora, y casi tan
l88 FILOSOFÍA

mal vista como una brujería. Desde que Satán, que en


tiempo de Job era considerado todavía como hijo de Dios,
y admitido como tal en la corte celestial ( i ) , crece en im-
portancia y maldad, la relación con Dios empieza á enfriar-
se y acaba por desaparecer ante el temor de una equivoca-
ción espantosa. Se seguía creyendo en los sueños, en las
visiones, en la inspiración profética, en la posible comunica-
ción con Dios y sus ángeles; sí; pero ¿quién podía asegurar
que el diablo no se metiese de por medio, haciendo el pa-
pel de Dios y contestando por él?
¡Que horrible situación! A s í se pensó durante toda la
Edad Media, y dura todavía el temor de que buscando á
Dios, pueda darse con Satanás. Contábanse mil casos es-
tupendos de estos quid pro quod, y confundíase con fre-
cuencia la posesión de Dios, con la del diablo. Santa Tere-
sa cuenta bien, las afrentas y trabajos que pasó ella, como
la mayor parte de los santos, con las tales dudas: figurarse
á esta santa haciendo la higa á la imagen de Cristo que en
sus visiones se le presentaba, creyéndole demonio, por orden
de su confesor, es bien ridículo, pero marca perfectamente
á que extremo habían llegado la desconfianza y el temor ( 2 ) .
En los primeros tiempos de cristianismo no sucedía así.
El miedo al diablo no había empezado aún, y la profecía,
el éxtasis, las visiones, continuaban como en los mejores
tiempos del profetismo hebreo, salvo lo sublime de la inspi-
ración.
L a adivinación es, pues, constante, y pasa, como veremos
luego, de las Pitonisas y Sibylas á las Profetisas cristianas,
viéndose sólo interrumpida apenas, en la Edad Media, por
las aprensiones diabólicas, y en nuestros tiempos, por el
espíritu esceptico de una crítica sin alcances filosóficos de
ningún género.

(1) Job\ cap. I, v. 6-7.


(2) Vida de Santa Teresa, escrita por ella misma; pág. 243.—Ma-
drid, 1868.
DE LO M A R A V I L L O S O POSITIVO 189

Ahora, saber á punto fijo, si la adivinación es una facul-


tad natural de nuestra alma, como pensaba Aristóteles, ó
si es producida siempre por una inspiración superior, es
cuestión de hechos. Todo parece indicar que existen estas
dos clases de adivinación. Si hay en el hombre algo capaz
de ver á distancia, ó de salvar el espacio, esta visión ha de
traducirse por adivinación. Es lo que se llama doble vis-
ta en los extáticos. Nosotros no haremos hincapié en soste-
ner este don de segunda vista, que no está reconocido to-
davía por los hipnotizadores científicos que sólo conceden
hasta ahora la transmisión de pensamiento; pero nos será
permitido exponer la opinión de un hombre imparcial, cuyo
talento y conocimientos científicos nadie puede poner en
duda: la opinión de Hartmann.
«No puede menos de reconocerse, dice, la verdad de los
«hechos de segunda vista, por más que esté encerrada en un
«amasijo de necedades y mentiras» (i).
Hartmann cree con razón que el predominio del materia-
lismo y del racionalismo dispone hoy los espíritus á negar
ó ignorar esta clase de hechos, y es que estos hechos no se
explican por los principios materialistas, y no se dejan tra-
tar experimentalmente por el método de las diferencias.
Afirma que el don de segunda vista se encontraba antes
entre los escoceses, y que se observa aún entre los habi-
tantes de las islas danesas, muchos de los cuales, sin éxta-
sis, en la plenitud de su conocimiento, preveen lo futuro
que les interesa, como casos de muerte, batallas y grandes
incendios; del mismo modo que Swedenborg predijo el in-
cendio de Stokolmo, la vuelta y los destinos de amigos au-
sentes.
«Yo soy de parecer, concluye, que nadie debiera aver-
«gonzarse hoy de una creencia que favorecieron todos los
«grandes pensadores de la antigüedad, excepto Epicuro, y

(1) Philosophie de VInconsciente pág. 195.


igO FILOSOFÍA

«que ninguno de los grandes filósofos modernos, incluso los


«grandes maestros del racionalismo alemán, se han abrevi-
ado á rehusar qué fuese imposible justificarla, estando tan
»poco inclinados á relegarla al número de las fábulas, que
«Goethe cuenta un ejemplo de segunda vista, presentado
»en su propia vida, y cuya predicción se realizó en sus me-
«ñores detalles!»
L a opinión de Hartmann es de mucho peso en esta ma-
teria, pues sobre ser uno de los más fuertes y profundos
pensadores de Europa, sus conocimientos en las ciencias
naturales y su conocimiento del método científico ha-
cen de él un hombre difícil de engañarse en cuestión de
hechos.
Reconocemos de buena voluntad que el valor del hombre
no es una prueba de la verdad que afirma, sin embargo; y
no hay necesidad de que se venga á decirnos, que las mejo-
res inteligencias pueden engañarse; que Descartes tenía por
cosa seria las ilusiones de los rosacruz, y que quiso ser afi-
liado ; que Jorge Forster confiesa haber caído en las extra-
vagancias del iluminismo y de la alquimia; que el observa-
dor Ramond no supo defenderse de las imposturas de Ca-
gliostro, y que Arago creyó en la joven eléctrica Angélica
Cottin; si, es verdad, y lo es también, que se reprocha á
Schopenhauer su credulidad, pues creía en los aparecidos,
en la doble vista, en los espíritus golpeadores y en las me-
sas giratorias,
¡Y qué! Todos esos hombres superiores veían algo de
cierto en el fondo de todas esas creencias; y ya veremos
luego, que en efecto, lo hay.
L a adivinación y la doble vista podrán fingirse y contra-
hacerse como todo en el mundo, mas el hombre de ciencia
no por eso debe dejar de examinar y observar, porque es-
tas falsificaciones no pueden nunca ser, en buena lógica,
pruebas de que los verdaderos fenómenos no existan. Es
muy corriente ahora presentar, como argumento sin réplica,
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO igi

en contra de la realidad ó existencia de ciertos hechos raros


ó sorprendentes, la superchería ó la imitación ridicula de
los mismos, que resulta ser una falsedad. Es este un des-
atinado modo de discurrir; tanto valdría deducir que son
falsas todas las onzas de oro, de que realmente lo fuesen
algunas de ellas.
Bien se comprende que creencias dogmáticas, constitui-
das por ideas abstractas de imposible verificación, se extien-
dan y persistan en virtud de la autoridad con que fueron
impuestas desde un principio á la razón, pero no se conci •
be que una creencia como esta de la Adivinación, consis-
tente en hechos de fácil y diaria comprobación y que sirve
como de prueba y criterio de verdad á casi todas las gran-
des religiones del mundo, haya llegado á ser tenida y repu-
tada como una de las más grandes aberraciones del enten-
dimiento humano por esta nuestra civilización moderna, que
se precia de conocer á fondo, no sólo su propio modo de
ser, sino el de todas las que la han precedido. Pensar que
si la Adivinación no es cierta, los pueblos más grandes y
los hombres más ilustres de la antigüedad sólo fueron un
conjunto de mentecatos ilusos, que pudiendo comprobar á
cada paso la verdad de su creencia no lo hicieron ó se de-
jaron engañar, sobre ser repugnante, es improbable. "
Decir que esos hombres, aunque inteligentes é ilustrados,
estaban muy por debajo de nosotros, porque no tenían es-
píritu crítico, es desconocer lo que valen, por ejemplo, Aris-
tóteles en la Lógica, Platón en la Dialéctica, Luciano en la
Crítica, Lucrecio en el Naturalismo; es no saber lo que re-
presentan y suponen con su profundo modo de razonar,
con sus amplios conocimientos, con su genio perspicaz y
penetrante, hombres como Heráclito, Xenofonte, Empédo-
cles, Eschilo, Eurípides, Hipócrates, Zenón, etc., etc., que
creían todos en esa facultad extraordinaria humana, de ver
á través del tiempo y del espacio.
Los romanos más ilustres, lo mismo Tácito que Virgilio,
ig2 FILOSOFÍA

César que Marco Aurelio, creían en esta revelación de los


dioses y la practicaban con fe.
Los primeros cristianos, los Padres de la Iglesia, no cre-
yeron nunca que la adivinación fuese una pura ilusión ex-
plotada por charlatanes. Para ellos, que tenían medios de
averiguar la verdad, puesto que según San Jerónimo había
oráculos en su tiempo, y que estaban interesados en descu-
brir al mundo la impostura si la hubiera, la adivinación es
una verdad, sólo que la suponen producida por divinidades
infernales, por demonios.
He aquí, pues, dos religiones opuestas y enemigas, dos
civilizaciones, la oriental y la occidental, todo un mundo
rebosando cultura, que en presencia de los hechos los afir-
ma y cree, teniéndolos por maravillosos.
Es fácil, después de esto, llamarse Van Dale ó Fontene-
lle y salir diciendo sin pruebas, y con el mayor desenfado,
que todo era impostura sacerdotal, juegos mecánicos ó cien-
cias naturales ocultas, es decir, extender una patente de es-
tupidez á más de treinta generaciones humanas, á las cua.
les debemos la filosofía, el arte, la legislación, la religión,
la ciencia misma. Sí; no estemos tan orgullosos por perte-
necer al siglo XIX. Eugenio Salverte demostró perfectamente,
que la mayor parte de los grandes inventos modernos fueron
ya conocidos en las civilizaciones antiguas. ¿Por qué nos
hemos de creer tan superiores? Los cráneos, en mil ó dos mil
años, crecen bien poco; un cráneo del tiempo de Pericles
es tan grande como uno de la época. de Spencer ó Littré.
Sólo en la Edad Media disminuyeron con la servidumbre.
Si, pues, pasamos revista á los más grandes filósofos y
pensadores antiguos, veremos que, á excepción de unos
pocos que no son por cierto los más ilustres, todos admi-
ten la adivinación como cosa cierta y segura.
A pesar de haber querido Tales sustituir la inducción
científica á la adivinación, quedando muy satisfecho cuan-
do por indicaciones atmosféricas lograba predecir una buena
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 193

cosecha de aceitunas, no despreciaba la mantica por eso,


sino que la miraba como un arte que encerraba algún ele-
mento científico desconocido, y que sólo ante la igno-
rancia humana tenía un carácter sobrenatural. Demócrito y
la escuela atomística, que por su decidido materialismo pa-
recía que debieran renunciar á la adivinación, la admiten
sin embargo, y la respetan. Es que el materialismo de De-
mócrito era mucho más lógico y razonable que el de ahora:
verdad era que el universo había sido compuesto de áto-
mos agrupados en el espacio por fuerzas mecánicas, sin ac-
ción ni plan providencial; pero así como esas fuerzas natu-
rales produjeron al hombre, pudieron producir también se-
res inteligentes superiores, genios buenos ó malos, capaces
de proyectar sus imágenes ó fantasmas perceptibles en algu-
nos casos, y de informarnos de sus designios ó de cosas que
suceden en parajes lejanos de este mundo. Es esta la razón
que hacía creer en las apariciones á Lucrecio.
Luciano atribuye á Pitágoras , además de grandes cono-
cimientos matemáticos, el arte de los taumaturgos y de los
hechiceros, y hace de él un adivino perfecto.
Heráclito y los panteístas de la escuela de Elea eran
también mucho más lógicos que los panteístas modernos:
enseñando que todo es uno y que todo está presente y pue-
de ser, en consecuencia, actualmente conocido, aquellos
filósofos suponían al alma humana en unión indivisa con el
fuego primordial que es el alma y la ley del mundo. El alma
participando así del pensamiento universal, la revelación
ó adivinación era en ella de propio y natural conocimiento.
Heráclito rechazaba, no obstante, toda la adivinación que
pudiéramos llamar artificial ó vulgar, fundada en la inter-
pretación de signos exteriores y de los sueños, de la qué,-
en efecto, se abusaba mucho; pero, en cambio, hablaba con
el mayor respeto de la Sibila, verdadera representante de
la revelación en toda su pureza. Los oráculos eran á sus ojos,
inferiores en la claridad, y más difícilmente descifrables, por
13
194 FILOSOFÍA

referirse las más veces á detalles del destino particular hu-


mano. L a revelación de las Pitonisas era por eso una len-
gua enigmática destinada á hacer entender lo que la divi-
nidad no quería ni ocultar enteramente, ni formular de una
»manera precisa. «El Dios cuyo oráculo está enDelfos, de-
»cía Heráclito, ni aclara ni oculta, pero da indicios».
He aquí explicada la ambigüedad de los oráculos, de la
que se quiso hacer un argumento contra ellos.
Bastaban, en efecto, para satisfacer la curiosidad huma-
na y mantener la confianza en los dioses, sin desvelar por
completo el porvenir, cosa que podría influir en el destino
hasta el punto de perjudicar al plan educador providencial.
No así en la revelación más general de la Sibila, que
podía saberse claramente, sin que el suceso social .variase
en lo más mínimo, á causa del gran número de voluntades
que sin darse cuenta de ello entraban en su preparación.
En opinión de Sócrates no hay cosa más real, natural y
necesaria que la adivinación.
«Cuando no podemos prever, dice él, lo que nos será
»útil en el porvenir, ¿no vienen los dioses en nuestro auxi-
»lio? ¿no revelan por la mantica á los que les consultan, lo
»que debe suceder un día, y no les predicen el éxito feliz
»de los acontecimientos? Cuando hablan á los atenienses
»que les interrogan, ¿crees tú que no te hablarán también?
»Y cuando por prodigios manifiestan su voluntad á los grie-
»gos, ¿crees que no hacen lo mismo á todos los hombres?»
«El alma, mi querido Fedro (i), tiene un poder proféti-
»co, dice Sócrates. Una prueba suficiente de que Dios no
»ha dado la adivinación al hombre sino para suplir la au-
»sencia de la razón es, que ningún hombre sano de espíritu
»la posee en toda su divinidad, sino en sueños, ó cuando
»la inteligencia está en suspenso ó extraviada por la enfer-
»medad ó por el entusiasmo».

(i) Platón en Fedro,


DE LO MARAVILLOSO POSITIVO I95

Xenofonte en la Cyropedía, aconseja á los reyes por


boca de Astiages, que aprendan ellos mismos la mantica,
para no depender de nadie.
Platón cree que la mantica, lo mismo que el culto reli-
gioso, establece un comercio recíproco entre los hombres
y los dioses, y Aristóteles, á pesar de su espíritu positivo,
declara que la adivinación existe realmente, si bien la con-
sidera producto de una facultad natural innata al alma, pero
cree también, que los extáticos prevén el porvenir cuando
las emociones de la vida no les turban.
Hipócrates no pensaba tampoco como los médicos de
hoy cuando escribía (i): «La medicina y la mantica son de
»la misma especie, pues las dos artes tienen por padre á
»Apolo.»
Sabía él cuantos servicios en el origen había prestado la
adivinación á la medicina, lo mismo que los instintos pre-
visores y proféticos á las especies animales.
Por fin, toda la escuela estoica creía en la adivinación
probándola á priori, por la sola razón de que los dioses
son demasiado buenos para haber rehusado á los hombres
un bien tan precioso.
Toda la filosofía alejandrina creía en la adivinación como
una inspiración divina en los estados de éxtasis natural y
artificial que conocía mejor que nosotros.
Es curioso el caso que cuenta Eunapio, de Sosipatra.
El día que se casó con Eustacio, profetizó lo siguiente:
«Escuchadme Eustacio y todos los presentes, escuchadme:
»Tú tendrás de mí tres hijos, á los que serán rehusados
»todos los bienes de la tierra y acordados todos los del
»cielo. Tú abandonarás la tierra primero para elevarte á
»una morada brillante que habrás merecido; la mansión á
«donde yo iré más tarde, será quizá mejor todavía. Dentro
»de cinco años habrás cesado de entregarte al culto divino

(1) Epist. ad Philop., pág. 909.


I96 FILOSOFÍA

«y á los trabajos filosóficos. He aquí el destino que leo


«sobre tu rostro; y o podría decir más, pero mi genio me
«lo prohibe.»
Lo que se pudo comprobar se realizó, dice Eunapio.
Sosipatra fué á enseñar á Pergamo al lado de Edesio,
maestro de Juliano.
La adivinación, fundamento social del helenismo y del
judaismo, no desapareció con el cristianismo.
Puede verse en la nota ( 1 ) un documento que prueba la
existencia de escuelas de profetismo y adivinación entre
los primeros cristianos.
Marco, discípulo del hereje Valentín, había creado en
el año 160 de J. C. una escuela llamada de los marcosia-
nos en la que había muchas profetisas. San Ireneo, obispo
de Lión, que escribió contra ellos, nos dice cómo se arre-
glaba Marco para darles el don de profecía (2):
«Ved la gracia que baja sobre nosotros; abrid la puerta
«y profetizad. Y cuando la mujer respondía: Y o no he pro-
«fetizado nunca; y o no sé profetizar, Marco hacía ciertas
«invocaciones hasta poner á la hermana en el estupor.»
Entonces le decía: «abrid la boca, hablad atrevidamente
«y profetizaréis». «La hermana seducida por estas palabras
»siente que su cabeza se exalta; su corazón palpita extraor-
«dinariamente; se cree inspirada; se atreve á hablar; habla
«como una persona en delirio; dice todo lo que se presenta
»á su espíritu; muchas cosas vacías de sentido, pero dichas

(1) Epitafio del Museo Veronense de Maffei:

DACIANA, UIACONISA

Que. V. an. XXXV. M. III.


etfuit. F. Palmati. Cos.
et sóror Victorini Prebr.
et multa profeiavit.
cum Flaca alumno.
V. a. XV. Dep. in pace, id, aug.

Dictionaire des antiquités chretiennes de Mimtigni, pág. 206.


(2) San Ireneo, Contre l'/teresie.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO I97

»con tono de seguridad, porque su espíritu está excitado.


»En fin, profetiza tan bien como cualquier otro profeta de
»este género. Después de esto, se cree verdaderamente ins-
»pirada.»
¿No sería éste, de Marco, el mismo procedimiento em-
pleado por los sacerdotes de Delfos con las Pitonisas, y aná-
logo al de los hipnotizadores modernos?
Ese estupor de que habla San Ireneo, ¿no es un verda-
dero sueño hipnótico?
Esta clase de profetisas cristianas debían hacer verdade-
ras predicciones, á juzgar por la influencia que ejercieron
en el ánimo de Tertuliano, Maximina y Prisca, las dos mu-
jeres que traía consigo el hereje Montano.
Dos papas, San Ceferino y San Víctor, admirados de las
profecías de estas dos mujeres, dieron á Montano cartas de
paz ( 1 ) .
Tertuliano trató al principio á estos tres sujetos de ilumi-
nados y poseídos por el espíritu de error; pero de repente,
se opera en él un cambio, y va á instruirse á la escuela de
aquel hombre y de aquellas mujeres reprobadas.
¿ Qué pudo ver y oir un hombre como éste, el primero
y más inteligente de los cristianos de su tiempo, para de-
jarse arrastrar por aquellas gentes ? ¿ Qué cosas le hicieron
ver y oir, para formarse una convicción tan firme como la
que manifiesta en este pasaje de su tratado del Alma ?
«Hay ahora entre nosotros, dice, una hermana que está
«favorecida del don de las revelaciones. Las recibe en la
«Iglesia durante la celebración de los misterios, estando
«arrobada en éxtasis. Conversa con los ángeles y hasta con
«Jesucristo. V e y entiende en sus éxtasis, secretos celestia-
«les; conoce lo que hay oculto en el corazón de muchas
«personas y enseña remedios saludables á los que se los
«piden.

(I) Tertuliano. Adversas Praxeas.


I98 FILOSOFÍA

Véase aquí una inspirada cristiana que reúne todos los


caracteres de las pitonisas griegas y de las sonámbulas mo-
dernas , haciendo sus revelaciones en la Iglesia misma du-
rante la celebración de los misterios.
Ciertas debían de ser sus revelaciones, para que un hom-
bre como Tertuliano se extraviase hasta el punto de persis-
tir en lo que se llamaba su error.
L a confesión que hace de su herejía puede servir de mo-
delo á los que prefieren la libertad de su pensamiento á la
autoridad dogmática de cualquier Iglesia.
«Yo me regocijo, dice, de verme más ilustrado que nun-
»ca. Este gozo no sufre ninguna confusión. Nadie se aver-
«güenza de perfeccionarse y avanzar. La ciencia tiene sus
«edades y sus crecimientos diferentes. « Cuando era niño
«hablaba como niño, dice San Pablo, ahora que soy hom-
«bre me he despojado de todo lo que tenía de la infancia».
«Así este Apóstol se ha despojado de sus primeros senti-
»mientos. El no se ha hecho prevaricador abandonando las
«tradiciones de sus padres para adoptar las máximas cris-
«tianas».
En los primeros siglos del cristianismo, los poseídos, ener-
gúmenos ó endemoniados, juegan un gran papel. Las fun-
ciones religiosas de los exorcistas consistían en la imposi-
ción de manos. San Justino, Tertuliano, San Crisóstomo,
San Cirilo, Minucio Félix y otros padres describen larga-
mente los síntomas ordinarios de la posesión. Las mismas
creencias y ejemplos parecidos abundan durante la Edad
Media, y sobreviven todavía en ciertos países y en los cam-
pos. Es opinión general que el energúmeno adivina los pen-
samientos. Los cristianos atribuyen estos fenómenos unas
veces á Dios y otras al diablo. Son siempre, sin embargo,
los mismos fenómenos naturales de transmisión de pensa-
miento ó de adivinación por inspiración ó manifestación del
Inconsciente. Muchos casos pudiéramos presentar en prue-
ba de esto, y de que ni siquiera la pureza de costumbres,
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO igg

ni las creencias religiosas influyen apenas en los videntes.


El sacerdote pagano Cornelio ve desde Padua, ó sabe que
César vence en Farsalia, el mismo día de la batalla, del mis-
mo modo que el obispo Angelo Catho anuncia la derrota y
muerte de Carlos el Temerario en M8rat.
Es cierto, sin embargo, que la facultad adivinadora no
consigue nunca su más alto grado de desarrollo, ni las pre-
dicciones perfecta claridad, sino en los mejores tipos de
moralidad ó cuando tales dotes ayudan á cumplir una gran
misión.
Tal es el caso de Juana de Arco y los de muchos santos,
profetas y personajes virtuosos.
Felipe Neri, llamado el Gran Profeta, predijo al carde-
nal Alejandrino, y después á Alejandro de Médicis, que
serían Papas. El primero lo fué con el nombre de Pío V , y
el segundo con el de León XI (i).
Las predicciones cumplidas de los extáticos son tantas,
que llenarían solas un inmenso libro, y aunque muchas
pueden ser supuestas y posteriores al suceso, hay otras
cuya veracidad es indudable. La prueba de que el fenóme-
no daba algo positivo de sí, es la pena y el trabajo que se
tomaban algunas asociaciones antiguas para ponerse en
condiciones de conseguir el éxtasis. De los profetas hebreos
se sabe que se ponían á predecir, exaltándose por medio
de la música. Saúl viene entre una banda de profetas, pro-
fetizando él también ( 2 ) .
En todos los pueblos se busca ó se procura encontrar
ese momento extático de algún modo.
Si, de los testimonios históricos, pasamos á los que nos
ofrecen los viajeros y etnógrafos modernos, veremos que
los conocimientos y prácticas adivinatorias se han conser-
vado hasta en los pueblos más atrasados y bárbaros, como

(1) Vida citada.


(2) Samuel V — 1 0 .
200 FILOSOFIA

restos del saber antiguo, despreciado, abandonado, olvida-


do por nuestra decantada civilización.
En estos pueblos, la adivinación se mezcla con supersti-
ciones y con hechicerías, pero los fenómenos no por eso-
son menos dignos de fijar la atención.
En China se atribuye la adivinación á la posesión. Se
puede hacer entrar la divinidad en el cuerpo de un hombre
por medio de evocaciones y de pases magnéticos, dice
Doolittle (i).
L a posesión pronunciando oráculos se perpetuó durante
toda la época clásica, enteramente igual á la que puede
observarse hoy en la India y en las islas del Pacífico.
Whiple ( 2 ) describe así una escena de adivinación entre
los cheroqueses: «El sacerdote, después de un elocuente
«discurso, tomó un vaso esculpido y de gran antigüedad, á
»lo que dicen; lo llenó de agua y colocó allí una sustancia
»negra que él hacía mover de derecha á izquierda y de
«arriba á bajo, con sola su palabra. Después habló de ene-
«migos, de peligros, presentando la punta de un cuchillo al
«mineral sagrado, que se alejó; pero desde que comenzó á
«hablar de paz y de seguridad, el mineral se aproximó al
«cuchillo y se adhirió con bastante fuerza para que el sa-
«cerdote pudiera sacarle fuera del agua. Estos signos fue-
«ron interpretados entonces por él, informando al pueblo
«de que la paz parecía segura y ningún enemigo estaba
«próximo.»
En el viaje de Rouloux Baro al país de los tapayos, en
1647, l 1
s e e e
«habiendo tomado las armas un jefe bra-
u e

»sileño por instigación de los holandeses que le habían


«prometido socorro, sospechó que le querían dejar solo.
«Para cerciorarse, consultó en presencia del enviado ho-
«landés á la divinidad. De la Choza del sacrificio salieron

(1) Chinesse. Tomo I, pág. 143.


(2) Raport on the Indian Tribes, pág. 35.
DE LO . MARAVILLOSO POSITIVO 2 0 1

«voces que predecían la derrota si se combatía antes -del


«socorro, y que éste no llegaría tan pronto; que convenía
«retroceder.»
El enviado holandés Baro, creyó firmemente, que el
oráculo fuera pronunciado por el diablo.
«Los mágicos chinos, asegura Astley ( i ) , sin ver la per-
«sona que consulta, le dicen su nombre y en qué posición
»se encuentra su familia, dónde está situada su casa, el
»nombre de sus hijos y su edad, con otros cien detalles
«que los demonios conocen sin duda muy naturalmente,
»pero que sorprende muchísimo á las personas débiles ó
«crédulas».
M. Astley no se extraña de esta adivinación de los de-
monios, porque la encuentra muy natural, sin duda; pero
¿por qué juzga personas débiles ó crédulas á las que se :

sorprenden extraordinariamente?
¿Qué criterio es ese?
O se señala la superchería, si existe, ó es preciso admi-
rarse.
«Algunos de estos mágicos, según el mismo viajero,
«después de haber invocado á los demonios, hacen-apare-
»cer en el aire las imágenes del jefe de su secta y de sus
«principales ídolos. Poseen lapiceros, que escriben solos
«sin que nadie los toque, sobre papel ó arena, respuestas
ȇ las preguntas que se les hacen; y en un vaso lleno de
«agua muestran escenas del porvenir».
«En toda la India, dice Fariá ( 2 ) , se encuentran mágicos
«prodigiosos:
»Cuando Vasco de Gama se dirigía á la conquista de la
«India, algunos mágicos de Kalekut mostraron en fuentes
»llenas de agua los tres buques que conducían á los portu-
«gueses. Cuando D. Francisco de Almeida, el primer virey

(1) Colections of voyages. Tomo IV, pág. 205.


(2) Citado en Astley. Tomo I, pág. 63.
202 FILOSOFÍA

»de la India, volvió á Portugal, algunos adivinos de Cochin


»le predigeron que no pasaría del Cabo de Buena Espe-
r a n z a y que sería sepultado allí. A s í lo fué, en la bahía de
»Saldaña, á pocas leguas del Cabo».
En África están en uso también todos los medios cono-
cidos de adivinación. Exponerlos sería dar proporciones
exageradas á esta obra.
¿Qué pensar de tales hechos afirmados por testigos, más
que imparciales, prevenidos contra ellos, y que, sin embar-
go, no han podido encontrar la menor huella de super-
chería?
Pensamos acerca de esto, lo mismo que el ilustre Miguel
de Montagne:
«Cuando se encuentra, dice, en Froissard, que el conde
»de Foix supo en Bearn la derrota del rey Juan de Castilla
»en Yuberoth, al día siguiente del suceso, y por los medios
»que él alega, se puede uno mofar; y lo mismo, de lo que
«nuestros anales dicen del Papa Honorio, que el mismo día
»que el rey Felipe Augusto murió en Mante, hizo sus fu-
»nerales públicos y los mandó hacer en Italia, porque la
»autoridad de estos testigos no tiene acaso bastante fuerza
»para refrenarnos. Pero ¡qué! si Plutarco, además de los
»muchos ejemplos de la antigüedad que alega, dice saber
ȇ ciencia cierta que, en tiempo de Domiciano, la noticia de
»la batalla perdida por Antonio en Alemania, á muchas
«jornadas de Roma, fué publicada y esparcida por todo el
»mundo el mismo día en que fué perdida, y si César ase-
»gura que ha sucedido frecuentemente, que la fama ha pre-
»cedido al accidente (César, Guerra Civil, III, 36), ¿diré
»que se han dejado mistificar estos hombres sencillos, como
»el vulgo, por no ser tan clarovidentes como nosotros?»
Esta creencia en la adivinación puede elevarse á convic-
ción científica con pruebas irrecusables.
Dos excelentes consejos da Hipócrates á los médicos en
su libro de los humores: Observar lo que el enfermo ve
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 203

en sueños y lo que hace, y si sobreviene algo de divino en


las enfermedades.
«En sueños se ven los alimentos que convienen al cuer-
»po»; dice en otra parte: «El alma vela siempre. El que
»sabe juzgar bien de todas estas cosas posee una gran par-
ate de la sabiduría» ( i ) .
«Nada hay tan admirable como las reflexiones que ha-
»cen los enfermos en los accesos del mal, dice Areteo de
»Capadocia ( 2 ) , como los propósitos que tienen, como las
»cosas que ven. Su sentido es puro y recto; su espíritu pro-
apio para ver lo porvenir. En primer lugar, los enfermos co-
»mienzan por presentir que van á abandonar la vida. En
«seguida, anuncian las cosas futuras á las personas presen-
t e s . Su espíritu está y a desprendido del barro grosero de
»la materia, y el suceso llena de admiración álos que le es-
cucharon».
He aquí un médico del tiempo de Trajano, conforme en
esto con los de la Edad Media y con muchos insignes mé-
dicos modernos.
Antonio Benibenius (3), médico florentino, habla de un
joven herido, llamado Gaspar, que predijo la huida de Pe-
dro de Médicis, las desgracias y trastornos de Florencia,
las calamidades de Italia y otras cosas de grande interés.
«Nosotros, dice, hemos visto que una gran parte de sus pre-
dicciones se cumplió».
Henrique de Her, primer médico del Arzobispo de Bo-
lonia (4), refiere que «un noctámbulo predecía el día ante-
rior todo lo triste ó alegre que le había de suceder al día
siguiente, y anunció su muerte con tal exactitud, como si
hubiese asistido á su agonía».

(1) Libro de los Sueños.


(2) De signis et causis morvorum; lib. I I , pág. 1.»—Edic. Boerhave,
I73I-
( 3 ) Deabditis morborum causis , cap. 1 0 , pág. 2 1 6 .
(4) Elysius jucundarum cuestiomwi Campus, quest. 3 7 , página 2 4 7 ,
inf.» Bruxelles, 1 6 6 1 .
204 FILOSOFÍA

Pero el médico que, recordando los preceptos de Hipó-


crates, sé ocupó en esta clase de hechos de un modo cien-
tífico, fué el doctor español Juan Huarte de San Juan, en
su «Examen de Ingenios» libro célebre en su tiempo, que
inspiró á Jourdan Guibelet su «Examen del Examen de In-
genios» publicado en 1633.
El Dr. Huarte debe ser una autoridad, sobre todo, para
los partidarios de la moderna escuela fisiológica, que ha
establecido de una manera dogmática la influencia de lo
físico sobre lo moral. No hay nadie, en efecto, más natura-
lista que Huarte. Toda la naturaleza no es otra cosa para
él, que el temperamento de las cuatro cualidades primeras.
«Los filósofos vulgares entienden por instinto en la na-
»turaleza, dice en el Capítulo VII de su libro, cierta mara-
»ña de cosas que suben de tejas arriba, y jamás se han po-
»dido explicar ni dar á entender».
No es posible, como se v e , rompimiento más brutal con
la antigua metafísica. Los modernos materialistas no lo ha-
rían mejor.
Por extrañas que puedan parecer esas ideas en un hom-
bre envuelto por todas partes en las corrientes teológicas
del siglo XVI, se explican, atendiendo á que esta concepción
naturalista de la vida de que estaba saturada la filosofía
aristotélica, se conservó á través de la Edad Media en los
escritos de los árabes y judíos.
Con este género de instrucción, el Dr. Huarte llegó á ser
el hombre más convencido de la omnipotencia del tempe-
ramento; pero, á fuer de médico obseryador, tuvo ocasión de
encontrarse muchas veces en presencia del quid divinum
de Hipócrates.. El supo así «que cuando los enfermos hablan
»estas divinidades, que sepan conocer lo que son y pronos-
»ticaren lo que ha de pasar, es señal de que el ánimo racio-
»nal está desasido del cuerpo, y así ninguno escapa».
L a enfermedad, según él, cambiando el temperamento,
pone en disposición de saber muchas cosas sin haber teni-
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO - 205

do en ellas particular noticia; pero este cambio de tempera-


mento, ó lo que es igual, esta exaltación de la actividad
nerviosa, como ahora se dice, no es más que condición ne-
cesaria para que el fenómeno se realice, no su causa. De
otro modo, sería necesario hacer depender de un simple
movimiento molecular, que esto es en último extremo la
actividad nerviosa, la sabiduría universal, la ciencia infusa,
la visión portentosa á través del tiempo y del espacio, en
una palabra, la Adivinación.
El Dr. Huarte tuvo el mérito de haber comprendido in-
dudablemente esto mismo, y de haber renunciado á su sis-
tema, siquiera sea una vez sola.
El concierto y elegancia con que hablan los frenéticos le
admira, porque «esto, dice, ya parece señal de que el de-
»monio les mueve la lengua, como la Iglesia enseña á sus
»exorcistas».
Nótase aquí, que la vacilación y la duda se apoderan de
él; encuéntrase perplejo y empieza á comprender que la
filosofía natural no basta para explicarlo todo. Pero, donde
se rinde por fin y confiesa la incapacidad de su sistema, es
cuando tropieza con estos otros hechos más extraños y gra-
ves aún: «Todo esto, no es mucho que lo reciban losfilóso-
»fos y crean qué pudo ser así, dice refiriéndose á los ante-
»riores; pero si y o les afirmase ahora, por historias muy
«verdaderas, que algunos hombres ignorantes hablaron en
«latín sin haberle en sanidad aprendido, y de una mujer fre-
«nética que decía á cada persona de las que la entraban á
«visitar, sus virtudes y vicios; y lo que más causó admira-
«ción fué, que estándolael barbero sangrando, le dijo: «Mi-
»rad, Fulano, lo que hacéis, porque tenéis pocos días de vida
«y vuestra mujer se ha de casar con otro.» Pronóstico tan
«verdadero que antes de medio año se cumplió. Ya me pare-
»ce que oigo decir á los que huyen de la filosofía natural, que
«es gran burla y mentira. Ellos tienen por fuerte argumento
«decir: «esto es falso, porque yo no entiendo cómo puede
206 FILOSOFÍA

»ser»; como si las cosas dificultosas y muy delicadas estu-


»viesen sujetas á los rateros entendimientos, y de ellos
»se dejasen entender.
»Yo no pretendo aquí, concluye Huarte, convencerá los que
»tienen falta de ingenio, porque esto es trabajar en vano.»
Huarte procura en seguida, explicar los hechos en cuanto
le es posible, por la filosofía natural. «Hablar el frenético
»en latín, dice, muestra la consonancia que hace la lengua
»latina al ánima racional»; y por este estilo, en su afán de
reducirlo todo á medios naturales, desenvuelve otras razo-
nes no menos frivolas que inocentes, pero que tienen el
mérito de enseñarnos, á cuántos despropósitos no puede
dar ocasión en todos tiempos el espíritu de sistema. Sin
embargo, lo absurdo de las explicaciones naturales debió
presentársele con tan vivos colores, que la razón de tem-
peramento que satisfizo á Aristóteles en la explicación de
las predicciones de la Sibila, no le satisface á él en uno de
los casos, y renunciando por un momento á su sistema,
escribe lo siguiente:
«El adivinar de la mujer frenética cómo pudo ser, lo die-
»ra mejor que yo á entender Cicerón, que estos filósofos
«naturales. El error de éstos está en no considerar, como lo
i>hizo Platón, que el hombre fué hecho á semejanza de Dios;
»que participa de su divina providencia; y que tiene po-
»tencias para conocer todas tres diferencias en el tiempo;
«memoria para lo pasado , sentidos para lo presente, ima-
»ginación y entendimiento para lo porvenir».
«Uno de los mayores argumentos que forzaron á Cicerón
»á creer que el ánima racional era incorruptible, fué ver la
»certidumbre con que los enfermos decían lo porvenir, es-
«pecialmente estando cercanos á la muerte. «Estenim et na-
•¡>tura quc&dam qim futura prcenunciat, quorum-vim atque
•anaturam rationemque explicuiti>. Y y o digo que hay indi-
»cios para alcanzar lo pasado, lo presente y lo que está por
«venir.»
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 207

Tal es el juicio que forma el Dr. Huarte de San Juan de


la adivinación, y de la debilidad de su sistema. Es un buen
ejemplo, y por eso nos hemos detenido en él, de lo insufi-
cientes que son las teorías naturalistas para dar razón del
más asombroso de los fenómenos naturales, ya que todos
los fenómenos se han de llamar así.
Son pocos los que, como el Dr. Huarte, mantienen la in-
dependencia de su razón enfrente de los dogmas de un sis-
tema, y no comprometen la divina espontaneidad de su
naturaleza bajo el yugo de ninguna autoridad.
La mayor parte de los médicos contemporáneos no deja-
rán, sin duda, de reírse de las simples interpretaciones de
Huarte, y de las misteriosas indicaciones acaso de su maes-
tro Hipócrates; pero harán mal en ello, porque muy pron-
to habrán de ponerse serios otra vez. Vamos á demostrar-
les con las más ilustres autoridades modernas de las cien-
cias médicas, que aquellas simplezas y misterios han sido
confirmados por observaciones exactísimas en nuestros
tiempos.
«En algunas enfermedades extáticas ó convulsivas, dice
»Cabanís (i), se ven los órganos de los sentidos hacerse su-
»mamente sensibles á impresiones que antes les pasaban
«desapercibidas, y aun recibir impresiones extrañas á la na-
•aturaleza humana.
»Yo he observado en mujeres que, sin duda hubieran sido
«excelentes pitonisas, los efectos más singulares de los
«cambios á que me refiero.
»Yo he visto algunas, cuyo gusto había adquirido una
«finura particular, y que deseaban ó sabían escoger los ali-
«mentos y aun los remedios que parecían serles verdadera-
«mente útiles, con una sagacidad que no se halla ordina-
«riamente más que en los animales.

(1) De Vinfluence des maladies sur la formation des idées et des affec-
tions morales.
208 FILOSOFÍA

»Hay algunas que se ponen en estado de percibir en sí


«mismas, en el tiempo de sus paroxismos, ciertas crisis
»que se preparan y cuya terminación prueba bien pronto
»la exactitud de sus sensaciones »
De sus previsiones, debería decir; pero es tal el afán de
desfigurar estos hechos, que se apela á todo. Ved aquí al
mismo Cabanís poniendo un correctivo á todo lo que ha
dicho.
«Nosotros tenemos, continúa, ideas, durante el sueño, que
»no hemos tenido nunca. Creemos conversar, por ejemplo,
»con un hombre que nos dice cosas que nosotros no sabe-
amos; no debe uno admirarse de que en tiempo de ignoran-
acia los espíritus crédulos hayan atribuido á causas sobre-
»naturales, fenómenos naturales. Y o he conocido un hombre
a muy sabio, el ilustre Benjamín Franclin, que creía haber si-
»do muchas veces instruido en sueños, de negocios que le
«ocupabanpor aquel entonces. Su cabeza fuerte, y por otra
aparte, enteramente libre de preocupaciones, no había po-
adido librarse de toda idea supersticiosa respecto de estas
«advertencias interiores.
«Ved otro pasaje de Virey.
»¡Cuántas veces se ha visto en el curso de las enferme-
«dades surgir en el enfermo estos gustos (instintos) como un
«instinto divino de su curación! ¡Cuántos presentimientos de
«alegría repentina, y una risa involuntaria, anunciar una cri-
»sis favorable, ó cuántos siniestros presagios y terrores ame-
«nazantes ser los precursores de la muerte, hasta el punto
sde indicar el enfermo el mismo día y hora (i).»
Es uno de los casos en que puede observarse lo divino
de Hipócrates, como en este otro, citado por Bourdois (2),
de un colérico desahuciado que próximo á la agonía, se le
antojan albérchigos y sana perfectamente con ellos.

(1) Diet, des Sc. med. Art. Force medicatrice.


0

(2) Diet, de Med. Art. C61era.


0
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 200,

«Hay melancólicos, dice Sauvages, que se imaginan ser


«agitados por un poder superior y que predicen el porvenir,
»como si fuesen inspirados por una divinidad.»
«Yo mismo he visto, añade, á un sexagenario predecir
»el día y la hora de su muerte un mes antes, y morir de fie-
»bre en el día anunciado» (i).
«Sucede á veces, dice Burdach, que antes del parto ó de
»una enfermedad, tienen algunas personas en buen estado de
»salud un seguro presentimiento de su muerte próxima. No
»se puede atribuir fácilmente al azar la realización de estos
«presentimientos, porque ella debería ser mucho más rara
»que su no realización, y es justamente lo contrario lo que
>sucede» (2).
En fin, Briere de Boismont señala entre los signos del
éxtasis mórbido (catalepsia, histérico, manía) la trasposición
de los sentidos, la vista á distancia sin el socorro de los
ojos, la previsión, el instinto de los remedios y el poder ha-
blar lenguas extrañas y desconocidas.
Se ve bien que la cosa no está entre charlatanes. La cien-
cia no puede rechazar los testimonios de estos hombres
ilustres y observadores imparciales salidos de su propio
seno.
Ahora, seamos más claros: los hechos atestiguados por
esos grandes médicos, sin que pueda haber réplica ni duda,
son reales y verdaderos hechos de Adivinación; luego la
Adivinación es cosa científica y probada.
Sea como quiera por ahora, la interpretación que se les
dé á esos hechos, la ciencia está obligada á admitirlos y á
tenerlos muy en cuenta para ulteriores fines, so pena de
atentar locamente á los fundamentos de la credibilidad hu-
mana, renegando de sus más preclaros hijos. Estos hechos,
sin embargo, están fuera de todo cuanto podía esperar ella

(1) Nosologie medique, tomo II, pág. 738.


(2) Coup d'ceii sur la vie.
14
210 FILOSOFÍA

de las leyes de la naturaleza. Están por encima dé su mé-


todo, y no están al alcance de su crítica. Esto debe probar
á los sabios, que su método es corto y su crítica larga.
Se echa de ver, en efecto, en los pasajes citados, á ex-
cepción de los de Burdach y de Sauvages, el prejuicio de
su método, que es el de las escuelas científicas, el cual, aun-
que á veces les permita confesar y reconocer los hechos
que no caben en sus teorías, les impide en absoluto com-
prender sus trascendentales consecuencias. Saturados de
otra superstición peor mil veces que la de lo sobrenatural,
porque es la superstición de lo ordinario, son incapaces de
deslindar las diferencias que existen entre un hecho libre
del espíritu y un hecho fatal de la naturaleza. Boerhave,
que como todos los grandes médicos, se había fijado en lo
divino de Hipócrates, dice en alguna parte: «Inest alliquid
sapientice, in summo delirio.» Hay cierta sabiduría en los
grandes delirios.
En esta sabiduría está precisamente lo divino; pero en
vez de verlo y confesarlo así, los médicos de ahora prefie-
ren, cuando lo observan, atribuirlo «á la conciencia íntima»,
«á la imaginación que se impresiona á sí misma», «á las
conmociones nerviosas internas que excitan el instinto, et-
cétera, etc.» y con estas expresiones vagas, que ellos mis-
mos no entienden ni pueden entender, porque no saben lo
que es la conciencia íntima, ni la imaginación, ni el instin-
to, quedan ya satisfechos y se creen con derecho á tachar
de simples, crédulos y supersticiosos á los que procuran
interpretar sus propias impresiones de otro modo un poco
más espiritual y razonable, aunque uno de esos hombres
se llame Franklin.
No parece sino que la ciencia moderna tiene horror á lo
divino, como antes se creía que la naturaleza lo tenía al va-
cío. En ese caso, conviene que la ciencia se cure en tiempo,
de esa afección mórbida que puede hacerle quedar más re-
zagada que la teología, porque si se prueba que la sabidu-
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 211-

ría del delirio, como la llama Boerhave, no puede expli-


carse por las fuerzas del organismo humano, no habrá
remedio sino volver á la fe de Hipócrates, creyendo en lo
divino.
Aristóteles, en materia de explicaciones estaba bastante
más adelantado que los sabios modernos. Véase cómo ex-
plica él, ciertos extraños fenómenos de adivinación: «Así
»como, cuando se agita el aire, la parte agitada comunica en
«seguida su conmoción á la otra parte, y aun cuando cese
»la percusión, el movimiento continúa avanzando, por más
»que haya desaparecido la causa del impulso; así nada im-
»pide, que ciertos movimientos ó sensaciones lleguen al alma
»que sueña, y le sean comunicados por esas existencias que
«Demócrito supone simulacros ó despojos.»
Estos simulacros ó despojos, estas existencias, eran en
concepto de Demócrito, unas especies de almas que sobre-
vivían algún tiempo á la muerte de sus cuerpos.
Jamblico, explicando las mismas cosas en su libro de
Misterios, dice: «El alma inspirada ha cambiado su espíri-
t u por el espíritu divino; ella lo sabe todo en ese estado,
«porque vive, no ya de su vida propia, sino de la vida divina.
«Y la prueba es que los inspirados parece como que no tie-
»nen cuerpo; el fuego no les quema; no sienten nada: atra-
«vesados por un dardo no se aperciben de ello; que se les
«hiera de un hachazo, que se les atraviese un brazo con una
«lanza, no se dan cuenta de ello. Nada humano ya existe en
«ellos. Veis, pues, que han llegado á ser Dioses y que así,
«pueden tener la presciencia divina.»
Es esta otra prueba de que todos esos fenómenos de éx-
tasis natural y artificial que nos admiran tanto, eran ya
perfectamente conocidos por los sacerdotes y filósofos an-
tiguos, que tenían, por otra parte, mil razones para atri-
buirlos á la divinidad. El sonambulismo, en sus variadas y
múltiples manifestaciones, desde la insensibilidad física has-
ta la visión á oscuras, con los ojos anestesiados, debía ser
212 FILOSOFÍA

para ellos un problema que sólo encontraba solución en \o


divino.
L a ciencia prohibe hoy esta clase de explicaciones teleo-
lógicas. Se dice que una tesis que no admite otra tesis está
condenada por lo mismo; pero no se piensa en que puede
darse el caso de un fenómeno, cuya causa eficiente sea ya
una manifestación de lo divino. En ese afán de no llegar
nunca á D i o s , ¿ qué puede esperarse de la ciencia?
Nada que verdaderamente importe y tenga trascendencia.
CAPÍTULO VII

LA ADIVINACIÓN Y E L LIBRE ARBITRIO

Apesar de todos los hechos y testimonios que acabamos


de exponer, la resistencia para admitir la adivinación como
verdadera manifestación maravillosa en la vida humana,
sería grande, si no diésemos resuelta aquí la famosa cues-
tión del libre arbitrio; porque ¿cómo, en efecto, se habrá
de conctliar la contradicción que resulta, entre la prescien-
cia divina y la libertad humana, ó lo que es lo mismo, en-
tre la adivinación ó revelación de aquella presciencia y el
meritorio y libre desenvolvimiento moral ?
Toda conciliación parece imposible entre estos términos:
adivinación y libertad. Por eso, al lado de las antiguas afir-
maciones filosóficas, surgen algunas negaciones. Anaxágo-
ras y la escuela jónica, explicando el origen del mundo á
la manera de Herbert Spencer y del materialismo moder-
no, por un simple impulso inicial sin designio ni propósito,
niegan la adivinación, suprimiendo la Providencia; y en ge-
neral, todos los libre-pensadores formados en la escuela
de Cyrene, que habían heredado de Epicuro el odio á todo
lo que se pareciese á misticismo, destruyen radicalmente
la adivinación. Nada es más cómodo que negar lo que se
ignora y declarar imposible lo que no se explica. A todas
214 FILOSOFÍA

estas gentes satisfacían los ligeros razonamientos de Epicu-


ro, como ahora complacen y convencen los de Littré.
Puede decirse que la opinión de Epicuro contra el arte
augural fué el germen de todo el descreimiento moderno.
Cicerón consumó después en Roma, esta obra destructora
de la adivinación simbólica. Todavía se recuerda, cuando
se quiere ridiculizar ciertas creencias, su famoso dicho:
«Dos arúspices no pueden mirarse sin reirse.»
Cicerón debía saberlo bien, porque era arúspice; pero ni
sus burlas ni los razonamientos de Epicuro prueban nada
contra la posibilidad de entenderse por signos Dios y el
hombre. El vuelo de un pájaro ó las entrañas de un ave son
tan buenas señales como otras cualesquiera para aquella
comunicación. Decir, como dice Epicuro, que ni el pájaro
se prestaría á tal designio, ni Dios con mayor razón lo for-
maría, es decir más de lo que puede saberse.
Lo cierto es, que todos los pueblos del mundo creyeron
en esa posibilidad perfectamente confirmada por los hechos
muchas veces, y que no tiene nada dé extravagante, ni pro-
dujo malas consecuencias sociales.
Parece bien natural y razonable que, si existe un Dios y
es amigo del hombre, encuentre medios en la naturaleza
de contestar á sus súplicas de algún modo. Si Dios es un
padre, debemos pedirle dirección y custodia, y él debe dár-
noslas.
Si el hombre, privado de los instintos salvadores que
tiene el animal, no pudiera esperar estos auxilios, ¿qué más
tendría que agradecer á Dios ?
Hay dudas que sólo un Dios puede resolver. En todos
tiempos, los hombres buscaron esta comunicación con el
Dios Padre, con el Dios A m i g o , llámese Júpiter, Mitra ó
Jehovah, para confortarse y consolarse en las grandes an-
gustias de la vida, ó evitar los peligros en los tortuosos
senderos del destino.
Es esta una perpetua necesidad; y en prueba de ello, que
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 21e

á falta de un Dios vivo, de un Dios que hablé como hable


á Moisés y á los Patriarcas , que responda como respondió
á José por medio de la copa, y á David por medio del
Ephod, ó que se manifieste por medio de cualquier otre
signo convenido, como enDodona y Delfos, se transfiere á
un hombre la misma representación, reconociéndole la in-
falibilidad , carácter esencial de lo divino.
¿Es acaso, el símbolo augural, más irracional y supersti-
cioso que esto ?
Ninguna de las dos cosas es irracional. Dios puede dis-
poner de las alas del pájaro como de las vibraciones cere-
brales del hombre.
Esta necesidad de la dirección y del auxilio divinos , en
manifestación visible, va cesando á medida que las socie-
dades humanas se desarrollan y educan. A s í como el insr
tinto desaparece casi en el hombre de razón desenvuelta,
que sabe ya vivir y apartarse del riesgo por sí mismo, así
también los signos de intimidad divina desaparecen y dejan
de ayudar á las sociedades ya constituidas que saben pro-
tejerse. Es la misma ley del gran plan educador universal.
Es de esperar, sin embargo, que, cuando este progreso lle-
gue á un punto en que, así un hombre como una sociedac
se hagan dignos de comunicar con Dios, la manifestador
maravillosa de los signos aparezca de nuevo, y en más alte
escala de amor é intimidad. Esto, que ya se observa en lo;
personajes virtuosos y santos, se hará más general en la:
sociedades venideras, mucho más inteligentes y civilizadas
No se nos oculta que sostener la verdad de los signo
augúrales en la antigüedad, y la amigable y natural reís
ción con Dios en el porvenir, es más de lo qué puede sopoi
tar hoy el mundo, extraviado por el falso concepto que d
la naturaleza se ha llegado á formar; ni es eso lo que no
proponemos, sino hacer notar únicamente, que, considen
da tan universal costumbre sin sombra de preocupaciói
aparece tan razonable y fundada como cualquiera otra.
2l6 FILOSOFÍA

Cicerón, como la mayor parte de los oradores, que se


pagan más del brillo de los períodos que de la solidez de
las ideas, no era buen filósofo; y además, como dice San
Agustín: «Un hombre que sostiene que todas las cosas son
inciertas, no merece crédito en ninguna.» Y esta era toda
la filosofía de Cicerón.
Había escrito,sin embargo, un Tratado de «Adivinación»,
en que se muestra bastante partidario de esta creencia, y
que empieza así: «Es una antigua opinión que se remonta
ȇ los tiempos heroicos, y de la que participa el pueblo ro-
»mano, como todos los pueblos de la tierra, que hay adivi-
»nación entre los hombres.»
Las causas que tuvo para dejar de creer en la adivina-
ción, nos las va á decir San Agustín: «Cicerón sostiene, dice
»San Agustín, que, si el orden de las cosas es cierto, es el
»destino el que hace todo lo que sucede, y en este caso, na-
»da está en nuestro poder, no hay libre albedrío; todas las
»reglas de la vida caen por tierra; en vano es hacer leyes,
«reprender, alabar, condenar, exhortar; ya no hay justicia
«para castigar á los malos ni para recompensar á los buenos.»
A fin, pues, de impedir consecuencias tan absurdas á la
sociedad, Cicerón no quiere que haya presciencia del por-
venir; con que los hombres que tienen algún sentimiento
religioso, quedan reducidos á escoger una de estas dos co-
sas: ó hay algo que depende de nuestra voluntad ó hay
presciencia del porvenir. Porque Cicerón supone que estas
dos cosas no pueden subsistir juntas, y que no puede esta-
blecerse una de ellas sin que se destruya la otra; y que si
afirmamos la presciencia, arruinamos el libre arbitrio; y si
admitimos el libre arbitrio, destruímos la presciencia. « A s í
»que, como sabio y político, opta por el libre albedrío, y
«para afirmarlo, niega la presciencia del porvenir; es decir,
»que para hacer á-los hombres libres, los hace impíos» (i).

(i) Ciudad de Dios, tomo I , lib. V, cap. IX.


DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 217

Este argumento de Cicerón es el mismo de Carneades


contra Crísipo, y fué el que arruinó en el mundo la adivi-
nación. Era preciso salvar á todo trance la libertad, porque
no se concebía entonces el mérito ni el demérito sin ella.
San Agustín, y después de él los teólogos de la Reforma
veían bien, que la libertad del hombre era una ilusión entre
la presciencia, la predestinación y la gracia; pero la idea
de justicia, y por consecuencia, la de mérito y demérito,
hacían la cuestión irresoluble. Era un problema entonces,
al cual faltaban datos. E s , pues, la gran cuestión de la li-
bertad y de la presciencia, que tanto dio que hacer á teólo-
gos y filósofos, la que va entrañada en esta de la adivina-
ción. Las escuelas científicas, para las cuales la presciencia
y la predestinación han dejado de ser factores en el pro-
blema, la han resuelto de una manera fácil, negando el libre
arbitrio, y sometiendo al hombre a imprescindible y cons-
tante determinismo. Esta solución científica es precisamen-
te, por natural pero admirable coincidencia, la que más
se armoniza con la presciencia de Dios, que sería inconcebi-
ble en absoluto, si el hombre fuese realmente libre.
No es de esperar, por lo tanto, que los hombres de cien-
cia opongan hoy á la adivinación el argumento de Cicerón
ó de Carneades. A l contrario, concedido que todo es deter-
minado en la naturaleza, y que ésta consiste en una inmen-
sa red ó tejido de eslabones de causas, se concibe, que una
inteligencia superior las comprenda y conozca. A s í , no es
extraño que Apolo supiese de antemano, por ejemplo, por
qué Edipo debía necesariamente matar á su padre.
Pero, si Apolo no hubiera visto, ni en la naturaleza ni en
Edipo, ninguna causa dispuesta para ello, nada, en absolu-
to, que sirviese de determinación al parricidio, Apolo no
podría de ningún modo preverlo.
Conformes, pues, en este modo de plantear la cuestión,
ya que no hay otro, á no ser apelando á misterios inconce-
bibles y que por lo tanto, están fuera de la razón ó son
FILOSOFÍA

irracionales, por ser igualmente imposibles de concebir la


inducción sin causas ni antecedentes y la intuición adivina-
dora sin superior revelador, vamos á procurar esclarecerla,
pero á grandes rasgos, porque ya no es necesario escribir
tanto como antes para verla clara.
Si la libertad es, como admiten todos, «el poder de obrar
según conceptos é ideas », la responsabilidad, el mérito y
el demérito no consisten en el libre arbitrio, sino en el des-
envolvimiento de la razón. Si ésta ha de pesar con el juicio,
las determinaciones ó conceptos, éstos, como causas de
acción, dependientes de la evolución racional, han de ser
conocidos por Dios. *
Si Dios conoce las causas, ha de saber los efectos por le-
janos ó remotos que se supongan; presente en el mundo,
y dueño hacedor de los secretos orgánicos, es lógico que
sepa lo que tal hombre hará, colocado en tales circunstan-
cias, no de otro modo que un padre de familia ó un maes-
tro pueden prever ciertas faltas de sus hijos ó discípulos,
conocedores, como son, de sus antecedentes y carácter.
Además, para desarrollar las facultades del hombre y
desenvolver los progresos sociales, cuenta con un medio
poderoso que le hace arbitro del porvenir: la sugestión. No
ha de ser menos Dios que el último de los hipnotizadores.
Pero esta negación del libre arbitrio, convirtiendo al hombre
aparentemente en verdadero autómata de un poder supe-
rior, espanta á los que creen ver destruidos de ese modo,
toda responsabilidad y todo mérito.
Cada una de las soluciones que hasta ahora se han dado
en esta famosa cuestión, implica unas consecuencias desas-
trosas; porque si existe libre albedrío, verdadera libertad,
la presciencia divina es imposible, por más argucias y dis-
tingos que se inventen; y si el hombre obedece á un deter-
minismo orgánico y legal, la responsabilidad moral es ilu-
soria.
Un Dios sin presciencia está demás. Decir presciencia
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 2ig

vale tanto como decir providencia, y si los hombres han de


ser enteramente libres, Dios no puede influir en lo más mí-
nimo, ni en sus voluntades ni en sus ánimos.
Si el más humilde matrimonio del mundo se efectuase
sin ser preparado, compuesto, sugerido por Dios, para ulte-
riores fines, todas las consecuencias de ese matrimonio se-
rían otros tantos motivos de desorden que descompondrían
y trastornarían por completo ei plan providencial. Y a no
podría decirse con Bossuet, que ni la hoja de un árbol se
mueve sin su permiso; lejos de eso, todas las acciones hu-
manas serían independientes y habrían de realizarse sin su
conocimiento ó contra su voluntad.
Aunque la inteligencia divina sea infinita, esta infinitud
no suple el procedimiento deductivo necesario para prever
lo futuro. Sin premisas no :hay consecuencias; sin antece-
dentes no hay consiguientes. Decir que las cosas no suce-
den porque Dios las prevé, sino que.las prevé porque han
de suceder, es afirmar una cosa sin probarla. Es verdad
que el conocimiento no determina la cosa conocida, pero
tampoco ésta puede determinar el conocimiento.
Una acción producida sin causas, sin motivos, sin deter-
minaciones, no podría ser conocida por nadie, ni aun por
una inteligencia infinita, hasta el momento mismo de su
realización, si esta realización fuese posible y aquella inte-
ligencia también.
Esta solución de la pura indiferencia ó del querer por el
querer, que es después de todo, el verdadero libre albedrío,
está condenada en términos durísimos por Santo Tomás
en su libro de Anima: tStidtum est dicere, quod aliquis
appetatpropter appetere.i, (i).
El hombre, según él, no se determina sin razón suficien-
te, y ésta debe ser el último juicio práctico; la voluntad no
puede tener por razón de su querer, ni el azar ni el capricho.

(i) L i b . III. Lee. 1 5 .


220 : FILOSOFÍA

No hay nada por eso más determinista y conforme con


las modernas tendencias científicas, que su definición de la
libertad: «.Liberum de ratione juditium.»
Si bien se mira, esta definición resuelve por sí sola el
problema, haciendo consistir la libertad, no en el libre al-
bedrío, sino en el juicio libre; es decir, no en la libertad de
la voluntad, sino en la libertad de la razón.
Todo juicio, constando de una relación entre dos térmi-
nos, supone necesariamente la existencia de motivos ó de-
terminaciones que forman esos términos. Entre los muchos
términos que pueden servir de puntos de relación al juicio,
hay unos groseros, bajos, ruines ó de carácter pasional ó
instintivo, mientras que otros se ofrecen á la razón cómo
sublimes ideales ó nobles y benéficos deberes. Es ocasión
entonces de repetir con Medea:
«Mens aliud suadet; video meliora proboque.»
Deteriora sequor ( i ) .
El juicio deja de ser libre; la voluntad triunfa y el hom-
bre peca.
Cuando esto pasa, se dice comunmente, que es uno es-
clavo de sus pasiones ó de sus instintos.
Esta expresión vulgar marca perfectamente en lo que
consiste la libertad moral: en no ser esclavo de la pasión,
de la materia, del deseo; en no ser animal, en ser hombre
verdaderamente.
Esta libertad sólo se consigue fortaleciendo la razón, el
juicio; no hay otra libertad.
El libre albedrío es la libre voluntad sin juicio: ultronei-
tas, es la libertad de los locos y de los salvajes, verdadera
esclavitud.
Esta cuestión ha sido embrollada por la mala inteligencia
de los términos. Se ha definido el libre arbitrio diciendo,
que es el poder, en virtud del cual el hombre puede esco-

(i) Ovidio, Metamorplws, VII.


DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 221

ger entre dos acciones contrarias, sin ser determinado por


ninguna necesidad.
Esto no puede ser la libertad moral, que debe determi-
narse necesariamente por la idea universal del bien.
Cuando la voluntad no está dominada por el juicio, cuan-
do sobre dos acciones contrarias no pesa ninguna necesidad,
podrá haber libre albedrío; pero, entonces, el libre albedrío
es el capricho; y no se comprende que no pese alguna ne-
cesidad sobre una ú otra de las dos acciones contrarias, á
no ser que sean absolutamente indiferentes, en cuyo caso,
desaparece de ellas toda moralidad, y no pertenecen á la
cuestión por no haber mérito ni demérito en realizarlas.
Dios, de todos modos, puede preverlas, porque si no de-
pende del juicio, depende su elección, de la pasión, del tem-
peramento ó de las circunstancias, cosas todas que tienen
antecedentes que le son conocidos.
Para que haya libertad moral es menester que la volun-
tad sea, cuando es contraria, dominada, refrenada, avasa-
llada, para que sólo impere y mande la razón. Por eso se
define la libertad diciendo, que es forma de la causalidad;
es decir, poder de causarse, de determinarse á sí mismo, ó
lo que es igual, de imponer la razón á la voluntad. En este
concepto de la libertad, el hombre triunfa de la bestia, el
espíritu de la materia, el alma del cuerpo, el cerebro de la
médula espinal.
Para comprender bien que el libre arbitrio ó libre volun-
tad es una ilusión, basta fijarse en que, esa libertad de in-
diferencia traería consigo la acción de inconsecuencia. Pos-
tular esa libertad, es decir, el poder obrar sin razón sufi-
ciente , es renunciar á toda conducta razonable y moral. Es
declararse locos. Si fuese cierto que dos acciones pudieran
producirse indiferentemente en un momento dado, por ejem-
plo : un gran crimen y una sublime acción, se seguiría, que
la moralidad de las dos acciones sería también indiferente,
pues, no pesando ninguna necesidad sobre ninguna de ellas,
222 FILOSOFÍA

como se dice, tienen que estar las dos por precisión, fuera
de todo orden providencial; consecuencia que destruye to-
das las doctrinas encomiadoras del libre arbitrio.
La libertad de la voluntad es, pues, una ilusión, y la cau-
sa de esta ilusión está en la apariencia de libertad que se
manifiesta en la voluntad por ser toda interior. Un hombre
cierra sus ojos; prescinde de los motivos ó determinaciones
exteriores y dice: Y o soy libre de ir y venir, de salir ó de
entrar; puedo hacerlo que quiera; soy libre. Es verdad;en
estas indiferentes acciones tiene libre albedrío, como hemos
dicho ya; al menos, si hay algo que contrarreste la volun-
tad, como una sugestión, por ejemplo, no se ve ni se apre-
cia. Pero propóngase ese hombre libre un acto moral ó de-
lincuente , un poco más importante: dar una limosna ó pe-
gar una puñalada á alguno; y entonces verá en qué se con-
vierte su tan ponderado libre albedrío. ¡ Qué rebullimiento
de determinaciones se forma en su cabeza! Todos estos im-
pulsos interiores son opuestos los unos á los otros; todos
están en lucha, y debe preguntarse, por qué alguno de ellos
y no otro consigue la victoria. Habrá de convenirse en que
es debida á la mayor intensidad ó fuerza del motivo que
prevaleció; enteramente lo mismo que si los motivos fuesen
exteriores. Es la misma ley.
No hay, pues, libre arbitrio, y si lo hubiera, excluiría
toda responsabilidad. El hombre que no es libre en su na-
turaleza física, es decir, que ni escoge su cuerpo, ni su tem-
peramento, ni su familia, ni su raza, ni su época, mal puede
ser libre en su naturaleza moral, con esa libertad de indife-
rencia.
Ahora, si se dice, como dice Santo Tomás: que el libre
arbitrio es determinadojpor la razón, entonces estamos en
pleno determinismo; ya hemos visto que todo juicio supo-
ne determinaciones.
Verdaderamente, estas palabras de libertad y libre arbi-
trio, no han hecho más que oscurecer la cuestión.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 223

Emplear la palabra libertad para señalar ó expresar ese


grado de elevación moral en que el hombre escoge, hacien-
do uso de su razón, entre dos acciónesela que le parece
mejor ó más conforme á la idea universal del bien, no nos
parece propio. Decir como algunos, que la libertad no con-
siste en la elección, es quitar á la palabra libertad su natu-
ral y legítimo significado. Por libertad entenderá siempre
todo el mundo, la facultad de hacer ó de no hacer; es decir,
de hacer lo que más agrade, de elegir lo mejor ó lo que lo
parezca; y sino es esto, debe emplearse otra palabra.
Estando, como estamos, rodeados de determinaciones,
en toda decisión ha de triunfar la más fuerte determinación,
y entonces, la libertad sólo existe á título de ilusión. Esta
ilusión de la libertad se explica por la ignorancia en que es-
tamos , de las causas del querer. Se nos figura que la cau-
salidad de la acción, ligada á nuestra propia conciencia, es
nuestro propio querer. Por eso, la voluntad aparece siem-
pre libre necesariamente. Nadie repara en que la voluntad
se inclina sin sentirlo ante la determinación más fuerte y
decisiva.
Se nota mejor la poca exactitud de esa palabra, cuando
queremos expresar con ella el desenlace de algún drama
terrible del espíritu , ó la determinación de un conflicto en-
tre dos deberes.
La voluntad, la pasión, el instinto, ¿con qué gusto no
harían el buen negocio, aceptarían el placer, seguirían el
impulso de la naturaleza animal? ¿A qué precio no com-
praría el hombre su felicidad aquí en la tierra, si la idea del
bien, que se ha infiltrado por la educación, por la cultura
social, por el refinamiento de las costumbres, por la religión,
no surgiese dominadora y gritando r-No; ese negocio te ha-
ría rico, pero déjalo, porque es una inmoralidad; ese com-
promiso de amor hará tu desgracia, pero cásate, porque es
tu deber. .
Y la pobre voluntad así dominada, queriendo la dicha y
224 FILOSOFÍA

el placer y las riquezas, realiza el acto heroico, la acción


santísima que la priva de todo.
¿Cómo llamar esto? ¿Libertad?
Más parece despotismo, imperio, fuerza de la razón.
Por eso Kant lo calificó de imperativo categórico.
Eso, que antes se llamaba libertad moral, es para el de-
terminista, el libre juego de las tendencias superiores; su
independencia de las tendencias inferiores, animales ó ins-
tintivas , no es absoluta sin embargo; y además, las tenden-
cias superiores están sostenidas á su vez por motivos: edu-
cación, ideas adquiridas, etc., etc.
¿Qué mejor palanca para mover la voluntad que la idea
del bien, teniendo por punto de apoyo á Dios?
Pero, ¿ no es esa una poderosa determinación ?
¿ Puede decirse que es libre el hombre, á quien esa idea
se impone en cierto grado de elevación moral, como un
mandato absoluto?
¿No es una santa obediencia, en vez de ser una libertad?
¿Es libre ese hombre de querer querer el bien?
N o ; puesto que un motivo poderoso le obliga á ello.
El espíritu, después deformado, tiene sus necesidades
fatales como el cuerpo. La verdad y la justicia son el pan
y el agua del espíritu digno y elevado. No es más libre el
hombre generoso de arrojarse al agua por salvar á un se-
mejante, que el viajero sediento en el desierto de lanzarse
á la fuente para apagar su sed. Un hombre comprará un
pan; otro comprará un libro. Es lo mismo: gana de comer;
deseo de aprender. No hay acción que no tenga su motivo,
ni consiguiente sin antecedente, ni efecto sin causa.
Todas las acciones humanas son, en este universal de-
terminismo, necesarias. Parece á primera vista, que si Dios
gana, el hombre pierde; porque se concibe ahora, que co-
nocedor Dios de todos los antecedentes, prevea, deduzca,
sepa perfectamente todos los consiguientes; que dueño de
las causas prepare los efectos; pero si las acciones huma-
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 225

ñas son consecuencias ó efectos de causas anteriores, no


son libres, y entonces el hombre ni tiene mérito ni respon-
sabilidad, según se ha creído hasta ahora.
Es por cierto una cuestión bien extraña esta de la liber-
tad ó libre arbitrio, pues por cualquier lado que se la con-
sidere, conduce á la negación del mérito y de la responsa-
bilidad.
Hemos visto que la absoluta carencia de motivos ó de-
terminaciones, produce la libertad de indiferencia condena-
da por Santo Tomás, y que lleva lógicamente á la teoría
del azar y del capricho, donde toda responsabilidad y todo
mérito se desvanecen también.
Encontrar medio entre los dos extremos, no es posi-
ble tampoco, porque el medio entre el azar y la necesidad
no es la libertad, sino la división por mitad de la conducta,
entre la necesidad y el azar, lo cual sería monstruoso.
Se ve, pues, que con los datos conocidos y usados hasta
ahora, el problema no tiene solución.
Con razón decía Goethe, que para saber una cosa con
precisión sería preciso saberlo todo. Las cuestiones se en-
trelazan con las cuestiones, y no puede resolverse una cues-
tión magna como ésta, bien, sin resolver otras muchas
antes.
Preciso será, pues, traer nuevos datos al problema.
Fijémonos en una acción heroica cualquiera: en la de
Guzmán el Bueno, por ejemplo, consintiendo en sacrificar
á su hijo por la patria.
¿Cómo realizó Guzmán esta gran acción? ¿Sin motivos,
sin causas, sin determinaciones? Claro es que no. Lo que
impulsó á Guzmán para obrar así, fueron muchas y muy
complejas causas: haber nacido caballero; haber sido edu-
cado en las ideas de honor y lealtad; tener un compromiso
expreso con su rey; poseer un organismo y uh espíritu ar-
mónicos, capaces de comprender y realizar ló grande, lo
heroico, lo bello.
15
226 FILOSOFÍA

¿Qué quiere decir esto? ¿Que había una armonía prees-


tablecida, como diría Leibnitz, entre el hombre y su ac-
ción?
Y esa armonía y esas causas y esos antecedentes, ¿qui-
tan el mérito á Guzmán?
No por cierto; será la contestación de todos y la nuestra.
Pero la cuestión decisiva surge ahora. ¿El mérito de Guz-
mán está en su acción? ¿En esa acción tan preparada por la
educación, tan dispuesta por las circunstancias, tan natural
en su organismo, y tan armónica con su naturaleza?
Dados los antecedentes y la complexión de este hombre,
parece que, dentro del determinismo, la acción es una con-
secuencia necesaria de la cual no puede extraerse mérito
ninguno. La acción es lógica, y por lo mismo, la razón del
mérito no puede estar en ella.
¿Dónde buscarla pues? En el hombre mismo; en el pro-
pio valor. El mérito está en ser Guzmán.
Para que la acción heroica sea posible; para ser Decio ó
Régulo, es preciso haberse formado un gran carácter, y
para esto, haber aprendido mucho, resistido mucho, lucha-
do mucho, sufrido mucho. Un organismo en consonancia
con las exigencias de un gran destino, no se posee sin mo-
tivo. Los deterministas, desterrando el azar de todas partes,
deben convenir en que, alguna ley regirá, no sólo la cons-
trucción de esos organismos que se llaman Sócrates, Cris-
tóbal Colón, Morphi ó Stephenson, sino también el medio y
las condiciones en que han de ser colocados en el mundo
para cumplir su misión. De nada sirven las condiciones si
el organismo no corresponde á ellas; de nada sirve el orga-
nismo si faltan las condiciones. Poned á L.utero en un siglo
crítico ó escéptico, y no se concibe la reforma. Suponed á
Napoleón viviendo durante el reinado de Luis X V , y segu-
ramente no hubiera pasado nunca de ser un buen capitán
de artillería. La acción depende pues, tanto del organismo
como del medio en que está.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 227

Pero, ¿esta realización de lo sublime es un privilegio?


Claro es que no. Todos tienen en su mano ser Decio,
Régulo ó Guzmán, si llega el caso, y sin embargo, hay muy
pocos que, en igualdad de circunstancias, se sientan capa-
ces de hacer lo que ellos. ¿Por qué? Porque falta carácter.
¿Y qué es el carácter? Es el resultado de muchas pruebas,
de muchos esfuerzos, de muchas tentaciones; y ¿quién sabe?
de muchas existencias, quizá.
Pues esa larga elaboración, esos grandes trabajos del
cuerpo y del espíritu, todas esas vidas y otras tantas muer-
tes han sido necesarias para formar un carácter; para pro-
ducir el héroe. El mérito está en eso; en haber sufrido tan-
to, trabajado tanto, aprendido tanto, en esta vida ó en
otras, para llegar á ser Guzmán ó Régulo, Dante ó Cervan-
tes, Milton ó Kant; es igual. Lo que el hombre vale se lo
debe á sí mismo; lo ha conseguido á fuerza de dolor.
En haber llegado á realizar tales cosas, consiste su vir-
tud. Esta capacidad supone desenvolvimiento de la inteli-
gencia, educación de la voluntad, dominio de sí mismos.
Nada de esto se adquiere sin trabajo; á costa del propio
esfuerzo se ha realizado la acción, ó se ha escrito la obra ó
el poema. El mérito, pues, no está en la libertad, sino en
el sufrimiento, en el dolor que acompaña todo progreso,
toda elevación; en la serie de fatigas que ha sido necesario
atravesar para hacerse capaz de realizar el acto.
Es, pues, un error creer que procede el mérito de la li-
bertad. Calígula y Marco Aurelio son igualmente libres ó
igualmente esclavos, como se quiera, en atención á que el
uno era esclavo de sus instintos y el otro de sus deberes,
ó á que el uno era libre, desligado de todo deber, y el otro
libre, desligado de todo instinto.
¿Dónde está el mérito y el demérito de cada uno? Pues,
en lo poco que tuvo que aprender Calígula, para ser Calí-
gula, y en lo mucho que tuvo que aprender Marco Aurelio,
para ser Marco Aurelio.
228 filosofia

A s í que, con la responsabilidad, sucede lo mismo que


con el mérito. Tampoco depende de la libertad.
Se observa que, en igualdad de medio y condiciones ex-
ternas, dos hombres obran de muy diferente modo según
la experiencia que tienen de la vida y el grado de evolución
intelectual ó moral que han conseguido. Si se quiere hacer
provenir la responsabilidad de la libertad, es preciso antes,
demostrar que el temperamento, la falta de instrucción, el
poco desarrollo de las facultades intelectuales y morales,
son debidas al individuo mismo, lo cual es contra toda
evidencia.
La ignorancia, como primer grado del espíritu en la vida,
es fatal; el hombre no es responsable de ella. Querer que
un hombre sea bueno, sabio, justo, antes de tiempo, es
como esperar que un árbol dé su fruto al acabar de plan-
tarlo. L a buena acción, el altruismo, como ahora se dice,
es fruto de la evolución, del desarrollo intelectual y moral,
y no depende por lo tanto, de la libertad, sino de la racio-
nal obediencia á la idea del bien; la responsabilidad, por lo
mismo, no procede de la libertad, sino de la mayor eleva-
ción moral conseguida y del valor social que se atribuye á
la acción.
Resuelta de este modo la cuestión de libertad ó libre
arbitrio, se explica perfectamente la presciencia ó la adivi-
nación, y se comprende mejor, en qué consisten el mérito
y el demérito; pero, con los datos que nos proporciona esta
vida, resulta ahora una monstruosa injusticia en Dios; por-
que, si los hombres vienen á este mundo con diferentes
aptitudes y condiciones que ellos no se dan, es decir, no
siendo libres en el origen de la vida, no pudiendo escoger
su cuerpo, su organismo, ni el momento de venir al mundo,
ni la familia en cuyo seno han de recibir la educación, con-
denados por consiguiente, los unos á enfermedades físicas
y á degeneraciones, y privilegiados otros con todo género
de dones físicos, intelectuales, morales y materiales, ningu-
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 229

na responsabilidad ni mérito pueden tener ante Dios ni


ante la sociedad.
Hemos dicho, en efecto, que Marco Aurelio tuvo el mé-
rito de haber aprendido mucho y bueno, y Calígula el de-
mérito de haber aprendido poco y malo; pero ¿qué culpa
tuvo Calígula de haber nacido con aficiones malas y Marco
Aurelio con tendencias buenas?
Todas son consecuencias del nacimiento; si éste no es
libre, es decir, elegido libremente con todas sus condicio-
nes, la vida entera del individuo ha de resentirse de esta
falta original de libertad. Ahora, si el nacer no es libre, la
diferencia de aptitudes y destinos constituye una injustísi-
ma condenación, ó un irritante privilegio, supuesta la jus-
ticia divina, si es esta la primera vida del espíritu, y venimos
todos á ella acabando de salir de las manos del Creador.
Y aun en la suposición del pecado original, sería lo mis-
mo; porque la igualdad de la culpa exigiría la igualdad de
la pena ó de la prueba.
Decir que las pruebas ó los destinos son diferentes: mi-
serables, atroces, criminales, expuestos á un castigo eterno,
ó felices, elevados, bonancibles, apropósito para conseguir
la gloria, porque Dios puede distribuir su gracia y su jus-
ticia como le parece bien, es hablar de un ente apasionado
y caprichoso, no es hablar de Dios.
La cuestión, como se ve, es irresoluble, sin nuevos datos;
cualquier solución que se adopte, queda siempre una puerta
abierta para la impiedad ó el absurdo.
Esto quiere decir, que casi todos los grandes errores filo-
sóficos y religiosos consisten en haber tomado como único
y exclusivo dato en todas las cuestiones y problemas, esta
vida sola, cuando quizá haya muchas, y el espíritu humano
venga de otras, formado á medias y con muy diferentes
aptitudes, á nacer aquí.
Admitamos por un momento la hipótesis, y veamos si
con ella tiene todo, mejor explicación.
23O FILOSOFÍA

El espíritu del hombre no nace por primera vez en este


mundo; su carácter en armonía con el organismo heredado,
ha podido formarse en anteriores existencias. El espíritu,
como el viento, de donde quiera sopla, decía Jesús, mas no
sabemos de dónde viene ni adonde va. Lo que más admira
en la vida de este mundo es, que el aprendizaje suele venir
hecho, y no sabemos dónde pudo hacerse.
El genio nace ya enseñado.
Mozart compuso música antes de aprender composición,
y Mangiamelo resolvió dificilísimos problemas antes de
aprender matemáticas. Si el organismo sólo por las leyes
de la herencia fuese capaz de esto, habría que creer en la
máquina genio, cosa que está por ver.
De todos modos, en esta hipótesis, las diferencias de
genio, de capacidad, de humor, de moralidad y de destino,
no arguyen, como en las otras, injusticia en Dios. El hom-
bre tiene en esta vida el destino que merece por su con-
ducta anterior, y que es más compatible con su estado de
evolución y su progreso.
Dios, conociendo sus antecedentes, puede prever lógica-
mente sus acciones.
El mérito y el demérito han de estar forzosamente en
relación con el mayor ó menor ejercicio de la inteligencia,
de la sensibilidad y de la voluntad en las vidas anteriores.
L o que se llama responsabilidad no es otra cosa que el de-
recho á la pena, es decir, á la corrección, á la enseñanza.
Una gran acción tiene un gran mérito, porque supone
una larga serie de sufrimientos que se traducen por caidas,
pruebas, sugestiones ó tentaciones, hasta que el hombre sé
acostumbra á vencer. Una mala acción es una caida, una
debilidad, una ignorancia, una falta de resistencia á la ten-
tación. La tentación es el acicate del progreso y la piedra
de toque de la virtud.
Para llegar á ser grande, santo, sabio, héroe, es menester
haber pecado antes mucho, sufrido muchas caidas.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 231

Dos factores, en efecto, olvidados en la filosofía moderna,


vienen á complicar esta cuestión ya de suyo abstrusa: la
tentación y la gracia. La teología veía más claro en esto.
La sugestión hipnótica ilumina ahora estos oscuros proble-
mas. Si un hombre puede tentar á otro por el procedimien-
to hipnótico; si puede sugerirle buenos ó malos pensa-
mientos, verdadera tentación y verdadera gracia, ¿quién se
atreverá ya á negar á Dios un poder, que cualquier hombre
tiene sobre otro hombre? Y no sólo á Dios, sino á cualquier
otro ser del mundo invisible.
La evidencia excluye toda prueba.
Pero la tentación, se preguntará, ¿cómo se explica? ¿Cómo
se entiende que nos induzca Dios á la tentación?.
Pues esta es la verdad, como se reza en el «Padre
nuestro».
No es el diablo, el cual sería preciso considerar entonces
como un verdadero rival de Dios, inmiscuéndose en su plan
y trastornándolo á cada paso en un completo maniqueísmo,
sino Dios mismo, el tentador.
Y no hay que extrañarse.
La tentación es el más poderoso medio de conseguir el
rápido progreso moral de las criaturas. Una vida llena de
tentaciones vale por mil vidas sin tentación, para la expe-
riencia y aprendizaje del espíritu.
L a tentación es docente sobre todo. Se aprende á fuerza
de caídas. Se asciende probando y volviendo á probar.
Este admirable sistema de ensayos, esta manera de ense-
ñar, aprendiendo en cabeza propia, es la única y más apro-
pósito; es digna del gran educador.
No es el diablo, ciertamente, quien está interesado en la
enseñanza, en la cultura, en la moral elevación de las cria-
turas, es Dios. El fin de esta educación por la tentación, no
es otro que el abandono de la animalidad, la repugnancia
de los goces materiales. El propósito es hacernos dignos
de otra vida más pura y más espiritual. El despertar y el
232 FILOSOFÍA

primer desenvolvimiento del espíritu necesitan de esta apa-


riencia material y de los rudos choques de los cuerpos. El
progreso moral, los sentimientos, el amor, la sensibilidad,
el altruismo, requieren estas peripecias y temores de la vida
animal, para incubarse.
Esta influencia educadora providencial por medio de la
tentación se explica ahora perfectamente ya, lo mismo que
la gracia. La tentación y la gracia son sugestiones; Dios
nos educa pues, del mismo modo que un padre puede edu-
car hoy á sus hijos, valiéndose de la hipnosis.
De estos influjos, antes tan misteriosos é inconcebibles,
disponemos ahora. ¿No ha de tener esto consecuencias en
las teologías?
¿No tenemos el poder también nosotros, de disminuir y
aniquilar por la tentación y por la gracia, es decir, por bue-
nas y malas sugestiones, el libre arbitrio?
Pues la tentación y la gracia, ó no son nada, ó son gran-
des y poderosas determinaciones, como son determinacio-
nes casi invencibles la mayor parte de las sugestiones.
De cualquier modo, pues, que se considere esta cuestión,
el libre arbitrio queda reducido á lo indiferente, y la liber-
tad moral á obediencia pura.
Felizmente, como hemos visto, el mérito no se deduce
de la libertad, sino del trabajo evolutivo del espíritu. Dios
nos educa y nos guía. Conseguir nuestra elevación es el
objeto del gran plan. Lo demás es puramente humano.
El demérito y la responsabilidad son ante Dios, como
las faltas de un niño atrasado en la escuela ante el maestro.
Merecen azotes, ciertamente, pero ¿qué más?...
L a nueva ciencia penal acepta juiciosamente y a , este
modo de ver, lo mismo que la filosofía de la historia y
la estadística. La creencia en la libertad era obstáculo á
una porción de estudios. Por este principio se hacía im-
posible explicar la mayor parte de los acontecimientos his-
tóricos y los hechos estadísticos. El orden y el gobierno
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 233

providencial perdían tanto como ganaba el capricho hu-


mano.
Pero, antes, había un peligro en suprimir la libertad ó el
libre arbitrio. Creemos que este peligro ha desaparecido,
puesto que, como hemos visto, estos términos de libertad y
libre albedrío, ninguna influencia tienen en el mérito ni en
la responsabilidad.
En resumen, hay una fórmula que abarca y resuelve toda
la cuestión: el hombre es libre de hacer lo que quiere, pero
no lo es de querer lo que quiere. Así se ve, que no es res-
ponsable 'el hombre por ser un ser que quiere, sino por ser
un ser que razona. Razonar mal, es decir, haber desenvuel-
to poco su razón esto es, haber vivido poco, tener una cor-
ta evolución espiritual, es la causa del mal obrar, de los crí-
menes y de los castigos.
Sabiendo Dios, siempre por sus antecedentes, lo que el
hombre ha de querer, y ayudándole á querer por la suges-
tión, ¿cómo no ha de saber lo que ha de hacer, aunque el
hombre sea libre, que lo es, de hacer lo que quiere?
Se ve claro ahora, que no existe contradicción entre la
presciencia divina y la llamada libertad humana, entre la
adivinación y el propio mérito; en una palabra, que no está
el mérito en la libertad, sino en el sufrimiento, ni el demé-
rito precisamente en la mala acción, sino en la inexperien-
cia de la vida.
La adivinación deja de ser por eso una cuestión supers-
ticiosa y baladí, repugnante al buen sentido, á la ciencia y
á la filosofía. Debemos volver á considerarla como la con-
sideraron los antiguos, es decir, como el más alto favor que
los dioses se dignaron conceder á los mortales.
CAPÍTULO VIII

LO MARAVILLOSO EN EL PRESENTIMIENTO

¿Quién no sabe lo que es un presentimiento? ¿A quién


no ha asaltado de repente el recuerdo de una persona au-
sente, á veces enteramente extraña á nuestras afecciones
y en la cual no se había pensado en mucho tiempo, pero
que es la primera que encontramos al salir á la calle, des-
pués de haber tenido, al parecer sin objeto, aquella espe-
cie de anuncio?.
¿Quién no se ha sentido, en ocasiones, triste, melancóli-
co, á ciertas horas, sin aparente causa y en el momento
mismo en que averiguado el caso, la desgracia ó la muerte
amenazaban á algún ser querido y alejado de nosotros?
Esta clase de presentimientos son los más comunes. Hay
otros, que sin serlo tanto, son bastante frecuentes, pero
más definidos, claros y precisos.
Todos habrán oido contar ciertas misteriosas relaciones
que en el seno de las familias corren por muy válidas, en
las que se atribuye al sentimiento este don inexplicable de
sobreponerse al tiempo y al espacio: ó es la triste seguri-
dad, sin causa, de una desgracia lejana cuya exacta narra-
ción no tarda en recibirse por el correo, ó la aprensión re-
pentina y tenaz de haber ocurrido una muerte en la fami-
236 FILOSOFÍA

lia, que coincide después con las informaciones del telégrafo.


Estos casos de presentimiento abundan mucho. Apenas
hay familia que no cuente alguno, á pesar de los muchos
que se pierden por no querer atenderlos. Como no se com-
prende la importancia teórica que tienen, pasan por trivia-
les, casuales é increíbles, cuando en realidad no hay nada
más admirable y significativo que este pasmo del organis-
mo entero, presintiendo misteriosamente un triste suceso
que se está efectuando, á veces, á millares de leguas de
distancia.
Se dice, que son muchos los casos en que nos acordamos
de personas ausentes ó soñamos con ellas, sin verlas en se-
guida por eso, y que nada tiene de extraño que entre tan-
tos, en alguno tenga lugar la coincidencia.
Sin embargo, si nos fijamos en los casos en que la coin-
cidencia se realiza, observaremos, que el recuerdo se nos
presenta entonces por sí mismo y surge de repente y sin
antecedentes; mientras que en los demás, nuestro pensa-
miento llega á fijarse en él por asociación de ideas.
Además, aunque la presencia de la persona no coincida
siempre con el recuerdo que se tiene de ella, ¿quién sabe
las misteriosas relaciones ocultas que puede haber entre
dos espíritus? Es probable que, si se procurase comprobar
los hechos, quedara demostrada la coincidencia de los re-
cuerdos, es decir, que, cuando sin asociación de ideas surge
un recuerdo de determinada persona, se opera el mismo
fenómeno en esta otra. Pero esta coincidencia de recuerdos
es muy difícil de comprobar, y por otra parte, este fenó-
meno se confundiría con los de trasmisión de pensamiento.
De todos modos, aunque sean muchos los casos en que la
presencia no coincida con el recuerdo, no por eso son fal-
sos los presentimientos cuando la coincidencia existe. Si se
atiende á la precisión del sitio y del momento, á lo que es
un día, una hora ó un minuto, en un período de diez, doce
ó veinte años, ó una determinada calle, en una nación ó un
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO ' 237

continente, se ve que la coincidencia es admirable siempre,


y el presentimiento verdadero.
Por más que se diga, no se conseguirá arrancar jamás
esta creencia al género humano, como tantas otras, porque
de ésta tiene cada hombre pruebas íntimas y particulares.
Y sin embargo, el presentimiento es anticientífico del todo,
como que es un aviso, un anuncio puramente sentimental
y misterioso, que de ningún modo puede reducirse ni expli-
carse por ninguna de las leyes naturales conocidas.
La exquisita sensibilidad de algunos organismos no bas-
ta para explicar satisfactoriamente estos fenómenos. Cierto
es que hay enamorados que presienten la proximidad del
objeto amado, ¿pero admite la ciencia la posibilidad de una
corriente simpática nerviosa, con indicación de presencia,
entre dos personas que se encuentran lejos una de otra?
Semejante corriente nunca podría ser más que una suposi-
ción, y una suposición en pleno dominio de lo maravilloso.
Personas hay que tienen indicación precisa de los peligros
que les amenazan y de las catástrofes próximas. ¿Cómo ex-
plicar este hecho que se lee en uno de los Tratados de
lord Byron?
Viajando él por Grecia, su guía fué acometido de repente
de un temblor nervioso y de un desmayo que le obligó á
echarse en tierra. Como Byron le preguntase qué tenía:
«Señor, le dijo, algo malo debe pasar cerca de aquí. De-
sténgase y créame; porque hace dos años fui cogido tam-
sbién de convulsiones iguales, y el retardo queme causaron
»al ir á un pueblo de la Argolida me salvó la vida, pues los
«turcos en aquel momento asesinaban á todos sus habi-
tantes.»
Byron se sonrió y esperó. A la media hora prosiguieron
su viaje, y á la legua, encontraron ocho cadáveres tendidos
y palpitantes.
Una explicación fisiológica, una trasmisión sensorial pu-
diera acaso dar una vaga é hipotética explicación de casos
238 FILOSOFÍA

parecidos; mas hay otros, en que el presentimiento se ma-


nifiesta tan desligado de todo dinamismo exterior, que se
hace necesario atribuirle á alguna causa más alta. Fieles al
método y objeto que nos hemos propuesto, sólo expondre-
mos aquí dos hechos de esta clase, cuyo carácter de positi-
vidad nadie se atreverá á negar, en vista de la gran respe-
tabilidad de los testimonios. Es uno del duque de Sully.
otro, de Mme. Rolland.
«¿Qué juicio formaremos nosotros, dice Sully en sus Me-
»morías ( 1 ) , de los negros presentimientos que como consta
»de una manera indudable, tuvo este desgraciado príncipe
»de su cruel destino? Son ellos de una singularidad que tie-
»ne algo de espantosa. He contado ya con qué repugnancia
»se había dejado llevar hasta permitir que la ceremonia de
»la reina se hiciese antes de su partida. Cuanto más veía él
»irse aproximando el momento, tanto más sentía aumentar
»en su corazón el espanto y el horror. En este estado de
«abatimiento y amargura se confiaba enteramente á mí
»que le reprendía, como de una debilidad imperdonable.
»Sus propias palabras harán una impresión mucho mayor
»que todo lo que yo pudiera decir. «¡Ay, amigo mío, me
»decía"él, cuánto me disgusta esta consagración! Y o no se
»lo que es, pero el corazón me dice que me sucederá al-
»guna desgracia.» Se sentó diciendo estas palabras, en una
.»silla baja que había hecho hacer expresamente para él, y
»que no salía de mi gabinete; y entregado á tan negros pen-
»samientos, daba con los dedos sobre el estuche de sus an-
»teojos meditando profundamente. Si salía de este estado,
»era para levantarse bruscamente, pegándose con los puños
«sóbrelas rodillas y exclamando: «¡Pardiez! Y o moriré en
«esta ciudad; no saldré nunca de ella; ellos me matarán; co-
»nozco bien que ponen sus últimos recursos en mi muer-

(I ) Mémoires du Duc. de Sully. T.e cinquième. A Paris. Chez E. Le-


dbux, 1 7 2 7 .
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 239

»te. ¡ A h , maldita consagración! Tú serás causa de mi


»muerte».
«¡Dios mío! Señor, le dije yo un día,¿á qué pensamientos
»os entregáis? Si continuáis así, soy de parecer que se deje
»esa consagración y la coronación, y el viaje y la guerra;
«¿lo queréis así? Eso se hará en seguida».
«Sí; me dijo él en fin, después que le hube repetido esto
«mismo dos ó tres veces; sí; dejad.la consagración, y que
«no oiga y o hablar más de ella; así curaré mi espíritu de
«las impresiones que algunas advertencias han hecho en él.
«Saldré de esta ciudad; saldré de esta ciudad y ya no ten-
«dré nada que temer».
«¿En qué caso se reconocerá mejor, añade Sully, este gri-
»to secreto é importuno del corazón, si no se reconoce en
«este? «Yo no quiero ocultaros, me decía él todavía que se
»me ha dicho que yo debo ser muerto en la primera solem-
«nidad en que tome parte, y que moriré en un coche;
«y esta es la causa de tener y o tanto miedo cuando voy en
»él.» No recuerdo que me hayáis dicho eso nunca, señor,
«le respondí. Siempre me causó admiración el oiros gritar
«yendo en coche; veros tan sensible apeligro tan pequeño,
«después de haberos visto tantas veces intrépido en medio
»de los tiros y cañonazos, y entre las picas y las espadas
«desnudas. Pero, puesto que esta opinión os turba hasta ese
«punto, en vuestro lugar, señor, yo partiría mañana; dejaría
«que se hiciese la coronación sin asistir á ella, ó la suspen-
«dería para otra vez, y no volvería á entrar en mucho tiem-
»po ni en París, ni en coche. ¿Queréis que mande inmedia-
«tamente á Nuestra Señora y á San Dionisio la orden de
«que cesen los trabajos y se despidan los obreros?—«De
«buena gana, me dijo todavía este príncipe, pero ¿qué diría
«mi mujer? Porque se le ha metido con entusiasmo esta co-
«ronación en la cabeza.» Que diga lo que quiera, repliqué
«yo, viendo cuánto había agradado al rey mi proposición;
»pero no puedo creer que cuando ella sepa la persuasión en
240 FILOSOFÍA I
»que estáis de que debe ser causa de tanto mal, se oponga
»con terquedad á ello».
L a reina fué inflexible, sin embargo, y la coronación se
llevó á efecto. Enrique IV no cesaba de exclamar: «¡Oh,
maldita consagración, tú serás causa de mi muerte!»
«¡ A y , amigo mío; no saldré jamás de esta ciudad; ellos
»me matarán. ¡Oh, maldita consagración! Tú serás causa de
»mi muerte.»
Todos saben lo que pasó antes de la ceremonia de coro-
nación. Enrique IV fué asesinado en su coche por Ravaillac.
El presentimiento no puede ser más claro, más persis-
tente ni mejor probado. No puede confundirse con otra
clase de temor racional á la muerte, que se rodea de pre-
cauciones en todo tiempo y por todas partes, y que no ten-
dría nada de extraño en el sucesor de Enrique III, muerto
también á las puñaladas de Jacobo Clement. No; puede ha-
ber este vago temor sin saber cuándo ni cómo vendrá el
peligro, durante una vida entera, sin preocuparse del sitio
ni de la hora. Esto no es presentimiento. El presentimiento
consiste en el movimiento, en la agitación interior, en el
presagio de un peligro próximo, secreto, inminente, para
creer en el cual, no hay motivo ni causa razonable que pue-
da tener explicación fisiológica ninguna.
En este otro caso que vamos á exponer, bajo el testimo-
nio no menos respetable y digno de crédito de Mad. Ro-
lland, cuyo mejor elogio, entre los muchos que de ella pue-
den hacerse, es decir que poseía la misma honradez de ca-
rácter que su marido, se demostrará también lo que hemos
dicho.
«Mi madre se encontraba bien después del viaje, dice
»ella en sus Memorias (1). Había yo prometido á mi Ague-
»da ir á verla al día siguiente de las fiestas; nos hallábamos

(1) Mad. Rolland. Memoires particulaires, tomo I, pág. 144. Edición


Durand.—París, 1844.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 24I

»de regreso desde el martes por la noche; mi madre se ha-


»bía propuesto acompañarme al convento, pero habiéndose
«cansado un poco con el ejercicio de los días precedentes>
»cambió de intención en el momento de la marcha, y quiso
»que me acompañase mi criada. Preferí entonces quedar-
»me, mas insistió en que y o cumpliese mi palabra, aña-
»diendo que sabía bien que ella se quedaba voluntariamen-
t e sola, y que si yo quería dar una vuelta por el Jardín del
»Rey podría darme ese gusto.
»Vi á Águeda, pero la dejé luego. —¿Por qué te mar-
»chas tan pronto, me dijo; acaso te e s p e r a n ? — N o , pero
»me siento apremfcida por el deseo de volver al lado de mi
«madre. —¿Norrias dicho que estaba buena? — E s cierto;
«tampoco ella me espera, y no sé qué es lo que me ator-
»menta, pero experimento la necesidad de volver á verla.
«Al decir estas palabras, se oprimía mi corazón á pesar mío.
«Se imaginará acaso, que estas circunstancias son añadi-
»das por efecto de un sentimiento reflejo, que presta cierto
«matiz á las cosas que le han precedido; no soy más que un
«fiel historiador y refiero los hechos que el acaecimiento
«sólo me ha recordado después.
»Se ha podido juzgar, seguramente, por la exposición de
«mis opiniones, y sobre todo por el desarrollo sucesivo de
«las ideas por mí adquiridas, que tan lejos estaba'de parti-
c i p a r entonces de ciertas preocupaciones, como exenta es-
«toy de superstición en el día. Así, meditando sobre lo que
»podía originar lo que llaman presentimientos, he creído
«que se reducían al descubrimiento rápido, hecho por perso-
«nas de imaginación viva y exquisito sentimiento, de una
«infinidad de cosas imperceptibles, que ni siquiera podría
«uno designar, que son más bien sentidas que juzgadas y
»de lo que resulta una afección que no se puede motivar,
»pero que los efectos esclarecen y justifican.'
«Cuando más vivo es el interés que nos inspira una per-
»sona, con tanta más claridad vemos todo lo que le con-
16
242 FILOSOFÍA

«cierne ó tanto más susceptibles somos respecto á él; tan-


»to más se repiten esas percepciones físicas, si puedo ex-
»presarme así, que se llaman después presentimientos, y
»que los antiguos miraban como augurios ó avisos de los
«dioses.
«Mi madre era para mí el objeto más querido; se acer-
«caba á su fin, sin que ninguna señal exterior lo anunciase
»á ojos vulgares; mi atención no había podido distinguir
«nada que me hiciese creer en este golpe terrible; peroha-
«bía en ella sin duda ligeras alteraciones que me agitaban
«sin saber por qué. No podía decir que estuviese inquieta;
«no hubiera sabido decir por qué, pero me sentía turbada;
«mi corazón se oprimía á veces cuando la miraba, y lejos
«de ella experimentaba un malestar que no me permitía
«prolongarlo. Dejé á Águeda de un modo tan singular que
«me rogó le diese noticias mías. Regresé precipitadamente,
»á pesar de las observaciones de ini criada, á quien pare-
ada que aquella hora sería bien agradable para dar un pa-
»seo por el Jardín del Rey; me aproximo á casa, encuen-
«tro á la puerta una joven de la vecindad que exclama al
«verme: — ¡ A h , señorita! Su mamá de usted se ha encon-
«trado bien mal; ha venido á buscar á mi madre que subió
»á la habitación con ella. Sobrecogida de temor, digo algu-
»na voz inarticulada, vuelo, me precipito; encuentro á mi
«madre en un sillón con la cabeza inclinada, los brazos pen-
»dientes, los ojos extraviados, la boca entreabierta, etc.

«La muerte siguió á este ataque.»


Transcribimos todo este largo párrafo, porque es intere-
santísimo en la cuestión, y hasta para que nada falte en él,
hay un conato de vaga explicación, atribuyendo el fenóme-
no á percepciones físicas, tanto más claras y repetidas cuan-
to mayor es el interés que la persona inspira.
Es esta, todavía, la explicación científica, y no podía ser
otra la que diese aquella gran mujer, educada en el natu-
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 243

ralismo materialista de su tiempo. Y sin embargo, hemos


de ver, que se aproximaban más que ella á la verdad esos
antiguos que cita, considerando tales fenómenos como
augurios ó avisos de los dioses.
El estudio de los presentimientos tan descuidado hasta
ahora, está llamando la atención de un modo poderoso des-
de hace algunos años.
Los fenómenos estudiados en Inglaterra bajo el nombre
de telepáticos, comprenden las apariciones y los presenti-
mientos.
La acreditada revista Nineteeníh Century, en la que Her-
bert Spencer y otros famosos positivistas no se desdeñan
de publicar sus trabajos, llamó la atención sobre estos he-
chos en un célebre artículo titulado «Apariciones», en 1884.
Las cartas familiares ó amistosas ofrecen tan irreprocha-
bles testimonios como las memorias particulares. Una carta
de esta naturaleza, escrita en el seno de la intimidad y sin
pensar que pueda ver nunca la luz pública, ni servir de ar-
gumento á determinada tesis, encierra sin duda, en cuanto
al hecho sentido y presenciado se refiere, la mejor expre-
sión de la verdad que pueda buscarse en este mundo. A
cartas poseídas por personas del carácter más respetable
apeló, pues, la Sociedad de estudios psíquicos, para escla-
recer la cuestión de hechos.
He aquí algunas extraídas de la obra del Dr. Fischer (1),
y de las publicadas en aquella revista inglesa por los seño-
res Gurney y Miers, en mayo de 1884.

New Castle upon Tyne, 20 de diciembre de 1883. *•

«Un anciano caballero que vivía en Hurworth, amigo de


»mi marido y mi pariente, se hallaba enfermo, y mi cuñada
»se refería á él y á su estado en todas sus cartas. En el oto-

(1) Songenante Lebens, Magnetismus oder Hifinotismus, por el doctor


E. L. Fischer de Wurzburg.
244 FILOSOFÍA

Ȗo pasado, mi marido y y o fuimos al establecimiento hi-


»dropático de Tinedale. Una tarde, leyendo como de cos-
t u m b r e , dejo caer el libro y se me graban en el pensa-
»miento estas palabras: «Yo creo que M. C. se está mu-
giendo en este momento.» Eran las siete. A l otro día se
«recibió carta de mi cuñada en la que decía: «¡Pobre viejoí
»M. C. murió esta noche á las siete.»
En otra que lleva la firma de Alejandro Skirving, se dice
que estando en las oficinas se sintió imperiosamente movi-
do á ir á su casa fuera de hora; luchó con esa tentación
pero no pudo; salió y encontró á su mujer desconsolada,
clamando por él, asistida sólo por una parienta. Había sido
gravemente injuriada por un caballero.
Una señora, Ellen Chou, en carta de 17 de diciembre
de 1883, dice que, estando en la iglesia el 2 de diciembre
de 1877, le pareció que la llamaban desde casa. Corre allá,
y se encuentra con un telegrama anunciándole la muerte
de su marido que estaba lejos, y de quien tuviera cartas
satisfactorias pocos días antes. Sus hijos afirman que su
madre se levantó y salió de la iglesia diciendo que la lla-
maban en casa.
«Un día, 7 de enero, se dice en otra, fechada en la India,
»tuve un extraño sentimiento de que algo había pasado en
«Escocia, en mi casa. Recibí luego noticia de que el 7 de
«enero había muerto mi cuñada á la misma hora, es decir,
»á las 11, que por la diferencia de país son las 7.»
Pero el más curioso caso de trasmisión se lee en esta car-
ta que vamos á trasladar íntegra, porque á la fuerza proba-
toria que tiene, por tratarse de un contemporáneo conocido,
y de honrado é intachable carácter, reúne la mayor exacti-
tud en los detalles: , , . ¡^ : f

« El lunes 31 de julio, dice, estaba yo en- Worloipp, en


«casa de M. Hening, administrador del Duque dé New
»Castle.
»Si yo no despertase tan temprano pudiera decirse que
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 245

«soñaba; pero no; oí la voz de un antiguo condiscípulo, muer-


»to hacía ya un año, diciendo: «Vuestro hermano Marcos
»y Enriqueta, los dos son muertos.»
»Estas palabras cayeron en mis oídos estando y o des-
«pierto. Me pareció oirías así. Mi hermano entonces estaba
»en América, y tanto él como su esposa quedaban buenos,
«según las últimas noticias que tuviera de ellos. Pero las
«palabras oídas quedaron tan impresas en mi ánimo que
cantes de dejar mi alcoba las escribí en mal papel que en-
»contré á mano.
«¿Sería, sin embargo, el fin de un sueño sorprendiéndo-
»me^en el momento de despertar? Lo cierto es que me pa-
»recio como una voz de lo invisible. En el mismo día me
»volví á Hull, y conté lo sucedido á mi mujer á quien causó
»una profunda impresión, y lo apunté en mi diario.
»E1 18 de agosto (aun no había telégrafo Atlántico) re-
»cibí carta de Enriqueta, la mujer de mi hermano, con
»cha de i.° de agosto, diciéndome que Marcos hab]¿
xto del cólera; que habiendo predicado el domijj
»sido atacado de aquella enfermedad el lunes y^
»to el martes por la mañana; y que ella misma se'séT
«mal, y en caso de morirse deseaba que su niño fuese traí-
»do á Inglaterra.
«Murió en efecto á los tres días, después de su marido,
»el 3 de agosto. Y o partí inmediatamente para América y
«traje el niño á casa.
«Aun me parece oir la voz que al principio me puso en
«una especie de estupor y que hizo tanto efecto en mí, que
»aunque la campana sonó poco después para el desayuno,
»tardé bastante en ir; y en todo el día y en los días siguien-
«tes no pude echar de mí esa idea. Sufrí la más extraña im-
»presión y tuve el convencimiento profundo de que mi her-
«mano había muerto. Murió en la mañana siguiente, i.° de
«agosto, y su mujer el 3, pues ya os he dicho que en el mo-
»mentó de oir la voz, mi hermano no había muerto aún.
246 FILOSOFÍA

»N0 pretendo explicar esto. Me limito á establecer los he


»chos. Debo añadir además, que no tenía conocimiento de
»que el cólera hubiese invadido la parroquia de mi herma-
»no. Mi impresión era, que si las palabras oídas salían cier-
»tas, él y mi cuñada habrían sido víctimas de algún acci-
»dente de ferrocarril.»
Esta carta extraída de la colección del Dr. Barret, pasa
ya los límites del presentimiento, refiriendo más bien un
fenómeno de aparición.
De lo expuesto se deduce una conclusión importante, ca-
paz de constituir una nueva teoría y de resolverse en una
ley general, y es ésta: que todo se reduce á un fenómeno
de adivinación.
Lo mismo es, en efecto, adivinar un pensamiento que
adivinar un estado físico y moral; tanto da tener una per-
cepción visual ó auditiva de un hecho lejano, como una pe-
p í s i m a impresión de malestar en el momento mismo. E s
un aviso el que se nos da; es siempre un pensa-
prado, una imagen, una idea, un signo que viene
Darte del organismo. Pensamiento ó idea de la
"no tenemos medio ninguno de tener conciencia, sino
por esa trasmisión maravillosa que es lo que constituye la
adivinación. E s , pues, un verdadero parte telepático el que
se nos remite, más ó menos confuso, vago presentimiento,
ó clara visión, según la mejor ó peor disposición del apara-
to en que se fija. ¿Quién remite ese parte?
CAPÍTULO IX

APARICIONES

He aquí una clase de fenómenos que después de haber


sido combatidos, negados, tenidos por cuentos de.viejas,
vuelven hoy á llamar la atención y á presentarse en escena
reclamando el examen é imponiéndose en fuerza de su re 1

petición, como hechos naturales, dignos de ser observados


por la ciencia, á pesar del asombro y de los aspavientos de
los sabios.
Es esta cuestión de las apariciones, una de las más im-
portantes que pueden presentarse al conocimiento humano,
y que hace muchos siglos, sin embargo, á pesar de su ca-
rácter positivo, en la ciencia y en la filosofía está por re-
solver.
La discusión que acerca de ella fué promovida en 1762,
con motivo del espectro de Cock-Lane, en Londres, y en
la que tomó parte el célebre Dr. Samuel Johnson, duró
poco, y no tuvo resultado á causa del incrédulo racionalis-
mo de los deístas ingleses que procuraron sepultar el asun-
to bajo la pesada carga del ridículo. Entonces, como ahora,
se apeló á todos los medios para separar la atención y el
estudio de estos hechos.
Churchill en su Ghost, puso al Dr. Johnson en caricatura,
llamándole Pomposo, y burlándose de su credulidad.
248 ' FILOSOFÍA

¿Qué habrá, pues, en el fondo de esta cuestión, para ex-


citar así la bilis de los unos y sumir en extravagantes y
místicos desvarios á los otros? ¿Tiene algo de extraño, de
irracional ó de contrario á la naturaleza universal que la
vida y la inteligencia adopten formas y organismos invisi-
bles á nuestros débiles órganos de visión, y encuentren me-
dios naturales de comunicar con los hombres? ¿Hay algo en
esto, que sea capaz de producir horror ó de causar espanto?
Si es cuestión de hechos, ¿por qué se ha cerrado esta
cuestión sin examinar los hechos ? Y si los fenómenos, ilu-
sorios ó no, son verdaderos, y los testimonios abundan,
¿por qué no se declara cuestión abierta?
En esto, como én todo, las Academias y las Escuelas
marchan á remolque. A pesar de ellas, y por una curiosa
combinación de circunstancias, esta cuestión de la realidad
de las apariciones, que desde los tiempos más remotos vie-
ne preocupando á los hombres sin tener una solución defi-
nitiva, está ahora en plena y aguda fase, pareciendo cada
vez más susceptible de ser resuelta de un modo científico
y natural. Es en Londres, otra vez, donde surge de nuevo
la cuestión.
Así como Samuel Johnson, uno de los hombres más
ilustres é inteligentes de su siglo, creía en la posibilidad de
las apariciones, así, ahora, hombres como Balfourt Stewart,
Tait, el Profesor Sidgwig, lord Raileigh, los obispos de
Carlisle y de Ripon, y otros muchos personajes y sabios
que componen y forman la Sociedad de Investigaciones
Psíquicas (Psychical Research), han comprendido la necesi-
dad de resucitar la cuestión, abriendo una información so-
bre los hechos. Bajo los auspicios de esta Sociedad se ha
publicado la obra Phantasms of living, en la que se afir-
ma, que en las condiciones del más riguroso experimento
se han manifestado fenómenos extraordinarios é inexplica-
bles por todas las leyes naturales conocidas.
Tiene esta Asociación por lema, el nuevo principio de
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 249

crítica que nosotros habíamos sostenido algunos años an-


tes (1), y que consiste en afirmar, que la imposibilidad de
explicar un fenómeno por ninguna de las leyes conocidas,
no autoriza, ni á negar su existencia, ni á declararla sobre-
natural.
Es esta, en efecto, ó debiera ser, la más importante, pru-
dente y razonable regla de la crítica; sin ella es imposible
ya penetrar ó avanzar más en las altas regiones que la cien-
cia ha conseguido descubrir y que la filosofía desearía ex-
plorar de un modo positivo.
A la falta de ese gran principio crítico debe atribuirse lo
poco que hoy se sabe de estas cosas.
En el seno de la familia y en las íntimas tradiciones del
hogar, es donde principalmente persiste y sobrevive esta
creencia, y se registran y comentan fenómenos de aparición.
En los campos, donde la natural sencillez del aldeano no se
recata para manifestar sus impresiones, estos hechos cons-
tituyen el tema principal, cuando en las horas nocturnas de
descanso entabla la familia sabrosa plática de recuerdos y
esperanzas, junto al fuego. En las ciudades, es cierto que se
habla menos de esto, desde que las ideas científicas divul-
gadas cubrieron de ridículo semejantes creencias. Sin em-
bargo, cuando el que indaga llega á captarse la confianza
de las gentes, oye referir con toda la buena fe del que nada
va ganando en ello, los más sorprendentes y misteriosos
relatos. Son casi siempre casos de aparición, con la coinci-
dencia del suceso predicho ó presentido, que es la mejor
prueba.
No hay nada, más universalmente admitido, que estas
apariciones de los muertos.
«Se han visto moribundos, dice Harmann (2), aparecer á

(1) Véase la serie de artículos publicados en la Revista de Asturias:


«Un médico español del siglo XVI. Observaciones á la ciencia moderna
motivadas por un libro antiguo».—Años 1878 á 1880.
(2) Philosophie de F Inconscient. Tomo I, pág. 120.
250 FILOSOFÍA

»la hora de la muerte á sus amigos ó á sus mujeres, en sue-


»ños ó en visión.»
Estas narraciones son de todos tiempos y contienen cier-
tamente su parte de verdad.
«Los detalles innumerables que nos han dado los viaje-
»ros, los misioneros, los historiadores, los teólogos, los es-
»piritualistas, dice Tylor, nos permiten establecer como
«opinión admitida,, tan general en su distribución como na-
»tural en su concepción, que el alma del muerto frecuenta
«principalmente los lugares que ha habitado durante su vida
»y el sitio en que está enterrado su cuerpo».
«Así como en la América del Norte, los Chickasaws
«creen que los espíritus de los muertos revestidos de sus
«formas corporales circulan llenos de gozo en medio de los
«vivos, y los habitantes de las islas Aleucias se imaginan
«que las almas invisibles de los muertos permanecen siem-
«pre cerca de sus parientes y les acompañan en sus viajes
«por mar y tierra, lo mismo los africanos piensan que las
»almas viven entre ellos y participan de sus comidas, y los
«chinos van cada día á rendir homenaje á los espíritus de
«sus padres, presentes en la sala de los'antepasados, y en
«Europa y en América, una porción de gentes viven en
«una atmósfera llena de formas fantásticas: espíritus de los
«muertos que vienen á visitar á las personas hacia la media
«noche; espíritus que golpean y escriben y que lanzan una
«mirada por encima del hombro de las jóvenes, cuando la
«lectura de las historias de fantasmas acaba por hundirles
»en ataques de histeria. En una palabra, en casi todos los
«pueblos que han adoptado el animismo como base de su
«religión, los sobrevivientes, en ciertas ocasiones, festejan
«las almas de los muertos; y el .culto de los antepasados,
«tan profundamente arraigado en las creencias del mundo,
»es la prueba de que el mundo entero mira con un respeto
«que no está exento de temor ó de terror, estos espíritus
»de los antepasados, poderosos para el bien ó para el mal,
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 2$I

»y que manifiestan incesantemente su presencia en medio


»de la humanidad».
Como quiera que sean los toques de ligera burla con que
Tylor ameniza esta importante confesión, es lo cierto que
la universalidad de esta creencia no puede menos de ser
admitida por las escuelas positivistas, en vista de las innu-
merables pruebas que presenta uno de sus maestros más
ilustres.
Ahora bien; toda creencia universal es respetable, y nos-
otros empezamos por exigir, provisionalmente, para ésta,
todo el respeto que merece. El desprecio y la burla, cuan-
do se trata de creencias universales de la humanidad, son
indisculpables é impropias del verdadero sabio y del filóso-
fo. Que esta creencia es universal, lo aseguran todos los
viajeros y etnógrafos antiguos y modernos. Lo mismo la
encuentran Bonwig y Milligan en la Tasmania, Oldfield en
la Australia y Schoolcraft en América, que Macpherson
en la India, Castren en Finlandia, y Wilson y otros muchos
en Guinea y en toda el África. Pero los hombres de ciencia
tienen tan alta idea de sí y tan pobre del género humano,
que achacan todo cuanto se ha creído desde que el mundo
es mundo, al inocente salvajismo de los primeros tiempos;
y las más profundas creencias de los pueblos modernos,
como las de Dios y del alma, no son otra cosa, según ellos,
que restos y supervivencias del estado salvaje.
Si es cierto, como dice Tylor (i), que las razas inferiores
se figuraron siempre que los seres espirituales pueblan, in-
vaden, poseen la naturaleza entera, no lo es menos que las
razas superiores siguen creyendo lo mismo; las civiliza-
ciones budhista y cristiana están en este punto á la misma
altura que los negros de la Australia ó de Guinea; sólo al-
guno que otro sabio positivista ó materialista, en estado
errático, como ahora se dice, piensan de distinto modo.

t
(i) Civilisation primitive, pág. 242, tomo II. -
252 FILOSOFÍA

No se hacen cargo de que el salvaje es hombre, á pesar


de todo, y que como hombre tiene sentidos y capacidad
suficiente para afirmar un hecho. No es esta cuestión de
crítica ó de juicio ilustrado, sino de vista y de oído. Basta
ver y decir lo que se ha visto para fundar racionalmente la
creencia.
Juzgar los hechos, apreciar si los sentidos están sanos ó
enfermos en el momento de la afirmación, es cosa de la
ciencia; pero la ciencia ha pasado muy á la ligera sobre
toda esa clase de fenómenos; por eso se hace necesario
abrir una nueva información, y es lo que se ha hecho y se
está haciendo en Inglaterra.
No es decir esto, que los datos antiguos no bastasen
para formar juicio. Las mismas creencias sirviendo de base
á las religiones griega y romana, fueron criticadas y co-
mentadas después por los Padres de la Iglesia, cuando dis-
cutieron la naturaleza y las funciones de la multitud de án-
geles y diablos que pululan según ellos, en el mundo. El
célebre Dom Calmet (1) cita el testimonio de Luis Vives,
según el cual, nada era más común en los países recién
descubiertos de América que ver aparecer espíritus en ple-
no medio día, no solamente en los campos sino en los pue-
blos y ciudades; espíritus que no sólo hablaban y ordena-
ban ciertas cosas, sino que hasta pegaban en ocasiones á
los hombres. El mismo Dom Calmet cita también las aser-
ciones de Olao Magno, relativas á los espectros y espíritus
que se aparecían en Suecia, Noruega, Finlandia y Lapo-
nia. Todas las historias eclesiásticas están llenas de idénti-
cas afirmaciones, y últimamente, el abate Gaume en su
obra El agua bendita, que mereció la más formal aproba-
ción del Papa Pío IX, reproduce las mismas narraciones,
prestándoles entera fe (2).

(1) Calmet. Dissertation sur les esprits, vol. I, capiXLVIII.


(2) Veau bénite au dixienme siècle, pâg. 293 â 3 4 1 .
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 253.

Bastaría esto para probar que las apariciones, como fe-


nómenos reales ó ilusorios, observados con terror y comen-
tados con supersticiosas preocupaciones, se manifestaron
en todos tiempos y por todas partes.
Ahora, que estos hechos sean reales ó ilusorios importa
poco para la cuestión de su estudio. Seguro es que son
hechos, y como tales hechos tienen propia existencia ó
realidad; y que esta realidad sea psicológica ó física, es de-
cir, que resida en el espíritu mismo ó en la corporeidad
exterior, para el caso es lo mismo. Tan dignos son del exa-
men científico de un modo como de otro.
Es esto lo que la ciencia no comprendió hasta ahora des-
preciándolos. No tienen pues, nada de ridículo, ni la creen-
cia en los hechos, ni^u estudio.
Estudiemos primero, para poder averiguar después, si
las apariciones son producto de una alucinación enfermiza,
siempre, ó reales manifestaciones psíquicas ó físicas, obje-
tivas ó subjetivas, que esto sólo importa en su explicación
definitiva, de algún ser invisible ó superior, en ocasiones.
Si se ha de dar algún crédito á los más ilustres historia-
dores antiguos, es preciso creer que Pitágoras y Thales se
retiraban á lugares solitarios donde conversaban con demo-
nios ó espíritus, que César vio un espectro al atravesar el
Rubicón, que un fantasma se apareció á Bruto la víspera
de la batalla de Filipos, y otras muchas cosas por el
estilo.
Según testimonio de Platón, un tal Er apareció en su
tiempo á sus amigos. Plinio cuenta que Gavinio volvió tam-
bién del otro mundo para anunciar á Pompeyo que los dio-
ses infernales estaban contentos de él, y que tendría buen
éxito en sus empresas.
Aristóteles certifica que un sacerdote de Júpiter, asesina-
do, volvió á presentarse dos días después de su muerte,
para denunciar á su asesino que fué preso, juzgado y con-
denado á consecuencia de esta aparición.
254 FILOSOFÍA

Flegon asegura que el poeta Publio, devorado por un


lobo, apareció en Roma algunos años después, para prede-
cir la ruina del imperio. Trajano fué advertido por un ge-
nio para que abandonase á Antioquía antes del terremoto
que sucedió en efecto, después que' el emperador estuvo
fuera de peligro. El emperador Juliano contaba á sus ami-
gos, que un genio le aconsejó también aceptar el imperio y
marchar sobre Roma.
Se sale del paso diciendo que todos estos hombres ilus-
tres estaban imbuidos en la credulidad estúpida de su épo-
ca ó que tenían interés en engañar. Según esta crítica habrá
que considerar el mundo hasta los tiempos de Büchner y
Moleschot, como un inmenso conciliábulo de embusteros ó
imbéciles, donde los hombres más grandes no fueron más
que miserables comparsas del enredo, incapaces de distin-
guir y de apreciar los hechos.
Con tan discreto modo de pesar y medir los hombres y
las cosas, es en vano acotar con testimonios históricos. Que
Cicerón se refiera á las experiencias de psicomancia de su
contemporáneo Apio (i); que dos siglos más tarde, Cara-
calla evoque las sombras de Cómodo y Severo (2); que Jus-
tino hable en su Apología de la evocación de los muertos,
como de una cosa que nadie pone en duda, ó que Lactan-
cio presente como la mejor prueba contra la incredulidad,
las apariciones de los muertos evocados por los magos de
su tiempo; todo esto y mucho más, de nada sirve para des-
pertar la curiosidad de los modernos críticos, y hacerles re-
parar en lo que hay de trascendental' y serio en el fondo
de todas esas narraciones.
Y si los documentos históricos están demás, para esta
nueva especie de bárbaros ilustrados, ¿qué caso habrán de
hacer de los literarios ?

(1) Divinado, lib. LVIII.


(2) Dion, lib. L X X V I I .
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 255

Y, sin embargo, la literatura de los pueblos es un fiel


reflejo de las costumbres y de las creencias.
Cuando Ulises, en la Odisea, entra solo en un Nekio-
manción, donde conversa con sus amigos muertos ( i ) , ó
cuando en el Hervorar Saga, el poeta escandinavo hace la
evocación de un muerto, debemos creer que tan solemnes
actos eran bastante usados en aquellos tiempos.
No se explican tales creencias y costumbres sostenidas
durante tantos, siglos, sin un fondo de verdad en los fenó-
menos ó sin una patente de locura á toda la humanidad.
Todavía se conserva el libro que de los Misterios egipcios
escribió Jamblico, para demostrarnos toda la importancia
que los antiguos daban á esta clase de hechos. Es este libro,
tan poco conocido ahora, un verdadero Código de teurgia,
que constituye una ciencia, y en él se encuentra una inge-
niosa y profunda apología de las evocaciones. En la nueva
edición de Gustavo Parthey (2) se puede leer también una
especie de juicio crítico que Porfirio, el más ilustre discípulo
de Plotino, hace de él en su carta al sacerdote Annobon,
en la cual, lejos de negar, confirma la realidad de las apa-
riciones.
Sería no tener idea de lo que era la civilización alejan-
drina y de lo que valían hombres como Plotino, Jamblico y
Porfirio, suponer que pudieran engañarse unos á otros en
materia de hechos, tan groseramente. ¡ Porfirio! el gran ex-
positor de la teoría de la identificación con Dios por la pu-
reza moral, es el más verídico y creíble testigo, cuando nos
afirma la existencia de tales hechos en su tiempo.
Menos instruido que Jamblico en los Misterios, pregunta
en su carta á Annobon, en qué signos se pueden reconocer,
en las apariciones, las imágenes de los dioses, de los an-
geles y de los demonios, héroes, etc.

(1) Libro XI.


(2) Edición de Gustavo Parthey, Berlín, 1857 : Jamblichi, De Miste-
riis líber.
256 FILOSOFÍA

Jamblico le responde que cada poder aparece tal como lo


hace su esencia, y á continuación pone una lista de señales
de reconocimiento: «Las imágenes ó apariciones de los dio-
»ses, dice, son muy simples ó sutiles; las de los ángeles más
»que las de los demonios, pero inferiores á los fantasmas
»de los dioses...; las de los arcontcs que gobiernan el mundo
»ó los elementos sublunares son variables, pero tienen re-
»gularidad y belleza; los que gobiernan la materia son más
«diversos todavía, pero son menos perfectos que los arcon-
»tes; en fin, los espectros de las almas son de todas ma-
» ñeras.»
Se ve que Jamblico habla de todo esto como de cosas
positivamente conocidas por él. Todos cuantos sepan apre-
ciar el grado de refinamiento que llegó á conseguir el pen-
samiento alejandrino, y la profundidad verdaderamente
científica del antiguo sacerdocio egipcio, comprenderán
que semejantes detalles, en boca de tan severos filósofos
y sabios, no son juegos dé niños crédulos ni mentiras ima-
ginadas por rústicos campesinos. L a sospecha de que de-
bió haber fenómenos extraños ó maravillosos que dieron
origen á tan raras afirmaciones, surge de un modo natural,
principalmente, si se relaciona todo esto con otros datos de
la misma especie.
Según Teodoro y San Gregorio Nacianceno, la conver-
sión al paganismo del Emperador Juliano, llamado el Após-
tata, fué debida á su iniciación en los misterios. «Se le
»llevó a un templo y se le hizo bajar á una gruta subte-
«rránea, donde después de hechas las evocaciones apare-
»cieron espectros de fuego» (1).
Por otra parte, la hagiología y la tradición están llenas
de casos de apariciones: los niños de Milán, viendo el es-
pectro de San Ambrosio algunos días después de su muer

(1) Vie de l'Empereur Julien, par M. l'abbé de la Bleterie, pág. 6 7 .


1747, Paris.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 257

te, y mostrándolo con el dedo á sus padres, son un ejem-


plo, entre los muchos que ofrecen las historias ó vidas de
los santos, que puede leerse en la Disertación sobre los es-
píritus, dé Dom Calmet.
Raros han sido los hombres de espíritu religioso y con
alguna tendencia mística que no hayan tenido apariciones.
Se sabe lo que Santa Teresa cuenta de sí misma; Melanch-
thon interrogaba á los espectros, que le contestaban; Pico
de la Mirándola nos refiere las visiones de Savonarola; en
uno de los Tratados de Raimundo Lulio se lee lo siguiente:
«Cuando y o estaba en la fuerza de la juventud, dice, me
«sentía arrastrado por los placeres del mundo, me separaba
»del buen camino y me precipitaba en el pecado; pero Je-
«sucristo ha tenido á bien aparecérseme hasta cinco veces,
«clavado en la cruz, en su bondad infinita, á fin de que me
«acordase de él y de que hiciese de manera que el conoci-
»miento de su nombre se repartiese por toda la tierra.»
Comprendemos que, en fuerza de la multiplicación casi
infinita de estas historias religiosas, semejantes casos ha-
gan poca mella en los críticos positivistas, suponiéndolas
invenciones interesadas de la fe, fraudes piadosos; pero hay
otra clase de testimonios, especie de confesiones persona-
les tan francas, que nadie tiene derecho á rechazar.
Hombre de ciencia era Gleditsch ( i ) , buen botánico, ca-
tedrático de historia natural en Berlín; sano y tranquilo es-
taba, cuando, en un rincón de la sala de sesiones de la
Academia, vio el espectro de su presidente Maupertuis,
muerto poco tiempo antes en Basilea.
Y ¿se quiere saber qué clase de testigo fué Gleditsch?
Pues dio parte, en efeGto, á sus colegas de su visión,
asegurando que había sido tan perfecta y distinta como si
Maupertuis hubiera estado vivo realmente, y colocado de-
lante de él. Sin embargo, á fuer de sabio, no atribuyó esta

(I) Dr. Thiebault: Souvenir de sejottr a Berlín, tomo V, pág. 2 1 .

17
258 FILOSOFÍA

visión sino á un desarreglo momentáneo de su organis-


mo. El mismo dice, que consideró aquella aparición como
un fantasma producido por la alteración de sus propios ór-
ganos, y que así fué á ocuparse en sus quehaceres sin dete-
nerse más con el objeto que estaba viendo.
Esta conducta será muy aplaudida seguramente todavía,
por los hombres de ciencia. Pero, ¿es ese el modo de ob-
servar propio de un sabio? ¡Cómo! Presenciar uno de los
más raros y curiosos fenómenos psíquicos que pueden ofre-
cerse, y volverle la espalda, y evitarlo desdeñosamente,
atribuyéndolo, sin motivo alguno, á repentina enfermedad
de una vista, sana hasta entonces y después, constante-
mente! ¿Puede darse frialdad más estúpida?
Pues á esto conduce la crítica: á evitar el fenómeno, ó á
.explicarlo por una hipótesis absurda y sin fundamento
alguno.
Cuéntase que acabando de leer Schopenhauer un artícu-
lo de Littré (1), en el cual, refiriéndose á este fenómeno, lo
explicaba del mismo modo que Gleditsch, exclamó: «Ha
«probado su crasa ignorancia.»
En la Historia universal de Aubigné se lee el siguiente
caso, perfectamente probado, y que va seguido de la coin-
cidencia ( 2 ) :
«Una noche durante el sitio de Montaigü, estando acos-
»tado sobre el suelo entre Beavois de Chastellerandois y Les
»Ousches de Melles, d'Aubigné se puso á rezar, y al lle-
»gar á las palabras: «No nos dejes caer en la tentación», re-
sabió tres golpes, dados, á juzgar lo sentido, por una an-
»cha mano: estos tres golpes fueron bien distintos y tanre-
»sonantes, que toda la gente que se calentaba al fuego allí
»cerca, tuvo la vista fija en él desde el primer golpe.'Les
»Ousches, que vive todavía cuando yo escribo esto, dice

(1) Remte des Deux Mondes, 15 de febrero, 1856.


(2) Histoire Universelle, por Theod. d'Aubigné. Tres vol. en folio;
Edición 1 6 1 6 .
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 259

«d'Aubigné, le rogó volver á comenzar su oración, á ver si


»se repetían los golpes; lo que él hizo, y al llegar á las mis-
»mas palabras, recibió tres golpes más grandes que los pri-
»meros, á la vista de todos, habiéndose aproximado mu-
»chos para ver el prodigio.
»Yo hubiera suprimido este incidente, añade d'Aubigné,
»si no hubiera habido testigos. Guardaré las diversas inter-
»pretaciones para las instrucciones familiares de mi casa-
»siendo la verdad, que aquella misma noche, el capitán
»Aubigné, mi hermano segundo, acababa de ser muerto.»
Para todo el que conozca la despreocupación de este Vi-
cealmirante d'Aubigné, gran amigo de Enrique IV, y su
genio satírico, del cual hace gala en sus libros La Confesión
de Sancy y El Barón de Fosnesle, el testimonio que acaba-
mos de exponer debe ser de gran peso.
La calidad de la persona y las circunstancias del hecho
son las dos cosas que la crítica debe examinar en esta clase
de fenómenos, que pocas veces, como en este caso, pueden
presentar más de un testigo; pero la repetición de los he-
chos y la respetabilidad de los testimonios, unidas á la po-
sibilidad demostrada del fenómeno, forman una prueba que
ninguna persona de buen sentido debe invalidar.
Nó nos cansaremos de recomendar á los sabios críticos
y filósofos la lectura de los Ensayos de Montaigne.
Mediten todos, los siguientes párrafos ( i ) :
«Es locura referir lo verdadero y lo falso al juicio de nues-
»tra suficiencia.
»N0 sin razón se atribuyen á sencillez é ignorancia la fa-
talidad en dejarse persuadir.
«Cuanto más vacía y sin contrapeso está el alma, más
«fácilmente es agobiada por la carga de la primera persua-
»sión; he aquí porqué los niños, el vulgo, las mujeres y los
»enfermos están más sujetos á ser conducidos por los oídos;

(I) Cap. XXVI.


26o FILOSOFÍA

»pero hay también por otra parte, una necia presunción en


«desdeñar y condenar por falso lo que no nos parece vero-
»símil, que es un vicio ordinario de aquellos que piensan
«tener alguna suficiencia superior á la común.
«Yo hacía lo mismo otras veces, y si oía hablar de espí-
«ritus aparecidos, ó del pronóstico de las cosas futuras, de
«encantos, hechicerías ó cualquier otro cuento á que y o no
«pudiera dar asenso, me daba compasión del pobre pueblo
«engañado con estas locuras; y ahora veo que soy tan dig-
»no de lástima y o mismo, no porque la experiencia me haya
«hecho presenciar nada superior á mis primeras creencias
«y satisfecho mi curiosidad, sino porque la razón me ha
«enseñado que, condenar así una cosa por falsa é imposible
«tan resueltamente, es hacerse la ilusión de tener en la ca-
«beza los confines y límites de la voluntad de Dios y del
«poder de nuestra madre la naturaleza, y que no hay ma-
«yor locura en el mundo que reducirlos á nuestra capacidad
«y suficiencia.»
Si no les basta á los sabios de hoy el buen sentido de la
Montaigne, vean el modo de pensar de otro gran sabio,
cuya opinión, con el profundo respeto que deben conside-
rar el nombre de Humboldt, no calificarán de anticientífica:
«Que un amigo, dice Humboldt, pueda tener poder.so-
»bre sus elementos en el momento de su muerte, á despe-
«cho de las leyes de la naturaleza, para aparecérsenos, se-
«ría absolutamente incomprensible, si no hubiera en nues-
«tros corazones un sentimiento vago de que puede ser.
«Es del todo probable, que un muy'fuerte deseo les dé
«fuerzas para vencer las leyes de la naturaleza.
«Nosotros no dudamos de que, en el fondo de todos es-
«tos hechos observados, haya leyes regulares, por lejanas
«que puedan estar del alcance de nuestra percepción» ( i ) .

(i) Numero de abril de 1883. Extraido de Procedings of the Society


for psychical researches, Londres.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 26l

El doctor Jonhson, hablando de las apariciones de los


muertos, decía también: «Todos los razonamientos son con-
trarios á esta creencia, pero todos los sentimientos demues-
»tran su certeza.•>•>
Podemos decir y a , que los razonamientos están confor-
mes con los sentimientos, así como lo están éstos con los
hechos. Sí; hechos, sentimientos y razonamientos, nos con-
vencen de que esto puede ser, como dice Humboldt.
CAPÍTULO X

LAS APARICIONES DE LOS VIVOS

La ciencia tiene observado que los niños toman á veces


imágenes por percepciones, y que los viejos suelen tomar
sus sueños por realidades, después de cierto tiempo. Hay
personas, por otra parte, que no distinguen las impresiones
del sueño de las percepciones que tienen por el día ( i ) .
Deducir de tan raras excepciones, que nada hay real y
verdadero sino la percepción ordinaria de los cuerpos es
admitir una consecuencia que no está contenida en aquellas
premisas, «porque bien puede haber semejantes ilusiones,
sin perjuicio de los otros fenómenos positivos y maravi-
llosos.
Que un hombre en sueños pueda ver imágenes ficticias
ó espectros ilusorios en el delirio febril, no es una prueba
en buena lógica, de que no haya reales y verdaderos es-
pectros ó positivas apariciones.
La ciencia no tiene más que una disculpa, y es lo mucho
que se abusó de esta clase de fenómenos, y la confusión di-
fícil de evitar entre las ilusiones de la imaginación y las apa-
riciones con carácter de realidad.

(i) Mental phisiologia. Carptnter, pág. 456.


264 FILOSOFÍA

El modo de razonar ha pasado de un extremo á otro, en-


gañándose antiguos y modernos por no hacer la debida dis-
tinción entre los hechos.
A s í como antes, en vista de algunas apariciones cuya
realidad parecía confirmada por la coincidencia, se deducía
la positividad de todas las ilusiones y alucinaciones, así
ahora, en vista de las alucinaciones patológicas bien deter-
minadas, se colige la falsedad de todas las apariciones.
En el afán de sintetizar y de equiparar, con el objeto de
incluir el mayor número de hechos en el menor de leyes,
suele olvidarse á veces algún carácter diferencial que anula
la síntesis. Es lo que sucedió con esta cuestión de las apa-
riciones: no se reparó en la coincidencia, que es el carácter
distintivo de la realidad de estos fenómenos.
La ciencia, que tiene una injustificada presunción contra
la posibilidad de las apariciones, ni repara en la autoridad
de los testimonios, ni en las coincidencias que demuestran
la realidad de estos fenómenos. Admitir estos hechos como
simples ilusiones ó alucinaciones de los sentidos, sería todo
lo que podría exigirse, en efecto, si no mediasen casi siem-
pre tales coincidencias.
Tener, por ejemplo, la aparición de una. persona conoci-
da, de un amigo ó pariente, no tiene nada de extraño, y
puede ser una alucinación enfermiza; pero si se comprueba
que, en el momento mismo de la aparición, el aparecido se
estaba muriendo muy lejos del sitio y sin que supiese nada
el vidente, esta coincidencia hace despertar la sospecha de
que la aparición fué un fenómeno real y no ilusorio. Y si
estas coincidencias abundan en diferentes hechos bien ates-
tiguados, la sospecha se convierte en certeza, á pesar de
todas las reglas absolutas de crítica que puedan inventarse.
Lo maravilloso, que siempre tiene algo de divino, no está
pues en el hecho, sino en la coincidencia. Se ve entonces,
que hay en cualquiera de esos hechos, más que una pura
casualidad; que hay algo grande y conmovedor que no se
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 265

explica por las leyes del azar; que no tiene nada de común
con el cálculo de las probabilidades.
Póngase el más agudo crítico en este caso: su padre está
de viaje cien leguas lejos, y él encerrado tranquilamente en
su despacho; de repente, levanta la cabeza y ve la imagen
ó espectro de su padre, triste y descolorido que le anuncia
haber muerto en aquel momento. Un telegrama recibido al
día siguiente, confirma que la desgraciada ocurrencia suce-
dió en el mismo día y hora en que se le apareciera la visión.
¿Qué diría el crítico?
En buena lógica su comentario debiera ser éste: Mi pa-
dre se ha muerto, es cierto; y á la misma hora he tenido y o
ayer una visión espectral. ¡Bah, una alucinación! Y en
cuanto á la coincidencia... una casualidad.
Pero no diría eso. Lo que diría más bien sería: «¡Cosa
»más extraña! ¡Esto no puede ser casual! Esta suposición es
»absurda. La aparición fué real y verdadera, puesto que me
»anunció la verdad.»
Si las apariciones fuesen hechos comunes y repetidos,
pudiera darse el caso de que esa coincidencia fuese casual,
es decir, que la aparición ilusoria de una persona sucediese
en el mismo día y hora de su muerte; pero lejos de eso,
las apariciones no son tan frecuentes, y entre las que se rea-
lizan, las más llevan consigo aquella coincidencia.
¿Puede eso ser casual?
La principal causa de error, en todo lo que á las apari-
ciones se refiere, consiste en que se confunden las diferen-
tes clases de visión: hay apariciones ilusorias sin realidad
ninguna, y hay apariciones espectrales de personas vivas y
en buen estado de salud. De algunos casos de estos se
dedujo que todas las apariciones eran productos de la ilu-
sión ó de la enfermedad.
Por eso, además de las apariciones atribuidas á los muer-
tos ó á sus espíritus, es preciso tener en cuenta también
las apariciones de los vivos, porque ellas dan mucha luz so-
^66 FILOSOFÍA

t>re ciertos casos de aparición que no caben dentro de la


explicación anterior. Estas apariciones de los vivos consti-
tuyen fenómenos observados desde la más alta antigüedad.
En el sistema Vedanta y en la Kabala, se encuentran va-
rios casos (i).
San Agustín refiere el siguiente hecho: Un hombre vio
delante de sí antes de dormirse á cierto filósofo que cono-
cía muy bien, y que le explicó ciertos pasajes de Platón,
cosa que antes no había querido hacer.
A l día siguiente se lo contó al filósofo, preguntándole si
había estado en su casa; el otro le contestó que no había
hecho semejante cosa, pero que había soñado que la ha-
cía (2).
Así, observa San Agustín, el uno vio despierto por me-
dio de un fantasma lo que el otro estaba viendo en sueños.
Esta coincidencia marcaría la realidad de la aparición, si
el hecho fuese cierto.
El caso de los dos Arcadianos contado por Cicerón es
parecido (3).
San Agustín cuenta otro, en que ha sido actor al mismo
tiempo.
Su discípulo Eulogio, maestro de retórica en Cartago, no
pudiendo dormirse preocupado con un pasaje oscuro de la
retórica de Cicerón, VIO de noche en sueños á Agustín que
se lo explicó.
San Agustín que estaba entonces muy lejos de Cartago
y no se acordaba ni poco ni mucho del tal Eulogio, explica
el sueño diciendo, que sería una imagen suya la que se apa-
reció, porque él no se dio cuenta de nada.
Se sabe hoy, sin embargo, que pueden pasar ciertas co-
sas al espíritu sin que el hombre despierto las recuerde.

(1) Frank, Caíala, pág. 235.


(2) De civitate Dei, cap. XVIIl.
(3) Cicero. De divinatione, tomo I, pág. 27.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 267

Tales son muchos sueños que se olvidan, y todo lo que se


hace en el estado hipnótico.
Hay también extraños fenómenos de ubiquidad bastante
bien probados.
En el expediente de canonización de San Alfonso de Li-
gori consta que, el 21 de septiembre de 1774, estando él
en Arienzo, villa de su diócesis, cayó en una especie de
desmayo que le tuvo profundamente dormido dos días, sen-
tado en un sofá. Durante este tiempo, se le vio asistir al
Papa Clemente XIV en su agonía, preparándole para la
muerte que sucedió, en efecto, el 22 de septiembre por la
mañana, hora en que el santo salió de su letargo y en que
dejó de vérsele á la cabecera del Papa.
La venerable Inés de Jesús fué vista en París en el con-
vento de San Lázaro, mientras que su cuerpo rígido é in-
móvil se encontraba á la misma hora en el convento de
Langeac, donde el médico del monasterio, M. de Romeux,
la daba por muerta al poco tiempo.
M. Ollier, superior de San Sulpicio, que fué el que la vio,
pasaba por hombre muy formal y no sabía su estado.
En la vida de San José de Copertino, escrita por Patro-
vichi, se citan dos casos de ubiquidad, perfectamente pro-
bados.
Octavio Piccino, compatriota del santo, llamado el Padre
á causa de su mucha edad, le rogó que viniese á asistirle
cuando su última hora se acercase. — «Sí, sí, le dijo José,
y o estaré en Roma y vendré á asistiros.»
Cuando cayó enfermo el viejo Piccino, de su última en-
fermedad, en Copertino, José estaba en Roma efectivamen-
te, pero, sin nadie llamarlo, se apareció de repente ante los
ojos del moribundo y fué visto por muchas otras personas.
Consta que.no se había movido de Roma, sin embargo.
Asistió, del mismo modo, á los últimos momentos de su
madre en Copertino, sin salir de Asis, en donde estaba en-
tonces.
268 FILOSOFÍA

Pueden reírse los sabios y los críticos todo lo que gus-


ten al ver que tomamos en serio todos estos hechos, pero
los expedientes de canonización, en esta clase de hechos
al menos, no son una mentira; hay tales testimonios en
ellos, que disuelven la duda más contumaz.
En San Francisco de Asís, en San Pedro de Alcántara,
en San Francisco Javier, en Santa Ludwina, en la venera-
ble María de Agreda se han manifestado y demostrado los
mismos ó parecidos fenómenos.
Será cierto, y es otra cuestión, que tales hechos no bas-
tan para probar la verdad de una doctrina religiosa, ni si-
quiera la santidad ó la virtud de un personaje, porque he-
chos enteramente idénticos se afirman en todas las religio-
nes y se refieren de hombres cuya moralidad es problemá-
tica, como de Simón Mago, de Apolonio de Tiana y de
muchos derviches, bonzos y santones; pero lo que á todas
luces parece cierto, en vista del número y calidad de los
testimonios, es, que el fenómeno, dadas ciertas condiciones
orgánicas, se realiza de un modo natural, aunque maravi-
lloso. Que estas condiciones se consigan ó alcancen mejor
por medios ascéticos que de otro modo; que los ayunos, la
abstinencia y el éxtasis, debilitando y relajando la parte
material y orgánica suelten los lazos que atan y retienen la
parte espiritual fluídica, haciendo así posible la bilocación
y aparición, es probable y racional. Acaso por eso, el ma-
yor número de casos se observa siempre en individuos en-
tregados á las prácticas más austeras de cualquiera de las
religiones conocidas, sin que deje de haber ejemplos fuera
de ellas.
Un hecho moderno, contemporáneo, de cuya autenticidad
no puede dudarse, aclarará mejor que todo lo que pudiéra-
mos decir, estos misteriosos fenómenos, demostrando cuan
naturales y dependientes del estado orgánico pueden ser (i).

(i) Foot fails on the Boundary of another World.


DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 269

«En 1845, dice M. Dale Owen, había en Neuwelke, en


»Livonia, á doce leguas de Riga y media de Wolmar, un
»colegio de señoritas nobles que contaba entre las maestras
»una institutriz francesa, excelente persona, de buena salud,
»pero muy nerviosa é impresionable. Tenía treinta y dos
»años y se llamaba Emilia Sagée. Poco después de su llega-
»da al colegio, las pensionistas empezaron á notar que cuan-
»do unas la veían en una parte, otras creían y apostaban
«haberla visto en otra. Un día vieron de repente dos Emilias
»Sagée, exactamente semejantes y haciendo los mismos
«gestos; una sin embargo, tenía un lápiz en la mano y otra
«no lo tenía. Algunas veces la dúplice aparecía de pie de-
»trás de la silla de la institutriz, imitando los movimientos
«que ésta hacía para comer, aunque en sus manos no hu-
«biese cuchillo ni tenedor.
«Un día, estando Emilia indispuesta y agitada, leía jun-
»to á ella la Srta. Wrangel. De repente, la institutriz se
«puso rígida y tuvo una especie de vahído. La joven discí-
«pula le preguntó si se sentía mal — N o ; respondió Emilia
«con voz débil. Algunos segundos después, la Srta. Wrangel
»vió muy distintamente la forma duplicada de aquélla pa-
«searse por la habitación, mientras que su cuerpo físico per-
«manecía en la cama. Otra vez, las 42 pensionistas borda-
«ban en una sala baja que daba al jardín, cuando vieron á
«Emilia cogiendo flores en él, mientras que su cuerpo per-
«manecía sentado en el sofá. Observaron que la figura del
«jardín caminaba de un modo lento y penoso. Dos de las
»más atrevidas se acercaron, y al tocarla sintieron una
«ligera resistencia que compararon ellas á la de un ob-
«jeto de gasa ó muselina. Una de ellas pasó á través de la
«figura, quedando ésta algunos instantes sin perder su for-
»ma; después fué desapareciendo gradualmente.
«Estos fenómenos continuaron con intermitencias de una
»ó varias semanas. Se notó que la forma duplicada, de la
«que no tenía conciencia Emilia Sagée, era tanto más dis-
270 FILOSOFÍA

»tinta y de más material apariencia, cuanto mayor era el es-


»tado de postración ó languidez de la persona. Las familias,
«inquietas con estos fenómenos, sacaron á sus hijas del co-
»legio y se cerró la pensión.»
En estos hechos, contados con tanta sencillez, y produ-
cidos sin duda por las especialísimas condiciones orgánicas
de aquella mujer, no hay necesidad de apelar á acción nin-
guna providencial ó milagrosa, como suele hacerse en fenó-
menos idénticos cuando se ofrecen en personajes santos ú
ocurren en ocasiones religiosas. Se comprende ahora, que
San Antonio de Padua, por ejemplo, pudo muy bien dejarse
ver en su convento de Padua, el día de Pascua, mientras se
quedaba inmóvil y sin palabra en el pulpito de la catedral
de Montpeller, y que San Francisco Javier fuese visto, vi-
niendo del Japón, en su buque, y al mismo tiempo á lo le-
jos, en una chalupa abandonada.
Todos los pueblos del mundo están conformes en consi-
derar al alma como una imagen del cuerpo; todos han su-
puesto al alma más ó menos material, si bien más tenue y
sutil que la materia. Los paisanos de Europa creen que los
espíritus tienen una envoltura corporal, aunque de otra es-
pecie, y que pueden comer, beber y hasta ser heridos. Por
mucho que choquen hoy estas creencias, no deben despre-
ciarse, porque son hijas de afirmaciones seculares. Cuando
el conde de Cornwal encontró el espíritu de Guillermo el
Rojo, negro y desnudo, llevado en un macho cabrío á tra-
vés de las landas de Bohemia, observó que el espíritu te-
nía una herida en el pecho, y supo bien pronto, que á la
misma hora, el rey había sido herido en el New-Forest por
la flecha de Walter-Tirell.
Este caso, citado por E. Tylor, es uno de los muchos
que pudieran citarse.
Este otro del fantasma cargado de cadenas que se pre-
sentaba en una casa de Bolonia, y que no desapareció has-
ta hacer descubrir en un sitio del jardín su propio cadáver,
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO l'JX

también cargado de cadenas, para darle debida sepultura,


demuestra la creencia conservada en algunos pueblos, de
que el espíritu suele aparecerse en la misma forma en que
está el cadáver mientras éste dura.
Entre una creencia universal fundada en hechos, y una
negación científica, fundada en aquella regla á!bsurda de la
crítica que hemos destruido, el buen sentido ordenaría
optar por la primera, aunque no hubiera otras pruebas, que
sí las hay, y de tal naturaleza que casi disipan toda duda
en los ánimos que no tengan preocupaciones invencibles.
Lo que demuestra mejor la insuficiencia del método cien-
tífico en esta clase de fenómenos, es el no poder nunca dis-
tinguir la causa de la condición; es empeñarse en atribuir
sin pruebas, ni observación suficiente, una causa fatal, á
un fenómeno libre; es el querer á todo trance encontrar
aquella causa en la física trascendental ó en la fisiología
humana, bajo pretexto de que son naturales, sin hacerse
cargo de que los dominios de la naturaleza son mucho más
grandes de lo que presume la ciencia; que abarcan la ma-
teria y el espíritu, la fatalidad y la libertad, el cuerpo y el
alma, la inteligencia, la voluntad y el sentimiento formales,
y la inteligencia, la voluntad y el sentimiento sin forma; es
como imponerse la ingrata tarea de descomponer el oro, ó
reducir á carbono el diamante m%s bello.
Aquellos hechos son naturales, sí; puesto que hemos
concedido que todo es natural en la naturaleza, hasta lo di-
vino, pero ocupan los últimos límites de lo natural, y son
como las bridas, que ha conservado en sus manos el espí-
ritu, para encauzar y dirigir los humanos destinos. Sobre la
necesidad fatal de las leyes, puede estar la libertad de un
ser inteligente que se aprovechará ó no de las condiciones
á su antojo. Son fenómenos libres porque son espirituales.
He aquí por qué no encajan en el molde científico de la ne-
cesidad material.
Nosotros no lo sabemos de un modo positivo, pero si los-
•272 FILOSOFÍA

hechos llegan á demostrar de cierto, que el principio activo


que rige los. órganos humanos, abandona el cuerpo físico,
envuelto en sutiles moléculas que le forman una imagen,
calco ó figura de la persona, dirigiéndose á otra parte, ha-
blando á veces, y pudiendo ser visto y tocado, eso sería
uno de los más maravillosos y sorprendentes fenómenos
que la ciencia, ignorante hasta ahora de tan grandes cosas,
tendría el deber de estudiar.
¿Es nuestro cuerpo material una simple máscara de car-
ne, perfectamente adaptada á otra más tenue y fluídica
forma que le sirve de molde y que compone la interior en-
voltura del espíritu?
¿Es que el alma dominando, en ciertas condiciones pato-
lógicas, las leyes del organismo, puede tener momentos de
libertad, salir del cuerpo y realizar por sí sola actos de vida?
Si, aprovechándose de la relajación de los lazos materia-
les por el desmayo del cuerpo físico, puede hacer eso, ¿no
podrá, con más motivo, usar de aquella libertad, aparecer-
se por atracción simpática, después de la muerte del cuerpo?
He aquí el problema de la inmortalidad en vías de re-
solverse de un modo científico y positivo.
Los últimos descubrimientos del hipnotismo, los datos
proporcionados por la Sociedad inglesa de Estudios psí-
quicos, una indagación más amplia y detallada de los pre-
sentimientos, de las telepathias, de las apariciones, ofrecen
hoy á todo hombre reflexivo nuevos hechos, de los cuales
pueden llegar á inducirse lógicamente grandes cosas.
Desechar todo esto, porque no haya obtenido todavía la
aprobación de ciertos sabios acostumbrados á monopolizar
la ciencia é interesados en que ésta no salga de los límites
marcados por su estrecho criterio, es preferir el sistema á
la verdad, es hacer más caso del maestro que del hecho.
De todos modos, el triunfo es del positivismo, pero del
verdadero positivismo, que observa bien antes de atreverse
á negar; que confía en la inducción; y que prescinde del
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 273

método histórico artificial, de ese método que, apenas pues-


to en práctica, tropieza en lo incognoscible, especie de veto
ó non plus ullra impuesto á la ciencia, cuando precisamen-
te el ansia de conocer es irresistible.
iQué aberración mayor que conservar un método, del
cual se confiesa que ya no da más de sí!
No; la ciencia penetrará en lo incognoscible por lo mara-
villoso positivo, y la religión y sus problemas no serán ob-
jetos de fe, sino de certidumbre científica.

18
TERCERA PARTE

CONCLUSIONES
CAPÍTULO PRIMERO

LA LEY DE LO MARAVILLOSO POSITIVO

Los hechos obligan á distinguir dos clases de fenómenos


en la aparición: apariciones mentales ó subjetivas, pero ex-
teriorizadas por la calidad del movimiento signo, y las apa-
riciones puramente exteriores, objetivas y visibles á todos,
como si fueran cuerpos. Si realmente existen estas últimas,
que nosotros no podemos dar por positivas sin más prue-
bas, disponen, sin.duda, de una fuerza capaz de poner en
movimiento la materia y de hacerse perceptibles; pero, en
este caso, dependen en todo de las leyes de la materia,
conocidas ya, y su maravillosidad sólo consiste en esa fuer-
za libre que las produce.
La realidad material de las apariciones ha sido deducida
de ciertos excepcionales casos en que una multitud de tes-
tigos presenciaron un mismo hecho de esta clase. Cuando
uno de estos fenómenos no es enteramente personal y sub-
jetivo, como las apariciones de Jesús á los quinientos, por
ejemplo, si está bien probado, se comprende la necesidad
de explicarlo por tal material y verdadera aparición.
Las apariciones de Jesús á los quinientos en Galilea, apar-
te de lo maravilloso de la coincidencia providencial que re-
velan por ser él el aparecido, son de esta clase, que no deja,
278 FILOSOFÍA

sin embargo, de tener algunos testimonios serios en su


favor.
Prescindiendo de las apariciones religiosas, que pudieran
creerse todas legendarias por la suspicacia exagerada de
los críticos, hay otras, históricas y privadas, que por lo in-
esperado del fenómeno y por la absoluta carencia de todo
interés de secta ó de partido, no es razonable ni científico
despreciar.
He aquí uno de estos hechos, por vía de ejemplo, suce-
dido en el sitio de Amberes:
«Rechazados cuatro veces los españoles, ven á su frente,
»cuando vuelven á la carga, á su coronel D. Pedro Paz, que
»había caído muerto nueve meses antes bajo los muros de
»Dendermonde: su mismo talante su coraza misma
»es él.
»Los soldados, se precipitan siguiendo al fantasma. El
«español Torralba es el primero que salta las trincheras, y
»cae muerto etc.»
«Este caso de alucinación contagiosa, dice el crítico his-
»toriador que cita el hecho, muestra la eficacia con que
»exaltaba á sus soldados el prestigio de Alejandro Farne-
x-sio» ( 1 ) .
Confesamos que somos incapaces de comprender la nue-
va lógica de los modernos críticos. Nunca, por más que la
buscamos, pudimos encontrar la relación de causa entre el
prestigio de un general y la visión de un fantasma por sus
soldados.
Suponiendo que el hecho fuese una alucinación conta-
giosa, es decir, una-sugestión producida en todos por un
hipnotizador inconsciente: el primero que por auto-suges-
tión vio el fantasma, es preciso admitir que los soldados
españoles estaban todos en un momento aideico á propó-
sito para recibir la sugestión. Esto no es imposible; pero

( 1) Fornerón. Historia de Felipe II, pág. 357.


DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 279

es difícil que tantos cerebros se pongan á la vez al unísono


y en igualdad de condiciones.
Si las apariciones materializadas fuesen resueltamente un
-error, lo prudente sería creer que el fantasma de Amberes
fué una simple ilusión, causada por la semejanza de algún
guerrero con D. Pedro Paz, porque la alucinación contagiosa,
en este caso, es más incomprensible que la misma aparición
•exterior. La ilusión de todo un ejército, en pleno día, sin
excitar ni halagar ningún sentimiento religioso, no es más
creíble, sin embargo. Las apariciones de Santiago en Cla-
vijo y en Méjico, se comprenden como ilusiones de pareci-
ólo, por la fe que prestaba el soldado español á la asistencia
de sus santos. La visión sólo se efectuaba en los creyentes.
Bernal Díaz del Castillo, que debía ser hombre de poca fe,
se lamentaba con cierta socarronería de no haber visto al
Apóstol en aquella última ocasión.
Nosotros no presentamos este caso del fantasma de Am-
beres como positivo, sino como modelo supuesto de apari-
ciones externas materializadas, cuya positividad no puede
asegurarse aún, no por falta de casos sino de coincidencias
en ellos.
Pero, colocados entre dos posibilidades, la alucinación y
la aparición externa; sabiendo que la alucinación espontá-
nea supone siempre auto-sugestión, no vacilaríamos en ca-
lificar el fenómeno de Amberes de aparición externa. He-
mos visto, en efecto, qué abismo de inconsciente oculta
detrás de sí esa palabra: auto-sugestión.
Si para vencer los españoles, después de rechazados tan-
tas veces, fué menester que un Inconsciente sugiriese la
aparición mental con el signo de exteriorización á un cere-
bro aideico, y que éste, á su vez, transmitiese la orden su-
gestiva á los demás, preparados también del mismo modo,
que es, en último resultado, el procedimiento de la alucina-
-ción contagiosa, el fenómeno se hace mucho más complica-
do y maravilloso que el de la aparición externa.
280 FILOSOFÍA

Es verdad que esta última clase de fenómenos, presen-


ciados á la luz del día por un grupo considerable de hom-
bres, abundan poco y parecen relegados únicamente á las
leyendas piadosas; pero, así como nada debe creerse en
buena crítica sin pruebas suficientes, así tampoco nada debe
negarse en absoluto sin informaciones seguras.
L a realidad exterior de las apariciones tiene en contra
suya, el mayor número de casos bien probados de simple
exteriorización de imagen, que no pueden, sin embargo, lla-
marse alucinaciones, por las coincidencias que les acom-
pañan.
; Cómo sería posible que en la aparición verdaderamente
real de un espíritu materializado, hecha ante varias perso-
nas reunidas, las unas la viesen y las otras no?
En este caso, por ejemplo, citado por Tylor ( i ) :
«Varios Maoris, entre los cuales se encontraba el que
»cuenta el suceso, estaban sentados alrededor del fuego, al
»aire libre, cuando apareció de repente, sólo visible para
».dos de ellos, el espectro de un pariente que habían dejado
«enfermo en su casa. Ellos dieron un grito, y el fantasma
«desapareció. A su vuelta supieron que el enfermo había
«muerto, próximamente en el momento en que se les apa-
»recio.»
Este hecho, contado por un viajero ilustre, testigo de
vista, reúne todos los requisitos de la verdad, y se presta
perfectamente al estudio.
En ese grupo de hombres sanos y tranquilos, en calma
física y moral, dos de ellos lanzan al mismo tiempo un grito
y ven la misma aparición.
¿Por qué dos de ellos solamente y no todos presencian el
fenómeno? Si la aparición fuese real, exterior y materiali-
zada, por sutil y tenue que se suponga su envoltura, no hay
razón para que no fuese vista por todos.

(i) Shortland. Trad. of New Zeland, pág. 140.


DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 28l

Este parece un poderoso argumento contra la realidad


exterior de las apariciones; pero, si se tiene en cuenta el
caso de Emilia Sagée, bien pudiera haber las dos clases
diferentes de fenómenos: imágenes oportunamente exterio-
rizadas, y reales apariciones de simulacros ó despojos, como
los llamaba Aristóteles.
;No provendrán de esta diferencia la confusión y el error
en todo lo que á casos como éstos se refiere ?
En.el milagro de Lourdes, por ejemplo, sólo la niña Ber-
nardeta veía la aparición de la Virgen. Si la aparición fuese
exterior y real, las leyes de la óptica obrarían del mismo
modo, necesariamente, sobre todos los órganos de visión
allí presentes. Debe, pues, suponerse que, en casos como
éste, todo pasa dentro del cerebro por auto-sugestión; mas
ya hemos visto, que esta auto-sugestión es una sugestión de
lo Inconsciente. Cuando no hay coincidencia, puede dár-
sele el nombre de alucinación, si se quiere; pero, si la hay,
todo lo maravilloso queda en pie.
Así y todo, si se prescinde del horror ó pasmo que cau-
san la figura ó la voz de una persona muerta ó lejana, los
fenómenos de aparición no son más extraños y admirables
que los telepáticos de presentimiento ó de adivinación.
Si bien se mira, no hay otra diferencia que la exteriori-
zación de la imagen, entre el fenómeno de aparición visual
con coincidencia, y los de adivinación y presentimiento.
Dentro del cerebro, todos son fenómenos de aparición
mental. Se sabe que toda idea es imagen, y que toda ima-
gen hace su aparición en forma de movimiento ó signo.
Estas apariciones, en el estado normal, se suceden por una
ley conocida: la ley de asociación de las ideas; en estado
anormal, nos- asaltan de repente, obedeciendo á otra ley que
es preciso buscar.
Cuando queriendo recordar-alguna cosa olvidada, idea,
hecho, nombre, objeto ó número, no conseguimos, á pesar
de los mayores esfuerzos, hacer surgir el recuerdo, no hace-
•282 FILOSOFÍA

mos más que evocar una aparición. Esta se resiste muchas


veces y no viene. Cansados entonces, nos damos por ven-
cidos, reconocemos nuestra impotencia, y comprendemos
que hay algo, dentro de nosotros, que no obedece á nues-
tra voluntad. Pasan algunas horas ó días, meses y aun años,
y cuando menos se piensa, aparece el recuerdo claro y en-
tero, de repente, sin que ninguna asociación de semejanza
ni de contigüidad, pueda explicar su presencia en nuestra
mente,
i Es una aparición.
;En dónde estaba? ¿De qué profundos senos surge es-
pontáneamente, después de no haber hecho caso alguno
de nuestros insistentes llamamientos?
Esta aparición es al mismo tiempo una adivinación; por-
que ¿en qué se distingue lo que está perfectamente olvida-
do, de lo que no se ha conocido nunca?
El sentimiento de sorpresa que causa lo desconocido, no
invalida esta adivinación de lo olvidado.
Nadie niega los presentimientos como se niegan las apa-
riciones.
Esto consiste en que apenas hay hombre que no haya
tenido algún presentimiento, mientras que son muy pocos
los testigos de una aparición; pero es lo cierto, que no por
ser más frecuentes los presentimientos dejan de estar tan
fuera de las leyes conocidas como las apariciones.
Vemos, pues, que la dificultad ó maravillosidad del fenó-
meno es la misma, así opere su causa sobre el sentimiento
solamente ó sobre los sentidos de la vista, del tacto ó del
oído. El presentimiento no se diferencia en efecto, de la
aparición, sino en la exteriorización de la imagen. Esta ex-
teriorización no tiene nada de maravilloso: hemos visto
con qué facilidad se consigue por el hábito, ó en las enfer-
medades y locuras. Goethe había llegado á exteriorizar los
espectros de ciertas plantas y flores. Todo lo maravilloso,
así en el presentimiento como en la aparición, está en la
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 283

exactitud del anuncio. Esta exactitud, que es una previsión


inexplicable, si se consideran sólo las fuerzas ó facultades
físicas y mentales de los hombres, es lo que presta también
su parte de maravillosidad á la aparición, por la coinciden-
cia. La aparición por sí sola, nada tendría de extraña, sien-
do una simple exteríorización de imagen ó de signo mental.
Tan fácil y tan posible será por consiguiente, ver una apa-
rición., como adivinar un pensamiento ó recordar una idea
olvidada. Pero que sea fácil, posible y natural no es toda-
vía una explicación. El punto de la dificultad está en saber,
cómo se producen esos movimientos ó signos cerebrales
enteramente desprovistos de todo natural antecedente tras-
misor y de toda causa material impulsiva, lo mismo dentro
que fuera del cerebro, porque ni la conciencia tiene parte
en ello, ni existe centro mental exterior que pueda trasmi-
tir el signo, atendiendo á que, todo cuanto llega á nuestra
conciencia, menos en estos fenómenos, es trasmitido en for-
ma de movimiento ó de corriente nerviosa, al cerebro.
Sin embargo, aunque se prescinda de ese agente causa-
dor desconocido, sin el cual no se conciben aquellos movi-
mientos , ó se le considere sólo como una hipótesis necesa-
ria, muchos de estos fenómenos se comprenden ya bien,
únicamente con la teoría científica del signo imagen.
Estos movimientos-signos, según se diferencian en canti-
dad y calidad, producen la simple idea ó la imagen exterio-
rizada. Así como la vista de un objeto consiste en el signo
cerebral de exteriorización de tal objeto, es decir, en el mo-
vimiento que las fuerzas constitutivas de ese objeto han
producido en nuestro cerebro, así todo movimiento-signo
idéntico á éste, causado de cualquier modo, ha de hacer
ver necesariamente el mismo objeto con idéntica exteriori-
zación.
Esto explica perfectamente una buena porción de estos
fenómenos: todos aquellos en que, como en los casos de
Bernardeta, Santa Teresa, Raimundo Lulio, etc., una sola
284 FILOSOFÍA

persona ve ó siente la aparición, aunque haya otras pre-


sentes.
El movimiento interno se exterioriza por auto-sugestión;
todo el milagro está ahí.
Pero las coincidencias de que hemos hablado ya, las con-
secuencias que para el sujeto ó para la sociedad tienen al-
gunos de estos hechos, ¿cómo se explican?
Cuando se leen las historias de los grandes místicos y
estáticos, es imposible no reparar en los aliviadores consue-
los que estas apariciones les dan en los momentos más crí-
ticos, cuando más falta les hacen, y en la influencia tras-
cendental que tienen en su destino y, á veces, en el de la
sociedad. ¿ Cómo no ver mucho de providencial, por ejem-
plo, en el hecho extraordinario que decidió la vocación de
San Pablo, ó en la aparición de San Miguel á Juana de Arco?
Pues si de una alucinación depende á veces y oportunamen-
te, todo el progresó humano ó los destinos de un pueblo,
difícil es dejar de suponer en ella un factor superior al sim-
ple estado nervioso, mórbido ó accidental.
En estos casos, el movimientc-signo hace su aparición
en el cerebro, en el momento crítico, sin ser traído por nin-
gún antecedente ni asociación de ideas, lo mismo que en los
presentimientos y en la idea olvidada é inconscientemente
aparecida, lo mismo que en la adivinación y trasmisión del
pensamiento ajeno. La conciencia no toma parte en nada
de esto. Todos los testimonios están conformes en ello. L a
ley es pues, la misma, idéntica, en todos estos fenómenos:
tan aparición es el recuerdo de lo perfectamente olvidado,
i sin asociación de ideas, como el presentimiento, recuerdo
triste y sin causa, de la persona ausente, y como la visión
perfectamente exteriorizada de una persona ó de un objeto
cualquiera: toda la diferencia está en la diferente cantidad
ó calidad del movimiento-signo cerebral.
Todos son pues, fenómenos de aparición mental.
Pero ¿quién promueve estas apariciones?
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 285

Que no es uno mismo, lo demuestra el hecho de la evo-


cación impotente del recuerdo; que no es el mecanismo de
la asociación está probado por lo súbito de la aparición y
por la coincidencia.
Es necesario apelar á un agente causador que tiene con-
ciencia de lo que hace, puesto que opera siempre con opor-
tunidad. ¿Cuál será este?
No puede ser otro que el Inconsciente.
La ley ha de ser la misma en todos estos fenómenos in-
dependientes de la voluntad individual. L a aparición de la
idea olvidada, la aparición de la idea profética (adivinación),
la aparición del pensamiento ajeno, la aparición de la idea
que afecta la sensibilidad en el presentimiento, la aparición
de la orden sugerida en la hipnosis para su cumplimiento,
lo mismo que la aparición exteriorizada de la forma y figura
de una persona ausente, todo esto se produce en la masa
encefálica por movimiento-signo del Inconsciente. El fenó-
meno es idéntico en todos esos casos: fenómeno de apari-
ción.
Lo maravilloso queda así, reducido á la unidad de ese
misterioso Inconsciente cuyas manifestaciones y revelacio-
nes surgen por todas partes á nuestros ojos, y que perma-
nece escondido sin embargo, detrás de esta apariencia ma-
terial. No quiere ser objeto de observación científica, y sólo
se descubre y deja vislumbrar una parte de su sabiduría in-
mensa á la razón humana, porque participa de su naturale-
za puramente ideal.
¿Se engañará la razón?
¿Quién se engaña, pues? ¿Los modernos sabios ó los an-
tiguos historiadores y filósofos ? ¿ Los pueblos bárbaros y
las tribus salvajes, ó las naciones civilizadas? ¿Asia y Áfri-
ca, ó la Europa y la América de nuestros tiempos ?
Y si es la civilización moderna la que está en el error
respecto de aquellos hechos, ¿ qué decadencia no supone el
haber abandonado toda comunicación con el mundo "invisi-
286 FILOSOFÍA

ble por cobardes prejuicios ó por ignorante descuido y aban-


dono? ¡Cómo! ¡Lo que hoy saben y supieron siempre las
sociedades bárbaras y salvajes acerca de las cosas más im-
portantes y transcendentales de la vida, de la religión y de
la filosofía, lo ignoran los hombres que se tienen por civili-
zados y que se burlan de todos los otros y de sus creencias!
¿Qué civilización es esta? Y ¿de qué sirve la ciencia deque
estamos tan orgullosos? ¿Es esto un progreso? ¿Es acaso
un bien?
Se tacha hoy de supersticiosos é indignos de vivir en
el siglo XIX á los que se atreven á conceder el menor cré-
dito á tales fenómenos. Pero, si esa superstición fuese una
verdad; si esa creencia, conservando la poesía de la vida,
mantuviese abierta la única vía de comunicación positiva
con lo invisible y divino, ¿por qué sería un mal creer que,
así como tenemos un telégrafo eléctrico para saber de nues-
tros amigos de América y Occeanía, podemos tener otro
medio de comunicación con nuestros amigos y parientes de
los otros planetas ó mundos siderales? Es lo cierto que estas
prácticas de comunicación de los vivos con los espíritus ó
almas de los muertos son hechos constantes y comprobados
en todos los pueblos antiguos y en una buena parte de los
modernos, donde temores religiosos ó prohibiciones cientí-
ficas ó religiosas no lo impiden. *
La universalidad de la práctica prueba de un modo ter-
minante la existencia del fenómeno físico ó psíquico. Es
imposible que las generaciones de todos los siglos, algunas
de las cuales llegaron á un punto de cultura superior al
nuestro, se hayan engañado tan groseramente en una cues-
tión de hechos como es ésta. Ni es razonable suponer tam-
poco, que una mitad, por lo menos, del género humano, se
haya entretenido tan constantemente en engañar á la otra.
De todos modos, es forzoso admitir la posibilidad de los
hechos. Y si los hechos son posibles, la crítica se halla en el
caso de recoger cuidadosamente, y de estudiar con ahinco,
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 287

los testimonios graves que los acreditan. L a cuestión lo me-


rece , porque de ser ciertos y reales los fenómenos, el des-
cubrimiento de la comunicación con el mundo invisible, en
plena civilización positivista, valdría mucho más para los in-
tereses morales de la humanidad ¡ que para los materiales-
valió el que hizo Colón, del Nuevo Mundo.
C A P Í T U L O II

LA S U G E S T I Ó N UNIVERSAL

L o s liechos maravillosos son, como otros fenómenos de


la naturaleza, productos de la voluntad, pudiendo explicarse,
por consiguiente, todos, por sugestión ó por autosugestión,
íes decir, por la voluntad de otro hombre ó por la voluntad
del Inconsciente; y es lógico que, explicándose por una vo-
luntad lo maravilloso, se explique de la misma manera lo
ordinario. L a naturaleza, en la cual, bien mirado, todo es
maravilloso, no ha de tener un procedimiento para lo uno,
y otro para lo otro. La ciencia que opta por la unidad de
fuerzas (y hemos visto que la fuerza se reduce á volun-
tad), no puede asignar una explicación á lo ordinario, di-
ferente de lo maravilloso. ¿Qué otra solución ha de tener
entonces, para explicar las relaciones del espíritu y del mun-
do, sino la sugestión tenaz, perpetua y sistematizada de lo
Inconsciente? Ella sabe que ni la materia, ó lo que tal pa-
rece, es materia, ni la sensación es prueba de que hay cuer-
pos. ¿Qué recurso le queda, en buena lógica, sino admitir
esa voluntad ó fuerza, como causa del universo, en todas
sus manifestaciones?
Si todo es natural en la naturaleza, como se dice, ¿por
qué, pudiendo crearse el mundo tan natural y sencillamente
19
29O FILOSOFÍA

por sugestión, habría de apelarse á esos medios sobrenatu-


rales que supone Stuart Mili en los orígenes?
Si se explica la perfecta ilusión, la real apariencia (por-
que la realidad de la apariencia nadie la ha negado jamás)
por la hipnosis creadora, ¿por qué suponer que montes y
valles, mares y tierras, rocas y arenas, cielos y soles, son
tal materia creada ó increada?
Son éstos, dos absurdos racionalmente inconcebibles é
imposibles, que no merecen crédito ninguno ahora, que se
comprende ya perfectamente, cómo pudo ser cierto el mila-
groso fiat de la Biblia.
Sí; todo hombre puede crear un mundo según su volun-
tad, para sus hipnotizados, ni más ni menos que Dios, para
los hombres.
¿A qué conduce buscar otras hipótesis ó declarar incog-
noscibles los orígenes?
Si todo en la naturaleza se hace con el menor gasto po-
sible de fuerzas, ¿qué menor gasto de fuerzas que el fiat de
la sugestión?
La lógica nos lleva, pues, irremediablemente, á este re-
sultado, siquiera sea como la hipótesis más analógica y ra-
cional: el mundo es el producto de una sugestión universal.
Basta, en efecto, para que el universo nazca, como dice
Hegel, que la Idea, siguiendo los movimientos regulares de
la dialéctica, prosiga el curso de sus evoluciones, y se. ponga
como otra que no sea ella; es decir, que todo lo que la Idea
piensa se realiza, ó mejor, que las ideas que salen de la
Idea encuentran, por este solo hecho, su realización.
He aquí la analogía: Figurémonos la Idea sometida á la
hipnosis; en este estado, todas las ideas sugeridas las verá
realizadas, y éstas, á su vez, en hipnosis, verán realizadas
otras que no son ellas, sino las sugeridas por la Idea, que
son las que constituyen el mundo.
Pero, ¿de dónde viene la hipnosis á la Idea?
Es el misterio del origen; por eso supusimos antes varios:
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 2 g l

universos. A s í como detrás de la personalidad humana se


encuentra lo Inconsciente, así también pudiera haber otro
tras la Idea. El primer grado que inicia el llegar á ser es un
abismo, en el cual se pierde la razón. Debemos conformar-
nos con llegar hasta donde ésta alcance.
Si la Idea tiene un Inconsciente que influye en ella del
mismo modo que el Inconsciente humano influye en el honv:
bre, pone, realiza, exterioriza con toda verdad sus ideas. E l
procedimiento es análogo, necesariamente, en los dos casos,
con la diferencia enormísima que va de lo universal á lo
particular, y de lo real á lo aparente, porque, por modo mis-
terioso, las ideas sugeridas á la Idea se realizan por completo,
es decir, adquieren vida propia, tienen realidad en sí mismas
y en la Idea, mientras que las ideas particulares, sugeridas en
la hipnosis, sólo tienen vida y realidad para el hipnotizado.
La Idea de Hegel es para nosotros una fuerza, un poder,
una voluntad con sabiduría propia ó sugerida, sugestión que
á su vez puede venir de otro universo de orden diferente,
que esté muy por encima de toda comprensión humana, y
en el cual se explicará perfectamente, sin embargo, á inte-
ligencias mucho más desenvueltas que las nuestras, la cau-
sa inmediata de la hipnosis creadora.
Esta creación sugerida por el fíat, nosotros no podemos
apreciarla como tal realidad, sino por la persistencia de sen-
saciones idénticas en la conciencia; de esto resulta que el
mundo, siendo así sentido, tiene para nosotros una realidad
indudable, enteramente lo mismo que si fuera material, aun-
que la materialidad no sea condición precisa de la realidad.
Hay, en efecto, en las alucinaciones y en los sueños, sensa-
ciones tan claras como en la vida real. ¿No ve la forma ma-
terial el alucinado; no la palpa; no jura que existe material-
mente el objeto? Y ¿no se ha definido científicamente la
alucinación, diciendo: ( i ) «que es una transformación del

( i) Lelut, Obra citada.


292 FILOSOFÍA

pensamiento en sensación?» ¿Por qué no han de ser, pues,


nuestras .sensaciones todas, pensamientos, ideas transfor-
madas?
De este modo, sin perder el mundo su realidad como tal
existencia, puede ser concebido también, como represen-
tación , á la manera que lo concibe Schopenhauer en el si-
guiente fragmento que nos han conservado sus discípulos
Luidner y Fravenstaedt:
«Dos cosas eran delante de mí; dos cuerpos pesados, de
»formas regulares, hermosos de ver. Uno era un vaso de
»jaspe, con bordes y asas de oro; el otro un cuerpo orga-
»nizado: un hombre. Después de haberles largo tiempo ad-
»mirado desde fuera, rogué al genio que me acompañaba
»que me dejase penetrar en el interior. Me lo permitió, y en
»el vaso no encontré nada, sino es la presión del peso, y
«yo no se qué oscura tendencia recíproca entre sus partes,
»que he oído designar con el nombre de adhesión ó afini-
»dad. Pero cuando entré en el otro objeto, ¡qué sorpresa!
«¿Cómo contar lo que vi? Los cuentos de hadas y las fábu-
»las no tienen nada más increíble. En el seno de este obje-
»to, ó más bien en la parte más superior llamada cabeza,
»y que vista desde fuera parecía un objeto como otro cual-
»quiera, circunscrito en el espacio, pesado, etc., encontré...
«¿qué? el mundo mismo, con la inmensidad del espacio, en
»el cual todo está contenido, y la universalidad del tiempo,
»en el cual todo se mueve, y con la prodigiosa variedad de
»cosas que llenan el espacio y el tiempo; y lo que es casi
.»insensato de decir, me apercibí y o mismo, yendo y vinien-
»do. Sí; he aquí lo que descubrí en este objeto, apenas tan
«grueso como un grueso fruto, y que el verdugo puede ha-
-»cer caer de un solo tajo, hundiendo al mismo golpe en la
»noche el mundo que está encerrado allí. Y éste mundo no
«existiría, si esta especie de objetos no pululasen sin cesar,
asemejantes á setas, para recibir el mundo pronto á abis-
«marse en la nada, y para devolverse entre sí como pelo-
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 293

»ta, esta gran imagen idéntica en todos y cuya identidad


«expresan por la palabra objeto.»
Es lo que ha dicho Emerson también: «el hombre lleva
»el mundo en su cerebro.»
Schopenhauer, sin embargo, se equivoca en su última
afirmación. El mundo existiría lo mismo con hombres que
sin ellos, porque existiría en la sugestión de la Idea. Sin
hombres existió, antes que la evolución animal los produje-
se. La sugestión universal es lógica y sistematizada; lo que
una vez pone no lo retira ya.
El hombre puede y debe afirmar la realidad del mundo,
siquiera sospeche que sólo es una apariencia, pues que, como
tal apariencia, es realidad. Que no sea realidad material im-
porta poco; así como para apagar la sed, nada interesa que
el agua sea un compuesto de oxígeno y de hidrógeno, ó
nada significa, para juzgar si un color es verde, que esté en
el objeto, en el aire, en la refracción de la luz, en nuestro
ojo ó dentro del cerebro.
Ciencia y filosofía inducen á creer que no están las cuali-
dades en las cosas, sino en nosotros mismos, que las senti-
mos de cierta manera; pero por creer esto, no se ha de re-
chazar el testimonio de los sentidos, medios sin los cuales
nos sería imposible sentir ni interpretar ninguna realidad.
¿Por qué no dar crédito al testimonio de nuestros senti-
dos? ¿No son ellos los que despiertan el sentimiento de
nuestra existencia? ¿No es la conciencia, el pensamiento de
nuestras sensaciones?
Sí; debemos creer que nuestros sentidos no nos engañan;
que lo que se engaña en nosotros es el sentido común, la
parte superficial y grosera de nuestro ser, que interpreta
mal los signos comunicados por los sentidos. Los sentidos
sólo nos ponen en contacto con una realidad de espíritu y
de fuerza; ellos nos comunican movimientos y nada más.
¿Por qué interpretar una simple sensación de movimien-
to atómico por materia ó cuerpo? L a razón debe enmendar
294 FILOSOFÍA

este error. Nada importa que el espíritu vulgar crea firme-


mente realidades aquellos modos del ente que son, sin du-
da, ilusiones; basta que no se engañe en lo principal, en la
existencia; porque aunque la naturaleza sea una sugestión,
nuestra conciencia del mundo responde siempre á algo real.
Hay algo que nos conmueve y cambia, y algo cambiado
y conmovido en nosotros; y aunque estas modificaciones
sean interiores, dan firmísima confianza en la existencia.
Pero lo que destruye por completo la creencia en la reali-
dad objetiva es la antinomia inexplicable en esa suposición,
entre el fenómeno psíquico y el proceso material; es decir,
la imposibilidad en que el realismo materialista se encuen-
tra de explicar, cómo la conciencia puede surgir de proce-
sos materiales, siendo al mismo tiempo impotente para
obrar sobre ellos. Pues esta antinomia que no tiene solu-
ción por el realismo, la tiene por la sugestión, que puede
cambiar la personalidad y la conciencia. La antinomia cesa,
siendo todo espíritu.
El realismo materialista queda desarmado ante las obser-
vaciones de la ciencia misma, y todos sus argumentos para
probar la existencia del mundo de los cuerpos, se deshacen
ahora con facilidad. La continuidad del mundo objetivo,
aunque es un hecho de experiencia, se explica perfecta-
mente por la sugestión persistente y sistematizada. Los
hechos del hipnotismo han venido á destruir el argumento
de Maine de Biron, según el cual, la existencia de la mate-
ria estaba demostrada por el sentimiento del esfuerzo que
había que desplegar para vencer su resistencia, pues en la
sugestión se prueba el mismo esfuerzo.
' Decir con Riehl (i) que los sentimientos altruistas de-
muestran la realidad material por la existencia de otros se-
res semejantes y compañeros, es decir más de lo que pue-

(i) JDer Pliilosophische kriticismus uiu¡4seine Bidentungfür die positive


tvissenschaft.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 295

«de decirse, pues esos sentimientos sólo prueban la existen-


cia de seres sometidos á idéntica sugestión general. Es una
revelación de seres, no de cuerpos. Nosotros podemos, por
segurísima analogía, creer en los seres animados, pero la
existencia de otros seres no prueba la realidad objetiva ma-
terial. Lo único que se deduce de las sensaciones ó signos
•cerebrales es la existencia de fuerzas, de movimientos, de
espíritus. Habrá fuerzas, habrá espíritus. Esta es la sola
realidad.
La ciencia, operando sobre productos de sugestiones ló-
gicas y persistentes, tiene buen fundamentó, pero es preci-
so que tenga más confianza en la razón. La razón humana
tuvo su evolución en el seno de la dialéctica universal, y
por lo tanto está conforme con ella. Sus inducciones, sus
hipótesis descubren y adivinan los propósitos del Incons-
ciente, porque el Inconsciente y la razón tienen una misma
naturaleza. L a autoridad de la razón es, pues, tan grande
como la autoridad del hecho.
Los hechos maravillosos que hemos expuesto y explica-
do, son precisamente los datos que faltaban para resolver
el gran problema del conocimiento. Puede elegirse ahora,
con seguridad, una de las tres soluciones propuestas para
explicar las relaciones del espíritu y del mundo exterior.
L a primera, que es la del sentido común, y la dé Reid,
sosteniendo que los cuerpos son tales como los percibimos,
independientes, exteriores, materiales y existentes porque
Dios lo quiere así, se ve desechada, no sólo en la historia
de la filosofía sino á consecuencia de todos los descubri-
mientos científicos transcendentales. No hay que hablar de
ella.
En las ideas representativas ó ideas imágenes percibidas
en nuestro espíritu por operación divina, según Malebran-
che, ó por magia natural según Locke, y no en los cuerpos,
es donde está la solución. Es la misma, en último resulta-
do, que la adoptada últimamente por la ciencia y por la
296 FILOSOFÍA

filosofía modernas, que es ésta: los cuerpos no son más.


que nuestras propias sensaciones, exteriorizadas, ordena-
das según las leyes y erigidas en objetos.
Entre estas dos soluciones, que podemos llamar solución
científica y solución filosófica, sólo hay una pequeña dife-
rencia, y es, que en la científica, una vez suprimidos los
cuerpos, no se asigna causa á la sensación, mientras que
en la filosófica, se atribuye á operación divina. ¿Cuál es
más completa y conforme con los hechos?
Hemos visto que lo maravilloso no tiene otra explicación
que lo Inconsciente, y hemos demostrado que lo Incons-
ciente es lo divino. Siendo pues la sensación, y la idea-ima-
gen que la despierta, hechos maravillosos, su causa inme-
diata ha de ser necesariamente, operación divina.
Pero si se prescinde de esta diferencia, tan ideal es una
solución como la otra.
A pesar de su perfecta ideidad, esta solución de las sen-
saciones exteriorizadas es la adoptada por las escuelas cien-
tíficas más importantes; por la de Stuart Mili, por la de
Kant, por la de Herbert Spencer, que no tiene inconve-
niente en aliar como nosotros el realismo más puro, con el
ideísmo menos material.
Si, pues, el positivismo, que lleva hoy la representación
de la ciencia y de la filosofía, es ideísta, y concibe y afir-
ma la realidad del mundo, sin materia, ¿por qué no ha d e
admitir la hipótesis de la sugestión universal, para explicar-
lo, siendo la única, verdaderamente racional, por analógica
y científica?
¿No vale esto más que el papirotazo inicial del movi-
miento?
CAPÍTULO III

LA ÚLTIMA HIPÓTESIS

Oficio es de la ciencia mostrar en los fenómenos las cau-


sas inmediatas, que á su vez han de ser efectos de otras
causas; mas en la serie de las causas, necesariamente ha de
haber una causa primera; si no existiese, la ciencia marcha-
ría siempre, como judío errante, de causa en causa, sin en-
contrar nunca su síntesis, y la naturaleza, verdadera Pené-
lope, estaría tejiendo y destejiendo eternamente, sin pro-
ponerse un fin. En esta concepción de la naturaleza, la cien-
cia, no pudiendo salir nunca del análisis, se hace inútil, por-
que mil hechos no explicarían más que uno. Si hay sínte-
sis más explicativa que el análisis, es que la naturaleza sabe
lo que hace y lo que quiere.
Hay hechos, como los hechos maravillosos que hemos
expuesto, cuya causa inmediata ni es física ni química, y
entonces, ó quedan sin solución los más grandes problemas
de la vida y del espíritu, ó es preciso reconocer la insufi-
ciencia del método, echándose en brazos de la razón y de
la hipótesis.
Es cierto que la hipótesis es más propia de la filosofía que
de la ciencia, pero se han compenetrado tanto las dos en
estos últimos tiempos, que hablar de la una es hablar de la
2g8 FILOSOFÍA

otra. En esta compenetración ha salido perdiendo la filoso-


fía, porque ya no se estudian relaciones, ni se atiende al
orden ó á la ley, cosas tan reales como la existencia misma
del hecho ó del objeto.
En el cerebro humano, por ejemplo, no se ve más que un
órgano de percepciones y de asociaciones de contigüidad y
semejanza: la función principal, la coordinación de los actos
y de las impresiones, el ser oculto allí, pasa desapercibido.
La combinación inteligente, el plan, el designio, para nada
entran en el estudio científico. Por eso se niega también lo
que más brilla, y parece inconcebible que se niegue: la fina-
lidad en las obras de la naturaleza.
Es imposible que la ciencia moderna, con ese método em-
pírico , reduciéndolo todo á fenómenos físicos y químicos,
explicándolo todo por causas materiales inmediatas, des-
atendiendo enteramente la ley de orden y de armonía, pue-
da llegar á la unidad á que aspira, ni á producir, con su
síntesis, una verdadera y completa filosofía. Y la filosofía,
científica como debe ser, teniendo por cimiento los hechos,
no se comprende sin inducción y sin hipótesis.
L a ciencia misma tiene cada vez mayor necesidad de hi-
pótesis generales. La hipótesis es la inteligencia humana
cerniéndose sobre los hechos, abarcándolos en una intuición
clarovidente y descubriendo la causa lejana, origen de la ley
que los produce.
La mayor parte de los descubrimientos han sido debidos
á una teoría, á una concepción preconcebida, es decir, á una
hipótesis. No hay hecho, apenas, en las ciencias naturales,
que no haya sido adivinado por el presentimiento, antes de
ser verificado por la observación. Los grandes hombres de
ciencia deben el éxito al atrevimiento de sus hipótesis. Si
Keplero hubiera seguido tímidamente el método, y si, como
le recomendaba su maestro Ticho, dejara «sus vanas especu-
laciones», aquellas especulaciones que eran las inducciones
de su genio, jamás se hubieran descubierto acaso sus admi-
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 299

rabies leyes. A esa confianza en la razón y en la hipótesis,


que el vulgo tiene por sueño y por locura, son debidos,
siempre los descubrimientos.
Jamás, por la sola observación siguiendo el método, hu-
biera podido Newton formular aquella su proposición defi-
nitiva: «Los cuerpos planetarios se atraen en razón directa
»de la masa é inversa del cuadrado de la distancia,» la más
admirable de las leyes conocidas por la ciencia, si no se
hubiera guiado por las anteriores, libres especulaciones de
Keplero.
Sise rechazasen, como quieren Comte y Stuart Mill, todas
las hipótesis que no pueden ser sometidas al testimonio de
la observación ó no pueden ser traídas á un hecho proba-
do, sería preciso condenar las teorías de las nebulosas, de
la evolución, de la gravitación, que se fundan en hipótesis
de esta clase; sería preciso prohibir toda especulación sobre
fenómenos geológicos y astronómicos que, dependiendo de
causas pasadas, no pueden recibir verificación más que in-
directamente y por analogía con causas actuales.
Las fases de la evolución de la tierra y de la evolución
animal se explican por la suposición de que- las causas que
vemos en funciones hoy, han sido los agentes de aquella evo-
lución, y esta suposición ha sido justificada por el socorro
que ha traído á las investigaciones científicas y por la luz
que ha esparcido sobre un gran número de problemas.
La utilidad de la hipótesis para ilustrar otros hechos de
experiencia, puede ser considerada como una verificación
indirecta.
Esta aceptación de las hipótesis verificables por su utili-
dad es científica y transcendental. Las escuelas científicas
que admitieron sin vacilar, y proclamaron como verdades la
evolución y el transformismo, sin más verificación que aque-
lla utilidad y la inducción ó la causalidad analógica, no pue-
den ya negarse á recibir hipótesis de la misma clase.
Sí; desde el momento en que esas escuelas han admitido
3P0 FILOSOFÍA

que una piedra ó un bronce de las edades prehistóricas, por


presentar la configuración de un hacha ó de un utensilio
cualquiera, probaban la existencia del hombre en tan remo-
tos períodos, desde ese momento han reconocido y acatado
la legitimidad de la inducción causal y analógica en todas
las hipótesis.
Un ojo humano, un órgano cualquiera, prueba tanto la
existencia de un poder superior, inteligente, consciente y
personal, por ese mismo método analógico, como el hacha
de sílex prueba la existencia del hombre en la edad de
piedra.
Habiendo aceptado las inducciones prehistóricas, hay
que reconocer las causas finales.
¿Por qué otro procedimiento se ha creído en el hombre
primitivo?
¿No es por la causa final?
¿No es este el antiguo y perfecto modo de discurrir de
Voltaire: esta obra necesitó un obrero?
¿No es reconocer en la ciencia y en la filosofía, los dere-
chos de la inducción, hasta las últimas consecuencias?
Pues, si creéis en las formas de vuestra razón para lo
uno, ¿por qué no habéis de creer también para lo otro?
Pero, ¡ si tenéis también la hipótesis del éter!:
«Lejos de mi el pensamiento de querer arrojar el menor
»descrédito sobre las ciencias—dice Laugel ( i ) — pero no
»sirve nada ocultar que el inmenso edificio de lá física mo-
¡>derna reposa sobre una simple hipótesis... el éter. Ningu-
»no de nuestros sentidos puede percibir el éter, pero nues-
»tra razón lo percibe; y la ciencia no solamente es hija de
»la observación, sino que también lo es de la razón.»
En efecto, «la ciencia ha llenado todo el universo de una
>sustancia diferente de todas las sustancias conocidas, que
»está por todas partes y que no se puede coger en ningu

( I ) Les problêmes de la nature, pág. 93.


DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 3OI

»na, cuya existencia no hay experiencia directa que pueda


»demostrar, porque escapa al análisis; se dice, en fin, que
«existe porque debe existir.»
Esta concepción del éter, ¿es positiva? ¿Obedece al mé-
todo proclamado único por la ciencia?
Existe, se dice, porque debe existir. Es una sustancia
que está por todas partes, pero que no se deja coger en nin-
guna; pero se admite, porque sin ella no podrían explicarse
los fenómenos de luz y de atracción.
Con el mismo derecho podemos decir nosotros, que ad-
mitimos la hipótesis de Dios, porque sin ella no pueden
explicarse los fenómenos de adivinación y sugestión. Si
necesitáis el éter para las interferencias luminosas, nosotros
necesitamos á Dios para todas las maravillas de la creación.
Todo lo que decís del éter puede decirse con más razón
de Dios: «Existe porque debe existir.» «Su sustancia está
sen todas partes, pero no se deja coger en ninguna.» «Nin-
»guna experiencia directa puede demostrar su existencia,
»pero nuestra razón lo percibe.» Todo, todo esto se puede
decir de Dios. ¿Por qué pues, admitir la hipótesis del éter,
y no admitir la de Dios? No se concibe una falta de lógica
tan grande, á no ser concediendo una especie de divinidad
al éter. Por eso declaró Spiller y a , sin ambages ni rodeos,
que «el éter es Dios» ( i ) .
Pensándolo bien; ¡cuánto más necesaria es para la expli-
cación del mundo, la hipótesis de Dios, que la del éter para
explicar el sol! Porque, ¡quién sabe! acaso llegue á expli-
carse la acción del sol de otra manera, sin la necesidad de
recurrir al éter, pero el mundo siempre tendrá necesidad
de Dios.
L a hipótesis del éter es una buena y firmísima hipótesis,
sin embargo, por lo mucho que explica, pero los hombres
de ciencia no sospechan acaso, que al admitirla, han abierto

(1) Spiller. Gott ¡ra Lichte der Naturwissenschaften.


3<D2 FILOSOFÍA

de par en par las puertas de la ciencia al esplritualismo.


Como quiera que se considere, en efecto, aquella hipóte-
sis, la lógica conduce sin remedio á la concepción de Bos-
covitch, es decir, á supone/' el átomo de éter como un sim-
ple punto matemático, un centro de fuerza. La fuerza es
un impulso, y el átomo de éter ocupa el vértice de un án-
gulo imaginario á donde van á parar los rayos de la fuerza.
La fuerza en toda concepción atómica es exterior al átomo.
¿De dónde sacaría el átomo su fuerza? Pero si el impulso
viene de fuera, ¿de quién viene? Es preciso buscar algo su-
perior al éter todavía.
Y si se admite la teoría del átomo torvellino de Thom-
son, el resultado es el mismo.
Había probado Helmholtz en 1858, que las partes de un
fluido incomprensible, en las cuales se produce una rota-
ción, la conservan siempre, distinguiéndose desde entonces
de las otras. Probó también, que estas partes deben ser
dispuestas en filamentos, cuya dirección es, en cada punto,
el eje de rotación, y que estos filamentos no tienen fin, es
decir, que forman curvas cerradas ó que se terminan en la
superficie libre del fluido. De ahí sacó Thomson su idea de
que, lo que nosotros llamamos materia puede consistir en
partes rotativas de un fluido perfecto que llena el espacio
de una manera continua. Pero en esta definición de la ma-
teria va implicada la necesidad de una acción exterior, por-
que en un fluido, esa rotación necesaria para la disposición
-filamentosa ó material no puede ser producida ni destrui-
da sino por la frotación ó rozamiento interior, y en un
fluido perfecto, todo movimiento propio es imposible. Esto,
aparte del plan ó del designio, que tampoco se concibe en
un fluido.
De todos modos y en todas las hipótesis, el impulso tiene
que venir de fuera. ¿De dónde?
La necesidad de otra más alta hipótesis está bien de-
mostrada.
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 303.

La del éter, sin embargo, basta para sacar lógicamente


consecuencias importantes.
Supongamos, (¿por qué no nos ha de ser permitida una
suposición á nosotros también?) supongamos, no ya la
existencia de Dios, sino la de los mundos esparcidos en el
inmenso espacio, poblados de seres, como es bien natural,
pues algún objeto han de tener, y en alguno de ellos una
humanidad ó llámese como se quiera, muy superior en
evolución, y por lo tantd, en fuerza y en inteligencia al
hombre de este mundo. Es una suposición muy racional
que, como tal hipótesis, nadie puede rechazar.
Pues bien, esos seres superiores han llegado á compren-
der una gran parte de esas leyes naturales que nosotros no
hemos llegado á vislumbrar siquiera. Dotados de más y de
mejores sentidos que los hombres, y de una superior inte-
ligencia, han podido alcanzar el secreto de la fuerza, y por
medio de un acto sencillísimo de su voluntad, disponer de
ella á su albedrío.
¿Por qué no podría ser así? Concíbese que el origen ó
principio de las fuerzas sea muy simple, delicado y fácil de
remover. Un pequeño cambio de vibración etérea puede
desarrollar una fuerza capaz de destruir un mundo. Su-
cede en esto lo que en las máquinas de equilibrio inesta-
ble: un fusil, por ejemplo, cuya explosión es debida al in-
significante movimiento de un dedo. Supuesta la vibración
molecular ó etérea: luz, calor, electricidad, con un simple
movimiento inicial puede incendiarse todo un sistema pla-
netario.
Lo ha dicho Franklin: « Es imposible imaginar el grado
»al cual podrá elevarse dentro de mil años el poder del
«hombre sobre la materia.» Y Renán, á su vez, «¿Quién
»sabe, exclama, si la ciencia infinita no traerá consigo el
»poder infinito?»
Y ¿quién dice á Renán que esto no haya sucedido ya en
alguno de los otros mundos más antiguos que éste?
304 FILOSOFÍA

En ese caso, un ser ó seres con ese poder infinito serían


un hecho ya.
De esta suposición hay que partir: Concebir la existencia
de un ser ó varios seres poderosos é inteligentes que, ha-
biendo llegado á ese grado de evolución que esperan Fran-
klin y Renán, pueden estar ya en condiciones de dominar
invisiblemente los elementos de nuestro mundo.
¡Y qué! ¿Creéis que no habrá en todo el universo uno ó
muchos seres de esta clase? ¿Por qué no? A s í como hay
hombres en la tierra, ¿por qué ha de ser irracional é impo-
sible que haya seres muy superiores al hombre en otros
mundos?
Dejar de admitir esta suposición es lo irracional.
Admitida, pues, deben admitirse también diferentes con-
diciones de vida en esos seres, que en nada repugnan á la
composición atómica del universo. Dotarles de un cuerpo
invisible ó etéreo, no será una suposición anticientífica,
puesto que según la ciencia existe el éter. No es menos
admisible conceder á esos seres etéreos la facultad de rá-
pida traslación por el espacio. Seres de esta naturaleza irán
de un mundo á otro con la velocidad del relámpago. Su
cerebro tendrá una finura de complexión muy exquisita.
Acaso el nuestro debe lo que es á fuerzas parecidas, pero
albergadas en grosera masa. Mejor se concibe un cerebro
etéreo que uno humano.
Estos seres, pues, cuya existencia, la ciencia, si ha de
haber lógica, no puede tener por imposibles, pueden venir
á visitarnos si les place, pueden vernos, hablarnos, produ-
cir á nuestro lado fenómenos cuya causa nos admire ó nos
espante por invisible y misteriosa.
Nuestro cerebro está repleto de éter, como todos los
mundos; un pensamiento, un recuerdo, la más simple idea,
el más insignificante movimiento atómico, producido en
alguna parte de la masa encefálica, es transmitido por los
infinitos espacios hasta los más desconocidos mundos; por-
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 305

que es cosa sabida, que la más ligera comprensión en el éter


se propaga con una velocidad infinitamente mayor que la
de la luz.
Si un ser* hay en alguno de esos mundos capaz de enten-
der ese movimiento signo en que va envuelta la idea, como
el telegrafista entiende los golpes del manipulador, no ha-
brá secreto ninguno en el Universo para ese ser.
Por un admirable efecto que se explica, así como las on-
das sonoras que salen de una orquesta en nada se estorban
ni entorpecen unas á otras, llevando cada una el sonido
puro y especial de su instrumento á los oídos de la concu-
rrencia, así la ondulación ó vibración etérea camina sin
perder su propio movimiento, ni mezclarse con las otras in-
finitas que la acompañan. El gran director de la sinfonía
del Universo, puede oir ó sentir distintamente cada una de
ellas, con más exactitud que el director de orquesta oye y
aprecia las notas de cada uno de sus músicos.
La oración mental llegará á aquel ser tan pronto y fácil-
mente, como si él estuviese dentro de nuestro pensamiento.
Por este lado, lo mismo da figurarse á Dios dentro del
mundo que fuera de él. Pero, no sólo á Dios llegarán las
más ocultas ideas y los más fugaces sentimientos, sino á
cualesquiera otros seres superiores, cuya naturaleza les pon-
ga en aptitud de relacionarse con el éter y entenderlo.
El éter es, sin duda, el medio de comunicación de las
más elevadas é inteligentes criaturas.
¡La vida en el éter!
He aquí un ideal traído por la ciencia ¿Renegará ella de
su propia obra?
El hombre empieza á participar de esta vida etérea por
la luz. El éter hace verdaderas maravillas con ella. Los
mundos y los seres se están fotografiando en el espacio, en
todos los momentos. Las imágenes se suceden unas á otras
hasta lo infinito. La historia de la tierra, allí, en los espa-
cios sidéreos, queda retratada; y si después de abandonar
20
306 FILOSOFÍA

estos pobres restos humanos, subsiste algo de nosotros que


pueda ir á gozar de esa otra vida celestial y espléndida,
contemplará este mundo, desde las alturas, en todos los as-
pectos que desde su origen ofreció el planeta á*la reflexión
de la luz. ¡Qué esperanzas y qué consuelos llevan estos des-
cubrimientos asombrosos á los que los saben apreciar y
comprender! ¡Qué! ¡Podremos vernos tal cual estamos aho-
ra y estuvimos en las diferentes fases de la vida, á nosotros,
á nuestros hijos, á los contemporáneos todos, á los pasados
y á los que vendrán después de cientos y millares de años,
con sólo ir al encuentro de esos rayos de luz que llevan consi-
go las imágenes! Podremos estudiar de esa manera la historia
de los mundos, gozar del glorioso espectáculo de la creación
y de la conservación del Universo, y, ¿no habrá de ser así?
Todas esas espléndidas perspectivas cuya existencia se
prueba y demuestra de un modo matemático, ¿no habrán de
tener espectadores? Esto sí que sería el colmo de lo absurdo.
No; nosotros esperamos ver todo eso y mucho más...;
pero, basta de lo que pudieran tomar algunos por pura fan-
tasía, siendo como son, sin embargo, lógicas deducciones
de las premisas establecidas por la ciencia misma.
La suposición de la existencia de seres invisibles no es
anticientífica, porque lejos de haber algo en la ciencia que
nos prohiba dudar de la existencia de sustancias inmateria-
les, todo en ella, al contrario, nos presenta analogías que
nos llevan directamente á esta opinión. Se supone, en efec-
to, y se nos hace creer, con abundantes pruebas, en un
fluido, el éter, esencialmente diferente de la materia, pro-
duciendo fenómenos admirables de luz y de calor, de atrac-
ción y de gravitación, incompatibles todos con los cuerpos
materiales, que parecen penetrados hasta sus partes más
recónditas por tan extraño agente; es natural, por lo tanto,
llevar la inducción y la analogía más lejos, elevándose á
entidades más inmateriales aún, y espirituales. Si existe á
nuestro lado el éter invisible, sutil, incoercible, impondera-
DE LO MARAVILLOSO POSITIVO 307

ble, influenciando de tal manera todo nuestro mundo ¿qué


extraño es suponer y aun creer que existan otros universos
en los que ningún sentido humano pueda penetrar?
Tampoco hay razón científica ninguna que haga increí-
ble la presencia de estos entes espirituales en los lugares
mismos ocupados por los cuerpos materiales, puesto que se
comprende el éter inundando y compenetrando los cuerpos
todos. La ciencia misma que nos ha enseñado á ver en la
naturaleza rebosar la vida por todas partes, que nos ha de-
mostrado la posibilidad de la existencia en los mundos ce-
lestiales, que nos ha descubierto la realidad de los organis-
mos microscópicos, ¿por qué no ha de admitir la hipótesis
de los seres etéreos invisibles? ¿Por qué ha de negar tan
tercamente toda una importantísima clase de fenómenos
que se podrían explicar con esa hipótesis? ¿Por qué, en un
medio etéreo, que nuestra pobre organización no puede
percibir, no habrá de funcionar un órgano, como el cerebro
humano, y residir una inteligencia superior?
No tiene sólo por morada el pensamiento el cerebro hu-
mano; los cerebros de la hormiga y de la abeja obedecen
á un plan perfectamente distinto. Más parece amoldarse por
su naturaleza el pensamiento al éter, que á una masa ence-
fálica. Si hay seres inteligentes en el éter, que no conozcan
al hombre, se admirarían muchísimo si se les dijese, que el
pensamiento en la tierra está encerrado en una caja de
hueso, y que reside en una materia espesa y coagulada. Im-
posible sería que concibiesen una cosa tan espiritifal y divi-
na, sometida á tan groseras y ruines condiciones. Mucho
más difícil sería convencer á un habitante del éter, de la
existencia humana, que á los sabios del mundo, de la exis-
tencia del habitante del éter.
No hay nada, pues, en la ciencia ni en la filosofía, que
demuestre la imposibilidad del mundo invisible, ni que tien-
da siquiera á hacernos dudar de la existencia de seres inte-
ligentes inmateriales.
308 FILOSOFÍA

Si la ciencia los niega, es que no encuadran en la peque-


ña sinopsis, en la que un método insuficiente y mezquino
quisiera encerrar las leyes de todos los universos.
Y ahora, justificada nuestra hipótesis, diremos en resu-
men: que así se miren los últimos colosales esfuerzos de la
metafísica, como las minuciosas observaciones de la cien-
cia, el resultado es el mismo: fuerza y sabiduría, es decir,
voluntad é idea bastan para explicar el mundo.
Como quiera que se entienda el error de Hegel, si la con-
ciencia de Dios está en formación, no será ciertamente el
espíritu del hombre su máximum de desenvolvimiento, sino
el del ser más elevado del más antiguo de los Universos.
Un ser ó varios seres de uno de estos órdenes, en los úl-
timos límites de una evolución casi eterna, pueden causar
en nosotros, por una sugestión sistematizada y permanente,
esa apariencia del mundo de los cuerpos, real creación de
su sabiduría.
Es una consecuencia religiosa que la ciencia no puede re-
chazar, en buena lógica.
Lo divino, en último extremo, no es más que esto: una
superioridad misteriosa; así como lo religioso es una depen-
dencia reconocida.
Las hipótesis crecen y se ensanchan á medida que la cien-
cia extiende sus dominios; llega un tiempo en que las hipó-
tesis limitadas de nada sirven.
Hemos visto al positivismo, representado por Herbert-
Spencer, chocar en la «Energía infinita y eterna» como en
la razón última de las cosas. Es que la ciencia, como el mar
en las costas, toca y a en las orillas de lo divino.
No falta más que atribuir á esa energía primera, el desig-
nio, la sabiduría.
Esta debe ser la última hipótesis: Dios.

FIN

También podría gustarte