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Una revista digital gratuita editada por la Fundación Razón Pública

Bogotá o la importancia de llamarse ciudad región


(Primera parte)
Domingo, 23 de Octubre de 2011

La relación entre Bogotá y su región es insólita: no ha


sido posible tender puentes hacia los planes de ordenamiento
territorial de los municipios circundantes, ni organizar
verdaderas redes de abastecimiento. La clave está en la
gestión social y en una dinámica económica regulada.
Mauricio Puello Bedoya*

El imperativo urbano-regional

Desde Walter Christaller y Patrick Geddes, sabido es que el ordenamiento y la


planeación de la ciudad moderna se definen en la escala regional, por motivos
económicos, funcionales, ambientales o de abastecimiento. Correlación que en el
caso de Bogotá ha alcanzado hoy una huella ecológica de 300 kilómetros a la
redonda, involucrando así la jurisdicción de por lo menos cuatro departamentos,
de donde proviene la mayor parte de las 2,7 millones de toneladas de alimentos
que consume la ciudad anualmente [1].

Lo urbano-regional, sin embargo, expresa comportamientos singulares en el caso


de Bogotá. En efecto, mientras en la mayoría de las capitales del mundo la región
guarda un mayor peso poblacional frente al centro urbano, como se observa en el
cuadro siguiente:
en el caso de Bogotá esa relación se invierte considerablemente a favor del centro
urbano, donde logra concentrarse el 88 por ciento de la población; dispersándose
el restante 12 por ciento entre las localidades regionales.

Desequilibrio que probablemente procede del peso que tienen Bogotá y su región
en la dinámica urbanizadora del país (la ciudad Bogotá, al albergar más del 15%
de la población nacional, con un crecimiento anual de 140.000 nuevas personas
aprox.); y también de la localización de las principales actividades industriales
nacionales en el entorno inmediato de la ciudad, donde hoy se ubica más del 50
por ciento del sector empresarial colombiano, con un aporte del 32 por ciento al
Producto Interno Bruto nacional.

Los buenas intenciones regionales del POT

Desde el Plan de Ordenamiento Distrital (POT) de 2000 (Decreto 619) se


reconoce a Bogotá como unidad de planeamiento, con una débil ‘sugerencia’ de
buscar acuerdos con los municipios del entorno regional, ojalá acerca de temas
puntuales como el agua, la energía, los servicios públicos, la vialidad, entre otros
de carácter infraestructural.

En contraste, los ajustes al POT realizados en 2004 (Decreto 190) anuncian de


manera expresa su aspiración de construir la región Bogotá-Cundinamarca,
considerándola como el marco principal del ordenamiento territorial del Distrito
Capital, en la perspectiva de consolidar una red de ciudades en el centro del país.

Con ese fin se recogieron y actualizaron las indicaciones de la Mesa de


Planificación Regional Bogotá-Cundinamarca, iniciada en el año 2001; escenario
donde se cuantifican los beneficios de un sistema urbano abierto para la región,
junto con la identificación del Banco de Proyectos que lo haría posible.

Proceso que encontró su límite en la ausencia de fuerza legal y de una voluntad


política por parte de los actores públicos implicados. Obstáculos hoy susceptibles
de superar parcialmente, en el marco de la Ley Orgánica de Ordenamiento
Territorial (LOOT) (Ley 1454 del 2011).

Entre los instrumentos urbanísticos y de gestión del suelo del POT de Bogotá y de
cada uno de los municipios de su entorno, claramente sólo se puede expresar una
intención, un interés, y acaso una necesidad por establecer propósitos regionales.
Sin embargo, aún resultando imprescindible, la vía normativa para consolidar el
proceso de regionalización de Bogotá, no sólo constituye el escenario menos
eficaz, sino el más árido en materia de resultados concretos.

Basta con imaginar la presencia de las numerosas entidades municipales y


departamentales en el proceso de concertación, y la obligada implicación de la
Nación, para prever un escenario propenso a la politización, que sólo resultará
fructífero y sostenible cuando logre trasladarse de las manos de técnicos y
funcionarios públicos, a las manos de la gente y de una dinámica económica
regulada.

La gestión social y una productividad activada con sentido de lo público, son,


pues, las claves de la regionalización contemporánea.

La funcionalidad, una visión limitada de la regionalización

Los verdaderos constructores de la Región Capital son hoy los intereses privados
que gravitan sobre la propiedad de la tierra y la industria. En ausencia de
instrumentos públicos que permitan recuperar el plus valor generado por las
infraestructuras, serán ellos quienes sigan capitalizando las inversiones públicas
realizadas con los tributos ciudadanos, y quienes también sigan causando los
principales desequilibrios ambientales regionales.

Tal como lo muestra el caso del Túnel de la Aurora, programado para comunicar a
Bogotá con el municipio de Sopó a la altura de la calle 200, para cuya realización
no se ha calculado el impacto sobre la estructura urbana municipal (Sopó es
casualmente el municipio con mayor tasa de crecimiento poblacional en Colombia,
a una velocidad cinco veces mayor que la del resto del país) [2]; y tampoco los
estudios del efecto del trazado sobre el valor de la tierra y las formas de ocupación
del territorio.

Por otro lado, tampoco es viable seguir pensando que un proceso de


regionalización contemporáneo pueda construirse a partir de conformar meras
regiones funcionales, cimentadas sobre las infraestructuras. Tendencia a la que
contribuyó en su momento la Mesa de Planificación Regional Bogotá-
Cundinamarca, cuya visión de futuro se definía justamente alrededor del montaje
de una dudosa ‘Plataforma Funcional Productiva’.

Redes de abastecimiento sin territorio

Más recientemente, las administraciones de Bogotá han encontrado una forma


implícita de regionalización en el abastecimiento, considerando que el 77 por
ciento por ciento del consumo de la ciudad se produce en un extenso radio
interdepartamental, mientras el restante 23 por ciento proviene del llamado Primer
Anillo —un radio de 64 kilómetros aproximadamente—; y la economía campesina
suministra el 65 por ciento de los alimentos de la canasta básica consumida por
los bogotanos.

Situación que ha permitido al gobierno distrital formular la Política de Seguridad


Alimentaria y Nutricional (Decreto 508 del 2007), que a su vez recoge el Plan
Maestro de Abastecimiento de Alimentos y Seguridad Alimentaría para Bogotá
(PMASAB) (Decreto 315 del 2006).
La experiencia ha puesto el acento sobre el factor estratégico de mayor incidencia
sobre las relaciones regionales de la ciudad, a partir de mecanismos de
instrumentación como las Agroredes y Nutriredes, con las cuales se propuso
fortalecer la organización de vecindad y la economía solidaria en torno al
abastecimiento y la nutrición.

Mecanismos que, sin embargo, se han quedado cortos al momento de abordar la


dimensión territorial del sistema regional de abastecimiento, donde hoy conviven
complejas formas de propiedad del suelo agrícola, con las distorsiones causadas
por los grandes emporios al proceso de comercialización, lo cual ha determinado
que el 97 por ciento del sistema de abastecimiento esté actualmente operado por
los particulares.

En ese contexto, es claro que a la visión regional del abastecimiento construida


desde Bogotá le ha faltado el territorio, y mecanismos de comercio justo; tanto
como le han sobrado acciones subsidiarias para lograr soluciones sostenibles a la
problemática nutricional y alimentaria de la ciudad.

Operaciones y Planes Zonales, herramientas distritales de regionalización

Haciendo uso de las herramientas que le ofrecen el POT y su Sistema de


Planeación, la ciudad ha abordado autónomamente y con criterios
específicamente intraurbanos, un proceso de gestión del suelo y ocupación
territorial de indudables impactos sobre las áreas agrorurales contiguas, y sobre
las relaciones con la región.

En efecto, la ciudad ha decidido concentrar sus mayores índices de expansión


sobre los bordes norte y suroriental, direccionados a través de Planes de
Ordenamiento Zonal y Operaciones Estratégicas.

Coincidiendo la concepción Distrital de los Planes Zonales y Operaciones, con el


tipo de desarrollo urbano promovido desde la recientemente expedida Ley del
Suelo y de Vivienda (1469 del 2011), ambas instancias interesadas en armonizar
dos acciones:

 La potenciación del mercado inmobiliario como protagonista del desarrollo


urbano a gran escala.
 El énfasis del papel del Estado como ‘banco de tierras’ y generador de
urbanismo.

Sin embargo, el modelo rentista de gestión del suelo no ha sido plenamente


exitoso en la ciudad, tal como lo muestran los resultados de la Operación Nuevo
Usme (930 hectáreas, con una proyección de 36.000 viviendas de estrato 1 y 2) y
del Plan Zonal del Borde Norte (2.014,57 hectáreas, con una proyección de 78.000
viviendas de interés social y prioritario) [3].
En el primero caso, al no contar con los mecanismos para interpretar y vincular al
proceso los intereses culturales y habitacionales de los pobladores rurales de
Usme, ni con la solvencia para valorar el patrimonio arqueológico y ambiental del
área, la Operación ha tomado visos de acción inconsulta y arbitraria, con las
naturales resistencias sociales y políticas que conlleva una intervención de esta
envergadura.

En cuanto al Plan Zonal, la experiencia no ha sido más feliz, considerando que las
mismas autoridades ambientales y de planeación con jurisdicción sobre el área,
aún no logran coincidir en determinar la vocación del territorio, frente a los
actuales requerimientos ambientales y de suelo urbanizable que tiene la ciudad.

Y todo ello en ausencia de los municipios de la Sabana, con los cuales debería
concertarse el futuro de los bordes de Bogotá, oportunidad que podría
aprovecharse para poner en marcha ejercicios focalizados de planeación
compartida con la región; si de construir región se trata, tal como lo expresa el
POT vigente de la ciudad.

* El autor es Arquitecto con estudios doctorales en urbanismo y ordenamiento


territorial. Formulador y coordinador del proyecto ‘Parque Agrario Sabana
Occidente’ (Universidad Nacional de Colombia 2001). Formulador e investigador del
proyecto ‘Cundinamarca Agropolitana’ (Universidad Nacional de Colombia,
Colciencias, Gobernación de Cundinamarca 2006). Participante de la Mesa de
Planificación Regional Bogotá-Cundinamarca, en representación de la SCA.

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