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Hermerrica y tecenichd ~ Gong: Vortime LA NATURALEZA ¥ LOS S{MBOLOS 297 2. Las formas de la naturaleza La opinién predominante encuentra “formas” en sentido propio -es decir, no como meros “contornos” o “perfiles” que resultan de un proceso puramente mecénico de agregacién de las partes- sdlo en el Ambito de los productos humanos y en el de los orga- nismos vivientes. En el caso de los productos humanos la forma depende directamente de la intencién o volun- tad del autor y (por lo menos para los productos técnicos) se encuentra en una relacién inmediata con la funcién que debe cumplir el objeto; en el caso de los organismos vivientes la forma parece estar directamente ligada al desempefio de las funciones vitales y, en todo caso, se considera secundaria respecto a la eficacia y a la adap- taci6n de estas tltimas, sobre las cuales se ejerce Ja pre- sién selectiva del ambiente. La marginalidad de los aspectos formales del mundo inorganic, junto con su subordinacién en el ambito de los vivientes y con su mera funcionalidad respecto de la “creacién”, tanto técnica como estética, en el Ambito de la produccién humana, parece un buen motivo para tachar de veleido- sa y arbitrariamente analdgica toda consideracién del problema morfolégico que aspire a extenderse a las tres sectores juntos. E] estudio unitario de las formas inorga- nicas y org4nicas de la naturaleza, dejando por ahora de lado el 4mbito de los productos humanos, ha sido descuidado por mucho tiempo, cuando no ha sido con- denado como lamentable residuo de la tan desacredita- da filosoffa de la naturaleza de corte “roméntico” (en donde el mismo término “roméntico” ha sido usado por fuera de toda referencia hist6rica rigurosa y con una 298 Historia y teoria intencién de pura condena). Es muy probable que, como sugiere Thom, la falta de interés hacia las cues tiones morfoldgicas relativas a la naturaleza inanimada por parte de los estudiosos se deba atribuir en gran parte al carécter a menudo transitorio y aleatorio de tales formas que, como Jas nubes o las crestas de las ondas, parecen demasiado inestables como para merecer nues- tra atencién; también es muy probable que, como sugiere de nuevo Thom, nuestro interés de cazadores, condicio- nado en sentido evolucionista, nos disponga mas hacia las formas vivientes que hacia las de materiales que no constituyen presas posibles. Mas alld de las hipotesis de tipo histdrico-cultural o biolégico-antropoldgico acerca del origen de este desinterés hacia las formas de la naturaleza resulta decisiva una constataci6n: las formas naturales han empezado a ser sometidas a un andlisis especifico y unitario s6lo cuando se ha dejado de centrar la atencién en las formas como tales, conclusas y toma- das independientemente de sus procesos formativos, para considerarlas en relacién con éstos, como productos y resultado de procesos dinémicos, de un crecimiento en el tiempo y en el espacio". El primer paso en esta direccién (muy anterior a los aportes de C. H. Waddington y de Thom) lo constitu- ye, como es sabido, la famosa obra de D’Arcy Went- worth Thompson On Growth and Form (1917), que se basa en la aserci6n segiin la cual La forma de un objeto se encuentra definida cuando se conoce su grandeza (magnitude), actual o relativa, en 12. Idem. LA NATURALEZA Y LOS S{MBOLOS 299 varias direcciones y el crecimiento implica los mismos conceptos de grandeza y direccién, vinculados al con- cepto ulterior, o “dimensién”, del tiempo." La ciencia clasica haba manifestado su interés por los fenémenos de crecimiento sobre todo cuando en ellos se manifestaba una regularidad: el modelo mas difundido era el de los cristales, y se traté de reducir a “cristales vivientes” incluso los organismos vegetales y animales. La caracteristica de los cristales es el creci- : las mo- léculas que alcanzan la superficie del “germen” cristalino después de algunos intentos se disponen en la posicién de maximo equilibrio, es decir, de mas elevada estabili- dad. Pero en la naturaleza ello constituye un caso extre- mo, pues la mayor parte de los procesos de crecimiento y de morfogénesis se dan en condiciones lejanas del equilibrio. Los procesos de agregacién por difusién, en especial, en los cuales ciertas particulas alcanzan un centro de agregacién siguiendo un camino casual, dan lugar a crecimientos inestables, que resultan de la inte- raccién del crecimiento con la “interferencia” debida a la intervencién de eventos casuales. Las estructuras que se forman en tales procesos, ya sea inorgdnicos u organi- cos -de las “figuras de Lichtenberg”, conocidas desde la edad romantica, a las formaciones dendriticas de los cristales, hasta las ramificaciones de los vasos sanguineos y de las vias aéreas de los pulmones-, presentan analo- miento en condiciones préximas al equilibri 13. D'Arcy Wentworth Thompson, On Growth and Form, Cambridge, Cambridge University Press, 1951, vol. I, pag. 22. 300. Historia y teorta gias impresionantes con los fractales de Mandelbrot y pueden ser tratadas mateméticamente precisamente por medio de éstos"s, Tales fenémenos tienen en comin que presentan respuestas no proporcionadas a los estimulos, de manera tal que, a diferencia de lo que sucede en las series causales a las cuales la ciencia clasi- ca les atribufa el valor de modelos de la realidad dotada de orden, un evento mintisculo puede tener consecuen- cias formidables. Las formas de un paisaje montafioso, de la linea de una costa marina, de los vasos sanguineos del corazén y del vello intestinal revelan su gran cer- cana a eventos de este tipo por la dinamica de su cre- cimiento. Pero la misma “forma”, en el sentido més general (no sdlo como conformacién espacial) de regla interna de un proceso dindmico, resulta nuevamente definida en virtud de las recientes observaciones. Des- de la antigiiedad la medicina habfa identificado la salud con un estado de “orden y medida” y la enfer- medad con una ruptura de éste (ametria). Por ello fue tan grande el estupor de los fisidlogos contempordneos cuando se percataron de que el latido cardiaco de una persona no se presenta, como se presumia, con una regularidad periédica, sino en forma intrinsecamente aleatoria, mientras que el acercamiento a la “regula- ridad” es una pérdida de flexibilidad caracteristica de estados patolégicos (por ejemplo del infarto): al parecer el mismo organismo genera este procedimiento “cad- tico”, independientemente de los “disturbios” que pro- 14. Leonard M. Sander, L'acerescimento dei frattali en I! caos. Le leggi del disordine, a cargo de G. Casati, Le Scienze , Milén, 1991, pags. 96-97. LA NATURALEZA ¥ LOS S{MBOLOS 30r vienen del ambiente*s. Lo que presenta un mayor inte- rés filos6fico en aquello que hemos expuesto, lamenta- blemente a grandes rasgos, es la modificacién radical que sufren los conceptos de orden y de medida (la “co- rrespondencia”, en la realidad, de las partes entre si y con el todo), que arrastra consigo el mismo “medidor” de toda regularidad, el fundamento de la regularidad en general: el tiempo. ‘Nuestra concepcién del tiempo estd ligada, de manera més o menos evidente, a los sistemas fisicos de medida que utilizamos: se escogen fenémenos que presentan una regularidad y periodicidad porque estas cualidades se le atribuyen al tiempo como tal. En este sentido el tiempo parece ser la medida de dos tipos de eventos: los que recorren en forma regular un camino hasta su fin (hasta el “punto final”) y los que “duran” presentandose de nuevo siempre iguales a través de un “ciclo”. Los eventos del mundo sublunar y los de las esferas celestes de la tradicién antigua ilustran bien estas dos posibili- dades, que también se pueden relacionar con modelos fisicos bien precisos: podemos imaginar un péndulo real, cuyo movimiento est sujeto a roces que lo conducen, después de un cierto tiempo, a detenerse; y un péndulo ideal, libre de roces, cuyo movimiento se perpettia sin cesar. Si definimos como “atractor” la “forma geométrica” hacia la cual el comportamiento de un sistema fisico se estabiliza (o es “atrafdo”) podemos representarnos el caso del péndulo real como una evo- lucién hacia un punto (en el cual el movimiento cesa 15. Ary L. Goldberger, David R. Rigney, Bruce J. West, Caos ¢ frattali in fisiologia umana, fdem, pags. 102-5. 302 Historia y teorfa después de haber recorrido una espiral en el “espacio de las fases”, es decir, en el plano cuyas coordenadas son la posicién y Ia velocidad del péndulo), mientras que el caso del péndulo ideal evoluciona hacia una érbita circular'®, La “regularidad” de los fendmenos celestes se debe a la posibilidad que tienen de ser asimilados al movimiento de un péndulo sin roces, lo cual permite, por ejemplo, que las posiciones futuras sean calculadas con precisién, una vez conocida la posicién en un de- terminado momento y las caracterfsticas de la 6rbita. Pero esta regularidad, que como es evidente es ante todo la propiedad de cierto tipo de sistemas fisicos a cayas ca- racteristicas dindmicas se les reconoce un valor para- digmatico para toda la naturaleza, se presenta sdlo en casos-limite del universo real, es decir, s6lo cuando no intervienen eventos causales que generen una disconti- nuidad en el proceso. Pero la mayor parte de los fené- menos pertenecientes al mundo fisico (especialmente los antes mencionados, que moldean tanto la dindmica y la forma de los montes como la de los cuerpos vivientes) no presentan este tipo de “regularidad”, a pesar de es- tar “regulados” y de ser “regulares” de otra manera: la manera como se desarrollan recuerda, mds bien, la distribucién de las cartas, mezcladas periédicamente por el heraldo, o la mezcla que soportan las particulas de una masa de harina por medio del reiterado doblamiento y estiramiento'’. En tal caso la dindmica del proceso pre- senta una difusi6n a través de un medio discontinuo. En estos casos se habla de una evolucién del sistema hacia un 16. James P. Crutchfield, J. Doyne Farmer, Norman H. Packard, Robert S. Shaw, Il caos., Idem, pag. 25. 17. Ibid., pigs. 27-28 LA NATURALEZA Y LOS S{MBOLOS 303 “atractor extrafio” o “cadtico”: el modelo del péndulo re- sulta inadecuado para expresar el desarrollo y la “regla” interna de estos fenémenos, en los cuales el conocimien- to del estado inicial no permite previsiones deterministas como lo son las astronémicas'*. Naturalmente nosotros, por razones de utilidad, podemos escoger como modelo del tiempo los fenéme- nos del péndulo (y ello parece oportuno por las simpli- ficaciones que permite en la formalizacién de los fenémenos y en la organizacién de la vida en una socie- dad industrializada), pero en cierto sentido lo que resulta resquebrajado es el cardcter absoluto de este modelo, colocado como fundamento de lo que Koyré llamaba el moderno “universo de la precisién”, contrapuesto al “mundo del aproximadamente”: la duracién real, la temporalidad como “ritmo” interno y como conexién en- tre los sucesivos eventos momenténeos de lo que existe resulta ser un evento complejo. La simplicidad de la dimensién temporal, junto con el modelo-metéfora del péndulo, base estructural de todos nuestros relojes, con la imagen de la linea recta, que relaciona en su continui- dad los sucesos sucesivos, y con la del circulo, que siem- pre ve regresar lo mismo, parece ser la proyeccién de tuna esperanza nuestra de regularidad y de un ideal de “forma estable y conclusa”. Se puede resumir lo dicho afirmando que, en la medida en que tienen forma, los eventos naturales, per- tenezcan o no al mundo viviente, expresan una tempo- ralidad muy diferente de la que generalmente se les atribuye y que ha resultado ser una “metéfora de la 18, Ibid., pags. 29-33. Thom, Stabilita Strurturale, op. cit. pag. 13, 304 Historia y teoria estabilidad”, una metéfora de la cual nuestros relojes son manufacturas realizadoras y objetivaciones técnicas. Como ya hemos notado, “forma” asume una doble acepcién: superficialmente, como imagen espacial, con formacién, estructura (véanse los términos alemanes Bild, Geblige, Gestalt); a un nivel mas profundo y radi- cal, como regla de génesis y desarrollo, “nimero” (“ritmo"- arithmis, erogacién temporal-Takt). La “forma” es, entonces, el orden de los eventos en cuanto intrinseca- mente constituidos por el tiempo, siempre que éste no sea una simple erogacién indiferente a las estructuras que en él se realizan. En lugar de la linea recta, cuyos puntos se suceden monétonamente a lo largo de la directriz, trazada, vale la imagen del “germen”, a partir del cual se agregan nuevos puntos, casualmente pero segtin un “ritmo” o “forma” caracterfsticos. Como se vera, este modelo corresponde a una estructura “tipica” semejante a la que se puede hacer como hipétesis para los eventos “hist6ricos”. La imposibilidad de comprender el problema de las formas de la naturaleza a partir de regularidades dadas como presupuestos es uno de los temas fundamentales de la Naturphilosophie de Schelling que, hay que reco- nocerlo, anticipa (jen los mismos afios en que Laplace formulaba su riguroso determinismo!) las actuales tem4- ticas relativas a la forma en funcién de la dinamica de crecimiento. Un texto particularmente interesante se encuentra, de nuevo, en la Weltseele (1789): La naturaleza, sin embargo, no abandona por completo la materia orgénica a las fuerzas muertas de la atrac- cidn sino que, en este esfuerzo y contraesfuerzo de la LA NATURALEZA ¥ LOS S[MBOLOS 305 materia inerte, en busca del equilibrio, y de la natura- leza vivificadora, que odia el equilibrio, la masa muer- tase ve obligada a cristalizarse (anschieflen) al menos en determinada forma y estructura (Form und Gestalt), por Jo cual, ante la facultad humana del juicio, parece ser el fin de la naturaleza, no pudiendo esta forma generarse sino en cuanto la naturaleza ha tenido sepa- rados el uno del otro los elementos opuestos por el ma- yor tiempo posible, obligéndolos, por asi decirlo, a no salir de sus manos sino bajo una forma determinada (aparentemente adecuada a sus fines). Con Io cual se explica la absoluta unién de necesidad y casualidad en toda organizacién. [...] Por lo visto la inseparabilidad de materia y forma (que expresa la esencia de la materia orgénica) se reve- la ya en ciertos productos de la naturaleza, puesto que muchos (si su formacién no es interferida) se cristali- zan, al parecer, en una forma propia. [...] Considerar todas las cristalizaciones (con Haiiy) como formaciones secundarias que nacen de la acumulacién diferenciada de formas (Gestalten) primitivas invariables es, admi- tiendo que semejante origen se pueda construir mate- miticamente, sdlo un juego ingenioso, puesto que no se puede demostrar, a propo: de ninguna conforma- cién, por sencilla que sea, que ella misma no es, a su vez, secundaria."? Subrayemos algunos rasgos fundamentales del razo- namiento de Schelling: 1. La concepci6n kantiana de la 19. Friedrich Wilhelm Joseph Schelling, Schellings Werke, 306 Historia y teoria subjetividad de la finalidad natural como pura analogfa en vista de nuestra facultad del juicio es convertida por Schelling en sentido objetivo: aquello que parece un fin de la naturaleza es el resultado de un alejamiento forzado del equilibrio; ésta es la condicién para que se genere la forma. 2. FE] alejamiento del equilibrio corres- ponde a la irrupcién de un elemento casual que se une ala necesidad y a la vez la perturba. En este sentido for- ma equivale a unidad de necesidad y casualidad. 3. La irrupcién de la casualidad corresponde a una inte- rrupcién del desarrollo lineal del proceso (Auseinander- balten de los elementos que de lo contrario fluirian siguiendo un recorrido predeterminado hasta una conclusién previsible). 4. No sélo los seres orgénicos sino toda entidad dotada de forma propia esta sujeta a este tipo de génesis que implica aleatoriedad. Ello porque de lo contrario la génesis de la forma no llegaria aser comprensible: si el germen del cual se desarro- Ila la forma (la imagen escogida, segtin los ejemplos del gran cristalégrafo Haiiy, es la del microcristal sobre cuya superficie se depositan estratos sucesivos que extienden progresivamente la forma preexistente) ya estuviera formado se daria un regreso al infinito que ha- rfa impensable la génesis misma. Pensar la forma como surgida de un proceso y no como entidad dada en abs- tracto y en absoluto, implica entonces, concebir la forma misma como génesis, como “forma formadora” y no como “forma formada” (para usar la conocida distincién de Stuttgart-Augsburg, 1856-1861 (de ahora en adelante SI), I, pags. 514-5 y 523-

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