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[A]rte y política no son dos realidades permanentes y separadas de las que se trataría de

preguntarse si deben ser puestas en relación. Son dos formas de división de lo sensible
dependientes, tanto una como otra, de un régimen específico de identificación

El concepto de subjetivación ha sido desarrollado por Jacques Rancière en el marco de su


pensamiento sobre la política vista como actividad "que tiene por principio la igualdad" y que
entiendela emancipación como el proceso por el que se ganan nuevos espacios de sujeto,
consistentes en una reasignación de la relación pre-política (policial, dice Rancière) entre lugar
y cuerpo. En consonancia con ello postula que la subjetivación consiste en la producción de
una capacidad de enunciación no identificable con anterioridad en un campo de experiencia
dado. Según lo ha subrayado Marie De Gandt (2004: 88), Rancière constituye el sujeto político
sobre un modelo implícito, no otro que el de la enunciación literaria.

Arte y política se sostienen recíprocamente como formas de disenso, operaciones de


reconfiguración de la experiencia común de lo sensible. Hay una estética de la política en el
sentido en que los actos de subjetivación política redefinen lo que es visible, lo que se puede
decir de ello y qué sujetos son capaces de hacerlo. Hay una política de la estética en el sentido
en que las formas nuevas de circulación de la palabra, de exposición de lo visible y de
producción de los afectos determinan capacidades nuevas, en ruptura con la antigua
configuración de lo posible.

Para Lefort el lugar del poder en las democracias modernas, como la que estaba construyendo
en España, se da a partir de dos límites. Por un lado, esta representación no se instituye como
una mediación entre el orden del mundo y la trascendencia, algo propio de la matriz teológico-
política que le confiere al poder una referencia exterior –el orden divino, en el caso de la
monarquía- sino que se dirige al interior de la comunidad. Por otra parte, ese deslizamiento
hacia el cuerpo de la sociedad no implica tampoco una reducción del poder a la pura
inmanencia de lo social. Lo que Lefort denomina invención democrática surge de la
incertidumbre de este doble movimiento.

La dimensión del fundamento –algo que en las elucubraciones franquistas, podríamos


equiparar al término

identifica en la invención democrática la institución de una dinámica que habilita de


derecho la crítica y la interrogación permanente de los fundamentos de la ley y la
legitimidad (Poltier 1998, 195 y subs).

Lo esencial, a mi modo de ver, [sostiene Lefort] es que la democracia se instituye y se


mantiene por la disolución de los referentes de la certeza. Inaugura una historia en la que los
hombres experimentan una indeterminación última respecto al fundamento del poder, de la
ley y del saber, y respecto al fundamento de la relación del uno con el otro en todos los
registros de la vida social (Lefort 2004e, 50).

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