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Podríamos definir el capítulo X de Ramón Lucas en cuatro palabras: Lucha contra el reduccionismo.

Efectivamente, a lo largo de la historia han existido diversas respuestas a la pregunta sobre qué o
quién es el hombre y cuál es su fin o sentido en esta vida. Es una pregunta filosófica por excelencia
que cada generación e individuo se hace y se ha hecho. No obstante lo anterior, entre las múltiples
respuestas, ha calado una en particular: el materialismo.

El materialismo, supuestamente sustentado en las ciencias, ha impregnado la visión del hombre


contemporáneo cuyo recorrido a lo largo de la historia de la filosofía lo señala bien Lucas. Sin
embargo, el materialismo es en el fondo un reduccionismo que niega cualquier realidad no empírica
sostenido bajo varios prejuicios dogmáticos que a su vez salen del ámbito científico ya que la ciencia
misma parte de presupuestos filosóficos indemostrables por medio del método científico
convirtiendo la ciencia en ideología que justifica la reducción de la visión e interpretación tanto de
la realidad natural como de la realidad humana, del ser humano mismo.

El hombre (y también la misma naturaleza) es más que la mera suma de las partes y los componentes
físico-químicos que lo componen. Es un ente abierto al ser, a lo ilimitado, aunque condicionado por
su materialidad y es dicha apertura a lo ilimitado, al Absoluto, donde se fundamenta la experiencia
religiosa. La trascendencia no puede ser entendida por tanto en una mera superación personal de
corte egocéntrica, ni en la mera apertura filantrópica a la “raza humana”, sino que es en ultima
instancia la apertura a Aquél que es el sostén último de todas las cosas. De esta forma solo se puede
trascender realmente en la medida que uno se abre al Otro y a los otros. Es este Otro en quien se
fundamenta la verdad y fin de cada individuo y la realidad de todas las cosas.

La única manera de poder comprender qué es el hombre es, pues, aceptando junto con la realidad
material e histórica de la que se conforma, la realidad espiritual y trascendente. El hombre es una
unión indisoluble de estos dos coprincipios “siempre hay una animalidad en su espiritualidad y una
espiritualidad en su animalidad” en palabras del autor.

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