Está en la página 1de 35

ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 3

SUE-ELLEN WELFONDER

El demonio de Escocia
Highlands I
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 4

Título: El demonio de Escocia


Título original: Devil in a Kilt
Esta edición ha sido publicada de acuerdo con Warner Books, Inc.
Nueva York, EE.UU. Todos los derechos reservados.
© 2001, Sue-Ellen Welfonder
© De la traducción: Nora Watson
© Santillana Ediciones Generales, S.L.
© De esta edición: septiembre 2008, Punto de Lectura, S.L.
Torrelaguna, 60. 28043 Madrid (España) www.puntodelectura.com

ISBN: 978-84-663-2150-1
Depósito legal: B-36.860-2008
Impreso en España – Printed in Spain

Diseño de cubierta: Raquel Cané


Ilustración de cubierta: © José del Nido

Impreso por Litografía Rosés, S.A.

Todos los derechos reservados. Esta publicación


no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,
ni registrada en o transmitida por, un sistema de
recuperación de información, en ninguna forma
ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico,
electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia,
o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito
de la editorial.
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 5

SUE-ELLEN WELFONDER

El demonio de Escocia
Traducción de Nora Watson
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 6
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 7

Con amor y gratitud dedico este libro


a mi marido Manfred,
mi auténtico héroe en la vida real.

Apuesto y noble como cualquier caballero de ficción


con su armadura brillante, todos los días aniquila a mis
dragones y hace realidad mis sueños.
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 8
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 9

Agradecimientos

La inspiración para este libro me llegó durante mi


visita al Castillo Eilean Donan en las Highlands escoce-
sas, así que deseo expresar mi sincera gratitud a Patricia
Suchy, fundadora de Novel Explorations, por haberme
llevado allí y también por mostrarme los Clava Cairns.
Un agradecimiento muy especial para Kathryn Falk,
lady Barrow, de Romantic Times Magazine y lady Barrow
Tours, por presentarme a su amiga Mary MacRae, cuya
familia es la heredera del Castillo Eilean Donan. El pa-
dre de Mary fue el capitán Duncan MacRae, el menor de
los propietarios de Eilean Donan. Teniendo en cuenta la
vivencia tan intensa que tuve del héroe de este libro el
día que visité el castillo y el comentario de Mary acerca de
lo mucho que su padre, poseedor de un maravilloso sen-
tido del humor, habría disfrutado si yo le hubiese puesto
su nombre a mi héroe, bueno, no puedo evitar pregun-
tarme si…
Vaya mi profunda gratitud hacia Pattie Steele-Perkins,
mi fantástica agente literaria, por la confianza que deposi-
tó en mí, por su apoyo y por haber tenido suficiente fe en
Duncan como para enviarlo contra los «malos». Quiero tam-
bién agradecer con todo mi corazón a Maggie Crawford,

9
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 10

mi primera editora, por esta oportunidad que me ha brin-


dado, por su pericia y por aquella noche tan especial que
compartimos en Vidalia’s. El tiempo que pasamos juntas
fue muy breve, pero mi gratitud durará eternamente.

10
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 11

Castillo Dundonnell, Highlands Occidentales


Escocia, 1325

—Se dice que es un hombre despiadado, hijo del


mismísimo demonio. —Elspeth Beaton, ama de llaves
del castillo de los MacDonnell, cruzó los brazos sobre su
abultada figura y fulminó con la mirada a Magnus Mac-
Donnell, su señor—. ¡No podéis entregar a esa jovencita
a un hombre considerado responsable de asesinar a san-
gre fría a su primera esposa!
Magnus bebió otro sorbo de cerveza, sin percatarse
de que la mayor parte de aquel brebaje espumoso caía
sobre su barba enmarañada. Golpeó con su jarra la su-
perficie de la mesa y miró con furia a su autoproclamada
ama de llaves.
—Me importa un cuerno que Duncan MacKenzie
sea el demonio en persona o que el degenerado haya ma-
tado a diez esposas. Ha hecho una oferta por Linnet y no
puedo rechazarla.
—¿Estáis dispuesto a entregar a vuestra hija a un
hombre sin alma ni corazón? —La voz de Elspeth fue

11
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 12

subiendo de tono con cada palabra—. Pues yo no lo per-


mitiré.
Magnus soltó una risotada.
—¿Que no lo permitirás? ¡Te estás propasando, mu-
jer! Si no cuidas tus palabras te obligaré a acompañarla.
En la parte superior del salón principal, bien oculta,
Linnet MacDonnell observaba por un resquicio situado
en el grueso muro de Dundonnell la discusión sobre su
destino entre su padre y su amada nodriza.
Un destino al parecer ya decidido y sellado.
Hasta ese momento no había creído realmente que
su padre sería capaz de entregarla, y, mucho menos, a Mac-
Kenzie. Los matrimonios de sus seis hermanas mayores
no habían sido especialmente ventajosos, pero al menos
su padre no había concedido ninguna al enemigo. Aguzó
el oído y trató de seguir escuchando.
—Se rumorea que MacKenzie es un hombre tre-
mendamente pasional —dijo Elspeth—. Linnet apenas
sabe nada sobre las necesidades primordiales de un hom-
bre. Sus hermanas aprendieron mucho de su madre, pero
Linnet es diferente. Nunca se relacionó demasiado con
sus hermanos varones, para poder enterarse así de sus…
—¡Por supuesto que es diferente! —replicó Magnus
furioso—. Todo ha sido un desastre desde el día en que
mi pobre Innes murió al traerla al mundo.
—Esa muchacha tiene muchas habilidades —lo con-
tradijo Elspeth—. Quizás no posea la gracia y belleza de
sus hermanas y su madre, Dios la tenga en su Gloria, pe-
ro será una buena esposa. Estoy segura de que podríais
concertar un matrimonio más satisfactorio sin poner en
serio peligro su felicidad.

12
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 13

—Su felicidad no significa nada para mí. ¡La alian-


za con MacKenzie está sellada! —vociferó Magnus—.
Aunque yo quisiera ofrecerle un futuro mejor, ¿qué hom-
bre querría por esposa a una mujer capaz de arrojar cu-
chillos mejor que él? Y prefiero no hablar del resto de
sus inútiles cualidades.
Magnus bebió otro gran sorbo de cerveza y luego se
secó la boca con la manga.
—¡Lo que un hombre quiere es una esposa interesa-
da principalmente en cuidar sus huesos doloridos antes
que un jardín de hierbas inútiles!
Un resoplido brotó de los labios de la escandalizada
Elspeth, que se puso de pie.
—Si continuáis con esa descabellada idea no ten-
dréis que molestaros en echarme de este dudosamente
confortable castillo. Yo misma me marcharé encantada.
Linnet no acudirá sola a la guarida del Venado Negro.
Linnet sintió que su corazón se aceleraba y se le po-
nía la piel de gallina al oír que su futuro marido era apoda-
do el Venado Negro. Aquel animal no existía. Aunque
con frecuencia en escudos y estandartes aparecían repre-
sentados animales fantásticos y algunos jefes escoceses
adoptaban el nombre de león o de alguna otra noble bes-
tia, aquel título sonaba amenazador.
Un presagio poco prometedor.
Pero a Linnet le quedaba poco tiempo para refle-
xionar. Se frotó los brazos, hizo a un lado su creciente
desasosiego y se concentró en la conversación que trans-
curría allí abajo.
—Me alegrará mucho tu partida —estaba diciendo
su padre—. Pero no creas que voy a echar de menos tus
continuas protestas.

13
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 14

—¿Realmente no reconsideraréis vuestra decisión,


milord? —dijo Elspeth, cambiando de táctica—. Si pres-
cindís de Linnet, ¿quién se ocupará del jardín o de vues-
tros achaques? Y no olvidéis que el don que ella posee ha
ayudado en muchas ocasiones al clan.
—¡Que un rayo destruya su jardín y la peste se lleve
su don! —bramó Magnus—. Mis hijos son fuertes y sa-
nos. No necesitamos a esa muchacha ni sus hierbas. Me-
jor que se ocupe de cuidar a MacKenzie. Es un trato justo
puesto que él sólo la quiere por su clarividencia. ¿Aca-
so crees que la ha pedido por su belleza? ¿O porque los
bardos han cantado sus encantos femeninos?
La carcajada del señor de las tierras de los MacDon-
nell inundó el salón. Su estruendo fuerte y malévolo rebo-
tó en las paredes. La crueldad de sus palabras con aquel
tono burlesco hizo que Linnet se sintiera humillada. Se-
guro que todos los que se encontraban dentro del castillo
habían escuchado las calumnias proferidas por su padre.
—No, él no busca una esposa bonita —dijo él a gri-
tos, a punto de tener otro ataque de risa—. Al poderoso
MacKenzie de Kintail no le interesa la apariencia de Lin-
net o si ella es capaz o no de complacerlo en la cama. Lo
único que quiere saber es si su hijo es suyo realmente o del
bastardo de su hermanastro, y está dispuesto a pagar un
buen precio para averiguarlo.
Elspeth no daba crédito a lo que oía.
—Sabéis bien que ella no puede controlar volunta-
riamente ese talento que posee. ¿Qué sucederá si no con-
sigue obtener la respuesta?
—¿Acaso crees que me importa? —dijo el padre
de Linnet, poniéndose en pie de un salto y dando un

14
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 15

puñetazo en la mesa—. ¡No sabes cuánto me alegra poder


librarme de ella! Lo único que me importa son los dos
parientes MacDonnell y el ganado que él me dará a cam-
bio de mi hija. MacKenzie ha tenido prisioneros durante
seis meses a miembros de nuestro clan. ¡Y el único delito
que cometieron fue entrar una vez en sus tierras!
El pecho de Magnus MacDonnell se agitó con in-
dignación.
—Eres una estúpida si no te das cuenta de que sus
espadas y su fuerza me son de más utilidad que la mu-
chacha. Y el ganado de MacKenzie es el mejor de las High-
lands. —Hizo una pausa para burlarse de Elspeth—.
¿Por qué crees que siempre se lo estamos robando?
—Os aseguro que algún día lo lamentaréis.
—¿Lamentarlo? ¡Bah! —Magnus se inclinó sobre la
mesa echando hacia delante su cara barbuda—. Espero
que el muchachito sea hijo de su hermanastro. Imagínate
lo complacido que se sentirá si Linnet le da un hijo. Qui-
zá lo suficiente como para recompensar a su suegro con
un trozo de tierra.
—Los santos os castigarán, Magnus.
Magnus MacDonnell se echó a reír.
—¿Crees acaso que me importa que me persiga to-
da una hueste de Santos? Este matrimonio me convertirá
en un hombre rico. ¡Contrataré a un ejército para enviar
a esos santos llorones al lugar de donde proceden!
—Quizá este arreglo será ventajoso para Linnet —di-
jo Elspeth con voz tranquila—. Si MacKenzie es el ex-
traordinario guerrero al que los bardos ensalzan, dudo
mucho que, cada vez que se sienta a su mesa, beba la cer-
veza suficiente como para hacerle perder la consciencia.

15
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 16

Elspeth miró a Magnus con frialdad.


—¿Nunca habéis oído a los bardos alabar su gran
valor cuando sirvió a nuestro buen rey Robert Bruce en
Bannockburn? Se dice que el mismísimo Bruce conside-
ra a este hombre su paladín.
—¡Fuera de aquí! ¡Sal inmediatamente de mi salón!
—La cara de Magnus MacDonnell se puso tan colora-
da como su barba—. Linnet partirá hacia Kintail cuan-
do Ranald haya ensillado los caballos. ¡Si quieres ver el
próximo amanecer, toma tus pertenencias y márchate
con ella!
Desde su escondite, Linnet vio cómo su querida
Elspeth miraba furiosa a Magnus antes de salir airada-
mente del salón. Cuando su vieja nodriza desapareció de
su vista, Linnet apoyó su espalda contra la pared y suspiró.
En su mente resonaba todavía todo lo que acababa
de oír. Los insultos de su padre, los intentos de Elspeth
por defenderla y, luego, su inesperado elogio de Duncan
MacKenzie. Por muchos actos heroicos que hubiera exhi-
bido en el campo de batalla, él seguía siendo el enemigo.
Pero lo que realmente la había perturbado había sido
su extraña reacción cuando oyó a Elspeth definir a Mac-
Kenzie como un hombre de fuertes pasiones. Incluso aho-
ra, al recordarlo, sentía cómo un calor intenso subía a sus
mejillas. Le daba vergüenza reconocerlo, incluso a sí mis-
ma, pero realmente anhelaba descubrir qué era la pasión.
Linnet sospechaba que el cosquilleo experimenta-
do ante la idea de casarse con un hombre apasionado
tenía mucho que ver en ese asunto. Y posiblemente tu-
viera también mucha relación con la forma en que su co-
razón se había acelerado al oír las palabras de Elspeth.

16
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 17

El calor de sus mejillas se hizo más intenso… exten-


diéndose al resto de su cuerpo, pero intentó no prestar
atención a aquellas sensaciones inquietantes. No quería
que un MacKenzie la excitara de aquella manera. El sim-
ple hecho de imaginar las burlas de su padre si supiera
que ella abrigaba fantasías de que un hombre la deseara,
logró disipar los últimos vestigios de esos pensamientos
inoportunos.
La invadió una mezcla de resignación y de furia. Si al
menos fuera tan hermosa como sus hermanas… Levantó
una mano y deslizó la yema de los dedos sobre la curva de
su mejilla. Aunque fría al tacto, su piel era tersa y perfecta.
Pero mientras sus hermanas habían sido agraciadas con
una pálida tez blanquecina, su cara estaba llena de pecas.
Además, a diferencia del cabello suave y sedoso de
sus hermanas, el suyo era indómito y rebelde, incapaz
de mantenerse en su sitio ni siquiera cuando se hacía
unas trenzas. Pero le gustaba su color: con un tono un po-
co más vivo que el rubio rojizo de sus hermanas, poseía
un matiz cobrizo, casi bronceado. Jamie, su hermano fa-
vorito, aseguraba que aquel cabello era capaz de cauti-
var incluso a un hombre ciego.
Una leve sonrisa se dibujó en sus labios. Sí, le en-
cantaba su pelo. Y quería mucho a Jamie. En realidad
quería mucho a sus ocho hermanos, y en aquel momento
les oía moverse en el salón inferior. Mezclados con los
ronquidos de borracho de su padre, Linnet escuchaba
también los sonidos de sus hermanos preparándose para
partir enseguida.
Se trataba de su propia partida del Castillo Dun-
donnell. Tenía que dejar el húmedo y oscuro salón de su

17
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 18

padre, tan aficionado a la cerveza, jefe de un clan de me-


nor importancia y casi sin tierras, pero el único hogar
que hasta entonces había conocido.
Y ahora debía abandonar todo aquello por un futu-
ro incierto mientras que el lugar que le correspondía en
Dundonnell le había sido arrebatado por la codicia de su
padre. Las lágrimas anegaron los ojos de Linnet, pero
ella parpadeó para evitarlas. No quería que su padre las
viera si se dignaba dirigirle una mirada cuando se alejara
del salón.
Linnet levantó los hombros, tomó la bolsa de cuero
con sus hierbas, su más preciado tesoro, salió de su es-
condite bajando las escaleras lo más rápido que pudo.
Luego atravesó el gran salón a toda prisa sin detenerse
a mirar a su adormecido padre.
Durante un instante fugaz había estado a punto de
vacilar, cediendo a la absurda idea de que debería desper-
tarlo para despedirse. Pero ese impulso se desvaneció
con la misma rapidez con que había aparecido.
¿Para qué molestarse en hacerlo? Seguro que él la
regañaría por haber interrumpido su sueño. ¿Acaso no
se alegraba de haberse librado de ella? Peor aún, la ha-
bía vendido al señor del clan MacKenzie, enemigos acé-
rrimos de los MacDonnell desde mucho antes de que
ella naciera.
Y aquel hombre, favorito del rey, dotado de un tem-
peramento fuertemente apasionado, sólo la quería para
aprovecharse de su talento y porque le habían asegura-
do que no era hermosa. Ninguna de las dos perspectivas
era demasiado alentadora ni prometía un matrimonio
duradero.

18
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 19

Linnet aspiró por última vez el aire cargado de hu-


mo de Dundonnell. Se detuvo un instante frente a la im-
ponente puerta de roble que conducía al patio interior
del castillo. Quizás en su nuevo hogar no estaría obligada
a llenarse los pulmones de aire viciado en el que flotaba
un intenso olor a cerveza.
—¡Por San Columba! —murmuró, utilizando la ex-
presión preferida de Jamie mientras se secaba una lágri-
ma rebelde que resbalaba por su mejilla.
Antes de que sucediera nada más, Linnet abrió de gol-
pe la puerta de hierro y salió al exterior. La hora del ama-
necer estaba ya lejana, pero una bruma fría y de color
gris-azulado flotaba todavía sobre el pequeño patio de Dun-
donnell… igual que la mortaja que envolvía su corazón.
Sus ocho hermanos se encontraban de pie junto a sus
caballos, y todos parecían tan desdichados como ella. Els-
peth, sin embargo, tenía un aspecto extrañamente tran-
quilo y estaba ya montada en su pony. Otros integrantes
del clan y su familia, junto con algunos de los criados de
su padre, se apiñaban cerca de los portones abiertos del
castillo. Al igual que sus hermanos, todos tenían una ex-
presión sombría y permanecían en silencio, pero el brillo
de sus ojos era extraordinariamente revelador.
Linnet mantuvo la cabeza alta mientras caminaba
hacia ellos, pero bajo los pliegues de su manto de lana
sintió que le temblaban las rodillas. Al verla acercarse, el
cocinero dio un paso adelante. Llevaba algo cubierto por
una tela oscura que sujetaba con firmeza en sus manos
enrojecidas por el trabajo.
—Esto es de parte de todos nosotros —dijo con voz
ronca al depositar aquel montón de lana de olor extraño

19
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 20

en las manos de Linnet—. Ha estado encerrado en un ar-


mario de la habitación de vuestro padre durante todos
estos años, pero él nunca sabrá que nosotros se lo hemos
quitado.
Con dedos temblorosos, Linnet desenvolvió el ari-
said y dejó que el hombre le colocara aquella suave pren-
da sobre los hombros. Mientras él le ajustaba con mucho
cuidado el cinturón alrededor del talle, dijo:
—Mi esposa lo hizo para lady Innes, vuestra madre.
A ella le quedaba muy bien y también os quedará muy
bien a vos. Es una prenda muy bonita, aunque esté un
poco gastada.
A Linnet se le hizo un nudo en la garganta por la
emoción cuando deslizó sus manos sobre los pliegues del
arisaid. Los agujeros a causa de la polilla y los bordes un
poco deshilachados no le quitaban valor a aquella her-
mosa capa escocesa de lana. Para Linnet, era preciosa…
un tesoro que apreciaría para siempre.
Con los ojos brillantes por las lágrimas, Linnet se
arrojó en los fuertes brazos del cocinero y lo abrazó con
fuerza.
—Gracias —exclamó contra la tela áspera de la ca-
pa—. ¡Os lo agradezco a todos! Sois unos santos, y os
echaré mucho de menos.
—Entonces no nos digáis adiós, muchachita —dijo
él alejándose un poco—. No os preocupéis, volveremos
a veros.
Todos sus parientes y amigos se adelantaron para
darle uno a uno un emotivo abrazo. Ninguno pronunció
una palabra y Linnet agradeció su silencio. De lo contra-
rio habría perdido el escaso control que tenía sobre sus

20
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 21

emociones. Entonces oyó una voz, la del herrero, justo en


el momento en que su hermano mayor Ranald la ayuda-
ba a subir a su montura.
—Querida muchacha, yo también tengo algo para
vos —dijo Ian abriéndose camino entre la multitud.
El herrero extrajo su propio puñal bien afilado de la
funda y se lo entregó a Linnet.
—Esto os protegerá mejor que esa arma que lleváis
—dijo e inclinó la cabeza con satisfacción al ver que Lin-
net sacaba su cuchillo y se lo cambiaba por el suyo.
También los ojos de Ian brillaron de una forma po-
co habitual.
—Espero que nunca tengáis motivos para usarlo
—dijo y se alejó del pony que ella montaba.
—Más vale que MacKenzie rece sus últimas oracio-
nes si sucede eso —juró Ranald entregándole las riendas
a Linnet—. Nos vamos —les gritó al resto de los presen-
tes y luego montó su propia cabalgadura.
Antes de que Linnet pudiera recuperar el aliento
o agradecer al herrero su regalo, Ranald golpeó con la
mano la grupa del caballo y el animal atravesó con rapi-
dez los portones abiertos. El Castillo Dundonnell desa-
parecía para siempre de su vista.
Linnet reprimió un sollozo y dirigió la vista hacia
delante. Se negó a… no podía… mirar hacia atrás.
En otras circunstancias habría estado contenta de
marcharse. Incluso se habría sentido agradecida. Pero te-
nía la sensación de que simplemente estaba cambiando
un infierno por otro. Y, ¡cielo santo!, no sabía cuál prefería.

21
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 22

Después de muchas horas e incontables leguas, Ra-


nald MacDonnell hizo señas al pequeño grupo que los
seguía para que se detuviera. El pony de Linnet resolló
a modo de protesta moviéndose nerviosamente cuan-
do ella tiró de las riendas. Ella compartía ese nerviosis-
mo. Acababan de llegar a su destino.
Tras lo que les pareció un recorrido interminable
a través del territorio MacKenzie, habían llegado al punto
en el que Ranald aseguró que el futuro esposo de Linnet
se reuniría con ellos.
De repente la invadió una inexplicable oleada de ti-
midez. Colocó el velo de lino que le cubría el cabello y se
arregló el arisaid de su madre alrededor de los hombros.
Si no hubiera enrollado sus largas trenzas sobre sus ore-
jas, ocultándolas… Puede que su prometido la conside-
rara una mujer sin atractivo, pero ella sabía que tenía una
cabellera hermosa.
Sus hermanos siempre le habían asegurado que el
color de su pelo reflejaba los rojos y dorados de la llama
más brillante.
Debería haberse dejado el pelo suelto. Ya estaba su-
ficientemente cohibida ante la perspectiva de conocer
a su futuro esposo, enemigo o no, y encima ataviada con
aquellos andrajos. Al menos el bonito arisaid de su madre
le otorgaba cierta elegancia. Aun así, debería haber teni-
do un aspecto un poco más digno dejando entrever sus
mejores cualidades en lugar de ocultarlas.
Pero no tenía sentido lamentarse. El suelo del bosque
ya se estremecía bajo las herraduras de los veloces corceles.
—Cuidich’ N’ Righ! —El grito de batalla de los Mac-
Kenzie surcó el aire—. ¡Dios salve al rey!

22
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 23

El caballo de Linnet sacudió la cabeza y, asustado,


comenzó a retroceder. Mientras ella luchaba por tran-
quilizarlo, aparecieron a lo lejos los caballeros-guerre-
ros que enfilaron directamente hacia el grupo formando
dos columnas, pasando al galope junto a Linnet y su pe-
queña escolta. Un círculo de MacKenzies fuertemente
armados y cubiertos con cotas de malla les rodearon.
—No te preocupes, muchacha —le gritó Ranald por
encima del hombro—. No permitiremos que te pase na-
da malo. —Giró en la montura dando instrucciones a sus
hermanos, pero los gritos de los MacKenzie ocultaron
sus palabras.
—Cuidich’ N’ Righ!
Con fuertes alaridos corearon el lema de los Mac-
Kenzie. Aquellas palabras llenas de orgullo se alzaban
sobre los cuernos de los venados de los estandartes que
portaban los abanderados a caballo. A diferencia de los
guerreros, que se habían adelantado, aquellos jóvenes
mantenían frenadas sus cabalgaduras a cierta distancia.
Los cuatro en cada lado, con los pendones en alto, cons-
tituían un espectáculo extraordinario.
Pero ninguno de ellos era tan imponente como el
oscuro caballero que con tanta seguridad y arrogancia
rompió filas.
Ataviado con una cota de malla negra, con una enor-
me espada a un costado y dos dagas metidas bajo el fino
cuero de su cinturón, montaba un enorme corcel de ba-
talla tan negro como su armadura.
Linnet tragó saliva. Aquel gigante amenazador sólo
podía ser Duncan MacKenzie, el MacKenzie de Kintail,
su prometido.

23
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 24

No necesitaba ver el plaid verde y azul sujeto sobre


su cota para conocer su identidad.
Tampoco importaba que el casco ensombreciera su
rostro hasta casi ocultarlo. Linnet sintió su arrogancia
cuando comenzó a mirarla de forma escrutadora desde la
cabeza hasta los toscos zapatos que cubrían sus pies.
Sí, Linnet supo que era él.
También se dio cuenta de que a aquel feroz guerrero
no le gustaba lo que veía.
Peor aún… parecía indignado. La furia estalló bajo
aquella armadura mientras su mirada seguía recorrién-
dola con desaprobación. Ella no necesitaba echar mano
de su talento especial para adivinar el color de sus ojos.
Un hombre como aquél sólo podía tener ojos tan negros
como su alma.
La intuición de Linnet había sido acertada. Él la ha-
bía mirado en profundidad… y no le había gustado lo que
había visto.
Dulcísima Virgen, si hubiese seguido los consejos
de Elspeth y le hubiera permitido a la anciana vestirla
y perfumarle el pelo. Le habría resultado mucho más fá-
cil resistir con cierta confianza la mirada atrevida de
aquel hombre si sus trenzas no hubiesen estado ocultas
por un velo.
Cuando él se dirigió directamente hacia ella, Linnet
luchó contra el impulso de huir. Aunque no tenía ninguna
posibilidad de abrirse paso entre el círculo cerrado que
formaban los hombres de MacKenzie con sus caras de
piedra. Tampoco podía pasar entre sus hermanos: a me-
dida que el caballero negro se aproximaba, ellos habían
rodeado a Linnet con sus caballos. Con expresión sombría

24
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 25

y las manos cerca de la empuñadura de sus espadas, per-


mitían con cautela el avance de su prometido.
No. Huir no era una buena opción.
Pero el orgullo sí lo era. Confiaba en que él no se
percatara de la forma desenfrenada en que le latía el co-
razón dentro del pecho. Se sentó más erguida en la mon-
tura y se obligó a mirar con la misma intensidad a aque-
llos ojos que la observaban por debajo de su casco.
Estaría bien dejarle ver que la situación tampoco
era agradable para ella. Y decididamente lo mejor era
demostrarle que no estaba dispuesta a acobardarse fren-
te a él.
Duncan enarcó una ceja al ver a su prometida de es-
paldas. Se había puesto furioso al ver el manto raído y sus
zapatos gastados. ¡Incluso el espléndido arisaid que lleva-
ba puesto tenía agujeros! En las Highlands, todos sabían
que su padre era un borracho, pero él jamás se había ima-
ginado que aquel patán avergonzaría a su hija enviándola
a conocer a su nuevo amo y esposo vestida como si fuese
la más pobre de las mujeres.
Duncan se inclinó hacia delante en la montura y la
observó. Se alegraba de que el borde de su casco oculta-
ra parcialmente su rostro y de que ella no pudiera verle
bien. Sin duda la muchacha pensaba que ella no era de
su agrado, pero no podía adivinar que su furia iba dirigi-
da hacia la clara negligencia de su padre.
El mentón levantado de Linnet y su mirada desa-
fiante le gustaron. Aquella muchacha era cualquier cosa
menos sumisa. La mayoría de las mujeres de alcurnia ba-
jarían la cabeza en actitud avergonzada, mortificadas si
alguien las viera vestidas con harapos. Ésta, sin embargo,

25
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 26

había soportado su atenta observación con una gran


muestra de coraje.
Lentamente, la expresión de Duncan se fue suavi-
zando y, para su sorpresa, las comisuras de su boca se ele-
varon esbozando una extraña sonrisa. Pero la reprimió
apretando con fuerza sus labios. No había elegido a aque-
lla muchacha como esposa con objeto de conseguir sus
favores.
Lo único que quería era poner fin a sus dudas con
respecto a Robbie, cuidar del muchachito o alejarlo de su
vista si sus sospechas llegaban a ser fundadas. El carácter
de aquella mujer no le importaba más allá de su capacidad
para ser la nueva madre de Robbie. Pero le agradó com-
probar que tenía acero en la sangre.
Lo necesitaría para ser su mujer.
Sin prestar atención a las miradas de la escolta de
Linnet, Duncan espoleó a su caballo hacia delante y lo de-
tuvo tirando de las riendas a escasos centímetros de ella.
Linnet irguió los hombros cuando lo vio aproximar-
se, negándose a demostrar la impresión que le causaba
aquel magnífico caballo de combate. Nunca había visto
un animal como aquél. Y parecía todavía más imponente
al lado de su pony montañés.
Confiaba en haber podido ocultar también la inquie-
tud y el temor que le producía aquel hombre.
—¿Podríais seguir cabalgando un poco más? —la voz
grave del caballero sombrío surgió de su casco de acero.
—¿No deberíais besarle la mano y preguntarle si es-
tá cansada o no antes de pedirle que siga cabalgando?
—le preguntó con tono desafiante Jamie, el hermano fa-
vorito de Linnet. El resto de sus hermanos secundaron la

26
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 27

actitud de Jamie, pero la valentía de Linnet se tambaleó


cuando, en lugar de contestar a Jamie, su prometido los
fulminó a todos con la mirada.
¿Acaso no era digna de respeto para ofrecerle un re-
cibimiento apropiado? ¿La despreciaba tanto que había
olvidado las reglas de la caballería?
A pesar de todo, mantuvo los hombros erguidos y el
mentón levantado, furiosa ante semejante falta de cortesía.
—Soy Linnet de Dundonnell —dijo ella levantando
un poco más la cabeza—. ¿Quién sois vos, milord?
—Éste no es momento para cortesías. Desearía que
nos apresuráramos y continuáramos nuestro camino si
no os encontráis demasiado cansada.
Linnet estaba en realidad muerta de cansancio, pero
habría preferido morir antes que reconocer semejante
debilidad.
Observó su pony. Tenía el pelaje empapado de sudor
y la forma en que respiraba dejaba traslucir el esfuerzo
que había hecho el animal en aquel largo trayecto.
—Yo no estoy cansada, sir Duncan, pero mi cabal-
gadura no está en condiciones de continuar. ¿No podría-
mos acampar aquí y proseguir el viaje por la mañana?
—¡Marmaduke! —rugió MacKenzie en lugar de res-
ponderle—. ¡Ven aquí enseguida!
Toda la entereza que había mostrado desapareció
cuando vio aparecer a aquel que había sido llamado. El
caballero con aquel nombre aparentemente inofensivo
era el hombre más feo y formidable que ella había cono-
cido jamás. Marmaduke usaba el plaid MacKenzie sobre
su armadura y, al igual que los demás, lo único que le cu-
bría la cabeza era un gorro de cota de malla. Pero, en su

27
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 28

caso, Linnet habría preferido que usara un casco como el


de su prometido.
Su rostro desfigurado tenía una expresión tan aterra-
dora que los dedos de los pies de Linnet se crisparon den-
tro de sus zapatos. Una horrible cicatriz le cruzaba la cara,
desde la sien izquierda hasta la comisura derecha de la boca
y confería a sus labios una mueca de permanente desprecio.
Y lo que era peor, donde debería haber estado su ojo iz-
quierdo había un aterrador bulto de piel rosada y rugosa.
Linnet tendría que haber sentido lástima por aquel
guerrero musculoso, pero la expresión feroz que apare-
cía en su ojo sano, que la miraba de una forma descon-
certante, la llenó de terror.
El miedo hizo que la sangre fluyera tan ruidosamen-
te a los oídos que no oyó lo que sir Duncan le dijo al hom-
bre, pero sabía que le concernía, pues el tuerto Marma-
duke mantuvo su mirada feroz fija en ella y asintió una
vez antes de hacer girar su caballo y partir al galope hacia
los bosques.
El alivio que Linnet sintió tras aquella brusca par-
tida se tradujo en un breve suspiro que escapó de sus
labios. Si realmente los santos estaban de su parte, impe-
dirían que aquel hombre regresara.
Lamentablemente, su alivio duró poco, pues Dun-
can MacKenzie extendió un brazo, la alzó del pony y la
colocó delante de él sobre su caballo. Con su mano libre
tomó las riendas de la montura de Linnet. Él la sostenía
tan firmemente con su brazo que casi no podía respirar.
Un gran rugido de sorpresa brotó de labios de sus
hermanos y la voz de Ranald se dejó oír en medio de aquel
griterío.

28
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 29

—¡Si volvéis a tratar a nuestra hermana con tanta ru-


deza, MacKenzie, moriréis antes de que tengáis tiempo
de desenvainar vuestra espada!
En un santiamén, su prometido hizo girar su caba-
llo hacia el hermano mayor.
—Frenad vuestra ira, MacDonnell, si no queréis que
olvide que esto es un encuentro cordial.
—No toleraré que nadie maltrate a mi hermana —le
advirtió Ranald—. Especialmente vos.
—¿Vos sois Ranald? —preguntó MacKenzie, sin
prestar atención a la indignación del joven. Cuando éste
asintió, Duncan continuó—: Los parientes que buscáis
están en los bosques, más allá de mis portaestandartes.
Se les ha advertido que cualquier futura incursión en mis
tierras será castigada con un destino peor que el de ser
apresado. El ganado que vuestro padre aguarda está ya al
cuidado de vuestros hombres. Yo he cumplido con mi
palabra. Aquí nos separaremos.
Ranald MacDonnell se enfureció visiblemente.
—Queremos ver a nuestra hermana llegar a salvo al
Castillo Eilean Creag.
—¿Creéis que no soy capaz de protegerla atravesan-
do mis propias tierras?
—Lo que os proponéis es un insulto a mi hermana
—protestó Jamie—. Nuestra intención era quedarnos al-
gunas noches para hablar de los preparativos de la boda.
Nuestro padre espera noticias a nuestro regreso.
Duncan se acomodó mejor en su cabalgadura y atra-
jo a Linnet contra su pecho.
—Informad a vuestro padre de que todo está dis-
puesto y de que ya se han leído las amonestaciones. Nos

29
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 30

casaremos a la mañana siguiente de nuestra llegada a Ei-


lean Creag. No hace falta que Magnus MacDonnell se
moleste en viajar al castillo.
—¡Debéis de estar bromeando! —exclamó Jamie con
el rostro congestionado—. Linnet no puede casarse sin
que estén presentes sus familiares. Sería una…
—Os advierto que no bromeo —le dijo Duncan al
hermano mayor de Linnet y le arrojó las riendas del po-
ny—. Ocupaos de la montura de vuestra hermana y aban-
donad mis tierras.
Ranald tomó las riendas con una mano y acercó la
otra a la empuñadura de su espada.
—No sé quién es más despreciable, si vos o mi
padre. Desmontad y desenvainad vuestra espada. Yo
puedo…
—Os agradecería que cumplierais los deseos de una
anciana y os olvidarais de pelear, ¡todos vosotros! —Con
su pelo entrecano muy revuelto por el viaje y sus mejillas
regordetas coloradas por el esfuerzo, Elspeth Beaton es-
poleó a su pony pasando en medio de los hombres. Con
determinación, observó primero a los caballeros de Mac-
Kenzie y luego a los hermanos MacDonnell—. Enfunda
esa espada, Ranald. Todo el mundo sabe que tu hermana
disfrutará más de su boda sin la presencia de su padre.
Sería una tontería derramar sangre a causa de lo que to-
dos sabemos que será mejor para la muchacha.
Aguardó a que Ranald soltara su espada y luego mi-
ró fijamente a Duncan.
—¿No permitiréis que los hermanos de la mucha-
cha puedan presenciar la boda?
—¿Se puede saber quién sois vos?

30
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 31

—Elspeth Beaton. Yo he cuidado a Linnet desde


que su madre falleció al dar a luz, y no tengo ninguna in-
tención de dejar de hacerlo ahora. —Su voz mostraba la
firmeza y la autoridad de una criada leal y respetada—.
Vuestros anchos hombros hablan de un entrenamiento
duro, milord, pero yo no os temo. Y no permitiré que
nadie maltrate a mi señora, ni siquiera vos.
Linnet giró la cabeza para mirar a su prometido
y vio que la comisura de sus labios se ensanchaba ante las
palabras de Elspeth. Pero aquella leve sonrisa se des-
vaneció en un segundo, reemplazada rápidamente por…
nada.
Ella se dio cuenta entonces de cuál había sido la
causa del malestar que había sentido desde que él la ha-
bía subido a su caballo.
Los rumores eran ciertos.
Duncan MacKenzie no poseía ni alma ni corazón.
El interior de aquel hombre imponente que ahora la sos-
tenía estaba ocupado por un vacío total.
—Yo soy quien decidirá quién duerme bajo mi te-
cho. Los familiares de Linnet de Dundonnell pueden
permanecer aquí esta noche y abandonar mis tierras al
amanecer. Vos, milady, continuaréis con nosotros hasta
Eilean Creag.
Duncan hizo señas a un hombre joven, que se acer-
có de inmediato con una yegua gris sin jinete. Luego se
dirigió a Elspeth diciéndole:
—Esta yegua estaba destinada a vuestra ama, pero
ella montará conmigo. —Sacudió la cabeza en dirección
al otro hombre—. Lachlan, ayuda a la dama a montar. Ya
nos hemos demorado suficiente.

31
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 32

El escudero, joven pero fornido, se apeó de un sal-


to de su montura y bajó a Elspeth de su pony como si se
tratara de una pluma. Con un ligero movimiento, la co-
locó sobre la yegua. Cuando ella se hubo acomodado,
él le hizo una gran reverencia y luego montó su propio
corcel.
Elspeth se ruborizó pero seguramente nadie se ha-
bía percatado. Sus mejillas estaban ya encendidas debido
al prolongado viaje y a su creciente enojo.
Pero Linnet lo supo.
Su querida Elspeth se había sentido cautivada por la
galantería del escudero.
En aquel momento, Duncan MacKenzie dio la orden
de avanzar. Con un rápido movimiento, los hermanos de
Linnet espolearon a sus caballos cortándole el paso.
—¡Un momento, MacKenzie! Primero quiero inter-
cambiar unas palabras con vos —gritó Ranald. El prome-
tido de Linnet tiró de las riendas. No tenía otra opción.
Los MacDonnell habían formado una barrera que le im-
pedía pasar.
—Decid lo que queráis de una vez por todas —dijo
secamente MacKenzie—. No creáis que vacilaré en avan-
zar si ponéis a prueba mi paciencia durante demasiado
tiempo.
—Una advertencia, nada más —gritó Ranald—.
Quiero que sepáis una cosa. Nuestro padre ya no es el
hombre que era, y tal vez no haya prestado a Linnet la
atención que debiera, pero mis hermanos y yo sí lo ha-
remos. Estas Highlands no serán suficientemente gran-
des para ocultaros si llegáis a hacerle daño a nuestra
hermana.

32
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 33

—Vuestra hermana será muy bien tratada en Eilean


Creag —fue la respuesta escueta de MacKenzie.
Ranald asintió con aspereza. Uno a uno los herma-
nos MacDonnell fueron apartándose hasta dejar libre el
paso. Los guerreros de MacKenzie espolearon sus caba-
llos y salieron al galope. Sus propios gritos de despedida
se mezclaron con el estrépito de los cascos de los caba-
llos, el ruido metálico de las armas y el crujido del cuero
de las monturas.
El caballero sostuvo a Linnet con fuerza. A ella le
gustó la sensación de sentirse sujeta con tanto vigor.
Nunca había montado sobre un animal tan grande, y la
distancia entre el duro suelo que pasaba a toda velocidad
debajo de ellos parecía amenazadora.
Pero aunque los vigorosos brazos de Duncan Mac-
Kenzie la hacían sentirse protegida, y su poderosa pre-
sencia producía en el cuerpo de Linnet una cierta cali-
dez, su frialdad atroz alcanzó lo más profundo de su ser.
Era una frialdad insondable, más helada que el más terri-
ble viento invernal.
Linnet se estremeció. El brazo de Duncan se cerró
todavía más alrededor de ella e hizo que se apretara más
contra su cuerpo. Aquel gesto, fuese o no instintivo, la
hizo sentirse segura. También entró en calor provocando
en su cuerpo una cierta debilidad y agitación.
Caliente.
A pesar de la frialdad de aquel hombre.
Linnet suspiró y se apoyó contra él… sólo durante
un instante. Se enderezó casi de inmediato. Después de
todo, él era un MacKenzie. Pero nunca antes un hom-
bre la había sostenido entre sus brazos. Nadie podría

33
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 34

culparla si ella se relajaba un poquito mientras trataba


de comprender aquel cúmulo de sensaciones insólitas
agitándose en lo más profundo de su ser.
Varias horas más tarde Linnet se despertó tendida
sobre una cama de césped suave, con su bolsa de cuero
con hierbas bajo su cabeza. Alguien la había envuelto
en un abrigado plaid de lana. Se encontraba en medio
de un campamento rodeada de los hombres del clan
MacKenzie.
Todos ellos ocupados en quitarse sus incómodas
vestimentas.
Junto a la crepitante fogata dormía Elspeth. Sus ron-
quidos parecían indicar que se sentía bastante a gusto.
Demasiado a gusto.
Al parecer, su querida criada había aceptado la situa-
ción. Linnet se apoyó en los codos y observó a la mujer
dormida. A lo mejor Elspeth se había sentido conmovida
por las corteses atenciones del escudero de MacKenzie,
pero a ella no le ocurriría lo mismo.
A ella no le importaba si alguno de los hombres de
MacKenzie intentaba entrar en una especie de juego de se-
ducción. Ni el hecho de que su cuerpo se hubiera enarde-
cido mientras su futuro esposo la sostenía con sus fuertes
brazos. Aquella sensación placentera sin duda había sido
causada por el alivio que sintió al enterarse de que él no
permitiría que cayera del caballo.
Un MacKenzie jamás podría despertar en ella senti-
mientos apasionados. De ninguna manera: era algo im-
pensable.
Y, a diferencia de Elspeth, no sintió fascinación al-
guna al verse rodeada por el enemigo.

34
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 35

¡Sobre todo de aquellos que estaban casi desnudos!


—Lachlan, ayúdame a quitarme la cota de malla.
—La voz de su prometido, grave y masculina, le llegó
desde el otro lado de la fogata.
—Enseguida, milord. —El joven se puso en pie sin-
tiéndose honrado al poder cumplir las órdenes de su señor.
Linnet observó cómo su futuro marido se quitaba el
casco dejando al descubierto una mata desgreñada de pe-
lo negro y lustroso. Comenzó a temblar. Afortunada-
mente él, dándole la espalda, no podía verla.
Mientras ella lo observaba, el hombre dejó caer al
suelo su casco de acero con un golpe seco y después se
quitó los guantes. Con las dos manos, se pasó los dedos
torpemente entre el pelo negro que le caía casi hasta los
hombros en gruesas ondas brillantes por el sudor.
Linnet tragó saliva y tuvo la incómoda sensación de
que una vez más su interior empezaba a derretirse. ¿Po-
día aquel hombre tener algo de brujo? ¿Acaso la había
hechizado? A la vista de aquel cabello tan oscuro como el
pecado y brillante como las alas de un cuervo, casi empe-
zó a dar crédito a los rumores que afirmaban que Dun-
can era un engendro del demonio.
Era bien sabido que belleza y maldad, frecuente-
mente, aparecen unidas.
Cuando su escudero pasó la cota de malla sobre la
cabeza de Duncan MacKenzie, la respiración de Linnet
se transformó en un suspiro tan imperceptible que te-
mió que su corazón dejara de latir. La visión de la ancha
espalda de Duncan la cautivó con tal intensidad que tuvo
la sensación de que un hechicero le hubiera echado un
maleficio.

35
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 36

La brillante luz de la fogata jugueteaba sobre los ter-


sos músculos que se ondulaban a cada movimiento que él
hacía al inclinarse para ayudar a que su escudero le quita-
ra el resto de su atuendo. Ni siquiera el formidable cuerpo
de Ranald podía competir con el de Duncan MacKenzie.
Su corazón volvió a latir y se le subió a la garganta
cuando él comenzó a bajarse un par de calzones de lana
dejando al descubierto sus musculosas piernas. ¡Incluso
sus nalgas parecían pétreas y gloriosas! Linnet se hume-
deció los labios e intentó tragar saliva con la esperanza
de aliviar la repentina sequedad de su boca.
Había visto desnudos a sus ocho hermanos y a casi
todos sus primos. Pero ninguno tenía un aspecto tan pro-
vocador como el gigante que se encontraba de pie del
otro lado del fuego.
Ni tan espléndido.
Mientras Linnet lo observaba, boquiabierta, inca-
paz de apartar la vista, él extendió los brazos por encima
de su cabeza. Los fuertes músculos de sus hombros se
movieron y se arquearon bajo una piel que a la luz del
fuego adquirió un profundo brillo dorado. ¡Dios Santo!
¡No estaba preparada para semejante espectáculo! Aquel
hombre, de tan magnífica figura, podía pasar por un dios
pagano.
La idea de acostarse con un hombre así la hizo tem-
blar más que si le hubieran ordenado domar a alguno de
los monstruos marinos que, según decían, moraban en los
lagos de las Highlands.
Pero incluso aquel miedo fue insignificante frente al
terror que se apoderó de ella cuando él se dio la vuelta.
Y eso que Linnet apenas había echado un rápido vistazo

36
ElDemonioDeEscocia 10/7/08 12:48 Página 37

al imponente despliegue de virilidad exhibido con orgu-


llo en su oscura entrepierna.
No. Lo que realmente la hizo estremecerse hasta
lo más profundo de su ser y le trajo a la memoria un re-
cuerdo olvidado hacía tiempo, fue ver por primera vez su
rostro.
Con horrible claridad, Linnet entendió por qué se
le había puesto piel de gallina al enterarse de que a su
prometido lo apodaban Venado Negro.
Que San Columba y todos los santos del cielo prote-
gieran su alma condenada: había sido vendida al hombre
que protagonizaba sus sueños más aterradores cuando era
chiquilla.
El hombre sin corazón.

37

También podría gustarte