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Resulta curioso que para poder entrar en relación con sus semejantes por
medio de la palabra hablada y escrita, el ser humano no sólo necesita oír y ver,
sino también comprender tales palabras dichas o leídas y, a su vez, poder
expresar sus ideas con vocablos. Debe poseer, entonces, además de los
sentidos de la audición y de la visión adonde van a depositarse las palabras
habladas como sonidos y las palabras escritas o impresas como imágenes
visuales, centros especiales encargados de la comprensión de dichas palabras
habladas, escritas o impresas. Para conseguir a su vez articular palabras,
además del centro cortical que dirige los músculos de la lengua, cara y laringe
que entran en juego en el lenguaje hablado, debe también poseer otro centro
especial que ordene los movimientos de articulación precisos ...
Cap 2
La palabra que, según fray Luis de León, “sustituye a la cosa que nombra; su
fin es hacer que lo ausente nos sea presente y cercano, y lo que se aleja
conserve en la imagen de su origen la significación de aquello de donde nace
no obstante ser sólo el sonido de una palabra”, está constituida por dos
elementos: raíz y morfemas. La raíz es el núcleo de una serie o familia de
palabras, ligadas entre sí por el sentido fundamental; los morfemas son los
constituyentes inseparables de la raíz que, unidos a ella, concretan e
individualizan el significado vago, impreciso, de la misma raíz.1