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UNIVERSIDAD SURCOLOMBIANA
PROGRAMA DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANAS
PSICOLOGÍA
NEIVA - HUILA
2018
Síndrome de Asperger
1. Introducción
En el presente trabajo abordaremos el síndrome de Asperger identificando y
explicando el comportamiento normal y patológico del funcionamiento de las estructuras
cerebrales implicadas en esta condición como lo es el lóbulo frontal.
En los Estados Unidos, la Asociación Americana de Psiquiatría, clasificó por primera
vez el trastorno de Asperger en el manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales
DSM IV, en la categoría de “Trastornos generalizados del desarrollo”, los cuales se definen
por las conductas y manifestaciones observables. En este manual aparece este término, no
como síndrome, sino como trastorno. Ambos términos describen la misma condición (APA,
1994). (Montero, 2009).
El DMS IV “Postulaba una similitud con los pacientes con espectro autista, además,
establece que los individuos con Síndrome de Asperger (SA) se caracterizaban por presentar
deficiencias en la interacción social, habilidades de comunicación inadecuadas y restricción
de intereses, pero también por una gran variedad de características clínicas sutiles, que, para
muchos, distinguen al SA del autismo” (Wing, 1994; Witwer & Lecavalier, 2008; Planche &
Lemonnier, 2012). En su individualidad, los pacientes con SA debían presentar un desarrollo
cognitivo y lingüístico normal antes de los 3 años y un funcionamiento adaptativo adecuado a
la edad, en áreas distintas de la interacción social. Además, estos sujetos no debían cumplir
con los criterios diagnósticos para el trastorno autista, lo que implica un diagnóstico
diferencial entre el SA y el autismo sin retraso cognitivo (autismo de alto funcionamiento)
(Klin et al., 2005). Sin embargo, las contradicciones en la definición del SA pronto se
hicieron evidentes. El principal problema fue la prioridad dada al diagnóstico de autismo, ya
que el requisito del desarrollo cognitivo y lingüístico normal no logró rescatar un diagnóstico
del SA, por la sencilla razón de que el retraso cognitivo y lingüístico no es obligatorio para
diagnosticar el SA (Mayes et al., 2001; Happé, 2011). La literatura señala que entre el SA y
el AAF existe una gran similitud, ambas condiciones presentan diferentes grados de
dificultad en la comunicación social, presencia de intereses inusualmente estrechos,
resistencia al cambio y comportamientos altamente repetitivos (Ozonoff et al., 2000;
Volkmar & Partland, 2014). En base a lo señalado anteriormente y a estudios clínicos
(Macintosh & Dissanayake, 2006) y biológicos (Lichtenstein et al., 2010), en el año 2013, el
manual DSM-V en su última versión, eliminó la subcategoría de SA, clasificándose en una
categoría general conocida como trastorno del espectro autista (TEA). Esta nueva
clasificación destaca que los síntomas del SA y otros que también fueron incorporados como:
el TA, el trastorno desintegrativo infantil y el trastorno generalizado del desarrollo no
especificado, entre otros, representan un único continuo de alteraciones, de leves a graves, en
los dos dominios de comunicación social y de conductas o intereses restringidos y repetidos,
más que trastornos diferentes.
Por otra parte, la Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización
Mundial de la Salud, en su última versión CIE-10-ES (1994), aún define al SA como una
subcategoría del trastorno generalizado del desarrollo; caracterizado por deterioros
cualitativos de las interacciones sociales recíprocas y de los modos de comunicación, como
también por la restricción del repertorio de intereses y de actividades que se aprecian
estereotipadas y repetitivas. En contraposición a lo señalado en el DSM-V, el CIE-10-ES
señala que el SA difiere del TA y más específicamente del AAF, fundamentalmente porque
en el primero no hay retraso general, o retraso del desarrollo del lenguaje o del desarrollo
intelectual, situación que ha sido apoyada por diversas investigaciones que dejan en evidencia
patrones de anomalías neuroanatómicos diferentes entre el AAF y el SA (Kwon et al., 2004;
Lotspeich et al., 2004; McAlonan et al., 2008, 2009). Adicionalmente, estudios recientes que
utilizan la prueba de ojos, han demostrado diferencias entre SA y AAF en la capacidad de
interpretar estados emocionales complejos en otros (Montgomery et al., 2016). Esta prueba
presenta correlatos neuroanatómicos que incluyen la corteza prefrontal dorsal, la corteza
frontal medial izquierda, el giro temporal superior y partes de la amígdala (Baron-Cohen et
al., 1999; Richell et al., 2003; Holt et al., 2014). (Sol, 2017)
3. Aspectos neuroanatómicos
En el estudio realizado por Hower, en la Universidad de California y publicado en el
2004, se hace una descripción neuroanatómica con una morfometría basada en voxel,
mostrando los cambios en el autismo de alta funcionalidad y el Síndrome de Asperger,
encontrando diferencias en las regiones fronto estriatales y regiones cerebelosas, mostrando
menor densidad de la sustancia gris. Se estudiaron 11 pacientes con Asperger; 9 con autismo
de alta funcionalidad y se compararon con 13 controles normales. Los hombres con autismo
de alto funcionamiento y Asperger mostraron alteración de la sustancia gris en la corteza
temporal, cuando se aplicó medio de contraste, se evidenció disminución de la sustancia gris
en el surco temporal inferior derecho, la corteza entorrinal y el giro fusiforme comparado con
el grupo control. El grupo de Asperger además mostró disminución de la densidad de la
sustancia gris en el cuerpo del cíngulo. Los estudios sugieren que en el autismo están
afectadas las vías de integración entre estímulos visuales e información afectiva (Blacher,
2003; Hower K, 2004).
Las neuroimágenes de resonancia magnética cerebral simple son normales, mientras
que, en las imágenes funcionales, durante las pruebas de reconocimiento de rostros, se activa
el área de la corteza prefrontal, en lugar de la amígdala, que se observa en los controles
normales, evidenciando que los pacientes piensan en el significado de la expresión, en lugar
de la respuesta inmediata a la misma (Klin Ami, 2003; Harvard mental, 2005; Foster B, 2003;
Klin Ami, 1995; Blacher, 2003 & Smith Myles B, 2002).
Los estudios recientes en resonancia funcional, el primero realizado por Oktem de
Turquía, en el año 2000, utilizando un estudio de casos y controles con 9 pacientes con
Asperger y 8 controles, reporta una pérdida de activación en el lóbulo frontal en respuesta a
las pruebas de juicio. En dos casos se encontró polimicrogiria cortical compatible con una
anomalía en el desarrollo o hipoxia neonatal y en un caso se encontró una displasia frontal
(Klin Ami, 2003; Harvard mental, 2005; Foster B, 2003; Klin Ami, 1995; Oktem F, 2001 &
Smith Myles B, 2002). Critchley, encontró diferencias en la activación cerebelar,
mesolimbica y corteza del lóbulo temporal, en el procesamiento de expresiones faciales. Él
también reportó que los individuos con autismo tenían diferencias en la activación de la
amígdala izquierda, cerebelo izquierdo y giro fusiforme ( Klin Ami, 2003; Harvard mental,
2005; Foster B, 2003; Klin Ami, 1995; Smith Myles B, 2002 & Hower K, 2004).
En un estudio de adultos con Asperger utilizando SPECT, mostraron hipoperfusión en
la región occipital izquierda y cerebelosa derecha, así como hipoperfusión difusa del
hemisferio derecho (Oktem F, 2001). En el Asperger hay anormalidades neuroanatómicas
estructurales en la región ventro medial temporal, que son resultado de reducción en tejido
neuronal en regiones críticas que pueden ser heredadas o secundarias a la falta de uso de esta
vía (Hower K, 2004). La alteración funcional implica defectos estructurales o bioquímicos en
el nivel de los neurotransmisores, se ha implicado alteraciones en serotonina y dopamina
documentadas por tomografía de emisión de protones (Oktem F, 2001).
En el estudio realizado por el Dr. Casanova en la Universidad de Georgia (2002), se
encontró anormalidades en la organización de las mini columnas de algunas áreas del
hemisferio derecho. Se realizó este estudio con 2 grupos de pacientes, el primer grupo con el
cerebro de un paciente de 22 años con Asperger comparado con 7 controles menores de
cuarenta años y un segundo grupo con un paciente de 79 años con Asperger y 11 controles
con cerebros de pacientes mayores de 40 años. Se obtuvieron muestras de áreas corticales, la
9 o surco frontal medio, el área 21 en la corteza de asociación para sensitiva visual y el área
22 que hace parte del área de Wernicke en el giro temporal superior, se digitalizaron
imágenes de las láminas III y IV, encontrándose diferencia en la separación de las columnas,
así como la estructura interna de cada columna, con una alteración en las neuronas
GABAergicas y una alteración en el número total y tamaño de las mini columnas. Este
trabajo asocia el Asperger con una patología mini columnar (Blacher, 2003 & Casanova M,
2002). Este mismo grupo realizó un estudio previo con cerebros de 9 niños con autismo y
nueve controles, reportaron disminución de las mini columnas en tamaño y aumentadas en
número (Casanova M, 2002). El estudio mencionado en el reciente artículo en el The New
England Journal identifica como causa prenatal del autismo la desorganización y zonas
discretas de corteza cerebral compuesta por las 6 capas desorganizada en la mayoría de
muestras postmortem en jóvenes niños autistas entre los 2 y los 11 años de edad comparados
con controles de 11 años de edad, al igual que compararon alrededor de 25 genes que son
biomarcadores en la formación de dicha corteza observando que estaban ausentes hasta en un
90% en los niños autistas frente a los casos controles, concluyendo que probablemente esto
produce como resultado la desregulación de la formación de la capa neuronal y
diferenciación de capas específicas cerebrales, lo cual corrobora como causa
neuropatognomonica el desarrollo del autismo (Hazlett HC, 2011) (Flórez, 2014).
3.1 Cerebro. En el SA, las anormalidades del volumen cerebral son específicas de
cada región, varían con la edad y pueden permanecer dinámicas hasta la edad adulta. Al
respecto, estudios que evalúan medidas morfométricas a través de voxel en imágenes de
resonancia magnética de individuos con descripción clínica del SA, han mostrado diversos
resultados. Observaron que varones con SA de 10 a 18 años, presentaban disminución de la
densidad de la sustancia gris en las regiones ventromedial de la corteza temporal y cuerpo del
giro del cíngulo, en comparación con los controles emparejados por edad, sexo y coeficiente
intelectual, señalando que lo observado apoya a las teorías que sugieren la integración de
estímulos visuales e información afectiva. Estudios adicionales en individuos adultos con SA
señalaron que las alteraciones en el lóbulo temporal pueden estar asociadas también con una
conectividad funcional anormal, especialmente en la corteza temporal medial, especializada
en procesar estímulos faciales valentes afectivos (Welchew et al., 2005) y reconocimiento de
caras (Pierce et al., 2004).
Por otra parte (Abell et al) observaron en individuos adultos con SA, disminución del
volumen de sustancia gris en el surco paracingulado derecho, corteza occipito-temporal
izquierda y surco frontal izquierdo y aumento del volumen de la corteza periamigdalina y
giro temporal inferior derecho. Los autores señalaron que estas anormalidades estructurales
forman parte de un circuito centrado en las amígdalas y que este sistema neuronal está
fuertemente implicado en los aprendizajes emocional y social y más específicamente con la
conciencia de sí mismos y de los otros.
McAlonan et al. (2002) en imágenes de resonancia magnética de cerebros de
individuos adultos (18-49 años) con SA, observaron significativamente menor densidad de
sustancia gris en las regiones fronto-estriada respecto de los controles. Los autores señalaron
que estos resultados podrían estar asociados con anomalías de la supresión sensoriomotora, y
en consecuencia, presentan dificultades características relacionadas con la inhibición de
pensamientos repetitivos, palabras y acciones.
Los estudios de resonancia magnética para evaluar volumen de sustancia blanca
también han mostrado resultados variados y regionalmente específicos. Por ejemplo, los
niños (6 a 16 años) con SA presentaron significativamente más sustancia blanca en los
circuitos subcorticales y lóbulo parietal del hemisferio izquierdo, en comparación con los
controles. Sin embargo, tuvieron significativamente menos sustancia blanca en el lóbulo
frontal derecho, especialmente alrededor del fascículo orbitofrontal derecho y rodilla del
cuerpo calloso. Sin embargo, los volúmenes totales de tejido de sustancia blanca no fueron
significativamente diferentes en comparación con los controles (McAlonan et al., 2009). Los
autores señalaron que el mayor volumen de sustancia blanca del lóbulo parietal del
hemisferio izquierdo podría deberse a una reorganización compensatoria de la sustancia
blanca en niños con SA.
McAlonan et al. (2002) observaron en adolescentes y adultos con SA, que el déficit de
sustancia blanca estaba concentrado principalmente en el hemisferio izquierdo, en las
regiones fronto-temporal y fronto-occipital, aparentemente dentro de tractos de fibras, tales
como, los fascículos longitudinales inferiores y superiores y el fascículo occípito-frontal. Por
el contrario, fue identificado una distribución bilateral de los excesos significativos de
sustancia blanca en estas personas; esto se concentraba alrededor de los núcleos de la base y
la cápsula externa. Según estos mismos autores, el hemisferio izquierdo normalmente se
desarrolla más tarde que el derecho, lo que puede afectar particularmente a individuos con
SA y, en consecuencia, provocar algunas de las anomalías del desarrollo del lenguaje.
4. Factores genéticos