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AMÉRICA LATINA
>J l - i w W i i p p ^ II. I i i i i p i i i u f i i * ' l í * ! l 'W .I W , U ;^
■ -■ '
MlttSiib
HISTORIA GENERAL
DE
AMÉRICA LATINA
Volumen I
O IIISI
Historia General de América Latina
'Volumen I
Las sociedades originarias
Volumen II
El primer contacto y la formación de nuevas sociedades
Volumen III
Consolidación del orden colonial
Volumen IV
Procesos americanos hacia la redefinición social
Volumen V
La crisis estructural de las sociedades implantadas
Volumen VI
La construcción de las naciones latinoamericanas
Volumen VII
Los proyectos nacionales latinoamericanos:
sus instrumentos y articulación,
1870-1930
Volumen VIII
América Latina desde 1930
Volumen IX
Teoría y metodología en la Historia de América Latina
Las ideas y opiniones expuestas en la presente publicación son las propias de sus
autores y no reflejan necesariamente las opiniones de la UNESCO.
A b r e v ia tu r a s ................................................................................................................. 9
P rólog o: F ederico M a y o r ........................................................................................... 11
In trodu cción G eneral: G erm án C arrera D am as ............................................... 13
C om posición d el C om ité C ientífico Internacional para la redacción de una
Historia General de América L a tin a .................................................................. 24
Introducción: T eresa R ojas R a b ie la ....................................................................... 25
Capítulo 15. Las sociedades de regadío de la costa norte: Anne M arie H oc-
quen ghem ................................................................................................................ 387
Capítulo 16. Las sociedades costeñas centroandinas: María R ostw oroiv ski 413
Capítulo 17. Sociedades serranas centroandinas: D uccio B on avia y Fran-
klin P ease G . Y . ...................................................................................................... 429
Capítulo 18. Sociedades del Sur andino: los desiertos del Norte y el Centro
húmedo: Agustín Llagostera M a r tín e z ............................................................. 445
Capítulo 19. Las sociedades del Sudeste andino: M yriam N. T arrago . . . . 465
Capítulo 20. El Tawantinsuyu:/ofew V. AÍMT-ra ................................................. 481
Capítulo 21. Los pueblos del extremo austral del continente (Argentina y
Chile): R o d o lfo M. C a s a m iq u e la ....................................................................... 495
Capítulo 22. Sociedades fluviales y selvícolas del Este: Paraguay y Paraná:
B artom eu M e l i á ...................................................................................................... 535
Capítulo 23. Sociedades fluviales y selvícolas del Este: Orinoco y Amazo
nas: Betty ]. M e g g e r s ............................................................................................. 553
Capítulo 24. Las sociedades originarias del Caribe: M arcio Veloz M aggiolo 571
Federico M ayor
Director General de la UNESCO
Al fundar la UNESCO, hace más de medio siglo, sus creadores le asignaron, en
tre otros cometidos, el doble propósito de contribuir al estudio de todos los gru
pos humanos y de facilitar la comunicación y la comprensión entre las naciones.
La H istoria G en eral d e A m érica Latina es un aporte relevante a esta tarea inter
nacional, pues en su elaboración una red de unos 240 historiadores de diferentes
comunidades y concepciones intelectuales ha asumido e intentado explicar, en
todas sus dimensiones, la complejidad que el concepto «América Latina» supone
hoy en día. Con los instrumentos metodológicos de la historiografía actual han
estudiado las sociedades originarias latinoamericanas, sus contactos con la cul
tura europea, la formación del orden colonial y la participación de grupos hu
manos traídos de África, sin olvidar los aspectos económicos y políticos, las lu
chas y los acuerdos que condujeron a la construcción de los Estados nacionales
en la región.
Las variantes regionales de la época precolombina muestran, a partir de los
testimonios arqueológicos y etnohistóricos, el grado de desarrollo tecnológico,
los intercambios comerciales y las alianzas políticas y militares que estas socie
dades habían alcanzado. Las modalidades de implantación de la cultura europea
suponen un cambio en la dinámica demográfica de estas comunidades origina
rias, causado por las nuevas enfermedades y por prácticas culturales inicialmente
incompatibles. Las pautas de mestizaje vigentes en las diversas zonas del conti
nente se desarrollaron a partir de las transformaciones de los patrones religiosos,
el cambio de la alimentación y el uso de nuevos productos medicinales, la nove
dosa organización institucional, la diferente distribución del espacio urbano y la
aplicación de un régimen distinto de producción minera y agrícola, con nuevas
técnicas de explotación; estos factores fueron definiendo un comportamiento
económico y ciertas características sociales que articularon los diferentes regis
tros expresivos de las sociedades latinoamericanas.
Desde el inicio del proceso de formación de estas nuevas sociedades, en la
vasta porción continental e insular que hoy denominamos América Latina, fue
patente su repercusión en el resto del mundo y, particularmente, en todos los ór
denes vitales de las sociedades europeas. No es fácil deslindar un ámbito donde
no sea perceptible esta influencia, creciente desde mediados del siglo X V I. La con
cepción del mundo y de la cristiandad; la economía y los patrones de consumo;
12 FEDERICO MAYOR
Germán Carrera D am as
Presidente del Comité Científico Internacional
para la redacción de una H istoria G en eral de A m érica Latina
1. El autor utiliza el término «criollo» en su sentido más generalizado en América Latina. De
signa al europeo y al africano nacidos en tierra americana y al producto de su mestizaje con la pobla
ción indígena. Pero, más que un criterio étnico, para el autor importa una forma de mentalidad, la
propia de una relación de dominación respecto de las sociedades indígenas. En este sentido, la con
ciencia criolla desborda los límites étnicos.
IN TRO DUCCIÓN GENERAL 15
han sido las influencias de los modelos teóricos provenientes de otras ciencias
sociales y naturales sobre la construcción del conocimiento «histórico» (en su
sentido más amplio), obtenido a través de la arqueología, la paleontología, la et
nología y la historia.
Comenzar esta H istoria G eneral d e A m érica Latina con un volumen dedica
do expresamente (gestas sociedades originarias., tomando como punto de partida
las incursiones más antiguas en este continente, reafirma el enfoque de autores y
directores, al considerar que(e^ historia arranca desde allí y no desde el «descu
brimiento de América» y el arriho de los europeos. Las poblaciones humanas que
colonizaron el continente poseen una historia que es tan historia como la de las
poblaciones de Occidente, si bien sus sociedades emprendieron vías de desarrollo
peculiares que esta H istoria contribuirá a dar a conocer y caracterizar mejor.
Como bien ha anotado Eric R. W olf, los antiguos americanos no son «gente
sin historia», ni su historia es menos verdadera que la de los «civilizados», con
los que entraron en contacto «cuando Europa extendió el brazo para apoderarse
de los recursos y las poblaciones de otros continentes» (Wolf, 1987: 33).^Las
materias de ambas historias (la americana y la otra, la supuestamente verdadera
o única, la occidental) son, al fin y al cabo, las mismas, como el propio W olf ha
demostrado, /y
Las contribuciones de este primer tomo de la H istoria G eneral de A m érica
L atin a se constituyen así en piedras para construir los muros de una «historia
común», (&nS)historia «universal» que no suprima u omita la historia ajnericana
y su rico y complejo tejido de historias regionales. En el núcleo de cada uno de
los capítulos está el conocimiento inteligente y crítico de un conjunto de recono
cidos y activos especialistas de varias nacionalidades, inserciones institucionales
y especialidades. Arqueólogos, geógrafos, prehistoriadores, etnohistoriadores e
historiadores de Francia, Estados Unidos, Canadá y, sobre todo, de países de
América Latina, colaboran en este esfuerzo que la UNESCO ha impulsado a lo
largo de varios años, acogiendo el proyecto ideado por el historiador venezolano
Germán Carrera Damas, bajo cuya dirección se ha desarrollado la totalidad de
la obra.
O livier Dollfus
Los 22 millones de km^ de América Latina, situados entre 26° de latitud Norte y
56° de latitud Sur, ofrecieron a pequeños grupos de cazadores recolectores, y
posteriormente agricultores escasamente equipados, una gran diversidad de me
dios naturales, cuatro quintas partes de los cuales se ubican entre los trópicos.
Hasta el siglo XVI nadie tenía una idea de conjunto, ni siquiera aproximada,
de la forma y disposición de los continentes que ahora todos tenemos presentes,
gracias a la existencia de mapamundis a escala global reducida. El aislamiento
del continente, a 3 000 km de las costas africanas más cercanas, a 7 000 de las de
Europa y a 15 000 de Australia, no era una realidad que se tomara en cuenta.
Nadie sabía que Sudamérica se asemejaba a una «nasa» de grandes dimensiones,
de 7 0 0 0 km de las Guayanas a la Patagonia, de 5 000 km de Ecuador al Nor
deste brasileño, enlazada con América del Norte por dos «puentes» difíciles de
franquear, el de los istmos de Centroamérica y el arco insular del Caribe. Hasta
el siglo X V I, Sudamérica aparece dotada de una «insularidad continental».
Así, pues, al describir la base ecológica que brindan los medios naturales de
América Latina no debemos considerarla con nuestros ojos de viajeros aéreos y
provistos de mapas, sino con los del observador a ras del suelo; con la mirada
del peatón que aísla, al observar el paisaje que discurre a la velocidad del paso,
algunos puntos de referencia.
UN CO N TIN EN TE HABITABLE
A principios del Holoceno, esto es. hace unos diez mil años, cuatro quintas par-
tes de América Latina e s ta b ^ cubiertas de bosques. Bosques variados por los
32 OLI VIER D O L L F U S
distintos árboles que los formaban y por sus fisonomías. Bosques ecuatoriales,
siempre verdes de la Amazonia, las Guayanas, el Oeste de Colombia y la Améri
ca ístmica, cuya riqueza biológica aún conocemos hoy en día; bosques umbrófi-
los que bordean la costa atlántica desde el cabo San Roque al de Santa Catalina,
que cubren los piedemontes andinos hasta los alrededores del Chaco; bosques
galería de los grandes ríos en las cuencas del Orinoco y el Beni; selvas nubladas
con espesura de carrizos, chusquea y hel&:hos arborescentes, que llegan hasta las
proximidades de las morrenas glaciales. Los Andes precolombinos estaban casi
enteramente cubiertos de árboles, salvo al llegar a las cimas más elevadas, que
coronaban los páramos>feosques de las sierras mexicanas y de las mesetas y las
montañas medias de la América ístmica, en los que predominan los pinos y los
encinos; bosques específicos del hemisferio Sur, como los de Araucaria, el Sur
del Brasil, de n othofagu s, la encina de las tierras australes, de Chile central y me
ridional; bosques bajos, de mimosáceas y luego de cactáceas del Chaco central y
meridional. El Nordeste del Brasil, la catinga, el bosque blanco de los indios. En
las islas del Caribe, bosques igualmente, con el bosque denso umbrófilo en las
laderas expuestas a los vientos lluviosos y bosques secos, de espinos y cactáceas,
que pierden la hoja en la estación seca, en las laderas que el viento barre. Los
manglares de los estuarios y deltas tropicales lo mismo ocupan segmentos de
costa de las pequeñas Antillas que grandes estuarios y deltas como los del Ama
zonas y el Orinoco o los de la costa colombiana del Pacífico; son ecosistemas
singularmente ricos en moluscos, crustáceos, peces y aves, que brindan posibili
dades de fácil recolección a grupos escasamente equipados.'^esumiendo, pues,
casi por doquier bosques, pero que respondieron a los cambios climáticos del
Cuaternario Superior y del Holoceno^
Durante los últimos treinta milenios, en América Latina, igual que en el resto del
planeta, se han producido modificaciones climáticas en las que no intervenía el
ser humano y que se traducían en cambios más o menos rápidos de los medios
naturales.
34 O LIVIERD O LLFU S
Podemos fijar por límite hace 30 000 años, pues los testimonios de presen
cia humana en el continente encontrados por los prehistoriadores son muy
excepcionales, y por ahora no se puede dar fe a la hipótesis de una presencia
humana considerablemente anterior, señalada en el Estado de Bahia por de
Lumley e t al. (1987), que se remontaría a hace 300 000 años, atendiendo a los
restos de una fauna datada. América es un nuevo continente en la historia de la
humanidad.
E l C uaternario Superior
La última gran glaciación del Cuaternario en los Andes se sitúa entre hace
2 7 0 0 0 y 1 4 0 0 0 años. Le precedió en el altiplano boliviano un importante episo
dio lacustre, el lago Michin, cuyos depósitos se encuentran a más de 60 m por en
cima de los fondos actuales del Altiplano y que entre hace 30 000 y 25 000 años
había ocupado unos 40 000 km^. En los Andes tropicales y ecuatoriales, durante
esa última gran fase glacial, las temperaturas medias son inferiores de 5° a 8° C
a las actuales, las precipitaciones estaban mejor distribuidas que ahora, pero
eran menos abundantes y caían en forma de nieve por encima de los 4 000 m. En
función del volumen montañoso y de la exposición, la línea de equilibrio de los
glaciares disminuyó de 1 000 a 1 5 0 0 m durante la última fase glacial. Los gla
ciares llegan hasta el linde de la sabana de Bogotá, donde reinaba entonces un
clima análogo al que actualmente encontramos a 4 2 0 0 m. En los Altos Andes
tropicales el estrato de las punas desciende cerca de 1 000 m; las cuencas intran-
dinas, secas, cuando las dominan montañas cubiertas de hielo, reciben el agua
de los deshielos y glaciares; tal es el caso de la cuenca de Ayacucho, en donde, en
una gruta situada a 2 500 m, el equipo de MacNeish ha encontrado huellas de
presencia humana que calcula se remontan a hace 23 000 años.
En los Andes templados de Chile y Argentina meridional se forma un inland-
sis^ entre 39° y 55° de latitud Sur; tiene 2 0 0 0 m de largo, 150 de ancho al Norte
y 3 00 al Sur, donde el espesor del hielo alcanza los 1 000 m. De ese inlandsis sa
len unas lenguas de hielo que desembocan en el océano, con desprendimiento de
icebergs. Esos glaciares contribuyen a la formación de los fiordos.
En el llano, y en la zona intertropical, la disminución general de las precipi
taciones contribuye a la de las superficies forestales; el macizo forestal amazóni
co se fragmenta y en ocasiones se reduce a bosques galería a lo largo de los ríos,
al tiempo que las sabanas cubren los interfluvios. El régimen de los grandes ríos
se modifica de dos formas: disminuyen los caudales anuales y se reducen las cre
cidas estacionales, pero el descenso general del nivel de los océanos de 120 a 150 m
alarga el curso de los ríos y modifica su perfil: se ahonda entonces el lecho de al
gunas corrientes; el istmo de Panamá es mucho más ancho; los deltas del Orino
co y del Amazonas se extienden más al Este por el Atlántico; las llanuras litora
les de las Guayanas se ensanchan y se cubren de sabanas.
1. Voz escandinava que designa las llamadas calotas glaciares (glaciares continentales de las
regiones glaciares).
BASES E C O L Ó G I C A S Y P A L E O A MB I E N T A L E S DE A M É R I C A LATINA 35
El T ard og lacial
Más o menos por doquier, durante 500 años, entre hace 11 000 y 10 500 años,
tiene lugar una fase seca y más fría que corresponde al «Dryas» europeo. Se se
can los lagos de las cuencas intrandinas, como el Taúca y los de la sabana de
Bogotá; se interrumpen las reconquistas forestales y en ocasiones las orillas re
troceden ante sabanas y praderas; en suelos menos espesamente recubiertos de
vegetación, los aguaceros aceleran localmente la erosión.
cidad es de casi un metro por siglo, y hace 8 500 años su nivel se hallaba a una
decena de metros por debajo del actual. Disminuye la velocidad de transgresión
oceánica y el nivel del mar se estabiliza en el actual hace aproximadamente 6 000
años. Las costas adoptan entonces poco más o menos su perfil actual; el istmo
de Panamá es más estrecho y se cubre de bosques densos; al borde del océano,
los grandes conos de deyección se acantilan, como el de Rímac, en Perú; la subi
da del nivel del mar va acompañada del aluvión del tramo inferior de los ríos; el
Orinoco y el Amazonas construyen sus deltas y se implantan los manglares.
Es, pues, inútil buscar yacimientos arqueológicos litorales anteriores a hace
6 000 años, ya que, salvo en casos excepcionales de sitios levantados por la tec
tónica o por el reajuste isostásico, como en la Patagonia tras el deshielo del in-
landsis, la subida de los océanos los destruyó.
Entre hace 8 000 y 4 000 años, en la costa actualmente desértica del Pacífico,
la circulación oceánica y la atmosférica eran distintas de las condiciones actuales.
«El Niño», u oscilación austral, que se caracteriza por la inversión de las corrien
tes oceánicas por debajo del ecuador, haciendo oscilar el flujo de las aguas de
Oeste a Este y sustituyendo las aguas frías por aguas calientes (entre 26° y 28° C),
debía de desempeñar un papel mucho más importante que ahora, en que se trata
de un fenómeno recurrente pero de frecuencia variable. El Pacífico estaba enton
ces más caliente cerca del litoral y su fauna marítima no era la actual; los aguace
ros provocaban torrencialidad en un ambiente climático que seguía siendo seco
pero cálido; la inexistencia de garúas se traducía en la ausencia de lomas.
En los Andes tropicales, a ambos lados del ecuador, las situaciones difieren:
en el Altiplano peruano-boliviano y en las punas, un clima más seco y tempera
turas algo superiores a las actuales se traducían en la regresión de niveles lacus
tres; el Pequeño Titicaca se seca temporalmente. En los Andes ecuatoriales, en
cambio, pasa lo contrario: en la sabana de Bogotá se produce una fase de exten
sión lacustre, entre hace 9 5 0 0 y 7 5 0 0 años, acompañada de la propagación del
encinar, lo cual es indicio de un clima más húmedo y tibio que el actual.
En la Amazonia, al Sur del ecuador, en ese mismo periodo hay sequías tem
porales y episodios fríos vinculados a las corrientes de aire frío meridional proce
dentes del Atlántico Sur, que hacen retroceder al bosque. Incendios, provocados
por los rayos de las tormentas y que se producen con más facilidad a raíz de algu
nos años secos, contribuyen a la retracción del bosque en las zonas más húmedas
y a la extensión de las sabanas. En varios lugares, cerca de los ríos, la arena se
vuelve móvil y forma dunas como las de las proximidades de Santa Cruz de la
Sierra, en Bolivia. Al Norte del ecuador, en cambio, ocurren precipitaciones más
fuertes que las actuales y se traducen en la extensión del bosque por los llanos.
Estas diferencias registradas a ambos lados del ecuador se deben a la notable
permanencia durante el año del frente intertropical, algo al Norte del ecuador,
sin desbordar durante el verano sobre la Amazonia al Sur de la línea ecuatorial.
A partir de hace 5 000 años, las situaciones climáticas se aproximan a las del
Holoceno Actual. En unos cuantos siglos, entre hace 5 000 y 4 500 años, sube el
BASES ECO LÓ G ICAS Y P A L E O A M B I E N T A L E S DE A M É R I C A L A T I N A 37
nivel del lago Titicaca, y el Pequeño se llena de agua. Entre hace 3 200 y 3 000
años, lo mismo en los Andes venezolanos que en los del Perú y Bolivia, se regis
tran localmente un pequeño recrudecimiento glacial y algunas fases torrenciales
en el desierto costero peruano, poca cosa, a fin de cuentas, en comparación con
los grandes cambios de finales del Cuaternario y principios del Holoceno. En los
Andes tropicales se observa un leve recalentamiento hacia los siglos X y X X de
nuestra era, acompañado de una pluviosidad ligeramente mayor. La «pequeña
edad» glacial registrada en los Alpes también se observa en los Andes entre los
siglos X V I y X I X . El periodo colonial coincidió en las cordilleras intertropicales
con precipitaciones nevosas más abundantes y pequeñas crecidas glaciales en el
extremo de los glaciares actuales, ocasionadas por un recrudecimiento del frío.
E L P O B L A M IE N T O O R IG IN A R IO
A lan L. B ryan
Los lejanos antepasados de los primeros seres humanos que llegaron a América
provenían del Nordeste de Asia, y después de atravesar lo que actualmente se co
noce como Beringia (la región que abarca el extremo este de Siberia, Alaska y Yu-
kón), se desplazaron por el Oeste de Canadá y de Estados Unidos.^Muy probable
mente estos primeros americanos entraron por lo que hoy es Alaska franqueando
un puente de tierra sumergido en la actualidad bajo el mar de Bering, aunque
también (Imposible que hayan cruzado cortas distancias por mar, utilizando em
barcaciones simples, o que lo hayan hecho sobre el hielo invernal. El puente de
tierra aparecía cada vez que el nivel mundial del mar disminuía 48 m a causa de
la retención de las precipitaciones sobre la tierra en forma de hielo glacial que se
acumulaba en las regiones polares y montañosas del Mundo. En su extensión má
xima, cuando el nivel del mar descendía cerca de 100 m por debajo del actual, el
puente de tierra de Bering se extendía desde el cabo Navarin, al Sur de la desem
bocadura del río Anadyr en el oeste de Siberia, y después de bordear, hacia el Su
roeste, las islas Pribilof, alcanzaba la Alaska continental cerca de la punta de la
península de Alaska al Sur de la desembocadura del río Yukón.^n esas épocas, el
puente se extendía hacia el Norte, cerca de 500 km allende el estrecho de Bering.
A pesar de las frías temperaturas, el clima de la costa sur del puente de tierra era
árido y continental de modo tal que los glaciares se acumulaban sólo en las zonas
de las altas montañas de Siberia, Alaska y Yukón (Ilustración 1). ♦
Cada vez que se formaba el puente de tierra, el clima de su costa sur era rela
tivamente más moderado que en el interior, ya que las corrientes del océano
Artico quedaban interceptadas. Durante el periodo de máximo avance de los
glaciares en la última glaciación, hace entre 2 5 0 0 0 y 15 000 años, las riberas del
golfo de Alaska y la costa oeste de la Columbia Británica, hasta Puget Sound al
Sur, en el Estado de Washington,:estaban cubiertas de glaciares debido a las
grandes nevadas en las montañas adyacentes. Durante esa época, los glaciares
cubrían prácticamente todo Canadá, con excepción de la mayor parte de Yukón,
la cual, al igual que el resto de Beringia, era demasiado árida para la acumula
ción de hielo glacial. No ^ sta n te, entre el 5 0 0 0 0 y el 35 000 antes del presente
(a.p.) aproximadamente, ^Dclima era mucho más parecido al de la actualidad.
Este intervalo cálido en la última glaciación es conocido como un interestadial.
42 ALAN L. B R Y A N
Ilustración 1
LA REG IÓ N D EL PUENTE T E R R E ST R E D E BERING
Asia del Nordeste y América del Norte en el momento de máxima glaciación continental
del Pleistoceno Inferior (aprox. 17000 a.p.)- En la ribera occidental de algunas islas de la
costa noroeste existían refugios que no se habían helado, pero el Sur de Alaska permane
ció cubierto de hielo a partir del 2 5 0 0 0 a.p. Sin embargo, el centro de Alaska y el Japón
permanecieron libres de hielo. La glaciación continental de San Lorenzo avanzó en direc
ción Oeste, hacia el Norte de las Montañas Rocosas alrededor del 30000 a.p. El hipotéti-
co «corredor libre de hielo» no existió hasta después del 11000 a.p., de modo que los po
bladores se desplazaron hacia el Sur desde la zona no helada de Beringia a lo largo de la
costa del Pacífico antes-deL2i.Q0Q-a,p-,o por el Este de las Rocosas antes del 3 0 0 0 0 a.p.
lT L )m ñ ^ Y u ria k h , Siberia (250 0 0 0 a.p.).
2 . Kamitakamori, Japón (500 000 a.p.).
P
‘ uente: Alan L. Bryan.
principal de esta suposición está dado por el hecho de que en general se reconoce
que la manifestación cultural más temprana en Norteamérica iés)la tecnología
clovis, fácilmente jdentificable por las_£uruas jle jiroyectU^ acanaladas muy-fía-
boradas usadas para cazar mamuts y .bisontes entre el 1.1200 y. el. 1Q50Q a.p.
(Haynes, 1 9 8 0 ; Haynes et al., 1984). Desde 1927, año en que se confirmó que'
las puntas acanaladas esta ^ n asociadas con la extinción del bisonte en el sitio
de Folsom, Nuevo México, se comenzó a desarrollar un modelo según el cual los
primeros americanos eran cazadores, especializados en la caza mayor, que po
seían una tecnología análoga a la del Paleolítico Superior^ Excavaciones subsi
guientes en unos doce sitios en las Grandes Llanuras y en el Sudeste de Arizona j
confirmaron la presencia de puntas de proyectiles clovis acanaladas que eviden-;
temente habían sido empleadas para dar muerte a los mamuts (Ilustración 2). t 1
Las Grandes Llanuras constituyen desde hace mucho tiempo un vasto ecosis
tema de praderas que, desde d Pleistoceno, suministran pastos en abundancia a
las manadas de herbívoros, ferji) consecuencia,_lgs ocupantes prehistóricos de las
Llanuras hallaron una base económica en la caza de estos grandes herbívoros. Al
Este del río Mississipi se han encontrado varios sitios que incluyen puntas aca
naladas, fechados entre el 11000 y el 13000 a.p. Asimismo, otros sitios con pun
tas acanaladas de la zona Nordeste de Columbia Británica, Montana occidental,
Idaho, Nevada y uno ubicado a gran altura en Guatemala se han fechado con
menos de 1 1 000 años a.p. Pero estos sitios no han revelado la existencia de fau
na extinta, por lo que no sabemos qué animales pudieron haber cazado sus mo
radores. No obstante, ha ganado popularidad el modelo según el cual los caza
dores de fauna mayor del Paleolítico Superior oriundos de Siberia — y, en último
término, de Europa— fueron los primeros americanos, que más tarde se habrían
desplazado por el hipotético corredor libre de hielo, hasta las Grandes Llanuras,
Ilustración 2
Punta clovis.
Fuente: Alan L. Bryan.
44 ALAN L. B R Y A N
Según una vieja suposición de los arqueólogos americanistas, los hombres no pu
dieron vivir en la zona subártica sino hasta después del 20000 a.p. (Dincauze,
1984). Los arqueólogos siberianos que estudian los ríos Yenisei, Angara y Lena
están excavando varios sitios que contienen artefactos del Inferior y Medio Paleo
lítico en contextos estratigráficos fechados por radiocarbono en más de 35 000
años (Drozdov et a i , 1990) y, desde el punto de vista geológico, varios de estos
sitios pueden ser fechados en al menos 200 000 años (Larichev et al., 1987). Así,
por ejemplo, el sitio de Diring-Yurekh en el curso medio del Lena, cerca de Y a
kutsk, en la parte más fría del hemisferio Norte, ha revelado una industria de
núcleos de guijarro y de lascas del Paleolítico Inferior en un estrato de grava,
debajo de una gruesa capa de arena’ que corona el terraplén de un antiguo río
(Ackerman, 1990; Larichev et al., 1987). La arena ha proporcionado fechas
paleomagnéticas y por termoluminiscencia que el arqueólogo luri Mochanov
(1993) ha interpretado como Pleistoceno Temprano, aunque los geólogos rusos
que visitaron el lugar consideran que es muy probable que el estrato tenga entre
200 000 y 300 000 años. Los análisis posteriores de las capas arenosas superio
res mediante la termoluminiscencia muestran que la ocupación fue anterior al
26 0 0 0 0 a.p. y que podría incluso ser del 3 70000 a.p. (Waters et al., 1999). El
significado de Diring y de otros sitios de Siberia para la Prehistoria de América
46 ALAN L. B R Y A N
océano, con el objeto de poblar, hace por lo menos 40 000 años, Australia y
Nueva Guinea, e incluso las Salomón, Nueva Irlanda” (jones, 1990), y quizás
también, hace 30 000 años aproximadamente, Okinawa. Si hace más de 200 000
años ya había hombres en la isla de Honshu, se puede suponer que tenían expe
riencia en embarcaciones y que eran capaces de cruzar extensiones de agua si
milares a las del Pacífico Norte para poblar Hokkaido, las Kuriles y Kamchatka
hace más de 100 0 00 a ñ o s.l^ e c o sistema marítimo del Pacífico Norte, con pe
ces, crustáceos, pájaros y mamíferos marinos en abundancia, así como también
moras y otras plantas comestibles, tiene que haberles resultado a los primeros
habitantes más productivo y de más fácil adaptación que el interior continental
del puente de tierra, donde la caza era más móvil y más diseminada y donde es
caseaban las plantas comestibles^Así, pues, es muy posible que los primeros
hombres que atravesaron el puente de tierra hayan navegado cerca de la relati
vamente cálida costa del Pacífico Norte, que era más productiva, llevando con
sigo una tecnología relativamente simple de herramientas de núcleo y de lasca
del Paleolítico Medio.
Es muy probable que los seres humanos hayan penetrado por primera vez en lo
que hoy es América Latina a lo largo de la costa de la Baja California. A comien
zos de la última glaciación, las cordilleras del Oeste de Norteamérica, hasta la
extremidad sur de la Sierra Nevada, en el Sur de California, estaban cubiertas de
hielo glacial; exceptuando la brecha del río Columbia, los hombres se habrían
confinado en el Oeste del sistema montañoso formado por la Cordillera de las
Cascadas y la Sierra Nevada. Durante el periodo de la última glaciación, algunos
aventureros pudieron haberse abierto paso hacia la cuenca del Columbia y la lla
nura del río Snake, y otros pudieron haber cruzado por el Sur de las Sierras has
ta el desierto de Mojave,'‘pero es muy probable que la mayoría haya permaneci
do a lo largo de la costa del Pacífico y en los valles de los ríos más pequeños,
dentro de los ecosistemas productivos tradicionales que durante mucho tiempo
habían ocupado sus antecesores'.' Lamentablemente, la mayoría de los sitios cos
teros que datan de la última glaciación están hoy sumergidos en la plataforma
continental. Los no sumergidos estarían enterrados en los depósitos aluvionales
de los ríos o en otros contextos geológicos. Se ha tenido noticia acerca de la exis
tencia de tales sitios en San Diego, justo al Norte de la frontera mexicana, y en el
desierto de Mojave, pero como sóld contienen núcleos y lascas monofaciales
simples, la mayoría de los arqueólogos profesionales ha llegado a la conclusión
de que debe existir algún error en la evidencia señalada. Aunque no fechado en
el Pleistoceno a causa del nivel creciente del mar, el levantamiento tectónico en
las islas del canal del Sur de California ha preservado concheros con depósitos
fechados en más de 1 0 0 0 0 años (Meighan, 1989). Estos concheros tempranos
contienen también núcleos simples, lascas sin retoque y sm ninguna modifica
ción,“y sólo unos pocos cuchillos tallados por ambos ladqs. Si no fuera'”poreI He
cho de que fueron excavados en basureros de conchillas que contenían toneladas
48 ALAN L. B R Y A N
nes, y que este tipo de puntas aparece poco tiempo después en la provincia de
Buenos Aires, en las pampas argentinas, parece más razonable concluir que esta
forma distintiva se desarrolló en la Patagonia austral como parte de una adapta
ción local para la caza de caballos, y que más tarde, cuando éstos se extinguie
ron, se difundió hacia el Norte/^bos de las puntas cola de pescado de la cueva de
Fell y las dos puntas provenientes de sitios cercanos en las pampas han sido des
critas como acanaladas; sin embargo, sería necesario realizar análisis tecnológi
cos para determinar si son realmente acanaladas como las que provienen de más
al Norte, como, por ejemplo, las de la colección excavada de El Inga, cerca de
Quito, en Ecuador, en un contexto datado en el 9000 a.p.^
En Panamá, en el extremo sur de América central, se hallaron también pun
tas acanaladas tipo clovis; sin embargo, en Los Tapiales, sitio ubicado en la cor
dillera continental, a 3 000 m de altura, en Guatemala, sólo se ha excavado una
base acanalada en un contexto fechado en el 10700 a.p. (Gruhn, Bryan y Nance,
1977). Láminas, buriles y bifaces simples estaban asociados con esta base y con
una laminilla acanalada. Como en este sitio no se preservaron los huesos, no es
posible saber si estos hombres cazaban o no animales hoy extintos. A unos po
cos kilómetros de Los Tapiales se han recogido puntas completas tipo clovis, así
como también puntas cola de pescado acanaladas; asimismo, se ha señalado la
existencia de huesos de mamuts, de modo tal que en Guatemala existe un p_pte.n-
daj^ para encontrar la asociaciór^en^ eI_ hombrs_y_£Lina.niut^Sin embargo, la
asociación no debe hacerse necesariamente con las puntas acanaladas. Resulta
interesante señalar que en la cuenca de Quetzaltenango (Xelajú), que puede ha
ber contenido un lago pleistocénico como los de la cuenca de México, se encon
tró una punta con hombros bastante similar en tamaño a aquella proveniente de
Iztapan I (Bryan, en prensa) (Ilustración 3).
Ilustración 3
Ilustración 4
Punta El Jobo.
Fuente: Alan L. Bryan.
lió en otra superficie. El coluvión adicional fue recubierto por un abono orgánico
negro que data del 10000 a.p. aproximadamente. La totalidad de esta secuencia
de depósitos quedó rematada por una capa de coluvión estéril. Como no se han
encontrado artefactos en ningún depósito por encima de la arena gris, resulta cla
ro que éstos no pudieron haberse filtrado desde más arriba.
A pesar de que se ha pretendido lo contrario (por ejemplo, Lynch, 1980),
Taim a-Taim a ha proporcionado artefactos definidos, en un contexto geológico
bien fechado y altamente estratificado, que se mantuvo puro a pesar del agua es
curridiza, ya que ésta movió arena y concentró ramas en cavidades pero no fue
lo suficientemente fuerte como para mover o mezclar huesos o artefactos de pie
dra. Reseñados con gran detalle, estos datos constituyen única evidencia sóli-
da^n toda Sudamérica^de un s^itio de matanza de megamamífecos. Por supuesto,
si se acepta el modelo según el cual los cazadores norteamericanos de fauna ma
yor fueron los primeros sudamericanos, la evidencia de Taima-Taima o de cual
quier otro sitio más temprano que Clovis no puede ser correcta, y todos estos si
tios deben sey explicados de otro modo, tal como Lynch (1980) ha intentado
hacer sistemáticamente.
Ahora se hacen evidentes ciertas diferencias significativas entre la arqueolo
gía de Norteamérica y la de Sudamérica. En su búsqueda de los orígenes cultura
les, los arqueólogos norteamericanos dirigen su mirada hacia Beringia y Siberia,
donde es bastante sencillo encontrar similitudes y relaciones, ya que tanto los
grupos humanos que se adaptaron a las Grandes Llanuras como los que lo hicie
ron con respecto a la tundra de las estepas de Beringia y de Siberia vivían<€H)eco-
sistemas que obligaban a hacer.,hincapié_en la caza y no en la recolección. Por su
parte, los arqueólogos sudamericanos buscan en Panamá y en Centroamérica los
orígenes culturales, pero el ecosistema dominante en esa región es la selva tropi
cal y las únicas relaciones que se han podido reconocer son las puntas cola de
pescado y las tipo Clovis acanaladas que están ampliamente diseminadas. Los
arqueólogos orientados hacia Norteamérica concluyen, pues, que las puntas aca
naladas deben constituir las relaciones más tempranas. A diferencia de estas
puntas que presentan una extensa distribución, puesto que muchos grupos cultu
rales las consideraron armas de caza efectivas, las puntas El Jobo tienen una dis
tribución conocida muy limitada. Así, si bien en Costa Rica, Nicaragua y M éxi
co se han hallado puntas en forma de hoja de sauce, éstas no constituyen las
puntas distintivas El Jobo. Sin embargo, en un sitio situado en el Noroeste ar
gentino se han encontrado las características puntas gruesas y biconvexas tipo El
Jo b o (Alberto Rex González, comunicación personal, 1970) y en el Sur de Chile
se han hallado dos más en un sitio coetáneo, ocupado hace 2 500 años en Monte
Verde, al que nos referiremos más adelante.*tju¡zás los trabajos que se realicen
en el futuro, en especial a lo largo de las desconocidas laderas este de los Andes,
revelen una vinculación entre estas ocurrencias tan alejadas entre sí; aunque
también es posible que la forma casi cilindrica de las puntas El Jobo provenga de
las puntas de madera o hueso pulido conformadas en forma similar, que fueron
halladas en varias partes de América del Sur.HJna diferencia de gran importancia
entre N orte v Sudamérica « la mayor diversidad de los grupos líticos que en for-
rrm local se desarrollaron en esta última, como parte de adaptaciones culturales
EL P O B L A M I E N T O O RIG INARIO 55
una tradición temprana de selva tropkal que incluyó algo de horticultura y que
dio origen, después del 5300 a.p., a cultura cerámica ternprana ..de-^Zaidi^ia,
con una agricultura intensiva, una extendida tecnología pesquera y un ceremo-
nialismo más desarrollado.
El sitio de Talara en el extremo noroeste peruano es una localidad paleonto
lógica bien conocida del Pleistocenó Tardío. Cerca de ella, sobre la misma plata
forma marina, se localizaron y analizaron conjuntos de tajadores monofaciales,
así com o también raspadores «casco de caballo», y lascas utilizadas y denticula
das (Richardson, 1978). Las conchas de grandes moluscos Anadara, asociadas
con ellos y que evidentemente habían sido llevadas desde lejanas manglares, pro
porcionaron las fechas de 11200 y de 8125 a.p. Es probable que los artefactos
monofaciales fueran usados para trabajar la madera, el hueso y las fibras. Con
la adición de hachas de piedra pulida, de morteros y de tazones, una industria si
milar siguió usándose en la desembocadura del cercano río Siches hasta por lo
menos el 5 5 0 0 a.p.
Es evidente que los hombres que se adaptaron a la costa semiárida de la pe
nínsula de Santa Elena y del Norte de Perú jamás sintieron la necesidad de tener
puntas bifaciales, aunque su ausencia parece extraña ^ p o c o antesJiabían sido
cazadores de grandes animales en los Andes. No obstante, a menos de 500 km
más al Sur, en la región que rodea el valle Moche, resulta claro que los cazado
res mataban mastodontes con grandes y distintivas puntas espiga Paiján, que
sólo son conocidas en esta limitada región costera, aunque en El Inga se encon
traron algunas formas similares. En un contexto cerrado en el pequeño refugio
rocoso de Quirihuac, se recuperaron diez puntas Paiján rotas y miles de lascas.
Cuatro fechas obtenidas de restos de madera y carbón van del 12795 al 8645
a.p., mientras que los huesos humanos datan del 9930 y del 9020 a.p. El sitio
abierto de La Cumbre proporcionó puntas Paiján eipasociación con huesos de
mastodonte que datan del 12360 y 10535 a.p. Como las fechas eran tan varia
bles, se las promedió en el 10796 a.p., siendo comparables con el promedio del
1 0 650 para Quirihuac. Se cree que el complejo Paiján existió entre hace 11 000
y 1 0 0 0 0 años, periodo en el que, en forma gradual, los hombres fueron abando
nando las puntas Paiján, aun cuando siguieron dando importancia a la econo
mía marítima, a la que probablemente se dedicaban estacionalmente (Richard
son, 1989).
En el Sur de Perú, cerca de lio, los recursos marinos eran utilizados en forma
intensiva hacia el 10500 a.p. Un conchero en forma de anillo proporcionó, en
HeposItoTfechados entre el 10570 y el 7670 a.p., un arpón de hueso, anzuelos de
hueso y concha, así como también conchas modificadas y una industria unifacial
de lascas monofaciales, pero ninguna bifaz (Richardson, 1989).*"Se identificaron
restos de moluscos, de peces del litoral, de mamíferos marinos y de pájaros; pero
no se encontraron restos de mamíferos terrestres.
La razón más probable que exphca por qué una adaptación marítima total
mente desarrollada se halla presente hacia el 10500 a.p. sobre la costa pacífica
de Sudamérica, y hacia el 10000 a.p. en California, pero sólo después del 8000
a.p. en la costa atlántica, puede ser que ciertos tramos de la costa pacífica son
tectónicamente ascendentes, mientras que la costa atlántica es estable. Así, pues.
EL P O B L A M I E N T O ORIGINARIO 59
tanto Las Vegas como Siches y el sitio Anillo representan adaptaciones marí
timas bien establecidas, que, al igual que sus contemporáneas en el Sur de Cali
fornia, resultan ser los sitios más tempranos, preservados localmente, represen
tativos de adaptaciones costeras más antiguas, cuyos remanentes deberían ser
hallados por los arqueólogos bajo el agua en las plataformas continentales de to
das las costas. Esta interpretación implica la idea de que los sitios del interior al
Oeste de las cordilleras fueron ocupados por primera vez por grupos humanos
que gradualmente se fueron trasladando desde las costas hacia el interior, y ello
a medida que iban adaptando sus economías a la utilización de plantas y de ani-
males terrestres. En un primer momento, estos exploradores sólo incorporaron,
en su ciclo anual, los r ^ r s o s de las regiones interiores adyacentes; pero con el
tiempo algunos, como pachamachay. desarrollaron una tecnología capaz de /
adaptarse a ecosistemas terrestres duranrp tndr» pLaxir>-(ñ.iUfhay,. l ’<?Rqa| /
Dos sitios contemporáneos en el centro de Chile proporcionaron artefactos
con animales extintos. Quereo, situado en un farallón que hoy domina el Pacífi
co, reveló la existencia de herramientas simples talladas monofacialmente, aso
ciadas con huesos de mastodontes, de caballos, de camélidos extintos, de ciervos
y de mamíferos marinos, así como también con conchas marinas, en un contexto
fechado en el 11500 a.p. (Dillehay, 1989b). Es evidente que estos grupos cos
teros estaban experimentando con ecosistemas interiores. Tagua-Tagua, bien
adentro en el valle central al Sur de Santiago, está situado sobre la orilla de un
lago que atrajo tanto a los animales (mastodontes, caballos, camélidos y pájaros
acuáticos) como a los cazadores, que dejaron lascas, núcleos, percutores y algu
nas herramientas de hueso en un estrato fechado entre el 11430 y el 11000 a.p.
(Dillehay, 1989b).
En Monte Verde, aproximadamente 900 km al Sur en el bosque húmedo su-
bantártico y a 15 km tierra adentro desde el fiordo más septentrional, un lugar
pantanoso ha ofrecido artefactos perecederos muy bien conservados en un con
texto fechado alrededor del 13000 a.p. (Dillehay, 1989a, 1986). Este sitio con
tiene al menos diez bases de chozas semirectangulares hechas con troncos tosca
mente modificados y mantenidos en el lugar por estacas de madera, y constituye
así 0 grupo arquitectónico más temprano del que se tenga noticias er^las_arnéri-
cas; los morteros de madera contenían semillas bien conservadas con frutos y ta
llos de plantas comestibles estaban asociados directamente con piedras de mo
lienda. Dentro de las estructuras, y muy cerca de pequeños fogones de arcilla
alineados, (s^encontraron artefactos de madera y algunas herramientas de piedra
lasqueada monofacialmente; fuera de las vías de acceso a estas casas, alineados a
lo largo del riachuelo Chinchihuapij se localizaron fogones más grandes. Monte
Verde e r ^ n asentamiento planificado con áreas para actividades diferentes ta
les com oQ^preparación de comida^ la producción de herramientas y evidente
mente tarnbién el tratamiento médico. Dado que se encontraron restos de plan
tas ^ue) maduran en^jodas las estaciones, se llegó a la conclusión de que el
asentamiento era permanente. La presencia de restos vegetales originarios de las
costas oceánicas, de las altas montañas e inclus<^e la Patagonia, indica la exis
tencia de relaciones, e inclusive quizás también comercio, con otros ecosiste
mas. En efecto, es posible que las dos grandes bifaces y una punta tipo El jo b o
60 ALAN L. B R Y A N
gio fue ocupado otra vez por pobladores que utilizaron herramientas monofacia-
les similares, con el agregado de cuchillos y de puntas bifaciales subtriangulares
(alrededor de 9700 a.p.) así como también punzones y espátulas en hueso, todos
asociados con huesos de caballo y de guanaco. Los toldenses abandonaron la re
gión hacia el 8750 a.p., pero otros hombres que insistieron en el uso de láminas,
raspadores, cuchillos y denticulados retocados monofacilmente ocuparon la cue
va después del 7 2 6 0 a.p. Evidentemente, más que puntas bifaciales, estas perso
nas utilizaron boleadoras para cazar guanacos, y
La cueva de Fell, en Chile, al Norte del estrecho de Magallanes, es el sitio tipo
para las puntas cola de pescado magallánicas, dos de las cuales tienen cicatrices de
adelgazamiento en la base. Se encontraron también raspadores terminales latera
les junto con huesos quebrados y quemados de caballo(2)con muchos huesos de
guanacos descuartiza_dos,_en estratos fechados entre el 11000 j el 10000 a.p. Se
gún se ha informado, la ocupación subsiguiente, fechada entre el 9100 y el 8100
a.p., careció de puntas bifaciales. Es probable que iJ)hayan utilizado puntas_en
hueso para matar guanacos. En la tercera ocupación, fechada entre el 8180 y el
6560 a.p., se encontraron puntas cortas triangulares bifaciales y piedras boleado
ras. Las puntas triangulares y las fechas coincidentes sugieren alguna relación con
los toldenses (Orquera, 1987), aunque la falta de puntas cola de pescado en los si
tios de la misma época en la Patagonia argentina sigue siendo un enigma. Al Este
de los Andes, en Tierra del Fuego, situada en la extremidad austral de América,
habitaron hombres que usaron piedras lasqueadas monofacialmente, aunque tam
bién hay lascas derivadas bifacialmente, asociados con una fecha del 11900 a.p.
(Hugo Nami, comunicación personal, 1992). Más al N one, en la provincia cen
tral de Buenos Aires, se excavaron dos puntas cola de pescado de dos sitios cerca
nos, en contextos fechados entre el 10800 y el 10600 a.p. El único hueso que se
pudo identificar pertenecía a una placa de un armadillo extinto. Otra localidad en
la misma región parece haber sido un taller en el que eran fabricadas puntas cola
de pescado por pulimento más que por lasqueado. Dada la ausencia de sitios de
matanza, es difícil argumentar tan sólo a partir de la distribución conocida de las
puntas cola de pescado en el Cono Austral, a favor de un horizonte temprano de
caza especializada (Orquera, 1987; 354).
No muy lejos, en La Moderna, se encontraron huesos de guanacos y de glip-
todontes extintos, así como también muchas lascas de cuarzo alóctono.^ El
gliptodonte ha sido fechado en el 6550 a.p., pero esta fecha, obtenida a través
del colágeno de un hueso, ha sido puesta en tela de juicio, ya que implica una
persistencia tardía de una fauna etónta (Orquera, 1987). Sin embargo. Arroyo
Seco, en la zona sur de la provincia de Buenos Aires, ha producido sorpresas aun
mayores en lo que respecta a la fauna extinta. En un componente no fechado
aparecen puntas triangulares bifaciales junto con artefactos monofaciales. Deba
jo de este estrato se encontraron algunas herramientas sólo con retoque margi
nal monofacial, asociadas con huesos de guanaco, ciervo, caballo y perezosos gi-
gantes terrestres. Por debajo de este nivel de ocupación y sin ninguna evidencia
de intrusión a través de la zona que proporciona la megafauna, se han encontra-
do entierros humanos con ocre rojo, acompañados de conchas perforadas y de
abalorios de (^ientes, asFcomo tambiéii una placa de gliptodonte. La idea de que
62 ALAN L. BRYAN
bría protegido a sus ocupantes de ser vistos desde el valle, situado 20 m más
abajo. En una esquina del abrigo se creó un cono aluvial, compuesto de guija
rros de cuarzo erosionados procedentes de una formación situada más arriba so
bre el frente del acantilado, fuera de la zona de excavación. Este cono contenía
una fuente de guijarros lasqueables al alcance de la mano, aunque también se
encontraron guijarros de cuarcita alóctona en varios pisos de ocupación, y una
variedad de sílex en los estratos superiores. A excepción de una punta bifacial
alóctona hallada en una capa superior, la totalidad de la industria de piedra ta
llada es monofacial. Se identificaron raspadores sobre jascas, lascas con mues-
cas, guijarros en punta, tajadores con guijarro y percutores además de muchos
núcleos y lascas no retocados, que son desperdicios de talleres.fAIgunos artefac
tos examinados con un microscopio electrónico revelaron evidencia de estrías
causadas por el uso, de modo tal que el sitio es mucho más que una simple can
tera/taller, en la que los hombres también hicieron dibujos sobre las paredes.
El objetivo original de f e c h a r arte en roca tuvo éxito. En efecto, pudo ha
llarse una astilla de la pared de piedra arenisca con huellas de pintura roja en
asociación directa con un fogón fechado en el 17000 + 40 0 a.p^ Cerca de la su
perficie y hasta casi cinco metros de profundidad, se encontraron vastos lechos
de carbón, similares a los fogones hallados en otras cuevas brasileñas hasta don
de, evidentemente, los hombres arrastraban ramas y leños para mantener el fue
go durante toda la noche. Los hombres más primitivos quebraban rocas utilizan
do el fuego para luego utilizarlas y nivelar la superficie para los fogones de rocas
acomodadas. El carbón de este horizonte Temprano ha sido fechado en el 41000,
4 2 4 0 0 y > 470 0 0 a.p. Más de doce fechas estratigráficamente consistentes y ob
tenidas por radiocarbono, de fogones construidos en pisos de ocupación más
tardíos, van del 321 6 0 al 6100 a.p.^1 problema de la falta de conservación de
huesos en los refugios de piedra arenisca ha sido superado por excavaciones en
cuevas de piedra caliza cercanas, donde @ recuperaron huesos de muchos ani
males pleistocénicos. así como un fragmento de una calota humana de paredes
gruesas y muy permineralizado (Guérin, 1991), cuyo estudio puede llegar a ayu
dar a confirmar la calota de Lagoa Santa, f
El anuncio de estas fechas en informes preliminares dejó consternados a los
arqueólogos norteamericanos, que habían aceptado el modelo según el cual los
americanos primitivos habían fabricado puntas de proyectiles bifaciales. Los es
cépticos — algunos de los cuales han visitado el sitio— sostienen que los artefac
tos no son más que objetos naturales y que los fogones son, en realidad, restos
de fuegos forestales (por ejemplo, Lynch, 1980), e incluso aducen que los arqueó
logos están mal adiestrados (Fagan, 1990b). Sólo un informe final sóbrenlas
pruebas hallacks en estos wtios.ppndrá_fin_a la poléniica.;
Á1 final, estos y otros sitios fechados tanto o más tempranos todavía que los
clovis obligarán a rechazar el popular modelo de «primero los Clovis» y a acep
tar un modelo de explicación alternativa que no necesita dejar olvidados muchos
de los datos arqueológicos reales encontrados a lo largo de Sur, Centro y Norte
américa. Según este modelo, los hombres del Este asiático, con_una economía ge
neral cazadora-pescadora-recolectora y una~tecnología simple de piedra lasquea-
da monofacialmente, habrían extendido en forma gradual su territorio alrededor
EL P O B L A M I E N T O ORIGINARIO 67
del Noroeste del Pacífico sobre el puente de tierra de Bering no cubierto de hielo
y luego hacia abajo sobre la costa Noroeste de Norteamérica antes de que se cu
briera de hielo glacial.'^os hombres con una orientación marítima se habrían
mantenido a lo largo de la costa, aunque algunos grupos pudieron haberse sepa
rado y trasladado a los valles no helados de los ríos, que también proporciona
rían ecosistemas productivos a los cazadores y recolectores generalesVOcasional-
mente, en algunas praderas abiertas que mantenían manadas 0 ^ e rb ív o ro s con
hábitos predecibles pero con muy pocos alimentos vegetales comestibles, algu-
nos hombres que se movían desde las costas y ríos hacia el interior habrían expe
rimentado con métodos más eficaces para cazar animales. Entre estos nuevos
métodos se cuentan las puntas de proyectil de piedra ¡asqueada bifacialmente,
resultado de un proceso de transferencia a partir de puntas de hueso y madera
trabajadas en forma similar. Los futuros arqueólogos, liberados de un modelo
que contiene supuestos insostenibles y que restringe indebidamente no sólo la
acción sino también el pensamiento científico libre, podrán determinar con exac
titud el momento en el que comenzó el largo proceso del poblamiento de las
américas (Ilustración 5).
ALAN L. 6 R Y A N
68
Ilustración 5
SITIOS M ENCIONADOS EN EL T E X T O
América Central;
Los sitios situados a proximidad unos de otros se designan por el mismo número.
1. Acahualinca 5. Cueva de Espíritu 8. Iztapan 10. Quetzaltenango
2. El Bosque Santo Tlapacoya Los Tapiales
3. El Cedral 6. Cueva de Los Grifos 9. La Muía 11. Turrialba
4. Laguna Chapala 7. Hueyatlaco
América del Sur:
1. El Abra 5. Fell’s Cave 10. Maratuá 17. Ring Site
Tibitó 6. El Inga 11. Monte Verde 18. Santana do Riacho
2. Alice Boér San José 12. Pachamachay 19. Tagua Tagua
3. Arroyo Seco 7. El Jobo 13. Pedra Furada 20. Talara
La Moderna Taima-Taima 14. Pedra Pintada 21. Los Toldos
4. La Cumbre 8. Lagoa Santa 15. Pikimachay 22. Las Vegas
Quirihuac 9. Lauricocha 16. Quereo
Fuente: Alan L. Bryan.
D IV E R S ID A D G E O G R Á F IC A Y U N ID A D C U L T U R A L
D E M E S O A M É R IC A
L o r e n z o O c h o a , E d it h O r t iz - D ía z y G e r a r d o G u t ié r r e z
Dentro de una gran parte del actual territorio de México, la totalidad de Belice y
Guatemala, así como regiones de Honduras y El Salvador tuvo lugar el surgi
miento, desarrollo y ocaso de una serie de civilizaciones que, como resultado de
una herencia histórica común, compartieron un conjunto de rasgos culturales,
tanto de carácter material como ideológico. A causa de ello, a partir de esta con
cepción de rasgos y de acuerdo no sólo con la filiación etnolingüística de los gru
pos que ahí se localizaron, sino con el enclave geográfico de los asentamientos,
esa área fue definida bajo el nombre de «Mesoamérica» (Kirchhoff, 1967^). Los
problemas que han enfrentado las investigaciones desde que se planteó y deter
minó esa área bajo una concepción geográficocultural cubren un amplio espec
tro, aunque dos de ellos han ocupado la mayor atención:
á) el enfoque teórico con que se definió a partir de un esquema de rasgos
culturales comunes compartidos por diferentes grupos etnolingüísticos distribui
dos en un territorio determinado, y
b) la profundidad temporal con que es posible reconocer tales rasgos y gru
pos en ese espacio.
La historia acerca de quiénes y cómo han enfrentado tales asuntos, no sólo
desde la óptica de la cultura misma sino de la estrecha relación de ésta con el
medio geográfico, es bastante larga y no nos ocuparemos de ella^.
1. El trabajo de Paul Kirchhoff fue publicado originalmente en Acta Americana, en 1943 y re
editado en edición accesible que reúne varios trabajos acerca del problema mesoamericano: Litvak
King, 1992. Acerca del concepto de civilización, en relación con Mesoamérica, cf. Willey, Ekholm y
Millón, 1964.
2. Del primer punto se han ocupado numerosos investigadores que casi siempre han pasado
por alto el segundo, más relevante para la Arqueología y la Lingüística según lo mostró Paul Kirch
hoff. Esto es, ¿a partir de cuándo podemos hablar de Mesoamérica como un área cultural homogé
nea.’ jC uá! era su extensión.’ ¿Es válido continuar exhibiéndola como tal para el Preclásico y el C lá
sico? Quizás M atos Moctezuma toca el asunto con otros propósitos en su trabajo «M esoam érica»,
1 9 9 4 , mapas 1-3. Para quienes se interesen por este problema desde diversas ópticas recomendamos
entre otros la consulta de Olivé Negrete, 1958; Piña Chan, 1960 y 1 967; W olf, 1 9 6 7 (originalmente,
195 9 ); Sanders y Price, 1 9 68; Jiménez M oreno, 1 9 75; Litvak King, 1992.
70 LORENZO OCHOA, EDITH ORTIZ-DÍAZ Y GERARDO GUTIÉRREZ
Ilustración 1
M ESO A M ÉR IC A : LIM ITES Y ÁREAS CULTURALES PARA EL PERIODO POSTCLÁSICO
PAISAJE Y CULTURA
Ilustración 2
PROVINCIAS FISIOGRÁFICAS DE M É X IC O Y CEN TRO A M ÉRICA
1. Planicie Costera del Pacífico. 2. Planicie Costera del Golfo. 3. Sierra Madre Occiden
tal. 4. Sierra Madre Oriental. 5. Mesa del Norte. 6. Mesa central. 7. Eje Volcánico
Transmexicano. 8. Depresión del Balsas. 9. Mesa del Sur. 10. Los Tuxtlas. 11. Sierra M a
dre del Sur. 12. Istmo de Tehuantepec. 13. Península de Yucatán. 14. Tierras Altas de
Chiapas y Centroamérica. 15. Depresión Central de Chiapas. 16. Sierra Madre de Chia-
pas. 17. Eje Volcánico del Salvador y Nicaragua. 18. Planicie Costera del Caribe. 19. De
presión de Nicaragua. (Basado en W est, 1964a).
PRINCIPALES SISTEMAS M ON TA Ñ O SO S
Al Este del territorio mexicano siguiendo la costa del golfo de México se levanta
la Sierra Madre Oriental, que corre de Norte a Sur, desde cerca de la frontera en
tre Texas y México hasta el Nordeste del Estado de Oaxaca. Aunque la compo
sición geológica de la Sierra Madre Oriental es de calizas y rocas clásticas princi
palmente, en su unión con el Eje Neovolcánico, entre los Estados de Puebla y
Veracruz, está cubierta por derrames de roca b a sá ltica fL a altitud promedio va
ría entre 2 000 y 3 000 m, y en algunos lugares llega a los 4 000 m; por lo tanto,
no es raro que su clima varíe de templado a frío.^Innumerables corrientes que
drenan en el golfo de México bajan por el lado este de la sierra creando estre
chos y profundos cañones, como el del río Moctezuma. Y si bien la sierra se an
toja una barrera natural entre el golfo de México y la altiplanicie, existen pasos
naturales que, desde épocas remotas, fueron aprovechados como rutas de comu
nicación y de comercio para penetrar en el interior del país (Ochoa, 1992).
Esta sierra se caracteriza por su vegetación de pinos y encinos (Pinus rudis y
Q uercus sap otaefolia) en las partes altas que, a medida que baja a la llanura cos
tera y la costa, cambia a selva alta perenninfolia, ahora desplazada por extensas
sabanas dedicadas a la ganadería. Sobre esa ladera descienden numerosas co
rrientes que conforman fértiles zonas aluviales que aprovecharon los pueblos
prehispánicos en sus prácticas agrícolas, mientras que las lagunas que se forman
a lo largo del litoral fueron fundamentales en la economía de algunos grupos.,
Pero no sólo eso, años atrás la presencia de lobos (Canis lupus bailey), monos
(A louatta villosa m exicana y Ateles g eoffroyi), venados (O docoileu s virginianus,
M azam a am erican a tem am a y O docoileus hem oionus), pumas {Felis concolor) y
otros animales menores era frecuente en esas partes.
Por el contrario, las partes con cara hacia tierra firme, por el efecto de la
sombra pluvial, en no pocas ocasiones resultan muy secas, incluso desérticas (De
Cserna, 1956). Ahí el paisaje es totalmente distinto y la vegetación cambia su as
pecto por otro de xerófitas y de matorral desértico. Tal sucede en el valle del
Mezquital, donde, en medio de su quebrada topografía, sólo se dejan ver mez
quites (Prosopis juliflora) y cactáceas (Opuntias ssp. y Cereus ssp.), al quedar
aislado por la sierra, que la priva de humedad. Pero no obstante algunos lugares
son aún menos favorables para recibir lluvias o para planear algún sistema de
riego, como ocurre en la zona de Cardonal, que cuenta con una población indí
gena bastante alta asentada de manera dispersa, ya que es la única forma de po
der obtener algunos productos para su reproducción (García Martínez, 1980:
32). Esa parte de la sierra además, al cerrar el valle, «impide en gran medida la
posibili3ad de simbiosis y de complementación ran las tierras bajas» {ibid.: 33).
En el lado opuesto defterritorio, bordeando el Pacífico y cubriendo una ex
tensión de 1 2 50 km, cual continuación meridional de las montañas Rocosas que
desde los Estados Unidos penetran en México por el Sur de Arizona, baja la Sie
rra Madre occidental, cuya vegetación sobresaliente es de bosques de pinos y en
cinos. Aquí, hace pocos años todavía, la riqueza de su fauna era más que atracti
va, hasta que prácticamente fue extinguida: oso negro {Ursus am ericanus), oso
pardo {Ursus horribilis), lobo mexicano (Canis lupus bailey) y venado cola blan
DIVERSIDAD GEOGRÁFICA Y UNIDAD C U L T U R A L DE M E S O A M É R I C A 75
valles centrales de Oaxaca. Estos últimos, por su carácter aluvial y coluvial, tu
vieron ocupaciones humanas bastante tempranas y, para finales del segundo mi
lenio e inicios del primero antes de nuestra era, aquellos grupos comenzarían la
construcción de basamentos arquitectónicos de carácter públicoceremonial, así
como la talla de los primeros bajorrelieves con claros indicios del conocimiento
y manejo de un calendario®.^esde hace tiempo se planteó que para los últimos
siglos anteriores a nuestra era^, en aquella zona(s^^racticó la agricultura intensi-
va, si bien la amplitud de los valles frente a las necesidades í e una población
poco numerosa no corresponde a tales exigencias. Posteriormente, en esa acci
dentada región ^ d a r ía , entre otras, el auge de dos de las culturas prehispánicas
más conocidas:Cl^zapoteca y la mixteca, con centros políticoreligiosos como el
monte Albán, cuyas relaciones económicas y políticas con Teotihuacan fueron
de primer orden hacia los primeros siglos de nuestra era.
Al Sur de la unión del Eje Neovolcánico con la sierra de Juárez, después de
conformar el istmo de Tehuantepec, se inicia el ascenso de otras elevaciones que
si bien no resultan impresionantes por su magnitud, sus formaciones de rocas
metamórficas y sedimentarias, principales fuentes de jadeítas y otras piedras se-
mipreciosas, fueron sumamente apreciadas por los grupos prehispánicos desde
finales del segundo milenio a.n.e. Tal es la Sierra Madre de Chiapas, donde las
sierras de Chuacus y Minas han sido sugeridas como importantes fuentes de ser
pentina y jadeíta explotadas desde el periodo Preclásico.
(L ^ S ierra Madre de Chiapas es un enorme batolito de diorita y granito, que
mientras en algunas partes está cubierto de rocas sedimentarias, en la cuenca del
río Motagua, uno de sus principales sistemas fluviales, presenta un gran depósito
de rocas metamórficas. Esta formación, con altitudes que varían de los 2 000 a los
3 100 m, penetra en territorio guatemalteco con el nombre de Altos Cuchumata-
nes. Aquí no es fácil reconocer estaciones bien definidas, aunque hay una tempo
rada de lluvias que dura de mayo a noviembre, y otra de secas que cae entre di
ciembre y abril. A la primera se le llama invierno y la segunda es conocida como
verano. Allá destacaban los bosques de pinabete, abeto (Abies religiosa), pinos y
encinos, liquidámbar (Liquidam bar styraciflua) y ciprés {Cupressus lindleyi) que,
antiguamente y hasta hace relativamente poco tiempo, albergaban venados, pu
mas y una de las_ayes por excelencia para los pueWps indígenas: el quetzal (Pharo-
m achus m ocinno). Los Cuchumatanes, siguiendo una dirección Noroeste-Sudeste,
continúan hasta Honduras, donde se sumergen en el mar Caribe. En Guatemala y
Chiapas se han formado valles bastante amplios como los de Quetzaltenango,
Guatemala y Comitán, que siempre han sido importantes en la vida de los mayas.
En esa formación, el flanco nortfe de las tierras altas de Chiapas y Guatemala
presenta una serie de anticlinales de roca caliza que descienden gradualmente,
hasta convertirse en una sucesión de lomeríos y montañas bajas en el Petén y la
cuenca del Usumacinta, donde la vegetación cambia a una frondosa selva tropi
cal, hasta alcanzar las zonas bajas de Tabasco-Campeche. Allá, los niveles de
6. Aunque hay publicaciones anteriores, señalamos Flannery y Marcus (1990; 1 7-69), por ser
resumen analítico de este problema.
7. Apuntamos esta misma consideración para el trabajo de Neely et al. (1990; 115 -1 8 9 ).
78 LORENZO OCHOA. EDITH ORTIZ-DÍAZ Y GERARDO GUTIÉRREZ
Ilustración 3
PERSPECTIVA DEL ÁREA MAYA
D E P R ES IO N C E N TR A L DE C H IA P A S
COSTA DEL
PA C ÍFIC O
S IE R R A M ADRE OE C H IA P A S
ras, o pintadas en las paredes de los edificios. Es probable que ellos mismos plane
aran formas de intensificación agrícola de diferente naturaleza: campos levanta
dos, terrazas y canales, base de su economía junto con el monopolio del comercio.
Durante siglos, aquellas ciudades, enclavadas a diferentes altitudes, permane
cieron ocultas bajo las impenetrables selvas alta, mediana y baja perennifolia. Sel
vas pobladas por gigantes estáticos de los que penden lianas y bejucos y no pocas
veces adornan bellas orquídeas, o las suculentas pitahayas que viven a sus expen
sas. Entre los gigantes de más de cuarenta metros de altura destaca el chicozapote
(Achras z ap ota y Achras chicle) que, por ser resistente al ataque de los insectos y
a la humedad, se utilizó en la talla de los dinteles de algunos edificios. Preciados
también eran, y siguen siendo,(j^ a o b a (Swietenia m acrophylla), el cedro (Cedre-
la m exican a), el h\^^{(^stiüa eleastica) y el arrSé~(í¿CMS glabatra), entre otros.
Pero de todosTIugar sobresaliente ocupó, y aún ocupa, fí^ceiba {C eiba pentandra)
o yaxché, el árbol sagrado de Iot mayas, quienes, al igual que los huaxtecos, tam
bién consideraron importante ^^tamón, o árboL del pan ÍBrosiinum a licastrum).
cuyos frutos aprovechaban en las difíciles épocas de hambrunas.
La selva, ahora bastante diezmada, es ocasionalmente interrumpida por pas
tizales de sabana, consecuencia de la deforestación que incide en la fauna, que
también ha sufrido un agudo castigo. De la amplia variedad de aves, reptiles y
mamíferos tan caros para la vida material e ideológica de los mayas, poco que
da: el mono araña {Ateles g eoffroy i), el saraguato (Alouatta villosa m exicana), el
venado {O d ocoileu s virginianus), el jabalí {Tayassu tajacu), el tapir {Tapirella
bairdii), el tepescuintle {Agouti p a ca nelsoni), el armadillo (Dasypus novem cinc-
tus m exicanus), el puma {Felis con color), el tigrillo {Felis wiedii), el ocelote {Felis
pardalis) y, por supuesto, el jaguar {Felis onca), animal sagrado por excelencia
para los pueblos mesoamericanos, como también lo fueron las serpientes: la
nauyaca {B oth rop s atrox), la cascabel {Crotalus ssp.), el caimán y el cocodrilo o
lagarto {C rocodylus ssp., Caim an crocodylu s y la familia A lligatoridae).
Pero no sólo allá sobresalieron las expresiones de la cultura maya. En la lla
nura costera, donde son comunes las sabanas de diversos orígenes y la selva baja
con sus asociaciones de jícaro {Crescentia cujete), zapote de agua {Lucum a cam-
pechiana.) y palo de tinto {H aem atoxylon cam pechianum ), destacaron un poco
más tarde algunas ciudades no menos importantes como Jo nuta y Cqmalcalco.
De igual modo, en la costa, rodeado de manglares y'3oñHe los pantanos son tan
frecuentes, se distinguió Xicalango, el casi legendario puerto de intercambio en
donde grupos del centro de México, tal vez toltecas y mayas, llevaban a cabo
anualmente sus transacciones comerciales.
Las sierras dibujaron el rostro que enm arcó el paisaje donde surgieron y se de
sarrollaron varias de las principales culturas mesoamericanas: las costas y los al
tiplanos. Efectivamente, en las planicies costeras del Golfo y del Pacífico, en la
peníi^ula de Yucatán y en'Ios’áltiplañós cefiitrales'’sé' Harían ías expresiones~cúP
turales de los pueblos más antiguos; muchos, incluso, tenidos como los más so-
80 LORENZO OCHOA, EDITH ORTIZ-DÍAZ Y GERARDO GUTIÉRREZ
Ilustración 4
C O R T E TRA N SVERSA L DEL T ER R ITO R IO SO BRE EL PARALELO 21
P L A N IC IE C O S T E R A
D E L P A C IF IC O
Ilustración 5
P ER FIL D E LOS VALLES DE TOLUCA-M ÉXICO-PUEBLA
OCEANO PACIFICO G O L F O D E M É X IC O
1000 msnm
ha sido muy afectada por el hombre, por lo cual ahora la encontramos combina
da con acacias (Acacia ssp.), cactus (Opuntias ssp. y Cereus ssp.), pastos y enci
nos bajos {Quercus ssp.). En el pasado la vida silvestre fue abundante; en los la
gos podían encontrarse patos [Anas ssp.), garzas [Ardea herodias) y gansos
(Branta canadensis), así como una amplia variedad de pescado como mojarras
(L epom is ssp.), doradilla (Lerm ichthys multiradiatus), charales (Christoma ssp.),
o bien el famoso blanco de Pátzcuaro [Christom a estor). En los alrededores se en
cuentran águilas [Aquila chrysaetos) y halcones [Falco mexicanus), entre otras
aves, mientras que ciertos mamíferos proporcionaron una rica fuente de proteí
nas a los habitantes originales del país: venado cola blanca [O docoileus virginia-
nus), zorras [U rocyon cinereoargentous), mapaches [Procyon lotor), conejos [Syl-
vilagus floridanus), tuzas [Cratogeom ys castanops) y otros roedores.
En otro orden de cosas, las tierras bajas que bordean al territorio mesoame-
ricano consisten en tres planicies costeras: la del Golfo y la del Pacífico, que flan
quean dos grandes ^ternasjnontañososj la tercera corresponde al Caribe, sobre
cuyas reducidas costas ios mayas levantaron varios puertos, como el de la anti
gua ciudad amurallada de Tulum. Sin flanquear barrera montañosa alguna, la
planicie caribeña delimita el oriente de la península de Yucatán, la única zona de
baja altura que tiene una extensión importante dentro de Mesoamérica. Esta pe
nínsula marca el término de las tierras bajas que corren desde Brownsville, en el
estado norteamericano de Texas y que se conocen con el nombre de Planicie
Costera del Golfo, cuya conformación geológica es muy variada. En ella desta
can principalmente los aluviones, las rocas sedimentarias, los conglomerados y
las intrusiones de basalto. Con una extensión de 1 350 km, la anchura de esta
planicie alcanza hasta 300 km en el Norte de Tamaulipas y, prácticamente, se
pierde en la parte central de Veracruz, donde derrames de lava penetran en la
planicie hasta la costa. Aun cuando se conoce como Planicie Costera del Golfo,
cadenas de lomeríos y bajas montañas constituyen los rasgos característicos de
su configuración. Esta región, irrigada por una vasta red hidrológica de ríos,
arroyos, esteros, lagunas, manglares y pantanos, ha sido muy rica en recursos
naturales y testigo del origen, desarrollo y ocaso de culturas muy destacadas.
Sobre esta llanura, a finales del segundo milenio antes de nuestra era, entre el
Sur de Veracruz y el Noroeste de Tabasco tuvo lugar el origen de una de las cultu-
ras más conocidas del México antiguo: la olmeca. Los olmecas* fundaron los pri-
meros centros políticos y religiosos como ban Lorenzo, La Venta, Tres Zapotes y
Laguna de los Cerros, entre otros. Pero los olmecas son más conocidos por la talla
de (^u^grandes monolitos de basalto, cuya materia prima la procuraban en los Tux-
tlas, una extrusión volcánica que sobresale un poco más de 1 5 0 0 metros sobre la
planicie costera. Al Noroeste de esa zona montañosa, hasta llegar al río Cazones
por la costa y de ahí a las estribaciones y las partes bajas de la Sierra Madre Orien
tal, desde los primeros siglos de nuestra era destacaron las llamadas culturas de Ve
racruz central, conformadas por una serie de pueblos hasta ahora no identificados
/
8. (¿ P término «olmeca» identifica un estilo artístico. Aquí, por la brevedad del texto, utiliza
mos el término para referirnos al grupo portador de ese estilo, lo cual no implica que corresponda a
un grupo etnolingüístico determinado. ^
DIVERSIDAD GEOGRÁFICA Y U N I D A D C U L T U R A L DE M E S O A M É R I C A 83
Ilustración 6
C O R T E TRANSVERSAL DEL ISTM O DE TEHUANTEPEC
Pedro M ártir, Candelaria y de la Pasión, entre otras que cruzan el Sur de Cam
peche, buena parte de Tabasco, Belice, el Petén guatemalteco y la Lacandonia.
Red)hidro^gica que fue utilizada como vía de tránsito y de comercio en la épo- ■
ca preKiipánica, y que se aprovechó de manera permanente hasta bien entrado 1
este siglo. « ‘
En el área norte, aunque la intensificación agrícola es más difícil, hubo di
versas formas de aprovechamiento del agua; desde la construcción de chultunes
o cisternas y depósitos en el fondo de las aguadas, conocidos r.r,mc> huktés o
bu ktei (Barrera Rubio y Huchim Herrera, 1989: 279-284), hasta «el manejo in
tegral de los recursos bajo el sistemai^ m ilEa^ que permitió generar el pluspro-
ducto necesario para el sostenimiento de la estructura económica de la sociedad
prehispánica que se desarrolló en el área [Puuc]» (Barrera Rubio, 1987: 137)®,
sin pasar por alto la construcción de terrazas asociadas a chultunes. A pesar de
ello, entre la vegetación encontramos valiosas especies para el hombre, incluyen
do el tinto (H aem atoxylion cam pechianum ), el chicozapote (Achras zap ata y
A chras chicle), la caoba (Swietenia m acrophylla) y el ramón o árbol del pan
{Brosim um alicastrum ). A medida que nos acercamos al Norte penetramos en
una selva baja muy cerrada y espinosa, precisamente en la plataforma que da lu
gar a la península, que tiene una anchura de 350 km entre el Golfo y el Caribe y
altitudes promedio de 40 m, donde sobresalió (gl)cultivo del henequén [Agave
fourcroides)(^^\ át\ a lg q d ^ , «materia prima del principal artículo de tributa
ción» (Quezaoa, 1990). Pero no toda es plana. AI Noroeste de la península, cer-
ca de donde florecieron las grandes ciudades de Oxkintok, Uxmal, Kabah, Lab-
ná y Sayil entre otras, se levanta la pequeña sierra del Puuc, una sucesión de
modestas elevaciones que apenas alcanzan en ciertos puntos de 100 a 125 m.
Por el contrario, al Sudeste de la península, entre Belice y el Sur del Petén, se en
cuentra una de las zonas de más alta precipitación de las tierras bajas. Conse
cuentemente, allá se aprecian anchas franjas de selva tropical y bajos y valles
como el de Belice, donde, desde finales del segundo milenio antes de nuestra era,
se dieron los primeros pasos que anteceden a las manifestaciones primigenias de
la cult]^a[m§¿a (Ilustración 1).
9. sjitr a ta del manejo global de los recursos teniendo en cuenta las propiedades del suelo, de f!
la vegetación, de las variedades de semilla que sembraban en distintos puntos en el inicio del ciclo í
agrícola, «de acuerdo al adelanto o atraso del periodo regular de lluvias». Todo esto «dio lugar a un
sistema extensivo de milpa basado en el pluricultivo, con posibilidad de obtener cosechas múltiples»
(Barrera Rubio, 1 9 87: 137).
86 lo re n z o OCHOA, EDITH O R T IZ -D ÍA Z y G E R A R D O GU TIÉR REZ
10. En adelante, para la descripción de las características de la etapa Lítica, salvo cuando se
indiquen citas textuales, nos basaremos en Lorenzo, 1980 y en Mirambell, 1994. En relación con las
teorías relativas al poblamiento de América, véase, infra, Alan F. Bryan, del quien disentimos en
cuanto a su consideración de que los primeros H om o sapiens que p o b la r ^ el c ontinente hubieran
sido «cazadores de megafauna del K leoU tico buperior¿7“Cómo”apühta José Luis Lorenzo; «Que en
ocasíoftés muy favorables hayan ultimado'un proboscídeo empantanado en las orillas de un lago no
permite hacerlos especialistas en caza mayor y mucho menos caracterizar una etapa cultural por una
actividad que hubiera resultado suicida» (1980; 103).
11. Lorenzo, 1 980; para mayor claridad en relación con estas cronologías, cf. el cuadro 2 de
sarrollado por este autor.
DIVERSIDAD G EO G R Á FICA Y UN IDAD CULTURAL DE M E S O A M É R I C A 87
Ilustración 7
P E R IO D inC A C IÓ N D E LA ETAPA LÍTICA EN M É X IC O
Fuente: J. L. Lorenzo.
88 LORENZO O CH O A , EDITH O RTIZ-DÍAZ Y GERARDO GUTIÉRREZ
ya, en el Estado de M éxico, y Cualapan, en Puebla, han sido datados por medio
de carbono 14 (C 14), hacia el año 21000 a.p. Para entonces, la característica
principal es la presencia de instrumentos líticos más o menos toscos y la ausen
cia de puntas de proyectil hechas de piedra, aunque no se descarta que se hubie
ran fabricado de madera y hueso. La economía se basaba principalmente en la
c a ^ de espedes menores y_im j^ r ^ le c c ió n de frutos y semillas silvestres.
El horizonte Cenolítico se caracteriza por la aparición de puntas de proyectil
acanaladas: clovis y folsom, junto con las puntas foliáceas tipo lerma, que no
volverán a aparecer, así como un incipiente manejo de ciertas especies vegetales.
Los inicios del Cenolítico están representados en once sitios, de los cuales algu
nos han sido excavados y fechados con radiocarbono, mientras que otros se han
datado por asociaciones tipológicas. Algunos de ellos son; Ocampo, cueva Es
pantosa, cueva El Riego, cueva de Coxcatlán, cueva de Guilá Naquitz y cueva de
Santa Marta.
L ^ caza de especies pequeñas continuó siendo la actividad primaria, pues se
ha demostrado que la caza de animales pleistocénicos se reduce al aprovecha
miento de los que caían en algún pantano, de forma accidental y esporádica^^.
Entre las especies vegetales recolectadas tenemos un tipo de aguacate silvestre y
maíz primitivo. Por otra parte, aunque es difícil de imaginar el tipo de organiza
ción social de aquellos grupos, ésta debió ser bastante sencilla, acaso bandas con
unos cuantos individuos, o bien puede pensarse en familias nucleares o extensas.
Después del año 7000, al desaparecer los grandes animales junto con la retirada
de los glaciares y el calentamiento general de la tierra, se observa un aumento y
una variedad en la factura de_las ju n ta s de proyectil que sugieren una especiali-
z^ción eii laj::acería o cierta diferenciación de patrones culturales entre los dis-
tintos grupos. Estas sugerencias se apoyan en el hecho de que al inventario del
instrumental señalado debemos agregar la aparición de instrumentos de molien
da, rudimentarios al principio, que si bien no indican la aparición de la agricul
tura tal vez reflejan un manejo más intensivo de especies harinosas, como el
mezquite (Prosopis juliflora) y las gramíneas. Asimismo, las evidencias hacen
pensar en un perfeccionamiento de la cestería, que no sólo se utilizaba para al
macenar semillas, sino que dado lo cerrado de su tejido pudo servir para conte
ner líquidos. En la alimentación aparecen el chile, la calabaza, el frijol y la cirue-
la; posiblemente se aprovechó la penca del maguey y, a finales del horizonte, jép
maíz silvestre. Aun así, no debe olvidarse que en las costas la explotación de los
recursos acuáticos, junto con manipulación de algunos tubérculos, también
pudo conducir a otros procesos de sedentarización, como tal vez sucedió en la
costa del Pacífico de Chiapas y Guatemala.
A partir de entonces entraríamos en un nuevo horizonte, el Protoneolítico,
momento en que el consumo de maíz silvestre fue bastante importante y comenzó
a ser domesticado en la segunda parte de este horizonte. Los morteros y muelas
se fabricaron con mayor cuidado: «Los morteros, más antiguos, van cediendo el
paso a las muelas, lisas o cóncavas, sin que los primeros lleguen a desaparecer».
13. Para un análisis de estas discusiones remitimos a las recomendaciones de las lecturas
apuntadas en las notas 1 y 2.
14. Aunque no trataremos aquí en detalle esta nomenclatura, debemos aclarar que, sobre la_
base de los cam bios graduales que se pueden percibir en el paso de uno a otro periodo desde la ó pti-
ca de la cultura material e ideológica, se han intercalado dos ía ^ ó s dé'corta duración. Entre el Pre
clásico y el Clásico se interpone el Protoclásico que, aun cuando no siempre es fácil de determinar,
resulta de gran utilidad como herramienta explicativa del modo como se sucedieron los cambios.
Una consideración semejante se ha hecho para finales del Clásico e inicios del Postclásico, donde se
intercala un lapso denominado Clásico Terminal o Epiclásico, que si bien no siempre se utiliza con
fortuna, su inclusión es determinante para explicar las agudas transformaciones ocurridas en prácti
camente toda Mesoamérica después de los siglos vni-IX.
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Ilustración 8
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15. T od a esta discusión, en buena medida, tiene como punto de partida los planteamientos
expuestos en Ochoa (1979; 1 53-161).
DIVERSIDAD GEO GRÁFICA Y UN IDAD CULTURAL DE M E S O A M É R I C A 95
Ilustración 9
MESOAMÉRICA: LÍMITES Y ÁREAS CULTURALES PARA EL PERIODO CLÁSICO
allá algunos cuantos de ellos. Por lo tanto, estamos ciertos de que, para enton
ces, Mesoamérica como área cultural es una concepción errónea (Ilustración
10). De todas maneras, el territorio en donde habitaron mexicas, tarascos, tolte-
cas, yucatecos, choles, tojolabales, quichés, cakchiqueles, mixes, zoques, zapote-
cas, huaves, mixtecas, popolucas, tepehuas, huaxtecas, totonacas, otomíes y de
cenas de otros grupos corresponde al señalado por Kirchhoff para el momento
del contacto (Ilustración 1).
Ilustración 10
ANTECED EN TES CULTURALES DE M ESO A M ÉRICA
EN EL PERIODO PRECLÁSICO
2. Guerrero
S A N JO SÉ MOGOTE
3. Cuenca de México
DA IN Z U
y valle de Morelos
ALTAM IRA
4. Valles centrales de Oaxaca
L A V IC TO R IA
5. Veracruz y Tabasco
SALIN AS LA B LA N C A
6. Costa del Pacífico de Chiapas y Guatemala
7. Bélica
Yucatán \
:: *aíc^'^;-g
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4
D E M A R C A C IÓ N D E L Á R E A SU D A M E R IC A N A
L u is G u i l l e r m o L u m b r e r a s
ÁREAS D EL C O N TIN EN TE
SUS conos de deyección en inmensos oasis o valles, que son los que le dan vida
agrícola al desierto costero.
Estas formaciones desérticas no son, por cierto, exclusivas de la vertiente
costera de los Andes; se presentan también en la cordillera misma, especialmente
en las quebradas más profundas y también en las alturas, donde se desarrolla un
paisaje particular andino, de tipo estepario, al que conocemos con el nombre de
«puna».( Q puna es similar al páramo en altitud y en temperatura, pero en gene
ral es más alta y más fría y además no tiene los índices de precipitación y hume
dad que caracterizan al páramo, por lo que la flora y la fauna de ambos ambien
tes son distintas.^Por ejemplo, los camélidos son animales característicos de la
puna, aunque pueden vivir también en el páramo. Los datos arqueológicos con
firman que la difusión de la llama y la alpaca hacia la zona de páramo se hizo
desde la puna, es decir, de Sur a Norte, entre aproximadamente 5 000 y 1 000
años a.n.e. Q condición doméstica de la llama hizo posible que este animal se
pudiera adaptar incluso a la costa y otros territorios diferentes a la puna, en pe
riodos tardíos./
Es importante advertir que el territorio andino central no ofrece condiciones
materiales generosas para la agricultura; las montañas en un área tropical ge
neran una gran diversidad de ecosistemas escalonados que serían propicios pa
ra una producción variada, pero esto tiene un límite, porque en general escasea
el agua y las áreas con riego natural son escasas y requieren transformaciones
adaptativas múltiples para su explotación, sin contar con las dificultades que
ofrecen las fuertes pendientes y los procesos de desertificación del frente occi
dental y meridional.^A esta suma de dificultades hay que agregar las impredeci-
bles catástrofes tectónicas y climáticas, debidas a la orogénesis de la cordillera y
los efectos de contraste entre las corrientes marinas de Humboldt (fría) y de «El
Niño» (caliente). *'
Con todo, la desertificación de la costa, provocada por la corriente de Hum
boldt — entre otros factores— se compensa de algún modo con un mar suma
mente rico en fauna y flora marina muy variadas.
A medida que se dirige hacia el Sur la cordillera se va angostando, especial
mente después del trópico de Capricornio, de modo que se convierte progresiva
mente en una muralla alta y estrecha, que separa la vertiente oriental (Argenti
na) de la vertiente occidental (Chile), sin ofrecer las condiciones de habitabilidad
de los territorios de la puna y el páramo.
Estas diferencias, tanto latitudinales como longitudinales y altitudinales, afec
tan de muchas maneras y en distinto grado las condiciones materiales de la exis
tencia humana, de modo que podría decirse que una de las pecuUaridades del te
rritorio andino es la diversidad de las condiciones que el hombre tiene que
afrontar para vivir. Esta diversidad imprime (@ sello muy fuerte la cultura, que
tiende a mantenerse regionalizada y autárquica. Sin embargó, regioñalizacioñ y
autarquía se rompen gracias a la necesidad delfrticular extensos territorios, con
mecanismos de complementariedad de distinta naturaleza y envergadura.
Desde luego, tales tendencias autárquicas y sus mecanismos de articulación
interregional son igualmente diversos, aun cuando es posible encontrar áreas
más o menos extensas, en donde funcionan, de manera más o menos general, ni
DEM ARCACIÓN DEL Á R E A SUDAM ERICANA 103
En cada una de estas áreas, la historia comenzó con la ocupación inicial del es
pacio por los cazadores y recolectores que llegaron a América al finalizar el
Pleistoceno, hace quizá unos 30 000 años.
No es posible aún describir la forma precisa en que se produjo este primer
poblamiento americano y su ulterior avance hacia el Sur del continente. Todos
sabemos que la ruta principal fue gran «puente» terrestre, que unía Asia y
América durante los periodos glaciales, que conocemos como Beringia, suscepti-
We de ser habitado a lo largo de milenios; hoyes el estrecho de Bering, que sepa
ra las penínsulas de Alaska y Chokotka. ^^¿Q^_p.obladpres_de origen asiático,
como parte de su largo proceso de ocupación del territorio, avanzaron lenta
mente hacia el Sur, llegando a Sudamérica antes de finalizar el Pleistoceno, entre
20 00 0 y 12 000 años atrás, o incluso antes. Su contacto con este territorio tuvo
lugar, pues, cuando todavía existían grandes herbívoros como el perezoso gigan
te o M e g a t e r i o un elefante, bajjtjzado como m astodon te, así como pequeños
caballos salvajes, tigres, con diemies de sable o^ m ilod o n te y ^ i ó s animales e5Sin-
guidos desde hace 8 000 o 10 000 años. *
De cualquier modo, la ocupación del territorio por parte de estos cazadores-
recolectores permitió su progresivo conocimiento, de manera que, cuando se pro
dujo la disolución del Pleistoceno y se formó el paisaje actual, pudieron ocupar
los distintos ambientes de manera eficiente. Puede pensarse, desde luego, que los
antiguos pobladores pleistocénicos se extinguieron y fueron reemplazados por
otros durante el Holoceno; sin embargo, los datos conocidos señalan que en al
gunos lugares la ocupación parece haber sido continua desde tiempos pleistocé-
DEM ARCACIÓN DEL ÁREA SUDAM ERICANA 105
nicos hasta épocas recientes, aun cuando hay indicios de muchos desplazamien
tos de los cazadores en diversas direcciones.
La primera ocupación del territorio es un tema polémico entre los prehistoria
dores, que no se ponen de acuerdo en la validez de los hallazgos y mucho menos
en una terminología apropiada para referirse a ellos.'^lEs una época culturalmente
indiferenciada, donde aparecen agrupaciones de cazadores de instrumentos refi
nados — como los de la «tradición Llano» de Norteamérica— o recolectores, cu
yos instrumentos para cazar o recolectar alimentos son totalmente indistintos, y
que en muchos casos no fabricaban de piedra, sino con huesos o vegetales, como
ocurre con los cazadores de Monteverde, en el Sur de Chile (Dillehay, 1986)A
Los prehistoriadores más conservadores sólo aceptan a los cazadores «pa-
leoindios» que ya elaboraban puntas de proyectil y que vivieron hace unos
1 2 0 0 0 años aproximadamente y ponen en duda la existencia de una etapa ante
rior; debe anotarse que en aquel tiempo los cazadores-recolectores ya habían
ocupado América hasta llegar a la Patagonia, en el extremo sur, según lo prue
ban los hallazgos de Junius B. Bird (1988)i^ e x isten pruebas cada vez mayores
de que todo el continente estaba ya habitado por seres humanos.
Al final del Pleistoceno y en su etapa de cambio al Holoceno, hace aproxi
madamente 1 0 0 0 0 -9 000 años a.n.e., se advierte un incremento de la población
de cazadores y tendencias adaptativas muy claras. En la cordillera andina se de
sarrollaron principalmente cazadores de venados o de camélidos y otras especies
menores; en los bosques y valles, cazadores-recolectores con una fuerte aproxi
mación hacia el consumo de frutas y plantas domesticables; y en el litoral, gentes
adaptadas a la explotación de los recursos marinos.
Lo que sucedió en adelante, a partir del noveno milenio, fue un proceso de adap
tación mucho más claro y definido; esta etapa es usualmente conocida como pe
riodo «Arcaico», ( ^ l a jp o c a de la domesticación de plantas y anirnales,.que se
inicia con la consolidación de las asociaciones de pescadores y recolectores de
mariscos, de los cazadores trashumantes o semisedentarios y de los recolectores
según las condiciones del medio. C^una etapa sumarnente..nca en descubrimien
tos y movimientos de población, lo que permitió ocupar la mayor parte de los
nichos ecológicos habitables en el continente."
Son de este periodo las evidehcias más notables del arte rupestre, aun cuan
do aparentemente existían algunás muy antiguas en la Patagonia, en asociación
con la cultura tóldense; en los Andes, proceden de las paredes de las cuevas habi
tadas por los cazadores camélidos, de modo que el principal tema de sus pin
turas son estos animales. Su familiaridad con los camélidos es apreciable, sobre
todo en la puna, donde los llegaron a domesticar hacia el sexto milenio, según
los datos procedentes de la cueva de Telarmachay, en las punas de Junín (Lava-
W éeetal., 1985). ^
tQ ^ ^ istro arqueológico indica que la domesticación de plantas ..se. inició al-
rededor^el séptimo milenio a.n.e., con la posibilidad de que sus hipotéticos an-
106 LUIS G U I L L E R M O LUMBRERAS
En muy pocos siglos, alrededor del 2000 a.n.e., la costa entre Trujillo y Lima se
vio afectada por una población progresivamente más densa, que organizó su
vida en torno a centros poblados, cuya composición incluía edificios de estruc
tura permanente, de obra y función pública más que doméstica, y que, hasta
■donde alcanzan nuestros conocimientos, cumplían funciones ceremoniales apa-
I rentemente ligadas ^ l a predicción del tiempo. ^Es el caso de lugares como Alto
Salaverrv (Pozorski, 1977), Salinas de Chao (Alva, 1986) o Aspero (Feldman,
‘ 1980), por citar sólo algunos de los muchos ya conocidos. Se caracterizan por la
presenciav'3e)plazas hundidas circul^es, ligadas a jin a función ceremonial presu
miblemente calendárica (WiUiams, 1985).'^Progresivamente, los edificios ceremo
niales se convirtieron en dominantes en los asentamientos principales, dejando a
los asentamientos rurales una condición más bien estanciera que aldeana, proba
blemente en relación con los campos de cultivo, sobre lo que no tenemos aún in
formación arqueológica, r
Todo eso fue posible gracias a un gran desarrollo poblacional, apoyado en
una estable economía de base marítima, que permitió una exitosa sedentarización
por milenios, desde los tiempos de Chilca (Benfer, 1986) o aún antes. Los pesca
dores recolectores de mariscos y «lomas» no eran ajenos a la producción agríco
la, de la que se abastecían de insumos para redes y flotadores (algodón y calaba
zos), como tampoco eran ajenos al hábito de observar el movimiento de los
astros y otros indicadores calendáricos (de cambios cíclicos y ocasionales en el
tiempo), con los que todo hombre de mar se encuentra consistentemente asociado
(Fung, 1972):'iWcp_n^ol de las mareas y su relación con los cambios lunares, así
i como las alteraciones faünísticas ligadas a los cambios climáticos y estacionales,
; tienen que haber cumplido un papel muy importante en la formación de un siste
ma ® conocimientos de predicción deljiempo, que al aplicarse a la agricultura se
convirtió en uno de los instrumentos principales para garantizar d3)eficienie_£X-
plotación de los conos aluviales, que hasta entonces eran mínimamente usados.//
Desde luego, en la costa estos conocimientos eran poco eficientes en la inten
sificación de la producción agrícola, a menos que se dispusiera de una tecnología
suficiente como para convertir los fangosos e irregulares conos aluviales en zo
nas tipo-valle; esto sólo era posible gracias a un progresivo crecimiento de la in
fraestructura de riego, que habiéndose iniciado con simples acequias de deriva
ción de las aguas que bajaban por los ríos, debió ampliarse como una red de
canales que incorporaran a la producción, de modo creciente, todo el cono de
deyección y más tarde incluso zonas muy alejadas del cauce de los ríos.
En tiempos del Clásico incluyeron canales intervalles, canales de drenaje
para derivación de aguas excedentarias, etc.; pero todo esto era posible, desde el
principio, gracias £)que existía mano de obra suficiente cojno para llevar a cabo
proyectos agrícolas de gran magnitud, que implicaban © limpieza extensiva de
terrenos baldíos, con pedreríos y bosques xerofíticos y, seguramente, el aplana
do de los terrenos, junto con la excavación de acequias.
Ése fue el punto de partida de una exitosa historia, ^^especialistas en inge
niería hidráulica y elaboración de calendaxJ.osja:e£ÍSDSj;:¿ilJ^^ actividad en
DEM ARCACIÓN DEL ÁR EA S U D A M E R IC A N A 109
0
los templos, lugares construidos para servir de observatorios astronómicos, para
centralizar servicios y, desde luego, para cubrir prácticas mágicoreligiosas que
hicieran posibles Ja ^ ctiv id ades de astrónomos e ingenieros-sacerdotes que, a di
ferencia del resto de los mortales, debían disponer(S¿argsis_aaos,d£.aprendizaje,
con un régimen de trabajo más bien intelectual qu^manual. "
A medida que la eficiencia de los proyectos agrícolas hizo posible la intensi
ficación productiva y un correspondiente crecimiento de la población, los tem
plos se ampliaron y aumentaron, formando llamados «centros ceremonia
les», que son la base sobre la que se organizó la sociedad urbana en los Andes.
El carácter público de los edificios ceremoniales y sus complementarias áreas de
servicios se vio progresivamente asociado :a)la vida de los sacerdotes, sus apren- ¡
dices y ayudantes, y creció no sólo por su papel de centros de trabajo especiali- i
zado, sino como centros residenciales de tamaño ascendente,
En este estado de cosas se advierte claramente un paralelo incremento de los
contactos entre diversas regiones, así como una progresiva adhesión a la forma
de vida agrícola, pasando la economía marítima y recolectora a un papel más
bien dependiente, no necesariamente secundario, dado que Uo^ productos del /
mar nunca dejaron de ser importantes en la vida de los habitantes andinos./.• ¡
Es así como también se inicia una diferenciación entre los Andes centrales y
los demás territorios sudamericanos, cuyos avances fueron sobre todo de intensi
ficación agrícola, cazadora o recolectora, en algunos casos con afirmación y cre
cimiento de la forma de vida aldeana, sin transformación de los patrones neolíti
cos o previos vigentes. Es como se registra la historia hasta bien entrada nuestra
era i , en muchos casos, hasta la época en que llegaron los europeos.
desarrollo urbano activó la producción manufacturera, de modo que el
algodón, convertido en una fibra hábilmente dominada por los agricultores des
de el Arcaico, incrementó su importancia con la producción de telas de un com
plejo y variado desarrollo artístico y t e c n o l ó g i c o tejido se convirtió muv
pronto en la matriz preferida para la represenyición iconográfica de las divinida-
des y las expresiones singulares de las culturas.' La cerámica amplió aún más el
ámbito de las expresíoñes~p[astIcas, sea usando la superficie de las vasijas para
grabar en ellas sus diseños, sea para modelarlas con el barro;'pronto se extendió
a la piedra esta volunta.d de forma, tallando o grabando imágenes en aquellos
lugares donde era posible.
El proceso de desarrollo comprometido con fel) urbanisma no se quedó, desde
luego, circunscrito a uno u otro territorio; una de sus características importantes
fue su tendencia expansiva e integracionista,^en la medida en que exigía el con
sumo de recursos de muy diversas procedencias; inmediatos fueron los de conec- I
tar las experiencias particulares de distintos territorios.'»
(Ex) la región norcentral del Perú se dio un proceso de integración claramente
visible en (In cultura chavín.\iEsta cultura representa u n ^ ^ erte de paradigma de
un proceso de progresiva integración deU^experienrias acumuladas por los pue
blos de la costa, la sierra y la montaña tropical, que alcanza su óptimo desarrollo
en los primeros siglos del último milenio de la era pasada; por eso allí se articulan
la agricultura de la yuca v el maní o cacahuate (Arachis JivP.OSaeal con la del
maíz y el algodón, que representan hábitats de macro- a mesotérmicos, con la
lio LUIS GU ILLERM O LUMBRERAS
Algunos de estos recursos alcanzaron una gran difusión, con diversas formas
de adaptación a ambientes diferentes, como es el caso de los camellones, que se
encuentran desde el Norte de Colombia hasta la región de M ojos en Bolivia, y
sobre todo en la puna que rodea al lago Titicaca en su cuenca norte, donde hay
una infraestructura de camellones [waru-waru] aparentemente desde el Formati-
vo, con su máxima utilización durante la vigencia de la cultura pukara (Erick-
son, 1987).
En estas condiciones, el territorio de los Andes entró en un periodo de evi
dente bonanza económica, que condujo paulatinamente a un activo proceso de
regionalización cultural, derivado de la máxima explotación de los recursos na
turales.
C os^fectos de la regionalización fueron mucho más drásticos en los Andes
centrales que en las otras áreas, aun cuando tanto en los septentrionales como en
los meridionales la identificación regional de las culturas fue también perceptible.
En los Andes septentrionales se intensificó la vida agrícola de carácter aldea
no, aunque hay indicios de formas de vida complejas en la región de Manabí en
torno a la cultura bahía, y también en La Tolita, al Norte del Ecuador. Esta
regionalidad, sin embargo, no pudo quedar al margen de los mecanismos de in
tercambio que son propios del área, por lo que es posible apreciar constantes
desplazamientos de productos de una y otra región hacia las demás. Culturas re
gionales tan aparentemente aisladas como tolita-tumaco estuvieron conectadas
con la sierra de Nariño y la región de Calima en Colombia, así como con Ayaba-
ca en la sierra de Piura, al Norte del Perú.^
m«alurgia_había alcanza.dp un notable _desarrpJlo^nJa^ regio
nales del Ecuador.y-Colojubia, con niveles artísticos espectaculares, tanto en la
orfebrería de oro (platino sólo e.n_tplita-tumaco), como en la metalurgia del co
bre y la tumbaga (aleación de oro y cobre). Pero, hasta donde nuestros conoci
mientos alcanzan,'^metalurgia llegó a los Andes septentrionales en esta época y
desde allí se fue difundiendo hacia el Norte, aún más tarde, hasta llegar a Centro
y Mesoamérica. //
En ios Andes centrales encontramos evidencias más antiguas de conocimien
to metalúrgico; aparecen en asociación con las^culturas chavín y cupisnique, en
el Formativo, y más al Sur, en épocas aun anteriores, entre 1 000 y 1 800 años
a.n.e. Los indicios actuales parecen señalar el Sur andino como uno de los focos
originarios de la metalurgia, tanto del oro como del cobre y otros metales. Por
ahora, el hallazgo más antiguo es (j^ d e Muyu-Moqo. en Andahua-vlas — entre
Cuzco y Ayacucho— , donde Joel Grossman (1972) encontró oro e instrumentos
de trabajo en asociación con cerámica y restos orgánicos que fueron datados ha
cia el 1800 a.n.e. En cuanto al cobre, parece que también tiene una antigua data
en el Sur, en asociación con las culturas vyankarani. chiri£a yjiw anaku I m Boli
via (Ponce, 1970: 42 y 55),"^que caben en un rango de edad entre 1 OÓO y 500
años a.n.e. Hay cobre en asociación con las fases finales de la cultura cupisnique
en el Norte. )
metalurgia alcanzó notables avances en el periodo de los Desarrollos R e
gionales entre las culturas del á re^ e n tra l andina. Se llegó a la elaboración del
bronce, tanto en aleación con el arsénico' (Cu+As) como con el estaño (Cu+Sn),
DEMARCACIÓN DEL ÁREA SUDAMERICANA ||3
miento productivo. Para eso era indispensable buscar la ampliación del territo
rio, lo que era posible sólo mediante la ocupación por la fuerza de los valles ve
cinos, que estaban ya habitados por otras gentes y, para ello, disponer de una
fuerza armada capaz de consolidar posesiones y ampliar a voluntad las fronte
ras. (|^trataba 2_gueSj_deconsoli^i_im con voluntad y necesidad expan
siva, protagoñizado~poFTosTiiiBTtáñtes*3eTos centros urbanos teocráticos, que
incorporaban campesinos y sirvientes, en condición similar a la de los esclavos, a
su régimen de vida, a menos que resolviesen matar a sus enemigos quizá
practicar la antropofagia— como parte de su expansión.
^^cultura_,íiiKanaku.jio tenía el problema de la circunscripción territorial;
no había desiertos u otros factores que impidiesen la expansión de los proyec
tos agrícolas y ganaderos o limitasen el crecimiento de la población. El kaw say
(la subsistencia) estaba resuelto y podía ampliarse generosamente. El problema
era (^^com plem ent^iedad, de la necesidad de disponer de productos tales
como la sal, el ají {Capsicum sp.) para servir de condimentos, del maíz (Zea
m ays) para hacer chicha (cerveza de maíz) o.de la„coca {E rothoxylum coca)
para fines ceremoniafes (^)como complemento .alimenticio. Aparte, claro, de la
búsqueda de piedras finas para joyería, maderas preciosas para los adornos y la
vajilla, metales, etc. />
El periodo Wari, que duró quizá hasta el siglo X de nuestra era, representó
una época de gran desarrollo económico, que se expresa en la plena ocupación
de los espacios productivos, el crecimiento de la población, la diversificación es
pecializada en los varios segmentos de la producción, tanto en el ámbito regio
nal como entre los distintos sectores de la población: pueblos dp nllpmsj Hp pla
teros, centros de producción masiva de telas, vajilla, etc. Una notable tendencia
fue producir cerámica de taller, con uso de moldes, que determinó, a la larga, el
deterioro en la calidad artística de la manufactura, hasta niveles que usualmente
calificamos de «decadentes», pese a queperm itió disponer de productos más
abundantes y técnicamente superiores. (Eg) esta dirección, cambió la sociedad
central andina, formándose Estados de diverso grado de poder, como éOde Chi-
mú, surgido sobre la rica tradición moche, el de Chincha o el del Cuzco, y
Pero se formaron también curacazgos, entidades políticas menores, usual
mente sólo del tamaño de la unidad étnica local, enfrentadas constantemente en
tre sí. Pareciera que la disolución del Estado wari favoreció la reorganización
económica y política según la capacidad para generar excedentes capaces de sol
ventar los gastos que implica asumir su propia soberanía, de modo que en donde
tales condiciones no estaban dadas, la disolución del Estado centralizador repre
sentó también la disolución de los mecanismos de articulación que tenían los pue
blos dependientes de él, quedándose sin la capacidad y la fuerza integradora del
Estado.
Disueltos los vínculos formalizados durante tres o cuatro siglos sobre la base
del Estado, la descomposición económica y social, generó entidades étnicoloca-
les de tendencia autárauica. con relaciones interétnicas reducidas a la defensa de
sus propios espacios y, por lo tanto, más bien bélicas. Estos vínculos más am
plios sólo pudieron reorganizarse con el restablecimiento del régimen estatal
centralista que realizaron los incas del Cuzco en los siglos Xiv y xv. //
En cambio, lo que ocurría @ los Andes septentrionales y meridionales, que
los incas también incorporaron luego a su Imperio, era diferente. Allí no se desa
rrollaron centros urbanos con su correspondiente división social, ni se organiza
ron Estados centralistas.
En el Norte, gracias al desarrollo de la actividad mercantil. (S b formaron
grandes centros de acopio y d istribu ci^ , con capacidad de incorporación de
árdeas a la red de intercambios establecida. En la sierra norte del Ecuador, en Im-
babura y PrcRmcha‘,'Tos señores étnicos locales alcanzaron un notable poderío,
sustentado en la agricultura y el intercambio, y formaron centros de vivienda
complejos, como los de Cochasqói y Zuleta, que concentraban una gran capaci
dad de inversión de mano de obra. No era igual en todas partes, pero entre los
manteños y huancavilcas de la costa el desarrollo llegó a movilizar recursos a
distancias sumamente grandes, tanto hacia el Sur, en los Andes, como hacia el
Norte, hasta Centroam éric^por mar y por tierra.”^ n nuestra opinión, estaban
dadas las condiciones para (1^ formación de Estados de un tipo diferente a los de
los Andes centrales. «-
En el Sur, el patrón de vida siguió siendo aldeano, pero no cabe duda de que
con un incremento considerable de población y con una capacidad ascendente
para someter el medio a las condiciones sociales necesarias. Son ejemplos de esto
LUIS GUILLERMO LUMBRERAS
I 16
C h r i s t in e N i e d e r b e r g e r
Sea como sea, est^ rim era alta civilización del continente americano, que va
a desarrollarse entre @ 1 2 5 0 y el 600 a.n.e., se caracteriza por una iconografía
específica — expresiónT a la vez, 0e}una cosmovisión nueva y de un sistema cohe
rente de creencias— que va a marcar profundamente toda la secuencia de las ci
vilizaciones que se sucederán en la América media hasta comienzos del siglo X V I.
Aun cuando las regiones semiáridas han proporcionado, en razón de las condi
ciones favorables de conservación que allí reinan, las pruebas más antiguas de
domesticación de plantas en la América media, es probable que esas regiones no
hayan desempeñado un papel central en la puesta en marcha no sólo de una eco
nomía agraria, sino también del conjunto de los procesos que caracterizan un
modo de vida neolítica.
En cuanto a la domesticación de plantas, es en el valle de Oaxaca, más preci
samente en la gruta de Guilá Naquitz, donde se ha encontrado el más antiguo
testimonio fiable de actividad agrícola. ^ trata de un fragmento de una calabaza
comestible (Cucurbita p ep o ), descubierta en un nivel arqueológico de 8 ÓÓÓ años
a.n.e. (Smith, 1986: 272).«
El inventario de plantas que los arqueólogos encontraron en el valle semiári-
do de Tehuacán (Puebla) muestra también que, entre 5 000 y 3 500 años a.n.e.,
se explotaban cucurbitáceas, frijoles (Phasoleus), chiles (Capsicunt), aguacates
(Persea am ericana), granos de Setaria, de amaranto y de maíz y que algunas de
esas plantas eran ya objeto de manipulaciones agrícolas (MacNeish, 1967).
Sin embargo, el nomadismo perduró durante mucho tiempo en esas regio
n e s . Estas comunidades poseían un profundo conocimiento del ciclo anual de ios
diversos recursos silvestres, pero también una gran movilidad para poder explo
tar ecosistemas dispersos y temporalmente fértiles (Flannery, 1968). Al comien
zo de la estación de lluvias — de mayo a octubre— , los habitantes de esas zonas
cosechaban las vainas de plantas leguminosas {Prosopis, A cacia, Leucaena) y los
frutos espinosos del nopal y de la pitahaya. Al final de la estación de lluvias, se
desarrollaban actividades hortícolas en los fondos de las cañadas húmedas. Por
otra parte, en otoño se explotaban, las nueces y las bellotas de las plantas de las
regiones aluviales. Por último, durante el periodo más seco del año, en invierno,
se explotaban recursos disponibles todo el año: @ venado de cola b l a n c A , - e l co
nejo, los lagartos, las aves o los roedores, así como también las raíces del pocho
te o "algodonero silvestre (C eiba parviflora), las pencas del agave y el nopal
(Opuntia).^' _________
Ahora bien, en el estudio de las regiones semiáridas el caso deLlghuacánJnos
parece muy interesante, ya que muestra que el conocimiento de las prácticas
agrícolas, al menos a partir del quinto milenio, no va a cambiar en absoluto el
tipo prevaleciente de ocupación seminómada del territorio hasta aproximada
mente 1 500/1 000 años a.n.e. Aun cuando se conocen las prácticas agrícolas, los
120
CHRISTINE NIEDERBERGER
El fin del tercer milenio y los comienzos del segundo a.n.e constituyen una im
portante etapa en 4 ^ eyolución de las sociedades de la América media. Se genera
lizan los modos de vida sedentaria en aldeas permanentes. Por primera vez, se
nota el nítido predominio de las plantas cultivadas en el régimen alimenticio. Fi
nalmente, en el plano tecnológico, s^observan la aparición y el desarrollo de fi
gurillas y de recipientes de barro cocido.
Estos desarrollos conciernen únicamente a las regiones centrales y meridio
nales de la América media, que muy pronto emergerá como una región nuclear
— sede de una civilización compleja-^, conocida hoy con el nombre de «Mesoa-
mérica». En las regiones situadas al; Norte de este universo agrario los cazado-
res-recolectores continuarán su modo vida_^minójiiad^ hasta las épocas
históricas.'^
I
Prim eros testim onios cerám icos
Ilustración 1
TLAPACOYA-ZOH APILCO. SUR D E LA CUENCA D E M É XIC O .
FIGURILLA D E BA RRO COCIDO Y ZON AS DE H O GARES DEL T ER C E R M ILEN IO a.n.e.
AA . • B
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28
s . ■ © . ■ •22
(;
27 28;
N
i
l
!
1 0 50cm
(
*° n
4'" o -
Zona de hogares del tercer milenio a.n.e, con testimonios de actividades mutiestacionales y ocupa- i
ción permanente del territorio. Las muestras de carbón recolectadas cerca de la figurilla de barro co
cido nf 21 y parte superior) dieron la fecha C 14 del 2 3 0 0 a 110 a .n.e. (tiempo radiocarbono no co
rregido). Se trata de la más anogua figurilla encontrada en América Media. »
1. F r a ^ e n t o de «mano» para moler. 2, 4;íM acronavajas de andesita. 3, 6, 7, 2 8 , 2 9 , 4 1. Lascas
utilizadas de andesita. 5. Arterfacto de basalto con muesca. 8. Semillas de amáranm m lrivaHo {Ama-
ranthus leucocarpus). 9. Parte distal de una .asta de venado {O docoileus virginianus). 10, 3 3. Frag
mentos de «manos» cortas de toba volcánida. 11, 12, 13, 14, 16, 17, 18, 2 3, 2 4 , 3 0, 3 1 , 38 y 40
Lascas microllticas de obsidiana. 15. N avaja prismática de obsidiana. 19. Núcleo de basalto. 20
«M ano» corta de basalto. 2 1. Figurilla antropomorfa de arcilla cocida. 2 2. Fragmentos de carbono
2 5 . Semilla de Cucurbita. 16. «Mano» corta de basalto vesicular. 2 7 y 36. Raederas de andesita. 32
«M ano» de andesita con zona de desgaste pasivo en la parte superior. 34. Fragmento de madera. 35
Gubia de andesita. 37. Lasca de basalto. 3 9. Fragmento de vasija en toba volcánica vesicular.
Entre los vestigios de huesecillos de animales recolectados en esta zona de hogares figuran huesos de
peces blancos (Chirostoma), vértebras de ajolotes {Ambystoma), restos de gallina de agua {Fúlica) y
numerosos huesos de anátidos entre los cuales se identificaron tres especies migratorias, residentes
invernales en este sitio lacustre: el pato de collar {Anas platyrhynchos), el pato golondrino (Anas
acuta) y el pato cucharrón (Spatula clypeata). (Niederberger, 1979 y 1987: 3 34).
CHRISTINE NIEDERBERGER
124
Ilustración 2
CO N JU N TO S CERÁM ICOS DEL FORMATTVO ANTIGUO
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a) Cerámica con engobe rojo de la fase Barra (1600-1400 a.n.e.). Altamira, Chiapas
(Green y Lowe, 1967).
b) Formas típicas de la fase Capacha, asociada a la fecha C14 de 1450 a.n.e. Estado de
Colima (Kelly, 1980).
L A 5 C IV IL IZ A C IO N E S A N T I G U A S Y S U N A C IM 1 E N T O 125
mente dicha y un espacio doméstico externo. En este último se situaban unas fo
sas de forma tronco-cónica — cuya primera función era almacenar cereales— , las
zonas de entierros familiares, los hornos de barro, así como las áreas dedicad^
a la molienda de maíz, a la cocción de alimentos o a la fabricación de vasijas.ü^
perro, y quizás una especiede loro, estaban domesticados.
La economía de subsistencia estaba basada en el cultivo del maíz — quizás
asociado al teosinte (Zea m exicana)— y otras plantas cultivadas como el agua
cate (Persea am ericana). La dieta se completaba con la recolección de ciertas
plantas silvestres como la del fruto del nopal (Opuntia). Entre los animales caza
dos y consumidos se encontraban el venado cola blanca, el conejo y la tortuga
de agua dulce del género Kinosternon.
Los instrumentos líricos abarcaban muelas y «manos» de piedra pulida, para
la molienda de los cereales, así como puntas de proyectil, cuchillos, raederas y
raspadores de pedernal y obsidiana.
La industria cerámica está representada por ollas monocromas de color
bayo o café, rojo y naranja, tazones hemisféricos con decoraciones geométricas
de color rojo sobre engobe bayo. Se nota también la presencia de ollas sin cuello
(tecom ates) y de platos de fondo plano y bordes divergentes. Entre los temas
más comunes de decoración plástica se nota la impresión de mecedora (rocker-
stamping).
Estas características se observan también en los complejos cerámicos con
temporáneos de la costa pacífica meridional Chiapas-Guatemala, en San Loren
zo, sobre la costa del Golfo, así como en Tlapacoya-Zohapilco, en la cuenca de
México. Sin embargo, es preciso notar que estas tres últimas regiones poseen, en
este nivel cronológico, un conjunto cerámico cuyo repertorio es sensiblemente
más rico en formas y modos decorativos.
Sobre la costa del Pacífico, @ la región de Ocos. cuya riqueza ecológica he
mos evocado más arriba, una larga tradición sedentaria y el uso de la alfarería
desde la fase Barra llevaron a un modo de vida particularmente elaborado, hacia
el 1400 a.n.e. Las casas, con paredes de adobe a menudo blanqueadas con cal, se
construían, para evitar posibles inundaciones, sobre pequeños montículos. La
densidad de la población parece haber sido más elevada que en la región de Oa-
xaca para la misma época. Trabajos arqueológicos recientes, llevados a cabo por
J. Clark y M. Blake en la costa pacífica de Chiapas, ofrecen, de hecho, interesan
tes datos indicando la posibilidad de un desarrollo precoz de pequeños cacicaz
gos y sociedades de rango en esta región (cf. Fovsrler, coord., 1991).
Los recursos marinos desempeñaban un papel preponderante en la economía
de subsistencia. ^Según ciertos autores, tubérculos como l^m andioca pudieron
haber formado parte de las plantas cultivadas, aun cuando no "se" hayan encon
trado vestigios arqueológicos de este arbusto. ♦
Por otra parte, comienzan a estudiarse sistemáticamente los niveles cerámicos
antiguos de otras regiones de la América media hasta ahora poco conocidas. Así,
en el Estado de Colima, en el Noroeste de México, L Kelly (1980) definió un
complejo cerámico antiguo, denominado «Capacha», asociado a la fecha C14
1450 a.n.e. Las vasijas Capacha provienen esencialmente de ofrendas funerarias,
ubicadas en tumbas excavadas en el subsuelo. Esas vasijas incluyen ollas, tazones
CHRISTINE NIEDERBERGER
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M a p a de C . N ie d e rb e rg er, 1 9 8 7 : 7 8 2 .
123 C H R IS TIN EN IED ER BER G ER
O cciden te de M éxico
Ilustración 4
ICO N OG RAFÍA DEL H O RIZO N TE OLM ECA EN GUERRERO
.-f
y los labios con las comisuras dirigidas hacia abajo. Sobre el torso embrionario se
observa el motivo de las fajas cruzadas o cruz de San Andrés. Por último, cada
una de las manos sostiene una antorcha que remata en una llama, tste último ras
go iconográfico podía conferir a cada uno de los seres mitológicos representados
— probablemente asociados con los cuatro puntos cardinales— la calidad sagrada
de guardianes diurnos y nocturnos de la zona ceremonial (Ilustración 4g).«
Allí puede notarse una característica arquitectónica interesante. El patio, si
tuado por debajo de una serie de plataformas dispuestas sobre el flanco de relie
ves montañosos naturales, respeta ya la ley arquitectónica del patio hundido que
encontrará su apogeo en el trazado urbano de la Mesoamérica clásica. Este patio
poseía sistemas de drenaje constituidos por piedras taüadas en forma de,LI,y..pxo-
vistas de tapas. En la pared norte se encontró una escultura megalítica en forma
de cabeza humanay más recientemente, G. Martínez descubrió, sobre la explana
da yuxtapuesta, do^estelas y un megalito en forma de sapo (cf. Clark, 1994). En
la zona este de la pTátáfórma norte Gámez Étemod excavó el área de un pequeño
altar de cantos rodados, con un monolito en forma de estela levantado en su cen- ¡
tro. Alrededor de esta estructura se encontraron las sepulturas de cuatro infantes,/
uno de los cuales estaba acompañado por el entierro de dos perros.^ '
*^Por último, ^ ^ estructuras de _dec_oradón__arquitectónica hecha de barras y
puntos pertenecen a una tercera fase de la construcción fechada entre el 800 y el
600 a.n.e.i/
Un importante sistema hidráulico fue construido para asegurar la regulari
dad de la producción agrícola. Incluía un dique de almacenamiento río arriba,
que recibía aguas pluviales y manantiales, así como un grandioso acueducto for
mado por dos filas paralelas de imponentes monolitos, de 1.20 a 1.90 m de altu
ra, cubierto por grandes lajas. ^
La excavación de una unidad habitacional que hemos realizado en Teopan-
tecuanitlan ha proporcionado algunos datos sobre la dieta alimenticia en vigor
al principio del primer milenio a.n.e., dieta que incluía — al lado del maíz pre
sente en el registro polínico— , fel)bagre del río Balsas, cangrejos, conejos, dos es
pecies de cérvidos y una sorprendente proporción de perro.,^El piso de la casa
principal (sitio 5) y las fosas troncocónicas asociadas contenían una gran canti-
tad (74% del total de la industria lítica del sitio) de navajas prismáticas y otros
artefactos de obsidiana negra, de bandas grises, probablemente importada de la
cuenca de México. De gran interés fue también el análisis de las conchas mari
nas encontradas en esta unidad, en forma de piezas enteras, fragmentos sin tra
bajar o parcialmente trabajados yjjde adornos terminados, lo que sugiere da) pre
sencia de un taller de manufactura de este material en el sitio. Al menos ocho
géneros de conchas marinas, toHas, provenientes de la costa pacífica, están repre
sentadas. Por su destacable cantidad, la más preciada parece haber sido la ma
dreperla (Pinctada m azatlanica). Eijtre los artefactos de cerámica se encontraron
platos de base plana con engobe blanco, con motivos incisos en el fondo y el
motivo de la doble línea interrumpida en el borde interno, así) como grandes fi
gurillas Jiuecas_en_fqrma de niños mofletudos, cubiertas de engobe blaiicp_,alta-
mente pulido. Los habitantes de esta unidad habitacional — implicados en la ad
quisición, almacenamiento, producción y redistribución de bienes obtenidos en
132 CHRISTINE N IEDERBERGER
E J A ltiplano central
Ilustración 5
CH A LCA TZIN G O, M O R ELO S
Estela de 1.80 m de alto, con la efigie de un ser sobrenatural con hocico abierto (a) y ba
jorrelieve rupestre n? 1, llamado «El Rey» (b), con un dignatario sentado en el interior de
una cueva, implicado en rituales de petición de lluvia. Ambos temas iconográficos están
ligados al simbolismo de la caverna-hocico del monstruo terrestre híbrido, dragón con
elementos reptilianos y feUnos, visto de frente (a) y de perfil (b), con conotaciones polisé-
micas: recintos secretos de iniciación, puertas de inframundo, aguas subterráneas o fertili
dad agraria. (Grove et al., 1987)
CHRISTINE NIEDERBERGER
134
Ilustración 6
P ER SO N A JE D E A LTO T O C A D O Y ATAVÍO EM BLEM Á TICO RELACIONADO
C O N E L JU EG O D E PELOTA. TLAPACOYA-ZOH APILCO. CUENCA DE M É X IC O
Esta figurilla de barro cocido (19 cm de alto), con vestigios de engobe blanco y restos de
pigmento lo jo , ostenta una compleja vestidura/:co5)atributQS típicos del iuego de pelota
mesoamericano: bandas de brazo y de tobillo, ancho y espeso cinturón con un adorno
circular central (espejo de hematita) y refuerzos para proteger las caderas. Las connota
ciones sagradas del juego y sus implicaciones rituales se reflejan en los adornos de la ca
beza que lleva una máscara, un alto tocado y orejedas de gran tamaño, (foto de C. Nie-
derberger, Niederberger, 1 9 8 7 ).,
LAS CIVILIZACIONES ANTIGUAS Y SU NACIMIENTO 137
Ilustración 7
TLAPACOYA, CUENCA D E M É X IC O
Ilu stració n 8
TLAPACOYA, CUENCA D E M É X IC O
-------------^
w w /m /M
Motivos excis^ e incisos recurrentes en la iconografía cerámica, hacia el 1000 a.n.e. Predo
mina el tema la cabeza 'humana con tasaos felinos (a, b, d). El motivo b (Parsons, 1980)
es particularmente interesante, con el perfilimpoiieñté del hombre-felino asociado a lo que
interpretamos como claros símbolos de fuerza sobrenatural y de poder político: Qmano que
manda, el ojo que, ve .y la oreia que oye. Los motivos incisos sobre una vasija de pare3és"coñ-
vexas (c) podrían ya representar un prototipo del glifo mesoamericano «1 Temblor». Los
motivos (f) incisos sobre una vasija cilindrica de engobe blanco amarillento evocan, con una
visión sintética o con elementos desarticulados, el monstruo terrestre con hendidura frontal,
cejas flamígeras, nariz bulbosa, hocico abierto marcado con una cruz de San Andrés, símbo
lo de la entrada al inframundo (dibujos: Joralemon, 1971, cf. Niederberger, 1987).
LAS CIVILIZACIONES ANTIGUAS Y SU NACIMIENTO 139
Ilustración 9
PUEBLA Y OAXACA
L 1 , 11 TTT j
a) Figurilla de jadeíta, con antorcha y manopla, de San Cristóbal Tepatlaxco, Puebla.
•b) Pequeño felino de jade de N ecaxa, Puebla.
c-d) Estas hachas ceremoniales, provenientes de O axaca, figuraban, desde el final del
segundo milenio a.n.e., entre los bienes preciados tanto por su valor en los intercambios
económicos y la consolidación de un estatuto social, como por su contenido simbólico,
(cf. Joralemon, 1971).
140 CHRISTINE NIEDERBERGER
O axaca
L a costa d el G o lfo
A partir de fines del segundo milenio a.n.e., en las siempre verdes y húmedas lla
nuras de la costa del Golfo comenzaron a desarrollarse importantes capitales re
gionales: La Venta, San Lorenzo, Laguna de los Cerros y Tres Zapotes.
La Venta, en el Estado de Tabasco, representa, entre el 1000 y el 500 a.n.e.,
uno de los sitios más importantes de la Mesoamérica antigua con una extensión
total estimada, según las últimas investigaciones cartográficas, en 200 ha en el
momento de su apogeo (González Lauck, 1989).
El trazado del sitio fue planificado a lo largo de un eje Norte-Sur, afectado
por una desviación de 8° Oeste. Primero se exploraron tres conjuntos de arqui
tectura civil y ceremonial llamados Complejos A, B y C (Drucker, Heizer y
Squier, 1959) (Ilustración 10a).
LAS CIVILIZACIONES ANTIGUAS Y SU NACIMIENTO 141
Ilustración 10
LA VEN TA, TABASCO
a) Área central del sitio arqueológico' y plano de los Complejos A, B y C. La zona pun
teada corresponde al gran montículo de tierra compactada (Estructura C-1) (M cD o
nald, 1983).
b) Estela 1. M onolito de basalto de 3 .4 0 m de altura con un bajorrelieve que representa
a un dignatario con alto tocado y una capa quizás hecha de plumas, rodeado de pe
queños acólitos (dibujo de Miguel Covarrubias, 1961, 74).
142 CHRISTINE NIEDERBERGER
Ilustración 11
COSTA DEL G O LFO
Ilustración 12
SAN LO REN ZO Y P O TR ER O N U EVO , VERA CR U Z
Ilustración 13
SAN L O R E N Z O , VERA CRU Z
En Chiapas las fases culturales Barra y Ocos fueron seguidas por las de Cuadros
(1100-900 a.n.e.) y Jocotal (900-800 a.n.e.), fuertemente ligadas al horizonte ol
meca panmesoamericano, y luego por la de Conchas (800-400 a.n.e.) (Coe y
Flannery, 1967; Lowe, 1978; Navarrete, 1971).
A lo largo de las fases Cuadros y Jocotal, el litoral pacífico y la zona central
de Chiapas fueron el marco del florecimiento de una multitud de sitios. En cuan
to a las ocupaciones más antiguas, T. Lee (1989) señala tres sitios en la zona del
Grijalva Medio — entre ellos San Isidro, que tenía una plataforma baja— , ocho
sitios en la depresión central y siete sitios sobre la costa pacífica. A partir del
900 a.n.e., T . Lee (1989) observa, en estas tres regiones, importantes mutaciones
que califica de «revolución», tanto(@ )la arquitectura como en la planificación
espacial, con grandes estructuras piramidales de tierra, plataformas «acrópolis»
con varíáFcóñsfrucciones de piedra y edificaciones fórmales del juego de pelota.
La riqueza del Estado de Chiapas en esculturas megalíticas, en grabados ru
pestres y en objetos de arte mobiliario, tales como hachas pulidas, pectorales,
«cetros» y estatuillas que corresponden al horizonte olmeca, es bien conocida
(Navarrete, 1971; 1974). La estela de Padre Piedra muestra a un dignatario con
la característica «manopla» olmeca, especie de escudo manual. El bajorrelieve de
Xoc representa a un hombre con los pies en forma de garras, visto de perfil, con
una máscara bucal aviforme y un tocado alto adornado con el motivo de las
bandas cruzadas.
La continuidad geográfica de este conjunto cultural está atestiguada en Gua
temala, en particular en el litoral pacífico y, más al interior, en Abaj Takalik
(Graham, 1978). Abaj Takalik, que cuenta con una larga secuencia de ocupa
ción, es considerado como uno de los sitios del horizonte olmeca más importan-
LAS CIVILIZACIONES ANTIGUAS Y SU NACIMIENTO 147
Ilustración 14
GUATEMALA
Ilustración 15
ICO N OG RA FÍA DEL H O R IZ O N T E O LM ECA PAN M ESO A M ERICA N O
Ilustración 16
C E R R O D E LAS MESAS, VERACRU Z
El tema del infante, a veces revestido de connotaciones sagradas, tiene un rol preponde
rante en la iconografía olmeca. Esta estatuilla de jadeíta verde de 12 cm de altura repre
senta a un niño llorando.
Cortesía del Museo Nacional de Antropología, México.
F O R M A C I O N E S R E G IO N A L E S D E M E S O A M É R IC A :
L O S A L T IP L A N O S D E L C E N T R O , O C C ID E N T E ,
O R IE N T E Y S U R , C O N SU S C O S T A S
L i n d a M a n z a n illa
C uenca d e M éxico
Aun cuando la cuenca de México no fue una región donde la presencia olmeca
fuese predominante, sí fue escenario de relaciones entre el mundo olmeca y los
grupos locales (particularmente en Tlapacoya y Tlatilco). Se ha propuesto la exis
tencia de una especialización intercomunal en la producción^Ecatepec estaría de
dicada a la extracción y procesamiento de la sal; Coapexco, a la manufactura de
manos y metates;'"''Loma Torremote, al abastecimiento y distribución de la obsi
diana, lo mismo que los sitios Altica del valle de Teotihuacan; Terremote-Tlalten-
co, a la manufactura de cestos y cuerdas; Tlapacoya, a la explotación de recursos
faunísticos de origen lacustre (Sanders, Parsons y Santley, 1979; Serra, 1980). De
un mundo sedentario distribuido homogéneamente en torno a los lagos de la
cuenca, se pasó a un patrón de nucleación de la población alrededor de centros
importantes, como Cuicuilco y Tlapacoya, ubicados principalmente en el Sur.
En sitios del sector de Cuauhtitlán, en el Norte de la cuenca de M éxico, se
observan patrones culturales de inmigrantes probablemente de la región de Tula,
y relaciones con la zona de Chupícuaro, en Guanajuato.
LINDA MANZANILLA
IS 2
Valle d e O axaca
Costa d el G o lfo ■V
El fin del desarrollo olmeca se caracteriza por la probable llegada de nuevos gru
pos; se observan nuevas materias primas en el área, y desde el 6 0 0 al 40 0 a.n.e.
en La Venta se comienza a plasmar un nuevo tipo físico; además las estructuras
y los grandes monumentos de piedra son destruidos, rotos y enterrados en forma
ceremonial (Bernal, 1974: 217).
154 LINDA MANZANILLA
Así, el área de la costa del Golfo se vuelve marginal y ya no será más el pivo
te del desarrollo mesoamericano. El surgimiento de culturas locales en varios
puntos de Mesoamérica fue la base de la integración macrorregional del hori
zonte Clásico.
Durante el Clásico, el área de la costa del Golfo se caracterizó por las cultu
ras de Veracruz central y de la Huaxteca. En Veracruz central destaca el estilo
escultórico de cerro de las Mesas, la cultura de Remojadas-Tlalixcoyan-Apachi-
tal (con su escultura menor en barro y las famosas «caritas sonrientes») y el
complejo «yugo-hacha-palma» (desde el área de Tampico-Pánuco hasta el Bajo
Usumacinta) (Ochoa, 1989).
Sin embargo, el desarrollo más destacado del Clásico Tardío y Epiclásico co
rresponde a la cultura del Tajín, que reseñaremos más adelante.
O cciden te d e M éxico
Ilustración 1
SECUENCIAS CRONOLÓGICAS M ENCIONADAS
V E>estrucción del
Toilan
Mazapan V Tajín
500 a n e
Texóloc Rosario
Ilustración 2
LOS ALTIPLANOS M EXIC A N O S DURANTE EL CLÁSICO Y POSTCLÁSICO TEM PRANO
Ilustración 3
Ilustración 4
L a religión. Para las primeras épocas teotihuacanas destaca un culto a las cuevas
que comienza a ser esclarecido recientemente (Manzanilla et al., 1989). Proba
blemente estas cuevas determinaron la ubicación deJLa^ -giaadejS pirámides^~3eTa^
primeras épocas (Heyden, 1975) y quizá del primer centro urbano.
Las deidades más importantes de la religión urbana de Teotihuacan eran
Tláloc, Chalchiuhtlicuel^ u etz a lcó atl ,y eljdios_Mariposa. En las unidades resi
denciales, como parte delcuíto dMnéstico, aparece Huehuetéotl, deidad que sur
ge desde el Preclásico Superior. Se menciona también al dios Gordo y quizá, en
sus últimas fases, a Xipe Tótec.
160 LINDAMANZANILLA
La caída de Teotihuacán tuvo lugar alrededor del 750 n.e. Los factores que in
tervinieron en dicha caída fueron; j
FORMACIONES REGIONALES DE MESOAMÉRICA |¿|
Durante Monte Albán Illa (100 a 4 0 0 n.e.) hay evidencias de contacto estrecho
con Teotihuacan. (^ 1^ la plataforma sur observamos lápidas grabadas con altos
personajes teotihuacanos que llevan copal y van desarmados a visitar a un señor
zapoteca. Parece, pues, que conmemoran una alianza política entre las dos ciu
dades. No hay que olvidar que eníj^ parte Sudoeste de la ciudad de T eotihuacan
ejdstía una pequeña colonia„zap.ot££a.-.
D esarrollo urbano d e M onte A lbán. Monte Albán llegó a cubrir un área de 6.5
km^ y tuvo una población@ 25 0 00 personas aproximadamente (Winter, 1989:
34 ss.). Del 500 al 200 a.n.e., este centro urbano comenzó gyoncentrar la mitad
de la población del valle en las terrazas habitacionales de las laderas del cerro. Se
observan para entonces tres áreas densamente pobladas (al Este, Oeste y Sur de la
LINDA MANZANILLA
162
Ilustración 5
plaza principal), hecho que ha sugerido la existencia de tres barrios, quizá rela
cionados con los tres ramales del valle (Ilustración 5).
En el resto del valle se han localizado cuatro centros administrativos secun
darios, espaciados uniformemente, ^^producción de cerámica tiene un carácter
estandarizado
Durante esta fase se erigen más de 300 lápidas de «danzantes», que podrían
ser cautivos de guerra, muertos, mutilados o enfermos.
Para Monte Albán II (200 a.n.e. a 100 n.e.)@ aban d on an varios centros del
somonte. Ésta fue la única fase en la que Monte Albán emprendió campañas írue-
ra del valle, como lo demuestra el puesto militar cerca de Cuicatlán. Monte Al
bán se extiende al cerro vecino de El Gallo y se construyen también los grandes
muros defensivos del sitio, que se extienden al Norte, Noroeste y Oeste de la
parte central. En el sector norte el muro cruza una gran barranca formando así
un represamiento de 2 .2 5 hectáreas de superficie. En la cima del cerro, la Gran
Plaza es construida y estucada.
Monte Albán III es la fase de mayor población y construcción arquitectóni
ca. Las colinas de Atzompa y Monte Albán Chico fueron ocupadas por primera
vez. Durante la subfase Illa hace su aparición el tablero de doble escapulario,
marcador arquitectónico zapoteca.
Durante Monte Albán Illb (400-600 n.e.), ({a^capital cuenta con 3 0 0 0 0 per-
sonas. (su máxima población), como respuesta a un aumento demográfico masi
vo en la porción central del valle. Se han localizado catorce sectores que podrían
haber funcionado como barrios. En el sector norte de la Gran Plaza se construye
FORMACIONES REGIONALES DE MESOAMÉRICA 16 3
L a organización social y política. Desde Monte Albán Illa @ observa un interés es
pecial por establecer genealogías reales zapotecas a través de representaciones en
las que destaca el motivo «fauces del cielo» (terminología de Alfonso Caso). Las
capitales de distrito fueron Xoxocotlan, Zaachila, Cuilapan y Santa Inés Yatzeche. f
La fase Monte Albán Illb muestra ¿ñ) sistema regional más centralizado. El
mundo zapoteca se aísla del exterior y la Mixteca se separa de la tradición del
valle de Oaxaca. El nuevo complejo palaciego que se contruye en el sector norte
de la Gran Plaza pudo haber sido la residencia del señor zapoteca.
Durante Monte Albán IV el centro urbano declina. El sitio más grande del
valle es Jalieza, capital regional con 16 000 habitantes. Otros sitios, como Lam-
bityeco, comienzan a cobrar importancia d eb id o@ Ja explotación de la sal. La
pérdida de la autoridad central de Monte Albán origina un patrón de centros
políticos independientes y competitivos, separados por territorios despoblados.»-
El colapso de Monte Albán ha sido atribuido al hecho de que, sin la presencia de
Teotihuacan, existía una razón menos para mantener una población tan grande
en una cima improductiva.
piye, estaba dividido en cuatro periodos de 65 días (cocijo), que a su vez estaban
integrados por cinco subdivisiones de 13 días {cocii).
Las Estelas 12 y 13 de la Galería de los «danzantes» (pertenecientes a Monte
Albán I) presentan los textos jeroglíficos más antiguos de Monte Albán. En ellas
observamos tanto ieroglíficos calendáricos como de otra índole. Se ha propuesto
que ambas estelas pertenezcan a un. solo texto en dos columnas. De ser así, la
lectura nos proporcionaría el año y el mes, cuatro glifos de evento y los nombres
del día y mes correspondientes. Existen también representaciones de sitios con
quistados. Desde el inicio del horizonte Clásico (Monte Albán III) observamos
monumentos que podrían referirse a genealogías reales.
Durante Monte Albán IV ocurre la pérdida de la autoridad central de sitio
anteriormente rector (Blanton y Kowalew^ski, 1981; Flannery y Marcas, 1983).
Hacia el 700 n.e. ya no hay construcción pública en el sitio y el número de
habitantes disminuye drásticamente (de 30 000 a 4 000/8 000 habitantes) (Flan
nery y Marcus, 1983).
Durante el Clásico, ningún centro dominó el área de la Mixteca, pero sus cen
tros urbanos tenían patrones particulares. Muchos están separados a un día de
camino (aproximadamente 30 km).
Existen algunas evidencias de conflicto en las primeras fases del Clásico: ubi
cación de los asentamientos en la cima de los cerros (cerro de las Minas, Diquiyú
y Monte Negro), construcciones defensivas, cabezas trofeo (Huamelulpán, Yu-
cuita y Monte Negro), interrupción de la ocupación (cese de construcción, aban
dono, hiato, etc.) (Winter, 1989: 3 6-38).(S^podrían interpretar como unidades
políticas en competencia. Los elementos compartidos son fundamentalmente es
tilos similares de puntas de proyectil, piedras de molienda, técnicas constructivas
y ciertos motivos (cabezas trofeo, «dagas», entre otros).
Los centros de la Mixteca difirieron de los zapotecas en términos de cerámica,
elementos arquitectórúcos y detalles en las costumbres funerarias (ibid.). A pesar de
compartir la elección de la ubicación de sus ciudades en las cimas de los cerros, nin
gún centro mixteca tuvo(gl)monopoLio urbano de especialistas en artesanías, merca
dos, comercialización y traza en retícula (Marcus, en Flannery y Marcus, 1983).
Simultáneamente a la caída de Monte Albán, son abandonados varios ce^n-
tros de la M ixteca. Una nueva organización política surge: íQ ciudad-estado, ca-
\ ' pital de señoríos independientes. Cada una funcionaba como sede de una familia
gobernante, así como centro religioso y de mercado. Existían además centros se
cundarios, administrados por una nobleza de menor rango.
Otra característica de la época posterior al 750 n.e. fue la existencia de es
tratificación social bien definida,^ q u e las distinciones de clase eran heredita
rias (Winter, 1989: 71).
Marcus (en Flannery y Marcus, 1983: 358) ubica la declinación de los cen
tros mixtéeos hacia el 900-1000 n.e., paralelamente al surgimiento de los cen
tros ñuiñe de la Mixteca Baja que, a su vez, declinan frente al poderío tolteca.
Con el fin de Tula resurge el poderío mixteca de la Mixteca Alta.
FORMACIONES REGIONALES DE MESOAMÉRICA 16 5
C holula y C acaxtla
Ilustración 6
Ilustración 7
X och icalco
Ilustración 8
Las laderas de los cerros estaban ocupadas por las áreas residenciales, dis
puestas sobre terrazas. Las habitaciones se distribuían alrededor de patios inter
nos y albergaban a familias extensas en superficies de 350 a 1 000 m^.lOestaca el
uso de cuevas como lugares de almacenamiento (Hirth y Cyphers de Guillén,
1988: 121-122). -í'
De los cuatro talleres (S2)obsidiana en el sitio, sólo uno estaba especializado
en navajillas prismáticas con núcleos importados. La diferencia entre el abasteci
miento de obsidiana del Clásico respecto del Postclásico es la mayor diversidad
de fuentes para este último.
La parte baja del cerro principal estaba ocupada por murallas, bastiones y
fosos. La naturaleza de la arquitectura militar sugiere que su población pudo ha
berse defendido en segmentos independientes pero coordinados. Así, se sugiere
que la sociedad de Xochicalco haya sido heterogénea, pero integrada política
mente (Hirth y Cyphers de Guillén, 1988).
Del área total del sitio, un 31% estaba destinado a arquitectura cívicocere-
monial, contrastando fuertemente con otros sitios. Por lo tanto, se ha pensado
que poca gente estuviese de hecho viviendo en el sitio.
1 Xochicalcq/fue, probablemente, la cabeza de un «estado secundario» y quizá
se constituyo en competidor de Teotihuacan por el control de rutas de intercam
bio hacia Guerrero y el río Balsas, según sugiere Litvak.
Su fin quizá está relacionado con la llegada(^ l o s grupos chichimecas o con
la expansión de los olmecas-xicallanca.
E l T ajín
Ilustración 9
Contamos con algunas evidencias que sugieren que los grupos teotihuacanos va
tenían contacto con la región de Tula durante el Clásico — en sitios como Chin-
gú— , probablemente con el fin de obtener ciertos recursos como la roca caliza
para producir estuco. *'
La primera fase de ocupación de Tula es la fase Prado (700-800 n.e.), en la
que un grupo del Norte u Oeste se estableció en Tula junto con la población lo
cal; su cerámica es Coyotlatelco, pero más semejante a los materiales del Clásico
Tardío de Querétaro, Guanajuato y Michoacán (Diehl, 1981: 279).
Durante la fase Corral (800-900 n.e.) se observa la primera ocupación sus
tancial de Tula, particularmente en Tula Chico; todo el complejo Coyotlatelco
— desde El Bajío hasta la cuenca de México— se encuentra integrado. El final de
esta fase es crítico en cuanto a que preludia la aparición de Tula como un Estado
poderoso (Diehl, 1981: 280) (Ilustración 10). t
170 LINDA MANZANILLA
Ilustración 10
■/
EL ESTADO TO LTECA
Tula está situada en un valle del Estado de Hidalgo, cercano a la sierra de Pa-
chuca, atravesado por los ríos Salado y Tula. Existen en el área materiales volcá
nicos y sedimentarios.
Por mucho tiempo se pensó que la «Tollan» de las fuentes era Teotihuacan,
debido al uso del vocablo náhuatl tollan para identificar famosos centros urba
nos del Altiplano mexicano (Tollan Cholollan, Tollan Teotihuacan, Tollan Xi-
cocotitlan). El estudio etnohistórico de Wigberto Jiménez Moreno en la década
de los treinta marcó la pauta para la identificación correcta de la capital del rei
no tolteca (Healan, 1989: 3).
En las fuentes históricas, los toltecas-chichimecas fueron grupos que prove
nían originalmente del Norte y Oeste de México, y que migraron a la zona de
Hidalgo para establecerse cerca de Tulancingo, antes de poblar Tula. En la fun
dación de Tula (entre el 750 y el 900 n.e.) algunas fuentes citan también la con
currencia de un famoso grupo de artesanos, los nonoalca, procedentes de la cos
ta del Golfo (Healan, 1 9 8 9 ^
La riqueza de los palacios toltecas, la destreza de sus artesanos, sus conoci
mientos <qg)herbolaria, medicina, mineralogía, calendario v astronomía, su sabi
duría y devoción a los dioses como Quetzalcóatl son todas características atri
buidas a este grupo. #
FORMACIONES REGIONALES DE MESOAMÉRICA 17|
Kirchhoff (1985: 262) era de la ¡dea de que los 20 gentilicios y sus corres
pondientes toponímicos pertenecientes al Imperio tolteca (y citados al principio
de la H istoria tolteca-chichim eca) representan «[•••] un bello ejemplo del ajuste
entre la estructuración del estado y una cierta concepción del mundo determina
do por los rumbos del universo». Para( ^ Imperio tolteca proponía la existencia
de cuatro provincias exteriores y cuatro mteriores, con la de Tula en el centro
(Kirchhoff, 1985: 267). A este imperio pertenecieron pueblos de distintos oríge
nes, lenguas y costumbres.*'
En relación con el fin de Tula, Kirchhoff lo atribuye no a una invasión de
los chichimecas (que habían llegado al sitio cuando ya estaba en ruinas) sino a
una migración ^ los colhuas que vivían al Oeste del Imperio (Kirchhoff, 1985:
270).
Existen evidencias de saqueo e incendio de Tula Grande hacia el 1150/1200
n.e., asociadas a cerámica Azteca II (Healan et al., 1989: 247). Pero también hay
algunas evidencias de la declinación de la vida urbana antes del abandono.
La fase Tollan (950-1150/1200 n.e.) es el momento en que Tula alcanza su
tamaño máximo. Se abandona el complejo de Tula Chico, se establece un centro
de culto a la deidad huasteca de Ehécatl, cerca del complejo El Corral, y Tula
Grande se convierte en el eje sociopolítico de la ciudad. ^
Del 1000 al 1200 n.e. es el periodo de apogeo y máxima expansión del im
perio tolteca. La ciudad cubre 16 km^ e incluye, según Mastache y Cobean
(1985: 2 8 7 ), áreas de culto, administración, intercambio, reunión, residencia,
producción y circulación (calles, calzadas v plazas). .
Existen varios tipos (áe)unidades residenciales: palacios, residencias de éli
te alrededor de plazas, conjuntos resid^ciales de varios cuartos, semejantes a
los teotihuacanos, y grupos de casas. (El Jbarrio huaxteca constituye un sector
aparte, t
Tula no tuvo la planificación de Teotihuacan o Tenochtitlam sin embargo,
conservó la característica impuesta en tiempos teotihuacanos (de) ser un solo
asentamiento urbano grande en un mundo rural (Diehl, 1981: 294).
Com o muchas capitales prehispánicas. ^ u S f u e unA-Ciudad nliu'.iprnica, con
un fuerte com ponente nahua y otom í, además de un barrio huaxteco. v
L a religión
EL O CC ID EN TE D E M É X IC O D U RA N TE EL CLÁSICO
Y EL PO STCLÁSICO TEM PR A N O
A continuación esbozaremos una visión personal de las diferencias entre los de
sarrollos del Clásico y del Postclásico Temprano.
Consideramos que la organización que predominó durante el Clásico en el
Altiplano central de México fue una que giraba en torno@ la institución del tem-
£lo como eje económico y religioso. Esta organización era responsable de la cen
tralización de excedentes y de la articulación de circuitos redistributivos, colonias
de abastecimiento de recursos y redes de ^rovisionamiento de productos simtua-
rios. Otra característica es la existencia (de^grandes «capitales» macroregionales,
donde se generaron las primeras instituciones urbanas de Mesoamérica. //
Con la desintegración de este tipo de organización se crea @ gran vacío de
poder, que genera la competencia entre pequeños centros y la formulación de
nuevos valores sobre los cuales edificar una organización diferente; (Qconauista
territorial y el estado expansionista. Este tipo de desarrollo estaba centrado en la
institución del palacio, que permitía la capitalización de tierras y bienes proce
dentes del tributo. Aparece también da) figura del comerciant^. ya no como emi
sario de las instituciones de control, sino como un personaje con cierta capaci
dad de decisión. ^
Así, proponemos la existencia de un cambio entre dos tipos de organización,
que probablemente tenga su paralelo en otros lados del mundo (desarrollo su
merjo t/er.5M5.,E.stado acadio, desarrollo de T iwanaku versus Estado inca).
L A C IV IL IZ A C IÓ N M A Y A
E N L A H IS T O R L \ R E G IO N A L M E S O A M E R IC A N A
Lorenzo Ochoa
* Entendida ésta como la de máximo apogeo de sus expresiones culturales. Cf. los trabajos de
C. Niederberger y L. G. Lumbreras.
176 LORENZO OCHOA
vador pueden apreciarse las tierras bajas y las tierras altas. Sin embargo, por las
aparentes diferencias con que en éstas se presenta la cultura y la diversidad am
biental, el territorio se divide en tierras bajas del Norte, tierras bajas centrales y
tierras altas, conocidas también como área norte, área central y área sur.
La zona norte tiene clima seco, con escasas lluvias en verano y vegetación de
bosque bajo. Comprende casi toda la península de Yucatán, que es de origen cali
zo y apenas sobresale del nivel del mar, excepción hecha de una pequeña serranía
de escasos 100 a 125 m de altura conocida como Puuc, que interrumpe la planicie
calcárea entre los Estados de Campeche y Yucatán. Esa planicie semiárida con
trasta con las costas, donde existen manglares y pantanos, y el Sur de Quintana
Roo y Campeche, donde comienzan los montes altos y algunas corrientes y lagu
nas cambian el paisaje. En efecto, debe aclararse que si bien la composición calcá
rea de la zona norte impide la presencia de corrientes superficiales, su permeabili
dad en cambio deja filtrar los escasos 750-1 000 mm de precipitación anual, de tal
manera que se conforman corrientes y depósitos subterráneos: los conocidos ce-
notes, que es el plural de la corrupción española de la palabra maya dzonot.
A medida que se avanza hacia el Sur, comienzan las tierras bajas centrales;
una zona de lluvias tan abundantes que llegan a sobrepasar los 2 000 mm anua
les en promedio y aun, en ciertos casos, alcanzan los 4 5 0 0 mm. Ahí la vegeta
ción se torna exuberante hasta convertirse en la selva alta perennifolia. También
sobresalen las selvas alta, mediana y baja superennifolia que se desarrollan en
diferentes altitudes y, finalmente, hacia la llanura costera, destacan las sabanas
de diversos orígenes, así como los manglares en las costas. Estas zonas de las tie
rras bajas, en contraposición con las del Norte, cuentan con una amplia red hi-
drológica conformada por lagunas, pantanos, arroyos y corrientes tan imponan-
tes como los ríos Grijalva, Usumacinta, Hondo, San Pedro Mártir, Candelaria y
de la Pasión, entre otros, que cruzan el Sur de Campeche y Quintana Roo, buena
parte de Tabasco, Belice, el Petén guatemalteco y la Lacandonia. Esa red fue uti
lizada como vía de tránsito y de comercio en la época prehispánica y hasta bien
entrado este siglo!^n las zonas bajas, por el clima y las asociaciones vegetales, se
forman lagunas y pantanos, de manera más impresionante hacia la llanura cos
tera de Tabasco y Campeche. *
En el área central no hay grandes elevaciones; tierra adentro se levantan al
gunas discontinuas sierras irregulares que alcanzan alturas superiores a los 600
m. Más adelante, comienzan a conformarse las estribaciones de las tierras altas,
que en términos generales sobrepasan los 500 m, con promedios superiores a los
1 2 0 0 msnm. Ahí las lluvias, al igual que en el resto de las tierras tropicales, caen
entre mayo y noviembre, con mayores concentraciones entre junio y octubre. En
el área sur, las precipitaciones más altas se dan hacia las laderas del Pacífico, en
cuyas costas abundan los manglares y las lagunas. Esta zona incluye las tierras
altas de Guatemala y Chiapas, donde las intrincadas serranías, ríos, lagos, bos
ques de pino-encino y valles intermontanos como los de Quetzaltenango, Guate
mala y Comitán complementan un cuadro que, con excepción de las costas, con
trasta con la geografía de las tierras bajas.
Durante la época prehispánica, después del Preclásico Superior, salvo peque
ñas porciones ocupadas por grupos no mayas como los xincas, nahuas y otras
LA CIVILIZACIÓN MAYA EN LA HISTORIA REGIONAL M E S O A M E RI C A N A \^^
más amplias de zoques, todo ese territorio estuvo habitado por grupos de habla
maya. H oy día se conservan alrededor de 26 lenguas mayances, cuyos hablantes
sobreviven en condiciones deplorables, como parte de las contradicciones pro
pias del mundo moderno. De lo que fueron sólo podemos hablar a través de sus
testimonios orales, de lo registrado en algunas fuentes históricas, pero principal
mente de los restos de su cultura material.
Del tronco lingüístico macromayance, acaso localizado en los altos Cuchu-
matanes, en la actual frontera de Guatemala con M éxico, comenzaron a dife
renciarse las diversas lenguas mayas después del año 1500 a.n.e. (McQuown,
1964). Y aunque puede haber discrepancias en este planteamiento, una de las
preguntas que más intriga a lingüistas, arqueólogos y epigrafistas se relaciona
con la identificación de las lenguas que se hablaban en las tierras bajas centrales
durante la época Clásica. Si esta pregunta se planteara para el área norte, no hay
muchas dudas para afirmar que @ hablaba maya-yucateco. Hacia las tierras ba
jas centrales se supone que se hablaba chol, supuesto que, sin mayores cuestio-
namientos, han seguido la mayor parte de los epigrafistas. A pesar de ello, aun
que en esa área se hablaban lenguas cholanas, no hay duda de que hacia la zona
de las tierras bajas noroccidentales, en donde queda incluido Palenque, se habló
chontal (Ochoa y Vargas, 1979).*M ás aun, puede sugerirse que si bien en el Fe
tén y la Lacandonia pudo predominar Q) chol, en el Sudeste de las tierras bajas
centrales tal vez se habló chort./>
ron sus ideas religiosas en mascarones que modelaban en estuco sobre las facha
das de los edificios; costumbre encontrada también en Cerros y El Mirador, perfi
lándose los antecedentes de la iconografía religiosa de los mayas. En Uaxactún y
Tikal, unos cuantos siglos a.n.e., se experimentó por primera vez con el empleo
de la bóveda en saledizo (cf. La Porte, 1987), rasgo que caracterizaría la arquitec
tura maya clásica. Un poco antes comenzaron a desarrollarse los complejos arqui
tectónicos de carácter astronómico, como el Grupo E de Uaxactún(^ el conjunto
Mundo Perdido de Tikal (La Porte, 1987). En Becán, Campeche, se construyó un
sistema defensivo en el Preclásico Superior (cf. Webster, 1974). Ya para entonces,
los primeros grupos mayances se habrían asentado en las tierras bajas centrales y,
en los últimos años del segundo milenio a.n.e., llegaron a la península de Yuca
tán. Allá, en los últimos siglos a.n.e. y los primeros de la actual, Dzibilchaltún se
ría uno de los asentamientos más extensos, como Lamanai y Cerros, en Belice, y
El M irador en Guatemala fueron los centros de mayor monumentalidad.
Y mientras éíí)Tikal apepas se iniciaba la construcción de la Acrópolis Nor
te, en las tierras altas de Guatemala Kaminaljuyú destacaba por su extensión y
enclave. Sobre la costa del Pacífico, Chantuto revela ocupaciones precerámicas
de recolectores de moluscos (cf. Voorhies, 1976). En el Preclásico Inferior, des
pués del año 1800 a.n.e., destaca la importancia que en algunos sitios como'Al-
tamira tuvo el cultivo de tubérculos (Lowe, 1975: 35)^.
Por el interior de la llanura costera, un sitio que presenta importantes vesti
gios del Preclásico Inferior y una interesante intrusión olmeca a finales del Preclá
sico Medio es Padre Piedra (aproximadamente el año 550 a.n.e.). Ya bastante tie
rra adentro, alrededor del año 1100 a.n.e., cuando la cultura olmeca había
empezado a despuntar, en Chiapas el sitio Mirador parece haber sido un punto
de enlacgcomercial entre la costa del Pacífico y el golfo de México (cf. Agriniere,
19 6 4 ). J ^ l a cultura olmeca, en se localizó un bajorrelieve fechable entre fi
nales <^1 P^clásico Medio e inicios del Superior. Por la costa, vestigios olmecas
contemporáneos y de la misma factura se conocen desde Chiapas hasta El Salva
dor, lo que atestigua el importante papel que desempeñó en la zona dicha cultura
que, de acuerdo con algunos autores, pudo ser transportada por grupos de habla
zoque (cf. Lowe, 1983).#
Por otra parte, en Paso de la Amada hubo caseríos contemporáneos a los de
Altamira, cuyos habitantes se desenvolvían entre la costa del mar y el interior
practicando diferentes actividades. Mientras en el primer caso la pesca era una
de las más importantes, en el segundo destacaban la agricultura y la caza. En tér
minos generales, en los inicios del Preclásico puede hablarse ^^aldeas agrícolas
téoricamente de carácter igualitario, que más tarde cambiaron a una sociedad je
rarquizada en el Preclásico Medio^. r.
se pudieron ir conformando algunas familias que tuvieron la posibilidad de intercambiar ciertos pro
ductos con otros grupos, especialmente bienes suntuarios. Conocim iento e intercambio serían funda
mentales para la form ación de linajes. Aparentemente, para finales de ese periodo se acentúa la dife
renciación de las sociedades, dándose paso a una organización política del tipo de los señoríos.
180 LORENZO OCHOA
3. Para una explicación más detallada de este asunto y del modo de producción de los mayas,
cf. Rivera Dorado, 1 9 8 5 : 2 3 1 .
4. Vid. infra el registro del tiempo y la historia. El «glifo introductorio» es una anotación ca-
lendárica especial que abre la serie inicial con que empieza un gran número de inscripciones (cf. Ber-
lin, 1 9 7 7 : 53).
182 LORENZO OCHOA
Una de las mayores dificultades que plantea el estudio de una civilización como
la maya es la de alcanzar a entender en qué tipo de organización política y eco
nómica descansaba su desarrollo. Según Joyce Marcus (1976), la organización
política se caracterizaba por (Id existencia de ..territorios independientes con sus
capitales, de las cuales dependían centros de menor importancia. Pero esa orga
nización no se dio repentinamente, sino que obedece a una evolución que se ini
cia en el Clásico Temprano (1989, ms). Para entonces, acaso podría hablarse de
una organización basada en provincias autónomas que hacia el Clásico Tardío
sufren un cambio en sus estructuras y devienen en Estados regionales con cen
tros primarios, secundarios y terciarios. Para diferenciarlos, se toma en cuenta el
número de estelas, canchas de juego de pelota, monumentalidad arquitectónica,
pero lo más importante es la presencia del Glifo Emblema, que era una suerte de
símbolo del lugar gobernado por determinado señor. Marcus, a partir del es
tudio de la Estela A de Copán, dedicada al gobernante XVIII Jog, en el año
731 n.e., desarrolló un modelo cosmológico cuatripartito de la organización po
lítica de las tierras bajas centrales: «parece claro que para el año 731 de nuestra
era, Copán, Tikal, Calakmul y Palenque fueron las capitales de grandes Estados
regionales y, poco después del año 731 de nuestra era, Yaxchilán también lo se
ría» (1 9 8 9 , ms). Este tipo de organización política no parece haber sido exclusi
vo de las tierras bajas centrales, pues hacia las tierras bajas del Norte pudo exis
tir algo semejante, bien que en esta parte ^ío^es fácil reconocer cuáles pudieron
haber sido las capitales regionales.
En esta área las inscripciones son menos frecuentes; la más antigua, fechada
en el 4 7 5 n.e., se localizó en la espléndida ciudad de Oxkintok. Varias fechas pro-
LA C I V I L I Z A C I Ó N MAYA EN L A H I S T O R I A R EGIO N AL M E S O A M E RI C A N A | 83
ceden de Edzná y se ubican entre los años 672 y 782 n.e. Aunque llama la aten
ción, no es extraño que estas fechas sean relativamente tardías en relación con las
tierras bajas centrales, pues fue donde desarrollaron y perfeccionaron la forma de
contar el tiempo a partir de una fecha determinada, el año 3114 a.n.e/. Otros lu
gares conocidos también ^ n e n inscripciones con «cuenta larga» Chichén Itzá.
Tzibanché e Ichpantú’n. De todos los sitios de ía península, el que cuenta con el
mayor número de inscripciones es Cobá, cuyas fechas van del año 623 al 732
n.e., lo que me lleva a pensar que esta urbe, al igual que Oxkintok, Edzná y Chi
chén Itzá, en distintos momentos, pudo ser capital regional.'^feste tipo de organi
zación política probablemente existió en las regiones de Río Bec, Chenes y Puuc.
Para el área sur, quizás Kaminaljuyú podría apuntarse como una capital regional.^
Dentro de estos Estados centralizados pueden reconocerse dos clases sociales
claramente diferenciadas: nobles y plebeyos. Por otra parte, existen fuertes du
das en cuanto a la existencia de esclavos que, si bien desde el punto de vista de la
iconografía parecen reconocerse en algunas representaciones, no se sabe cómo
participaban en la sociedad del periodo Clásico maya. A pesar de ello, si se toma
en cuenta que el papel que ese grupo desempeñó en el periodo Postclásico acaso
no fue muy distinto al de siglos atrás, entonces podría suponerse que)buena par
te de suiuerza de trabajo se empleaba en la realización de las grandes obras pú
blicas y aun en la producción de medios básicos.
PO LÍTICA Y ECO N O M ÍA
5. Esta fecha fue fijada por los mayas de manera convencional para poder referir todos los
acontecimientos a partir de ella. En el apartado «El registro del tiem po...» se hará referencia a esto.
184 LORENZOOCHOA
A RQUITECTURA Y URBANISMO
6. Se trata del manejo global tomando en cuenta las propiedades del suelo, de la vegetación, de
las variedades de semilla que sembraban en distintos puntos al inicio del ciclo agrícola, «de acuerdo al
adelanto o atraso del periodo regular de lluvias». Todo esto «dio lugar a un sistema extensivo de milpa
basado en el pluricultivo, con posibilidad de obtener cosechas múltiples» (Barrera Rubio, 1987: 137).
7. Para una discusión y cuestionamiento relacionados con los alcances de la intensificación
agrícola entre los mayas, cf. O choa, 1990.
LA C I V IL IZ A C IÓ N M A Y A EN L A H I S T O R I A REGION AL M ESOAM ERICANA |85
8. Los planteamientos que siguen están basados en Villa R ojas, 1 9 6 8 ; Thom pson, 1 9 75; Sche-
lle y Freidel, 1 9 9 0 ; Schelle y M iller, 1 992; Rivera Dorado, 1990.
136 LORENZOOCHOA
Ilustración 1
LOS PLANOS D EL UNIVERSO
T I E R R A
(M O R A D A D E L O S V IV O S )
IN F R A M U N D O
(M O R A D A D E L O S M U E R T O S )
M E D IA
0 N O C H E
— O sea, predecir— lo que el destino depara a los reyes, a los nobles y a los ple
beyos» (ibid.). Concepción cíclica de la vida que aún conservan los mayas actua-
les, para quienes en sus idiomas el tiempo futuro no existe ni se usa de la misma
forma con que lo utilizamos ei^ u estro idioma. J ^ f u turo no está adelante sino
atrás. Se_predk£^lo c o n o c id q j^ fu tu ro sólo se recrea,. Lo que ahora es, fue y
188 LORENZO OCHOA
Pero no parece haber sido tan sólo ese el propósito, pues de igual manera los ob
servatorios tuvieron fines prácticos. Ambas situaciones se entremezclaban. íí^ lín ea
que separaba la ideología religiosa del COTodmietóo práctico jfprmaija p.artLdfiLlá
manipulación del po3er.qüeTe'áIIza5an los sacerdote^s. De ahí la conceptualización
cosmogónica de las urbes o bien la orientación de los edificios y aun de ciertos
conjuntos arquitectónicos,(gu^intención era conocer el cambio de las estaciones.
solsticios V equinoccios. conocImíeñtó"vrtar en los puel^s agrarios para determi
nar los c i ^ s agrícolas. Las fechas de los cambios podían registrarlas puntualmen
te por el manejo de un calendario usado al efecto.
En este sentido, los mayas desarrollaron otros calendarios, aunque los más co
nocidos son el de 365 y el de 260 días. Este último se formaba por la combinación
de 20 días y 13 numerales y se le denomina \tzolkín,\que quiere decir «cuenta de
los días», a cambio de su nombre original, que se d ^ o n o ce (Ayala, 1990: 120,
nota 3). Dicho calendario también recibe el nombre<ge^lmanaque sagrado, ya que
eUdestino del hombre maya se regía por los augurios, buenos o malos, que corres-
pondían al día de su nacimiento .^^Pero si de acuerdo con ese calendario el día del
nacimiento de una persona no era propicio, entonces podía manipularse para cam
biarlo por uno más adecuado. De esta manera, cuando era factible y especial
mente © s e trataba de u_i]L¿escendiente de la nobleza, se podía reorientar la suer-
te de la vida del niño, k
LO S G LIFO S D E LOS V EIN TE DÍAS DEL TZO LKÍN O ALM ANAQUE SAGRADO
(calendario de 260 días)
9. Schumann (1968) discute con detalle este asunto en relación con el evidencial en las lenguas
mayas.
LA C I V I L I Z A C I Ó N MAYA EN L A H I S T O R I A R EGIO N AL MESO A ME R IC A N A | 89
El primer día del T zolktn era im ix y el último ahau. Como son 20 días y sólo
13 numerales, entonces el décimocuarto día ix volvía a caer en uno, y así sucesi
vamente, hasta completar las 2 60 combinaciones:
Imix 1 8 2 9 3 10 4 11 5 12 6 13 7
Ik 2 9 3 10 4 11 5 12 6 13 7 1 8
Akbal 3 10 4 11 5 12 6 13 7 18 2 9
Kan 4 11 5 12 6 13 7 1 8 29 3 10
Chichan 5 12 6 13 7 1 8 2 9 310 4 11
Cimi 6 13 7 1 8 2 9 3 10 4 11 5 12
Manik 7 1 8 2 9 3 10 4 11 5 12 6 13
Lamat 8 2 9 3 10 4 11 5 12 613 7 1
Muluc 9 3 10 4 11 5 12 6 13 71 8 2
Oc 10 4 11 5 12 6 13 7 1 82 9 3
Chuen 11 5 12 6 13 7 1 8 2 9 3 10 4
Eb 12 6 13 7 1 8 2 9 3 10 4 11 5
Ben 13 7 1 8 2 9 3 10 4 11 5 12 6
Ix 1 8 2 9 3 10 4 11 5 12 6 13 7
Men 2 9 3 10 4 11 5 12 6 13 7 1 8
Cib 3 10 4 11 5 12 6 13 7 18 2 9
Caban 4 11 5 12 6 13 7 1 8 29 3 10
Etznab 5 12 6 13 7 1 8 2 9 310 4 11
Cauac 6 13 7 1 8 2 9 3 10 4 11 5 12
Ahau 7 1 8 2 9 3 10 4 11 512 6 13
10. Entre otros autores, Coe (1 9 8 0 : 46) proporciona la primera de esas fechas; en tanto que
Ruz (19 8 1 ; 173) da la segunda.
190 LORENZO OCHOA
Kin = 1 día.
Uinal = 2 0 días = 2 0 kines (un día).
Tun = 360 días = 1 8 uinales (un año).
Katun = 7 200 días = 2 0 tunes.
Baktun = 144 000 días = 20 katunes.
Otro de los logros que permitió a los mayas alcanzar un exacto registro del
tiempo fue la invención del cero con valor posicional, que entre ellos no significó
supresión, ^m ^com pletam iento». Este concepto se reconoce en la figura de una
LA C I V I L I Z A C I Ó N M A Y A EN L A H I S T O R I A R E G I O N A L M E S O A M E RI C A N A 191
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
11 12 13 14 15 16 17 18 19 O
Hacia los siglos IX y X en términos generales, en unos lugares antes y más tarde en
otros, las estructuras políticas, sociales y económicas de las tierras bajas centrales
se fueron debilitando. A lo largo de más de cien años las actividades se fueron in
terrumpiendo: poco a poco se dejaron de construir templos, palacios y tumbas.
Los monumentos donde se daba cuenta de la vida cortesana, de las victorias y ha
z a ñ a s bélicas de los señores, se erigieron con menos frecuenciaí^En fin, las grandes
Aunque poco se sabe acerca de las causas que propiciaron aquella decaden
cia y abandono, tampoco es un misterio. En todo caso, fueron situaciones de ca
rácter interno y externo: ecológicas, sociopolíticas y económicas ./Tampoco igno
ramos qué pasó con los habitantes. Én fin, que el desenlace de la grandeza maya
en las tierras bajas centrales no fue consecuencia de una sola causa, sino la con
catenación de varias, que produjeron un fenómeno de despoblamiento por mi
gración rumbo a la llanura costera y la costa del Golfo, a la península de Yuca
tán y aun hacia las tierras altas. Las grandes dinastías fundadas cientos de años
atrás no tuvieron a nadie más que las sostuviera; abandonadas a su suerte tam
bién tuvieron que emigrar.^En las tierras bajas centrales sólo quedaron aislados
núcleos de población dedicados a la agricultura y al intercambio de unos cuan
tos productos con la costa del Golfo: cerámica, algodón y sal; y cesó el comercio
a larga distancia. 4
Por el contrario, en las tierras bajas del Norte no sólo no cesaron las actividades,
sino que políticamente se consolidaron algunas provincias y en la cultura mate
rial los estilos arquitectónicos Chenes, Río Bec y Puuc alcanzaron su máximo
florecimiento entre el Clásico Tardío y el Clásico Terminal. Poco después, emi
grantes habla nahua procedentes del centro de México irrumpen por la costa
de Tabasco y Campeche hasta alcanzar la península; por otra vías llegarían a los
altos de Chiapas y Guatemala. Por todas partes se reconoce la introducción de
nuevas id eas()^ n a deidad: Quetzalcóatl = Kukulcán = Nacxitl (cf. Piña Chan,
1977), que comienza a cobrar importancia. Su presencia en Uxmal es indiscuti
ble, pero es mucho más fuerte I^ C h ic h é n Itzá, donde se dejan ver otras innova-
ciones, creándose un estilo que se conoce como maya-tolteca. Es probable que
un poco antes, procedentes de las tierras bajas centrales, hubieran llegado a Yu
catán los itzáes, que se asentaron en Chichén Itzá. Después, con edificios mal co
piados de dicha urbe, se funda la ciudad de Mayapá, donde una famiÜa de nom
bre Cocom queda al frente del gobierno^^. Otro dirigente. Ah Zuitok Tutul Xiu,
se asienta por aquellas fechas en Uxmal (Navarrete, 1986: 600). Las repercusio
nes que en el terreno político generaron estos grupos se reflejan en la conforma
ción de una serie de pequeños Estados independientes. Posteriormente Uxmal,
Mayapán y Chichén Itzá fundan una alianza conocida como la Liga de Maya-
pán, que dura un par de siglos: del X I al X iii. J. Marcus ha sugerido cómo pueden
explicarse los cambios políticos en el área a través del tiempo. De todas mane
ras, como en el pasado, la base económica continuaba siendo de carácter agrí
cola, si bien el comercio era una importante actividad de la clase dirigente. A
través de éste adquirían joyas, objetos de oro y tumbaga traídos de América
12. Navarrete (1 9 8 6 : 600) piensa que «Es posible que los itzáes hablaran originalmente ná
huatl», aunque autores com o Eric J . Thompson hayan planteado antes que pudieron ser mayas
nahua tizados.
194 LORENZO OCHOA
EPÍLOGO
13. Carmack, en diferentes publicaciones, ha hecho aportaciones a estos temas; aquí sólo aco
to un corto trabajo de 1 9 7 6 , en el cual ofrece un panoram a bastante conciso acerca de la organiza
ción social y política de los quichés.
196 LORENZO OCHOA
CUADRO CRONOLÓGICO
T e r e s a R o j a s R a b i e l a y M a g d a le n a A . G a r c ía
Hacia mediados del siglo vn n.e. y hasta el año 900-1000 n.e., las ciudades del
Clásico empezaron a decaer y fueron abandonadas. Teotihuacan, la «gran ciu
dad de los dioses» ubicada en la cuenca de México, con una población máxima
calculada @ u n o s 125 000 habitantes, fue destruida y abandonada casi por com-
200 TERESA R O J A S R A B I E L A Y M A G D A L E N A A. G A R C Í A
Ilustración 1
ESQUEM A DE LAS PRINCIPALES PROVIN CIAS nSIO G R Á FIC A S D E M É X IC O
Ilustración 2
MAPA QUE M U ESTRA LAS SUBÁREAS CULTURALES DE M ESO A M ÉRICA
pleto hacia el 750 n.e., reduciendo su población hasta sólo tener entre 2 000 y
5 000 habitantes (Matos, 1990: 87). Algo semejante sucedió con Monte Albán,
gran urbe del valle de Oaxaca y con los monumentales centros de las tierras ba
jas mayas como Yaxchilán, Tikal, Palenque, Copán y Piedras Negras (López
Luján, 1995: 17)*. En los siguientes 2 50 años, otros focos de alta cultura y civili
zación de Mesoamérica entraron en un ocaso semejante y sufrieron la despobla
ción y desintegración de sus estructuras políticas (León-Portilla, 1974: 186).
Las posibles causas y detonadores de este proceso no son aún del todo cla
ras. Q )m ás probable es que se haya tratado de reacciones de descontento contra
las estructuras de soiuzgamiento. combinadas con presiones de nuevos grupos
que se disputaron el poder, en el contexto de condiciones difíciles @ t ip o climá-j
tico que afectaron a la producción. /
El turbulento periodo que se abrió tras el colapso y destrucción de Teoti-
huacan ha sido denominado «Epiclásico» y está comprendido entre los años
650/800 y 9 0 0 ^ ^ 0 0 n.e. Según López Luján, «Los principales signos de este
tiempo fueron'^m ovilidad social, la. repcganización de los asentamientos, el
cambio de las esferas de interacción cultural, la inestabilidad política y la revi
sión de las doctrinas religiosas» (López Luján, 1995: 17). En este contexto, se)
incrementó et aparato militar; las ciudades se establecieron en lugares estratégi
cos para defenderse mejor y «en el Altiplano central, como nunca antes, las re
presentaciones iconográficas [...] hacen alusión a la guerra» (ibid.i 18). En ese
periodo inestable y cambiante florecieron y decayeron Xochicalco (650-900
n.e.), así como Cacaxtla y Teotenango en el Altiplano central, v íEuTajín en la
costa del golfo de México.
El Postclásico ha sido caracterizado como un periodo militarista, por la im
portancia que parece haber adquirido la actividad, en contraste con el Clásico,
calificado como teocrático; pero a medida que avanza el conocimiento se sabe
que ambas caracterizaciones son relativas y que militarismo y religiosidad estu
vieron presentes en ambos periodos, aunque ciertamente con un mayor énfasis
militarista en el Postclásico. También se ha identificado al Postclásico como
«histórico», en el sentido de la existencia de documentos escritos. Sin embargo,
como ha quedado demostrado por varios autores (Alfonso Caso, Wigberto Jim é
nez Moreno), los testimonios escritos, tanto de contenido histórico como de
otros temas, eran «atributo y posesión de la civilización mesoamericana desde
muchos siglos antes»^ (León-Portilla, 1974: 189).
El Postclásico parece mejor caracterizado como(u^periodo en el cual un vie
jo orden se resquebraja y nuevas poblaciones «aparecen en escena, trayendo
consigo formas nuevas de orden social y una nueva visión de su lugar en el uni
verso. La diferencia entre el antiguo y nuevo orden de cosas es profunda» (Wolf,
1967: 101). El resultado: modjficaciones de k estrucmra interna.de la spcie^^^
que dieron paso a nuevas formaciones sociales y culturales (ibid.: 102). //
Ilustración 3
CHINAMPAS DE LA CUENCA DE MÉXICO
El Altiplano central de México está delimitado por las Sierras Madres Oriental y
Occidental, así como por el Eje Neovolcánico al Sur. Si bien este enorme Altipla
no ofrece continuidad hasta las grandes llanuras del Oeste norteamericano, la
frontera durante este periodo era de carácter ecológico-cultural (R eparaba los
pueblos agricultores, sedentarios y de_«alta cultura», de los jcazadpr,e5-£ec,pjec-
tores, nómadas o seminómadas (Palerm, 1967: 2 48; Rzedowski, 1978: 25). El
gran Altiplano está a más de 2 000 m de altitud y presenta «un relieve muy acci
dentado y fragmentado, con mesetas^ cuencas cerradas y valles separados por
montañas difíciles de cruzar» {ibid.); las lluvias son suficientes para la práctica
agrícola de temporal durante el verano, si bien se presentan heladas durante el
otoño y el invierno y esto acorta el periodo agrícola.
3. Véase ilustración 2 del trabajo de Linda M anzanilla (cap. 6 de esta obra) y el de Beatriz
Braniff sobre M esoam érica septentrional (cap. 9).
204 T E R E S A R O J A S R A B I E L A Y M A G D A L E N A A. G A R C f A
Tula se situaba en el borde sur de la Teotlalpan, zona árida y semiárida del Alti
plano central en el actual Estado de Hidalgo. La influencia de esta cultura fue
tan grande que muchos de los linajes gobernantes de los Estados posteriores,
como lo fueteiViexica, reclamaban descender de los toltecas (Sanders y Merino,
1973: 109).
En la ciudad de Tula, en tiempo de los toltecas, se fusionaron conceptos y
tradiciones de Teotihuacan y de una cultura llamada coyotlatelco, que se desa
rrolló previamente, en el curso de unos 200 años, con gente procedente de El Ba
jío (Guanajuato y Querétaro), Jalisco y Zacatecas, que característicamente prefe
ría vivir en la cima de los cerros y organizarse en pequeñas unidades políticas
autónomas.
(j l ^ i d a de la T u la .JQlt.eca.DOSterior y de su E stad o se in ició a principios del
siglo IX y d uró algo m ás de 4 0 0 a ñ o ^ L a arqueología y la docu m en tación escrita
co n flu y en p ara co n o c e r su h istoria. Se con firm ó así, p o r ejem plo, la propuesta
de Jim é n e z M o r e n o ( 1 9 4 1 ) , b asad a en fuentes indígenas, en el sentido de la co n
vergen cia g ^ d o s gru pos en la fu nd ación de la ciu d ad : el to lteca-ch ich im eca, p ro
ced ente del co n fín n o rte de M esoam érica y el n o n o a lca , de la zona del g olfo de
M é x ic o (C o b ea n y M a s ta c h e , 1 9 9 5 : 1 5 0 ). i
En cuanto a su estructura resulta de interés la p ro p u e st^ e Paul Kirchhoff
basada en la lectura de una lista de 20 ciudades contenida enQ¿ Historia tolteca-
ch ich im eca flista basada, probablemente, @ u n mapa tolteca perdido), que con
siste en un mapa que muestra ([^estructura del imperio tolteca, con cinco provin
cias articuladas a imagen del cosmos v los cinco rumbos del universo. Tula en el
‘ Centro y sus cuatro capitales en los cuatro rumbos: Tollantzinco en el Oriente;
Teotenanco en el Sur; Colhuacan en el Occidente y otra, cuyo nombre no pudo
identificar, al Norte (Kirchhoff, 1989: 262-263, 265).rTulalresultaría así la capi
tal de @ E s t a d o imperial de carácter «multinacional», en el sentido de una for-
m ación política~compleia. que integraba «pueblos de distintos orígenes, lenguas
1 diferentes y variadas costumbres» (ibid.)./f
' En efecto, Tula parece haber dominado, a través de redes comerciales y de
tributo, gran parte del Altiplano central, algunas zonas de la Huaxteca, El Bajío,
la costa del Golfo, Yucatán y el Soconusco (Cobean y Mastache, 1995: 220). En
cuanto a su influencia cultural, sobrepasó las fronteras de su esfera política, ex
tendiéndose por amplias zonas del México actual y Centroamérica (ibid.-. 15).
En lo económico, la fuerza de los toltecas se basó en el establecimiento «de un
enorme sistema de redes comerciales que se extendían desde Costa Rica hasta
los actuales estados de Nuevo México y Atizona (Estados Unidos)» (ibid.).
Dos deidades ocuparon un lugar prominente: Quetzacóatl, serpiente empluma
da, «estrella de la mañana», y Tezcatlipoca, dios de la guerra. También aparecie
ron Imágenes de Xipe Tótec, Mictlantecuhtli (¿n íios^ ela muerte) y otras deidades
(Cobean, 1994: 19). La pugna entre los seguidores de Quetzacóatl y Tezcatlipoca
en Tula refleja la transformación de los pueblos de aquella época. La victoria del
segundo «aumentó la atención en la guerra y el sacrificio humano en muchas cul
turas mesoamericanas que tenían contacto con los toltecas» [ibid.]. No es de extra-
FORM ACIONES REGIONALES DE M E S O A M É R I C A 2 05
ñar por eso que en Tula se hayan encontrado evidencias del más antiguo tzom pan-
tli de todo el Altiplano central (Cobean y Mastache, 1995: 177).
Así, es probable que @ én fasis en la guerra y el sacrificio humano, que más
tarde se observan plenamente desarrollados entre los mexicas, proceda de Tula,
mismo que numerosos elementos de la planeación urbana. La presencia de
conchas, corales y turquesas en ofrendas indica la complejidad del sistema de
circulación comercial del Estado tolteca (Cobean y Mastache, 1995: 180-181).
£a^ckca.dencia v ocaso de Tula tuvo lugar a f in a le s ^ j^ l o X II n.e. La ciudad
fue saqueada casi por completo, aunque no despoblada del todo (Cobean y Mas-
tache, 1995: 221). Las causas son desconocidas, pero se proponen las siguientes:
limitaciones tecnológicas para aumentar la producción agrícola, surgimiento de
ptro^centros de poder y llegada de población ajena a la región {ib id .: 220). Esta
última hipótesis postula que dicha población procedía de la Mesoamérica septen
trional o marginal, im p u ls a d a por nn prolongado periodo de sequía que al_pare-
cer tuvo lugar en el lapso en que T ula se desarrollaba que, entre otros estragos,
causaría ij^desaparicióh de la 1
laguna /de
Aa
Yuriria en El Bajío mguanajuatense''.
QT-i T h I i o 11 i o
a
4. Esta laguna volvió a ser creada de forma artificial por los españoles después de la conquista
(Kirchhoff, 1 9 8 9 : 2 6 7 -2 6 8 ). Vemos que ahora ha vuelto a desaparecer (1998).
206 T E R E S A R O J A S R A B I E L A Y M A G D A L E N A A. G A R C Í A
lar que se conoce como [Templo de Quetzacóatl. Otros hallazgos han sido las la
jas con petroglifos en relieve del Cañón de Boquillas, Compostela y las faldas del
cerro Guamiles (Oliveros, 1976a: 57).
Durante el Postclásico, en Jalisco se poblaron amplias zonas como Tuxcacuex-
co. Tala, Autlán, Tamazula-Tuxpan-Zapotlán, Sayula-Zacoalco, Tizapán el Alto
y Huistla. Cada una de las fases de población están detalladamente asociadas a de
terminados materiales culturales, entre (í^ q u e destacan el cerámico y el arouitec-
tónicoJShóndube. 1976b: 60-94). Entre los primeros las formas características,
con o sin decoración, son básicamente cajetes (con o sin soportes, de formas glo
bulares, de almena, etc.), ollas, vasijas de tres pies y figurillas humanas elaboradas
en barro. Otros elementos son instrumentos musicales, figurillas de animales, or
namentos de barro, malacates y tepalcates trabajados (ibid.-. 6 9 )í^ n cuanto a la
evidencia arquitectónica, los edificios del área de Tuxcacuexco son significativas;
sus sistemas constructivos incluyen materiales como cantos rodados (no utilizan
piedras cortadas ni trabajadas) unidos con lodo, pisos de tierra, formas rectangu
lares y, en general, casas levantadas con materiales perecederos (ibid.-. 71-72).^
En Colima j e han encontrando asentamientos en las laderas y cimas de los
cerros, en quebradas y en cañadas, situación que se ha considerado como la evi
dencia de militarismo en la región (Shóndube, 1976a: 95). Sin duda el sitio más
i m p o r t a n t e Colima es F,1 Chana! (1100-1259 n.e.), que abarca casi 40 ha con
un desarrollo prácticamente urbano.^Tiene pirámides con escaleras de piedras
Ilustración 4
Ilustración 5
Tonatiuh, el sol, sostiene el maíz, pero éste no echa raíces; la sementera está llena de ani
males. Códice Fejérvary-Mayer.
Ilustración 6
Chalchiuhtlicue, diosa de la lluvia, sostiene y protege el maíz para que eche raíces y crez
ca. Códice Fejérvary-Mayer.
FORM ACIONES REGIO N ALES DE M E S O A M É R I C A 209
E l E stad o tarasco
pandió hasta dominar un área de alrededor de 70 000 km^, en una extensión muy
similar a la que actualmente ocupa el Estado de Michoacán (Warren, 1977: 3).
La historia del territorio del Estado tarasco comenzó con el rey (cazonci) Ta-
riacuri y sus descendientes (hijo y sobrinos) Tangáxoan, Hiripan e Hiquingare,
quienes inicialmente se apropiaron de toda la cuenca de Pátzcuaro y hacia el
Postclásico Tardío se extendieron hasta zonas como el valle de Toluca y Colima
(que luego perderían; Michelet, 1995, 176).
La sede del Estado tarasco era Tzintzuntzan, en la cuenca de Pátzcuaro, don
de aún pueden verse los edificios circulares en el corazón de la ciudad. En su or
ganización social, este Estado mantenía una notable semejanza con los que para
entonces tenían su asiento en el Altiplano central de México; así, Tzintzuntzan,
Ilustración 7
TZ IN TZ U N TZ A N , PÁTZCUARO Y OTRAS CIUDADES, S. X V I
Ilu stración í
PLATEROS
Plateros. «Los diputados sobre todos los oficios». Relación de Michoacán. M éxico, Se
cretaría de Educación Pública, 1988, p. 93.
(Fotografía de Ricardo Sánchez).
Ilu stración 9
CASCABELES PREHISPÁNICOS DE M ETA L
(Davis, M ary L. y Parck, G. Mexican Jewelry. Austin, University of Texas Press, p. 18).
FORM ACIONES REGION ALES DE M E S O A M É R I C A 2 13
O AXACA
5. Tales ecosistemas mantienen sus características climáticas particulares, que han determina
do la presencia de plantas silvestres (se conocen cerca de 1 0 0 0 0 especies) y de cultivos que se han
adaptado a lo largo de los siglos (un poblado puede contar hasta con cuatro variedades de maíz
{ibid.: 30).
6. Cf. el trabajo de Linda M anzanilla, cap. 6 de este mismo volumen.
214 T E R ES A ROJAS R A B I E L A Y M A G D A L E N A A. G A R C Í A
O rg an iz ac ió n so c ia l y política
Las alianzas entre estos últimos conllevaron a la larga a justificar una muy
notable presencia mixteca dentro del territorio zapoteca. Elementos culturales
mixtecas, particularmente cerámica, se han encontrado incluso en lugares como
Monte Albán^ y Miahuatlán. Esta situación ha conducido a interpretar la pre
sencia mixteca como si se tratara de una invasión de los zapotecas y de su vir
tual desaparición, hasta el punto de relacionar el Postclásico oaxaqueño sólo
con mixtecas (González y Márquez, 1995: 55-86). Sin embargo, estudios recien
tes han propuesto que ni los zapotecas desaparecieron ni los mixtecas los inva
dieron, sino que se trató de alianzas políticas que permitieron el desarrollo inde
pendiente de los diversos señoríos y el desplazamiento de población entre
territorios, así como el mantenimiento de una paz estable muy conveniente para
todos, pero también de la unión de fuerzas para enfrentar los conflictos que se
presentaron, internos y externos (Flannery y Marcus, 1983; 217-226). Un caso
ilustrativo de lo anterior fue la unión entre los zapotecas cuando hubo necesi
dad de pelear contra los aztecas (hecho histórico del que queda como testigo la
fortaleza de Guiengola, en el Istmo). En este periodo, el énfasis en la adquisición
y la conservación de estatus a través de las alianzas entre nobles de los distintos
señoríos fue inclusive más importante que la expansión territorial de un señorío
determinado.
Vida cotidiana
La vida diaria tanto de los nobles como de los pobladores comunes tuvo ciertas
similitudes en los dos periodos. Entre la gente común la forma de vida se mantu
vo prácticamente igual. La evidencia arqueológica muestra que el tamaño de las
habitaciones así como los objetos utilitarios domésticos del Postclásico fueron
semejantes a los del Clásico. En la tipología cerámica de ambos periodos se han
encontrado comales, cajetes, cántaros, ollas y loza gris fina con soportes de dis
tintas formas (Winter, 1990: 103). En cuanto a los nobles, al parecer, su residen
cia estaba en función de su rango, lo que explica la diversidad en el tamaño de
sus viviendas. Además, cada señorío contaba con sus pueblos tributarios, que se
encargaban de abastecerlo tanto de alimentos como de ropa y fuerza de trabajo
para las obras necesarias. Los bienes suntuarios eran adquiridos a través de las
relaciones comerciales con otras ciudades-estado dentro y fuera de Oaxaca
[ibid.-. 103).
En lo que se refiere al tratamiento de los muertos, en el Postclásico hubo
cambios y pervivencias en el tipo de entierros que dan cuenta de la diversidad ét
nica que conformaba la región en esta época. Se continuaron utilizando tumbas
excavadas en los patios de los conjuntos residenciales; las más sencillas consis
tían en una cámara rectangular techada con grandes lajas; otras tienen nichos en
las paredes para las ofrendas; otras presentan planta cruciforme. Las más elabo
radas cuentan con escaleras para descender a la cámara y suelen tener una fa-
7. Este hecho muestra que la ciudad no fue del todo abandonada cuando los zapotecas la de
jaron, dado que los m ixtecas incursionaron ocasionalmente en ella.
216 T E R E S A ROJAS R A BIELA Y M A G D A L E N A A. G A R C Í A
Ilustración 10
M A TR IM O N IO ZAPOTECA
E con om ía
Tanto en los valles centrales como en las Mixtecas la agricultura fue la principal
actividad productiva. Las diferencias de altitud, como las condiciones topográfi
cas, determinaron el desarrollo de diversas técnicas en ambas regiones. Las zo
nas más extensas y planas corresponden a los valles centrales ubicados en Etla,
Tlacolula y Zaachila, donde se sembraba maíz, frijol, chile, calabaza, aguacate.
FORM ACIONES REGIO N ALES DE M E S O A M É R IC A 217
zapote blanco, maguey y algodón, los dos últimos para la obtención de aguamiel
y fibra (Winter, 1985: 98). En las Mixtecas, dadas sus condiciones montañosas,
rocosas, de pendientes abruptas y de pocos y pequeños valles, los habitantes
construyeron terrazas llamadas la m a-bord o en las laderas de los cerros. Éstas
consistían en pequeñas áreas artificiales, aplanadas y escalonadas, delimitadas
con piedras, que permitían la creación y el aprovechamiento del suelo ganado a
la montaña, conservar la humedad y evitar la erosión del suelo. El diseño y la
construcción de las terrazas de cultivo muestran el grado de avance en la tecno
logía agrícola de estas sociedades.
La población oaxaqueña desarrolló diversos sistemas hidráulicos que incluían
pozos para él riego «a brazo», canales, desagües, presas y drenajes, en particular
cercanos a las terrazas, donde los canales se aprovechaban para la captación del
agua de lluvia para regar los campos de cultivo, así como para drenar el suelo y
evitar inundaciones (Winter, 1985: 100-106; Doolitle, 1990: 110).
Tanto en los valles centrales como en las Mixtecas y otras regiones, además
de la siembra de alimentos se practicaba la recolección de plantas silvestres
como guaje, nopal, tuna, mezquite y cebollas silvestres, entre otros (Flannery y
Smith, 1983: 206).
En la Costa y en el Istmo la población se vio altamente favorecida con el
consumo de productos marinos y se estima que pudo haberse especializado en la
pesca, la recogida de mariscos y la producción de sal, para más tarde cambiarlos
por otros alimentos y otros bienes con los pobladores de tierra adentro (Zeitlin y
Zeitlin, 1990: 430).
Ilustración 11
EL GOLFO
La subárea del Golfo se extiende en una amplia franja que rodea al golfo de M é
xico; desde el río Soto la Marina por el Norte, hasta el Norte de Tabasco. Sus lí
mites geográficoculturales por el Occidente abarcan grandes extensiones en los
Estados de San Luis Potosí e Hidalgo, hasta pequeñas porciones de Puebla y
Querétaro. Así definida, engloba distintos ecosistemas, entre los que se encuen
tran la costa, la llanura, las estribaciones serranas (por la presencia de la Sierra
Madre Oriental), el bosque y las zonas áridas y semiáridas, con más o menos
abundancia y variedad de recursos bióticos.
Hacia el Postclásico (900/1000-1519 n.e.) el Golfo albergaba a grupos de fi
liación huaxteca, tepehua, nahua, otomí y totonaca, destacando notablemente
los huaxtecas, quienes ocupaban la región identificada como la Huaxteca y los
totonacas, habitantes del Totonacapan (ubicado en la zona central de Veracruz).
Huaxtecas y totonacas se conocen mejor que los otros grupos (Ochoa, 1995:
1-13). Sin embargo, desde una visión general pareciera que justificaban su pre
sencia como enclaves que representaban la influencia política y económica de sus
FORM ACIONES REGION ALES DE M E S O A M É R I C A 219
L a H u axteca
Ilustración 12
E l T oton acap an
8. Las chinampas se ubicaban sobre todo en el Sur (Chalco, Xochim ilco, Tlalpan, Mexicalcin-
go, etc.) y en secciones del Poniente (Tlacopan) y Norte (Xaltocan) de la cuenca de M éxico (Rojas,
1 9 9 3 b : 2 4 4 -2 4 5 ).
FORM ACIONES REGIO N ALES DE M E S O A M É R I C A 225
abastecer a las ciudades, que eran habitadas por los campesinos que prestaban
los servicios (cuidado de las obras públicas, de los bosques y jardines, o milita
res) (Carrasco, 1996: 588).
ECO N O M ÍA Y SOCIEDAD
De acuerdo con Carrasco, la triple división establecida en la zona central del Im
perio se repetía o extendía a las regiones sojuzgadas. Una información recogida
por fray Torquemada sobre la organización de las tres divisiones según los rum
bos del universo recuerda lo ocurrido en Tula, aunque no ha podido confirmarse
(Carrasco, 1996: 592). A Texcoco tocaba el cuadrante nororiental, a Tlacopan
el noroccidental y a Tenochtitlan toda la mitad sur.
Siguiendo una antigua tradición en Mesoamérica, las tres ciudades-capitales
y sus ciudades dependientes estaban divididas en segmentos (parcialidades o ca
beceras), algunas las cuales tenían su propio tlatoani. Estas divisiones eran de
carácter territorial, pero en ocasiones también étnica, originadas «en los pueblos
que migraron a la caída de Tula». Tenían sus propios dioses y sus señores «pro
cedían de dinastías y regímenes políticos anteriores» (Carrasco, 1996: 590). De
esta segmentación procedía, de acuerdo con Carrasco, el frecuente faccionalismo
FORM ACIONES REGIONALES DE M E S O A M É R I C A 227
ta se retrasaba un día. Los signos tenían un dios patrón y éste se asociaba con
un punto cardinal.
Las estaciones del año guardaban relación con los puntos cardinales. El
Norte con el verano, la primavera con el Oeste, el otoño con el Este, el invierno
con el Sur. La conjunción del calendario y las estaciones daba lugar a un elabo
rado ciclo de fiestas públicas religiosas, que eran ocasión para el sacrificio, el
convite y la reciprocidad social.
Otros muchos logros en el terreno intelectual y artístico son de mencionar,
pero sin duda resaltan algunos, como la escritura pictográfica, que servía para
toda suerte de detallados registros en papel indígena {am ate), piedra y otros ma
teriales. Asimismo existían sistemas aritméticos y de medición, mediante los cua
les se registraban fechas, se levantaban detallados catastros de tierras y cuentas
de tributos y tributarios, entre otros. Hubo, asimismo, sistemas de clasificación
del reino vegetal, animal y mineral (suelos) que representan avances intelectuales
que aún están en proceso inicial de investigación. Las técnicas son un terreno
mal conocido, respecto al cual se ha calificado (casi siempre en sentido negativo)
más que profundizado en su conocimiento. Entre las mejor conocidas están las
líticas, las cerámicas, las de cestería, las de riego, las agrícolas, las constructivas
y las minero-metalúrgicas, entre otras.
9
L A R E G IÓ N S E P T E N T R IO N A L M E S O A M E R IC A N A
B e a tr iz B r a n i f f C o r n e j o
Vamos a tratar en este capítulo de una región cultural que se ubica al Norte de
los ríos Sinaloa, Lerma y Moctezuma, ríos en donde se localiza la frontera sep
tentrional de Mesoamérica en el siglo X V I (Kirchhoff, 1943). Se encuentra en la
porción norcentral del Altiplano mexicano hasta el trópico de Cáncer, incluyen
do los hoy estados de Querétaro, Zacatecas, Guanajuato, Durango, el Altiplano
y la región del río Verde en San Luis Potosí y la sierra de Tamaulipas (Ilustra
ción 1), que en aquel entonces quedaban fuera de Mesoamérica.
Los mexicas se expresaban así de esa región norteña: «Es un lugar de mise
ria, dolor, sufrimiento, fatiga, pobreza, tormento. Es un lugar de rocas secas, es
téril; un lugar de lamentación, un lugar de mucha hambre, de mucha muerte.
Queda al none» (Sahagún, 1963: 263). «A las provincias donde moran los chi-
chimeca, las llaman chichim ecatlalli; es tierra muy pobre, muy estéril, y muy fal
ta de todos los mantenimientos» (Sahagún, 1955: libro X I, 478).
La traducción de la palabra chichim eca es mecate o «cuerda de perro», en
otras palabras, linaje de gente que, como los perros, no tiene casa. El término
chichimeca incluye a varios grupos o «naciones» — como los llamaron los espa
ñoles— cuya esencia era precisamente la de vivir en forma nómada como caza-
dores y recolectores, sin residencia definitiva. Estos grupos eran, por consiguien
te, el contraste con los pueblos mesoamericanos, que fueron tradicionalmente
agrícolas, sedentarios, y con una ideología enraizada en la tierra y en su fertili
dad (Rojas, 1985: 129). En consecuencia, la conquista de las tierras norteñas
por los españoles fue muy distinta a la de las culturas mesoamericanas, organi
zadas éstas dentro de los llamados «Imperios» como el mexica y el tarasco, don
de la conquista fue rápida y sólo hubo que cambiar al dirigente indígena por la
autoridad española. El mestizaje se inició pronto, la primera catedral en la ciu
dad de México estaba edificándose hacia 1525 y las tierras se entregaron al con
quistador con todo y con el indígena, quien de aquí en adelante serviría a nuevos
amos.
Pero al Norte de aquella frontera el blanco y sus aliados indígenas y mestizos
tendrían que emprender una ardua y larga lucha para alcanzar aquellas regiones
230 BEATRIZ BRANIFF CORNEJO
Ilustración 1
M ESOA M ÉRICA SEPTENTRIONAL
Ilustración 2
EL CAM IN O REAL A ZACATECAS
Mapa de 1580.
Fuente: Biblioteca de la Real Academia de Historia de Madrid.
232 BEATRIZ BRANIFF CORN EJO
En contraste con esta realidad del siglo xvi, la arqueología demuestra un pa
norama totalmente diferente para un tiempo más antiguo, pues en esa misma re
gión de barbarie existen ruinas de poblados de todo tipo, y aun ciudades con pa
lacios, templos y calles que no pudieron haber sido edificados por nómadas, ya
que sólo una agricultura eficiente estaba en grado de permitir asentamientos de
tal categoría. De esto se infiere que debió existir anteriormente un medio ambien
te mucho más benévolo que el descrito por los mexicas y habría que aceptar tam
bién un deterioro climático posterior que culminaría con aquella desolación his
tóricamente registrada.
No existe todavía la prueba científica de dichos cambios climáticos, aunque
estudios polínicos tampoco lo refutan, pero no hay que descartar la posibilidad
de que en estas regiones, que hoy en día son semiáridas, una temporada de sólo
dos o tres años sin lluvia podría haber traído consecuencias y efectos desastrosos
para una población cuya base de sustento fuera la agricultura de temporada. Se
tiene, sin embargo, información indirecta que confirma hasta cierto punto tales
cambios climáticos así como la relación que existe entre la situación cultural y la
geográfica. Por una parte, es interesante anotar la concordancia que existe entre
la curva que sigue la frontera de los mesoamericanos en el siglo xvi y la frontera
climática entre las zonas de desierto y estepa hacia el Norte y la sabana mesoter-
mal y el bosque templado hacia el Sur (Armillas, 1969: 699). Por otra, el límite
sur del llamado desierto de Chihuahua — que es una unidad vegetacional (Jaeger,
1957; Rzedowski, 1978: 62)— sigue exactamente la máxima frontera de los me
soamericanos (anterior al siglo XVl) y finalmente nuestra región se encuentra lo
calizada entre las isoyetas actuales de 400 mm y 800 mm anuales (Ilustración 3).
Se ha dicho que la isoyeta de 700 mm anuales marca el límite por debajo del cual
la agricultura de temporada es totalmente aleatoria y precaria (Niederberger,
1987: 51, 95). El trópico de Cáncer es en sí mismo una frontera climática y la dis
tribución de pueblos mesoamericanos en un tiempo se extendió hasta esta línea
(Ilustración 1).
Otra información igualmente indirecta se refiere a la documentación histórica
relacionada con el fin de la ciudad de Tula, hacia el 1200 n.e. La tradición indíge
na expresa en forma simbólica y poética las causas físicas — sequía y sus conse
cuencias— de dicha crisis política (Armillas, 1969: 701) y en nuestra región nor
teña no existe nada mesoamericano que podamos detectar arqueológicamente
después de esa misma fecha (Braniff, 1972, 1988), sugiriéndose la crisis y aban
dono de las regiones de la Mesoamérica septentrional (Armillas, 1964, 1969). Es
importante apuntar la coincidencia de estas fechas — 1150 a 1200 n.e.— con las
que se dan para el abandono y reorganización de los asentamientos en el llamado
«Sudoeste» de Estados Unidos (que en realidad fue el Noroeste de México hasta
el siglo pasado). Allí se argumentan igualmente explicaciones de cambios climáti
c o s — y otros— (Cordell, 1984: cap. 9). Además, en esa misma región dejaron de
recibirse ciertos objetos típicamente mesoamericanos, de lo que se deduce que los
patrones comerciales cambiaron entonces, lógicamente relacionados con la desa
parición de nuestra Mesoamérica septentrional y la revitalización de rutas comer
ciales a lo largo de la faja costera del Pacífico que ligan a partir de entonces a
nuevos centros políticos y comerciales (Kelley, 1986; Braniff, 1989a).
LA R E G I Ó N SEPTEN TRIO N AL M E S O A M E Rl C A N A 233
Ilu stración 3
M ESOAM ÉRICA SEPTENTRIONAL
Como resumen podemos aseverar que esta región norteña contiene una pro
blemática especial y diferente a la que se da en las regiones «nucleares» mesoa-
mericanas (por llamar de alguna manera a las que se distribuyen por debajo de
la frontera del siglo xvi). Mientras en estas últimas existe una evolución y pro
greso paulatino hasta la civilización que serían sólo limitados y luego condicio
nados por la conquista española, nuestra región septentrional muestra oscilacio
nes de carácter cultural muy relacionadas con el medio ambiente, que en una
época la ligan a ios procesos de gente cultivadora mesoamericana y en otro tiem
po se convierten en algo que es la antítesis de lo mesoamericano, determinándo
se así un diferente proceso histórico de época virreinal que ha repercutido hasta
nuestros días. Mientras en Mesoamérica el hispano encontró «la mesa puesta»
(organización tributaria, mano de obra, tierras cultivables), en el Norte, donde
ésta no existía, se requirió de otro tipo de conquistador que daría por resultado
un tipo de población poco mestizada y criolla, bastante diferente de la población
indígena, mestiza y criolla de la Mesoamérica nuclear. Este contraste es más evi
dente en las regiones extramesoamericanas, allende el trópico de Cáncer^.
3. Se ha argumentado que la agricultura de riego fue uno de los adelantos tecnológicos que
permitió el surgimiento de los centros urbanos en Mesoamérica, aumentando la producción y la po
blación; sin embargo, es la agricultura de temparal la que explica la supervivencia de los asentamien
tos rurales.
4. Desafortunadamente los arqueólogos mexicanos hemos heredado y adoptado la versión po-
LA R E G I Ó N S E P T E N T R I O N A L ME S O A ME R IC A N A 235
Ilustración 4
C O LO N IZ A C IÓ N DE LA M ESO A M ÉRICA SEPTENTRIONAL (300 A.N.E. 20 0 N.E.)
lítica «centralista» que explica todo desarrollo en razón de los sucesivos templos mayores ubicados
en los valles centrales.
5. «La homogeneidad arquitectónica [...] es una manifestación de otras homologías relaciona
das con la organización social y con el sistema de creencias» (Renfrew, 1 986: 5).
LA R E G IÓ N SEPTEN TRIO N AL M E S O A M E R 1C A N A 237
Ilustración 5
LA TRA D IC IÓ N DE TEUCHITLAN
a) «Tumbas de tiro» (Oliveros, 1971, lám. 12). b) Figura hueca «cornudo»; c) «Guachi-
montones» y juego de pelota (adaptado de Weigand, 1985: fig. 2.12).
238 B EA TR IZ BRANIFF CO RN EJO
Ilu stración 6
LA TRA D IC IÓ N D E CHUPÍCUARO
a) Figurilla (Piña Chan, 1960: fig. 40). b) Cerámica de Chupícuaro y Ticomán (adaptado
de Covarrubias, 1961: fig. 3). c) Cañada de la Virgen, Guanajuato (Castañeda et al.,
1988: fig. 3). d) Cerámica de Morales, Guanajuato, diseños (Braniff, 1972).
240 BEATRIZ BRANIFF CO RN EJO
Ilu stración 7
MESOAMÉRICA SEPTENTRIONAL: EL PERIODO DE AUGE (200 N.E.-900 N.E.)
Cultura:
HTeotihuacana (1. Teotihuacán, México; 2. Atemajac, Jalisco); •Teuchidán (3. Teuchitlán, Ja
lisco; 4. La Florida, Zacatecas); O Chalchihuites (5. AltaVista [Chalchihuites], Zacatecas; 6. El
Huistle [Huejuquilla], Jalisco; 7. La Quemada, Zacatecas); “Tunal Grande (8. Villa de Reyes, San
Luis Potosí; 9. Cerro de Silva, San Luis Potosí); O Guanajuatense (10. San Miguel Allende; 11.
Uruétaro; 12. San Bartolo Agua Caliente); □ Río Verde (13. San Rafael, San Luis Potosí; 14. Gua-
dalacázar, San Luis Potosí; 15. Ranas, Querétaro); □ Sierra de Tamaulipas (16. Pueblito; 17.
Ocampo).
Ríos: o. Chapalangana, a. Bolaños, b. J[uchipila-Malpaso, c. Verde, d. Turbio, e. Guanajuato, f.
Laja, g. Santa María, h. Verde, i. Támesis, j. Soto la Marina.
Fuente: Beatriz Braniff.
242 BEATRIZ BRANIFF CORN EJO
Esta original actitud agreste es acrecentada por rasgos especiales que clara
mente enaltecen los valores guerreros: la repetida presencia de ritos que incluyen
trofeos humanos expuestos (los llamados tzom pantlis de época histórica) y la re
lación de éstos con el culto a Tezcatlipoca (Abbott Kelley, 1978; Holien, 1975;
Holien y Pickering, 1978) de esta especial ideología militarista.
La forma arquitectónica común es la del patio hundido limitado por sus cua
tro costados; y en los centros urbanos La Quemada y Chalchihuites, además del
patio cerrado, las salas de columnas son igualmente zonas restringidas y limita
das, que estarían reservadas para una élite, que así quedaría (Ilustración 8 y 9) se
parada del público. Esta arquitectura difiere de la que se encuentra en muchos si
tios de la Mesoamérica nuclear, donde la pirámide es el centro, la que domina los
grandes espacios. En Chalchihuites la pirámide es casi inexistente, por lo cual la
autora propone que se trata de una élite militarista más que teocrática (Hers,
1989).
El estilo de la iconografía plasmado en la decoración de la cerámica difiere
de la elaborada complejidad y hieratismo de las culturas contemporáneas en el
Centro y Sur de Mesoamérica. Los diseños pintados en rojo o realzados con la
técnica del cham p elev é son una reelaboración de los diseños que se dan en la
fase Canutillo y, sobre todo, de la serie de los diseños antro y zoomorfos del
'Form ativo Terminal de Michoacán y Guanajuato que ya describimos. Sin em
bargo, además de los diseños realistas, ahora los temas incluyen interesantes
combinaciones de «monstruos» que conjuntan elementos de serpientes y de aves,
cabezas con dos cuernos, hocicos dentados con lengua bífida que a veces se
transforman en dos penachos. Una interesante combinación serpiente-pájaro lle
va una cabeza al parecer humana de la que sale el símbolo de la palabra (Ilustra
ción 10). La figura humana se representa a veces con dos cabezas. Estos diseños
conservan, de tiempos pasados, una serie de puntos que rodean al tema que de
ben tener algún significado, puesto que se presentan aun entre los hohokam en
Atizona. La división en cuatro paneles es también heredada de tiempos pasados,
como lo es la greca escalonada.
Las formas de las vasijas, y en especial las decoradas en cham pclevé, son un
desarrollo de las de la fase Canutillo (Kelley y Abbott Kelley, 1971, láms. 3, 8 y
13) y los soportes que representan una rodilla y un pie son típicos de la tradición
Chupícuaro-Ticomán (McBride, 1969: 37) (Ilustración 6b).
¿Qué representan estas figuras? Los animales monstruosos y la greca escalona
da pertenecen a una antigua ideología tanto mesoamericana como sudamericana
se asocian a conceptos de fecundidad y de agricultura (Braniff, 1974). La interrela-
ción entre estas distantes regiones ha sido bien fundamentada (Kelley y Riley,
1969, entre otros). En Mesoamérica los «monstruos» son parte de la ideología de
tiempos históricos y es tentadora la combinación insistente del pájaro-serpiente en
Chalchihuites, que sugiere la combinación de quetzalcóaltl (pájaro-serpiente).
Finalmente, el elaborado estilo de la cerámica policromada llamada pseudo-
cloisonn é, que se aplica a copas de pedestal alto, es una técnica decorativa que se
encuentra desde la fase Canutillo (Hers, 1989: 46) y en Altavista representa her
mosas combinaciones de la greca escalona, el ave devorando la serpiente (Ilustra
ción 10) y personajes con tocados elaborados que a veces llevan bandas faciales
244 BEATRIZ BRANIFF CORN EJO
Ilustración 8
Ilustración 9
Ilu stración 10
CULTURA DE CHALCmHUITES
Ilustración 11
«CHICOMOZTOC» LAS SIETE CUEVAS
6. Incluye los actuales estados de Guanajuato, Aguascalientes, parte del altiplano potosino y
el Sudoeste de Querétaro.
LA R E G I Ó N SEPTEN TRIO N AL ME S O A ME R I C A N A 249
Ilustración 12
ARQUITECTURA GUANAJUATENSE DEL CLÁSICO
habría que insistir en que esta arquitectura llamada «tetraespacial» es muy me-
soamericana (Yadeun, 1985). Lo que sí es excepcional en estos tiempos es la
«sala de columnas» de Chalchihuites, que también se ha localizado en los Altos
de Jalisco.
Proceden de una colección particular obtenida por saqueo de la región de
San Miguel de Allende las interesantes urnas que representaban personajes con
decoración facial de bandas horizontales — que recuerdan a Tezcatlipoca (Ilus
tración 13)— . Finas pipas, «tapas», sahumadores, objetos de concha y turquesa,
del Blanco Levantado, forman parte al parecer de ese mismo saqueo. La elabora
ción de estos objetos implica ciertamente la existencia de una élite.
En términos bastante precisos, coincide con la ubicación de estos asentamien
tos la distribución de ciertas cerámicas, que aparecerán en los valles centrales de
México hacia el 750 n.e., después del ocaso de Teotihuacan y antes de la consoli
dación del Estado tolteca (Braniff, 1972: 295). La presencia de otras cerámicas
guanajuatenses en Tula, Hidalgo (Cobean, 1978: 572-583) vuelve a reiterar la
proposición de varias migraciones norteñas hacia el Sur; y Guanajuato puede
considerarse, por tanto, como otra de las siete cuevas del mítico Chicomoztoc.
250 BEATRIZ BRANIFF CORNEJO
Ilustración 13
CERÁMICA GUANAJUATENSE DEL CLÁSICO
Ilu stración 14
SAN LUIS POTOSI
7. En otro trabajo de este volumen se incluyen sus fases más interesantes, que consideran el
desarrollo muy antiguo de la agricultura en Mesoamérica (MacNeish, 1958).
LA R E G I Ó N S E P T E N T R I O N A L M E S O A M E RI C A N A 2 53
n
O
Plano topográfico de la antigua ciudad y fortaleza de Toluquilla en la Sierra*Gorda 73
Z
a 3 1/2 leguas al Este de la Municipalidad del Doctor-Distrito de Cadereyta, Estado de Querétaro,
levantado y dibujado por Pawel, primer ingeniero y catedrático, Junio 1879.
LA REGIÓN SEPTENTRIONAL MESO A ME RIC A N A 255
Si bien es cierto que para esos primeros años desaparecieron las complejas
culturas de Zacatecas, el río Verde, la Sierra Gorda y la de Tamaulipas, la por
ción central de nuestro territorio no fue abandonada drásticamente, sino que,
por el contrario, muestra una recesión paulatina, donde hay que resaltar un es
fuerzo por parte de los toltecas de Tula por recolonizar la región. Para estos
tiempos (900-1150/1200 n.e.), Tula está en su apogeo y construye en las cerca
nías de Querétaro un poblado importante de amplias proporciones, columnatas,
un probable juego de pelota y esculturas de innegable estilo tolteca, como son el
ch a cm ol y los «atlantes» (Ilustración 16). Mucho más al Norte, cerca de San
Luis de la Paz, en Guanajuato, otro sitio más modesto incluye un juego de pelota
y una plaza con altar central (Ilustración 17). Se reconoce el complejo cerámico
de la metrópoli que incluye el diagnóstico plomizo, una bella cerámica elabora
da en Guatemala y distribuida por todo el ámbito mesoamericano en estos tiem
pos. Todavía más al Norte, en el Gran Tunal y en nuestro sitio de Villa de Re
yes, los toltecas vivieron entre las ruinas de los antiguos habitantes, donde se les
reconoce por el mismo complejo cerámico (Braniff, 1975b; Castañeda et al.,
1988: 328). M e parece que este intento tolteca no fructificó en este sentido. Sin
embargo, la presencia tolteca es muy clara en el Occidente de México, y es evi
dente que esta primera ruta e interrelación costera fue la base para una nueva y
amplísima red comercial que se desarrollaría después del 1200 n.e. y que inclui-
LA R E G I Ó N S E P T E N T R I O N A L M E S O A M E RI C A N A 257
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P o tio p j patio
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C re s p o y F lo re s : 1 9 8 4
8. Antes, com o ahora, las empresas políticas y comerciales de explotación van acompañadas
de símbolos de poder. La Xiuhcoatl decora la cerámica y también los «espejos» que los nobles y los
dioses utilizaban en la espalda sobre la cintura (Di Peso et al., 1974, vol. 7: 518).
258 BEATRIZ BRANIFF CORNEJO
Ilustración 18
LA XIUH COATL
a) Casas Grandes, Chihuahua (adaptado de Di Peso et al., 1974: fig. 656-7)-, b) Mochi-
cahui, Sinaloa (Manzanilla y Talayera, 1988, foto 44); c) Guasave, Sinaloa (adaptado de
Kelley, 1986: fig. 7); d) Culhuacán, Distrito Federal (Sejourné, 1970: figs. 50A, 53);
e) Tipo Azteca I (adaptado de Kelley, 1986: fig. 7); f) Chichén Itzá, Yucatán (adaptado de
Gendrop, 1979: lám. X X IV b).
Ilustración 19
A RQU ITECTU RA TARASCA EN GUANAJUATO
L A S C U L T U R A S D E C A Z A D O R E S -R E C O L E C T O R E S
D E L N O R T E D E M É X I C O Y E L S U R D E L O S E S T A D O S U N ID O S
G r a n t D . H a ll
LOS PALEOINDIOS
Como ha expuesto Bryan', hay investigadores que creen que en el Nuevo Mun
do había seres humanos miles de años antes de que apareciesen los cazadores
clovis, hace aproximadamente 1 2 0 0 0 años. Otros muchos sostienen que los clo-
vis fueron los primeros seres humanos que ocuparon América del Norte. Fuera
cual fuese el momento en que llegaron seres humanos al Nuevo Mundo, todos
los estudiosos sin prejuicios coinciden en que los primeros moradores procedían
de Siberia (Fagan, 1987). Roberts (1940) denominó por primera vez «Paleoin-
dio» a ese periodo y el término se ha generalizado.
Son tres las zonas del Sur de América del Norte que han figurado señaladamente
■en los debates acerca de «los primeros americanos». Dos de ellas, situadas en las
regiones de San Diego y Calicó, se encuentran en el Sur de California y la tercera
está en el Sur de Nuevo México. En el desierto de Mojave, cerca de Barstow, Ca
lifornia, región de Calicó, se han encontrado miles de rocas desmenuzadas en
yacimientos de entre 5 0 0 0 0 y 200 000 años de antigüedad (Moratto, 1984: 41-
4 8 ; Fagan, 1987: 64-66). La mayoría de los autores coinciden en que esos su
puestos artefactos son en realidad «geofactos» o «ecofactos», esto es, que tienen
causas naturales y no fueron elaborados por seres humanos. En la región de San
Diego, California, existe otro grupo de sitios de los que se ha dicho contienen
restos anteriores a la cultura clovis, que se remontan a entre 2 0 0 0 0 y 10 0 0 0 0
años (M oratto, 1984: 59-62), aunque también en este caso muchos investigado
res no creen que se trate de artefactos ni consideran acertada la datación de los
depósitos que se aduce como prueba.
El arqueólogo Richard S. MacNeish ha comunicado recientemente haber ha
llado, en la cueva «Pendejo» u Orogrande, un yacimiento estratificado con res
tos vegetales y animales, algunos de los cuales corresponden a especies extingui
das, que se remontan a hace 4 0 0 0 0 años (Bryant, 1992; 23-24). En los estratos
de esta cueva, datados con C14 entre 2 0 0 0 0 y 3 4 0 0 0 años a.p., MacNeish ha
recogido fragmentos minúsculos de arcilla endurecida, según él, por una mano
humana y afirma haber encontrado huellas de palmas. En los depósitos han apa
recido, además, piedras lasqueadas y numerosos huesos rotos de animales, que a
juicio de MacNeish son producto de la actividad humana en la cueva. Los espe
cialistas que han examinado los estratos de dicha cueva y los supuestos artefac
tos no creen que MacNeish esté en lo cierto al sostener que en ella hubo seres
humanos entre hace 2 0 0 0 0 y 3 4 0 0 0 años. (Eileen Johnson y Yaughn Bryant, Jr.,
comunicaciones personales).
Resumiendo, las afirmaciones acerca de la existencia de asentamientos hu
manos en América del Norte hace más de 1 2 0 0 0 años, no han sido corrobora
das por los especialistas que las han analizado (Moratto, 1984: 71; Fagan,
1 987). Al comparar los supuestos conjuntos de artefactos y los presuntos patro
nes de asentamiento de hipotéticos grupos humanos pre-clovis del hemisferio oc
cidental con patrones y conjuntos contemporáneos del Viejo Mundo, surgen dis
crepancias que constituyen otros tantos argumentos de peso en contra de la
existencia de seres humanos en el Nuevo Mundo antes de hace 1 2 0 0 0 años (Fa
gan, 1987: 66-72). Nuestra comprensión cada día más afinada de los primeros
asentamientos humanos y de la situación paleoambiental de Siberia oriental y
Alaska no indica que hubiese ningún asentamiento anterior a hace 11 200 años
(Hoffecker et a l , 1993). Ahora bien, muchas de esas discrepancias se podrían
explicar por el pequeño número de inmigrantes, su incapacidad para establecer
LAS C U L T U R A S D E C A Z A D O R E 5 - R E C O L E C T O RE S 263
Spring se halló el caparazón de una tortuga terrestre gigante que tenía clavada
una estaca utilizada para matar al animal, que al parecer guisaron y comieron en
el reborde mismo. La estaca ha sido datada con C14 en hace aproximadamente
1 2 0 0 0 años. Increíblemente, junto al caparazón se encontraron restos del esque
leto de un ser humano. Cabe imaginar que un desventurado paleoindio se cayó
en el sumidero y no logró salir. Nadó hasta el saliente, en el que quizá ya estaba
la tortuga, mató al animal y durante algún tiempo vivió de su carne. Acabó por
morir de hambre y sus huesos se mezclaron con los de su víctima (Claussen et
a l , 1979).
Contrasta con el número de yacimientos paleoindios clovis que se conocen
en América del Norte el escaso número de restos de esqueletos humanos encon
trados, lo que hace que sepamos muy poco de sus usos funerarios. Además, a di
ferencia de sus antepasados del Paleolítico Superior del Viejo Mundo, los clovis
no dejaron, al parecer, gran cosa de arte mobiliario, escultura o pintura. Pode
mos inferir muy poco acerca de sus creencias religiosas, pero probablemente
quepa presumir que el animismo era decisivo y que atendían a sus bandas cha
manes capaces de predecir el futuro y de establecer comunicación con el mundo
de los espíritus.
El periodo que abarca entre los años 10000 y 8000 a.n.e. en las regiones
fronterizas españolas septentrionales se denomina periodo Paleoindio Tardío.
Aparecen diversos tipos distintos de puntas de flecha paleoindias tardías, en su
mayoría de idénticas características morfológicas generales que las clovis y fol-
som, pero sin la acanaladura. Como los clovis y los folsom, los paleoindios vi
vían, al parecer, fundamentalmente de la caza, pero se disciernen algunos cam
bios de importancia. En primer lugar, se extinguieron algunos de los animales de
gran talla, como el mamut, el mastodonte y el bisonte gigante, en parte por los
cambios climáticos que por entonces acaecieron, pero es probable que también
desempeñase un importante papel la presión ejercida en sus rebaños por los ca
zadores clovis y folsom, situación que se conoce con el nombre de «modelo de
matanzas excesivas del Pleistoceno», propuesto por Paul S. Martin (1967).
En todo el subcontinente, el clima se volvió gradualmente más cálido y seco;
se secaron los grandes lagos pluviales del Oeste y empezaron a desarrollarse los
patrones de comunidades vegetales y animales existentes en la época moderna.
América del Norte fue «sembrada» con el linaje paleoindio que, durante los seis
a ocho milenios siguientes, daría lugar a las culturas peculiares con que se encon
traron los españoles al desembarcar en el Nuevo Mundo. Probablemente, en la
época Paleoindia Tardía ya operaba la tendencia a la diversificación cultural. El
crecimiento paulatino de la población, la adaptación a las características de los
entornos regionales y una movilidad y comunicación menores entre los grupos,
impulsaron la evolución desde la homogeneidad cultural propia del periodo Pale
oindio a la diversidad cultural cada vez mayor que distingue al siguiente gran pe
riodo de la Prehistoria de América del Norte, el periodo Arcaico.
caza mayor que subsistían, entre las que predominaban el venado en el Oeste y el
Este y una especie diminuta de bisonte (Bison bison) en las llanuras del Centro de
América del Norte. En éstas los cazadores arcaicos seguían empleando la técnica
del acoso, transmitida por sus antepasados paleoindios, para matar gran número
de bisontes. En los lugares en que había, cazaban especies modernas de antílope,
oso y cabra montesa, además de numerosos tipos de animales más pequeños.
La cultura material de los pueblos arcaicos fue elaborada conforme fueron
haciéndose peritos en extraer los recursos de sus respectivas regiones de asenta
miento. En todo el subcontinente aparecieron utensilios de molienda de piedra y
madera — manos, metates, morteros y majaderos— con los que trataban bello
tas, nueces, semillas y frijoles. La vara de cavar fue un instrumento muy impor
tante, empleado para extraer raíces y tubérculos y capturar animales que vivían
en madrigueras. En el Oeste de los Estados Unidos, donde se han conservado
materiales perecederos en grutas secas, y en menor medida en cuevas y zonas
pantanosas del Este, los cestos, los tejidos, las sogas, las esteras y ios vestidos
muestran que existían industrias muy evolucionadas de trenzado, entretejido o
entrelazado de fibras vegetales. Otro rasgo distintivo del periodo Arcaico es la
inexistencia de la alfarería; cabe suponer que, debido a su peso y fragilidad, eran
incompatibles con el modo de vida itinerante de los pueblos arcaicos.
Los cestos y otros implementos de fibra trenzada eran empleados por los ar
caicos para transportar, elaborar, cocinar y almacenar alimentos. A falta de tras
tes de barro, el método habitual de cocinar era el hervor mediante piedras: los
cocidos y aío/es (gachas) se elaboraban echando piedras, calentadas en una ho
guera, en un recipiente con agua junto con la comida que iba a cocinarse. El re
cipiente podía ser un cesto de trama muy apretada, un saco de piel cosida o el
vientre de un gran animal. El agua evitaba que las piedras quemasen el recipien
te. Las piedras calientes hacían hervir el agua con rapidez y así se cocían los ali
mentos.
Los animales de menor tamaño se asaban a menudo en las brasas de una ho
guera al aire libre. Hogazas de harina de nueces, semillas o bellotas eran cocina
das colocándolas en lechos de ceniza caliente y cubriéndolas con más ceniza y
brasas. Los pueblos arcaicos usaban además con frecuencia hornos de tierra para
asar y hornear: colocaban unas losas sobre lechos calientes de carbón y asaban
encima la carne. Excavaban pozos, los forraban de piedra y encendían hogueras
en su interior. Los alimentos vegetales — ^raíces, tubérculos, bulbos y cogollos—
se cocinaban en esos hornos para adaptalos al consumo humano.
Según la concepción tradicional de las culturas arcaicas, las bandas seguían
siendo tan móviles que sólo podían utilizar abrigos toscos, de carácter temporal
y muy portátiles, de la misma manera que los paleoindios. Podemos inferir algo
más acerca de su organización social, usos funerarios y sistemas de creencias re
ligiosas gracias a la existencia de sepulturas con los correspondientes objetos en
terrados, a los artefactos exóticos más durables que demuestran una intensifica
ción de los intercambios interregionales y al aumento del arte rupestre que, sin
lugar a dudas, se remonta a ese periodo. En general, esos grupos arcaicos proba
blemente tuvieron creencias animistas y en la mayoría de las bandas había cha
manes. Como ha observado Fiedel (1987: 223-224): «Además de a sus dirigen
268 GRANT D. H A L L
que algunas plantas silvestres podían cultivarse (Ford, 1985), conocimiento que
aceleró y permitió la acogida de importantes variedades de plantas mesoameri-
canas domesticadas, las cuales constituirían la base de la aparición posterior del
sedentarismo pleno y del modo de existencia basado en la producción de alimen
tos en algunas partes de las regiones fronterizas españolas septentrionales^.
ble balan ofag ia (consumo de bellotas como alimento básico) entre los pueblos
prehistóricos de California.
La mayoría de las especies de encinas de California producen bellotas con un
contenido de tanino (compuesto astringente natural) tan elevado que los seres
humanos no pueden comerlas en su estado natural, sino que deben majarlas y
lavarlas con abundante agua para eliminar el tanino, procedimiento que requiere
mucha mano de obra y que, según Basgall (1987), no siempre resultaba econó
mico a los californianos prehistóricos: «Sólo cuando las densidades demográfi
cas alcanzaban cierto nivel, originando una mayor competencia por los recursos
y limitando la movilidad, los grupos pasaban a depender de las bellotas para
subsistir» (Basgall, 1987: 44). Basgall considera que el crecimiento demográfico
fue un factor primordial de la dependencia cada vez mayor de las bellotas por
parte de los habitantes prehistóricos de California, si bien sostiene que ese cam
bio habría acarreado las consiguientes modificaciones de estructura social de los
grupos que lo efectuasen. El almacenamiento de los excedentes de bellotas para
su consumo a lo largo del año tendría que disminuir la movilidad o acaso impo
ner un alto grado de sedentarización. El mayor sedentarismo desencadenó la ela
boración de una cultura material, la creación de redes interregionales de inter
cambio y la aparición de territorios circunscritos con más rigidez, características
todas ellas de los grupos nativos de cazadores-recolectores con que se toparon
los españoles a su llegada a California.
Las aldeas mayores de estos cazadores-recolectores estaban organizadas en
pequeñas tribus regidas por jefes hereditarios, siendo ése el nivel de organización
social más elevado que surgió entre aquellos pueblos. En otras partes del territo
rio en que las densidades demográficas eran menores, muchos grupos vivían en
regímenes sociales esencialmente igualitarios. Las creencias y prácticas religiosas
se pueden deducir indirectamente del arte rupestre, en el que aparecen dibujos
abstractos y representaciones del sol, estrellas, seres humanos, aves, serpientes y
peces (Grant, 1965). Entre los primeros grupos indígenas históricos de Califor
nia había chamanes.
Desde el Sur de California y la Baja California a través del Oeste de Texas y los
Estados adyacentes del Norte de M éxico, los pueblos arcaicos se adaptaron a los
medios naturales de valles y montañas áridos y semiáridos. Los recursos alimen
tarios naturales tendían a ser sumamente estacionales y de aparición irregular.
Gracias a la sequedad del clima y a la existencia en algunas regiones de grutas o
abrigos rocosos, hay diversos yacimientos con notables depósitos estratificados
que conservan restos perecederos, por ejemplo, utensilios de madera, cestos, es
teras, redes, excrementos humanos fosilizados, cadáveres momificados y otros
muchos objetos (Taylor, 1966; Cordell, 1984; Shafer, 1986). Al habitar la zona
más seca de América del Norte, los moradores arcaicos del desierto dependían
para vivir de muy diversos animales pequeños, serpientes y lagartos, aves y pe
ces, de cactos y otras plantas suculentas de tierras áridas, además de una varie
dad impresionante de granos, nueces y raíces. Ante la irregularidad de las exis
272 GRANT D. H A L L
dado de Val Verde, Texas, han proporcionado más datos acerca del régimen ali
mentario de los habitantes arcaicos de la región (Williams-Dean, 1978). Los pó
lenes, cerdas de venados, esqueletos de ratones, espinas de nopal, escamas del
pez llamado m innow y otros restos minúsculos, son pruebas directas de los ali
mentos que los seres humanos consumían en la época Arcaica.
La región de Transpecos y, en general, el Oeste de Texas constituyen el lími
te oriental de una tradición de arte rupestre arcaico que se extiende por las re
giones áridas del Sudoeste de los Estados Unidos, desde la Baja California a Te
xas. Kirkland y Newcomb (1967) han estudiado el arte rupestre prehistórico y
de comienzos de la era histórica en su obra T he R ock Art o f T exas Indians. En
Texas las pinturas rupestres (pictografías) del Arcaico y final de la Prehistoria
son más numerosas en la región de Transpecos. Abundan las representaciones
humanas (chamanes), las pinturas de animales y diversos motivos geométricos y
lineales. Turpin (1990) ha propuesto recientemente un modelo de aumento de
las tensiones para explicar las primeras pinturas rupestres de Transpecos, el lla
mado estilo del río Pecos. Los habitantes prehistóricos de Transpecos empezaron
a pintar en las paredes de las grutas y refugios hace aproximadamente 4 0 0 0
años. Turpin cree que el arte está en relación recíproca con un aumento de la ac
tividad ritual al haberse incrementado los niveles de incertidumbre de las vidas
de aquellas gentes. Esta hipótesis se ajusta a la evolución de otras regiones que
habitualmente se achaca al aumento de la presión sobre los recursos alimenta
rios naturales al crecer la población.
Existe la hipótesis de que las figuras antropomórficas del arte rupestre de
Transpecos podrían ser chamanes y que los animales que hay a su lado corres
ponderían a espíritus auxiliares (naguales) o acaso al propio chamán transfor
mado en espíritu (Kirkland y Newcomb, 1967). Cabe presumir que los chama
nes aparecen en distintos estados de transformación entre el plano terrestre y el
mundo de los espíritus. Se ha especulado que el chamán alcanzaba el estado de
trance ingiriendo alucinógenos, pues en el entorno había peyote, toloache {Datu
ra stram onium L.) y granos de laurel (Shafer, 1986). El contexto en el que se
efectuaron las pinturas en las paredes de los refugios de Transpecos sigue siendo
objeto de debate. Todos los autores están de acuerdo en que las pinturas repre
sentaban distintos acontecimientos sucedidos en diferentes lugares y en que tal
vez correspondan a centenares o incluso miles de años de ceremonias periódicas.
Se han propuesto varios contextos: rituales de entrenamiento o de iniciación de
aprendices de chamán; ceremonias de iniciación a la pubertad o rituales para
que la búsqueda de alimentos fuese propicia.
Yendo hacia el Este y el Norte por Texas y México septentrional, las precipita
ciones medias aumentan gradualmente y los terrenos desiertos dan paso a prade
ras y sabanas atravesadas por ríos como el San Fernando, el San Juan, el Gran
de, el Nueces, el Guadalupe y el Colorado. Gran parte del territorio del Sur de
Texas y el Nordeste de México está cubierto en la actualidad por malezas espi
nosas: mezquites, nopales, granos de ébano y diversas acacias. Los análisis etno-
L A S C U L T U R A S D E C A Z A D O RE S - R E C O LE C T O RE S 275
históricos y los datos arqueológicos indican que esas grandes extensiones de ma
torrales son un fenómeno relativamente reciente, que probablemente se desarro
lló a raíz de que proliferasen las manadas de caballos y ganado mayor en el siglo
xvm (Hall et al., 1986).
Desde la época Paleoindia hubo pueblos de cazadores-recolectores en estas
tierras (Hester, 1980). En las regiones interiores, los habitantes prehistóricos
practicaban la adaptación a terrenos áridos o semiáridos y vivían fundamental
mente de mezquites, nopales, granos de ébano y otros alimentos vegetales, ade
más de venados y de caza menor (MacNeish, 1958). Capturaban peces, mejillo
nes y tortugas en los ríos y corrientes de agua. Recogían grandes cantidades de
caracoles {R abdotus sp.) que comían asados. Además, consumían serpientes, ro
edores y lagartos.
Uno de los primeros relatos etnohistóricos de cierta extensión acerca de la
vida de los indios de América del Norte fue el de Alvar Núñez Cabeza de Vaca,
un español que naufragó en las costas de Texas en 1528 (Covey, 1972). Durante
el tiempo que permaneció en el Sur de Texas, Cabeza de Vaca observó que nu
merosas bandas de cazadores-recolectores se congregaban en torno a los grandes
campos de nopales tuneros del Sur de Texas en el verano, meses en los que vivían
esencialmente de comer los frutos de ese proiífico cactus. Además, abrían las tu
nas y las secaban para consumirlas más entrada la estación, convertidas en hari
na con manos y metates. Cabeza de Vaca describió también escenas de caza: los
indios provocaban estampidas de manadas de venados hacia los bajíos de las
orillas del Golfo de M éxico, donde los atrapaban y mataban. Mientras vivió con
un grupo de indios, los mariames, junto al río Guadalupe en el Sur de Texas,
Cabeza de Vaca observó la importancia de las pecanas, o nogales pecaneros,
para su subsistencia a finales del otoño y durante el invierno (Campbell y Camp
bell, 1981).
En el Centro y el Este de Texas abundan los robles. Como en California, la
transformación de las bellotas en alimento era probablemente un elemento im
portante de las actividades de subsistencia. En el Centro de Texas, uno de los ti
pos más comunes de sitio prehistórico es el constituido por los escombros de ro
cas quemadas, formadas por piedras muy juntas y resquebrajadas por el fuego,
cuyas dimensiones oscilan entre unos cuantos metros cuadrados y algunos centí
metros de espesor hasta varias hectáreas y de uno a dos metros de altura. Buena
parte del Centro de Texas está constituida por colinas de piedras calizas roda
das, por lo que muchos de los escombros de piedras quemadas están formados
por caliza quemada, aunque también se conocen de granito y arenisca.
Estos escoriales de rocas quemadas aparecen por vez primera en la Prehisto
ria de Texas en el Arcaico Medio (hace aproximadamente 5 000 años) y abundan
más a partir del 2 200 a.p., aunque siguieron apilándose en distintas formas en la
época Prehistórica Tardía (Hester, 1991). Se han formulado muchas hipótesis
acerca de cómo se formaron y algunos investigadores opinan que se trata de es
pacios «de cocina» polivalentes en ios que se elaboraban y cocinaban distintos
alimentos. Creel (1986) ha observado una notable correlación entre su distribu
ción y la de los robles en Texas, lo que indicaría que guardaban alguna relación
con la elaboración y el cocinado de las bellotas. Otros sostienen que aparecieron
276 GRANT D. HALL
Los densos bosques de pinos, robles y pacanas (Carya texana, C. ovata, C. cor-
diform is, etc.) del Nordeste de Texas son característicos del medio natural del
Surdeste de los Estados Unidos. Las actividades coloniales de los españoles llega
ron hasta esa parte del subcontinente con un asentamiento en Nacogdoches. Los
promedios anuales de precipitación de la región son considerablemente superio
res a los del resto del Estado. Según Story (1985), los recursos alimentarios natu
rales del Nordeste de Texas están distribuidos mucho más parejamente que en
las tierras áridas y semiáridas del Oeste. Ocupándolo desde la época Paleoindia
en adelante, los cazadores-recolectores del Nordeste de Texas vivían fundamen
talmente de pacanas, bellotas, venados y osos. Los bosques proporcionaban ade
más diversos frutos y caza menor, como ardillas, pavos, mapaches y zarigüeyas.
Capturaban peces, tortugas y mejillones en las corrientes y ríos. Los instrumen
tos para trabajar la madera, como hachuelas y azuelas de piedra tallada y puli
da, se suman en esta región al instrumental arcaico habitual. Como en el llano
costero escaseaba la piedra, los utensilios esenciales como los morteros y maja
deros, que en otros lugares se fabricaban con piedras grandes, eran en este caso
de madera.
Los bosques de pacanas, muy frecuentes en algunas partes del Oeste medio y
el Este de América del Norte, constituían una importante fuente de alimentos de
los cazadores-recolectores prehistóricos. La pacana da una nuez muy rica en
proteínas y grasas, aunque es muy pequeña y resulta difícil extraerle la pulpa.
Los pueblos del Sudeste idearon una forma eficiente de sacar su valor nutritivo;
juntaban las nueces y luego las aplastaban en morteros de madera utilizando
grandes majaderos hechos con troncos. Cocían las nueces, aplastadas en agua,
empleando la técnica del hervido de piedras hasta que la grasa y parte de la pul
pa de las nueces flotaba en la superficie del recipiente usado para hervir. Des
pués espimiaban la grasa, llamada leche de pacana, y la mezclaban con otros ali
mentos. La cerámica surge en la región en fecha tan remota como el 2 1 5 0 a.p..
278 GRANT D. HALL
pero no indica que entonces se iniciase la agricultura, sino que los recipientes de
cerámica constituían, al parecer, un medio más eficiente para cocinar alimentos
y procesar las bellotas y pacanas.
En el Nordeste de Texas se da la expresión más suroccidental de tradición
preagrícola de construcción de montículos, mucho más frecuente y más antigua
entre las culturas situadas al Este y Nordeste. En el Nordeste de Texas existe un
sitio en montículo de este periodo. Se remonta más o menos al comienzo de
nuestra era y no es posterior a hace 1 4 5 0 años. El montículo, como los existen
tes en otros lugares del Oriente de los Estados Unidos, se utilizaba para enterrar
a los muertos. Story (1985: 53) ha observado lo siguiente: «[...] estos montículos
[...] corresponden probablemente a la aparición de grupos locales de organiza
ción más compleja, con funciones más especializadas y división jerarquizada, en
la que quizá hubiese un rango superior correspondiente al cargo de jefe». El me
dio cultural en el que surgió el montículo de Coral Snake no era habitual en el
Nordeste de Texas y hasta que no surgió un pueblo agrícola plenamente seden
tario hace aproximadamente 1 1 5 0 años, llamado los caddos, no se generalizó la
construcción de montículos funerarios en la zona.
L a Florida
hace 8 000 años (Hauswirth et a l , 1991). Con los restos se han encontrado tex
tiles de fibra de palma: prendas de vestir, bolsas globulares, esteras, mortajas o
sábanas y cuerdas. Otro sitio posterior excepcionalmente conservado es Cayo
M arco, sito en la costa del Golfo en el Sur de Florida (Gilliland, 1975). En los si
tios pantanosos de Cayo M arco apareció un verdadero tesoro de artefactos de
madera — cabezas de animales talladas, cuencos, paletas, cucharas y otros uten
silios— , junto a cuerdas, redes y flotadores de redes.
La primera cerámica de América del Norte que se conoce procede de la cos
ta de Georgia y de hace unos 4 5 0 0 años y se generalizó en otros lugares del Su
deste hace aproximadamente 3 000 años. Más o menos por la misma época, se
fabricaban ollas y cuencos de esteatita, probablemente por ser instrumentos
más eficientes para eliminar el tanino de las bellotas y extraer las grasas y acei
tes de otras nueces como las pacanas. También alrededor de hace 5 0 0 0 años
aparece en el Sudeste el primer cultivo importado, el guaje o calabaza (L agen a
ria siceraria). Smlth (1986: 30) denomina a los guajes y calabacines «cultivos de
recipientes», ya que se pueden emplear como cuencos o recipientes para alma
cenar y observa lo siguiente: «Esta discreta pareja de plantas significó los m o
destos comienzos del cultivo en los bosques orientales y sirvió para preadaptar
a poblaciones fundamentalmente cazadoras-recolectoras a ensayos más avan
zados con cultivos de simiente pequeña, templados, orientales e indígenas».
También en este caso, como en el del Sudoeste, vemos a cazadores-recolectores
sentar las bases de la agricultura hasta 2 000 años antes de que se convirtiera
en el modo de vida de sus descendientes.
En esta panorámica, que se inicia hace 12 000 años con el asentamiento de los
paleoindios de América del Norte, hemos expuesto a grandes rasgos las adap
taciones de ios cazadores-recolectores a distintas zonas de las regiones fronteri
zas españolas septentrionales. Durante la mayor parte del tiempo considerado
los seres humanos vivieron de recursos alimentarios naturales y cuando, en al
gunas zonas, pasaron a la agricultura, las nuevas fuentes de alimentos no ex
cluyeron muchos de los alimentos y técnicas de extracción tradicionales que
habían sido el sustento de las poblaciones humanas durante milenios. El con
traste entre la existencia de los cazadores-recolectores y el modo de vida agrí
cola no carecía de matices. Los datos cada vez más abundantes que poseemos
muestran que en realidad no hubo una solución de continuidad entre ambas
formas de vida. Los cazadores-recolectores practicaban cierto grado de activi
dad agrícola y, por su parte, los agricultores cazaban y recolectaban. Cuando
coexistían, había intercambios de productos: carne a cambio de maíz, pieles
por adornos, etc. Las exigencias que los cultivos imponían — sembrar, cuidar,
proteger y cosechar— y el comportamiento dictado por la producción y el al
macenamiento de los excedentes alimentarios domésticos requerían asentarse
en aldeas. La vida sedentaria basada en la producción de alimentos llevó apare
jadas la arquitectura compleja, una cultura material más amplia, la especializa-
280 G R A N T D. H A L L
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S O C IE D A D E S S E D E N T A R IA S Y S E M IS E D E N T A R IA S
D E L N O R T E D E M É X IC O
R a n d a l l H . M c G u i ré
1. El área cultural aborigen hoy incorporada a los Estados modernos de Sonora, Chihuahua,
Arizona, Nuevo M éxico, Sudoeste de Colorado, Sudeste de Utah y la zona del Transpecos fue llama
da, durante 3 0 0 años, el Noroeste, primero de Nueva España y luego de M éxico. La mayor parte de
los autores norteamericanos se refiere a esta área cultural como el Sudoeste.
286 RANDALL H. M C G U I R E
2. Muchos nativos norteamericanos utilizan su religión, sus mitos y sus leyendas como el me
dio principal de conocer este pasado. Esto lleva a una comprensión espiritual de la Prehistoria, muy
diferente de las inferencias de los arqueólogos.
SO CIEDADES S E D E N T A R I A S Y S E M I S E D E N T A Rl A S 287
El área cultural del Noroeste abarca las regiones situadas al Norte de Mesoamérica
donde los aborígenes vivían a lo largo del año en ciudades o aldeas y se dedicaban
a la alfarería, el tejido y al cultivo del maíz, del frijol y de la calabaza (Cordell,
1984: 2-4; Ortiz, 1979; 1983)^. Los límites de la agricultura definen todos los bor
des de esta área excepto en el Sur, donde el Noroeste se funde con Mesoamérica. A
lo largo de este borde sur, el Noroeste se define por lo que le faltaba: Estados, am
plios centros urbanos, escritura y arquitectura pública monumental. Definido así, el
Noroeste incluye toda la Arizona actual. Nuevo México, Sonora y Chihuahua, más
el ángulo sureste de Utah, Sudoeste de Colorado y el TransPecos (Ilustración 1).
Este enfoque tradicional define al Noroeste como una región, como un área
geográfica en el mapa. Pero los fenómenos culturales que deseamos estudiar no
sólo no se distribuyen uniformemente en ella o están presentes en todos sus pun-
tos, sino que, además, son fenómenos dinámicos: sus formas cambian y su aspec
to varía a lo largo del tiempo. Los límites que trazamos alrededor del Noroeste,
que parecen claros y nítidos en un determinado momento, así como precisos a es
cala continental, se vuelven borrosos, algunas veces fluctuantes y arbitrarios,
cuando los examinamos en detalle y a lo largo del tiempo. Una manera más pro
ductiva de ver estos fenómenos culturales dinámicos es considerarlos como un
conjunto de relaciones entre grupos sociales. Estos grupos ocupan un espacio, un
medio ambiente particular, pero lo que define el área cultural son las relaciones
entre ellos, ya que el espacio se transforma con el transcurso del tiempo.
Técnicamente todo el Noroeste es un desierto. En toda la región, la tasa de
evaporación anual es mayor que la de precipitaciones. El clima varía considerable
mente según la altura, haciéndose más húmedo y frío a medida que se asciende.
Las variaciones anuales de temperatura son extremas, con máximas estivales que
normalmente exceden los 42° en los desiertos bajos y con temperaturas invernales
que, en las zonas más altas, caen por debajo de los 0° con presencia de nieve.
También la topografía cambia drásticamente según la altura en distancias relativa
mente cortas (2 500 m en 50 km), variación topográfica que crea un complejo mo
saico de condiciones medioambientales. La totalidad de la región es apenas margi
nalmente apta para la agricultura del maíz. Las áreas de cultivo están restringidas
a dos zonas: por una parte, una estrecha franja de elevaciones donde la precipita
ción suficiente se combina con una estación de 120 días libres de heladas; por
otra, las áreas adonde es posible utilizar las crecidas de los ríos, los canales o los
dispositivos de recolección de agua para irrigar los campos. Aun las variaciones
climáticas menores, si duran algún tiempo, pueden aumentar o disminuir drástica
mente el área apta para el cultivo, por lo que en el pasado produjeron efectos no
tables en el desarrollo cultural de los pueblos prehistóricos.
Los grupos culturales sobrevivientes del Noroeste representan tan sólo una frac
ción de la pluralidad cultural que había en la región hacia el 1500 n.e. La re
construcción de los grupos y lenguas aborígenes en contacto en el Bajo Noroeste
— realizada por Sauer (1934)— muestra 2 7 grupos identificados en Sonora y
Chihuahua. A fines del siglo X IX este número ya se había reducido sustancial
mente, com o muestran los trabajos de la mayoría de los etnógrafos, que sólo se
ñalan ocho grupos existentes: el tepehuán del Norte, el tarahumara, el guarijío,
el mayo, el yaqui, el pima bajo, el seri y el pima alto (que incluye el «sand pápa-
go», el pápago y el «Gila River Pima») y un grupo que desapareció a comienzos
del siglo XV U I, el ópata (Spicer, 1962; Ortiz, 1983). Los grupos nómadas del
Este de Chihuahua, el suma, el jano, el jumano, el concho y otros, desaparecie
ron hacia el 1750 n.e. y es poco lo que sabemos sobre sus culturas. Algunos de
los grupos desaparecidos en el siglo xvn fueron absorbidos en poblaciones mes
tizas del norte de México, mientras que otros se fundieron con pueblos nativos
sobrevivientes (Ilustración 1).
Estos nueve grupos habían emergido como entidades identificadas y cir
cunscritas hacia fines de siglo X V ii, en parte debido a la política y a las activida
des misioneras de los jesuítas, que apuntaban a plasmarlos y a retenerlos como
grupos distintos (Sauer, 1934; 2). Los grupos más recientes lograron sobrevivir
a través de diferentes medios. Los yaqui y los mayo resistieron al español en
una serie de guerras que se prolongaron durante 300 años. Por su parte, los ya
qui no aceptaron el dominio mexicano hasta principios del siglo X X . Los ta
rahumara y los seri se retiraron a las montañas y al desierto costero respectiva
mente, zonas remotas y de poca importancia para el español. El tepehuán del
N orte, el guarijío y el pima bajo sobrevivieron sólo como remanentes en los va
lles solitarios de las montañas. El pima alto se trasladó al Norte de la frontera
internacional, donde se recrearon divisiones indígenas que se perpetuaron en
SO CIEDADES S E D E N T A R I A S Y S E M IS E D E N T A Rl A S 291
las reservas indígenas norteamericanas, para crear la tribu pima y la nación to-
hono o’odham (pápago).
Los grupos nativos del Alto Noroeste vivieron tan sólo un poco mejor que sus
hermanos del Sur. Cuando en 1598 se fundó la colonia de Nuevo México, había
alrededor de 134 pueblos, con una población total de 6 0 0 0 0 habitantes. Apenas
un poco siglo después, en 1706, sólo quedaban 18 pueblos, con una población to
tal de 6 4 4 0 , sin incluir a los hopi (Ortiz, 1979: 254). En el mismo periodo entra
ron en la región nuevos grupos aborígenes. Los asentamientos atabascanos más
antiguos que conocemos en dicha región datan de fines del siglo X V ; sin embargo,
muchos autores creen que habían penetrado en ella hacia el 1300 n.e. (Ortiz,
1983: 381). Hacia el 1620 n.e., los atabascanos que practicaban algo de agricul
tura y que habían comenzado la cría de ovejas eran conocidos como navajos (apa
ches de Navajo), mientras que al resto, principalmente cazadores y recolectores,
se les llamaba simplemente apaches. La caza del bisonte a la manera comanche se
inició en las planicies altas del Oriente de Nuevo México a principios del siglo
XVIII (Hall, 1989: 94). Tanto los atabascanos como los comanches vivieron al
margen del dominio español y hacia el siglo xvin estos jinetes sumamente móviles
habían logrado detener e incluso hacer retroceder el avance del español hacia el
Norte. Su número aumentó hasta el siglo X I X , momento en el que fueron reduci
dos y forzados por el ejército norteamericano a entrar en reservas indígenas.
5. Tres son las razones que explican las notables mejoras en las observaciones españolas des
pués de haber llegado hasta los pueblo. En primer lugar, los indios pueblo, con sus aldeas com pac
tas, no les parecieron a los españoles tan extraños y salvajes como los habitantes de las rancherías
más móviles. En segundo lugar, la consistencia de los sitios pueblo hace que sean más fáciles de ha
llar para los investigadores modernos; además, muchos de ellos están, todavía hoy, ocupados. Por
último, los pueblo constituían la meta de las expediciones, y la más importante, la de Coronado,
pasó cerca de dos años entre ellos.
292 R A N D A L L H. M C G U I R E
resto del Noroeste, habrá que esperar entre 50 y 150 años para disponer de infor
mes fiables, consistentes y claros respecto a la ubicación de las poblaciones indí
genas. En el periodo intermedio, la esclavitud y las epidemias pueden haber alte
rado significativamente estas culturas (Reff, 1986; Hall, 1989).
Otro problema que plantea la reconstrucción del mundo aborigen en el mo
mento de la llegada de los españoles proviene de nuestra noción de tribu. No es
en absoluto seguro que estos grupos se hayan considerado alguna vez a sí mis
mos como unidades claramente delimitadas, consideración que correspondería
con nuestra noción de tribu. Ningún área conoció una organización política
efectiva, que uniera entre sí más de unos pocos poblados y, aun así, ese tipo de
organización era poco habitual (Spicer, 1962). Además la Conquista española
no sólo redujo la diversidad demográfica y cultural, sino que también creó nue
vos agrupamientos étnicos e identidades culturales. No podemos contentarnos
sólo con proyectar hacia atrás en el tiempo los grupos culturales que encontra
mos en los registros etnográficos; tampoco podemos suponer que la cultura de
estos grupos haya permanecido inalterada a lo largo de los últimos 400 años
(Sauer, 1934; Riley, 1987).
GRUPOS CULTURALES
bos son los únicos supervivientes de más de 18 grupos dialectales del cahita exis
tentes en el siglo xvi, que sumaban más de 6 0 0 0 0 personas (Sauer, 1934; Spicer,
1962). Los yaqui y los mayo sobrevivieron a pesar de la dominación hispana de
bido a la absorción de otros grupos de lengua cahita y a su feroz resistencia mili
tar. Miles de yaqui huyeron a Estados Unidos a comienzos del siglo x x con el fin
de escapar de los ejércitos mexicanos, y más de 5 000 viven todavía allí (Spicer,
1962) (Ilustración 1).
Con anterioridad a la reducción, los grupos cahita vivían en aldeas que rara
vez superaban los 250 habitantes, diseminadas a lo largo del río Yaqui y del río
Mayo, en el desierto de Sonora, y sobre los flancos occidentales de la Sierra M a
dre Occidental. Estos poblados estaban constituidos por grupos de casas con te
chos abovedados, cubiertos de ramas o de caña. Los cahita dependían para la
agricultura de la crecida anual de los ríos del desierto y es probable que cavaran
pequeños canales para llevar las aguas de las crecidas a los campos. También de
pendían mucho de los alimentos del desierto, como el cactus columnario, el mez
quite y las semillas de los pastos, así como de los recursos marinos: peces, tortu
gas y mariscos. Cada aldea era políticamente autónoma, con jefes para la paz y
para la guerra. En los periodos de conflicto, muchas aldeas podían unirse bajo
un único jefe militar y, así, formar ejércitos de varios miles de hombres que lu
chaban en formación. Poco se sabe de la cosmología prehispánica. Los indivi
duos podían lograr un poder sobrenatural a través de visiones de animales y
aparentemente las pinturas en la tierra se destinaban a rituales de curación. La
formación de grupos tribales como los yaqui y los mayo parece ser la consecuen
cia de la guerra que se extendió a lo largo del siglo xvi y de la llegada de los es
pañoles (Beals, 1943; Spicer, 1962).
A lo largo de la costa de Sonora y al Norte de los grupos que hablaban en
cahita, se ubicaba un grupo que empleaba una lengua de la familia de los hokan,
los seri. Éstos constituían el único grupo migratorio no agricultor y recolector de
alimentos de Sonora. Estaban organizados en seis comunidades, que a su vez se
subdividían en pequeños clanes familiares. Es probable que en 1692 su número
alcanzara alrededor de 3 000 individuos. Su subsistencia dependía de una mezcla
de recursos marinos y terrestres. Vivían en relativa paz con los españoles, hasta
que alrededor de 1750 comenzaron a reaUzar frecuentes incursiones, a las que
los europeos respondieron con campañas genocidas de represalia. Este ciclo de
incursión y represalia continuó hasta comienzos del siglo X X y aun en 1920 se
registraron algunas matanzas ocasionales. Menos de 500 seri viven hoy a lo lar
go de la costa de Sonora (Spicer, 1962).
Los pima del Noroeste u o’odham, como ellos mismos preferían llamarse,
se dividían en dos grupos: el pima alto y el bajo. Este último vivía en asenta
mientos de rancherías diseminadas en la Sonora central, donde practicaban la
agricultura junto a los ríos y arroyos más importantes. Es probable que a co
mienzos del siglo X V I hubiera de 6 000 a 9 000 individuos de este grupo. El
pima alto vivía en ambos lados de la actual frontera internacional y probable
mente su número se elevara a unas 30 000 personas, diseminadas sobre una in
mensa área, que se extendía desde el Colorado hasta el río San Pedro y desde el
río Gila hasta el San Miguel.
294 R A N D A L L H. M C G U I R E
Ilustración 1
GRUPOS ABORÍGEN ES EN EL N O R O ESTE EN EL 1600 N.E.
F u en te: R a n d a ll H . M c G u ire .
En el siglo xvii, las aldeas más grandes de los pima alto albergaban a más de
5 0 0 individuos, que vivían en precarias casas de techos cubiertos con caña o ra
mas, diseminadas a lo largo de los principales ríos. En estos valles de los ríos del
desierto, los pima practicaban la agricultura de riego y se dedicaban al cultivo
del maíz, el frijol, la calabaza y el algodón. En los desiertos de Atizona occiden
tal, los pima se trasladaban estacionalmente de las aldeas agrícolas estivales ubi
cadas en los valles a las invernales, cerca de los manantiales de las montañas. En
las regiones más secas, muchos pima vivían como cazadores y recolectores. La
organización política normal más extensa debió reunir cerca de 1 500 personas.
Los jefes guerreros pima podían reclutar partidas de guerra de un centenar de
personas, pero en las rebeliones contra los españoles, en 1695 y en 1751, se abs
tuvieron de realizar batallas campales, prefiriendo en su lugar las emboscadas y
las incursiones. Además de los jefes de aldea y de los jefes de guerra, los pima
poseían chamanes curanderos (de ambos sexos) que obtenían su poder de los
sueños. Por otra parte, muchas aldeas realizaban ceremonias comunales en tor
no a temas relacionados con la lluvia y la fertilidad, que incluían danzantes en
mascarados. El cosmos de los pima no está muy estructurado y el simbolismo
del color y de la dirección está muy poco desarrollado (Ortiz, 1983; Spicer,
S O C I E D A D E S S E D E N T A R I A S Y S E M IS E D E N T A R I AS 295
1962; Riley, 1987). Los españoles ocuparon los valles de los ríos sureños de los
pima alto y muchos huyeron al Norte del río Gila y al desierto occidental, donde
sus descendientes viven todavía hoy en los Estados Unidos, como los pima (áki-
mel o’odham) y los pápago (tóhono o’odham).
Los ópata, que vivían en los flancos de la Sierra Madre occidental en la So
nora central, entre los pima alto y bajo, parecen haber llegado al área a fines del
siglo X V , provenientes del centro prehistórico de Casas Grandes, en el Noroeste
de Chihuahua. Se calcula que alrededor de 20 000 ópata vivían en un área de
menos de un tercio de la extensión que ocupaban los pima alto a comienzos del
siglo X V I (Ortiz, 1983: 320). Las primeras expediciones españolas encontraron
un conjunto de grandes aldeas en el Centro de Sonora, la mayoría de las cuales
eran probablemente ópata y el resto pima bajo*. Los anales de la expedición de
Coronado hablan de extensos campos irrigados, plantados con maíz, frijoles, ca
labazas y algodón, y de las mayores densidades de población encontradas al Sur
de los pueblos. Aparentemente, estas aldeas estaban unidas por aÜanzas débiles,
capaces de movilizar a cientos de guerreros que podían, llegado el caso, enfren
tarse entre sí. En 1564-1565, la expedición de Ibarra fue severamente castigada
en batallas libradas contra algunas de estas alianzas. La investigación arqueoló
gica indica que las aldeas más importantes contenían varios cientos de casas,
construidas de adobe y ramas y sugiere que el número máximo de habitantes po
dría medirse en centenas. Cuando los misioneros jesuitas llegaron al área, en la
segunda década del siglo X V II, los ópata vivían en rancherías dispersas compues
tas de casas con techo de paja, muy similares a las de sus vecinos pima (Spicer,
1962: 99). Las epidemias son la causa más plausible del descenso demográfico y
del deterioro de la organización social, en los 50 años que separan ambos he
chos (Reff, 1986; Riley, 1987). Los ópata desaparecieron como grupo cultural
definible a finales del siglo x ix (Ortiz, 1983).
Los yuma se extendieron a través del Oeste de Arizona y del Norte de Baja
California. Los grupos que vivían en el curso inferior de los ríos Colorado y
Gila, los yuma del río, cultivaban la tierra y eran semisedentarios. Los grupos
del Oeste de Arizona, los yuma de las tierras altas, eran nómadas y su subsisten
cia dependía mucho más de los alimentos silvestres que^de la agricultura subsis
tencia. Finalmente, los de Baja California eran cazadores y recolectores, y depen
dían mucho de los recursos marinos.
Probablemente, los yuma ribereños llegaban a 15 000 o 20 000 en el mo
mento del primer contacto con el español. Estos grupos plantaban la tríada ha
bitual de cultivos, en las tierras inundadas por las crecidas primaverales del río
Colorado. En el verano se trasladaban a la planicie de inundación, donde vivían
6. Diversos investigadores (cf. Riley, 1987) han señalado que estos sitios constituían el domi
nio de un jefe o un pequeño «Estado» con poblaciones que rondaban las centenas de personas, con
jefes hereditarios, templos, sacerdotes, sepulturas y casas de piedra con terraplenes. Estas interpreta
ciones no se apoyan ni en los documentos de la expedición de Coronado ni en restos arqueológicos
conocidos (McGuire y Villalpando, 1989). En gran medida dependen de los informes de segunda
mano de origen desconocido de Bartolomé de las Casas y tom an al pie de la letra el informe de
Obregón de la expedición de Ibarra, escrito veinte años después de los hechos.
296 R A N D A L L H. M C G U I R E
El primer maíz aparece en el Noroeste alrededor del año 1000 a.n.e., cuando las
poblaciones locales incorporaron este cultivo al ciclo de sus recolecciones. Du
rante los 1 000 años siguientes parece haberse producido, entre estos pueblos ar
caicos, una intensificación gradual de la agricultura. Entre el 200 a.n.e. y el 200
n.e. aparecen pequeñas casas subterráneas en una gran variedad de lugares del
Noroeste, pero la vida sedentaria y la producción de cerámica no parecen co
menzar hacia el periodo que va del 200 al 300 n.e., si no más tarde. Existe poca
diferenciación regional en este patrón temprano, que aparenta ser la extensión
más norteña de un patrón mesoamericano.
7. Muchos antropólogos y arqueólogos que trabajan en el Noroeste ven esta región tan sólo
como una extensión del área cultural mesoamericana. Para una discusión más detallada de ambos
puntos de vista sobre este problema, véanse los artículos citados en Mathien y M cGuire, 1986.
298 RANDALL H. M C G U I R E
8. Las primeras síntesis de la Prehistoria del Noroeste identifican el comienzo de estas tres tra
diciones en este momento y luego tratan acerca del resto de la Prehistoria del Noroeste en términos de
ellas (por ejemplo, Cordell, 1984). A medida que se ha obtenido mayor información sobre la Prehisto
ria del Noroeste se ha hecho cada vez más obvio que esta división tripartita es significativa para el pe
riodo que va entre el 300 y el 900 n.e., pero hacia el 900 la diversidad de las culturas del Noroeste es
demasiado grande como para acomodarse a este modelo. La interpretación de la historia cultural que
aquí he propuesto refleja mi colaboración con otros participantes del Seminario sobre la Evolución y
Organización de la Sociedad del Sudoeste, del Instituto de Santa Fe, realizado en octubre de 1990.
Deseo dar las gracias especialmente a Norm an Yoffe, Jonathan Haas, Jerry Levy y Alan Ladd.
SO CIEDADES SEDENTARIAS Y S E M IS E D E N T A RI AS 299
Ilustración 2
TRA D IC IO N ES REGIONALES EN EL N O R O EST E (300 - 9 0 0 N.E.)
cieron entre los anasazi subregiones diferenciadas que, a lo largo de esos 300
años, se hicieron cada vez más distintas. Las tendencias dominantes del próximo
periodo nacerían de esta diversidad.
En las tierras altas de Mogollón, al Sur de los anasazi y extendiéndose en un
largo arco desde allí hasta la Sierra Madre de Sonora y de Chihuahua, se desa
rrolla una tradición mogollón. Los pueblos de esta tradición realizaban cerámica
color café y en la segunda mitad del periodo le agregaron dibujos, a menudo
cuadriculados en pintura roja. En la primera mitad del periodo, las casas son
subterráneas y circulares, con entradas en forma de rampa, mientras que en la
última mitad son viviendas subterráneas de planta cuadrada, con entrada en for
ma de rampa. Alrededor del 900 n.e. muchos mogollón habían comenzado a
construir pueblos en la superficie como, los de los anasazi, y a realizar cerámica
negro-sobre-blanco. A través de este periodo, la mayoría de los asentamientos
son sólo un puñado de casas, pero las aldeas más importantes tienen hasta cin
cuenta casas, con una gran «kiva» asociada. Al igual que entre los anasazi, en la
tradición mogollón surgen subregiones diferenciadas que siguen cada vez más su
propio curso de desarrollo.
La tradición agrícola temprana del desierto de Sonora suele denominarse ho-
hokam e interpretarse en términos de los desarrollos en Atizona del Sur (Haury,
1976; Crown, 1990). Sin embargo, a medida que aumenta nuestro conocimiento
de la arqueología de Sonora, este enfoque parece cada vez más limitado (Braniff,
1985; Álvarez, 1985; Villalpando, 1985). En el periodo que va del 300 al 700
n.e., los desarrollos en Atizona del Sur parecen ser la expresión más norteña de
una tradición Sonora que se extiende desde el río Fuerte, en Sinaloa, hasta la
Atizona central. Las culturas de esta tradición Sonora tienen en común las casas
con techos de vara y construidas en pozos poco profundos, un estilo de figurillas
y una cerámica finamente realizada de color café a gris. Sus emplazamientos se
ubicaban en las inmediaciones de los ríos mayores, en cuyas llanuras de inunda
ción era posible sembrar maíz. Por otra parte, esta tradición desarrolló un con
junto distintivo de joyería de conchas marinas que es similar, estilísticamente,
desde el Norte de Sinaloa hasta la Arizona central.
Entre el 700 y el 9 00 n.e. esta tradición se descompuso en cuatro variantes
regionales mayores, la tohokam, la trincheras, la seri y la huatabampo. La hoho-
kam se distingue por el uso de la paleta y el yunque en la producción de cerámi
ca color de ante con dibujos rojos, la irrigación mediante canales, los amplios
campos ovalados destinados al juego de pelota, la cremación de los muertos, un
conjunto distintivo de artefactos mortuorios que incluían incensarios y paletas, y
por el uso de montículos en forma de plataforma. Esta tradición comienza alre
dedor del 700 n.e. en el área de Phoenix, Arizona, y hacia el 900 se propaga por
casi todo el centro de Arizona. Incluye aldeas de hasta 200 casas. En cuanto a la
tradición trincheras, ésta se desarrolló justo al sur de la hohokam y se caracteri
zó por un tipo particular de cerámica de color café, raspada y en forma de glo
bo, pintada con dibujos de color púrpura, y por la cremación de los muertos.
Sus asentamientos eran, en general, más pequeños que los hohokam, ubicados al
Norte. Por otra parte, aparece, a lo largo de la costa de Sonora central, una cerá
mica delgada, raspada y en forma de globo que, aunque similar a la trincheras y
SOCIEDADES S E D E N T A R I A S Y S E M I S E D E N T A RI A S 301
huatabampo, se asocia con una población cazadora y recolectora que, según al
gunos autores, es antecesora de los seri (Villalpando, 1984). Finalmente, en el le
jano límite sur de Sonora apareció una tradición distintiva, la huatabampo, con
cerámica roja con raspaduras de concha, casas de adobe efímeras y ceremonias
de inhumación. Este pueblo construyó sus aldeas con plazas comunales y montí
culos de desechos y parece haber dependido más de los recursos marinos que de
la agricultura. La tradición huatabampo desaparece alrededor del año 1000. Los
hohokam, los trincheras y los huatabampo siguen realizando una joyería de con
chas muy similar, con la que comercian en el Noroeste. Estas tradiciones ofrecen
la prueba más importante del contacto con Mesoamérica. Prueba de ello son el
estilo y la aparición de artículos de comercio mesoamericano, tales como los cas
cabeles de cobre y los papagayos.
En el Norte de Arizona las tres tradiciones mayores se encuentran cerca de
Flagstaff, Arizona, donde se desarrolló una tradición local, la sinagua. Ésta co
mienza alrededor del año 500 y exhibe características de las tres tradiciones ma
yores. Los sinagua mezclaron esas características en una tradición distintiva pro
pia (Cordell, 1984: 79-81).
En la mitad oeste de Arizona y en el Sudeste de California aparece después
del 500 n.e. una tradición patayán. Este pueblo producía una cerámica color de
ante con paleta y yunque, generalmente sin decoración. Al principio estas pobla
ciones se agruparon alrededor de un lago de agua dulce, el Cahuilla, en el Sur de
California. Hacia el 1150 n.e., esta tradición se propaga hacia el Norte, hasta el
río Colorado y al Oriente, hacia los hohokam. Alrededor del 1400, la salinidad
del lago Cahuilla había aumentado tanto, que las poblaciones debieron abando
narlo para trasladarse al río Colorado. Existe consenso acerca de que esta tradi
ción es antecesora de los yuma del periodo histórico.
Los años que van del 900 al 1200 vieron, en cada una de las tradiciones mayo
res, el desarrollo y la posterior decadencia de centros regionales complejos, que
formaban el núcleo de sistemas regionales amplios y altamente centralizados.
Estos centros no surgieron como resultado de tendencias dominantes en cada
tradición, sino que más bien resultaron de la elaboración de desarrollos locales
en una de las subregiones de las tradiciones. Los tres sistemas regionales, el ho
hokam, el chaco (anasazi) y el mimbris (mogollón), son todos bastante amplios
en relación con los estándares del Noroeste (Ilustración 3). El sistema regional
chaco cubre un área de alrededor de 75 000 km^ (Vivian, 1990: 348); el sistema
regional hohokam, un área de alrededor de 100 000 km^ (Crov^rn, 1990: 2 24), y
el mimbris, una de alrededor de 56 000 km^. La distribución de rasgos arquitec
tónicos, de cerámica o de tipos de asentamientos, señala los límites de cada uno
de estos sistemas. Así definidos, estos límites son aparentemente más nítidos
que los de las tradiciones más tempranas y dan la impresión de una separación
entre sociedades fuera del sistema y sociedades dentro de él. Esta situación di
fiere de la de tiempos más remotos, en los que las tradiciones se confundían y
302 RANDALL H. M C G U I R E
Ilustración 3
SISTEM AS REGIONALES EN EL N O R O EST E (900 - 1 2 0 0 N.E.)
no había límites claros. Cada uno de estos sistemas tiene también un núcleo o
parte central precisa, con un área periférica que lo rodea. Las características de-
finitorias del sistema parecen originarse en ese centro y las periferias parecen es
tar ligadas a él. La mayoría de los arqueólogos opina que estos sistemas unían
múltiples grupos étnicos y culturales. A pesar de la dimensión de estos tres sis
temas, la mayor parte del Noroeste — en términos de área, sin duda, y proba
blemente también en términos de población— se encuentra fuera de ellos.
En el siglo X n.e. la frontera norte de Mesoamérica se desplazó hacia el Nor
te, hacia los modernos Estados mexicanos de Sinaloa y Durango. En el Norte de
Sinaloa, la tradición guasave reemplaza a la huatabampo, pero se ignora qué
ocurre en los valles de los ríos Yaqui y del bajo Mayo de Sonora, desde ese mo
mento hasta el periodo histórico. Del otro lado de la Sierra Madre Occidental, la
tradición chalchihuites se expandió hacia el Norte en Durango casi hasta la
frontera con Chihuahua. Las mercaderías y los estilos mesoamericanos aparecen
sobre todo entre los hohokam, existiendo menor evidencia de contactos con los
sistemas mimbris y chaco, respectivamente. Se ha sugerido que la comercializa
ción de la turquesa del Noroeste hacia el Sur, en Mesoamérica, comenzó en este
periodo, o incluso antes (Kelley, 1986) (Ilustración 3).
SOCIEDADES SEDENTARIAS Y S E M I S E D E N T A Rl AS 303
H O H OKA M
CHACO