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Sobre el Azúcar
CUENTO POPULAR
Miguel A. Fernández
INICIO
En Villa Azúcar, una pequeña ciudad sin nada que envidiar ni nada especial,
las nubes anunciaban la aproximación de la lluvia, al crepúsculo. Desde días atrás
una fuerte oleada de lluvias de pianos mantenían a los frágiles habitantes de Villa
Azúcar dentro de sus hogares. El pronóstico del clima del noticiero solo podía
prevenir al público de la precipitación de enormes pianos de cola desde los cielos, y
aconsejaban el frecuente uso de cascos de seguridad.
Romina padecía de una enfermedad que ningún sanador podía curar, y quería
gozar de la fortuna de la Fuente de Pigmalión para poder pasar el resto de su vida en
términos sanos.
Tras presentarse las tres, ellas entendieron que tres cabezas funcionaban
mejor que una, y juntas se encaminaron al jardín de la fuente.
Entre las conversaciones que mantuvieron las tres amigas, se dieron cuenta de
que todas fueron a la fuente porque Galatea les hablo lo mismo acerca de la misma
fuente, y ellas sintieron la necesidad de ir.
Keadselyn no podía evitar sentir de que alguien las seguía, pero continúo
caminando junto a las otras dos. Una valla de madera las separaba de un extraño
terreno de altos matorrales de chocolate y arboles de malvaviscos, no se podía ver
que había más adentro, pues los matorrales se los impedía.
Lucia apenas había intentado escalarla, cuando alguien grito a sus espaldas.
– ¡Apártate!
Una mano misteriosa empujo con brusquedad a Lucia, y justo donde ella
estaba dos segundos antes, un enorme piano calló a gran velocidad haciéndose
añicos contra el suelo y provocando un sonido estrepitoso.
Keadselyn se asomo, asombrada; igual Romina.
– ¿Quién eres tú? –Pregunta Romina, algo disgustada, ahora Keadselyn sabia
quien las estaba observando.
Los cuatro corren y se refugian bajo un muy enorme árbol de bolas de helado,
dentro del jardín.
Resulto ser confuso para la banda de dulces, pero entonces de entre los
matorrales salió un alto y gordo oso de goma dulce. No dijo nada, pero estiro una
pata, exigiendo la prueba de dolor.
Pero ellos no supieron que hacer. Romina intento escalar la verja de hierro,
pero era más que inútil. Sr. Desafortunado ataco físicamente al oso, pero este no
parecía recibir daño en lo más mínimo, y continuaba con una garra estirada. Lucia
tomó algunas varas de caramelo del suelo y se las tiraba al oso, pero aparte de que
no le hacían nada, su puntería era pésima.
Romina también empezó a atacar al oso, sin éxito alguno. Keadselyn intento
entender la prueba como tal, y lo pensó ciento de veces… <Prueba de dolor, prueba
de dolor>… Nada parecía ser la respuesta.
Esto pareció satisfacer de alguna manera u otra al oso, quien por fin se dio la
vuelta y con fuerza abrió la verja de hierro. Acto seguido, entro a los matorrales de
los cuales salió un rato atrás.
Llegaron a una pared de piedra muy vertical, que parecía indicar que no había
salida, pero otra placa de bizcocho indicaba lo contrario:
Finalmente, las palabras de ánimo que Romina les daba a sus amigos fueron
lo más importante para que ellos escalaran esos difíciles treinta metros de altura,
aproximadamente. Eso representaba el Fruto de Sus Labores. Al lograr subirse
encima de la roca, se abrazaron para festejar que lo habían conseguido. Al separarse,
vieron algo que les dio un vuelco al corazón: A pocos metros de ellos, se encontraba
una fuente, que con la poca iluminación que había esparcía con gracia y vehemencia
sus aguas celestiales.
Apenas se dieron cuenta de que algo los separaba de la fuente: Un rio extenso
y veloz. Así pues, leyeron la cuarta y última placa de bizcocho, que se encontraba en
una pequeña roca cercana.
De ustedes.
Como habían hecho todas las veces pasadas, los cuatro intentaron buscar una
manera fácil de superar el rio sin necesidad de prestarle atención a la placa de
bizcocho.
Sr. Desafortunado intento nadar hasta el otro lado, pero se olvido de esa idea
cuando se percato de lo exageradamente profundo y violento que era el rio. Romina
pensó en pasar con un tronco, pero no había ninguno al alcance. Pasaron treinta
minutos pensando en alguna manera de pasar, pero se alarmaron cuando vieron al
sol asomarse, clareciendo el color del cielo. La aproximación del amanecer les
inspiro a pensar en lo que realmente debían hacerlo…
– ¿Qué es el Tesoro de nuestro Pasado? –Pregunto Desafortunado, con un
alto grado de perplejidad.
–Ya no lo siento –Dijo con un hilo de voz la recién recuperada –Ya no siento
mi enfermedad… Me has curado.
– ¿Qué le has dado? –Pregunto Lucia, con los ojos como platos.
Entonces, Romina se levanto y respiro aire tan claramente como jamás pudo
hacerlo en su enferma vida. Ya que estaba curada, no necesitaba las aguas de la
fuente para sanarse.
Con recelo, Lucia contemplo el rio por el cual su anillo se fue arrastrado por
el agua, y se percató que su melancolía provocada por la soledad que le causo el
abandono de su prometido se había marchado junto al anillo, y que ahora se sentía
libre y feliz, así que se dirigió al Sr. Desafortunado y le dijo que debía bañarse en la
Fuente de Pigmalión, como recompensa por su valentía y habilidad.
A pesar de que solo uno se baño en la fuente, como lo dictaban las reglas,
todos y todas gozaron de la fortuna de Pigmalión. La paleta de helado curada, el
ponqué que logro encontrar a una persona para él, la tira de regaliz que logro
soltarse de las cadenas que la sujetaban al abandono, y la galleta que escapo de las
sucias manos de la pobreza. Todos festejaban ahí, en ese jardín, sus logros, o lo que
habían conseguido en esa noche, felices para el resto de su existencia.
Pero en aquel momento, una gelatina los observaba desde lejos, en la cima de
una pequeña colina al costado del jardín.
– ¿Qué, Galatea?