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Título del original en inglés: Luke: Salvation For All

Redacción: Miguel A. Valdivia


Traducción: Juan Carlos Viera
Diseño de la portada: Gerald Lee Monks
Diseño del interior: Aaron Troia, Diane de Aguirre
Ilustraciones de la portada: John Steel

A no ser que se indique de otra manera, todas las citas de las Sagradas Escrituras están tomadas de la
versión Reina-Valera, revisión de 1960. La autora se responsabiliza de la exactitud de los datos y
textos citados en esta obra.

El nombre de Lucas, como el de los demás personajes bíblicos, y los ocasionales diálogos con ellos, son
parte del lenguaje coloquial elegido por la autora.

Derechos reservados © 2012 por:


Pacific Press® Publishing Association
1350 N. Kings Road, Nampa, Idaho 83653
EE. UU. de N. A.
Printed in the United States of America
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ISBN 13: 978-0-8163-9272-8 (print)


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ISBN 978-0-8163-9194-3 (ebook)

Version 1.0
Dedicatoria

Dedico este libro:

A los donantes del Instituto Bíblico “JESUS 101”, quienes,


con su generosidad, hacen posible que se esparzan las
buenas nuevas de salvación en todo el mundo. Siempre
estaré agradecida por este sueño hecho realidad.

A mis padres, el Dr. Juan Carlos Viera y su esposa,


Alicia Meier de Viera quienes, con su paciencia y confianza
en el Señor durante su lucha con el cáncer, me enseñaron
mucho más de lo que ellos se imaginan.

A mi esposo, Patrick, que también cree en este sueño, y


comparte conmigo el gozo indescriptible de participar
en un ministerio centrado en el evangelio.

Y, como siempre, a Jesús, mi Redentor y Salvador.

¡Cuánto deseo pasar la eternidad con todos ustedes!


Contents

Salvación para los “temerosos”

Salvación para los “marginados”

Salvación para los “extraños”

Salvación para los “desechados”

Salvación para los “indignos”

Salvación para los “confundidos”


Otros libros por Elizabeth Viera
Talbot

Mateo: Profecía cumplida

Juan: Dios se hizo carne

Sorprendidos por amor


Salvación para los “temerosos”

l plan de acción avanzó con increíble velocidad y extraordinaria


E eficiencia. El rescate de los treinta y tres mineros atrapados debajo
de setecientas toneladas de roca puso fin al aprisionamiento bajo tierra de
mayor duración en la historia. Todo había comenzado el 5 de agosto del
2010 cuando la mina se derrumbó, dejando a los obreros aislados durante
sesenta y nueve días. El mundo entero miraba con asombro y solidaridad al
pueblo chileno y su gobierno, mientras los rescatistas continuaban sus
incansables esfuerzos. ¿Puedes imaginarte estar vivo a setecientos metros
bajo tierra, sin poder hacer absolutamente nada para cambiar la situación?
La ayuda solamente podía llegar desde arriba; y desde allí llegó. Ningún
plan de acción era demasiado costoso como para no probarlo. Después de
diecisiete días sin contacto con los mineros, los rescatistas recibieron la
noticia de que todos estaban vivos, algo que fue inmediatamente transmitido
a todas partes de la Tierra. Entonces, durante cincuenta y dos días, el país
puso en acción todos sus recursos para traer a los mineros atrapados de
regreso a la superficie. Nunca antes se había logrado un rescate como éste.
Mientras tanto, los hombres que estaban bajo tierra solo tenían dos
opciones: la fe o el temor; y ellos eligieron la fe por encima del temor.
Mientras esperaban, oraban. Uno de ellos, Sepúlveda, describió su
elección: “Tenía que estar con Dios o con el diablo; elegí acercarme a
Dios”. El 12 de octubre, una audiencia global que consistía de centenares
de millones —incluyéndome a mí— miraba las imágenes en vivo en la
televisión mientras el primer rescatista, filmado por los mismos mineros,
llegaba al fondo. Poco más de veinticuatro horas después, todos, los treinta
y tres mineros y todos los rescatistas, estaban en la superficie celebrando
con un gozo que no podía expresarse en palabras. “No puedo describir el
gozo que todos estamos sintiendo en este momento”, dijo uno de los
mineros. ¡Yo misma no puedo describir lo que sentí, aunque apenas lo
presenciaba por la televisión! En las entrevistas que siguieron había dos
palabras que se repetían constantemente: “todos” y “gozo”. Todos habían
sido rescatados: los sanos y los enfermos; los fuertes y los débiles. Todos
habían sido salvados mediante el plan ideado desde arriba. La decisión de
los rescatistas de alcanzar a los mineros atrapados venció todos los
obstáculos. Lo que quedó al final fue gozo, puro gozo. Todos habían sido
rescatados de una muerte segura.
¡El Evangelio de Lucas fue escrito para anunciar un rescate de una
magnitud aun mayor! La raza humana estaba enterrada bajo el pecado, sin
posibilidad de vivir por la eternidad. La ayuda podía llegar solamente
desde arriba. ¡Y llegó! —dice Lucas con gran emoción. ¡El Salvador del
mundo descendió para cumplir el plan del Cielo de rescatar al mundo!
Como te puedes imaginar, este Evangelio está lleno de gozo y emoción,
porque ningún costo fue demasiado grande para el Cielo, ¡y la salvación fue
lograda para TODOS!

Un Salvador para TODOS


El retrato de Jesús que presenta Lucas es el de un Salvador para
TODOS. Este Evangelio, el libro más largo del Nuevo Testamento, usa los
sustantivos Salvador y salvación más que cualquier otro Evangelio. ¡Dios
diseñó un plan y Cristo vino a cumplirlo! Pero, ¿quién podía ser salvo?
¿Los fuertes, los educados, los religiosos? Me alegra que te hagas tal
pregunta. Lucas responde: ¡La salvación es para TODOS! Y él narrará todo
su Evangelio de tal manera que ese punto se destaque clara e
inequívocamente. Una de las maneras fascinantes en la que él recalca ese
punto es por medio de relatos sobre mujeres en forma paralela a los relatos
protagonizados por hombres. La incorporación de relatos sobre mujeres
junto a los de hombres destaca el hecho de que ¡aun las mujeres están
incluidas en las buenas nuevas! ¡Muy bien, Lucas! Algunos de estos relatos
paralelos son los de: Zacarías y María (S. Lucas 1), Simeón y Ana (S.
Lucas 2), la viuda de Sarepta y Naamán el sirio (S. Lucas 4), el centurión
de Capernaum y la viuda de Naín (S. Lucas 7), el hombre que pierde una
oveja y la mujer que pierde una moneda (S. Lucas 15), etc.
El deseo de Lucas de incluir a cada ser humano en el plan de salvación
puede notarse por la manera en la que él presenta la genealogía desde Jesús
hasta Adán (S. Lucas 3:23-38). Pero quizá la propuesta teológica más
radical de todas es el hecho de que la salvación incluye a quienes no
parecen estar calificados para recibirla: los humildes, los pobres y los
desechados. Relato tras relato introduce una presentación revolucionaria de
lo que significa estar calificado para la vida eterna. El desechado es
bendecido y el orgulloso es enviado vacío: “Quitó de los tronos a los
poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a
los ricos envió vacíos” (S. Lucas 1:52, 53).* En este Evangelio, tú y yo
encontramos esperanza y un nuevo canto de liberación. El Salvador ha
venido para salvar a gente como nosotros.

Gente temerosa que expresa su GOZO!


Un gran ejemplo del énfasis de Lucas en este tema es el paralelismo entre
las historias de un importante sacerdote de edad avanzada y una joven
mujer del común del pueblo, que aparece en el primer capítulo de su
Evangelio. Toma un momento para leer estas dos historias paralelas en S.
Lucas 1:5-80. ¡Qué fantástica comparación! Quizás uno de los puntos más
sorprendentes es que ambos están “temerosos”. Ambas historias están
estructuradas de manera similar: se introduce a ambos padres; el ángel
Gabriel llega para anunciarles un nacimiento milagroso; ambos tienen
obstáculos para tener hijos; ambos responden con temor, pero se les dice:
“NO TEMAS”. Antes de que Gabriel se separe de ellos, a ambos se les
promete un hijo, se les da el nombre y la función que cumplirá, y se les da
una señal. Tanto Jesús, el Salvador, como Juan el precursor, serían hijos
nacidos como resultado de un milagro: Juan, porque su madre era anciana y
estéril; Jesús, porque su madre era virgen y su concepción sería por obra
del Espíritu Santo. Eventualmente, tanto Zacarías como María cambiarían
su temor por GOZO, e irrumpirían en canciones de alegría al Señor (S.
Lucas 1:46-55; 68-79). En realidad, este cambio de temor a gozo sucede
constantemente en este Evangelio. ¡Hay muchísimas celebraciones!
Lucas cree en la oración y en el poder del Espíritu Santo para
internalizar la realidad de la salvación ofrecida. Al comprender la
inmensidad del plan de rescate de Dios, todos se llenan de un gozo
tremendo, eligen la fe sobre el temor, e irrumpen en alabanzas. Que esa sea
tu experiencia mientras recorremos juntos las páginas de este libro. Que
elijas la fe sobre el temor, y que tu corazón se encienda en ¡GOZOSOS
ALELUYAS!

* El énfasis hecho en cursiva en las citas bíblicas de todo el libro es agregado.


Salvación para los
“marginados”

¿A lguna vez has recibido una noticia tan extraordinaria que no puedes
guardártela solo para ti, algo tan bueno que deseas compartirlo con
todo el mundo? A mí me ha sucedido. Mi padre y mi madre tuvieron que
someterse a cirugías de cáncer y largos tratamientos. La primera
experiencia de mi familia con esta terrible enfermedad fue cuando mi padre
fue diagnosticado con cáncer del estómago. Los doctores descubrieron un
gran tumor y recomendaron una cirugía radical: solo un diez por ciento del
estómago quedaría intacto.
Llegó el día de la cirugía… Todos fuimos al hospital y se nos informó
del tiempo aproximado que tomaría la cirugía. Sabíamos que era un
procedimiento de alto riesgo y se nos dio un pequeño equipo electrónico
con una pantalla donde recibiríamos mensajes mientras mi papá estaba en la
sala de cirugía. Las horas pasaban muy despacio… y no aparecía ningún
mensaje. Finalmente sonó el vibrador y miramos con ansias la pequeña
pantalla: “Aún en cirugía”. La hora predicha ya había pasado y
comenzamos a preguntarnos si la cirugía tendría éxito.
Después de varias horas adicionales, vimos aparecer al doctor en la
puerta de la sala de espera. Todos nos pusimos de pie. Tratábamos de leer
en su rostro cualquier expresión que nos adelantara las noticias que venía a
darnos, pero no podíamos descubrir nada. Teníamos la extraña sensación de
que caminaba en cámara lenta; el tiempo que le tomó cruzar la sala para
llegar hasta nosotros pareció años. Mi familia hizo un semicírculo
alrededor del doctor y entonces él habló:
“Buenas nuevas”, dijo, y entonces pasó a explicar el procedimiento y las
razones por las que pensaba que la cirugía había sido un éxito. Pero yo no
recuerdo ni una palabra de todas sus explicaciones; solo recuerdo las dos
primeras palabras: “Buenas nuevas”. ¡Buenas nuevas! Yo sentía deseos de
compartir, aun más, de gritarles a todos los que estaban en la sala: ¡Sacaron
el cáncer! ¡El cáncer ya no está! ¡Buenas nuevas!
En este capítulo reviviremos el momento en que los ángeles celestiales
anunciaron las noticias más extraordinarias que los seres humanos hayan
escuchado alguna vez: ¡Buenas nuevas! ¡Buenas nuevas! ¡Ha nacido el
Salvador! Y lo más sorprendente de estas buenas nuevas es que eran “para
todo el pueblo”, ¡incluyendo a los pastores! (S. Lucas 2:10).

El cumplimiento del tiempo


Había llegado el día… después de miles de años de esperar, y esperar, y
esperar por las buenas nuevas. Lucas es el único escritor de los Evangelios
que nos da la última pieza para resolver el enigma acerca del nacimiento de
Jesús. En las Escrituras judías había muchas profecías que predecían
diversos aspectos del nacimiento de Jesús, y todas ellas señalaban hacia
“el cumplimiento del tiempo”. Vendría un Salvador que aplastaría la cabeza
de Satanás (Génesis 3:15); su venida sería una bendición para todas las
familias de la tierra (Génesis 12:3); sería del linaje davídico (2 Samuel
7:12-16), y muchas más. Pero había un problema: la profecía declaraba que
el Mesías nacería en Belén (Miqueas 5:2), pero José y María vivían en
Nazaret. Lucas resuelve el enigma diciéndonos que “se promulgó un edicto
de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado… E iban
todos para ser empadronados, cada uno a su ciudad” (S. Lucas 2:1, 3). ¿No
es sorprendente que Dios supiera que iba a ocurrir este evento con cientos
de años de anticipación y se lo revelara a su profeta? ¡Cuán increíble es el
Dios a quien servimos!
“Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad
de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David”
(vers. 4). Comenzamos a ver el plan de Dios detrás de todo esto. Todos
pensaron que era Augusto César el que había planeado el censo, pero había
un diseño mucho mayor detrás: ¡El Dios del cielo estaba cumpliendo su
propósito de salvar el mundo! ¡Cuántas veces me gustaría ver detrás del
telón, detrás de las circunstancias que en ocasiones parecen no tener
sentido! ¡Un día Jesús me mostrará toda la escena desde arriba! Siempre me
maravillo al ver la habilidad de Dios para lograr que todas las cosas —sí,
incluso un censo decretado por un emperador romano— sirvan para el bien
de aquellos que le aman (Romanos 8:28).
Lucas tiene un gran interés en la historia, y en su Evangelio da muchas
referencias históricas que le permitirán a su audiencia localizar
perfectamente los tiempos y lugares de los que está hablando. El censo es
una importante pieza del enigma; por eso lo hace notar en varias ocasiones
(S. Lucas 2:1, 2, 3, 5). Debido al censo, cada familia debía viajar a la
ciudad de sus antepasados; y José y María, por ser descendientes de David,
debían dirigirse a Belén (que significa “casa de pan”). Pero, ¿qué tiene que
ver Belén con el rey David? ¡Me alegra que lo hayas preguntado! David
nació en Belén y toda su familia era de Belén (puedes leer la fascinante
historia del ungimiento de David en Belén en 1 Samuel 16). ¿No te encanta
ver como todo recobra sentido y forma parte de un gran programa cuando
conectamos los puntos? ¡Dios ha establecido patrones de tiempo y lugares
geográficos para que no fuéramos a perder la llegada del Salvador!
Y mientras estaban ellos en Belén “se cumplieron los días de su
alumbramiento” (S. Lucas 2:6). ¡Por supuesto, Dios ya sabía con cientos de
años de anticipación que “los días” no se referían solamente al fin de los
nueve meses de embarazo, sino a “los días” desde la eternidad, cuando
Dios había diseñado el plan de salvación antes de la fundación del mundo!
Lucas usa constantemente el concepto del tiempo para destacar que Dios
ESTÁ EN CONTROL, que su cronograma es perfecto y —yo agregaría—
que sus tiempos son muy diferentes a los nuestros. María dio a luz a su
“primogénito” (que tiene muchas connotaciones teológicas), y lo acostó en
un pesebre, lugar que compartía gente humilde con sus animales. Lucas está
muy interesado en aquellos que se encontraban en los márgenes de la
sociedad: los pobres, los desechados, los extraños y los destituidos. Y
Jesús compartiría su vida con ellos desde el mismo comienzo “porque no
había lugar para ellos en el mesón” (vers. 7).
¡Ahora había llegado el tiempo de declarar las buenas nuevas! ¿A
quiénes se anunciaría esta noticia, la más grande de todos los tiempos? ¿A
los ricos y famosos? ¿A los teólogos y los intelectuales? ¿Quiénes serían
los elegidos para presenciar la más impresionante escena celestial revelada
a los ojos humanos? Tal vez serían los que más la necesitaban.

Testigos indignos
¡Solo el Cielo podía elegir pastores para que fueran los primeros
receptores de las buenas nuevas! Que Dios escogería a los pobres y a los
humildes es un tema que Lucas destaca desde el mismo comienzo de su
Evangelio (ver S. Lucas 1:52, 53). En el primer siglo de nuestra era, había
dos grupos de personas a las que no se les permitía ser testigos en una corte
legal: los pastores y las mujeres. Es interesante que Lucas menciona que los
primeros testigos del nacimiento de Jesús fueron pastores y que los
primeros testigos de su resurrección fueron mujeres (S. Lucas 24:1-12).
Dios se revela a sí mismo a los más necesitados, a los que están en el
último lugar, a los menos favorecidos, a los que buscan algo nuevo. Se
revela a sí mismo a los que son indignos, porque lo único que nos
recomienda ante Dios es nuestra necesidad.
El término “pastores” crea un inclusio (inclusio es un término técnico,
una especie de “sujetalibros” narrativo, donde algo comienza y termina de
la misma forma). Tal es el caso de la narración del nacimiento de Jesús (S.
Lucas 2:8, 20). Aunque su posición era la más baja en los niveles de poder
y privilegios de la sociedad, ellos son altamente favorecidos por el Cielo.
Esa noche los ángeles pasarán por alto el templo, donde se esperaría que
aparecieran (ver S. Lucas 1:11), para aparecer en el campo. Dios no está de
acuerdo con los monopolios religiosos. En contraste con otras religiones
antiguas y sus dioses, el Creador no es un Dios de edificios sino de gente. Y
él enviará a sus agentes dondequiera haya corazones humildes, listos a ser
enseñados e informados acerca de las buenas nuevas relacionadas con
Jesucristo.
Mientras los pastores vigilan sus rebaños durante la noche (S. Lucas
2:8), en la misma región donde mil años antes otro joven pastor de nombre
David vigilaba los rebaños de su padre, un ángel del Señor aparece de
repente ante ellos. El ángel trae las mejores noticias que los oídos humanos
puedan escuchar, pero los pastores no lo saben y “tuvieron gran temor”
(vers. 9). Muchas veces respondemos con temor a una situación que no
entendemos. En este caso el texto original nos dice que experimentaron un
mega temor (la palabra griega para “gran” es mega, y para “temor” es
fobos, de donde proviene la palabra fobia). Seguramente conoces esa
sensación, ¿verdad? Ves o escuchas algo que te produce gran temor; se te
hace un nudo en el estómago, te sudan las palmas de las manos y hasta
pierdes el control de tus pensamientos. Cuando algo nos llega de repente,
inesperada e inexplicablemente, casi siempre nos asusta. Todos hemos
experimentado ese mega temor en nuestras vidas, ¿verdad? Pero en este
caso, el ángel les explicará el plan de Dios y los invitará a cambiar su
mega temor por ¡MEGA GOZO!

Antecedentes del anuncio angélico


Para entender claramente la fuerza con la que Lucas narra el siguiente
evento, debemos dar una mirada a la historia de Augusto César. Octavio era
el hijo adoptivo y heredero de Julio César que reinó desde
aproximadamente el año 31 a.C. hasta el año 14 d.C. Recibió el título de
“Augusto” en el año 27 a.C. Y después de esa fecha su nombre oficial fue
Imp(erator) Caesar divi f(ilius) (“hijo de un dios”) Augustus. La última
palabra en su nombre sugería que era algo más que humano. Durante su
gobierno hubo un gran énfasis en la paz —lo que llegó a ser conocido como
la pax romana— y en la seguridad, lo que hizo posible viajar a través de
todo el imperio y produjo prosperidad. El que Jesús naciera bajo el reinado
de Augusto (S. Lucas 2:1) ¡es más que una coincidencia! Era un tiempo de
viajes, negocios, comercio e intercambio. Se estima que los romanos
construyeron cerca de ochenta mil kilómetros de rutas que iban desde
Escocia en el norte hasta el Éufrates en el este: la gran contribución de los
romanos a la transportación en el mundo antiguo. ¡Era el momento perfecto
para que las buenas nuevas se esparcieran! Y el Cielo lo había estado
preparando.
Augusto César era venerado por sus logros. Se lo denominaba “el
salvador del mundo”, y en una inscripción referida a su cumpleaños se lee:
“El evangelio (euangelia) de las buenas nuevas para el mundo”. ¡Pero
ahora los ángeles llegan para anunciar el nacimiento de Uno mucho más
grande que Augusto César! ¿Qué superlativos utilizarían los ángeles para
anunciar a los pastores el nacimiento del mayor Salvador y Señor de toda la
humanidad?

El anuncio: ¡Buenas nuevas de MEGA GOZO!


“Y he aquí se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los
rodeó de resplandor; y tuvieron gran (mega) temor” (vers. 9). Parece
normal que hayan experimentado un mega temor porque no entendían lo que
estaban presenciando. Pero inmediatamente el ángel les explicó el
propósito de su visita y al hacerlo, usó algunas de las palabras más
asombrosas registradas en toda la Biblia:

“Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de


gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la
ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Esto os
servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un
pesebre” (vers. 10-12).

En otras palabras: “¡Aleluya! ¡El tiempo ha llegado! Y las buenas nuevas


son mejores que cualquier otra noticia que hayan escuchado”. Debido a que
los pastores habían sentido un mega temor, el ángel comienza su anuncio
diciéndoles: “No temáis”. Esta es la exhortación más repetida en toda la
Biblia. Dios siempre está enviándonos este mensaje: “No temáis”. Me
imagino que somos seres muy temerosos; por eso siempre está
recordándonos de su presencia entre nosotros para ofrecernos el antídoto
para el temor: ¡SU SALVACIÓN!
Y el ángel continúa diciéndoles: “Miren que les traigo buenas noticias”
(versión NVI) (euangelizomai). Los pastores podrían haber pensado: “Ya
hemos escuchado las ‘buenas nuevas’ cada vez que llega el cumpleaños de
Augusto César”. Pero el ángel les diría: “¡Oh, no! Estas son en verdad
buenas nuevas de GRAN [mega] GOZO” (vers. 10). ¡Nunca ha habido nada
como esto! ¡Cambien su mega temor por un MEGA GOZO!”
Y estas “buenas nuevas” no son solamente para los romanos; son “para
todo el pueblo” (vers. 10). Y hay más: Este nacimiento en la ciudad de
David (como había sido predicho en la profecía) es para ustedes: “Os ha
nacido” (vers. 11). Sí, es para ustedes, aunque no lo crean. No es solamente
para los intelectuales, para los que creen saberlo todo, para los de posición
elevada, para los teólogos o para los judíos. No, ¡Es para ustedes los
pastores, los despreciados, los que están en los márgenes de la sociedad!
También es para ti, querido lector, y para mí. ¡Hurra! ¡Un Salvador nos ha
nacido a nosotros!
Y si los pastores hubieran pensado: “Ya hemos oído de un ‘salvador’, el
salvador Augusto César”, el ángel les habría dicho: “¡Oh, no! ¡Este es el
verdadero Salvador; el que el mundo ha estado esperando!”
“Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es
CRISTO el Señor” (vers. 11). Sí, él es el Ungido, el Mesías, ¡El verdadero
Señor! ¡Nuestro Salvador! ¡Él es mucho mayor que Augusto César! ¡Es el
MEGA Salvador!
El anuncio del ángel sigue la misma estructura que los previos anuncios
de los nacimientos en Lucas: la aparición, el temor, el anuncio del
nacimiento, una señal y la reacción. La señal que el ángel les da a los
pastores se relaciona con los humildes comienzos de nuestro Salvador:
“Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado
en un pesebre” (vers. 12). ¿En un pesebre? ¡Qué paradoja! ¿El Salvador del
mundo en un pesebre? Pero a los pastores les esperan mayores sorpresas…

¡En la tierra paz!


La música ocupaba una parte muy importante en la cultura romana. De
hecho, muchos anuncios oficiales y ocasiones especiales se los
acompañaba con música. Y por si los pastores todavía se preguntaban si
este mega anuncio era en realidad más importante que el del cumpleaños de
Augusto César, el ángel les dijo: ¿Estaban esperando un coro? Lo que
ustedes han escuchado antes en las celebraciones romanas era un corito;
¡este es un CORO! “Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de
las huestes celestiales, que alababan a Dios” (vers. 13). ¿Qué les parece
éste coro?
Oh, sí —agregó el ángel—, ustedes han escuchado mucho acerca de la
pax romana alcanzada por Augusto César. ¡Ahora escuchen nuestro canto
para comprender lo que el verdadero Salvador ha logrado!

¡Gloria en las alturas, y en la tierra paz,


buena voluntad para con los hombres!
(vers. 14).

¿Paz para toda la tierra? ¿No solamente para Roma? Exactamente. ¡Cada
uno en la tierra podría estar en paz con Dios a través de Jesucristo! ¡Estas
sí son noticias de mega gozo! A veces me imagino a los ángeles
practicando por centenares de años la canción para esa noche. Los imagino
preguntándose cada cien años: “¿Es esta la noche?”, y a Dios
respondiéndoles: “No, todavía no; sigan practicando”. ¿Te imaginas su
emoción cuando finalmente pudieron cantar la canción?
¿Acaso no sientes deseos de cantar ahora? Yo, sí. En el Evangelio de
Lucas la respuesta natural para la revelación de las buenas nuevas es
¡alabar al Señor! El gozo es una expresión importante para Lucas y él la
repite en muchas ocasiones. Cuando comprendes lo que Dios ha hecho por
ti, no hay forma de evitarlo: ¡el gozo y la alabanza llenan tu corazón como
una fuente rebosante! ¡Practica la alabanza al Señor y verás cómo cambia tu
perspectiva y tus días se tornan mejores!
¡Esta es la tercera de cuatro canciones en los primeros dos capítulos del
Evangelio de Lucas! ¡Todo el mundo está cantando! Estos cuatro himnos son
identificados por sus primeras palabras en latín:

El Magnificat S. Lucas 1:46-55 Cantado por María


El Benedictus S. Lucas 1:68-79 Cantado por Zacarías
Gloria in Excelsis S. Lucas 2:14 Cantado por los ángeles
El Nunc Dimittis S. Lucas 2:29-32 Cantado por Simeón

¡Tengo deseos de cantar ahora mismo “Gloria a Dios”!


Los pastores se dirigieron directamente hacia Belén y encontraron
exactamente lo que les había sido dado como señal (para más detalles, lee
San Lucas 2:15-19). Hicieron su viaje de prisa (vers. 16), pues ahora
deseaban ver las buenas nuevas de mega gozo, de las que solo habían oído.
Así encontraron al Niño, al Salvador, al Cristo. Y se nos dice que fueron
transformados cuando lo vieron. Ya no había un solo trazo de temor; solo
había alabanzas. “Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios
por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho” (vers.
20). Son los primeros evangelistas mencionados por Lucas, ya que contaron
todo lo que habían visto y oído (vers. 17, 18). ¿No te gustaría haber visto lo
que ellos vieron?

Buenas nuevas para ti y para mí


La verdad es que nosotros podemos experimentar lo que los pastores
experimentaron. Este anuncio fue solo el comienzo de las buenas nuevas de
mega gozo. Jesús nació para dar su vida por nosotros y cumplió con lo que
vino a hacer cuando murió en la cruz (S. Lucas 23) y resucitó al tercer día
(S. Lucas 24). Todo aquel que cree en él puede tener paz con Dios ahora
mismo, en este mismo momento. Si lo aceptas como tu Salvador, te dará la
paz de su presencia, el perdón de tus pecados y la seguridad de vida eterna.
Esa es la razón por la que él nació en aquella noche extraordinaria.
El término evangelio significa “buenas nuevas” y proviene del sustantivo
griego euangelion. Aunque esta palabra griega se usaba para celebraciones
seculares como el cumpleaños de Augusto César u otros anuncios oficiales,
la versión griega del Antiguo Testamento (la Septuaginta) usó el término
muchos años antes del nacimiento de Jesús para anunciar la liberación
definitiva que Dios le ofrecería a su pueblo. Por ejemplo: “¡Qué hermosos
son, sobre los montes, los pies del que trae buenas nuevas; del que
proclama la paz, del que anuncia buenas noticias, del que proclama la
salvación, del que dice a Sión: ‘Tu Dios reina!’” (Isaías 52:7, versión NVI;
ver también Isaías 61:1, 2).
Cuando Jesús comenzó a invitar a la gente a creer en el evangelio, las
buenas nuevas (S. Marcos 1:15; S. Lucas 4:18), los que le escuchaban
sabían que las Escrituras judías (traducidas al griego), empleaban este
término para anunciar “el día de salvación”. Eventualmente, “el evangelio”
llegó a ser el término favorito de Pablo (ver Romanos 1:16, 17) para
proclamar las buenas nuevas acerca de Jesucristo: su vida perfecta, su
muerte perfecta y su resurrección perfecta en nuestro favor. El Salvador
anunciado por los ángeles aquel día, es el Salvador proclamado por la
iglesia cristiana: Jesucristo.
Puede haber días en los que te sientes indigno, sin méritos, descalificado.
Días en los que te parece que eres un fracaso; en que te sientes débil, frágil
y olvidado por todo el mundo, incluyendo por los que debieran preocuparse
por ti. Días en los que no suena el teléfono ni el correo trae cartas. Bueno,
en esos días… recuerda que la salvación es para aquellos que se sienten
“marginados” por otros. Ellos nunca son olvidados por Dios. Los ángeles
pasaron por alto el templo y se fueron directamente al campo. Pasaron por
alto a los teólogos y buscaron a los pastores, porque los únicos que en
verdad reciben las buenas nuevas son los que conocen las malas nuevas:
nosotros no podemos salvarnos, ¡pero Dios sí puede, y lo hizo!
¡Apresúrate hoy mismo para acercarte a los pies de nuestro Salvador, el
Señor Jesucristo! Y únete a mí y a los pastores en alabanzas a Dios por lo
que ha hecho en nuestro beneficio. Pon tu nombre en los espacios en blanco:

“_______________________ [volvió] glorificando y alabando a


Dios por lo que _______________________ [había] oído y visto” (S.
Lucas 2:20).

¡Cambia tu mega temor por un MEGA GOZO! y comienza a cantar ahora.


¡Pronto nos uniremos al coro angelical!
Salvación para los “extraños”

e acuerdo como si fuera hoy. Tenía doce años y estábamos en el


M proceso de venir a los Estados Unidos para vivir por un año, con
el propósito de que mi padre completara su primera maestría en la
Universidad Andrews. Era como venir a la “tierra prometida”.
En preparación para esta nueva etapa de mi vida, decidí bautizarme.
Confirmé mi compromiso como un discípulo de Jesucristo justo el día antes
de nuestro vuelo desde Buenos Aires a Los Ángeles. ¡Era lo máximo que
me había pasado en mis doce años de vida! ¡Y todo iba a ser grandioso!
Llegamos a los Estados Unidos en la época de Navidad. ¡Nunca había visto
tantos regalos alrededor del árbol de Navidad! Mi tía Shirley se había
asegurado que estas fiestas fueran algo para recordar, ¡y yo todavía las
recuerdo! Después de unos días de vacaciones, viajamos hacia Berrien
Springs, Michigan. Era febrero de 1975, y para mi deleite ¡todo estaba
cubierto de nieve!
Se nos dio para vivir durante los siguientes trece meses un departamento
pequeño pero confortable. La gente era muy amigable y pronto teníamos
todo lo que necesitábamos: platos, vasos, ollas, frazadas, etc. Gracias al
hermoso ministerio de la iglesia llamado Dorcas, no solamente tuvimos
todos los utensilios y equipos para la casa, sino botas para la nieve,
chaquetas, y otras ropas de abrigo. ¡Habíamos llegado a un hermoso y
agradable lugar!
No obstante, enfrenté un pequeño problema. Aunque yo había terminado
el sexto grado en Argentina, debía cursarlo por otro medio año debido al
diferente calendario escolar en los Estados Unidos. Me lamenté un poco,
pero en verdad era un pequeño precio a pagar por tan linda experiencia.
Pero las cosas se complicaron.
Aunque había estudiado inglés, pronto me di cuenta que no entendía
demasiado en las clases. Además, no me vestía como mis compañeras más
populares ni podía adquirir muchos amigos debido a que no me podía
comunicar muy bien. Antes, en la escuela de mi país, yo era una de los
estudiantes con mejores calificaciones de mi clase; ahora no me estaba
yendo bien, no podía entender, no era popular y sentía que no pertenecía al
grupo. ¡Entonces me di cuenta! ¡Yo era EXTRAÑA! No formaba parte de
este grupo, y aunque quisiera no podía hacer nada para cambiar esa
situación. Volví a mi casa llorando. No ser del grupo era una nueva
experiencia para mí. Me sentí miserable aunque tenía todo lo que una niña
de doce años podía pedir. Era una EXTRAÑA y parecía que nada podría
cambiarlo… por lo menos así pensaba yo.
Pero entonces sucedió algo sorprendente. Una niña de anteojos tuvo
compasión y se acercó a mí. Se llamaba Lynell Blazen, y era hija de uno de
los profesores de la Universidad. Llegó a ser una de mis mejores amigas.
Me llevaba a pasear en la nieve en su moto de nieve y pasábamos horas y
horas en el subsuelo de su casa, haciendo los deberes, comiendo y jugando
al ping-pong. Su familia me llevó a ver El cascanueces, algo que nosotros
no estábamos en condiciones financieras de hacer. Ella me dio ropas que ya
no usaba y me hizo sentir parte de la familia. Creo que ella nunca llegó a
comprender plenamente todo lo que hizo por mí. Lynell me convenció que
yo no era una extraña; su bondad lo cambió todo y nuevamente me sentí
incluida. Nunca, nunca la olvidaré.
¿Alguna vez te has sentido como un extraño en el trabajo, en la escuela,
en la iglesia o incluso en tu propia familia? Tal vez piensas o crees en
forma diferente a los demás, o provienes de un lugar diferente o ves la
realidad con una perspectiva distinta. En este capítulo estudiaremos la
primera declaración pública de Jesús acerca de su misión que aparece en el
Evangelio de Lucas: Eran buenas nuevas para todos; no había “extraños” en
el reino de Dios; ni siquiera estaban fuera los que provenían del otro lado
de la frontera. Pero aunque no lo creas, no todos estaban de acuerdo con
eso…

De regreso a casa
La narración de este evento comienza en S. Lucas 4:14: “Y Jesús volvió
en el poder del Espíritu a Galilea, y se difundió su fama por toda la tierra
de alrededor”. Las palabras son muy similares a las de S. Lucas 4:1, donde
el Espíritu llevó a Jesús al desierto. Aquí el poder del Espíritu permanece
en Jesús y lo dirige de regreso a Galilea. Se nos dice que la noticia de su
llegada se esparce entre la gente, y todos lo alaban (ver vers. 15). Llega el
sábado; pero este sábado es muy especial: ¡Es el sábado del regreso a
casa! Jesús está retornando a Nazaret, su propia aldea (vers. 16; ver S.
Lucas 2:39).
Nazaret era un pueblo bastante común que estaba a mitad de camino entre
el extremo sur del Mar de Galilea y el Monte Carmelo. Algunos creen que
no tenía una reputación muy positiva a juzgar por el comentario de
Natanael: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” (S. Juan 1:46).
Actualmente es una zona densamente poblada, lo que hace casi imposible la
excavación arqueológica. Cuando Jesús regresó a su pueblo, asistió a la
sinagoga en el día sábado como era su costumbre (S. Lucas 4:16). La
sinagoga era el centro de la vida religiosa y social de la comunidad judía, y
bastaba que hubiera diez hombres judíos en el lugar para organizar una.
Tenía múltiples funciones: era la escuela, el tribunal de justicia, el lugar de
oración, el centro donde se organizaba la ayuda filantrópica y el lugar
donde se reunía la comunidad. Las reuniones religiosas más importantes
ocurrían en el día sábado, pero también había otros servicios durante la
semana. La reunión del sábado consistía en dos partes principales: la
oración y el estudio de la Escritura. Se leían dos porciones: una de la Tora
(la ley) y otra de los profetas. Se seleccionaba a alguien para que se pusiera
en pie y leyera la Escritura (S. Lucas 4:16). En este sábado especial, Jesús
fue elegido para leer y se le dio el rollo del profeta Isaías. La audiencia no
se imaginaba lo que estaba por escuchar.

Palabras de gracia
¿Te puedes imaginar ser parte de la audiencia ese sábado de mañana? ¿Te
puedes ubicar en aquella pequeña aldea y sentir la expectativa en el
ambiente? El hijo del carpintero, que se ha ido tornando cada vez más
popular, ha regresado al pueblo y todos los ojos se fijan en él. En realidad
la narración se enfoca principalmente en los movimientos de Jesús: Se
levantó (a leer)… Se le dio el libro… Lo abrió… Lo enrolló… Se lo dio al
ministro… Se sentó. En medio de estas acciones, se cita la frase principal
del libro del profeta Isaías que Jesús va a leer. Es extremadamente
revelador que cuando se le entrega el rollo de Isaías, Jesús “halló el lugar
donde estaba escrito” (vers. 17). Pareciera que Jesús buscó una cita
específica que le permitiera explicar su misión. Y esto es lo que leyó:

“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para
dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los
quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a
los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año
agradable del Señor” (vers. 18, 19).

¡QUÉ GRANDIOSO! ¡Tremendo pasaje de las Escrituras judías! Vamos


a analizarlo por un momento. ¡Las primeras tres líneas lo incluyen
directamente a él: “El Espíritu del Señor está sobre mí” … “me ha
ungido”… “me ha enviado”! La misión del Ungido del Señor incluye: dar
buenas nuevas (las mismas buenas nuevas que los ángeles habían anunciado
previamente); pregonar libertad y vista; poner en libertad a los oprimidos y
predicar el año agradable del Señor. ¡Los receptores de su misión son los
pobres, los quebrantados, los cautivos, los ciegos y los oprimidos! ¡Y tú
pensabas que no estabas incluido! ¡También es para ti! ¡Es para todo aquel
que se siente pobre, cautivo, ciego y oprimido! ¡Qué mensaje! ¡Y eso que él
todavía no ha comenzado a enseñar! Hasta aquí la respuesta de la audiencia
es asombrosa: cada presente que se siente pobre, cautivo u oprimido, está
listo para ponerse en pie y darle una ovación, y el sermón ¡ni siquiera ha
comenzado! Cuando Jesús terminó de leer esta cita de Isaías 61:1, 2,
“enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la
sinagoga estaban fijos en él” (S. Lucas 4:20). ¡Todos los ojos enfocan a
Jesús! ¿Qué está pasando? ¿Qué es lo que está diciendo? ¿Por qué eligió
esa porción de la Escritura? ¿Acaso está por hacer un anuncio?
Jesús se sienta, pero no porque ya haya terminado. ¡Oh, no; apenas está
comenzando! Se sentó porque ahora llegaba el momento de enseñar. De pie
se leían las Escrituras; sentado se enseñaba. Y así fue como comenzó su
enseñanza: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (vers.
21).
¿Qué quieres decir con esto? ¿Qué significa “hoy”? ¿Quieres decir que tú
eres el que va a cumplir las esperanzas que describe ese pasaje de Isaías?
¿Eres tú el “mí” y el “me” de las tres primeras líneas de Isaías 61:1, 2?
¿Hoy? Con la palabra hoy, Lucas destaca lo inmediato de la salvación
debido a la presencia de Jesús (S. Lucas 19:9). Jesús ha inaugurado la era
de la salvación. Hoy está ocurriendo algo sorprendente en Nazaret aunque
la audiencia no esté totalmente segura de lo que es. ¡Quizá el tiempo ha
llegado! ¡Quizá el Libertador está aquí! ¡Quizá el tiempo de su liberación es
ahora! Una vez más se registra la respuesta de los oyentes: “Y todos daban
buen testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que
salían de su boca” (S. Lucas 4:22).
Lucas registra muchas ocasiones en las que Jesús enseñó las Escrituras y
predicó la Palabra de Dios. Sin embargo, esta es la única ocasión en que se
dice qué era lo que estaba predicando y enseñando: “palabras de gracia”.
¡GRACIA! ¡Sí! ¡La gracia maravillosa! Aunque “daban buen testimonio de
él”, comenzaron a confundirse y hasta enojarse: “¿No es éste el hijo de
José?” (vers. 22). Pero Jesús sigue enseñando… y las cosas van de mal en
peor. Una pieza importante del enigma está por revelarse y la situación
empeora tanto que la multitud en Nazaret, que hasta hace unos momentos lo
alababa, ahora intenta matarlo. ¿Qué puede hacer que una multitud cambie
en pocos instantes? No confíes en las multitudes para decidir qué has de
creer; encontrarás que las multitudes pueden ser tan cambiantes como las
olas del mar; y a veces muy exclusivistas…

¡No ellos!
Jesús responde de una manera inesperada. Pareciera que la audiencia
está respondiendo con admiración, pero obviamente hay mucho bajo la
superficie, y Jesús lo sabe. Jesús continúa describiendo su misión, y les
revela su capacidad de conocer sus pensamientos. Para ello comienza con
dos dichos (aforismos) que ellos están repitiéndose en sus mentes. No
pueden engañar a Jesús; nosotros tampoco. No importa cuál sea nuestra
respuesta exterior, él siempre sabe lo que está pasando en nuestro interior.
“Él les dijo: Sin duda me diréis este refrán: Médico, cúrate a ti mismo; de
tantas cosas que hemos oído que se han hecho en Capernaum, haz también
aquí en tu tierra” (vers. 23). En otras palabras: “Doctor, sánate a ti mismo;
¿Cómo puedes beneficiar a los extraños y no a nosotros, tu propio pueblo?”
¡Debes estar equivocado, Jesús! ¡Las buenas nuevas son para nosotros!
¡Solamente para nosotros! Esa era siempre su forma de pensar: nosotros
versus ellos.
¡Qué percepción limitada tienen los oyentes de esta audiencia de
Nazaret! ¡No tienen idea de quién es realmente Jesús. Piensan que es el hijo
de José, pero él es mucho más: ¡Él es el Hijo de Dios! Es el Agente de
Dios para traer su favor al mundo. Es mucho más que un obrador de
milagros o una figura profética. Es el Salvador de cada pecador ¡y ha
venido por TODOS, aunque a ellos les parezca bien o no! La mayoría de
mis problemas con Dios se han debido a mi percepción limitada: No veo
como él ve; no conozco lo que él conoce; mis tiempos no son sus tiempos;
no puedo encerrarlo en una caja, no importa a cuál caja me refiera. Él es
más grandioso, más cariñoso y compasivo que ninguna otra persona. Ahora
sé que no puedo comprender totalmente a Dios, y prefiero tener un Dios de
tal dimensión: ¡Un Dios que me asombre! He llegado a creer plenamente
que él desea lo mejor para mí, y que lo desea hacer lo más pronto posible.
Confío en él porque es todo lo que tengo, y porque me reveló su corazón de
amor al morir en la cruz por mí. Soy absolutamente indigna, pero soy salva
por lo que él hizo. ¡Esa es mi realidad y no puedo negarla! ¡Es la única que
tengo! ¡Aleluya!
Bueno, volvamos a Nazaret. Sus ideas preconcebidas y su percepción
limitada respecto de la identidad y la misión de Jesús, son los mayores
obstáculos para recibirlo. Jesús continúa su explicación con un segundo
dicho: “De cierto os digo, que ningún profeta es acepto en su propia tierra”
(vers. 24). “¡Ustedes no saben quién soy yo —les dice Jesús— ni
comprenden que mi misión es más grande de lo que se puedan imaginar!”
Entonces pasa a recordarles dos ejemplos bíblicos de profetas a quienes
Dios usó para mostrar su favor con “los de afuera”.
El primero fue Elías. Jesús relata la historia y destaca que “muchas
viudas había en Israel en los días de Elías… pero a ninguna de ellas fue
enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón” (vers. 25, 26).
Toma un momento para leer esta fascinante historia en 1 Reyes 17:1-16.
Oye, Jesús, parece que te estás excediendo. ¿Qué dices? Es suficientemente
triste ser una viuda: una persona de bajo nivel social, pobre y sin entradas.
Nosotros ayudamos a las viudas porque somos gente compasiva. ¿Pero una
de Sidón? ¡No! ¡No a ella! ¿Acaso quieres implicar que gente mala como la
de Tiro y Sidón, la región de donde la malvada reina Jezabel provenía,
puede ser receptora de los favores de Dios? ¡No ellos! Y sería vergonzoso
decir que Dios pasó por alto a las viudas en Israel y eligió a “una de
afuera”.
“¡Sí! Eso es exactamente lo que estoy diciendo —declara Jesús— y
todavía no he terminado”. ¡En verdad, Dios se acerca a QUIÉN SEA y
DÓNDE SEA! En la acera donde el borracho está vomitando; en la esquina
a media luz donde una chica está buscando su próximo cliente, o aun en
lugares más oscuros, como algunas iglesias frías donde la gente cree que es
tan buena que no necesita un Salvador sino una medalla. Dios siempre está
tratando de anunciar las buenas nuevas a los pobres, así que enviará a sus
agentes a cualquiera que esté en necesidad; a cualquiera cuya sola
recomendación frente a Dios es que no puede reclamar su favor.
“Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero
ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio” (S. Lucas 4:27). Esta
es otra historia fascinante (Puedes encontrarla en 2 Reyes 5:1-19; espero
que puedas tomar un momento para leerla). ¡Sí, nosotros sabemos quiénes
son los leprosos! ¡Están en el peldaño más bajo de la escala social y
religiosa! ¡Tenemos algunos aquí en Nazaret! ¡Pobre gente: malditos y
solitarios! Pero este sirio incircunciso… ¿Cómo podría Dios acercarse a él
y limpiarlo? ¿Cómo pueden las “buenas nuevas a los pobres” incluir a estos
miserables y extraños? ¡No a ellos, Jesús, hijo de José! ¡No a ellos!
Sin embargo, todo lo que él decía era demasiado claro, demasiado
transparente, ¡demasiado evidente! ¡Ya basta! Y aunque era sábado, y
aunque ellos eran gente buena que asistía a la iglesia, hay tiempo y ocasión
para la “santa ira”, y decidieron llevarlo “hasta la cumbre del monte… para
despeñarlo” (S. Lucas 4:28, 29). Pero él era un Dios demasiado grande
para sus mentes pequeñas.
Los seres humanos pueden demorar pero no pueden frustrar los
propósitos de Dios. Todavía no era el tiempo para que Jesús muriese, así
que él “pasó por medio de ellos, y se fue” (vers. 30). Su ministerio sería
marcado por la hostilidad, no solo al comienzo sino al final. Sería un alto
precio el que se pagaría con la sangre de Jesús; porque la libertad, la
emancipación y la liberación en verdad tienen un precio…

¡Libertad para TODOS!


Sentí una gran emoción en mi corazón al caminar la corta distancia que
separaba mi hotel de la Campana de la Libertad. Estaba en Philadelphia,
Pennsylvania, participando de reuniones académicas, y esta era mi
oportunidad de ver por mí misma lo que había escuchado e incluso
enseñado por años.
Ocurre que al estudiar el primer discurso público de Jesús en S. Lucas 4,
y la cita bíblica a la que él hace referencia en Isaías 61:1, 2, aprendí que
esta declaración de Isaías se refiere al año del jubileo que se registra en
Levítico 25:8-55. Este era el año agradable del Señor, que ocurría una vez
cada cincuenta años, siete veces siete años (cuarenta y nueve años), cuando
los esclavos eran liberados, las deudas canceladas y las propiedades
devueltas a su dueño original. Si alguien tenía un pariente cercano redentor
(Goel), esa liberación podía ocurrir en cualquier momento si ese pariente
de sangre pagaba el rescate. Pero si este no era el caso, el Pariente
Redentor Celestial, Yahweh, entraba en escena cada cincuenta años. En el
Día de la Expiación sonaba fuertemente la trompeta hecha de un cuerno de
carnero (ver Levítico 25:8, 9), y todos eran liberados (en las Escrituras
judías, el número siete siempre significaba redención y libertad). En ese
sábado especial en Nazaret, Jesús estaba proclamándose a sí mismo como
el verdadero Jubileo, el comienzo del tiempo de salvación. Él era el Agente
mediante el cual los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos
recibirían las verdaderas buenas nuevas de emancipación y liberación.
Cuando se establecieron los fundamentos de los Estados Unidos de
América, el sueño era que fuera “Tierra de libres”; que todos pudieran
gozar de libertad e independencia. Se me había dicho que la cita de
Levítico 25:10 estaba grabada en la Campana de la Libertad como un
recordatorio de ese sueño: “Y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus
moradores”. ¡Por eso es llamada la Campana de la Libertad! Porque
proclama libertad a todos los moradores de la tierra.
Apenas podía contener mi ansiedad. Después de visitar el pequeño
museo, finalmente estaba de pie frente a la impresionante campana
quebrada. Quedé en silencio mientras examinaba cada centímetro de esa
parte de la historia. Y allí estaba la cita bíblica: LEV. XXV:X ¡Era verdad!
¡Libertad para todos! Era el sueño, la promesa y la esperanza.
Así ocurría también en Levítico, en Isaías y en Nazaret. Así también
ocurre hoy. Con la diferencia que no es más un sueño, una profecía o una
esperanza: ES UNA REALIDAD. TODOS están incluidos en la invitación,
no importa de dónde vengan, o cómo luzcan, o qué ropas estén usando (ya
sean propias o de la sociedad Dorcas), ni el acento que tengan. Jesús ha
quebrado todas las barreras. No hay “extraños” en el reino de Dios. ¡Yo he
sido liberada porque Jesús es mi Jubileo!
Si no lo has hecho todavía, acepta a Jesús como TU Salvador. Y si lo has
hecho, pero todavía estás cargando con la culpa y la vergüenza del pasado,
deja tu carga ¡y acepta la liberación que él te ofrece! ¡Es la realidad!
Aunque no lo merecemos de ninguna manera, el favor de Dios mediante
Jesucristo, nuestro Jubileo, ¡puede ser TUYO! ¿Qué te parece si celebramos
juntos? Exclamemos en alta voz las siguientes frases, destacando cada una
de ellas:

¡Es verdad!
¡Somos libres!
¡Jesús es nuestro Jubileo!
Salvación para los
“desechados”

¿T ehumanos
has dado cuenta que cuando se trata de sufrir, todos los seres
están en el mismo nivel? El rico, el famoso, el pobre, el
intelectual, el profesional, el obrero, todos están en igualdad. Cuando la
enfermedad golpea a la puerta, todas las diferencias políticas, religiosas y
sociales desaparecen, y allí estamos todos, en la sala de espera del mismo
hospital, haciendo justamente eso… esperando. Todos necesitamos y
deseamos sentirnos bien y con salud. Sea que tengamos o no tengamos
dinero, todos tenemos un anhelo que Dios ha impreso en nuestra alma: el de
gozar de calidad de vida.
Mi familia recibió buenas noticias esta semana; muy buenas noticias.
Permíteme explicarte. Hace unos tres años, mi madre fue diagnosticada con
cáncer. Después de varios meses difíciles que incluyeron cirugía,
quimioterapia y radiación, el cáncer había desaparecido. Sin embargo le
esperaba un largo y tedioso tiempo de recuperación. Realmente admiro a mi
madre; ella pasó por todo este proceso con la mejor disposición. Enfrentó
procedimiento tras procedimiento y tratamiento tras tratamiento aferrándose
de su fe en Dios. Nunca se extinguió la llama de su espíritu; por el
contrario, en medio de todo esto, ella nos hacía reír con sus bromas y
expresiones cómicas. ¡Tengo fotos para probarlo! Esperábamos que ya
hubiese pasado lo peor… pero hace cuatro meses descubrieron algunas
manchas en sus pulmones, y después de una biopsia los doctores
determinaron que se trataba de una metástasis del mismo cáncer que había
tenido antes. Obviamente estas no son buenas noticias.
Así que acudimos a la institución más especializada que pudimos
encontrar. Aunque no hay dinero ni seguro médico que pueda comprar la
salud, haces lo mejor que puedes, te sometes al cuidado divino y le pides a
Dios que te cure si esa es su voluntad. En esa institución hallamos un
médico experimentado y compasivo. Mi madre no era un número más para
él, sino una persona que necesitaba esperanza. Se tomó el tiempo para
explicarle a mis padres todas las opciones y respondió a todas sus
preguntas, y entonces les dijo cuál era su opinión y su manera de pensar en
cuanto a la forma de proceder. Mis padres estuvieron de acuerdo. El doctor
recomendó que ella tomara diariamente ciertas píldoras que estaban
diseñadas para inhibir el cáncer. Si después de varias semanas el cáncer se
había reducido, entonces podría evitar la quimioterapia. Así que había que
esperar…
El día llegó. Análisis de sangre, rayos X, visita al doctor, todo el mismo
día. Yo estaba en mi oficina esperando la llamada de mi madre. Entonces
sonó el teléfono. “Alabado sea el Señor —dijo ella—. ¡El cáncer se ha
reducido!” El doctor les mostró las radiografías: los pequeños tumores se
habían contraído y no habían aparecido nuevos. El médico expresó gran
optimismo y todos nosotros alabamos a Dios llenos de esperanza.
¡ESPERANZA! ¡Qué palabra tan maravillosa! ¡Todos necesitamos
esperanza! Pero ¿qué haces si se te ha terminado la esperanza? ¿Si el plan
A, el plan B y el plan C han fallado?
En este capítulo analizaremos la historia de dos personas que llegaron al
fondo. No tenían más opciones y necesitaban esperanza. Una de ellas era
una persona conocida y de alto nivel en la sociedad. La otra no tenía nada:
ni dinero, ni posición social, ni nombre, y estaba sufriendo de una larga
enfermedad. Era una mujer desechada y solitaria. ¿Cómo trató Jesús a
aquellos que sufrían ese grado de desesperación y desesperanza?
Permíteme adelantarte algo: Les dio mucho más que salud…

Un hombre importante
El capítulo 8 de San Lucas, comenzando con el versículo 22, nos conduce
a un “crescendo” en relación con la autoridad de Jesús: primero su poder
sobre la naturaleza; después, su poder sobre las fuerzas del mal; en tercer
lugar, sobre la enfermedad, y finalmente sobre la muerte. Jesús había estado
en territorio “inmundo” —tanto geográfica como ritualmente— entre
tumbas, demonios y cerdos (S. Lucas 8:26-39). Al regresar Jesús “del otro
lado”, un hombre judío lo detiene. Este hombre no era un judío común: ¡No
señor! ¡Era un hombre importante, respetable y de buena reputación!
Inmediatamente se nos da su nombre: Jairo (vers. 41). Sabemos bastante
acerca de él: es un hombre y tiene un nombre, ¡y algo más! “Era principal
de la sinagoga” (vers. 41). ¡Hagan lugar! ¡Déjenlo pasar! Este hombre era
la clase de judío que era considerado un hombre importante. Normalmente
había un solo dirigente o principal en la sinagoga y era responsable de
varias actividades: mantener el orden, asignar a los participantes y
asegurarse que los servicios se condujeran adecuadamente. Como dije
antes, este era un hombre importante. Seguramente conoces esta clase de
gente: pueden llegar tarde a cualquier ceremonia porque tienen los asientos
reservados, tanto para la ceremonia como para el banquete que le sigue, y
hasta pueden tener sus nombres inscritos en el programa. Pueden ser
admirados o despreciados, pero de cualquier manera son importantes.
Pero ese día, Jairo se está comportando de una manera inusual para un
hombre de su categoría: “Postrándose a los pies de Jesús, le rogaba que
entrase en su casa” (vers. 41). ¡Qué escena tan extraña! Este hombre,
postrándose humildemente a los pies de Jesús, no solo mostraba su total
sumisión sino que declaraba públicamente su desesperada necesidad de
Jesús. Todos estamos en el mismo nivel cuando el sufrimiento llama a
nuestra puerta. Jairo ya no está preocupado por su honor; todo lo que desea
es que su pedido sea concedido. Le ruega a Jesús que vaya a su casa. Pedía
para su hija. Creo que su disposición a humillarse en verdad revela cómo el
honor, que era uno de los valores principales para la sociedad mediterránea
del primer siglo, se torna secundario cuando se trata de salvar a un hijo.
Algunos, con gran celo religioso, se tornan críticos y duros cuando se trata
de los hijos de otros… hasta que sus propios hijos están en problemas.
Entonces piden que se los trate con misericordia y gracia. Me alegra que
Dios es siempre el mismo: sus brazos siempre están listos para recibir y sus
labios siempre están listos para expresar palabras de gracia para los que lo
necesitan.
Pronto descubrimos la razón de la desesperación de Jairo: “Porque tenía
una hija única, como de doce años, que se estaba muriendo” (vers. 42).
¡Una hija única! ¿Qué haría un padre desesperado por su hijo único? Yo sé
lo que haría; yo soy hija única. Puedo recordar la desesperación de mis
padres en muchas ocasiones. He tenido asma desde que era una niña
pequeña y las medicinas para el asma no eran tan avanzadas como lo son
ahora. Todavía recuerdo ocasiones cuando no podía respirar y mis padres
me llevaban apresuradamente al hospital, cruzando la ciudad en nuestro
pequeño automóvil. Dejaban cualquier cosa que estuvieran haciendo para
llevarme. Me acuerdo especialmente de una de esas ocasiones: era la hora
de mayor tránsito, las calles estaban congestionadas, y mi padre encendía
constantemente las luces mientras hacía sonar la bocina, y mi madre agitaba
frenéticamente los brazos por la ventana. Para el momento cuando llegamos
al hospital, mi cara se estaba poniendo azul. Un padre hace cualquier cosa
para salvar a un hijo. ¡Cualquier cosa!
La pequeña hija de Jairo se está muriendo; apenas tiene doce años. Y
aunque las mujeres no eran realmente estimadas en esa sociedad, Jairo hace
todo lo que puede hacer para salvar a su hijita. Pero se le están terminando
las opciones… Esta es su última esperanza de salvar a su niña de doce
años… ¡Vamos Jesús! ¡Apresurémonos! ¡Tenemos que llegar a tiempo! ¡Su
cara se está poniendo azul! Pero “la multitud le oprimía” (vers. 42).

Una mujer desechada


Todos esperaban que Jesús fuera inmediatamente para ayudar a este
hombre importante. Después de todo, él había dedicado su vida a la
iglesia. Así que se nos dice que sin demora Jesús “iba” hacia la casa (vers.
42). De repente se produce una interrupción; una interrupción terrible y
fuera de tiempo. ¡Y para peor, una mujer! Una mujer desechada y enferma,
que había estado sangrando por doce años. Y el narrador, en lugar de
finalizar la historia de Jairo y hacernos saber lo que ocurre, ¡comienza otra
historia!
Esta estructura narrativa, usada comúnmente en el primer siglo, se
denomina intercalación. El narrador elige comenzar una segunda historia
antes de terminar la primera. Si hiciéramos un gráfico de esa estructura,
sería algo así:

Este formato narrativo era usado cuando ambas historias debían ser
interpretadas en conjunto. Pero, ¿qué podían tener en común estas dos
historias? Es un hecho bien conocido que Lucas presenta historias de
mujeres y hombres en paralelo (como lo vimos en el primer capítulo de este
libro). Jairo y la mujer enferma forman uno de esos pares. Aparte de esto,
la intercalación parece no tener mucho sentido… ¿O será que lo tiene?
¿Hay algo en común entre este hombre importante y la mujer desechada?
Aunque las intercalaciones están presentes en otros Evangelios, Lucas
presenta estas dos historias paralelas de una manera más impactante.
Mediante la elección de palabras, temas y términos, él destaca lo que
ambas historias tienen en común. Porque todos estamos en el mismo nivel
cuando se trata de sufrir… y de nuestra necesidad de Jesús; nuestra
desesperada necesidad de Jesús.
Volvamos a nuestros relatos. Se nos dice que la procesión hacia la casa
de Jairo es interrumpida ¡por una mujer “impura”! La última declaración de
la historia previa nos presenta tres importantes elementos: Jairo tenía una
hija (única hija) que tenía doce años y se estaba muriendo. Cuando el
narrador hace la transición a la nueva historia intercalada con la original,
comenzamos a ver que hay mucho en común entre ambas. “Pero una mujer
que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado
en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada” (vers.
43). ¿Alguien dijo doce? ¿Doce años? ¿Quiere decir que esta mujer había
estado enferma por la misma cantidad de años que la hija de Jairo había
estado viva? ¿El mismo período? La diferencia era que esta mujer no tenía
un hombre importante que se preocupara por ella: ni padre, ni esposo, ni
consejero, ni maestro… nadie. Ella es un buen ejemplo de “pobre” en
Lucas, porque “pobre”, en los ojos de esa sociedad, era un término para
definir a los que estaban excluidos, los que estaban fuera de los límites de
las bendiciones de Dios, los que no eran honorables ni tenían una posición
social. Esta pobre mujer estaba completamente desechada: una mujer
enferma de una terrible enfermedad que la hacía social y ritualmente impura
(ver Levítico 15:19-33). ¿Qué podría haber sido peor que eso?
Ella había sido excluida de su comunidad durante doce años. Ningún
hombre podía tocarla (ni social ni sexualmente). No podías invitarla a una
cena en tu casa. Tampoco podía entrar en la sinagoga. Y lo peor de todo,
parecía no tener más opciones para recuperarse. Ahora estaba sin ayuda y
materialmente empobrecida porque había gastado en doctores todo lo que
tenía. Es comprensible que Lucas, el médico, limite sus críticas a la
profesión médica; pero Marcos no tiene reparos en remarcarlas: “Pero una
mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, y había
sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada
había aprovechado, antes le iba peor” (S. Marcos 5:25, 26).
Vemos que hay mucho en común entre esta mujer y la hija de Jairo: ambas
son mujeres, ambas están muriendo, ambas están en circunstancias
desesperantes, ambas cumplen un periodo de doce años. ¿Cuál es la
principal diferencia? La mujer no tenía un papá importante para hablarle a
Jesús en su favor. Tenía que hacerlo ella misma; era su última esperanza…
Así que resuelve atravesar todas las barreras, cruzar todos los límites
sociales y rituales, dejar de hacer lo que era apropiado, y ¡hacer lo
IMPENSABLE!

El TOQUE de la “intocable”
Alguna vez le has preguntado a Dios: ¿Tienes algo para mí? ¿Alguna vez
has sentido que Dios manifiesta su poder y tiene tiempo para otra gente más
importante pero no para ti? Cuando escuchas testimonios de sanidades y
liberaciones milagrosas, ¿te preguntas si alguna vez te ocurrirá a ti? Esta
mujer se lo había preguntado.
Jesús estaba en camino hacia la casa de Jairo cuando ella resolvió hacer
su último intento. Tal vez él podría hacer algo por ella mientras iba en
camino a cumplir un importante pedido. Debido a que durante doce años no
había sido bienvenida en ninguna parte sino que había sido rechazada por
todos, se había tornado experta en evitar ser identificada; sabía cómo actuar
para no llamar la atención sobre sí misma. Podemos decir que tenía un
“doctorado” en hacerse invisible… ¿Te ha ocurrido a ti? ¿Te ha ocurrido en
la iglesia o en el trabajo con tus colegas, que pasas alrededor de ellos sin
identificarte porque no quieres que te hagan muchas preguntas sino que
prefieres mantenerte incógnito? Normalmente ocurre porque tememos que
nadie nos va a comprender; y si nos comprenden, igual nos van a rechazar.
Esta mujer, intocable y desechada, “se le acercó por detrás y tocó el
borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo de su sangre” (S. Lucas
8:44). ¿Qué? ¿Qué fue lo que hizo? ¡Cómo se atreve! ¿No sabe que está
haciendo a Jesús impuro? ¡Le está pasando su impureza al Maestro! ¡Ahora
sufrirá las consecuencias! ¡Jesús, mejor enséñale a comportarse! Pero,
¡espera!… Jesús está hablando: “¿Quién es el que me ha tocado?” (vers.
45). ¿Ves? ¡Te lo dije! Ahora se le dará públicamente una clase de cómo
comportarse apropiadamente en un ambiente socio-religioso… Al menos
eso es lo que ella piensa.
¡Ha hecho lo impensable! La mujer intocable, a quien no se le permite
tocar o ser tocada (ver Levítico 15:19-33), ¡ha TOCADO a Jesús, y él
desea saber quién lo ha hecho! El verbo tocar se transforma en una palabra
central en la historia porque varios la repiten: Ella tocó… Jesús pregunta:
“¿Quién me ha tocado?”… Pedro dice: “Todos”… “¡No —dice Jesús—
alguien me ha tocado!” Finalmente, la mujer le dice por qué lo había
tocado (S. Lucas 8:44-47). Tocar, tocar, tocar, tocar. Es comprensible que
todos nieguen haberlo hecho, incluyendo la mujer; en el caso de ella, por
temor. Sin embargo Jesús tiene tanto más que ofrecerle. Ya ha sido curada,
pero Jesús quiere también sanar su alma; quiere darle plenitud; quiere darle
dignidad y restituirla públicamente en la sociedad.
“Entonces, cuando la mujer vio que no había quedado oculta [o sea,
había sido descubierta], vino temblando, y postrándose a sus pies, le
declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo
al instante había sido sanada” (vers. 47). ¡Cuánto se incluye en tan pocas
palabras! Primeramente, ella parece haber perdido su capacidad de hacerse
invisible: ¡Jesús la DESCUBRE! Tampoco tú pasas desapercibido; Jesús
nota cada lágrima, cada pensamiento, cada oración. Aun si la multitud no te
ve, ¡él sí! En segundo lugar, ella viene temblando; tiene miedo… piensa
que Jesús la va a condenar. ¡Cuántas veces vemos a Dios de esa manera,
pensando que él se ha rodeado de barreras y condiciones, cuando éstas han
sido impuestas por los mismos seres humanos! Nos imaginamos que él nos
va a pedir que nos lavemos el rostro y nos libremos de nuestras impurezas
antes de allegarnos a su presencia. Pero definidamente ese no es el cuadro
bíblico de Dios. Él es un Padre amante, que espera desesperadamente que
sus hijos retornen al hogar, aunque estén cubiertos de barro… o de sangre.
Entonces ella se postra a sus pies (vers. 47). ¡Igual que Jairo! El hombre
importante y la mujer desechada están en la misma posición a los pies de
Jesús. Nuestra necesidad nos coloca en el mismo nivel. ¡Estas dos historias
tienen mucho más en común de lo que habíamos pensado! ¡Y todavía hay
mucho más! Frente a todo el pueblo ella declara la razón por la que se
había comportado de una manera social tan extraña, su constante
enfermedad y el resultado de su acción: ¡Había sido sanada! ¡Oh, Jesús!
¿No podrías haberle evitado su vergüenza? ¿No podrías haberla llamado
aparte para preguntarle en privado a fin de que no tuviera que sufrir las
miradas de todo el pueblo y ser avergonzada públicamente? “Oh, mi
querida hija —me respondería Jesús—, realmente no me comprendes,
¿verdad? ¡Yo tengo una sorpresa para ella! ¡Quiero darle mucho más de lo
que ella se imagina, y quiero que todos sean testigos de ello!”

¡Tu Papi está aquí!


“Y él le dijo: Hija…” (vers. 48). Hija… ¡HIJA! ¡No creas que porque
estoy en camino para sanar a la hija de Jairo, no tengo tiempo para MI
PROPIA HIJA! ¡Tú eres mi hija amada! ¡Te doy la bienvenida a mi familia;
tú eres mi niñita!
Esta es la única historia en los cuatro Evangelios en la que Jesús se
dirige a una mujer en términos de hija. ¡Ella tiene ahora una nueva identidad
y una nueva dignidad! ¡Es la hija de Jesús y él le dedica a ella su tiempo y
su poder! ¡No es más una desechada! ¡Es la hija del Rey! Y él le dice:
“Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz” (vers. 48). Es en ese momento que
Jesús la restituye a la sociedad y la acepta dentro de su propia familia.
¡Tiene una nueva tarjeta de identidad! Ya no es más “una nadie”. Ahora es
incluida, amada y salvada. Su fe la llevó a tocar a Jesús para recibir
sanidad física, pero recibió de él mucho más. Recibió plenitud, recibió
bienestar, recibió salvación. Y con su nueva identidad también recibió una
nueva condición: ¡PAZ! “Ve en paz”, Papi está aquí.
Ahora tenemos dos historias con dos hijas y dos padres. Casi nos
habíamos olvidado de la hija de Jairo. El siguiente texto nos recuerda que
aun debemos escuchar el final de la primera historia. No te olvides que
para interpretar estas dos historias en conjunto debe haber mucho en común
al hacer nuevamente la transición al relato anterior. “Estaba hablando aun,
cuando vino uno de casa del principal de la sinagoga a decirle: Tu hija ha
muerto; no molestes más al Maestro” (vers. 49). Se subraya tu, porque
ahora hay dos hijas. Y la hija de Jairo está muerta. Estamos felices porque
la hija desechada ha sido restituida, ha sido sanada, ha sido salvada y ha
encontrado una nueva familia. Pero para lograrlo ha interrumpido un
importante viaje, y ahora la otra hija está muerta.
Cuando Jesús escucha la noticia, se vuelve hacia Jairo y le recuerda ¡que
hay suficiente para ambas hijas! “No temas; cree solamente, y será salva”
(vers. 50). En griego, la palabra fe y la palabra creer tienen la misma raíz;
son términos “análogos”. Jesús le dice a Jairo que si tiene fe, su hija
también estará bien. Si él tiene la misma fe que tuvo la mujer desechada, ¡su
propia hija también será sanada y salvada! ¡Sí, hay suficiente para todos!
Aun para ti y para mí…
Finalmente Jesús llega a la casa de Jairo. Entra con tres de sus discípulos
y los padres de la niña (vers. 51). Jesús les ofrece la perspectiva celestial
de la situación: Para él, la niña solo duerme; es una condición transitoria
(vers. 52). Pero aquellos que se lamentaban por su muerte comienzan a
reírse y a burlarse de Jesús. Esta escena es muy reveladora porque destaca
las dos únicas respuestas a la percepción divina de la realidad: o crees,
aunque no siempre comprendas, o te burlas y ridiculizas la perspectiva
divina. Por eso Jesús le recordó a Jairo, “no temas” sino “cree solamente”
(vers. 50). ¡Las opciones son fe o temor! ¡Ojalá siempre elijas la fe sobre
el temor! Siempre cree; no por la ausencia de problemas sino por la
presencia de Cristo.
Una vez más, Cristo toca la “intocable”; toca un cadáver que lo haría a él
“impuro”. Pero en lugar de que eso ocurra, ¡su toque le da vida a la niña!
(vers. 55). No tengas miedo de venir a Jesús tal como estás, no importa
cuán “impuro”, “desechado” o “muerto en tu interior” te sientas. No lo
ensuciarás a él; por el contrario, él te limpiará. “Mas él, tomándola de la
mano, clamó diciendo: Muchacha, levántate. Entonces su espíritu volvió, e
inmediatamente se levantó; y él mandó que se le diese de comer. Y sus
padres estaban atónitos…” (vers. 54-56). ¡ATÓNITOS es poco decir!
¡Deben haber estado gritando y llorando y danzando y celebrando por toda
la casa! Jesús les recuerda que deben darle de comer, no solo porque ella
debía fortalecerse sino porque compartir alimentos era un símbolo de su
restitución a la familia. Y allí está nuevamente la hijita de Jairo.

Hijos de Dios
¡Estas historias tienen en común mucho más de lo que nos habíamos
imaginado! Tanto el hombre importante como la mujer desechada se
postran a los pies de Jesús. Hay dos hijas, con doce años de proceso,
ambas en circunstancias desesperantes, y ambas son salvadas por el toque
de Jesús. Por las leyes de esa sociedad, ambas eran impuras (una enferma,
la otra muerta), no obstante, Jesús las toca ¡y ambas reciben mucho más que
la salud física!
Tal vez hoy te sientes sin saber qué hacer; te sientes desechado o
desechada, sin nadie que se preocupe de ti ni te comprenda. Enfermedades
sin fin, tanto en lo emocional como en lo espiritual y lo físico, te han
quitado la energía y te han llevado al borde de la desesperación. La noticia
más grande que tengo hoy para ti es que ¡JESÚS TE HA NOTADO! ¡Te
llama HIJA o HIJO! ¡Y te invita a ser parte de su familia! “Mirad cuál amor
nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan
3:1).
Dios sabía exactamente cómo se sentía Jairo. El hecho es que él también
tenía un Hijo único (ver S. Juan 3:16) que estaba muriendo. Excepto que no
había nadie que rescatara al Hijo de Dios, porque él moría con un
propósito: restablecer nuestro lugar en su familia. ¡Y lo hizo! ¡Nuevamente
somos sus hijos! Pronto nos llevará a su hogar con él, para nunca más sufrir,
ni llorar, ni lamentar una muerte (ver Apocalipsis 21:4). Mientras tanto,
cree en él, tócalo con tu mano de fe, y verás cómo te da plenitud, dándote
mucho más que la salud física (aunque también agradezco que muchas veces
elige hacer esto último). ¡Pero lo más importante es que te salvará y te dará
PAZ! ¡Y lo hará ahora!
Leamos juntos la realidad de nuestra nueva identidad: Somos hijos de
Dios. Llena los espacios en blanco con tu nombre:

“Mira cuán grande amor le ha dado el Padre a


____________________ que _______________________ pueda ser
llamado/a hija (o hijo) de Dios”.

¡Sí, eso es LO QUE SOMOS! Esta es nuestra identidad. La salvación es


para TODOS, incluyendo a los que son desechados por su familia, su
iglesia, su lugar de trabajo o su círculo social. ¡Dios no nos trata así! ¡Para
él tú eres SU HIJO o HIJA! ¡Aleluya!

¡HIJA! ¡HIJO! ¡Ve en PAZ! ¡Papi está aquí!


Salvación para los “indignos”

é que muchas veces, durante mis años juveniles, no merecí la bondad


S de mis padres, y no obstante, ellos siempre fueron compasivos y
amantes conmigo. Recuerdo especialmente una ocasión… Pero antes de
compartir ese incidente, déjame decirte algo acerca de mi madre: ella es
muy habilidosa con sus manos. Con unas pocas flores puede hacer un
arreglo floral de alto precio. Hace esculturas en madera, en cerámica y en
otros materiales. Trabaja hábilmente con la máquina de coser y es una
artista para dibujar y pintar. Siempre me sorprende con sus creaciones.
Trabaja en el jardín, corta el cabello… en fin, ya captas la idea. Ella es
EXTRAORDINARIA en las artes manuales.
Un día, siendo yo una adolescente, pensé que podría hacer algo por mí
misma, tan bien o mejor que con la ayuda de mi mamá. Decidí cortarme el
cabello sola. Me encerré en el baño y comencé la tarea. Pero muy pronto
experimenté lo que en psicología se conoce como “intensificación de
compromiso”. Comprendía que algo andaba mal, pero como ya había
invertido energía y orgullo en el proyecto, decidí seguir adelante y tratar de
arreglarlo. El caso es que las cosas iban de mal en peor.
¿Te ha ocurrido alguna vez? Te das cuenta que vas por la dirección
equivocada, pero debido a que ya invertiste dinero, tiempo, talentos y
honor, decides seguir en el mismo curso de acción e invertir aun más,
aunque obviamente no estás avanzando.
Muy pronto comprendí que me había metido en un grave problema.
Trataba de arreglar el lío que había producido en mi cabeza, pero se me
estaba terminando el cabello que intentaba emparejar. Me quedaban unos
pocos centímetros; mucho menos de lo que había imaginado cuando
comencé mi aventura, ¡y estaba todo desparejo! Fue entonces cuando
comprendí que probablemente me convenía buscar a mi madre, pedirle
perdón por haber rechazado su ayuda, y ofrecerme como su esclava de por
vida (estoy bromeando), si tan solo ella podía lograr que me viera
nuevamente como una persona normal, aunque parecía que ya no habría
remedio.
Salí del baño con una tijera y una cara que mostraba toda mi
desesperación. ¡Mi madre tenía todo el derecho de rechazarme y hacerme
vivir con las consecuencias de mis acciones! Pero ella me pidió que me
sentara en una silla de la cocina, y con amor y mucha habilidad dedicó un
largo, largo tiempo, tratando de devolverle alguna respetabilidad al poco
cabello que me quedaba. Finalmente terminé con un estilo de cabello lindo
y muy cortito y con el alma agradecida. Después de volver a la “tierra de
los vivientes”, nos fuimos a celebrar mi “nuevo look”.
A veces nuestros errores son mucho más grandes que un corte de cabello.
En muchas ocasiones puede parecernos que ya hemos cruzado el punto sin
retorno. Hemos rechazado la ayuda ofrecida y de repente nos encontramos
en lugares o situaciones en que nunca imaginamos que iríamos a parar: un
sitio pornográfico en Internet, un lugar dudoso de masajes, un romance
secreto, una bancarrota, una adicción, un embarazo sin estar casada, un
aborto, un crimen, durmiendo en la calle o en cualquier otra situación
desesperada. Sabemos que por haberla rechazado antes, no merecemos
ninguna ayuda, compasión o restauración. Nos encontramos en el mismo
fondo del abismo y sabemos que tenemos que tomar una decisión:
¿Regresaremos a Dios? ¿Podrá aun salvarnos? ¿O nos dirá, “te lo dije”?
Quizá pensamos que de ahora en adelante podemos “hacer algo” por
nosotros mismos para salvarnos. ¿Cómo podemos convencer a Dios que nos
ayude aunque no lo merecemos?
Si te estás haciendo este tipo de preguntas, por favor continúa leyendo,
ya que exploraremos dos de las narraciones más sorprendentes y que
encontramos solamente en el Evangelio de Lucas. Primeramente, la
parábola acerca del amor de un padre amante por su hijo indigno, conocida
como la parábola del hijo pródigo. Y entonces analizaremos en detalle el
relato de un hijo pródigo en la vida real, la forma en que Jesús lo trató
cuando él decidió pedir ayuda, y lo que el amor de un Padre es capaz de
hacer…

La parábola del hijo indigno


En respuesta a una acusación de los fariseos y los escribas, Jesús les
relata tres de las más famosas parábolas de la Biblia. La acusación era:
“Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos” (S. Lucas 15:2,
versión NVI). En el versículo anterior se nos dice que los publicanos y
pecadores se acercaban a Jesús para oírle, y en lugar de alegrarse por la
respuesta de “los perdidos”, comenzaron a murmurar. De hecho, en el
Evangelio de Lucas usualmente se encuentra a los líderes religiosos
murmurando en lugar de unirse a las celebraciones. El problema principal
respecto de los “pecadores” es que no se los podía integrar a la compañía
de aquellos que se consideraban a sí mismos “justos”. Pero parece que
Jesús constantemente ignora las barreras éticas y rituales de su tiempo e
insiste en recibir a los temerosos, a los marginados, a los extraños, a los
desechados y a los indignos; en otras palabras, a los “pecadores”. ¡Él
trataba a los que eran considerados impuros y de bajo nivel social como si
fueran aceptables! ¡Y el caso es que él realmente los aceptaba (y aun hoy
los acepta)! Comía con ellos como una señal de inclusión en su familia.
Entonces Jesús procede a contar tres parábolas que van aumentando en
valor emocional. Primeramente relata la historia de una oveja perdida, en
un rebaño de cien. Después cuenta de una moneda perdida, de diez en total
que tenía una mujer. Son parábolas fascinantes que explican cómo trata
Dios a los perdidos. Espero que tengas un momento para leerlas en detalle
(S. Lucas 15:3-10). Al final de cada parábola, hay una gozosa celebración
porque lo que se había perdido es hallado.
La tercera parábola que Jesús relata es la historia culminante del hijo
perdido, que no es uno entre cien ni uno entre diez, sino uno de dos. Por
más apreciadas que una oveja o una moneda puedan ser, un hijo es para un
padre de un valor inmensurable. Y así es como comienza esta parábola (una
historia metafórica que explica un punto principal). “Un hombre tenía dos
hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los
bienes que me corresponde; y les repartió los bienes” (vers. 11, 12). Estas
primeras frases nos dicen mucho…
Después de la muerte del padre, el hijo menor hubiera recibido una
porción de la herencia, aunque no tan grande como la del hermano mayor.
¡Pero en este caso, el menor hace su pedido antes de que el padre muera!
En otras palabras, su pedido dice: “¡Desearía que estés muerto!” ¡Qué
insolencia! De hecho, con este pedido, el hermano menor está rechazando a
su padre y a su familia. El padre, que sabe que no puede haber amor donde
no hay libertad, “repartió los bienes” (vers. 12), lo que significa que los
dos hijos recibieron su parte. De aquí en adelante, no escucharemos del hijo
mayor hasta más tarde en la historia. El menor, creyendo que conoce mejor
que nadie cómo vivir la vida, comienza un viaje en el cual la infamia irá “in
crescendo”. Primero, pide que la herencia esté a su disposición; después
abandona el hogar, y finalmente, malgasta todo lo que ha recibido. Se fue a
vivir como un gentil (como un no judío en una provincia apartada), “allí
desperdició sus bienes viviendo perdidamente” (vers. 13) y gastando su
dinero con prostitutas (vers. 30). Pero en ese país lejano, él también
experimentó una “intensificación de compromiso”. Había invertido
demasiado y había ido demasiado lejos. Su honor estaba en juego y le
parecía que ya no podía retroceder. Así que trata de arreglarlo él mismo
como puede (con el poco “cabello” que le queda). Entonces se produce
“una gran hambre” (vers. 14). Toca fondo, y al no tener nada que comer, se
ofrece para el empleo de cuidar cerdos, una tarea impensable para un judío.
Tiene tanta hambre que desea poder comer lo que los cerdos comen (vers.
15, 16). ¿Te has sentido alguna vez así? ¿Has caído tan bajo o has conocido
a alguien que lo ha hecho? Todo está perdido: la familia, los amigos, el
dinero, el empleo, la dignidad. Tocaste fondo.
Entonces tiene una idea; como dirían en mi país, se le prende una
lamparita…
Él sabe que no es merecedor del amor, la compasión o la aceptación de
su padre. Pero también sabe que los jornaleros en la casa de su padre están
mejor que él, y que seguramente su padre, aunque no lo merece, tendrá algo
de compasión como para permitirle trabajar como jornalero. Así que
“volviendo en sí” (vers. 17; me encanta esta declaración, y me gustaría que
todos llegáramos a ese momento lo antes posible), tomó la decisión: “Me
levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y
contra ti. Ya no soy digno [en otras palabras, soy indigno] de ser llamado tu
hijo; hazme como a uno de tus jornaleros” (vers. 18, 19). ¡Tiene un plan! Él
necesita trabajo y su padre está empleando gente… Seguramente tendrá
suficiente compasión para permitir que este hijo indigno trabaje para él. Así
que “levantándose, vino a su padre” (vers. 20).

La parábola del padre amante


Pero mientras el hijo todavía está lejos, nos damos cuenta que esta
parábola no se refiere tanto a un hijo indigno como a un padre amante y
compasivo: “Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a
misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (vers. 20). ¿Me
estás haciendo una broma? ¡No es posible! ¡ÉL NO MERECE tal
bienvenida! El mismo hijo lo sabe y comienza a repetir su ensayada
confesión y su pedido, pero sus palabras quedan ahogadas en el abrazo del
padre y no puede siquiera completar su pedido de tener un lugar entre los
empleados de su padre (vers. 21). Y su padre aún no ha terminado; apenas
es el comienzo. ¿Te puedes imaginar la escena? Un terrateniente rico y
famoso corriendo, que se ha olvidado de su posición “honorable” y de sus
modales “respetables”, y abraza y besa a este hijo que regresa después de
haberlo avergonzado y rechazado públicamente.
Entonces este hombre poderoso comienza a dar órdenes ¡que deben ser
cumplidas inmediatamente! “Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un
anillo en su mano, y calzado en sus pies” (vers. 22). Estas tres órdenes son
registradas como actos simbólicos de restauración. El mejor vestido,
usualmente propio del padre, cubre inmediatamente la vergüenza del hijo.
El anillo, aunque no se nos dice qué clase de anillo era, probablemente era
el que se utilizaba para sellar las transacciones y negocios familiares, y era
una señal de autoridad. Algunos quizá duden que se trate de este tipo de
anillo pero esta idea concuerda con las otras dos órdenes, que tenían como
propósito restaurar plenamente al muchacho a su condición de hijo. La
tercera orden se refiere a su calzado: las sandalias. Los jornaleros no tenían
sandalias; solo los hijos las usaban. Y al darle sandalias a su hijo indigno,
el padre está haciendo una declaración clara y firme: En el reino de Dios no
hay hijos de segunda clase. De hecho, nadie merece un lugar en él; todos lo
reciben por gracia.
¡Pero hay más todavía! “Traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y
hagamos fiesta” (vers. 23). ¡Esto se está yendo demasiado lejos! ¿Hacer
fiesta? ¡Él está allí, de pie —por así decirlo, con la “tijera” en las manos,
asombrado con semejante restauración! Pero por si acaso él no entendiera
todavía lo que está pasando, ¡el padre declara públicamente que él es su
hijo! “Este mi hijo” (vers. 24). Nunca dejas de ser el hijo o la hija de tu
padre. De un esposo o esposa puedes decir: “Ahí va mi ex esposo o mi ex
esposa”, pero nunca vas a decir de un hijo: “Este es mi ex hijo” ¡No! Puede
ser que estés perdido y no lo merezcas, pero todavía eres un hijo o una hija.
“Este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y
comenzaron a regocijarse” (vers. 24). Hay muchas fiestas en este capítulo;
muchas celebraciones, mucho gozo y felicidad. No entiendo por qué algunas
iglesias confunden reverencia con aburrimiento y depresión. El cielo es un
lugar feliz y la adoración es una experiencia exuberante y hermosa. Y
cuando comprendes que aunque eres indigno, eres acepto en Cristo, ¡la
respuesta serán unos cuántos aleluyas! Y si no es así, ¡significa que todavía
no has comprendido!
La historia continúa con el hermano mayor, quien murmura como lo
hacían los escribas y fariseos al comienzo del capítulo. Era la oportunidad
que Jesús tenía de invitarlos para que se unieran a la celebración. Después
de todo, ellos eran tan indignos como el hijo menor… pero no querían
reconocerlo. Por favor, toma un momento para completar la lectura de esta
historia (vers. 25-32).
“Y bien —quizá pienses—, este es un relato hermoso y animador, pero es
solo una parábola; no es la forma en que Dios actúa en la vida real”
¿Realmente piensas así? Por favor continúa leyendo y dame la oportunidad
de cambiar tu idea. A fin de cuentas, todos necesitamos ver una luz al final
del túnel…

Un pródigo de la “vida real”


Justo cuando pensabas que solo se trata de una parábola, Lucas registra
un fascinante diálogo de la vida real que le da vida a esta parábola. Se
encuentra en S. Lucas 23:32-43.* Comencemos por el principio: Jesús
estaba muriendo en la cruz: “Llevaban también con él a otros dos, que eran
malhechores, para ser muertos. Y cuando llegaron al lugar llamado de la
Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a
la izquierda” (vers. 32, 33). Sí, Jesús fue crucificado entre dos criminales,
cumpliendo la profecía: “Derramó su vida hasta la muerte, y fue contado
entre los transgresores” (Isaías 53:12, versión NVI).
No se dan los nombres de estos criminales en la narrativa; todo lo que
sabemos es que eran malhechores. La palabra griega para “criminales”,
kakourgos, está compuesta de dos palabras: kakos (malo, maldad) y ergon
(acción, acto, obra). En el sentido más literal de la palabra, ambos eran
“obradores de maldad”, o sea, malhechores. Habían desperdiciado sus
vidas y ahora estaban recibiendo lo que merecían.
La primera declaración de Jesús desde la cruz trata del perdón: “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen” (S. Lucas 23:34). Los soldados
no sabían que estaban crucificando a su Pariente-Redentor, a su Pariente
más cercano, a su única esperanza. La gente fija sus ojos en él; pero los
gobernantes y los soldados se burlan de Jesús. Tanto romanos como judíos
se unen para escarnecerlo, cumpliendo así una profecía (ver Salmo 22:7,
8). Este es el Salmo del Justo Sufriente; léelo en su totalidad para entender
la fuerza de la declaración profética referente a su crucifixión. Jesús está
muriendo la muerte de un traidor y carga sobre sí la acusación legal de ser
“EL REY DE LOS JUDÍOS” (S. Lucas 23:38). El verbo “salvar” aparece
cuatro veces en la escena y es usado para burlarse de la aparente
incapacidad de Jesús para salvarse a sí mismo. De hecho, los que se burlan
de él emplean constantemente el mismo argumento aparentemente lógico: Si
él es el Cristo, el Elegido, el verdadero Rey de los judíos, debería poder
salvarse a sí mismo. ¡Pero la realidad es exactamente lo opuesto! La
identidad de Jesús como Rey y Salvador está entrelazada con su sufrimiento
para salvar a otros. Esa es la ironía de este diálogo: Jesús es el Rey, el
Mesías, que cumplió el propósito divino de rescatar a los hijos de Dios.
¡Ese era el PLAN! ¡Pero ninguno lo reconoce! Excepto uno…

El inesperado pedido de un hijo indigno


En medio de las burlas se escucha una voz inesperada y que contrasta con
las demás voces. Uno de los criminales se había unido con los burladores,
diciendo: “Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros” (vers. 39).
Pero el otro malhechor le responde con un reproche: “¿Ni aun temes tú a
Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente
padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; más éste
ningún mal hizo” (vers. 40, 41). Su voz, en contraste con la de los
burladores, presenta dos verdades irrefutables: los criminales están
sufriendo justamente; Jesús está sufriendo injustamente. Ellos son
culpables; Jesús es inocente. Su condena es justa; pero no así la del Justo…
Ellos son indignos de cualquier compasión.
Entonces, sin previo aviso, el hombre cuya voz disentía de las demás se
vuelve hacia Jesús ¡y le hace un pedido tan escandaloso y asombroso como
el del hijo pródigo! “¿Puedo volver al hogar y tener parte de la herencia?”
En otras palabras: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”
(vers. 42, NVI).
¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¡Tú malgastaste todo lo que se te dio,
incluyendo tu vida! ¿No te acuerdas QUIÉN ERES, dónde has estado y cuán
lejos te has ido a vivir tu vida? ¡Tú eres un malhechor! ¿Por qué tendría
que recordarte Jesús en su reino y darte una herencia? ¡La única forma en
que se te va a recordar es como un criminal notorio y un hijo indigno que
recibió lo que merecía! Bueno, antes de enojarnos más con él, tratemos de
entender su pedido.
Primeramente, el hombre indigno llama a Cristo por su nombre propio:
Jesús. No lo llama Rabí, Mesías o Señor. Lo llamó Jesús, un nombre que,
por definición, nos recuerda que “Yahweh salva” (Jesús es la versión
griega del nombre hebreo Josué). El eco del anuncio angélico resuena en
nuestros oídos: “Y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su
pueblo de sus pecados (S. Mateo 1:21). ¡El nombre con el que el criminal
se dirige a Jesús es en sí mismo un pedido de salvación!
La segunda parte del pedido incluye: “Acuérdate de mí”. Esta clase de
pedido se utilizaba regularmente para dirigirse a Yahweh en las Escrituras
judías. Cuando Yahweh se “acordaba” de alguien, no quería decir que le
había venido el nombre a su mente, sino que habría de impartir una
bendición o ejecutar una acción en su favor, de acuerdo al pacto de Dios
con su pueblo. Hay muchos ejemplos de tales pedidos a Yahweh (ver
Jueces 16:28; 1 Samuel 1:11). Así que este pedido no se dirige a Jesús para
que tenga memoria de él, sino para que actúe en su favor. Pero él es TAN
indigno…
En el Evangelio de Lucas, los pobres, los despreciados, los desposeídos,
los marginados y los indignos comprenden bien la identidad de Jesús.
Parecen entenderla mucho mejor que los líderes religiosos, puesto que los
indignos sienten su necesidad, en tanto que los que representan el sistema
religioso a menudo no la sienten. Lucas muestra deliberadamente esa
realidad en sus narraciones, presentando consistentemente a los
desposeídos y marginados con más intuición que los demás. La gente
importante, como los romanos y los líderes judíos, se habían mofado
constantemente de Jesús e incluso habían pedido que soltaran a Barrabás en
su lugar (ver S. Lucas 23:13-25). Ahora este criminal insignificante e
indigno le hace un pedido que revela una profunda comprensión de la
identidad y la función de Jesús.
La tercera parte del pedido, “cuando vengas en tu reino”, muestra que
este criminal había llegado a creer que la crucifixión no sería el final para
Jesús. Más aun, había llegado a entender que más allá de la cruz había un
reino, y que el sufrimiento de Jesús era consecuente con su realeza y no
contrario a ella. Probablemente este hombre fue el único testigo de la
muerte de Jesús que entendió que la acusación legal que había sido escrita
contra Jesús y colocada sobre la cruz era el cumplimiento de la profecía
acerca de sus sufrimientos en el acto de salvar. Pero… ¿por qué Jesús
escucharía siquiera a este hijo menor? ¿Acaso ya no le ha causado
suficiente vergüenza? A fin de cuentas, un kakourgos no merece ninguna
promesa alentadora, ¿no es cierto? Quizás… a menos que esa persona sea
tu hijo indigno… y que tú seas su padre compasivo.

La sorprendente respuesta de un Salvador amante


Jesús responde con la prontitud de un padre al pedido de un hijo
desesperado. No podía correr hacia él, ni abrazarlo ni besarlo como había
hecho el padre del hijo pródigo, porque sus manos y sus pies estaban
clavados a la cruz. Pero hizo lo mismo con palabras; con palabras
anhelantes y apasionadas: “De cierto te digo [que] hoy estarás conmigo en
el paraíso” (S. Lucas 23:43; la expresión “que” no está en el original
griego). La respuesta comienza con un “de cierto” (amén en griego),
destacando la veracidad y la importancia de la seguridad que le será dada.
Jesús continúa con “te digo”, enfocando el objeto y el sujeto de la
respuesta. En otras palabras, Jesús le está diciendo a este hombre: “Yo soy
la Fuente de seguridad y tú, mi hijo indigno, eres el receptor”.
Esta sorprendente respuesta solo aparece en el Evangelio de San Lucas,
el cual tiene como tema teológico central: Salvación para todos. Vamos a
distinguir cuatro partes de la respuesta de Jesús. Pero antes de describir las
cuatro secciones, revisemos el orden de las palabras en el griego original,
porque nos ayudará a determinar la fuerza de cada palabra en la frase. El
griego original utiliza las palabras en el siguiente orden: “De cierto a ti te
digo hoy conmigo estarás en el paraíso”.
Hoy. Jesús no quería que este hombre dudara acerca de su suerte hasta
que Jesús viniera en su reino. ¡No! Este criminal podía tener la seguridad
de su salvación HOY, en ese mismo momento, sin esperar un solo segundo
más. No necesitaba estar ansioso o incierto; podía tener la seguridad ¡hoy
mismo! La palabra hoy subraya lo inmediato de la seguridad de la
salvación mediante el ministerio de Jesús. ¿Recuerdas? “Hoy se ha
cumplido esta Escritura delante de vosotros” (S. Lucas 4:21; ver también
19:9).
Estarás. La seguridad le es dada en la segunda persona del singular y en
el tiempo futuro, ¡y es algo seguro! Estarás. No dice: puede ser o déjame
pensarlo. Ese mismo día este hijo de Dios podía tener la seguridad que
pasaría la eternidad con su Padre, y en la casa de su Padre. Ese día no era
su fin, aunque parecía serlo. Su presencia con Jesús en su reino no era una
posibilidad; ¡era una realidad! ¡Aleluya! ¿Qué más necesitamos para creer
que realmente estaremos con Jesús?
Paraíso. Jesús dijo: “Estarás en el paraíso”. ¡Paraíso! ¿Recuerdas? ¡La
habitación que Dios hizo para sus hijos! ¡El lugar que él creó para su
deleite! ¡El Jardín donde estaba el árbol de la vida! ¿Recuerdas? ¡El mismo
lugar que los hijos de Dios perdieron en la historia de Génesis 3!
¡Increíble! ¡Y este criminal es el primero al que se le promete un mordisco
del fruto del árbol de la vida! ¡Él estará en el paraíso! La palabra griega
usada para jardín en Génesis 2 y 3 es paradeisōs. (Las Escrituras judías
fueron traducidas al griego y la traducción se llamó Septuaginta o la Versión
de los Setenta. Los escritores del Nuevo Testamento, cuando hicieron
referencia al Antiguo Testamento, usaron esta traducción.) ¡Ese es el lugar!
¡De regreso con el Creador! ¡Esta es la única ocasión en los cuatro
Evangelios en que Jesús utiliza la palabra paraíso! En ese mismo momento,
al tomar sobre sí la pena de muerte que sus hijos merecían, les estaba
abriendo nuevamente el camino para volver al hogar, el camino para
retornar al árbol de la vida. Había decidido ofrecer su vida perfecta, que
ninguno de nosotros puede ofrecer, como rescate por sus hijos, ¡y ahora ya
podía prometer el paraíso! ¡Y ese hijo indigno, que estaba siendo
crucificado junto a él, fue el primer receptor de esa promesa! ¡Sorpresa! ¡El
paraíso! ¡El camino al hogar ha sido abierto! ¡Tienes herencia después de
todo!
Conmigo. Tal vez te has dado cuenta que me he saltado esta palabra hasta
ahora, y no he seguido el orden o la secuencia en el manuscrito griego.
Ocurre que en el griego, el peso del contenido está en el medio de la frase.
Quise dejar esta palabra importante y central, “conmigo”, para el final.
Jesús le está diciendo: “Todo lo que te dije es verdad, mi hijo indigno,
porque tú estarás allí conmigo. Estarás en el paraíso porque estarás
conmigo. Tienes una herencia allí, no porque eres merecedor, sino porque
estarás conmigo. El mejor vestido es MI MANTO DE JUSTICIA, que
aunque no lo mereces, lo he colocado sobre ti. ¿Entiendes? Por eso está en
el centro de mi respuesta… YO SOY tu seguridad”.
Tiene gran significado el hecho de que a lo largo de las Escrituras judías,
la muerte expiatoria y sustitutiva del Salvador haya sido ilustrada mediante
la muerte de un animal, en muchos casos un becerro o un carnero (ver las
instrucciones para el Día de la Expiación, Levítico 16:3, 6, 11, 14, 15, 18,
27). Jesús fue el sacrificio para la expiación de los pecados. El padre, en la
parábola del hijo pródigo, usa la misma palabra que se usó en el Antiguo
Testamento en griego, para referirse a los animales utilizados en el Día de
la Expiación. Se mataría al “becerro gordo” y ¡comenzaría la celebración!
¡Jesús moría para que pudiéramos tener un lugar en la casa del Padre! ¡Oh,
REGOCÍJATE alma mía! ¡Mi corazón salta de gozo al recibir una vez más
la seguridad de mi salvación mediante su sangre!

La seguridad del “conmigo”


Algún tiempo atrás un predicador narraba su experiencia en un programa
de televisión. Había sido parte de un importante grupo que acompañaba a
un personaje político-religioso de alto nivel en un viaje al Medio Oriente
para entablar importantes diálogos. Explicó quién era el personaje
importante y señaló que el resto del grupo, incluyéndolo a él, apenas era su
séquito.
Cuando arribaron al país extranjero, el narrador perdió de vista a la
persona con la que había viajado. La seguridad era tan fuerte que los
guardaespaldas del individuo mantenían a distancia a cualquier otra
persona que no fuera del grupo, y el narrador se encontraba fuera del
círculo protegido por la seguridad. El pastor se desesperó e intentó explicar
que él era parte del grupo, pero no había caso. Comenzó a temer que lo
hicieran volver a los Estados Unidos sin cumplir su cometido, porque no
estaba con el grupo protegido. En ese momento ocurrió algo que él nunca
olvidará: El personaje, que ya estaba a muchos metros de distancia, miró
hacia atrás y lo vio. Se detuvo, lo señaló y declaró: “¡Él está conmigo!”
¡Instantáneamente, el círculo de seguridad se abrió como el Mar Rojo y el
pastor caminó fácilmente por el medio! Todo porque el personaje había
dicho: “Él está conmigo”.
Un día, el criminal indigno estará caminando por las calles de oro en el
paraíso. ¡No, espera! Digamos que un día yo estaré caminando por las
calles de oro. Estoy segura que algunos se preguntarán qué estoy haciendo
allí y cómo llegué al cielo. Casi no puedo esperar a que Jesús se dé vuelta y
les diga con voz de trueno: “ELLA ESTÁ CONMIGO”. ¡Aleluya! ¡Hurra!
¡Viva! ¡Se me eriza la piel de solo pensarlo! ¿Y a ti?
Yo soy una hija indigna de Dios, pero vivo con plena seguridad de la
salvación. Él me ha abrazado, me ha besado, y me ha vestido con su manto
de justicia. Tengo sandalias en mis pies porque soy hija del Rey. He orado
la misma oración del criminal pródigo en la cruz y he recibido la misma
respuesta que él obtuvo ese día. ¡Tú también recibirás la misma respuesta!
Personalicemos el pedido, ¿te parece? Llena los espacios en blanco con tu
nombre:

“Jesús, acuérdate de mí _______________________, cuando vengas en


tu reino”.
“De cierto te digo hoy, _______________________, que tú
_______________________, estarás conmigo en el paraíso”.

Yo vivo con la paradoja de dos realidades: Soy indigna, pero a la vez


soy salva mediante Jesucristo mi Señor. ¡Él hizo por mí lo que yo no podría
haber hecho por mí misma!
¡Sí, la salvación es para los indignos!

¿Escuchas el himno? Es el Padre que canta “Sublime gracia”: “¡Mi


hijo… perdido fue, y yo lo rescaté!”

*La mayor parte del material en esta sección del capítulo es extraído de mi libro Sorprendidos por
amor, publicado por Pacific Press® Publishing Association.
Salvación para los
“confundidos”

¿A lguna vez te ha pasado que recibiste una noticia que te confundió de


tal manera que no sabías si era buena o mala? A mí me ha pasado.
Parece imposible que ocurra tal confusión, pero puede pasar. Es un asunto
de percepción; de cómo interpretamos la realidad. Recuerdo claramente lo
que me sucedió cuando tenía doce años. Ya mencioné anteriormente que
estábamos viviendo en Michigan durante un año, mientras mi padre obtenía
su primera maestría. Siendo que él era estudiante, debíamos vivir con los
recursos que su organización le enviaba, y el presupuesto era ajustado. No
obstante, era suficiente para cubrir los gastos básicos y estábamos
agradecidos por ello. Mi madre, que es tan habilidosa con sus manos,
decidió contribuir al presupuesto preparando tejidos para vender. Ella
tejería, y yo los vendería casa por casa; era el plan perfecto.
La comunidad que circunda la universidad era segura, y yo hablaba
bastante inglés como para explicarles a los sorprendidos dueños de casa la
naturaleza de mi visita, y para mostrarles la mercadería que llevaba en un
gran bolso negro. El inventario era amplio y yo sacaba todos los artículos
en cada casa, mencionando el precio de cada uno. Todavía recuerdo con
vívidos detalles la forma, el color y aun los precios de mis preciosos
tesoros. Si alguien se interesaba en uno de ellos, se lo vendía, y regresaba
al auto donde mi madre me vigilaba y esperaba a corta distancia. Ambas
nos alegrábamos si podíamos vender uno o dos artículos en una semana.
Pero un día que jamás olvidaré, ocurrió algo especial. Toqué el timbre en
una casa, y una señora de mediana edad me invitó a pasar. Parecía muy
interesada en mi mercadería, así que le mostré todos los artículos. Al
terminar mi demostración, ella dijo con una voz bondadosa:
—Muy bien; lo voy a comprar.
—Fantástico —le dije—, ¿cuál de ellos?
—TODOS —dijo la mujer—. Quiero todo lo que tienes en tu bolso.
Me tomó totalmente por sorpresa; y antes de poder recobrarme de mi
asombro, escuché que decía que me pagaría el total de la compra con un
cheque. Todavía recuerdo la cantidad: cincuenta y cinco dólares. Déjame
recordarte que treinta y cinco años atrás se trataba de una gran cantidad de
dinero, especialmente para nosotros. ¡Era una pequeña fortuna! ¡Todo el
inventario que tenía en el bolso (ocho o diez artículos) iba a ser vendido en
una sola casa! Pero había un problema; y era un gran dilema para mí: Yo no
sabía si podía aceptar cheques.
Ni siquiera sabía cómo funcionaban los cheques. ¡Hace cuarenta años en
Argentina los chicos no teníamos una cuenta de cheques! Sé que ha
cambiado mucho desde entonces, pero en ese momento no tenía idea si un
pedacito de papel podía valer algo. Tenía que hacer una decisión: No
aceptar el cheque y salir de la casa con toda mi mercadería, o dejar todo mi
inventario y traerle a mi madre un pedazo de papel llamado cheque. Elegí
esto último; pero no sabía si había vendido todo o lo había perdido todo.
Estaba confundida…
Mi mamá, sin saber lo que estaba ocurriendo dentro de aquella casa, se
preguntaba por qué tardaba tanto. Ya comenzaba a afligirse, cuando de
repente me vio salir corriendo de la casa ¡cómo si se estuviera quemando!
¡Casi volaba literalmente, porque mis pies apenas tocaban el suelo!
Normalmente salía de cada casa caminando lentamente, de una manera
digna, ¡pero esta era una emergencia! Mi madre no podía siquiera
imaginarse lo que estaba pasando. Después de correr como loca por una
media cuadra, llegué al auto con una mirada desesperada en mi rostro.
—¿Qué pasa?— me preguntó ella ansiosamente.
Aunque me faltaba el aire por haber corrido, alcancé a preguntarle:
“¿Aceptamos cheques?”
—Sí —me dijo, mientras trataba de entender mi extraña conducta.
—¡VENDIMOS TODO! —grité— TODO.
—¿Qué quieres decir con “todo”? —preguntó ella.
—¡Sí! ¡Todo lo que tenía en el bolso! ¡Todo por cincuenta y cinco
dólares! ¡Mi bolso está vacío! Aquí está el cheque.
¡Entonces entendí las buenas nuevas! ¡Era la mejor venta que había hecho
alguna vez! ¡Solo ahora podía interpretar correctamente lo que había
sucedido! ¡No habíamos perdido todo! ¡Habíamos ganado todo! Ya no
estaba confundida: ¡Ahora podíamos comenzar a celebrar la venta del siglo!
En las siguientes páginas, vamos a analizar algunas historias fascinantes
del último capítulo de este Evangelio. San Lucas 24 es uno de mis capítulos
favoritos en toda la Biblia. Jesús ha resucitado de los muertos, pero nadie
lo está celebrando ¡porque todos están confundidos! ¡Sus discípulos
piensan que lo han perdido todo! ¡No entienden lo que ha sucedido! Y en su
confusión están tristes, deprimidos y sin esperanza. Pero pronto se les
mostrará otra perspectiva, ¡y su confusión se tornará en un MEGA GOZO!
¡Sí! ¡No han perdido todo! Por el contrario, lo han ganado todo mediante
Jesús: ¡Hay salvación para todos! Pronto se les mostrará —y a nosotros
también— cómo el Salvador siempre se acerca a los tristes y a los
confundidos.

Locura
En estas circunstancias, la confusión era comprensible. Se nos dice que
las mujeres “vieron el sepulcro, y cómo fue puesto su cuerpo” (S. Lucas
23:55). Así que cuando vuelven a la tumba el domingo de mañana, trayendo
las especias aromáticas que habían preparado (ver S. Lucas 24:1), ya saben
lo que van a ver… la misma escena, ¿verdad?
Pero en lugar de eso, “hallaron removida la piedra del sepulcro y… no
hallaron el cuerpo del Señor Jesús (vers. 2, 3). ¡Pero ellas habían visto el
cuerpo dentro de la tumba! ¡No es de extrañar que hayan estado
PERPLEJAS! “Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se
pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes” (vers.
4). ME ENCANTAN los inclusios de Lucas (inclusio es un término técnico,
una especie de “sujetalibros” narrativo, donde algo comienza y termina de
la misma forma). En el comienzo del Evangelio de Lucas, cuando los
pastores reciben el inesperado anuncio angélico, tuvieron temor (S. Lucas
2:9). Ahora, al final del Evangelio, cuando los ángeles se presentan, ¡las
mujeres responden con temor! (Ver S. Lucas 24:5). Pero entonces se les da
el anuncio cumbre: “No está aquí, sino que ha resucitado” (vers. 6). En
otras palabras, ¡ALELUYA! ¿Te imaginas recibir esta noticia?
El hecho de que la tumba estaba VACÍA, es la proclamación teológica
central de la resurrección para la Iglesia Cristiana hasta nuestros días.
Significa que no se trataba de una resurrección espiritual que dejó el cuerpo
en la tumba. ¡NO! Tampoco se trató de la resurrección de la divinidad de
Cristo mientras que su humanidad permaneció en la muerte. ¡NO! Jesús
resucitó en cuerpo y alma. ¡LA TUMBA ESTÁ VACÍA! ¡Él vive!
¿Cuál sería el antídoto para el temor y la confusión? “Recuerden lo que
les dijo cuando todavía estaba con ustedes en Galilea: ‘El Hijo del hombre
tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores, y ser crucificado,
pero al tercer día resucitará’” (vers. 6, 7, versión NVI). ¿Recuerden? Creo
que este es el antídoto para la confusión aun hoy. Cuando no estés seguro
acerca del corazón de Dios… recuerda la cruz. Cuando no estés seguro si
Dios estará contigo en el futuro… recuerda la forma en que él ha estado
contigo en el pasado; incluso cuando tuviste dificultades, él nunca te
abandonó. Cuando tengas miedo y tu corazón se turbe… recuerda sus
promesas: Él fue a preparar un lugar para nosotros y pronto vendrá a
buscarnos (ver S. Juan 14:1-3). La seguridad de nuestro futuro se encuentra
en el pasado. Tu seguridad de salvación se encuentra en la cruz.
“Entonces ellas se acordaron de sus palabras” (S. Lucas 24:8). Las
mujeres se acordaron y fueron a proclamar la resurrección de Jesús. ¡Me
encanta! Esto hubiera sido muy embarazoso para la iglesia del primer siglo;
¡ciertamente no inventaron este detalle del relato! El primer anuncio de la
resurrección de Jesús fue dado a mujeres… ¡MUJERES! Esto era difícil de
aceptar. Como mencioné en el segundo capítulo de este libro, en el primer
siglo había dos grupos de personas cuyo testimonio no era aceptado en una
corte legal por considerárselos indignos: los pastores y las mujeres. Me
encanta el hecho de que Lucas menciona que Dios eligió a pastores para
ser los primeros testigos del nacimiento de Jesús (S. Lucas 2), y eligió a
mujeres para ser los primeros testigos de su resurrección (S. Lucas 24).
¡Qué sorpresa! ¡Qué maravilla!
Así que las mujeres vinieron proclamando las buenas nuevas y los
hombres no les creyeron. Cuando ellas se lo dijeron a los apóstoles, “a
ellos le parecían locura las palabras de ellas, y no las creían” (vers. 11).
¿LOCURA? ¡Cómo podía ser locura cuando Jesús había hablado tántas
veces acerca de esto! Ah, ya me doy cuenta: ellos no recordaban. Pedro
decidió corroborar por sí mismo; fue a la tumba y tampoco encontró a
Jesús. Confundido, se preguntaba qué habría sucedido (vers. 12). ¿Eran
buenas o malas noticias? ¿Habían perdido todo? ¿O tal vez no? De vez en
cuando todos necesitamos verificar la realidad, y ellos ciertamente lo
necesitaban. En fin de cuentas, la percepción es una interpretación de la
realidad…

Un viaje de percepción
“Y he aquí, dos de ellos iban, el mismo día a una aldea llamada Emaús”
(vers. 13). El texto parece implicar que estos dos eran parte de aquellos
que pensaron que el relato de la resurrección contado por las mujeres era
una locura. En su viaje de aproximadamente diez kilómetros (vers. 13), iban
discutiendo todas “aquellas cosas” que habían sucedido (vers. 14),
incluyendo seguramente el informe de las mujeres. Uno de los temas de
Lucas son las “jornadas” o viajes. ¡Todo el mundo parece que está viajando
hacia algún lugar! Y no eran simplemente caminatas hacia un lugar
geográfico, sino jornadas de discernimiento espiritual; y el camino a Emaús
no es una excepción. Allí ocurre algo extraordinario: “Sucedió que mientras
hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos”
(vers. 15). El Señor resucitado, de quien los ángeles habían informado a las
mujeres, ¡se presenta en su medio!
Solo al lector se le advierte del secreto, mientras que los viajeros no lo
reconocen. En los Evangelios, la visión y la ceguera física están
íntimamente relacionadas con la visión espiritual y la capacidad de
reconocer la identidad y la misión de Jesús. Pero los viajeros no captan ni
lo uno ni lo otro. No saben ni quién es ni lo que ha hecho. Cuántas veces
nuestras lágrimas no nos permiten ver a Jesús. Me pregunto cuántas veces
nuestra percepción equivocada retrasa nuestro gozo. Sin embargo me alegra
tanto saber que Jesús siempre camina junto al triste, el deprimido y el
confundido. ¡SIEMPRE! Si tú te sientes así hoy, ¡cree de verdad que Dios
ESTÁ CONTIGO!
Así que el diálogo comienza: “Y les dijo: ¿Qué pláticas son estas que
tenéis entre vosotros mientras camináis?” (vers. 17). En respuesta a la
pregunta de Jesús, “Se detuvieron, cabizbajos” (vers. 17, versión NVI). Se
detuvieron porque no podían creer que hubiera alguien que no supiera la
razón de su tristeza. Su angustia se refleja en la pregunta de Cleofas: “¿Eres
tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella
han acontecido en estos días?” (vers. 18). Me da gracia la respuesta de
Jesús: “¿Qué cosas?” (vers. 19). Es como si les dijera: “¿Acaso ocurrió
algo este fin de semana?” Por mucho tiempo pensé que era solamente una
expresión humorística, pero ahora creo que les estaba dando la oportunidad
de explicar la versión que ellos tenían de lo sucedido…

Su versión: ¡Lo hemos perdido todo!


En seis versículos (vers.19-24), ellos le explican a Jesús su versión de
“aquellas cosas” que habían sucedido durante el fin de semana. Encuentro
cuatro obstáculos en su percepción que bloqueaban sus mentes y los tenían
confundidos. Y lo mismo puede ocurrirnos a nosotros hoy. Son obstáculos
que pueden transformarse en una carga pesada que retrasa nuestro
discernimiento espiritual y nos priva del gozo de la salvación. El primero
es una percepción limitada: “De Jesús nazareno, que fue varón profeta,
poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo” (vers.
19). Es verdad que Jesús dio profecías y actuó como un profeta muchas
veces; incluso se llamó a sí mismo profeta (S. Lucas 4:24). ¡Pero él era
mucho más que eso! ¡Era el Mesías! ¡Era, y es Dios! ¡El Salvador del
mundo! Pero ellos no lo percibían así. El mayor obstáculo en nuestro
discernimiento espiritual es una percepción limitada. No entendemos todas
las cosas, pero nos animamos a juzgar con nuestra percepción limitada (o
más bien, juzgar equivocadamente) los actos de Dios, su cronograma, sus
motivos, sus intervenciones o la ausencia de ellas. Aunque no entendamos
todas las cosas, cuando llegamos a confiar en Dios, también llegamos a
confiar que sus percepciones están por encima de las nuestras.
La segunda percepción que se ha transformado en una carga para ellos es
el fatalismo. Para ellos, todo ha terminado. “Y cómo le entregaron los
principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le
crucificaron” (S. Lucas 24:20). Jesús les había dicho muchas veces que la
crucifixión no era el fin de todo, pero para ellos parecía el fin. ¿Alguna vez
te has sentido así? Tu matrimonio ha fracasado, te han despedido del
trabajo, terminaste una relación amistosa. ¡Ya basta! ¡Se terminó! En esos
momentos es difícil imaginar que puede quedar algo bueno; difícil imaginar
que Dios tiene la capacidad de hacer que todas las cosas sean para el bien
de aquellos que le aman (ver Romanos 8:28). Y los sueños van muriendo
despacio… muy despacio.
En casa tengo una taza grande que me regalaron mis queridos amigos
Mirta y Alan, que uso casi todas las mañanas para el desayuno. Dice: “Justo
cuando el gusano pensaba que el mundo se había terminado para él, se
transformó en mariposa”. Algo así les estaba por suceder a los viajeros en
el camino a Emaús. Para un cristiano no hay callejones sin salida ni
siquiera en la muerte, porque en Cristo tenemos vida eterna.
El tercer obstáculo para su comprensión es la lamentación. “Pero
nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel” (vers.
21). ¿Te suena familiar? “Yo creía que esta era la persona que Dios había
elegido para mí…”. “Esperábamos que nuestros hijos hicieran lo
correcto…”. “A esta altura esperaba haber terminado…” “Esperábamos
que él era el que había de redimir a Israel”.
¿Esperaban? ¡Él ha redimido AL MUNDO! ¡Él puede hacer muchísimo
más de lo que pedimos, imaginamos o esperamos! ¡Sigue esperando, sigue
imaginando! Dios tiene caminos que son más altos que nuestros caminos y
pensamientos más altos que los nuestros. No permitas que la lamentación
sobre el pasado te prive del presente y del futuro.
El último obstáculo es el más peligroso y el más predominante: la
incredulidad: “Aunque también nos han asombrado unas mujeres de entre
nosotros” (vers. 22). De paso… ¿No crees que las mujeres son
asombrosas? ¡Más te vale! Bueno… pero ese no era el punto principal.
“Aunque también nos han asombrado unas mujeres de entre nosotros, las
que antes del día fueron al sepulcro; y como no hallaron su cuerpo, vinieron
diciendo que también habían visto visión de ángeles, quienes dijeron que él
vive. Y fueron algunos de los nuestros al sepulcro, y hallaron así como las
mujeres habían dicho, pero a él no le vieron” (vers. 22-24). En algún
momento, ellos parecen recordar la profecía de Jesús acerca del “tercer
día” (vers. 21). Ahora contaban con un informe de primera mano de que la
tumba estaba vacía y de una visión sobrenatural que lo confirmaba, pero no
lo creían porque ellos no lo habían visto… Ver para creer pronto ya no
sería posible porque Jesús ascendería al cielo. Por eso el creyente camina
por fe y no por vista. Sin embargo no es una fe ingenua, porque está basada
en muchos hechos. No obstante, en algún momento tienes que elegir creer.
Y ahora llega el momento de escuchar la propia versión de Jesús, su
propia interpretación…

La versión de Jesús: “Lo he ganado todo para ustedes”


Antes de continuar, quisiera decirte que las palabras de Jesús en esta
sección han llegado a ser un concepto clave en mi ministerio. En este
incidente, Jesús explicará cómo interpretar la Escritura como una unidad:
“Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo
que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas
cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo
por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él
decían” (vers. 25-27). ¡GRANDIOSO! ¡Cómo me hubiera gustado asistir a
esa clase de teología el día de la resurrección! ¡De alguna manera, su
incredulidad no les había permitido interpretar correctamente la Escritura!
¡Había un plan establecido y Cristo tenía que pasar por todo esto! Ahora el
plan les fue explicado desde el comienzo de la Biblia (Moisés y todos los
profetas).
El verbo “explicar” (del griego diermēneuō) contiene la raíz de la
palabra hermenéutica, que define la metodología para interpretar un texto
bíblico. ¡Aquí Jesús nos da la mejor regla interpretativa de la Biblia! ¡Toda
la ley de Moisés y los profetas son acerca de él! ¡Las Escrituras judías
contenían su ADN; contenían su identidad y su misión. ¿El Éxodo? Trataba
de él. ¿La Pascua? Trataba de él. ¿El concepto del Pariente Redentor?
Trataba de él. El Mesías sufriente —concepto que era una contradicción
para los confundidos discípulos— había sido proclamado desde el
comienzo mismo de las Escrituras judías. ¡Esta es la mejor herramienta
interpretativa que puedas obtener! ¡Si pudiéramos aprender a leer cada
versículo de la Biblia a la luz que emana de la cruz de Cristo, nuestra
percepción se alinearía con la suya y nuestro gozo sería completo!
Después de esta explicación, cuando Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo
partió, y les dio —actos que había realizado en la Última Cena y que
anticipaban su muerte (ver S. Lucas 22:19)—, el camino progresivo hacia
el discernimiento espiritual de los discípulos llegó a su cúspide al
comprender quién era él! ¡Entonces sus ojos fueron abiertos! Por favor lee
el final de esta fascinante historia en S. Lucas 24:30-35. Cuando ellos
comprendieron el verdadero significado de las Escrituras, que es la muerte
y la resurrección de Jesús, ¡sus corazones comenzaron a arder! “¿No ardía
nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando
nos abría las Escrituras?” (vers. 32). ¡Lo mismo nos ocurrirá a nosotros!
¡Te lo garantizo! La Biblia no es solamente un hermoso código de ética, por
más importante que eso sea. ¡Es la historia de nuestra redención mediante
Jesucristo! ¡Es Cristo crucificado, desde el Génesis al Apocalipsis! ¡TODO
gira en torno a Jesús!
Esta era la explicación de Jesús acerca del cumplimiento de los
propósitos de Dios mediante sí mismo durante ese fin de semana. ¡Ellos no
lo habían perdido todo! ¡Él había ganado todo en su favor! ¡Ahora había
llegado la hora de ir y proclamar la salvación para todos en su nombre!

¡Conectaron los puntos!


Ellos sentían tal emoción, que “en la misma hora” (vers. 33) decidieron
volver a Jerusalén ¡para contárselo a todo el mundo! No sentían las piernas
cansadas para el viaje de regreso; tenían que volver. ¡Es que estaban
REBOSANDO! Me apena cuando algunas iglesias dedican horas y horas a
entrenar a los miembros en metodologías para evangelizar y testificar —por
más importantes que sean estas herramientas— pero realmente no ponen
como centro a Cristo, ni lo elevan para que los instructores fijen su vista en
la vida, la muerte y la resurrección de Jesús, ni les enseñan a encontrarlo a
él en todas las Escrituras. Cuando los miembros captan esto, no se necesita
decirles que deben ir a compartirlo con otros; ¡lo harán espontáneamente
porque rebosarán de gozo y seguridad en el Señor! Podrán correr diez
kilómetros o cien kilómetros. ¡La pasión por Jesús toma el control de todo,
y el Espíritu Santo bendice un testimonio centrado en Cristo! ¡Eso fue lo
que les ocurrió a estos dos! ¡Tenían que volver!
Cuando llegaron, todo el mundo tenía algo que contar. El Señor había
aparecido a Simón Pedro (vers. 34), y ahora los dos viajeros relatan su
experiencia: ¡también habían visto al Señor! (vers. 35). Mientras todos
ellos conversaban emocionados y se regocijaban (me pregunto qué hora del
día sería…) ¡Jesús mismo aparece en la habitación! “Paz a vosotros” (vers.
36).
¿Te imaginas? Los discípulos sienten temor (ver vers. 37), al igual que
los pastores y las mujeres… Entonces Jesús les muestra sus manos y sus
pies y los invita a tocarlo (vers. 39). ¡Oh, mi amado Jesús, tú siempre nos
encuentras dónde estamos… y nos acercas más y más a ti, a pesar de
nuestras dudas y confusión! ¡Tu amor es TAN extraordinario!
Después de estar unos momentos con ellos y comer un pez asado frente a
ellos (vers. 42, 43), Jesús comienza a darles la misma explicación —el
mismo principio hermenéutico— que había compartido con los dos
viajeros, solo que en esta ocasión entra en más detalles: “Y les dijo: Estas
son las palabras que os hablé, estando aun con vosotros: que era necesario
que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moises, en los
profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento, para que
comprendiesen las Escrituras” (vers. 44, 45). “La ley, los profetas y los
salmos” es la fórmula completa para las Escrituras judías que nosotros
llamamos el Antiguo Testamento. Los discípulos conocían su Biblia, pero
no habían comprendido que todo giraba en torno de Jesús y del acto
salvífico de Dios mediante él. ¡Jesús abrió sus mentes! El verbo “abrir” en
griego había sido usado durante el ministerio de Jesús para contarnos
cuando él abrió los ojos de los ciegos o los oídos de los sordos. ¡Ahora él
abre la mente de sus discípulos! ¿Para qué? ¡Para que entendieran las
Escrituras! Es posible leer las Escrituras y no obstante mantener nuestra
mente cerrada. Nuestra mente se abre cuando entendemos que no solo el
Nuevo Testamento sino “la ley de Moisés, los profetas y los salmos” están
al servicio de las buenas nuevas de Jesucristo.
Particularmente me gusta el verbo “entender”. No significa “leer por
primera vez”, o “repetir lo que está escrito”. Significa “profundizar en su
significado”, “obtener mayor discernimiento acerca de las Escrituras”. Un
erudito propuso una interesante manera de expresarlo: “Conectar los puntos
en el dibujo”. ¡Me encanta la idea! Los discípulos no habían conectado los
puntos y por eso estaban confundidos. No habían entendido que “el
tabernáculo”, el “Día de la Expiación”, el “sábado”, y otros innumerables
conceptos preciados de las Escrituras judías, se relacionaban con Cristo.
¡Ahora les resultaba claro! ¡Ahora estaban listos! Después de explicarles
que él tenía que morir y resucitar (vers. 46), les da la comisión de
proclamar las buenas nuevas ¡a TODOS! “Que se predicase en su nombre el
arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (vers. 47).
¿A todos? ¿En serio, Jesús? ¿Que la salvación es para TODOS? ¡Sí! La
inclusión de todos para recibir las bendiciones de Dios ya había sido
prometida a Abraham (ver Génesis 12:3). Ahora había llegado el tiempo
para que la Iglesia Cristiana proclamara su tema central: “El perdón de los
pecados… en su nombre… a todas las naciones…”. Serían los testigos de
Jesús, y Dios los acompañaría con el poder de lo alto en su proclamación
(ver S. Lucas 24:49; Hechos 2).
¡Ellos no lo habían perdido todo! ¡No! ¡No! ¡Por el contrario! ¡Jesús
había comprado la salvación para cada uno, y ahora a ellos les tocaba ir y
proclamar las buenas nuevas a TODOS!

¡Salvación para TODOS!


Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras miraba al último de los
mineros chilenos atrapados salir de su tumba de roca. ¡Cada uno de ellos
había sido salvado! Los gritos de júbilo y las celebraciones se sucedían
mientras el mundo entero miraba con asombro. Fue uno de los rescates más
sorprendentes en la historia del mundo. ¡Todos —cada uno de ellos— había
sido rescatado! El fuerte y el débil, el saludable y el enfermo. ¡El gozo era
rebosante porque el plan había resultado exitoso! En una escala mucho
mayor, Lucas nos cuenta la historia del rescate del mundo. El pecado
colocó una brecha entre Dios y los seres humanos, y todos habíamos
quedado así sepultados para siempre. Pero… ¡sorpresa! ¡Oh, mi alma se
regocija! El Salvador vino del cielo hasta este pozo de pecado, vivió y
murió, y vivió otra vez. Dios simplemente rehusó vivir la eternidad sin
nosotros. El Cielo no descansaría hasta que cada uno que quisiera ser
salvado, lo fuera. Dios proveyó un camino donde no había camino, y ofrece
la salvación para TODOS, no solamente para los ricos y famosos. La
ofrece para el perdido, el pordiosero y el pobre. La salvación es para los
temerosos, los marginados, los extraños, los desechados, los indignos y
los confundidos. ¡La salvación es para ti y para mí!
El Evangelio concluye con la ascensión de Jesús al cielo (S. Lucas
24:51), y su promesa de regresar por nosotros (ver Hechos 1:11). ¡Entonces
ocurre lo más maravilloso! Una vez que los discípulos entendieron, una vez
que entendieron las Escrituras y el plan; una vez que aceptaron la certeza de
lo que Jesús había hecho por ellos, ¡ENTONCES… celebraron!
¡Celebraron porque entendieron que eran BUENAS NUEVAS! ¡No lo
habían perdido todo! ¡Habían ganado todo mediante Jesucristo! “Ellos,
después de haberle adorado, volvieron a Jerusalén con gran gozo; y
estaban siempre en el templo alabando y bendiciendo a Dios” (S. Lucas
24:52, 53). ¡Sí! ¡Adivinaste! ¡MEGA GOZO! ¡Así como los ángeles lo
anunciaron al comienzo del Evangelio, ahora los discípulos sienten el
mismo MEGA GOZO!
¡Que nuestra mente se abra para aceptar el plan de Dios y nuestro
corazón arda dentro de nosotros, al entender que nuestra salvación está
asegurada en Jesús!

¿Lo decimos juntos? ¿Me acompañas?

Una, dos y tres: ¡Vi…va! ¡VIVA!

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