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A no ser que se indique de otra manera, todas las citas de las Sagradas Escrituras están tomadas de la
versión Reina-Valera, revisión de 1960. La autora se responsabiliza de la exactitud de los datos y
textos citados en esta obra.
El nombre de Lucas, como el de los demás personajes bíblicos, y los ocasionales diálogos con ellos, son
parte del lenguaje coloquial elegido por la autora.
Version 1.0
Dedicatoria
¿A lguna vez has recibido una noticia tan extraordinaria que no puedes
guardártela solo para ti, algo tan bueno que deseas compartirlo con
todo el mundo? A mí me ha sucedido. Mi padre y mi madre tuvieron que
someterse a cirugías de cáncer y largos tratamientos. La primera
experiencia de mi familia con esta terrible enfermedad fue cuando mi padre
fue diagnosticado con cáncer del estómago. Los doctores descubrieron un
gran tumor y recomendaron una cirugía radical: solo un diez por ciento del
estómago quedaría intacto.
Llegó el día de la cirugía… Todos fuimos al hospital y se nos informó
del tiempo aproximado que tomaría la cirugía. Sabíamos que era un
procedimiento de alto riesgo y se nos dio un pequeño equipo electrónico
con una pantalla donde recibiríamos mensajes mientras mi papá estaba en la
sala de cirugía. Las horas pasaban muy despacio… y no aparecía ningún
mensaje. Finalmente sonó el vibrador y miramos con ansias la pequeña
pantalla: “Aún en cirugía”. La hora predicha ya había pasado y
comenzamos a preguntarnos si la cirugía tendría éxito.
Después de varias horas adicionales, vimos aparecer al doctor en la
puerta de la sala de espera. Todos nos pusimos de pie. Tratábamos de leer
en su rostro cualquier expresión que nos adelantara las noticias que venía a
darnos, pero no podíamos descubrir nada. Teníamos la extraña sensación de
que caminaba en cámara lenta; el tiempo que le tomó cruzar la sala para
llegar hasta nosotros pareció años. Mi familia hizo un semicírculo
alrededor del doctor y entonces él habló:
“Buenas nuevas”, dijo, y entonces pasó a explicar el procedimiento y las
razones por las que pensaba que la cirugía había sido un éxito. Pero yo no
recuerdo ni una palabra de todas sus explicaciones; solo recuerdo las dos
primeras palabras: “Buenas nuevas”. ¡Buenas nuevas! Yo sentía deseos de
compartir, aun más, de gritarles a todos los que estaban en la sala: ¡Sacaron
el cáncer! ¡El cáncer ya no está! ¡Buenas nuevas!
En este capítulo reviviremos el momento en que los ángeles celestiales
anunciaron las noticias más extraordinarias que los seres humanos hayan
escuchado alguna vez: ¡Buenas nuevas! ¡Buenas nuevas! ¡Ha nacido el
Salvador! Y lo más sorprendente de estas buenas nuevas es que eran “para
todo el pueblo”, ¡incluyendo a los pastores! (S. Lucas 2:10).
Testigos indignos
¡Solo el Cielo podía elegir pastores para que fueran los primeros
receptores de las buenas nuevas! Que Dios escogería a los pobres y a los
humildes es un tema que Lucas destaca desde el mismo comienzo de su
Evangelio (ver S. Lucas 1:52, 53). En el primer siglo de nuestra era, había
dos grupos de personas a las que no se les permitía ser testigos en una corte
legal: los pastores y las mujeres. Es interesante que Lucas menciona que los
primeros testigos del nacimiento de Jesús fueron pastores y que los
primeros testigos de su resurrección fueron mujeres (S. Lucas 24:1-12).
Dios se revela a sí mismo a los más necesitados, a los que están en el
último lugar, a los menos favorecidos, a los que buscan algo nuevo. Se
revela a sí mismo a los que son indignos, porque lo único que nos
recomienda ante Dios es nuestra necesidad.
El término “pastores” crea un inclusio (inclusio es un término técnico,
una especie de “sujetalibros” narrativo, donde algo comienza y termina de
la misma forma). Tal es el caso de la narración del nacimiento de Jesús (S.
Lucas 2:8, 20). Aunque su posición era la más baja en los niveles de poder
y privilegios de la sociedad, ellos son altamente favorecidos por el Cielo.
Esa noche los ángeles pasarán por alto el templo, donde se esperaría que
aparecieran (ver S. Lucas 1:11), para aparecer en el campo. Dios no está de
acuerdo con los monopolios religiosos. En contraste con otras religiones
antiguas y sus dioses, el Creador no es un Dios de edificios sino de gente. Y
él enviará a sus agentes dondequiera haya corazones humildes, listos a ser
enseñados e informados acerca de las buenas nuevas relacionadas con
Jesucristo.
Mientras los pastores vigilan sus rebaños durante la noche (S. Lucas
2:8), en la misma región donde mil años antes otro joven pastor de nombre
David vigilaba los rebaños de su padre, un ángel del Señor aparece de
repente ante ellos. El ángel trae las mejores noticias que los oídos humanos
puedan escuchar, pero los pastores no lo saben y “tuvieron gran temor”
(vers. 9). Muchas veces respondemos con temor a una situación que no
entendemos. En este caso el texto original nos dice que experimentaron un
mega temor (la palabra griega para “gran” es mega, y para “temor” es
fobos, de donde proviene la palabra fobia). Seguramente conoces esa
sensación, ¿verdad? Ves o escuchas algo que te produce gran temor; se te
hace un nudo en el estómago, te sudan las palmas de las manos y hasta
pierdes el control de tus pensamientos. Cuando algo nos llega de repente,
inesperada e inexplicablemente, casi siempre nos asusta. Todos hemos
experimentado ese mega temor en nuestras vidas, ¿verdad? Pero en este
caso, el ángel les explicará el plan de Dios y los invitará a cambiar su
mega temor por ¡MEGA GOZO!
¿Paz para toda la tierra? ¿No solamente para Roma? Exactamente. ¡Cada
uno en la tierra podría estar en paz con Dios a través de Jesucristo! ¡Estas
sí son noticias de mega gozo! A veces me imagino a los ángeles
practicando por centenares de años la canción para esa noche. Los imagino
preguntándose cada cien años: “¿Es esta la noche?”, y a Dios
respondiéndoles: “No, todavía no; sigan practicando”. ¿Te imaginas su
emoción cuando finalmente pudieron cantar la canción?
¿Acaso no sientes deseos de cantar ahora? Yo, sí. En el Evangelio de
Lucas la respuesta natural para la revelación de las buenas nuevas es
¡alabar al Señor! El gozo es una expresión importante para Lucas y él la
repite en muchas ocasiones. Cuando comprendes lo que Dios ha hecho por
ti, no hay forma de evitarlo: ¡el gozo y la alabanza llenan tu corazón como
una fuente rebosante! ¡Practica la alabanza al Señor y verás cómo cambia tu
perspectiva y tus días se tornan mejores!
¡Esta es la tercera de cuatro canciones en los primeros dos capítulos del
Evangelio de Lucas! ¡Todo el mundo está cantando! Estos cuatro himnos son
identificados por sus primeras palabras en latín:
De regreso a casa
La narración de este evento comienza en S. Lucas 4:14: “Y Jesús volvió
en el poder del Espíritu a Galilea, y se difundió su fama por toda la tierra
de alrededor”. Las palabras son muy similares a las de S. Lucas 4:1, donde
el Espíritu llevó a Jesús al desierto. Aquí el poder del Espíritu permanece
en Jesús y lo dirige de regreso a Galilea. Se nos dice que la noticia de su
llegada se esparce entre la gente, y todos lo alaban (ver vers. 15). Llega el
sábado; pero este sábado es muy especial: ¡Es el sábado del regreso a
casa! Jesús está retornando a Nazaret, su propia aldea (vers. 16; ver S.
Lucas 2:39).
Nazaret era un pueblo bastante común que estaba a mitad de camino entre
el extremo sur del Mar de Galilea y el Monte Carmelo. Algunos creen que
no tenía una reputación muy positiva a juzgar por el comentario de
Natanael: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” (S. Juan 1:46).
Actualmente es una zona densamente poblada, lo que hace casi imposible la
excavación arqueológica. Cuando Jesús regresó a su pueblo, asistió a la
sinagoga en el día sábado como era su costumbre (S. Lucas 4:16). La
sinagoga era el centro de la vida religiosa y social de la comunidad judía, y
bastaba que hubiera diez hombres judíos en el lugar para organizar una.
Tenía múltiples funciones: era la escuela, el tribunal de justicia, el lugar de
oración, el centro donde se organizaba la ayuda filantrópica y el lugar
donde se reunía la comunidad. Las reuniones religiosas más importantes
ocurrían en el día sábado, pero también había otros servicios durante la
semana. La reunión del sábado consistía en dos partes principales: la
oración y el estudio de la Escritura. Se leían dos porciones: una de la Tora
(la ley) y otra de los profetas. Se seleccionaba a alguien para que se pusiera
en pie y leyera la Escritura (S. Lucas 4:16). En este sábado especial, Jesús
fue elegido para leer y se le dio el rollo del profeta Isaías. La audiencia no
se imaginaba lo que estaba por escuchar.
Palabras de gracia
¿Te puedes imaginar ser parte de la audiencia ese sábado de mañana? ¿Te
puedes ubicar en aquella pequeña aldea y sentir la expectativa en el
ambiente? El hijo del carpintero, que se ha ido tornando cada vez más
popular, ha regresado al pueblo y todos los ojos se fijan en él. En realidad
la narración se enfoca principalmente en los movimientos de Jesús: Se
levantó (a leer)… Se le dio el libro… Lo abrió… Lo enrolló… Se lo dio al
ministro… Se sentó. En medio de estas acciones, se cita la frase principal
del libro del profeta Isaías que Jesús va a leer. Es extremadamente
revelador que cuando se le entrega el rollo de Isaías, Jesús “halló el lugar
donde estaba escrito” (vers. 17). Pareciera que Jesús buscó una cita
específica que le permitiera explicar su misión. Y esto es lo que leyó:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para
dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los
quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a
los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año
agradable del Señor” (vers. 18, 19).
¡No ellos!
Jesús responde de una manera inesperada. Pareciera que la audiencia
está respondiendo con admiración, pero obviamente hay mucho bajo la
superficie, y Jesús lo sabe. Jesús continúa describiendo su misión, y les
revela su capacidad de conocer sus pensamientos. Para ello comienza con
dos dichos (aforismos) que ellos están repitiéndose en sus mentes. No
pueden engañar a Jesús; nosotros tampoco. No importa cuál sea nuestra
respuesta exterior, él siempre sabe lo que está pasando en nuestro interior.
“Él les dijo: Sin duda me diréis este refrán: Médico, cúrate a ti mismo; de
tantas cosas que hemos oído que se han hecho en Capernaum, haz también
aquí en tu tierra” (vers. 23). En otras palabras: “Doctor, sánate a ti mismo;
¿Cómo puedes beneficiar a los extraños y no a nosotros, tu propio pueblo?”
¡Debes estar equivocado, Jesús! ¡Las buenas nuevas son para nosotros!
¡Solamente para nosotros! Esa era siempre su forma de pensar: nosotros
versus ellos.
¡Qué percepción limitada tienen los oyentes de esta audiencia de
Nazaret! ¡No tienen idea de quién es realmente Jesús. Piensan que es el hijo
de José, pero él es mucho más: ¡Él es el Hijo de Dios! Es el Agente de
Dios para traer su favor al mundo. Es mucho más que un obrador de
milagros o una figura profética. Es el Salvador de cada pecador ¡y ha
venido por TODOS, aunque a ellos les parezca bien o no! La mayoría de
mis problemas con Dios se han debido a mi percepción limitada: No veo
como él ve; no conozco lo que él conoce; mis tiempos no son sus tiempos;
no puedo encerrarlo en una caja, no importa a cuál caja me refiera. Él es
más grandioso, más cariñoso y compasivo que ninguna otra persona. Ahora
sé que no puedo comprender totalmente a Dios, y prefiero tener un Dios de
tal dimensión: ¡Un Dios que me asombre! He llegado a creer plenamente
que él desea lo mejor para mí, y que lo desea hacer lo más pronto posible.
Confío en él porque es todo lo que tengo, y porque me reveló su corazón de
amor al morir en la cruz por mí. Soy absolutamente indigna, pero soy salva
por lo que él hizo. ¡Esa es mi realidad y no puedo negarla! ¡Es la única que
tengo! ¡Aleluya!
Bueno, volvamos a Nazaret. Sus ideas preconcebidas y su percepción
limitada respecto de la identidad y la misión de Jesús, son los mayores
obstáculos para recibirlo. Jesús continúa su explicación con un segundo
dicho: “De cierto os digo, que ningún profeta es acepto en su propia tierra”
(vers. 24). “¡Ustedes no saben quién soy yo —les dice Jesús— ni
comprenden que mi misión es más grande de lo que se puedan imaginar!”
Entonces pasa a recordarles dos ejemplos bíblicos de profetas a quienes
Dios usó para mostrar su favor con “los de afuera”.
El primero fue Elías. Jesús relata la historia y destaca que “muchas
viudas había en Israel en los días de Elías… pero a ninguna de ellas fue
enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón” (vers. 25, 26).
Toma un momento para leer esta fascinante historia en 1 Reyes 17:1-16.
Oye, Jesús, parece que te estás excediendo. ¿Qué dices? Es suficientemente
triste ser una viuda: una persona de bajo nivel social, pobre y sin entradas.
Nosotros ayudamos a las viudas porque somos gente compasiva. ¿Pero una
de Sidón? ¡No! ¡No a ella! ¿Acaso quieres implicar que gente mala como la
de Tiro y Sidón, la región de donde la malvada reina Jezabel provenía,
puede ser receptora de los favores de Dios? ¡No ellos! Y sería vergonzoso
decir que Dios pasó por alto a las viudas en Israel y eligió a “una de
afuera”.
“¡Sí! Eso es exactamente lo que estoy diciendo —declara Jesús— y
todavía no he terminado”. ¡En verdad, Dios se acerca a QUIÉN SEA y
DÓNDE SEA! En la acera donde el borracho está vomitando; en la esquina
a media luz donde una chica está buscando su próximo cliente, o aun en
lugares más oscuros, como algunas iglesias frías donde la gente cree que es
tan buena que no necesita un Salvador sino una medalla. Dios siempre está
tratando de anunciar las buenas nuevas a los pobres, así que enviará a sus
agentes a cualquiera que esté en necesidad; a cualquiera cuya sola
recomendación frente a Dios es que no puede reclamar su favor.
“Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero
ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio” (S. Lucas 4:27). Esta
es otra historia fascinante (Puedes encontrarla en 2 Reyes 5:1-19; espero
que puedas tomar un momento para leerla). ¡Sí, nosotros sabemos quiénes
son los leprosos! ¡Están en el peldaño más bajo de la escala social y
religiosa! ¡Tenemos algunos aquí en Nazaret! ¡Pobre gente: malditos y
solitarios! Pero este sirio incircunciso… ¿Cómo podría Dios acercarse a él
y limpiarlo? ¿Cómo pueden las “buenas nuevas a los pobres” incluir a estos
miserables y extraños? ¡No a ellos, Jesús, hijo de José! ¡No a ellos!
Sin embargo, todo lo que él decía era demasiado claro, demasiado
transparente, ¡demasiado evidente! ¡Ya basta! Y aunque era sábado, y
aunque ellos eran gente buena que asistía a la iglesia, hay tiempo y ocasión
para la “santa ira”, y decidieron llevarlo “hasta la cumbre del monte… para
despeñarlo” (S. Lucas 4:28, 29). Pero él era un Dios demasiado grande
para sus mentes pequeñas.
Los seres humanos pueden demorar pero no pueden frustrar los
propósitos de Dios. Todavía no era el tiempo para que Jesús muriese, así
que él “pasó por medio de ellos, y se fue” (vers. 30). Su ministerio sería
marcado por la hostilidad, no solo al comienzo sino al final. Sería un alto
precio el que se pagaría con la sangre de Jesús; porque la libertad, la
emancipación y la liberación en verdad tienen un precio…
¡Es verdad!
¡Somos libres!
¡Jesús es nuestro Jubileo!
Salvación para los
“desechados”
¿T ehumanos
has dado cuenta que cuando se trata de sufrir, todos los seres
están en el mismo nivel? El rico, el famoso, el pobre, el
intelectual, el profesional, el obrero, todos están en igualdad. Cuando la
enfermedad golpea a la puerta, todas las diferencias políticas, religiosas y
sociales desaparecen, y allí estamos todos, en la sala de espera del mismo
hospital, haciendo justamente eso… esperando. Todos necesitamos y
deseamos sentirnos bien y con salud. Sea que tengamos o no tengamos
dinero, todos tenemos un anhelo que Dios ha impreso en nuestra alma: el de
gozar de calidad de vida.
Mi familia recibió buenas noticias esta semana; muy buenas noticias.
Permíteme explicarte. Hace unos tres años, mi madre fue diagnosticada con
cáncer. Después de varios meses difíciles que incluyeron cirugía,
quimioterapia y radiación, el cáncer había desaparecido. Sin embargo le
esperaba un largo y tedioso tiempo de recuperación. Realmente admiro a mi
madre; ella pasó por todo este proceso con la mejor disposición. Enfrentó
procedimiento tras procedimiento y tratamiento tras tratamiento aferrándose
de su fe en Dios. Nunca se extinguió la llama de su espíritu; por el
contrario, en medio de todo esto, ella nos hacía reír con sus bromas y
expresiones cómicas. ¡Tengo fotos para probarlo! Esperábamos que ya
hubiese pasado lo peor… pero hace cuatro meses descubrieron algunas
manchas en sus pulmones, y después de una biopsia los doctores
determinaron que se trataba de una metástasis del mismo cáncer que había
tenido antes. Obviamente estas no son buenas noticias.
Así que acudimos a la institución más especializada que pudimos
encontrar. Aunque no hay dinero ni seguro médico que pueda comprar la
salud, haces lo mejor que puedes, te sometes al cuidado divino y le pides a
Dios que te cure si esa es su voluntad. En esa institución hallamos un
médico experimentado y compasivo. Mi madre no era un número más para
él, sino una persona que necesitaba esperanza. Se tomó el tiempo para
explicarle a mis padres todas las opciones y respondió a todas sus
preguntas, y entonces les dijo cuál era su opinión y su manera de pensar en
cuanto a la forma de proceder. Mis padres estuvieron de acuerdo. El doctor
recomendó que ella tomara diariamente ciertas píldoras que estaban
diseñadas para inhibir el cáncer. Si después de varias semanas el cáncer se
había reducido, entonces podría evitar la quimioterapia. Así que había que
esperar…
El día llegó. Análisis de sangre, rayos X, visita al doctor, todo el mismo
día. Yo estaba en mi oficina esperando la llamada de mi madre. Entonces
sonó el teléfono. “Alabado sea el Señor —dijo ella—. ¡El cáncer se ha
reducido!” El doctor les mostró las radiografías: los pequeños tumores se
habían contraído y no habían aparecido nuevos. El médico expresó gran
optimismo y todos nosotros alabamos a Dios llenos de esperanza.
¡ESPERANZA! ¡Qué palabra tan maravillosa! ¡Todos necesitamos
esperanza! Pero ¿qué haces si se te ha terminado la esperanza? ¿Si el plan
A, el plan B y el plan C han fallado?
En este capítulo analizaremos la historia de dos personas que llegaron al
fondo. No tenían más opciones y necesitaban esperanza. Una de ellas era
una persona conocida y de alto nivel en la sociedad. La otra no tenía nada:
ni dinero, ni posición social, ni nombre, y estaba sufriendo de una larga
enfermedad. Era una mujer desechada y solitaria. ¿Cómo trató Jesús a
aquellos que sufrían ese grado de desesperación y desesperanza?
Permíteme adelantarte algo: Les dio mucho más que salud…
Un hombre importante
El capítulo 8 de San Lucas, comenzando con el versículo 22, nos conduce
a un “crescendo” en relación con la autoridad de Jesús: primero su poder
sobre la naturaleza; después, su poder sobre las fuerzas del mal; en tercer
lugar, sobre la enfermedad, y finalmente sobre la muerte. Jesús había estado
en territorio “inmundo” —tanto geográfica como ritualmente— entre
tumbas, demonios y cerdos (S. Lucas 8:26-39). Al regresar Jesús “del otro
lado”, un hombre judío lo detiene. Este hombre no era un judío común: ¡No
señor! ¡Era un hombre importante, respetable y de buena reputación!
Inmediatamente se nos da su nombre: Jairo (vers. 41). Sabemos bastante
acerca de él: es un hombre y tiene un nombre, ¡y algo más! “Era principal
de la sinagoga” (vers. 41). ¡Hagan lugar! ¡Déjenlo pasar! Este hombre era
la clase de judío que era considerado un hombre importante. Normalmente
había un solo dirigente o principal en la sinagoga y era responsable de
varias actividades: mantener el orden, asignar a los participantes y
asegurarse que los servicios se condujeran adecuadamente. Como dije
antes, este era un hombre importante. Seguramente conoces esta clase de
gente: pueden llegar tarde a cualquier ceremonia porque tienen los asientos
reservados, tanto para la ceremonia como para el banquete que le sigue, y
hasta pueden tener sus nombres inscritos en el programa. Pueden ser
admirados o despreciados, pero de cualquier manera son importantes.
Pero ese día, Jairo se está comportando de una manera inusual para un
hombre de su categoría: “Postrándose a los pies de Jesús, le rogaba que
entrase en su casa” (vers. 41). ¡Qué escena tan extraña! Este hombre,
postrándose humildemente a los pies de Jesús, no solo mostraba su total
sumisión sino que declaraba públicamente su desesperada necesidad de
Jesús. Todos estamos en el mismo nivel cuando el sufrimiento llama a
nuestra puerta. Jairo ya no está preocupado por su honor; todo lo que desea
es que su pedido sea concedido. Le ruega a Jesús que vaya a su casa. Pedía
para su hija. Creo que su disposición a humillarse en verdad revela cómo el
honor, que era uno de los valores principales para la sociedad mediterránea
del primer siglo, se torna secundario cuando se trata de salvar a un hijo.
Algunos, con gran celo religioso, se tornan críticos y duros cuando se trata
de los hijos de otros… hasta que sus propios hijos están en problemas.
Entonces piden que se los trate con misericordia y gracia. Me alegra que
Dios es siempre el mismo: sus brazos siempre están listos para recibir y sus
labios siempre están listos para expresar palabras de gracia para los que lo
necesitan.
Pronto descubrimos la razón de la desesperación de Jairo: “Porque tenía
una hija única, como de doce años, que se estaba muriendo” (vers. 42).
¡Una hija única! ¿Qué haría un padre desesperado por su hijo único? Yo sé
lo que haría; yo soy hija única. Puedo recordar la desesperación de mis
padres en muchas ocasiones. He tenido asma desde que era una niña
pequeña y las medicinas para el asma no eran tan avanzadas como lo son
ahora. Todavía recuerdo ocasiones cuando no podía respirar y mis padres
me llevaban apresuradamente al hospital, cruzando la ciudad en nuestro
pequeño automóvil. Dejaban cualquier cosa que estuvieran haciendo para
llevarme. Me acuerdo especialmente de una de esas ocasiones: era la hora
de mayor tránsito, las calles estaban congestionadas, y mi padre encendía
constantemente las luces mientras hacía sonar la bocina, y mi madre agitaba
frenéticamente los brazos por la ventana. Para el momento cuando llegamos
al hospital, mi cara se estaba poniendo azul. Un padre hace cualquier cosa
para salvar a un hijo. ¡Cualquier cosa!
La pequeña hija de Jairo se está muriendo; apenas tiene doce años. Y
aunque las mujeres no eran realmente estimadas en esa sociedad, Jairo hace
todo lo que puede hacer para salvar a su hijita. Pero se le están terminando
las opciones… Esta es su última esperanza de salvar a su niña de doce
años… ¡Vamos Jesús! ¡Apresurémonos! ¡Tenemos que llegar a tiempo! ¡Su
cara se está poniendo azul! Pero “la multitud le oprimía” (vers. 42).
Este formato narrativo era usado cuando ambas historias debían ser
interpretadas en conjunto. Pero, ¿qué podían tener en común estas dos
historias? Es un hecho bien conocido que Lucas presenta historias de
mujeres y hombres en paralelo (como lo vimos en el primer capítulo de este
libro). Jairo y la mujer enferma forman uno de esos pares. Aparte de esto,
la intercalación parece no tener mucho sentido… ¿O será que lo tiene?
¿Hay algo en común entre este hombre importante y la mujer desechada?
Aunque las intercalaciones están presentes en otros Evangelios, Lucas
presenta estas dos historias paralelas de una manera más impactante.
Mediante la elección de palabras, temas y términos, él destaca lo que
ambas historias tienen en común. Porque todos estamos en el mismo nivel
cuando se trata de sufrir… y de nuestra necesidad de Jesús; nuestra
desesperada necesidad de Jesús.
Volvamos a nuestros relatos. Se nos dice que la procesión hacia la casa
de Jairo es interrumpida ¡por una mujer “impura”! La última declaración de
la historia previa nos presenta tres importantes elementos: Jairo tenía una
hija (única hija) que tenía doce años y se estaba muriendo. Cuando el
narrador hace la transición a la nueva historia intercalada con la original,
comenzamos a ver que hay mucho en común entre ambas. “Pero una mujer
que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado
en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada” (vers.
43). ¿Alguien dijo doce? ¿Doce años? ¿Quiere decir que esta mujer había
estado enferma por la misma cantidad de años que la hija de Jairo había
estado viva? ¿El mismo período? La diferencia era que esta mujer no tenía
un hombre importante que se preocupara por ella: ni padre, ni esposo, ni
consejero, ni maestro… nadie. Ella es un buen ejemplo de “pobre” en
Lucas, porque “pobre”, en los ojos de esa sociedad, era un término para
definir a los que estaban excluidos, los que estaban fuera de los límites de
las bendiciones de Dios, los que no eran honorables ni tenían una posición
social. Esta pobre mujer estaba completamente desechada: una mujer
enferma de una terrible enfermedad que la hacía social y ritualmente impura
(ver Levítico 15:19-33). ¿Qué podría haber sido peor que eso?
Ella había sido excluida de su comunidad durante doce años. Ningún
hombre podía tocarla (ni social ni sexualmente). No podías invitarla a una
cena en tu casa. Tampoco podía entrar en la sinagoga. Y lo peor de todo,
parecía no tener más opciones para recuperarse. Ahora estaba sin ayuda y
materialmente empobrecida porque había gastado en doctores todo lo que
tenía. Es comprensible que Lucas, el médico, limite sus críticas a la
profesión médica; pero Marcos no tiene reparos en remarcarlas: “Pero una
mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, y había
sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada
había aprovechado, antes le iba peor” (S. Marcos 5:25, 26).
Vemos que hay mucho en común entre esta mujer y la hija de Jairo: ambas
son mujeres, ambas están muriendo, ambas están en circunstancias
desesperantes, ambas cumplen un periodo de doce años. ¿Cuál es la
principal diferencia? La mujer no tenía un papá importante para hablarle a
Jesús en su favor. Tenía que hacerlo ella misma; era su última esperanza…
Así que resuelve atravesar todas las barreras, cruzar todos los límites
sociales y rituales, dejar de hacer lo que era apropiado, y ¡hacer lo
IMPENSABLE!
El TOQUE de la “intocable”
Alguna vez le has preguntado a Dios: ¿Tienes algo para mí? ¿Alguna vez
has sentido que Dios manifiesta su poder y tiene tiempo para otra gente más
importante pero no para ti? Cuando escuchas testimonios de sanidades y
liberaciones milagrosas, ¿te preguntas si alguna vez te ocurrirá a ti? Esta
mujer se lo había preguntado.
Jesús estaba en camino hacia la casa de Jairo cuando ella resolvió hacer
su último intento. Tal vez él podría hacer algo por ella mientras iba en
camino a cumplir un importante pedido. Debido a que durante doce años no
había sido bienvenida en ninguna parte sino que había sido rechazada por
todos, se había tornado experta en evitar ser identificada; sabía cómo actuar
para no llamar la atención sobre sí misma. Podemos decir que tenía un
“doctorado” en hacerse invisible… ¿Te ha ocurrido a ti? ¿Te ha ocurrido en
la iglesia o en el trabajo con tus colegas, que pasas alrededor de ellos sin
identificarte porque no quieres que te hagan muchas preguntas sino que
prefieres mantenerte incógnito? Normalmente ocurre porque tememos que
nadie nos va a comprender; y si nos comprenden, igual nos van a rechazar.
Esta mujer, intocable y desechada, “se le acercó por detrás y tocó el
borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo de su sangre” (S. Lucas
8:44). ¿Qué? ¿Qué fue lo que hizo? ¡Cómo se atreve! ¿No sabe que está
haciendo a Jesús impuro? ¡Le está pasando su impureza al Maestro! ¡Ahora
sufrirá las consecuencias! ¡Jesús, mejor enséñale a comportarse! Pero,
¡espera!… Jesús está hablando: “¿Quién es el que me ha tocado?” (vers.
45). ¿Ves? ¡Te lo dije! Ahora se le dará públicamente una clase de cómo
comportarse apropiadamente en un ambiente socio-religioso… Al menos
eso es lo que ella piensa.
¡Ha hecho lo impensable! La mujer intocable, a quien no se le permite
tocar o ser tocada (ver Levítico 15:19-33), ¡ha TOCADO a Jesús, y él
desea saber quién lo ha hecho! El verbo tocar se transforma en una palabra
central en la historia porque varios la repiten: Ella tocó… Jesús pregunta:
“¿Quién me ha tocado?”… Pedro dice: “Todos”… “¡No —dice Jesús—
alguien me ha tocado!” Finalmente, la mujer le dice por qué lo había
tocado (S. Lucas 8:44-47). Tocar, tocar, tocar, tocar. Es comprensible que
todos nieguen haberlo hecho, incluyendo la mujer; en el caso de ella, por
temor. Sin embargo Jesús tiene tanto más que ofrecerle. Ya ha sido curada,
pero Jesús quiere también sanar su alma; quiere darle plenitud; quiere darle
dignidad y restituirla públicamente en la sociedad.
“Entonces, cuando la mujer vio que no había quedado oculta [o sea,
había sido descubierta], vino temblando, y postrándose a sus pies, le
declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo
al instante había sido sanada” (vers. 47). ¡Cuánto se incluye en tan pocas
palabras! Primeramente, ella parece haber perdido su capacidad de hacerse
invisible: ¡Jesús la DESCUBRE! Tampoco tú pasas desapercibido; Jesús
nota cada lágrima, cada pensamiento, cada oración. Aun si la multitud no te
ve, ¡él sí! En segundo lugar, ella viene temblando; tiene miedo… piensa
que Jesús la va a condenar. ¡Cuántas veces vemos a Dios de esa manera,
pensando que él se ha rodeado de barreras y condiciones, cuando éstas han
sido impuestas por los mismos seres humanos! Nos imaginamos que él nos
va a pedir que nos lavemos el rostro y nos libremos de nuestras impurezas
antes de allegarnos a su presencia. Pero definidamente ese no es el cuadro
bíblico de Dios. Él es un Padre amante, que espera desesperadamente que
sus hijos retornen al hogar, aunque estén cubiertos de barro… o de sangre.
Entonces ella se postra a sus pies (vers. 47). ¡Igual que Jairo! El hombre
importante y la mujer desechada están en la misma posición a los pies de
Jesús. Nuestra necesidad nos coloca en el mismo nivel. ¡Estas dos historias
tienen mucho más en común de lo que habíamos pensado! ¡Y todavía hay
mucho más! Frente a todo el pueblo ella declara la razón por la que se
había comportado de una manera social tan extraña, su constante
enfermedad y el resultado de su acción: ¡Había sido sanada! ¡Oh, Jesús!
¿No podrías haberle evitado su vergüenza? ¿No podrías haberla llamado
aparte para preguntarle en privado a fin de que no tuviera que sufrir las
miradas de todo el pueblo y ser avergonzada públicamente? “Oh, mi
querida hija —me respondería Jesús—, realmente no me comprendes,
¿verdad? ¡Yo tengo una sorpresa para ella! ¡Quiero darle mucho más de lo
que ella se imagina, y quiero que todos sean testigos de ello!”
Hijos de Dios
¡Estas historias tienen en común mucho más de lo que nos habíamos
imaginado! Tanto el hombre importante como la mujer desechada se
postran a los pies de Jesús. Hay dos hijas, con doce años de proceso,
ambas en circunstancias desesperantes, y ambas son salvadas por el toque
de Jesús. Por las leyes de esa sociedad, ambas eran impuras (una enferma,
la otra muerta), no obstante, Jesús las toca ¡y ambas reciben mucho más que
la salud física!
Tal vez hoy te sientes sin saber qué hacer; te sientes desechado o
desechada, sin nadie que se preocupe de ti ni te comprenda. Enfermedades
sin fin, tanto en lo emocional como en lo espiritual y lo físico, te han
quitado la energía y te han llevado al borde de la desesperación. La noticia
más grande que tengo hoy para ti es que ¡JESÚS TE HA NOTADO! ¡Te
llama HIJA o HIJO! ¡Y te invita a ser parte de su familia! “Mirad cuál amor
nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan
3:1).
Dios sabía exactamente cómo se sentía Jairo. El hecho es que él también
tenía un Hijo único (ver S. Juan 3:16) que estaba muriendo. Excepto que no
había nadie que rescatara al Hijo de Dios, porque él moría con un
propósito: restablecer nuestro lugar en su familia. ¡Y lo hizo! ¡Nuevamente
somos sus hijos! Pronto nos llevará a su hogar con él, para nunca más sufrir,
ni llorar, ni lamentar una muerte (ver Apocalipsis 21:4). Mientras tanto,
cree en él, tócalo con tu mano de fe, y verás cómo te da plenitud, dándote
mucho más que la salud física (aunque también agradezco que muchas veces
elige hacer esto último). ¡Pero lo más importante es que te salvará y te dará
PAZ! ¡Y lo hará ahora!
Leamos juntos la realidad de nuestra nueva identidad: Somos hijos de
Dios. Llena los espacios en blanco con tu nombre:
*La mayor parte del material en esta sección del capítulo es extraído de mi libro Sorprendidos por
amor, publicado por Pacific Press® Publishing Association.
Salvación para los
“confundidos”
Locura
En estas circunstancias, la confusión era comprensible. Se nos dice que
las mujeres “vieron el sepulcro, y cómo fue puesto su cuerpo” (S. Lucas
23:55). Así que cuando vuelven a la tumba el domingo de mañana, trayendo
las especias aromáticas que habían preparado (ver S. Lucas 24:1), ya saben
lo que van a ver… la misma escena, ¿verdad?
Pero en lugar de eso, “hallaron removida la piedra del sepulcro y… no
hallaron el cuerpo del Señor Jesús (vers. 2, 3). ¡Pero ellas habían visto el
cuerpo dentro de la tumba! ¡No es de extrañar que hayan estado
PERPLEJAS! “Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se
pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes” (vers.
4). ME ENCANTAN los inclusios de Lucas (inclusio es un término técnico,
una especie de “sujetalibros” narrativo, donde algo comienza y termina de
la misma forma). En el comienzo del Evangelio de Lucas, cuando los
pastores reciben el inesperado anuncio angélico, tuvieron temor (S. Lucas
2:9). Ahora, al final del Evangelio, cuando los ángeles se presentan, ¡las
mujeres responden con temor! (Ver S. Lucas 24:5). Pero entonces se les da
el anuncio cumbre: “No está aquí, sino que ha resucitado” (vers. 6). En
otras palabras, ¡ALELUYA! ¿Te imaginas recibir esta noticia?
El hecho de que la tumba estaba VACÍA, es la proclamación teológica
central de la resurrección para la Iglesia Cristiana hasta nuestros días.
Significa que no se trataba de una resurrección espiritual que dejó el cuerpo
en la tumba. ¡NO! Tampoco se trató de la resurrección de la divinidad de
Cristo mientras que su humanidad permaneció en la muerte. ¡NO! Jesús
resucitó en cuerpo y alma. ¡LA TUMBA ESTÁ VACÍA! ¡Él vive!
¿Cuál sería el antídoto para el temor y la confusión? “Recuerden lo que
les dijo cuando todavía estaba con ustedes en Galilea: ‘El Hijo del hombre
tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores, y ser crucificado,
pero al tercer día resucitará’” (vers. 6, 7, versión NVI). ¿Recuerden? Creo
que este es el antídoto para la confusión aun hoy. Cuando no estés seguro
acerca del corazón de Dios… recuerda la cruz. Cuando no estés seguro si
Dios estará contigo en el futuro… recuerda la forma en que él ha estado
contigo en el pasado; incluso cuando tuviste dificultades, él nunca te
abandonó. Cuando tengas miedo y tu corazón se turbe… recuerda sus
promesas: Él fue a preparar un lugar para nosotros y pronto vendrá a
buscarnos (ver S. Juan 14:1-3). La seguridad de nuestro futuro se encuentra
en el pasado. Tu seguridad de salvación se encuentra en la cruz.
“Entonces ellas se acordaron de sus palabras” (S. Lucas 24:8). Las
mujeres se acordaron y fueron a proclamar la resurrección de Jesús. ¡Me
encanta! Esto hubiera sido muy embarazoso para la iglesia del primer siglo;
¡ciertamente no inventaron este detalle del relato! El primer anuncio de la
resurrección de Jesús fue dado a mujeres… ¡MUJERES! Esto era difícil de
aceptar. Como mencioné en el segundo capítulo de este libro, en el primer
siglo había dos grupos de personas cuyo testimonio no era aceptado en una
corte legal por considerárselos indignos: los pastores y las mujeres. Me
encanta el hecho de que Lucas menciona que Dios eligió a pastores para
ser los primeros testigos del nacimiento de Jesús (S. Lucas 2), y eligió a
mujeres para ser los primeros testigos de su resurrección (S. Lucas 24).
¡Qué sorpresa! ¡Qué maravilla!
Así que las mujeres vinieron proclamando las buenas nuevas y los
hombres no les creyeron. Cuando ellas se lo dijeron a los apóstoles, “a
ellos le parecían locura las palabras de ellas, y no las creían” (vers. 11).
¿LOCURA? ¡Cómo podía ser locura cuando Jesús había hablado tántas
veces acerca de esto! Ah, ya me doy cuenta: ellos no recordaban. Pedro
decidió corroborar por sí mismo; fue a la tumba y tampoco encontró a
Jesús. Confundido, se preguntaba qué habría sucedido (vers. 12). ¿Eran
buenas o malas noticias? ¿Habían perdido todo? ¿O tal vez no? De vez en
cuando todos necesitamos verificar la realidad, y ellos ciertamente lo
necesitaban. En fin de cuentas, la percepción es una interpretación de la
realidad…
Un viaje de percepción
“Y he aquí, dos de ellos iban, el mismo día a una aldea llamada Emaús”
(vers. 13). El texto parece implicar que estos dos eran parte de aquellos
que pensaron que el relato de la resurrección contado por las mujeres era
una locura. En su viaje de aproximadamente diez kilómetros (vers. 13), iban
discutiendo todas “aquellas cosas” que habían sucedido (vers. 14),
incluyendo seguramente el informe de las mujeres. Uno de los temas de
Lucas son las “jornadas” o viajes. ¡Todo el mundo parece que está viajando
hacia algún lugar! Y no eran simplemente caminatas hacia un lugar
geográfico, sino jornadas de discernimiento espiritual; y el camino a Emaús
no es una excepción. Allí ocurre algo extraordinario: “Sucedió que mientras
hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos”
(vers. 15). El Señor resucitado, de quien los ángeles habían informado a las
mujeres, ¡se presenta en su medio!
Solo al lector se le advierte del secreto, mientras que los viajeros no lo
reconocen. En los Evangelios, la visión y la ceguera física están
íntimamente relacionadas con la visión espiritual y la capacidad de
reconocer la identidad y la misión de Jesús. Pero los viajeros no captan ni
lo uno ni lo otro. No saben ni quién es ni lo que ha hecho. Cuántas veces
nuestras lágrimas no nos permiten ver a Jesús. Me pregunto cuántas veces
nuestra percepción equivocada retrasa nuestro gozo. Sin embargo me alegra
tanto saber que Jesús siempre camina junto al triste, el deprimido y el
confundido. ¡SIEMPRE! Si tú te sientes así hoy, ¡cree de verdad que Dios
ESTÁ CONTIGO!
Así que el diálogo comienza: “Y les dijo: ¿Qué pláticas son estas que
tenéis entre vosotros mientras camináis?” (vers. 17). En respuesta a la
pregunta de Jesús, “Se detuvieron, cabizbajos” (vers. 17, versión NVI). Se
detuvieron porque no podían creer que hubiera alguien que no supiera la
razón de su tristeza. Su angustia se refleja en la pregunta de Cleofas: “¿Eres
tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella
han acontecido en estos días?” (vers. 18). Me da gracia la respuesta de
Jesús: “¿Qué cosas?” (vers. 19). Es como si les dijera: “¿Acaso ocurrió
algo este fin de semana?” Por mucho tiempo pensé que era solamente una
expresión humorística, pero ahora creo que les estaba dando la oportunidad
de explicar la versión que ellos tenían de lo sucedido…