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MANUEL ADOLFO MARTINEZ PUJALTE Yo, Maria Callas Rann etre Prélogo AtFRepo Kraus HUERGA & FIERRO ee 0 ie Se ae eer Diseno grafico realizado en colaboracion. con el autor Primera edici6n: marzo 1998 Segunda edicién: octubre 2005 Fotografias de los interiores cedidas por el autor del libro © Manuel Adolfo Martinez Pujalte © Del prologo, Alfredo Kraus Derechos exclusivos de edicidn en castellano reservados para todo el mundo © 2005: Huerga y Fierro editores, $.L.U. C/ Vizcaya, 4 28045 Madrid-Espaia Telf.: 91 467 63 61 Fax: 91 467 63 99 LS.B.N.: B4-89858-35-7 Dep6sito Legal: M-38176-2005 Impreso en Pinares Impresores, S.L. Impreso en Espaia/Printed and made in Spain Ninguna parte de esta publicaci6n, incluido el disefto de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningtin medio, ya sea eléctrico, quimico, mecinico, dptico, de grabacién o de fotocopia, sin permiso previo de la Editorial y del Autor. PROLOGO Cuando Manuel Adolfo Martinez Pujalte me pidié que escri- biese el prologo para su libro «Yo, Maria Callas», acepté muy complacido por tratarse de la autobiografta, apécrifa pero ri- gurosamente documentada, de una de las figuras mas legen- darias y carismdticas de la lirica del siglo xx. Yo tuve el honor, y el autor de la obra lo refleja con sumo rigor en sus pdginas, de cantar a su lado en una ya bistorica produccién de «La Traviata» representada, en 1958, en el te- atro San Carlos de Lisboa. Aquel encuentro profesional con la mitica «prima donna», cuando se encontraba en la cispide de su carrera de soprano, lo be evocado en numerosas ocasiones, por constituir uno de los hitos mds significativos de mi bio- grafta artistica. Al igual que su protagonista me dedica al evocarme, en las paginas, no totalmente de ficcién de estas memorias pos- tumas, palabras llenas de caritio e inmerecida admiracion, yo, desde el entranable recuerdo que de ella conservo, no puedo menos que homenayjearla en este prefacio, justo cuando estd a punto de cumplirse el vigésimo aniversario de su muerte, aca- ecida en septiembre de 1977, en Paris. Maria Callas fue, y en este libro lo expone con gran fide- lidad su autor, una inconmensurable artista y una mujer de conmovedora humanidad, mucho mds tierna, vulnerable y Jragil, que la imagen de aspera diva, creada, aprovechindose de algunos de sus exabruptos, por cierta Prensa sensaciona- lista, atribuyéndole el sambenito de «tigresa». Su vida, desa- fortunadamente no muy larga, pero si intensa y apasionada, fue tan novelesca y extraordinaria, como la de muchas herot- nas liricas, que encarno en los mds prestigiosos escenarios del mundo. M.A. Martinez Pujalte, hombre de sdlida formacion aca- démica, variopinta erudicién y gran experiencia viajera, ha sa- bido reflejar, utilizando una ingente bibliografia y consulta de diversas fuentes orales y hemerogrdficas, todas las facetas de una mujer, tan poliédrica y contradictoria, como lo fue la Ca- Has: volcinica a veces, pero también templada; independiente, pero a la vez, muy necesitada siempre de dar y recibir afecto; aparentemente altiva, pero sin dejar nunca de poseer un tras- fondo de humildad y autocritica, por su proverbial afan per- feccionista... Al leer estas remembranzas, se capta el verdadero talante humano de la cantante, con todas sus grandezas y miserias personales, y nos sumergimos en las interioridades de la rica pertpecia vital, de quien, si bien es cierto que alcanz6 las mds altas cimas del Olimpo como artista, no lo es menos, que, como mujer, descendié a veces a los mds amargos pozos de la soledad y el desamor. Los amenos capitulos que componen este libro, oportuna- mente jalonados con expresivos fragmentos de grandes dpe- ras, estén escritos con una prosa, que pone de relieve la doble condicion de periodista y escritor de su autor, al conjugar en su estilo, la dgil funcionalidad del lenguaje informativo, con ciertos registros liricos de genuina raigambre literaria. No me gustaria concluir estas lineas prologales, sino bri- Lantes, si al menos muy emocionadas y sinceras, sin reiterar mé ptblico homenaye a quien mereci6, con toda justicia y sin ningtin asomo de bipérbole, el epiteto de «la Divina». Por eso, cuando el cineasta y director de escena, Franco Zefirelli, dijo, si mal no recuerdo, que en la historia de la Opera exis- tian dos épocas, claramente diferenciadas, A.C y D.C (antes de Callas y después de Callas), no exageraba en absoluto, por- que con su estilo vocal inimitable y su portentosa capacidad interpretativa, Maria Callas revolucion6 el espectdculo operis- tico. ALFREDO KRAUS A Mari Carmen, mi dulce esposa, por su constante aliento, y a mi cuftada Luisa Maria, agradeciéndole su espléndida labor de amanuense informdtica. «Sélo lo que se quiere conservar para uno mismo tiene también derecho a ser guardado para los demas. iQue hablen y elijan, pues, mis recuerdos, en mi lugar, y procuren dar siquiera una pdlida imagen de mi vida antes de que ésta se hunda en las tinieblas!». STEFAN ZWEIG «El mundo de ayer» «Tengo mi vida delante como un libro abierto». ALMA MAHLER «Mi vida» INTRODUCCION Antes de que mi cuerpo convertido en cenizas sea espar- cido en las aguas del Mar Egeo, esas mismas aguas en las que tantas veces me zambullf dichosa, quiera dejar constan- cia por escrito de mis recuerdos. Asi no se los levaran los vientos del olvido, pues nunca, como hasta ahora, a pesar de la ingente proliferacién de medios audiovisuales, o tal vez precisamente por ella, y el cariz efimero que a todo im- prime, la maxima latina «verba volant, scripta manent» (las palabras vuelan, los escritos permanecen), ha tenido mas vi- gencia. Richard Wagner en el proemio a su autobiografia mani- festd, que en el caso de que sus memorias tuviesen para sus descendientes algun interés, no deberfan publicarse hasta que transcurriese cierto tiempo después de su muerte. A este respecto dejé a sus herederos disposiciones testamenta- rias. Yo quiero seguir la pauta establecida en su obra«Mi vida», por el autor de «Tristan e Isolda» y, aunque no tengo descendientes, deseo que estas memorias salgan a la luz pu- blica veinte afios después de que la Parca, siempre inexora- ble en sus citas, me arrastre fuera del escenario de los vivos. Seran una memorias pdéstumas pero sinceras. Con este libro, no sélo pretendo preservar por escrito el patrimonio de mis remembranzas, sino que también de- seo efectuar un acto de reivindicacién de mi misma, que sitva de alegato personal frente a la presumible publicacién de biograffas que, tras mi muerte, apareceran en los escapa- aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. por citar algunos relevantes ejemplos— han dejado para la posteridad una imborrable estela, y cuyo legado sigue cons- tituyendo un inestimable patrimonio de la Humanidad. Si busco un paralelismo con el contenido argumental de famosas éperas, he podido comprobar que hay momen- tos o fases de mi vida (las mas aciagas casi siempre) que tie- nen una rigurosa concordancia con el sentir expresado por heroinas liricas que he interpretado, tales como «Madame Butterfly», Violeta de «La Traviata», la Santuzza de «Cava- lleria rusticana», «Tosca», «Norma» o «Medea». Determi- nados fragmentos de esas obras maestras, reflejan, mejor que muchas de las paginas de este libro, la verdad de mis sentimientos mas intimos y auténticos. No sin cierta exageracion escribia Isadora Duncan, en la introduccién de su libro «Mi vida», que «ninguna mujer ha dicho toda la verdad de su vida. Las autobiograffas de las mujeres mas famosas constituyen una seria de relatos de su existencia exterior, detalles y anécdotas livianos que no dan ninguna idea de su vida verdadera. Los grandes momentos de gozo o de tristeza quedan en silencio». Espero que estas paginas rememorativas, que dia a dia he venido pergefiando en soledad, no confirmen esta tesis de la legendaria baila- tina, y reflejen con la mayor fidelidad posible, los claros y las sombras de mi vida, sin hurtar su vasta carga de gozo y de tristeza. Escribo estos apuntes en Paris, ciudad de la que Albert Camus dijo que «es muchas veces un desierto para el cora- z6n». Hoy corroboro con mi experiencia personal, esa de- sazonante afirmacién acerca de la capital de Francia, hecha precisamente por alguien que la amé tanto como la amo yo. Rebasado el medio siglo de mi existencia, presiento que es- toy en el ocaso, un tanto prematuro, de la misma y «no me falta mucho para confraternizar con la muerte», como con tono sombrio no exento de romantica belleza, diria Chopin. Benvenuto Cellini, ilustre escultor y orfebre asi como autor de una memorable autobiografia —sobre cuya figura Berlioz compuso una 6pera— afirmé que la «bella em- presa» de escribir uno su propia vida no deberia comen- zarse antes de cumplir los 40 afios; yo tengo ahora doce mas de los exigidos por el insigne artista plastico, y creo que 52 afios permiten suficiente perspectiva cronolégica y bagaje vital para emprender esta tarea de memorialista. Naci en 1923, el mismo afio en que el irlandés W. B. Ye- ats obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Sus siguientes versos vienen como anillo al dedo, por su delicada expresi- vidad, para ilustrar en términos metaféricos, el propésito de este libro: ARRIBO DE LA SABIDURIA CON EL TIEMPO «Aunque las hojas sean muchas, la raiz es sdlo una a través de los mentirosos dias de mi juventud meci mis hojas y flores al sol. Ahora puedo marchitarme en la verdad». B MENSAJERO El sagrado suelo egipcio ha sido invadido por los birbaros etiopes; nuestros campos han sido devastados, incendiadas las mieses; y envalentonados por la facil victoria, los saqueadores ya avanzan contra Tebas! («Aida» GIUSEPPE VERD!) CAPITULO I De Manbatan a la Acrépolis A pesar de que de pequefia quise ser dentista, parecia estar predestinada desde la cuna, a ejercer una profesién en la que la boca no deja de jugar también un papel primordial: la de cantante lirica. Aun no contando con una tradicién fa- miliar de profesionales del canto, llevo desde el nacimiento en mis genes cierta predisposicién «belcantista». Mi abuelo paterno, Pietros Dimitriadis, que alcanz6 el grado de coro- nel y participé en las guerras balcanicas, merecié el apodo de «coronel cantante» por parte de sus soldados, y es que no en vano poseia una hermosa voz de tenor. Evangelia, mi madre, que siempre se ha considerado una cantante frus- trada, trataria de que yo, desde que jugaba con mufiecas, realizase sus suefos fallidos y me convirtiese en una figura de la Opera. Y la verdad es que no cejo en el empefio hasta ver consolidado mi triunfo artistico. Mi padre, Georgios Kalogeropoulos, farmacéutico pro- fesional, siempre ha sido un hombre muy atractivo y dotado de una bella voz bien timbrada. Era diez afios mayor que mi madre cuando la Ilev6 al altar en 1916, en plena contienda mundial, una circunstancia quizds premonitoria de que Marte, dios de la guerra, regirfa su tumultuosa vida conyu- gal, llena de desencuentros, que con el tiempo desemboca- rian en divorcio. Mis progenitores se instalaron en Meligala (Polopo- neso). Allf nacié mi hermana mayor Cinthia, a la que poste- riormente cambiarian el nombre por el de Jackie. Después vendria al mundo mi hermano Vassilis, al que no pude co- nocer nunca, porque moriria a la temprana edad de tres afos a causa del tifus. 17 Aunque en el Peloponeso se encuentran, ademas de Olimpia y Esparta, la region conocida como Arcadia, mo- rada del dios Pan y de la felicidad pastoril, la vida de mi familia no debja ser alli precisamente arcadica, cuando, sin hacer caso de las objeciones de su esposa, mi padre de talante mas aventurero que ella, decidid que emigraran a Estados Unidos, cuando yo todavia alentaba en el seno de mi madre. Corria el afio 1923 y el «suefio americano», to- davia no zarandeando bruscamente por la ya préxima Gran Depresién, seguia refulgiendo, cual seductor Eldo- rado, en el espiritu anhelante de progreso material de mi- les y miles de personas de lo mas variopintos lugares del planeta. Pasados los afios, al ver la espléndida pelicula de Elia Kazan, «América, América», pude imaginar y captar en toda su emocionante dimensién humana, lo que debicron sentir mis padres cuando su barco arribé al puerto de Nueva York y divisaron, cual emblematica deidad, la esta- tua de la Libertad, aquel ya lejano 2 de agosto de 1923. Su llegada al ansiado Nuevo Mundo, verdadera versi6n laica de la Tierra Prometida para muchas generaciones pre- cedentes de emigrantes, tuvo un trasfondo luctuoso, ya que a la saz6n acabada de morir el presidente Harding, bajo cuyo mandato precisamente se habian restablecido las res- tricciones a la inmigraci6n. Pero si el pais estaba sumido en duelo y declarado luto nacional, el corazén de mi padre la- tia jubiloso por encontrarse en la mitica ciudad de los ras- cacielos, tan altos, como lo eran sus metas profesionales. Merced a los buenos oficios del doctor grecoameri- cano, Leonidas Lantzounis, que les esperaba en el muelle, mis padres, junto con mi hermana Cinthia, se instalaron en un apartamento de Long Island. Mi padre comenz6 ense- guida a trabajar como encargado de la seccién de farmacia de un «drugstore». Yo vine al mundo en el Flower Hospital de Nueva York, el 2 de diciembre de 1923. Segtin me contaria afos después mi madre, aquel dia nevé intensamente, circuns- 18 tancia meteorolégica que en absoluto ha influido en mi ca- racter dada mi proclividad al acaloramiento. Mis padres es- peraban un hijo var6n, al que tenfan ya preparada la canas- tilla con ropas de nifio, y en cambio la caprichosa cigiiena les trajo una hembra con once libras de peso. Lo cierto es que ya tenfan una nifia, y el nacimiento de un hijo, les hu- biese resarcido de la dramatica pérdida de mi hermanito. No soy experta en psicoanilisis, pero creo que este dato —pues al principio no quiso ni verme— marcé en cierto modo, el resto de mi vida, y fue muy determinante, junto con otros factores, en la relacién un tanto especial que he mantenido con mi madre. Tres afios después fui bautizada en la iglesia ortodoxa de la calle 74, con el larguisimo nombre compuesto de Ce- cilia Soffa Ana Maria. La verdad es que, considerandolo re- trospectivamente, el que mejor me encajaba, dada mi poste- rior decantacién profesional por la Masica, es el primero habida cuenta que Santa Cecilia es la patrona de tan su- blime arte, pero seria el ultimo, Marfa, por el que siempre se me identificarfa. El doctor Lantzounis, que con tanta dili- gencia y desvelo intervino en mi parto, fue mi padrino. Al mismo tiempo que me impusieron aquel nombre tan rimbombante, no exento de resonancias regias, adquiri tam- bién el nuevo apellido familiar: Callas, que vino a sustituir al de Kalogeropoulos, de fonética un tanto dificil para el mundo angloparlante que nos rodeaba. Pero no sdlo estrenamos apellido sino también nueva residencia. De Long Island pasamos a vivir a un piso si- tuado en la calle 192, en Washington Height. Alli, en pleno corazon de Manhattan, el rollizo bebé de los Callas fue transformandose en una nifia dotada de un apetito voraz y marcada tendencia a la obesidad. Por lo que respecta a mi primera relacién con la Ma- sica, y segtin testimonio de mi madre, esta data de cuanto tenfa cuatro afios. En casa tenfamos una pianola que se ac- cionaba mediante unos pedales. Yo, mientras mi madre es- taba en la cocina amasando pan, apoyaba las manos en los 19 pedales y me deleitaba con la melodia, que de modo tan ma- gico, surgia de aquel instrumento. Algo es algo, aunque no es minimamente parangonable con el nifio-prodigio Mozart, quien a la misma temprana edad compuso su primer concierto sin saber escribir toda- via las notaciones musicales; su padre escribia los minuetos y aires que ideaba en el clavecin el genial infante. Pero si nos atenemos al género lirico, para precocidad, la que de- mostré Maria Malibran, soprano del pasado siglo, quien cuando contaba tan sdlo 5 afios de edad subié a un escena- rio, o la de Bellini, que tocaba maravillosamente el piano a esas misma edad y a los 6 escribid su primera composici6n. Un afio después, en 1928, cuando apenas contaba un lustro de existencia, sufri un accidente que estuvo a punto de arrebatarmela. Estaba en la calle con mis padres, junto al portal de casa, y vi a mi hermana Jackie al otro lado de la ca- lle. Sali corriendo hacia ella sin percatarme de que en ese momento pasaba un coche. Fui atropellada. Mis padres, sin poder contener apenas el panico que les invadié, me lleva- ron al hospital Sainte-Elisabeth, en Fort Washington Ave- nuc. Mi madre llegé a desmayarse pero, por fortuna, el doc- tor grecoamericano Korilos la tranquilizé al comunicarle que yo sufria solamente un shock nervioso y que muy pronto me repondria. En ese hospital permaneci veintidés dias y una vez dada de alta volvi a casa sin perder un Apice de mi desmesurado apetito. Aquellos fueron malos tiempos para la economia nacio- nal y obviamente para la de mi familia. A raiz del «crack» bursatil de Wall Street, acaecido en 1929, mi padre vendié su negocio para poder afrontar tan adversas circunstancias y logré un empleo como representante de productos farma- céuticos. Ante la drastica merma de ingresos nos vimos obligados a cambiarnos a un apartamento mas reducido. La gente, con el animo abatido por los perniciosos efec- tos de la Depresion, tenfa una enorme necesidad de eva- dirse. Esta crisis econémica coincidié con la irrupcién del cine sonoro, que fue uno de los pasatiempos favoritos de los 20 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. citado cine, la radio contribuyé asimismo a aliviar las penas que embargaban el espiritu de la inmensa mayoria de mis compatriotas. Una de las canciones que emitian con mayor frecuencia tenia la siguiente letra: Seamos como atulejos, felices todo el dia, olvidando nuestras penas con una alegre cancion. No hay que negar que suponia una desenfadada invita- cién a conjurar los males de la penuria econémica con la alegria de la masica, que nos haria millonarios aunque solo fuese en ilusiones. Y ya que hablamos de misica, tengo que sefialar que pese a que hasta los diez afios queria ser cirujano-dentista, la msica fue instaléndose en el centro de mi vida, cada vez con mayor fuerza. Con frecuencia cantaba «la Paloma» y fragmentos de «Carmen». Hubo un dia, que mi madre me ha recordado ufana muchas veces, en que teniamos las ven- tanas abiertas de casa porque hacia mucho calor. Yo can- taba «la Paloma», mi cancién favorita de entonces, y al ter- minar de cantar mucha gente que se agolpaba en la calle para escucharme me aplaudié. Aquellos fueron los prime- ros aplausos de mi vida de cantante. Mi madre, con sacrificios y esfuerzos, pues no estaba la economia doméstica para muchos dispendios, me pago la primeras lecciones de piano. Asimismo, en la iglesia orto- doxa griega de Saint-Spiridon, entonaba canticos los do- mingos, lo cual no resulta muy original ya que otros ilustres colegas mios cantaron en iglesias durante su infancia y ado- lescencia. Como botén de muestra basten los siguientes ca- sos: los tenores espafioles Alfredo Kraus y Jaume Aragall asi como los italianos Enrico Caruso, Carlo Bergonzi y Renato Brusson, entre otros muchos, cantaron en iglesias catdlicas, mientras que el tenor sueco Nicolai Gedda lo hizo en el cuarteto de nifios de la iglesia ortodoxa rusa de Leipzig. 22 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. cantara durante la celebracién del oficio religioso del do- mingo, pero me negué rotundamente. No obstante ante su reiterada insistencia, acepté cantar para los oficiales junto a un grupo de pasajeros. Tenia a la sazon trece aiios y el rostro salpicado de acné que intente disimular con una capa de polvos. Canté «la Pa- loma», el «Ave Maria» y terminé con la habanera de «Car- men». El comandante del «Saturnia» me regalé una mufieca agradeciéndome con grandes muestras de afecto paternal mi recital. Aquel fue uno de los hitos que jalonaron mi in- tensa trayectoria, algunos de cuyos aspectos ya he mencio- nado antes, de «nifia-prodigio». Debo decir al respecto, en honor a la verdad, que no me siento en absoluto orgullosa de esa etapa de mi vida, porque una hija a la que se trata asi envejece prematura- mente. No hay derecho a privar a un nifio de su infancia. Lo cierto es —como he manifestado en diversas ocasiones— que solo me sentia amada cuando cantaba. Mi madre esti- mulaba practicamente en exclusiva mis dotes musicales, lo cual iba en detrimento de mi formacién académica general. Pero volviendo a aquella travesia maritima, no me gustaria dejar de sefialar que la oficialidad nos dispensé, tanto a mi madre como a mi, un trato muy deferente, llegando incluso a escoltarnos hasta el muelle cuando llegamos al puerto de Patras. Fue muy emocionante el primer encuentro con la tierra de mis padres, el mitico ambito cargado de historia y de le- yendas, en el que, si bien es verdad que no habia nacido, si al menos habia sido gestada. Lo que mas me impresioné de mi patria ancestral fue su luminosidad y su cielo. Con raz6n ha escrito Lawrence Durrell que en Grecia «es siempre la luz la que nos atrapa» y Henry Miller que «en Grecia uno siente el deseo de bajiarse en el cielo, librarse de la ropa, co- rrer y, de un salto, sumergirse en el azul. Uno desea flotar en el aire como un Angel o tenderse rigido en Ja hierba y dis- frutar del trance cataléptico. Piedra y cielo se unen aqui en matrimonio...”. Algo similar a esta telurica dicha nupcial, 24 senti yo al descubrir aquella tierra envuelta en un halo ma- gico. Si como dijo Euripides, hace ya muchos siglos, «el ho- gar es donde esta el corazén», yo retornaba al mds genuino de los que habia tenido hasta entonces en el Nuevo Mundo. Sélo me faltaba mi padre para que la dicha del reencuentro con mis raices fuese completa. Viajamos en un viejo tren hasta Atenas, en cuya esta- cién nos esperaba mi hermana Jackie, acompafiada de va- rias tias, tios y primos. Nuestra enorme casa familiar, cer- cana a la Acrdépolis, no tenia nada que ver, en cuanto a tamafio y decoracién, con los apartamentos neoyorquinos en los que habia vivido hasta el momento. La mencionada Acrépolis, coronada por el portentoso Partenon, me deslumbré con su magia y su belleza. No ha- cia falta echarle mucha fantasia para imaginarse deambular por tan histérico lugar a los grandes pensadores y autores trdgicos de la Grecia clasica, tales como Sécrates, Platén, Arist6teles, Euripides, Esquilo y Séfocles, entre toda una ingente pléyade de consumados maestros de la especulacién filoséfica y de la dramaturgia. La contemplacién cotidiana de ese armonioso conjunto monumental, transido de gloria y de leyenda, constituia un acicate para mi afan perfeccio- nista en el terreno concreto de mi arte. Mi tio Efhimios, al poco tiempo de nuestra llegada, me llevé a casa de Marfa Trivella, antigua cantante de dpera, que daba clases en el Conservatorio Nacional. Como en esa institucién sélo admitian alumnos a partir de los dieciséis afios, y yo todavia no habia cumplido los catorce, Maria Tri- vella y mi madre corrigieron mi carnet de identidad, lo que me permiti6 iniciar a principios de 1938 mis estudios de canto. Me inscribf con el apellido original Kalogeropoulos, porque mi madre asi lo quiso al retornar a su pais, mientras que mi padre, por el contrario, continuaria apellidandose Callas. Me entregué en cuerpo y alma al estudio, pues ademas de las clases en el Conservatorio, acudia al domicilio de Ma- 25 ria Trivella para efectuar ejercicios. Esta tenaz dedicacién a mis tareas formativas no evitaba que sintiese como un lace- rante vacio la ausencia de mi padre. Creo que esta privacién de la presencia de la figura paterna, en afios tan decisivos como son los de la adolescencia para la configuracion de la personalidad, afecté de manera extraordinaria a mi equili- brio emocional. Mi madre se quejaba de que muchas veces adoptaba un comportamiento grosero con mis tios y tias y también con los criados. Aprendia con un frenesi vertiginoso, y Maria Trivella no paraba de elogiarme ante mi madre, a causa de mis pro- gtesos. Por aquella época me presenté a un concurso patro- cinado por el Conservatorio y obtuve el primer premio con uno de los papeles protagonicos de «Cavalleria rusticana». Encarnaba en esta famosa opera de Pietro Mascagni con li- breto basado en la novela homénima de Giovanni Verga, a Santuzza, una joven mujer seducida y abandonada por Tu- riddu, unido en amores con la adultera Lola.Esta conside- rada por los eruditos y criticos como la mas famosa de las primeras Operas veristas. En su argumento esta presente la obsesi6n siciliana por el honor personal y la exigencia de venganza cuando es mancillado, de ahi el titulo de «caballe- rosidad rastica». Siempre me ha gustado esta 6pera por el vivo contraste que existe entre la belleza de las melodias y el paroxismo de las rudas emociones de sus personajes. Muy pronto entraria en escena en mi vida una persona, que cuando escribo estas lineas todavia vive afortunada- mente para todos cuantos la queremos y admiramos, y que fue decisiva en mi posterior carrera artistica, me refiero a Elvira de Hidalgo. Esta soprano espafiola, que habia can- tado en los grandes teatros liricos del mundo con figuras tan relevantes como el mismisimo Caruso, acababa de llegar a Atenas y proyectaba, tras unos meses de estancia, trasla- darse a América. Estos deseos quedaron frustrados por los avatares de la recién iniciada segunda guerra mundial. Para suerte de quienes fuimos sus discipulos y disfrutamos de su eficaz magisterio, este bloqueo bélico, determiné que per- 26 maneciese durante mucho tiempo en la capital griega im- partiendo clases en el Conservatorio «Odeon Athenén». Ella fue para mi, mucho més que una maestra de canto, una segunda madre. Sus fotografias enmarcadas, que suelo colocar en lugares destacados, siempre me acompaiian en las casas donde vivo. Y es que yo era entonces como el atleta al que le gusta ejercitar y desarrollar su musculatura, como el nifio que come y siente las fuerzas crecer en él, como la mu- chacha que baila y nota surgir en ella la danza mientras aprende. Asistia a sus clases particulares desde la mafiana hasta la noche. Empezabamos a las diez de Ja majiana, pard- bamos para almorzar, generalmente un bocadillo, y prose- guiamos hasta las ocho de la noche. Para mi era impensable volver a casa antes porque no hubiera sabido que hacer alli Debo confesar que me sentia muy a gusto en compafiia de mi profesora. Ella, no sdlo me hizo progresar en la mo- dulacién vocal, sino que me hizo adquirir confianza en mi misma en momentos tan cruciales y delicados como los que suponian mi paso de adolescente a mujer. Elvira fue quien me habl6é por primera vez de Maria Malibran, una cantante del pasado siglo, cuya novelesca vida parecia salida de las paginas escritas por Alejandro Dumas o Gustave Flaubert. Aftos més tarde, cuando quien esto redacta se encontraba en el pindculo de la fama, escuche de labios de algunos eru- ditos y estudiosos del «bel canto», que su vida y la mia, sal- vados los respectivos contextos histéricos y otras particula- ridades diferenciales de indole personal, tenian muchas cosas en comin. EI mundo de las heroinas liricas, de las 6peras cuyos li- bretos aprendia, contribuyeron a ampliar mi horizonte de vivencias y de suefios. Me fascinaba poder alcanzar las no- tas mas altas cuando hacia mis ejercicios con Elvira de Hi- dalgo, una mujer que hasta en el apellido reflejaba su no- bleza de alma. Recuerdo que siempre le hacia preguntas acerca de mi fu- turo como artista, y ella me respondia, que si continuaba man- teniendo esa disciplina en el trabajo, podria conseguirlo todo. 27 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. No digo una ballena, ni un mapamundi, ni una cara redonda de luna llena, pero delgada, no y mil veces no. Y la verdad es que a estos epitetos, desgraciadamente, si se ajustaba mi anatomia no precisamente de silfide. Mi debut profesional lo hice con un pequefio papel en «Bocaccio», una épera bufa de Franz von Suppé. Debido a que el Teatro Nacional no disponia de refugios antiaéreos nos vimos obligados a representarla en un cine, el «Palas Ci- nema». En 1941, cuando todavia no habia cumplido los diecio- cho afios, hice el papel protagdnico en «Tosca», sugestivo personaje de Puccini que encarnaria en diversas ocasiones durante el resto de mi carrera. Obtuve este papel de una manera casual, pues al ponerse enferma la soprano madame Fleury, Elvira Hidalgo, siempre tan solicita, me propuso a mi para representarlo. Los aplausos que coseché no fueron del agrado del ma- tido de madame Fleury, que se hallaba entre bastidores. Tuvo un comportamiento muy grosero expresando su ma- lestar por mi representacién. Yo —que siempre he llevado a la practica aquello que dijo Séneca respecto a la cdlera al definirla como «un afan de castigar por haber sido injusta- mente agraviado— le respondi de forma airada, pero muy pronto, de la acritud de las palabras pasamos a enzarzarnos en una pelea con las manos. Afortunadamente para los dos todo qued6 en leves rasgufios. Un afio después de aquel desgraciado incidente, tuve mi primer éxito profesional con «Tiefland» de D’ Albert, bajo la direccién del maestro Leonidas Zoras. La guerra seguia con- dicionando negativamente nuestra actividad artistica y du- rante la noche utilizibamos lamparas de aceite porque no habfa electricidad. Recuerdo que, cuando ensayabamos, cada 29 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. AIDA cAcaso puedo ser feliz lejos de la tierra natal, ignorando la suerte de mi padre y mis hermanos? («Aida» GIUSEPPE VERDI) aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. veces un poco sofocante) de mi madre y de mi querida maestra Elvira de Hidalgo, puesto que mi padre dedicado a su trabajo y a sus lios de faldas, permanecifa casi al margen de mis afanes por abrirme un camino en el teatro lirico. De nuevo sufriria otra frustracién profesional, que no deja de ser paraddjica, si tenemos en cuenta que consegui una audicién con nada mas ni nada menos, que Edward Johnson, director general del Met (Metropolitan Opera House). El resultado fue tan favorable que me propuso re- presentar «Madama Butterfly» y actuar como Leonora de «Fidelio» en la préxima temporada. Tras recapacitar esta oferta, aparentemente tan esplén- dida, la rechacé. Rehusé, porque como reconoceria unos afios mas tarde el propio Johnson, era un contrato para principiante. Ademas yo no crefa que mi figura, entonces excesivamente oronda, fuese la mas idénea para dar encar- nadura a tan fragil y gentil japonesita. Lo cual no obsta para que sienta una especial predileccién por esta maravillosa opera de Puccini, llena de clegiaca ternura. Yo, y asi lo he manifestado en otras ocasiones al evo- car esa etapa neoyorquina de mi juventud, habia decidido no aceptar cualquier cosa, atin cuando me muriera de hambre. El que quiere ser independiente siempre se muere de hambre, ¢no es cierto? Moralmente al menos. Me negué a estrenarme en América porque no eran pape- les de ensuefio, ni condiciones de ensuefio. Me tomaron por loca y me decia a mi misma que jamas encontraria una suerte parecida. Pero creo que esta decisién dice mucho de mi caracter. Aun a riesgo de que suenen a inmodestia mis palabras, por muy angustiosa que sea la espera. Mu- chas veces cuando he dicho no, no he obedecido a un ca- pricho, sino a una decisién detenidamente reflexionada, a mi instinto, tal vez. Pasado cierto tiempo, mi madre regres a Nueva York gracias al préstamo de 700 délares que le hizo nuestro amigo el doctor Lantzounis. Ella, lejos de arredrarse ante las dificultades, me infundia constantemente d4nimos instan- 37 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have 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TAMINO Y PAMINA Caminaremos, por el poder de la musica, alegres por entre la sombria noche de la muerte. («La Flauta Magica» W. A. Mozart) aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. sentido posefda por los demonios interiores de tan desga- rrada heroina. Antes, al hacer referencia a mi inauguracién de la se- gunda temporada de La Scala, se me olvidé decir que a raiz de la representacién de «Macbeth», el publico me ovacioné durante veinte minutos. Recuerdo que me acerqué hasta el foso de la orquesta y oi aquellos bravos que bajaban desde los pisos hasta mezclarse con los del patio de butacas, sin darme bien cuenta, en aquel momento, de que eran a mia quien se dirigfan. Era como el oleaje del mar rompiendo con- tra el muro de un dique... Si, en verdad, tardé unos minutos en comprender que era yo la que estaba provocando aquella tempestad... Experimenté, es cierto, un sentimiento mez- clado de orgullo, pero lo que més predominaba en mi era la satisfaccion de saber que habia saltado por encima de todos los obstaculos, que habia sorteado las multiples trampas que entrafiaba mi personaje. Durante toda la obra, me habia sen- tido identificada con aquella terrible lady Macbeth y volver poco a poco a ser Maria Callas, es decir a una cantante de opera que habia cumplido su misién y dado felicidad a un publico me procuraba una satisfacci6n indecible... Me sentia tan dichosa que, cuando llegué a mi camerino, recuerdo que loré durante largo rato... Si como escribié Shakespeare «el aplauso es el mejor monumento», aquel tan prolongado de esa memorable funcién, adquirid dimensiones colosales. Mi asidua presencia en el templo de la lirica mundial no tardaria en suscitar los celos de los seguidores de Renata Te- baldi, estrella indiscutible hasta entonces de la Scala. Por ex- preso desco de Ghiringhelli la temporada 1953-54 la inau- guraria Tebaldi con «La Wally» de Catalani y a mi me propuso, tras descartarse «I Mitriade» de Scarlati inicial- mente prevista, representar «Medea». Mi mayor éxito no gust6 a los seguidores de mi colega, y acentué aun mis, la ri- validad, absurda desde todos los puntos de vista, que existia entre ellos y los que se decantaban por mi modo de cantar. Yo acepté interpretar «Medea», pero no sin exponerle antes al maximo responsable de La Scala, que esta 6pera 92 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. Me converti en una silfide. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. sito disefio. Battista era tan gentil e imaginativo, que cada vez que celebrabamos la primera representacién de un pa- pel relevante, me regalaba joyas a las que denominaba con el titulo de la Spera. Asi, por ejemplo, con ocasién de mi de- but con «Lucia de Lammermoor» me regalé un juego de diamantes; con «La traviata», un juego de esmeraldas de co- llar, brazalete, anillo y aros; con «Ifigenfa en Tauride», un anillo con un diamante; con «Medea», un juego de rubies, etcétera, Habia logrado por fin, tras tantas y tantas tentati- vas fallidas, reconciliarme con mi propio cuerpo, de cuyo nuevo aspecto estaba muy orgullosa, entre otras razones, porque me conferia una figura mas acorde con las que ima- ginaba debjan tener las heroinas de mi repertorio lirico. Debo consignar también, que durante aquél ilusionado periodo de mi vida, Battista y yo decidimos vender nuestra casa de Verona y comprarnos otra en Milan, a causa de mi frecuente presencia en La Scala. Era una villa con arboles en la parte frontal y un jardin al fondo. Alli llevamos una vida serena, asistidos por un ama de Ilaves, una cocinera, una criada y un jardinero. Con el fin de que todo discurriese sin problemas, elaboré unas normas, once en total, a las que la servidumbre deberfa atenerse. Ahora, con la perspectiva que me otorga el largo tiempo transcurrido, me avergiienzo por el cariz prusiano que rezuman, pero debo afiadir en mi descargo, que siempre me llevé bien con los criados, sin que imperase ninguna rigidez en nuestras mutuas relaciones. Las reglas estrictas que estableci, con la genérica deno- minacién de «Normas de la casa», fueron las once siguien- tes: . El maximo respeto mutuo. . Limpieza absoluta siempre, sin excusas para nadie. . Todos, incluso el ama de llaves, lavaran y plancharan sus propias prendas, sobre todo las de caracter in- timo, 4. La criada lavara y planchara los uniformes, para mantenerlos en perfectas condiciones. El personal tratara VN 100 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. CAPITULO VII Visconti: Un aristocrata de la direcct6n escénica End capitulo IV de este libro hago referencia a Luchino Visconti destacando el hecho de que me profesaba tan fér- vida admiracién, desde finales de la década de los cuarenta, que tras cada una de mis representaciones, me enviaba al camerino o al hotel hermosos ramos de flores. Al ilustre aristécrata y cineasta italiano, cuya muerte ha acaecido hace tan sélo unos pocos meses, quiero dedicarle todo un capitulo en estas memorias, ademas de como mere- cido homenaje pdstumo, también y fundamentalmente, porque fue un personaje que tuvo una decisiva influencia en mi trayectoria vital, tanto en su vertiente netamente artis- tica, como en la mas personal e intima, de los sentimientos amorosos. Ahora que ha desaparecido definitivamente el di- rector de «Muerte en Venecia», puedo hacer publicos todos los detalles de mi relacién profesional y estrictamente pri- vada con tan preclara personalidad del mundo escénico, au- téntica figura rediviva del Renacimiento —pues hasta el procer apellido le ayudaba para serlo— en pleno siglo Xx, de cuya complejidad y contradicciones, fue un licido tes- tigo y brillante cronista. Como ya he manifestado, Luchino Visconti comenz6 a interesarse por mi, sobre todo a partir de 1949, con ocasién de mis representaciones en Roma de «Parsifal» de Richard Wagner y «El turco en Italia», de Rossini. También siguid, con apasionadas muestras de admiracidn, mis comienzos en La Scala y generalmente solia acercarse a mi camerino, ya fuese en el coliseo lirico milanés 0 en el Teatro Eliseo de 105 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. sado siglo, musa de Bellini y Donizzetti, y deseaba restaurar, en pleno siglo Xx, el esplendor de las 6peras melodramati- cas cantadas en su época por la citada soprano y por la no menos mitica Maria Malibran. El apreciaba mucho, lo que consideraba, segiin sus pro- pias palabras, mi «innato instinto dramatico», que encau- zado y estilizado bajo su sabia direccién, me proporcioné fructiferos resultados. Debo reconocer que estaba seducida, en el sentido més literal de la palabra, por tan interesante y sofisticado personaje, y me llevé un fuerte desengajio, no por prejuicios homofdbicos, cuando supe la verdad de sus inclinaciones sexuales; me mostré, pese a mis fallidos es- fuerzos por mantener el autocontrol, muy celosa y posesiva con aquel dandy fisico y espiritual de Lombardia que fue, durante toda su vida, el director de «El Gatopardo». El reconocimiento por mi parte de su excepcional ta- lento no obstaba para que a veces tuviésemos, durante los ensayos —como ocurrié en «La Sonnambula»— alguna dis- crepancia sobre determinados aspectos interpretativos y de la puesta en escena, pero la ténica general de los mismos, era que yo me plegaba gustosa o sus directrices, porque me parecian atinadas e innovadoras. En ese sentido, Visconti jug6 un papel decisivo en la nueva concepcién del especta- culo operistico de nuestro tiempo, y asi lo han destacado ilustres estudiosos de la lirica. En una de las numerosas cartas que me escribié, me dijo con cierto tono profético, que todas las «Traviatas» del futuro contendrian mucho, por no decir todo, de la «Tra- tiata» que yo habia cantado bajo su direccién escénica; en otra carta dirigida a mi marido, le decia en broma, que me comunicase que si estaba dispuesta a contratarlo como jar- dinero, aceptaria con el maximo placer, pues de ese modo, me podria ofr cantar, aunque fuese por una ventana abierta. Nuestra devocién en el terreno artistico y en el personal era mutua, pero dejo para mas adelante, extenderme sobre al- gunas particularidades de la misma. En cuanto a nuestro debut conjunto en La Scala, el 7 de 109 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aquella resucitaba; otra afinidad nuestra, por lo que res- pecta a la infancia —desenvuelta en la opulencia aristocra- tica la suya, y la mia con las estrecheces propias de la meso- cracia en afios de crisis— la constituye nuestra temprana educacién musical, programada con espartano rigor por nuestras madres. Como de mi aprendizaje musical ya he ha- blado extensamente en estas memorias no necesito repe- tirme, y por lo que atafe a Visconti, él me conté que de nifio solia levantarse a las seis de la mafiana para comenzar sus clases de armonia y contrapunto. Otro aspecto que nos unia y motivaba que yo le admi- rase todavia més, era su polifacetismo y versatilidad para trabajar, con absoluta maestria, en diversos 4mbitos de ex- presion artistica. Cuando le preguntaron cual era su campo preferido, si el cine, el teatro o la épera, dijo que le gustaba hacer lo que no le ocupaba en el momento: «cuando estoy dirigiendo una dpera, suefio hacer un film; cuando estoy ha- ciendo un film, suefo en dirigir una dpera; y cuando estoy haciendo una obra de teatro, suefio con la musica». Esta ac- tividad tan variopinta le suponia un verdadero descanso, porque su proteico talento exigia esos frecuentes cambios. Al margen de Jas ya apuntadas caracteristicas afines de indole biografica y profesional, nos unia una admiracién re- ciproca, un tanto asimétrica, porque si él se sentia fascinado por la diva del «bel canto», yo me sentia atraida por su con- dicién de artista sutil y refinado, asi como por su galanura fisica. Aunque no resultaba muy original con estos senti- mientos, dado que todas las féminas que cultivaban su amis- tad 0 trabajaban con él quedaban prendadas de su peculiar encanto, dudo que lo fuese con la misma intensidad y pose- sivo frenesi que yo sentia por Visconti. Entre las diversas mujeres que le adoraron figuran la escritora Elsa Morante y las actrices, Clara Calamei, Maria Denis, Anna Magnani, Marlene Dietrich y Adriana Asti, pero debo reconocer que me senti mds celosa a causa de los amigos intimos de Vis- conti que por ellas. Quienes mas me provocaron esos mal- sanos sentimientos fueron Corelli, un guapo tenor a quien 113 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. cluso a un tipo de camelia, se les denominaba Malibran en honor de la célebre «prima donna», pero esto constituia una delicadeza y no un descarado negocio como el que preten- dian hacer conmigo, y obtener asi pingiies beneficios, los res- ponsables de la mencionada firma comercial. Gino Coen, haciendo caso omiso de mi negativa, tuvo la desfachatez de insertar en dos semanarios, en febrero de 1954, un anuncio en el que se afirmaba que yo disfrutaba ahora de una espléndida silueta gracias al consumo de las pastas de la firma Molinos Pantanella. Pero no acababa aqui la cosa, ya que para mi estupor c irritacién, el reclamo publi- citario venia avalado con el testimonio personal del cufiado de G. Battista. En el anuncio, falaz desde la primera hasta la ultima palabra, se publicitaba una «pasta fisioldgica-dietética de las grandes industrias romanas de la alimentacién, la com- pana Pantanella de Molinos y Fabricas de Pastas» y figuraba, asimismo, en calidad de certificado, la reproduccién fotogra- fica de una carta escrita con membrete del doctor Giovanni Cazzarolli, con su firma. En la misma decia lo siguiente: «En mi caracter de médico que trata a Maria Meneghini Callas, certifico que los maravillosos resultados obtenidos con la dicta aplicada por la sefiora Callas (disminuy6 alrededor de veinte kilogramos) fue consecuencia en gran parte del con- sumo de la pasta fisioldgica producida en los Molinos Panta- nella de Roma. Giovanni Cazzarolli». Al leer este anuncio, una obra maestra de la mendacidad al servicio de la promocién comercial, me puse furiosa, es- tado animico que fue acrecentandose durante los dias sucesi- vos, al recibir toda una avalancha de llamadas telef6nicas de personas interesadas en conocer las extraordinarias propie- dades dietéticas de aquella «pasta fisioldgica». Todo el conte- nido de aquel ardid publicitario era falso, porque yo ni con- sumia esa pasta, ni Cazzarolli era mi médico personal, ni nunca hubiese permitido, incluso en la hipotesis de que esos extremos fuesen ciertos, la utilizaci6n de mi nombre en una campafia publicitaria, y menos todavia en esa tan burda y descaradamente manipuladora de los consumidores. 120 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. VITELLIA No, no mereces, ingrato el honor de mi furia. («La clemenza di Tito» W. A. Mozart) Marlene Dietrich. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. Caselotti —pareja a la que hice referencia ya en el capitulo II de este libro— basdndose en un contrato que yo habia firmado con él en Nueva York en 1947, en virtud del cual lo declaraba mi representante exclusivo durante diez afios, me reclamaba 85.000 délares en concepto de honorarios atrasa- dos; para efectuar esta reclamacién alegaba, que en una de las clausulas del citado documento contractual, se estipu- laba que prometia entregarle el diez por ciento de todos mis ingresos como cantante. En otofio de 1955, cuando finalizaba en Chicago mi se- gunda temporada operistica, vivi uno de los episodios mas desagradables acaecidos durante mi carrera de cantante. Nunca podré olvidar que al concluir «Madama Butterfly», y mientras salfa a escena para responder a los prolongados aplausos del pubblico, el «sheriff» del condado, acompafiado de varios agentes, aparecié entre bastidores con el prop6- sito de entregarme personalmente una citacién judicial. Al verme rodeada de forma tan inesperada por aquellos hom- bres, precisamente en unas circunstancias tan inoportunas de tiempo y lugar, y ademés con el agravante de la presencia de periodistas y fotégrafos, no pude contenerme, y presa de una rabia histérica comencé a dar gritos, negandome a reci- bir ningin papel. Hubo un cierto forcejeo entre mis cole- gas, y los agentes, que todavia contribuyé mas a aumentar la confusién; todo esto, ocurrido la vispera de mi regreso a Italia, respondia a una trama urdida por el mencionado Ba- garozy, para sumirme en la humillacion y el escandalo. La demanda era muy injusta porque Bagarozy no habia hecho nada por mi promocién artistica, y se habia aprove- chado de mi juventud e inexperiencia para engatusarme ha- ciéndome firmar, con astucia de picapleitos entreverado de representante artistico, un contrato absurdo. En uno de sus apartados se decia que yo gozaba del beneficio de la publi- cidad apropiada a cuenta suya, lo cual era totalmente falso. Por eso, nada mas retornar a Mildn, puse en manos de mis abogados esta disputa legal para evitar que mis intereses, al menos los pecuniarios, se viesen lesionados, ya que los rela- B1 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. CAPITULO XI Elsa Maxwell o la «Bruja de Hollywood» que se convirtid en mt hada madrina Esa Maxwell era una de las periodistas norteamericanas, es- pecializada en chismes del mundo del espectaculo y de la alta sociedad, més famosas de la época. Sus columnas, muy leidas por las gentes aficionadas al cotilleo sofisticado, eran publi- cadas por numerosos periddicos de Estados Unidos y ademas comparecia como colaboradora fija en emisoras de radio y te- levisién, de ahi que ella sola supusiese, al menos en su parcela informativa, la encarnacién del «cuarto poder», a la hora de hacer y deshacer prestigiosos y de promover o hundir a quie- nes eran objeto de sus comentarios, elogiosos o denigratorios, segtin le viniese en gana. Conmigo pasé, de una primera etapa de ataques y sarcasmos, a otra, ya definitiva, de incon- dicional admiraci6n prodigandome los mas encendidos re- quiebros como artista. La famosa columnista, antes de su stibita conversién en una ardiente defensora de mi estilo como cantante, era parti- daria de Renata Tebaldi, a la que no cesaba de colmar de elo- gios, mientras que a mi me denigraba con safia. Tanto en las ya aludidas temporadas operisticas de Chicago, como en mi debut en el Metropolitan Opera House de Nueva York, la «bruja de Hollywood» como era conocida en los mentideros de Ja farandula, me hirié con su viperina pluma. Asif por ejemplo ocurrié con motivo del incidente que tuve con el ba- ritono Enzo Sordello, que hacia el papel de mi hermano en la representacién de «Lucia di Lammemoor» ofrecida en el Met, y que fue expulsado del teatro por Rudolf Bing, a causa 137 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. Fue precisamente Elsa Maxwell, quien jugando un papel de Celestina involuntaria, me presenté a Aristoteles Onassis con ocasién de una fiesta celebrada en mi honor en Venecia a principios de septiembre de 1957. Yo no queria asistir a esa fiesta, porque estaba muy agotada después de haber efec- tuado una serie de representaciones en Milan, Zurich, Roma, Colonia y Edimburgo, pero Elsa insistié diciéndome que la flor y nata de la aristocracia estaria presente, y que escribirfa de ese baile para sus muchisimos millones de lectores. En Edimburgo, debido al enorme cansancio fisico que padecia, me habia visto obligada a cancelar mi actuaci6n en «La Sonnambula» unos dias antes de la tercera y ultima re- presentacién, sustituyéndome en el papel Renata Scotto, y no me parecia correcto, teniendo en cuenta el revuelo que se ha- bia organizado por aquella decisién personal, asistir a una fiesta tras haber plantado, aunque justificadamente, a mi compafiia. Pero no supe resistirme, tal vez porque halagé muy habilmente mi vanidad, a las insistentes presiones de Elsa Maxwell y acudi a ese baile de gala celebrado el 3 de septiembre del mencionado afio en el salon Danieli coinci- diendo con la décimotercera edicién del Festival Internacional de cine de Venecia. Estuvieron presentes, ademas del citado armador griego Aristoteles Onassis, el principe Ruspoli, la con- desa Volpi, Henry Fonda y Arthur Rubinstein, entre otras ru- tilantes personalidades. En el transcurso de la velada llegué in- cluso a cantar «Stormy Weather» acompajiada al piano por Elsa, instrumento que tocaba con cierta desenvoltura, pues no en vano habia sido, antes de dedicarse tan lucrativamente al periodismo y las «public relations», pianista de cine mudo. Onassis se mostré muy simpatico y cortés conmigo y también con G. Battista, ofreciéndonos una lancha para nuestros des- plazamientos por los canales venecianos. Entonces no podia imaginar todavia, que aquel hombre dicharachero y exultante, tal vez por la ingente cantidad de alcohol que ingeria, marcaria con un desdichado idilio el resto de mi vida. Fui muy criticada por estar presente en aquella fiesta y no ofrecer en Escocia una tercera representaci6n de «La Son- 141 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. Interpretando “La Traviata” en Royal Opera House, Covent Garden, en 1958. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. medios periodisticos internacionales, sino que lleg6 tam- bién al Parlamento italiano, en una de cuyas sesiones, un di- putado calificé mi gesto como un atentado a la dignidad de Italia. Ha llovido mucho desde aquella —y valga la metafora meteoroldgica por su expresividad— tormenta romana, y lo que voy a decir a continuacién tal vez suene a alegato auto- exculpatorio, pero lo cierto es que, durante los ya mencio- nados dias finales de diciembre de 1957 en que efectué los ensayos de «Norma», tuvimos que protestar todos los can- tantes porque no habia calefaccién, y aunque Roma en in- vierno dista mucho de parecerse al gélido Mosci, el frio no tardé en causar estragos: mi companera Fedora Barbieri cay6 enferma y después me resfrié yo y tuve que guardar cama. Procuré tomar los farmacos y utilizar las compresas calientes que me prescribié el médico romano, asi como se- gui los consejos que me dio por via telefénica mi médico personal desde Milan, y, aunque mejoré, la verdad es que no estaba todavia en buenas condiciones para cantar. Al dia siguiente de la abrupta suspensi6n, el teatro de la Opera de Roma envi6 a mi hotel a dos médicos especialistas para que me examinasen, y tras su chequeo, pudieron com- probar que tenia fiebre y la garganta inflamada. Con reposo y un adecuado tratamiento médico me repuse a los pocos dias y avisé al director del teatro que estaba dispuesta a re- presentar el resto de las funciones programadas, pero me respondié que me habia reemplazado por Anita Cerquetti. Ante mi negativa a aceptar esa sustitucién, Latini me dijo que esa medida la habia adoptado a instancias del prefecto de Roma, porque temia que si yo volvia a subir al escenario, podrian suscitarse nuevos escandalos publicos. Me sentia desolada y al dia siguiente, sin poder eludir el asedio de toda una nube de periodistas y fotografos, emprendi el re- greso, en compania de mi marido y de Toy, mi adorado ca- niche, a nuestra casa de Milan. Como estimé injusta la resolucién adoptada por el Tea- tro de la Opera de Roma, me vi obligada a entablar juicio aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. des ¢ intimidatorias acciones, continué cumpliendo con ri- gor mis compromisos con La Scala, y en mayo de ese mismo afio, canté tres representaciones de «Il Pirata» de Bellini, una 6pera que llevaba muchos afios sin representarse. A pesar de operarme de hemorroides la vispera de la tercera representaci6n, no efectué ninguna cancelacién, y haciendo caso omiso de las érdenes del médico que me ha- bia prescrito varios dias de descanso, subi al escenario, pues no queria que se me tachase de nuevo de arbitraria e infor- mal. El publico se volcd conmigo, sobre todo el sabado 31 de mayo. En ese dia, correspondiente a mi ultima represen- tacién, me vengué de los desaires de Ghiringhelli, aprove- chando la escena de la locura en la que Imogenes pierde la razon, al enterarse de que su amante Gualtiero, ha sido con- denado a muerte. Ghiringhelli estaba sentado en el fondo de su palco, y yo canté extendiendo el brazo en direccidn al responsable gerencial de La Scala, cantando el significativo texto «La, vedete il palco funesto» («Alli, ved el cadalso fa- tal»). El publico miraba con divertida curiosidad, compren- diendo que aludia al superintendente de La Scala, quien, muy nervioso, abandoné deprisa el palco. La ovacion final fue, por su larga duracién e intensidad, verdaderamente apotedsica, para mayor rabia de Ghiring- helli que se sentia profundamente humillado con mi gesto. Me senti muy emocionada porque era consciente de que esa noche daba, en cierto modo, mi adiés al mitico teatro lirico, por eso declaré al dfa siguiente a la Prensa que no regresa- ria al coliseo milanés, mientras Ghiringhelli estuviese a su frente. Al poco tiempo de adoptar esa decisién, manifesté a la revista norteamericana «Life» que «si el teatro que te acoge afiade a la tensién de una representaci6n malestares y una descortesia continua, el arte se torna fisica y moral- mente imposible. Para salvaguardar mi salud y mi dignidad, no tenia otra eleccién que dejar La Scala». Tras esta dolorosa despedida del prestigioso coliseo mi- lanés, que no fue totalmente definitiva ya que volvi en dos ocasiones mis, viajé, a principios de junio de 1958 a Lon- 157 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. VIOLETA Con vosotros sabré compartir mi tiempo de diversion; en el mundo todo es locura sino es el placer. Gocemos, fugaz y rdpido es el goce del amor; es una flor que nace y muere, y ya no puede gozarse mds. Gocemos; nos invita a ello un ferviente y lisonjero son. («La Traviata», GIUSEPPE VERDI) aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. sus largos afios de permanencia en Argentina, también ado- raba este tipo de misica, transida la mayoria de las veces, de una desgarrada melancolia. Me senti abrumada y halagada a la vez con aquel es- pléndido despliegue de miles de flores, mientras el cham- pan corrfa a raudales y degustabamos con fruicion exquisi- tos manjares. A la vista de tal manifestacién de opulencia, se comprendia facilmente porque la Prensa internacional le habia bautizado como «el griego de oro». Los diarios londi- nenses calificaron esa fiesta como ¢l acontecimiento social del afio en Gran Bretafia. Permaneci en la capital britanica hasta finales de junio, efectuando varias representaciones mas de «Medea», y después, tras ofrecer conciertos en Ams- terdann y Bruselas, retorné a mediados de julio, en compa- fia de G. Battista, a Sirmione. Apenas nos habfamos instalado en nuestra villa, cuando Onassis nos llam6 por teléfono, insistiéndonos de nuevo junto con Tina, su esposa, en que aceptéramos su invitacién para realizar un proximo crucero en el «Christina». Ante su reiterada y cortés insistencia, estimé que seria una grosera muestra de mala educaci6n no aceptar tan gentil propuesta, por lo que G. Battista y yo, acordamos darles una respuesta afirmativa. Ademas el médico me habia recomendado el aire del mar. Llevada, no sé si por vanidad femenina 0 por no que- rer desentonar, en cuanto a indumentaria, con los impor- tantes personajes que serfan nuestros compafieros «cruce- ristas» —Winston Churchill, junto con su esposa e hija y su médico personal lord Moran, Agnelli, presidente de la Fiat y su esposa, y Greta Garbo, entre otros— adquirf en Milan, por valor de varios millones de liras, algunos trajes de bafio, asi como vestidos de exquisito disefio y lujosa ropa interior. El 21 de julio viajamos desde Milén a Niza por via aérea, y seguidamente, continuamos ruta por carretera a Montecarlo. Alli recibi una misiva de la periodista Elsa Maxwell, que se hospedaba en el Hotel de Paris, en la que 167 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. nuestro mutuo encandilamiento. Ahora comenzaré a relatar como transcurrieron aquellas jornadas de crucero a bordo del «Christina». La primera escala fue Portofino y después la idilica isla de Capri. G. Battista, siempre tan remilgado y chapado a la antigua, estaba un tanto escandalizado al ver a muchos de los invitados, incluido el propio Onassis, tomar el sol semidesnudos; me comentaba con sorna que el arma- dor griego le parecia un gorila por la abundancia capilar de su cuerpo. Este ultimo, con humildad rayana en desenfa- dado masoquismo, decia que estaba a disposicién de todos sus invitados como esclavo, criado y hasta payaso, mientras que Tina, su esposa, més seria y severa, no dudaba en re- procharle que adoptase una actitud tan servil e histriénica, s6lo por hacerse el simpatico. Aristételes Onassis idolatraba al «viejo leén» de la po- litica britanica, Winston Churchill, desde comienzos de la II Guerra Mundial, época que le sorprendié en Londres, donde le escuché por radio su patridtico mensaje dirigido al Parlamento y a la poblacién inglesa, en el que dijo que no podia ofrecer «mds que sangre, sudor, lagrimas y es- fuerzo». Yo, aunque no con el grado de adoracién de Ari, también le profesaba una gran simpatia a Churchill, y en el transcurso de aquella circunnavegacién de placer, le conté el gesto humanitario que tuvo mi madre al acoger en nues- tra casa de Atenas a dos oficiales britanicos que habjan es- capado de la prision durante la pasada contienda. Me agra- decid —como ya he relatado en uno de los capitulos iniciales de estas Memorias— aquella accién solidaria con sus compatriotas, rogandome que se lo manifestase a mi madre de su parte. Recuerdo que uno de los momentos mis felices del an- ciano estadista durante el periplo se lo proporcioné la noti- cia, Ilegada a través de la radio del yate, referente a que en la carrera de Goodwod, en Inglaterra, su potro «Tudor Mo- narch» habia ganado la copa Stewards. Pese a ser ya un oc- togenario, lucia una envidiable tez rosada y hacia alarde de una insélita vitalidad que a todos nos dejaba asombrados, 173 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. hasta procaces, palabras de amor, derritiendo con su ardor la cera de mi vencido recato. Con sus artimanias y promesas de consumado don Juan, se ensefioredé de mi alma y de mis sentidos, pero con el tiempo, al frustrar mis expectativas sentimentales, pasaria de héroe a villano en el recinto de mi coraz6n, humillado por sus veleidades y ulterior abandono. El 13 de agosto, a las dos de la tarde, el «Christina» eché anclas en Montecarlo, finalizando en aquel Principado de opereta, un crucero que, como veremos a continuacién, por las decisivas consecuencias que tuvo, varié sustancial- mente el rumbo de mi vida hasta el momento presente. No cabe duda que si, como aconsejaba el poeta P. C. Kavafis: Cuando partas para ltaca ruega que tu camino sea largo, leno de aventuras y descubrimientos, aquel periplo, aunque no largo en cuanto a duraci6n, si estuvo repleto —al menos para Onassis y para mi— de aventuras y descubrimientos. 181 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. Battista, lleno de ira apenas contenida, y ofreciendo un patético semblante que evidenciaba su intimo calvario, acept6 este encuentro con su rival amoroso. Ari llegé a las 10 de la mafiana e iniciamos una reuni6n tripartita, que se prolong6 hasta las tres de la madrugada. Battista, viéndose derrotado, manifesté que haria todo lo posible para facilitar nuestros planes y que todos deberiamos hacer un esfuerzo para amortiguar, en la medida de lo posible, el escandalo. Pese a esta muestra de buena voluntad para obviar las difi- cultades, mi ex marido reiteré con tono irritado que estaba- mos arruinando su vida. A primeras horas de la mafiana, Battista se marché a la villa de Sirmione, y.nos dejé solos a Ari y a mi, en nuestra casa milanesa. Antes de partir dijo que queria reflexionar en soledad y visitar también a su madre en Zevio, porque, como ya he dicho antes, estaba muy enferma. Al dia si- guiente, lunes 17 de agosto, viajé en compafiia de Ari a Sir- mione. Alli, tras cenar los dos con Battista, se produjo una horrible escena, llena de tensién entre ambos, en la que abundaron los insultos e improperios. Mi ex marido acusé a Onassis, que esa noche habia bebido mucho whisky, de la- drén y de ser un hombre muy cruel por robarle a su esposa, invitandolo a su yate para después apufialarlo por la es- palda. Ari le replicé —muy lenguaraz por los efectos del ex- cesivo alcohol ingerido— que jamés renunciaria a mi por- que era la mujer de su vida. Ante el cariz que iba tomando esta contienda verbal, y por miedo a que degenerase en reyerta fisica, le sugeri a Ari que regreséramos a Milan, pese a la avanzada hora de la no- che. Durante los dias siguientes telefoneé a Battista ratifi- candole mi decisién de separarme de él y que, sin mas pre- ambulos, queria que el abogado Caldi Scalcini iniciase los tramites de la separacin legal; yo era consciente del dafio que le hacia con esa decisién, pero deseaba cortar por lo sano cuanto antes, porque creia haber encontrado una nueva via, llena de gozosas posibilidades, en mi existencia, y 186 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. Tras una representacién de «Medea» en Dallas, me mantuve alejada de los escenarios durante ocho meses, en- tregandome de Ileno mientras duré ese largo interludio, a una intensa vida social en compahia de Ari, en la Costa Azul y otros espléndidos lugares, pero como no podia resistir la irrefrenable llamada de la lirica, puse fin a esta prolongada incomparecencia en los teatros, yendo a Grecia en agosto de 1960 para representar «Norma» bajo la direccién del maestro Tullio Serafin, en el teatro antiguo de Epidauro. Aunque la primera representaci6n tuvo que anularse por haberse desatado una furiosa tormenta, unos dias mas tarde la pude cantar sin ningdn tipo de adversidad atmosférica ni de ningtin otro tipo, sino muy al contrario, sumamente complacida, porque ademas de estar presente mi padre en- tre ellos, los dieciocho mil espectadores asistentes, me ova- cionaron con auténtico delirio. En el incomparable marco de ese teatro, que data del siglo Iv a de J.C., obra de Poli- cleto el Joven, situado sobre la ladera del monte Cinortion, senti como nunca, mis raices helenas. Al finalizar la segunda representaci6n me cifieron la frente con una corona de lau- rel, y fue tal la emoci6n que me produjo la célida acogida de . mis compatriotas espirituales, que la suma total de mi con- trato consistente en 10.000 délares la doné a una Fundacién artistica. Este éxito cosechado en Epidauro, a cuyo templo acu- dian todos los enfermos de la antigua Grecia a hacerse cu- rar por Asclepios, dios de la medicina —una especie de Lourdes pagana como la definié Montanelli— resulté asi- mismo muy terapéutico para mi desde el punto de vista psi- colégico, pues vino a reforzar mi autoestima, no solo artis- tica, sino también personal, un tanto disminuida desde mi ruptura con Battista. A este triunfo en Grecia le siguié otro, unos pocos me- ses después, en Italia, al inaugurar la temporada de La Scala el 7 de diciembre con «Poliuto» de Donizetti. Estuvieron presentes Rainiero y Grace de Monaco, la Begum y varios armadores y banqueros amigos de Onassis, entre otras mu- 190 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. gos manteniendo mutuas reservas y suspicacias, Grace y yo, muy al contrario, establecimos una relacién muy cadlida desde que nos conocimos. A ella, segiin me dijo en aquel crucero estival que nos condujo a Mallorca, le encantaba es- cucharme cantar, manifestandome que en Nueva York ha- bia tomado lecciones de canto para la pelicula «Alta socie- dad», cuando a la sazén era todavia novia del principe Rainiero. Esa pelicula supuso su debut como cantante, en compafifa de Bing Crosby con la cancién «Amor verda- dero» de Cole Porter, un compositor que adoro desde que era joven. Fue todo un éxito porque el disco obtuvo el Pre- mio de Oro, galardén que consiguié antes incluso que el universalmente consagrado Frak Sinatra. Ambas estuvimos a punto —si no hubiese sido por la negativa de su esposo— de hacer una pelicula juntas. La ocasién surgié cuando el productor Spyros Skouras telegra- fid a Onassis cuando navegébamos en el «Christina», comu- nicandole que deseaba producir una pelicula biblica titu- lada «La historia mas grande jamds contada» y que desaba que Grace interpretase el papel de la Vigen Maria y yo el de Maria Magdalena. Grace me conté que precisamente en el colegio religioso donde efectué sus estudios primarios, las monjas quedaron entusiasmadas, con su precoz talento de actriz, cuando interpreté a la Vigen Maria en una represen- tacion de la Natividad de Jesus. Cada interpretacién estaba espléndidamente retribuida con un milldn de délares. Ari nos leyé el cable en presencia del principe, pero éste se negé a que su esposa interpretarse ese papel porque sus stbditos lo considerarian un sacrile- gio. Tampoco la dejé mas tarde interpretar el mismo perso- naje en la pelicula «Rey de Reyes». Esta doble negativa le produjo una gran frustracién a la princesa pues echaba de menos su comparecencia en los platés. También tenia yo otra similitud con ella, que alguna vez comentamos, y es que a la dos siempre nos han gustado, desde jévenes, los hom- bres maduros, por considerarlos mas interesantes, e incluso 195 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. sobremanera, y aunque sea tachada de inmodesta, no me re- sisto a reproducir aqui: «Nos encontramos ante una mujer que, se la ame o no, es la personalidad mas excepcional de entre todas las que cantan éperas hoy dia. Su grandeza ra- dica en su poder ardiente y total con el que capta el mas pe- quefio matiz dramatico de un personaje; todo aquel que la admire 0 no debe admitir que Maria Callas se ha ganado el derecho a estar en la cumbre». Una de las mas egregias es- pectadoras que asistié a una de aquellas representaciones de «Tosca» en mi ciudad natal, fue Jackie Kennedy. A peticién suya, el director general del Met, Rudolg Bing, me la pre- senté y ambas nos estrechamos efusivamente las manos. La que unos pocos afios mas tarde se casaria con el hombre que amaba, me dijo que hab{a estado magnifica y yo le agra- decf su elogio de todo corazén. Del Met viajé de nuevo a Paris para ofrecer «Norma» en mayo. En una de las representaciones, concretamente en la realizada el 14 de mayo, me tuvieron que poner una in- yeccién de coramina porque sufri una fuerte bajada de la tensi6n arterial, pero le eché valor y sali a escena. Unos po- cos dias después tuve que inyectarme coramina de nuevo porque volvi a recaer, y en la ultima funcion, al final del ter- cer acto, me desmayé y la opera fue interrumpida. Aconse- jada por los médicos a que renunciase, no pude cumplir con mi contrato para dar cuatro representaciones de «Tosca» en el Covent Garden; ante la negativa de los responsables del teatro y las criticas de la Prensa opté por cantar en la gala de beneficencia presidida por la reinta de Inglaterra, el dia 5 de julio. Fue mi ultima actuacion operistica porque en ade- lante solo ofreci recitales. Por aquella época cambié de residencia en Paris, trasla- dandome desde la Avenida Foch al ntimero 36 de la Ave- nida Georges-Mandel, una hermosa y acogedora casa donde me hubiera gustado compartir con Ari el resto de mi existencia. Pero él seguia némada, correteando de aqui para all4, cual «voluble pluma al viento», por emplear un cono- cido simil operistico. 199 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. Pier Paolo Pasolini. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. Indice PROLOGO. 5 Yo, Marta Callas. La 6pera de mi vida SENETRG UE CIN Pes sneer csccserro een eeye seccoere eee ree Capfruto I. De Manhatan a la Acrépolis Capiruto II. Otra vez en Nueva York .. CapfTuLo III. En la patria del «Bel Canto» CapiTuLo IV. La dura escalada hacia el Olimpo CapiTuLo V. — Mi boda con G. B. Menegheni .......... CapftuLo VI. Consagracién en la Scala CapiTULO VII. De cémo me converti en una si C VIIL_Vi je Un aniaks islacinees ps a 05 CapfTuLo IX. Miencuentro con Pio XII CapiTULO X. —_ Escandalo en Chicago ... CapiTULO XI. Elsa Maxwell o la «Bruja de Holly- wood» que se convirtié en mi hada Gna ier heels 13Z CaPfTULO XII. Tormenta en Roma y apoteosis en Paris 149 CapfTULO XIII. Un crucero varia el rumbo de mi vida 165 CaPiTULO XIV. Mi doble naufragio sentimental ....... 185 CaPfTULO XV. Mi tardfo debut en el cine con Pasolini 207 EP{LOGO ELEGIACO oeesessesstecstecssesssenesesesseesseenseesneensesnes 215 BIBLIOGRAMA sssscsssssvesivssessvcossvesvsesurevessvevecetvesiveassasasives 219 HUERGA @& FIERRO editores / Biocraria E n esta obra, una biografia en primera persona de Maria Callas, publicada por primera vez en esta misma editorial hace varios aitos, al poco tiempo de cumplirse el vigésimo aniversario de su muerte, acaecida el 16 de sep- tiembre de 1977, su autor nos ofrece en clave de ficcion autobiografica, pero con rigurosa documentacion y fideli- Me Oe lesca vida de una diva que figura con letras de oro en los anales de la 6pera del siglo XX. A través de estas memorias, apécrifas pero fieles en el reflejo de su poliédrica personalidad, la mitica soprano nos desgrana los sugestivos avatares de su peripecia artistica y sentimental, poniendo de relieve el acusado eR AL RMN CM desoladora frustracion de la segunda por culpa de Aris- toteles Onassis. Manuel Adolfo Martinez Pujalte, con una prosa elegante y rica en recursos expresivos, rinde su particular home- LS a OL A del “bel canto”, cuya existencia por el aludido dramatismo de sus vicisitudes amorosas, fue un fiel trasunto de las que encarno de forma tan sublime en los escenarios liri- Le De este libro, el prestigioso critico y escritor Soren Penal- Me i CL LC la altura e incluso supera el libro sobre la cantante de Claude Dufresne; y, sobre todo, nada tiene que envidiar a la mas antigua y exhaustiva biografia que compusiera Fe LORY RO) ed

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