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Piera/Aulagnier LOS DESTINOS DEL PLACER Alienaci6n - Amor - Pasion Seminario realizado en el Hospital Sainte Anne 1977-1978 PAIDOS, Buenos Aires + Barcelona * México “Ta ovigial:Ler dein dt plas, llnation - amet passion Dibones Universes de France, 1979 Ian 2 ia os8ses 5 “Tadvecign etal Mans BFSIS simatocroneat BE SIS . £8518 aay ate Ie. el, 1996 ne Tae Rcchn et deposi que previne In ey 11723 7.6998! {© Copyright de todas ns ediciones en castellano by aitoriat Paitee SAICE Defensa 399, Buenos Aires Mariano Cots 92, Barcelons Editorial Pals Mesias SA. Ruben Davfo 118, MEsico DF SE eran Pcs et Beso ISBN 950.12: 4107-% INDICE “Ps. 6098S) Prefacio Parte IDENTIFICACION - ALIENACION - PSICOSIS Allonacién y psicosis: dos respuestas antinémicas ‘al conflieto identifieatori Bl proceso de identifiescion Bl conflicto identiscante-identificado en Ia psicosis. © El estado de alienacién. I. La alienacign o la marie TE, Bl deseo de sutoalienacién Parte tt BLYO Y LA CAUSALIDAD EI doble prinelpio do causalidad (0 las conviesiones ‘compartidaa) --f. El momenta de ia dud ee Los tres tiempos del juicio de verdad Las convieeiones compartidas: en Ia relacién analitien entre los analistas La puesta a prucha y Ia presuneidn de inocencia .. ‘ia pressineidn de inocencia. Parte ELYOYLAREALIDAD, Las oxigencias del yo. Blyoy su reslidad. 25 38 45 55 4 oy 89 108 us 127 13 Elyo y su cuerpo... : 133 Lo, el encuentro ponsado y el encuentro real 12 [La relacion amorosa:iatroduccién al andlisis de las ‘elaciones de simetria ua [Nota sobre el concepto de realidad en la nocogratia ‘analiticn aie e : 162 Reflexiones sabre ol concept de realidad en Freud. 168 Las exigencias de [a realidad. Lo permitio y lo prohibide, Lo lieite y lo interdita 166 Parte IV EL YOY EL PLACER Placer necesario y placer sufieiente 18 El placer necesario ise Bl placer suficiente 185 Las relaciones de simetyia y su protatipo: el amor -aine 29% ‘Las reiaciones de asimetrfa y su prototipo: a pasign...... 200 ‘La relacion pastonal 202 Consideraciones metapicodgias 212 La reparticién de las demandas de placer y Ia exigent, ide verdad. 228 Bl eoncepto conseiente de una pequets parte separable de la muerte. 22 {Qué ocurre del lado dal anaiicta? 238 Parte V DEL AMOR NECESARIO A LA TRANSPERENCIA ALIENANTE ‘Simetria y 'stietria en Ia relacién transferencial 249 ‘Los caracteres de asimetris 258 El deseo de atienar y [a induccién pasionsl, 267 ‘Del amor necesario a ls pasion alienante 282 ‘Del lado del snalizante, 286 Del lado del analista 296 PREPACIO| Los textos publicados a continuacién fueron escritos ara ser luego shabladoss: rapresentan el conjunte de seminarios que he dictado durante 1977-1978, 1 Nunca he conseguido retomar uno de mis seminarios, o uno de mis textos, sin descubrirme escribiendo otro nueva: ésta ha ‘sido una de las razones gue me decidieron a conservar set forma oral y, con mas exactitud, lo que llamaré su forme ‘seminatrios, a pesar de los inconvenientes que ello implica Al hacerlo no he querido simplemente evitar el trabajo necesario para convertir ciertos textos en capitulos de un 1 Le que aman,» que yo misma he tor seminar Sainte Anes nee Georeee Beumtzn, qe mechecel natrao rll dade entonen 3. free much was ree Prosauiren scarviie una epunenn ae eee Blantestme gran cantidad de preguntas tases 2 Jean Clove, su compar conga ace Sree ‘aro durante as els pros ston s Frases Pec ne 64 minm tare durante 19004 ms coleges} amin ae ane han perm ele oan eyo mind : taba A cats sos lesdabe eausieat tee -Sourrado qo exist goes donde oe puede habia sana, iil resect co tn sin pooper en parcnen e libro, cosa que habia hecho para La violencia de fa inter- pretacién,® cuya primera «formas fueron los tres afios de Seminario que precedieron a su escritura, ‘Tambien consideré interesante mostrar el recorrido ‘que sigue una investigacién en el momento mismo en que Se elabora; permitir que el lector compruebe las vacilacio- ines, las repeticiones, las promesas que anuncia el eotidia- rho wcomo vamos a ver...», ¥ que quedan en suspenso; To jimprevisible de ciertas conclusiones de las cuales el que ‘cacribe, siguiendo el curso que le impone su pensamiento, cuele ser el primero en sorprenderse; conjunto de carac- teres presentes en toda conceptualizacién teérica antes de tsor pula por ese altimo barniz que se le da en el momen to de convertirse en libro, en el sentido canénico del té ‘Para mi, el seminario es también, y sobre todo, un lugar de encuentro», que me obliga a tornar comunicable, Cacstionable, conceptualizable, el camino recorrido por mi teflexidn y mi escucha dia tras dfa. Obligacion que me he creado pero que sélo la presencia de mis oyentes hace rea- liable. Realizacion que remite a una pregunta que me he hecho a menudo y que me han formulado, también con. frecuencia: ;cudles son las motivaciones que, desde hace as de dieciséis afios, me han hecho continuar estas reu- hiones donde vuelco mis reflexiones en palabras? 2EL ‘ansia de ensehar? Sf, si con este término se entiende el deseo de comunicar y la esperanza de lograr que otros compartan las opciones tebricas y précticas que uno defiende. Pero este anhelo no es ciertamente la unica motivacién, No seria capaz de ocupar sesién tras sesién teste lugar adonde me proyecta sucesivamente la transfe- Tencia; de aceptar la espera, la ausencia de certeza en 2 Buenos Aires, Amorrortu, 1977, versn castllana de La vio ence de interpretation, Paris, PUR, 1978, 10 ‘cuanto a los resultados de la experiencia, las decepeiones yy los fracasos a los cuales esta ultima me enfrenta y, sobre todo, no seria capaz de imponerme, sin sentir agresividad ‘odemasiada tensi6n o demasiada angustia, esa no comu- nicacién de mis pensamientos y de mis emociones, ni de preservar eta actividad de teorizacién flotante que debe poder permanecer en estado de interrogacién mientras el otro no viene a darme su respuesta, si yo no pudiera encontrar en otro lugar una libertad de palabra referente ‘2 mis propios pensamientos y mis propias preguntas, Si durante la sesién no hago mas que pensar y «dejar- ‘me pensar» por la »cosa psiques, el seminario es para mi 1 lugar donde me permito retomar mis pensamientos; reflexionar sobre ellos, elaborar su encadenamiento, hhablarlos y ponerlos al servicio de un objetivo «personal ‘mi propia biisqueda de verdad con respecto a mi teoria, mi fancién, yo misma En uno de los seminarios publicados aqui, sefialo que no hay verdad singular ni tampoco verdad que pueda ser pura repeticién, como un eco, de Ia verdad de un otro: La verdad exige que sea compartida, o que se la crea ya com- partida o compartible y, por eonsiguiente, que se crea que ser compartida en un tiempo futuro. Esta propiedad y esta exigencia de una prueba de verdad explican por qué nosotros (me refiero a los sujetos) hablamos, escribimos, ereemos: todo sujeto sélo puede pensar en la medida en que cree en algunas verdades (las suyas) que propone a Jos demas, con la conviecién de que las reconoceran como tales, Mientras el trabajo de pensamiento convierte tinica- mente al yo [Je]* en el agente y el destinatario de lo que resulta de é1, nosotros nos permitimos, felizmente, dejarle + En adelante, « menos que e lo aclare expresamente, el yo de la traduccion oe referind siempre al Je} nw eso cardeter incomplete, flotante, de contradiccién oculta, de fantasmatizacion que earacteriza al discurso interior, Pero exponer nuestros pensamientos oralmente 0 por escrito nos enfrenta a otras exigencias y otros riesgos. La prima de placer que esperamos del oyente 0 del lector que nos «obliga» a ese trabajo tiene que ver, sin duda, con el narcisismo, con la imagen que él nos remite de auestro poder pensar», pero también con el sentimiento —y poco importa la parte de ilusién que intervenga en ello— de ‘una conformidad entre el pensamiento y la «cosa» de que ‘ese pensamiento habla, con el sentimiento de un momento donde coinciden «palabra-pensamiento-cosas, coincidencia que nos permite creer en una posible verdad presente en nuestra palabra. Creencia efimera, pues una vez escrito el texto, una vez terminado el seminario, hallaremos la inevitable soledad del pensamiento, la inevitable cuestién de lo que ha sido comprendido u oido, de quién responde fa qué, y de la trampa en la que tal vez hayanios caido mientras buseébamos, en la mirada y en la confirmacion de los otros, una respuesta de la que jamés sabremos qué debe a lo que se ha dicho, a la manera como se lo dice, a Ja seduccién que puede eercer el lugar ocupado por el que habla. Una ver terminado el seminario experimento siem- pre un momenta de fluctuacién, un instante inasible y, sin embargo, suficiente para que ese conjunto de miradas, que he reunido para constituir con ella el soporte y la escucha ofrecidos a mi palabra, vuelvan a ser lo que son: Ja suma de miradas singulares, pertenecientes a un conjunto de sujetos igualmente singulares, de los cuales, en su mayor parte, no sé ni tengo por qué saber qué haran con To que han oido, “Momento en que me encuentro frente a mis pregun- tas, y a menudo frente a.un sentimiento de insatisfaccién referente alo que pude decir en relacién con lo que queria, decir, a lo que queria comnicar en relacién con lo que 12 efectivamente supe comunicar: y sin embargo, esas pre- guntas, una vez expresadas, va no serdn exactamente las ‘mismas; algo se me ha respondido a través de la presencia de mis oyentes, a pesar de su silencio. He corrido un riesgo, he expuesto mis pensamientos; Gurante el tiempo de la reunién me he demostrado que tenia raz6n en creerlos comunicables: el trabajo que me tomé para tornarlos asf no ha sido vano; si bien no basta para aportarme la prueba de la verdad de mi manera de pensar la psique, me asegura que esos pensamientos que Propongo al cuestionamiento de los demas, que propongo como objeto de su posible reflexidn, merecen que se los interrogue, y tienen derecho de admisién en este trabajo @e construccion compartida, necesario para la preserva ign y el enriquecimiento de la teoria freudiana, Ha abide razin en denunciar Io que puede tener de terrrita ol saber, la teria, los teorics: pero en nuestra, Aiscplin tambien habria que recordar love i ignore. Gia tiene de aterrorizadora por sus consecuencias Es cierto que cada cual esribey habla sean vu ito, ¥ que toda scala de valores aplicada a este regio ge tor, ha sin sentido; es cierto que podemos hablar» escribir ‘oucho y mostrar tan sel vavio de nuestro pensarion: to:es cierto tambidn que podemos eallarnos, no publica ¥ poseer, no abstante,atenticos conocimiento, Pero la experiencia nor demuestra tambien que el hecho de no proponer nunca las demas nada de 1p que se protende pensar puete legar a ser una excelente ‘manera de ovitarenfrentarnos a nuestra propia sordera isin eontar Ia progrinatendencin de cierto analitas 8 Creer que asocinr sobre la tori, sotar= entre pensaien tony tora diveraoy,yeligarse neon trabajo Se relent aie exige el conocimiento de In teoria de Proud ye In Prictien que ésta permite, gon sindnimant a Estas pocas palabras sobre la funcién que, sogan mi opinion, cumple el seminario estén destinadas, ant todo, Sripeadoer 2 aquellos que To hacen posible port hecho seeenieescucharme, pero tansbien a recordar y a poe tenis antes de abrir el juego, que To que se va aleer sabre Ie relacion del yo con el placer, con la busqueda dela ver- Gan con el eonfito que puede oponerlo al yo dl otro, con- Sette el vinculo ms estrecho con mi relacén con la prc: dita con mi manera de entenderla, de responder a ela, ds renctionar ante ella: escuicha, respuesta renceién, en tas cuales sempre habra un lugar para mi problemi gular tal como se manifiesta, en formas por supuesto Siltrontessen mi vida privada en mi funcin de anata, tnmirelacion eon mis escritos, pabliendos ohablados, ¥ Ge ese modo, on quienes se supone que los leen oon oven tito que he elegido se inspira en otro conocido por todos noautron: Las putsiones 9 sus destinos. Si, como eelhe Freud la puloin no conoce més que una mete eeeuantitncedn esta meta solo eta catctizads, tan intonan como eegamente, porguealeanzaria permite vl sme uneontrar ese estado de placer hacia el eval apunta Ie peique en eal fuere la instance, ol proce, que se tao de placer yo estado de quetud de no necsi- dad, de slope del cuerpo, oon los Ges dos fines que oncee actividad pga, lo dos cetivon années ero prsigue Vivir preservare vivo, exigen qu esta Ae sess pormanesea devconocid gracias une fasin que TGnelerae ante todo al eb fuente de placer yas repre que contiene es la con- dicién de toda yasible comprensién de lo que aparece en nuestra clinica. Sin embargo, no por ello hay que subes- timar lo que Ia actividad de pensar tiene de radicalmente heterogéneo, en relacién con una forma de funcionamiento que lo precede y luego lo acompana, y Io que implica ese cambio cle «material psfquico» que sustituye a la tinica imagen cle la cosa corporal por una representacién en la cual es un «cuerpo hablados, que dard un sentido a lo que el yo representa on ella. Si admitimos —aun cuando esta formulacian exija una elaboracién mejor—que la energia psiquica que Froud Tisma libido desempena el papel del cemento que mantiene unidos los elementos de las cons- trucciones ideiea y pictografica, y si aftadimos que ess senergia» tiende de entrada a una sola finalidad, puesto que toda catectizacién, sea cual fuere el agente que catec- tiza, intenta obtener un estado de placer, debemos pregun- tarnos qué implica como modificacién, como diferencia, radical, el estado de placer en cuanto finalidad de lo ori- inario, y el estado de placer en cuanto finalidad perse- sguida por la actividad de pensar. En el anélisis que ya hice agut sobre las causas res- ponsables de las perturbaciones del yo, habia privilegiado su relacién con el ineonsetente y el triunfo 0 el fracaso de tuna de las tareas que le incumbe: que se torne pensable ed ‘esa causa incognescible de la eusl él es parcialmente el efecto. Anadiré esta noche que el yo también punde tro- pezar con otro escollo: no lograf tornarse pensable para ssimismo ni tornar pensable y eatectizable su propio deve- nir, hallarse incapacitado de catectizar lo que el fujo tem- poral le impone come diferencia entre él mismo tal como se piensa, él mismo tal come devendra y él mismo tal como se descubre «deviniendo-. Comprender la problematica de la identifieacién, pro: ‘ceso —debemos recordarlo— que slo atane al trabajo psi- ‘quico del yo, dilucidar la economia y la reparticion de las ccatectizaciones que subyacen a ese proceso, oxige tener fen cuenta lo que Freud Yamaba los videales del yo [mot)», y lo que he llamado proyecto identifieatorio. De todas ‘maneras no hay que reducir es0s ideales a simples retofios de lo originario, a una transformacién que sélo implicaria el disfraz de una finalidad que seguirfa siendo idéntica- snente igual a sf misma, La particularidad det yo reside en que 61 haya sido ante todo efectivamente la idea, el nombre, &| pensamien- to hablado en el discurso de otro: sombra hablada proyec- tada por el portavor [porte-parole]* sobre una psique que In ignora y que también ignora sus exigencias y su loco objetivo. Enunciados que vienen de otra parte y de los que Ia vor del nifio se apropizrs primeramente repitiéndelos. El yo comienza por eatectizar los pensamientos identiG- cantes por medio de los cuales el portavoz lo piensa y, gra- cias a ellos, le aporta su amor. Una vez efectuada esta ‘eatectizacién, el yo podré ocupar el sitio de enunciante de ‘esus mismos pensamientos, tras lo cual éstos retornan su propia escucha como un enunciado del que 6) es el + Literalment: -porta palabra; noid dessrvellads eh la pi ‘mera parte de La viotsnoe de linterpréation, yempleade en single o ploral (7) 28 ‘agente y por medio del cual se impone a su propia pereap- cign y a &u propia actividad de pensamiento en cuanto existente. Estos pensamientos retornan al enuneiante bajo la forma de-un identificado en el cual el enunciante halla e} apoyo necesario para su autocatectizacién. Primer surgimiento del yo: no volveré a reforirme all andlisis de las condiciones que tornan posible este surgi- miento. Recordemos simplemente que durante una prime- +a fase de Ia existencia del yo, el nifio contintia dejando al portavor Ia tarea de formular anhelos identifieotorios que conciernen a su futuro. Es la madre la que \e ~euenta- In manera como ella suefa su futuro (el del nifo): «Cuan- do seas grande- precede la mayoria de las veces aun Cuando yo sea grande. B] reconocimiento de uaa sepa: vacién entre su cuerpo y el de Ia madre, el reconocimiento de la dualidad que constituye la pareja parental, proceden al reconocimiento de una diferencia temporal que se ins- cribe ineluctablemente en el yo mismo. Si el presente se diferencia bastante pronte en relacién con el pasado, el ‘yo comienza por imaginar el faturo como el tiempo en el ‘ous, idéntico a sf mismo, podria retornar un estado, un ‘momento, un placer pastdas. Es al saber imputado 2 la palabra materna que el yo comienza por preguntar qué llegar a ser: antes de la partida solitaria en busea de una teoria sexual, que es también una teoria sobre la identi- ficacién, el nino formula a la madre no solamente su pre- sgunte sobre el origen sino también sobre su futuro y sobre los fines (en los dos senvides del término) de ese futuro, El yo deja durante cierto tiempo a otyo Ta tarea de catectizar su propio tiempo por venir, de operar esta segunda antieipacion necesaria para sostener anhelos que Negan a dar sentido a la necesidad de cambiar, de tornar- se vtro, de tener otros deseos. Si el yo sélo puede ser apro- pidindose y catectizando pensamientos con funcién iden- tificante, de los cuales 6] ge reconoce como enuneiante sis. 29 saber que ante todo ha sido un simple »repitiente- del dis- ceurso de otro, existe un segundo momento fundamental para su funeionamiento que exige que retome por su euen- ta la segunda accién anticipadora desempetiada en pri- mer lugar por el portavoz. Esto presupone que el yo tenga, ‘acceso y que haga suyos los anhelos identificatorios que catectizan el futuro, pero un future que ya no sera un sim- ple anhelo de retorno del pasado. La apropiacién de un anhelo identificatorio que tenga en cuenta este no-retorno de lo mismo es una condicién vital para el funcionamiento dal yo. Para que el yo se preserve, os necesario que el iden- tificante se asezure la catectizacién de dos soportes: ef identifieado actual y & devenir de este identificado. Este ndevenir» es aquello por medio de lo cual el yo se autoan- ticipa, lo que presupone su posibilidad de catectizar su. propio cambio, su propia alteracién y, sobre todo, la modi ficacidn, la transtormacion de los objetos que sostendrén au dese. Llegados a este punto, se plantea una primera cues- tign: {Qué «prima» de placer permite al yo catectizar un fuir temporal que lo lleva hacia la muerte? .Qué es lo que permite al identificante catectizar el pensamiento de un futuro euando no hay nada que le asegure que lo podra vivir? Las razones que permiten que se preserve un pro- yecto identificatorio, condicién vital para el yo, son tan ‘miltiples como las que permiten salvaguardar la catec- tizacisn por el yo de su estado de ser viviente. Pero, desde el enfoque elegide aqui, una de estas razones merec® nuestra atencién: el identificante, ese agente de la accién psiquica necesaria para la catectizacién de los pensamien- tos con funeién identificante, o de los enunciados identi- featorios, sélo mantione esa catexia mientras preserva la creencia de que esos enunciados, esos pensamientos, efec- tivamente conforman al yo que nombran. La eatectizacion 30 del identificado por el identificante implica la presencia de una corteza inmediata, aunque fugitiva, de esta con- formidad. La duda no puede ser mas que un movimiento secundario que acompatia ai desplazamiento ya advenido de la catectizacién en beneficio de otros enunciados supuestos, conformes a Su vez al cambio y al movimiento el yo, Encontramos aqui una exigencia y una propiedad compartidas por el trabajo del pensamiento: por medio ¢e Ja cual participa y se diferencia del trabajo de la repre- sentacién pictogrifica y de la puesta en escena fantasm: tica, El yo sélo puede catectizar sus propias construcciones ‘deicas y, mas especialmente, los pensamientos de los cua- les es el referente (0 sea 61 mismo coma imagen de la cosa que el pensamiento nombra), porque cuando surgen se pregentan con los caracteres de Ia certeza, lo que en el dominio del pensamiento se lama sla verdad. Esta certeza de conformidad entre el pensamiento y Ja co¢a es una condicién para Ia identificacién: el sent miento de extraneza, los fenémenos de disaciacién, el no- reconocimiento de Ia imagen en el espejo, esos factores que marean tan a menudo la entrada en ia experienci psiestica, son las consecuencias de la pérdida o del recha- zo de esa confirmacién entre los enunciados identificantes y el yo que nombran. Pero agreguemos inmediatamente que esta certeza no fs del mismo tipo que la certeza propia de lo originario 0 de lo primario, porque si no, nada diferenciaria el fun- cionamiento del proceso secundario del funclonamiento propio del primario. Si el yo s6lo puede cateetizar un pen samiento que cree verdadero, este atributo de verdad, su ver, podria ser interrogado, euestionado, por el pens: miento que le sigue y que el primero ha hecho posible: os ‘esto lo que llamé la prueba de la duda, consecuencia del necesario reconocimiento del cambio, de la alteracién que impone al yo su propia realidad fisica y psfquica. La prue- a1 ba de la duda exige que se reconozca la imposible fijeza ae lo que el yo vive, experimenta, sufre y, por la misma az6n, piensa con respecto a su vida, sus experiencias, sus deseos, sus amores, sus actos. De esta prueba hablé ampliamente cuande insisti sobre lo que implica para el nifio deseubrir que el lenguaje puede decir lo verdadero © lo faiso, iesumiré Io esencial en los términos siguientes: —La unidad «identificante-identificado», condicién ‘misma de la existencia del yo, presupone que se conserven fen el espacio del identificado eiertos puntos de certeza. Lo ‘que he escrito con cierta vacilacién acerca de lo simbélico ‘en La violencia de la interpretacién lo formulo ahora con ‘mayor seguridad. Es efectivamente la relacién del iden- tificante con esos puntos de certeza presentes en el iden tificado lo que hace posible y preserva la identificacion simbéliea. Gracias a ella el identificante se asegura su. derecho inalienable a reconocerse identificado e identifi- cable con los conceptos de una serie de funciones de valor universal e independientes de la «cosa» real que les ha encarnado en un primer tiempo. La funcién paterna, y materna, y la posicién de hijo 0 de padre se tornan inde- pendientes de aquel o de aquella que es su representante real en el sistema familiar del nifo, Estos puntos de cer- teza son necesarios para que un yo persista en cuanto individuo, es decir, en cuanto scontinuidad- reconocible, singular y catectizable a lo largo de toda su existencia. “La prueba de la duda, siempre en el registro de la identificacién, podré imponerse por el contrario a todo lo que desborda esos puntos de certoza y al primer jefe; ahi se convierte efectivamente en prueba y en el equivalente de la castracion en el registro del pensamiento; en esos pensamientos, en esos enunciados, por los cuales el yo se presenta ante si mismo como amante-amado, deseante: deseado, demandante-demandado, 22 —Sin embargo, esta duda no debe trasponer un umbral mas alld del cual el identificante ya no podr anticipar y catectizar lo que el yo podra devenir. Ya sea que devenga algo siempre distinto de lo simplemente previsto 0 que a veces devenga algo totalmente impre- visto, ello no debe impedir que en cada momento en que el yo advenga, se desplace indefinidamente ante él un previsto que él debe continuar eatectizando por antici ado. —Este desplazamiento, este indefinidamente diferido, eva on si la promesa de la realizacién de un placer, pero también de un anhelo muy particular que Subyace al con- junto del movimiento del pensamiento: poder hallar ana certeza en cuanto a la conformidad presente entre el pen ‘samiento y la cosa. Certeza del pensamiento que aportaria ‘una certeza identificatoria y que realizaria un deseo siem- pre en accién en la actividad de pensamiento: poseer una verdad que pondria fin a todo cuestionamiento y que por esa misma razén detendria la busqueda El anhelo del wpensante» es someter la cova a la ima gen de palabra por medio de la cual él la nombra, —Les suportes del proyecto identificatorio, o los ide- ales del yo, estin eatectizades gracias a la ilusién de la supremacia de la imagen de palabra. Al creer por anti- ipado sla idea de lo que devendra el yor, es decir, al catec- tizar y pensar un ye que no puede, en el momento en que se lo anticipa, desmentir e] pensamiento, puesto que la «cosa» a la cual se refiere el pensamiento atin no existe, ‘1 pensante 0 el identificante est movido por la esperanza dela abolicion de toda separacién, de toda diferencia entre 1s palabra y le cosa, y con mayor precisién, entre el Yo pensado y 6) yoen su inasible realidad, Resulta féeil moe trar que este anhelo implica terabién Ja loca esperanza de abolir lo que en el espacio del yo es efecto dt la existencia, de] inconsciente: la identidad entre la palabra y la cosa, 33 presupondria un conocimiento total y absolute del espacio Psiquico. “La prueba de Ia duda no es, evidentemente, una ‘eleceién del yo, sine lo que se impone al pensamiento a través de la escucha y de la respuesta que le da otro «pen- ante». El pensamiento del otro lleva en s{ el riesgo de que ‘mi pensamiento no tenga valor, de decretarlo falso, y vico- versa por supuesto, Pero hay que recordar que esta reci- procidad no existe en una primera fase de la relacién pre- sente entre el yo infantil y el yo materno, y que, entre adultos, puede desaparocer en beneficio de uno solo (es lo {que ocurre en el estado de alienacién). Llegar a ser capaz ide dudar de lo que uno piensa sélo es posible mientras el 9 erea que esa duda est4 en el origen de un nuevo pen- samiento que podria ser verdadero. Esto implica que el yo se adjudique el derecho de dudar también del pensa- miento de otro, y que este otro le reconozea el mismo dere- cho, Por esa razén, la relacién existente entre los pensan- tes, 0 sea, entre los yoes como enunciantes y defensores de sus propios pensamientos, ests siempre subsumida en tuna relacién en la cual el conflicto puede resurgir, y en ‘efecto surge periddicamente. Agreguemos que si debemos pensar, ya no nuestros suefios sino la realidad, significa ‘que podemos creer en ella tan sélo en Ia medida en que es también la realidad de los otros. La dura necesidad del pensamiento, su riesgo esencial, es el no poder escapar a Ja buisqueda de la certeza y el no poder ser autogarante cexhaustivo y exclusive de su propia verdad. El pensamien- to pide al otro la verifieacién de esta verdad: de donde sur- ge su irreductible desco de dominio sobre el pensamiento del otro, Para que este deseo siga siendo compatible con la pre- sencia de los otros y con Ia sutonomia que, a su vez, los otros defienden para su propio pensamiento, es necesario {que el sujeto pueda apelar a un tercer discurso que un 34 conjunto de pensantes tomaré como referente de la verdad de sus enunciados. Antes de llegar al «conflicto identificatorio» tal como Jo hallaremos en la psicosis, consideremos mediante un artificio la relacién identificante-identificado, indepen- diontemente de la funcién que desempena el anhelo iden- tiffcatorio. ;Qué identificado catectiza a} identificante en cada instante del ser del yo? La imagen del yo que le devuelve su propia retina y la retina de los otros, y con- Juntamente el enunciado con que 61 enlaza esas dos ima~ ‘genes. Pero este enunciado, salvo en momentes particu- Jares, es también lo que confirma al yo la no-realizacién el anhelo identificatorio. Salvo esos momentos en que el yo coincide con un estado de «placer realizdndose>, lo que retorna al yo como el identificado que lo representa sera siempre diferente, estard ausente, en relacién con lo que 61 esperaba de ese momento presente en el cual se realize su anhelo de ayer. ¥ en esta diferencia no hay que olvidar el papel que desempefiard lo inesperado de un duelo, de una decepcién, de un sufrimiento que efectivamente pue- de padecer el yo, pruebas que le revelaran de manera can- dente el fracaso del anhelo. Para que este fracaso sea soportable, es necesario que por una parte el yo, como hemos visto, pueda preservar la catexia de ciertas refe- rencias simbélicas al abrigo de todo peligro, quiero decir de toda puesta en duda, y por otra parte, que pueda con- servar y rememorar el recuerdo de momentos pasados en los cuales el placer se ha mostrado efectivamente reali- zable y realizado, Si estas dos condiciones ya no se respetan, la relacién entre el identificante y el identificado se transformaré en Ia relacién conflictiva que marca la psicosis. El yo iden- tificado, soporte que imanta sobre sf la libido identifica- toria, puede revelarse como no catectizable: la imagen, el 35 pensamiento que encuentra el identificante de sf mismo puede convertirse en lo que suscita un furor asesino. Este conflieto potencial que puede oponer al identificante con 1 identificado nos hace compreader mojor el papel de mediador, de moderador del eonticto, que desempenar Ja imagen del yo futura en cuanto soporte del anh iden- tifieatorio. Mientras el conflicto respete Ja unidad iden- tificante-identifieado para oponer yo a sus ideales, sus consecuencias serdn menos asesinas. En este caso, el con- flito se referiré ala coexistencia de anhelos identifica- torios contradietorio, ala contradicsion existente entre el yo actual y lo que l ansia ose prohibe llegar a ser: este conflicto es la neurosis ero es obvio que el anhelo identificatorio no es sola mente lo que permite que el conflieto se confine en exe registro; es también To que puede permitir que el sujeto lo supere. BI identificanto, al eatectizar un yo que él anti cipa, eatectiza de esa manera una poteneialidad que atri buye al yo actual El yo anhelado, en cuanto posibilidad imputada al yo actual, valoriza a este timo y consolida el vineulo ibi- dinal entre el identificado y ol idontifieante. Para termni- nar afladiré que si bien es certo que el yo se deja faseinar por el resplandot ilusorio de los objetos que codicia con la ilusién de que su posesidn futura lo hard parecer conforme ala idea que él querria darse y dar a los demés de si mis- mo, siel yo suite —felizmente para él— los efectos de su sencarnacign* en un cuerpo erdgeno, en un cuerpo capaz 4e gozar (veremos mas adelante el impacto del cuerpo y de su erogeneidad en el registro del pensamiento, la act Vidad de pensaziento, por su parte, perseguiré el fn con- forme a lo que se propone: la deseparicién de toda sep racién, de toda diferencia entre lo penssdo y la co: pensada. Bi «trabajo de investigaciéns, la pulsicn epistemofilica, 36 el deseo de saber, la sublimacién: se trata de wn conjunto de términos que nos dicon en qué se convierte esa parte de la energia pulsional que el yo obliga al trabajo y a la meta exigidos por la actividad de pensar que le ineumbe. Después de este aparte y de esta revisién, centrémonos en la psicosis, By EL CONFLICTO IDENTIFICANTE-IDENTIFICADO EN LA PSICOSIS Confio en haberlos convencido de Ia necesidad, para el funcionamiento del yo, de que las referencias necesarias para su identificacién simbélica permanezean al abrigo de todo caestionamiento, Cuando estos puntos de referencia ‘ya no son seguros o no estan garantidos como intangibles, fasistimos a una invasién catastréfica de la duda y entra- ‘mos en ese campo conflictivo que marea la psicosie. Fl lla mado a la certeza delirante no debe ilusionarnos; sin anu- Tara, los pensamientas cn los quo delrante pense Su yo se superponen a una duda dramética que le coacierne, Guda que esos pensamientos esperan en vano reducir al silencio, El delirio corre el riesgo de ocultarnos el contlicto ‘al cual sélo logra aportar una solucién precaria y siempre frigit ¢l conflicto que esta vez opone el identificante al identificado, el yo pensante al yo penaado, Bvidentemente, ‘como para todos nesotros, on la psicasis hubo creacién de tun yo pensado y anticipado por el portavoz, hube una pri ‘mera apropiacin de cierto ntimero de enunciados con fun- cién identificante. Incluso hubo una primera y frag espe- ranza, que iria Teduciéndose, de que ese «yo pensador pudiera ser reconocido por el pensamiento de los otros, que se aceptara asegurarle su parte de certezas, que se permitiera al identificante catectizar un identificado que 88 le aportaria la prueba del poder, de la autonomia, del valor de Ia actividad de pensar y de identificar que le incumbe. Pero esta esperanza reitaradamente frustrada terminar por negativizar el mensaje que e yo pensado remite al pensante: este yo identificado, a merced del rechazo de reconccimiento que se le opone, excluida de lo pensable del otro en beneficio de lo que tinicamente este ‘otro podria pensar, envia al identificante un veredicto que declara insensato [a-sensé] el conjunto de sus pensamien- ‘tos, que lo enfrenta con su impotencia, con la nulidad de su poder, con una violencia arbitraria contra la cual él descubre que no tiene armas. De ello surge el furor des- tructivo que puede sentir el pensante frente a todo pen- samiento que concierne a la realidad, comenzanda por el de la situacién que se impone al yo, 2 su cuerpo y a sus, deseos. Nos equivocarfamos mucho si considerardmos que esa realidad es algo no visible y no cognoscible por la mirada del psicstico. Durante cierto tiempo el identificante podra intentar reparar este trauma, esta herida narcisista repetida, pro- yectando sobre el identificade la sombra de lo que, en un pasado lejano, 6) habria posefdo 0 habria sido para otro. Extra idealizacién de un yo pasado, pagada con el renunciamiento a creer en la existencia de un yo actual yy mas atin de un yo futuro, Pero como la respuesta sigue ‘endo la exclusidn, la negacién, el rechazo que le opone €l yo de los otros, Ia esperanza se derrumbars. El iden- tificado se transformara para el identificante en un extra ‘Ro que sélo puede preservar el vinculo que lo une al iden- tificante porgue se torna el intruso, el enemigo al que reiteradamente se intentard abatir. El psicstico, y pienso sobre todo en la exquizofrenia, conoce el abuso de poder que se ha ejercido y que se ejerce contra su yo, conoce La ‘impotencia que se le impone. Este yo al que deciaran loco, al que encierran, al que tranquilizan, al que sumergen en 39 el suetio, contintia existiendo dolorosamente; no ignora ni su sufrimiento ni su exelusién por los otros. Diré mas: en cierto sentido, el esquizofrénico delega en los demas un poder para hacerse sufrir con el que sacia un odio mucho ‘mis peligroso que si lo ejereiera directamente. Estoy con- vencida de que el hospital psiquidtrico protege del suicidio porque permite que se deleguen en una fuerza exterior el, derecho y Ia posibilidad de satisfacer un furor asesino, que tiene como primer objeto el yo mismo. Es contra su propio deseo de asesinato que el asilo protege al internado. Pero creo también que el esquizofrénico trata de convencerse, y de convencernos, gracias a esa «bella indiferencias de la que puede hacer gala frente a las mutilaciones —fisicas ‘cuando €l se las impone, psiquicas cuando son obra de los, demas—, que aquel que destruimos, aquel que ponemos bajo tutela, aquel cuyos movimientas fisicos y psiquicos reducimos es un «no-yor impuesto a su propia psique por un pensamiento extratio y perseguidor. Y es algo en lo cual no esta del todo equivocado. Es eso lo que explica el cardcter muy particular que cobra el mecanismo de la ide- alizaci6n en la psicosis. La idealizacién, salvo en una pri ‘mera fase del funcionamiento del yo, de la que volveré a ‘ocuparme, implica la descatectizacién, temporaria 0 def nitiva, del proyecto identificatorio y de los ideales que son sus corolarios. La separacién que siempre resurge entre 1 yo actual y lo que el yo querria llegar a ser y tezer, 0 sea lo que él ansia como posible para su yo futuro, es una condicién para que el yo pueda catectizar el flujo tempo- ral, el eaimbio, esa diferencia de sf-mismo a sf-mismo, tan, Aiffeil de aceptar. Pero, como hemos visto, en ese yo futuro se eatectiza lo que se supone esta en estado patencial ea el yo actual Por esa raz6n, la parte de energia narcisista eatectizada sobre ese tiempo futuro mediante ideales, lejos de empo: bbrecer al yo y al tiempo actual, faclita su investimiento, 40 este «yo diferidor, el yo percibe una de sus potencia- lidades. A la inversa, cuando reflexionamos sobre esas ‘idealizaciones* locas, absurdas, que nos propone el deli- rio, esas idealizaciones supuestamente ya realizadas, es ficil comprobar que lo idealizado es un no-yo, un impo: sible. La earacteristica que diferencia, hasta tornarlos antinémicos, Ia idealizacién de lo que designa el término ideales del yo se refiere al tiempo, pero también se refiere a lo posible: la idealizacin se presenta como un estado del yo supuesto por é1 como ya realizado, y los ideales ‘com un estado que podria tal vez realizarse en el tiempo futuro. No solamente la psicosis nos enfrenta a fenémenos de idealizacién, sino que el caracter imposible de los fines que ella proclama haber realizado nos confirma la impo- sibilidad, para el yo, de una eatectizaeién que podria hacer volver al presente que él vive al yo actual, y que justif caria la esperanza de una realizacién futura de sus anhe- los, Sea cual fuere el tipo de enunciado identifieatorio que se nos formule (Soy Cristo, Napoleén, el Todopoderose..}, Jo primero que hay que oft en un enunciado de este tipo es la negacion que se afirma. Bl aleance esencial y culto de este mensaje es un «yo no soy yo, yo no soy conforme al identificado de ustedes». Por esta razén Cristo, Napo- lo6n, ol rey de Inglaterra, pueden servirnos muy bien ‘como ejemplos. Lo esencial es Ia afirmacién que clama «Yo ro soy ese yo que usted ve, no soy ese yo que usted puede encerrar, excluir, internar; soy un identificante al cual le han impuesto un identificado que no es su abra». Térmi- nos que deben entenderse no como una expresién postica ‘como un redescubrimiento de la teoria del engatio (lew. rrel* El psicético esta enfrentado a la imposibilidad de cons- tituir y de catectizar ideales porque no puede eatectizar = También significa isin, (7) a hinguna potencialidad en su yo actual que le asegure un faturo posible y eatectizable. No hay ideales del yo eatee- tizados en Ia psicosis, sino Ia idealizacién tragica de un soporte exterior supuestamente responsable de lo que uno sabe que no es, y de Jo que tuno sabe soportar y suit. El excosa de poder atribuido a este idealizado (ia potencia Perseguidora) esté en relacién con un exceso de suftimien- ‘to que el yo conoce perfectamente. Catectizar ideales supo- rhe que uno puede reconocerse el derecho a un futuro, pero ‘esto implicaria que también pudiera reconocerse el dere- cho de vivir una relacién futura con el portavoz, relacién que se habria tornado diferente de la actual y que seguiria siendo aceptable y catectizable par la madre. Como esta posibilidad le esta negnda, el sujeto sélo podré recurrir a #0 ndelirio identifieatorio» que nos hace oir. Para com- render el conflito identificatorio en la psicosis, es nece- serio apelar a lo que representa para el yo esa prueba ‘muy particular que llamo desidealizacién. El yo anticipa- do por el portavoz, ese yo proyectado, hablado por la madre incluso antes que esa instancia pueda advenir en Ja psique del infans, ese primer yo que estsrd catectizado Por el identifieante es un yo idealizado. Es el portavoz el ‘que cumple una primera idealizacién del yo del infans. yo idealizado es el catectizado primeramente por el amor materno, ‘Aqui habria que volver a pensar lo que se ha dicho sobre la fascinacién narcisista y sobre el furor azesino que puede experimentar una imagen atin parcialmente ide- alizada por la mirada materna, mientras que la mirada del nifo tiene el presentimiento de que lo que él ve tal vez no sea totalmente conforme a ese yo idealizado que pen- ssaba ser. No se trata de la constitucién de un yo ni de un fenémeno de idealizacién que seria secundario a él, sino a la inversa, el encuentro del yo identificante con tin yo idealizado y un largo y dificil camino que deberé permi- 2 tirle abanconar eto idoaticadto en beneficio de los ideales futuros que él deberd catectizar. Este fenémeno de des dealizacin es la condicién primera y determinante en la estructura psiquica y un factor esencial,para la colocacién, ten su sitio de los ideales. Pero esta desidealizacién del yo idealizado, y por consiguiente del que se suponta que fue- ra un yo actual, implica una desidealizacién del tiempo infantil, de un presente en beneficio de] tiempo hacia el cual se va: el pasaje de la catexia de un yo idealizado (0 sea de un yo que uno eree ya realizado) en beneficio de zo ideales (lo que uno espera que cl yo podré llegar a ser) marca la entrada del sujeto en la temporalidad. La psi- cosis muestra la imposibilidad del nino, y generalmente también de la madre, de aceptar desidealizar ese tiempo infantil y la relacién que ellos dos han vivido durante esa fase de su existencia, {{Cudles son las condiciones que permitiryan al yo cum- plir ese trabajo? La primera es el inevitable encuentro del ‘yo con Jos limites de sus poderes efectivos, encuentro que lo enfrenta a lo que cominmente se llama principio de realidad. Este encuentro se produce inexorablemente en todo sujeto: el psieétieo podré huir de sus consecuencias, lo que hace suponer que el encuentro efectivamente ha tenido lugar. La segunda condicién que permite al yo aceptar esa herida narcisista fundamental implice que esa instancia pueda catectizar a un yo deseado que tenga fen cuenta la categoria de lo interdicto, de lo posible y de 10 imposible. Sea cual fuere el monto de ilusién en lo que tuno espera realizable para ese yo futuro, éste ya no debe ‘confundirse con un yo idealizado que ignora el coneepto de imposible y que confunde lo interdicto linterdit] con lo prohibido [defendu]. « Podemos concluir de todo ello que 4 Lo prohibido, que suoesivamente te aceptord zecsaar4, <0 dnl ef onigen deen conf neonari cfc ene ual sea fiesta la diferencia de ln piscere, de lo anbelos, de los poseres en 43 el acceso a un modo de funcionamiento que tenga en cuen- ta el principio de realidad debe ser acompafiado por el reconocimiento del engatio que implicaba la idealizacion del yo por el portavez, ¥ del reconocimiento de lo que sepa- a el conjunto de los ideales del yo de lo que ha sido un primer yo idealizado, Pero esto supondria también una desidealizacion del agente de la idealizacién: el portavoz, Ahora bien, en este trabajo de desidealizacién impuesto al yo infantil, este tltimo debe poder encontrar un aliado, luna ayuda en la propia madre: ai la madre se niega a ello. si el hijo vive como tal sus respuestas, el yo enfrentard tuna relacién con sus propias referencias identificatorias, con el tiempo, con la realidad, con su propia actividad de pensamiento que lleva en silo que he definide con los tér- minos de »potencialidad peieétieas, porque en un plazo mas 0 menos breve, corre el peligro de desembocar en la psicosis manifiesta, Podemos abordar ahora una cuestion que me preocupa desde hace tiempo con insistencia ereciente: ca qué eatssas nos remite el fendmeno «alienacién», una vez que nos ha obligado a reconocer que no podemos incluirlo como tal, sin modificaciones, en el registro de la psicosis? presencia. Quo el nino y la madre sean eapaces de soportario sin ‘ehuirle i tranefrmarioen una lucha 8 muerte es une necesidat pera el devenie del yo “4 EL ESTADO DE ALIENACION Con este término defino un destino del yo y dela acti vvidad de pensar cuya meta es tender hacia un estado a- conflictivo, abolir todas 1as causas de conflicto entre el identificante y el identificado, pero también entre el yoy ‘sus ideales, lo que equivale a esperar la abolicién de todo conflicto entre el yo, sus deseos y los deseos del yo de los, ‘otros catectizados por él. Este suefio y esta esperanza de tun camino que, al abolir toda situacién conflictiva, abo: lirfa al mismo tiempo toda causa de sufrimiento, son com: partidos por todos los sujetos: diré, por consiguiente, que el estado de alienacién representa el limite extremo que puede aleanzar el yo en la realizacién de este deseo, y que si diera un paso mas desembocaria en la muerte efectiva del pensamiento y, por esa razén, de sf mismo. Blestado de alienacién del yo se apoya en dos soportes esenciales: una idealizacién masiva del que ejerce respecto ‘él la funcion de la fuerza alienante y que es, por lo tanto, ‘aLsoporte de un deseo de alienar, y un retomar, por parte del sujeto alienado, e¢e mismo deseo y esa misma funcién respecto de etros sujetos, pero esta vez en cuanto adepto,, combatiente, partidario de una «causa», cuyo poder de demostrar y de garantir su verdad, su supremacia y su sbondad» Io atribuye a la potencia alienante. Es siempre 45 ‘en nombre de una «buena causa: que alienamos nuestro pensamiento. Antes de analizar las razones y los efectos de esta patologia de Ia idealizacién, y por ende de la identifica ign, hagamos algunas comprobaciones que cualquiera puede realizar si se toma el trabajo de observar lo que se hha jugado y se juega tan a menudo en el espacio social: — La alienacién no supone siempre una patologia pre- ‘existente. En cierto tipo de situaciones, y ya veremos cud- les, no es Ia consecuencia de una descompensacién o de ‘una perturbacién que vendria a compensar. — La alienacién exige el encuentro del sujeto con otro sujeto que desea alienar. Mas exactamente, con un deseo de alienar que debe poder hallar en la escena social otro sujeto cuyo pensamiento, cuya accién, inducen la aliena: cién de algunos o de todos sus semejantes, ~ La alionacién conereta una tentacidn que, como ya Jo hemos dicho, ha estado y sigue estando en la actividad de pensamiento de todo yo: volver a hallar Ia certeza, cexcluir tanto la duda como el conflicto. Por esa razén, el deseo de alienar hace correr un riesgo a todo sujeto enfrentado a este tipo de «deseante», Contrariamente a ‘una humorada muy conocida segiin la cual «no se vuelve loco el que quieres, 1a mayoria de los stujetos —en ciertas condiciones— pueden tender a ese estado, — La alierscién supone la idealizacién de la fuerza lienante por el sujeto, pero también por varios otros: por lo tanto, nunca es un fenmeno singular, El exceso de ide- alizacién necesario para le inclinacién del pensamiento hacia tn estado de alienacién en el pensamiento de otro cexige la unificacién de cierto niimero de idealizaciones sin- gulares. — La alienacién, contrariamente a la psicosis, implica 1y preserva un estado de total desconocimiento, por pate 46 del alienado, del eccidente sobrevenido a su pensamiento. En otros términos, ela alienacién+ es un concepto sélo pen- sable por un abservador externo. El peicdtico puede igno- rar el término «psicosis», pero puede seguir pensando el estado de dependencia, de exclusién, de conflicto, de muti- lacién impuesto a su actividad de pensamiento. La alie- nnacisn supone una vivencia no nombrable y no perceptible por el que la vive. —En un elevado mimero de casos, la fuerza alienante instrumentard su aceidn por medio de un texto (teoria cientifiea o teoria religiosa) cuyo autor es otro sujeto, que, ‘a menudo, ha muerto, Pero en este caso se comprueba que In relacién de alienacién con ese texto (gracias al cual se distraza de realidad la alienacién com respecto a tn sujeto) implica que pueda ser reducido a una aecién, a una ide- ologia que intente actuar sobre otros sujetas, que intente un poder efectivo. La idea de Dios que defiende Savona rola, la idea de la sociedad que defiende Marx, la idea de Ja realidad psiquica que defiende Freud, pueden ser uti- lizadas para ese fin; en cambio, serfa si no imposible vor Io menos muy dificil utilizar los textos de Einstein, de Kantor 0 de Spinoza, — Agreguemos que el encuentro alienante-alienado no obe ocultarnos que el primero proyecta sabre el otro, realiza de ese modo, un deseo de alienacién que concernia y concierne a sit propio pensamiento, La alienacién del otro es la realizacidn de un desea de matar el pensamiento ‘que esta presente en los dos sujetos. Esta simple enumeracién de los caracteres propios de la fenomenologia de la alienaci6n bastaria para mostrar cudn diferente es de la que caracteriza a la psicosis. Intentemos superar el estadio descriptive para ver desde mas crea lo que la relacién alienante-alienado pue- de ensefiarnos sobre el funcionamiento del pensamiento “a Quiero advertir que el cuadro que propongo sigue siendo ‘in, ineluso para mi, apenas un esboas. Hemos visto que la alienacién se propone reducir al minimo el conflieto y el sufrimiento psfquico que resulta para el yo, Este intento desesperado por alcanzar ese fin puede estar motivado por dos situaciones diferentes’ 1) Bl sujeto puede hallarse preso en un sistema social yen un sistema de poder que e impiden pensar libremen- te (0 simplemente pensar) ese sistema, la relacién con el poder que el sistema le impone, la posicion y las referen- cias identificatorias a las cuales lo sujeta, Esta interdic- cién establecida por el poder, que amenaza de muerte a eso pensamientos, a mas © menos corto plazo sera inte- riorizada por el sujeto no solamente por un reflejo de defensa vital, sino también porque «pensarse» esclavo, puro instrumento al servicio de otro, objeto carente de todo derecho de palabra y de pensamienta, seria efectiva- monte para el yo la fuente de un sufrimiento, que sto podria desembacar en la descatectizacién de ese »yo pen- ‘sado» por descatectizacién de la actividad de pensamiento Si algunos sujetos pueden soportar esta opresién del poder ‘oponiendo una resistencia oculta, a pesar del peligro de ‘muerte que ello implica, en la mayorfa de los casos el suje- to no podra scetener durante mucho tiempo ese combate Gesigual y no podré preservar refarentes identifieatorios ten esa sociedad mas que inclindindose hacia la slienacién, Lo que significa que catectizard un «discurso- que decide quien es «yor, que le impone la eleccion de sus ideale: pero que le proctira, como prima de esa desposesién, la ilusién no solamente de su realizacién futura sino de su. realizacién actual 2) Bl sujete puede tender a la alienacién por razones 48 subjetivas: en este caso puede alienar su pensamiento ya ‘sea en una ideologéa dominante, ya sea en la ideologia de tuna ecta, de un grupo, de un microgrupo. ‘Siel encuentro con una fuerza alienante también en este caso es necesario, si la introduccién debe desempefiar su papel, es la problematica del aujeta lo que se cuestiona ‘en primer lugar. Hemos visto la funeién que acupa ia post bilidad de un trabajo de desidealizacién para el funciona- miento del yo, desidealizacién que atane al propio yo y al ye de las imagos parentales. Pero puede ocurrir que esta desidealizacién no pueda superar el compromiso que esta- véen el origen del estado de alienacién hacia el cual el iyo puede inelinarse. El yo infantil puede llegar a ser capaz Ge renunciar a su imagen \ealizada, pero conservara sen suspenso» la idealizacién de la imago parental; estard siempre en busca del encuentro de otro, presente en la escena de la realidad, y sobre el cual pueda proyectarla, sencarnarlas. El yo logrard a este precio tener acceso a cierto reconocimiento de la realidad, al renunciamiento de la categoria de lo imposible, a la aceptaciOn de los limi- ‘tee de su poder. De alli surge su posibilidad de conformar- ‘se a la realidad y a sus exigencias: una narcisizacién y a menudo una sobrenarcisizacién ae\ ya pensado por el yo pensante, Pero en el andlisis se descubrira que esa nar. cisizacién sigue dependiendo de la prétesis que constituye la valorizacién de sf y de su pensamiento por un otro, cuyo saber y cuyo poder se idealizan masivamente. Es sobre la ‘escena de la realidad que debe hallar su sitio ese otro, es fuerza alienante, necesarios para que el identificante cor tintie catectizando al identificado ¥ para que el yo pueda reservar una relacién no psieética con la realidad y con, us exigencias. ‘Trataré separadamente esos dos cuadros, Como ejem- plo del primero tomaré ese tipo de funcionamiento social 49 que se funda en una relacién perseguido-perseuidor puesta en acto; entendiendo que el peligro de muerte se convierte efectiva y objetivamente en lo que esté en juego y quecircula tanto entre los sujetos como entre el sujeto y el poder, Como ejemplo del segundo cuadro tomaré lo que puede ‘observarse en ciarto tipo de relacién que se establece entre cl sujeto en andlisis y ese «saber» analitico que pretende requerirnes. DLA ALIENACION 0 LA MUERTE, En su forma objetiva hallamos este dilema en ese tipo de sociedad donde el poder desempena el papel de una fuerza alienante, que amenaga efectivamente de muerte 1 todo opositor, Esta amenaza, cuya reciprocidad veremos, estableceré wa sistema de relacién que se acerca al sis- tema propio de le problemstica perseguido-perseguidor, que define a la paranoia, Pero para que tal sistema fun- cione y aleance su fin seria falso creer que la fuerza de las hayonetas, instramentos necesarios, sea suficiente: la par- ticularidad y Ta fuerza de tal sistema reposarén en st capacidad de difraceién y de infiltracién en el conjunto de Jas relaciones entre los sujetos. Entre el jefe y los sujetos, centre los epigonos, entre los sujetos singulares, incluso entre los miembros de Ia célula familiar, circular un poder de muerte y un riesgo de condena a muerte que cada uno corre y detenta sobre el otro. Su hermano, su. vvecino, el desconocido con el que usted se cruza, pueden ser delatores potenciales o reales, a quienes debera su muerte y vieeversa, Se operard asf una ssistematizaciéne de la reiacién perseguido-perseguidor, debido al hecho de que cada sujeto singular retoma la relacién existente entre él y los detentadores del poder. Todo sujeto es tanto 50 -victima como asesino potencial; sea cual fuere el sitio que ocupa en un momento dado, siempre puede hallarse, al instante siguiente, en el sitio opuesto: se instala una espe cie de cireularidad continua entre las dos posiciones del binomio perseguide-perseguidor. Puede decirse que el sujeto tiene acceso a una doble posicién: de allf su fluc tuacién continua entre los dos roles que le incumben, y ‘que le proporcionan el apoyo esencial para la preservacién, del poder y se convierte en su instrumento més eficaz Debemos agregar que el «tirano» (0 sea el agente de Ia fuerza alienanto) no escapa a esta problematica: el scomplat», el rieago de su asesinato, no son un efecto de ‘su imaginacién; el odio y la muerte lo acechan efectiva~ mente, No puede sostenerse en su sitio de «gran persequi- dor» (Iéase la historia del Gran Inquisidor si se quiere una demostracién de ello) mas que ocupande también el sitio del que est siempre en peligro de hallar a su propio ase~ sino. Encontramos un cuadro semejante al del delirie paranoico. El perseguido se pasa la vida no huyendo del perseguidor sino tratando de matarlo en un combate que nunca tendré fin, {Pero qué ocurre cuando salimos del delirio para hallar la encarnacisn del perseguidor en la escena de la realidad? Por una parte —verdad de Perogrullo y, sin embargo, olvidada a menudo—, ya no podemos hablar de delirio res- pecto al perseguidor ni al perseguido; por otra parte, nos enfrentamos con una realidad social que se ha tornado parecida, aunque no idéntica, a una représentacién fan- tasmatica que noha sido ajena a ningin sujeto. “Ahora bien, lo propio del discurso del poder —comen- zando por el que hace tobre si mismo, sobre sus fines, sobre sus medios y, ante todo, sobre esa realidad social en la cual y gracias a la cual se ejerce— impide a Tos suje- tos reconocer lo que en esa realidad es la puesta en acto a 4e un objetive pulsional, la realizacién parcial de una interpretacién fantasmatica de la realidad. Para tener derecho de ciudadania en este espacio social, el sujeto se ve obligado a adjudicarle una puesta en pensamientos y una puesta en palabras que niegan tanto la realidad como la interpretacién y Ia fantasma tizacién que fe han inducido > que a su vez él induce ‘Se impone al yo una doble exelusisn: exclusién de lo que él podrfa ver con respecto a esta realidad y exclusién de la interpretacién fantasmatica que despertaria obje- tivamente como eco, El «terror» es ante todo una amenaza que concierne al pensamiente y, sobre fodo, lo que el yo podria. pensar del concepio sterror». E] sueho del poder, como lo muestra Orwell, seria desposeer al sujeto de todas, as posibilidades de pensar 0 de conocer la palabra terrors, tornarle imposible concebir ese concepto, aun cuando s6lo fuera en el sueno o en el fantasma, La fuerza allenante, en el tipo de situacién descrita, so propone la exclusién de una puesta en pensamientos referente a la realidad tal como ella Jo moldea y la exclusién de la repre- sentacién fantasmatica ® que esa realidad induciria. Se puede decir también que este choque entre la realidad y el fantaema, esta conclusion y esta complicidad deben per- ‘manecer negados. Por eso el poder sélo puede intentar lle- ‘gar a este fin —que por suerte nunca logra totalmento— por dos eaminos: —Uno es facilitar al sujeto esa doble exclusion que se refiere tanto a su representacién ideica de la realidad como a la representacién fantasmétiea que él podria for- Jarse de ella al permaitirle aetuar el fantasma, Bn un tex- © Me refiore, por supuest,a la fantasmatizacién conscionte 6 Da gin dete amon a teror roe en pon Fl sionals alas pulstonesaadions y masogsinias que resetivard nevi Diomente: «Complemento de places y «Completpenta de josificacién 52 to muy antiguo yo habia definido el acting out como la eonsecuencia del choque que de golpe puede producirse ‘entre realidad y fantasma, Todo régimen de terror ofrece al sujeto una posibilidad de accién que se acerea a ello: para preservarse, y como contrapartida de la doble repro- sién exigida, el terror debe ofrecer una prima pulsional ‘que consiste en permitir al sujeto que lo sufre gjereorio con respecto a otro —B] segundo eamino concierne de manera directa a Jn actividad de pensar. Por razones de supervivencia, el sujeto tiene el mayor interés en no pensar el poder como perseguidor. He dicho por razones de supervivencia, pero también porque el sujeto es inducido a huir de ese con- junto de pensamientos que podrian obligarlo a reconocer que se aplican a él mismo como perseguidor potencial de ‘sus semejantes. Por consiguiente, no sélo debe evitar pen- sar la realidad que percibe sino también los fantasmas ‘que esa realidad despierta a la manera de un eco: en otros términes, 1a interdieci6n rige un canocimiento de la rea lidad externa, pero también un conocimiento de la reali- ad psiquica (no es por casualidad que el anglisis no tenga nunca derecha de civdadania en cierto tiga de reximenes, sean rojos o negros). Frente a este conjunto de intimaciones, al yo practi- camente no le queda mas que elegir el tinico camino que se le ofrece y que queda abierta para él: atribuir un valor dde certeza al discurso que la fuerza alienante pronuncia sobre la scosa- sociedad. Este discurso desempena el mis ‘mo rol que juega en la psicosis le interpretacién fantas- matica de la realidad hallada, Tiene la misma fuerza, la {on an necesarias poder come ne amotrlladorse que ellos torn “plecenterar ysjustiiead 53 misma certeza, el mismo caracter de no euestionable. Es Ia forma extrema de Ia idealizacién del saber imputado a la fuerza alienante. El sujeto no sustituye la realidad por su fantasia ni por una reconstraccién delirante sino exactamente por el discurso dicko por el otro. La realidad € tal como ese otro la define, y el sujeto es conforme a la definicion que ese otro da. ‘Alli donde el psicético, para preservar gu investimien- to de la realidad, tiene que reconstruinla apelande a una, teoria delirante, el alienado —en el sentido que doy a este término—, para preservar su carga de Ia realidad la sus- tituira por ef diseurso mediante el cual otro pretende defi- nirla, preverla, transformarla. La alienacidn, en su forma mas radical y més tragica, desemboca en la desrealizacién de lo percibido. Esta des- realizacién es tan total como en la psicosis, aunque dis- tinta por el llamado que hace ya no a representaciones fantasmaticas sino a lo que llamaré una «representacion, discursiva-. Esta tltima, al presentarse en forma de un discurso légico (y de un discurso efectivamente idealizable silo separamos de la realidad de la »cosa» que é) viene a hablar), puede dar efectivamente al sujeto la ilusion de ‘que poses una verdad compartida y compartible por el res- to de los sujetas; a ilusion de que al repetirla, y al reto- ‘morla por su euenta, no solamente lo coloca a él fuera del registro del delirio sino que lo sitta entre esos «elegidos> que detentan una verdad, que habré que imponer a los demés «por su bien No seguiré avanzando on este esquema de las causas de la alienacién como fenémeno social. Me referiré ahora ‘la alienacién como fenémeno vineulado a la singularidad de la problematica identificatoria del sujeto, 11) EL DESEO DE AUTOALIENACION La problematica psiquica, que induce y torna necesa- ria Ia realizacion de este desea, presenta como cardcter especifico el compromiso particular que ya hemos anali- ado, gracias al cual el yo acepta una desidealizacién que Ie conciere, mientras se niega a desidealizar a otro, que debe permanecer como soporte y garante de la catectiza- ign entre el identificante y el identificado. No trataré aqui las razones que obligan al yo a elegir este compro- ‘miso; las hallaremos en el anélisis que propondré de la relacién pasional,” la cual, aunque no sea idéntica a una relacién de alienacién, responde a una misma economia peiquica. Me limitaré aqui @ mostrar la funeién que desemperia la idealizacién en la realizacién de exe deseo, ‘tomando como objeto de mi anélisis ei escollo por el cual naufragan algunos anélisis, que se particularizan por la, motivacion que subyace a su demanda: la «decision- de Degar a ser analista. Estas demandas felizmente no entran dentro de lo que lamamos, aunque s6lo sea entre nosotros, el eampo de la diddctica, pero forman parte de ella, Con algunas excep- ciones, tarde o temprano estos sujetos ejercerdn el and lisis, y para ello estaran dispuestos a cambiar de analista, de escuela, de ciudad. Son muy capaces de esperar pacien: temente que la repeticion de su demanda —de inscripeién, de control, de que se retome el andlisis— halle la respuesta afirmativa de un analista; preferirian que fuera su propio analista, pero otro también puede servir. stos eujetos no pertenecen ni al registro de la psicosis| ni al de {a perversién. No presentan sintomas neuréticos particularmente notorios. Lo que los caracteriza es la motivacién esencial de su demanda, esa edecisiGn» que ya Veanse pigs 200 y sg 55 ‘std allé antes de toda relacién transterencial y que logra: 4 preservarse «fuera-de-transferencia y fuera-de-anali- sis» a lo largo de todo el recorrido. Esto hard que el ana- lista, en un plazo mas 0 menos breve, se enfrente a un callej6n sin salida: todo lo confirma en la ilusién —lo que explica su dificultad de decidir por su cuenta la interrup- cién del tratamiento— de una movilizacién transferencial de los afectos. El analista puede incluso tener la impre- sign de estar frente a un exceso de transferencia: el dis- curso no es ni mas ni menos rico que en cualquier otro anilisis, e] sujeto no parece siquiera estar al abrigo de ciertas formas de resistencia... y sin embargo, el proceso tropieza con el rechazo, por parte del sujeto, de todo cues tionamiento de la meta hacia la cual se supone que el pro- ceso habré de condueir, con su rechazo de toda critica al ‘squehacer* del analista; en una palabra, con una ideali- zacién preexistente al analisis y sobre la cual el andilisis no puede ejercer ninguna influencia. Esta idealizacién no punta al snalista, quion s6lo se convierte en su soporte, sino al «anglisis» en cuanto «practicas, «mecanismor, «pro. eso», «angquina analizante», en pocas palabras, una suer- te de poder autonomizado, independiente en cierta medi a del saber 0 del no saber, del hacer 0 del no hacer de) analista, porque de todas maneras esta «experiencia» aleanzard inexorablemente su meta: transformar, mode- lar, moldear al sujeto que ccupa el divan para convertirlo en analista Si creo que el andlisis de un sujeto que podré llegar a ser analista no estd forzosamente condenado al fracaso, ¢s justamente porque lo que yo llamo, permitaseme esta sintetizacin, sufrimiento identificatorio tiene lugar en su. demanda. El ansia de comprender, de conocer lo que oct tre con su propio ineonsciente est motivada por ese sufti- miento, del eual la tinica particularidad que puede reco- nocérsele a veces se refiere al encuentro del que es responsable: encuentro, a menudo por razones profesio- nales, con el inconsciente de los demas, y el surgimiento de un autocuestionamiento al cual ya no se le puede impo- ner silencio. Este tipo de demanda es totalmente distinta cen e508 sujetos, quienes antes de cualquier enewentro con el que podré llegar a ser su analista han tomado su deci- sign referente a su devenir. En este caso, no se trata ni de la formulacién de un deseo ni de la formulacién de una demanda, si con este término se entiende un enunciado ‘que se dirige a otro que puede elegir su respuesta. Aqui ‘estamos en presencia de una eleccién ya hecha y reivin- dicada por el yo, y—lo que constituye un cardeter mucho ‘mas importante— de una eleccién no conflietiva, y que por ‘esta misma razén no puede cuestionar. Una vez confesada esta decisién —abiertamente o de manera més velada desde las primeras entrevistas, a veces callada no porque se la quiera ocultar sino porque el sujeto est convencido e que lo que nos dice acerca de si mismo es suficiente para informarnos sobre ella—, entonces, una vea expre- sada o habiendo supuesto que ha sido comprendida por nosotros, asombrosamente desaparecerd de su discurso. Mientras la renegacién [désaven}, bajo sus diferentes més- caras, seguird desempefiando siempre su papel, y a menu- do el papel principal, en el drama que se juega, aquella sconfesién» lograra permanecer fuera de escena. Por mas que el analista la haya escuchado muy bien, por un extra- fio eapricho de la suerte el desarrollo del proceso lo invita, a su ver, a dejar afuera esa intencién confesada. Tal vez espera que, obrando de este modo, el sujeto pueda man- tenerla a distancia dispuesto a hallarla de nuevo, pero en tuna forma totalmente nueva, al final del recorrido. Es un ‘anbelo que raramente sera satisfecho. Lo que caracteriza esta intencién, y que explica por qué puede protegerse tan bien de ese nuievo cuestionamiento de los deseos y de los. proyectos, y que deberia ser un corolario del trabajo ana- st Iitico, es que para estos sujetos esa weleccién+ es lo que efectivamente se realiza, se pone en acto en cada sesién, desde la primera a la ultima. El llegar a ser analista» que supone esta detisién muy particular no se refiere aun. tiempo diferido, a un después, sino al hecho de que «se Ile- ga a serlo> automaticamente gracias al poder auténomo, trascendente, de lo que he lamado la idealizacién del proceso», del “mecanismor al qual el analizante y el ana~ lista estarfan sometidos por igual, ycuyo objetivo, lo quie- an o no, no podrian realizar: formar, modelar, moldear al sujeto en un producto conforme a un. programa no modificable, En otros términos, una vez que sl sujeto ha podido hacer de esta eleceién el soporte de sus catectiza- ciones, esta dispuesto a desposeerse de todo juicio, de toda critica, de toda responsabilidad sobre lo que supone que va a llegar a ser y, por esa misma razén, a excluir toda ‘cuestién referente a lo que podria definir, precisamente, fl término mismo de analista. Por eso la intencién es lo {que se realiza gracias al encuentro no de dos sujetos sino de dos practicantes del mismo ritual: poco importa el saber o e] no saber, el hacer o el no hacer del que ocupa el sillén, puesto que él es, «por construcciéns, un sujeto supuestamente producido por la maquina y que no puede hacer otra cosa sino reproducir, activa o pasivamente, el mismo resultado, poco importa lo que diga o no diga, lo que viva o suefie el que ests en el divén, puesto que con- serva la conviecién de que la méquina realizard su pro- grama sea cual fuere la singularidad de los dos partici- pantes. Lo que caracteriza el funcionamiento psiquice de Ios sujetos de los cuales hablo es lo aprioristico de una ide- alizacién alienante no del analista, que no es mas que su. beneficiario secundario, no de cualquier teorfa o de un puro saber, sino de una «practica- a la cual se atribuye tun solo poder y una sola finalidad: imponer a un conjunto 4e sujetos, incluso a todos los sujetos, un wsistema de pen- 58 samientos+ y, por la misma raz6n, «ideales» idénticos para {que se excluya toda eausa de conflictos en el registro iden- tiffeatorio y en el eampo del pensamiento. El objetivo que se propone aqui la idealizacin concierne a un «modelado» del pensamiento y, por ende, del sujeto que estamos dis- puestos a aceptar sin discusién con tal que tengamos la Seguridad de que se impondré al conjunto. Podria decir igualmente que esta idealizacién —y asi es como ella determina le alienacién— sustituye al proyecto identifi- teatorio del yo como proyecto singular, incierto en su rea: Tizacion y sometido por su misma naturaleza al cambio, por un proyecto definido de tna vez por todas, que quiere Ser «proyecto de una clase» y, de este modo, proyecto en el cual el yo no tiene responsabilidad directa, ya que el fimero o la cualidad de los «modelos» son le demostracién. suficiente del valor del proyecto y la garantia de su triun- fo. No necesito recordar a los analistas que podemos hallar esta idealizacién —earacteristica de lo que he designado con el término alienacion— estando ya alli el ‘comienzo, pero también podemos provocarla transforman: dole experiencia analitica —con toda ignoraneia-~ en un excelente aprendizaje de la alienacién, La «transmision» ‘del analista de su propia alionacién y de su propia idea zacién a quien se propone llegar a serlo tiene todas las probebilidades de éxiva:en este caso, la «maquina» formar 1 efectivamente al analizado de manera que se torne con~ forme a tun modelo programado de una ver por todas. La transmisién de esta formacion y de esta sfiliacién» asegu- tard a ambos partieipantes que ninguna cuestién pertur- bard la inquietante aconflictividad de los pensamientos transferenciales, que caracteriza a este tipo de relacion. Seria ineapaz de decir i es la inquiietud que provocan en mi las dimensiones alcanzadas por la alienacion en ata Gpoca y en esta sociedad en que vivimos el malestar 59 que me produce Ia facilidad con que se ha redscide para ese mismo fin el aporte de Freud, lo que me ha hecho par- ticularmente sensible a las formas de alienacién que pue den surgir en el espacio mismo del andlisis, si es su pre- sencia y su despliegue en ese espacio que, Supuestamente spor construccidn», estaba dado para exrluirlas, lo que me ha sensibilizado frente a ciertos fenémenos sociales. Por lo demas, y de esto estoy segura, poco importa que los efectos de alienacién que el analista puede provocar debi- do a su funcién no se diferencien esencialmente de los efectos inducidos por otros discursos ideologizados: la diversidad de los modelos identificatorios idealizados no tiene mds importancia que la eleccién del animal en una fobia. Que sea un perro o un caballo no es el efecto de una ura casualidad, pero tal eleccién no modifica la proble- matica, la dindmiea, la economia propia de la fobia. De igual manera, sila eleeci6n del «modelo» idealizado depen- de de la singularidad de los encuentros que naa jalonado Ja historia del sujeto, el fenémeno salienaci6n« impondra ‘un mismo destino al pensamiento, Esta proximidad en los efectos que puede provocar el encuentro de vn sujeto con un discurso «ideologizador no debe hacer olvidar lo que separa la alienacién cuando su causa esencial remite al dilema que el pader impone obje- tivamente al sujeto, de cuando remite al exceso de un deseo de autoalienacién que imantaré en su campo el deseo de alienar en otro, En este caso, para alcanzar su fin, la fuerza alionante ya no necesita aliarse al ejercieio de un poder real tan poderoso como asesino: esta diferen- cia explica el tamaito muchisimo mas reducido que cabra- 4 la dimensin perseguido-perseguider, y el papel menor gue desempefiarén esos dos soportes, esenciales para el Poder y que son la delacién y la confesidn, gracias a las cuales el sujeto se torna autodelator. Autodelacién que le 60 permitira ocupar conjuntamente el sitio del perseguido y fl del que continaa garantizando lo bien fundado de sx accién: el sujeto preserva asi fa idealizacién de si mismo como perseguidor y la de ese momento de su tiempo pat do que podria retornar en su futuro, una vez expiada la culpa. La delacién y la confesion ocupan generalmente poco sitio en el segundo tips de relacion alienado-alienante, que ya no necesita apelar a un peligro de muerte real pars conseguir su estabilidad La historia nos muestra en qué fuerzas se apayan todos los sistemas de poder, por diferentes que puedan ser, ‘cada ver que su preservacisn exige de manera excesiva (parcialmente, asi ocurre con todos) la idealizacién de los que lo ejercen y Ia sumisin incondicional de los sujetos. En el caso de la delacién sera una mediacién necesaria para preservar esa oscilacion entre dos posiciones iden- tiffeatorias complementarias, oscilacién que permite al sujets «actuars la circularidad de una fantasia que, al tor- narse consciente, no debe ser hablada ni pensada, Una vez establecido entre el pueblo de Florencia y Savonusola un tipo de catectizacién que permite al prime- ro ver en su predieador al enviado de Dios, y al segundo hacer de Florencia el reino de Cristo, jqué hara Savonarola para asogurar al éxito —y en su espiritu, la supervivencia— de su proyecto? Encolars bajo e) pabellén, de Cristo y de un proyecto «revelado» a loa nios de ocho ‘a diez afos, y dividird este ejército en cuatro «cuerpose, 1 ultimo de los cuales seré el de los «inquisidores» (sic) A éstos les corresponderd la tarea de apartar Ins obras impias, los instrumentos de los juegos de azar, los disfra- ‘es que los eiudadanos —inchuyendo a Jos padres— podri- ‘an ocultar en su easa; apartarlos, destrairlos y denunciar alos culpables ante la justicia. Cosa que el pequefio ejér- a cito hard con entusiasmo, estableciendo un sistema de persecucién a domicilio: para proteger a esos perseruido- res de sus perseguidos seré necesario entonces pedir a la Sefiorfa que instituya una guardia con la misién de defen- der a esos «nifios-inquisidores. La confesién ccuparé un lugar igualmente importante en a forma de confesién religiosa, ai punto de que el pro: pio Savonarola se vera cbligado a pedir a sus fieles que reduzean au cele de autoacusacién, porque de otro modo slos confesores, si ustedes continiian asi, ya no tendrén ni siquiera tiempo para comer Cuando triunfe el partido contrario, uno de los repro- ches que se pondrén en primer plano para condenar a muerte al ex fdolo sera la discordia, el odio, la delacion que habia favorecido en la ciudad y en la célula familiar. EI hecho de que ese reproche haya sido tanto més agravado por cuanto servia a los intereses del nuevo poder, el cual no desdenara el recurso a Ia delacién para instruir el proceso al «tirano», no impide que la delacién y la confesién hayan estado efectivamente en accién en 1 Reino de Cristo, como lohan estado y seguirén estando siempre en todo sreitio» que pretenda fundarse en verda- des intocables o perseguir fines cuya realizacién no debe ponerse en duda ni ser cuestionada.* 4 Sobre a elncin paranoin‘poder remita al vxto do Busine Envi. ‘quez,sLe pouvoir atin mort, aparece en Topique, N? 1-12, ‘i trabajo de Micheline Emre nos ofece un andlisis de la problematin paranoiea que permitird ai Ietor comprender mejor por qué el campo scl puede der de do ciudadania con tanta fiidad a una problematica semejan rosigue en diverts trabajos ace e 1 Bl yo y la causalidad EL DOBLE PRINCIPIO DE CAUSALIDAD (@ las convieciones compartidas) Si una tormenta se desencadena sabre Paris y uno de mis analizantes no viene a la sesign, justificande su auseneia por ese accidente atmosférieo, no veré en la tor- menta un efecto de la omnipotencia de su deseo incons- ciente de privarme de su presencia, Desde la infancia sé ‘cudl es la causa de la tormenta, y aun cuando lo hubiera ‘lvidado, estaria igualmente convencida de que la tormen: ta es al efecto de causes naturales contra las cuales el deseo del hombre no tiene poder. Sin embargo, no es impensoble que interprete esa ausencia en una dimensién transferencial, aun sabiendo que vuando Iueve no siem- pre se pueden prever los embotellamientos que se habriin de encontrar. Ya volveré a las tinicas condiciones que pue- en tornar licita una interpretacion semejante. Comen- ‘cemos por interrogar lo que fundamenta mi conviccién sobre las causas naturales de la tormenta, Ante todo, ¥ esencialmente, el hecho de que esa misma causalidad sea ‘aceptada por la gran mayorsa de los adultos que pertene- cen a mi propia cultura: se sitiia en una eoncepeisn eul- tural de la causalidad que explica tanto los fenémenos que aparecen en el espacio de la reelidad exterior como ese fenémeno «enfermedad que puede manifestarse en el espacio de mi propio cuerge. Con mucha frecuencia, el 65 sujeto no debe esta conviccién a su propio trabajo de ‘ida, de reflexi6n, de observacién: hubo otros que rrealizaron esa tarea y que le han permitido apropiarse de ‘su resultado, Sin embargo, la aceptacién del sujeto de lo gue ha sido descubierto por otros, si nos quedamos en nuestra época y en nuestra drea cultural, no equivale a un acto de fe ni a la certeza que acompana a la revelacién de la verdad en el registro de lo sagrado, No creo que eso ocu- ra porque sea evidente, ni menos atin porque sea absur- o; en cambio, creo que ocurre porque esta demostrado: lo que quiere decir que en nuestra cuitura, el atributo de verdad dado a tal c cual postulado, a tal o cual descubri- ‘iento,a tal o cual relacién de causa-efecto depende del jiicio emitido sobre los pasos que han conducido hasta esa relacién, hasta ese descubrimiento, hasta ese postulado, Demostrar que se ha seguido un conjunto codifieado de reglas referentes a la observacion, la experimentacién, la, demostracién de lo que se afirma, es una condicién nece- saria para que un descubrimiento cientifico sea tomado fen consideracién por los otros especialistas de la misma disciplina, Esta toma en consideracién estaré acompai da, a su vez, por la repeticisn de [a experimentacidn 0 de la demostracién; por consiguiente, de una verficacién-con- {firmacién de los resultados obtenidos. Desde mi sitio de profana, este esquema muy simplificado de lo que podria Hamarse el paso teérico, racional o cientifico del pensa- miento es aquello en To que confio cuando acepto, sin vol ver a diseutir, un conjunto de definieiones y de conoci- mientos referentes a la realidad y a sus fenémenos, La definicién cultural de la realidad depende de la coneepeién de los eriterios de verdad propios de une cul tara dada; esos criterios, a su vez, decidiran acerea de los principios que la actividad de pensamiento supone respe- tar en su fnigqueda de la causa. Llamo causalidad demos trada al conjunto de las definiciones causales a las cuales 66 €l sujeto apela cuando da sentido a la realidad exterior, conjunto de suposiciones en las cuales confia porque van ‘acompafadas de una »garantia cultural» que asegura que hhan sido sometidas a las verificaciones exigibles y exigi- das. Si vinculo la presencia de la tormenta a una =cause lidad demostrada- es porque la lectura de cualquier libro escolar me explicard 0 me recordar la relacién entre el efecto tormenta y [as condiciones atmosféricas que son su Pero supongamos ahora que en el momento en que el sujeto sale para dirigirse a una cita particularmente importante estalle una tormenta que le impida llegar a Ia hora: la eausalidad demostrada de la tormenta no se volverd a cuestionar, pero ello no impedira que su encuen- tro en ese momento preciso con el fenémeno tormenta plantee una cuestién a la cual é] responder apelando a Jo que llamo causalidad interpretada: el encuentro entre GL y la tormenta se tornaré el signo de su buena o de su mala suerte, de su capacidad o de su ineapacidad para prever tales accidentes meteorologicos, del destino que siempre hace fracasar o resultar sus planes; en ciertos medios se cuestionard el deseo inconsciente de acudir 0 de no acudir a la cita. Por lo demas, poco importa la causa clegida; m importante es sefialar la coexistencia, en todo eujeto, de ‘e508 dos tipos de causalidad: una, compartida por el con- Junto social, que expliea lo que ocurre en la realidad; y otra, que apela a una causalidad interpretada o a una causalidad singular, y que quiere explicar las razones por las cuales fueron esa realidad, esos fenémenos, esos acci- dentes los que el sujeto ha encontrado. A la veausalidad demostrada» referente a Ja realidad, el sujeto aflade una a la «zonp cerebral» 0 al «fun cionamiento mental-. Ademds, cual seria sel objeto- con- forme al placer esperado? Extrahamente, los Evangelios, Melanie Klein y Freud nos aportan una especie de res- puesta que coincide en un punto: «el hombre conocié a la mujer», «el nitio conocié lo que contonfa el vientre mater~ no», «el nifo conocié cémo nacen Ios ninas». «Objeto de ‘conocimiento» que en los tres casos se refiere a lo que se supone haber sido causa, origen, lugar de ux primer pl cer. Esta extraha pulsién esti relacionada, pues, con una cuestiéz planteada a un cuerpo que ha sido causa de vida, de placer, de deseo, de sufrimionto. Es eso lo que me ha hecho afirmar que todo acto de conocimiento esté prece- ido por un acto de catectizacién. 1 Los primeros objetos ‘que queremos conocer son objetos ya amados, ya catecti= zados, con la esperanza de apropiarnos de este modo de Jos medios para azegurarnos su presencia constante, Ia susencia de toda causa de sufrimiento y el placer que se espera, Pero ao olvidemos que si vivir exige que ciertos objetos sean catectizables y catectizados, hay dos wobjetose ccuya catectizacién es una condicién igualmente vital: el ‘sujeto y st cuerpo. Por esa razén he escrito que libido nar- sista y libido identificatoria son sinénimos: en efecto, este sobjeto-sujetor que hay que catectizar no puede tener 12 Vease mi ertiovlo =A propésito de la relidad: saber ycarteza, en ELsentide porto, Buenos Aites, Tied, 1980. 18 texistencia psiquica mas que en funcién de una represen- ‘tacién que es, al mismo tiempo, un acto identificante y un acto que lo identifica, Retomemos ahora el wiess-trieb para recordar que, seguin Freud, esta pulsién se manifiesta a posteriori ante ‘nuestra mirada, gracias al fin que persigue y aleanza: la ‘reacién de la teoria sexual infantil, No repetiré lo que ya he escrito acerca de la sobredeterminacién de las eausas presentes en la pregunta e la cual el niho responde ‘mediante su conceptualizacién del lugar y de Ia causa de su nacimiento (causa de si mismo, del placer, del sufri- ‘miento, del deseo). Pero lo caracteristiro de esta teoria, tal como Freud la describe, es e] hecho de que pasa al estado de conciencia en el momento mismo en que se cons. truye. Cuando Freud habla de pulsién epistemofitica, se refiere a una pulsién que hay que conocer y que concierne. 1 un stornar cognoscible» en el registro del yo consciente, La sbrisqueda solitaria del ninor se aplica al pensamiento consciente del yo (moi) infantil. Si las motivaciones de la selecciOne de la teoria y de su figuracién, la preponderan- cia de lo oral o de lo anal, de una posicién sadica 0 maso- uista, permanecen inconscientes, por e) contrario, la steo- Fla» responde a una pregunta consciente a la cual aporta tuna respuesta igualmente consciente: no soy yo sino Froud el que relaciona el conacimiento eon el pensamiento consciente, y es a este «pensamiento: al que él atribuye la exigencia de dar una respuesta a la pregunta sobre la Lo que Cassirer define como «el instinto de eausalidad, Ja necesidad de una explicacién causal» puede entonces hhallar una formulacién y una explicacién analitica: la pr- mera fancidn de la actividad de pensamiento que incumbe 38 Véaue La violence de Piterprtation, ap. VI, BAe. 288; pi. 250 de la version eopatcla 16 el yo es la construccién, la catectizacién de pensamientos con funcién identificadora. La posibilidad de vincular entre si estos pensamientos, de tornarlos coherentes, y de esta manera tornar coherentes al yo y su realidad, exige su insercidn en una teorfa identificadora que torne sen- sato lo que proponga como causa. Por es0 son sinénimos ‘teoria sexual infantil», steoria infantil de la realidad», steoria identificante infantile, Bsta teoria, como toda teo- ria infantil o adulta, sélo es catectizable porque se atri- buye un valor de verdad a lo que enuncia sobre las pro- piedades de los objetos que trata, y el conocimiento de estas propiodades es inseparable de lo que se postulara como causa de su presencia, de su accién, de su conse- La tendencia natural del pensamiento es garantizar Ja permanencia del objeto conocimiento una vez adqui ido, esperar que la pulsién, el deseo o la demanda —eli jase el término que se prefiera— no carecers de ese objeto y, de esta manera, no necositard partir nuevamente en pos {e un nuevo conocimiento, con el riesgo, inherente a toda ‘aisqueda, de no encontrar lo que se busca ‘Ahora bien, la permanencia del -objeto-conocimientor sera funcion del valor de verdad que se le adjudique; y este valor depend también de la extensién de Io «cono- ido» que se supone cubre ese saber. Pero conocer los fen ‘menos no signifies simplemente poder observarlos o enu- merarlos, sino creer poser un conocimiento sobre su causa. Veremas por qué aste conocimiento de la causa, 0 para decirlo con mas propiedad, esta intepretacion causal “pues se trata siempre de una interpretacién cuando el, objeto que hay que conocer forma parte de lo humano— fe de lejos mas nucesaria para el nif que para el hombre de cieneia, mas necesaria para el sujeto que se interroga, ‘cual es la causa del rechazo del amor que le opane el otro, que para el fisico que se interroga cual es la causa de un 7 fenémeno molecular, Comprobar y reconocer que, por el momento, no se puede responder a una pregunta es mas aceptable para el flsico que interroga a Ja molécula que para ese mismo fisica cuando interroga Ia causa del recha 20 del ser amado 0 de su propia imposibilidad para gozar. E incluso en el primer caso, para que persistan el interés .vle brisqueda es necesario que se preserve la esperanza, i no Ja conviccion de que se logrard, o de que en el futuro alguien logrard, deseubrir la causa de tal o cual fenémeno molecular. «Saber que no se saber es la posieién menos natural que pueda existir para el pensamiento; es una adguisi- cién, muy secundaria, siempre frégil, Ja aveptacién de una verdad que se debe ai cuestionamiento —que muy a ‘menudo habriamos pasado por alto— de una certeza que Ia precedia, Llegados a este punta, debemos separar la certeza en. cuanto atributo propio de las representaciones-interpre- taciones de la realidad forjadas por el proceso primario de las certezas referentes a las representaciones-interpre- taciones forjadas por el proceso secundario, Entre estas liltimas, tenemos que dar un sitio particular a las que con- servan un atributo de certeza porque una palabra reve- ada, o sea perteneciente al registro de to sagrado, las garantiza como tales, Si consideramos el binomio proceso primario-proceso secundario, hallamos un carécter diferencial sobre el cual he insistido a menudo: la «puesta en sentidor de las repre- sentaciones de la realidad por la actividad de pensamiento propia del vo, 9 partir de cierto momento, enfrentaré esta, ingtancia a la prueba de la duda. Esto sigue siendo cierto ara toda cultura, puesto que el yo comienza por dudar no de la dofinicién de la realidad, ya sea mitica o cienti- fica, sino de la «verdaderas intencién presente en el dis ccurgo que le dirige la madre, por medio del cual ella le 7 cy hace conocer esas definiciones. Este «momento de duda- es esencia} para Ia estructura del yoy para fa disposicién de una actividad de pensamiento que acepte la suprema- cfa del principio de realidad, a pesar de una pérdida de placer, compensada, es cierto, por otro placer vinculado ‘una primera conquista de autonomia parcial de pensar, Por eso, este momento de duda es una prueba que forma parte de los elementos universales del funcionamiento ps quico, Si este cardcter fuera cultural, sila duda estuviera reservada a la duda fundamentade cientificamente, debe- riamos postylar que el pensamiento mitico y el pens ‘miento religiogo ignoran el principio de realidad: 1a for- mulacién de este enunciado os suficiente para demostrar ssu indole absurda, Retomemos el andlisis de este momento de duda, de interrogacisn del pensamiento, tanto sobre lo odo como sobre el peusamiento por medio del cual ella se lo ha apro- piado, momento en el eval se plantearé la necesidad de juagar acerea de lo verdadero y lo falso del discurso mater: hho, cuestién formulada, ante todo, de esta manera: inde- pendientemente del contenido de lo que enuncia, cel por- tavoz quiere hacerme reconocer la verdad 0 quiere enganarme, inducirme a error? Momento en el cual se separard la catectizacién de la voz que enuncia de la catectizacion del enunciado y de la informacién que se recibe 0 que se descubre, momento en que se opera ese paso formidables, que representa para Freud la catecti- zacién de una idea que ya no es funcién del placer o del displacer que acompana su toma en consideracién, sino de la verdad o de la falsedad de lo que enuncia. 14 B1 andlisis que hace Freud donate paso- ests explicitado on 4 texto tituado oe dos principio del eutederpriguicos Madr Biiteca Nuove, 1, 1968, pag. 495). Teds una temperance copital sobre cual vlveremas. Borel momento, recordar sue dos primeros Derdgraf para demostrar In ambigtedad ala que ee lege i couno 19 Se puede formular en estos términos el cambio que se producir durante este momento-movimiento de duda: el yo ya no decide catectizar una idea o rachazar su catee: Freud, se designs con el mismo termina (siden) as repretentsciones re arcaieas, et ms inconscientee 9 as reprewncaciones forjadas por el proceso sccundario El primer pardgrato presenta prers ‘omprobacion: fe signiiceion, la importancia aerecentada que alean- ara (para la psique la ‘Le contecuoncia decir l per feanatacién, de atencion Yy de memorization explorard el mundo exterior para que las informs: ‘ones relerentes a exe mondo se tornen familiares, conocldss part ‘tandoTapresin de una neoseldad interna tre nocessio ‘Simento esta exploracin) “A partir de esto primer punto, Froud prosigue do este modo —tea- dhurco equ literalmente In primora frags del sefundo parégro-—ioL8 fueson de In represién que exclude in entectiancion una parte de las ideas & punto de emerger en a conctenci (porque hubleran sido ‘enusa de displace) serédesempedada por us uel mpereel que de irda un Idea es verdadorao flea, ce des, ies usa conforme a Is realidad; le cotetzacion depender’ de esta decion 9 ees deena titers detorminads por Ia comparscvn con Is otras huellas onesie ‘doa reslidad presenter on a espacio pega. ‘Stas era, habris que dedueir do ello que el rechazo dea eatoo- tisaein, eondeidn noeocaria para In tama de conciencia de In idea, fexcluye de I nseripeién consiente la Ides @ punto de emerger ene ‘xpacio de a conacinte, Estamos, al reget dem rprosion Primaria, ode le opresin oiginaa, e= decir en presencia de uns dea que nunca lego s tornarse oonscente ‘Paro en consocuencia, esta no catectizecién no tends otro amo ‘que el principio de placer, pusste que precede a Ja entrada en escena al priztiio de realidad. cPero mo el principio de place podria op horse una toms da conciencia, mediacion necerarin pars Que #6 Aesencadene ln aclén conforma ln satifaccén ola mire pulse ‘eles? Otra pregunta iguelmente importante: cen nombre de quien de squé instanciae, de qué prevision, ae deciirs qr ia eatestg asin de ana ides, que an no sofia vuelto conssiente, era fuente Ge di. placer st aleasaraeateentado pars esa mismnaconcienca?(Dispioer pra quién? Par la instanca que reprime, sin dda Pero cern pa {ear la preseneis de una instanciaFepresora mientras que solamente 80 tizacién en nombre del placer o del sufrimiento que resul- taria de ello, ni tampoco, segunda decisién, porque ame deteste la voz que la enuncia: esta vor y esta persona conservaran su catectizacién, pero sus enunciados serin sometidos a la prueba de lo verdadero o de lo false. Una consecuencia seré que el juieio ya no podra estar garan- tido, impuesto, por la unica y misma voz que pronuncia el enunciado; una instancia tercera deberd desempenar el ‘papel de garante. Gracias a esta triangulacién escuchante- enunciante-tercero garante el yo podra volver a apropiarse dde un conocimiento que, de todas manzras, en una prime- ra.etapa de la infancia, siempre es 10 conocimiente trans- mitido. Bsta transmisién, en fancién de tal separacién en el campo de las catectizaciones, podré liberarse de la sobrecarga idealizadora, libidinal, que en un primer tiem: po ha sido una mediacién necesaria para que el yo catec- tice la actividad de pensamiento, la actividad de palabra y el deseo de comuniear. Agreguemos que en todo sujeto adulto esta separacion, siempre puede anularse o reducirse peligrosamente: ésta 8 la particularidad misma del estado de alienacin en la medida en que es diferente —volveré a este tema— del proceso primario acturis ele eicena paiquica? {Céma concebie la neces de In ropresin sin que oe tenga que apelar al principio fo realidad? Uns tims abservasin antes de cerar este nota podemas tain la pulsén como una fueren, como na energa de origen somatic, 270 porello ao hay que lngar sis conclasén de que In plein pertenssors {ntalmente al registro de lo orgnico. Aun cuando ae diera esta paso, ‘equivocsdamente regin mi opinion, no se podria deducir que a ello ‘rel ontinente de una xe cuya natorelaen sera somatic’ eel, cose ‘gue me parece muy cava en I obra de Proud eel continents de ee {hs vinculades a neproventaciones la representacion, por 282060 (es algo psiquice lablar de des ode ponsamianto paro este tipo de representacior nes, y para las ue cerdela obra dl yo, me parece que conduce a ane confi a estado que se presenta en 2a psieasis, Bl jefe carismatico puede estar bastante catectizado e idealizado para que el Juicio de verdad sea de nuevo una funcién exclusiva de la catectizacién de la instancia idealizada, La palabra del analista, con la ayuda de la transfereneia, corre el riesgo de hallar ese mismo poder, lo que nos enfrenta eon una rregresidn en las referencias a las que apela el eujeto en sus juicios de verdad, «Es eferto fo que dice el amado o el idealicador: retorno a una forma de juicio que, sin embar- 0, habia sido superada, si nos quedamos en el registro de la neurosis, LOS TRES TIEMPOS DEL JUICIO DE VERDAD ‘Fenemos entonces tres tiempos, tres referencias, en el juicio de verdad (quiero recordar que he definido con el calificativo de verdadero a un enunciado que toma en con- sideraci6n las cireunstancias reales, retomando asi, pala- bra por palabra, la definicion de Freud), a) Es verdadero —o sea conforme a la realidad— lo que es fuente de placer. 0) Es verdadero lo que afirma como tal la vor amada f idealizada, Jo que ha sido revelado por el héroe mitico © por los textos ©) Es verdadero *agrados. lo que ha sido demostrado por el planteo te6rieo, racional o cienti- fico, Antes de ver qué es lo que en todos nosotros derribard este hermoso ordenamiento, haremos tras observaciones, 22 Respecto al juicio ¢) («Lo que ha sido demostrado»), va hhemos visto que ese juicio toma como referencia el proceso seguido por la actividad de pensamiento en Ja biisqueda, de la causa. Es la eleceién de este eriterio (sea el proceso seguida y no la afirmacién que resulta de él) lo que en nuestra cultura separa y une a profanos y especialistas, Un resultado de esta separacién-unign tendré consecuen- cias particulares en la relacién analitiea. Mi adhesin a Ja causa demostrada no esté sélo justifieada racionalmen- te: es una necesidad para que yo pueda continuar pensan- do, Pero cuanto mas se extiende el saber més se especia- Jiza, exige mas recurrir a instruments, y la sociedad se ‘encontraré mas dividida en especialistas y profanos. Des- pués de Lutero, sila escolaridad legaba por lo menos has- tala lectura, todo sujeto estaba en condiciones de adquirir el mismo conocimiento de una verdad indiscutible, puesto ‘gue estaba garantida por la palabra de Dios. Bsta igual- dad referente al conocimiento de [as eausas del fenémeno umano ya no es posible en nuestros dias: es en esta area ~onde esta desigualdad, esta delegacién en el saber ins- tituido para que nos ensefie le que debemos creer verda- dero no a6lo son reconocidas sino aceptadas, porque efec- tivamente no tenemos los medios, a menos que sean ‘utopicos, para cambiar este estado de hecho— es en esta rea, pues, donde se sitia 1a relacién analitica. Estaria- ros equivocados si subestimssemos la influencia de este factor extraanalitico en nuestro propio campo. Desde hace ‘un tiempo se insiste en la sacralizaci6n, en la idealizacién el saber cientifice y en el imperialismo de la cienci cual se equipara al oscurecimiento de sus propias fi Gades y consecuencias. Bl suefo cientiGeiste ha donunciado en nombre de las motivaciones desconocidas ue subyacen a él: el dominio, la exclusién del azar, la pre- vvisién asegurada. Pero ello no debe hacernos olvidar que eta esperanza de creer que la totalidad de los fenémenos ey naturales, psiquicos y sociales es cograscible y demostra- ble, en todas las épocas ha formade parte del pensamiento humano. Freud no ha escapado a ello y nunea renuncis del todo a esperar que un dia la biologia, la neurofisiolo- «a, pudiesen fundamentar cientificamente lo que él habia descubierto sobre Ins leyes del funcionamiento mental, y que asi pudiesen proporcionarnos medios més eficaces para conocer los fenémenos patolégicos que se producen en ese campo, Esta misma esperanza es uno de los componentes aunque no el inico— del discurso religioso. Si es cierto que este discurso —en la religién eristiana, pues no ocu- rre lo mismo en todas las religiones— ofrece al sujeto Ia slusion de la inmortalidad del alma y Ia certeza de la posibilidad de un placer futuro y total (compromiso genial que permite al sujeto aceptar y rechazer Ia muer- te, aceptar y rechazar el principio de realidad), en 6! hay otra funci6n, igualmente esencial: Ia seguridad de que dice lo que es verdadero y lo que es ilusién, Ie que es ea- sa verdadera y lo que es causa falsa, y proporeiona no solamente el verdadero conocimiento sobre el origen, sino una previsin igualmente verdadera sobre el fin, ‘Toda religion pretende dar los criterios de lo verdadero ¥ de lo falso, de Io posible y de lo imposible, del origen ¥ del fin, de lo permitido y de lo prohibido. El inerédulo gue hay que destruir no es solamente ese sujeto que no cree en Dios sino todo sujeto que niegue aunque sélo fue- ra una linea del «Libro». Pensemos en Ia pasién, el odio, los asesinatos que han provocade los eismas producidos en una misma religién. Si con tanta Sacilidad la religion hha podido actuar como complemento, coma justificacion del poder estatal, del deseo de expansién, del genocidio, es porque el furor, el odio, la angustia de todo snjeto estan siempre reactivados por todo lo que pueda poner en duda las ereencjas que le sirven como referencias 4 {dentificatorias y como referencias en su «puesta en sen- tidor de la realidad. Volvamos a los tres juicios de verdad y consideremos ‘qué es lo que serd un obsticulo para su sueesién orden: da, recordando que la cuestién de lo verdadero y de lo fal- 50 s6lo puede plantearse en el proceso secundario (la fan- tasia es lo que representa y lo que la representa; el dilema verdadero-falso no puede darse en su problemsitica) El juicio.) (es verdadero y por lo tanto no existe mas que lo que es fuente de placer) chocard con To que la rea- lidad de las necesidades fisicas y psfquieas imponen al sujeto como desmentida (existen eausas de sufrimiento) El juicio b) (es verdadero lo que dice la voz amada) muy pronto desembocars en una relacién confictiva. Cre- er que el portavor o el reemplazante en un segundo tiem- po es el tinico que posee y garantiza los cviterios de verdad Implicarfa que el «yor no puede ser autogarante de nin guno de sus deseos, de sus padecimientos, de sus proyee tos. Cada vez que el otro deereta un deseo, un placer, un sufrimiento inexistentes, pura ilusién, enunciados enga ‘ho80s, el yo debe poner en duda no solamente lo que pien- ‘sa sino, lo que es mds grave, Io que experimenta y percibe; o bien debe aceptar, y su madre también, que toda rela- cign implica momentos de conflicto, que toda comunica- cign sélo es posible si la diferencia (de los deseos, de los Juieios, de las demandas) puede establecerse en ella. La posibilidad de entrar en conflicto con el pensamiento del ‘otro, sin que por ello haya que temer la muerte de uno de los dos pensamientos, es una condicion necesaria para la actividad psiquica del nifio, Esta potencialidad confictiva, debe estar limitada, aunque a0 anulada, por el posible recurso al juicio ). 85 El juicio ©) (Ia catectizacién del paso seguide para aleaazar una verdad) es efectivamente mas neutro desde €] punto de vista libidinal, y demuestra la adquisicién de cierta autonomia, pero a su vez tropezard —tautologia solamente aparente— con los limites de lo demostrable en lo referente a la causa. Podemos demostrar que la tie- rra gira, pero no podemos demostrar que mis padres hayan gozado 0 no durante la relacién sexual en la cual me han concebido. Como lo recuerda Freud, tampoco podemos demostrar que este hombre sea mi padre biolé- fico. El andlisis nos muestra, si fuera necesario, que el hecho de llevar el nombre del que eospechamos que no es nuestra padre est lejos de ser algo obvio, Ahora bien, en este caso (y si hablo de la relacién con Je paternidad se debe, excepto en siertas condiciones particulares, a que es el ejemplo que ilustra més claramente lo que quiero hacer ofr) podria decirse que Ia duda esta racionalmente justi ficada y es psiquicamente sintomética. Por esa razén, es Ja duda lo que el analista tendré que interpretar, yen ‘otros casos la ausencia de esa misma duda, si las circuns- tancias de la realidad externa nos hacen pensar que habrian debido desembocar en la puesta en duda de la paternidad del que se dice nuestro padre. Pera interpretar no quiere decir demostrar: no puedo demostrar al anali- zado que ese sujeto es su padre, ni lo contrario. Puedo interpretarle su duda como la expresién del deseo de que su padre no haya tenido relaciones sexuales con su madre 6, inversamente, su exclusién de tada duda como intento de rehuir ung pregunta que tenia todas las razones para formularse. Entonees, lo que interpretaré sera la causa inconscien: te responsable de la relacidn de ese sujeto con la duda y on la certeza, con la realidad y con su causa. La tarea del nalista es permitir al sujeto consolidar lo que lréferage] Uamé «puntos de certeza necesarios para una referencia 26 identificatoria», ayudarlo a encontrar y reforzar los limites que la duda debe respetar, pero también hacer que sea capaz de dudar, Retomaré estos dos puntos al tratar lo que llamo «presuneién de inocencia necesariz para que una palabra eireule entre sujetos. Para corrar estas reflexiones sabre el doble principio de causalidad, diré que todo grupo social se constituye y se define por su adhesién a su propia teoria de la causa de cierto nimere de fenémenos naturales, culturales, cor- porales, pero que cada sujeto, sin dejar de compartir este tipo de causalidad, contintia apelando a uns causalidad interpretada (a up principio de causalidad singular) cuan- cdo se trata de tornar sensato lo que él halla en su realidad (No es para destruir Ias casas que la tierra tiembla, sino lo contrario, per noes una casualidact'si en el momento {el terremoto cl ser amado se encontraba en el sexto piso de un inmueble, o habia salido a pasar el dia en otro lugar) ‘ALfinal de su estudio sobre Leonarda da Vinci, Freud escribe: [Nos olvidamos... que en nuestra vida justamente todo es azar, desde nuestro nacimients gracias al encuentra del fespermatozoide y el 6yulo, azar que sin embargo entra en tleonjunto de los leyes y de las necesidades de le natura lesa y s6lo carece de relacion eon nuestros deseas ¥ nue tas usines(.] Tenemos atin denasiado poco respeto por Innaturaleza, que, segin las palabras sibilinas de Leonar- do, palabras que anuncian ya las de Hamlet, est@ lena de ratones infinitas que no estuvieron nuncs en la experiens a. Cada uno de los hombres, eada uno de nosotros respon {dea uno de los intentos innimerabes por medio de los cua lee esas srazonase de la naturslena se apresuraa bacia la existencia.” + Un recuerdo infantil cde Leonardo da Vinci, Masi, Bibliteen ‘Nwovs, 1, 1963, pa 457. [T] eT Estas palabras Gemuestran una admirable sabiduria. Queda el hecho de que hubiéramos podide responder a Freud que una buena parte ée su obra consiste en expli car el destino del sujeto, no en nombre del azar sino en nombre de las respuestas singulares que ese mismo sujeto leha dado, y en mostrar que, ademds, esas respuestas son modifieables. Debemos confesar que el poder del azar se halla extranamente disminuido y que intentar hallar la causa originaria de esas respuestas —como lo hace Freud—es una manera de reducir el lugar y Ia fuerza de un Dios que jugarfa a los dados: definir con el término sneurosis de fracaso» Io que el sujeto definia con el tér- mino «destino» es precisamente optar por la accion deci- siva de la respuesta a expensas de la funcién que el hom: bre atribuia a Dios 0 al azar. Antes de mostrar Ja no disociacion entre prineipio de causalidad y realidad, y sus conseeuencias sobre la rela ign entre el yo y esa realidad donde se sitsian los objetos de sus demandas de placer, sera stil considerar la funcién de nuestra relacién con la causalidad en el espacio ana: Iitic stricto sensu y en esos otros lugares, tan particulares, y tan conflietivos, que son las sociedades de analistas, 15 Véanee en Topigue, N? 22 lo informe presentados por Miche line Enrique, MarieClaire Célérery Jean-Paul Valabrege durante tina Jornada Clentifia consegrada al problema de la causalidad en is'ainies y 20 o 88 LAS CONVICCIONES COMPARTIDAS: EN LA RELACION ANALITICA, Y ENTRE LOS ANALISTAS: La existencia de cierto mimero de conviceiones com- partidas por los sujetos sobre las causas de lo que aparece en el espacio de la realidad y sobre nuestra manera de percibir ese mismo espacio es Io Unico que puede asegurar ‘gue se preserven dos condiciones indispensables para que el yo pueda catectizar sus pensamientos, ponerlos en pal bras y satisfacer esa exigencia de comunicarse, cuya oco nomia nadie puede realizar totalmente. Formularé cas. dos condiciones de la manera siguiente: —Una certeza implicita (sla mayoria de los lozutores tienen una eaptacion idéntica de la realidad humanaw —La garantia de que una parte de nusstros enuncia- dos gozard a priori de una presuncisn de inocencia, Estas dos condiciones sufriran una identi- dad que permanece estrictamente indecidible. Mas importante es una segunda consecuencia: en el registro de los sentimientos que experimento o que creo ‘que el otro siente por mi, no puedo prescindir de la certeza referente a su verdad 04 su falsedad, no puedo evitar pro- poreionar ni proporcionarme las pruebas de esa certeza, zi tampoco, lo que es més esencial, apelar a pruebas que serian irrefutables, tanto para mi como para el otro. Los ‘analistas conocen la importaneia que se debe atribuir a tun heeho comin de su abservacién: cuando el sujeto, sre: cias al andlisis, es colocado en una situacién donde ya no impone silencio a una duda, que en su vida cotidiane pue- de lograr colocar entre paréntesis, lo que aparece es la ineertidumbre que lo habita y que lo inquieta en cuanto ala verdad de la relacién existente entre Ins manifesta- ciones del amor, del goce, del placer que el otro le da o que 4 da al otro, y lo que efectivamente ambos podrian sentir en el secreto de sus pensamientos y de su cuerpo, «Te amon, «gozo», «sufros: sea el locutor 0 el destinatario de esas afirmaciones, nada puede asegurarle la aceptacion incondicional de esos enunciados ni de su parte ni de la, de los demas. Esta incertidumbre, que siempre puede resurgir en el registro de las relaciones amorosas y en las afectivas en general, tiene una relacién directa con lo que se juega en Is relacién transferencial. En efecto, defienden. Agreguemos que este modelo quiere estar siempre apoyado en el dere~ cho, compartido y sostenido por el consenso de grupo; incluso es esto lo que pretende definirlo, Pero igualmente ‘conozco pocas personas tan criticas, tan llenas de sospe- cchas, tan insatisfechas cuando se trata de juzgar «con las, cartas sobre Ia mesa» lo que otra colega, al cual por otra parte podrén coasitlerar tan analista y tan freudiano como ellas mismas, expone sobre su propia Practica, Todo ocurre como si los analistas pudieran compartir entre sf cierto niimero de convicciones teéricas, Io que he llamado =su paradigma, incluso una misma feor‘a de la practiea, pero les fuera imposible dar su adhesién total a la imagen del selfnieo», tal como el otro la refleja al informar acerca de una de sus sesiones o uno de sus tratamientos. Aludo aqui a lo que ocurre entre colegas que se estiman, que no estiin 95 en una posicién jerdrquita, y entre los cuales no hay cuen- tas pendientes transferenciales. Por eso tal reticencia es también frecuente cuando un analista Jee 2! toxto de un colega al que no conoce. Pero una prueba sin més esela- recedora de esta dificultad de estar plenamente de acuerdo ‘con el otfa én cuanto «clinico» (0 sea, en cuanta aujeto que pone en préctica la teoria que supone fundamentar esa practica) la hallamos en nuestra reaccién frente a los sescritos elinicos» de Freud. Pensemos en los sentimientos de admiracion, a veces de emocién, de conviecién que expe- rimentamos tan a menudo al leer tal o cual texto tedrico de Froud y... on la masa de textos eriticos que nos ofrece la literatura acerea de los casos clinicos de ese mismo autor Nadie pone en duda su valor, su riqueza, pero gqué analista, sobre todo si tiene cierta experiencia, por lo ‘menos en su cabeza, noha vuelto a escribir la historia del anilisis de Dora o del Hombre de los lobos 0 del Hombre de las ratas? ,Quién no ha sonreido o sentido cierta irri tacién, y a menudo ambas cosas a la vez, frente a tale cual actitud de Freud selinico-? ;Quién no ha tenido la sensa- eign de quo en tal o cual momento Freud se tornaba total- mente ciego en cuanto a sus propios movimientos contra- transferenciales? No cabe ninguna duda de que una parte de esas eriticas esta justificada, pero més importante es. el hecho de comprobar que ese sentimiento de insatisfac- ign, de aproximacién, de pasar de lado, de coea incompleta que produce la «presentacién» de un momento de la préc- tico de otro, aparece con una frecuencia que las razones ‘objetivas ya no pueden explicar, y que nos obliga a inte- rrogarnos sobre las razones subjetivas de esa reacci6n. Podemos preguntaznos entonees si lo que el analista critica, recusa, considera deformado, no es una imagen que se parece a !a que un observador exterior percibiria si ‘tviera la posibilidad de observar una de sus propiae sesio nes. Si mediante no 86 qué artificio el analista viera subi- 96 tamente el filme de un momento de su practica, elegido al ‘aear, en un gran niimero de casos experimentaria la mis- ‘ma reaccién. gPor qué? Hay razones objetivas y racionales: ante todo, el hecho de que una sesién tomada al azar esta~ disticamente tiene muchas probabilidades de enfrentarnos al encuentro entre un silencio y un discurso que narra el liltime filme visto. Sabemos que todo andlisis tiene ‘momentos huecca, momentos de «resistencia por el vacio si multiplicamos esos momentos por el niimero de nuestras sesiones, comprenderemos que wna de ellas tomada al azar tiene muchas probabilidades de sefialar lo que hemos indi- cado. Luego, porque exceptuando momentos particulares, ¥¥ poco frecuentes, lo que dice el sujeto nunca es recibide por el analista como un fragmento de discurso aislable de Ia totalidad de lo ya ofda: el hecho de que un sujeto que se ha callado durante semanas de golpe pueda ocupar una sesién entera con su «decir —y poco importa lo que diga— desportaré en mi un interés, una reflexién, que constitu: ‘yen una funcién dela historia transferencial pasada de ese sujeto, Finalmente, porque mi actividad de pensamiento durante la sesién también est motivada por la pregunta ‘que me formulo acerea de su punto de partida y de su posi ble punto de Niegada. Toda sesién también debe ser escu chada en su funcidn de vinculo entre las sesiones prece- dentes y las que seguirén. Pero estas razones no bastan para expliear nuestra dificultad de sentirnos totalmente de acuerdo eon lo que otro colega nos demuestra haber pensado, hecho o dicho fen la sesién que propone a nuestra reflexién. Entre la spresentacién» de una sesidn y lo que esa sosién hubiera podide ser 0, mejor atin, lo que imaginamos eada vez que hubiera podido ser, siempre se produce una separacién, tun «menos», una diferencia, Bstoy segura de que sentiria, ‘esa seasacién de la misma manera si de improviso fuera ‘espectadora de una parte de mis propias sesiones. Lo que ” intento aislar en esta reaccién no concierne a la postbili- dad que tiene efectivamente el analista, cuando reflexiona sobre un fragmento de observacién efectuado por él 0 por otro, de desembocar en una interpretacién que vendria a aafiadirse a las que fueron dadas. Bsta on la naturaleza de la interpretacién y de lo interpretado compartir el carscter propio de todo elemento de un suefio: el camino que lo separa de su «ombligos no esta recorrido exhaustivamente por ninguna interpretacién; incluso dirfa que cuanto més 6 en el blanco esta tiltima, més fecunda sera y tanto mas podré convertirse en punto de partida, en trampolin para Ia interpretacion siguiente. Que «lo interpretado», por mf o por otro, induzea una nueva interpretacién es la prueba de su validez y no de su error: no es esta posibilidad de enriquecer la dilucids cidn de «lo ofdo» lo que constituye un problema, sino nues- tra dificultad de compartir sin restricciones, sin un « seguido inmediatamente de un «pero», la imagen que nuestro colega nos remite de su aplicacién, o tal vez haya que decir de su interprotacién, de una «teoria de la prac- tica» supuestamente compartida por el grupo (incluso podemos afiadir que es esta reparticién —o este compar- tir— Io que el grupo exige que se testimonie con su cohe- sién y con su especificidad), {Cudl es la manifestacién que desencadena més a menudo nuestro desacuerdo o, para decirlo con mayor exactitud, ese sentimiento de insatisfaccién que sentimos? Generalmente, una eritica que apunta a lo que el analista no habria sabido ver respecto de tal o cuei de sus reac: ciones contratransferenciales. Ya podemos observar que, obrando de este modo, privamos a nuestra propia critica, ‘a nuestra propia afirmacion, de recureir a una demostra- tidn objetiva, Nos atribuimos el derecho de interpretar, fuera de Ja situacién analitica supuestamente necesaria para fundamentar nuestro trabgo de intérprete, un movi 98 :mjento inconsciente en aquel cuya exposicién escuchamos © leemos. Y aqui se plantea otra pregunta: {por qué el analista, cuando se trata del inconsciente de sus propios analizados o de las reacciones contratransferenciales de las que su propia problematica inconsciente es responsa- ble, sabe perfectamente que ninguna lectura inmediata es posible, que toda traduccién simultanea es harto sos pechosa, que tanto el anslisis como el autoandlisis exigen, un trabaj de reflexién, de revisién, de euestionamiento y de tanteos? ;Por qué, pues, ese mismo analista, frente al discarso del colega que trata de la préctica, siente de golpe la impresién de que en ese eago In contratransferen- cia mostraria una transparencia tal que se prestaria a esa lectura inmediata? En esta actitud contradietoria que vive todo analista por momentos, en este doble juego que afir- ‘ma, con toda justicia, la opacidad, la resistencia que el inconsciente —el de los otros y el nuestro— opone a todo trabajo de desciframiento, y que wolvidas sus propias con- vieciones cuando se trata de denunciar en el colega la accién de su inconseiente en su escucha y en su palabra, pienso que hay algo que se relacfona con el «desplaza- mento» sobre el colega de una insatisfaccién que nos con- cierne. Es lo que muestra que, en nuestras reticencias ¥ fen nuestras eriticas, se expresa y se disfraza una inatis- faccién que no dejamos de sentir. Esta insatisfaccion, en lo que a mf respecta, puede formularse en los términos siguientes: «El espacio que separa lo que le teoria afirma que debe ser Ia actitud, la accién, la escucha del analista en el ejercicio de su funcién, y lo que muestra toda puesta en practica de esta funcién, noo puedo aceptar como algo obvio. No puedo aceptar como una simple consecuencia del principio de realidad que una adhesin comdn a una misma teorfa de la préctica sea incapaz de asegurar una misma conformidad en la aplicacién de esta teoria, en la préctica de los que Ia adoptan». 99 Esta bisqueda de una «imagen del elinieos que podria rovocar un ssi» sin reservas, y en Ia cual podriamos reco- nocernos y hallar la prueba de que hemos interpretado y aplicado de manera correcta lo que esa teoria dice, cierta- mente posee una parte de ilusién, pero esta ilusion no es lo nico que debe cuestionarse, Tenemos la obligacién de reguntarnos, aun cuando conozcamos la irreduetibilidad de la separacién, cuales son los limites que podemos per- mitir de lo no compartido 0 lo no compartible de nuestras _précticas sin que se cuestione la teoria sobre la cual se fun- dan. :Qué diferencias puede soportar Ia aplicacién de la teo- ria? Bsta pregunta se aclararé si dejamos de lado nuestra relacién con la teoria de la préctica para interrogar ante todo a nuestra relacién con la teorfa ven si el hecho de que tengamos la posibilidad de establecer esta separacién ya es una paradoja que plantea un interrogante, E] analista y sus colegas, me refiero a los que 61 llama asi, encontrarfan pocos problemas si se tratara de demas- ‘rar que comparten cierto nimero de certezas referentes 4 los conceptos fundamentales de la teoria de Freud. Ser analista y freudiano supone que se haya adquirido la con- viecién de que Is teoria de la sexualidad infantil es cierta, {que en todo sujeto se ha operado un trabajo de represién, ue es propio de las pulsiones poder provocar una fijacién que impondré al sujeto una eleccién libidinal e identifi- catoria que repetira ineansablemente, que todo sujeto ha sido victima de una angustia de castracién euyos efectos permanecen indelebles. No sigo abricado el abanico, aun- ‘que podria continuar, Estos convieciones, que no son sepa- rrables, so sittian on un conjunto coherente que forma la teoria frewdiana de la psique, teoria que poco tiene que ver con una verdad revelada, pero que hicimos nuestra gracias al trabajo de pensamiento efectuado por el ana- lista durante su propio anélisis aunque esto nunca es suficiente—, y gracias a su trabajo de pensamiento, de 100 reflexisn sobre una obra que le ha permitido seguir paso ' paso la demostracion dada por Freud sobre la verdad de sus postulados. El sujeto que se sienta en el silléa no deberia reconocerse este derecho si él mismo no ha tenido Ja experiencia de un anélisis, pero tambign si no ha sido capaz de imponerse el esiuerzo necesario —y es un gran cesfuerzo— para adquirir un saber que no puede reinven- tar y que no se introyecta migicamente, por ésmosis, por el solo hecho de haberse echado sobre un divain. La expe- iencia nos demuestra que estos conocimientos reinen tanto lo que podriamos llamar los universales del funcio- namiento psiquico (la sexualidad infantil, la represi6n, la fjacién...) eomo los universales que se refieren al «funcio- namiento transferencials (0 la teoria de la transferencia término tal vez mas apropiado) y a las condiciones que son las tnicas que pueden permitir que Ia accidn de la trans- ferencia sea puesta al servicio de la finalidad que se pro pone nuestra préctica. El hecho de que un suieto haga costar a su primer paciente en un divan no es una elec- cién de su invencién ni una eleecion facultativa o indife- rente; ya lleva en él toda una teoria que justifiea la apli- cacién de un eonjunto de condiciones que postilamos come generalizables y aplicables a todo neurético. Ee itil insis- ir sobre la interreaccién propia de estas condiciones: la posicién acostada, para tomar la que se adopta con mayor frecuencia y con mas facilidad, s6lo tiene sentido en fun- cidn de esa otra condicién definida por el término -asocia~ cidn libres; ésta, a su ver, extrac su efecto y exige como respuesta la atencién flotante- del analista, y esta ultima sélo es posible porque hacemos de nuestro derecho al, silencio una condicién de nuestra posibilidad de ejerce: nuestro oficio, y ast sucesivamente. ! 1 ease al respecto el anise, desde todo punto de vista més explicit, que dade esta urdimbre'S, Viderman on Le celeste ele Sublunaine Pari, PUB, 19 aor En nuestra disciplina, el conjunto de estas condiciones ces homéloyo al sprotocolo-, que define en las ciencias expe- rimentales las condiciones que pueden permitir una expe iencia y su reproduccién; afadirfa que, eon derecho, rnuestras condiciones pretenden una misma fidelidad, un mismo rigor en su aplicacién, Si una experiencia quimica texige que dos cuerpos leguen a una temperatura de 57°, ‘a ningtin experimentador se le oeurrirfa variar en un solo grado la temperatura requerida. En nuestra diseiplina el “protocolo» nos enfrenta con un conjunto de cldusulas cuyo respeto es juzgado necesario para que se site y se forme ‘un seampo psiquicor, el nico que podria permitir que se esarrollara una experiencia analitica. Poco importa aqui fque se prefiera el término de »pacto» al de «contrator; de todas maneras, cualquier analista est4 convencido de que realmente la experiencia a la cual él y su partenaire van fa ser sometidos sélo seré posible si se respetan y se hacen rrespetar ciertas condiciones o ciertas eldusulas, euya apli- ‘cacién sera juzgada posible o imposible durante ese tiem- po previo que son las entrevistas preliminares si se trata Gel analizante, y su propio andlisis si se trata del analista ‘Si observamos de cerca lo que cada ciéusula formula, apa- rece inmediatamente una caracteristica muy particular: por una parte, como decia, forman efectivamente un “Stodor indisociable —modifiquemos una eldusula y habra {que modificar todas las otras, que de todos modos, se hhallardr. modificadas—, pero por otra parte, lo que viene ‘a demostrarnos que las hemos aplicado, lo cual nos demostrarie a su vez que esa aplicacién es conforme a lo {que esas cldusulas formulan, plantea problemas diferen- tes sein cus] sea la cldusula que uno elija Cuando se diee que el psicoandlisis exige que el ana~ lista esté sentado detras del sujeto acostado en el divan, se formula una definicisn comprensible para todos, y cada luno puede asegurarse, si comparte la misma opeién, que 02 8 aplicada eon todo rigor. Pero cuando se dice que el tra- bajo analitico supone en el analista una «atencién flotan- te», caué es lo que definimos con este término y qué prue- bas tendriamos de su fiel aplicacién? ;Qué es lo que podria asogurarnos que los analistas respetan et su préctica esta orden terminante, una vez que reconocemas que ese té mino puede designar formas de pensamiente diferentes? Cuando digo que personalmente prefiero el término «teo- rizacién flotantes, no se debe ver en esta el simple deseo de hallar una definicién mds exacta en general, sino una forma que explique mejor Ia manera como funciona mi pensamiento en el ejercicio de mi préctica. Ademés, como creo en lo que he dicho sobre la imposibilidad de confor- arse con uni certeza singular, intentaré que otros com- partan un modo de funcionamiento del pensamiento que considero mas acorde con Io que exige la accién de psico- analizar: pero esto no cambia en nada el problema, Pod: amos hacer Ia misma observacién acerca de lo que cada luno entiende por sasociacién libre» 0 «neutralidad bené- volas. En otros términos, se plantea una misma cuestién para todas las eldusulas que no coneiernen a lo que podri- ‘amos llamar las seondiciones objetivas» de la experiencia (da posicién acostada, el numero de sesiones, la duracién de cada una de ellas, el pago por el sujeto y no por un ter- cero, nuestro derecho al silencio, nuestro derecho a pedir al sujeto que renuncie, en la medida de lo posible, a toda, ‘antocensura: tenemos aqui una muestra de ciertas reglas cuya formulacién no se presta a ninguna ambigledad), ¢Pero habré que llegar a la conclusién —y en esto tam- bién tomo el ejemplo més ftcll— de que afirmar que el acto de analizar nos exige una actitud de vatencién flo- tante- es una peticién pro forma, puesto que tal actitud cobraré para cada analista una forma singular? Nuestra conviecién de que la préctica del anélisis est fundada en Ia teoria, y de que no es reducible a lo simplemente empi- 103 rico, singular eada vez, ;se derrumbaré frente a Jo que muestra la (s) puesta(s) en practica de esta teoria? JEs ese temor que se apodera de nosotros cuando otro colega nos pone frente a su aplicacién del modelo tedrico y de un ‘modelo que pensibamos igualmente compartido? !8 Pero qué quedaria de la teoria en su totalidad si tal fuera el caso? {Qué quedaria del psicoanalisis si debiéramos admi- tir que cada experiencia exige o permite la modificacién del modelo, del método? En el mejor de los casos no que- daria mas que un instrumental que permitiera ciertos ejercicios de andlisis aplicado, Es evidente que este euadro sombrfo no responde a la realidad de los hechos, como tampoco responde a esa realidad el cuadro idilico que pre tende que las cuestiones que planteo son falsos problemas ¥y que a los analistas les corresponde demostrar que las cldusulas del contrato no presentan ninguna ambigitedad, ue son idénticamente comprendidas y aplicadas por todo analista que merezca esta denominacién. Considero que 18 Creo que esto -temor=desempetia un papel importante en e08 centimientos de sapeche, de ambivalenea, de rvalidad, tan falar feresctvables en nucstro medio. Por eupuest, los residuos tranfe- Tenciler yan més, las tranaferencias on curso tienen una grave rex ponsablidad en cuanto al malestar de nuestra cocedades. Pero sen ‘ni opinin, hay que efadir salle l que esda uno de nosotros despaza 4 provecta sobre propia rleisn con au saber, con au saber-hace, Con la oor ycon la prctia,y sabre fodo esa demande que hacemee ‘tos otros: que su cacucha y ou respuesta nos aporten sla prusbe> de Ta Togtimidad de nuostrasconcopeiones todrieae tal vee aim mas, {dena correcta apliencon en ia practice. Au esando sepamos in ello ‘gue nadie poird responder exhaustive ni deimitivamente a esto be ‘Guoda de una -prucbac, no pofemos i debemos renunciar a ota bis ‘{eeda. Es, tal ve, preceamenta porn importldad de satiafncer ess ‘Temanday que al analista lecuesta tanto perdonar asus paves, Debe- ‘mos eaperar que sepa soportar ese instisaccion y que a0 Te rohiye ‘mediante la busqueda de esa sproebe all donde él sempre puede i. Sonarse de que sola ofrecerdn: en nquellos que no saben, a veces tno pueden, jurger mks queen nombre dele transforencia duels vi ale al anaista, 104 las dos posiciones son excesivas: es cierto que podemos conservar la eonviecién y proporcionar la prueba de la existencia de un conjunto de condiciones, de clausulas, de reglas, necesarias y generalizables, frente a las cuales, todo analista puede permanecer fiel en el ejercicio de su profesin, y que ese conjunto define un contrato que, e7 sus grandes lineas, puede ser retomado y respetado por todos. Dicho con més precisién, tenemos la seguridad de {que la teoria de la préctica, por medio de la cual se define un grupo de analistas, da a cada uno de ellos los medios, de llegar a una identidad de juicio referente a lo que debe decretarse incompatible con ios pasos y el objetivo propios del psicoandilisis. La adhesién a una misma teoria com: partida de la practiea nos proporciona —y no debemos subestimar la importancia esencial de este aporte— la seguridad de un consenso claramente definible, que no entrafia ninguna ambiguedad, sobre las condiciones que Juzgamos incompatibles con toda actitud, con tod trabajo ‘que quiera ser analitico. En este registro, In teoria de la ppréctica nos permite desembocar en una serie de certezas fundadas en el derecho, demostrables en la practiea, com- partibles por el grupo, y que permiten emitir un juicio objetivo sobre précticas que (siempre para ese grupo) no tionen de analiticas mis que una denominacién usurpada, Pero esa misma teorfa no nos ofrece los mismos medios cuando se trata de definir hasta qué punto las condiciones juzgadas necesarias pueden dejar lugar a cierta libertad fen su aplicaeién, sin anularse por ello. Retomaré esta cuestién cuando aborde el analisis de la psicosis, Resu- ‘miré dela manera siguiente mi propia posicién en lo refe- rente a lo compartido y lo compartible en la teoria de la préctica. Mientras permanezcamos en el registro de la neurosis, nos corresponde apelar a un eontrate que habré ue respetar y hacer respetar, contrate que definiré segtin, las tres caracteristicas siguientes: 105 1. Una parte de sus eldvsulas son generalizadas y podran ser idénticamente aplieadas por todo analista 2. Las cldusulas de ese contrato que se refieran de ‘manera directa al analista (su escucha, su actitud, su tra- bajo de pensamiento), en el momento de su aplicacién estardn marcadas inevitablemente por la singularidad del analista, Hasta qué punto esta singularidad, que halla- remos en accién durante la aplicacion de esas cléusulas, ‘seguira siendo compatible con gu espiritu? Jamas podre: mos eludir esta pregunta, ¥ tampoco el hecho de que Jamés habra de hallarse una respuesta que podria darse Ge una vee por todas. Bsa interrogacién ests en el nticleo de un trabajo de autoandlisis que se supone que el ana lista debera retomar periédicamente 3, A la teoria de la practica le corresponde permitir a Jos anslistas llegar a una identidad de juicio en cuanto a las condiciones, las actitudes, Ins demandas o los ofreci- mientos incompatibles con la situacién y con la relacion psicoanalitica, Hay una ultima comprobacién que merece nuestras reflexiones; no se refiere ya a los analistas en general sino a lo que muy a meaudo podemos observar en la préctica de cada analista on particular cuando ha optado por un, contratos generalizable a todos Ips sujetos. En la mayoria de los casos, ese mismo analista se otorgara el derecho, para tal 0 cual sujeto (por tratarse de un caso limite, de tun adolescente, de un sujeto particularmente silencioso, do un sujet que sufre una angustia intensa... y Ja lista no termina aqui), de hacer una excepeién, es decir, de fr- mar un contrato que podemos calificar a la vez como excepcional y singular: en este caso ambos términos son sindnimos. Personalmente, estoy convencida de que el analista firma mas contratos singulares de lo que le agra da admitir, ¢ incluso muchos més de los que él cree. En 108 tal caso, ¢s Is «singularidads del analizante, y ya nola del analista, lo que se supone justifiea la aplicacion singular de un contrato modificado, {Pero si no hubiera més que contratos excepeionales, ‘mas que contratos singulares? Es evidente que asi se des- truirian precisamente la definicién y Ja funcién que hemos dado a ese término. Tenemos raz6n en desconfiar de las buenas y justas razones que dames o que nos dan para teorizar o justificar tal o eual modificacién aportada al contrato, {pero eso nos concede el derecho de hacer nues- tra una ley del todo o nada? Que el contrato defina las, mejores condiciones que tornan posible un andlisis en la ‘mayoria de log casos es algo absolutamente indiscutible, pero qué ocitrre con los otros weas0s>, y poco importa el rotulo que s¢ les atribuya? ;Bxisten cléusulas modifica bles o debemos pensar que toda modificaciéz supone el abandono de un paso psicoanalitice stricto sensu? ‘Retomaré estas euestionas mas adelante; aqui me con- formaré con subrayar que la respuesta que el analista aporta, el «si 0 el sno», designa dos opciones en el psico: analisis existentes desde el comienzo. Opeiones tedricas, clinicas y précticas: muy sumariamente podriamos dife> renciarlas diciendo que los partidarios del «six (la aplica cidn del eonjunto de condiciones sin modificacién es la con- dicién sine qua non de un psicoandlisis) en sus definiciones del acto de «psicoanalizar» privilegian le espe- ificidad del método, mientras que los perticarios del «no» privilegian la especificidad del objetivo que se supone que el andlisis puede aleanzar. 107 LA PUBSTA A PRUEBA Y LA PRESUNCION DE INOCENCIA Hemos visto que, en el registro de la neuresis, nuestra activid, nuestra expresién, el tono y los términos de la for~ mulacién de nuestras interpretaciones intentan reducir, en la medida de io posible, todo lo que se propondria al analizante como prueba objetiva de nuestros sentimientos ‘su respecto: En comparacién con lo que ocurre fuera del andlisis, en ese campo de la realidad donde los sujetos se encuentran, se observan, se aman, 50 odian, operamos. ‘una especie de ) que, como consecuencia, le permitiré establecer una diferencia entre lo que soguird fen su poder y en su derecho de desear, de fantasear, de sofiar, y lo que tendré que pensar, que reconocer acerca de una realidad que no tratard, por medio de la proyee- cién, de tornarla totalmente conforme a sus fantastas, Evidentemente no estoy hablando de esa parte de pro- vyoccién necesaria para nuestra captacién de ls otros, sino de esa proyeccién caracteristica «de mas» de toda neuro- 2) Bl segundo cardcter diferencial entre «proyoccién transferencial» y simple proyeccién es una consecuencia mm de esa movilidad, de e2a no fijacién de las proyeeciones. Gracias a ello el analista no se hallara sujeto de una ver por todas en un solo lugar. * Lo cual no quiere decir que para cada sujeto ccupemos todos los sitios o cualquier sitio. Fl abanico proyectivo de cada uno estaré mareado y limitado por Ja singularidad de la organizacién fantas- ‘atica del sujeto, $i podemos orientarnos en ese tablero de ajedrez sobre el cual el analizante nos obliga a ocupar casilleros diferentes, es porque, una vez concluidas las, maniobras del comienzo, estamos en condiciones de des- cubrir que todo sujeto es el inventor de una defensa que 41 privilegia, que el valor que concede, en el partido que va a jugar, a los movimnientos del Alfil, de la Torre, del Caballo, nlinea son idénticos de un jugador a otro, y que hay orden dentro de ese aparente desorden. 3) El tercer caracter diferencial es de un registro muy distinto, Se refiere a 1a posibilidad que conserva el neu- rotico de apelar, fuera de sesién, y a veces en ln sesién pero de una manera mas puntualizada, a una srepresentarién» del analista realmente conforme a la «tinica prueba obje- tivas, al dnico “signos que 6! debe poder hallar en el esce nario donde se desarrolla el juego: se supone que nvestra expresion, nuestra actitud, todo nuestro quehacer en el ejercicio de nuestra funcién, sefalan, muestran a la mira- da del analizante nuestro «interés benévolo». Esta bene volencia, a su vez, {qué mensaje quiere dirigir que no sea Jn seguridad de que la intencion y el objetivo que subyacen 2 Dobe safialaree un corolario més importante: para que un ans lise pueda nacerce co necosario que se prenerve ene) analizance esa Imovilided dese seein fantasindti. Cada ver que la actited palabra oe] deseo del analist bligan al sujto a To que yo liamo una “fantasmatizacin obligadas, eada ver gue indiciies enol enalizado ‘ett Lips de proyeeciones que nox canciernen ye abligaras a excluie ‘frase corre el ago de hacerlo zoucbrsr pore lado de lenses, Fas eatens do osta inducain eerdn snalizadas em ln altima parted fate trabajo. uz ‘a nuestro proyecto apuntan a los intereses del yo del ana- lisante y no a su fracaso? # La manifestacion de esta benevolencia confirmaré la «idea- que el sujeto se hace de Ja funcion analitica antes, durante y después del andlisis (por lo menos asi lo esperamos!). Si durante el andlisis 1a parte anterior del escenario est ecupada por la repre. sentacién del analista tal como la transferencia la forja, centre bastidores —y es evidente que estos bastidores for" man parte de lo consciente— persiste lo que Ilamaré representacién ideica del «concepto» anslista (0 de la »fun- cidn analitica-) en la medida en que al designar a.un suje- to que hace suya una intencién idéntica a la que ha moti vado su demanda de andlisis, le permitiré volver a ‘encontrar e] derecho de gozar de su cuerpo y de su pen- Por borrascosa, conflictiva y dolorosa que sea la rela- ign transferencial, siempre implica na dimensién posi- tiva a la cual el analizado puede apelar y apelars en los ‘momentos mas trégicos de su vivencia durante la expe: tiencia: los momentos en que este llamado ge torna impo- sible o bien son de corta duracién, o bien se prolongan y con mayor frecuencia desembocan en la interrupeién del andlisis, Nuestra actitud bendvola reforzard esta libertad proyectiva necesaria para que el analizante y nosotros, ‘mismos podamos percibir lo que ocurre con sus deseos inconseientes, pero esa misma actitud le permitira inte- rrogarse sobre lo que sus interpretaciones y proyecciones, ‘asi como las certezas que surgen de ellas, podrian deber solamente a su propio deseo de transformar el analista fen un personaje que le diera la réplica en una pieza de Ja que poco a poco se reconocerfa como autor. 22 Véase on In segunda part, In relaciin plantenda entre este objetivo analtico fe fusln pulstonal ua ‘Terminaré este esbozo de la relacién analista-anali- zante en el registro de la neurosis, enumerando las con- vieciones sobre lag cuales deben apoyarse las interpreta- ciones del analista; me refiera a las que éste comunica al analizante: estas convieciones précticamente no nos sir- ven cuando estamos frente a un psicético Es cierto que el analista no puede y no tiene que com prender lo que ocurre en cada momento, ni siquiera en cada secuencia de un tratamiento: analizar exige que este- ‘mos en condiciones de darnos tiempo para comprender ¥ para soportar, sin perjuicio para el analizante ni para noso- tros, un estado de cuestionamiento, un estado de espera referente la causa y al sentido de tal o cual vivencia en el espacio-tiempo de la sesién. Inversamente, la formula- cién de una interpretaciém se funda en la eonviecién de que lla enuneia no la verdad, sino una parte de verdad. No ‘veo eémo podria hacer una interpretacién, sea cual fuere, si al mismo tiempo me digo que tal vez sea verdadera 0 tal vez falsa, que el comportamiento que interpreta tal ver quiera decir eso o tal vez algo completamente distinto: este tipo de cuestién sélo puede darse mientras me eal. La formulacién de la interpretacién supone la supe- racién de esa certidumbre y de ese indecible. Contrari ‘mente a lo que ocurre con el analizante, estas convieciones conservan la posibilidad de recurrir a «pruebas objetivase, puesto que la situacin analitica nos ofrece lo observable: el silencio, las emaciones perceptibles en Ia vor del sujeto, Ja tranquilidad o la tensién que sentimos en sus actitudes corporales, lo que ha elegide para decirnos, la importancia la frecuencia de sus silencios, las tardanzas 0 ausencias que comienzan a producirse stibitamente... y podriamos seguir ejemplificando. Este «observable» no es més que un factor sobre el cual podemos basarnos, y ciertamente no cs el més importante, He aqui los otros factores que jus tifiean las convieciones del intérprete: ua 1. Lo ofdo, Con este término entiendo el enunciado literal que se nos puede dar: «Estoy eontento, triste, depri- mid, hice esto 0 aquello, siento tales sentimientos por usted o tales otros. Tenemos asi una serie de enunciados de log cuales el analista jamds debe dudar, y en los cuales confia totalmente por cuanto son la formulacién de un sentimiento experimentado por el yo del analizante, 2. Nuestra adquisicion tedrica referente a lo que he lamado los universalea, El ejemplo mas fécil nos lo pro- poreiona nuestra escucha de un suefo. Sea cual fuere el relato del sueio, no podriamos comprender nada si no conociéramos ya las particularidades del funcionamiento del proceso primario, Ia relacién entre pensamientos lntentes y trabajo onirico, el papel de la censura. 3. Los universales referentes a nuestra teoria de la prictica, e igqualmente, puesto que son sinénimos, los uni- versales que permiten hablar de una teoria de la trans- ferencia, Me conformaré aqui con remitirlos a lo que ya he escrito sobre ese «postulado del no azar, punto de par- tida de toda nuestra actividad de pensamiento y, por con- siguiente, de escucha durante la sesién. 4. Lo que el anilisis de ese sujeto particular nos ha ensefiado sobro su historia, sus deseos, la singularidad de ‘su mundo fantasmaitico. Este factor presupone por nues- tra parte Ia adquisicién y la memorizacién de lo ya ofdo. 5, Lo que el recorrido ya efectuado con este analizante nos ha proporcionado como conocimiento sobre su manera de vivir In relacion transferencial. En otros términos, lo que podemos conocer y memorizar, no ya de su historia sino de lo que llamaria su historia transferencial. 6. Nuestro propio sentimiento afectivo en la sesisn, frente a tal o cual manifestacion. No reacciono de la mis ma manera frente a cualquier silencio; en algunos casos, puede ocurrir que no me doy cuenta, en otros puedo acep- tarlo como una forma de rechazo que el analizante tiene us ‘1 derecho de hacer suya, Puedo entenderlo también como la prueba de que el sujeto se siente seguro en la situacién analitica, que no se siente obligado a responder a una domanda de palabra que me imputa, puedo ver en ello la \inica manera que tiene el sujeto de expresarme su agre- sividad... Bste conjunto de significaciones que puedo dar ‘a.una sola y misma manifestacién dependerd de lo que ese silencio suscite en mi como reaccién afectiva o emetiva, Puede ocurrir también que ese siJencio me parezea una sefial de alarma que me preocups, tanto mais por cuanto ignoro el afecto que esta detras de él. En esos casos, me ‘encuentro frente a la urgencia de una respuesta que ya no me permite esperar lo que las sesiones siguientes me aportarian coma posible conviecién, respeeto al afecto que se expresa a través de ese silencio. 77 Los pensamientos, las imagenes, las representacio- nes fantasmaticas conscientes, los recuerdos que evocardn ‘en mé lo que el sujeto me hace ofr. Si resumimos este conjunto de factores, tenemos: a) Manifestaciones objetivas que constituyen lo que he llamado lo observable (y en primer lugar «lo oidos en el sentido literal del término). ») Una adquisicién tesrica que es un a priori de toda pposibilidad de escucha analitica, adquisicién sobre los uni- versales del funcionamiento psiquico, adquisicién sobre los universales del funcionamiento transferencial ¢) Los conocimientos que ha podide aportarme sobre ‘este sujeto singular su propio andlisis, lo que él me ha dicho de su historia: ningiin texto puede proporcionarme este conocimiento, 4) Esos «signos» muy particulares que nos proporci nan nuestras reacciones contratransferenciales, las cuales son las tnicas que nos las pueden proporeionar. us ©) Los pensamientos, los fantasmas, las imagenes que hacen surgir en nuestro propio espacio psiquico los pen= ‘samientos, los fantasmas, las imdgenes que estan en el espacio psiquico del analizante. En el registro de la neurosis, este conjunto de factores suele estar presente cuando formulamos una interpret cidn: constituyen un todo cuyos elementos, durante la for- ‘mulacién de nuestras interpretaciones, no tenemos por ‘qué ly no podriamos) detallar, inspeccionar, verificar cada ver, Solamente # posteriori, fuera de sesién, podrfamos volverlos a hallar si nos impusiéramos este trabajo de roflexién. Pero es a su presencia que debemos esta con- vviecién justificada y justifieable en la cual confiamos y cuya consecuencia serd esa interpretacién que se impon= rd a nuestro espiritu. Su formulacién se impondr con una misma evidencia: diré incluso que en los momentos ‘as felices de un tratamiento nuestra palabra no sigue ‘una decision que habjamos tomade de antemano, sino que se impone por si misma y puede provocar en nosotros un sentimiento de asombro igual al que provocars en el ana~ Hzante. Pero si el analista puede y debe esperar que estén presentes esas convicciones para decidirse a interpretar, es porque la neurosis le deja una slibertad temporal, por cierto que no ilimitada, pero que suele ponerlo al abrigo de la urgencia. E] tiempo para comprender, el tiempo para interpretar, el tiempo para concluir, deben respetar limi tes pero estos limites no son apremiantes. Asf como el psi coanalisis no es una terapéutica de urgencia, la interpre taci6n, salvo momentos particulares en los cuales, por lo demas, lo que se torna urgento es mucho mas la presencia de nuestra voz que la interpretacién en sentido estricto, también debe poder estar al abrigo de esa urgencia. En esta revisién de las condiciones necesarias y apli- cables en la organizacién del espacio psiquico, cuando nos ut ocupamos de la neurosis debemos subrayar otro a priori 2 implicit en toda posibilidad de interpretacién. Este a priori se halla realizado de entrada en ol registro de la neurosis, mientras que en el de la psieosis, la primera tarea que nos incumbe, y le més dificil, es Ia de poder tor- narlo realizable, LA PRESUNCION DESNOCENCIA, Esta condicién se refiere a lo que llamo la presuncién de inocencia que cada locutor concede al otre, presuncién de inocencia o también presuncién de verdad concedida ‘a priori a una buena parte de las informaciones que los locutores se proporcionan reciprocamente, Toda posibili- dad de comunieacién, desde la wnds trivial hasta la mas, ‘esencial, desapareceria si lor enunciantes no estuvieran seguros de que no tienen que presentar para cada propo sicién las pruebas que permitirian verificar su exactitud: ni proporcionarlas a 108 otros, ni proporcionérselas ellos mismos, Cuando digo mi nombre y mi apellido, salvo con- diciones partieulares, no muestro mi cédula de identidad si digo que hace buen tiempo no abro al mismo tiempo un tratado meteorolégico que define en qué condiciones esa afirmacion esté justificada; si digo que me duele la cabeza, ro pienso que la imposibilidad de proporcionar una prue- ‘ba objetiva ser suficiente para que pongan en duda lo ‘que digo, Para una buena parte de las informaciones que comunies, 0 que me comunican, no hay por qué pedir pruebas. Esta presuncién de inocencia referente a la men- tira que mis enunciados podrian implicar, tal eomo la que ‘concedo a los enunciados del otro, no es una adquisicin 2 primera prior era le adhesién @ un mismo principio de eaux sslidad, us que ha resultado «obviav durante las primeras adquisi- ciones verbales entre el nifio y el portavoz. Hemos visto ls prueba que representa para el nifio descubrir que el discurso materno, y a partir de éste todo discurso, puede decir la verdad pero también puede mentir. Prueba nece- saria, estructuradora, pero solamente si ha podido con- seguir que el sujeto, en un segundo tiempo, ponga al abri- go del dilema verdadero 0 falso lo que he definido como puntos de certeza, El corolario de esta puesta al abrigo» ces que a partir de ese momento él podré separar en su dis curso y en el de los demis los emunciados cuya verdad no ha de ser sospechada ni demostrada, y otros enunciados donde Ia duda y la exigencia de pruebas son legitimas y necesarins, El derecho de ser reeonocide « priori no cul able de mentira es no solamente la condieién sine qua non para poder hablar y pensar, sino una condicién cuya ausencia nos sumiria a todos en la angustia més intensa, La informacién mas trivial, shoy hace buen tiempo», una vez que la formulo, como todo enunciado implica una Gemande latente: lo que se espera de Ia respuesta o del simple ailencio aprobador es la confirmacién, por parte del destinatario, de su reconocimiento de conformidad entre ‘mi informacién sobre el tiempo y Ia «realidad» del tiempo. Confirmacién queen este ejemplo preciso se refiere a la confianza que se tiene en mis percepciones, pero que designa una dimension implicita que volvemos a hallar en la totalidad de la comunieacion: los locutores se ase _guran reefprocamente de la confermidad que existe entre los enuneiados y las cosas» que esos enunciados ponen fen palabras. Esta demanda implicita se torna explicita cuando el enunciado expresa efectivamente una demanda: demanda de amor, de curacién, de saber. La diferencia, vineulada a la eleccién del objeto deja intacto lo que se espera de la respuesta y por medio de la respuesta: el ‘objeto, por supuesto, pero junto eon 61 el reconoeimiento no del derecho de ocupar el sitio del que pide amor, curacién, saber. Por eso he eserito que toda demanda es al mismo tiempo demanda del objeto o de amor y demanda identi ficatoria. Si permanecemos en el registro de la neurosis, esto- remos de acuerdo si decimos que en la demanda que nos dirigen, y a pesar de lo que la diferenciard segin cada sujeto, pueden seftalarse dos caracteristicas generaliza- bles: 1. Enel momento en que el sujeto recibe nuestra res- puesta a su demanda de anélisis, 6 s6lo puede, a su vez, responder afirmativamente si ya tiene una widens de las particularidades de la experiencia en la que se compro- metera, y del concepto esencial de la tworfa que funda esa experiencia: la existencia del inconsciente. 2. Bl analizado cree en la existencia de una relacién centre las obligaciones que le impondra la experiencia y la ‘meta que espera lograr. La respuesta misma del analista le confirma que esa meta tiene probabilidades de ser aleanzada, Por lo tanto, el sujeto se ha forjado de antemano lo ‘que Ilamaré una justifieacién racional de algunas de las eldusulas del contrato que le proponemos: «Hay una rraz6n de! método». El analizado parte del principio de que 2as condiciones que le imponemos no son efecto de una eleccién arbitraria o de un simple deseo de ejereer nues- tro dominio o de imponerle algo desagradable. Pero esta Justfieacion por sf misma no seria suficiente para hacerle soportar las exigencias que implica el analisis. Si es cier- ‘to que nuestro derecho de no respuesta se convertiré en cl inductor prineeps de esos afectos de furor, de agresi- vidad, de angustia, que deben hallar su sitio en la rela~ ign analitica, sin 1o cual jamas podrian ser objeto del tra 120 bajo analitico; si es cierto aun que ese mismo derecho de no respuesta abrird un camino al andlisis del amor, pero tambia —y tal vez sobre todo— al del odio, la experien- cia analitiea no sera vivida en un estado de insatisfaecién ‘ode desagrado continuo. La experiencia implica momen- tos de tormento, pero también momentos de calma y de placer, de satisfaccién, Las eausas de estos sentimientos positivos son bastante evidentes como para que no insis tamos en ellas; no obstante, hay una que merece refle- ‘xiGn, El anélisis ofrece al neurético la experiencia de una situacién y de una relacién en las cuales por primera vez ro tiene, en ningiin momento, que proporcionar pruebas que demostrarian al oyente-analista que los sentimientos que expresa estan fuera de toda sospecha: eso nosotros, se lo garantizamos de antemano. En ¢} registro de los sentimientos lo creemos bajo palabra; el dilema verdad ‘mentira ya no tiene razsn de ser: tendremos que hacerle descubrir gue Ta causa de las experiencias y de los sen- timientos cuya vietima es su yo no es Ia que él erefa sino que, por el contrario, jamas se pondré en duda que lo que el yo dice experimentar hic e¢ nune (angustia, alegria, furor, desesperacién, desinterés) expresa efectivamente su experiencia. El recuestionamiento de la causa nunca ces ni debe ser un cuestionamiento de sus efectos en el registro del yo. La asociacién libre, el decirlo todo —un deber pero también un derecho—, s6lo son posibles porque el analista garantiza al sujeto, y le demuestra a través de su actitud, su escucha y sus interpretaciones, que los sentimientes contradictorios, inestables, imprevistos, que sx discurso {el del sujeto] expresa sucesivamente, di (el analista] los ‘oye como expresiones en las cuales contfia. De igual manie- ra, sie] analizante privilogia en eiertos sectores determi- nadas referencias causales que no son las nuestras ya zondicién de que sean compatibles con las minimas que aa se debertin compartir, tiene que estar seguro de su derecho 8 preservar sus referencias singulares. Solo en estas condiciones la interpretacién es posible: el orden de causalidad al cual recurrimos cuando inter- pretamos no es una refutacién de otra causalided. Mas arriba recordaba que interpretar no es traducir, sino un acto mediante el cual vinculamos un efecto a una causa ‘que pertenece al registro del deseo inconsciente. Pero esta nhueva relacién causa? no pretende ofrecerse como causa exhaustiva, En su momento, defin{ con el término de «postulado de no azar» esa anticipacién que ejercemos en e) registro de Ia transferencia y que se convierte en el postulado implicito de nuestra escucha y de nuestro trabajo de pen- samiento, durante la sesion, Pere cuando el sujeto esta fuera de sesién y cuando el analista ya no gjerce su funcién, no por ello consideraran ‘que lo que ocurre en el escenario del mundo serdn los sim- ples efectos de las fuerzas y de los afectos inconscientes, El deseo inconstiente de Stalin ciertamente ha gravitade en la ereacién del Gulag, pero este sltime no fe ea propio, La muerte es una propiedad que el hambre comparte con todo lo que forma parte de lo vivo, pero la mortalidad no es un fendmeno reducible a la pulsién de muerte (aun cuando sea Freud el que haya esbozado esa posibilidad al hablar de la tendencia de lo orgénico a volver al estado inorganico). Decir que el hombre puede desear st muerte no significa que el fenémenc «muerte» sea la simple cone seeuencia de ese deseo. La teoria analitica en el registro de 1a causa produce la misma duplicacién que la que 2 Un analista que no crea en Dios port sin embargo, aalizar samen ta erence renin anand ction mente Beroel andisis sigue sendo pose sin que ambos, ‘nal del recor, tengan que mente steoe me hallamos en el registro de la realidad: hay una causalidad paiquica (6 ana relacion de causa-efecto entre el yo y el deseo inconsciente), y una eausalidad cultural, compar- tida, a la que precisamente el psicético ya no tiene acceso Que esta segunda causalidad, puesto que de todas mane- ras es una cansalidad humana, pueda prestarse, por parte del sujeto, a interpretaciones es algo cierto, pero mientras permanezcamos fuera del ragistro de la psicasis, esta des- vinciGn interpretativa siempre sera parcial, Volveremos ‘a encontrar esta sobredeterminacién que se le reconoce als causalidad en la relacién del sujeto con 12 reatidad fuera del andlisis, Veremos Ia misma participacién del deseo inconseiente, pero también los mismos limites que este \ltime ha de hallar. Bs Ia presencia de estos limites Jo que nos permite interpretar: si el neurétien ha aceptado «l tipo de causalidad que fundamenta la interpretacién, ni él ni nosotros habremos renunciado a otras relaciones de causacefecto. Los vineulos que e! andlisis permitira establecer entre ciertos sujetas y su causa ineonsciente son nuevos, pero no es nuevo el tipo de eausalidad al que recurren los dos participantes. La interpretacién salvaje ‘(fuera de sesién) y la interpretacién abusiva durante la sesién implican el olvido de la selectividad y de los limites el campo donde nuestro orden causal es lesitimo, Si todo fuera tan s6lo efecto de? deseo inconsciente, e] suyo o el dei otro, un postulado tal, o una percepcién tal de la rea lidad, de si, del mundo, gen qué podrian diferenciarse de los del delirante? El postulade del no azar sélp tiene lugar en el espacio-tiempo de la sesién, e incluso en este espacio- tiempo no concierne mas que a los pensamientos traxs- forenciales. Fuera de sesi6n ya na puede dirigir nuestros pensamientns sin hacernos taer del lado del delirio. 13 site realidad Elyoyta LAS EXIGENCIAS DEL YO Desde el nacimiento de la vida se comprucba la puesta fen funeionamiento conjunta de una actividad corporal y de una actividad psfquica, Pretender que los llantos que nel lactante acompasan al estado de privacion del euer- po, que una excitacién sensorial demasiado violenta, o inversamente, que la expresién de satisfaccién que acom- aha 2 la succién del pulgar no gon las manifestacionos y las consecuencias de las representaciones que metabo- lizan en «seres» psiquicos una excitacién y un placer, ambos de pri ‘mero y més precioso: a pesar de lo cual el yo rechazara definir a su cuerpo exhaustivamente en el registro del ser. «Yo soy el que posee ese cuerpo», formulacién que plantea una relacién entre dos entidades, el yo y su cuerpo.” 28 Véase Le violence de Vinterprétation, pi, 290, 2 Bn raxén de wu importante, deo de lado una cuesion que ex ‘fase tratada a fondo a foneidn deo que Freud lamb destin navomicor,osea a sexo al cual pertenate el sujet, En le pr aaa Catectizar este primer «bien», este primer objeto, este fragmento del espacio, es para el yo una necesidad vital, la condicin para que pueda catectizar las zonas erdgenas fuentes de placer y su poder funcional, que es fuente de un placer narcisista o identificatorio. En cuanto cuerpo- placer, el cuerpo es el primer elemento de realidad que ftrae hacia si, que torna necesaria y posible al yo la catec tizacién de lo que llamaré la dimensién real de los objetos. (BI reconocimiento de esta dimensién coincide con el reco- nocimiento y la catectizacién de ese indice de realidad gra- cias al cual el yo puede estar seguro de ser un existente lexterior para la mirada del yo del otro: estas dos exigencias be hallan en el origen de lo determinante y ambigua que serd la relacién que se producira entre el yo y su cuerpo.) '2, Pero no es solamente como cuerpo-placer que el yo Ten itentifiatoria es reac desempanars un papel particular: ts ‘nica nos muecira que la dentidad sexcial Ta identidad anatOmica fo coincden frrosamente, Agus queria subrayar simplemente que Sn in propurieion por medio ela cul el mujeto se define en exanto ‘SGjtosenuado, cv verbo ers slque debe ccupar la parte anterior ata ccena Soy unombres Soy une mor, dr afrmaciones que ‘Sven englcbr al ats socua ue tens, sn gue por ellos dea duct le que sees tes tribute vTengo wn pene pore 2y un hom tren sTengo una vagina, eng sens, porgue soy una mujer, noe tonirarie: Nuestra enperinsin nos domestra lo que acu eeande stllnvcre el orden de eas dos proposciones, Esa inverstn sorrel flo de entrar lito una Sn dn edie fel haber soy una mujer pongue ne tengo pede, Soy wh home por {Gun tengo fenn, porate fo puedo tener In experenca dl mb weEtameSgrmtign mediante lo que nese tiene puede impliear SEG Manseeuensns paral cdestino pion del setae hecho Stijn velided stomica permite de entrada el mito persia y ombrar su aributo sexual, ytorne esa misma designacion y deno IRimaccn mde df parse ina obliga, on To gues relee alos “Ernusy sta funcin moterna,abenes que slo pdr poset y mostrar nel taro) desempenardun papel importante en ia problematica Sdentiietoria de In mager 134 encuentra a su cuerpo, sino también como «cuerpo-sufti« ‘mientos; esta segunda propiedad inherente a la « poral, @ su snaturaleza>, decidird acerea de la rolacién que el yo, a lo largo de todo su devenir, mantendré con la realidad en su totalidad. B} cuerpo, ese objeto del que nos creemos poseedores y ames, puede convertirse, sin que el ‘yo lo quiera y sin que pueda siquiera preverla, en fuente y lugar de sufrimiento, E] objeto-cuerpo se revela de este ‘modo definitivamente exterier, no idéntico al yo. Lo més importante es que, al imponer sufrimiento, se revela como tun objeto «auténomo» que impene al yo una experiencia ‘que sufre sin poder evitarlo, Por el camino del sufrimiento corporal, ya se trate del provocado por wna enfermedad ‘odel que acompafia a la no satisfaccidn de las necesidades: y de los placeres esperados, el euerpe propio se impondra fal yo como objeto real y exterior, no reducible a un simple ‘ser fisico», y dotaré de un sentido mvy particular a los dos ealificativos: exterior y real. A partir de ese momento, l objeto real obliga al yo a reconocer ave «el objeto-pen- ado» (y ante todo el cuerpo pensado) puede deseubrirse antinémico con respecto al objeto, tal como es en su rea- lidad irreductible. Bste «cuerpo-sufrimientor enfrenta al yo aun fragmento de realidad de la que descubre, en el Inomento en que él querria separarse de ella para evitar, 1 sufrimiento, no solamente la autonomia sino también Ja imposibilidad material y psiquica (libidinal) ée sepa- rarse. Este cuerpo, del cual el yo puede odiar el sufrimien- to que le impone, sigue siendo un cuerpo que no puede perder, un objeto del que no puede separarse y, de esta ‘manera, un objeto que el yo pedira que otro repare y cui- ae, Al hallar su cuerpo como posibilidad de sufrimiento, el yo descubre que no puede existir, que no puede ser, si xo logra preservar su catectizacién de ese objeto-cuerpo 135 necesario para que él se torne visible, para que se impon- ga como existente real a su propia mirada y a la mirada Gel otro, Este cuerpo del que no ha elegido su anatomia ni su forma, ni sus evslidades estéticas, sigue siendo aquello por medio de Io cual el otro —y ante todo la ‘madre— se manifiesta como ocupando un fragmento de la reafidad exterior y, al mismo tiempo, aquello por medio de lo cual el nino se manifiesta a su mirada como elemen- to de realidad y no como puro ser pensado por ella. Doble encuentro y doble descubrimiento que estin en el origen de la catectizacién de la realidad por el yo y en el origen de su deseo y de su necesidad de hallar en esa realidad objetos acordes con sus anhelos, sus exigencias y su demanda. Antes que el yo aprenda que el cuerpo estd con- denado a morir, la mirada que dirige a su propio cuerpo busca y halla el indie, el atributo que le permita plan- tearse como un objeto «realmente» existente, un indice y ‘un atributo que le aseguren que ocupa un sitio en el eam: po de lo observable, de lo existente, de lo diferenciable para la mirada del otro, ‘Al encontrar su cuerpo, el yo encuentra Ia realidad como un lugar y un espacio que le garantizan la existencia de las cosas (de los referentes), cuyos pensamientos son los representantes psiquicos: la realidad es también es0, no solamente un mundo que ¢iene el eardcter de lo pen- sable, sino un mundo gue asegura al sujeto la existencia de los objetos pensados por él, ¢Qué ocurre cuando el yo encuentra el cuerpo-sufrimiento? La «cosa» corporal se impone en este caso como antinémiea con respecto a un, cuerpo pensado como cuerpo-placer. Esta antinomia entre el pensamiento y su referente, entre el cuerpo real y el cuerpo pensado, enfrenta al yo con la forma mas drama- tica y més ejemplar de lo que llamo ambivalencia. Como est condenado a catectizar su cuerpo, a vivir con ese cuerpo, como no puede pensar en su desaparicién sin pen- 136 ‘sar al mismo tiempo en un yo que se tornarfa no existente para la mirada del otro, una ausencia, un vacio en la esce- na de la realidad, el yo deberé continuar pensando su ‘euerpo como su objeto y como un objeto que puede dese- arse eastigar, hacer sufrir, pero nunca perder. Inversa- ‘mente, el encuentro con el euerpo-placer lo enfrenta a un ‘objeto que confirmars al yo la conformidad entre el objeto pensado y e] objeto real, entre el placer vinewlado a la Fepresentacién ideiea del objeto y el placer experimentado durante su encuentro en la realidad. El encuentro con el ‘cuerpo-placer es el encuentro con una realidad justamente reeonocida como un espacio exterior al yo. guiero decir exterior a] espacio psfquico, y con una realidad doblemen- te preciosa: esta realidad no solamente es origen y lugar de una experiencia de placer sino que reforzaré la catec- tizacién del yo frente a su propia actividad de pensamien- to, que demuestra ser capaz de representar y de anticipar uuna realidad que se revela de acuerdo con la que se ‘encuentra efectivamente, La relacién del yo con ese objeto-cuerpo al que suce- sivamente ama u odia, al que ofrece placer o impone sufti- miento, al que quiere embellecer o decreta que es feo, no deja de recordar la relaci6n entre el infans y el objeto- ppecho: zhabra que deducir de ello que el cuerpo sera el pri- -mer objeto con el cual el yo retoma, modifiedndola, la rela cién establecida entre ol infans y Ia madre? {El cuerpo ‘como primer objeto creado, posefdo por el yo? No podemos irtan lejos, pero parece, no obstante, que en algunos casos Ia relacién entre el yo y su cuerpo no deja de recordar la que el sujeto ha hecho fantasma entre un padre y su hijo, entre tna boca y un pecho. Agreiguemos que el yo tiene efectivamente un poder auténome sobre el placer del euer- po, y que el cuerpo tiene efectivamente un poder auténo- ‘mo sobre el sufrimiento que puede imponer al yo. Este poder auténomo del yo sobre el cuerpo es la primera reve- 1st lacign de ax poder de modificacién sobre la realidad. Sabe ‘mos que el yo no solamente tiene la posibilidad de hacer sentir placer al cuerpo, sino también la de imponerle sufrimiento de una manera totalmente consciente. El nifito puede hallar placer, sin que por ello tenga que ape- Jar a componentes masoquistas, imponiendo a su cuerpo pequenias agresiones (tirarse de los eabellos, pellizearse), conjunto de actos que no ponen en peligro la intogridad del cuerpo, pero mediante los cuales el yo afirma su dere- cho de posesién sobre su propio cuerpo eoncebide como su objeto, Pero este poder de modifieacién del yo sobre la rea lidad corporal alfa sus limites cada ve2 que ese yo se enfrenta a un cuerpo que sufre por eausas que ignora, ¥ de las que no quiere ni puede reconocerse responsable. En ese momenta, el cuerpo y la realidad se revelan ante el ‘y0 bajo la forma de un poder de sufrimiento no sometido ‘su dominio, Aqui ge invierte la relacién de fuerzas: el '¥0, como amo del objeto-cuerpo, se descubre sometido al poder incomprensible de hacerlo sufrir que de golpe ejerce ese objeto, El yo nunca termina de reprochar al cuerpo su independencia, tanto mas cuanto ése mismo yo secunda- riamente hard otro descubrimiente, aun mas determinan: te para su relacién con el cuerpo y con la realidad: es el cuerpo ef que lo condena a muerte, E cuerpo hace des. cubrir al yo que forma parte de ese atributo de realidad gracias al cual se torna y sigue siendo un existente para la mirada de los otros, la propiedad de su cuerpo de poder ‘mori y, de esa manera, convertir al yo en un faltante [manquane] que privaré al yo del otro, del objeto soporte de una eatectizacién privilegiada. La mortalidad del cuer- po del nifo enfrenta a la madre con los limites de su poder sobre exe objeto particularmente amado: su amor, sas cui dados son efectivamente necesarios para la vida del nino, pero no son suficientes para abolir el riesgo de su muerte. Por lo tenta, es el cuerpo en cuanto cuerpo mortal lo que 198 enfrenta al yo que habita el cuerpo yal yo materno que le ha dado vida con los limites de sus poderes de modifi- cacién y de dominio de la realidad. Cuerpo amado o cuer- po odiado, estos dos sentimientos demuestran que el inico vineulo con el cuerpo que el yo no puede soportar es la indiferencia, ‘Porque odia el sufrimiento, el yo puede odiar su cuer- 20, pero como ese odio podria conducir al asesinato del dbjeto-cwerpo y, por consiguiente, a la desaparicién del ‘yo, es necesario que el «sufrimientor, gracias a la media. cidn y al aporte de significadas del discurso materno, pue- da atribuirse a una causa que ya no haga responsable al ‘cuerpo propio. Aquf cobra toda su importancia el papel ‘que debe desempenar el discurso materno al hablar los suftimientos que el cuerpo del nifo puede o ha podido efectivamente vivir, sufrir, experimentar en Ja primera fase de su existencia, Concluiré estas consideraciones sobre la relacion ve-cuerpo subrayando los puntos siguien- tes: 1. El cuerpo propio se presenta al yo como su primer shaber- el primer «bien» sobre el cual se afirma como pro- pietario, un fragmento de la realidad que tiene el derecho de ocupar, la necesidad de eatectizar y de proponer a la catectizacién del otro. 2, Bste objeto-cuerpo, durante la experiencia de placer, segura la presencia de conformidad —entre representa- cidn y realidad, entre mundo pensado y mundo real, entre 2 Beto nos hace pensar inevitablemente en toda una serie de ris que nor muestran el sufrimionto de un salma errat, st repo. ‘So, porcarecer de sepultura que habria aportado al erpo su murvo “habitat, yen el mito de nusstra culture, a soe alti milagre que Dios promete la reencarnacign del sla en el cvorpo reencontrado, Sin conta los diferentes procesos de coneervacion de lo» cterpes por hibernacion, tan de moda en Estados Unidos 139 el pensamiento y 1a cosa— que refuerza la relacién del yo ‘con la realidad y también con su propia actividad de pen- ‘samiento, pues halla en ella la demostracién de la verdad de sus pensamientos, de su valor. 3. Ese mismo objeto, durante la experiencia de sufti- miento, revela en cambio la antinomia entre el cuerpo pensado y el cuerpo real, entre la realidad pensada y la realidad externa. Pero como el yo no puede deseatactizar su propio habitat, ni la realidad ni su eualidad-propiedad de existente, o bien asistiremos al establecimiento de una relacion perseguido-perseguidor entre el yo y el cuerpo —y Su consecuencia serd la eclosién de una psicosis 0 de somatizaciones muy graves—, o bien sera necesario que un intermediario—el yo materno— permita que el recha- z0 del sufrimiento vaya a la par con la preservacién de la catectizacion del cuerpo. Eso sélo es posible si el cuerpo, lugar de sufrimiento, es hablado, eatectizado por la madre ‘como un «cuerpo enfermos, un cuerpo que hay que cuidar, que proteger. El discurso materno formularé la causa de 1a enfermedad, en el exterior del cuerpo, y su resultado serd una sobrecatectizacién temporaria por el yo de ese ‘cuerpo enfermo. El cuerpo se convierte en un objeto en peligro pero no responsable del que corre; el sufrimiento ser pensado como un fenémeno cuya causa se encuentra enel exterior del yo y del cuerpo, como tn accidente tem porario gracias al cual pueden preservarse pare el nifio tun cuerpo y una realidad catectizables, El exceso de pre- sencia, de afecto, de atencién de la madre durante su. enfermedad permite al nifio pensar en al sufrimiento como un accidente contra el cual, para combatirlo, se alfan 41 mismo, su propio cuerpo, el yo materno y la realidad ambiente. El cuerpo enfermo puede entonces ser sobre- catectizado por el yo infantil, asi como est sobrecatecti- zado por la ateneién y el amor maternos. El nifio puede pensar el sufrimiento, rechazarlo o tratar de evitarlo sin ao ‘que por ello deba rechazar y evitar su propio cuerpo. Con cesta condicién, una vez adulto, podra pensar y rechazar otras sufrimientos que ya no tengan al euerpo como lugar ¥y como causa, sin que por ello deba rechazar la realidad tomada globalmente. Afiadiné finalmente que en la relacion yo-cuerpo, seria interesante considerar —cosa que no haré aqui—lo que ‘ocurre en tn segundo momento, mas tardio pero igual- ‘mente importante: e] momento en que el yo encuentra al ‘cuerpo como una imagen sobre la cual eiitiré un juicio estético referente a su poder de seduecién (hermoso, feo, iprueso, delgado, seductor, repulsivo). Aqui también vol- veremos a encontrar esa no identidad que el yo afirma entre él mismo, tal como se piensa, y la forma encarnada que el euerpo impone a su mirada ¥'a la mirada de otros, tuna relacién en la cual amor e ira, placer y decepeidn, pue- den estar igualmente presentes, y también una relacion en la cual el yo puede ejercer cierto poder de modificacién sobre esa imagen que de todas maneras lo obligaré a reco- nocer los I{mites contra los que chocar ese mismo poder. Agreguemos que en este encuentro entre la mirada y la imagen corporal, y por lo tanto entre la mirada y los cam- bios que el tiempo inscribird en ella, encontraremos una de las modalidades mediante las cuales se apuntala y se manifiesta la relacién del yo con la temporalidad. = Interrumpo aguf estas reflexiones sobre la relacién del ‘yo eon el cuerpo concebide como uno de los dos puntos de relé de la colocacién de sus catectizaciones en el campo de la realidad. Me ocuparé del segundo: lo que ocurre 2 Muchas veces me he sorprendido ese extraio pad de escapar ‘los leaps del tempo- que tan 8 mento ommprobaros ene esr Ae os pccicos, lo que hace que resulta muy diff adivinar edad [No i cudl eslaexplicacion, pero estoy sonvencida de que aquf tambien samanifiesta oh eardcter exrafe de xs rclacion son la temporada aa durante el encuentro entre el yoy el yo del otro, entre sus deseos respectives. Para hacerlo dejaré la época de la infancia y pasaré directamente a Jo que se juega en un estadio muy ulterior, © sea en la relacién amorosa que puede existir entre dos yyoes. L YO, EL YEL ENCUENTRO REAL. Antes de analizar las entectizaciones que especifican la relacion amorosa, insistiré en una de las dos conclusio- nes que autorizan lo que acabo de decir: el yo es la tinica instancia que debe obligatoriamente eatectizar la realidad ¥ los objetos realmente presentes en esa escena. En el registro de la neurosis, la desviacién, el desconocimiento, la renegacién, son compromisos firmados por el yo para preservar tales catectizaciones; por tal razén, éstas se refieren siempre a un fragmento de esa realidad. Por lo demés, incluso en la psicosis, es precisamente a la posi- bilidad de una recatectizacién parcial a lo que tiende la construccién delirante, E] yo es también la dnica instancia para la cual los jobjetos fuente de placer se hallan en la realidad, puesto {que sus tres primeros representantes son el cuerpo propio, y el cuerpo y el yo de la madre. El yo sélo puede preservarse y preservar su propio funcionamiento en la medida en que se reconoce como existente» para su mirada y para la mirada de los otros; ya no podrd preservarse si no atribuye esa misma cuali- {ad a los objetos que encuentra, que eatectiza y de los cua les espera placer, La consecuencia serd la relacién parti cular entre el yo, la cosa pensada y la cosa real. Si el, objeto no puede existir para el yo mas que por mediacién, ua de cu reprezentante ideico, o sea sl objeto pensado (y con mayor precisién la relacién pensada, puesto que todo representante ideico del objeto es la representacién de la ralacién entre el yo y el objeto), el corolario igualmente importante sera que no Aabria objeto pensable ni objeto pensado si el yo no pudiera encontrar y catoctizar refe- rentes o existentes situados en el exterior de su espacio pafquico. La prueba y la existencia de la realidad se impo- nen mediante fa diferencia que se demuestra entre ella ‘ysu representaci6n fantasmatica que la psique se ha for- Jado; sin esta diferencia no habria posibilidad ni raz6n de recononar Jo que separa esos dos espacios. ‘Ahora bien, ceul es el primer existente que no puede conformarse tinieamente con la satisfaccién fantasmada? {Cual es el primer existente que se revela no reducible a Ja representacién fantasmética que la psique se hacia de ella? Nada ni nadie que no sea el yo mismo, Podemos afir mar entonces que la realidad exterior produce una efracy cién en la excena psiquiea por medio del yo, es decir por medio del surgimiento, del advenimiento de una instancia cuyos dos primeros objetos de catectizacién son el yo del otro y su propio cuerpo. Solamente el yo puede catectizar Jo que reconoce come separado, y catectizarlo precisamen- tea causa de esa propiedad que para él se convierte en In prueba de la existencia de una realidad, de un fuera de-la-psique fuente y causa de su placer. Pasemos ahora al andlisis de las eatectizaciones pro- ping de la relacién amorosa que vincula a dos yoes. Para facilitar mi exposicién, llamaré # la representacién ideica yo-yo del otro», wencuentro pensado», ya la relacién vivi- da durante su caraa cara y su cuerpo a cuerpo en la rea lidad, «encuentro vivido», Este andlisis me permitira defi- nir lo que entiendo por relacisn de simetrfa, que opondré ese tipo particular de «patologias de las catoctizaciones que caracteriza a las relaciones de asimetria. us

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