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MOTIVO
Que en legal tiempo y forma vengo a
interponer recurso de casación en los términos del art. 456, incisos 1° y 2° del
Código Procesal Penal de la Nación, contra el fallo del pasado 6 de diciembre
del corriente año por medio del cual esa Sala resolviera revocar el
procesamiento dispuesto respecto de Ezequiel Hugo Medone, Juan Pablo
Mourenza, Paola Barriga Montero y Carlos Eduardo Ardilla Guerra por haber
sido considerados autores penalmente responsables del delito de intimidación
pública previsto y reprimido por el artículo 211 del Código Penal en concurso
real con el delito de resistencia a la autoridad previsto en el artículo 239 del
mismo cuerpo legal, disponiendo en consecuencia sus sobreseimientos (art.
336, inciso 4° del CPPN).
Ello así pues, a mi juicio, se han
patentizado tanto un vicio “in iudicando” como “in procedendo” (art. 456,
incisos 1° y 2°) en el decisorio atacado, como más adelante se verá, atento la
inobservancia de la ley sustantiva y adjetiva.
CARÁCTER DE LA RESOLUCIÓN Y
LEGITIMACIÓN
La señalada es recurrible por esa vía en
razón de tratarse de una sentencia de naturaleza definitiva, desde que pone
fin al proceso penal en los términos del art. 457 del Código Procesal Penal de
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la Nación, y el Ministerio Público se encuentra facultado legalmente a
impugnarla por este medio en su carácter de titular de la acción pública (art.
120 de la Constitución Nacional y Ley 27.148).
DISPOSICIONES VIOLADAS
Lo decidido ha importado la inobservancia
de todo cuanto disponen los arts. 211 y 239 del Código Penal de la Nación
–“vicio in iudicando”, así como de lo reclamado por los arts. 123 y 404, inc. 2°
del C.P.P.N. -“vicio in procedendo”- (arbitraria valoración de la prueba,
desconocimiento de constancias causídicas y análisis aislado y fragmentado
de la globalidad de los hechos).
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FALLO DE LA SALA
Con fecha 6 de diciembre del corriente año la
Sala II resolvió revocar los procesamientos de Ezequiel Hugo Medone, Juan
Pablo Mourenza, Paola Barriga Montero y Carlos Eduardo Ardila Guerra, y
en consecuencia sobreseerlos (art. 336, inciso 4° del CPPN).
A tales fines, señaló esa Alzada que en virtud
de haberse advertido distintas falencias que no habrían sido suficientemente
subsanadas por la instrucción, algunos de los procesamientos dictados
resultarían prematuros.
En tal sentido, expresó que las actas
brindadas por los integrantes de la Policía de la Ciudad narran lo acontecido
sin describir a los autores de los hechos en condiciones de lugar y tiempo
concretos. Por lo que, contrastando tales dichos con las filmaciones
obtenidas, aunado a los descargos formulados por los encausados y los
efectos secuestrados, las conclusiones del Juez a quo carecerían del
suficiente sustento objetivo requerido para este tipo de pronunciamiento.
Así, a su criterio, las descripciones de las
actas mencionadas, muchas de ellas realizadas por personal policial distinto
del que verificara tales actos, así como la mayoría de sus testimonios, no
lograrían brindar representaciones concretas de quienes resultaran
detenidos, deviniendo imprescindible a los fines de corroborar su actuación
individual, las circunstancias que rodearon sus detenciones y los objetos
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incautados en su poder.
Más precisamente, y en relación a quienes aquí
nos interesa, se señaló que las detenciones de Ezequiel Hugo Medone, a
quien se lo puede observar en el piso levantando una mano en forma de
protección y en otra secuencia ya detenido; de Juan Pablo Mourenza, de
quien se observan fotografías correspondientes a su detención también
reflejada en la filmación contenida en el DVD Verbatim sin inscripción; de
Paola Barriga Montero, quien no fue reconocida en foto alguna y entre cuyos
efectos se secuestró una cámara profesional Nikon, extremo que aparece
corroborando su descargo; y de Carlos Eduardo Ardila Guerra, a quien en
una fotografía se lo aprecia parado en actitud pasiva y en otra siendo
detenido, y entre cuyos efectos también se incautó una cámara Canon y
lentes para cámara fotográfica, vistos además en otros DVDs con
filmaciones suministradas por diversos medios, en todos los casos filmando
y fotografiando, no encentrarían relación con las menciones genéricas que
se han formulado a su respecto.
En síntesis, entendió el Tribunal que no hay
una prueba directa o suficiente que relacione a los nombrados con la
comisión de algún delito.
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Dentro de esta perspectiva se analizó el caso de
autos, ya que la irrupción de estas personas en la Plaza de Mayo, en
actitud provocadora, portando elementos intimidantes, no compatibles
con el motivo que originara la marcha que se estaba llevando a cabo,
explican el posterior desarrollo de los acontecimientos, dando cuenta de
la existencia de una voluntad subyacente cuya acreditación debe ser
establecida bajo los parámetros subjetivos señalados y en forma individual
para cada uno de los involucrados en los hechos en cuestión.
Por otra parte, el art. 239 del mismo cuerpo
normativo reprime al que “…resistiere o desobedeciere a un funcionario
público en el ejercicio legítimos de sus funciones o a la persona que le
prestare asistencia a requerimiento de aquél o en virtud de una obligación
legal”.
Tal como lo sostuvo el Magistrado, hay consenso
en la doctrina y jurisprudencia acerca de que el bien jurídico protegido es “la
libre acción del funcionario público en el ejercicio legítimo de su función”,
mientras que “en el atentado a la autoridad” lo que se menoscaba es la
libertad de determinación del oficial público, es decir su libertad de decisión
en el ejercicio de su función.
En tal sentido, la distinción radica en que en el
atentado a la autoridad “se impone un hacer, suprimiéndose la libertad de
decisión del funcionario público para reemplazar sus determinaciones por las
propias”, mientras que en la resistencia “el designio comienza a ser llevado a
cabo y es a esta realización a lo que el sujeto activo se opone”.
A mayor abundamiento, y en cuanto a su
estructura, la acción típica consiste en resistir a un funcionario público en el
ejercicio de sus funciones, empleando la fuerza para oponerse al
cumplimiento de la orden impartida por la autoridad, trabándose así el
ejercicio legítimo de la función cuando el funcionario ya está actuando.
Asimismo, la jurisprudencia también ha definido a la acción típica como al
esfuerzo físico empleado por el sujeto activo que exige el empleo de la fuerza
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por parte de la autoridad. Para ello es necesario que la acción del agente
haya revestido la entidad suficiente como para comprometer el desarrollo del
acto funcional que se está llevando a cabo. En tal sentido configura el delito
de resistencia a la autoridad la conducta del imputado de resistirse a una
orden que suponía la propia pérdida de la libertad, en tanto provenía del
policía que intentaba detenerlo en razón del delito que había cometido.
Así, se trata de un delito doloso con voluntad de
impedir u obstaculizar la ejecución del acto funcional, por lo que sólo es
posible el dolo directo (confr. D’Alessio, Andrés, Código Penal comentado y
anotado: 2da edición actualizada y ampliada/Andrés D’Alessio y Mauro A.
Divito -2da ed.-Buenos Aires: La Ley, 2009, Tomo II, pág. 1178/9).
En esa inteligencia, y en virtud de todo lo
expuesto, las circunstancias relatadas en relación a cada uno de los
imputados acreditan con demasía la tipicidad que reclama el concurso
delictual endilgado.
Reitero: se ha procedido a fundar el fallo
únicamente en base a lo que esa Alzada calificó como afirmaciones y
valoraciones genéricas, además de los dichos de los propios imputados -que
se contraponen a lo verificado-, fragmentando y desconociendo elementos
probatorios de cargo que lucen claramente de la lectura de la causa,
omitiendo adentrarse en la globalidad de los sucesos, de los que
prácticamente se aísla. En el precedente “Vianini” la Corte Suprema la
corte Suprema fulminó una resolución que contenía este mismo vicio.
De este modo, bajo las condiciones reseñadas, tal
pronunciamiento debe ser descalificado como acto jurisdiccional válido, pues
no media relación directa e inmediata entre lo resuelto y las constancias
comprobadas en la causa.
Desde esta óptica, los extremos señalados e
interpretados bajo el imperio de la sana crítica racional, imponen llegar a una
conclusión diametralmente opuesta a la signada por el Tribunal.
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En ese sentido, bien se ha señalado que para que
proceda el sobreseimiento la ausencia de responsabilidad debe ser evidente,
requiriéndose para ello certeza y no duda, pues dicho temperamento cierra
definitiva e irrevocablemente el proceso con relación a quien se dicta (confr.
D'Albora, Francisco J., "Código Procesal Penal de la Nación. Anotado.
Comentado. Concordado", 9ª edición corregida, ampliada y actualizada por
Nicolás D'Albora, Buenos Aires: Abeledo Perrot, 2011, pág. 599), la certeza
debe erigirse sobre elementos probatorios suficientes que acrediten en el
caso su ajenidad al hecho enrostrado y que resistan el embate de aquellos
pendientes de producción, atento a la etapa de investigación que se transita.
Dejar que adquiera firmeza el pronunciamiento del
pasado 6 de diciembre del corriente, implica aceptar la vigencia de una
resolución que entra en pugna con la correcta administración de justicia, al
contener “vicios intrínsecos advertidos en el acto jurisdiccional, vinculados
con la violación de las reglas de la sana crítica, [que] le confirieron al fallo
una fundamentación tan sólo aparente y por ende arbitraria” (confr. CFCP
Sala I, causa nro. 49 “Almeyra, María Del Rosario s/recurso de queja”,
resuelta el 10/12/93 y causa nro. 76 “Jajan, Emilio s/recurso de queja”,
resuelta el 4/02/94; entre muchas otras).
Sentado lo expuesto, es claro que en el presente
caso ha mediado inobservancia de la ley procesal, sancionable con nulidad,
ya que la omisión o el carácter sólo aparente de la fundamentación del acto
jurisdiccional lo tiñe de arbitrario por afectación del principio lógico de razón
suficiente y compromete la debida motivación que, bajo esa sanción,
prescriben los arts. 123 y 404, inc. 2° del CPPN, reglamentarios de la
garantía constitucional de la defensa en juicio en cuanto exigen que las
decisiones judiciales sean fundadas y constituyen una derivación razonada
del derecho vigente en relación con las constancias de la causa (confr.
CFCP, Sala I, causa n° 172, “Arias, Laura S. s/recurso de casación” con reg.
n° 264, rta. el 10/8/94).
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CONSIDERACIONES FINALES
Los hechos que acabamos de ilustrar han
recobrado hoy dolorosa actualidad. Las dos vergonzosas jornadas vividas en
las inmediaciones del Congreso de la Nación en los últimos días (14 y 18 de
diciembre) en ocasión del debate parlamentario por la reforma de la
legislación previsional evidencian un patrón común con lo sucedido en la
ocasión que originó estos actuados. No encuentro grandes diferencias entre
esas horas infaustas de esta última semana y los hechos del 1 de
Septiembre que aquí analizamos salvo, quizás, que los delincuentes han
progresado en organización, táctica y armamento. Ya no vale tildarlos de
“revoltosos” o “agitadores” cuando las imágenes de la televisión y la crónica
de los periódicos nos muestran el disciplinado accionar de una milicia
sincronizada con jefaturas, logística y previsión de pertrechos ofensivos y
defensivos suficientes para llevar a cabo sus designios de inhabilitar a través
de la violencia y la acción directa, la convivencia democrática.
Tanta liviandad para calificar a esos criminales en
la categoría casi como “jóvenes idealistas” nos conduce por un camino que
ya costó demasiada sangre y demasiadas vidas en el pasado como para que
recaigamos en esa ingenuidad letal. A mí, que viví esos tiempos aciagos, no
me conmueven los cánticos que suelo escuchar bajo la ventana de mi
despacho en los que se reclama “libertad a los presos por luchar” cuando sé
muy bien que no es precisamente por eso que están presos, las pocas veces
en que realmente lo están, y que lo que deberíamos lamentar profundamente
es que su prisión sea, por lo general, tan efímera y poco duradera.
Tal vez parezca el capricho de un viejo maniático o
un desvío insustancial de mi argumento, pero no me parece que sea gratuito
ni inocuo este “neolenguaje” seráfico y angelical que se esfuerza por
persuadirnos de que, a veces, no queda más remedio que dejar cierto
margen de acción a estos salvajes o que es preferible soportar injustos,
lesiones y atropellos para evitar que estos grupos, con capacidad de
movilización, estructura organizativa y gimnasia tumultuaria, aprovechen la
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intervención policial para incrementar su violencia y generar consecuencias
aún más gravosas. No estoy de acuerdo con esa idea; por eso rechazo que
se designe como “jóvenes manifestantes” a una turba de canallas y
facinerosos. ¿Por qué lo hacemos?, ¿es más “progre”?; no, es más
irresponsable. Últimamente ni siquiera se habla de los jubilados, ahora se
llaman “los abuelos”, ¿es más tierno?, no, es más hipócrita. Empecemos por
llamar a las cosas por su nombre a ver si nos entendemos mejor.
Esa caravana delictiva que pretenden vendernos
como una simple marcha para oponerse a ideas o decisiones políticas es ni
más ni menos que lo que ya demasiadas veces vimos: una hueste violenta y
peligrosa de sujetos pendencieros y agresivos organizados, encapuchados y
blandiendo armas caseras o palos que se desplazan a voluntad por zonas
aledañas a edificios públicos emblemáticos, agrediendo a todo lo que se les
oponga, especialmente si se trata de agentes de las fuerzas de seguridad, y
destrozando bienes materiales públicos –plazas, monumentos- de manera de
generar e incrementar el caos social. Ya sé que con estas pobres palabras y
esta mínima descripción no logro plasmar una representación acabada de los
hechos ocurridos ni las consecuencias que éstos crearon. Baste con concluir
que son intolerables en un Estado de Derecho como el que pretendemos que
impere en la Argentina; son, en definitiva, la base de un conjunto de delitos
que deben ser investigados.
El fastidio social que queda al día siguiente al de
la barbarie, los desmanes que, como mudos testimonios, nos escupen en la
cara nuestra incapacidad para poner remedio a tanta ferocidad y salvajismo,
el dolor de los que sufrieron heridas o contusiones, más la inquietud por el
cálculo aproximado de los costos y esfuerzos que demandará la reparación,
nos exigen una respuesta inmediata y terminante. La gravedad y reiteración
de la situación, la altísima posibilidad de que durante todo el año próximo
(Argentina será sede de importantes eventos y reuniones internacionales) las
calles vuelvan a ser zona ocupada por estas bestias y la cándida y angélica
visión de los que confunden manifestaciones públicas legales y pacíficas con
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