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Carole Mortimer
Argumento:
Debido a su juventud, Alexandra no dudaba que su hermana Gail se
opondría a su matrimonio con Roger Young.
Eso era comprensible, pero ¿por qué se inmiscuía en su vida el cuñado de
Gail, el arrogante Dominic Tempest?
Todo pareció aclararse cuando Alexandra descubrió que el odio que sentía
hacia Dominic se había convertido en amor.
Pero, ¿a qué conducía? Aunque él confesara que la amaba tanto como ella a
él, la experiencia amarga que éste había tenido con mujeres le convirtió en
un hombre desconfiado, con miedo a comprometerse emocionalmente.
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Capítulo 1
—¿Otra vez viene a comer? —preguntó Alexandra, al ver los cuatro servicios
puestos en la mesa. Gail suspiró, mirando a su hermana menor con cierta
impaciencia.
—Si te refieres a Dominic, dilo así —murmuró, dirigiéndose a la cocina.
—Está bien. ¿Viene Dominic a comer otra vez?
—Bueno, ya sabes que siempre lo hace con nosotros los domingos, no sé porqué
me lo preguntas. Ahora, si no tienes nada mejor que hacer, tal vez quieras ayudarme
a secar las copas de vino. Hoy tenías que cocinar tú —añadió con severidad—.
¿Dónde fuiste después de desayunar?
—A ver a Roger —Alexandra frotó las copas con un paño hasta que brillaron,
antes de colocarlas en la mesa. Una leve sonrisa apareció en sus labios al pensar en el
hombre que amaba.
Su hermana frunció el ceño.
—No haces otra cosa en estos días.
—Bueno, si me hubierais dejado casarme con él, no tendría que ir a verle a casa
de sus padres, estaríamos siempre juntos.
—Eres demasiado joven para casarte —declaró Gail enfáticamente—. Tienes
diecisiete años y hace tan sólo cuatro meses que conoces a Roger.
—¡Oh, eso no es verdad! Vivimos hace años en este lugar.
Alexandra puso el vino en el refrigerador, para que se enfriara.
—Sólo llevamos en esta casa tres años, y tú has pasado dos años y medio en el
internado —Gail sacudió la cabeza al ver el gesto caprichoso de su hermana.
—A mí me parece que le conozco hace siglos —insistió Alexandra.
Recordó emocionada la primera vez que vio a Roger, cuatro meses antes,
durante un baile. Le impresionó su atractivo. Era un muchacho de aspecto rudo, de
cabello oscuro. Él también pareció impresionado por ella. Desde entonces se veían
todos los días sin aburrirse un solo momento.
Gail le dirigió una sonrisa.
—Yo no llamaría siglos a cuatro meses —dijo, mientras continuaba preparando
la comida—. Los invitados no tardarán en llegar.
Alexandra hizo un gesto de disgusto.
—Sí, supongo que ese título sienta muy bien a Dominic —dijo con desprecio;
sus ojos azules cambiaron de color por la furia.
—Tiene un trabajo muy interesante —le defendió Gail—. No hay muchos
hombres dispuestos a correr los riesgos que él corre.
—¡Oh, me doy perfecta cuenta de ello! —dijo Alexandra sin que su desprecio
amainara—. El recorrer el mundo filmando el desastre más reciente parece fascinarle.
Le importó más eso que su matrimonio.
Gail contestó enfadada.
—Tú no tienes ningún derecho a juzgarle. ¿Cómo sabes si no aceptó ese trabajo
para huir de su matrimonio? Él y Marianne no estaban hechos el uno para el otro.
—Puedes decir eso ahora, que están divorciados. Pero debieron estar
enamorados alguna vez.
—No lo niego. Lo que quiero decir, es que no fue su trabajo la causa por la que
Marianne le dejó. Probablemente ella era demasiado joven cuando se casaron, y eso
es por lo que él… —Gail se mordió el labio inferior para no continuar.
—¿Sí? —preguntó Alexandra, notando la mueca de su hermana.
—Nada. No tiene importancia.
—Por tu actitud, debe ser importante —los ojos azules de Alexandra se
empequeñecieron—. Vamos, Gail, te conozco muy bien. Sé que me ocultas algo.
—No seas tonta. Creo que llega un coche —dijo Gail con desesperación.
—No te preocupes por eso. Dime que fue lo que hizo Dominic.
—Te digo que no era nada.
—Era algo relacionado conmigo, ¿verdad? Algo que tenía que ver con que soy
demasiado joven para casarme, ¿no es cierto, Gail?
—Sí, lo discutimos con él. Y dijo que no le parecía buena idea. Ahora, cálmate,
Alexandra —le suplicó su hermana, al ver cómo se encendían de furia sus ojos. Yo lo
había hablado con Trevor y habíamos llegado a la misma conclusión.
—Pero fue la opinión de Dominic la que os convenció. ¡No lo niegues! —
exclamó Alexandra con violencia—. No le voy a permitir que interfiera en mi vida. ¡Y
voy a decírselo ahora mismo! —se dirigió hacia la puerta con paso firme.
—¿Adonde vas? —preguntó Gail alarmada.
—A ver al dictador Dominic Tempest.
—Pero él va a llegar aquí en cualquier momento.
Alexandra sonrió con perversa satisfacción.
—Tal vez, pero ahora voy a buscarle.
—¡No quiero que provoques una escena, Alexandra! —suplicó Gail, con aire
cansado.
—¡Yo no he provocado esta escena! ¡Fue Dominic! Siempre quiere imponer su
opinión. Lo siento por ti, Gail, que tienes que aceptarlo porque es tu cuñado. Pero él
no es nada mío. No le conozco y deseo que le suceda otra desgracia para que se
marche.
—¡Alexandra!
—Ya sé que no debo hablar así, pero no resisto que venga por aquí y ya lleva
cuatro semanas… Y ahora tengo una razón más para odiarlo. Bueno, nos vemos,
Gail.
—Pero tu comida ya está lista —exclamó su hermana.
—He perdido el apetito.
Trevor estaba en el vestíbulo, quitándose la chaqueta. La miró sorprendido, al
ver que pasaba frente a él, en dirección a la puerta.
—¡Oye! —exclamó—. ¿Los doctores que vuelven del trabajo no merecen un
beso?
Alexandra se volvió para darle un beso rápido. Le quería como a un hermano.
Él y Gail se habían hecho cargo de ella cuando murió su madre, hacía cuatro años. Su
padre había muerto cuando era muy pequeña y casi no lo recordaba, lo cual facilitó
que Trevor, su cuñado, diez años mayor que ella, se convirtiera en la figura paterna.
Pero ahora estaba demasiado furiosa para recordar todo.
—Nos veremos después, Trevor —dijo, dirigiéndose de nuevo a la puerta.
—Pero, ¿a dónde vas?
—Tengo que salir un momento. No tardaré.
—Primero Dominic y ahora tú —él sacudió la cabeza sin comprender—. Espero
que a Gail no le moleste servir la comida más tarde.
—¿Va a tardar Dominic? —preguntó ella.
—Sí, parece que se le presentó algo inesperado. Dijo que tardaría en llegar
media hora.
—Estoy segura de que Gail puede esperar —le dirigió una sonrisa irónica—.
Estaré de regreso para entonces.
El se encogió de hombros con resignación.
—Está bien.
Alexandra puso el motor de su coche en marcha y se dirigió a gran velocidad
hacia la mansión de Tempest.
El coche de Dominic estaba aparcado en frente de la casa, listo para salir, pero
se dio cuenta de que había otro coche.
No tuvo tiempo de pensar en eso, porque al bajar de su coche vio salir a dos
personas de la casa. El hombre era, sin lugar a dudas, Dominic Tempest. No había
modo de confundir aquel físico poderoso; de facciones atractivas, piel bronceada y
cabello rubio. No conocía a la mujer que le acompañaba, aunque tenía un aspecto
vagamente familiar. Los dos reían.
Así que no era algo, sino alguien, lo que había entretenido a Dominic.
Alexandra observó a la pareja unos minutos, sin ser vista. Vio con disgusto cómo
Dominic inclinaba la cabeza para besar a la mujer apasionadamente.
que tu invitada no durmió en otra cama que no fuera la tuya. ¿Es tu amante más
reciente? Dominic arqueó las cejas.
—¿Qué tiene eso que ver contigo?
Ella se encogió de hombros.
—Era simple curiosidad —le miró con sus grandes ojos azules.
—Sí —contestó él agresivo—. Es mi amante, ¿y qué?
—Pero no intentas casarte con ella, supongo.
—No intento volver a casarme… ¡nunca!
—¿Y ella lo sabe?
—Oh, sí —sonrió—. Sabrina sabe exactamente lo que siento por ella.
—Me imagino —la boca de Alexandra se torció con un gesto de disgusto—.
Pero yo insisto en que no tenías derecho a interferir en mi vida. Amo a Roger y
quiero casarme con él.
—Yo no lo impedí. Simplemente le dije a Gail y a Trevor que…
—No lo considerabas una buena idea —le interrumpió ella—. Pero no tenía
nada que ver contigo, absolutamente nada.
—Estoy seguro de que lo que dije no influyó en su decisión. Ellos tenían ya
pensado lo que iban a hacer.
Ella movió la cabeza de un lado a otro.
—No estoy de acuerdo. Creo que les influiste lo suficiente. Casi no se atreven a
respirar sin tu permiso. Sé que les has ayudado mucho desde que se casaron, pero yo
no quiero tus cuidados. No quiero que te metas en mi vida.
—Un poco tarde para eso, ¿no?
Ella lo miró fijamente.
—¿Qué quieres decir?
El se encogió de hombros.
—Nada importante. Aceptemos que soy el malo de la obra y olvidémoslo.
—Dominic —le agarró del brazo—, por favor, dímelo —suplicó ella.
—Vámonos ya —dijo él consultando su reloj—, no hay nada que decir. Nos
hemos retrasado ya más de media hora. Hablaremos después…
—¡Quiero que hablemos ahora…!
Charles, el mayordomo de Dominic, apareció en la puerta.
—Una llamada para usted, señor. Es el señor Trevor.
—Dile que ya voy hacia su casa. Charles —contestó Dominic.
—Ya se lo dije, señor, pero dice que necesita hablar con usted urgentemente.
—Muy bien, Charles. Contestaré en un momento.
Capítulo 2
Roger se levantó con violencia.
—Oiga, ¡no puede decir esas cosas! Alexandra no es responsable de…
—Creo que Alexandra sabe que es del todo responsable —le interrumpió
Dominio—. Sabía lo delicada que estaba Gail, pero tenía que hacerle una escena por
su absurdo resentimiento hacia mí. Salió de la casa jurando vengarse, por una ofensa
que según ella cometí.
—Pero usted…
—Tiene razón, Roger —dijo Alexandra con voz triste—. Salí de casa con la
intención de ir a reclamarle y se lo dije a Gail. Está de ocho meses de embarazo y debí
haberme dado cuenta de que eso la preocuparía.
—¡Claro que debiste haberlo hecho! —dijo Dominic con brusquedad—. Ya te
dije antes que eres muy egoísta. Ahora, si ya estás lista, voy a llevarte al hospital. Gail
querrá verte, seguramente.
—¿No le pasará nada? —preguntó ella con ojos suplicantes.
—Con descanso y bajo vigilancia médica, creen que se pondrá bien… aunque
no será gracias a ti.
—¡Basta, Tempest! —dijo Roger enojado—. ¿No se da cuenta de lo afectada que
está? No hay necesidad de recalcar tanto las cosas.
—¡Sí que la hay! —dijo Dominic con decisión—. Alexandra tiene que aprender
que su falta de consideración puede hacer daño a las personas. Por fortuna, el niño
no se adelantará a la fecha prevista.
Alexandra levantó sus ojos angustiados hacia él.
—No se adelantará, ¿verdad?
—No —la miró con impaciencia—. ¿Estás lista para venir? Porque yo vuelvo al
hospital ahora mismo, vengas o no. Trevor necesita compañía en estos momentos.
Se dio la vuelta para dirigirse hacia el coche.
—¡Dominic! —gritó ella, echando a correr—. ¡Espérame!
—No tengo tiempo —murmuró.
Alexandra se aferró a su brazo.
—Por favor, Dominic —suplicó—, dime cómo está Gail.
El la miró fríamente.
—Te lo diré en el coche, si realmente quieres saberlo. Pero ya he perdido mucho
tiempo, hace más de una hora que te busco. ¿Por qué no te detuviste cuando te hice
las señas?
—Yo…
—Entonces, ¿por qué? ¿Por qué tiene que quedarse Trevor en el hospital? Yo
puedo cuidarle perfectamente.
—No lo dudo. Pero, ¿se te ha ocurrido pensar el daño que podría hacer a la
carrera de Trevor y a su matrimonio con Gail, si te quedaras en casa sola con él?
—¿Qué insinúas? —exclamó ella—, ¡Trevor es mi cuñado!
—No seas absurda, ¿crees que eso le importa a la gente de aquí? ¡No seas
estúpida! Lo único que pensarían es que Gail, con ocho meses de embarazo, ha sido
llevada al hospital, y que su marido y su hermana joven están viviendo juntos y
solos. Este es un pueblo, Alex… y estas cosas dan de qué hablar a la gente.
—Pero seguramente no pensarían… —pero se dio cuenta de que sí lo harían —.
¡Qué asco!
—Sí, así es.
—No veo que esté en mejor situación viviendo contigo. Todos conocemos tu
reputación —agregó con perversidad.
Dominic sonrió, burlonamente.
—Pero yo tengo criados que pueden evitar los comentarios. Y en lo que a mí se
refiere, nunca me han gustado las adolescentes rebeldes.
—¡Te odio! —dijo ella furiosa.
—No me importa lo que sientas por mí. Y tú no eres tampoco muy simpática.
Pero intentaré soportarte las próximas semanas, por Gail, y espero que tú hagas el
mismo esfuerzo.
—Pero, ¿por qué? Puedo vivir sola en la casa. Gail no tiene por qué enterarse.
—Pero lo sabría.
—¿Por qué? ¿Tú se lo dirías? No creo que tengas muchas ganas de tenerme en
tu casa.
—Claro que no —reconoció con frialdad—. Pero la gente del pueblo visitará a
Gail, seguramente. Y bastaría la indiscreción de cualquier persona, respecto a donde
vivas, para que ella sufriera un ataque de nervios.
—Pero yo podría…
—¡Por Dios, Alexandra, crece ya! —dijo él con brusquedad—. Deja de pensar
tanto en ti. Gail no puede tener un disgusto más, ¿no entiendes? Yo no estoy en casa
la mayor parte del tiempo, si eso te sirve de consuelo. Los miércoles y jueves estoy en
Londres, grabando el programa.
—¿Por la noche también?
—Si —contestó con un gesto de burla.
—Es cuando visitas a la señorita Gilbert.
—Sí.
—Debes tener todo un harén, ¿verdad?
—Sólo me conformo con una. Además, no tengo mucho tiempo para las
mujeres. Tengo que trabajar. Ah, por cierto —comentó él en forma casual—, no me
importa que recibas a Young de vez en cuando, pero no me gustaría tropezarme con
él a cada paso.
Alexandra le miró furiosa.
—¿Me permites hacer el mismo comentario respecto a la señorita Gilbert?
—No.
—Me lo imaginaba. No te preocupes, Dominic. Si quiero ver a mis amigos, los
veré en otro lugar que no sea tu casa.
—No hay necesidad de llegar a esos extremos —dijo él con sorna.
Charles los recibió en el vestíbulo.
—Tengo ya lista la habitación de la señorita Page, señor.
Dominic asintió y arrojó las llaves del coche en una mesita.
—Gracias, Charles. Tal vez quieras refrescarte un poco antes de tomar el té,
Alexandra.
—Gracias —aceptó—. Me gustaría hacerlo.
—La llevaré a su habitación, señorita —dijo Charles, muy seriamente.
Era una habitación preciosa, decorada en verde limón y blanco. Tenía su propio
cuarto de baño, un lujo del que nunca antes había disfrutado. Ella y Trevor
generalmente competían para ver quién era el primero en llegar al baño por la
mañana.
Se enjuagó rápidamente las manos y la cara, cepilló su cabello y se puso brillo
en los labios. Los rumores de su estómago eran ya demasiado intensos para seguirlos
ignorando. No había comido nada desde el desayuno y se estaba muriendo de
hambre.
Dominic estaba sentado en el salón cuando ella entró. Sus pantalones gris claro
y la camisa negra contrastaban con el desaliño de ella. Bueno, ¿cómo iba ella a saber
que esa tarde estaría tomando el té con el famoso Dominic Tempest?
—Siéntate, Alexandra —dijo él, impaciente—. Será mejor que sirvas el té, como
buena anfitriona.
Ella se ruborizó al comprender que se estaba burlando.
—Prefiero no hacerlo.
—Oh, vamos, Alex. Estoy tan hambriento como tú. Yo también me quedé sin
comer, ¿recuerdas?
Ella tomó la tetera de porcelana.
—No sabía que tuvieras necesidades tan humanas como la de comer.
—También tengo otras necesidades humanas —contestó el, burlón.
—En esta casa, tal vez no. Gail y Trevor no lo hubieran permitido. Ahora, vete a
casa. Quiero hablar con tu amiguito.
—Alexandra, yo… —dijo Roger, cogiéndola del brazo, cuando pasó junto a él.
Ella retiró violentamente el brazo.
—¡Déjame en paz! —le miró con lágrimas en los ojos—. ¡No vuelvas a tocarme
nunca!
—Alexandra, yo no quería…
—¡Sé exactamente lo que querías hacer! —exclamó—. Y no tendrás una segunda
oportunidad. ¡Adiós!
Capítulo 3
Alexandra nunca supo cómo consiguió llegar a casa de Dominic. Cuando entró
en su habitación, comenzó a llorar. ¿Cómo pudo Roger… cómo pudo…? Él lo había
intentado cuando empezaron a salir juntos, pero ella le puso en su lugar y desde
entonces la había tratado con el mayor respeto.
Pero esa noche había perdido el control de sí mismo. Y estaba segura de que si
Dominic Tempest no se hubiera presentado tan oportunamente, no habría aceptado
un no por respuesta.
Se enjugó rápidamente las lágrimas que cubrían sus mejillas, cuando alguien
llamó a la puerta.
—Pase —dijo con voz ronca.
Dominic entró en la habitación.
—¿Estás bien? —preguntó con suavidad.
Tal vez si él no se hubiera mostrado tan gentil, las cosas habrían sido más fáciles
para ella, pero la mirada compasiva que había en sus ojos acabó con Alexandra.
—¡Oh, Dominic! —exclamó—. ¡Me siento… me siento tan humillada!
El se sentó en la cama, la rodeó con sus brazos y acunó su cabeza en su propio
hombro.
—Vamos, vamos. ¿Dónde está esa fierecilla a la que estoy tan acostumbrado?
Alexandra tragó saliva, sin dejar de llorar.
—Parece haber desaparecido.
—Por el momento —bromeó él.
Ella se estremeció en los brazos de Dominic.
—¡Fue tan horrible! Si tú no hubieras llegado… él habría… él habría…
—Se dejó arrastrar por las circunstancias, Alex —dijo él con gentileza—. Hablé
con él cuando te fuiste. No pudo contenerse… tienes que esperar eso, si pones la
tentación en su camino.
—Pero yo no hice nada… no lo hice —negó ella indignada—. Al menos, no
intencionadamente.
—Tengo una noticia que darte. No necesitas hacerlo intencionadamente —
sonrió Dominic.
Ella se retiró de él y un nuevo pánico la invadió.
—Por favor, yo…
—Cálmate, Alexandra. No tienes nada que temer de mí. No podemos
soportarnos, ¿lo recuerdas7
Ella le dirigió una tímida sonrisa.
—Lo siento, tengo los nervios destrozados. Yo no esperaba eso de Roger. Pensé
que me quería.
Dominic se puso de pie.
—Eres muy inocente, Alex. Esto ha ocurrido porque él creía amarte. A su edad
no tiene uno mucho control; cuando se vuelve uno viejo, como yo, se necesita algo
más que una cara bonita y un cuerpo joven para que uno se encienda. Y él lamenta
mucho que haya sucedido. No hizo otra cosa que pedir disculpas. Está sufriendo,
Alex, si eso te consuela.
—No. no me consuela.
—Comprendo que te hayas asustado —dijo Dominic muy serio—. Y me doy
cuenta de que lo que vi esta noche no había sucedido antes. Estabas muy alterada.
—¡Fue horrible, espantoso!
—Oh, Alex. No creo que haya sido para tanto. Después de todo, si hubierais
estado casados, como queríais, habríais llegado más lejos.
—Sí, lo sé, pero… ¡no sería lo mismo!
—Claro que lo sería —la contradijo él—. Sería exactamente lo mismo. ¿Tú amas
a Roger?
—Sabes muy bien que sí —dijo ella con resentimiento.
—¿Y nunca has sentido la misma tentación que él?
Ella se ruborizó intensamente.
—No, nunca.
—Entonces no lo amas —declaró él con toda tranquilidad, caminando hacia la
puerta.
—¿Cómo puedes decir eso? —Alexandra se puso de pie—. ¿Cómo puedes saber
lo que siento por él? No puedes juzgar tan superficialmente las cosas.
Dominic abrió la puerta.
—No necesito hacerlo para saber cuáles son tus sentimientos hacia él.
—Yo no dije…
—Dijiste que nunca habías tenido la tentación, que viene a ser lo mismo. Bueno,
es casi hora de cenar. Nos vemos más tarde… —se detuvo y buscó algo en los
bolsillos de sus pantalones—. Toma la llave de la casa, por lo que me has dicho, no
creo que vuelvas allí con el joven Young.
—Tú… —empezó ella.
—Nos veremos en la cena, Alex.
—No creo que quiera cenar.
Dominic se encogió de hombros.
—Como quieras.
Gail tenía muy buen aspecto cuando fue a visitarla la tarde siguiente. Alexandra
puso en un florero el ramo de flores que le había llevado, y se inclinó a besarle la
mejilla.
—Te encuentro muy bien.
—Será que Trevor acaba de irse —murmuró Gail, ruborizándose.
Alexandra se echó a reír y pasaron algunos minutos hablando de los arreglos
que había realizado en la casa y de su nueva vida en la casa de Dominic.
—Lo malo es que me estoy acostumbrando a que me lo den todo hecho —
confesó Alexandra sonriendo.
—Pues más vale que no te acostumbres —le aconsejó Gail echándose a reír—.
Va a haber mucho que hacer cuando vuelva a casa con el niño. Estoy deseando que
nazca ya y aunque se supone que yo estoy aquí descansando, el niño está más activo
que nunca.
—Estás muy segura de que va a ser varón, ¿no? —bromeó Alex.
—Más vale que lo sea… ¡o Trevor y Dominic no me lo perdonarán! Los dos
quieren un niño.
—Pero eso no le importa a Dominic —dijo Alexandra muy seria.
—Va a ser su tío —contestó Gail, mirándola fijamente.
—Bueno, yo voy a ser su tía, y no pretendo que sea niña —dijo, echándose a
reír, para disimular su incomodidad—. A mí no me importa lo que sea.
—A mí tampoco —declaró Gail con firmeza—. Y Dominic lo querrá igual, sea
niño o niña.
Una enfermera apareció entonces para decirles que la señora Tempest debía
dormir y Alexandra se levantó de la silla para marcharse. En esos momentos entró
Trevor y saludó a su cuñada con un beso en la mejilla.
—Hola, bonita. ¿Cómo te trata mi hermano?
—Muy bien, gracias. ¿Qué tal es tu habitación?
El hizo un gesto de desagrado.
—No me preguntes.
—Toda la noche tuvo los pies fríos —dijo Gail, riendo.
Alexandra rio con ella y se despidió de su hermana con un beso.
—Bueno, yo me marcho.
—¿Puedes decirle a Dominic que lo llamaré esta noche? —le preguntó Trevor—.
Lo único es que no sé a qué hora podré hacerlo.
—Se lo diré si le veo. Pero es un hombre muy ocupado, como tú sabes. Hoy no
lo he visto en todo el día. Bueno, nos vemos mañana…
Al llegar a la casa se dirigió directamente al salón. Se detuvo bruscamente al ver
que Dominic se encontraba allí, leyendo el periódico.
Roger seguía tan enamorado como antes. Eso resultó aparente en cuando la
besó al llegar. Ella sintió el placer de su abrazo, pero no había ya la emoción
cosquilleante de antes.
Después de la cena subieron a la habitación de Roger a escuchar discos.
—Estás muy callada —comentó Roger preocupado.
—Lo siento, no me había dado cuenta —dijo ella y sonrió.
—Ya no estás enfadada conmigo, ¿verdad? —se sentó junto a ella, en el sofá—.
Pensé que me habías perdonado.
—No había nada que perdonar —contestó ella, nerviosa—. Me porté como una
tonta.
—Un beso… y todo quedará olvidado —sugirió él.
—Ahora no. Roger. Vamos a escuchar los discos…
—Yo prefiero besarte, a escuchar música —dijo él, con disgusto.
—Después de lo de anoche, creo que debemos tomar las cosas con un poco más
de calma —insistió ella con firmeza—. Seamos amigos solamente, por un tiempo.
—No lo dices en serio, ¿verdad, mi amor? —preguntó vacilante, mirándola a la
cara.
—Sí, Roger. Estoy preocupada —se retiró el cabello de la cara—. Ya no sé lo que
quiero… —excepto que no quería casarse con él.
—No te entiendo —dijo Roger sacudiendo la cabeza.
Ella tocó la frente de él, tratando de quitarle el ceño fruncido.
—No me entiendo yo misma, Roger.
—Pero… nos vamos a comprometer muy pronto. Este fin de semana pensaba
comprar el anillo. Me disculpé por lo de anoche, Alexandra, no puedo hacer más.
—Y acepté tu disculpa. Es sólo que lo de anoche me demostró que no estoy lista
todavía para el matrimonio —ella lo miró con ojos suplicantes—. Seguramente tú
comprendiste eso también, ¿no?
—Yo sé que lo de anoche te alteró. Pero es sólo porque no estamos casados
todavía. Desde luego, no podías permitirme que te hiciera el amor. Fue muy tonto de
mi parte esperar otra cosa. Pero una vez que estemos casados…
—¡No! —dijo ella con voz aguda—. No puedo casarme contigo. ¡No puedo!
Roger no se movió con suficiente rapidez para impedir que saliera y logró llegar
casi hasta la puerta del frente, antes de que nadie le detuviera.
—¿Te vas ya, cariño? —la señora Young salía de la sala en ese momento.
—Pues… sí… yo… al señor Tempest no le gusta que llegue tarde —dijo
Alexandra a toda prisa.
—Lo entiendo. Tiene razón. Entonces, buenas noches, Alexandra.
Capítulo 4
Llamó por teléfono a Roger a la mañana siguiente y se disculpó por haberle
dejado de aquel modo. Quedaron en comer juntos. A Roger no le iba a gustar nada la
situación, pero al menos podría explicarle su comportamiento con él.
—¿Así que no te quieres casar conmigo? —preguntó él, dejando un momento
de comer. El restaurante que habían escogido estaba lleno de gente.
—Sólo digo que no estoy segura y si estoy insegura, creo que es mejor esperar.
—¿El que estés viviendo con Dominic Tempest tiene algo que ver con esta
incertidumbre tuya? —preguntó él, enojado.
—¡No estoy viviendo con él! —exclamó enrojecida de furia—. ¿Por qué tiene la
gente que decirlo de ese modo?
—¿Quién más lo ha dicho?
—Sólo Gail.
—Probablemente ella lo dijo porque también ha notado el cambio en ti.
—No digas tonterías, Roger. No he cambiado nada.
—No soy yo el que está diciendo tonterías. Te imaginas que te has enamorado
de Tempest, ¿no es eso?
—¿Cómo puedes sugerir tal cosa? Sabes que no puedo aguantar a ese hombre.
—También sé que desde que estás viviendo con él has cambiado conmigo. Hice
una cosa estúpida el domingo, lo reconozco; pero hace algún tiempo no le hubieras
dado ninguna importancia. Cielos, no era la primera vez que iba demasiado lejos.
¿Por qué has hecho tanto alboroto esta vez?
Ella suspiró ante su falta de comprensión.
—Te lo estoy tratando de explicar, Roger, pero no me escuchas.
—Te escucho, pero lo que dices no tiene sentido.
—No lo tiene porque no me dejas terminar —protestó ella impaciente—. No
estoy insegura respecto a nuestro matrimonio porque reaccioné de esa forma violenta
el domingo por la noche. ¿No lo ves? Si yo te amara, querría que me hicieras el amor,
estuviéramos casados o no.
—No, Alexandra. Eres demasiado inocente para eso.
Ella lo miró ansiosamente.
—¿Tú crees que realmente es ésa la razón? ¿De veras?
—¡Claro que sí! Tú no eres el tipo de mujer que tiene relaciones ilícitas y ambos
sabemos que no podemos casarnos hasta dentro de seis meses. Si nos adelantamos,
creo que lo arruinaríamos todo.
—Jamás habíamos discutido este tipo de cosas. Yo… es…
—Sí, es penoso, lo sé. Pero es algo de lo que tenemos que hablar. Eso nos
ahorrará muchos problemas. Yo te amo, Alexandra, y quiero hacerte el amor —dijo
Roger con sinceridad—. Pero también quiero casarme contigo y puedo esperar hasta
entonces.
—Oh, Roger —exclamó con voz ahogada—. He sido tan tonta. No sé qué me ha
pasado.
—Nervios, mi amor. Es muy natural.
Ella se echó a reír.
—Pero faltan muchos meses para que nos casemos.
—Pero, ¿vamos el domingo a ver los anillos? —insistió él.
—Sólo a ver —advirtió ella—. No podemos comprometernos mientras Gail está
en el hospital. Debemos hacer una fiesta y eso no es posible hasta que ella esté en
casa.
—¡Pero faltan semanas enteras para eso!
¡Pobre Roger! ¿Cómo había podido dudar de su cariño hacia él!
—No te preocupes, cielo tal vez Gail tenga el niño antes.
—Eso espero.
Ella se echó a reír.
—¡También ella!
—Mis padres han… bueno, sugerido que pueden convertir la parte de arriba de
la casa en un apartamento independiente para nosotros —Roger la miró, lleno de
esperanzas.
Alexandra sintió que se le hundía el corazón. Los padres de Roger eran muy
agradables, pero no quería vivir con ellos. Mimaban demasiado a Roger y ella no
pensaba que su matrimonio cambiara su actitud. Sentía volver a la incertidumbre, a
pesar de sus esfuerzos.
—¿Tú crees que es una buena idea? —preguntó ella, en forma evasiva.
—Pues, yo… mira, salgamos de aquí. Vamos al parque, hablaremos mejor.
—Sí —dijo ella, contenta ante la idea—. Creo que es lo mejor.
Esperó en el vestíbulo mientras Roger pagaba la cuenta y entonces recorrieron a
pie la pequeña distancia que había hasta el parque. Alexandra sonrió ante las
acrobacias de los patos del estanque.
—¿No son graciosos? —murmuró.
—Sí —Roger parecía preocupado—. Sentémonos en ese banco.
—No te gusta la idea, ¿verdad? —preguntó él, de pronto.
—Oh, Roger, no es eso. Es que yo…
Charles condujo a Roger hacia la sala esa noche, con toda la cortesía de que era
capaz. Aparentemente no aprobaba el que la joven huésped de su amo recibiera a un
hombre. Alexandra se sorprendió de su actitud, considerando la moral de Dominic.
Pero tal vez él usaba unas reglas para Dominic y otras para ella. Bueno, Charles no
necesitaba preocuparse. Roger sólo tomaría una copa y charlaría con ella; cosas muy
inocentes, comparadas con la conducta de Dominic.
—Te cuida como un perro, ¿verdad? —murmuró Roger con un gesto, cuando
Charles se retiró—. No sabes la de preguntas que me ha hecho.
Alexandra se echó a reír y se levantó para servir algo de beber a Roger.
—Tiene una actitud protectora, eso es todo.
Se sentó junto a él, doblando las piernas en el sofá, para sentarse sobre ellas.
—Olvídalo —dijo, acercándose a él—. Estás aquí conmigo.
—Aja —se inclinó para besarla. La puerta se abrió sin advertencia.
—Perdonen —los interrumpió Charles—. Hay una llamada telefónica para
usted, señorita Page.
—¿Está Young contigo? —dijo la voz furiosa de Dominic a través del teléfono—
. Alex, ¿tienes a Young ahí?
Ella tembló ante la furia de su voz.
—Sí.
—Así que te estás aprovechando de mi ausencia para acostarte con él —la
acusó.
El teléfono se estremeció en su mano.
—No. Yo…
—Olvídalo, Alex. Olvida que te llamé —la comunicación quedó cortada porque
él había colgado bruscamente.
Tardó varios segundos en controlarse. Bajó lentamente el auricular y lo colgó.
¿Qué significaba aquello? ¿Por qué la había llamado Dominic?
—¿Estás segura de que no pasa nada? —Roger había vuelto a su lado—. Pareces
un poco alterada.
—Todo está bien —le dijo, de forma imprecisa.
—¿Qué dijo Trevor?
—¿Trevor? —preguntó ella—. ¡Oh… sólo quería estar seguro de que estaba
bien!
¿Por qué había mentido? Debió haberle dicho que era Dominic. Pero no hubiera
podido explicarle nada acerca de su conversación. Sin embargo, no le gustaba
engañarlo y se enfadó con Dominic por obligarla a hacerlo.
Roger se asintió, comprensivo.
—Porque su hermano no está, supongo.
Si sólo supieran que… debían temer más por su seguridad cuando Dominic
estaba allí. Se había convertido en una amenaza para ella. Había logrado mantener
cierto grado de normalidad antes de su llamada telefónica. Ahora estaba otra vez
confusa, insegura.
—Probablemente —reconoció con brusquedad—. Acerca de esa fiesta. Roger —
dijo, para cambiar de tema—. Supongo que podríamos invitar a una docena de
personas mañana, si todavía lo deseas.
—¡Claro que sí! Estoy ansioso de ver la cara que pone Charles cuando tenga que
abrir la puerta a tus invitados. Tienes que invitar a Solly. Si él no hace que ese
mayordomo pierda la serenidad… nada podrá hacerlo.
Eran más de las diez cuando Trevor llegó y a Alexandra se le hundió el corazón
al verlo. Esperaba que no dijera nada que le hiciera saber a Roger que no era él quien
había llamado antes.
—Hola —dijo, besándola en la mejilla—. Siento que sea tan tarde, pero estaba
trabajando.
—No importa. Siéntate. ¿Quieres algo de comer o de beber? —preguntó ella con
voz alegre, aunque estaba en tensión.
—No, gracias. Acabo de cenar. Gail estaba preocupada por ti, así que le prometí
venir a ver cómo estabas.
Trevor se sentó y Alexandra sacudió la cabeza.
—No deja de preocuparse nunca, ¿verdad?
—Nunca dejará de hacerlo, hasta que te cases, y tal vez ni siquiera entonces.
¿Cómo estás, Roger? —preguntó sonriente.
—Estoy bien —Roger parecía desconcertado—. ¿No llamaste por teléfono hace
rato?
—¿Yo? No —ahora era Trevor el desconcertado—. Debí haberlo hecho, pero
tuvimos una emergencia. De cualquier forma, Gail insistió en que no llamara, sino
que viniera. Pensó que Alexandra iba a sentirse muy sola —dijo en son de broma.
—Así que no hablaste por teléfono antes… —repitió Roger, mirando en forma
acusadora hacia Alexandra.
—No.
—Ya veo —Roger se mordió el labio inferior—. ¿Alexandra? —preguntó con
voz aguda.
—¿Sí? —murmuró ella.
—¿La llamada telefónica era del hermano de Trevor? —preguntó Roger.
Alexandra suspiró.
—Yo… pues… es que…
—Era él, ¿verdad? —preguntó con visible furia.
—Sí.
Se puso de pie de un salto, con la rabia pintada en el rostro.
—¡Me mentiste! ¡Tienes algo que ver con él… por eso le contestaste con
monosílabos!
—¿De qué estáis hablando? —Trevor los miró con el ceño fruncido.
—¿De qué estoy hablando yo? —Roger lanzó una risa amarga—. Estoy
hablando de tu hermano y de Alexandra… del romance que están viviendo.
Trevor miró a Alexandra, que había lanzado una exclamación ahogada, y
después se volvió hacia Roger.
—¿Has estado bebiendo?
—¡Ojalá fuera eso! —dijo Roger con amargura—. Realmente me has estado
tratando como a un tonto, Alexandra. Seguro que cuando me llamaste esta mañana
para pedirme disculpas, lo que pretendías era que no sospechara de vosotros.
Después de todo, es bastante asqueroso, ¿no? Un hombre de treinta y cuatro arios y
—De momento tal vez no, pero cuando vuelva, estará decidido a conquistarte y
entonces se cansará de ti, como de las demás. No voy a permitir que te utilice de ese
modo —exclamó con disgusto—. Te sacaré de aquí mañana mismo —sacudió la
cabeza de un lado a otro—. Nunca hubiera pensado que iba a llegar tan bajo.
—No digas eso, Trevor. No es verdad. Roger se ha estado imaginando cosas.
—Tal vez sí, o tal vez no. Pero ahora me doy cuenta del peligro que existe y voy
a detener las cosas antes de que lleguen más lejos.
—No hay nada que detener —dijo ella con impaciencia—. Dominic no está
interesado en mí. Tal vez haya coqueteado un poco conmigo, pero eso es todo.
—Es suficiente —Trevor tomó una expresión muy seria—. Pero mañana te irás
a casa mañana, de todos modos.
—Oh, Trevor… —protestó ella.
—Lo digo en serio.
—Pero Dominic no está aquí. Y tengo invitados mañana por la noche. ¿No
puedo irme el jueves?
—Está bien —cedió él, gruñendo—. Tal vez para entonces haya logrado
llevarme a Gail a casa. Por el momento, mi carta de triunfo es que necesitan la cama.
Está bien, tienes hasta el jueves, pero no más.
Llegó mucho más gente de la que ella esperaba. Todos parecían haber invitado
a alguien, hasta que el salón estaba lleno de gente. Pero había una ausencia, que se
notaba tanto como la de Roger: la de la coqueta Janey.
—¿Dónde está Janey esta noche? —preguntó Alexandra a uno de los
muchachos.
John parecía un poco incómodo.
—Yo… este… creo que tenía otro compromiso.
—Pero anoche dijo… —se ruborizó—. ¡Oh, ya veo!
Roger no había tardado en buscar una sustituta. No lo culpaba. Ella hubiera
hecho lo mismo si los papeles se hubieran invertido. John le rodeó los hombros con
un brazo.
—No te preocupes por Roger, todavía me tienes a mí. Ella lo empujó, riendo.
—¡Eso es lo que me temía! Voy a poner algo de música.
—¡Oh, magnífico! Podemos retirar los muebles, para bailar. Alexandra frunció
el ceño.
—Oh, no creo que debamos hacerlo, John. Esta es la casa de Dominic Tempest,
no la mía.
—¡No seas aguafiestas! Pon los discos… nos portaremos bien.
La colección de discos de Dominic era muy variada y encontró música muy
moderna entre ellos. Todos cumplieron lo prometido: nadie bebió en exceso, ni se
comportó de manera escandalosa. Ella pensó que, la velada estaba siendo un éxito,
hasta que de pronto, al volverse, vio a Dominic en el umbral. Su rostro, muy serio,
recorrió a la gente que se encontraba en el salón. Alexandra atravesó corriendo la
habitación en el momento en que Dominic se daba la vuelta y se alejaba.
—¿Dominic? ¡Dominic, escúchame, por favor! Era sólo una pequeña fiesta.
Todos se están portando bien, te lo aseguro —añadió suplicante.
—Me importa un comino como se estén portando —sacó una maleta de su
guardarropa, la abrió para revisar su contenido y volvió a cerrarla—. No te pongas
en mi camino, Alex. Tengo prisa.
—¿A dónde vas?
—No puedo decirte eso —contestó con brusquedad.
—¿Vas a una de tus misiones? —sintió que el corazón le palpitaba
aceleradamente mientras esperaba su respuesta.
—Sí.
—¡Por Dios, Dominic! —se arrojó en sus brazos—. ¡Oh, Dominic, no!
Capítulo 5
Él la miró con rudeza.
—¿Cómo que no? —abrió un cajón de su mesilla y sacó una carpeta de cartón—.
Tengo que trabajar.
Alexandra sacudió la cabeza, con los ojos llenos de lágrimas.
—No quiero que te vayas, Dominic. Podría sucederte algo.
—Podría sucederme también al cruzar la calle —le dijo burlón—. Vuelve con
tus invitados, Alex. Estoy seguro de que se estarán preguntando dónde estás,
especialmente tu fiel Roger.
—Ya no es fiel.
—¿Qué quieres decir?
—Terminamos anoche —le dijo—. Según él, no quería seguir siendo el escudo
tras el cual ocultábamos nuestras relaciones tú y yo.
—¡Grandísimo tonto! —murmuró Dominic—. ¿Es que no reconoce a una buena
chica cuando la ve?
—Hay algo más que quiero que sepas —Alexandra aspiró con fuerza una
bocanada de aire—. Se lo dijo a Trevor.
Eso logró que Dominic dejara de moverse.
—¿Por qué diablos hizo eso? —gruñó.
—Para vengarse de mí, supongo —dijo impaciente. Por favor, Dominic, dime a
dónde vas. ¿Es peligroso? —añadió con voz trémula.
—No lo sé todavía. Sólo sé que tengo un coche esperándome afuera y un avión
en el aeropuerto, que me espera también, para llevarme fuera del país.
—¿Fuera del país? Pero… ¿a dónde?
—Ya te dije que no puedo decirlo… y eso te incluye a ti. Espera el programa
mañana. Entonces lo sabrás.
—Pero, Dominic —suplicó ella—, no puedes irte así. No te dejaré que lo hagas.
—¿Y cómo te propones impedírmelo? —preguntó burlón.
—De cualquier manera —le dijo con fiereza.
Dominic retrocedió un poco, desafiante.
—Puedes intentarlo —le dijo con suavidad—. ¿Y bien? Estoy esperando.
Alexandra vaciló sólo un momento. Entonces avanzó hacia él y lo abrazó. Se
deslizó en un movimiento ascendente, pegada a su pecho, para tomarle la cabeza e
inclinarla hacia sus labios.
Era un hombre muy popular, que gracias a sus interesantes reportajes había
conseguido su propio programa de televisión. Al cabello rubio y los penetrantes ojos
grises le habían logrado la adoración de muchas mujeres. Ella sabía que recibía
cientos de cartas cada semana y se sentía celosa.
Era un enojo irrazonable, porque Dominic no conocía a las mujeres. Pero, en
cambio, allí estaba Sabrina Gilbert, la mujer que él admitía que era su amante.
Seguramente ya no la vería más, ¿o sí? Comprendió que era todavía una posibilidad.
Trevor no consiguió que Gail saliera del hospital al día siguiente. Los médicos le
dijeron que si todo seguía como hasta entonces podría irse el sábado a casa.
Cuando Alex volvió de ver a Gail en el hospital, enchufó la televisión para ver
el programa de Dominic. Sintió que el corazón se le encogía cuando vio que estaba en
un país africano, cubriendo la información de una revolución. Alrededor de Dominic
se escuchaban continuamente los disparos.
El conflicto parecía bastante serio, aunque Alexandra estaba más interesada a
contemplar a Dominic que en escuchar lo que decían. Estaba segura de que
regresaría muy pronto porque la información ya estaba cubierta y era peligroso
quedarse allí mucho tiempo. Era posible que en ese momento estuviera volando de
regreso.
Cuando se levantó a apagar la televisión. Su mano quedó inmóvil al escuchar lo
que decía el locutor:
«Acaban de informarnos de que poco después de que esta película llegara a
nuestras manos, Dominic Tempest y su equipo de filmación, fueron apresados por
los revolucionarios y tomados como rehenes —Alexandra se dejó caer en la silla,
atenta a cada palabra del hombre—. El rescate ha sido pedido a nuestra antena de
televisión aunque la cantidad solicitada no ha sido revelada. Les mantendremos
informados del resultado de las negociaciones. Con ésta, damos por terminadas las
noticias.»
Alexandra se quedó sentada, como atontada. No podía creer lo que estaba
sucediendo. Ella no podría vivir si algo le sucedía a él.
Fue sacada de su estupor por la llegada de Trevor. Él entró silenciosamente a la
habitación y apagó la televisión. La miró sin decir nada.
Los ojos de Alexandra se llenaron de lágrimas y su rostro se contrajo en un
gesto de angustia.
—¡Oh, Trevor! ¿Qué vamos a hacer?
—No hay nada que podamos hacer, sino esperar. Si hubiera sabido que lo iban
a decir por la televisión te habría prevenido.
—¿Quieres decir que tú lo sabías? ¿Tú sabías que Dominic estaba en peligro?
—El estudio me llamó por teléfono esta tarde —explicó.
—Entonces, ¿por qué no me lo dijiste? ¡No tenías derecho a ocultar una cosa así!
—dijo enojada.
—¡Tenía todo el derecho del mundo! —dijo él—. Tengo una esposa en el
hospital, que sólo necesitaría una impresión así para que el niño naciera tres semanas
antes de tiempo. Y tengo también una cuñadita que cree que está enamorada de mi
hermano. ¿Qué querías tú qué hiciera? ¿Decirte lo sucedido, con la esperanza de que
no se lo dijeras a Gail? Te conozco, Alexandra, no puedes ocultarle nada a Gail. ¡Y no
quiero que ella se preocupe por esto! ¿Comprendes?
—Sí, comprendo —aceptó ella, arrepentida. A diferencia de Dominic, Trevor
era un hombre tranquilo, calmado y se necesitaba mucho para hacerlo enojar. Ella
había logrado hacerlo, muy fácilmente, y eso la hizo comprender lo profundamente
afectado que estaba por la desaparición de su hermano. —Lo siento, Trevor. Lo dije
sin pensar. Debí comprender cómo te sentías y no pensar sólo en mí.
—Está bien, Alexandra —suspiró él—. Comprendo que ahora estás demasiado
afectada para que puedas ver las cosas con claridad. Hice lo que creí mejor. El que
vosotras supierais lo sucedido no iba a cambiar las cosas. Debieron advertirme de
que iban a decirlo después del programa. Gracias a Dios, Gail no tiene televisión en
su habitación.
—Pero, ¿qué te dijeron cuando llamaron? ¿Qué va a suceder?
—Exactamente lo que dijeron por televisión —dijo Trevor, encogiendo los
hombros con aire cansado—. Han pedido dinero y la compañía de televisión estudia
la solicitud del rescate.
—¿La estudia? —repitió ella furiosa—. ¿Qué tienen que estudiar? Dominic está
en peligro. Es su deber salvarlo.
—No. Él sabe los riesgos que corre cada vez que va a realizar uno de esos
trabajos.
—Pero… no pueden abandonarlo… dejarlo ahí, a su suerte —su voz era
ahogada por sollozos contenidos.
—No intentan hacerlo. Están viendo qué se puede hacer…
—Sí, pero…
—¡Basta, Alexandra! —la interrumpió, con aire cansado—. Se está haciendo
todo lo posible. Dijeron que me llamarían en cuanto tuvieran alguna noticia. Hasta
ahora no he sabido nada. ¿No ha habido llamadas para mí aquí?
—No.
—Entonces, todavía no saben nada.
—Dominic estuvo aquí anoche.
—¿Anoche? —dijo Trevor mirándola fijamente.
—Sí. Tenía que… recoger algunos papeles antes de irse.
—¿Eso era todo? —la miró con expresión astuta.
—Sí. ¡No! Yo… yo no sé, Trevor —se pasó la lengua por los labios—. ¡Todo
entre nosotros es tan confuso!
Alexandra tenía los ojos fijos en él cuando bajó del avión y caminó
tranquilamente en dirección del aeropuerto, como si acabara de volver de vacaciones.
Le rodeaban fotógrafos y periodistas que le acosaban a preguntas, mientras su
mirada hurgaba entre la multitud, buscando a alguien especial.
Alexandra ahogó una exclamación cuando vio a ese alguien especial en sus
brazos. ¡Sabrina Gilbert! ¡Y Dominic la estaba besando apasionadamente!
Capítulo 6
Alexandra esperó inútilmente durante dos días noticias de Dominic y
finalmente llegó a la conclusión de que él había olvidado lo que ocurrió la noche de
su partida. Probablemente estaba demasiado ocupado con la encantadora Sabrina
Gilbert para volver a pensar en lo que él había llamado el «enamoramiento» de ella.
Dominic había llamado por teléfono a Trevor y hasta había hablado con Gail;
pero para ella no había tenido siquiera una palabra. Así que cuando John la llamó
por teléfono para invitarla a salir la noche del jueves, no vaciló en aceptar.
John pasó a buscarle en su coche y se dirigieron a una cafetería.
—Ya he sabido que el señor Tempest fue rescatado. Ya ha vuelto ¿verdad? —le
preguntó sonriente, mientras daba el primer trago a su cerveza.
—Sí —contestó Alexandra.
—Debéis haber estado muy preocupados por él —continuó, ya serio.
—Trevor lo ha estado —dijo ella, mirando a su alrededor, como si el tema que
estaban tratando no fuera interesante—. Nunca había estado aquí. Me parece un
lugar muy agradable.
—No está mal —reconoció él. Volvió a sonreír—. Oye, ¿Roger y tú habéis
acabado definitivamente?
—Sí —contestó ella con firmeza—. Pero, ¿tienes que poner cara de felicidad por
eso? —le preguntó enojada.
—¿Por qué no? Me deja el camino despejado, ¿no?
Ella se echó a reír.
—Supongo que debía sentirme halagada.
John se acercó más a ella.
—Claro que sí. ¿No soy el sueño de toda muchacha: alto, moreno y apuesto? —
Bueno, pasarías dos de las condiciones —dijo ella en tono de broma.
—No me digas cuáles dos —suspiró él—. Puedo adivinar —la atención de él
pareció de pronto concentrarse en algo, a espaldas de ella—. No mires ahora, pero tu
novio acaba de entrar.
—¡Ya no es mi novio! —dijo, sin volverse.
—Mejor que mejor, porque viene con Janey. Tal vez sepas que han andado
juntos desde que terminaste con él.
—Roger está en libertad de andar con quien quiera. A mí no me molesta lo más
mínimo.
Y así era, lo que demostraba lo poco profundos que habían sido sus
sentimientos por él.
—Pues me alegra oírlo, porque parece que vienen hacia aquí.
—Puedes tomarla, pero en la cama. Has estado demasiado tiempo fuera de ella
—la levantó en brazos—. Y nada de protestas… Si no te portas bien, ya sabes, de
regreso al hospital.
—Sí, Trevor —le sonrió con expresión muy dócil—. ¡Qué padre tan enérgico va
a tener mi hijo!
Dominic se puso de pie.
—Yo no quiero café, gracias —dijo—. Sólo vine para ver si Gail estaba bien.
—¿Yo? —exclamó Gail—. ¡A mí no me tuvieron de rehén! ¡Esto de tener un hijo
no es nada, comparado con lo que te pasó!
—No hubo ningún peligro, ni para mí ni para nadie. Esa gente sólo quería
dinero para comprar más armas —dijo secamente—. Habría sido un gran problema
para ellos si nos hubiera pasado algo. Quieren apoyo para su causa, no mala
publicidad.
—Bueno, me alegro mucho de que estés aquí, sano y salvo, aunque no les voy a
perdonar a estos dos, en mucho tiempo, que me hayan ocultado lo que te pasó —Gail
bostezó, de pronto—. Creo que estoy más cansada de lo que pensaba.
—A la cama, jovencita —dijo su esposo—. Has estado demasiado tiempo
levantada. Mañana verás a Dominic.
—Me encanta cuando se vuelve dominante —dijo Gail riendo.
Dominic inclinó la cabeza a modo de despedida y salió. No podía creer que se
fuera de verdad. Pero una vez que se dio cuenta, salió corriendo detrás y lo alcanzó
cuando estaba abriendo la puerta del coche.
—Dominic… —dijo, casi sin aliento.
—¿Sí?
—¿Estás realmente bien? —ahora que estaba frente a él, no sabia qué decir.
—Por supuesto que sí —contestó él burlón—. Será mejor que entres, o se
preguntarán dónde estás.
—Dominic, yo… tú… —cambió la posición que tenía sobre un pie, al otro—.
Esperaba tener noticias tuyas.
—¿Por qué? —preguntó él fríamente.
Los ojos de ella se agrandaron.
—¿Por qué? Por lo que pasó entre nosotros… porque he estado muerta de
angustia por ti. ¿No es razón suficiente?
—No pasó nada entre nosotros, Alexandra —dijo él con un suspiro—. Te dije
entonces que no esperaras demasiado.
Ella ahogó una exclamación.
—¡No puedes hablar en serio! Tú me besaste cuando volviste para despedirte
de mí —añadió con desesperación.
—Ya me has enseñado una que no olvidaré —se dio la vuelta—. Adiós.
—Adiós, Alex —dijo él suavemente.
Ese nombre… ¡cómo se atrevía a llamarla así! Con un sollozo, Alexandra corrió
hacia la casa, consciente de que el coche había arrancado. ¡Era un hombre cruel, muy
cruel… pero ella seguía amándolo!
Trevor la encontró en la cocina, preparando el café que Gail había pedido. Las
lágrimas corrían por su rostro.
—Estará listo en un minuto —volvió el rostro a un lado.
—Seguiste a Dominic —era una declaración, no una pregunta.
—Sí… y quisiera no haberlo hecho.
—Te lo advertí, Alexandra —dijo él con suavidad—. Conozco a Dom, de
siempre. Marianne le hizo mucho daño.
—¿Significa eso que todas las mujeres tienen que pagar por ella? —preguntó
enojada—. Es frío y cruel y él… deliberadamente me hizo creer… me hizo creer…
Trevor sacudió la cabeza de un lado a otro.
—Estoy seguro de que no hizo tal cosa. Dom nunca ha necesitado llegar a tales
extremos. Por el contrario, las mujeres son siempre las que lo persiguen. Recuerdo
que yo lo envidaba por eso, cuando era más joven.
—Tú no tienes nada que envidiarle —dijo con vehemencia.
—Ahora lo sé, pero entonces… Sin embargo, ahora no cambiaría un minuto de
mi tiempo con Gail, por todo su torbellino social.
—Sus mujeres, quieres decir —dijo ella con brusquedad.
—Como tú quieras —Trevor asintió con la cabeza—. No puedes reprocharle
que se aproveche de su atractivo.
—Dominic… tu hermano dijo que… había pagado mi internado.
Trevor se volvió hacia ella.
—¿Cuándo te dijo eso?
—Ahora mismo… —Alexandra bajó los ojos.
—Debes haberlo provocado muchísimo —el la miró pensativo—. Supongo que
tuvisteis una discusión.
—Sí. ¿Es cierto, Trevor? ¿Pagó él el internado?
El suspiró.
—Sí. —Pero, ¿por qué? Yo no necesitaba ir a una escuela privada. Podía haber
ido a la escuela pública, como casi todas las chicas de aquí.
—Dom no quería eso. Él quería…
—¡No tenía nada que ver con él! ¡Si yo hubiera sabido que él había metido la
mano en eso, me habría negado a ir al internado!
Trevor sonrió.
—Creo que él sabía eso. Por eso hizo que Gail y yo le prometiéramos no
decírtelo. Supongo que ahora que ya has salido, no vio la necesidad de seguir
ocultándolo más tiempo.
—Probablemente. Toma —le entregó la taza de café—. Llévaselo a Gail antes de
que esté frío.
Trevor tocó gentilmente las mejillas encendidas de ella.
—No te mortifiques respecto a Dom. Tal vez fue un poco duro contigo esta
noche, pero lo ha pasado muy mal esta última semana. No permití que Gail viera el
programa para que no se diera cuenta de lo difíciles que habían sido las cosas para él.
—Pero él… dijo que no hubo ningún peligro.
—Mintió para tranquilizar a Gail. Tuvimos una larga conversación telefónica la
noche que regresó y puedo asegurarte que no tiene ese aspecto por dormir en un
lecho de plumas y comer tres veces al día.
—No lo sabía —dijo ella con lentitud.
—Piensa en eso, bonita —le aconsejó él suavemente—. Y no juzgues con
demasiada dureza su conducta de hoy.
Tal vez él estaba tan desilusionado de la conducta de ella, como ella se sentía de
la de él. Pero no debía hacer más suposiciones. Ella lo amaba y tenía que decírselo…
aún si él no quería oírlo. Si después él la rechazaba, sabría entonces cuál era la
verdadera situación.
Una vez que tomó la decisión, comprendió que no había más que un camino: ir
a ver a Dominic, ahora mismo. No podría dormir hasta haber hablado con él, así que
decidió ir a su casa en cuanto Trevor y Gail se durmieran.
Era casi la una de la mañana, cuando consideró que podría salir sin ser vista.
Salió silenciosamente de su dormitorio y bajó la escalera sin hacer ruido.
Había llegado casi a la puerta cuando se dio cuenta de que no estaba sola. Al
darse la vuelta lentamente, una enorme figura oscura apareció en el umbral. Sus ojos
se agradaron de miedo, ya que se imaginó que precisamente en la noche en que ella
había decidido salir furtivamente de la casa, a un ladrón se le había ocurrido querer
entrar en ella.
La luz que había junto a la puerta de la cocina se encendió de pronto y ella
parpadeó ante el resplandor repentino.
—¡Trevor! —pronunció su nombre suavemente, con un suspiro de alivio—.
¡Qué susto me has dado!
El cerró la puerta con suavidad.
—Me lo imagino —exclamó con aspereza—. ¿Me quieres decir a dónde ibas?
—¿Cómo me has oído? —preguntó, sin contestarle.
—Gail tiene estos días el sueño muy ligero. Pensó que eran ladrones.
—Espero que no. Volveré a subir y convenceré a Gail de que se lo imaginó todo.
No será fácil engañarla —añadió con un gesto—. Conduce con cuidado.
Las calles estaban casi desiertas a esa hora. Alexandra vio algún que otro coche
que venía en sentido contrario; por lo demás, el recorrido hasta la casa de Dominic
fue solitario.
La casa estaba sumida en la oscuridad, cuando se encontró frente a su puerta,
pero había luz encendida en la sala. A menos que la luz hubiera sido dejada para
desalentar a los ladrones, significaba que Dominic estaba todavía despierto.
Entró silenciosamente a la casa, para no despertar al siempre vigilante Charles.
Lo último que necesita en esos momentos era la tiesa cortesía del mayordomo; estaba
ya bastante nerviosa, sin necesitar también eso.
Abrió la puerta de la sala y vio que sólo estaba encendida una lámpara lateral,
pero era suficiente para que pudiera ver a Dominic, recostado en un sillón, con los
ojos cerrados y un vaso vacío colgando de sus dedos. Tenía el rostro pálido y ojeroso,
con el pelo alborotado, como si hubiera estado pasando los dedos por él. Parecía
cansado, muy cansado, y ella dudó, parecía una crueldad molestarle. Cuando decidió
marcharse, los ojos grises se abrieron y la hicieron quedarse inmóvil en donde estaba.
—¿Qué haces aquí? —lanzó la pregunta hacia ella como si fuera un latigazo.
Alexandra se estremeció, temerosa del resultado final de su visita.
—Vine a hablar contigo —dijo suavemente.
—¿Cómo entraste? —se levantó para servirse otra copa—. No oí que nadie
llamara.
—Todavía tengo la llave que tú me diste —la puso sobre una mesita lateral—.
No quise molestar a Charles.
—Dudo mucho que Charles hubiera aprobado la idea de dejarte entrar a estas
horas de la noche. ¿Sabe Trevor que estás aquí?
—Sí.
—¿Estás diciendo la verdad?
—Yo no digo mentiras —contestó ella con brusquedad, ruborizándose.
—Todas las mujeres mienten —dijo con amargura, bebiendo de un trago la
mayor parte del whisky que se sirvió en el vaso.
—¡Dominic! —ella pronunció su nombre con voz ahogada.
—Está bien, está bien —dijo él irritado—. Así que le dijiste a Trevor que ibas a
entrar aquí furtivamente y él, por alguna razón, te permitió que lo hicieras. Supongo
que fue, principalmente, debido a que sabía que no podría detenerte —agregó con
sequedad.
—Sí —admitió ella.
—¿No crees que es ya hora de que dejes de pensar en ti para pensar en los
demás? —preguntó él con disgusto.
—Es porque no puedo dejar de pensar en ti por lo que estoy aquí —dijo ella,
con voz ahogada.
El arqueó las cejas.
—¿Pensando en mí? ¿Y por qué diablos ibas a pensar en mí?
Ella lo miró con ojos torturados.
—Ahora que estoy realmente contigo, no lo sé —al verlo así, tan arrogante, tan
frío, tan lejano de ella, no supo cómo se había atrevido a ir.
—Entonces, será mejor que te vayas —dijo Dominic sin pestañear.
—¡No! No lo haré, todavía no. Quiero saber lo que sientes por mí. Dominic le
dirigió una mirada impaciente.
—Ya hemos hablado de eso esta noche.
—No. No es verdad. Fuiste cruel e inhumano conmigo, pero no hablamos.
—Yo pensé que sí —la rebatió él, con aire cansado—. En cualquier caso, estoy
demasiado cansado en estos momentos para domar a una adolescente.
—¿Lo ves? ¡Lo estás haciendo otra vez!
Los ojos de él relampaguearon de furia.
—¿Quieres hacerme el favor de irte, Alexandra? Estoy cansado y quiero irme a
la cama.
—Me sorprende que no estés ya en ella. Saliste de casa hace horas.
—¿Y habrías entrado también en mi dormitorio? —preguntó él con
brusquedad.
—Ya lo hice una vez —le recordó con suavidad.
El se dio la vuelta.
—¡Vete, Alexandra!
—¿No me vas a decir Alex?
—No te gusta.
—Me gusta cuando tú lo dices, Dominic. Yo… yo quería ir al aeropuerto a
recibirte, pero Trevor no me dejó. Dijo que tú me llamarías, si me querías a tu lado.
—¿Qué diablos sabe él de esto? —dijo con voz ronca.
—Lo sabe todo —le dijo con timidez.
—¿Todo? —repitió él—. ¿Y qué es todo?
—Que nos atraemos, que volviste a casa la noche que saliste del país, que yo…
que yo te amo —lo miró suplicante, implorando su comprensión.
—Otra vez no, Alex —dijo él con un suspiro—. Tú no puedes comprender el
compromiso que entraña esa palabra. Tu amor fue tan fuerte que esta noche andabas
con otro hombre. Y no trates de negarlo. Gail habló mucho de que parecías decidida
a no casarte con Young. ¿Quién era este otro pobre diablo que piensa que te vas a
casar con él?
—¡John no piensa tal cosa! Él…
—¿John Anderson? —preguntó él con voz aguda.
—Sí. ¿Lo conoces? Dominic negó con la cabeza.
—Conozco a su padre. Él es más de mi generación —dijo burlón.
Ella pasó por alto aquella referencia a la diferencia de edades.
—Bueno, no sabía qué hacer. Yo quería ir a Londres, pero como te dije, Trevor
no me dejó. Y tú no me llamaste, así que no supe cómo te sentirías si me presentaba
allí. Además, estaba Sabrina Gilbert. Te esperaba en el aeropuerto. Vi que la besaste
—ella lo miró acusadora.
—¿De veras me viste?
—¡Claro que sí!
El suspiró.
—Habría besado a la hermana de Drácula si la hubiera conocido. No sabes lo
que deseaba ver una cara familiar. No era la cara que esperaba ver, pero era mejor
que nada.
Alexandra pareció desconcertada.
—Pero, en la televisión parecía como si la estuvieras buscando a ella.
El la miró fijamente.
—No buscaba a Sabrina —negó con suavidad.
—Entonces, ¿a quién…? —sus ojos se agrandaron—. ¿A mí? ¿Me buscabas a
mí?
El se sirvió otro trago.
—Estúpido por mi parte, ¿verdad? No sé por qué pensé que querrías estar allí.
Cuando no te encontré… bueno, eso confirmó mi sospecha de que sólo habías
sufrido un enamoramiento temporal por mí. Cuando ese enamoramiento se enfrentó
a la cruda realidad, no pudiste soportar la presión.
Alexandra puso sus brazos alrededor de la cintura de él, por atrás y apoyó su
cabeza en la ancha espalda.
—Eso no es verdad, Dominic. Oh, admito que cuando oír por primera vez que
te habían tomado como rehén me dejé invadir por el pánico. Pero ya me
acostumbraré a eso —lo oprimió con mayor fuerza todavía—. Lo haré, Dominic —
dijo con desesperación—. ¡De veras, lo haré!
Él soltó las manos de ella de su cintura y se volvió. Sus cuerpos quedaron muy
juntos. Él pasó una mano por las mejillas de ella.
—No te acostumbres demasiado a que sucedan este tipo de cosas, Alex —le
advirtió suavemente—. No estoy seguro de que yo resistiría pasar otra vez por algo
así —su cuerpo se estremeció contra el de ella—. ¡Quería tanto verte… y ni siquiera
escuché una palabra tuya —su voz estaba llena de dolor.
Alexandra se adhirió a él, sintiendo cómo él parecía irse debilitando ante ella.
—Yo pensé que vendrías directamente a casa —murmuró—. Nunca creí que te
quedarías en Londres. Trevor dijo que estarías rodeado por los periodistas y que si
yo significaba algo para ti, tú me llamarías y que tendría mucho tiempo para llegar a
Londres, antes de que la prensa terminara contigo.
Dominic inclinó la cabeza para recorrer con los labios su cuello.
—Mi hermano no lo sabe todo —dijo con suavidad, mientras su aliento
acariciaba la piel de Alexandra—. Nos separamos con demasiada incertidumbre de
lo que había entre tú y yo, para que me sintiera muy seguro de cuáles serían tus
sentimientos a mi regreso. Llamarte, hubiera sido presionarte.
—¡Oh, Dominic…! —suspiró ella—. Tienes razón al considerarme demasiado
joven. Fue una tontería salir esta noche con John, lo hice para acallar mi orgullo
herido, no porque tuviera deseos de hacerlo.
—Eso no es ninguna tontería. ¿Acaso no hice lo mismo yo con Sabrina?
—¿Pasaste con ella los dos días? —ella estaba segura de que se le rompería el
corazón si él decía que sí.
—No —fue su respuesta—. Tenía que hacer un programa. El miércoles y el
jueves son los días en que normalmente hacemos la grabación.
—Dominic, ¿sabes… sabes ahora cómo te sientes respecto a mí? —preguntó ella
tentativamente.
—Sé que todo el tiempo que estuve lejos, no dejé de pensar un momento en ti,
en besarte, en estar contigo. También sé que nunca antes me había sentido así
respecto a ninguna mujer. Pero si es o no amor, no tengo la menor idea. Pero si lo es,
no tengo intenciones de casarme contigo.
Capítulo 7
Alexandra se puso rígida en sus brazos.
—No te estoy pidiendo que te cases conmigo.
—¿No me lo pedirás nunca? —los brazos de Dominic no la soltaron y un
movimiento de sus manos la obligó a levantar la cabeza hacia él—. ¿Me estás
diciendo que nunca me exigirías que me casara contigo?
—No, si no lo deseas —contestó, casi sin aliento y con los ojos fijos en él.
—Pasarían años, sin que tú supieras si al día siguiente iba yo a encontrar a la
mujer con quien querría casarme. ¿Estarías dispuesta ser mi amante, sin ninguna de
las seguridades que da el matrimonio? ¿Estás preparada para eso, Alex?
—No hay seguridad ni siquiera en el matrimonio, si no hay umbral —contestó
ella, en forma evasiva.
—Esa no era la pregunta —insistió Dominic con expresión sombría.
Ella se liberó de sus brazos y lo miró con resentimiento.
—¡Sí, lo haré si eso es lo que tú quieres! No tengo otra alternativa, ¿verdad?
—Sí, tienes una —dijo él y, para sorpresa de ella, sonrió—. Cuando te dije que
no me casaría contigo quería decir que no lo haría ahora.
Alexandra frunció el ceño.
—No te entiendo.
Dominic se sentó.
—Cuando pediste a Gail y a Trevor permiso para casarte con Roger, casi
acababas de conocerle; nosotros hemos descubierto nuestra atracción hace apenas
unos días.
—El tiempo no importa —le interrumpió ella.
—¡Claro que importa! No aprobé tu idea de casarte con él por tu juventud y
porque consideré que llevabas poco tiempo con él. Ninguna de esas dos razones ha
variado porque el pretendiente haya cambiado. No puedo pedir a Gail y a Trevor
que cambien de opinión, sólo porque se trata de mí. Eso sería admitir que no estamos
seguros de nuestros sentimientos.
—No me has dicho lo que sientes por mí. Sólo me dijiste que has estado
pensando en mí.
Dominic sonrió y su mirada la recorrió de arriba a abajo.
—Prefiero demostrártelo —dijo suavemente.
Ella se ruborizó.
—Me estás avergonzando.
—Entonces, ven aquí —dijo él en voz baja—. Si puedo acariciarte, tal vez no
tenga que mirarte así.
Alexandra bajó la mirada, con timidez. Avanzó titubeante, hasta detenerse
frente a las piernas extendidas de Dominic.
—Si vas a ser mi novia, tendrás que acostumbrarte a que te vea así.
—¿Voy a ser tu novia?
—Oh, creo que sí, ¿no? —extendió una mano, para tomarla de la cintura y
atraerla a sus brazos—. No sé por qué, pero ya no me siento cansado.
Tomó la cara de ella entre sus manos y fue inclinando con lentitud la cabeza
hasta que sus labios quedaron unidos.
Tan pronto como los labios de Dominic abrieron los suyos, para hacer más
profundo el beso, Alexandra sintió que respondía y sus brazos rodearon el cuello de
él para oprimirlo más contra ella. Sus manos se movían incesantemente sobre la
espalda de ella, atrayéndola más y más contra él.
Pero Alexandra no sintió el pánico que los besos de Roger habían provocado en
ella, cuando estuvieron en su dormitorio. Para ella no existía mayor placer en el
mundo que estar en los brazos de Dominic. Era un verdadero maestro en el arte de
hacer el amor, pero mantenía un perfecto control en sus acciones con ella.
—Dominic… —dijo ella, tentativamente.
—¡¿Hum?! —él estaba muy ocupado besando el lóbulo de la oreja.
—Dominic, tú… ¿tú me deseas? —se estremeció de placer cuando la besó en el
cuello.
—¿Qué crees? —gruñó él.
—Entonces, ¿porqué…?
—Esa es otra de las condiciones —su voz se escuchó ahogada, porque tenía el
rostro metido en el cabello de ella.
—¿Condiciones?
—Hum, aja. Decidí, mientras estuve fuera, que si seguías amándome me
pondría yo algunas condiciones. Una de ellas es que si decidimos casarnos, no será
antes de seis meses… hasta que cumplas los dieciocho años.
—¡Pero… es demasiado tiempo! —dijo desolada.
—¿Crees que no lo sé? —gimió él—. A mí me va a parecer todavía más. No
estoy acostumbrado a estar con mujeres inocentes. No estoy acostumbrado a
negarme al placer de la posesión. He tenido una vida sexual muy variada, desde que
Marianne y yo nos divorciamos. Ni siquiera estoy seguro de que voy a soportar la
tensión; pero lo intentaré, siempre y cuando tú no me tientes con demasiada
frecuencia. La otra condición: ninguna relación física entre nosotros, hasta que
estemos seguros el uno del otro.
—Si no me… haces el amor, ¿se lo harás a Sabrina Gilbert?
mañana. Y no debemos empezar mal las cosas con él. Puede ser mi hermano, pero es
todavía tu tutor.
—Hasta que cumpla dieciocho años.
—Aun entonces, no me casaría contigo sin la autorización de ellos.
El que estuviera considerando la idea de casarse con ella era más de lo que se
había atrevido a esperar.
—¿Crees que Trevor se opondría a que me casara con su propio hermano?
Dominic alisó su alborotado cabello.
—Me conoce mejor que nadie. Sabe la vida que he llevado, las mujeres que he
tenido. Tiene muchas razones para oponerse.
—Pero no podía esperarse que no… no tuvieras mujeres. Eres un hombre muy
atractivo —sus ojos lo miraron fijamente—. Tengo todavía una imagen grabada de ti
en mi mente…
Los ojos grises de él se oscurecieron hasta volverse casi negros.
—Ven aquí —gruñó él, atrayéndola hacia sus brazos.
Su beso fue salvaje esta vez, exento de toda la gentileza que había usado antes
con ella y, sin embargo, Alexandra lo amó más por eso. Le encantaba la forma
exigente en que sus labios buscaban los suyos, la forma en que la intensa pasión que
se había despertado entre ellos amenazaba consumirlos.
Alexandra se estremeció ligeramente cuando Dominic desabrochó su blusa,
pero era un estremecimiento de pura delicia, no de temor, que aumentó cuando
acarició su pecho.
Ya no se encontraban de pie, sino que se habían tendido, uno al lado del otro,
en el sofá. Dominic parecía haber perdido todo deseo de resistirse a la tentación. Ella
nunca había sabido que podía haber tanta dicha en una caricia, jamás soñó que podía
sentirse así con un hombre, con el hombre que amaba.
Él levantó la cabeza, con los ojos vidriosos de pasión.
—¡Oh, Dios, Alex! Debía haberte mandado a tu casa hace horas… cuando
todavía tenía poder para resistirte.
—No quiero que te resistas. Continúa…
La mirada de él estaba llena de dolor.
—Lo sé… eso era lo que me temía. No quiero a ninguna otra mujer… mi
experiencia con Sabrina lo demostró. Pero podría hacerte mía ahora mismo, estar
horas contigo. Puedes sentir eso, ¿verdad? ¿Sientes la forma en que te deseo?
—Sí.
—¡Oh, Alex! —la boca de él se prendió a la suya, al mismo tiempo que oprimía
el cuerpo de ella contra la suavidad del sofá.
Ahora se daba cuenta por qué Dominic había dicho que ella no amaba a Roger,
porque no deseaba acostarse con él. Sabía que amaba a Dominic porque en esos
momentos no habría opuesto la menor resistencia a que la hiciera suya. En realidad,
lo deseaba.
Finalmente él se levantó, con un suspiro.
—Si esto no acaba ahora mismo, voy a perder el control completamente.
—Te amo, Dominic —murmuró ella con voz ronca.
—Si me amas, Alex, entonces ayúdame —suplicó—. ¡Por favor, ayúdame!
—Pero, Dominic…
—¡Alex, por favor! —temblaba de pasión contenida.
Ella comprendió que lo decía en serio, comprendió que debía contenerlo,
porque de otra manera se enfurecería con ella después. No era fácil contener su
propio deseo, cuando había descubierto lo maravilloso que podía ser el amor.
Finalmente logró controlarse. Acunó la cabeza de él contra su hombro, mientras
él luchaba visiblemente para dominar la pasión. La respiración agitada de él fue
calmándose hasta que tomó su ritmo normal.
—Casi me paso de la raya —dijo con un suspiro, con la cabeza todavía en el
cabello de ella y el brazo rodeando su cintura—. Gracias por detenerme.
Ella le besó la frente.
—No quería hacerlo.
Su brazo la apretó.
—Lo sé muy bien, pero fue lo mejor —se levantó y se abotonó la camisa—. Te
voy a llevar a casa ahora, es muy tarde y Trevor no tardará en salir a buscarte.
—Él sabe dónde estoy —dijo arreglándose la ropa. Dominic sonrió.
—¡Por eso saldrá a buscarte! No creo que tenga mucha confianza en mí.
—No —aceptó ella riendo—. Pero la tiene en mí.
—Pues no debería tenerla —dijo é! muy serio.
—No, pero él no lo sabe. Ni lo sabía yo tampoco… hasta ahora. No sé cómo…
podré esperar meses enteros.
Dominic se alejó.
—Yo me encargaré de que lo hagas. Sé que no ha sido un buen ejemplo de
control el que acabo de darte, pero ahora estoy preparado. Al menos, me has
devuelto la confianza en mi habilidad para satisfacer a una mujer. No sé si te diste
cuenta de lo cerca que estuve de demostrártelo en ese sofá.
—Creo que sí —dijo Alexandra ruborizándose.
—Bueno, no vuelvas a arriesgarte tanto así. No lo permitiré.
—¿Quieres decir que no volveremos a estar solos?
—Es sólo para ir a cenar, Gail, nada más —consultó el reloj de oro que llevaba
en la muñeca—. Será mejor que nos vayamos. Reservé una mesa para las nueve y el
sitio está un poco lejos. Nos veremos más tarde.
Una vez en el coche, Alexandra le miraba de reojo con todos sus sentidos
girando de emoción al ver lo atractivo que era.
Se volvió a mirarle.
—Estás muy callada.
—Hiciste parecer nuestra salida como algo… algo muy trivial —murmuró.
—¿Y eso te preocupó? —preguntó él.
—Sí.
Desvió el coche hacia un lado de la carretera y apagó el motor, antes de girar en
su asiento para volverse hacia ella.
—Lo siento, mi amor —acarició con su dedo pulgar la mejilla de ella—, no quise
hacer mucho alboroto, para no turbarte. ¿Me perdonas?
Ella inclinó el rostro sobre la mano de él.
—¡Oh, Dominic, te he echado tanto de menos!
El extendió un brazo alrededor de sus hombros y la acercó hacia sí.
—Yo también te eché de menos —dijo con voz ronca, acercando los labios al
cuello de Alexandra—. Me he pasado la mitad del día levantando el teléfono para
llamarte y arrepintiéndome de ello. No me bastaba con escucharte —sus labios
descendieron sobre los de ella, mientras sus manos tomaban su rostro con
suavidad—. ¡Dios mío, cómo necesitaba esto!
¡El la amaba, claro que sí, aunque no quisiera admitirlo todavía!
—Dominic, te amo —le dijo ella, con timidez.
El sonrió en la oscuridad.
—Si me dices eso con suficiente frecuencia, voy a terminar por creerlo.
Alexandra levantó el rostro, de modo que sus labios tocaran los de él.
—Te lo diré cuantas veces lo desees —le prometió.
El le tocó el pelo.
—¿Por qué te has recogido el pelo? Me gusta más cuando lo llevas suelto… me
gusta meter la cara en él.
Alexandra quitó el broche que sujetaba el moño y lo sacudió para que le cayera
sobre los hombros.
—¿Así está mejor?
Dominic asintió con la cabeza, expresando su aprobación.
—Mucho mejor.
Capítulo 8
Alexandra había palidecido pero, pero Dominic parecía imperturbable.
—Young —dijo con frialdad—, le invitaríamos a nuestra mesa, pero nos
marchábamos en este momento.
—¿De veras? —Roger miró a Dominic con visible desprecio—. Supongo que ya
es hora de que las niñas como Alexandra se vayan a la cama.
—¡Roger! —gritó ella, turbada.
—Pero me gustaría saber a la cama de quién… —agregó Roger.
—Está usted borracho, Young, de otra manera lo habría tirado al suelo por ese
comentario—. Dijo Dominic furioso.
—¿Por qué? ¿Porque sé la verdad sobre vosotros?
—Es porque no sabe cuál es esa verdad que puedo disculpar sus majaderías —
las palabras de Dominic sonaban como verdaderos latigazos—. Ahora, ¿por qué no
se va a casa a esperar que se le pase la borrachera?
—Ya se me está pasando —dijo Roger, tambaleándose ligeramente—. Durante
cuatro meses estuve ciego… pensé que era real la inocencia aparente de Alexandra,
sólo para despertar de pronto y darme cuenta de su verdadera naturaleza. Espero
que se dé cuenta que está usted condenado al mismo destino. Yo fui destituido por
alguien más rico y más mundano; a usted probablemente lo sustituirá alguien más
rico y más joven.
Alexandra se sintió enferma y Dominic se puso mortalmente pálido.
—Quiero irme —dijo ella, con voz ahogada.
—Se da cuenta de que tengo razón, ¿verdad, Tempest? —Roger no podía
detenerse ya en sus acusaciones—. Usted es famoso, una personalidad de la
televisión, excita a Alexandra ahora; pero una vez que pase la novedad, ella se dará
cuenta que usted le dobla la edad. El desprecio de Roger se volvió ahora hacia
Alexandra.
—Tú eres una niña comparada con las mujeres que él ha conocido. ¿Cuánto
tiempo crees que podrás satisfacerle en la cama? —sacudió la cabeza—. Ha tenido
más mujeres de las que puede recordar y la mayor parte de ellas mucho más
experimentadas que tú.
—Dominic, por favor, ¿podemos irnos? —sus ojos estaban llenos de lágrimas.
—Dominic se erguía por encima del muchacho que se tambaleaba frente a él.
—Con mucho gusto —dijo con expresión sombría—. Creo que tu joven amigo
ha dicho suficiente para una noche —se acercó para retirarle la silla—. Adelántate, yo
me reuniré contigo en un momento.
—Pero…
—Vamos, Alex —insistió con firmeza—. Espérame afuera.
Ella obedeció y esperó junto al coche. Hasta que él volvió un par de minutos
después. No sabía cuál iba a ser la reacción de Dominic.
—No creí que te vinieras hasta aquí —dijo él con cierta brusquedad abriendo la
puerta, para que ella entrara.
—¿Qué le dijiste a Roger cuando me vine? —preguntó ella en voz baja.
—No mucho —contestó él con frialdad, concentrando en apariencia en sacar el
coche del aparcamiento—. No quedaba mucho por decir.
—Pero… debes haberle dicho algo.
—Sí —reconoció él—. Le dije que si repetía cosas así cuando estuviera sobrio, lo
mataría.
—¡Dominic! —exclamó ella con voz ahogada.
—Ese muchacho necesita una lección y se la daré si vuelve a decir estupideces
como las que ha dicho esta noche.
—Te has quedado callada otra vez —comentó Dominic, rompiendo el
deprimente silencio que se había hecho entre ellas.
—No… no sé qué decir.
—Me gustaría saber qué impresión causó en ti lo que dijo de mí —murmuró él,
muy suavemente.
—¿En qué forma?
—¡En cualquier forma! Dios mío, Alex, deja de ser evasiva. Este es sólo el
comienzo de lo que nos espera, ¿sabes? Probablemente dirán cosas todavía peores,
aunque esperemos que la mayor parte no las digan en tu cara. ¿Vas a poder
resistirlo?
—No sé —admitió ella con expresión desventurada.
—Ahora, te das cuenta de por qué insistía en seis meses, antes de que
tomáramos ninguna decisión. No estoy seguro de que puedas resistir este tipo de
presión.
—¡Fue tan… tan grosero! —un gran dolor se reflejó en su voz.
Dominic rió con cierta esperanza.
—¿No crees que tiene derecho a serlo? Te ibas a casar con él, Alex. No puedes
esperar que domine lo que sentía por ti, sólo porque tú cambiaste.
—No, pero…
—No hay pero que valga, Alex —dijo él con frialdad—. Por fortuna yo no estoy
hecho de la misma madera que él. Si tú me traicionaras alguna vez, o me
desilusionaras, no tendrías una segunda oportunidad.
—No te desilusionaré, ni te traicionaré. No tienes mucha fe en mí, ¿verdad?
—No tengo fe en las mujeres. Te toca a ti demostrarme que estoy equivocado.
—Esa es una terrible responsabilidad —dijo ella nerviosa—. Yo estoy muy lejos
de ser infalible.
—Creo que lo has demostrado con toda claridad.
—¿Por qué eres tan cruel conmigo? —preguntó ella.
—¡Porque en estos momentos me siento cruel, malvado, de lo furioso que estoy!
Ese tonto muchacho se refirió a mí como si fuera un viejo sátiro que te ha seducido.
Ella sonrió un poco.
—Cuando en realidad la que te sedujo fui yo. Roger se escandalizaría de ver la
forma en que me he arrojado a tus brazos. Quisiera que pudiéramos escondernos seis
meses del mundo —dijo, poniendo su mano en el muslo de él—, y que nadie nos
volviera a ver hasta que estuviéramos ya casados —sintió que él se ponía tenso bajo
su contacto, pero no retiró la mano.
El enojo desapareció del rostro de él.
—Yo sé lo que haríamos si nos encerráramos seis meses —murmuró
suavemente—. Pero esconderme es lo que no intento hacer por ahora. ¿Quieres dejar
de hacer eso? —murmuró con voz ronca, mientras ella acariciaba su muslo.
—¿Por qué?
—Porque si no lo haces te vas a convertir en la primera muchacha que he
tratado de violar dentro de un coche —aspiró con fuerza una bocanada de aire.
—No sería violación.
—Si supieras como me siento en estos momentos, lo considerarías así. ¡Basta,
Alex! No juegues conmigo.
—¿Los juegos a los que se refería Roger? —preguntó en tono de broma.
Dominic frunció el ceño.
—¡Qué imaginación la de ese chico! ¡Creerá que voy a orgías todas las noches, o
algo parecido!
Ella siguió acariciándole.
—¡Oh, no todas las noches! —sacudió ella la cabeza—. Sólo cada tres días —
añadió con aire travieso.
—Tiene una idea muy equivocada de mi vida íntima. Me gusta, cuando
despierto por la mañana, recordar con quién dormí la noche anterior.
—Lo sabrás sin duda en el futuro. Será conmigo, o con nadie.
Él se echó a reír.
—Pareces muy segura de ti misma.
—Tengo que estarlo. Tú no tienes ninguna confianza en mí.
—Alex, ¿quieres estarte quieta ya? —gimió ante las caricias de ella—. Me
imagino aparcados a un lado de la carretera, conmigo tratando de explicar a un
policía cómo me sedujiste. No sé, pero sospecho que no me creería.
—Creo que este vestido nunca va a recuperar su forma original —trató sin
éxito, de arreglar el escote para devolverle su forma original. Dominic se echó a reír.
—Te compraré uno nuevo.
—¡Claro que no!
—¿Por qué? —preguntó él, arqueando las cejas.
—Porque no quiero regalos tuyos. ¿Para qué vamos entonces de tiendas esta
tarde? ¿Tienes que comprar algo?
El se encogió de hombros, ya completamente recuperado.
—Sólo si veo algo. Estoy tratando de actuar como un novio normal. Estoy
seguro de que el joven Young te llevaba a las tiendas los sábados.
—Pues sí, pero…
—Entonces es lo que haré. Pero vamos a comer primero —le dirigió una mirada
burlona—. Me has dado hambre, nena —y se echó a reír al ver que ella se ruborizaba.
Comieron en un pub, como Dominic había sugerido. Después de comer y
mientras esperaba que Dominic saliera de una tienda, Alexandra vio a la madre de
Roger.
Su rostro se iluminó con una sonrisa llena de cordialidad, pero sólo recibió a
cambio una mirada fría.
—Buenas tardes, señora Young.
—Alexandra —ella hizo un movimiento de cabeza, con aire distante.
—¿Está usted bien? —insistió Alexandra.
—Gracias, sí.
—¿Y el señor Young está… ? —se interrumpió cuando vio que la atención de la
señora Young se había desviado hacia algo que estaba viendo por encima del
hombro de Alexandra, con el rostro rígido, lleno de desprecio. Alexandra se volvió y
vio que Dominic se dirigía hacia ella.
—¡Así que estás aquí con él! —siseó la señora Young—. Mi hijo ya no es lo
bastante bueno para ti, ahora que lo tienes interesado a él. ¡Es asqueroso! —
dirigiendo una mirada de desdén a Alexandra, se marchó.
Dominic puso un brazo alrededor de sus hombros y depositó un pequeño
paquete en su mano.
—Para ti.
Todavía estaba pálida por su encuentro con la señora Young.
—¿Qué es?
—Ábrelo y verás.
Quitó la envoltura del paquete y encontró un estuche de joyería. Al abrirlo
apareció un brazalete de oro, con cinco brillantes.
—¡Es precioso, Dominic! —lo sacó del estuche—. ¡Realmente precioso! Pero no
debiste habérmelo comprado.
—Considéralo un regalo de cumpleaños adelantado —notó la palidez del rostro
de ella por primera vez—. Oye, ¿qué te pasa?
Le dirigió una débil sonrisa.
—Acabo de encontrarme a la señora Young.
—Y me imagino que te expresó en términos nada agradables su opinión sobre
tu ruptura con su hijo —sugirió.
—Sí —contestó Alexandra con voz ronca.
—Ven, vamos a casa. Creo que has tenido suficiente por hoy.
No volvieron a mencionar a la señora Young y hablaron de muchas otras cosas
en el camino de regreso a casa de Alexandra. Pero Alexandra no había podido
olvidarlo tan fácilmente como Dominic parecía haberlo hecho. Se daba cuenta ahora
de lo que él había querido decirle respecto a las habladurías de la gente.
Iba riendo con Dominic cuando entraron en casa. Pero sus risas se convirtieron
rápidamente en silencio cuando un grito desgarrador llenó la casa.
—¿Qué diablos…? —Dominic dio un paso adelante.
Trevor apareció en lo alto de la escalera. Un Trevor pálido, con el cabello
desordenado y los ojos llenos de lágrimas.
—Es Gail —dijo con voz ahogada—. Algo ha sucedido… el niño va a nacer.
¡Oh, Dios, pero algo viene mal! —exclamó, y otro terrible grito de dolor rasgó el aire.
Capítulo 9
—¡Dios mío! —Dominic estaba casi tan pálido como Trevor—. ¿Has llamado a
una ambulancia?
—Por supuesto. Pero no sé si la podremos mover.
—¿No puedes hacer nada? —preguntó Alexandra pasando frente a los dos—.
¡Escúchala como sufre!
—Eso ha estado haciendo los últimos quince minutos —dijo Trevor con voz
ahogada.
—Lo siento, lo siento tanto. ¡Iré con ella!
—¿Trevor? —preguntó Dominic a su hermano.
—Sí, sí, entra —contestó como en un sueño—. Voy a bajar y a llamar a la
ambulancia de nuevo. Les dije que era una emergencia. Ya debían estar aquí.
Bajó corriendo la escalera.
—Ve con él. Dominic —dijo Alexandra alentadora—. Está a punto de
desplomarse.
—No me sorprende. Demonios, yo no podría soportar algo así —había
verdadera tortura en los ojos de Dominic—. Si nos casamos algún día, no vamos a
tener hijos.
—Este no es el momento de discutir eso, Dominic. Baja con Trevor. Él puede ser
médico, pero es diferente cuando se trata de su propia mujer.
—Ella es tu hermana.
—Yo me las arreglaré.
Alexandra no estaba tan segura de sí misma como creía, cuando entró en la
habitación de Gail. El dolor debía ser terrible, a juzgar por sus ojos febriles y la forma
en que tenía recogidas las rodillas sobre su cuerpo.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó cuando otro espasmo de dolor sacudió su cuerpo y
se aferró a la mano de Alexandra como si fuera su tabla de salvación. La soltó cuando
el dolor se calmó—. Lo siento —bajó la mirada hacia la mano que había dejado
blanca por la presión—, ¡soy un fastidio!
—El niño desea nacer, eso es todo.
—No sé si va a nacer —dijo Gail con voz entrecortada.
—¡Claro que sí! —contestó Alexandra.
Gail sonrió débilmente.
—No soy tonta, Alexandra querida. No he sido la mujer de un médico tres años
sin aprender nada. Además, Trevor nunca se deja dominar por pánico. Siempre es
tan tranquilo y eficiente… y míralo cómo está ahora.
—Todos estábamos muy preocupados por ti ayer —le dijo—. Nos diste un susto
terrible.
—Eso me comentó Trevor. Pero mereció la pena por el niño.
—Me siento muy halagada por el nombre que escogisteis.
—Esto… ¿sabías que Dominic se va mañana a Londres?
—No —dijo con voz alegre, para disimular su angustia—. Probablemente me lo
dirá más tarde.
—Pero no se va por unas horas, sino varios días. Dice que tiene grabaciones que
hacer… Alexandra, ¿ha sucedido algo entre vosotros… tan pronto? —la voz de Gail
revelaba su preocupación.
Alexandra se encogió de hombros y le sonrió brevemente.
—No lo sé. Pareció cambiar de pronto.
Gail asintió con la cabeza.
—Así es él… está acostumbrado a llevar una vida muy independiente.
—Me empiezo a dar cuenta —comentó Alexandra.
—Estás bien, ¿verdad, Alexandra? —su hermana la miró fijamente—. ¿No te ha
lastimado este cambio de Dominic?
—No me ha lastimado de ninguna manera —respondió tratando de que su voz
sonara alegre—. Sólo salimos juntos un par de veces.
—Pensé…
—No te preocupes por mí, Gail. Ya soy una mujer. Ahora tienes otro niño al que
cuidar.
—Sí, tienes razón. ¿Y no es precioso?
—Espero que sigas pensando así cuando te despierte a gritos, a medianoche,
pidiendo de comer —exclamó riendo Alexandra—. Bueno, nos veremos mañana.
Dominic se encontraba en la sala cuando ella volvió, aunque tenía el aspecto
remoto y disgustado del día anterior. Alexandra vaciló un momento antes de entrar.
—Gail me ha dicho que te vas mañana a Londres.
—Sí.
—¿Por cuánto tiempo?
—No tengo ni idea —contestó fríamente, todavía sin mirarla.
—Debes saberlo, más o menos, Dominic. Tú… lo siento —inclinó la cabeza—.
No debí haber dicho eso.
—No, no debiste haberlo hecho —reconoció.
—Pero tú…
Por primera vez la miró, con ojos helados, sin amor.
—Si tienes algo que decir, Alexandra, dilo de una vez. Me fastidia que nunca
termines lo que empiezas a decir.
—Y también estoy cansado de que digas lo siento a cada momento.
—Entonces, ¿por qué me obligas a hacerlo? —algo de su viejo espíritu
combativo volvió a ella.
—Yo no te estoy obligando a nada —dijo levantando las cejas.
—¡Claro que sí! ¿Qué es lo que te sucede? ¿Qué pasa con nosotros? Has sido
francamente grosero conmigo desde que salimos ayer del hospital —se dio cuenta de
que no estaba llegando a él y que sus ojos la miraban con más frialdad que nunca.
—Tenía trabajo que hacer. Le pedí a Charles que te lo dijera.
—Y lo hizo. Pero yo pensé que habíamos superado la etapa en que debía ser
informada de tus movimientos por un sirviente. Gail fue la que tuvo que decirme
que te ibas mañana. Tú no me lo dijiste.
Dominic hizo un gesto.
—No recuerdo haber tenido la oportunidad de hacerlo. Me atacaste en cuanto
entraste.
Ella se ruborizó.
—Yo…
—¡Por Dios, no vayas a decir otra vez que lo sientes!
Los ojos de ella se llenaron de furor.
—¡No iba a decirlo! No tengo nada de qué disculparme contigo. No me quieres
ya contigo. Es eso, ¿verdad?
—Oh, te deseo todavía. Eres muy deseable, sobre todo cuando te enfadas.
—Pero es eso, ¿verdad? Hasta ahí es donde llegan tus sentimientos por mí. No
puedes sentir amor por ninguna mujer, sólo deseo. Y el desearme a mí es demasiado
complicado para que tú quieras involucrarte en el asunto —exclamó acusadora—.
Está muy bien tener todas esas mujeres en Londres, pero yo estoy demasiado cerca
de casa, soy casi un miembro de tu familia. Conmigo las cosas no pueden ser tan
simples y tan ajenas a las emociones como a ti te gusta, porque hay mezcladas otras
personas.
—¿Has terminado?
—No. ¡Todavía no! Te dije ayer que tenías miedo a la vida. Esa es la verdad.
—Tienes todo el derecho del mundo a tener una opinión —caminó hacia la
puerta—. Con permiso.
—¡Dominic!
—¿Sí? —preguntó indiferente.
—Dominic, no te vayas —suplicó Alexandra.
—Tengo mucho trabajo. Debo hacer algunas llamadas telefónicas.
—Seis meses es demasiado tiempo —dijo con una sonrisa cruel—. Suficiente
tiempo para que se me haya pasado el entusiasmo—. Te dije una vez que sería tu
amor el que acabaría conmigo y es ciertamente lo que ha hecho. Debes considerarte
afortunada; es sólo la conciencia lo que me ha frenado de hacerte mía… tú
ciertamente no has tratado de impedirlo.
Alexandra tragó saliva con dificultad; sentía el estómago revuelto y un nudo en
la garganta.
—Creo que te odio.
—Tal vez eso sea lo mejor.
Se dio la vuelta.
—¡Te odio! —exclamó.
—¿Te sientes bien?
—Sí —murmuró ella.
—Te… te llamaré desde Londres, si quieres —sugirió él con suavidad.
—¡No te molestes! No necesito tu compasión. Ya me sobrepondré será más fácil
ahora que sé que todo fue un juego para ti.
—No es un juego, Alex, yo…
—¡No me llames así! —le hizo a un lado para pasar—. Guarda tus rutinas de
seducción para las mujeres que las aprecian. ¡A mí me asquean!
Cuando bajó a la mañana siguiente, Dominic ya se había ido. Hubiera querido
verlo antes de que se fuera, averiguar si pensaba en serio las cosas que le había dicho;
pero su ausencia le hizo pensar que ya no era necesario.
Durante los siguientes días esperó que la llamara o que regresara el viernes,
pero no lo hizo.
Dudó al día siguiente sobre si debía llamarle por teléfono a su apartamento. Se
decía a sí misma que debía tener más orgullo. Pero no podía seguir así, viviendo en
su casa, rodeada de recuerdos de él. Le llamaría por teléfono, aunque, renunciara a
todo su orgullo al hacerlo.
El teléfono sonó largo rato antes de que alguien lo levantara. Contestó la voz de
un hombre, pero no era Dominic. Ella podía escuchar música ruidosa en el fondo,
risas, gritos de gente, ruidos tan fuertes que tuvo que gritar para hacerse oír por el
hombre.
Finalmente pareció comprenderla, o al menos pensó que lo había hecho.
Pasaron cinco minutos sin que nadie acudiera a contestar el teléfono. Había una
fiesta, y el hombre parecía ligeramente bebido.
Por fin oyó que volvían a levantar el auricular y una voz femenina llegó esta
vez a través de la línea.
—¿Puedo servirle en algo?
Alexandra explicó por segunda vez que quería hablar con Dominic.
—¡Dominic! —oyó gritar a la mujer—. ¡Dominic, hay una llamada para ti,
queridito! —dijo con su voz ronca y sensual.
Alexandra se quedó inmóvil al reconocer esa voz. La mujer había llamado a
Dominic «queridito». Colgó lentamente el auricular. Así que Dominic hablaba en
serio cuando dijo que volvía con Sabrina Gilbert… porque era ella, sin duda alguna,
la que estaba al otro extremo del teléfono.
Capítulo 10
Al pensar en las cosas que Dominic le había dicho. Alexandra comprendió que
había estado mintiendo al decir que ella era un coqueteo más para él; lo sabía porque
hubo demasiadas ocasiones en que se le ofreció y había tenido que luchar contra su
propio deseo, para vencerlo y no hacerla suya.
Había dicho en serio que iba a casarse con ella dentro de seis meses; pero algo le
hizo cambiar de opinión. La había herido en forma deliberada, le había dicho cosas
muy crueles. ¡Y había vuelto con Sabrina Gilbert!
Era debido a esto, principalmente, que sus emociones parecían adormecidas, en
lo que a Dominic se refería. No lo odiaba ya, como le había dicho, pero tampoco le
amaba. No sentía nada por él.
Volvió a su casa en cuanto Gail salió del hospital, con el niño ya convertido en
una parte importante de la familia. Todos parecían girar en torno a él y el pequeño
parecía disfrutar en todo momento de la atención que recibía.
—Creo que va a parecerse a su tío —dijo, echándose a reír de las burbujas que
hacía con la boquita—. ¡Las chicas caerán rendidas a tus pies, cuando seas mayor!
Lo tomó en brazos y le besó.
Gail se encontraba recostada en el sofá, todavía un poco dolorida por la
operación; pero, por lo demás, parecía muy feliz. Terminó de escribir la última carta
para agradecer los regalos que le habían hecho al niño.
Miró fijamente a Alexandra.
—¿Se te ha pasado lo de Dominic? —preguntó gentilmente.
—No era mucho lo que tenía que pasarme —contestó sin alterarse.
—Ha venido a verme un par de veces, ¿sabes? Alexandra frunció el ceño y se
dedicó a estirar el trajecito del niño, con movimientos lentos y estudiados.
—No lo sabía.
—Él me pidió que no te lo dijera —admitió Gail.
—¿Por qué haría eso? ¿Se imaginaría que iba yo a correr al hospital, para
hacerle una escena? —dijo llena de desprecio—. Podría haberse ahorrado el trabajo
de visitarte furtivamente. No me interesa lo que él haga.
—No seas tan dura con él, Alexandra. Está mucho peor que después de lo que
le pasó en África, hasta parece que está enfermo.
—Es la escandalosa vida que lleva —dijo Alexandra—. Vamos, bonito. Iremos a
poner al correo las cartas de mamá —colocó al niño en su cochecito—. El aire fresco
le sentará bien.
—Acerca de Dominic —insistió Gail—. Él…
—No quiero saber nada de él —tomó las cartas que Gail había escrito tan
laboriosamente—. ¿Están todas?
—Sí. Pero sobre Dominic…
—No me interesa, Gail —repitió con firmeza—. Voy a llevar a pasear al niño y
pondré estas cartas en el correo. Después, nos sentaremos los tres en el jardín, ¿te
parece?
Gail suspiró.
—Sí, está bien. Pero quisiera que me escucharas acerca de…
—No voy a hacerlo. Te veré después —exclamó alegremente.
Alexandra charló todo el camino con su somnoliento sobrino, hasta que llegó a
la tienda que también servía como oficina postal. La señora Saunders estaba
atendiendo a otros clientes en el fondo de la tienda, cuando ella entró, así que se puso
a mirar las tarjetas de felicitación, esperando que la señora terminara.
—Estuvo viviendo en la casa de él todas estas semanas, ¿sabe usted? —oyó la
voz chillona de la señora Saunders—. Asqueroso, lo llamo yo.
—Sí, ¿por qué? —la clientela no parecía estar muy enterada del chisme.
—Bueno —la señora Saunders parecía estar encantada de poder informar a la
otra—, usted estaba de vacaciones cuando todo salió a la luz. Ya no va a casarse con
Roger Young.
Alexandra se quedó paralizada. ¡Estaban hablando de ella! Se sintió tan
impresionada que no pudo moverse.
—La señora Young no lo hubiera permitido —comentó la otra—. No, si lo que
usted dice sobre ella y Dominic Tempest es verdad.
—¡Oh, claro que es verdad! —la voz de la mujer bajó de tono—. Roger Young
los vio juntos en un restaurante, como a treinta kilómetros de aquí. Tratando de
ocultar su idilio. Pensaban que nadie de por aquí los vería.
—¡Oh, qué terrible! —exclamó la otra mujer con visible placer—. ¡Y dice que
llevaban así varios meses?
—Yo no lo digo… Los que lo dicen son los Young. Tal vez lo estén diciendo
porque todo esto ha hecho aparecer a su hijo como tonto. Pero Alexandra siempre ha
sido un poco alocada, siempre ha hecho lo que le ha venido en gana, sin hacer mucho
caso de los convencionalismos.
—Dominic Tempest la habrá obligado a ser así —dijo la clienta con aires de
mujer de mundo—. Usted ya sabe cómo es esa gente de los espectáculos…
—Ha estado en Londres varias semanas —le dijo la señora Saunders—. Lo
hacen para disimular la situación. Probablemente se han estado viendo en alguna
otra parte.
Alexandra había escuchado suficiente. Lo único que deseaba era escapar, antes
de que aumentaran las náuseas que sentía. Salió tambaleándose de la tienda, sin ser
vista por las dos chismosas.
—Y supongo que debía sentirme halagada por eso, cuando podrías fácilmente
dejarme y decirme que me deseabas, pero que no querías los problemas que
entrañaba andar conmigo. Dices que me amas… ¿por cuánto tiempo? ¿Hasta que
puedas obtener lo que quieras y vuelvas a cambiar de opinión? Olvídalo, Dominic.
Me enseñaste una lección muy dolorosa, pero la aprendí.
El la atrajo hacia sus brazos, besándola con desesperación.
—Te amo, Alex —dijo—, por favor, no me rechaces —suplicó, con su boca
besándola gentilmente. Incitante, más que exigente—. Bésame, Alex —imploró, al ver
que no se producía ninguna reacción en ella.
Alexandra se sentía completamente fría.
—No tengo ningún deseo de besarte.
—Haré que me desees. Tengo que hacer que me desees —dijo con firmeza—.
He estado viviendo un verdadero infierno desde que me fui a Londres,
preguntándome lo que estarías haciendo y con quién.
—Te fuiste porque quisiste.
—No, no, no es eso. Me fui porque me di cuenta de que te amaba y eso me
asustó.
Alexandra se dio la vuelta.
—No hablas con mucho sentido que digamos. Dices que te fuiste porque me
amabas y, sin embargo, antes de irte me aseguraste todo lo contrario.
—Sí —suspiró—. Cuando nació el niño supe que te quería. Comprendí que si
alguna vez tuviera que pasar por algo así, no lo resistiría. Así que hice eso de lo que
me acusaste precisamente; huir. Huir de la vida y de la idea de comprometerme con
una persona.
—Y ahora has cambiado de opinión.
—¡Sí! Prefiero sufrir el dolor de ser completamente vulnerable en lo que a ti se
refiere, que pasar por la agonía de estar sin ti. Quiero casarme contigo, hacerte mía
para siempre. Hablé por teléfono con Trevor y le dije que quiero casarme contigo
ahora, no dentro de seis meses, sino ahora.
—¿Y qué dijo él?
—Que hablara contigo y te lo preguntara.
Así que eso era lo que Gail había estado tratando de decirle antes de que saliera.
—Y yo contesto que no —dijo ella con perfecta tranquilidad.
—Pero, ¿por qué? Tú dijiste que era lo que querías.
—Ya no. Todo ha desaparecido, Dominic. Los sentimientos que tenía por ti ya
no existen. Tú los mataste la noche en que me ridiculizaste por amarte.
—Te lastimé —reconoció él—. ¡Claro que te lastimé! Pero puedo besarte hasta
hacer que el dolor se borre, que desaparezca el dolor que te causé con mi brutalidad.
¿Puedo intentarlo?
Ella se encogió de hombros. Tal vez pudiera borrar con besos el dolor, pero eso
no alteraría el hecho de que había estado con otras mujeres durante su ausencia.
—Puedes probar —le dijo—. Pero no creo que resulte.
—Tiene que resultar —inclinó la cabeza, abriendo los labios de ella con los
suyos con sus brazos oprimiéndola contra su pecho, mientras su boca parecía
implorar una respuesta.
La depositó suavemente en la cama y separó su camisa de los pantalones para
acariciar la tersa carne que había bajo ella. A Alexandra le gustaba sentir las manos
de él en su cuerpo, pero eso era todo; por lo demás, se sentía adormecida, y muy lejos
de él.
—Esto no significa nada para ti, ¿verdad? —dijo mirándola.
Ella sonrió.
—Bueno, sigues siento tan experto como antes, si a eso te refieres —¿cómo no
iba a serlo, si había estado practicando con Sabrina Gilbert?—. Puedes hacer que te
desee.
—Pero, ¿eso es todo?
—Eso es todo.
—No me amas —dijo mientras retiraba sus manos de ella y se dejaba caer de
nuevo, sentándose sobre la cama.
Alexandra se puso de pie, y se arregló el cabello con indiferencia.
—Te he dicho que ya no te amaba —Alexandra introdujo nuevamente la camisa
bajo sus pantalones.
Dominic retiró la mano con la que se había cubierto los ojos.
—Yo te amo, Alex —dijo suavemente.
—Y yo te creo. Me siento halagada, pero llegó demasiado tarde. Hace unas
cuantas semanas, probablemente me habrías convertido en esclava para toda la vida,
con sólo decir eso, agradecida por el poco o mucho amor que hubieras querido
darme. Pero ya no. Parece que encontré esa madurez que tú decías que me faltaba.
Por cierto, esos chismes sobre nosotros están todavía en todo su apogeo. La gente del
pueblo piensa que tuvimos citas clandestinas mientras tú estabas en Londres.
—Así que eso fue lo que alteró hoy —adivinó él—. ¿Qué más dijeron?
—Oh, no mucho. Fui una tonta al permitir que me afectaran tanto.
El se puso en pie y bajó la mirada hacia ella, le retiró el cabello de la cara,
acariciándole con ternura.
—Si yo te he hecho así, lo siento mucho —dijo con suavidad.
—¿Me has hecho cómo?
—Te he hecho dura e indiferente.
Ella se echó a reír, alejándose de él.
—Por el estado en que iba cuando salió de aquí, creo que te vería en cualquier
momento y en cualquier lugar. Ve y sácalo de su desesperación —Gail llamó a
Alexandra cuando se encontraba casi en la puerta—. Yo… bueno… te veré cuando
vuelvas.
Alexandra le dirigió una radiante sonrisa.
—Sí.
Cuando llegó a la casa tuvo la impresión de que ya había vivido la misma
escena antes… Entró despacio. Dominic estaba tendido sobre un sillón, en actitud
desmañada con un vaso vacío colgando de su mano.
Pero esta vez no frunció el ceño al verla. Se levantó lentamente del asiento,
mientras sus ojos grises recorrían ávidamente el rostro de ella.
—¡Alex! —pronunció su nombre con suavidad.
—Sólo dime si estuviste viendo a Sabrina Gilbert cuando estuviste en Londres
las últimas semanas.
Había decidido abordar directamente el tema; la respuesta a esta pregunta era
muy importante para ella.
El pareció sorprendido por la pregunta, casi desconcertado.
—La he visto, sí, pero no de la forma que tú crees.
—Tenía que saberlo, porque te hablé por teléfono y ella contestó. Había una
fiesta, por el ruido que se podía oír.
—Hubo muchas fiestas en esas semanas —dijo con expresión sombría—. Pero
creo que sé a cuál te refieres… Recuerdo que fui a contestar el teléfono y la línea
estaba muerta.
—Yo colgué —explicó ella.
—¿Pensaste que estaba allí con Sabrina?
—Sí.
—¿Después de que te dije lo que sucedió la última vez que me vi con ella?
—Lo único que me pareció importante en ese momento era que ella estaba allí
—insistió Alexandra.
—Estaba allí, como pareja de un productor o de un director, no recuerdo. No he
estado con otras mujeres, Alex. Lo intenté, no te lo niego, pero ninguna me atraía. No
es fácil admitir ante ti mismo que te has enamorado por primera vez en tu vida a los
treinta y cuatro años, especialmente cuando es de una chiquilla. Estas últimas
semanas he estado tratando de convencerme de que estaba equivocado. Finalmente
me di por vencido y admití mi derrota.
—Y yo te rechacé —dijo ella con suavidad.
—Sí —la voz de él era opaca.
—Gail dijo que renunciaste a tu trabajo —continuó ella.
—Así es.
Dominic se volvió para llenar otra vez su vaso de whisky.
—¿Por qué?
—Estoy seguro de que ella te dijo eso, también.
—Sí, pero me gustaría oírtelo a ti.
—¿Por qué? ¿Para que puedas burlarte de mí? —enojado, no pareció darse
cuenta de que ella se había estremecido; colocó con violencia el vaso sobre la mesa y
avanzó para sacudirla con aspereza—. Supongo que te debo esto —la empujó lejos de
sí—. Está bien, Alex, supongo que te debo algo. Cuando Trevor estaba pasando por
la agonía de no saber si Gail iba a vivir o no, descubrí que te amaba; pero también
descubrí otra cosa. Comprendí por primera vez lo que debes haber sentido cuando
yo estaba en África, y decidí que no tenía derecho a hacerte pasar otra vez por eso.
Alexandra frunció el ceño.
—Pero tú amas tu trabajo.
—Te amo más a ti.
Comprendió, por fin, que era cierto; se dio cuenta de que ella era lo más
importante en su vida. No había estado dispuesto a hacer este sacrificio por ninguna
otra mujer, ni por su primer esposa ni por ninguna otra de las mujeres posteriores.
Vio entonces el dolor y la desilusión que había en su rostro, emociones que ella había
causado con su crueldad.
—¡Oh, Dominic! —había lágrimas en sus ojos—. ¡Lo siento, lo siento tanto!
El se encogió de hombros.
—Tú no puedes evitar sentir lo que sientes. Volveré a Londres inmediatamente,
para evitarme cualquier turbación producida por los rumores que mi presencia aquí
podría provocar.
—¡Claro que no harás eso! —declaró ella, comprendiendo que él había mal
interpretado la razón de su disculpa.
El la miró con incertidumbre.
—¿No?
—No —ella le sonrió, con una sonrisa llena de amor—. Puedes quedarte aquí y
ayudarme en los preparativos de la boda.
—¿La nuestra? —preguntó esperanzado.
—¡Claro! —continuó riendo y se deslizó hacia sus brazos, levantando el rostro
hacia él—. Te amo, Dominic. Te amo con toda mi alma.
Las manos de él temblaban al tocar el rostro de ella, recorriendo sus facciones,
como si no estuviera seguro de su sinceridad.
—Pero tú dijiste…
Ella lo acalló colocando la punta de sus dedos en los labios de él. Se estremeció
de placer cuando sintió que Dominic los besaba.
—Estaba herida, mi amor, herida y desconcertada. Durante un tiempo pensé
realmente que te odiaba, pero era sólo porque te amaba demasiado. Sé lo tonto que
suena, pero es la verdad. Gail me hizo recuperar el sentido común cuando te fuiste.
—¡Esa lista de Gail! —dijo él con voz ronca—. ¿Puedo besarte ahora?
—Sí, por favor —contestó ella.
—¿Responderás esta vez? No creo que pudiera soportar tu frialdad por
segunda vez.
—Pruébame —lo invitó ella.
Su boca tocó la de ella, tentativamente al principio, con el beso haciéndose más
profundo cuando los labios de ella se entreabrieron bajo los suyos. Sus brazos la
atrajeron contra la dureza de su cuerpo.
Dominic ocultó el rostro en el cuello de ella y Alexandra no supo si las lágrimas
que corrían por sus mejillas eran causadas por su propia felicidad o por la de él.
Dominic la oprimió con fuerza, como si no fuera a dejarla ir nunca, y ella esperaba
que así fuera.
—No tienes que renunciar a tu trabajo por mí, Dominic —él nunca sabría el
esfuerzo que le costaba decir aquello—. Es parte de tu vida, una parte que te gusta
mucho.
—Ya no, si me aleja de ti. Y nosotros… podríamos tener hijos algún día.
—¿De veras? —preguntó ella, casi sin aliento.
—Sí —contestó él con voz ronca.
—¡Oh, Dominic, te quiero!
El sonrió, mirándola.
—Me han ofrecido la oportunidad de dirigir y aparecer en otro programa de
noticias, que me tendrá siempre dentro del país. Cualquier trabajo en el extranjero
será realizado por otro.
—¿Y te gustará el arreglo? —Alexandra comprendió que el tema de los hijos era
todavía delicado, en lo que a él se refería y no quiso mencionarlo.
—Cualquier nuevo programa es un desafío y a mí me gustan los desafíos. Fíjate
cuánto tiempo he tardado en domarte —añadió bromeando.
Ella arqueó una ceja.
—¿Crees que estoy domada?
El se echó a reír suavemente.
—Ya sé que no, pero me gustas así. ¿Cuánto tiempo crees que tardaremos en
preparar la boda?
—Un par de meses, supongo —le oyó gemir—. ¿Qué te pasa?
Alexandra miró con inquietud a su esposo, sabiendo que las últimas horas
habían sido traumáticas para él. Tal vez había sido egoísta por su parte haberle
permitido que sufriera la agonía de verla pasar por el alumbramiento. Para ella toda
la tortura había valido la pena, pensó, al ver a la hermosa niña que dormía en la
cuna, junto a ella.
Esos dieciocho meses de matrimonio con Dominic habían sido la época más
feliz de su vida. Su amor se había profundizado y se había vuelto más valioso a
medida que pasaban los días. Pero su dicha alcanzó nuevas alturas cuando descubrió
que iba a tener un hijo de Dominic. Dominic parecía contento; pero durante el
embarazo ella se dio cuenta que crecía el temor de su esposo respecto al momento
mismo del nacimiento.
Y ahora eso había pasado y Dominic permaneció a su lado durante todo el
parto. No había dicho una palabra desde que se quedaron solos y ella no sabía qué
decirle.
Se pasó la lengua por los labios resecos.
—¿Dominic? Él la miró como atontado, retirando la mirada de la niña que
dormía.
—¿Huum? —preguntó con vaguedad.
—¿Te gusta la niña?
—¿Que si me gusta? —repitió.
Dominic sonrió, una sonrisa tierna y profunda que parecía abarcarlas a las dos.
—Es preciosa, como su madre —oprimió la mano que ella tenía sobre la
colcha—. No me hubiera gustado perderme su nacimiento por nada del mundo. Fue
la cosa más fantástica que he visto en mi vida.
Alexandra se sentía todavía un poco insegura.
—¿De veras? ¿No dices eso sólo por complacerme?
—Fue sensacional, Alex —le aseguró—. Nada de lo que yo esperaba, después
de la experiencia de Trevor con Gail. Y tú fuiste tan valiente, mi amor. Estoy
orgulloso de ti. Sólo tengo una queja en contra de mi pequeña hija.
—¿Cuál?
—Que ha hecho imposible que te haga el amor últimamente.
Ella se echó a reír.
—Ya no será por mucho tiempo, te lo prometo.
Dominic se sentó en la cama y la oprimió con fuerza contra él.
—Espero que no. Te amo tanto que estas últimas semanas han sido una tortura.
—Pero, seguramente no me encontrabas deseable en ese estado…
El la besó con suavidad en la boca.
—Te encuentro atractiva y deseable en todo momento… aún ahora —y su boca
se endureció de pasión sobre la de ella.
Alexandra correspondió a su beso; la última sombra de incertidumbre respecto
a la niña había desaparecido. La niña había intensificado su amor, tal como debía ser.
Fin