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Hoy hablaremos de una jovencita de Colima, cuyo lugar y fecha de nacimiento son

desconocidos. Afortunadamente, las circunstancias de su martirio fueron recogidas


por el P. Enrique de Jesús Ochoa, autor del libro “Los cristeros del volcán de Colima”
con el seudónimo de “Spectator”.

El jueves de Corpus, 7 de junio de 1928, la señora Rosalía Torres viuda de Llerenas


y su hija Zenaida Llerenas Torres fueron hechas prisioneras en la ciudad de Colima,
por el gran delito de ser hermana y sobrina, respectivamente, del coronel cristero
Marcos Torres, uno de los valientes defensores de Cristo Rey que operaban en la
zona del volcán de Fuego.

Los soldados del gobierno de Calles estaban furiosos, pues el coronel Marcos hacía
frecuentes incursiones en la ciudad y siempre había podido burlar su vigilancia de
los federales. Era el Jueves de Corpus Christi de 1927. Aquellos perseguidores,
varias veces burlados, pensaron en dar un golpe de escarmiento a los católicos,
precisamente el día de esta gran fiesta.

En este tiempo ya no era gobernador del Estado el Lic. Solórzano Béjar, sino
Laureano Cervantes, que llegó al poder por gracia y favor de su antecesor, y fue
continuador de su obra de impiedades e infamias: en manos de sus esbirros,
cayeron estas dos víctimas, que fueron aprehendidas en su casa entre insultos y
malos tratos.

Satisfechos de su “hazaña” de detener de malas maneras a dos indefensas mujeres,


los perseguidores se llevaron presas a doña Rosalía y a Zenaida y, para mayor
escarnio, las encerraron en el departamento de la cárcel destinado a las mujeres de
mala vida, para confundirlas con ellas. Sin embargo, aquellas mujeres presas, que
purgaban sus delitos en la cárcel, bien sabían la virtud y buena fama de que gozaba
la familia Torres, muy conocida en Colima, y la del valiente coronel Marcos, que
pasaba por ser uno de los más piadosos jefes cristeros. De manera que las mismas
prisioneras se alejaban respetuosas de las dos nuevas compañeras de prisión e
incluso procuraban moderar su lenguaje y acciones cuando pasaban cerca de ellas.
Doña Rosalía y Zenaida se mantenían unidas y serenas, y rezaban el Santo Rosario
en honor de la Santísima Virgen, pidiendo en la oración tanto por los defensores
cristeros que luchaban en las zonas del volcán y del Nevado de Colima como por
los perseguidores de la Iglesia en México y por las pobres presas de la cárcel para
que Dios moviera sus corazones a la conversión.

El inicio de un lento calvario

Pero para hacerlas sufrir más y tratar de romper su serenidad espiritual, al poco
tiempo las separaron, cada una en una mazmorra inmunda, maloliente, oscura y
estrecha, donde apenas si podían dar cuatro o cinco pasos. Había comenzado el
martirio moral de las dos inocentes mujeres.

La señora Rosalía escribió tiempo después los sufrimientos a los que las
sometieron:
“Es imposible describir los sufrimientos de esos días de prisión. Estábamos
separadas, Zenaida y yo, sin posibilidad de comunicarnos y sin ninguna noticia del
exterior. Cada día iban varias veces a tomarnos declaración y nos molestaban con
muchas impertinencias. A mí me decían que ya mi hija había sido fusilada y a ella
le decían lo mismo de su madre, y en la angustia no sabíamos si era o no verdad.
Los dos primeros días se dio orden de que no nos dieran de comer, pero Dios, que
obra en todo, nos mandó personas caritativas que nos diesen algo.”
Tal vez alguna de las otras presas, compadecida, les llevaba algo de la comida que
recibía.

Una de las primeras noches se presentó de improviso ante la señora Rosalía, en su


celda de prisión, el general federal Heliodoro Chaires, jefe de operaciones en
Colima, para interrogarla sobre el paradero de su hermano. Pero ella no dijo nada.

Continuará…

Enlaces donde fue obtenida la información:


Biblioteca Antorcha.net. (s.f.) Capítulo décimo: Jovencita mártir. Pureza del
heroísmo. Muerte gloriosa. Recuperado el 19 de mayo de 2018 de
http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/historia/colima/7_10.html “Los Cristeros
del volcán de Colima”. P. Enrique de Jesús Ochoa.

Catholic.net (s.f.). Zenaida Llerenas. Recuperado el 19 de mayo de


http://es.catholic.net/op/articulos/22322/cat/708/zenaida-llerenas.html# Texto
tomado del libro “Madera de Héroes”, de Luis Alfonso Orozco.

Diabólicas amenazas

No pudiendo obtener respuesta de la madre, el oficial trató de conseguirla de la


joven hija; esa misma noche fue a su celda. Doña Rosalía, intuyendo las malas
intenciones del mílite, entre tanto, se puso a rezar por su hija, para que Dios la
auxiliara en la prueba.

Pero Zenaida, por la gracia de Dios y la formación católica que había recibido, era
del mismo temple que su digna mamá y que su tío, el coronel cristero Marcos Torres.
El General tampoco pudo obtener de ella nada ante sus negaciones y firmeza.

Entonces, montando en cólera por verse vencido por una humilde muchachita, el
indigno militar tuvo una malvada y perversa idea: la amenazó, no con la muerte,
sino con la infamia, con manchar su pureza:

—Eres una orgullosa —le dijo—, y tu orgullo está en que eres virgen; pero si insistes
en tu silencio te entregaré a estos soldados, en este mismo momento, para que
hagan contigo lo que les venga en gana.

Los soldados aprobaron la propuesta entre gritos y risotadas obscenas.

Pero Zenaida logró resistir, y con toda su confianza puesta en Dios, cual nueva
María Goretti, con serenidad y aplomo, respondió al inicuo oficial:

—General, ¿ese es el honor de un militar? Bella honra debe tener, si así sabe
castigar. Tiene usted sus armas, prefiero que me maten.
Otra versión de esta frase, consignada por Luis Alfonso Orozco en su libro “Madera
de Héroes”, dice: “Ahí tiene su pistola; sáquela y dispare, pues prefiero ahora mismo
la muerte.” Tanto una como otra nos muestran con claridad diáfana la talla moral de
aquella joven.

El Señor salvó a su virgen; los soldados no la tocaron y el general, confundido por


aquella respuesta valiente y justísima, salida de los labios de una humilde jovencita,
no supo qué responder. Mandó a sus subalternos que la dejaran en paz y salió de
la prisión.

¡Dios nunca abandona a los que en Él confían! Zenaida quedó a solas en su


estrecha y maloliente celda, y de rodillas dio gracias en su corazón a Dios por
haberle dado la fortaleza necesaria para no desfallecer durante la dura prueba que
acababa de pasar.

A continuación, más serena, la jovencita se puso a rezar el Santo Rosario a la


espera de los nuevos acontecimientos, por si el militar quisiera renovar sus
amenazas contra su pureza.

Continúan los ataques

A los pocos días, el desalmado General se apersonó nuevamente en la celda de


Zenaida, casi seguro de que el miedo y el hambre iban haciendo mella en el ánimo
de la valiente jovencita y esperando, en consecuencia, obtener la información que
quería. En esta ocasión, el callista vil le dijo:

—Ya mandé fusilar a tu madre. ¿Por qué no respondes a lo que se te pregunta?


¿Qué es lo que esperas? ¿Quieres que te mate a ti también?

Zenaida calló unos momentos, embargada por el dolor. Pero en seguida respondió:

—¿Por qué se tarda, pues, general? Lléveme a donde está muerta mi mamá y
máteme ahí también.

—Ahora verás, mocosa. ¿Crees que estamos aquí jugar contigo?


Los soldados que acompañaban a Chaires, y que huían ante la vista de los cristeros
del volcán, se mostraron ahora sí muy “valientes” y amenazadores con Zenaida.
Para asustarla, le echaron un dogal al cuello y entre risotadas y malas palabras
simularon que en ese momento la iban a ahorcar.

—General —replicó la jovencita—, no me ahorque; saque su pistola y máteme mejor


con ella.

—No —se rehusó el militar—, porque el parque me cuesta.

—Yo pago el cartucho que gaste en matarme —insistió Zenaida—. Máteme con la
pistola en lugar de ahorcarme.

De nuevo, la valiente actitud de la muchacha desconcertó al rudo militar, quien se


dio cuenta de que ni las amenazas de muerte eran capaces de amedrentarla. La
dejó en la celda. Sin embargo, en los días sucesivos, el jefe callista y sus soldados
repitieron la macabra simulación de ahorcamiento. Pero Zenaida se encontraba
cada día más resuelta y firme, porque en ningún momento dejaba de rezar a Dios y
a la Santísima Virgen de Guadalupe, de quienes recibía consuelo espiritual y la
fortaleza para la durísima prueba. Los verdugos no consiguieron lo que querían.
Doña Rosalía, por su parte, pese a la congoja en su alma por la suerte de su hijita,
velaba y rezaba también intensamente en la oscuridad de su calabozo.

Continuará…

Fuentes consultadas

Biblioteca Antorcha.net. (s.f.) Capítulo décimo: Jovencita mártir. Pureza del


heroísmo. Muerte gloriosa. Recuperado el 20 de mayo de 2018 de
http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/historia/colima/7_10.html “Los Cristeros
del volcán de Colima”. P. Enrique de Jesús Ochoa.
Catholic.net (s.f.). Zenaida Llerenas. Recuperado el 20 de mayo de
http://es.catholic.net/op/articulos/22322/cat/708/zenaida-llerenas.html# Texto
tomado del libro “Madera de Héroes”, de Luis Alfonso Orozco.

Reunidas nuevamente

Pasaron doce días de aquel inhumano martirio. Madre e hija fueron sacadas de la
prisión y conducidas ante el juez de distrito; entre la sorpresa y las lágrimas de
felicidad, volvieron a abrazarse nuevamente. El juez no pudo obtener de ambas
ninguna denuncia ni retractación de su catolicismo, y las envió otra vez a la cárcel,
pero ya no separadas, sino juntas en una misma estrecha y maloliente celda de la
prisión de mujeres.

Entre las presas que unos días antes las habían visto llegar a la cárcel, y que
conocían los sufrimientos a que madre e hija eran sometidas, iba creciendo no sólo
el respeto sino la admiración, por el testimonio de fe y valentía sobrehumana que
estaban dando en la prisión y en toda Colima, que seguía el caso muy de cerca y
rezaba por ellas y por toda la familia Torres.

Nueva prueba

El 14 de agosto de 1928, doña Rosalía y Zenaida recibieron la noticia de la muerte


del amado hermano y tío, el coronel Marcos Torres, que había sido asesinado a
traición junto con su asistente, José Plascencia.

Llevaron los dos cadáveres a Colima, atados con cuerdas a lomos de sendas mulas
y los tiraron en el empedrado, frente al Palacio de Gobierno. Hay una fotografía que
así lo atestigua. Después, los asesinos mandaron traer una banda de música que
estuvo tocando dianas y otras piezas ruidosas, a fin de que la gente se congregara
para presenciar aquel espectáculo macabro.
—Miren, fíjense bien cómo terminan los malhechores y bandidos que no respetan
las leyes del gobierno. ¡Así irán cayendo todos los cristeros y quienes los encubren!

Pero la gente no hacía caso a las vociferaciones del militar, pues sólo tenían ojos
para ver los cadáveres de dos valientes cristeros muertos cobardemente y debido
a la delación de un vil judas. Al verlos, las buenas personas se santiguaban, daban
la vuelta y se retiraban rezando en silencio y con los ojos nublados por las lágrimas.

Mientras, en la cárcel de mujeres, apenas llegó la noticia de la muerte del coronel


Marquitos, los mismos guardianes irrumpieron en la celda de Zenaida y su madre
para darles la terrible noticia, entre risotadas, burlas y sarcasmos.

Ya los perseguidores habían conseguido aquello que les sirvió de pretexto para
apresar a la hermana y a la sobrina del coronel martirizado. ¿Por qué entonces no
les devolvían la libertad? El general y los demás perseguidores de la Iglesia
pretendían dar una “lección ejemplar” a todos los católicos de Colima, ensañándose
contra aquellas dos heroínas de la fe. Así pues, no iban a dejar pasar la oportunidad
de sus manos.

La muerte del querido hermano y tío, del valiente defensor cristero, llenó de tristeza
a la señora Rosalía y a su hija, quienes se resignaron cristianamente y continuaron
fortaleciéndose en la oración, mientras permanecían presas a la espera de lo que
el destino dispusiera para ellas. La señora le propuso a su hija que pidieran tanto
por ellas mismas como por sus verdugos y los perseguidores de la Iglesia en
México, para que Dios les concediera la gracia de la conversión. Zenaida aprobó la
propuesta sin vacilar.

Lento suplicio… Y triunfo final

Pasaron las semanas y pasaron tres meses completos de reclusión y de martirio


lento y vil. En aquellas terribles circunstancias, solamente la fortaleza que Dios da
podía sostenerlas.
Sin embargo, tantos sufrimientos, la falta de aire libre, la escasez de alimentos
sanos, los insultos de los perversos guardianes y las amenazas continuas contra la
pureza de Zenaida, acabaron con su salud. El 23 de noviembre de 1928, la heroica
muchacha ya no pudo levantarse más. Ardía en fiebre. Doña Rosalía, en su
angustia, no tenía a la mano ninguna medicina que menguara, aunque fuera un
poco, los sufrimientos de su querida hija.

Alguien dio a la buena señora un poco de linaza, y el guardián de la prisión, con un


gesto de humanidad, le permitió que con una escoba vieja hiciera un poco de lumbre
y le prestó un jarrito con agua, donde coció la linaza, para dar a Zenaida la pobre
infusión. Aquello resultó inútil.

Así llegó el 27 de noviembre. Zenaida se moría sin remedio. Doña Rosalía así narró
aquellos terribles momentos:

“La noche de su muerte tuvo un fuerte vómito y empezó a sufrir grande angustia…
En la madrugada, viendo que no sentía ningún alivio, quise darle algún remedio. Lo
único que tenía era un poco de linaza; pedí un cerillo, y con una escoba vieja hice
un poco de lumbre, la cocí y se la di. Sin embargo, cada vez la veía más grave;
entonces, no siendo posible que recibiese los Santos Sacramentos, le dije: ‘Vamos
rezando, hija’, a lo cual ella accedió con gusto.

Rezamos el acto de contrición, la comunión espiritual y la consagración de los


vasallos de Cristo Rey, a cuya asociación pertenecía ella desde que fue fundada en
Comala, pueblo de su infancia. Le recordé la indulgencia plenaria concedida a los
que, en el trance de la muerte, dijesen, con el corazón contrito, la jaculatoria: ‘¡Viva
Cristo Rey!’, la cual estuvo repitiendo varias veces con mucha devoción. No perdió
el conocimiento y continuó tranquila; me dijo que no se acordaba ni sentía
remordimiento de ningún pecado grave… y manifestando tener sueño, se acomodó
boca arriba, como que dormía, y, sin ninguna agonía, se quedó dormida para ya no
despertar más en esta vida.”

Eran las tres y media de la mañana del 28 de noviembre de 1928.


En la mañana de ese día, desde el alba, el pueblo devoto de Colima acudió en masa
a la cárcel, exigiendo que le abrieran las puertas para entrar y llevarse el cuerpo de
la niña mártir, Zenaida Llerenas, quien, tendida en su pobre lecho de la prisión,
parecía sonreír. Muchos le llevaron flores.

La mártir logró conversiones

Muchas de las mujeres en la cárcel, que habían sido testigos del lento martirio por
la fe de Zenaida y de su mamá, se arrepintieron de su anterior vida de pecados,
gracias al testimonio admirable y heroico de aquellas dos cristianas heroínas, dignas
de ser conocidas e imitadas en sus virtudes por todas las mujeres mexicanas y de
todas las naciones.

Fuentes consultadas

Biblioteca Antorcha.net. (s.f.) Capítulo décimo: Jovencita mártir. Pureza del


heroísmo. Muerte gloriosa. Recuperado el 20 de mayo de 2018 de
http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/historia/colima/7_10.html “Los Cristeros
del volcán de Colima”. P. Enrique de Jesús Ochoa.

Catholic.net (s.f.). Zenaida Llerenas. Recuperado el 20 de mayo de


http://es.catholic.net/op/articulos/22322/cat/708/zenaida-llerenas.html# Texto
tomado del libro “Madera de Héroes”, de Luis Alfonso Orozco.

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